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1 – Historia de la Iglesia antigua y medieval

Docente: P. John Jairo Rivera T.


Facultad de teología

a. Historia:
• Fue fundada el año 753 a.C.
• Tres períodos históricos: Monarquía (753 a.C. – 476 a.C.), República (476 a.C. – 27 a.C.), Imperio
(27 a.C. - 476/1453 d.C.).

b. Características:
• Unificó todo el mediterráneo y Oriente próximo.
• Unificación con base en la cultura griega y con aportaciones muy propias tales como el ejército
(elemento decisivo para la formación de su poderoso imperio), las vías, el derecho, la lengua (en
un segundo momento, pues al inicio también tomó el idioma griego), la arquitectura (acueductos,
ciudades bien construidas).
• Filosofía (estoicismo: Séneca, Epitecto).
• Religión: Tradicional (politeísmo, culto público –Emperador-, culto en la familia –pater familias).
Cultos orientales (estaban emergiendo; eran más íntimos y en lugares privados).
• Juegos públicos y diversiones: gladiadores…

¿Por qué el Imperio persiguió a los cristianos, máxime que era tolerante en materia religiosa con los
pueblos vencidos?

a. Naturaleza del cristianismo

Unicidad y universalidad. No se podían contentar con vivir tranquilos al lado de otros. Cristo es Salvador
universal. El Dios revelado en Jesucristo quiere reunir a todos los hombres en su única Iglesia. Es lo que
afirma Bernardino Llorca: “… por principio rechazaban los dioses, todo el culto romano, abominaban de
las demás divinidades, sostenían que su religión era la única verdadera […]. Más aún: se dedicaban al

1
Este tema ha sido elaborado por el P. Jorge Aldemar Aristizábal: Estas hojas son un resumen de: Bernardino Llorca (2001),
Historia de la Iglesia Católica. Edad Antigua, T. 1, Madrid España: BAC, menos lo primero donde se ofrece una panorámica
de la historia de Roma y las características más salientes del Imperio Romano.
No podemos olvidar al primer historiador de la Iglesia Católica, cuya obra es la fuente primaria para el conocimiento de la vida
de la Iglesia en la antigüedad: Eusebio de Cesarea (1973), Historia Eclesiástica, Madrid España: BAC.
Otra referencia muy importante para conocer más sobre los mártires que hemos aludido y obtener una visión de todos los que
tenemos noticias es: Actas de los mártires (1996), Daniel Ruiz Bueno (ed.), Madrid España: BAC.
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más activo proselitismo, que ponía en efervescencia a los más fanáticos defensores de la antigua
mitología” (p. 177c).

b. Odio que fue surgiendo y acrecentándose contra el cristianismo

Por lo anterior se les consideraba ateos, hombres sin conciencia, enemigos del género humano y capaces
de todos los crímenes al no tener el freno de las creencias en los dioses.
El historiador romano Tácito y los apologistas nos indican claramente el ambiente anticristiano que
fue surgiendo en contra del cristianismo.
Este odio fue alimentado por:
✓ Aquellos que veían en peligro sus intereses: el caso de Pablo en Éfeso (Hch 19,23).
✓ La actividad de los judíos: como ejemplo podemos citar el caso del martirio de Policarpo en Esmirna;
cuando fue anunciado en el estadio su condena a ser quemado vivo nos dice la relación que se conserva
de su martirio que los judíos inmediatamente salieron a conseguir leña para el holocausto.
✓ La santidad de los cristianos: su conducta moral normalmente íntegra era un reproche a la forma
muchas veces licenciosa de proceder de los paganos.
✓ Las calumnias que llovieron sobre los cristianos: de conductas depravadas o como causantes de todas
las desgracias como venganza de los dioses al no recibir el culto de los seguidores de Jesucristo.

c. Razón de Estado

Vino más tarde; consistía en considerarlos un peligro para el Imperio. Desde Decio (249-251) aparece
claramente esta causa. En las persecuciones anteriores prevalecieron los otros motivos.

Anotación importante

Hasta hace algún tiempo se hablaba de diez persecuciones y diez perseguidores; San Agustín fue el
primero en hacer esta división siguiendo el simbolismo de las diez plagas de Egipto; es una visión más
teológica que histórica.

Llorca hace la siguiente afirmación que pareciera corresponder a los hechos históricos tal como
sucedieron: “Pueden distinguirse como tres períodos de persecución en que ésta toma caracteres
diferentes. El primero es simplemente el principio y primera sistematización de las persecuciones […] El
segundo comprende las persecuciones individuales y esporádicas. El tercero, las grandes persecuciones
de carácter universal, que tenían por objeto exterminar el cristianismo” (p. 184b). Estas últimas, las del
tercer grupo, se subdividen entre las no sistematizadas y las sistematizadas. Seguiremos este criterio.

a. Comienzo y primera sistematización de las persecuciones

Dejando de lado las persecuciones de Palestina y las disposiciones del emperador Claudio contra los judíos
por revueltas en la ciudad debido a discusiones en torno a un tal Chrestos entre el 48 y el 49 de las que
nos hablan los historiadores paganos Suetonio y Dion Casio, la primera persecución del Imperio Romano
se da con el emperador Nerón entre los años 64 y 68.
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La causa estriba en el incendio de Roma iniciado el 18 de julio del año 64 y que duró seis días
enteros; de los 14 distritos de la ciudad tres quedaron reducidos a pavesas y, otro siete, semidestruidos. La
ciudad fue reducida a la miseria y a la desesperación. Corrieron rumores según los cuales habría sido el
mismo Emperador quien lo habría dispuesto. Como fuera en aumento la furia y la vida del mismo Nerón
corriera peligro, éste acuso a los cristianos y el pueblo lo creyó.

Tácito, que no cree en esta acusación y que menciona el rumor entre el pueblo, nos narra la
persecución que por este motivo sufrieron los cristianos y las formas de muerte; lo describe en sus Anales
15,44, cuyo texto puede encontrarse en Actas de los mártires, p. 217-225, particularmente en la p. 223.

Sobre las víctimas, Tácito afirma: “multitudo ingens”; san Clemente Romano, en su carta a los
Corintios, también lo expresa. Respecto a la extensión es probable que haya alcanzado lugares fuera de
Roma, pues existen actas de mártires, si bien poco seguras, que hablan de varios grupos en diversas
ciudades de Italia y, luego, está la carta de san Pedro a Oriente que supone pruebas parecidas.

La segunda persecución sobreviene a la Iglesia con Domiciano que gobernó del 81 al 96. Los
anteriores emperadores, Vespasiano y Tito, no persiguieron a los cristianos, pues sabían por propia
experiencia (dirigieron el asedio y la toma de Jerusalén) que no eran contrarios a Roma. Sobre esta segunda
persecución estamos poco informados. El libro del Apocalipsis parecer tenerla como fondo histórico de
su narración. Según el historiador Eusebio, que lo toma de Bruttius (escritor pagano) muchos sufrieron el
martirio.

Igual que en la primera, aquí también se tomó la iniciativa de buscar y castigar a los cristianos.
Sobre las víctimas más notables, Dión Casio menciona a Acilio Glabrión (cónsul en el año 91), a Flavio
Clemente (primo hermano de Tito y de Domiciano, cónsul en el año 95) y su esposa Flavia Domitila (esta
última relegada a la isla Pandataria); también refiere otra Flavia Domitila, la joven, sobrina de Flavio
Clemente (desterrada a la isla Poncia); debe tenerse en cuenta que es dudosa la existencia de las dos
Domitilas. Sobre esta persecución también nos habla Suetonio. Respecto a su extensión, probablemente
fue mayor que la primera y alcanzó otros lugares fuera de Roma, pues Plinio el joven, gobernador de
Bitinia, nos habla en su carta al emperador Trajano hacia el año 115 d.C. de las apostasías obtenidas veinte
años antes (95) por las amenazas; además, según una traducción, san Juan, Apóstol y Evangelista, habría
sufrido el martirio en este tiempo; luego, según afirma Hegesino, también Palestina sufrió los ataques
contra el cristianismo bajo Domiciano.

b. Persecuciones individuales y esporádicas

Este período de persecuciones se caracteriza porque normalmente surgen a raíz del espíritu
anticristiano que reina entre el pueblo.

b.1. Trajano (98-117)

La información más importante sobre la situación del cristianismo y su persecución bajo este
Emperador, la encontramos en el rescripto de Trajano a Plinio el joven, gobernador de Bitinia. Este le
exponía al Emperador la situación que se estaba dando dentro de su jurisdicción: muchos cristianos son
denunciados ante su tribunal; ¿qué hacer? Trajano le responde: si apostatan deben ser perdonados y
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dictamina que no reciba acusaciones anónimas. Aquí se observa una gran mitigación de la ley existente
contra los seguidores de Jesús. Por esto, no debería llamarse a Trajano perseguidor, ni a ésta tercera
persecución.

Dado que persistía la ley de ilicitud del cristianismo, algunos gobernadores urgieron su
cumplimiento y esto explica la existencia de mártires ilustres bajo Trajano; algunos de los más insignes
son san Clemente Romano; san Simeón, obispo de Jerusalén, uno del grupo de los hermanos del Señor,
según nos informa el historiador Eusebio de Cesarea; y el conocido por su deseo del martirio para poseer
completamente a Jesús, san Ignacio de Antioquía.

b.2. Adriano (117-138)

La información más importante sobre la persecución hacia los cristianos en este período la
encontramos en el rescripto de Adriano a Minucio Fundano, quien en el año 124 había acudido al
Emperador en demanda de instrucciones; le responde indicándole que solamente los castigue si han
cometido un crimen, pero ¿el sólo hecho de ser cristiano es delito? Además, le pide que castigue a los
calumniosos. Mitiga aún más la ley persecutoria. Bajo su reinado los martirios son casos aislados que
dependían del arrebato popular o del celo exagerado de algún magistrado.

b.3. Antonino Pío (138-161)

Se comportó de una manera aún más benévola para con el cristianismo que sus inmediatos
predecesores. Incluso manifestó su deseo de que no se derramara sangre cristiana. A pesar de lo anterior,
hubo chispazos de persecución y martirios aislados; el más célebre de todos es Policarpo, obispo de
Esmirna; su martirio es narrado por la misma comunidad en una carta preciosísima enviada a la comunidad
de Filomela. Se puede ver en Actas de los mártires, ps. 265-279.

b.4. Marco Aurelio (161-180)

Este Emperador superó en benignidad para con los cristianos a sus predecesores. No obstante, su
reinado se caracteriza por un número más crecido de cristianos por el fanatismo de las autoridades locales.
Los mártires más relevantes bajo este período son Justino y sus compañeros; el acta que refiere su martirio
puede verse en Actas de los mártires ps. 311-316; luego, está la preciosísima carta de las iglesias de Lyon
y Vienne sobre sus mártires sacrificados entre el 177 y el 178 y que puede verse en Actas de los mártires
ps. 327-348.

b.5. Cómodo (180-192)

Continuó con la misma política de tolerancia; incluso, parece que fue benévolo para con los
cristianos, quizás por influencia de su concubina Marcia que según algunos era simpatizante del
cristianismo. Pese a ello hubo mártires por el fanatismo de algunos gobernadores. Los más relevantes son
Apolonio, de familia nobilísima; y en África los seis mártires escilitanos. Además, en Asia Menor el
Procónsul mandó asesinar a algunos cristianos.
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c. Tercer período de persecuciones

c.1. Persecuciones generales no sistematizadas (193-249)

El Imperio pasó por una gran crisis durante buena parte del siglo III; los emperadores se fueron
sucediendo de manera muy rápida. Cuando estos se dieron cuenta que el cristianismo formaba una fuerza
compacta y poderosa que estaba extendida por todo el Imperio, entonces tomaron medidas persecutorias
generales; querían destruirlo porque les parecía peligroso para el Estado. Entonces hay un cambio de
política: se pasa de no buscarlos a edictos generales.

c.1.1. Septimio Severo (193-211) y período de paz bajo los emperadores siguientes

Al inicio fue tolerante, pero en el año 200 cambió de parecer; encontrándose en guerra contra los
Partos, publicó su primer edicto general en el que se prohíbe hacerse judío o cristiano. Se aplicó con todo
rigor en Oriente. Sus efectos produjeron la desorganización de la escuela catequética de Alejandría;
Clemente tuvo que escapar y Orígenes, cuyo padre Leonidas acababa de ser martirizado, fue perseguido.
En África también arreció la persecución y algunas de sus víctimas más ilustres son Perpetua y Felicidad.
Otro centro martirial lo encontramos en las Galias donde murieron Félix, Fortuno y Aquiles (apóstoles de
Valence); además, está san Ireneo, muerto probablemente en el año 203. Luego vino un nuevo edicto que
poco conocemos y que agravó notablemente la situación.

Al final de Septimio Severo fue cambiando la situación. Al principio del reinado de Caracalla (211-
217) se dio un cambio completo y vino una gran paz. Le sucedió Heliogábalo (218-222) que no se
preocupó por los cristianos y el período de paz continuó. Alejandro Severo (222-235) fue, de la dinastía
de los Severos, quien más adelante llevó la tolerancia para con los cristianos; practicaba un gran
sincretismo hasta el punto que uno de sus dioses era Jesús; dispensó un favor especial a los cristianos
debido a su madre Julia Mammea que recibió instrucción de Orígenes e Hipólito. Pese a lo anterior,
durante el reinado del más tolerante e incluso más benévolo para con los cristianos entre los Severos,
aparece el martirio de los papas Calixto (217-222) y Urbano (222-230) y de santa Cecilia; las actas que
refieren este último martirio son muy posteriores y de escaso valor histórico.

c.1.2. Maximino de Tracia (235-238)

Inicia período de anarquía militar y los cristianos son poco molestados; sin embargo, Maximino
Tracia comenzó a perseguirlos simplemente porque su antecesor, a quien asesinó, los favoreció; además,
dado que había algunos en la corte. Esta información nos la refiere Eusebio. Orígenes añade que hizo
demoler y quemar los edificios cristianos, según nos lo refiere In Matth. 28. El edicto que Maximino
publicó contra los cristianos ordenaba que solo se castigara a los dirigentes; parece que estas medidas no
se ejecutaron con rigor, aunque hubo mártires: varios personajes de la Corte; el papa Ponciano e Hipólito,
deportados a Cerdeña; el sucesor de Ponciano, Antero, probablemente también fue martirizado; además,
Orígenes nos informa sobre algunos martirios de Oriente. Los emperadores sucesores volvieron a la
tolerancia: Papiano y Balbino (238), Gordiano (238-244), y Filipo el Árabe (244-249); este último,
incluso, les otorgó favor, por lo cual se llegó a pensar que ocultamente se había bautizado, aunque no
parece probable.
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c.2. Las grandes persecuciones contra el cristianismo (249-313-324)

c.2.1. Persecuciones de Decio y Valeriano. Cambio de sistema persecutorio

c.2.1.1. Persecución de Decio (249-250)

A mediados del siglo III se hallaba el cristianismo en gran florecimiento por los grandes períodos
de paz en que había vivido; es en estos momentos cuando debe afrontar las más grandes pruebas, las
batallas abiertas y decididas contra el cristianismo. Decio sube al trono imperial y lo gobierna del 249 al
251. Se propuso hacer volver el imperio a su antigua grandeza, en particular, devolverle a la religión de
Estado su antiguo esplendor, quizás en contra del sincretismo de los severos; se convenció que para llevar
a cabo este plan su mayor enemigo era el cristianismo y se decidió a exterminarlo.

Promulgó un edicto general de persecución que no se ha conservado, pero que lo conocemos


sustancialmente por las historias contemporáneas: facultaba a los procónsules y gobernadores de
provincias para exigir a todos sus súbditos el reconocimiento de la religión de Estado, fuera ofreciendo
alguna libación o sacrificio, fuera participando en los banquetes sagrados y quemando incluso hasta un
solo grano de incienso; con esto bastaba, pues daba muestras de adhesión al culto pagano. Se comenzó a
aplicar este edicto con todo rigor en todo el imperio. Como se buscaba preferentemente a los dirigentes,
algunos de estos se ocultaron y desde sus escondites animaban a la comunidad por medio de cartas; san
Cipriano fue uno de ellos. Muchos murieron mártires, pero también fueron numerosos los apóstatas. Los
magistrados romanos buscaban hacer apóstatas y no mártires y por todos los medios buscaban lograrlo.
Los apóstatas eran llamados sacrificados o incensados (thurificati); otros se compraban o se les daba el
libellus (libeláticos) o billete oficial que los acreditaba en las listas oficiales como si hubieran cumplido
lo mandado, pero sin haberlo hecho. Todos eran apóstatas y así fueron llamados y considerados por la
Iglesia.

Una de las primeras víctimas fue el papa san Fabián y le siguieron en Roma varios clérigos y otros
más. En Italia está santa Águeda, hija y patrona de Catania. En Cartago, murieron muchos según nos dice
san Cipriano que se escondió. En Egipto, también sufrieron muchos el martirio según datos de Dionisio
de Alejandría, Obispo, que se mantuvo oculto; estas noticias de Dionisio nos las trasmite Eusebio. Hubo
mártires en Grecia, Creta y otras islas helénicas, Asia proconsular, Éfeso, Pérgamo, Bitinia, España... Una
de las grandes glorias de esta persecución fue, además de los mártires, la corona preciosa de los confesores;
este título aparece por vez primera al finalizar la persecución de Decio; uno de los más ilustres fue
Orígenes.

Ya a finales de la vida de Decio, la persecución se suavizó. Le sucedió como emperador Gallo,


quien encendió de nuevo la persecución porque pensaba que por su culpa la peste asolaba el imperio. El
nuevo Papa, Cornelio (251-253) fue desterrado a Civitá Vecchia, donde murió el 253; le sucedió Lucio
(253-254), quien también fue desterrado apenas elegido. Pero esta avalancha pasó rápidamente al subir al
trono imperial Valeriano (253-260), quien fue muy favorable al cristianismo en los primeros años de su
reinado.
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c.2.1.2. Persecución de Valeriano (253-260)

Hasta el 257 los cristianos gozaron de gran paz y algunos ocuparon puestos importantes en el
palacio imperial, al parecer, por influjo de Salomina, esposa de Galieno, heredero del Imperio. Pero, de
repente, sobrevino la persecución general que inició en agosto de 257; en este mes se publicó el primer
edicto que exigía sacrificar a los obispos, presbíteros y diáconos, bajo pena de destierro para quien no
obedeciera. Además, bajo pena de muerte prohibía las reuniones para el culto y la entrada en los
cementerios. Bien pronto los obispos de Alejandría, Dionisio, y de Cartago, Cipriano, fueron llevados ante
los tribunales y al negarse a sacrificar fueron desterrados; igualmente, se desterró a muchos obispos,
sacerdotes y fieles en Numidia.

El segundo edicto del 258 nos es conocido por una carta de Cipriano: los obispos, sacerdotes y
diáconos que no habían obedecido debían ser ejecutados inmediatamente. Los nobles y caballeros serían
degradados de sus títulos y, si persistían, debían ser condenados a muerte. Las matronas, despojadas de
todos sus bienes y desterradas (si persistían en la fe). Ahora los cristianos estaban más fuertes para la lucha
y sin los miembros débiles de la persecución de Decio. Entre los mártires romanos están el papa Sixto II
junto con cuatro diáconos (san Lorenzo martirizado unos días después del Papa); así lo atestigua Cipriano.
El acólito san Tarcisio sacrificado por la furia popular cuando por las calles de Roma llevaba ocultamente
la comunión a un enfermo que no había podido participar de la eucaristía celebrada en una catacumba; el
relato tiene fondo histórico, pero luego se le añadieron aspectos que deben pertenecer al ámbito de la
leyenda.

La Iglesia africana en Cartago y Egipto fue la más probada en estos momentos. Cipriano nos da
abundante información de los inicios de la persecución en este lugar; se escondió, pero fue descubierto y
llevado ante el procónsul Galerio Máximo ante quien hizo una valiente confesión de su fe; se conserva el
acta de su martirio con toda su autenticidad. Otros obispos ya encarcelados por el primer edicto, fueron
martirizados en virtud del segundo y ante su perseverancia en la confesión de la fe; otros más derramaron
su sangre por confesar a Cristo en esta zona del imperio. Sobre Egipto nos informa Dionisio de Alejandría
en varias cartas; de ellas se desprende que hubo muchos mártires. El Oriente no debió quedar sin mártires,
dado que el mismo Valeriano se dirigió al Asia proconsular para dirigir la campaña contra los persas.
Sobre la persecución en España se conserva el relato del martirio del obispo de Tarragona, san Fructuoso,
y sus dos diáconos, Augurio y Eulogio; fueron quemados vivos.

La guerra contra los persas terminó en una humillante derrota. El mismo emperador fue capturado,
martitizado y asesinado. Entonces, la persecución contra los cristianos cesó. Le sucedió su hijo Galieno
(260-268); por influencia de su madre Salomina dio inmediatamente un edicto de tolerancia; Eusebio nos
da estos datos; es el primer edicto de tolerancia desde que habían iniciado las persecuciones; además,
ordenó que fueran devueltos a los cristianos las iglesias y cementerios confiscados.

c.2.2. Persecución de Diocleciano y Maximiano y sus sucesores. Fin de las persecuciones (305-
313-324)

Entramos a la última y más sangrienta. El emperador Diocleciano gobernó del 284 al 305. Los primeros
18 años de reinado fueron de tolerancia en la línea precedente. Parece que su esposa y su hija Valeria, por
lo menos fueron catecúmenas; además, importantes personajes de la corte eran cristianos.
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El cristianismo iba adquiriendo gran fuerza y penetrando en las esferas elevadas del Imperio, al
igual que en el ejército; esto podía ocasionar la reacción de los elementos paganos más fanáticos que
moverían al emperador a un cambio de parecer; así efectivamente sucedió. Sobre esta persecución estamos
muy bien informados: Lactancio con su obra De la muerte de los perseguidores y Eusebio con su Historia
Eclesiástica; además, existe un buen número de actas de este período, aunque muchas de ellas, posteriores
y con rasgos legendarios. Para estudiar esta persecución es necesario, en primer lugar, tener presente la
nueva división administrativa: dos augustos (286) con dos césares (293).

Diocleciano fue inducido a la persecución por su césar, Galerio; en esto coinciden Lactancio y
Eusebio. Lo primero que logró fue la depuración del ejército, retirando del mismo los que fueran
cristianos; incluso, algunos fueron martirizados. Pero Galerio no se contentó con esto y, efectivamente,
logró el inicio y la continuación de la más fuerte de las persecuciones que sufriera el cristianismo en los
primeros siglos. El primer edicto general dispuso la destrucción de las iglesias y de los libros sagrados;
también: privación para los cristianos de sus cargos, títulos y dignidades; y desconocimiento de todos sus
derechos ante los tribunales civiles. Todavía no llegaba al derramamiento de sangre.

El segundo edicto general es de abril de 303; allí se ordenaba el encarcelamiento de todo el clero
(desde los obispos hasta los clérigos exorcistas). Rápidamente vino el tercer edicto que completaba las
decisiones del segundo: liberar a los que sacrificaran y atormentar de la manera más inhumana posible a
los perseverantes. En marzo del 304 se promulgó el cuarto edicto general: extendía a todos los cristianos
el mandato de ofrecer a los dioses; se debían utilizar los más refinados tormentos para hacerlos apostatar;
si perseveraban, entonces la pena de muerte. Fue una lucha abierta, firme, decidida; el aparato imperial se
puso al servicio de una decidida extinción del cristianismo. En todas partes se ejecutó, menos en los
dominios de Constancio que se contentó con destruir algunas iglesias. Ríos de sangre corrieron.

Hubo apóstatas, sacrificados (incensados) y libeláticos a los que alude Eusebio; además, surgieron
los traditores o traidores (los que entregaban los libros sagrados por temor a los tormentos). Pero también
hubo muchos mártires; tanto Lactancio como Eusebio nos refieren con mayor detalle esta persecución.
Las mayores consecuencias se dejaron sentir en Oriente. En occidente hubo paz en los dominios de
Constancio y, luego, de su hijo Constantino. Pero también hubo persecución violenta en África, Italia y
España (donde no gobernaba Constancio y Constantino). A este período deben pertenecer, por lo que
respecta a Italia, los martirios de los santos Marcos y Marcelino; la famosa santa Inés (su existencia y
martirio es cierto, pero los detalles están rodeados de leyenda); san Pancracio (joven de catorce años); san
Sebastián, jefe militar e íntimo amigo de Diocleciano., etc. En España fue dura esta persecución; estaba
gobernada por Daciano; ejecutó con todo rigor los edictos imperiales. El mártir más ilustre de todos es san
Vicente; luego, están los 18 mártires de Zaragoza. Hubo un buen número de mártires en África, aunque
las actas que se conservan son posteriores y de poco valor histórico. Por lo que respecta a Egipto, nos dice
Eusebio que fue testigo ocular: “innumerables fieles, con sus esposas e hijos, sufrieron por la fe diversos
géneros de muerte”; el mismo Eusebio expresa el refinamiento y la atrocidad de los tormentos. También
existen otras fuentes que nos informan de otros martirios.

En cuanto a los mártires de Palestina y de las regiones orientales, nuevamente Eusebio nos
comunica el nombre de no pocos de ellos; fueron muchos y admirables en su heroísmo; pero el mayor
número fue de confesores. Numerosos fueron también los martirios en Siria (particularmente en su capital,
Antioquía), Fenicia, Arabia y Mesopotamia, Bitinia, Cilicia, Galacia... Eusebio y los demás historiadores
de la época nos informan de la crudeza de los tormentos, pero apenas dan nombres de mártires. En las
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cuencas del Danubio y en los Balcanes, territorios dependientes de Galerio, la persecución fue
particularmente violenta. Eusebio no nos dice nada de ella, pero tenemos noticias ciertas de otras fuentes;
entre sus mártires está el obispo Ireneo de Motrowitza, lugar donde tenía su residencia Galerio; Anirino
de Siscia, etc.

Diocleciano abdicó el primero de mayo del 305 y obligó a hacer lo mismo al augusto de Occidente,
Maximiano Hércules; los césares asumieron la dignidad de augustos y, al mismo tiempo, fueron
nombrados dos césares. Como consecuencia inmediata, Constancio Cloro hizo cesar la persecución y
como España pasó a su jurisdicción, entonces allí también se detuvo la persecución; su césar, Septimio
Severo, aunque debió su elevación al influjo de Galerio, también siguió en sus territorios (incluido África)
la tolerancia de Constancio Cloro. Muerto Constancio le sucedió Constantino; a su vez, Severo tuvo que
enfrentarse con un conteniente, Majencio (hijo de Maximiano Hércules, quien fue proclamado en Roma
en el 306 por los pretorianos); éste venció a Severo poco tiempo después. Majencio y Constantino eran
favorables a los cristianos. La persecución cesó por completo en Occidente desde el año 305 al subir
Constancio a la dignidad de Augusto.

En Oriente continúo con todo su rigor la persecución, tanto en los territorios dependientes de
Galerio como de su césar, Maximino Daia, que gobernaba en Siria y Egipto. Muy pocos son los nombres
de mártires de esta persecución. Se apaciguó un poco en el Ilírico al llegar como Augusto Licinio, quien
fue puesto por Galerio como sucesor de Severo. Por su parte, Maximino Daia seguía con su misma fuerza;
Eusebio dice que publicó nuevos decretos contra el cristianismo (De Martyrum Palaest. 4,8s). Por este
motivo, en este último estadio hubo muchos mártires en Egipto, Asia Menor y, sobre todo, en Palestina.
Al final venció el cristianismo. Galerio, en acuerdo con Constantino y Majencio, en abril del 311 publicó
un edicto de tolerancia. Pese a esto, Maximino Daia continuó la persecución, pero al ser vencido por
Licinio, éste extendió la tolerancia a todo Oriente. A su vez, al final de su vida Licinio comenzó
nuevamente la persecución, pero terminó definitivamente con su derrota y muerte al ser vencido por
Constantino. Éste era único emperador de Occidente desde febrero del 313, fecha en que venció a
Majencio en la batalla del Puente Milvio; no le quedó duda de la intervención del Dios de los cristianos
en el éxito y si desde antes era tolerante y favorable para con la religión de los discípulos de Jesús, a partir
de este momento comienza una época de creciente y decidido apoyo. Al salir triunfante en la batalla contra
Licinio, único emperador de Oriente, en el 324, quedó constituido como emperador de Oriente y
Occidente. El imperio nuevamente queda en una sola persona y el cristianismo se va convirtiendo cada
vez más en el alma del mundo romano, cada día lo va penetrando más y más y el paganismo va
retrocediendo, hasta terminar con la constitución del cristianismo como religión oficial del Estado
Romano bajo Teodosio.

Para terminar, recomendamos vivamente la lectura de Eusebio de Cesarea sobre los mártires bajo
Diocleciano que se encuentra en su Historia Eclesiásatica, VIII,1,1-13,7.

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