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América Trejo

Alejandro Osornio Gutiérrez


1622202
Razas, clases sociales y vida política en México colonial 1610-1670. Jonathan Israel
(segunda parte)
Dentro del estudio de la Historia de la humanidad, diversas corrientes, así como distintos
investigadores, han desarrollado tanto posturas como periodos para entender las realidades
que son de interés para el análisis. Uno de los que historiográficamente ha tenido más
presencia en las investigaciones históricas, sin duda ha sido el periodo novohispano, el cual
abarca un sin fin de elementos que configuraron tanto a las sociedades occidentales como a
las americanas. Si bien, desde la llegada del conquistador a nuevos territorios se dieron
acontecimientos significativos de los cuales abordar grandes investigaciones, uno de los
procesos con mayor peso, hasta la fecha, es la diversidad cultural y racial en la población, y
cómo ésta repercute en el desarrollo de las sociedades. Un ejemplo de lo anterior mencionado
es la obra de Jonathan Israel, quien hace una revisión a una de las problemáticas más
significativas del siglo XVII en la Nueva España, el proceso de construcción y desarrollo de
la institución y figura virreinal, así como los componentes del mismo (instituciones,
organismos, figuras, vasallos, materias, riquezas), los cuales repercutieron de una forma
macro en el mundo.
Las relaciones verticales entre los integrantes sociales de este espacio generó concepciones
elitistas del poder y de las personificaciones del mismo; las facilidades, la confianza, las
riquezas, los beneficios, la ayuda, los favoritismos, el enriquecimiento desmedido se dio para
los occidentales, claro, cada sector en distintas medidas, mientras que los peores tratos, las
enfermedades, la violencia, el hambre, las injusticias, se los llevaron los nativos, ya sea de
África, América o Asia, al igual, con diferencias según el sector que se tratase. Como es
sabido por los conocedores del tema, la representación del poder máximo de aquel entonces,
al menos en la tierra, era la Corona, pues ésta tenía la facultad de decidir incluso por sobre
los vasallos o individuos, así como del territorio que deseen junto con la materia que se pueda
obtener. Ser perteneciente a este grupo fue algo que a muchas personas les generó, incluso,
su razón de ser en la vida.
A diferencia de la meritocracia, que se difunde con naturalidad y de forma masiva en la
actualidad, existían, a su vez, mecanismos occidentales y posteriormente novohispanos
encargados de infundir en las personas, aunque solo en ciertos sectores, la idea de poder
ascender en la pirámide social; ya sea que fuera una cuestión de nacimiento, en la que la
sangre diera la figura y autoridad, o una cuestión productiva, en la que a partir de las
ganancias que el individuo generaba a la corona, se puede, o no, aspirar a una mejor posición
en la sociedad. No obstante, eran cuestiones en las que muchos sectores de la población
popular se veían limitadas por su misma naturaleza, además de lo estipulado por un agente
externo a su realidad, una ideología contraria.
La obra en su totalidad narra, a partir de una diversidad de fuentes tanto primarias como
secundarias, el proceso de creación y adaptación de un régimen que “incluyese” la diversidad
racial, ideológica, política y económica dentro de un territorio nuevo, y muchas veces, al
menos en los inicios del siglo XVI y XVII, hostil. Dividida en dos partes, engloba la situación
social mexicana junto con las decisiones políticas-económicas de la corona española; muestra
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la transición de los ideales de gobierno en las diferentes figuras de poder, ya sea a partir del
trabajó que se realizó a través de la sucesión virreinal, la creación de organismos e
instituciones que velaran por la autoridad y el control de los distintos integrantes de la
sociedad, así como la aplicación de los mismos y la respuesta civil.
La primer parte describe la situación social por la que atravesaba el territorio entre los
primeros siglos; con la descripción de los indios, mestizos, negros, mulatos, españoles,
vascos, portugueses, italianos y judíos es clara la diversidad racial, causante de un sinfín de
conflictos, no solo dentro de la interacción de las partes, sino problemas hacia la misma
corona, la cual se vio afectaba más de forma política, pues requerían la sumisión de los
integrantes para garantizar el dominio que generase un desarrollo e incremento económico,
que bastante requería para financiar expediciones o guerras, además del resto de ámbitos en
los cuales es requerido el capital, ya sea para necesidades básicas de los peninsulares o para
la Nueva España.
Si bien es de suma importancia tener en cuenta la realidad social, pues en esta recae la
autoridad del Estado, para el trabajo en cuestión la segunda parte que integra esta obra es
crucial para el entendimiento de lo acontecido, pues en ella se integra de manera cronológica
el papel de ciertas figuras en la construcción de un nuevo mundo gobernado por occidente.
Para entender mejor la función y participación de estos personajes es importante retomar
algunas de las aclaraciones que da el autor, en donde argumenta que a partir de las
necesidades de la corona, que implicaban “la reconstrucción de la sociedad mexicana”1, el
control por parte del Virrey hacia los diferentes sectores de la población era de importancia
capital, ya que para absorber y contener la mayor parte de las ganancias, se desarrollaron
mecanismos que mejoraran el orden y la aplicación de lo dictado por las Audiencias, así
como la creación de figuras como el Corregidor y la unión con caciques indígenas, además
de la inclusión de misiones mendicantes que contribuyeran a dicha tarea.
No obstante, cada momento en el que se fueron dando los acontecimientos mencionados,
hubo grandes diferencias, al menos más que similitudes, pues el carácter del soberano en
turno, así como la ideología y la relación que tenía con Castilla, al igual que con los súbditos,
determinaron las consideraciones y acciones tomadas durante sus mandatos,
independientemente de la meta fijada por la corona. Para aclarar mejor lo anterior, se
mencionan algunas de las características más significativas que resalta el autor respecto a los
distintos mandatos, en donde resaltan las problemáticas a las que se enfrentaron, así como
las reformas o cambios que realizó en las leyes de la Nueva España y sus diferentes zonas de
gobierno.
En primer lugar, comienza con el apartado titulado “El marqués de Geles y la insurrección
de 1624”, el cual, como se puede advertir, narra la historia, incluso de una forma peculiar de
ejercer un gobierno bajo exigencias tan extenuantes. El 15 de enero una rebelión de grupos
populares, indígenas, mayoritariamente, marcó el gobierno de Diego Carrillo de Mendoza y
Pimentel, marqués de Gelves, Pero ¿por qué se da este acontecimiento? La rebelión se

1
Jonathan Israel (1980) Razas, clases sociales y vida política en México colonial 1610-1670. Pag. 22
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produjo en el contexto de los conflictos entre el virrey y distintos grupos de poder; el marqués
de Gelves era un hombre reformista, producto de la misma linea llevada en Europa por
Olivares. La mayoría orientadas a combatir la corrupción de los funcionarios reales, y así la
Corona pudiera obtener mayores recursos. Otras tantas se orientaron a resolver los problemas
con los que se fue encontrando, los más significativos versan en la relación que se tenía entre
el sector religioso y los organismos encargados de impartir justicia, además de la realidad
social que después pudo experimentar.
El marqués, además, se enfrentó a una problemática en la disminución demográfica
importante, por lo que tenía el interés de incluir dentro de sus reformas el “mejoramiento” de
la vida del indígena, donde se quitaban ciertos privilegios de los que, en la pirámide social,
estaban por encima de ellos. No tanto por lo que pudiera significar la vida per se, más bien,
por lo que representaba económicamente; era una época en la que la agricultura, la
construcción de obras públicas y la aplicación de servicios de abasto generaban mayores
ingresos, por lo que requería mano de obra de inmediato. Sin embargo, esta serie de reformas
impactaron de manera negativa en muchos sentidos; a pesar de que se establecieron ciertos
lineamentos rectores, no significó que todos los organismos de autoridad los respetaran,
incluso, la lucha entre regulares y seculares por la administración de las parroquias de indios,
generó el hartazgo de un sector de la población que se veía atacada ya no solo en su vida
productiva, sino en la que generaba un escape de tan atroces vivencias. Lo que generó el
derrocamiento de dicho virrey.
Posteriormente, al autor describe la experiencia del sucesor del marqués de Gelves, en el
apartado titulado “El marqués de Cerralvo (1624-1635)”. La situación en la que llega al
virreinato de la Nueva España no es de las más esperanzadoras; por un lado, la Corona llevaba
a cabo una serie de enfrentamientos armados en contra de Holanda y Francia, lo que
significaba mayor recabo de ingresos, así como de una alerta continua; además, se había dado
el motín de 1624, por lo que le fue encargado por Felipe IV atender tal, para posteriormente
encontrar y castigar a los responsables del mismo. El virrey supo comportarse y actuó de
manera práctica para la Corona, encontrando algunos responsables y castigándolos
públicamente. Además, dentro de sus primeros actos como autoridad, logró detener una
flotilla con intenciones de atacar e invadir el puerto de Acapulco.
Aunado a esto, tuvo que enfrentar una de las catástrofes más duraderas, que afectaron de gran
forma a la Ciudad de México. Una inundación monumental, que tardo alrededor de cuatro
años en desaparecer por completo. Esto generó un importante desplazamiento de la
población, adinerada en su mayoría, hacia Puebla de los Ángeles, provocando el crecimiento
tanto poblacional como económico del lugar. Dado que generaba un serio problema para la
Corona, se diseñaron mecanismos que permitieran el flujo del agua fuera de la Ciudad de
México, en particular con ayuda del fraile carmelita Andrés de San Miguel. Además de estas
decisiones tomadas a raíz de las problemáticas presentadas, aunque encaminadas a otros
fines, se estipulo que aquellos religiosos encargados de la evangelización dominaran las
lenguas indígenas.
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Esto último fue de gran importancia, puesto que, a medida que la presencia del conquistador
avanzaba al norte del territorio, era requerido, si no el domino, al menos si el conocimiento
del otro, algo que les permitiera ganar terreno más rápido y efectivamente. Por lo que diseño
una serie de reformas, al menos para las zonas ya ocupadas, que permitieran el control
hacendario, como sucedió en San Luis Potosí en donde estableció La Caja Real, o la
fundación de un presidio por parte de Martín de Zavala en el Nuevo Reino de León, al cual
nombró Cerralvo, en honor al virrey. No obstante, luego de once años en el puesto, regresó
a España en 1635 para fungir como embajador de Viena.
Por último, en el apartado “El conde de Alva de Liste, el duque de Albuquerque y el conde
de Baños (1650-1665)” el autor brinda una descripción de un proceso turbio y de muchos
cambios como los anteriores mencionados. Generalmente, en distintos tiempos y espacios en
el que la humanidad se ha desarrollado, el cambio continuo y drástico de representantes trae
consigo muchos problemas tanto para su gobierno como para la sociedad gobernada. En un
periodo de quince años, se realizaron muchos cambios en la administración del Virreinato de
la Nueva España, comenzando por el conde de Alva de Liste, quien luego de un proceso
similar al tratado en este apartado, toma posesión del cargo en los albores de una baja
demográfica a causa de las epidemias occidentales.
Sin embargo, él y Pedro de Galves, oidor de la Audiencia de Granada, tomaron una postura
conciliadora luego de los problemas sucedidos con el gobierno anterior, por lo que la
serenidad en su actuar, en un corto plazo, fue característica principal de su cargo. Entre lo
más representativo del actuar de Luis Enrique de Guzmán se puede anotar la atención que
puso en la producción minera de la zona, así como su posterior aprovechamiento, por lo que
puso capital, recursos y mano de obra de inmediato en zonas mineras importantes. Además,
comienzan a formarse las características representativas de las grandes haciendas, como la
concentración de la impartición de justicia y órganos locales que garanticen la seguridad y el
orden.
Participó, sin éxito, en la defensa de Jamaica en contra de los ingleses; aunque si tuvo éxito
en la represión de la subversión tarahumara, los cuales se quejaban del abuso colono, por lo
que asesinaron y saquearon misiones jesuitas y franciscanas. Estuvo al frente del cargo por
no más de tres años, hasta que fue promovido al Virreinato del Perú en 1653. Posteriormente
Francisco IV Fernández de la Cueva y Enríquez de Cabrera, duque de Albuquerque toma
posesión del mismo; a partir del conflicto entre españoles e ingleses, continuo la linea de su
antecesor de combatir estas fuerzas extranjeras, pues envió armas y munición a Jamaica y La
Habana, además, una de sus primeras acciones fue reforzar las defensas de Veracruz y San
Juan de Ulúa.
Económicamente, el soberano tenia conciencia sobre lo más conveniente para la Corona, por
lo que se concentró en la recaudación cuidadosa de las rentas reales, que España recibió en
grandes cantidades de plata. Además, invirtió en navíos para el servicio de cabotaje y de
ultramar, lo cual permitió que acrecentara el comercio con Filipinas y otras zonas. Consiente
de la necesidad de seguir poblando aquellas zonas alejadas, envió familias al norte del
virreinato, en donde fue fundada villa de Albuquerque, llamada así en su honor. Por otra
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parte, apoyó en gran medida, las misiones jesuitas en California, así como el desarrollo de
distintas obras públicas, como el desagüe o la construcción de la Catedral de México. Luego
de siete años en el cargo, y tras un ataque sufrido en la capilla de la Soledad, deja el puesto
en 1660 a Juan Francisco de Leyva y de la Cerda, Conde de Baños.
Este último representa una de las etapas más críticas del virreinato de la Nueva España,
puesto que su administración, a diferencia de las otras, se ve seriamente afectada por
decisiones de terceros por sobre los gobernados. La población, acostumbrada a gobiernos
sobrios y serios, se sorprendieron al enterarse de la pésima administración que había del
cargo; el duque de Baños, llego a su cargo, a la Ciudad de México, acompañado por su esposa
e hijos, sin embargo, contrario a lo que el autor menciona en su introducción, el hecho de que
llegara junto con su familia representó más problemas de los esperados:
“Una enorme mayoría de los españoles residentes en México habían dejado a sus
mujeres y familias en la Península [esto] no sólo era una de las principales causas de
su mala conducta […] sino también un grave impedimento […] para manejar a
quienes estaban casados y tenían domicilio fijo, es decir, los indios.”2
En primer lugar, la esposa del virrey se dedicaba a enriquecerse a través del tráfico de
influencias, vendiendo los cargos y haciendo firmar a su marido los documentos, sin que éste
tuviese constancia de los hechos; las reuniones tan aparatosas de sus hijos; el mal manejo de
los recursos y de los vasallos. Esto genero molestias tanto de la población popular, como de
la Corte en España, quien de inmediato preparó su destitución en el cargo. Sin embargo, la
negativa del virrey en turno de permitir el flujo de la correspondencia retrasó dicha
sustitución, hasta que la ofensa de sus hijos a un criado del conde de Santiago de Calimaya,
que causaría la muerte del mismo, ocasionó el revuelo entre las partes que integraban la
Nueva España. Por un lado se encontraban los que defendían a la familia del conde, y por
otro, los que querían linchar al resto de la familia. Fue destituido del cargo en Junio de 1664,
por lo que se nombró virrey interino a Diego Osorio de Escobar, obispo de la Puebla de los
Ángeles, el cual, posteriormente entregaría el cargo a Antonio de Toledo en octubre del
mismo año.

Bibliografia:

Israel, J. (1980) La política mexicana de 1620 a 1670 en Razas, clases sociales y vida política en
México Colonial 1610-1670. México, D.F. en Fondo de Cultura Económica pp: 139-269

2
Ibídem, pag: 22

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