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Historia.

Libro II
(Euterpe)
COLECCIÓN HERÓDOTO
CLÁSICOS DYKINSON

Serie: Textos

Historia. Libro II
Director de la colección
ALFONSO SILVÁN RODRÍGUEZ (Euterpe)
Edición bilingüe, introducción y notas
de
JOSÉ M. FLORISTÁN

Madrid
2011
ÍNDICE

© José M. Floristán, 2011 Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9


1. Los griegos en Egipto . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Editorial DYKINSON, S. L. - Meléndez Valdés, 61- 28015 Madrid
Teléfonos (+34) 91 544 28 46 - (+34) 91 544 28 69 2. Los viajes de Heródoto . . . . . . . . . . . . . . . 12
e-mail: info@dykinson.com 3. Fuentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
http://www.dykinson.es 4. Ideología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22
http//www.dykinson.com
Consejo editorial: véase www.dykinson.com/quienessomos
5. Cronología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27

ISBN: 978-84-949- Medidas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31


Depósito Legal: M.-00000-2010

Preimpresión e Impresión:
Sinopsis de la historia del Antiguo Egipto . . . . . . 33
SAFEKAT, S. L.
Belmonte de Tajo, 55 - 3.º A - 28019 Madrid Advertencias a la presente edición . . . . . . . . . . . . 35

Lecturas discrepantes de la ed. de Hude . . . . . . . 37

Signos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

Sinopsis del libro II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41

Texto bilingüe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el
diseño de la cubierta, puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento
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INTRODUCCIÓN

1. Los griegos en Egipto.

No hay evidencias concluyentes de la presencia cre-


tense en Egipto hasta el Imperio Nuevo. Tras el colapso
de la civilización minoica (c. 1400), los micénicos con-
tinuaron y ampliaron los contactos comerciales con
Egipto, como demuestran los hallazgos arqueológicos.
Más allá de los contactos comerciales, algunos estudio-
sos han postulado la presencia en Egipto, en época tan
temprana como la 18ª dinastía, de mercenarios griegos
que habrían ayudado a los faraones en la lucha contra los
hicsos, pero las evidencias son débiles. Parece que los
griegos formaron parte de dos oleadas de invasores de
Egipto conocidos bajo el nombre genérico de «pueblos
del mar», que tuvieron lugar c. 1200 y 1175 a.C. En la
primera encontramos entre los aliados de los libios a los
Aḳawasa (Aḫḫiyawa en los textos hititas), que han sido
identificados con los Ἀχαιοί, nombre con el que Homero
designa a todos los griegos. En la segunda aparece un
pueblo llamado Danu, que se ha identificado con los Δα-
ναοί, otro étnico genérico para los griegos en Homero, si
bien en este caso la identificación es más dudosa. En los
siglos oscuros (XI-IX) y en el periodo orientalizante las
relaciones entre Egipto y Grecia no fueron directas, sino
indirectas a través de fenicios y sirios, y más en una di-
10 José M. Floristán

rección occidental que oriental. En dos pasajes de la Odi-


sea (14.245 y ss., 17.424 y ss.) se menciona un viaje pi-
rático de Ulises a Egipto, que reflejaría más la situación
de la época oscura que de la micénica. El crecimiento de
la población, que obligó a la búsqueda de recursos, y el
incremento del bienestar material, que despertó el deseo
de una vida más refinada, fueron los dos factores decisi-
vos que a partir del s. VII impulsaron el establecimiento
de griegos en Egipto. Los primeros testimonios son del
reinado de Psamético I (664-610 a.C.), al que mercena-
rios griegos y carios pusieron en el trono (2.152.3 y ss.).
Una fuente asiria, el cilindro Rassam, afirma que Giges
de Lidia (cfr. 1.7 y ss.) envió ayuda a Psamético en su
lucha contra el rey asirio Asurbanipal. Heródoto nada
dice de ello, simplemente habla de piratas carios y grie-
gos llegados al país por casualidad (152.3 y ss.), quizás
porque está reproduciendo la versión de los sacerdotes
egipcios, que habrían manipulado los hechos para silen-
ciar a sus enemigos asirios y engrandecer el papel de Psa-
mético desde una perspectiva nacionalista. Tras los
servicios prestados, el faraón concedió a los mercenarios
unos campamentos (Στρατόπεδα, cfr. 2.154) para asen-
tarse, con la intención de que le sirvieran de contrapeso
a la clase social de los «guerreros» (μάχιμοι), que eran
mayoritariamente de origen libio y durante siglos habían
sido un factor de inestabilidad interna. La pérdida de pro-
tagonismo, como es lógico, disgustó a los guerreros, que
en número de 240.000 abandonaron a Psamético y se es-
tablecieron en Nubia (los «desertores», cfr. 2.30). Desde
entonces los mercenarios griegos fueron empleados por
los faraones en momentos de necesidad, en especial en
las operaciones de Neco II en Siria-Palestina en 609-605
(2.158-9) y en la campaña contra Nubia de Psamético II
en 593 (2.161). En el reinado de Apries los mercenarios
Introducción 11

perdieron su posición de privilegio por un levantamiento


de los «guerreros» encabezados por Amasis (2.162-3,
169.1-3). Con todo, este faraón los siguió empleando y en
su política helenófila concedió a los comerciantes griegos
que llegaban al país la ciudad de Náucratis para que se es-
tablecieran en ella.
Junto con los mercenarios, en el reinado de Psamé-
tico I se establecieron en Egipto los primeros comer-
ciantes griegos. Diodoro (1.66.8; 67.9) y Estrabón
(17.1.18) nos dan noticia de ello. El centro más impor-
tante de su actividad fue Náucratis. Se ha discutido la
fecha del establecimiento griego en la ciudad. Los ha-
llazgos arqueológicos apuntan a las últimas décadas del
s. VII (c. 620 a.C.), pero las fuentes literarias lo adelantan
hasta mediados del s. VII. Es posible que en esta última
fecha los milesios ya tuvieran una factoría comercial,
cuyo desarrollo aún habría tardado unas décadas en pro-
ducirse (cfr. n. 178). Cuando Amasis se hizo con el poder
en solitario (c. 567 a.C.), como su llegada al trono se
había producido apoyado por las fuerzas egipcias y con-
tra los mercenarios que habían apoyado a Apries, tomó
medidas que restringieron el comercio de Náucratis (cfr.
cap. 178), que Heródoto, a la luz de su posterior heleno-
filia, interpreta como ventajas.
Otro punto importante son las supuestas visitas que
diversos filósofos y poetas griegos cursaron al valle del
Nilo. Diodoro (1.96-98) menciona varios nombres: Or-
feo, Melampo, Homero, Licurgo, Solón, Pitágoras, De-
mócrito o Platón. Dejando de lado figuras legendarias
cuya historicidad es controvertida, como Orfeo o Me-
lampo, en el resto de los casos la leyenda correspondiente
nació de la observación de los parecidos, siquiera super-
ficiales, en distintos campos de la cultura, y la aplicación
a ellos del axioma post hoc ergo propter hoc (cfr. infra).
12 José M. Floristán

Por otra parte, el gusto griego por la ordenación y siste-


matización llevaba a postular el préstamo de fenómenos
culturales de otros pueblos a los que se tenía por más an-
tiguos, préstamo que se producía a través de la visita de
un personaje destacado. En el lib. II Heródoto menciona
dos préstamos culturales destacados, el de la «ley contra
la holganza» de Solón (2.177), y el de la costumbre de no
enterrarse con vestidos de lana de órficos y pitagóricos
(2.81) y de la doctrina de la metempsicosis (2.123). En el
primer caso hay una serie de impedimentos cronológicos
que hacen imposible la versión de Heródoto (cfr. n. 177
y n. 1.29 para la estancia de Solón en Lidia). En el se-
gundo, no parece probable la importación de un tabú sin
la adaptación del complejo ideológico que lo motiva –el
rechazo órfico-pitagórico de todos los productos de ani-
males (cfr. KR 225 y ss.)–. Por lo que respecta a las doc-
trinas de la palingenesia y metempsicosis, su necesaria
base filosófica es el concepto dualista, típicamente
griego, de la persona, integrada por cuerpo (materia) y
alma (espíritu). Esta concepción es ajena al pensamiento
antropológico egipcio, que no concibe una inmortalidad
del alma separada del cuerpo (de ahí su conservación por
las técnicas de embalsamamiento).

2. Los viajes de Heródoto

Sólo hay un dato seguro para fijar la cronología de la


visita de Egipto por Heródoto: en 3.12.4 dice haber visto
los cráneos de los persas muertos en la batalla de Papre-
mis (459 a.C.) durante la revuelta de Ínaro, que se con-
vierte así en el terminus post quem. Si tenemos en cuenta
que los años de la revuelta (461-455) no ofrecerían la se-
guridad ni tranquilidad necesarias para un espíritu inves-
Introducción 13

tigador como el de Heródoto, parece lógico fechar el


viaje después de su conclusión. Ahora bien, en los años
siguientes Amirteo continuó la lucha contra los persas y
no fue hasta la paz de Calias (449/8) cuando los persas re-
cuperaron el control de la costa del Delta, por lo que pa-
rece lógico rebajar hasta esta fecha la visita de Heródoto.
Empleando un sistema de referencias cruzadas entre las
menciones de cada sitio que encontramos en la Historia,
Powell postuló la existencia de dos visitas, una antes de
la revuelta, otra posterior. Otros estudiosos, sin embargo,
no creen que la revuelta fuera óbice para el viaje de He-
ródoto.
El establecimiento del terminus ante quem del viaje
es más difícil, las únicas referencias disponibles son las
de composición general de la obra. La estrecha relación
entre 3.118-9 y los vv. 904 y ss. de la Antígona de Sófo-
cles (442/1 a.C.) suponen que para esta fecha al menos
parte de la obra era conocida. Igualmente, algunos pasa-
jes de los Acarnienses de Aristófanes (425 a.C.) recuer-
dan otros de la Historia. Finalmente, en Aves 1124-1138
(414 a.C.) hay una parodia de la Historia, lo que impli-
caría un conocimiento generalizado de la misma por
parte del público. Por otro lado, en la Historia faltan alu-
siones incontrovertibles a hechos posteriores a 430 a.C.
De todo ello puede inferirse que Heródoto quizás mu-
riera poco después de esta última fecha, pero que si no
fue así, al menos permaneció inactivo historiográfica-
mente. Ello supondría que la visita sería anterior al 430
a.C., sin que pueda precisarse más. Jacoby, basándose en
su hipótesis de la evolución del concepto historiográfico
de Heródoto (de geógrafo-logógrafo, al modo de Heca-
teo, a historiador de las Guerras Médicas), puso el punto
de inflexión en su estancia en Atenas a finales de la dé-
cada de 440: el viaje a Egipto del Heródoto logógrafo
14 José M. Floristán

sería anterior, mientras que el concepto nuevo de obra


histórica global habría surgido de su estancia en Atenas.
Otros autores, por el contrario, aceptan que pudo tener
desde el principio una idea general del relato que quería
componer y que a partir de ahí fue redactando borrado-
res sobre las distintas regiones y hechos históricos, con la
ayuda de tratados históricos anteriores a él, si los había,
o con su propia investigación en el caso de no existir. Así,
aun aceptando la hipótesis de Jacoby de la evolución in-
telectual de Heródoto, no se puede descartar que el logos
egipcio fuera redactado con posterioridad a su estancia
en Atenas. Quizás la participación de Heródoto en la fun-
dación de Turios en 444/3 podría ser un buen terminus
ante quem para su viaje a Egipto, si no fuera porque el
mismo Jacoby puso en duda dicha participación, que se
habría convertido en leyenda a partir del étnico Θούριος
que tienen algunos manuscritos por el de Ἁλικαρνησ-
σεύς.
Por lo que hace a la estancia de Heródoto en Egipto,
sabemos que estuvo en determinados lugares porque lo
dice explícitamente, mientras que de otros podemos in-
ferirlo por la información que da de ellos. Estuvo perso-
nalmente, en el Bajo Egipto, en Pelusio (3.12.1), Bubastis
(137.5 y ss.), Buto (75, 155-6), Sais (28.1, 131.3, 170.2),
Papremis (12.4), Heliópolis (3.1) y Menfis (2.5, 3.1, 99
y ss.), y en el Alto, en Meris (5.1, 10.1, 150.2), el Labe-
rinto (148.1), Quemis (91), Tebas (3.1, 55, 143) y Ele-
fantina (29.1). Los lugares del Bajo Egipto que visitó y de
los que habla superan a los del Alto Egipto, lo que con-
cuerda con la mayor importancia que tenía el Delta en
época de Heródoto. Algunos comentaristas han puesto en
entredicho su presencia en el Alto Egipto por las inexac-
titudes y omisiones en que incurre. Sin embargo, las
constantes referencias a sus fuentes y las continuas acla-
Introducción 15

raciones sobre el carácter de su obra dan la impresión de


honestidad intelectual, que hace difícil poner en duda la
palabra del historiador cuando afirma que ha estado allí.
En definitiva, más allá de las pequeñas dudas, puede su-
ponerse que Heródoto llegaría a Egipto, como era habi-
tual, a través del Delta, cuyas bocas Canóbica y Pelusia
conoce y describe mejor que las otras; que remontó al río
hasta Elefantina, y que en el trayecto de ida o vuelta vi-
sitó el Laberinto, el lago Meris y Menfis, ciudad esta úl-
tima en la que se detuvo bastante tiempo.

3. Fuentes

Suele distinguirse en la obra de Heródoto entre fuen-


tes explícitas e implícitas. Las primeras las crea el propio
historiador mediante su ἱστορίη (‘investigación’), mien-
tras que las segundas, fundamentalmente literarias, cons-
tituyen el trasfondo de su formación intelectual. Están
integradas por autores anteriores, que Heródoto no in-
corpora acríticamente a su obra, sino verificando, modi-
ficando y asumiendo su información, aunque sin
mencionarlos explícitamente.
Ἱστορίη es el término clave del quehacer historiográ-
fico de Heródoto. Aparece ya en el proemio de su obra
(ἱστορίης ἀπόδεξις ἥδε). Es de naturaleza fundamental-
mente oral, al menos en el lib. II, si bien en el proemio se
le puede dar un sentido más amplio, no sólo oral. Cen-
trándonos en el lib. II, la primera mitad (caps. 1-98) está
basada en la ὄψις, γνώμη y ἱστορίη, mientras que la se-
gunda descansa principalmente en la ἀκοή, en los relatos
(λόγοι) de los propios egipcios para la historia antigua
del país (99-141), pero también de otros pueblos –entre
ellos, los griegos– para la dinastía saíta (cfr. 147.1,
16 José M. Floristán

154.4). La ὄψις es la fuente principal en la descripción


de la geografía de Egipto, de las costumbres, de los mo-
numentos, etc. La vista no siempre garantiza la veraci-
dad de los datos que da: así ocurre, por ejemplo, cuando
relata la migración y la reproducción de la tilapia niló-
tica, en cuya descripción comete varios errores (cfr. n.
93). Por lo que respecta a la γνώμη (‘opinión’), es decir,
el juicio producto de la reflexión, Heródoto suele marcar
su uso con los verba iudicandi (δοκέω y semejantes). Le
sirve para polemizar con los jonios, en especial, con He-
cateo. La opinión es importante como fuente en la pri-
mera parte del lib. II, por un motivo evidente: a partir del
cap. 99, cuando comienza el relato de la historia de
Egipto, maneja tradición autóctona, cuya veracidad es di-
fícil de evaluar. Aun así, no faltan pasajes en los que la
emplea, e.g. en 103.1 (opinión sobre los límites septen-
trionales de la expedición de Sesostris, basada en la pre-
sencia de estelas), 109.3 (origen de la geometría en la
parcelación del campo egipcio) o 120 (Heródoto corro-
bora el relato egipcio de Helena). En tercer lugar, el tér-
mino ἱστορίη y derivados aparecen en diversos pasajes
para designar la investigación oral (19.3, 29.1, 34.1, 44.5,
113.1, 119.3). Finalmente, está la ἀκοή, el oído, fuente
principal de información a partir del cap. 99: las infor-
maciones de los egipcios, pero también de otros pueblos
(libios, colcos, griegos). Entre los primeros, las fuentes
más citadas son los sacerdotes. La información que pro-
porcionan a Heródoto cubre campos diversos: religión
(4.2, 73), verificación de la tradición griega (3.1, 54-55),
cultura (4.1, 4.2), geografía (4.3, 10.1, 13.1, 19.1, 28),
noticias históricas (4.3, 99.2-4, 100-141, 143, 144). Cen-
trándonos en éstas, el lib. II es un verdadero manual de la
historia de Egipto, que recorre todos sus periodos: di-
nastías de los dioses (144-5), periodo tinita (Menes: 4,
Introducción 17

99), Imperio Antiguo (faraones constructores de las pi-


rámides: 124-134), el Imperio Medio (Sesostris II: 102-
110; Meris: 13.1, 101.1), el Imperio Nuevo (Rampsinito
II: 121-122), el dominio nubio (Sábaco: 137). Junto a la
precisión de muchos pasajes, no puede negarse que, en
ocasiones, la presentación de los hechos es desconcer-
tante, la cronología, no siempre lineal (e.g. los construc-
tores de pirámides están desplazados, cfr. infra), Sesostris
no realizó conquistas tan extensas como da a entender
Heródoto, los elementos legendarios abundan en el re-
lato de algunos faraones (Menes: 99; Nitocris: 100.2-4;
Sesostris: 107.2, 109, etc.), hay materiales de origen
griego incluidos en el relato histórico (historia de Proteo:
112-120), la descripción del interior de la Gran Pirámide
es inexacta (127), algunos faraones son inidentificables
(e.g. Ferón: 111), etc. Estas imprecisiones llevaron a al-
gunos investigadores a plantearse la fiabilidad de los sa-
cerdotes egipcios como fuente de información. Algunos
sugirieron que serían de bajo nivel, cicerones. Otros, en
cambio, creen que esta valoración nace de una idea
errada de la información que se les supone: el sacerdote
medio no tendría necesariamente un conocimiento pro-
fundo de la historia de su pueblo, tan sólo de los ele-
mentos propios de su oficio (palabras de los dioses,
rituales del templo, etc.) Por otra parte, dado el concepto
egipcio de historia, que pone el acento en los principios
generales más que en los hechos particulares, no es de
extrañar que éstos, en ocasiones, no respondan con exac-
titud a la realidad. El curso de la historia es visto desde
la perspectiva religiosa egipcia como una lucha constante
entre el Orden y el Caos, entre Horus y Seth. Cada fa-
raón, como encarnación de Horus que era, estaba desti-
nado a proseguir esta lucha interminable, su acceso al
trono personificaba el triunfo de Horus frente a las fuer-
18 José M. Floristán

zas del Caos, la resurrección de Osiris, el padre muerto.


No hay que extrañarse, por ello, de que en un marco ideo-
lógico de esta naturaleza los hechos y personajes con-
cretos de la historia revistieran un interés menor frente
al significado teológico conjunto del reinado de cada fa-
raón. En este sentido, los hechos históricos que los do-
cumentos egipcios registran son, en su mayoría, de
naturaleza religiosa –construcción de templos, erección
de estatuas de dioses, celebración de festivales, ofrendas
a los dioses, etc.– Incluso acontecimientos civiles, polí-
ticos o militares son vistos bajo el prisma religioso men-
cionado de la lucha entre el Caos y el Orden, cuyo
garante es el faraón. De ahí que las fuentes egipcias no
ofrecieran, en conjunto, una base adecuada para el tipo de
historia que Heródoto quería escribir. Por otra parte, ade-
más de los registros de los hechos pasados, los sacerdo-
tes dispondrían de tradiciones orales ricas en leyendas,
así como de información conservada en textos literarios
de diversa clase. Pongamos un ejemplo: el relato que
hace Heródoto del reinado de Sesostris (102-110) es una
amalgama de hechos históricos de la 12ª dinastía y pos-
teriores, de motivos populares, de la imagen del faraón
ideal y de elementos de origen griego (cfr. n. 102); igual-
mente, en el relato de Anisis (caps. 137-140) se entre-
mezclan elementos históricos y otros legendarios (cfr. n.
137); finalmente, en el relato de Rampsinito (121-122),
junto a elementos históricos se ha incluido el cuento de
su tesoro, que es un tema popular, así como el motivo del
juego entre el faraón y Deméter en el Hades, con parale-
los en otros textos. Por otro lado, entre las informacio-
nes históricas que Heródoto afirma haber recibido de los
sacerdotes egipcios, algunas tienen indudable sabor
griego. Esto no invalida lo que Heródoto dice de su ori-
gen, pues hay que pensar que en la época del historiador
Introducción 19

la presencia griega en el país había sido ya lo suficiente-


mente prolongada como para que elementos de su folclor
(e.g. la leyenda de Proteo) se hubieran integrado en los
relatos populares egipcios y hubieran sido asumidos
como autóctonos. Un buen ejemplo de esta amalgama de
materiales históricos a disposición de los sacerdotes –
anales históricos, literatura, tradiciones y leyendas egip-
cias y griegas– es el caso de Manetón, un alto sacerdote
de Heliópolis en tiempo de Ptolomeo II, que escribió una
historia de Egipto de la que sólo conservamos fragmen-
tos. En resumen, la información que Heródoto recibió de
los sacerdotes egipcios no es de naturaleza puramente
histórica, sino que, además de su tamiz ideológico, con-
tiene elementos de otras procedencias, en especial de la
leyenda y tradiciones egipcias, pero también griegas. Con
los sacerdotes, Heródoto menciona otras fuentes egip-
cias: los «egipcios» o «relatos egipcios» (15.2, 19.3, 28.1,
43.2, 104.2, 127.1, 142.1, 147.1), a veces identificables
con los mismos sacerdotes, a veces con hombres de
leyes, a veces con ambos; los quemitas (91.3), el «intér-
prete» (125.6); los «egipcios encargados de la custodia
del Laberinto» (148.5); los «habitantes del lugar»
(150.1).
Por lo que hace a las fuentes orales no egipcias, men-
ciona a libios (28.1), colcos (104.1) y griegos (28.1; 32.1:
cireneos; 53.3, 55.3: dodoneos). Entre sus informantes
griegos habría, sin duda, mercaderes y mercenarios, pero
también hay que contar con griegos residentes en Egipto
integrados en el mundo egipcio (μιξέλληνες). Los griegos
probablemente proporcionarían a Heródoto una gran can-
tidad de noticias variadas (geografía, botánica, etnogra-
fía, historia, religión, etc.) Con todo, su información tenía
dos graves inconvenientes: su desconocimiento, en ge-
neral, de la lengua egipcia, y la tendencia a valorar y juz-
20 José M. Floristán

gar los hechos bajo el prisma griego. Finalmente, en el


empleo que Heródoto hace de sus fuentes orales hay que
considerar el problema de los errores e imprecisiones. En
una cultura mayoritariamente oral, como lo es aún la de
su tiempo, en la que el empleo de la escritura está exten-
diéndose, pero es aún minoritario, hemos de pensar que
Heródoto confiaría muchas de las informaciones a su me-
moria, y que sólo tiempo después, sin que podamos pre-
cisar cuánto, las pondría por escrito, lo que podría estar
en el origen de muchas imprecisiones o errores que co-
mete.
Por otro lado están las llamadas «fuentes implícitas»,
entre las que se incluye la larga tradición oral y escrita
que los griegos tenían sobre Egipto. Algunas de estas
fuentes, como Homero o, en menor medida, Hesíodo,
pueden haberle influido de manera inconsciente. En los
poemas homéricos encontramos, relacionados con
Egipto, elementos que sin duda se remontan a época mi-
cénica, pero también otros más recientes, reflejo de la re-
anudación de los contactos tras la Edad Oscura, a partir
del s. VIII. Entre los escritores posteriores, autores de
descripciones geográficas, etnográficas e históricas de di-
versos pueblos con los que el desarrollo del comercio
puso a los griegos en contacto (περίπλοι, περιηγήσεις),
destacan principalmente Anaximandro y Hecateo de Mi-
leto. La influencia del primero en Heródoto es probable-
mente indirecta, a través del segundo, y se limita sobre
todo a las materias geográficas, a las que llegó como re-
sultado de su interés por las especulaciones cosmológi-
cas. Por lo que hace a Hecateo, se ha discutido su relación
con Heródoto. Es evidente que éste empleó su obra, de
forma especial en el logos egipcio. Fuentes antiguas así
lo afirman explícitamente. Además, algunos fragmentos
conservados de Hecateo muestran una gran similitud con
Introducción 21

pasajes de Heródoto, lo que aboga por esta relación. Con


todo, no hay que sobrevalorar la influencia. Salvo en los
casos en que media una afirmación explícita o en los que
el contenido de un fragmento de Hecateo coincide clara-
mente con un pasaje de Heródoto, es difícil establecer
más allá de toda duda razonable la dependencia de uno
del otro. Parece lógico pensar que ambos, en su visita a
Egipto, se sorprendieran ante los mismos fenómenos –
crecida del Nilo, costumbres rituales, religiosas, etc.–, y
trataran estos asuntos de manera semejante, pero inde-
pendiente. Probablemente Heródoto había leído a Heca-
teo antes de viajar a Egipto y conocía las líneas generales
de lo que le esperaba, pero sus descripciones y explica-
ciones, donde es posible la comparación, van más allá
que el relato de Hecateo, lo que supone una independen-
cia de valoración y juicio. Un punto especial de la rela-
ción entre ellos es el pretendido racionalismo de Hecateo
que Heródoto habría hecho suyo. Así lo creyeron algunos
especialistas, entre ellos, Jacoby. En efecto, en algunos de
los fragmentos conservados de Hecateo son visibles este
espíritu de racionalismo y desmitificación de la leyenda
(1, 26, 27), pero no faltan otros en los que acepta la ex-
plicación propia del mito sin ninguna crítica (302, 305,
327, 328). En conjunto, el aspecto global de su obra que
se deduce de los fragmentos conservados es el de una
abigarrada amalgama de elementos racionales y fantásti-
cos, característica de la transición entre el pensamiento
mítico y el lógico. Parece, pues, poco probable que los
elementos racionales del logos egipcio sean de Hecateo,
antes bien, más de uno hay que atribuirlo al propio He-
ródoto. Por ejemplo, ambos autores coinciden en afirmar
que Egito, en concreto, el Delta, es territorio ganado al
mar y don del Nilo, pero la serie de pruebas que Heródoto
aduce es suya, si no totalmente, en su mayoría, y consti-
22 José M. Floristán

tuye una buena muestra de discurso racional y lógico (cfr.


n. 5 y ss.). Otro ejemplo: la deficiente descripción que
Heródoto hace del hipopótamo (cap. 71) deriva de He-
cateo, mientras que la precisa descripción del cocodrilo
(cap. 68) parece suya propia, tan sólo el relato de su caza
sería de Hecateo (cfr. n. 70). En definitiva, la herencia de
Hecateo en la Historia no estaría tanto en informaciones
y datos concretos, como en el desarrollo y sistematiza-
ción de los estudios genealógicos y de la tradición geo-
gráfica y etnográfica de origen jonio.

4. Ideología

A la hora de hacer su investigación por los medios


señalados y de presentar los resultados de la misma, se
observan en Heródoto diversos condicionamientos ideo-
lógicos que determinan la selección y presentación de los
materiales. Los más destacados son:
A.- El gusto por lo maravilloso (τὰ θώματα, τὸ θωμά-
σιον). Los elementos maravillosos del logos egipcio se
pueden clasificar en varios apartados:
a) Los fenómenos naturales y costumbres contrarias a
las griegas: el caudal del Nilo (19.3), el régimen de
lluvias (13-14), costumbres de la vida diaria (34-
35), etc.
b) La magnitud de los fenómenos, edificios o haza-
ñas: el Laberinto y el lago Meris (148-150), el tem-
plo de Atenea en Sais (175), las proporciones del
territorio de Egipto (6.2-3) y del río Nilo (10), las
hazañas de Sesostris en Asia, Europa y Etiopía
(102-103, 110), las riquezas de Rampsinito (121,
α-ζ).
Introducción 23

c) Los fenómenos extraordinarios (παράδοξα) sin pa-


ralelo en el mundo griego, como la circuncisión de
egipcios y colcos (104), la reverencia que los egip-
cios muestran por los animales sagrados (65 y ss.),
el embalsamamiento de los muertos (86-89), etc.

Lo maravilloso y sorprendente domina el lib. II. Ya en


35.1 Heródoto afirma explícitamente que va a alargar su
relato sobre Egipto porque «encierra innúmeras maravi-
llas y ofrece obras que superan lo imaginable en compa-
ración con cualquier territorio». Esto no significa, con
todo, que descuide las semejanzas, como cuando habla
de los festivales en honor de Dioniso (48.2) o del respeto
por los mayores que comparten egipcios y espartanos
(80.1).
B.- Axioma post hoc ergo propter hoc. En la com-
paración de usos y costumbres de griegos y egipcios He-
ródoto recurre con frecuencia a este principio. La
semejanza de prácticas implica identidad, y la identidad,
préstamo. Si en conjunto la civilización egipcia es más
antigua, sería la griega, por posterior, la que habría to-
mado de aquélla el uso o práctica semejante. Esta ma-
nera de pensar, que confunde secuencia temporal con
causalidad, se pone claramente de manifiesto en el cap.
58, cuando habla de fiestas, procesiones y ofrendas: las
de los egipcios tienen un origen inmemorial, mientras
que las de los griegos son de reciente institución, de lo
que se deduce que éstos las tomaron de aquéllos. La fa-
lacia que es la exclusión de la posibilidad de desarrollos
paralelos independientes está presente en diversos pasa-
jes, como el del origen egipcio de la geometría (109), de
la metempsicosis (123), de la ley contra la holganza
(177), etc., pero quizás el ejemplo más representativo es
el del origen de la religión griega (cap. 50 y ss.). Apli-
24 José M. Floristán

cando este principio, Heródoto concede un origen egip-


cio a los dioses griegos con prototipo en el panteón egip-
cio, y a los que no, un origen pelásgico (obscura per
obscuriora), salvo a Posidón, al que le da origen libio.
Habrían sido Homero y Hesíodo quienes habrían con-
formado el panteón griego con estos materiales de pro-
cedencias diversas (53.2).
C.- Esquematización. Hay en el pensamiento griego
una tendencia evidente a la sistematización y esquema-
tización. En él son principios básicos las oposiciones
duales (luz / oscuridad, derecha / izquierda, etc.), la re-
ducción de la pluralidad a un principio único y la idea de
un desarrollo lineal. En campos distintos de la cosmolo-
gía y la física, como el de la etnografía, esta manera de
pensar se concreta en la búsqueda del πρῶτος εὑρετής,
el precursor o iniciador de una institución o costumbre.
Todo ello se concreta en un sistema de pensamiento ca-
racterizado por la antítesis y simetría, en el que hay un
primer origen único del que se deriva una multiplicidad
de fenómenos en secuencia lineal. Este sistema de pen-
samiento podía incurrir en la simplificación, imponiendo
a fenómenos complejos esquemas uniformes que en oca-
siones desatendían los hechos que no se ajustaban a ellos.
Ejemplos de esta excesiva esquematización encontramos
en diversos pasajes del lib. II. Por ejemplo, en los caps.
35-36, cuando se confrontan las costumbres griegas y
egipcias, la comparación se basa en oposiciones antitéti-
cas, sin dejar lugar para posiciones intermedias. Del
mismo modo, en los caps. 86-89 Heródoto nos ofrece un
panorama esquematizado del proceso de embalsama-
miento, que reduce a tres tipos por el precio, dando la im-
presión de un sistema cerrado idéntico en todo Egipto.
Igualmente, en la descripción del Laberinto (148) ofrece
una imagen simétrica (seis pórticos orientados al norte,
Introducción 25

seis al sur; mil quinientas estancias subterráneas y otras


tantas aéreas), fruto de su gusto por la sistematización,
que las excavaciones han revelado como imposible.
D.- Curiosidad. Heródoto comparte con los griegos
en general su curiosidad, su interés por el detalle. Esto se
manifiesta en descripciones como la de la técnica egipcia
de construcción de barcos (96) o los detalles de la cons-
trucción de la Gran Pirámide.
E.- Egiptofilia. Plutarco (857A) acusó a Heródoto de
«barbarofilia». Es evidente que Heródoto admiraba la ci-
vilización egipcia, lo que le lleva a formular encendidos
elogios de ésta y, en cocasiones, a hacer comentarios des-
pectivos de la suya propia. Así, en el capítulo 10 pondera
el tamaño del Nilo, sin comparación posible en el mundo
griego. En ocasiones (25.5, 45.1, 118.1) desprecia las
afirmaciones de los griegos, que califica de vanas e in-
fundadas. Está convencido, así mismo, de la superiori-
dad moral egipcia frente a sus compatriotas (80:
comportamiento con los mayores; 119: crítica de Mene-
lao y alabanza de Proteo). En fin, su egiptofilia alcanza
incluso a los monumentos: los templos de Ártemis en
Éfeso y de Hera en Samos, con ser espléndidos, no pue-
den compararse con el Laberinto (148).
F.- Argumentación. En la presentación de los hechos
Heródoto emplea diversos tipos de argumentos. He aquí
los más importantes:
a) Inductivos: pruebas de que Egipto es territorio ga-
nado al mar (5, 7, 10, 12-13), refutación de la cre-
cida del Nilo por el deshielo (22), hipótesis propia
sobre este fenómeno (24-27), demostración del ori-
gen egipcio de los colcos por sus características fí-
sicas, la semejanza de costumbres y la lengua
26 José M. Floristán

(104). Las conclusiones obtenidas por razona-


miento inductivo no necesariamente son ciertas,
porque las premisas de las que parte son en oca-
siones falsas. En cualquier caso, el problema de
verdad o falsedad de las conclusiones está en las
premisas, no en el razonamiento.
b) Verosimilitud (τὸ εἰκός). La argumentación por ve-
rosimilitud es de gran importancia en la oratoria ju-
dicial y política desde la segunda mitad del s. V, y
Heródoto no fue ajeno a ella. Así, en 22 rechaza la
hipótesis del deshielo como causa de la crecida del
Nilo mediante varios argumentos de probabilidad.
En 56, al hablar de la fundación del oráculo de Do-
dona, establece la verosimilitud de que quien había
servido como sacerdotisa en Tebas hiciera lo
mismo en su nuevo emplazamiento. En 120, como
argumento para corroborar el viaje de Helena a
Egipto y no a Troya, sostiene la improbabilidad de
que, incluso si hubiera sido el propio Príamo quien
conviviera con ella, no la hubiera devuelto al ver el
cúmulo de desgracias que se abatían sobre su pue-
blo.
c) Experiencia. En diversos pasajes Heródoto rechaza
explícitamente lo que va contra las leyes de la ex-
periencia: que Heracles hubiera dado muerte a va-
rios miles de personas (45), la tradición de las
palomas parlantes de Dodona (57), la isla flotante
de Quemis (156).
d) Pruebas arqueológicas: estelas como prueba de la
expedición de Sesostris (103, 106), los espetones
de Rodopis conservados en Delfos como indicio de
su capacidad económica (135).
Introducción 27

e) Analogía: entre el Nilo y otros ríos de Asia Menor


(10); refutación de la hipótesis de los vientos ete-
sios por lo que ocurre con otros ríos (20).
f) Reducción al absurdo (15).
g) Petitio principii (21, 23).
h) Argumentos sacados de relatos tradicionales: la tra-
dición de los antecedentes egipcios de Anfitrión y
Alcmena le sirven de argumento para afirmar que
Heracles fue un antiguo dios egipcio (43); la le-
yenda de Helena y Proteo le sirve como prueba de
que el templo de Afrodita Extranjera en Menfis es-
taba dedicado a Helena (112).
i) Argumentos cronológicos: Rodopis no puede ser
la constructora de la 3ª pirámide de Giza por im-
posibilidad cronológica (134).

5. Cronología

Heródoto emplea en la Historia un sistema de datación


elaborado por él, que aplica de forma consistente. Con an-
terioridad había habido una larga tradición de investiga-
ción cronológica en forma de listas genealógicas. El deseo
de contar con un antepasado común cuyas proezas real-
zaran a la descendencia estaba presente en todas las fa-
milias y linajes. Ahora bien, ello había dado origen a
incoherencias, y ya antes de Heródoto había habido in-
tentos de buscar un sistema coherente y consistente.
Según Strassburger, el marco cronológico general de la
Historia está formado con los siguientes elementos:
a) La lista de los reyes de Media-Persia, completada
para el periodo anterior con la de los reyes de Lidia
e ilustrada en paralelo con los faraones egipcios.
Sería la espina dorsal de la Historia.
28 José M. Floristán

b) Los sincronismos entre personas y hechos históri-


cos, abundantes en toda la obra. Serían las costi-
llas del esqueleto.
c) El arcontado de Calíades (480/79 a.C.), que marca
el límite final. Durante él tuvieron lugar las batallas
navales de Salamina e Hímera, que garantizaron la
libertad de los griegos en el Mediterráneo oriental
y occidental frente a los poderes emergentes persa
y cartaginés.
Con los dos primeros elementos Heródoto estableció
un marco cronológico de referencia en las dimensiones
diacrónica (listas de reyes) y sincrónica (coincidencia de
personajes y acontecimientos). La ausencia de término
final en los siete primeros libros (el arcontado de Calía-
des no es mencionado hasta 8.51.5) deja abierto ese
marco. Si Heródoto hubiera querido que la fecha de
480/79 fuera una referencia clara en su obra, probable-
mente no habría dejado su mención para lugar tan avan-
zado, lo que significa que Heródoto pensaba que con los
numerosos sincronismos que hay a lo largo de la obra el
lector ya podía orientarse cronológicamente a través de la
memoria personal, familiar o de su linaje, sin necesidad
de esa referencia final.
Por lo que hace a la cronología de Egipto, Heródoto
divide la exposición de los hechos en dos periodos de du-
ración desigual: por un lado, el reinado de los dioses
(144-5: Pan, Heracles, Dioniso [Osiris], Tifón y Horus;
como fechas absolutas, sitúa a Heracles 17.000 años
antes de Amasis, y a Dioniso, 15.000; cfr. nn. 144-5); por
otro, el reinado de los hombres. Dentro de éstos distingue
dos periodos, desde Menes hasta Setón (99-143) y desde
la dodecarquia hasta Amasis (147-182) y su sucesor, que
tan sólo reinó seis meses (3.14):
Introducción 29

a) En el primer periodo, tras Menes menciona el rei-


nado de otros 330 faraones que no hicieron nada
destacable, salvo el ultimo, Meris (101). Luego
vienen los reinados de once faraones más, que He-
ródoto describe con más o menos detalle (Sesos-
tris, Ferón, Proteo, Rampsinito, Quéops, Quefrén,
Micerino, Asiquis, Anisis, Sábaco y Setón, caps.
102-141). En conjunto suman 342 faraones que, te-
niendo en cuenta que dos de ellos fueron rivales y
reinaron simultáneamente (Anisis y Sábaco), se co-
rresponden con las 341 generaciones de las que
habla en la digresión cronológica posterior (142).
Sorprende la ubicación en esta secuencia de los fa-
raones constructores de pirámides después de Se-
sostris, figura legendaria fechable en el periodo
previo a la guerra de Troya, y de Proteo, al que hay
que situar en tiempo de la expedición contra Troya.
Se han dado diversas explicaciones a este notable
error cronológico. La más verosímil es que Heró-
doto, que había escuchado a los sacerdotes que los
330 faraones comprendidos entre Menes y Meris
no habían hecho nada digno de recuerdo, pensara
que no podía situar en este periodo a los construc-
tores de las pirámides, cuyas realizaciones eran
bien visibles, y por ello los desplazara a época pos-
terior. En ésta, Sesostris y Proteo tenían una fecha
marcada en torno a la guerra de Troya, mientras
que Anisis y Sábaco estaban situados cronológica-
mente en el periodo de dominio nubio (cfr. n. 137),
por lo que no le quedaba más remedio que situar-
los, junto con Rampsinito y Asiquis, entre ambos
grupos de faraones, cuando en la realidad los cons-
tructores de pirámides pertenecen a la 4ª dinastía
(c. 2613-2494 a.C.)
30 José M. Floristán

b) El segundo periodo corresponde al reinado de la


26ª dinastía (saíta). Para ella las fuentes de infor-
mación de Heródoto, además de egipcias, son tam-
bién griegas, así como la propia experiencia. En
este terreno nuestros conocimientos son más fir-
mes, y combinando los datos de la Historia con
otras fuentes egipcias podemos adjudicar a los dis-
tintos faraones una cronología absoluta precisa (cfr.
nn. 147-182).
En resumen, la Historia en general y el logos egipcio
en particular tienen un marco cronológico coherente, en
el que se van introduciendo los diversos personajes y he-
chos en una doble dimensión diacrónica y sincrónica.
Esto no significa que no haya incongruencias y fallos de
detalle. En la elaboración de este marco hay mucha re-
flexión por parte de Heródoto, pero no se le puede atri-
buir a él todo el trabajo, ya que buena parte de la labor la
habían realizado ya sus predecesores, que habían querido
poner orden en los numerosos materiales genealógicos
existentes. Probablemente es en la cronología de Egipto
donde la contribución personal de Heródoto es mayor, en
un intento por reconciliar las contradicciones existentes
entre la cronología egipcia y la griega tradicional. El des-
cubrimiento de la antigüedad de la memoria histórica de
los egipcios, muy superior a la de los griegos (77.1), sin
duda impulsó a Heródoto a dedicar mucha atención a la
cronología en el lib. II, con resultados bastante precisos,
salvo el caso mencionado de los constructores de pirá-
mides.
MEDIDAS

A. Longitud. Las unidades de longitud en la Grecia


antigua estaban relacionadas con distintas partes del
cuerpo humano (dedo, palmo, pie, codo, etc.) La unidad
básica era el pie, cuya equivalencia puede calcularse por
los estadios conservados, por la medida de edificios y por
la correspondencia con el pie romano (296 mm). En
época histórica se documentan varias longitudes para el
pie, básicamente el pie corto, de tamaño semejante al ro-
mano (294-296 mm), y el largo (326-328 mm). Existían
también el pie olímpico (320 mm), el pergameno (330
mm) y el egineta (333 mm). No sabemos cuál empleó H.
en su Historia. A falta de alguna indicación, en las equi-
valencias he tomado como base el pie olímpico, por lo
que el lector deberá tener en cuenta que éstas serían c.
7% menores si hiciéramos el cálculo con el pie corto (294
mm). Por lo demás, los valores de otras unidades res-
pecto del pie son:
Un pie = 16 dedos (tomando como base el pie olím-
pico, un dedo = 20 mm).
Una mano (παλαστή, la anchura de los cuatro dedos
índice-meñique juntos) = 4 dedos, ¼ de pie.
Un palmo (σπιθαμή, distancia entre los extremos del
pulgar y meñique con la mano extendida) = 12 dedos, ¾
del pie.
32 José M. Floristán

Un codo corto (πυγμή, distancia entre el codo y los


primeros nudillos) = 18 dedos. El codo corto en Homero
y Heródoto (πυγών) equivale a 20 dedos.
Un codo normal (πῆχυς) = 24 dedos, 1,5 pies.
Una braza (ὀργυιή) = 6 pies.
Un pletro = 100 pies.
Un estadio = 600 pies.
Una parasanga (medida persa) = 30 estadios.
Un esqueno (medida egipcia) = 60 estadios.

B. Capacidad. Se dividen en dos grupos, las de áridos


y las de líquidos. La medida básica en ambos es la escu-
dilla (κοτύλη), que equivalía a seis tazas (κύαθοι). Su ca-
pacidad oscilaba entre los 0,21 y 0,33 l, siendo 0,24 y
0,27 los valores habituales. A partir de ahí, las unidades
superiores eran, para áridos, el cuartillo (χοῖνιξ = 4 escu-
dillas, c. 1,1 l), el modio (ἑκτεύς = 8 cuartillos, c. 8,75 l)
y la fanega (μέδιμνος = 6 modios, c. 52 l), y para líqui-
dos, el hemicongio (ἡμίχους = 6 escudillas, c. 1,6 l), el
congio (χοῦς = 12 escudillas, c. 3,2 l) y la metreta (με-
τρητής = 12 congios, c. 39 l).

C. Peso. En Grecia coexistieron diversos sistemas de


pesos. Los principales fueron el egineta y el euboico. Este
último fue introducido en el Ática por Solón, y con el
paso del tiempo acabó relegando al primero. La unidad
menor era el óbolo (0,72 g en el sistema ático-euboico,
1,05 g en el egineta); seis óbolos hacían una dracma (4,31
/ 6,30 g), cien dracmas, una mina (431 / 630 g), y sesenta
minas, un talento (25,86 / 37,8 kg). En las equivalencias
de las notas empleo siempre el sistema ático-euboico. Las
unidades monetarias homónimas equivalían al peso co-
rrespondiente en plata.
SINOPSIS DE LA HISTORIA DEL ANTIGUO EGIPTO1

1. Periodo arcaico o proto-dinástico:


Dinastía I c. 3100-2890 a.C.
Dinastía II c. 2890-2686 a.C.

2. Imperio Antiguo
Dinastía III c. 2686-2613 a.C.
Dinastía IV c. 2613-2494 a.C.
Dinastía V c. 2494-2345 a.C.
Dinastía VI c. 2345-2181 a.C.

3. Primer periodo intermedio


Dinastías VII-mitad de la XI c. 2181-2040 a.C.

4. Imperio Medio
Dinastía XI c. 2040-1991 a.C.
Dinastía XII c. 1991-1786 a.C.

5. Segundo periodo intermedio


Dinastías XIII-XVII c. 1786-1570 a.C.

1
Fuentes: Cambridge Ancient History, I,2; II,1-2, Cam-
bridge 19713, 1973-53; K. KITCHEN, The Third Intermediate Pe-
riod, Warminster 1973; A. B. LLOYD, «The Late Period», en: B.
TRIGGER ET AL., Ancient Egypt: a Social History, Cambridge
1983, p. 281.
34 José M. Floristán

6. Imperio Nuevo
Dinastía XVIII c. 1570-1320 a.C.
Dinastía XIX c. 1320-1200 a.C.
Dinastía XX c. 1200-1069 a.C.

7. Tercer periodo intermedio


Dinastía XXI c. 1069-945 a.C.
Dinastía XXII (libia) c. 945-715 a.C.
Dinastía XXIII (tanaíta) c. 818-715 a.C.
Dinastía XXIV (saíta) c. 727-715 a.C.
Dinastía XXV (nubia) c. 728-656 a.C.
8. Periodo tardío
Dinastía XXVI (saíta) 664-525 a.C.
Dinastía XXVII (persa) 525-404 a.C.
Dinastía XXVIII (saíta) 404-400 a.C.
Dinastía XXIX (mendesia) c. 399-379 a.C.
Dinastía XXX (sebenita) c. 379-342 a.C.
Dinastía XXXI (persa) 341-332 a.C.

9. Periodo helenístico 332-30 a.C.

10. Periodo romano y bizantino 30 a.C.-641 d.C.


ADVERTENCIAS A LA PRESENTE EDICIÓN

El texto griego reproduce el de C. Hude, Herodoti


Historiae, I-II, Oxford Classical Texts, 1908, 19272, con
las variantes que recojo a continuación. El comentario
que acompaña al texto y traducción se basa en esencia en
el de Alan B. Lloyd, Herodotus, Book II, 3 vols., Leiden:
Brill, 1975-1988, con aportaciones del de W. W. How-J.
Wells (1912) y D. Asheri-A. Llloyd-A. Corcella (2007),
de los que he extractado lo que considero más interesante
desde el punto de vista de los estudiosos del helenismo y
del público en general. Por la naturaleza de la presente
colección, el texto griego no está acompañado de un apa-
rato crítico, aunque sí he señalado las adiciones y elimi-
naciones que han introducido los editores modernos.
LECTURAS DISCREPANTES DE LA ED. DE HUDE

5.1 τοιοῦτο: τοιοῦτον Hude.


8.1 πρὸς μεσαμβρίην τε καὶ νότον: πρὸς μεσαμβρίης τε
καὶ νότου Hude.
8.3 ἡμερέων τεσσέρων: ἡμερέων τεσσέρων <καὶ δέκα>
Hude cum Dietsch.
11.1 θαλάσσης: [θαλάσσης] Hude.
11.3 τὸν δὲ Ἀράβιον τὸν ἔρχομαι λέξων codd.: τὸν δὲ
[Ἀράβιον τὸν ἔρχομαι λέξων] Hude cum Schweig-
hausero.
13.3 πυθόμενοι: πυνθανόμενοι Hude.
14.2 οἱ ἄλλοι: ὧλλοι Hude.
19.1 πλέον: πλεῦν Hude.
19.3 τὰ λελεγμένα: [τὰ λελεγμένα] Hude.
20.3 κατὰ τὰ αὐτὰ: κατὰ ταὐτὰ Hude.
27 ἀπὸ τοῦ Νείλου del. Hude.
30.4 δείξαντα: δέξαντα Hude.
31 ἡλίου: [ἡλίου] Hude.
36.1 ξυρεῦνται: ξυρῶνται Hude.
37.2 ξυρεῦνται: ξυρῶνται Hude.
43.1 τόνδε τὸν λόγον: τόνδε [τὸν] λόγον.
52.2 περὶ τῶν οὐνομάτων: περὶ [τῶν] οὐνομάτων Hude.
64.1 ἀνιστάμενοι: [ἀνιστάμενοι] Hude.
38 José M. Floristán

68.3 κατὰ λόγον τοῦ σώματος: [κατὰ λόγον τοῦ σώμα-


τος] Hude.
93 ἐκπλώουσι, ἀναπλώουσι, ἐκπλώοντες, ἀναπλώοντες,
καταπλώουσι: ἐκπλέουσι, ἀναπλέουσι, ἐκπλέοντες,
ἀναπλέοντες, καταπλέουσι Hude.
97.2 ἀναπλώοντι: ἀναπλέοντι Hude.
99.2 τὸν Μῖνα πρῶτον: Μῖνα τὸν πρῶτον Hude.
107.1 ἑωυτοῦ: αὐτοῦ Hude.
114.3 ἐστι: ἐστι <ὁ> Hude; ὅ τι κοτὲ: τί κοτε.
116.2 κατά περ ἐποίησε: κατὰ παρεποίησε Hude.
120.2 οἱ ἄλλοι προσήκοντες: οἱ ἄλλοι <οἱ> προσήκοντες
Hude.
121.α.3 ἐπελθόντας: ἐλθόντας Hude.
121.γ.2 κομιεῖ: κομιῇ Hude cum Merzdorf.
122.3 ἑωυτῶν: αὐτῶν Hude.
ἱρὸν: [ἱρὸν] Hude.
123.1 παρὰ πάντα τὸν λόγον: παρὰ πάντα [τὸν] λόγον
Hude.
131.1 τόνδε τὸν λόγον: τόνδε [τὸν] λόγον Hude.
135.5 ὅδε ὁ λόγος: ὅδε [ὁ] λόγος Hude.
151.2 τε βασιλέες: [τε] βασιλέες Hude.
151.3 ἐν φρενὶ: [ἐν] φρενὶ Hude.
152.3 ἐς τὸ χρηστήριον τῆς Λητοῦς: [ἐς τὸ χρηστήριον τῆς
Λητοῦς] Hude.
158.4 στάδιοι χίλιοι: στάδιοι <ἀπαρτὶ> χίλιοι Hude ex
Bekk. Anecd. 418 et aliis.
160.1 τοῦτον δὴ τὸν Ψάμμιν: τοῦτον [δὴ] τὸν Ψάμμιν
Hude.
165 ἐγένοντο: γενοίατο Hude.
166 ἐγένοντο: γενοίατο Hude.
167.1 ὁρέων: ὁρῶν Hude.
Introducción 39

169.3 τέως: ἕως Hude.


173.2 ἄμεινον σὺ ἂν ἤκουες: σὺ ἄμεινον ἤκουες Hude.
175.5 ἐνθυμιστὸν: ἐνθυμητὸν Hude.
181 μιχθῇ, ἐμίχθη: μειχθῇ, ἐμείχθη Hude.

SIGNOS

< > texto suplido por conjetura, ausente de los manuscri-


tos.
[ ] texto eliminado por los editores modernos, presente en
los manuscritos.
SINOPSIS DEL LIBRO II

1-4 Introducción al logos egipcio


1 Cambises ataca Egipto.
2 Antigüedad de los egipcios.
3 Lugares de la investigación de Heródoto: Menfis,
Tebas y Heliópolis.
4 Hallazgos más importantes de los egipcios: el ca-
lendario, el culto y los nombres de los dioses.
5-34 Geografía de Egipto
5-9 Límites y dimensiones de Egipto, por la costa
y hacia el interior.
10-18 Naturaleza aluvial de Egipto (10). Hipótesis
del golfo mediterráneo paralelo al Mar Rojo
(11). Pruebas: fósiles, depósitos salinos, as-
pecto de la tierra, crecida del Nilo (12-14). Re-
futación de la opinión de los jonios sobre la
extensión de Egipto (15-16). Definición que da
Heródoto (17), reforzada por un oráculo de
Amón (18).
19-27 La crecida del Nilo (19). Hipótesis sobre su
origen y refutación: vientos etesios (20), río
Océano (21, 23) y deshielo (22). Hipótesis de
Heródoto: el curso del Sol por su elipse en ve-
rano (24-27).
28-34 Las fuentes del Nilo. Hipótesis de las fuentes
abisales (28). El curso conocido desde Elefan-
tina hacia Nubia (29-31). Viaje de los nasamo-
42 José M. Floristán

nes hacia el sur de Libia (32). Disposición pa-


ralela del Nilo e Istro (33-34).
35-98 Etnografía de Egipto
35-37 Costumbres egipcias contrarias o diferentes de
las griegas.
38-48 Usos relativos a los sacrificios .
38-42 Los bueyes de Épafo, el proceso de sa-
crificio, trato dado a las vacas, otros
animales sacrificiales.
43-45 Breve logos parentético sobre Hera-
cles.
46-48 Relación entre diversos animales y de-
terminados dioses.
49-53 Especulaciones teológicas sobre el origen de
los nombres y rituales del panteón griego.
Egipcios y pelasgos, principales fuentes del
mismo. Homero y Hesíodo, sistematizadores
de la teogonía griega.
54-57 El origen del santuario de Dodona: versión de
los sacerdotes egipcios (54), de las profetisas
de Dodona (55) y racionalización del mito (56-
57).
58-64 Fiestas religiosas en el Antiguo Egipto: Bu-
bastis (60), Busiris (61), Sais (62), Heliópolis,
Buto y Papremis (63). Observancias seguidas
para el acceso a los santuarios (64).
65-76 Culto tributado a los animales (65) y descrip-
ción de los más involucrados en la vida de los
egipcios: gatos (66-67), cocodrilos (68-70), hi-
popótamos (71), nutrias, lepidotos, anguilas y
gansos (72), ave fénix (73), serpiente con cuer-
nos (74), serpientes aladas (75), ibis (76).
77-84 Otras costumbres de los egipcios: salud, hi-
giene y alimentación (77), el banquete y el
canto (78-79), cortesía (80), vestimenta (81),
hemeromancia y mántica (82-83), medicina
(84).
Introducción 43

85-90 Los egipcios y la muerte: trenos (85), sistemas


de embalsamamiento (86-88), el embalsama-
miento de las mujeres principales (89), apo-
teosis de determinados difuntos (90).
91-98 Otras costumbres de los egipcios: competición
deportiva en Quemis en honor de Perseo (91),
costumbres específicas del Bajo Egipto (92),
la reproducción de los peces del Nilo (93), el
aceite de ricino (94), defensa frente a los mos-
quitos (95), fabricación de barcos y navegación
(96-98).
99-182 Historia política del Antiguo Egipto
99-146 Reyes de las primeras 25 dinastías (c. 3100-c.
664 a.C.)
99 Menes, primer faraón.
100 Nitocris, única mujer que reinó en
Egipto.
101 Meris (Amenemhet III, c. 1842-1797
a.C.)
102-110 Leyenda de Sesostris: campañas por el
Mar Rojo y Asia (102-103); digresión
sobre el origen egipcio de los colcos y
pruebas de ello (104-105); las estelas
de Sesostris en Palestina y Jonia (106),
regreso a Egipto (107); excavación de
los canales de Egipto (108) y parcela-
ción del territorio (109); ofrenda en el
santuario de Hefesto (110).
111 Ferón y la anécdota de su ceguera por
impiedad.
112-120 Proteo y la leyenda de la llegada a
Egipto de Paris y Helena: el recinto sa-
grado de Proteo en Menfis y el templo
de Afrodita Extranjera (112); llegada
de Alejandro y Helena a Egipto y de-
cisión de Proteo, según el relato de los
sacerdotes egipcios (113-115); crítica
44 José M. Floristán

de pasajes homéricos sobre la llegada


de Paris a Fenicia y Egipto (116-117);
opinión de los sacerdotes egipcios
sobre la guerra de Troya y la llegada
de Menelao a Egipto para recuperar a
Helena (118-119); opinión de Heró-
doto sobre la presencia de Helena en
Troya (120).
121-123 Reinado de Rampsinito: leyenda de
sus fabulosos tesoros y novela del la-
drón astuto (121, α-ζ); catábasis de
Rampsinito y fiesta de conmemora-
ción (122); digresión sobre las creen-
cias egipcias de ultratumba (123).
124-135 Los faraones constructores de pirámi-
des (4ª dinastía, c. 2613-2494 a.C.)
124-126 Quéops y la Gran Pirámide.
127-128 Quefrén y la segunda pirá-
mide.
129-135 Micerino y la tercera pirá-
mide: carácter piadoso y justo
del faraón (129); muerte de su
hija y enterramiento en la fi-
gura de una vaca, variante
sobre su muerte, procesión de
la vaca (130-132); oráculo
sobre la muerte temprana de
Micerino y reacción de éste
(133); su pirámide, atribuida
por algunos a Rodopis (134);
leyenda de la cortesana Rodo-
pis (135).
136 Asiquis (22ª dinastía).
137-140 Anisis: invasión nubia y reinado de
Sábaco (137); descripción del santua-
rio de Bubastis (138); retirada nubia
(139); vuelta de Asiquis al poder
(140).
Introducción 45

141 Reinado de Setón: ataque de Senaque-


rib, rey de Asiria.
142-146 Digresión cronológica sobre la histo-
ria de Egipto, desde Menes hasta
Setón: generaciones, años, presencia
de dioses en Egipto, fenómenos ex-
traordinarios (142); episodio de Heca-
teo en Tebas (143); discusión sobre la
presencia de los últimos dioses entre
los egipcios y los griegos (144-146).
147-182 Historia de la 26ª dinastía (saíta, 664-c. 529
a.C.)
147-157 Reinado de Psamético I (664-610
a.C.): dodecarquia (147); digresión
sobre el laberinto de Hawara (148) y
lago Meris (149-150); cumplimiento
del oráculo que había profetizado el
reinado de uno solo (151); llegada al
poder de Psamético (152); sus cons-
trucciones en Menfis (153); primeros
establecimientos griegos en Egipto
(154); digresión sobre Buto y sus san-
tuarios (155-156); asedio de Azoto
(157).
158-159 Reinado de Neco II (610-595 a.C.):
excavación del canal hacia el Mar
Rojo (158), expediciones militares
(159).
160 Reinado de Psamis (Psamético II, 595-
589 a.C.)
161-171 Reinado de Apries (589-570 a.C.)
161 Reinado como faraón en soli-
tario.
162-163 Lucha de Apries y Amasis por
el poder.
164-168 Digresión sobre las castas so-
ciales en Egipto (164); la
46 José M. Floristán

casta social de los guerreros:


hermotibies (165) y calasiries
(166); paralelos de esta insti-
tución en otros sitios (167);
privilegios de los guerreros
(168).
169 Resultado de la lucha entre
Apries y Amasis: derrota y
muerte del primero.
170-171 Digresión sobre las tumbas
reales, santuario de Atenea y
misterios de Sais.
172-182 Reinado de Amasis en solitario.
172-174 Logoi sobre la sabiduría y el
carácter de Amasis.
175-176 Sus monumentos: propileos,
colosos, cámara monolítica en
Sais, colosos de Menfis y
Sais, santuario de Menfis.
177 Prosperidad del reino y visita
de Solón.
178-182 Helenofilia de Amasis: cesión
de Náucratis y del santuario
Helenio (178-179); ayuda
para la reconstrucción del
templo de Delfos (180); ma-
trimonio con una griega de
Cirene (181); ofrendas en
templos de Cirene, Lindo y
Samos (182).
Ἱστορίης βʹ
(Εὐτέρπη)

Historia. Libro II
(Euterpe)

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