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Tener una cita con Don Juan es normal y un anticipo erótico, pues éste es su oficio, citar,
como lo hace el juez o se cita al astado en la lidia. Pero tener por costumbre la representación
teatral de uno de los variados y desiguales “donjuanes” que ha producido la literatura española
y universal, debe tener un origen. Hace poco nos estremecía la estética y desgarro vital de la
cinematográfica “Don Juan en los infiernos”, como unas décadas ha que el teatro nos ofreció la
sugestiva obra de Max Frisch “Don Juan o el amor a la Geometría”. Y es que el mito hispánico
acuñado por nuestro Tirso de Molina, y pre-existente en las leyendas romanceadas sobre el
joven impío y libertino, -también vulgarmente “calavera”-, se convirtió rápidamente en un
prototipo o paradigma universal de una manera de ser o comportarse, geométricamente
asimétrico de los cánones y normas imperantes de la sociedad y de las costumbres que la
censura podía tolerar.
Las romanceadas leyendas –de esta libaciones a los muertos, de donde vendrá luego la
invitación a la estatua (del cementerio) que se traducirá en el “Convidado de piedra”-, son muy
abundantes en tierras galaicas y leonesas, y su fecha, por la forma de expresión, medievales.
La estructura de las múltiples versiones recogidas también en la Bretaña francesa y en América,
es más o menos la siguiente: un galán, camino de la misa (los cementerios o “camposantos”
rodeaban hasta hace poco las iglesias), encuentra una calavera de la que se mofa y hace
escarnio, y dándole un puntapié le invita a cenar. Ésta acepta y cumple su palabra
presentándose a la hora convenida a la mesa para la que se ha dispuesto cubierto y asiento. A
su vez, el infamador es convidado al banquete que le ofrece la Calavera en el cementerio, en su
tumba abierta, donde, evidentemente, no quiere entrar: aparece la lección, el castigo y
escarmiento o el arrepentimiento del libertino. De esta leyendas del Infamador y del Convite
Sacrílego , van a aparecer vinculados al “galán calavera” y conquistador, las connotaciones de
“burlador”, y así Tirso de Molina –que se inspiró sin duda del “ Infamador ” de J. De la Cueva y
de La fianza satisfecha de Lope-, juntó en la creación de su prototipo todos estos ingredientes,
titulando su obra “ El Burlador de Sevilla y convidado de piedra ”, rápidamente suplantado el
título pro el personalismo de su protagonista, Don Juan, de la familia de los Tenorio .
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El impacto de esta obra que asombró y aterrorizó el espíritu religioso de la Europa del
Barroco, -en cuyas raíces religiosas se podrá ver un secreto deseo de punición a la represiva
Iglesia de la época-, se tradujo en múltiples adaptaciones de dramaturgos de segunda fila de la
Comedia del Arte italiana , como la de Cicognini (en 1560), en el francés Villiers y este en el
Don Juan de Molière en 1682, el cual, como “moda francesa” contribuyó a una amplia difusión
del “mito de Don Juan” en Europa y su asimilación a un tipo italiano, es la obra musical de
Mozart, ayudado por el libreto de Da Ponte –inspirado en Molière-, y con ayuda directa de
Casanova en persona, según se supone por la reintroducción del Aria del Catálogo , es decir,
las 1.003 víctimas femeninas que su criado, -aquí es el italianizado Leporello- nos va a cantar (y
contar) como aventuras de su dueño, añadiendo “ma in Spagna” para dar más fuerza si es que
se supone -con el mito que perdura hasta hoy- que las mujeres españolas no son seducibles.
(Error propagado por los viajeros extranjeros que visitaban España).
La psicología que el reflexivo Tirso captó de sus contemporáneos, es la otra cara del
mismo hombre que años atrás enterrara Cervantes, derrotado, cansado y desganado, Don
Quijote. El ideal de humanidad, el quijotismo español, tiene una feroz contrapartida o reverso de
la medalla en Don Juan, individualista y asocial.
aburguesado Don Juan de Molière-, y como buen español de la época, “religioso”, aunque
irreverente, lo que aumenta la grandiosidad de su riesgo. Nunga niegan la creencia, solamente
la desafían: “¡Cuán largo me lo fiáis!” (sic). Jamás se proclaman ateos como en el de Molière, lo
que es inconsustancial con todo el desenlace: la invitación al muerto. Si no se cree, es absurda
la parodia.
Don Juan ama la osadía que le da la medida de su poder, es decir, no sumisión a nada
ni a nadie. Éste es el motor de sus actos: probar y probarse que no hay dos como él (“Áquí esta
Don Juan Tenorio y no hay hombre para él”). Y allí está su antagonista y rival D. Luis Mejías
(“Aquí hay un don Luis que vale lo menos dos…”. “Y cual vos, por donde fui/la razón atropellé/
la virtud escarnecí/ a la justicia burle/ y a las mujeres vendí”).
Don Juan se presenta como el poder, categoría con la que algún estudioso le ha
bautizado. Su antroposicología es la del afán de dominio, la del ego y poder sumo, y para ello,
nada ni nadie por encima: ninguna barrera, ninguna norma que le coaccione, sean ellas
religiosas, sociales o sexuales. Don Juan se dirige al bello sexo avasallando, porque supone
una transgresión de los usos y costumbres morales de la misma manera que profana
cementerios, maltrata a los clérigos, desobedece a la autoridad paterna y política y desafía al
cielo.
Las mujeres, el sexo, no son para Don Juan más que un episodio. Un límite a traspasar,
un riesgo de afirmación dejando detrás de la transgresión el clamor del escándalo. El testimonio
de que no hay nadie capaz de hacer más que él haga. De esta característica sobre su relación
episódica con las mujeres, y a la luz de alguna interpretación partidista de las teorías
psicoanalíticas, se ha intentado explicar y ‘positivizar' a Don Juan colocándole algún sambenito
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De Villamediana –el más popular de cuantos galanes hubo en aquel Madrid cortesano y
decadente-, se llegó a saber que estuvo acusado por el santo oficio de lo que entonces se
llamaba el pecado nefando o “contra natura”, la homosexualidad (claro que, las acusaciones a
la Santa Inquisición eran anónimas y en la mayoría de los casos llevadas por la envidia y la
perfidia). La fama de Tenorio de Don Juan de Tassis era tal, y los riesgos que tomaba eran de
tal osadía, que se presentó en la plaza Mayor de Madrid a alancear toros, llevando una
banderola cuya divisa rezaba: “Francelina, mis amores son reales”. Las malas lenguas
interpretaron el texto como una alusión a la esposa de Felipe IV, la francesita Isabel de Valois…,
y el equívoco era expreso y no era ajeno el dicho conde de Villamediana. (Parece ser, no
obstante, que se refería a Doña Francisca, dama portuguesa de compañía de la reina). Poco
tiempo después moría asesinado una noche en su propio coche. El pueblo de Madrid cantaba:
“A Cupido le han matado en un coche, ¿quién le manda a Cupido andar de noche?”.
Hemos entrado en la sociología (monarquía y corte) de la época que vio nacer la obra y
mito de Don Juan. Madrid, cabeza de un imperio aún en el cénit, pero en decadencia; la corte
corrompida de los últimos austrias, y todo el entorno de una nobleza numerosa y ociosa, viajera
y cosmopolita. En esta corte fue Confesor Real Tirso de Molina, y el confesionario le dio el
conocimiento de un mundo disoluto y sus recovecos. Sea como fuere, eran del dominio público
las galantes aventuras del propio rey, que ya a la edad de catorce años tuvo un hijo (uno entre
tantos) con una de las primeras artistas, la Calderona. Aquel rey que en su decrepitud física
engendró para heredero de un imperio al débil y enfermizo Carlos II.
En esta corte estrenaba y vivía el genio de la producción teatral, Lope de Vega, un Don
Juan mil veces arrepentido y mil veces “en las andadas” –como el propio Felipe IV- y que pasó
por el dolor de ver a su propia hija raptada por un tal Tenorio, llamado así de apellido. ¿Inspiró
este hecho a dar nombre a nuestro héroe? Es plausible, dada la relación que Tirso pudo tener
con su colega más viejo, Lope de Vega. Por otro lado, se hace nacer al personaje en la Sevilla
de le época, primera ciudad del país, entonces, debido al tráfico de mercancías con América, y
llena de extranjeros y comerciantes. Los Tenorio son una antigua familia de la nobleza. Éste es
el cuadro que hace interrelacionar todos sus elementos y dar a luz una obra pronto mito
universal. Añadamos algo más: a pesar de la corrupción, la Iglesia se presenta autoritaria y
represiva, siempre vigilante patriarcal y jerárquica, y en fin, la moral social imperante, muy
rígida.
Frente a todas esta fuentes de represión: Dios, Iglesia, Estado, familia, sociedad y moral
sexual. Don Juan se enfrenta también solo, saltándoselo todo a la torera. Demostrando que no
hay nada que se oponga a su real capricho: ni la amenaza de un dios castigador, ni la autoridad
paterna (con quien no se enfrenta pero a quien no obedece), ni ante el rey que le destierra, ni
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ante los preceptos de la Iglesia y normas sociales. La mujer tampoco se libra. Frente a la norma
impuesta de satisfacción sexual a través de la promesa y el matrimonio, Don Juan seduce y
abandona.
Que el pueblo o la historia se hayan quedado con este episodio seductor y “burlador”
(como un torero), puede que tenga muchas explicaciones conscientes y otras inconscientes: en
primer lugar, porque la familia y los deberes que pesan de responsabilidad y compromiso, son
los más directamente sentidos (en aquella época) por el hombre común, el cual aunque
reprimido también por la Iglesia y la autoridad política, ve a estos represores más lejanos y
distantes. En segundo lugar, Don Juan es visto por ellas como el varón inasequible al que
siempre es posible –mientras está libre- llegar a dominar. Aquí radica el éxito con las mujeres.
No hay seductor sino seductoras fracasadas. Don Juan es tolerado y secretamente envidiado
por el público masculino, porque él posee lo que ellos carecen: la libertad, la capacidad de huir,
de recobrar el primitivo estado sin obligaciones ni responsabilidades. Cuando don Juan se
enamora, ha muerto para las mujeres, carece de atractivo, no es disponible a ser conquistado, y
el hombre siente una velada compasión por el héroe.
sin la mediación de la Civilización. Entre el Principio del Placer y el Principio de la Realidad. Don
Juan es el arquetipo del eros, frente a la civilización represiva. La civilización como satisfacción
diferida, como aprendizaje y adaptación social es la Educación que se nos presenta a través de
todos los paradigmas de hombre educado: el guerrero, el escriba, el sacerdote, el caballero, el
clerk , el buen burgués, el padre honesto de familia…. No cabe duda que Don Juan es la
Deseducación .
(1) Este artículo fue publicado en Gaceta universitaria de Murcia . Octubre 1993. Nº 11.