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Bourdieu, P. (2001). Le Sommet des peuples de Québec. Inter, (80), 14–15.

Muchos de ustedes están aquí preocupados, indignados, rebelados ante el mundo tal como es, el mundo tal como lo
hacen las potencias económicas y políticas. Estas potencias que, largo tiempo encarnadas por figuras tramposas de
matones de cine B, han adoptado hoy el rostro estrecho y obstinado del señor BUSH. Aquí, en Quebec, pero también en
Berlín, en Tokio, en Río, en París y en todo el mundo, son muchos los que se rebelan contra la política de «globalización»
de la que la Cumbre de las Américas es una nueva etapa, después de Seattle, Seúl o Praga. Porque, como lo demuestra
esta reunión destinada a instaurar el libre comercio a escala de las Américas, la «globalización» que se nos presenta
como una fatalidad, destino inevitable de las sociedades avanzadas, es una política, y una política destinada a imponer
las condiciones más favorables a las fuerzas económicas.

La lógica de la ganancia.
¿Cuál es, en efecto, el «libre comercio» del que se nos habla? Basta con leer el Acuerdo General sobre Comercio y
Servicios (GATT), cuyo Acuerdo de Montreal no es más que una variante, para esclarecerse e iluminarse. Pero, por
cierto, ¿quién tendrá el coraje de leer estas miles de páginas deliberadamente confusas, redactadas por expertos a
sueldo de los grandes grupos de presión internacionales?
Ahora bien, basta leer estas páginas para comprender que se trata ante todo de destruir todos los sistemas de defensa
que protegen las más valiosas conquistas sociales y culturales de las sociedades avanzadas; para comprender que se
trata de transformar en mercancías y en fuentes de ganancia todas las actividades de servicio, incluidas las que
responden a necesidades fundamentales, como la educación, la cultura y la salud.
Las medidas que prepara la OMC se aplicarán a servicios tales como bibliotecas, medios audiovisuales, archivos y
museos, y a todos los servicios relacionados con el entretenimiento -artes, espectáculos, deportes, teatro, radio y
televisión, etc. Yo podría, para hacer comprender los efectos del reinado absoluto del dinero, tomar el ejemplo del
teatro, o del cine -abandonado cada vez más a las películas de gran espectáculo y de efectos especiales que embrutecen
y adormecen al mundo entero- pero me limitaré al campo del deporte, donde la lógica del lucro (relacionado en
particular con las retransmisiones televisivas de los espectáculos deportivos) hizo desaparecer todo lo relacionado con
una forma de amateurismo (comenzando por la belleza del espectáculo) e introdujo la corrupción, el dopaje, la
concentración de los recursos deportivos en las manos de algunos grandes clubes capaces de pagar transferencias
exorbitantes -y pienso aquí en el fútbol. He hablado de la destrucción de los sistemas de defensa inmunitarios, y de eso
se trata. ¿Cómo no podemos ver que un programa como el de la OMC, que pretende tratar como «obstáculos al
comercio» las políticas destinadas a salvaguardar las particularidades culturales nacionales y propias, por consiguiente,
como obstáculos para las industrias culturales transnacionales, sólo puede tener como efecto prohibir a la mayoría de
los países, y en particular a los menos dotados de recursos económicos y culturales, toda esperanza de un desarrollo
adaptado a las particularidades culturales y respetuoso de las diversidades, en materia cultural como en todos los otros
campos? En especial, exigiéndoles que sometan todas las medidas nacionales, reglamentos internos, subvenciones a
establecimientos o instituciones, licencias, etc., a los veredictos de una organización que intenta conferir el aspecto de
una norma universal a las exigencias de las potencias económicas transnacionales.

El mito del libre comercio.


De hecho, el mito del libre comercio entre socios iguales enmascara bajo las apariencias policiales de acuerdos
internacionales jurídicamente garantizados la lógica brutal de las relaciones de poder que se afirma de hecho en la
asimetría del doble estándar y la doble vara: esta lógica hace que los dominantes, y en particular los Estados Unidos,
puedan recurrir al proteccionismo y a las subvenciones que prohíben a los países en desarrollo (impedidos, por ejemplo,
de limitar las importaciones de un producto que cause graves daños a su industria o de regular las inversiones
extranjeras). Extrañas leyes, por las cuales los dominantes se colocan por encima de las leyes. Para nombrar estos
contratos leoninos, que dan al dominado el derecho a ser comido por el dominante, los kabyles hablan del contrato del
león y del asno.
Pero, ¿no están ustedes bien ubicados -aquí en Canadá- para observar los efectos de los acuerdos de libre comercio
entre potencias desiguales? ¿O para analizar el efecto de dominación vinculado a la integración en la desigualdad? Con
la abolición de las protecciones que la han dejado indefensa, en especial en materia de cultura, ¿no está Canadá
sufriendo una verdadera integración económica y cultural por parte de su vecino norteamericano? La unión aduanera
¿no ha tenido el efecto de desposeer a la sociedad dominada de toda independencia económica y cultural con respecto
a la potencia dominante, con la fuga de cerebros, la concentración de la prensa, de la edición, etc., en beneficio de los
Estados Unidos? Y habría que analizar en detalle el lugar muy particular que, en la resistencia a estos procesos,
corresponde a la provincia francófona de Quebec: la barrera del idioma puede ser una protección (otro ejemplo sería la
comparación entre Inglaterra y Francia); veo aquí un indicio de la contribución de los quebequenses a la lucha contra la
globalización -pienso, por ejemplo, en el papel de las mujeres quebequenses en la elaboración de la magnífica Carta de
la Marcha mundial de mujeres.
Así, todo lo que se describe bajo el nombre a la vez descriptivo y prescriptivo de “mundialización” es el efecto no de una
fatalidad económica, sino de una política. Esta política es absolutamente paradójica ya que se trata de una política de
despolitización: tomando descaradamente el léxico de la libertad -liberalismo, liberalización, desregulación-, pretende
conferir un dominio fatal a los determinismos económicos liberándolos de todo control y obtener la sumisión de los
gobiernos y de los ciudadanos a las fuerzas económicas y sociales así «liberadas».

Restaurar la política.
Contra esta política de despolitización, es necesario restablecer la política, es decir, el pensamiento y la acción políticos,
y encontrarle a esta acción su justo punto de aplicación, que ahora se sitúa más allá de las fronteras del Estado nacional,
y sus medios específicos, que ya no pueden reducirse a las luchas políticas y sindicales dentro de los Estados nacionales.
Al acuerdo de los gobiernos de las dos Américas, se debe oponer un movimiento social de las dos Américas, que reúna a
todos los americanos del Sur y del Norte (proyecto que no es tan poco realista como puede parecer si se piensa que a
menudo desde los propios Estados Unidos, con los Ralph NADER, Suzan GEORGE o Lory WALLACH, surgieron los
primeros movimientos de protesta a la política de globalización). Este movimiento encontraría un aliado natural en el
movimiento social europeo -que agrupa a los sindicatos, las asociaciones de lucha y los investigadores críticos de todos
los países europeos- que actualmente está en proceso de constitución (los remito en este punto a mi pequeño libro,
Contra-Fuegos 2).
Y así se podría pensar, junto con otros movimientos internacionales como la Marcha Mundial de Mujeres, que se
constituya una organización permanente de resistencia capaz de plantear sus consignas (de boicot por ejemplo), sus
manifestaciones, sus análisis críticos y sus producciones simbólicas, artísticas en particular, a la violencia sin rostro de las
fuerzas económicas y de los poderes simbólicos que, en la prensa, la televisión y la radio, entre otras cosas, se apresuran
a ponerse a su servicio.

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