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El mayor entre vosotros


Por el presidente Dieter F. Uchtdorf
Segundo Consejero de la Primera Presidencia

La mayor recompensa de Dios se destina a los que prestan servicio sin esperar
recompensa.

Mis queridos hermanos, queridos amigos, cuán agradecido me siento por estar
con ustedes en esta inspiradora reunión mundial del sacerdocio. Presidente
Monson, gracias por su mensaje y bendición. Siempre tomaremos en serio sus
palabras de guía, consejo y sabiduría. Lo amamos y sostenemos, y siempre
oramos por usted. Usted es en verdad el profeta del Señor. Usted es nuestro
Presidente. Lo sostenemos, lo amamos.

Hace casi veinte años se dedicó el Templo de Madrid, España, y dio comienzo su
servicio como sagrada casa del Señor. Harriet y yo lo recordamos bien, porque
yo estaba sirviendo en la Presidencia del Área Europa en aquella época. Junto
con muchos otros, dedicamos innumerables horas a atender los detalles de la
plani cación y organizando los acontecimientos previos a la dedicación.

Al acercarse la fecha de la dedicación, me di cuenta de que aún no había recibido


la invitación para asistir. Esto nos tomó un poco por sorpresa. Después de todo,
en mi responsabilidad como Presidente del Área, había participado intensamente
en este proyecto del templo y lo sentía en una pequeña medida como algo mío.

Le pregunté a Harriet si había visto una invitación, pero me dijo que no.
Pasaban los días y mi ansiedad iba creciendo. Me pregunté si nuestra invitación
se había perdido; quizá estuviera enterrada entre los cojines de nuestro sofá.
Quizá había pasado desapercibida entre el correo no deseado y había terminado
en la basura. Los vecinos tenían un gato muy curioso, y llegué incluso a mirarle
con sospecha.

Finalmente, me vi obligado a aceptar la realidad: no había sido invitado.

¿Pero cómo era eso posible? ¿Había hecho algo que ofendiera a alguien?
¿Supuso alguien que vivíamos demasiado lejos para hacer el viaje? ¿Se habían
olvidado de mí?

Con el tiempo, me di cuenta de que este modo de pensar conducía a un punto en


el que yo no deseaba a ncarme.

Harriet y yo nos recordamos mutuamente que la dedicación del templo no giraba


en torno a nosotros. No era cuestión de quién merecía ser invitado y quién no, ni
se trataba de nuestros sentimientos o de nuestra idea de que teníamos este
derecho.

Se trataba de la dedicación de un santo edi cio, un templo del Dios Altísimo. Era
un día de regocijo para los miembros de la Iglesia en España.

Si me hubieran invitado a asistir, lo habría hecho con mucho gusto; pero si no


me hubiesen invitado, mi gozo no habría sido en ningún modo menos profundo.
Harriet y yo nos regocijaríamos con nuestros amigos, nuestros amados hermanos
y hermanas, desde la distancia. Alabaríamos a Dios por esta maravillosa
bendición con tanto entusiasmo desde nuestro hogar en Frankfurt como lo
habríamos hecho desde Madrid.

Hijos del Trueno


Entre los Doce a quienes Jesús llamó y ordenó se encontraban dos hermanos,
Santiago y Juan. ¿Recuerdan el sobrenombre que Él les dio?

Hijos del Trueno (Boanerges) 1.

A nadie se le daría semejante apodo sin una intrigante historia de trasfondo.


Desafortunadamente, las Escrituras no nos explican mucho sobre el origen de
este apelativo, pero sí nos ofrecen alguna idea sobre el carácter de Santiago y
Juan. Estos eran los mismos dos hermanos que sugirieron mandar que
descendiera fuego del cielo sobre una aldea de Samaria, debido a que no se les
invitó a quedarse allí 2.

Santiago y Juan eran pescadores, probablemente algo toscos, pero supongo que
conocían mucho acerca de los elementos de la naturaleza. Ciertamente, eran
hombres de acción.

En cierta ocasión, mientras el Salvador se preparaba para Su último viaje a


Jerusalén, Santiago y Juan le abordaron con una petición especial, la cual quizá
justi que el apodo que tenían.

“Queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte”, dijeron.

Me imagino a Jesús sonriéndoles mientras respondía: “¿Qué queréis que os


conceda?”.

“Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu


izquierda”.

El Salvador les instó entonces a pensar más detenidamente en lo que estaban


pidiendo y dijo: “Que os sentéis a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo,
sino a aquellos para quienes está preparado” 3.

En otras palabras, no se pueden obtener honores en el reino de los cielos


haciendo campaña por ellos. Uno tampoco puede acceder a la gloria eterna
“pidiendo un ascenso”.

Cuando los otros diez apóstoles escucharon esta petición de los Hijos del Trueno,
no les sentó especialmente bien. Jesús sabía que Su tiempo era corto, y debió
perturbarle observar disputas entre aquellos que llevarían adelante Su obra.

Le habló a los Doce sobre la naturaleza del poder y de cómo afecta a los que lo
buscan y lo ostentan. “Las personas in uyentes del mundo”, dijo, “se sirven de su
posición de autoridad para ejercer poder sobre los demás”.

Casi puedo ver al Salvador mirando con un amor in nito el semblante de estos
discípulos eles y creyentes. Casi puedo oír Su voz rogándoles: “No será así entre
vosotros, sino el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; y
cualquiera de entre vosotros que quiera ser el primero será siervo de todos” 4.

En el reino de Dios, la grandeza y el liderazgo signi can ver a los demás como lo
que verdaderamente son —como los ve Dios— y después tenderles la mano y
servirles. Signi ca regocijarnos con los que están felices, llorar con los que están
apenados, elevar a los a igidos y amar a nuestros semejantes como Cristo nos
ama. El Salvador ama a todos los hijos de Dios independientemente de sus
circunstancias socioeconómicas, raza, religión, idioma, orientación política o
nacionalidad, o cualquier otro grupo. ¡Nosotros deberíamos hacer lo mismo!

La mayor recompensa de Dios se destina a los que prestan servicio sin esperar
recompensa. Se destina a los que sirven sin hacer alardes, a los que en silencio
van buscando maneras de ayudar a los demás; a aquellos que ministran a los
demás simplemente porque aman a Dios y a Sus hijos 5.
No se les suba a la cabeza
Poco después de ser llamado como nueva Autoridad General, tuve el privilegio
de acompañar al presidente James E. Faust para la reorganización de una estaca.
Mientras manejaba el auto hacia nuestra asignación en la bella región del sur de
Utah, el presidente Faust tuvo la amabilidad de aprovechar el tiempo para
instruirme y enseñarme. Hay una lección que nunca olvidaré. Dijo él: “Los
miembros de la Iglesia son muy corteses con las Autoridades Generales. Nos
tratarán muy amablemente, y dirán cosas agradables de nosotros”. Entonces hizo
una pausa breve y dijo: “Dieter, esté siempre agradecido por esto, pero que nunca
se le suba a la cabeza”.

Esta importante lección sobre el servicio en la Iglesia se aplica a todos los líderes
del sacerdocio de todos los cuórums de la Iglesia. Se aplica a todos nosotros en
esta Iglesia.

Cuando el presidente J. Reuben Clark aconsejaba a aquellos que son llamados a


cargos de autoridad en la Iglesia, les decía que no olvidaran la regla número seis.

Inevitablemente, la persona preguntaba: “¿Cuál es la regla número seis?”.

“No se tome a sí mismo tan en serio”, respondía.

Por supuesto, esto llevaba a una pregunta adicional: “¿Cuáles son las otras cinco
reglas?”.

Entonces el presidente Clark decía, guiñando el ojo: “No existen” 6.

Para poder ser líderes e caces de la Iglesia, debemos aprender esta crucial
lección: El liderazgo en la Iglesia no consiste tanto en dirigir a los demás, sino en
nuestra disposición a ser dirigidos por Dios.

Los llamamientos como oportunidades de servicio


Como santos del Dios Altísimo, debemos recordar “en todas las cosas a los
pobres y a los necesitados, a los enfermos y a los a igidos, porque el que no hace
estas cosas no es mi discípulo” 7. Las oportunidades de andar haciendo bienes son
ilimitadas. Podemos encontrarlas en nuestros vecindarios, en nuestros barrios y
ramas, y ciertamente en nuestros hogares.

Además, a cada miembro de la Iglesia se le dan oportunidades formales


especí cas para servir. Nos referimos a estas oportunidades como
“llamamientos”, un término que debería recordarnos quién es el que nos llama a
servir. Si abordamos nuestros llamamientos como oportunidades de servir a Dios
y a los demás con fe y humildad, cada acto de servicio será un paso en la senda
del discipulado. De esta manera, Dios no solamente edi ca Su Iglesia, sino que
también edi ca a Sus siervos. La Iglesia tiene por objeto ayudarnos a
convertirnos en discípulos verdaderos y eles de Cristo, buenos y nobles hijos e
hijas de Dios. Esto sucede no solamente cuando vamos a reuniones y escuchamos
discursos, sino también cuando nos volcamos más allá de nosotros mismos y
servimos. Así es como llegamos a ser “grandes” en el reino de Dios.

Aceptamos los llamamientos con gracia, humildad y gratitud; cuando somos


relevados de ellos, aceptamos el cambio con la misma gracia, humildad y
gratitud.

A los ojos de Dios, no existe ningún llamamiento en el reino que sea más
importante que otro. Nuestro servicio —ya sea grande o pequeño— re na nuestro
espíritu, abre las ventanas de los cielos y otorga las bendiciones de Dios no
solamente a aquellos a quienes servimos, sino también a nosotros mismos.
Cuando extendemos la mano a los demás, podemos saber con humilde con anza
que Dios reconoce nuestro servicio con Su aprobación y complacencia. Nos
otorga Su sonrisa cuando ofrecemos estos sentidos actos de compasión,
especialmente actos que pasan desapercibidos a los demás 8.

 Cada vez que damos de nosotros mismos a los demás, damos un paso más hacia
convertirnos en buenos y verdaderos discípulos de Aquel que dio todo lo que
tenía por nosotros: nuestro Salvador.

De presidir a des lar


Durante el 150 aniversario de la llegada de los pioneros al Valle de Lago Salado,
el hermano Myron Richins estaba sirviendo como presidente de estaca en
Henefer, Utah. En la celebración se incluía una recreación del paso de los
pioneros por esa población.

El presidente Richins participó plenamente en los planes de la celebración, y


asistió a muchas reuniones con Autoridades Generales y otras personas para
tratar los acontecimientos. Él estaba plenamente consagrado.

Justo antes de la celebración en sí, se reorganizó la estaca del presidente Richins


y él fue relevado como presidente. Unos domingos después, se encontraba
presente en la reunión del sacerdocio de su barrio cuando los líderes pidieron
voluntarios para ayudar en la celebración. Junto con otros, el presidente Richins
alzó la mano, y se le pidió que acudiera con ropa de trabajo y llevara su camión y
una pala.

Finalmente llegó la mañana del gran acontecimiento y el presidente Richins fue a


cumplir con su deber como voluntario.
Escasas semanas antes, fue un elemento clave en la plani cación y supervisión de
este gran acontecimiento. En aquel día, sin embargo, su trabajo fue ir tras los
caballos del des le y limpiar sus desechos.

El presidente Richins lo hizo alegre y gustosamente.

Comprendía que un tipo de servicio no es superior a otro.

Conocía y ponía en práctica las palabras del Salvador: “El que es el mayor entre
vosotros será vuestro siervo” 9.

El discipulado de la manera correcta


A veces, como los Hijos del Trueno, deseamos cargos prominentes. Luchamos
por obtener reconocimiento, procuramos dirigir y aportar algo que sea
memorable.

No hay nada de malo en desear servir al Señor, pero cuando procuramos obtener
in uencia en la Iglesia para nuestros nes —con el n de recibir las alabanzas y la
admiración de los hombres— ya tenemos nuestra recompensa. Cuando “se nos
sube a la cabeza” las alabanzas de los demás, esas alabanzas serán nuestra
retribución.

¿Cuál es el llamamiento más importante en la Iglesia? Es el que tienen en este


momento. Independientemente de lo humilde o prominente que parezca ser, el
llamamiento que tienen ahora mismo es el que les permitirá no solamente elevar
a los demás, sino también convertirse en el hombre de Dios que fueron creados
para llegar a ser.

Mis queridos amigos y hermanos en el sacerdocio, ¡impulsen desde donde estén!

Pablo enseñó a los lipenses: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes
bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a sí
mismo” 10.

Servir con honor


El buscar honor y celebridad en la Iglesia a costa del servicio verdadero y
humilde a los demás equivale al trueque de Esaú 11. Quizá recibamos una
recompensa terrestre, pero acarrea un enorme costo: la pérdida de la aprobación
celestial.

Sigamos el ejemplo de nuestro Salvador, quien era manso y humilde, quien no


buscó las alabanzas del hombre sino hacer la voluntad de Su Padre 12.
Sirvamos humildemente a los demás, con energía, gratitud y honor. Aunque
nuestros actos de servicio puedan parecer humildes, modestos o de poco valor,
los que extienden la mano con bondad y compasión a los demás algún día
conocerán el valor de su servicio mediante la gracia eterna y bendita del Dios
Todopoderoso 13.

Mis queridos hermanos, queridos amigos, ruego que meditemos, comprendamos


y vivamos esta lección primordial de liderazgo en la Iglesia y gobierno del
sacerdocio: “El que es el mayor entre vosotros será vuestro siervo”. Esta es mi
oración y bendición en el sagrado nombre de nuestro Maestro, nuestro Redentor,
en el nombre de Jesucristo. Amén.

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