Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Me queda la palabra*
(Notas sobre Poblanidades, de Jorge
Chávez Palma)
i
Empiezo estas líneas con una evocación personal que no pretende ser exacta
pero sí agradecida. La primera vez que vi a Jorge Chávez Palma y que escu-
ché su voz fue, más o menos en 1971. Coincidimos; él, en su madura juventud,
y el que esto escribe, en el abandono de la mocedad. Rodeo innecesario para
decir que él era mi maestro y yo su alumno en una secundaria cuyo nombre,
después de saber lo ocurrido en Tlatelolco en 68, me resultó aborrecible: “Gus-
tavo Díaz Ordaz”
De Jorge Chávez Palma, mi entonces maestro de Historia Universal, escu-
ché por vez primera los anhelos igualitarios. Las palabras socialismo y comunis-
mo científico encuentran allí la imagen primera; al igual que “imperialismo” y
“reparto del mundo”. Allí empezaron mis visitas cada vez más frecuentes a Los
supermachos y Los agachados de Eduardo del Río, el entrañable Rius; mi asomo a
un país que pretendía ver a través del Excélsior de Julio Scherer y a una revista
que me resultaba críptica pero que seguramente decía cosas interesantes para
los que las podían entender, me refiero a Plural; había, además, una multiplici-
dad de preguntas que todavía hoy buscan su respuesta, una respuesta nueva,
urgente para ya viejos problemas.
Si inicio estas líneas evocando recuerdos que me resultan entrañables es
por el hecho de que sus palabras abrieron horizontes para mi persona. Chávez
Palma cumplió, a pie juntillas eso que Alberto Manguel llama el papel del
maestro: No sólo me inició en el abecé del pasado, sino que me hizo intuír la
gramática de la vida; y sólo ahora, cuando la madurez me empieza a otorgar el
pensamiento reposado, reparo en el significado de las cosas, de muchas cosas,
pasadas y presentes. Y ello, en buena medida, se lo debo a mis maestros, Jorge
Chávez Palma es uno de ellos.
Inicio de esta manera porque Poblanidades, el libro de poesía más recien-
te de Jorge Chávez Palma, me ha hecho preguntarme por las coordenadas que
lo han hecho posible. Pero antes de establecerlas, o de intentar aproximarme a
ellas, hago una digresión obligada.
ii
Fue Luis Cardoza y Aragón quien, en una metáfora afortunada, se refirió a la
poesía como “la prueba concreta de la existencia del hombre”; fue Gabriel Cela-
ya el que la vio como “un arma cargada de futuro”, y otros más, poetas compro-
metidos con su tiempo, no han dudado en recurrir a ella como una herramienta
* Texto leído en la presentación del libro Poblanidades, en la Sala José Luis Rodríguez Alconedo, de la Casa de
Cultura del Estado de Puebla, el 17 de abril de 2012.
iii
Poblanidades, el libro de poemas de Jorge Chávez Palma está armado, además
de la presentación y del poema inicial, en tres capítulos: Provincianadas, Memo-
ria, y Pueblando.
A Provincianadas pertenecen las pinceladas que hace sobre el terruño que es
también el territorio de la infancia. De ahí las presencias recobradas, el padre,
la madre, el maestro Burgos, la abuela; presencias de las que se va llenando la
voz de Chávez Palma. En “Tulcingo” dice el poeta, advertimos:
Cerros pelones
Escoltados por órganos estoicos.
La mixteca poblana consumía mi niñez
entre las cuadraturas de Tulcingo del Valle.
En la primera mitad del siglo veinte consagrado.
Me duele la vida
y las raíces que me habitan
Me duele el futuro porque la incertidumbre
lo alienta y oscurece sin pasión que lo estremezca.
Me dispongo
a habitar el lenguaje que me circunda
Perderme en las palabras de los otros
para encontrar las que se consumieron
morando los peldaños del pasado
Alimentarse del silencio
Emitido por sonidos de colores
Para saber dónde sembrar
Esas palabras.
Años de lucha.
Mantener en alto la dignidad
de pararnos en el territorio de la disidencia.
La disposición de enseñar las convicciones.
De acompañar a los jodidos
Aprendí a caminar
Y a tropezar hasta caer y no tener miedo
Caer.
iv
Propicio fue el tiempo histórico que hizo posible la expresión de Chávez Pal-
ma: la segunda mitad del siglo xx. Erick Hobsbawm le llamó el siglo corto: ha-
bría iniciado con la revolución rusa y habría terminado con la caída del muro
de Berlín; habría devenido de la utopía soñada en el siglo xx a la realidad vuel-
ta pesadilla; es decir: el inicio del sueño igualitario y el triunfo (esperamos que
provisional) del capitalismo salvaje. En ese inter, los golpes de estado vividos en
América Latina; la revolución cubana, el socialismo chileno; el 68 y el 71 mexi-
canos, la insurgencia magisterial de la que el propio Chávez Palma fue prota-
gonista, la insurgencia de los electricistas de la Tendencia Democrática (en la
que habríamos de encontrarnos, de nueva cuenta); esa Universidad Democrá-
tica Crítica y Popular que alentó el ingeniero Luis Rivera Terrazas, entre otras
muchas cosas más que el tiempo ha acumulado.
Memoria da cuenta de ello. Y si la resignificación del pasado, la aceptación,
es necesaria para ver el presente, Puebleando es la amorosa fidelidad a una ciu-
dad ya ausente; son las saudades ante una ciudad que va dejando de ser ella
misma para convertirse en algo que no sabemos qué será pero cuya configura-
ción siempre estará pendiente. Tales los signos de la modernidad que no acaba
cuando la posmodernidad (cualquier cosa que eso signifique) ya está presente.
Escribe Chávez Palma en “Ciudad rota”:
Desolación y desamparo.
Sueños corroídos
exasperación
En oleadas volátiles
un sol impertinente de canícula.
Desde la urbe viene devorando
todos los camino a su paso
Sorbiendo las sílabas gramaticales
para hundir las reflexiones al olvido
Puebla, la ciudad rota, (cito) “es la ciudad de los nostálgicos ayeres, [la]
sede caudalosa de emporios y empatías inacabables”. Es la ciudad habitada que
se nos rompe entre las manos; es la ciudad testigo de una población escindida,
enfrentada y nunca conciliada en un posible futuro común. Chávez Palma da
cuenta de ello. Su lírica, íntima, de combate, de razonadas razones, es también
testimonial. Manuel Gutiérrez Nájera escribió, en el último cuarto del siglo xx,
que su generación estaba decidida a ser profundamente moderna (cuando la
modernidad, el progreso, significaban la Gran Promesa); Octavio Paz, que vio
en la poesía la revelación, el pan de unos cuantos; el alimento maldito, y que
hizo de ella una analogía al escribir: “El poema es un caracol en donde resuena
la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos de
la armonía universal”, corrigió la frase de Gutiérrez Nájera: No es que quera-
mos ser modernos; es que estamos condenados a serlo. Y esa condena, exaspe-
rada por la globalización, hace que las voces resultantes expresen también esa
falta de armonía universal.
Si la poesía de Jorge Chávez Palma suena a ratos inarmónica, taladra la con-
ciencia desde metáforas rudas y cortantes, cúlpese de ello a los tiempos que vi-
vimos; sin embargo, no es menos cierto que en su obra está el agradecimiento
profundo de una vida que ha conquistado amigos y concitado lealtades. Que está
a la búsqueda de una armonía que estos tiempos parecen empeñados en negar.
José Emilio Pacheco vio en la poesía, en alguna expresión de la poesía mo-
derna, una variante de la neurosis, es el precio, cito de memoria, “que pagan
algunos hombres por no saber vivir”. Este tiempo no nos deja vivir. “Escribir
poesía —nos dice Jomi García Ascot— es hablar de huecos y presencia, de co-
sas que suceden y de cierto color que da la vida al cuerpo de la mañana o la
madera.” Jorge Chávez Palma nos habla de cosas que suceden, nos habla de
huecos y presencias, del color que adquieren las cosas en ese devenir que es la
vida; en el devenir de su vida. Chávez Palma, quien acude a la palabra en este
tramo fecundo de su vida, me hace evocar los versos finales de un poema de
Blas de Otero:
Sí, Jorge Chávez Palma hace suyo, con toda certeza, el último verso: “Me
queda la palabra”.