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Ruta: EL SUFRIMIENTO

Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Por eso el primer
hombre fue creado bueno, constituido en la amistad con su Creador y en
armonía consigo mismo. Pero a partir del pecado original, la naturaleza
humana ha querido herida y sometida al sufrimiento. De ahí que el hombre,
cada uno de nosotros, vamos caminando nuestra vida terrena, de un modo u
en otro, por el camino del sufrimiento.
Todos sufrimos de modos diversos, no siempre considerados por la
medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones. Porque el
sufrimiento es algo todavía más amplio y más complejo que la enfermedad.
Y una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre
sufrimiento físico y sufrimiento moral.
Aunque su pueden usar como sinónimos las palabras “sufrimiento” y
“dolor” no tienen el mismo significado, ya que el sufrimiento físico se da
cuando de cualquier manera “duele el cuerpo”, mientras que el sufrimiento
moral es cuando “duele del alma”.
Frente a la realidad del sufrimiento nos surge una pregunta ¿Por qué sufro?
Es una pregunta acerca de la causa, de la razón, acerca de la finalidad
(¿para qué sufro?); en definitiva, acerca del sentido del sufrimiento.
Hay que tener en cuenta que los animales también sufren, sobre todo
físicamente. Pero solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y se
pregunta por qué sufre; y sufre más profundamente si no encuentra una
respuesta satisfactoria.

Cuando el hombre hace esta pregunta no se la hace al mundo, aunque


muchas veces el sufrimiento provenga de él, sino que la hace a Dios como
Creador y Señor del mundo.
El hombre dirige esta pregunta a Dios lleno de conmoción y de inquietud; y
Dios espera la pregunta y la escucha. Aunque por esta pregunta se puede
llegar a múltiples frustraciones y conflictos en nuestra relación con Dios e
incluso se puede llegar a la negación misma de Dios.
Pero para poder encontrar la verdadera respuesta al “por qué” del
sufrimiento, tenemos que volver nuestra mirada a la revelación del amor de
Dios. Porque el amor es la fuente definitiva de todo lo que existe y es
también la fuente más plena para dar respuesta a la pregunta sobre el
sentido del sufrimiento. Esta respuesta ha sido dada por Dios al hombre en
la cruz de Jesucristo.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su único Hijo, para que todo
el que crea en Él no muera, sino que tenga la vida eterna”. Estas palabras
de Cristo nos introducen al centro mismo de la acción salvadora de Dios.

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Salvación que significa liberación del mal y que por ello está en estrecha
relación con el problema del sufrimiento.
Porque Dios da su Hijo al mundo para librar al hombre del mal y del
sufrimiento. Liberación que es realizada por Jesús mediante su propio
sufrimiento. Y en ello se manifiesta el amor, el amor infinito, tanto del Hijo
como del Padre.
Como resultado de la obra salvífica de Cristo, el hombre existe sobre la
tierra con la esperanza de la vida eterna. Y aunque la victoria sobre el
pecado y la muerte, conseguida por Cristo con su cruz y resurrección, no
nos libera de los sufrimientos, sin embargo, proyecta una luz nueva sobre
cada sufrimiento.

En su paso por nuestra tierra, Cristo se acercó incesantemente al mundo del


sufrimiento humano por el hecho de haber asumido ese sufrimiento en sí
mismo. Durante su actividad pública probó la fatiga, la falta de una casa, la
incomprensión incluso de los más cercanos…Y en su obrar se dirigía a los
enfermos y a los que esperaban su ayuda, siendo sensible a todo
sufrimiento humano, tanto al del cuerpo como al del alma.
Pero Cristo no solo da la respuesta acerca del sentido del sufrimiento con
sus enseñanzas, sino ante todo con su propio sufrimiento.
Porque Cristo sufre voluntariamente y sufre inocentemente. Y por medio de
su sufrimiento en la cruz logra tocar las raíces del mal, plantadas en la
historia del hombre y en las almas humanas. Y, finalmente, la cruz de
Cristo llega a convertirse en una fuente de la que brotan ríos de agua viva.
Nuestra salvación se lleva a cabo mediante el sufrimiento de Cristo. Cristo
sufrió en vez del hombre y por el hombre y cada uno de nosotros está
llamado a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado
nuestra salvación. Porque Cristo sufrió y murió pero también resucitó y a
través de su resurrección manifiesta su fuerza victoriosa sobre el
sufrimiento y sobre la muerte.
Cristo no explica las razones del sufrimiento, sino que ante todo dice:
“Sígueme, toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del
mundo que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz”.
A medida que el hombre toma su cruz, se revela ante él el sentido salvífico
del sufrimiento. Y entonces encuentra en ese sufrimiento la paz interior e
incluso la alegría espiritual.
Porque el sufrimiento, si se acepta y soporta en forma compartida, puede
convertirse en alegría. Porque la Pasión de Cristo siempre culmina en la
alegría de la resurrección, de modo que cuando sintamos en nuestro propio
corazón los sufrimientos de Cristo debemos recordar que la resurrección
vendrá, que la alegría de la Pascua no dejará de aparecer.

2
El sufrimiento es siempre una prueba, a veces una prueba bastante dura.
Una prueba que nos llama a la perseverancia para poder soportar lo que
molesta y hace daño. Haciendo esto, el hombre hace brotar la esperanza de
que el sufrimiento no prevalecerá sobre él.
Hay que destacar que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza
que nos acerca interiormente a Cristo, una gracia especial. A esa gracia
deben su profunda conversión muchos santos como San Francisco de Asís
o San Ignacio de Loyola. Porque cuando el hombre está gravemente
enfermo se pone en evidencia su grandeza espiritual, constituyendo una
lección conmovedora para los hombres sanos.

El mundo de hoy es un “calvario abierto”. En todas partes encontramos


sufrimientos físicos y psíquicos. El dolor y el sufrimiento han invadido
nuestras vidas.
Ante esta realidad, la Madre Teresa de Calcuta nos decía que el dolor, la
penas, el sufrimiento, no son sino el beso de Jesús, una señal de que se ha
llegado tan cerca de Él que Él puede besarnos.
Frente al sufrimiento somos invitados a aceptar ese regalo de Jesús. Porque
por ese camino se está reviviendo la Pasión de Cristo y hay que aceptar a
Cristo tal como Él entra a nuestras vidas: maltrecho, destrozado, lleno de
dolor y cubierto de heridas.

No permitamos que el sufrimiento nos llene tanto de dolor y de pena como


para olvidar la alegría. No olvidemos que en toda circunstancia, y sobre
todo en las más difíciles de nuestra vida, no estamos solos sino que Cristo
está más cerca que nunca de cada uno de nosotros. Cristo siempre está a
nuestro lado y nos da la fuerza para seguir adelante. Por eso en el
sufrimiento, como en cada circunstancia de nuestra vida, caminemos con
Cristo. ¡Porque Cristo vale la pena!

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