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RESEÑAS 113

Me queda la palabra*
(Notas sobre Poblanidades, de Jorge
Chávez Palma)

José Carlos Blázquez

i
Empiezo estas líneas con una evocación personal que no pretende ser exacta
pero sí agradecida. La primera vez que vi a Jorge Chávez Palma y que escu-
ché su voz fue, más o menos en 1971. Coincidimos; él, en su madura juventud,
y el que esto escribe, en el abandono de la mocedad. Rodeo innecesario para
decir que él era mi maestro y yo su alumno en una secundaria cuyo nombre,
después de saber lo ocurrido en Tlatelolco en 68, me resultó aborrecible: “Gus-
tavo Díaz Ordaz”
De Jorge Chávez Palma, mi entonces maestro de Historia Universal, escu-
ché por vez primera los anhelos igualitarios. Las palabras socialismo y comunis-
mo científico encuentran allí la imagen primera; al igual que “imperialismo” y
“reparto del mundo”. Allí empezaron mis visitas cada vez más frecuentes a Los
supermachos y Los agachados de Eduardo del Río, el entrañable Rius; mi asomo a
un país que pretendía ver a través del Excélsior de Julio Scherer y a una revista
que me resultaba críptica pero que seguramente decía cosas interesantes para
los que las podían entender, me refiero a Plural; había, además, una multiplici-
dad de preguntas que todavía hoy buscan su respuesta, una respuesta nueva,
urgente para ya viejos problemas.
Si inicio estas líneas evocando recuerdos que me resultan entrañables es
por el hecho de que sus palabras abrieron horizontes para mi persona. Chávez
Palma cumplió, a pie juntillas eso que Alberto Manguel llama el papel del
maestro: No sólo me inició en el abecé del pasado, sino que me hizo intuír la
gramática de la vida; y sólo ahora, cuando la madurez me empieza a otorgar el
pensamiento reposado, reparo en el significado de las cosas, de muchas cosas,
pasadas y presentes. Y ello, en buena medida, se lo debo a mis maestros, Jorge
Chávez Palma es uno de ellos.
Inicio de esta manera porque Poblanidades, el libro de poesía más recien-
te de Jorge Chávez Palma, me ha hecho preguntarme por las coordenadas que
lo han hecho posible. Pero antes de establecerlas, o de intentar aproximarme a
ellas, hago una digresión obligada.

ii
Fue Luis Cardoza y Aragón quien, en una metáfora afortunada, se refirió a la
poesía como “la prueba concreta de la existencia del hombre”; fue Gabriel Cela-
ya el que la vio como “un arma cargada de futuro”, y otros más, poetas compro-
metidos con su tiempo, no han dudado en recurrir a ella como una herramienta

* Texto leído en la presentación del libro Poblanidades, en la Sala José Luis Rodríguez Alconedo, de la Casa de
Cultura del Estado de Puebla, el 17 de abril de 2012.

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de propaganda (como, por otro lado, en tiempos de emergencia, de cambio so-


cial, lo han sido la pintura, o la música misma).
Los nombres se agolpan en mi memoria, dejo que fluyan, desordenados,
abandonados a su capricho: Octavio Paz con su “Elegía a un combatiente”
(aunque después se haya censurado); César Vallejo con su “España aparta de
mí este cáliz”; Miguel Hernández, con “Aceituneros” o “Las nanas de la cebo-
lla”; Maiakovski y su “Vladimir Ilich Lenin”, Pablo Neruda con su “Alabanza
al nixonicidio y canto de la Revolución Chilena” (poemario que deja los lindes
de la poesía para aproximarse al panfleto); Mario Benedetti y su “Cumpleaños
de Juan Ángel”, por no mencionar su “Poemas de otros”; Roque Dalton. En fin,
la lista podría alargarse.
De tiempo en tiempo los hacedores de literatura discuten si las obras deben
comprometerse con su tiempo o si deben preocuparse por la sola belleza. Lle-
van al lector a decidirse: Arte por el arte o arte comprometido. Disyuntiva falsa.
Es mejor preguntarse qué es lo que origina que se escriba poesía de una for-
ma o de otra, desde un lugar o desde otro, desde un tiempo o desde otro, des-
de una historicidad. Si entendemos el porqué, sabremos las razones del cómo. Y
ese cómo encuentra siempre a sus lectores. La crítica puede ser entendida como
el conocimiento del canon y su observancia, los llamados a su observancia, o
como una sensibilidad (que no ignora las discusiones que privan en el canon)
hablando de otra sensibilidad; prefiero esta última acepción.

iii
Poblanidades, el libro de poemas de Jorge Chávez Palma está armado, además
de la presentación y del poema inicial, en tres capítulos: Provincianadas, Memo-
ria, y Pueblando.
A Provincianadas pertenecen las pinceladas que hace sobre el terruño que es
también el territorio de la infancia. De ahí las presencias recobradas, el padre,
la madre, el maestro Burgos, la abuela; presencias de las que se va llenando la
voz de Chávez Palma. En “Tulcingo” dice el poeta, advertimos:

Cerros pelones
Escoltados por órganos estoicos.
La mixteca poblana consumía mi niñez
entre las cuadraturas de Tulcingo del Valle.
En la primera mitad del siglo veinte consagrado.

Allí, en Tulcingo, las primeras disidencias:


Entre discusiones sobre la docencia
derechos sindicales y carencias hogareñas
fui creciendo y percibí la realidad
como una montaña de hechos
tejidos al socaire de lo cotidiano.

Por ello, Chávez Palma lleva:


[…] entre las reminiscencias
la piel del recuerdo de una trayectoria
asolada por el tiempo que pasó por arriba de la puerta.
Escombrando las huellas de un pasado en el caserío
Encumbrado en la espalda del siglo veinte.
Traigo ante mí sucesos de una infancia adormilada
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Entre festones pueblerinos


Calles repletas de jolgorio patriotero
engalanan la provincia devota.

En Provincianadas, Chávez Palma cumple un ritual de retorno al origen; da


rienda suelta a su yo lírico y evoca, no discursivamente, sino prosando, imáge-
nes, el paraíso perdido.
Memoria es, acaso, el capítulo más intenso; no sólo por la extensión (39
poemas a diferencia de los 8 de Provincianadas) sino por la lucha que esos años
representan y de la cual dan cuenta los versos. Memoria son los versos de la in-
dignación, de la conciencia que fustiga y que llama a la acción. Allí, Chávez
Palma nos dice que la realidad no le es indiferente, en “Me duele esta vida”:

Me duele la vida
y las raíces que me habitan
Me duele el futuro porque la incertidumbre
lo alienta y oscurece sin pasión que lo estremezca.

Me duele este mundo


conducido por la perversidad.
Los medios transmiten la insensatez
que ayuda a manipular las voluntades
sumidas en las letrinas de la injusticia.

Versos descarnados, cincelados, digámoslo como lo dice el propio Chávez


Palma, “al golpe del esfuerzo”. En Memoria el lenguaje deviene eco de otras vo-
ces para configurarse a sí misma, al yo poético:

Me dispongo
a habitar el lenguaje que me circunda
Perderme en las palabras de los otros
para encontrar las que se consumieron
morando los peldaños del pasado
Alimentarse del silencio
Emitido por sonidos de colores
Para saber dónde sembrar
Esas palabras.

Puedo equivocarme al afirmar lo siguiente, pero me da la impresión que


a Jorge Chávez Palma no le preocupa tanto la elaboración de las metáforas fi-
ligranadas como la efectividad que éstas puedan alcanzar en la crudeza de su
verdad. No es tanto el valor estético lo que pone en primer plano como la efec-
tividad que su mensaje político pueda alcanzar. En “levantar la vista”, por ejem-
plo, y cito en extenso, afirma:

Años de lucha.
Mantener en alto la dignidad
de pararnos en el territorio de la disidencia.
La disposición de enseñar las convicciones.
De acompañar a los jodidos

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Andar huyendo de la corrupción


Incendiar la denuncia de trapacerías.

Vestirse completo de muchedumbre


Prender el faro de la cultura
Atizar la hoguera de las conciencias.

Todo eso me enseñó a perder el miedo a equivocarme


Crear vida. No temer.
A intentarlo otra y otra vez

Aprendí a caminar
Y a tropezar hasta caer y no tener miedo
Caer.

A levantar la vista en el camino


para atravesar más horizontes
y llegar a tomar de la mano aquellos objetivos.

Fui cargando los años hasta llegar a los setenta


Y cuando llegué a voltear la vista
me convencí de haber hecho de la vida
un hermoso paisaje de experiencias.

Pero Chávez Palma, al tiempo que deja constancia de su convicción repu-


blicana, juarista, antiimperialista, al tiempo que recoge la tragedia que dio ini-
cio a la Revolución Mexicana con los hermanos Serdán y recobra la heredad
que ello implica, se da tiempo de hacer una poesía más intimista: En “El con-
juro de la vida” reconoce que:

La insensatez se come a pedazos


Se aloja en un rincón del olvido
La verdad se refugia
Entre los parajes de nuestras miradas
O en “Me visto”:
Me visto con las calles de mi ciudad.
Camino con la firme entereza de ir de la mano
De los sueños que quiero compartir contigo.

Llevo mis pupilas de ensoñaciones sosegadas


Estoy atento a la organización de los mundos
Acudo presuroso a una asamblea pletórica
Donde se convoca a las tristezas de la vida

Camino al encuentro de palabras que me desnudan


De improviso el abandono se apropia del entorno
Y la esperanza inventa los nombres del olvido.
NOTAS Y RESEÑAS 117

iv
Propicio fue el tiempo histórico que hizo posible la expresión de Chávez Pal-
ma: la segunda mitad del siglo xx. Erick Hobsbawm le llamó el siglo corto: ha-
bría iniciado con la revolución rusa y habría terminado con la caída del muro
de Berlín; habría devenido de la utopía soñada en el siglo xx a la realidad vuel-
ta pesadilla; es decir: el inicio del sueño igualitario y el triunfo (esperamos que
provisional) del capitalismo salvaje. En ese inter, los golpes de estado vividos en
América Latina; la revolución cubana, el socialismo chileno; el 68 y el 71 mexi-
canos, la insurgencia magisterial de la que el propio Chávez Palma fue prota-
gonista, la insurgencia de los electricistas de la Tendencia Democrática (en la
que habríamos de encontrarnos, de nueva cuenta); esa Universidad Democrá-
tica Crítica y Popular que alentó el ingeniero Luis Rivera Terrazas, entre otras
muchas cosas más que el tiempo ha acumulado.
Memoria da cuenta de ello. Y si la resignificación del pasado, la aceptación,
es necesaria para ver el presente, Puebleando es la amorosa fidelidad a una ciu-
dad ya ausente; son las saudades ante una ciudad que va dejando de ser ella
misma para convertirse en algo que no sabemos qué será pero cuya configura-
ción siempre estará pendiente. Tales los signos de la modernidad que no acaba
cuando la posmodernidad (cualquier cosa que eso signifique) ya está presente.
Escribe Chávez Palma en “Ciudad rota”:

Una ciudad rota


Luces que subrayan la sordidez urbana.
Fragmentos de una urbe que se desploma crudamente
en el caos de la civilización.
Imagen caudalosa de la traza desolada
Deterioro de la convivencia.

Desolación y desamparo.
Sueños corroídos
exasperación

En oleadas volátiles
un sol impertinente de canícula.
Desde la urbe viene devorando
todos los camino a su paso
Sorbiendo las sílabas gramaticales
para hundir las reflexiones al olvido

En la selva de concreto y pavimento


no hay espacio para los humanos
Es privilegio del automóvil que recibe tributo y vasallaje
Y surgen obscuros edificios como penes encabritados
Provocando desolación y llanto lastimero citadino.

En los rincones de los suburbios circula el tufo de la miseria


En los techos de cartón aderezados el polvo sanguinario
Invade la conciencia proletaria que encontró clausuradas
las puertas de la historia.

En la ciudad rota abundan las argucias de la globalización inicua.

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Puebla, la ciudad rota, (cito) “es la ciudad de los nostálgicos ayeres, [la]
sede caudalosa de emporios y empatías inacabables”. Es la ciudad habitada que
se nos rompe entre las manos; es la ciudad testigo de una población escindida,
enfrentada y nunca conciliada en un posible futuro común. Chávez Palma da
cuenta de ello. Su lírica, íntima, de combate, de razonadas razones, es también
testimonial. Manuel Gutiérrez Nájera escribió, en el último cuarto del siglo xx,
que su generación estaba decidida a ser profundamente moderna (cuando la
modernidad, el progreso, significaban la Gran Promesa); Octavio Paz, que vio
en la poesía la revelación, el pan de unos cuantos; el alimento maldito, y que
hizo de ella una analogía al escribir: “El poema es un caracol en donde resuena
la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos de
la armonía universal”, corrigió la frase de Gutiérrez Nájera: No es que quera-
mos ser modernos; es que estamos condenados a serlo. Y esa condena, exaspe-
rada por la globalización, hace que las voces resultantes expresen también esa
falta de armonía universal.
Si la poesía de Jorge Chávez Palma suena a ratos inarmónica, taladra la con-
ciencia desde metáforas rudas y cortantes, cúlpese de ello a los tiempos que vi-
vimos; sin embargo, no es menos cierto que en su obra está el agradecimiento
profundo de una vida que ha conquistado amigos y concitado lealtades. Que está
a la búsqueda de una armonía que estos tiempos parecen empeñados en negar.
José Emilio Pacheco vio en la poesía, en alguna expresión de la poesía mo-
derna, una variante de la neurosis, es el precio, cito de memoria, “que pagan
algunos hombres por no saber vivir”. Este tiempo no nos deja vivir. “Escribir
poesía —nos dice Jomi García Ascot— es hablar de huecos y presencia, de co-
sas que suceden y de cierto color que da la vida al cuerpo de la mañana o la
madera.” Jorge Chávez Palma nos habla de cosas que suceden, nos habla de
huecos y presencias, del color que adquieren las cosas en ese devenir que es la
vida; en el devenir de su vida. Chávez Palma, quien acude a la palabra en este
tramo fecundo de su vida, me hace evocar los versos finales de un poema de
Blas de Otero:

Si abrí los labios para ver el rostro / puro y terrible de mi patria,


si abrí los labios hasta desgarrármelos, / me queda la palabra.

Sí, Jorge Chávez Palma hace suyo, con toda certeza, el último verso: “Me
queda la palabra”.

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