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Ernst Mayr
CUALQUIER COSA que cambia en el tiempo tiene por definición una historia -el
universo, los países, las dinastías, el arte, la filosofía y las ideas mismas. La ciencia
también, desde que surgió de los mitos y las primeras filosofías, ha experimentado un
cambio histórico constante y por tanto es material legítimo para el historiador. Debido a
que lo esencial en la ciencia es el proceso continuo de resolver problemas buscando el
entendimiento del mundo en que vivimos, una historia de la ciencia es primero una
historia de los problemas de la ciencia y sus soluciones o intentos de soluciones. Pero es
también una historia del desarrollo de los principios que forman el marco conceptual de
la ciencia. Debido a que las grandes controversias del pasado frecuentemente llegan a la
ciencia moderna, muchas discusiones actuales no pueden ser entendidas completamente
a menos que uno entienda su historia.
Las historias escritas, como la ciencia misma, necesitan ser revisadas constantemente.
Las interpretaciones equivocadas de autores antiguos muchas veces se han convertido
en mitos aceptados sin cuestionamientos y conservados de generación en generación.
He hecho un esfuerzo particular por exponer y eliminar tantos de estos mitos como me
ha sido posible, con la esperanza de no crear demasiados mitos nuevos. La razón
principal por la cual la historia está en constante necesidad de revisión, es que, en un
momento dado, sólo refleja el estado presente de entendimiento; depende de cómo el
autor interpreta las tendencias intelectuales del momento en biología, así como de su
propio marco conceptual y sus antecedentes. Por lo tanto, por necesidad, la historia
escrita es subjetiva y efímera.1
Cuando comparamos varias historias de la ciencia, se vuelve aparente que los diferentes
historiadores tienen diferentes conceptos de ciencia y también diferentes maneras de
escribir la historia. Finalmente todos tratan de mostrar el aumento en el conocimiento
científico y los cambios ocurridos en la interpretación de los conceptos. Pero no todos
los historiadores de la ciencia han tratado de contestar las seis preguntas principales a
las que deben dirigirse todos aquellos que quieran describir el progreso de la ciencia en
una forma crítica y glosal: ¿quién?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿qué? ¿cómo? y ¿por qué? La
gran mayoría de los tipos de historia que yo conozco se pueden clasificar con base en la
selección que el autor hace de entre preguntas (cf. Passmore, 1965, pp. 857-861), aun
cuando debo reconocer que casi todos los historiadores usan, en realidad, una
combinación de varias estrategias y aproximaciones. Mi clasificación es como sigue:
1
Esto está bien ilustrado por las dos mejor conocidas y más extensas historias de la biología, la de Rad1
(1907-1908) y la de Nordenskiold (1928). Ambas fueron escritas hace más de cincuenta años, por autores
cada uno de los cuales tenía un punto de vista definido. Por ejemplo, Radl, era algo romántico y muy
impresionado por la importancia de Paracelso, Schelling y Hegel. La historia de la biología de
Nordenskiold, aunque es todavía vigente, tiene muchas debilidades. En particular, él la escribió en un
periodo cuando el prestigio del darwinismo, al menos en el continente europeo, había alcanzado su punto
más bajo. Debido a su sesgo antidarwinista, su presentación de la historia de la biología evolutiva es
virtualmente inservible. En contraste, el tratamiento de la historia de la anatomía, la embriología, y la
fisiología siguen aún vigentes. Ambos autores recalcan los aspectos lexicográficos y biográficos, y
proceden básicamente en orden cronológico. Nordenskiold reconoció que la historia de la biología debía
ser “un segmento de la historia de la cultura general» y estableció que su empeño fue concentrarse “en el
tratamiento de los principios teóricos y las generalizaciones [...] aparentes en la investigación biológica”.
En su presentación del material no siguió sus propias reglas tanto como se requiere en la historiografia
científica contemporánea.
HISTORIAS LEXICOGRÁFICAS
Este tipo de historia es más o menos descriptiva con un fuerte énfasis en las preguntas
¿qué?, ¿cuándo? y ¿dónde? ¿Cuáles fueron las principales actividades científicas en un
periodo dado del pasado? ¿Cuáles fueron los centros científicos donde los científicos
más sobresalientes estaban trabajando y cómo cambiaron a través del tiempo? Nadie
pondrá en duda el valor de dichas historias. Una presentación correcta de los hechos
verdaderos es indispensable porque mucha de la historia tradicional de la ciencia (y sus
pruebas estándar) está incrustada de mitos y anécdotas apócrifas. Sin embargo, una
historia puramente descriptiva provee únicamente parte de la historia.
HISTORIAS CRONOLÓGICAS
Para cualquier persona que escriba historia, es crucial considerar las secuencias en el
tiempo, De hecho, se puede escribir tomando la cronología como el criterio primordial
de organización, y algunos autores lo han hecho. Por ejemplo, cuando se preguntan ¿qué
pasó en la biología entre 1749 y 1789 o entre 1789 y 1830? En todas las ramas de la
biología las historias cronológicas presentan una secuencia de secciones cruzadas en la
totalidad de su desarrollo. Este tipo de consideración en la historia no sólo es legítimo
sino también muy revelador. Crea una sensación de las tendencias intelectuales y
morales del momento y de las influencias que tiene el conocimiento biológico en un
momento dado. Permite en primer lugar investigar cómo han influido en la biología
misma los avances alcanzados en otras ramas de la ciencia; cómo es que, aun dentro de
la biología, los avances hechos por los experimentalistas han afectado el pensamiento de
los naturalistas y viceversa.
HISTORIAS BIOGRÁFICAS
La meta de este tipo de historia es retratar el progreso de la ciencia mediante las vidas
de los científicos más sobresalientes. Esta aproximación es también legítima ya que la
ciencia la hacen los hombres y el impacto que han tenido individualmente científicos
como Newton, Darwin y Mendel ha sido de una naturaleza cuasi-revolucionaría. Sin
embargo, este tipo de acercamiento a la historia comparte con la cronológica la misma
debilidad: atomiza los problemas científicos importantes. El problema de las especies,
por ejemplo, tendrá que ser discutido en los textos de Platón, Aristóteles, Cesalpino y
herbolarios como Buffon, Linneo, Cuvier, Darwin, Weismann, Nageli, de Vries, Jordan,
Morgan, Huxley, Mayr, Simpson, etc. Todas estas discusiones del mismo problema
estarán separadas por muchas páginas, si no es que por capítulos.
Este punto de vista pone énfasis en el hecho de que la ciencia se forma por el esfuerzo
humano y, por lo tanto, es inseparable del medio intelectual e institucional de un
periodo dado. Este punto de vista gusta especialmente a aquellas personas que se
aproximan a la historia de la ciencia desde el campo de la historia en general. Estas
personas se harán preguntas como: ¿Por qué la ciencia en Gran Bretaña durante los años
1700 a 1850 fue tan experimental y mecanicista, mientras que la ciencia en Francia en la
misma época tendió a ser más matemática y racionalista? ¿Por qué la teología natural
dominó la ciencia 75 años más en la Gran Bretaña que en todo el continente europeo?
¿Qué tanto influyó la revolución industrial en el surgimiento de la teoría de la selección
natural de Darwin?
Muchas veces, es muy difícil incluso distinguir los factores internos de los externos. La
gran cadena del ser (scala naturae) fue un concepto filosófico que tuvo un gran efecto
en la formación de los conceptos de los primeros evolucionistas como Lamarck y otros.
Sin embargo, Aristóteles desarrolló este concepto con base en observaciones empíricas
en los organismos. Por otro lado, entre los factores externos menos controvertidos están
las ideologías adoptadas universalmente. El dogma cristiano de la creación y el
argumento del diseño de los organismos dado por la teología natural dominó el
pensamiento biológico durante varios siglos, El esencialismo (de Platón) es otra
ideología todopoderosa. Curiosamente la teoría de Darwin desplazó a esta teoría en gran
parte debido a las observaciones de los taxónomos y de los hibridizadores de animales,
esto es, debido a factores internos.
Es importante notar que los factores externos tienen influencia en la ciencia de dos
maneras completamente diferentes: Pueden afectar el nivel general de la actividad
científica en un momento dado y en un lugar determinado, o bien pueden afectar o aun
originar una teoría científica en particular. En el pasado con frecuencia estos dos
aspectos se consideraban juntos, dando como resultado una gran controversia sobre la
importancia relativa de los factores internos en contra de los externos.
Sólo a partir de que ha habido una historia de la ciencia ha sido tomado en cuenta el
efecto de las condiciones del entorno en cuanto a las actividades científicas. Se ha
especulado interminablemente sobre por qué los griegos tenían tanto interés en hacerse
preguntas científicas, y por qué hubo un resurgimiento de la ciencia durante el
Renacimiento. ¿Cuál fue el efecto del protestantismo en la ciencia (Merton, 1938)? ¿Por
qué floreció la ciencia a ese grado en Alemania durante el siglo XIX? Algunas veces se
pueden citar factores externos específicos, como por ejemplo (como Merz ha señalado,
entre 1896 y 1914) el reemplazo del latín por el alemán en la Universidad de Halle, y la
fundación de la Universidad en Gotinga hacia 1737 en la cual la Wissenschaft tenía un
papel fundamental. Cambios institucionales de todo tipo, como la fundación de la Royal
Society y, sucesos políticos como guerras y el lanzamiento del Sputnick, así como
necesidades tecnológicas, tuvieron efectos tanto estimulantes como depresores en la
actividad científica. Esto, de todas formas, deja abierta la pregunta muy controvertida de
en qué medida estos factores externos favorecieron o inhibieron teorías científicas
específicas.
Sin embargo, la tesis que dice que hay una manera proletaria de escribir la historia de la
ciencia está en conflicto con tres conjuntos de hechos: Primero, las masas no producen
teorías científicas que sean diferentes a las que produce la clase científica. Si existe
alguna diferencia, ésta consiste en que el “hombre común” generalmente retiene las
ideas aún después de que han sido descartadas por los científicos. Segundo, hay una
gran movilidad social entre los científicos: de un cuarto a un tercio de cada generación
de científicos provienen de clases socioeconómicas más bajas. Tercero, la clase social
en la que se nace tiende a estar mucho más relacionada con la determinación de quiénes
originan nuevas ideas rebeldes que con aquellos que pertenecen a una clase en particular
(Sulloway, MS). Todo esto está en conflicto con la tesis de que el contexto
socioeconómico tiene un efecto dominante en el surgimiento de nuevas ideas y de
nuevos conceptos científicos; el peso de la evidencia está en contra de quienes suscriben
tales tesis y hasta ahora han sido incapaces de presentar alguna prueba concreta.
Por supuesto que nadie vive en el vacío, y cualquiera que lea vorazmente, como lo hizo
Darwin después de su regreso del viaje en el Beagle, se verá influido por sus lecturas
(Schweber, 1977). Los cuadernos de notas de Darwin son una evidencia de lo correcto
de esta inferencia. Pero, como Hodge (1974) señala, esto por sí mismo no prueba la
tesis de los marxistas de que “Darwin y Wallace al formular sus teorías estaban
extendiendo la ética de laissez-faire de la sociedad capitalista a toda la naturaleza7.
Hasta ahora, aparentemente, no ha tenido una gran importancia la influencia de los
factores sociales en el desarrollo de avances específicos en la biología. Lo contrario es,
por supuesto, falso. Sin embargo, el estudio del efecto de la ciencia en la teoría social,
las instituciones sociales y la política pertenece al dominio de la historia, la sociología y
las ciencias políticas, pero no al de la historia de la ciencia. Estoy de acuerdo con
Alexander Koyré (1965, p. 856) en que es inútil “deducir la existencia» de ciertos
científicos y ciencias a partir de su entomo. “Atenas no explica la existencia de Platón
más de lo que Siracusa explica a Arquímides o Florencia a Galileo. Buscar
explicaciones en estos términos es una empresa completamente inútil, tan inútil como
tratar de predecir la evolución futura de la ciencia o de las ciencias en función de la
estructura del contexto social.” Thomas Kuhn (1971, p. 280), de manera semejante, ha
observado que el historiador parece invariablemente dar 11 un énfasis excesivo al papel
del clima circundante en las ideas extracientíficas” (véase también Passmore, 1965).
HISTORIAS PROBLEMÁTICAS
Hace más de cien años Lord Acton aconsejó a los historiadores que “estudiaran
problemas, no periodos”. Este consejo es apropiado especialmente para la historia de la
biología, que se caracteriza por la longevidad de sus problemas científicos. La mayoría
de las grandes controversias de los siglos XIX y principios del xx se refieren a
problemas que se conocían ya desde Aristóteles. Estas controversias se han transmitido
de generación en generación, y de siglo en siglo. Son procesos, no hechos, y pueden ser
completamente entendidos solamente a través de tratamientos históricos. Como dijo
R.G. Collingwood (1939, p. 98): la historia “no se ocupa de hechos sino de procesos.
Los procesos no son cosas que tengan principio y fin sino que se convierten unos en
otros”. Esto debe ser subrayado particularmente para los positivistas lógicos, cuyos
puntos de vista estáticos hacían pensar que el problema auténtico de la ciencia era la
estructura lógica: “La filosofía de la ciencia, como ellos la conciben, es eminentemente
un análisis cuidadoso y detallado de la estructura lógica y los problemas conceptuales
de la ciencia contemporánea” (Laudan, 1968). De hecho, la mayoría de los problemas
científicos se entienden mucho mejor si se estudia su historia y no tanto su lógica. De
todas formas, se debe recordar que la historia problemática no reemplaza a la historia
cronológica. Las dos aproximaciones son complementarias.
El punto de vista problemático hace énfasis en la historia de los intentos por resolver
problemas (por ejemplo, la naturaleza de la fertilización o el factor que le otorga
direccionalidad a la evolución). La historia incluye no sólo los intentos provechosos
para resolver problemas, sino también los fallidos. En el tratamiento de las
controversias más importantes en el campo de la biología se hace un esfuerzo por
analizar las ideologías (o dogmas) así como la evidencia específica con las cuales los
adversarios apoyaban teorías opuestas. En la historia de la problemática se hace énfasis
en el científico, su mundo conceptual y su trabajo. ¿Cuáles eran los problemas
científicos de la época? ¿Cuáles eran las herramientas técnicas y conceptuales
disponibles para la búsqueda de una solución del problema? ¿Qué metodología estaba a
su alcance? ¿Qué ideas prevalecientes en ese momento dirigieron e influyeron en la
toma de decisiones durante la investigación? Este tipo de preguntas son las que dominan
el enfoque de la historia desde el punto de vista de su problemática.
Este trabajo lo he escrito adoptando ese punto de vista#. El lector debe tener en mente
que no es una historia de la ciencia tradicional. Debido a que se concentra en la historia
de los problemas y conceptos científicos, necesariamente se le escapan los aspectos
biográficos y sociológicos de la historia de la biología. Puesto que mi formación es la de
un biólogo, me siento mejor preparado para escribir una historia de los problemas y
conceptos de la biología que una historia biográfica o sociológica.
No todos los historiadores se han percatado de lo complejos que son muchos conceptos
biológicos -de hecho, ni siquiera de lo compleja que es la estructura de la biología como
un todo. En consecuencia, se han publicado algunas versiones extremadamente confusas
de la historia de la biología de autores que no entienden que hay dos biologías: una que
resuelve las causas funcionales y otra las causas evolucionistas. De la misma manera,
cualquier persona que escriba sobre “La teoría de la evolución de Darwin” en singular,
sin tomar en cuenta las teorías de la evolución gradual, del ancestro común, la
especiación y el mecanismo de la selección natural, no podrá discutir este asunto
competentemente. Cuando se propusieron por primera vez la mayoría de las teorías de
la biología eran de este tipo compuesto. Su historia y su efecto no pueden ser entendidos
a menos que se separen los diferentes componentes y se estudien independientemente.
Frecuentemente pertenecen a líneas conceptuales muy diferentes.
#
Mayr se refiere al libro citado en la nota 2. [E.]
2
Mayr se refiere aquí al libro: The Growth of Biological Thought, 1982, Harvard University Press, pp.
974.
debido a que no hay otro tipo de marco conceptual o tratamiento adecuado disponible
para la ciencia de la diversidad. Estoy consciente del peligro de que algunos críticos
opinen, “¡Pero si éste es un libro de texto de biología organizado históricamente!”.3 Es
tal vez lo que debiera ser una historia de la problemática de la biología. Probablemente
la dificultad más grande con la que se enfrenta cualquier historia conceptual de la
biología es la longevidad de las controversias. Muchas de las controversias aún vigentes
tienen su origen hace varias generaciones y hasta siglos, algunas incluso se remontan a
la época de los griegos. En esos casos es más constructivo hacer una presentación más o
menos “atemporal” que una cronológica.
SUBJETIVIDAD Y PREJUICIOS
Un teórico soviético del marxismo una vez se refirió a mis escritos como “materialismo
dialéctico puro”. Yo no soy marxista y no conozco la última definición de materialismo
dialéctico, pero sí admito que comparto algunos puntos de vista antireduccionistas de
Engels, tal como están formulados en su Anti-Duhring, y me siento muy atraído por el
esquema de Hegel de tesis-antítesis-síntesis. Además, creo que se puede provocar más
fácilmente por el establecimiento categórico de una tesis, y que el problema se resuelve
más, eficientemente con la confrontación de una tesis inflexible y una antítesis, y que
por tanto, la síntesis última se logra más rápidamente. En la historia de la biología se
pueden encontrar muchos ejemplos de esto.
La exigencia tradicional que se hace a los historiadores, ha sido siempre que sean
estrictamente objetivos. Este ideal fue muy bien expresado por el historiador Leopold
von Ranke, quien decía que los historiadores deberían “mostrar la realidad tal y como
era”. Él contemplaba la historia como una reconstrucción fiel de la serie de sucesos del
pasado. Esta objetividad es apropiada cuando se intenta contestar las preguntas de
3
Idem.
quién, qué, cuándo, y dónde, aunque debe señalarse que, aún al presentar los hechos, los
historiadores son subjetivos puesto que usan juicios de valor al acomodar los hechos y,
son selectivos cuando deciden cuáles aceptar y cómo relacionarlos entre sí.
Sin embargo, sería inapropiado usar la visión retrospectiva moderna para juicios de
valor. Lamarck, por ejemplo, no estaba tan equivocado (como ahora parece a aquellos
que están familiarizados con el seleccionismo y la genética mendeliana) cuando se juzga
en términos de los hechos conocidos por él y de las ideas prevalecientes en la época. La
frase Interpretación presentista de la historia” fue introducida por el historiador Herbert
Butterfield (1931) para señalar la costumbre de algunos historiadores ingleses
constitucionalistas, de ver su objeto de estudio como una ampliación de los derechos
humanos, en la que los liberales buenos y “que ven hacia el futuro” estaban
continuamente luchando con los conservadores “que ven hacia el pasado”. Butterfield,
más tarde (1957) aplicó el término presentista (whiggish) al tipo de historia de la ciencia
en el cual cada científico es juzgado por la magnitud de sus contribuciones en el
establecimiento de la interpretación actual de la ciencia. En lugar de evaluar a los
científicos en términos del medio intelectual en el que se desarrollaban, los evalúa
estrictamente en términos de los conceptos prevalecientes. En esta aproximación se
ignora el contexto completo de los problemas y conceptos en los que los científicos
anteriores han trabajado. La historia de la biología está plagada de estas interpretaciones
tendenciosas y presentistas.
Siempre que hay una controversia científica, los puntos de vista del lado perdedor casi
invariablemente después son tergiversados por los vencedores. Varios ejemplos son: el
tratamiento de Buffon por los partidarios de Linneo, el de Lamarck por los partidarios
de Cuvier, el de Linneo por los darwinianos, el de los biometristas por los mendelianos,
y así sucesivamente. Los historiadores de la biología deben intentar presentar una
estimación más balanceada. Muchas teorías, hoy rechazadas, como la de la herencia de
los caracteres adquiridos sostenida por Lamarck, anteriormente parecían bastante
consistentes con los hechos conocidos en esa época. Los autores no deberían ser
criticados por haber adoptado esa u otras teorías, aun cuando ahora se haya comprobado
que están equivocadas. Casi siempre los que han sostenido teorías aparentemente
equivocadas han tenido razones de peso para hacerlo. Con frecuencia trataban de hacer
énfasis en algo que sus oponentes habían descuidado. Los preformacionistas, por
ejemplo, intentaban subrayar algo que más tarde resurgió como el programa genético.
Los biometristas sostenían los puntos de vista de Darwin de la evolución gradual en
contra de los mendelianos y su teoría saltacionista. En ambos casos las ideas correctas
se agrupaban con ideas equivocadas y se manejaban en conjunto con los errores. Yo
trato de poner especial atención en las víctimas (tanto personas como teorías) puesto
que en el pasado han sido tratadas injustamente o, al menos, inadecuadamente.
Los historiadores y los científicos son dos grupos de estudiosos con puntos de vista y
antecedentes completamente diferentes, que reclaman como propia la historia de la
ciencia. Sus contribuciones respectivas de hecho son un tanto diferentes, y están
dictadas por diferentes aptitudes e intereses. Un científico tiende a seleccionar para su
análisis y discusión problemas diferentes de los que escoge un historiador o un
sociólogo. Por ejemplo, en explicaciones recientes de la evolución por varios
evolucionistas, H. Spencer ha recibido muy poca atención, si es que alguna. Hay buenas
razones para esto. Spencer no sólo era vago y confuso, sino que además las ideas que
defendía eran de otros, y eran ya obsoletas cuando Spencer las retomaba para
discutirlas. No se cuestiona que Spencer tomaba prestadas ideas que fueron populares e
influyentes –al menos en lo que concierne al público general—sin embargo, no es tarea
propia de científicos-historiadores invadir el dominio de la sociología. Los biólogos
normalmente carecen de habilidad para tratar con los problemas sociales de la historia.
Por otro lado, sería igualmente ridículo pedir que un historiador social presentara un
análisis competente de problemas científicos. La historia de la ciencia requiere de
inspiración, información y ayuda metodológica de ambas partes; de la ciencia y la
historia, y a su vez, sus hallazgos contribuyen a ambos campos.
Hay razones de peso para atraer la atención tanto de historiadores como de científicos
hacia la historia de la ciencia. Los griegos no tenían ciencia tal y como la definimos hoy
en día; cualquiera que fuera su ciencia, la practicaban tanto filósofos como médicos.
Después de la Edad Media hubo una inclinación continua hacia la emancipación de la
ciencia de la filosofía y de las tendencias intelectuales y morales de la época. En el
periodo renacentista y durante el siglo XVIII las creencias científicas estaban
fuertemente influidas por la actitud de los científicos hacia la religión y la filosofía. Un
cartesiano, un cristiano ortodoxo, o un deísta, inevitablemente tenían ideas diferentes
con respecto a temas sobre cosmología, generación y todos los aspectos de la
interpretación de la vida, de la materia y de sus orígenes. Nada marcó la emancipación
de la ciencia de la religión y la filosofía más definitivamente que la revolución
darwiniana. Desde aquella época se ha vuelto muy difícil juzgar si es un científico
cristiano devoto o ateo al leer sus publicaciones. Lo anterior es cierto, con excepción de
unos cuantos fundamentalistas, incluso para los escritos de los biólogos sobre el tema de
la evolución.
La mayoría de las historias generales de la “ciencia” han sido escritas por historiadores
de la física, quienes nunca han podido superar la actitud parroquial de que cualquier
cosa que no sea aplicable a la física no es ciencia. Los físicos tienden a calificar a los
biólogos en la escala de valores que depende de qué tanto usan “leyes medidas,
experimentos y otros aspectos de la investigación científica que están altamente
valorados en la física. Como resultado, los juicios acerca del campo de la biología
efectuados por historiadores de la física que uno se encuentra en la bibliografía son tan
absurdos que uno no puede más que sonreír. Por ejemplo, sabiendo que Darwin
desarrolló su teoría de la evolución en gran parte con base en sus observaciones como
naturalista, no le queda a uno más que maravillarse con afirmaciones como ésta: “El
naturalista es, por supuesto, un observador entrenado pero sus observaciones difieren de
aquellas que hace el guardabosque, sólo en grado, no en tipo; su única calificación
esotérica es su familiaridad con la nomenclatura sistemática”. Este tipo de prejuicio del
pensamiento fisicalista está completamente fuera de lugar en el estudio de la biología
evolutiva. La formación de las teorías y su historia en la biología evolucionista y
sistemática requiere una aproximación radicalmente diferente, una aproximación que de
alguna forma es similar a la adoptada por un historiador de la arqueología o por un
intérprete de la historia universal moderna.
OTROS PREJUICIOS
Todos los especialistas, no sólo los físicos, consideran. de manera natural, que su campo
de investigación es el más interesante y sus métodos los más productivos. Como
resultado se encuentra un tipo de chovinismo odioso entre las diferentes áreas de la
ciencia, y aún dentro de un campo específico como la biología. Es chovinismo, por
ejemplo, cuando Hartmann (1947) asignó 98% de su enorme libro Biología general a la
biología fisiológica y sólo 2% a la biología evolutiva. Es también chovinismo cuando
ciertos historiadores adjudican el surgimiento de la síntesis evolucionista a los
descubrimientos en genética, ignorando por completo las contribuciones hechas por la
sistemática, la paleontología, y otras ramas de la biología evolutiva (Mayr y Provine,
1980).
También algunas veces existe un chovinismo nacional dentro de las áreas de la ciencia,
que tiende a exagerar o hasta presentar equivocadamente la importancia de la ciencia en
el país de origen del escritor y a la vez a menospreciar o ignorar a los científicos de
otras naciones. Esto no necesariamente se debe a un patriotismo fuera de lugar, sino más
frecuentemente es el resultado de la falta de capacidad para leer en los idiomas en los
que científicos de otros países han publicado contribuciones importantes. Estoy muy
consciente de que existe la posibilidad de sesgo en mi propio trabajo debido a mi
incapacidad para leer lenguas eslavas y japonesas.
TRAMPAS Y DIFICULTADES
TEMPESTIVIDAD
Una crítica que comúnmente se les hace a los historiadores de la ciencia, y no sin
justificación, es que están demasiado preocupados exclusivamente con la “prehistoria”
de la ciencia, esto es, con periodos de acontecimientos que son altamente irrelevantes
para la ciencia moderna. Para evitar esta queja he tratado de empezar la historia tan
cercana del presente como es posible para un no especialista. En algunos casos, por
ejemplo, el descubrimiento en los últimos cinco a diez años en la biología molecular del
número de familias de ADN, o las consecuencias conceptuales (por ejemplo en
evolución) el conocimiento previo es demasiado incierto para tratarlo.
Estoy en desacuerdo con las recientes aseveraciones de que “el objeto de la historia de
la ciencia son las investigaciones y disputas que han concluido más que los problemas
que están presentes y vivos actualmente”. Esto es un gran error. La mayoría de las
controversias científicas se extienden por periodos más largos de lo que generalmente se
piensa. Aún en nuestros días las controversias tienen una raíz que frecuentemente se
remonta tiempo atrás. Son precisamente los estudios históricos de esas controversias los
que continuamente contribuyen a la aclaración conceptual y por tanto hacen posible la
solución final. Análogamente al campo de la historia universal, donde la historia
contemporánea” se reconoce como un campo legítimo, hay una “historia
contemporánea” de la ciencia. No hay nada más equivocado que asumir que la historia
de la ciencia sólo trata temas ya caducos. Por el contrario, uno puede llegar a considerar
como prehistoria las estimaciones de problemas caducos de siglos y milenios anteriores.
SIMPLIFICACIÓN
PRESUPUESTOS
Una dificultad más para el historiador de la ciencia se presenta por la falta de conciencia
del investigador de su propio marco conceptual. Muy rara vez hablan -si es que acaso lo
piensan- sobre qué verdades o conceptos aceptan sin cuestionamientos y cuáles otras
rechazan totalmente. En muchos casos los historiadores pueden unir el rompecabezas
solamente reconstruyendo el ambiente intelectual completo de la época. Y sin embargo,
comprender estos conceptos tácitamente asumidos puede ser necesario para contestar
preguntas desconcertantes anteriormente. En la ciencia uno siempre ttata con
prioridades y sistemas de valores, los cuales determinan la dirección de nuevos campos
de investigación después de que se ha completado un trabajo previo de investigación;
determinan también cuáles teorías interesa confirmar o refutar al investigador; también
determinan sí el investigador considera agotada o no una área de investigación. Y sin
embargo, hasta ahora se ha descuidado un estudio de los factores que determinan esas
prioridades o los sistemas de valores. El historiador de la ciencia debe tratar de
encontrar qué ocurrió en la mente del científico cuando le dio una nueva interpretación a
un conjunto de hechos conocidos desde hace tiempo. Tal vez es lícito decir que los
sucesos realmente cruciales en la historia de la ciencia siempre ocurren en la mente del
científico. Uno debe tratar de pensar, para decirlo de alguna manera, como el científico
cuando desarrolló el trabajo que uno está tratando de analizar.
Mi interés en la historia de la ciencia surgió por la lectura de La gran cadena del ser, de
A. O. Lovejoy, donde se hace el intento -muy exitoso por cierto- de seguir la historia de
la vida, por decirlo así, de una sola idea (o una compleja cohesión de ideas) desde la
Antigüedad hasta el final del siglo XVIII. Aprendí más de este único libro que casi de
cualquier otra cosa que haya leído antes. Otros dos autores que han intentado una
aproximación similar son Ernst Cassirer y Alexander Koyré. Con sus libros nos han
proporcionado estándares completamente nuevos de la historiografía científica.
En el caso de la historia de la ciencia, el centro de atención son los problemas más que
las ideas, pero la manera de tratarlos no es muy diferente a la de un historiador de las
ideas al estilo de Lovejoy. Como Lovejoy, el historiador de la ciencia trata de rastrear
los problemas desde su surgimiento y observar su destino y sus ramificaciones, desde su
origen hasta su solución o su estado en la época actual.
BIBLIOGRAFÍA
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