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La mariposa que creía seguir siendo una oruga (Cuento de transformación).

Anónimo.

Hace algún tiempo nació una pequeña oruga que con cierta dificultad se
arrastraba por el suelo de un lugar a otro. Hasta que un día, cansada de arrastrarse
decidió trepar a un árbol. Pero no a cualquier árbol, eligió trepar a un árbol de gran
tronco y hojas llorosas. Bajo el que había jugado, crecido y vivido durante años.

La oruga trepó y trepó, pero resbalaba, caía y no conseguía avanzar. A pesar de


ello no cesó en su empeño y paso a paso, poco a poco consiguió subir. Llegó a una
rama desde la que podía ver todo el valle. Las vistas eran maravillosas, desde allí
podía ver a otros animales, podía contemplar el cielo azul con nubes blancas de
algodón y en el horizonte un gran mar pintado de un azul intenso. Desde aquella
rama la oruga respiraba paz.

Se quedó inmóvil, observando el mundo que le rodeaba, y sintió que la vida era
demasiado hermosa para no transformarse con ella. Estaba cansada y al mismo
tiempo agradecida de su vida como oruga, pero sabía que había llegado el momento
de convertirse en otro ser.

La oruga se quedó dormida sintiendo una gran paz a su alrededor y pensando


que su destino era ser algo más que una simple oruga. Durmió y durmió, haciendo
crecer a su alrededor una crisálida, un caparazón que la mantuvo con esa sensación
de paz el tiempo suficiente para convertirse en otro ser.

Cuando despertó se sentía atrapada en una coraza pesada que no le permitía


moverse. Sintió que en su espalda había crecido algo extraño, con esfuerzo movió lo
que parecían unas enormes alas azules y la coraza se rompió. La oruga ya no era
una oruga, era una mariposa azul. Sin embargo, la oruga había sido oruga tanto
tiempo que no se dio cuenta que ya no lo era.

La mariposa azul bajó por el árbol usando sus pequeñas patas, a pesar de que
ahora tenía alas. Cargaba con el peso de aquellas grandes alas azules, un peso que
poco a poco consumía sus fuerzas. La mariposa azul se movía usando sus patas
como había hecho siempre, creía seguir siendo una oruga y seguía viviendo
como si lo fuera. Pero sus alas no le permitían moverse sobre el suelo con tanta
agilidad como antes.

La mariposa que creía seguir siendo una oruga no entendía por qué su vida se
había complicado tanto. Cansada de cargar con el peso de sus alas, decidió volver a
la rama en la que se había transformado. Esta vez, al intentar trepar por el árbol,
avanzar le resultaba imposible.

Una ráfaga de viento o cualquier otro pequeño imprevisto hacía que retrocediera.
La mariposa que creía seguir siendo una oruga se quedó quieta y alzó la vista hacía
aquella rama que parecía tan lejana mientras comenzaba a llorar, desesperada. Al
oír su llanto se acercó una hermosa y sabía mariposa blanca, se posó sobre una flor
y durante un rato observó a la mariposa azul sin decir nada. Cuando su llanto se
calmó, la mariposa blanca le dijo:

No puedo trepar hasta esa rama. Algo que antes, aunque con mucha dificultad,
sí podía hacer.

Aunque no puedas trepar hasta esa rama… quizás puedas volar hasta ella.

La mariposa azul que creía seguir siendo una oruga miró de forma extraña a la
mariposa blanca y a continuación se observó a sí misma y a sus grandes y pesadas
alas. Como el día que salió de su coraza, las movió con fuerza y las abrió. Eran tan
grandes y hermosas, de un azul tan intenso que la oruga transformada se asustó y
las volvió a cerrar rápidamente.

De no usar tus alas estas desgastando tus patas. - Dijo la mariposa blanca
alzando el vuelo mientras abría sus sabias alas y se alejaba con elegancia.

La mariposa azul observó asombrada cada movimiento de la mariposa blanca y


reflexionó sobre sus palabras. En ese instante comenzó a entender que ya no era
una oruga, que quizás aquellas pesadas alas podían ser de utilidad.

Las abrió de nuevo y está vez las mantuvo abiertas, cerró sus ojos y sintió como
el viento las acariciaba. Sintió que aquellas alas ahora formaban parte de ella y
aceptó que ya no era una oruga, por lo que no podía seguir viviendo como tal,
arrastrándose por el suelo.

Abrió sus alas más y más, cada vez era más mariposa y menos oruga, observó
el azul hermoso casi mágico de sus alas. Cuando quiso darse cuenta estaba volando,
ascendía lentamente hacía aquella rama. Volar era mucho más sencillo que arrastrar
sus patas, aunque todavía debía perfeccionar su vuelo. Descubrió que el miedo a
volar no había permitido aceptara quién era realmente, una oruga transformada en
mariposa azul.
La mariposa que creía seguir siendo una oruga (Cuento de transformación).
Anónimo.

Hace algún tiempo nació una pequeña oruga que con cierta dificultad se
arrastraba por el suelo de un lugar a otro. Hasta que un día, cansada de arrastrarse
decidió trepar a un árbol. Pero no a cualquier árbol, eligió trepar a un árbol de gran
tronco y hojas llorosas. Bajo el que había jugado, crecido y vivido durante años.

La oruga trepó y trepó, pero resbalaba, caía y no conseguía avanzar. A pesar de


ello no cesó en su empeño y paso a paso, poco a poco consiguió subir. Llegó a una
rama desde la que podía ver todo el valle. Las vistas eran maravillosas, desde allí
podía ver a otros animales, podía contemplar el cielo azul con nubes blancas de
algodón y en el horizonte un gran mar pintado de un azul intenso. Desde aquella
rama la oruga respiraba paz.

Se quedó inmóvil, observando el mundo que le rodeaba, y sintió que la vida era
demasiado hermosa para no transformarse con ella. Estaba cansada y al mismo
tiempo agradecida de su vida como oruga, pero sabía que había llegado el momento
de convertirse en otro ser.

La oruga se quedó dormida sintiendo una gran paz a su alrededor y pensando


que su destino era ser algo más que una simple oruga. Durmió y durmió, haciendo
crecer a su alrededor una crisálida, un caparazón que la mantuvo con esa sensación
de paz el tiempo suficiente para convertirse en otro ser.

Cuando despertó se sentía atrapada en una coraza pesada que no le permitía


moverse. Sintió que en su espalda había crecido algo extraño, con esfuerzo movió lo
que parecían unas enormes alas azules y la coraza se rompió. La oruga ya no era
una oruga, era una mariposa azul. Sin embargo, la oruga había sido oruga tanto
tiempo que no se dio cuenta que ya no lo era.

La mariposa azul bajó por el árbol usando sus pequeñas patas, a pesar de que
ahora tenía alas. Cargaba con el peso de aquellas grandes alas azules, un peso que
poco a poco consumía sus fuerzas. La mariposa azul se movía usando sus patas
como había hecho siempre, creía seguir siendo una oruga y seguía viviendo
como si lo fuera. Pero sus alas no le permitían moverse sobre el suelo con tanta
agilidad como antes.

La mariposa que creía seguir siendo una oruga no entendía por qué su vida se
había complicado tanto. Cansada de cargar con el peso de sus alas, decidió volver a
la rama en la que se había transformado. Esta vez, al intentar trepar por el árbol,
avanzar le resultaba imposible.

Una ráfaga de viento o cualquier otro pequeño imprevisto hacía que retrocediera.
La mariposa que creía seguir siendo una oruga se quedó quieta y alzó la vista hacía
aquella rama que parecía tan lejana mientras comenzaba a llorar, desesperada. Al
oír su llanto se acercó una hermosa y sabía mariposa blanca, se posó sobre una flor
y durante un rato observó a la mariposa azul sin decir nada. Cuando su llanto se
calmó, la mariposa blanca le dijo:

No puedo trepar hasta esa rama. Algo que antes, aunque con mucha dificultad,
sí podía hacer.

Aunque no puedas trepar hasta esa rama… quizás puedas volar hasta ella.

La mariposa azul que creía seguir siendo una oruga miró de forma extraña a la
mariposa blanca y a continuación se observó a sí misma y a sus grandes y pesadas
alas. Como el día que salió de su coraza, las movió con fuerza y las abrió. Eran tan
grandes y hermosas, de un azul tan intenso que la oruga transformada se asustó y
las volvió a cerrar rápidamente.

De no usar tus alas estas desgastando tus patas. - Dijo la mariposa blanca
alzando el vuelo mientras abría sus sabias alas y se alejaba con elegancia.

La mariposa azul observó asombrada cada movimiento de la mariposa blanca y


reflexionó sobre sus palabras. En ese instante comenzó a entender que ya no era
una oruga, que quizás aquellas pesadas alas podían ser de utilidad.

Las abrió de nuevo y está vez las mantuvo abiertas, cerró sus ojos y sintió como
el viento las acariciaba. Sintió que aquellas alas ahora formaban parte de ella y
aceptó que ya no era una oruga, por lo que no podía seguir viviendo como tal,
arrastrándose por el suelo.

Abrió sus alas más y más, cada vez era más mariposa y menos oruga, observó
el azul hermoso casi mágico de sus alas. Cuando quiso darse cuenta estaba volando,
ascendía lentamente hacía aquella rama. Volar era mucho más sencillo que arrastrar
sus patas, aunque todavía debía perfeccionar su vuelo. Descubrió que el miedo a
volar no había permitido aceptara quién era realmente, una oruga transformada en
mariposa azul.

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