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A BETANIA

“sabemos: que el hombre es como las plantas que la planta da fruto y flores
no por la planta misma sino por el surco y la tierra donde ha prendido y que el
hombre y un pueblo no pueden ser grandes y fuertes sino en razón de las tumbas
donde tiene el alimento para su futuro”
Con estas palabras proferidas por el gran Jorge Eliecer Gaitán, en uno de sus mas
famosos discursos llevado a cabo en el teatro municipal de Bogotá, Hoy, teatro que
lleva su nombre, quiero rendir un homenaje a este día doblemente glorioso , en el
cual celebramos 200 años de la batalla definitiva que nos dio la libertad e identidad
como Nación, y además, el centenario del día en que abre sus ojos un poblado
llamado Betania.
Lo que sucedió ese 7 de Agosto de 1919, no fue una fundación en el sentido estricto
de la palabra, fue mas bien un bautizo. Decir que en esta región no existían
pobladores antes de esta fecha, no sería apropiado. Sabemos de buena fuente,
que estas tierras de colinas, llanuras y valles, han sido pobladas desde tiempos
inmemoriales, como pueden dar fe, las piedras que nos rodean, y que llevan las
marcas misteriosas de antiguas tribus indígenas.
También de buena fuente nos han dicho, que en estas tierras convivían vecinos de
la comarca que la llamaban La Jagua, y que como vestigio de aquellos tiempos, la
quebrada que cruza el pueblo aun conserva este nombre.
Pero como sucedía en tiempos bíblicos, en dónde un patriarca o un profeta recibían
el llamado divino, el Señor les cambiaba no sólo su misión, su carácter, sino también
su nombre.
Y tal y como lo creían los antiguos, cuando alguien adquiría un nombre, se esperaba
que la persona adquiriera sus características intrínsecas.
Con Betania no fue la excepción. De origen Hebreo, Betania significa “la casa de
los frutos”, pero es más conocida por ser el lugar dónde el Señor llegaba a guardar
reposo después de estar unos días en Jerusalén.
Allí departía con quienes consideraba sus amigos, es decir, con los hermanos
Lázaro, María y Marta.
Por eso no creo que haya sido simple casualidad que este nombre fuese escogido
para engalanar esta región. Esto ante todo gracias a la intervención de un hombre
de la Iglesia, pero también estadista, precursor del departamento del Huila,
lógicamente me estoy refiriendo a Monseñor Esteban Rojas Tobar. Quien habiendo
peregrinado a tierra Santa, conoció de primera mano, la aldea de Betania, y
sabiendo que era el remanso dónde el Señor tomaba un respiro, se guardó dicho
nombre para sí.
Y es que monseñor Rojas Tobar, no tenía agüeros para caminar y cabalgar la
geografía del Tolima Grande. Siendo el primer obispo de la Diócesis de Garzón,
debía tomar camino hacia Neiva uno que otra vez en el mes, y en ese trajín encontró
en esta tierra, la oportunidad precisa para rememorar aquella aldea de judea, ya
que como aquella, esta Betania le sirvió de descanso y alivio en el transcurso de
sus travesías.
Además del nombre, Monseñor le ha dejado a Betania uno de los legados más
importantes que aun conserva. Este poblado tiene la dicha de tener como patrono,
no a un santo o una santa, que no tendría nada de malo, pero qué privilegio es que
esta iglesia centenaria esté dedicada con especial esmero a la persona de Jesús y
más específicamente, a su amor incondicional. Porque es claro que universalmente
el amor se representa con un corazón, y aquí habita el corazón de Jesús y ojalá
nunca se vaya.
Han pasado los años, y de esas familias que estuvieron en ese momento, hoy sus
descendientes estamos aquí reunidos.
Este tributo, se rinde a quienes ya no están con nosotros pero también a quienes
continúan el legado de sus mayores.
Lo dice alguien, que, sin haber nacido aquí guarda en su corazón un cariño inmenso
por una tierra que representa unos valores y una idiosincrasia forjada en el seno de
una familia unida.
Nuestros viejos ya no están, se han ido, y con ellos mil historias y un mundo cada
vez más desconocido. Un mundo dónde no existía el odio visceral, dónde el tiempo
pasaba mas despacio, dónde se añoraban y disfrutaban los placeres mas simples
de la vida como el sabor de un bizcochuelo, un vaso de ponche, un cansamocho en
cuaresma o el caer de la tarde sentado en la puerta de la casa mientras llega la
noche fresca y de fondo suena un radio viejo.
Una generación que miró con sigilo la época de la violencia bipartidista, que sufrió
hambrunas, que obligó o que algunos tomaran camino hacia tierras caqueteñas,
fueron tiempos difíciles, de sequías que sólo podían ser conjuradas a través de
rogativas, una época de veteranos de guerra y de trabajo arduo, porque esta tierra
caliente no se labra sola.
Esos tiempos de Onias de Mercedes, de Liboria, de Segundo, de Amira, de Tulio,
de Adan, de Dionisio, de Rosenda, de las misas en Latín, de las semanas santas
solemnes, de los sanjuanes memorables, de los viajes en balsa hacia Neiva, de la
historia del indio estacado ya no volverán, pero si honramos su memoria, aquí
seguirán.
Sea esta la oportunidad no sólo para recordar a familiares, sino también a
personajes que eran parte esencial del diario vivir en el pueblo, tal es el caso de
Domingo Díaz, el campanero, Felix Dussán, el talabartero, Guillerma Gaspar la
matrona de Betania, o Don Germán Charry, un gran colaborador. Como ellos cientos
de historias, no sólo de quienes nacieron o se criaron aquí, sino también de
maestras, misioneros, intendentes, inspectores y demás autoridades que se
afincaron aquí, o se llevaron un buen recuerdo de una tierra que no les causó
preocupaciones ni angustias.
Porque de pletios, aquí poco, a lo mejor en época electoral pero no pasa a mayores,
puede más la camaradería y la compasión por el prójimo que una discordia política.
Los valores de la honradez, la unidad y la sencillez con que se disfrutan las cosas
simples de la vida aun siguen intactos.
Como diría una persona muy cercana, también de raíces betaniunas pero radicado
en Bogotá, departir una tarde acá, es olvidar todos los problemas de una gran
ciudad, es hacer una pausa en el camino, es aprender a vivir de otra forma, donde
las relaciones no se basan en el “cuanto tienes”. Es reír a carcajadas a pesar de
tener el agua al cuello. De poder pelar, y ser pelado, de impregnarnos de actitudes
positivas y cargarnos de energía.
Cuando Gaitán decía que había similitud entre las plantas y los hombres, lo decía
con la convicción de sólo aquél que valora sus raíces, se llena de humildad y
sigue adelante.

Betania seguirá siendo un remanso de paz, si así lo queremos, si respetamos el


legado de quienes nos precedieron y recordamos que esta tierra no se llama así
por casualidad.

Felices 100 años Betania, que las futuras generaciones puedan verte prospera,
apacible y sobre todo, aferrada a ese corazón de Jesus inmenso que se
incrustó aquí y que nunca decepciona.

Gracias!

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