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Sociología

Edgar Morín
EDGAR MORIN

SOCIOLOGÍA

Traducción de
JAIME TORTELLA
Título original:
Sociologie

Diseño de cubierta:
Joaquín Gallego

Impresión de cubierta:
Gráficas Molina

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en los artículos 534 bis
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o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte.

© Librairie Artheme Fayard, 1984 et 1994


© EDITORIAL TECNOS, S.A., 1995
Juan Ignacio Luca de Tena, 15 - 28027 Madrid
.
ISBN: 84-309-2771-9
Depósito Legal: M-41237-1995

Printed in Spain. Impreso en España por Rigorma.


Poi. Industrial Alparrache. Navalcarnero (Madrid).
Í NDICE

INTRODUCCIÓN: UNA CONCEPCIÓN REFORZADA DE LA


SOCIOLOGÍA................................................................................ 13

UN CIENTIFICISMO LIMITADO.......................................................... l3
DELIMITACIÓN Y COMPARTIMENTACIÓN............................................ 14
LA REFORMA DEL P ENSAMIENTO SOCIOLÓGICO.................................. 15
EL AUTOR.................................................................................... 18
Los TREs DESAFíos....................................................................... 19

I. DE LA REFLEXIÓN SOCIOLÓGICA

¿EL SOCIÓLOGO PUEDE, DEBE, SUSTRAERSE DE SU VISIÓN


DE LA SOCIEDAD?....................................................................... 23

SOCIOLOGÍA DE LA SOCIOLOGÍA.............................................. 39

l. LA PARADOJA ............ ............................................................ 39


El problema de cientificidad .... ............................................. 40
2. EL DOBLE OBJETIVO DE LA SOCIOLOGÍA DE LA SOCIOLOGÍA.......... 43
El imprinting y la normalización .................... ....................... 44
Los caldos de cultura . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . ... 45
Dificultades de la sociología de los intelectuales ................... 50
3. LA COMUNIDAD ___. SOCIEDAD DE LOS SOCIÓLOGOS ................. 51
La fractura cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. .. . .. . . . . . . . . 51
Las relaciones sociales entre sociólogos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
4. LAS CONDICIONES PARA UNA SOCIOLOGÍA DE LA SOCIOLOGÍA....... 57

EL DERECHO A LA REFLEXIÓN.................................................. 58

AUTOCUESTIONAMIENTO DE LA SOCIOLOGÍA (SOCIOLOGÍA


CRÍTICA Y SOCIOLOGÍA CRITICADA) .................................. .... .
69

PRINCIPIOS DE UNA SOCIOLOGÍA DEL P RESENTE................................. 72


MAYO DEL 68: LA RELACIÓN OBSERVADOR-OBSERVADO...................... 75

DE LA PAUPERIZACIÓN DE LAS IDEAS GENERALES EN LOS


MEDIOS ESPECIALIZADOS............. ............................................ 80

II. DE LA NATURALEZA DE LA SOCIEDAD

LA PALABRA «SOCIEDAD>> ......................................................... 83

UN SISTEMA AUTOORGANIZADOR ........................................... 88

[7]
8 SOCIOLOGÍA

l. LA ORGANIZACIÓN SOCIAL Y EL PRINCIPIO ANTIORGANIZATIVO DE


ORGANIZACIÓN ...................................................................... 88
El principio antiorganizativo de organización. . . .. . . . . . .. .. . . .. . . . . . . 90
El antagonismo organizativo/antiorganizativo ....................... 93
2. DE LA IDEA DE ORGANIZACIÓN A LA IDEA DE LA AUTO-ECO-REOR-
GANIZACIÓN .......................................................................... 95
La integración del desorden y de la desintegración en la orga-
nización social . . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . .. . .. . . . .. . . . . . . .. .. . . .. .. . . . . . . . . . 99
3. LA GENERATIVIDAD ORGANIZADORA .. . .. . . .. .. ... .. ... ...................... 105

DE LAS SOCIEDADES DE LA NATURALEZA A LA NATURALE-


ZA DE LAS SOCIEDADES HUMANAS.......................................... 110

l. REDEFINICIÓN DEL FENÓMENO SOCIAL . ..................................... 110


Biología y sociología sin frontera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110
Sociedad --.. individualidad --.. sexualidad .... . . . ... 113
2. SOCIEDAD�;$ ANIMALES Y SOCIEDADES HUMANAS ....................... 116
Las sociedades animales . . . ... . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .. .. . . . . . . . . 116
La originalidad de las sociedades humanas: cultura y genoes-
tructuras ............... ....................................... ........................ 121
Algunos problemas concernientes a las sociedades estudiadas
por los sociólogos ............. . ...... ............................................ 128
CONCLUSIÓN................................................................................ 131

LA ECOLOGÍA SOCIAL................................................................ 132

EL MEDIO SOCIAL: UN ECOSISTEMA ................................................. 132


LA DEPENDENCIA DE LA INDEPENDENCIA.......................................... 135
LA DIALÉCTICA DEL OPTIMUM y del PESIMUM ................................... 137
POR UNA ECOSOCIOLOGÍA .............................................................. 139

POR UNA TEORÍA DE LA CULTURA ........................................... 141

l. LAS TRES CULTURAS............................................................... 141


2. EL CULT-ANÁLISIS ·································································· 144
La palabra-trampa . . .. . . . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . .. . . . . .. . .. . ...... . . . . . . . . ..... .. . . . . 144
El sistema cultural.. . . . . .. . .. . . .. . . . . . . . . . ... . . . . . . . . . .. ....... . . . . .. ...... . . . . . . . 146

POR UNA TEORÍA DE LA NACIÓN.............................................. 151

FORMACIÓN Y COMPONENTES DEL SENTIMIENTO NACIONAL ................ 151


LAS NUEVAS NACIONES.................................................................. 156

POR UNA TEORÍA DE LA CRISIS................................................. 159

l. EL CONCEPTO DE CRISIS EN LAS CIENCIAS SOCIALES.................... 159


2. POR UNA CRISISOLOGÍA........................................................... 161
Los componentes del concepto de crisis ............. . ...... ... ....... .. . 162
La idea de perturbación . .................................................... 162
El crecimiento de los desórdenes y de las incertidumbres .... 164
ÍNDICE 9

Bloqueo/desbloqeo .......... ..... .... ........ ...... ... . . . . . . . .. . . . . . .. . ...... 164


Crisis y transformaciones.. . . .. .. . . .... ... .. ... .. . .......... .... ....... .... ... 169
De la acción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .................... ...... . . . . . .. . .. .. . . . . . . . . . . . . 169
El cambio: progresiones/regresiones . . . ....... . . . . . . . . . . . . . . . ......... 169
Teoría de la crisis y teoría de la evolución . ... ... . .... . . .. . . . . .. .... 171
¿Hacia una crisisología ? ...................................................... 171

POR UNA TEORÍA DEL CAMBIO . . . . . ........ . . . ...... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... 173

LA HIPERCOMPLEJIDAD... .. ............................................................. 173


l. La disminución de las constricciones....... ...... .................... 174
2. La imprecisión... . ... ........ . .. .. . ... .... . .. . ... .. . ... ......... .. ..... ... . ..... 174
3. La modificación . . . . . ... ... .. ..... .. .. . . . . . .. . ... .. .... . . . . . . . .. . . . . . . . . .. . . . . . . 175
4. Funcionalidad y patología en los sistemas hipercomplejos .. 176
EL CAMBIO SOCIAL ....................................................................... 177
l . El crecimiento ...... . . ....... .. ... . . ......... . .... . . .. .. ........ . . . . . . ..... . . . . . 177
2. La novedad.. ... ....... .. .......... ... .. ........ ... ...... .. . ... .. ... .. .. .. . . . .. . .. 179
3. De la desviación a la tendencia . ... . .. . . . ... . .. . . . . ... . .... .... . . .... . .
. 179
4. Hipercomplejidad y evolución . . .. ... ........ .. ... . . .. . . . .... ... ... .. . . . . 181

III. SOCIOLOGÍA DEL PRESENTE

A. EL MÉ TODO IN VIVO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185

PRINCIPIOS DE UNA SOCIOLOGÍA DEL PRESENTE . . . . . . . . . . . . . ..... 186

EL FENÓMENO·············································································· 186
EL SUCESO................................................................................... 187
LA TEMPORALIDAD SOCIAL ............................................................ 188
SOCIOLOGÍA CLÍNICA .................................................................... 189
EL TERRENO DEL PRESENTE............................................................ 190

EL EMPEÑO MULTIDIMENSIONAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ................ 192

Los MEDIOS DE INVESTIGACIÓN...................................................... 194


La observaciónfenomenográfica . ... ....... . . ... .... .. . . .. . ...... . . ... . . . .. . . . 194
La entrevista......................................................... ...... . . . . .. . ..... 195
Grupos y praxis.................................... . ... ........ . ... ... ... ... ... .. . . .. . 197
Subjetividad y objetividad.. . . . ... .. .. . . .. .. . . . . . .. .. .. .. .. . ..... . .. . . . .. . . . . . . ... 199
Los investigadores....... ... ... . .. . ............... . . . . . . ...................... . . .. ... 200
El desarrollo de la encuesta... .. .. . . ....... . . . . ... ... .. ... ......... ........... . . 202
EL DESARROLLO CONCEPTUAL ........................................................ 203

DE LA ENTREVISTA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . .... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207

LA ENTREVISTA EN LAS CIENCIAS HUMANAS ... .................................. 208


Los tipos de entrevista .. . .... ................... ................................... 208
Las dificultades de la entrevista........... .......... ... ........... ..... ....... 21 O
La entrevista no dirigista . . . ... .... . ....... .. . .... .... .... ..... . . .. .. . . . . . . . . . .... 214
10 SOCIOLOGÍA

La entrevista como praxis . . . . . .. . ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . . . . . . .. . . 214


LA ENTREVISTA EN LA RADIO-TELEVISIÓN Y EN EL CINE ..................... 215
La entrevista espectacular. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .. . . . . . ... . . .. . . .. .. . . . . . .. . .. . . 216
Tipos de entrevistas . . . .. . ... .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . .. . .... . . . . . . . . .. .. . . . .. . . . . . 218
Los entrevistados ................ . .... ... ..................................... ....... 219
Los entrevistadores ....... .......................... ........................ ........ 219
El fenómeno micro-cámara ... ....... ............ ........... ....... .............. 220
La entrevista en una política de la comunicación .................... .. 222

B. MODERNIZACI ÓN Y POSTMODERNIDAD ............ .................. 225

LA MODERNIZACIÓN DE UNA COMUNIDAD FRANCESA ......... 225

LA CUESTIÓN DEL BIENESTAR .................................................. 247

EL COCHE .................................................................................... 252

A LA CONQUISTA DE LA LIBERTAD: LA EVASIÓN................................. 252


UNA MÁQUINA PARA DOMINAR EL TIEMPO Y LA ENERGÍA.................... 253
UNA CASA PARA EL HOMBRE........................................................... 255
FEMINIDAD DEL COCHE.................................................................. 255
UN JUEGO MARAVILLOSO ............................................................... 256
¿INVERSIÓN MATERIAL O PSICOLÓGICA?........................................... 257

LA PUBLICIDAD ................ ....... ... .... ............ ............ ............. ....... 259

LA INDUSTRIA DE LA CANCIÓN........ ........................................ 270

LA MULTIDIMENSIONALIDAD DE LA CANCIÓN .................................... 271


EL POST-YE-YÉ.............................................................................. 276
EL FOLCLORE PLANETARIO ............................................................. 279

LA VEDETIZACIÓN DE LA POLÍTICA ......................................... 281

UNA NUEVA ERA DE LA CULTURA DE MASAS: LA CRISIS DE


LA FELICIDAD............................................................................. 289

DEFINICIONES .. ............ ...... ....... ...... ............................ ... ...... ........ 289
Cultura y masas . .. . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . ... ... . . .. . . . . . 291
NUEVA ERA: CRISIS DE LA FELICIDAD Y PROBLEMATIZACIÓN DE LA VIDA
PRIVADA ...................................................................................... 293
El Olimpo y la felicidad . . . . . ... ... .. . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . .. . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . 293
La crisis de la felicidad . . . . . . . . . . . ... . .. . . . . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . .. . . . . . 295
La utopía concreta .... ....... . .....................................................
. 296
La problemática de la vida privada ........................... ......... .... . . 297

LA CRISIS DE LA CULTURA CULTIVADA ................................... 300

LA CULTURA CULTIVADA................................................................ 300


LA INTELL/GENTSIA 303
ÍNDICE 11

LA DIALÉCTICA CULTURAL................................................................. 305


LA CRISIS DE LA CULTURA CULTIVADA ............................................. 309
LA PAUPERIZACIÓN TEÓRICA .......................................................... 315
EL DESARROLLO CULTURAL............................................................ 318
EL DIAGNÓSTICO CULTURAL ........................................................... 319

LA ANTIGUA Y LA MODERNA BABILONIA ............................... 321

LA BASE ANTROPOLÓGICA: LA ORGANIZACIÓN Y LA MAGIA................. 321


LA UNIDAD VIVIENTE DEL MUNDO ................................................... 323
LA ASTROLOGÍA DE CIVILIZACIÓN ................................................... 324
LA ASTROLOGÍA DE OCCIDENTE...................................................... 325
LAS CIENCIAS OCULTAS Y LA <<BRUMA DE LAS SUPERSTICIONES>> ......... 328
LA INTEGRACIÓN EN LA MODERNIDAD.............................................. 330
ASTROLOGÍA DE CRISIS.................................................................. 334
DIAGNÓSTICO............................................................................... 336

CIUDAD DE LUZ Y CIUDAD TENTACULAR................................ 338

CIUDAD DE LUZ Y CIUDAD TENTACULAR........................................... 338


EL NEOARCAÍSMO URBANO............................................................. 340
INVERSIÓN DE VALORES ................................................................. 340
LA INTEGRACIÓN RELATIVA AL NEOARCAÍSMO................................... 342
l. El compromiso de extrarradio . . . .. ........................
... ........ .. . 342
2. Alternancia de vida . . .. . . . . . . . . . . . .. . .... . . . . .. . . . .. . . . . . ... .. . . . . . . . . . . ... . . . 342
LAS REIVINDICACIONES ECOLÓGICAS Y CULTURALES.......................... 345
DEL NEOARCAÍSMO AL ECOLOGISMO................................................ 346

AÑO I DE LA ERA ECOLÓGICA................................................... 348

C. A CONTECIMIENTOS-IMPA CTO . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 355

<<SALUT LES COPAINS» ................................................ ............... 355

LA NUEVA CLASE ADOLESCENTE...................................................... 355


EL «YE-YÉ>> ..... ............................................................................ 358
La copinización . . . . ... ... . . . . . . .. . . . .. . . ... . . . . . . . . . .... .. ............................ 360
Copain-clopant ...... ................................................................. 361

UNA TELETRAGEDIA PLANETARIA........................................... 363

UN DISPARO AL CORAZÓN .... .......................................................... 363


LA SACUDIDA PLANETARIA............................................................. 365
EL RAVAILLAC DE DALLAS............................................................. 367

LA INTERNACIONALIDAD DE LAS REVUELTAS ESTUDIANTI-


LES (NOTAS METODOLÓGICAS)................................................. 369

AQUELLO QUE NO PUEDE SER LA RELACIÓN ENTRE LAS DIFERENTES


REVUELTAS ESTUDIANTILES ............................................................ 370
12 S OCIOLOGÍA

LA HIPÓTESIS DE UNA RELACIÓN: ISOMORFISMO E INTERNACIONALIDAD 371


Lo IDÉNTICO, LO ANÁLOGO Y LO DIFERENTE..................................... 374
OBSERVACIONES PROBLEMÁTICAS ................................................... 376
CONCLUSIÓN················································································ 377

LA SANGRE CONTAMINADA ...................................................... 379

¿RESPONSABILIDAD?..................................................................... 382

IV. EL HORIZONTE PLANETARIO

PRINCIPIOS DE LOS CAMBIOS SOCIALES DEL SIGLO XX ....... 387

EL DESARROLLO DE LA CRISIS DE DESARROLLO ................... 390

l. E L CONCEPTO DE DESARROLLO................................................. 390


2. ¿CRISIS DE CRECIMIENTO O CRECIMIENTO DE UNA CRISIS? ........... 395
La «crisis de civilización» ...................................... .............. 397
Desarrollo de la crisis del desarrollo . ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 399
3. LA SEUDOSOLUCIÓN ............................................................... 400
4. E L HORIZONTE ....................................................................... 403

FUENTES ...................................................................................... 407

REFLEXIÓN SOCIOLÓGICA .. ............................................................ 407


NATURALEZA DE LA SOCIEDAD ....................................................... 409
SOCIOLOGÍA DEL PRESENTE............................................................ 409
El método in vivo.................................................................... 409
Modernización y postmodernidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 409
Acontecimientos-impacto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 O
EL HORIZONTE PLANETARIO............................................................ 410
INTRODUCCIÓN

UNA C ONCEPCIÓN REFORMADA


D E LA S OC IO LOGÍA

Este libro desarrolla, argumenta e ilustra una concepcwn


reformada de la sociología acerca de la cual indicamos aquí las
ideas básicas.

UN CIENTIFICISMO LIMITADO

Según una visión banal, la sociología se convirtió en ciencia al


emanciparse de la filosofía y al apropiarse los métodos elabora­
dos por la física.
De hecho, su cientificismo resulta insuficiente: por una parte,
la experimentación de laboratorio no puede, materialmente, prac­
ticarse sobre las sociedades y, por razones deontológicas, no
podría practicarse sobre los individuos; por otra parte, la imposi­
bilidad de reproducir, de manera exacta, una experiencia o una
situación sociológica dada, convertiría en incierta cualquier veri­
ficación empírica; por último, existe la imposibilidad de extraer
leyes sociológicas que sean, a la vez, universales, precisas y
exactas, como, por ejemplo, la de la gravitación o las del electro­
magnetismo.
Además, el modelo de cientificismo determinista, mecanicista
y reduccionista adoptado en sociología ha quedado, hoy, supera­
do: las ciencias físicas ya han admitido los azares, las bifurcacio­
nes, las singularidades y las complej idades, mientras que la
sociología, manteniéndose fiel al viejo modelo, considera l a
sociedad como una máquina determinista trivial y a los indivi­
duos como cretinos sociales, compartimentados en clases, status,
papeles y otros hábitos.
Más aún: el cientificismo insuficiente y superado es, por sí
mismo, mutilador; la falta de reconocimiento del azar y de la

[ 13]
14 SOCIOLOGÍA

bifurcación, ya reconocida en la historia física y biológica, ani­


quila y desfigura la historia de las sociedades humanas; la fuga de
la autonomía, de la elección, de las decisiones, de la creatividad y
la eliminación del hombre en sí mismo, rechazado como un des­
perdicio por el tratamiento «científico», conducen a lamentables
cegueras; la eliminación del problema de la comprensión, es
decir, de la aprehensión subjetiva de suj etos por otros sujetos
sugiere una inteligencia sospechosa; por último, existe una lasi­
tud epistemológica en la negativa del sociólogo a abandonar su
trono cuasidivino y a analizarse en su hic et nunc sociológico
(como todo individuo, el sociólogo es no solamente una pequeña
partícula en el seno de un todo social, sino también un elemento
singular que lleva en su seno la huella de todo aquello de lo que
forma parte).
Hemos llegado a la siguiente paradoja: cuanto más obedece el
sociólogo una concepción mecanicista, mutilada y arbitraria, más
aspira al monopolio del cientificismo, pretensión radicalmente
anticientífica, puesto que, como se verá más adelante, la ciencia
no es propiedad de un espíritu o de una teoría, sino de una regla
de un juego colectivo que implica el enfrentamiento con las teorí­
as rivales (véa�e Sociologie de la sociologie, pp. 3 5 ss.).

D ELIMITACI Ó N Y COMPARTIMENTACI Ó N

La institucionalización de la sociología entre las demás cien­


cias humanas ha permitido reconocer la sociedad como objeto
específico de estudio. Pero la ruptura con la filosofía y la delimi­
tación de la sociología, también desde el punto de vista de las
demás ciencias humanas, han roto la complej idad antropo-social
y han aislado la sociedad como un sistema cerrado, separado de la
historia y de la psicología; asimismo, han conducido la sociolo­
gía, privada de reflexividad filosófica y dotada de una única for­
mación profesional, a una pauperización intelectual y cultural que
la hacen incapaz de captar las interacciones entre sociedad e indi­
viduos, entre lo sociológico y lo no sociológico, e incapaz para
situar los datos sociológicos en el tiempo histórico.
Además, las especializaciones en el seno de la sociología
(sociología del trabajo, sociología rural, sociología religiosa,
sociología del ocio, sociología de los medios de comunicación,
etc.) han conducido a una compartimentación interna que destru­
ye la multidimensionalidad y la complejidad de las realidades
INTRODUCCIÓN 15

sociales, y esta compartimentación desintegra toda posibilidad de


concebir la sociedad como un todo constituyente de una unitas
multiplex. La sociología general pasa a ser no ya el conocimiento
de un sistema complejo y multidimensional, sino o bien un saco
vacío o bien una teoría abstracta en el que se disuelve, aquí, el
sistema o, allá, la complejidad y la multidimensionalidad. Nos
vemos abocados a la perversa alternativa: sociología atomizada o
sociología abstracta. Por un lado, las investigaciones acotadas y
sin horizonte y, por otro, las teorías arbitrarias y racionalizadoras.

LA REFORMA DEL PENSAMIENTO SOCIOL Ó GICO

Se impone una reforma del pensamiento soc iológico. Ésta


comporta a la vez el pleno empleo de un cientificismo, que ya no
estaría superado ni sería mutilador, y el reconocimiento de una
posibilidad de conocimiento no estrictamente científico. Tal
como ilustra este libro, la reforma debe realizarse en seis frentes:

l . Alcanzar la conciencia epistemológica que corresponde a


los desarrollos contemporáneos de las ciencias, es decir:
- sustituir el principio determinista/mecanicista por un prin­
cipio dialógico en el que orden/desorden/organización estén en
relaciones, a la vez, complementarias y antagónicas, y donde los
aconteceres sean sometidos al azar, a las inestabilidades y a l as
bifurcaciones;
- sustituir la alternativa reductivismo/holismo 1 por un con­
cepto sistémico que integre a las relaciones complejas entre las
partes y el todo;
� reconocer las autonomías a partir de los conceptos de sis­

tema · abierto y de auto-eco-organización (véase más adelante, pp.


93 ss.);
- reconocer la causalidad recursiva compleja individuo­
sociedad, así como las causalidades recursivas entre lo sociológi­
co, lo político, lo económico, lo demográfico, lo cultural, lo psi­
cológico, etc . ;
- integrar a l observador/conceptuador (el sociólogo) dentro
de su observación y de su concepción;

1 El reduccionismo ciego para los sistemas, el holismo ciego para las partes

constitutivas de los sistemas.


16 SOCIOLOGÍA

reintegrar la interrogación y la reflexión filosóficas en el


trabajo sociológico.
A partir de aquí, la sociedad aparece como un sistema auto-eco­
organizador no trivial, cosa que nos esforzaremos en demostrar.

2. Realizar una reconstitución sistemática.


Se trata de consumar un proceso de la misma naturaleza que el
que se ha realizado en un cierto número de ciencias, cuyo obj eto
deja de ser una parcela arbitrariamente recortada en el tejido de lo
real para dejar paso a un sistema complejo. Así, la ecología ha
tomado por objeto los ecosistemas y, más ampliamente, la biosfe­
ra: los ecosistemas se autoproducen y se autorregulan mediante
interacciones entre las condiciones geográficas, geológicas, físi­
cas y climáticas del medio natural (biotopo) y los vegetales, ani­
males y unicelulares (biocenosis) . La ciencia ecológica incluye
las competencias de numerosas y variadas disciplinas, y el ecólo­
go, convertido en policompetente, no acumula, sin embargo, en
su cabeza el saber de las disciplinas a las cuales recurre: articula
unos con otros, los conocimientos de importancia estratégica y
apela al saber de las disciplinas implicadas en sus estudios. Del
mismo modo, las ciencias de la tierra tienen ya por obj etivo un
sistema complejo cambiante, el planeta, y la reorganización cog­
noscitiva que así se realiza permite articular, unas con otras, las
disciplinas, hasta ahora incomunicadas, que eran la geología, la
climatología, la vulcanología, la sismología. etc. De forma más
amplia, la astronomía se ha desarrollado en cosmología y tiene
por objeto un cosmos singular del que nos planteamos sus oríge­
nes, su sustancia física, su devenir, su futuro ... Por último, toman­
do por objeto el proceso multidimensional de la homonización
(genética, anatómica, sociológica y cultural), la ciencia de la
prehistoria se convierte en la primera ciencia humana que toma
por objeto un proceso auto-eco-organizador complejo.
La sociología podría y debería, por tanto, reencontrar su obje­
to sistémico en el que se articularían, unos con otros, los conoci­
mientos disjuntos y aislados en las subdisciplinas y en las otras
ciencias sociales. La teoría trataría de concebir, no ya un sistema
social abstracto, sino el carácter autoorganizador y autoproductor
de las sociedades.
3. El objeto de la sociología no debería cerrarse. Es impor­
tante establecer o restablecer las comunicaciones/articulaciones
con el resto de las ciencias humanas, con el fin de considerar el
complejo antropo-sociológico (en sí mismo empapado de un tufo
INTRODUCCIÓN 17

biofísico) en el seno en el que el sistema social es, a la vez,


dependiente y autónomo. Al mismo tiempo, se trataría de estable­
cer las comunicaciones con las demás dimensiones internas al
fenómeno social (económico, demográfico, comunicativo, mito­
lógico, etc.).

4 . Al mismo tiempo, se trata de reconocer la dimensión vivi­


da en el mundo de la vida (Lebenswelt), donde la vida cotidiana y
la vida a secas son inseparables.
Esto necesita, complementariamente, dej ar de disolver para
pasar a reconocer a los individuos-sujetos. El reconocimiento de
la subjetividad humana requiere un conocimiento que aúne expli­
cación y comprensión. La explicación es todo aquello que le per­
mite a un sujeto conocer un obj eto, en tanto que objeto; la com­
prensión es lo que, por proyección/identificación, permite cono­
cer a un sujeto en tanto que sujeto.

5. Todo lo anterior nos lleva a abrir el pensamiento sociológi­


co a la literatura, y especialmente a la novela. La novela del siglo
XIX, con Balzac, Stendhal, Maupassant, Flaubert, Daudet, Zola,
Dickens, Tolstói, Dostoievski, nos proporciona un conocimiento de
la vida social inencontrable en las encuestas y en los trabajos
sociológicos. Es admirable que la obra novelesca de Marcel Proust
desborde, por todas partes, lo mundano para sumergirse en las pro­
fundidades del mundo antropo-socio-histórico. Toda gran novela es
la constitución de un mundo paralelo/interfiriente con nuestro
mundo, a partir no solamente de una enorme cantidad de observa­
ciones, sino también de una secreción mental que hace surgir y
desarrollarse, de manera ectoplásmica, un universo sociohistórico
concreto que comporta individuos-sujetos concretos. La novela es
un mundo de conocimiento que, en lugar de disolver lo concreto y
lo singular, permite ver el conjunto y lo general a partir de lo singu­
lar concreto. Puntualicemos aquí que no se trata de leer una novela
con las gafas a priori del sociólogo que va a encontrar la confirma­
ción de su teoría determinista y reduccionista: se trata de descubrir
en ella las riquezas que la sociología no puede producir, pero que
podría integrar o asimilar. La novela no es simplemente un objeto
menor para la sociología. Es portadora de sociología.
Aquí, el conocimiento sociológico no es solamente un conoci­
miento científico stricto sensu; el conocimiento integra en su seno
otros modos cognoscitivos, y se propone el pleno empleo y el
ensamblaje de múltiples modos cognoscitivos.
18 SOCIOLOGÍA

6. Restaurar un pensamiento
La sociología parcelaria y abstracta se ha instalado en una ban­
da media, una middle-range, desde la que ha perdido la visión de
lo concreto, de los acontecimientos, de los fenómenos, de la vida
cotidiana, del presente y, al mismo tiempo, ha perdido la visión de
los grandes problemas antropo-sociales. Tal como hemos propues­
to y ensayado, sin cesar, y este libro lo testimonia, se trata a la vez
de reencontrar los problemas de una teoría fundamental (pp. 85-
202) y de interrogar al presente inmediato, incluidos los aconteci­
mientos (pp. 397 ss.).

EL AUTOR

Puesto que el cientificismo es parcial e inacabado en toda


sociología, todo sociólogo es en parte un científico y en parte un
ensayista.
Todo sociólogo es, de hecho, un autor que firma y se compro­
mete personalmente en sus artículos y en sus libros.
Autores y ensayistas han sido y lo son Max Weber, Gurvitch,
Aran, Friedmann, Touraine, B oudon, Crozier y, naturalmente, el
sociólogo-Diafoirus* que aspira al monopolio y al cientificismo y
no es más que un ensayista arbitrario.
El sociólogo debe asumir plenamente la calidad y la insufi­
ciencia que contiene el término ensayista: no puede más que
ensayar para alcanzar un conocimiento pertinente, y ensayarse a
sí mismo, aceptando sus riesgos intelectuales.
El sociólogo debe aceptar la limitación inherente al término
«autor», pero, al mismo tiempo, debe asumir la misión que com­
porta: comprometerse personalmente en su investigación de los
fenómenos y de los acontecimientos; aventurarse en su diagnósti­
co y en su pronóstico; problematizar de forma crítica aquello que
parece evidente o natural, movilizar su conciencia y su reflexión
humana y de ciudadano y elucidar sus apuestas intelectuales . Del
mismo modo, debe escrutar y utilizar datos fiables y comproba­
bles, y también desarrollar un pensamiento personal. En lugar de
refugiarse en una jerga anónima que le parezca científica, debe
comprometerse con su escritura singular y, así, afirmarse plena­
mente como autor.

* Diafoirus es un personaje de Moliere. (N. del T.)


INTRODUCCIÓN 19

L O S TRES DESAFÍ OS

El sociólogo, en estas condiciones, debe recoger tres desafíos :


Si, tal como creemos nosotros, l a sociología debe asumir a la
vez una vocación científica y una vocación ensayística, el soció­
logo debe asumir las dos culturas en las cuales participa: la cultu­
ra científica y la cultura humanística (filosófica y literaria), y
debe recoger el desafío del acuartelamiento y del antagonismo
entre las dos culturas. Por eso mismo, podría desempeñar un
papel clave en la muy necesaria comunicación e interfecundación
el).tre estas.dos culturas.
· El segundo desafío es el de la complejidad antropo-social. La
simplificación, la reducción y la mutilación cognoscitiva no son
solamente impertinentes, o sea, grotescas, sino que incitan a deci­
siones y a políticas ciegas ante las necesidades de la sociedad y
sordas ante las necesidades y sufrimientos de los ciudadanos. El
sentido y el método de la complejidad conducen, necesariamente,
a una concepción antropo-sociológica que articula en ellas las
dimensiones disjuntas de las disciplinas encastilladas de las cien­
cias humanas, y conducen, no menos necesariamente, reconocer el
mundo concreto de la vida cotidiana y los problemas concretos de
los individuos.
El tercer desafío, que se deriva de los dos anteriores, es el de
la refundación: la conciencia de la complej idad desemboca en la
toma de conciencia del indispensable cambio de paradigma en las
ciencias humanas. Así, la reforma del pensamiento conduce a la
refundación de la sociología y le abre un nuevo comienzo.

La ciencia clásica había desintegrado las nociones de cosmos,


de naturaleza, de vida, de singularidad, de hombre y de sujeto. Los
adelantados de la ciencia astrofísica han resucitado el cosmos,
los adelantados de la ciencia ecológica han resucitado la naturale­
za y los adelantadós de lá biología pronto resucitarán la vida. Es a
las ciencias humanas a las que corresponde resucitar al hombre al
que habían enterrado prematuramente, y resucitar al sujeto al que
habían, pura y simplemente, negado, cometiendo así el peor de los
errores subjetivos.
La sociología mecanicista, determinista, compartimentada,
reduccionista, cuantitativista y cuestionarista había desencantado
al mundo social; una sociología refundada redescubre en él la
complejidad, la riqueza, la belleza, la poesía, el misterio, la cruel­
dad y el horror: la vida y la humanidad.
I

DE LA REFLEXIÓN SOCIOLÓGICA
¿EL S OCIÓLOGO �UEDE, DEBE, S USTRAERS E
D E S U VISION DE L A S OCIEDAD?

Una de las tareas más importantes de todo investiga­


dor serio parece residir en el esfuerzo por conocer y
hacer conocer a los demás sus valoraciones indicándo­
las explícitamente, esfuerzo que le ayudará a alcanzar el
máximo de objetividad subjetivamente accesible en el
momento en que escribe, y sobre todo que facilitará, a
otros investigadores que estén trabajando en una pers­
pectiva más avanzada y que permita una mejor com­
prensión de la realidad, la utilización y la superación de
sus propios trabajos.

Lucien GOLDMANN, Épistemologie


et philosophie politique

Hay dos sociologías en la sociología: una sociología a la que


podemos llamar científica y otra sociología a la que podemos lla­
mar ensayística. La primera está considerada como la vanguardia
de la sociología y la segunda como la retaguardia que no se ha aca­
bado de desligar de la filosofía, del ensayo literario, de la reflexión
moralista. La primera sociología toma prestado un modelo que es
esencialmente el de la física del siglo pasado. Tal modelo es meca­
nicista y, al mismo tiempo, determinista. Se trata, efectivamente,
de ver cuáles son las leyes y las reglas que, en función de una cau­
salidad lineal y unívoca, actúan sobre el objeto aislado. En tal
visión, el entorno del objeto queda eliminado y éste, además, se
concibe como si fuera totalmente independiente de las condiciones
de su observación. Tal visión elimina del campo sociológico toda
posibilidad de concebir actores, sujetos, responsabilidad y libertad.
En la sociología ensayística, por el contrario, el autor del ensa­
yo está muy presente, a veces dice yo, no se esconde, reflexiona,
expresa aquí y allá algunas consideraciones morales; además, la
sociología ensayística concibe la sociedad como un terreno en el
que hay actores y en el que la propia intervención sociológica ayu­
da a la toma de conciencia de los actores sociales. La sociología
científica, por su parte, intenta recortar, en el campo social, los

[ 23 ]
24 SOCIOLOGÍA

objetos de estudio aislables y tiende a eliminar, por ese medio, los


problemas globales. En cambio, la sociología ensayística trata de
relacionar el objeto estudiado con su entorno y, naturalmente, con
un conjunto de problemas globales fundamentales. Pero esta
sociología ensayística que se plantea el problema de los valores,
de las finalidades y de la globalidad, está totalmente desprovista
de fundamento científico. Ciertamente, utiliza las investigaciones
limitadas y parciales que le suministra la sociología científica.
Pero la sociología científica rechaza con desdén los ensayos más
o menos moralistas de los sociólogos ensayistas.
El drama de la sociología científica reside en la imposibilidad
de aislar experimentalmente un objeto de investigación. No se pue­
den hacer experimentos en el tejido social. Éste, por añadidura,
está constituido por ínter-retro-acciones tan complejas que resulta
difícil aislar un objeto fenoménico. Y es igualmente difícil cuanti­
ficar y medir, salvo a nivel demográfico, poblaciones y muestras
representativas. Todo ello limita considerablemente el campo de la
sociología llamada científica. Pero, sobre todo, hay que destacar
que la sociología científica conduce a una esquizofrenia profunda y
permanente. En efecto, aquel que, en tanto que sociólogo científi­
co, vea a determinaciones exteriores guiando las acciones de los
individuos o grupos, sin concebir jamás los problemas de responsa­
bilidad o de autonomía, aquél, desde el momento en que se con­
vierta en un hombre entre el resto de los hombres, desde el momen­
to en que se quite el uniforme de sociólogo, verá actores, responsa­
bles e irresponsables, y se verá a sí mismo como animado por
impulsos éticos, denunciará el mal y adoptará el bien, en definitiva,
pasará, sin traba, de una visión sociológica en la que se pierde todo
rostro humano a una visión que tenga rostros humanos y en la que
se pierda toda base científica...
A partir de ahí, hay que plantearse el siguiente problema: ¿Es
realmente necesario para la visión científica eliminar todo aque­
llo que es proyecto, finalidad, actor o sujeto? ¿Resulta científico
autoeliminarse uno mismo, autor de esta cientificación? En defi­
nitiva y ante todo, este modelo de cientificidad sobre el que se
funda la sociología llamada científica, ¿es verdaderamente cientí­
fico? ¿No se tratará de un modelo obsoleto, puesto que, tal como
ya he señalado en otra parte 1, la revolución profunda que ha afee-

1 Ver Edgar Morin, Science avec Conscience, Points-Sciences, Seuil, 1990,

pp. 256-268.
VISIÓN D E LA SOCIEDAD 25

tado a los principios del conocimiento científico llamado clásico


es tal que, desde ahora, las ciencias exactas nos llevan a recono­
cer científicamente el concepto de autonomía? A través de los
conceptos elaborados por la cibernética y la teoría de sistemas, se
puede considerar hoy el concepto de autonomía como un concep­
to científico y ya no metafísico, en el bien entendido de que este
concepto no significa la supresión de la dependencia, puesto que
no se puede ser autónomo más que por o a través de las depen­
dencias. Así, yo nutro la autonomía de mi organismo mediante
alimentos, pero es evidente que alimentarme es una dependencia
respecto al entorno y, si el entorno no me nutre, muero.
Asimismo, el concepto de finalidad ha sido rehabilitado. La
visión clásica de la ciencia lo eliminaba debido a que este con­
cepto estaba fuertemente marcado por sus orígenes religiosos
providencialistas. Ahora bien, Wiener y Rosenblueth han demos­
trado que, desde el momento en que tratamos con una máquina
dotada de un programa, se hace necesario restablecer la idea de
finalidad, que se convierte en una idea científica 2• No se trata ya
de una finalidad exterior y anterior, como en una visión providen­
cial divina, sino de una finalidad que es lo característico de cier­
tas máquinas organizadas: sean máquinas organizadas desde el
exterior por el Hombre, como las máquinas artificiales que fabri­
camos, sean las máquinas autoorganizadoras, como las máquinas
vivientes y que son, también, las máquinas sociales que producen
sin cesar finalidades y acciones en función de esas finalidades.
Asistimos, por tanto, aquí a una gran perturbación del entorno. En
el plano de la autonomía, por ejemplo, no son solamente los
determinismos exteriores los que son capaces de explicar los
fenómenos, sino que hay que concebir una combinación del endo
y del exodeterminismo 3•
Dej o esto de lado para quedarme con la problemática del
observador, que es, ya actualmente, fundamental en todas las
ciencias avanzadas. En efecto, si nos referimos a las ciencias físi­
cas, la relatividad einsteniana ha aportado la idea de la relativiza­
ción en el espacio-tiempo de la posición del observador que reali­
za las medidas. Dicho de otro modo, no hay punto de vista privi­
legiado en el universo, no hay un observador universal; las obser-

2 A. Rosenblueth y N. Wiener, «Purposeful and nonpurposeful behavior»,


Philosophy of Science, 17, 1950, pp. 318-326.
3 Edgar Morin, op. cit., pp. 256-286.
26 SOCIOLOGÍA

vaciones son siempre relativas. Por supuesto que un observador


es «objetivo», es decir, que, para medir el tiempo, poco importa la
edad, el sexo o la cultura del observador, poco importa que sea
malvado, racista o antifascistas. La noción de observador no es la
de sujeto, pero no se trata, sin embargo, de una noción abstracta:
un observador es un ser capaz de cogitar y de conocer.
El principio einsteniano concierne al espacio-tiempo macrofí­
sico en toda su extensión. El principio de incertidumbre de
Heisenberg concierne, por su parte, a la relación entre un obser­
vador y un fenómeno microfísico en el que la acción de la pura
observación perturba a la observación, aunque no sea más que por
la luz que necesita: los fotones interactúan con las partículas
observadas y se crea, de ese modo, un conjunto que liga indisolu­
blemente al observador con la observación. Se les puede distin­
guir pero no disociar.
El tercer principio es el principio de Brillouin que elimina la
idea de observación pura. Brillouin lo plantea de dos maneras:
primeramente, resolviendo a su manera la paradoj a del diablillo
de Maxwell, ese pequeño demonio que, en el interior de un siste­
ma lleno de gas, era capaz de crear una diferenciación entre el
calor y el frío abriendo una válvula que separa dos compartimen­
tos por los que deja, por ejemplo, pasar a la izquierda las molécu­
las muy rápidas, es decir, las calientes, y a la derecha las lentas,
es decir, las frías . Brillouin indica que el diablillo de Maxwell no
contradice al segundo principio de la termodinámica, en tanto que
tiene necesidad de luz para poder, en el momento oportuno, abrir
la válvula. De forma más general, toda observación requiere ener­
gía, aunque no sea más que la energía cerebral mínima para perci­
birla y registrarla, y la energía luminosa mínima para observarla;
por consiguiente, por pequeña que sea, esta dilapidación de ener­
gía continúa haciendo crecer la entropía en el mundo que obser­
vamos. Por otra parte, Brillouin dice que toda observación que
comporte adquisición de información es potencialmente negoen­
trópica, es decir, que, por sí misma, permite acciones que crean
un crecimiento de la complejidad o de la organización del univer­
so. En términos triviales, ello quiere decir que todo nuevo conoci­
miento nos permite acrecentar nuestro poder sobre la naturaleza,
tal como nos ha mostrado la historia de la ciencia.
Por último, hay un cuarto principio, al que podemos llamar
principio antrópico en cosmología. Este principio, básicamente
formulado por Brandon Carter, es muy interesante pues nos dice
que para concebir el universo, su origen, su proceso y su naturale-
V ISIÓN DE LA SOCIEDAD 27

za, es necesario que nuestro modelo de universo pueda contem­


plar la posibilidad de la vida y, más aún , la posibilidad de la con­
ciencia humana. Dicho de otro modo, por muy periférica, muy
limitada, muy marginal , muy local y muy singular que sea la con­
ciencia humana en el universo , es necesario que, de alguna mane­
ra, sea posible en él. Lo cual hace que se reintroduzca en el pro­
pio cosmos, y desde su origen, la pequeña presencia del observa­
dor humano.
He aquí, por tanto , la vuelta del observador por cuatro grandes
avenidas físicas. Pero yo añado que no es solamente al observa­
dor al que conviene reintroducir, es el observador-conceptuador,
puesto que el observador percibe y concibe. Esta rei ntroducción
del observador -conceptuador conduce entonces a una revolu­
ción epistemológica, cuando se toma fundamentalmente concien­
cia de que una teoría científica es, no el reflejo de lo real, sino, al
contrario , una construcción de ideas , una ideología en el sentido
literal del término, que se apoya y se ejerce sobre datos objetivos
suministrados por lo real-. Dicho de otro modo , una teoría cien­
tífica intenta dar cuenta de datos objetivos verificables, pero la
objetividad está mucho más en los datos que en la teoría. Y, de
hecho , nada hay más cambiante que las teorías científicas. Sin
embargo , los datos pueden permanecer. Por ejemplo, los mismos
datos astronómicos que fueron formulados por los antiguos astró­
logos en Caldea o en Asiria, hace más de tres mil o cuatro mil
años, han podido servir, no solamente para el sistema geocéntrico
de Ptolomeo, sino también para el sistema convertido en holocén­
trico, y permanecen válidos en nuestra concepción actual del uni­
verso. Así, las teorías cambian por que hacen irrupción nuevos
fenómenos que arrasan las antiguas teorías , pero los antiguos
datos pueden integrarse en las nuevas teorías . Así, dado que las
teorías las producen los espíritus humanos en condiciones socio­
culturales dadas , necesitamos , para concebir el conocimiento
científico, considerar el conocimiento del propio conocimiento, es
decir, del espíritu humano situado y datado.
Todo ello nos remite, primeramente, al problema del criticis­
mo de Emmanuel Kant, que fue el primero en demostrar que el
conocimiento de los objetos requiere conocer las estructuras del
espíritu que permiten constituir el objeto. Podemos postular que
todo obj eto está constituido por la actividad de un sujeto a partir
de los mensajes «obj etivos» que llegan del universo exterior. Con
mayor profu ndidad, nos damos cuenta hoy de que el espíritu fun­
ciona según la voluntad de una máquina inaudita, el cerebro,
28 SOCIOLOGÍA

constituida por varias decenas de miles de millones de neuronas


que inter-retro-actúan dentro de una organización fantásticamente
complej a. Así, las constricciones que aporta la organización del
cerebro humano son inseparables de las posibilidades de conoci­
miento que esas mismas constricciones determinan. A esto hay
que añadir que el problema de las constricciones/posibilidades de
conocimiento constituye un problema, no solamente biocerebral,
sino también sociocultural, puesto que nosotros conocemos en el
seno de una cultura dotada de un lenguaje, de conceptos y en un
cierto estado de evolución de las técnicas de observación. Dicho
de otro modo, una teoría científica siempre se basa en datos obje­
tivos que, de una cierta manera, escapan al tiempo y a la civiliza­
ción en la que nace la teoría, pero, en tanto que teoría, ella perte­
nece a su tiempo y a su civilización. Las teorías se suceden al
mismo tiempo que aparecen nuevos datos, a menudo baj o el efec­
to del desarrollo de nuevas técnicas de observación o de experi­
mentación, siendo ellas mismas función de desarrollos culturales
y de civilización. Necesitamos, por tanto, no expulsar sino reinte­
grar el problema del observador-conceptuador.
Además, no debemos olvidar el carácter antropocéntrico de la
aventura científica, aunque ésta realice observaciones que son,
diría yo, cosmomórficas, en el sentido de que nos vienen del
mundo exterior. Pero esta aventura científica sigue obedeciendo a
una voluntad antropo-social de dominar la naturaleza, y se realiza
mediante oleadas técnicas y manipuladoras . Por consiguiente,
estamos abordando aquí un problema real, el del carácter, a la
vez, occidental-céntrico y universal de la ciencia. Por una p arte,
ha nacido en Occidente, en función de una dis yunción histórica
singular entre ciencia y filosofía, entre ciencia y moral, pero, al
mismo tiempo, se ha convertido en universal mediante su objeti­
vidad, es decir, que las observaciones meteorológicas, las reac­
ciones químicas, las homeostasis biológicas, son válidas en todo
el universo. Hay que considerar también ese hecho tan curioso de
que la ciencia haya permanecido occidental a pesar de haberse
convertido en completamente universal.
Por último, si la ciencia es verdaderamente una aventura de la
civilización, hay que pensar,. tal como ha dicho Jacob Bronovski,
que el concepto de ciencia no es ni absoluto ni eterno y que es, de
hecho, relativo respecto al devenir histórico, es decir, que lo que
hoy creemos ser ciencia puede encontrarse superado mañana.
Voy, por tanto, a concluir este primer punto acerca del princi­
pio de la cientificidad moderna de que toda observación debe
VISIÓN DE LA SOCIEDAD 29

incluir al observador y de que toda concepción debe incluir al


conceptuador. Hay que distinguir, aunque no disociar, al observa­
dor/conceptuador del obj eto observado/concebido, hay que dis­
tinguir, aunque no disociar, al objeto del sujeto.

Acerquémonos ahora al problema del observador en las cien­


cias sociales. Es un observador a la vez perturbado y perturbador.
Está perturbado por su punto de observación. Si ya no existía un
punto de observación para el observador «universal» en física,
menos todavía en sociología. El observador está también pertur­
bado por la presión de la sociedad, que actúa sobre él sin que él se
dé cuenta. Quiere conocer a esta sociedad, pero no es externo a
ella; no es más un elemento, un engranaje de esta sociedad de la
cual pretende ser el conocedor objetivo superior. Al mismo tiem­
po, es perturbador por el propio acto de su conocimiento que
interviene en la situación del fenómeno observado. Ocurre, así,
que los sondeos de opinión comportan, por sí mismo, modifica­
ciones sobre los sondeados. En definitiva, en las ciencias socia­
les, el observador-conceptuador es sujeto entre sujetos. Y yo creo
que la gran diferencia entre las ciencias de la naturaleza y las
ciencias antropo-sociales es que en las primeras se puede excluir,
en primer grado, al sujeto, aunque no se pueda excluir al observa­
dor, mientras que en las segundas no se puede excluir en primer
grado ni al observador ni al sujeto. El problema decisivo del suje­
to se había eliminado mediante el paradigma clásico como si fue­
ra un residuo irracional de la actividad científica. Ahora bien,
esta eliminación ha producido una grieta insondable en el conoci ­
miento científico, cosa que ya había visto perfectamente Husserl
desde los años treinta, en sus memorables conferencias sobre las
crisis de la ciencia europea. Efectivamente, existe un agujero
negro en el conocimiento científico y está en la sede del sujeto,
convirtiéndose en la zona ciega de una ciencia que no puede
conocerse a sí misma.
¿Qué era, entonces, el concepto de sujeto? Era un concepto
inasimilable por el conocimiento científico puesto que era metafí­
sico, trascendental, y puesto que nacía de un tipo de conocimien­
to que no tenía los criterios objetivos de verificabilidad y de
observabilidad propios del conocimiento científico. En cambio,
hoy, los progresos del conocimiento biológi co moderno permiten
dotar de un fundamento biológico al concepto de sujeto. ¿Qué es
hoy ser sujeto? Es situarse en el centro de su mundo, ser capaz de
exponer los cálculos y los conocimientos que se hacen de sí mis-
30 S OCIOLOGÍA

mo, es decir, de forma autoexpositiva, y de los objetos considera­


dos, es decir, de forma exoexpositiva: el sujeto es, en suma, el ser
exo-auto-expositivo que se sitúa en el centro de su mundo. Ser
sujeto es situar su Ego en el centro de su mundo. Ser sujeto es
actuar «para sí mismo» y en func ión de sí mismo. Es lo que hace
todo ser viviente, empezando por la bacteria.
Sabemos, desde hace treinta años, que la organización de este
ser unicelular es informativa, primero porque existe una informa­
ción genética plasmada en los genes y se comporta como un pro­
grama para todas las operaciones de la máquina celular; y lo es
también porque existe una extracción de información desde el
medio exterior. Es, además, comunicativa, puesto que existe una
comunicación interna entre el ADN, que contiene la información
genética, y las proteínas, que constituyen la máquina celular; hay
comunicación con el medio exterior y con sus semej antes. Pero
una organización como ésta es también computacional: realiza el
tratamiento de la información interior y exterior y el tratamiento
no es simplemente ni principalmente de cálculo; la operación de
computación es la propia operación que permite decidir, actuar y
organizar por sí misma; se puede decir que esta computación, por
sí misma y para sí misma, es una computación en primera perso­
na. Computo ergo sum, podría decir la bacteria de una forma
mucho más convincente que el cogito ergo sum de Descartes,
puesto que sin computación es todo el ser bacteriano el que se
desintegra. Es una computación permanente de sí/para sí, que
mantiene la organización autónoma del ser vivo en su existencia.
De ahí el carácter capital de la noción de computo para funda­
mentar la noción de suj eto.
El ser vivo es a la vez actor-jugador. La teoría de los juegos es
.
la primera teoría matemática que da cuenta del sujeto/actor. El
computo realiza la distinción y la comunicación entre el sí y el
no-sí. No se trata simplemente de una distinción de conocimiento
que delimita dos campos distintos, es, además, una distribución
de valores que evalúa el sí en relación con el no-sí: es un acto de
autotrascendencia que coloca el yo, el sí, por encima del resto del
mundo. Por supuesto, tanto en la realidad viviente como en la
realidad social, el sujeto no está cerrado completamente sobre sí
mismo, sino que está ligado a un genocentrismo, a un etnocentris­
mo y a un sociocentrismo. Por otra parte, la idea de sujeto no está
limitada a una célula. Existen también sujetos pluricelulares
como nosotros, individuos policelulares, y todo grupo, partido
político, liga, sociedad o nación constituye, de cierta manera, un
VISIÓN DE LA SOCIEDAD 31

sujeto, en el sentido en que un sujeto computa, actúa y decide,


colocándose en el centro de su mundo.
No quiero extender aquí la problemática del concepto de suje­
to. Ya lo he hecho en mi libro La Vie de la Vie 4 así como en
Science avec Conscience 5 . No quiero traer este breve recuerdo
más que para volver a los problemas fundamentales con los que el
sociólogo debería enfrentarse. ¿Con qué debería enfrentarse?
Pues bien, ¡ el sociólogo debería enfrentarse a su propio egocen­
trismo ! Hoy, los estudios de sociología sobre los laboratorios nos
muestran que el mundo de los científicos no está expurgado de
egoísmos, vanidades, prestigios, etc., que todo esto no solo actúa
como freno, como escoria en el mundo científico, sino también
como estímulo para la investigación: estímulos, luchas entre
orgullos y vanidades en su carrera por los honores. Esto es válido,
evidentemente, para la corporación de los propios sociólogos. Lo
que es más básico todavía, al menos para la sociología, es el pro­
blema del sociocentrismo, del culturocentrismo que tenemos plan­
teado. No es sólo los egocentrismos o los grupo-centrismos de cla­
nes y pandillas. Hay también ideas culturales dominantes. Nuestra
cultura inscribe en nosotros sus conceptos particulares y nosotros
nos lo creemos como si explicaran la verdadera realidad de los
fenómenos. No es suficiente que establezcamos datos objetivos
para liberarnos ipso jacto de todas estas determinaciones subjeti­
vas que son nuestras relaciones de pertenencia a una clase, a una
sociedad, a una civilización. Por consiguiente, ¿cómo reconocer
este problema del sujeto cuando el sujeto ha sido expulsado, en las
ciencias humanas y en las ciencias sociales, como residuo vergon­
zoso y cuando los sociólogos se expresan como si sus palabras
constituyeran la voz universal? Es siempre, cuando se pretende
hablar en nombre de lo universal, cuando se afirma con más fuerza
la propia subjetividad limitada.
Veamos, pues, el problema de la reintegración del observador­
sujeto a las ciencias antropo-sociales. Esta reintegración se reali­
za primeramente baj o la perspectiva de la autocrítica antropológi­
ca. Cuando se considera la obra de un antropólogo de principios
de siglo como Lucien Lévy-Bruhl, sorprende ver hasta qué punto
su pensamiento era ingenuamente arrogante. Él daba por supuesto

• Edgar Morin, La Vie de la Vie, París, 1980, pp. 155-200, Points-Essais,


Seuil, 1985.
5 Op. cit., pp. 221-237.
32 SOCIOLOGÍA

que las sociedades arcaicas tenían que ser consideradas como


«primitivas», que el hombre primitivo era irracional y místico,
por oposición al hombre moderno, siendo éste plenamente racio­
nal, y aquél podía compararse adecuadamente con el niño y con
el neurótico. Era evidente que el hombre occidental moderno era
el adulto plenamente completo. Hoy sabemos que esto dimanaba,
no de una verdadera racionalidad, sino de una racionalización
occidental-céntrica cerrada y, en un sentido muy profundo, oscu­
rantista. Por supuesto, había algún elemento muy ingenuo en
Lévy-Bruhl: no le sorprendía que esos «niños» primitivos, místi­
cos, que creían en la magia, fuesen capaces de producir útiles efi­
caces que les habían permitido sobrevivir y multiplicarse en un
entorno hostil. Ha hecho falta un mej or conocimiento de esas
poblaciones, ligado al fenómeno de la descolonización y a la
introducción de una cierta mala conciencia y de una autocrítica en
el seno de la conciencia occidental, para que la antropología
moderna se plantee el problema de la relatividad de su puesto de
observación. Ha hecho falta dudar de que ser un occidental
moderno signifique detentar la racionalidad social, para llegar a
plantearse el problema del suj eto-investigador. El primer vuelco
ha sido claramente establecido por Lévi-Strauss y, de forma muy
personal, Tristes Trópicos testimonia este rechazo a colocarse en
la cima de la racionalidad. Por otra parte, el abandono de las con­
cepciones evolucionistas lineales, que tomaban como modelo
progresivo exclusivamente la evolución occidental, ha llevado a
una reflexión de la antropología sobre sí misma: así, los antropó­
logos modernos han descubierto el antropo-occidental-centrismo
escondido baj o la seudouniversalidad; un Jaulin llega, incluso, a
considerar como occidental-centrismo arrogante toda voluntad de
considerar la unidad humana a través de la diversidad y, de ahí,
cae en el occidental-centrismo masoquista. Pero el problema es
ya ineludible: ¿cómo percibir estas sociedades que se nos apare­
cen a la vez envueltas en su misterio, en sus enigmas, y en su
riqueza? Es evidente que, para intentarlo, hay dos vías a la vez
contradictorias y complementarias: una es el «entrismo», que nos
exige tratar de colocarnos en el interior, de participar, de no que­
darnos satisfechos con la mediación de un informador pagado
para conocer una sociedad de la que no se conoce ni la lengua ni
la resistencia que segrega ante la mirada extranjera: la otra es la
de auto-distanciarnos nosotros mismos respecto a nuestra propia
civilización. No se puede entrar totalmente en la otra cultura, ni
se puede salir totalmente de la propia, pero nuestro espíritu puede
V IS IÓN DE LA S OCIEDAD 33

tratar de participar e n u n j uego entre una y otra que nos permita


reconocer las singularidades respectivas.
El problema sociológico, en sí, presenta alguna cosa muy dife­
rente al problema antropológico. Puede formularse de la siguien­
te manera: ¿hay algún lugar desde donde el sociólogo pueda con­
siderar a su propia sociedad, aunque sea en el interior de esa mis­
ma sociedad de la cual forma parte y ella forma parte de él? Lo
primero que se necesita es ser plenamente consciente del tipo de
relación recursiva indisoluble entre lo que podemos llamar los
individuos y la sociedad. Los individuos no están en la sociedad
como si estuvieran dentro de una caja. Son precisamente las inter­
acciones entre individuos las que generan la sociedad, la cual no
existe nunca sin los individuos; pero esta misma sociedad retroac­
túa sobre los individuos para generarlos, a su vez, en tanto que
individuos humanos, puesto que ella les aporta la cultura, la len­
gua, los conceptos, la educación, la seguridad, etc. Dicho de otro
modo, nosotros generamos una sociedad que nos genera a noso­
tros. Nosotros formamos parte de la sociedad que forma parte de
nosotros. Este es el nudo gordiano muy interesante del que el
pensamiento mutilador no puede más que huir. Nosotros no esta­
mos solamente en un lugar determinado de la sociedad, sino que
también la sociedad, en tanto que totalidad singular, está en no­
sotros.
Yo he dicho que una teoría no es el reflejo de lo real, sino que
es una construcción de ideas que se aplica, más o menos adecua­
damente, al fenómeno que pretende interpretar. Contrariamente a
lo que creía, la cientificidad no es un atributo individual propio
del científico. Así, por ejemplo, no se puede decir que los físicos
sean espíritus muy científicos, los biólogos espíritus bastante
científicos y que los sociólogos son espíritus muy poco científi­
cos. No: la cientificidad se define, en sí misma, en relación con
las reglas de un juego que tendrán que aceptar todos aquellos que
se quieren científicos. Y la cientificidad no está solamente en el
consenso de los espíritus, una vez que ciertas experiencias con­
cordantes y concluyentes hayan dado su veredicto, está también
en los conflictos, antagonismo y en las diferencias que agitan a
los científicos. La cientificidad está en la regla del juego que
acepta los antagonismos. Se puede decir, por tanto, que los físicos
no son científicamente superiores a los sociólogos: pero el juego
del conocimiento físico permite mucho más la aplicación de las
reglas científicas que el juego del conocimiento sociológico ya
que éste está imbricado demasiado profundamente en la sociedad.
3 -J. SOCIOLOGÍA

Por lo demás, vemos claramente que, fuera de su campo propio,


los más grandes físicos pueden mostrarse todavía más débiles que
los sociólogos en sus opiniones sobre la sociedad, la política o el
mundo.
Ninguna teoría tiene el monopolio privilegiado de la cientifi­
cidad. Hay una selección que hace que, en un momento dado, una
teoría venza sobre otras, y una teoría es científica, no porque ten­
ga el monopolio de la cientificidad, sino porque acepta jugar al
juego de la cientificidad, es decir, acepta el riesgo de morir o de
desaparecer. Una teoría es científica, no porque sea cierta, sino
porque se apoya en datos ciertos, mientras que su construcción es
biodegradable, es decir, sometida a la corrupción y a la muerte.
Por tanto, resulta acientífico decir: «la ciencia habla por mis
labios». No hay labios depositarios de la verdad de la ciencia. Es
el juego en su conjunto el que hace que haya una producción de
cientificidad. El sociólogo que enuncie: «la sociología me dice
que . . . » es. un sociólogo imprudente o impudente. La pretensión de
monopolizar la cientificidad que anima a ciertos sociólogos no es
solamente terrorismo, es, además, una impudencia anticientífica y
un oscurantismo, puesto que es anticientífico abusar del monopo­
lio de la cientificidad en la teoría o en el pensamiento. La verda­
dera cientificidad, la verdadera tarea científica del sociólogo con-
. siste en autorrelativizarse considerando los caracteres relativos de
su propia cientificidad. En materia de sociología, la cientificidad
es el objetivo, el ideal, pero j amás la propiedad, y podemos decir,
en ese sentido, que la conciencia del carácter ensayista de su pro­
pia producción es un progreso de valor científico sobre la arro­
gancia de aquel que se toma a sí mismo por un «bata blanca» y
que utiliza su bata blanca imaginaria como hábito pontificia!.
Abordamos aquí, necesariamente, la paradoj a del sociólogo.
Éste se sentía muy feliz en su visión clásica, estaba en la era tole­
maica de su visión del mundo, estaba en el centro del mundo, era
egocéntrico creyéndose el Espíritu Objetivo. Era el sociólogo del
derecho divino. Pero ahora le vemos convertido en un desventu­
rado desde el momento en que se ha visto obligado a incluirse en
su propia visión de la sociedad. ¿Cómo incluirse y, a la vez, esca­
par a los particularismos, de los determinismos de esa inclusión?
Si el sociólogo categoriza y determina su puesto particular y sin­
gular en la sociedad, se convierte en prisionero de esa categoría
singular y particular que él mismo ha descrito y conceptualizado,
y él mismo se quita el derecho a la verdad científica acerca del
conjunto. Si el sociólogo se ve de alguna forma como una subca-
V I S IÓN DE LA SOCIEDAD 35

tegoría social especializada, limitada en l a sociedad, ¿cómo pue­


de justificar una metavisión que le permita considerar a las demás
subcategorías como si él poseyera la visión objetiva de todo,
como si él poseyera, por sí mismo, las verdaderas herramientas,
las verdaderas claves que permiten elucidar la estructura y la
organización de la sociedad? Si yo formo parte de las categorías
que yo mismo produzco, ¿cómo podría producir de forma cientí­
fica aquellas categorías de las cuales yo no formo parte? Si las
categorías determinan la visión de mi espíritu, ¿cómo puede mi
espíritu determinar la naturaleza de las categorías? Es necesario
que haya en la teoría alguna cosa que me permita escapar de la
particularidad y de la limitación de mi hábitat. Antes se decía: «es
un genio», y esta explicación del genio permitía trascender las
categorías. Hay algo de cierto, aunque un poco infantil, en esa
explicación a base del genio: algunos espíritus, en un momento
dado, sea por su nomadismo, sea por sus multideterminaciones o
sea por su experiencia, llegan a trascender las categorías singula­
res. Pero, en ese caso, haría falta una teoría transociológica que
permitiese producir la categoría «genio». Más profundamente,
habría que afrontar esa paradoja que nos coloca en situación de
ser, a la vez, pensador global y universal de nuestra sociedad, o
sea de toda sociedad, y, el mismo tiempo, por el propio análisis
sociológico, miembro de una categoría particular limitada y sin­
gular de la mencionada sociedad. Por un lado, nuestro espíritu
nos lleva a pensar en el conjunto y, por otro, ese mismo espíritu
nos explica por qué no podemos pensar en el conjunto estando
situado en una categoría limitativa y determinada. O bien, en ese
caso, habría que introducir la idea de que la conciencia de una
situación permite transformar dicha situación. Habría, por tanto,
que introducir la conciencia de sí en el corazón del pensamiento
sociológico.
Esto equivale a decir:
1 ) Que hace falta una cierta flexibilidad y complejidad en las
categorías sociológico-culturales, las cuales no deben constituir
marcos deterministas estrechos y cerrados, sino permitir las
potencialidades circulantes, transgresoras o ambivalentes de los
actores sujetos. Dicho de otro modo, no se pueden definir los
seres solamente a partir de condiciones externas (lugares, hábi­
tats, etc.) donde se encuentran, hay que reconocer también las
potencialidades de autonomía que pueden, eventualmente, mani­
festar en tanto que actores y en tanto que seres conscientes.
2) Que hay que introducir categorías más complejas entre las
36 SOCIOLOGÍA

categorías ya elaboradas por la sociología del conocimiento. Así,


tomemos el ejemplo del relativo desarraigo de la intelligentsia
que había puesto de manifiesto Karl Mannheim. Puede haber
fenómenos de doble pertenencia en la intelligentsia: así, ciertos
intelectuales y pensadores que están ligados a su clase originaria
(aristocracia, burguesía) están también ligados a la clase de las
que quieren ser portavoces (campesinado, proletariado). Pode­
mos, por tanto, asistir a fenómenos de desviación: es lo que hace
que, en un momento dado, una gran parte de la intelligentsia se
defina dialécticamente por su desviación relativa respecto a la
norma de la clase originaria de sus progenitores, de la familia, y
no linealmente por la pertenencia a esa clase. Puede haber, tam­
bién, definiciones por antagonismo. En un determinado momento,
en la relación padre-hijo, por ejemplo, el hijo se define por su
rebeldía frente al padre: del mismo modo, la intelligentsia puede
manifestar oposición o ruptura respecto al poder o a la clase ori­
ginaria. Hay que concebir y complejizar el desarraigo (relativo,
naturalmente) de la intelligentsia.
Hay que concebir también la conflictividad. Ya he dej ado
constancia de esta idea poperiana muy importante. Tanto la cien­
cia como la democracia suponen conflictividad. É sta es la condi­
ción de un juego, y especialmente del juego de la investigación,
del pensamiento, del conocimiento. Hay que introducir, por tanto,
la complejización del desarraigo, la complejización de la conflic­
tividad, la complejización de la desviación y, hasta el límite, la
excepcionalidad, la singularidad de donde se derivan ciertas vir­
tudes que los admiradores llaman «genio». La historia, incluida la
historia de la sociología, es un devenir que se realiza en relación
con las ideas innovadoras. Pero la innovación aparece siempre
como una desviación. Una teoría cualquiera, si es innovadora,
aparece siempre como una desviación. Una sociología creadora
que, al mismo tiempo, reconozca la realidad de la creación, no
puede afirmarse más que como ruptura con las normas de la
sociología dominante, y aparecerá, inevitablemente, como una
desviación.
El problema de la sociología de los sociólogos es un problema
importante y decisivo, pero, al mismo tiempo, difícil e imposible
de tratar mediante categorías rígidas y no complej as . Además, la
toma de conciencia de la autoinscripción en la sociedad, es decir,
de la imposibilidad de desarraigarse totalmente, apela/estimula al
mismo tiempo a la voluntad de distanciarse de ella con el fin de
buscar el máximo de objetividad posible, lo cual implica la volun-
VISIÓN DE LA SOCIEDAD 37

tad de objetivarse a sí mismo. Dicho de otro modo, todo aquello a


lo que se llama reflexión, introspección individual, todo aquello
que se había arrojado a la basura del «moralismo» (donde habían
ido a parar Montaigne y compañía), todo eso tiene que convertirse
en vital en el seno de la actividad sociológica. El autoexamen
necesita del heretoexamen, del mismo modo que la autocrítica
necesita de la heterocrítica; no se puede hacer en el vacío. Ello
comporta dificultades enormes y el riesgo de la autoilusión; el
caso más conmovedor fue el de uno de los fundadores de la socio­
logía, Rousseau, que creía que Les Confessions era una obra com­
pletamente verdadera en la medida en que era del todo sincera,
mientras que ahora sabemos que Les Confessions están plagadas
de errores y de omisiones inherentes a nuestra condición de sujeto.
El propio Auguste Comte, identificando su monumento a la objeti­
vidad suprema con el culto a la mujer ideal, su prometida Clotilde
de Vaux, nos muestra hasta qué punto la subjetividad trabaja sin
descanso en cada una de las construcciones teóricas que nosotros
pretendemos «objetivas». No es, por tanto, anticientífico, sino per­
fectamente científico, plantear el problema del observador/sujeto.
No hay lugar privilegiado que legitime y objetivice al conoci­
miento, sino una búsqueda difícil e incierta de la verdad y de la
verificabilidad. La sociología debe permanecer en el campo del
conflicto. Más exactamente, yo concluiría así: en este problema
de la exclusión y de la inclusión, en esta dialéctica en la que nun­
ca podemos excluirnos totalmente de la sociedad en la que, en
cierto modo, necesitamos incluirnos p ara comprenderla en pro­
fundidad, no podemos excluirnos pero sí distanciarnos . La nece­
sidad de distanciarse implica o apela a una lucha contra el ego­
centrismo y el etnocentrismo, pero esta misma lucha implica el
reconocimiento de la subjetividad para resistir en ella.
Puesto que formamos parte de una sociedad, se trata no sola­
mente de tratar de distanciarnos espiritualmente, sino de sacar el
máximo provecho de esta adhesión subjetiva y que, al final, es
inevitable. Tenemos que utilizar nuestra participación, nuestra
curiosidad, nuestro interés, y yo diría que incluso nuestro amor en
la investigación. ¿Qué quiere decir participación? Este problema
ya había sido identificado por la sociología alemana, entre otros
por Max Weber, quien elaboró esta distinción entre comprensión
y explicación. La comprensión es un modo inmediato, enfático,
de inteligibilidad de un fenómeno humano, puesto que se basa en
la relación intersubjetiva entre dos «egos» que se pueden proyec­
tar-identificar uno con otro. Así es la comprensión. Alguien res-
38 SOCIOLOGÍA

ponde a la bofetada ajena con otra bofetada: esto es algo que


todos comprendemos; para comprender a aquel que presenta el
lado derecho de la cara después de haber recibido una bofetada en
el izquierdo, necesitamos realizar un esfuerzo mucho mayor.
Pero, de todos modos, podemos llegar a comprenderlo. La com­
prensión se basa en el hecho de que nosotros somos sujetos,
«egos», y de que vemos en los demás bien a un ego alter, es decir,
a otro, a un extranjero, o bien a un alter ego, es decir, a alguien a
quien comprendemos porque podría ser nosotros mismos, con el
cual simpatizamos o fraternizamos: la fórmula es «yo soy tú» . El
calor, la amistad o el amor nos hacen considerar a los demás
como alter ego. La intensidad de las relaciones afectivas es, por
tanto, un elemento fundamental de la comprensión.
No nos podemos sustraer a esta situación: al tratar un proble­
ma sociológico, no solamente tratamos un problema de objetos,
tratamos un problema de «sujetos», nosotros somos sujetos que
tenemos relación con otros sujetos. Así, la subjetividad es a la vez
enemiga y amiga. Tenemos que distanciarnos del fenómeno estu­
diado, distanciarnos de nosotros mismos y, a la vez, apasionarnos
por nuestra investigación. Los valores y las finalidades no pueden
quedar excluidos de esta investigación; tienen, por tanto, que
convertirse en conscientes. Esto nos lleva a la idea de un uso a
fondo de la subjetividad, que tiene, a su vez, el corolario del uso
a fondo de la objetividad. Este doble uso a fondo, esta dialógica
subjetividad/obj etividad es simultáneamente complementaria y
conflictiva. Hay lucha. No hay receta. Nada más difícil que reali­
zar la autorreflexión, la autocrítica, que a su vez necesita de la
heterocrítica, del trabaj o colectivo y, al mismo tiempo, del pleno
uso de la subjetividad; nada más difícil que no dejarse despistar,
autointoxicarse. Las reglas del juego particular de la cientifidad
sociológica no tienen criterios de verificación tan rigurosos y tan
sencillos como en el ámbito de otras ciencias: estas reglas com­
portan, además, otros requisitos, otros postulados, que ocultan,
cada uno, su incertidumbre, puesto que corresponden a la relación
complej a entre la Sociología, la Sociedad y los individuos-sujetos
que viven en esa Sociedad. Ahí surge el problema de una dialécti­
ca de la exclusión y de la inclusión del sociólogo en su visión de
la sociedad. Y, en esa dialéctica, no hay monopolio, no hay rece­
ta, no hay más que una estrategia siempre reiniciada.
S OCIOLO GÍA DE LA S OCIOLO GÍA

1. LA PARADOJA

Una sociología de la sociología es necesaria e imposible al


mismo tiempG. Es, efectivamente, necesario para la sociología
conocerse a sí misma puesto que la sociología forma parte de la
sociedad, se produce en la sociedad e interviene en ella; es, por
tanto, un hecho social. Pero el autoconocimiento choca con una
dificultad lógica. Esta dificultad se deriva de la lógica de Tarsky,
que confirma el teorema de Güdel. La lógica de Tarsky nos dice
que ningún sistema semántico posee, en sí mismo, los medios para
su propia explicación o justificación o elucidación. Pero tanto
Tarsky como Güdel nos dicen que es posible considerar bien un
metalenguaje o bien un metasistema que permita considerar el sis­
tema dado. Es decir, que necesitaríamos considerar una metasocio­
logía para llevar a cabo la sociología de la sociología. ¿Qué podrá
ser esta metasociología? ¿La ciencia en general? Pero la ciencia, y
sobre todo la ciencia más avanzada, la ciencia física, es incapaz de
elucidar no solamente su naturaleza social, sino su propia natura­
leza. Las tentativas de una ciencia de la ciencia, como la de Sola
Price, no pueden tener acceso tampoco al metasistema. ¿La filoso­
fía, entonces? Pero la filosofía está ya demasiado alejada de la
ciencia y de la sociología como para constituir un metasistema.
Si no existe ningún metasistema en el mercado, al menos,
podemos considerar un metapunto de vista, es decir:
1 ) Un punto de vista desde el que el sociólogo se percibiría a
sí mismo como obj eto de estudio, no solamente como objeto que
pertenece a una categoría socioprofesional dada, sino también
como actor-sujeto, y desde el que se haga investigador de su pro­
pia investigación. S er sujeto quiere decir saberse, por principio,
egocéntrico, etnocéntrico, capaz de ver criterios desviados o per­
turbados por su propia afectividad, sus propios miedos o sus pro­
pios deseos.
2) Este metapunto de vista necesita no solamente de la refle-

[39]
40 SOCIOLOGÍA

xión sobre sí mismo, sino de una reflexión sobre la relación entre


sí y su propia sociedad.
3) Este metapunto de vista necesita de la reflexión epistemo­
lógica sobre las posibilidades y los límites del conocimiento cien­
tífico, así como sobre las posibilidades y los límites del conoci­
miento sociológico, incluido el de la sociología del conocimiento,
lo cual multiplica y agrava las dificultades de una sociología de la
sociología, puesto que ésta no sabría prescindir de una reflexión
acerca del conocimiento de sí misma.
Por consiguiente, desde el principio, una sociología de la
sociología plantea problemas de fondo. Desde el principio, una
sociología de la sociología se abre sobre una incertidumbre y
sobre una relativización, empezando por la relativización del
punto de vista de aquel que quiere aproximarse a la sociología de
la sociología. Pero al mismo tiempo vemos que, desde el princi­
pio, la sociología de la sociología nos abre una posibilidad de
reflexión, nos orienta hacia un trabaj o epistemológic o, hacia la
búsqueda de un metapunto de vista que nos permita un autodis­
tanciamiento, nos abre, por último a la necesidad de pensar y no
simplemente a aplicar principios metodológicos ya disponibles en
el mercado.

EL PROB LEMA DE LA CIENTIFICIDAD

Examinemos primero el problema de la cientificidad, ya que la


sociología pretende ser una ciencia y la sociología de la sociolo­
gía debería ser, por tanto, científica al cuadrado. Así, se plantea
de nuevo este problema de la cientificidad, que ya creíamos
resuelto en las ciencias de la naturaleza; la epistemología moder­
na converge sobre la dificultad de concebir o de trazar una línea
de demarcación clara entre lo científico y lo no científico. ¿Qué
ha ocurrido en el terreno de la epistemología?
Primero, el hundimiento de la idea «positivista» de un cono­
cimiento-reflejo, así como de la teoría-espej o de la naturaleza.
No se puede considerar como significativo el hecho de que las
teorías científicas sean construc ciones psicocerebrales al mismo
tiempo que construcciones psicoculturales. Estas teorías no se
inducen a partir de la realidad. Si bien, efectivamente, la induc­
ción permite establecer un cierto número de leyes, estas leyes
no disponen en absoluto, en su pretensión de universalidad, de
la infalibilidad de la prueba, puesto que basta con que surj an
SOCIOLOGÍA DE LA SOCIOLOGÍA 41

excepciones a esas leyes para que pierdan la universalidad. Las


teorías, por tanto, son construcciones del espíritu que se aplican
a la realidad y que se convierten en válidas si, efectivamente, la
realidad responde de forma positiva a las predicciones de la teo­
ría. Pero, al mismo tiempo, las teorías científicas son falibles.
Contrariamente a la idea ingenua, de la que los científicos no son
ajenos, de que la ciencia se identifica con la certeza, las teorías
científicas se diferencian de las creencias religiosas, de las doc­
trinas y de la ideología, precisamente en que no disponen de una
certeza absoluta. Lo característico de una teoría científica es ser
siempre eventualmente comprobable y refutable y, por lo demás,
toda historia de la ciencia nos muestra que las teorías científicas
son biodegradables. Lo único cierto son los datos, que son obser­
vables y sobre cuyos cálculos se basan las teorías, pero éstos no
son teorías en sí mismos. Por otra parte, Popper, Khun, Lakatos o
Holton nos indican, cada uno a su manera, que, en el núcleo mis­
mo de las teorías científicas, hay algo de metafísico, de «ideolo­
gía», y que los postulados no demostrables son necesarios para la
construcción y el mantenimiento de las propias teorías científi­
cas. Por último, lo que permite al conocimiento científico conse­
guir su objetividad y su racionalidad depende de un juego com­
plejo, de rivalidades y de comunidades al mismo tiempo, que tie­
ne lugar en el medio científico. Juego rival puesto que, como
dice Popper, son los conflictos entre filosofías, postulados, ideo­
logías, clanes y personas los que le dan la vitalidad a la ciencia.
Pero este j uego de rivalidades no es verdaderamente progresivo
más que por el hecho de que todos los j ugadores aceptan y reco­
nocen una regla del juego fundamental que es la de la verifica­
ción y la de la refutación empírica y lógica. Así, la comunidad
científica es, al mismo tiempo, una sociedad, es decir, un grupo
en el que los conflictos vuelven a empezar y se multiplican sin
cesar, y una comunidad, es decir, un grupo que está animado por
el respeto de los valores y con una fe común. La objetividad del
conocimiento es, verdaderamente, el producto de este juego,
pero este producto se autotrasciende y retroactúa sobre el proce­
so que lo constituye. Paradójicamente, es la comunicación inter­
subjetiva la que garantiza la objetividad del conocimiento y esta
comunidad intersubjetiva no es productora de objetividad más
que por el hecho de enraizarse en una tradición histórica especí­
fica que es la tradición crítica. Así, vemos la impostura de toda
pretensión de monopolizar la cientificidad. La cientificidad no
pertenece ni a una persona, ni a un genio, ni a una teoría, sino al
42 SOCIOLOGÍA

j uego pluralista rivalizador y comunitario propio del medio cien­


tífico.

¿Cómo se plantea el problema de la cientificidad en las cien­


cias antropo-sociales y, particularmente, en la sociología? Si nos
atenemos a la comparación con la regla del juego que funciona en
las ciencias naturales, se distinguen, nos parece, tres grandes
carencias.
La primera carencia se refiere al hecho de que la búsqueda de
leyes generales no puede dejar de ser trivial en las ciencias socia­
les y humanas. ¿Por qué? Porque las leyes generales que han sido
formuladas por Newton, Maxwell o Einstein son leyes que se
basan en las medida, en la precisión, en la exactitud, en la predic­
ción y son leyes que descartan un gran número de posibilidades.
Su verdad, lejos de toda evidencia a priori, no es trivial. Por con­
tra, las leyes generales de la sociedad, válidas para todas las
sociedades, no pueden tener ninguna exactitud, ninguna preci­
sión, ningún valor de predicción, y su verdad no puede dejar de
ser trivial.
Segunda carencia, la imposibilidad de exorcizar la compleji­
dad de las interretroacciones que unen al objeto que se estudia
con sus adherencias y sus pertenencias. Es, además, inadmisible,
no sólo moralmente, sino también científicamente, extraer un
grupo de su contexto para poderlo estudiar experimentalmente,
dado que la verdadera realidad a estudiar depende, precisamente,
de las interacciones entre el grupo y su contexto o su entorno.
Tercera carencia, el trastorno del juego rivalidad/comunidad
debido a la imposibilidad de consenso en la comprobación o en el
rechazo, a la vista, precisamente, de esa complejidad de la que he
hablado, a la que hay que añadir un doble trazo de complejidad:
la autoimplicación demasiado grande del sociólogo en la sociedad
y la de la sociología en el sociólogo1• Tenemos, por tanto, la
imposibilidad de aislar experimentalmente al objeto de estudio
del sociólogo, pero tenemos, además, la imposibilidad de aislar al
propio sociólogo de la sociedad que estudia. La sociología de la
sociología no puede tener sentido más que si comporta la toma de
conciencia, desde el principio, de esta carencia de base a la socio­
logía, en tanto que ciencia. Y debe comprender que los métodos
científicos exteriores, aquellos que provienen de las ciencias de la

1 <<¿El sociólogo puede, debe, sustraerse de su visión de la sociedad?», supra,

pp. 25-40.
S OC IOLOGÍA DE LA S OCIOLOGÍA 43

naturaleza, no bastan para hacer de la sociología una ciencia.


Como veremos, por otro lado, la seudocientificidad de una cierta
sociología reside únicamente en la adopción mutilada y ciega de
las categorías y de los conceptos de una física clásica, la física
del siglo XIX, hoy ya obsoleta para concebir los problemas físicos
fundamentales.
Al mismo tiempo, son la objetividad y la universalidad, desde
el punto de vista del sociólogo, las que se convierten en proble­
máticas. ¿Es el sociólogo una parte/fragmento de esta sociedad
determinada por ella? En ese caso, sus conceptos y teorías no tie­
nen valor de verdad. ¿Está el sociólogo por encima? ¿Se convier­
te en un ser suprasocial? En tal caso, tendrá que justificar su esta­
tuto divino. ¿Es insoluble el problema? Es parcialmente controla­
ble, como vamos a ver, pero, por ello mismo, es necesario realizar
una reorganización conceptual. Bajo la concepción determinista y
simplificadora de la sociología, es imposible concebir la sociolo­
gía de la sociología.

2. E L DOBLE OB JETIVO D E L A SOCIOLOG Í A


DE LA S OCIOLOG Í A

Tenemos, ahora, que abordar el doble problema del objetivo


de la sociología de la sociología. En efecto,
l ) El conocimiento sociológico es un conocimiento con pre­
tensiones o miras científicas que depende, por tanto, del conoci­
miento científico, el cual, a su vez, depende de la sociología del
conocimiento (y así sucesivamente);
2) La sociología es un ente social particular en sus activida­
des e instituciones, que intenta englobar la sociedad en su conoci­
miento.
¿Cómo concebir estos problemas entrelazados en un nudo gor­
diano?

Consideremos la aporía fundacional de la sociología del cono­


cimiento, aporía que ella misma trata de enmascarar. Se trata de
que el conocimiento, incluido el sociológico, aparece, desde el
punto de vista de una sociología soberana, como determinada por
las condiciones históricas, sociales y culturales de su producción.
Ello, evidentemente, en la concepción determinista clásica. Por
tanto, el conocimiento no tiene valor de autonomía, de objetivi­
dad, de descubrimiento, de verdad. Éste es, precisamente, el pun-
44 SOCIOLOGÍA

to de vista que expresan las concepciones sociológicas de Bloor o


de Bourdieu, así como las de una vulgata marxista que hace de la
ciencia una ideología. Pero, en tal caso, esa concepción soberana
destruye su propia soberanía puesto que pierde su verdad al per­
der su autonomía. Dicho de otro modo, la pretensión absoluta de
la sociología de conocer el conocimiento, es decir, de reducirlo a
términos sociológicos, destruye el valor cognoscitivo de la socio­
logía. Es necesario que haya un mínimo de autonomía de la socio­
logía respecto a sus condiciones de producción o de emergencia
para que se le pueda reconocer un mínimo de objetividad, es
decir, de verdad.
Aquí, se nos presenta una segunda paradoj a, una segunda con­
tradicción por lo que se refiere a la autonomía y al determinismo.
En efecto, los fenómenos del conocimiento en la sociedad se nos
presentan bajo la forma de una doble realidad antagónica.

EL IMPR INTING Y LA N ORMALIZACIÓN

Primer tipo de realidad, una realidad determinista. No son sólo


los determinismos bien conocidos de un lugar, un tiempo, un cli­
ma, una sociedad, una clase o un grupo social sobre el pensa­
miento de un individuo o de un grupo. Existe también el determi­
nismo de los principios de conocimiento que reinan, de forma
imperativa y oculta, sobre los espíritus (los paradigmas), que
están ligados a condiciones culturales, sociales, sicológicas e his­
tóricas dadas. Son las rigideces que se mantienen en el mundo de
las exigencias y sistemas de ideas por la sacralización, la canoni­
zación y el dogmatismo. Es aquello a lo que podemos llamar el
«imprinting», término que los etólogos han propuesto para dar
cuenta de esa marca sin retorno que recibe el j oven animal (como
por ejemplo el pollito que sale del huevo e identifica como su
madre al primer ser vivo que aparece a su alcance) y que marca a
los humanos, desde el nacimiento, con el sello, primero, de la cul­
tura familiar, y después, con la escolar.
El imprinting se imprime en los espíritus no solamente en la
escuela, sino también en la universidad. El determinismo también
comprende los fenómenos de normalización que eliminan, inhi­
ben e intimidan todo lo que haya de desviación, de no conforme,
en el dominio del conocimiento. El determinismo se compone de
los estereotipos, los lugares comunes y las verdades seudoesta­
blecidas que, en una época dada, se imponen sobre todos los pro-
S O CIOLOGÍA DE LA S OCIOLOGÍA 45

cesos de conocimiento y se puede decir que hay verdaderas aluci­


naciones culturales en las que, por un lado, se cree ver realidades
que, en realidad, solamente han sido creadas por las teorías,
mientras que, por otro lado, la teoría impide totalmente que la
realidad aparezca a la percepción. Estos fenómenos no existen
sólo en las zonas subcultivadas de la sociedad, sino que se mani­
fiestan de forma extraordinaria en las zonas sobrecultivadas de la
elite intelectual. Ya Moliere había desvelado la idiotez arrogante
de los Diafoirus que se creían poseedores de la verdad médica y
de los Trissotins que se creían detentadores de la verdad poética o
literaria. Hoy en día, hemos visto a un cierto número de teóricos
decidir, de forma totalmente subjetiva, que el sujeto no tenía exis­
tencia; a un cierto número de humanos decidir que el concepto de
hombre no era más que una pura ilusión; a un cierto número de
miembros de una sociedad declarar que el concepto de sociedad
no era más que una entelequia. Por tanto, somos testigos de cier­
tas normas absolutamente constrictivas que pesan sobre el cono­
cimiento en todas las zonas de la sociedad, incluso en las cúpulas
universitarias. Así, hay un conjunto de determinaciones que
determina la invarianza, la perpetuación y la reproducción de las
formas dominantes, normativas y estereotipadas del conocimien­
to y que le impide evolucionar en función de los hechos y de los
datos.

Los CALDOS DE C U LTURA

Y, sin embargo, algo se mueve, de todos modos, algo cambia,


de todos modos, algo evoluciona, de todos modos; a pesar de
estas formidables determinaciones, que tienden a la invarianza y
a la reproducción idéntica, existe una evolución del conocimien­
to. ¿Por qué? ¿ Cómo? hay que concebir una relativa autonomía.
Pero ¿dónde? Allá donde aparece una pluralidad de ideas y de
opiniones, no solamente dentro de una misma sociedad, sino den­
tro de una misma clase, dentro de una misma cultura, dentro de
un mismo grupo. Así, hemos visto que el conocimiento científico
se desarrolla en la pluralidad conflictiva entre teorías y visiones
del mundo. Sabemos que llegan revoluciones «copernicanas» en
la historia de las ideas, de las concepciones y de las creencias que
rompen la fuerza i mperante de los paradigmas. Sabemos que el
advenimiento de lo nuevo puede acabar teniendo efectos devasta­
dores sobre los sistemas más asentados. Y lo nuevo no es sola-
46 SOCIOLOGÍA

mente el descubrimiento de una nueva realidad durante un viaje o


de una exploración, es también el descubrimiento de algo que
todo el mundo podría haber visto y del que nadie percibe todavía
el sentido, como cuando Newton miraba cómo caía la manzana.
Lo nuevo es la idea nueva, la que aparece primero como idea des­
viadora pero que puede llegar a tomar carta de naturaleza. Y, para
que aparezcan las ideas nuevas y las nuevas teorías, es necesario
pensar que hay zonas de débil imprinting y hay que concebir que
en las zonas de débil imprinting, no solamente es posible lo nue­
vo, sino también la audacia, la revuelta, la rebelión. Si, por consi­
guiente, podemos plantear que hay, en la cultura, zonas de débil
imprinting y de debilidad en la normalización, podremos concebir
una relativa autonomía del conocimiento respecto a esas determi­
naciones y, de repente, podemos empezar a concebir posibilida­
des de evolución con ruptura frente a las determinaciones norma­
lizadoras; podemos, además, concebir que allá donde se asocien
las condiciones simultáneas de plural ismo, de comunicación de
un consenso respecto a la regla de comprobación y rechazo, apa­
recen las condiciones de posibil idad de un conocimiento objetivo,
así como las condiciones de posibilidad de una verdad, es decir,
de un conocimiento que no se reduzca totalmente a las determina­
ciones sociológicas normalizadoras.
En el seno de una familia existen, a veces, diferentes concep­
ciones e ideas, de individuo a individuo, incluso puede darse la
aparición de desviaciones que no pueden aceptar la norma común.
En nuestras sociedades complejas, existen zonas anómalas, de
marginalidad y de desviación, no solamente en los baj os fondos de
la sociedad, sino en la cultura, en la intelligentsia. Por tanto, la
posibilidad de existencia del no conformismo en la esfera cultural,
es decir, en la esfera que concierne al conocimiento, limita y debi­
lita la sacralidad, el doctrinarismo y el dogmati smo. Y, a partir de
ahí, podemos concebir que la desviación pueda desarrollarse y
transformarse en tendencia, la cual, si se desarrolla de forma hege­
mónica, podrá convertirse en una nueva ortodoxia.
Por otra parte, tenemos que concebir el carácter dialógico, no
sólo de la actividad científica sino, también, de la vida intelec­
tual. La dialógica ha sido institucionalizada en Occidente en y por
la filosofía griega a partir del momento en que los tabúes religio­
sos de sacralidad han dejado de proteger l as ideas, l as cuales se
han convertido en profanas, y a partir del momento, por tanto, en
que se ha instituido el diálogo entre concepciones del mundo.
Esta dialógica está restri ngida al interior de una religión institu-
S O C I OLOG ÍA DE LA SOCI OLOGÍA 47

cionalizada, de un paradigma imperativo, pero hemos visto cómo


no ha cesado, a lo largo de la Edad Media, en el propio seno del
sistema dogmático e imperativo de la religión cristiana.
La dialógica es también la conflictividad, es decir, la compe­
tencia y el antagonismo de las tesis para explicar un mismo fenó­
meno y, desde el momento en que la confl ictividad acepta el diá­
logo, se convierte en estímulo dinámico del movimiento de las
ideas, en lugar de conducir a la destrucción de una idea o de una
tesis mediante el dogma. Así, la actividad dialógica es, a la vez,
el juego y la regla del juego que instituye una relativa autonomía
del conocimiento y favorece su evolución.
A esta dialógica, la ciencia le ha añadido Jos procesos de com­
probación y de rechazo que ya había instituido a Jo largo de Jos
siglos X V I , X V I I y X V I I I y que permiten la determinación de la
objetividad en el conocimiento. Naturalmente, la dialógica en el
seno de la cultura ha tenido que disponer de condiciones históri­
co-sociales favorables para instituirse, especialmente, una civili­
zación de la circulación, de la comunicación y de Jos intercam­
bios, como en las ciudades griegas y, más singularmente, en l a
Atenas del siglo v , donde s e desarroJla la comercialización, que
no es solamente el comercio stricto sensu, es decir, el comercio
de mercancías, sino que implica y comprende el comercio de las
cosas del espíritu, el· comercio de las ideas, intercambios múlti­
ples, puesto que la navegación transporta al mismo tiempo pro­
ductos, objetos, informaciones e ideas.
Comercio, intercambios múltiples, movimientos de todos
tipos, conflictos, son lo que es propio de las «sociedades calien­
tes», tomando la expresión de Claude Lévi-Strauss. Del mismo
modo que el calor físico significa agitación aparentemente desor­
denada, múltiple, intensa y muy viva entre las partículas, también
el calor sociológico significa agitaciones, libertades, enfrenta­
mientos y colisiones. Es, por tanto, en el calor cultural, es decir,
dentro de una intensa actividad cultural, donde el imprinting y la
normalización se debilitan y donde se desarroiian las posibilida­
des de ideas, concepciones y conocimientos nuevos. Añadamos
que las propias crisis, por su carácter ambivalente, pueden consti­
tuir condiciones de ruptura de Jos límites y transgresión de fronte­
ras. Las condiciones de crisis son favorables a nuevas reflexio­
nes, a replanteamientos de todo aqueiio que parecía establecido,
por tanto, a la aparición de Jo nuevo, pero son, a la vez, igualmen­
te favorables al retorno a diagnósticos mágicos (atribución del
mal a un chivo expiatorio) y a fórmulas míticas de salvación.
48 SOCIOLOGÍA

Así se crean verdaderos caldos de cultura en las condiciones


de calor cultural y de crisis con despetrificación de doctrinas, de
libre examen, de libre discusión, influencias múltiples y grandes
pérdidas, despilfarros, confusión, charlatanería, etc. Los caldos
de cultura son los medios de fermentación intelectual dotados de
una autonomía relativa en los que hay una aceptación de las des­
viaciones y de las transgresiones a través del diálogo y del anta­
gonismo de las ideas. Ese fue el caso de París al final del siglo
xvm, que no solamente vio el movimiento de las Luces, sino que
también vio surgir el conflicto entre los «filósofos» y Rousseau.
Es el caso también de la Viena de principios del siglo xx, con
Freud, Musil, Mahler, Wittgenstein, el positivismo lógico, Popper.
Es el Berlín de Weimar. Son esas las condiciones complejas favora­
bles al descubrimiento y a la innovación. Agitación, comunicación,
intercambios, dialógica, pluralismo, libertad, desviación tolerada;
todo ello crea las condiciones determinantes de una relativa inde­
terminación y de una relativa autonomía para las ideas y el conoci­
miento, lo cual nos muestra que se pueden determinar sociológica­
mente los debilitamientos y las complejizaciones del determinismo
sociológico.
Además, un relativo indeterminismo puede ser el resultado de
polideterminaciones sobre un grupo o sobre un individuo; el
enfrentamiento de determinaciones antagónicas tiende a anularlas
mutuamente y, de ahí, a crear una indeterminación relativa, una
incertidumbre que se traduce, en el plano cognoscitivo, en insa­
tisfacción o escepticismo. O sea que dos determinaciones contra­
rias se manifiestan baj o la forma de lo que B ateson llama double­
bind, es decir, una doble prescripción contradictoria que hace sur­
gir una crisis moral, una crisis mental, una crisis intelectual y una
crisis que crea las condiciones para la búsqueda de una solución.
Las polideterminaciones son favorables a la reflexión y a la inno­
vación, a la hibridación y a las síntesis, a los desbordamientos y
al progreso.
Finalmente, nos hace falta concebir las condiciones de inver­
sión del determinismo cultural en las que la autonomía y la des­
viación transgreda la regla, se haga rebelde, critique lo que no
deba ser criticado y se rebele contra aquello que deba ser acep­
tado.
Además, todas estas condiciones permiten a los individuos
que forman parte de una cultura hic et nunc, en un momento his­
tórico y social dado, lanzarse a la búsqueda de la universalidad
apoyándose en el conocimiento de otras culturas, esforzándose en
S OC IOLOGÍA DE LA S OCIOLOGÍA 49

el diálogo con las demás culturas, con las demás ideas, abriéndo­
se al mundo exterior, y algunos podrán superar, en parte, lo que
constituye la barrera de la subjetividad, es decir, el cierre sobre sí
mismo (egocentrismo), el cierre sobre su cultura (etnocentrismo)
o, con más amplitud quizá, el cierre sobre su propia civilización,
que es lo que, para nosotros, se podría llamar el occidental-cen­
trismo. El individuo no encontrará j amás un metapunto de vista
absoluto, el punto de vista llamado de Sirius, el punto de vis­
ta heliopolita, sino que tomará conciencia del problema de los
límites y de la relatividad del conocimiento.
Por consiguiente, hay, en el tejido cultural, además de espesas
costras deterministas, zonas de torbellino, de turbulencia, de
enfrentamientos y de revueltas, con inversión local y generaliza­
da de la determinación, donde, además, se multiplican los sucesos
aleatorios y los procesos semialeatorios. Hay depresiones y agu­
jeros y, entre esos agujeros, se plantea el problema del agujero
antropológico en el que la problemática que se abre para un pen­
sador, en un momento dado, en unas condiciones particulares,
puede afectar a alguna cosa fundamental acerca del conocimiento
o del destino humano. Si no, ¿cómo se puede comprender por qué
los grandes pensadores se reactualizan a través de los siglos y los
milenios? Se reactualizan no sólo porque pueden ser releídos de
una forma distinta en cada época, sino también porque tocan
alguna cosa que concierne potencialmente a todos los hombres de
todas las épocas.
Así, suponiendo que fuera cierta la afirmación de Lucien
Goldmann (cosa que dudo) de que los pensamientos de Pascal
expresan la tragedia de la pequeña nobleza de toga, laminada
entre la burguesía rampante y la monarquía absoluta, parecería
que la tragedia vivida y explicada por Pascal va más allá de las
condiciones económicas y de nivel de vida propias de esa peque­
ña nobleza de toga y se refiere a un sustrato antropológico, espe­
cialmente cuando habla del silencio de los espacios infinitos. Así,
en condiciones particulares y para algunos espíritus originales,
ciertos pensamientos alcanzan una universalidad que concierne,
quizá, a problemas fundamentales del espíritu humano.
A partir de ahí, podemos contemplar las rupturas y las trans­
formaciones en el tejido cultural determinista de la normaliza­
ción, del imprinting y del hábitat social. Y es en las hebras, en
las turbulencias, en los caldos de cultura donde podemos concebir
un pensamiento y un conocimiento dotados de una relativa auto­
nomía, que puedan roer y dosificar las normalizaciones dominan-
50 SOCIOLOGÍA

tes y, finalmente, determinar una evolución del conocimiento y


del pensamiento. Pero para concebir tal evolución transformadora
es necesario considerar que toda evolución histórica, cualquiera
que sea, tiene lugar, no de forma frontal, sino a partir de una des­
viación que, abriendo brecha en un imprinting débil, se desarrolle
y permita el desarrollo de una tendencia evolutiva, o sea, un desa­
rrollo revolucionario para el pensamiento que producirá una
inversión local de la determinación. Es así como se puede com­
prender, cosa que es absolutamente inconcebible baj o la visión
determinista, cómo una cultura «produce» un proceso revolucio­
nario que la destruirá.
Este problema de las condiciones para la aparición de la inno­
vación, del descubrimiento, de la transformación, de la objetivi­
dad, se sitúa en tres planos que no son estancos: el macronivel
que es el de una sociedad en su conjunto y, quizá, de una civiliza­
ción, el mesonivel que es el de la clerecía, de la intelligentsia, de
la clase cultivada, de la clase social portadora del conocimiento, y
el micronivel, el de los individuos.

D I F I C U LTA DES DE LA S O C I O L O G ÍA DE LOS I NTELECTUA LES

Tomemos, por ejemplo, el problema de la intelligentsia.


¿Consistiría la sociología de los intelectuales en determinar las
ideas y creencias de los intelectuales a partir de su status social ?
Pero ese status es, precisamente, complejo y ambivalente. Y ello
debido a que la intellígentsia moderna, en tanto que clase o casta
social, tiene un carácter de inacabado y de abierto, y oscila histó­
ricamente entre el poder del que ella depende (el soberano, el
mecenas, el Estado) y el poder del que ella dispone (la soberanía
de las ideas) . Oscila entre la clase de la que emerge (frecuente­
mente, la burguesía) y la clase de la que ella querría ser guía, o su
servidora (el pueblo, el proletariado). Los miembros de la intelli­
gentsía no han roto totalmente sus lazos entre sus ancestros; por
tanto, existe la posibilidad de una doble pertenencia ambigua. A
la vez que clase inacabada y abierta, la intelligentsia es una clase
relativamente desarraigada (pienso, evidentemente, en la teoría
de Mannheim sobre la intelligentsía sin raíces), lo que equivale a
decir que, o bien dispone de una relativa autonomía o bien que
puede echar raíces fuera de ella misma. Así, a la intellígentsia
servil del reino de Luis XIV le sucede la intelligentsía autonomi­
zada con pretensiones soberanas del siglo X V I I I , y después la inte-
S OCIOLOGÍA DE LA S OCIOLOGÍA 51

lligentsia «populista» del siglo XIX que rinde sumisión al nuevo


soberano, el pueblo, en una relación, a su vez, compleja en la que
el intelectual aporta al pueblo la cultura de la que es depositario,
pero recibe del pueblo la verdad de la que es detentador.
Por último, el carácter propio de la intelligentsia, que es el de
trabajar en el terreno de las ideas y de las formas, lleva en sí una
destacada ambivalencia, puesto que el intelectual moderno ha
resultado ser, a la vez, el destructor y el productor de mitos. Por
un lado, aporta la razón crítica, que quiebra las ideas sagradas, los
argumentos de autoridad y el respeto a la tradición, y del otro
lado, segrega una nueva mitología o elabora nuevas ideologías.
La crítica de los mitos y la secreción de los mitos pueden confun­
dirse en una misma actividad durante el siglo XVIII, en el que la
filosofía de las Luces suscita correlativamente la crítica racional
de los antiguos ídolos y el advenimiento de nuevos ídolos, empe­
zando por la diosa Razón, mientras que se establece una nueva
mitología del progreso para suceder a la del pasado.
Así, tanto en el plano del status sociológico, como en el de su
papel y de su función, resulta extremadamente difícil concebir a
la intelligentsia en términos simples y deterministas.

3. LA COMUNIDAD ----l..
� SOCIEDAD
DE LOS SOCIÓLOGOS
t 1

No hemos terminado con la cuestión de los preliminares : yo


quisiera examinar el problema de la originalidad propia de la
comunidad/sociedad de los sociólogos en el seno de la cultura y
de la intelligentsia. Ya he dicho antes que la regla del juego cien­
tífico no podría conseguir, realmente, imponerse en la comuni­
dad/sociedad sociológica. No es ésta la única originalidad. La
comunidad/sociedad de los sociólogos está atravesada por dos
líneas de fractura, una cultural y la otra institucional.

LA FRACTURA C U LTURAL

Una ruptura histórica ha tenido lugar entre dos culturas, la cul­


tura de las humanidades y la cultura científica, y no ha cesado de
agravarse. La cultura de las humanidades era una cultura que
comportaba un número limitado de informaciones y de conocí-
52 SOCIOLOGÍA

mientos, y permitía, de ese modo, una gran reflexión. La cultura


científica es una cultura que produce un crecimiento exponencial
de informaciones y de conocimientos y que se organiza sobre la
base de un tipo de división del trabajo, realizando y multiplicando
las separaciones disciplinarias entre los diferentes campos del
conocimiento. El divorcio entre las dos culturas es trágico puesto
que la reflexión, que ha permanecido en el dominio de las huma­
nidades, especialmente de la filosofía, se ha convertido en una
reflexión vacía; es un molino que no llega a moler los granos del
conocimiento, el cual se forma en las ciencias. Los problemas
fundamentales del hombre en sociedad, la relación entre la ética y
la política, todo ello se deriva de la cultura humanística, mientras
que en la cultura científica, los grandes problemas se rompen por
la compartimentación entre las ciencias y las disciplinas y, redu­
cidos a migaj as, son desechados como detritus. Ahora bien, la
línea de fractura entre cultura humanística y cultura científica
pasa por en medio de la sociología. Por un lado, tienen ustedes
algunos sociólogos, del tipo Gurvitch, Friedmann o Aron, que
extraen su saber de los estudios e investigaciones empíricas pero
que mantienen la reflexión, el carácter ensayista y humanista de
la cultura tradicional, y establecen una comunicación entre el
conocimiento que han adquirido y los problemas ético-políticos
que ellos se plantean y que plantea nuestro tiempo. Por otro lado,
tienen una sociología que pretende ganar su cientificidad elimi­
nando la reflexión; la desgracia es que esta sociología ha creído
adoptar la cientificidad adoptando los principios de la física clási­
ca, hoy totalmente provincializada por el desarrollo de la microfí­
sica o de la astrofísica. Por tanto, tienen ustedes, de hecho, un
seudocientificismo que se cree de vanguardia, cuando en realidad
se ha convertido en retaguardia.

Por otra parte, una línea de fractura institucional pasa por el


corazón de la sociología. Es la línea de fractura entre el academi­
cismo y la tecnoburocracia. En efecto, la sociología sigue depen­
diendo, en parte, del academicismo, es decir, de la universidad,
del modo señorial, feudal, de poder universitario, con su sistema
de vasallaje, a veces de servilismo, y también sus grandes liberta­
des, y la investigación baj o control universitario está animada por
la finalidad del conocimiento por el conocimiento. En el sector
tecnoburocrático, que caracteriza cada vez más a la organización
de la investigación, son las finalidades administrativas, las finali­
dades pragmáticas las que tienden a sustituir las finalidades espe-
S OC IOLOGÍA DE LA S OCIOLOGÍA 53

culativas; s e atribuyen los créditos a proyectos d e investigación


que responden a los fines de la administración, del poder o de las
empresas. El modo de las relaciones humanas es distinto al del
academicismo, puesto que al mentor, en el sentido universitario de
la palabra, le sustituye el boss, en el sentido gerencial de la pala­
bra. La lógica tecnoburocrática, si se la dejara actuar por sí mis­
ma, llevaría a la autodestrucción de la investigación. En efecto, la
multiplicación de impedimentos y de reglas propias de la organi­
zación tecnoburocrática hace imposible el trabaj o original e inno­
vador, el cual, desde el principio, está considerado como una des­
viación o una anomalía; pero los lastres y las rigideces del propio
sistema le impiden llegar a ser completo y dej an brechas favora­
bles a la aparición de lo nuevo: así, la invención se abre caminos
a través de las mallas del sistema, a través de los fenómenos alea­
torios, a través de tal o cual individuo bien situado. Por consi­
guiente, tienen ustedes una dialógica entre los factores de inva­
rianza y los de la invención, que sigue funcionando como lo había
hecho en el seno del academicismo. Pero, por lo que se refiere a
la lógica tecnoburocrática, es necesario comprender que la lucha
por la supresión del aislamiento de los investigadores, llevada a
cabo en nombre de la racionalidad, conduce, de hecho, a la supre­
sión irracional de los investigadores aislados, puesto que, en las
ciencias sociales, es en los dominios de los investigadores aisla­
dos donde se manifiesta la innovación. El hecho de tener crédito
en la medida de sus créditos, confirma la j erarquía que suprime
los medios materiales a los desviacionistas y a los marginales;
pero, entonces, éstos se ven obligados a hacer funcionar su cere­
bro, su espíritu, y lo que no tienen en recursos monetarios lo pue­
den encontrar en la materia gris. En todo caso, la pauperización
de las ideas generales en los medios especializados se agrava. Los
especialistas y expertos obstaculizan las ideas generales, pero la
obstaculización de la idea general es la más profunda de todas las
ideas generales; de hecho, nadie puede prescindir de las ideas
generales, incluido el especialista, que también tiene ideas sobre
la vida, sobre la muerte, sobre el amor, sobre la libertad, sobre la
sociedad, sobre el mundo, sobre la materia, sobre Dios. De todas
maneras, la comisionitis, la informitis, la fotocopitis, la notitis
tienden a atrofiar la actividad intelectual y esta atrofia se traduce
en la j erga neomerovingia de los informes administrativos o de
los informes de investigación.
Se introduce en el seno de los centros de investigación el con­
cepto fantasmagórico de laboratorio. La palabra sería excelente si
54 SOCIOLOGÍA

se refiriera directamente a su origen, el laboratorio, el lugar don­


de se labora, donde se trabaja; pero en realidad, se trata de una
palabra calcada, prestada del campo de los laboratorios de las
ciencias exactas. Ahora bien, en los laboratorios de la ciencias
exactas, el material físico-químico se trata en el propio laborato­
rio. En los «laboratorios» de la sociología, el obj eto se halla en
otro lugar, siempre fuera. Dicho de otro modo, la palabra «labora­
torio» es un término abstracto que oculta la palabra «despacho».
Finalmente, en las condiciones tecnoburocráticas, el progra­
ma, es decir, el esquema de trabaj o determinado previamente ne
varietur suplanta a la estrategia, es decir, a la posibilidad de partir
de algunos principios, de modificar la forma de llevar a cabo la
investigación en función del azar, de acontecimientos e informa­
ciones que se recogen sobre la marcha. Así, la sociología tecno­
burocrática se convierte en una de las ramas más destacadas de la
sociedad tecnoburocrática que pretende estudiar. Y, por ello mis­
mo, se hace incapaz de percibir y concebir sus postulados y sus
límites.
Vemos, por tanto, hasta qué punto es complej a la realidad
sociológica de la sociología actual: ella comprende la coexisten­
cia, la complementaridad, la colaboración, pero también la com­
petencia y el antagonismo entre el academicismo y la tecnoburo­
cacia. Coexisten, en efecto, lo magistral, lo feudal y lo gerencial.
Hay en este universo una mezcla de los condicionamientos
que vienen, unos de la tesis, que sigue desempeñando cada vez
peor su papel de rito de iniciación para un cursus honorum j erár­
quico-feudal, y por otro lado, los créditos, los presupuestos que
permiten el desarrollo de vastas unidades de investigación con
finalidades administrativo-políticas. Y es así como la sociología
resulta ser un microcosmos extraordinario, si se toma en conside­
ración a sí misma, si quiere hacer sociología de la sociología, a la
vez de la cientificidad clásica y de la académica, del universo de
las humanidades y de la tecnocracia: todos estos aspectos coexis­
ten, se combaten entre sí o, eventualmente, cooperan.

LAS RELACIONES S OCIALES ENTRE SOCIÓLOGOS

Pero, no olvidemos las relaciones sociales entre sociólogos.


Hay una sociología de la ciencia que demuestra perfectamente
cómo el campo de las actividades científicas constituye un medio
social en el que se enfrentan los intereses, las ambiciones, los
S O C I OLOGÍA DE LA S OCIOLOGÍA SS

grupos de presión, y ello es cierto, evidentemente, para la socio­


logía. En todo caso, hay que evitar tratar de forma grosera y
homogénea estas relaciones sociales.
Ciertamente, es necesario desvelar, y no solamente en las con­
versaciones privadas, que, en sociología, como en cualquier otro
entorno, hay grupos, hay clanes, hay luchas de intereses, hay
luchas por el poder; pero hay que tener en cuenta también que hay
individuos más rígidos, más cínicos, más ambiciosos y otros que
lo son menos, para los cuales cuentan más las relaciones de fideli­
dad, de lealtad y de camaradería. Se trata de fenómenos que pue­
den encontrarse también en los medios políticos y en los medios
de los negocios. Pero, entonces, aquel que aplasta al enemigo
contra el suelo y aquel que le tiende la mano ¿son de la misma
calaña?
El sociólogo que no vea más que relaciones de fuerza y con­
flictos de interés entre los sociólogos, ¿es personalmente insensi­
ble o conceptualmente ciego a la amistad? En todo caso, su insen­
sibilidad personal no puede más que llevarle a la ceguera concep­
tual. Digamos también: el pontífice y el independiente, el confor­
mista y el desviacionista ¿son realmente de la misma calaña? ¿Es
que en ese terreno no hay disparidades o heterogeneidades? El
sociólogo que no vea más que el aspecto normal y normalizado de
la sociología ¿no sufrirá o hará sufrir a los demás de ceguera, pro­
pia de los normalizados, de la ambigüedad y de la complej idad?
Y, si se pretende poseedor de la cientificidad, ¿no hace que reine
la ceguera en nombre de la lucidez?
También hay que hacer una etología compleja de la sociología,
del mismo modo que, por supuesto, una etología complej a de la
universidad. Por tanto, en efecto, consideramos el campo de la
sociología y de los sociólogos como un campo complej o que no
es simplemente un campo en el que se enfrentan doctrinas, unas
estructurales y las otras sistemáticas, por un lado el individualis­
mo metodológico y por el otro el holismo metodológico, y, en
definitiva, un campo en el que se enfrenta todo lo que se quiera,
sino un microcosmos antropo-social privilegiado en el que pode­
mos considerar, no solamente la complejidad de las relaciones
humanas que agrava la competencia por el poder ____... saber,
• 1
sino también la fractura trágica de dos culturas (humanista y cien­
tífica) y el encabalgamiento extraño de dos instituciones (la aca­
démica y la tecnoburocrática).
Es así, baj o este prisma, como se pueden considerar las recien-
56 SOCIOLOGÍA

tes evoluciones de la sociología francesa. Por mi parte, yo ingresé


en el CNRS* en 1 950, en el momento en que algunos sociólogos
formados en la cultura filosófica y humanista querían desarrollar
estudios empíricos y científicos, según el modelo de la sociología
americana. Ellos conservaban el cordón umbilical con la refle­
xión filosófica aunque tratando de desarrollar las investigaciones
empíricas o comprobables. S olamente que estas teorías empíricas
tenían muy poco de comprobables y, por otra parte, empezaba a
crearse una base de sociólogos que creían que la cientificidad no
podía fundamentarse más que repudiando el humanismo y el filo­
sofismo de los antiguos. Así, en los años sesenta, se desarrollan
las encuestas científicas al mismo tiempo que se desarrolla la tec­
noburocratizacíón de la sociología.
El año 68 vio el hundimiento de la hegemonía del cientificismo
poco científico porque las considerables encuestas realizadas ante­
riormente no habían tenido ningún valor de predicción acerca de
la crisis cultural y de la crisis social de la sociedad. Este hundi­
miento estuvo seguido por una efímera hegemonía del marxismo
en las generaciones izquierdistas. Pero ese mismo marxismo cono­
ció una crisis que vino, no de la conciencia de su insuficiencia
explicativa a nivel de la sociología, sino de la autodesintegración
de las grandes mitologías de la URSS, de China o de Vietnam
durante los años setenta.
Hoy son la diversidad y la explosión los que reinan con cien
flores de muy diversos perfumes, sin duda, pero son también
puestas en cuestión nuevas reflexiones y las ventaj as de la plura­
lidad. Hay mucho yerro y mucha extravagancia, aunque se trate
del precio de la libertad. Por mi parte, tengo la esperanza de un
pensamiento sociológico suficientemente rico y complejo que
conserve la actividad reflexiva, pero que alcance una nueva cota
de cientificidad. El esfuerzo hacia la complej idad requiere no
abandonar sino desarrollar la cientificidad, es decir, la obsesión
por la comprobación y la elaboración de teorías que acepten su
eventual rechazo. Pero ello exige, al mismo tiempo, principios y
herramientas para los conocimientos complejos que serán los úni­
cos capaces de captar la realidad propia de los fenómenos antro­
po-sociales, especialmente aquella de los actores-sujetos, indivi­
duales o colectivos, y aquella de la autonomía relativa de los pro­
cesos de pensamiento y de conocimiento.

* Centre National de la Recherche Scientifique. (N. del T.)


S OC IOLOGÍA DE LA S OCIOLOGÍA 57

4. LAS CONDICIONES PARA UNA S OCIOLOG Í A


DE LA S OCIOLOG Í A

En conclusión, ¿cuáles son las condiciones para una sociolo­


gía de la sociología? Primera condición, es necesario que aquel
que practique la sociología de la sociología haya sufrido, sobre sí
mismo, un débil imprinting, sea capaz de autodistanciarse, sea
relativamente autónomo, y respete las reglas del juego, por difícil
que resulte respetarlas . Segundo, debe tener conciencia de que,
como ya he dicho anteriormente, no es más que una parte frag­
mentaria de la sociedad, pero, lejos de no ser más que una parte
de ese todo, el todo se encuentra, en alguna forma, presente en él.
Tercero, debe ser consciente de que la propia actividad cognosci­
tiva comporta siempre, inevitablemente, sin duda, aspectos mito­
lógico-reificadores. No desarrollo aquí este punto, puesto que lo
he hecho en otro lugar 2 • Cuarto, sería necesario que tuviera una
conciencia antropo-etnográfica, es decir, capaz de relativizar su
cultura y su sociedad con respecto a las otras culturas y a las otras
sociedades. Quinto, es necesario que tenga una conciencia histó­
rica y que se sepa en un hic et nunc que no es más que un momen­
to singular de la historia. Sexto, es necesario que utilice la refle­
xión, que tenga fe en la capacidad de reflexión. Séptimo, es nece­
sario que tenga conciencia de la complejidad de los problemas del
pensamiento y de la complejidad de los problemas de la sociedad.
Dicho de otro modo, el desarrollo de una sociología compleja
permitirá la sociología de la sociología y el desarrollo de una
sociología de la sociología requerirá una sociología compleja.

2 La Méthode 3. La Connaissance de la Connaissance, 4, Les ldées, Seuil.


EL DERECHO A LA REFLEXIÓN

Los grandes descubrimientos s e deben a la reflexión


personal que se ejerce sobre un fondo banal de conoci­
mientos.

(Armand DANJOV , presidente de la Academia


de Medicina, Le Monde, 11-12-1962)

La sociología moderna tiene que luchar en varios frentes. Por


una parte, lucha para existir y para hacerse reconocer como ciencia
exacta. Esta lucha es externa puesto que es ante los ojos de las
ciencias más antiguas, a los ojos de las instancias y de los poderes
sociales ante quienes reivindica su existencia científica completa.
Esta lucha es, también, interna, pues los asuntos científicos, es
decir, de generalización de los métodos propios de las ciencias
exactas, deben reafirmarse en contra de los hábitos, o incluso con­
tra la tradición de una sociología reflexiva. Pero, por otra parte, la
sociología debe existir para ser una ciencia viva, es decir, fecunda e
inventiva. En este frente, tiene que mantener, también, una lucha
externa e interna: hacia fuera, la demanda que emana de los pode­
res administrativos públicos o privados exige de la sociología que
no sea más que una técnica de complemento para conocer el «fac­
tor humano» de los problemas económicos, o que no sea más que
una técnica de información para las decisiones de las cumbres;
hacia dentro, la desintegración de la sociología reflexiva, los nue­
vos modos de organización del trabajo y la presión de las deman­
das exteriores amenazan no solamente a la reflexión tradicional
sino al principio de la reflexión fundamental.
Lo característico de esta lucha multifrontal que sostiene la socio­
logía para ser una ciencia viva es el hecho de plantear exigencias, si
no contradictorias, al menos difícilmente compatibles. El peligro
reside en no satisfacer más que una de las exigencias, en subestimar,
o sea, sacrificar, la otra. El peligro consiste en que parece crearse
una polarización antinómica entre la exigencia que se diría científi-

[5 8]
EL DERECHO A LA REFLEXIÓN 59

ca, por una parte, y la exigencia que se diría de pensamiento, por la


otra. En función de esta dicotomía es como se reaviva periódica­
mente una polémica banal que opone bien a dos tipos de sociólogos,
los sociólogos de cámara y los sociólogos de campo, bien a dos
niveles de la sociología, el de la teoría y el de la investigación, bien
a dos concepciones de la investigación, pretendiendo cada una ser la
auténtica, una que rechaza el juego verbal del ensayismo para el
ejercicio metódico de las reglas de validación, y la otra que rechaza
la confrontación ciega de los hechos o la verificación testaruda de
hipótesis fútiles para el examen reflexivo de lo real.
Este debate no es absurdo si se imagina que se basa en la con­
tradicción real -pero superable por y en el propio progreso cien­
tífico- entre las dos exigencias: una, de estructuración científi­
ca; la otra, del pensamiento vivo.
Hoy, la sociología está en un estado de desarrollo: una parte de
sí misma sigue constituyendo una disciplina universitaria, mien­
tras que otra forma parte ya de las aplicaciones técnicas.
Una orientación cada vez más tecnicista, léase tecnocrática, de
la sociedad conduce naturalmente a querer extinguir, o a dejar
cerrado en su islote tradicional, todo aquello que sea especulación
o reflexión; esa orientación no contribuirá a desarrollar más que
aquello que parezca inmediatamente rentable para la información
de esos organismos. Planes y rataplanes alientan y reglamentan
una investigación que no es, de hecho, más que una aplicación.
Una sociedad cada vez más técnica tiende, por tanto, cada vez
más, a integrar en sus ramificaciones la aptitud de la sociología
para la encuesta y, cada vez más, a constreñir su derecho a la refle­
xión dentro de los islotes universitarios. Esa sociedad permite
cada vez menos, en el sector propiamente técnico y práctico, que
sean puestos en cuestión sus postulados y sus fines, sus racionali­
zaciones y su política (ya que tal problemática suscita, a su enten­
der, bien la discusión política o bien la meditación filosófica).
É sa es la razón por la que la sociología debe refundar su auto­
nomía respecto a una sociedad que haría de ella uno de sus
pedúnculos prensiles. La sociología debe reconocer y hacer reco­
nocer su derecho a pensar acerca de la sociedad que la utiliza. Ese
derecho no tiene que ejercerse solamente frente a los poderes;
debe ejercerse frente a todo un sistema, una civilización de la efi­
cacia inmediata, de la rentabilidad, de la racionalización. Esos
valores sacrosantos deben ponerse en tela de juicio. Existe ahí
una investigación de fondo acerca de la sociedad que la filosofía
desdeña pues está absorbida por la explosión de las esencias.
60 SOCIOLOGÍA

Estamos en un momento de maduración de los problemas. En


efecto, el desarrollo de la sociología, en tanto que ciencia, la con­
duce a tener necesidades vitales de equipamiento, material y per­
sonal, es decir, una necesidad de créditos en rápido crecimiento.
En ese plano, el diálogo con la sociedad en su conjunto, y con los
poderes en particular, se hace dramático, pues de esos créditos
depende su acceso a la existencia científica. Pero, en otro plano,
el de los cambios necesarios, las organizaciones internas plante­
an, de forma aguda, el problema del lugar y del nuevo papel de la
reflexión en la economía interna de la sociología.
En el bien entendido (esperamos) de que el derecho a la refle­
xión y la aptitud para la encuesta son dos necesidades comple­
mentarias que polarizan el desarrollo científico de la sociología; y
en el bien entendido de que cada uno de los dos frentes en los que
opera la sociología no es capital más que con la condición de que
el otro no quede ignorado, me voy a limitar aquí al problema de la
reflexión.
Limitar está mal dicho. El término «reflexivo» es tan vasto
que es necesario dar muchas vueltas a su alrededor antes de entrar
en él.

De entrada, la reflexión significa autorreflexión. Puede propo­


nerse una mirada de sociólogo a la sociedad de los sociólogos.
Pero esto no es obvio. Una auto-sociología podría ser inútil o
nefasta: ¿no debe volcarse toda la atención del investigador sobre
el objeto de investigación? ¿Su autopercepción no corre el riesgo
de ser perturbadora? ¿El instrumento que ilumina no debe ser
transparente a sí mismo? ¿No basta con que el investigador obe­
dezca a las reglas objetivas de su método? ¿No se corre el riesgo
de perturbar el espíritu del científico obligándole a reflexionar
sobre su persona subjetiva? Y, si encontramos un hombre infantil
e insensible a la experiencia en sus opiniones políticas, enfermi­
zamente celoso del prój imo, mezquinamente vanidoso 1 aun sien­
do un sabio reflexivo, sereno, inclinado a la duda y a la compro­
bación en su propia investigación, podemos pensar que sería, qui­
zá, nefasto para la seriedad de su investigación que se convirtiera
a la seriedad en su vida.
Teniendo en cuenta las peligrosas perturbaciones que puede

1 Es evidente que todo parecido con los demás es fortuito y todo parecido con

sí mismo, imposible.
EL DERECHO A LA REFLEXIÓN 61

aportar la lucidez sobre sí mismo, parece, sin embargo, que una


práctica de autoanálisis resultaría fecunda para los sociólogos,
puesto que hay una relación directa entre el sociólogo-sujeto y el
objeto social que estudia, a menos que se estudie el objeto más
alejado de los problemas sociales de fondo y de los problemas
sociales de actualidad. Es decir, que, sin el autoanálisis, la socio­
logía no puede encontrar la lucidez y la objetividad sino en la
investigación más ajena a los intereses principales del hombre en
sociedad. Por contra, la autoprospección arrastra hacia las zonas
oscuras que son, quizá, las mismas también del inconsciente
social. Si no se opone esta introspección en los métodos experi­
mentales y obj etivos, si no se hace una operación solamente
moralizadora o psicológica, el autoanálisis de los sociólogos es
un intento hacia la oscuridad, es decir, hacia lo fundamental.
Además, el autoanálisis de los sociólogos debe ser un análisis
de la sociedad de los sociólogos. A diferencia de los moralistas
clásicos que creían mirar la sociedad desde arriba, el sociólogo
moderno sabe que forma parte de una sociedad y que es el pro­
ducto de una diferenciación social específica. El sociólogo tiene
tanta más necesidad de centrarse en la sociedad de los sociólogos
cuanto que ésta está en plena transición.
La sociedad de los sociólogos es, ya lo hemos visto, como una
sociedad polarizada según tres modelos: el modelo tradicional de
la sociedad universitaria de las facultades de letras, el modelo
de la sociedad universitaria científica y el modelo de una socie­
dad de técnicos. En el primer modelo, la finalidad de la investiga­
ción, en la cual la tesis de doctorado es el símbolo definitivo, es
la profundización individual de un sector del saber, fijado por
decisión interpersonal; en el segundo modelo, la finalidad de la
investigación es la profundización de laboratorio de un sector
especializado del saber; hay, entre las demás investigaciones de
laboratorio, mayor o menor autonomía para la investigación indi­
vidual, o llevada a cabo por dos o tres cabezas; en el tercer mode­
lo, la finalidad de la investigación viene simbolizada por la
encuesta, llevada a cabo en equipo y con el obj etivo de responder
a una pregunta planteada por las instancias públicas o privadas.
La hibridación actual tiende naturalmente a estallar bajo el
efecto de intereses y presiones divergentes. Pero podemos pre­
guntarnos si el verdadero interés de un sociólogo vivo no está en
el manteniminento de la hibridación, a condición, evidentemente,
de que ésta favorezca a los caracteres positivos de los tres mode­
los y no exclusivamente a los caracteres negativos. La híbrida-
62 SOCIOLOGÍA

ción permite, a la vez, el mantenimiento de la reflexión, de la


organización en el laboratorio y del desarrollo técnico, y la comu­
nicación entre estos tres niveles o aspectos de la ciencia social.
Permitiría el equipamiento de los laboratorios y equilibraría las
investigaciones fundamentales con interés teórico respecto a
las investigaciones que no tuvieran más que un interés práctico.
Permitiría la formación de un tipo sintético de sociólogo que no
sea ni el pensador olímpico de los orígenes ni un agente técnico
en el seno de una sociedad técnica, si no que, aun convirtiéndose
en un profesional, supiera plantearse el problema del sentido de la
investigación y supiera enfrentarse a los problemas fundamenta­
les de su sociedad.
La hibridación debe permitir el diálogo y la dialéctica entre
dos componentes de esta totalidad compleja en movimiento que
se llama ciencia: la técnica, por una parte, y el pensamiento, por
la otra. Puesto que de ese acoplamiento es de donde nace tanto la
invención como el método . . .
L a cuestión del pensamiento e s d e las más difíciles d e tratar.
Si bien la actividad pensante no se deja fácilmente definir a prio­
ri y no se consigue su reconocimiento más que lenta o dificulto­
samente a posteriori, se puede convenir en que el pensamiento
científico comporta tres tipos de ejercicios intelectuales que son:
reflexión, imaginación y organización.
La reflexión supone un verdadero distanciamiento del investi­
gador respecto a lo que cree, a lo que sabe, a lo que percibe, res­
pecto al objeto de su estudio y a sus hipótesis fundamentales. En
este sentido, no hay reflexión sin una cierta aptitud para dejar que
el producto del pensamiento anterior -el suyo o el pensamiento
recibido por tradición, autoridad o hábito- se refleje como en un
espejo, para examinarlo de forma distanciada. La reflexión
empieza a partir de una segunda mirada. Puede tomar el relevo de
una meditación libre o de una prospección sistemática.
Esta segunda mirada, por una parte, nos remite a los proble­
mas centrales y, por otra, favorece el ejercicio de la duda científi­
ca y, por ello mismo, el ejercicio de la imaginación. Aquí volve­
mos a encontrar los temas preferidos de Wright Milis en La ima­
ginación sociológica. La imaginación es, para hablar en propie­
dad, el espíritu de hipótesis, en el sentido fuerte del término, que
es el manantial de ideas, y no en el sentido débil, que es la des­
confianza ante la idea.
La conjunción del espíritu de reflexión y del espíritu de hipó­
tesis constituye, sin duda, la savia de la investigación. Como ha
EL DERECHO A LA REFLEXIÓN 63

dicho Robert Pages a propósito del reportaje sociológico -pero


que puede generalizarse a toda investigación- «la posesión de
conceptos e hipótesis importa quizá menos que la disponibilidad
teórica, el ejercicio habitual de la conceptualización y el hábito
de formular constantemente hipótesis variadas, acompañadas de
la circunspección profesional respecto a la validez y a la modali­
dad de la demostración» 2•
Finalmente, el pensamiento científico se manifiesta por la
aptitud para organizar el saber, es decir, para transformar la infor­
mación en conocimiento, para ordenar el conocimiento según l a
teoría. E s ése e l aspecto constructivo del pensamiento.
No se trata aquí de disertar acerca de la reflexión, la imagina­
ción o el espíritu organizador; ni, incluso, de tratar de definirlos;
lo que caracteriza al pensamiento es que sigue siempre siendo, en
algún aspecto, un arte, es decir, no llega jamás a ser totalmente
reducible, definible, es raramente previsible y puede ser, a menu­
do, objeto de burla y de desprecio. Los manuales no pueden ense­
ñarlo y, lógicamente, lo ignoran. Un manual no puede enseñar
nada nuevo y el pensamiento es aquello que renueva.
¿De qué forma se puede favorecer, o sea, salvaguardar, el ejer­
cicio del pensamiento? La reflexión, la imaginación, la teoriza­
ción son puestas en tela de juicio por la programación, la urgencia
pragmática, la adherencia a la encuesta, la limitación y la fijación
a priori de los objetivos.
La organización especializada y parcelaria del trabajo, necesa­
ria para el progreso de la investigación, plantea problemas difíci­
les a las ciencias humanas: éstas no consiguen abordar el elemen­
to genético esencial, como puede hacerlo el bioquímico con el
ADN, ni abordar el elemento atómico decisivo, como lo hace la
física. Es, más bien, en el terreno interdisciplinario donde las
ciencias humanas encuentran su fecundidad, quizá porque recons­
truyen en él, en parte, la unidad multidimensional del problema
humano. En materia sociológica, la necesaria acentuación de la
especialización plantea, de este modo, la necesidad de potentes
antídotos.

La fecundidad científica extrema, es decir, el descubrimiento,

2 R. Pages, <<Du reportage psychosociologique et du racisme: a propos de la

marche civique sur Washington>>, Revue franr;aise de Sociologie, IV, 4, octubre­


diciembre de 1963, pp. 424-437.
64 SOCIOLOGÍA

se deriva, evidentemente, de este factor personal, misteriosamen­


te llamado genio, pero hay condiciones favorables al descubri­
miento: son las que ofrece el gusto por la reflexión, las que esti­
mulan la imaginación, las que favorecen el esfuerzo especulativo.
A menudo, son los marginados y no los integrados (en las grandes
organizaciones, las grandes empresas, las pequeñas especializa­
ciones, los grandes sistemas) lo que producen el mayor número
de descubrimientos. El marginado también puede muy bien ser el
aislado, el solitario, el amateur.
La marginalidad puede ser una disposición psicológica o el
resultado de una situación de hecho. El progreso científico, el
descubrimiento o la teoría pueden provenir del mundo integrado,
sicológica o socialmente, de la universidad, de la industria o de la
ciencia (y, en todo caso, el mundo integrado es quien asimila y
explota el descubrimiento marginal), pero el de fuera y el recha­
zado siguen siendo grandes proveedores de innovaciones.
S abemos que, a su manera, Marx, Freud o Einstein fueron
unos marginados en la propia materia en la que irrumpió su
genio: la ciencia económica, la sicología o la física. Sabemos que
fue un amateur quien descubrió el emplazamiento de Troya, que
fue un j oven arquitecto apasionado por la criptografía quien des­
cifró la escritura minoica. En materia de sociología, hay un cam­
po para la marginalidad vasto e indeterminado; el corresponsal de
periódico puede ser un sociólogo en estado salvaje; un lingüista
puede hacer dar un paso importante en la teoría sociológica. De
hecho, hasta la creación de la licenciatura en sociología, todos los
sociólogos se formaron marginalmente; la necesaria creación de
la licenciatura ha planteado el problema de las fuentes margina­
les; el necesario desarrollo de la investigación plantea la cuestión
de la posibilidad de investigaciones marginales. Se trata aquí de
reflexionar sobre la posibilidad de integración sin desintegrar la
marginalidad . . .
P o r otra parte, e l pensamiento científico e s particularmente
fecundo cuando se apoya en casos aberrantes, perturbadores o
extremos. Las grandes aportaciones modernas a las ciencias físi­
cas han nacido de la consideración de casos límites, aislados,
considerados como insignificantes, por ínfimos, y en los que,
bruscamente, se produce el esfuerzo del pensamiento. En el domi­
nio de las ciencias del hombre, la exploración clínica de la zona
patológica por un Freud ha permitido un progreso mayor para el
hombre que todos los trabaj os académicos j untos. ¿No habrá en
sociología, un método particularmente fecundo, a partir de los
EL DERECHO A LA REFLEXIÓN 65

casos límite de la cuasipatología social? ¿No hará falta reservar


alguna reflexión sobre los casos o problemas extremos, mientras
se lanzan oleadas sucesivas de encuestas sobre los usos llamados
normales y sobre las poblaciones necesariamente representativas?
Finalmente -y aquí volvemos sobre la fórmula de Armand
Danj oy citada en epígrafe- la preocupación por lo esencial, es
decir, por los problemas centrales, la reconsideración de las bases
generales del saber, el trabaj o global en una palabra, es fuente de
renovación y de descubrimiento. La palabra clave de la frase de
Danjoy es la palabra banal, tanto como la expresión reflexión
personal. En materia sociológica, la reflexión sobre el fondo
banal ha sido el alimento de las grandes teorías. ¿Ha perdido hoy
todo interés ? ¿La adquisición acumulada de conocimientos no
merece reflexión? ¿La investigación debe excluir de su programa
la reconsideración?
El pensamiento científico no ha podido desarrollarse más que
diferenciando sus campos y sus medios de investigación y más
que especializando y tecnificando. Pero, al mismo tiempo, segre­
gando movimientos antagónicos de unificación-reconstrucción, de
teorización, que mantienen y conservan el sentido de la unidad, de
lo global, de lo total, de la síntesis. La ciencia vive de la simulta­
neidad antagónica de estos dos procesos y de su nexo contradicto­
rio. Sabemos perfectamente, en efecto, que la especialización tien­
de a hacer desaparecer el propio fenómeno, que queda dividido en
porciones (histórica, psicológica, demográfica, sociológica, etc.).
La fórmula de Strauss sería cierta («Un especialista es un hombre
que sabe cada vez más de cada vez menos cosas; tanto y tanto que,
en el límite, lo sabrá todo acerca de nada») si no hubiera un con­
traproceso inevitable que limita la especialización.
No se trata aquí de optar entre un fatalismo, basado en las ine­
vitables fuerzas que impedirán que la ciencia social se esterilice,
y en una reivindicación agresiva de los derechos del pensamiento
contra la evolución de la ciencia moderna. Se trata de detectar los
grilletes, actuales o posibles, que estrangulan el pensamiento en
las ciencias sociales y de determinar las cotas de alerta.
Así, sería perjudicial para el pleno empleo del pensamiento
científico que hubiera un predominio aplastante del diferencialis­
mo sobre el unitarismo (es decir, de la investigación de lo que
diferencia a los grupos sociales sobre lo que les es antropológica­
mente común), del análisis sobre la síntesis, de la encuesta sobre
la teoría.
Sería bueno que el espíritu de hipótesis siguiera siendo imagi-
66 SOCIOLOGÍA

nación en movimiento y no se redujese al puro temor a la afir­


mación.
Sería lamentable que el cuestionamiento de los cuadros menta­
les de una investigación y que, un vez acabada la encuesta-piloto,
se rechazara toda visión o perspectiva que no se inscribiera en los
conceptos-casilla. Una investigación en verdadero desarrollo no
se limita a comprobar las hipótesis. Igual que el sistema cartilagi­
noso del embrión dejará paso a un esqueleto óseo, la investiga­
ción transmuta su sistema conceptual original.
Sería decepcionante que el cuestionario sustituyera todos los
demás métodos de observación; con ello, de hecho, se eliminaría
la indagación sobre la realidad social.
Las ciencias con espíritu ágil son aquellas que son inducidas a
reconstruir un conjunto a partir de un fragmento, de una huella:
paleontología, prehistoria, arqueología; o aquellas en las cuales el
objeto se escapa a la percepción y que recurren al ardid para
alcanzarlo: la física atómica. La imposibilidad de plantear un
cuestionario a los ciudadanos atenienses del siglo v ha llevado a
los historiadores a conocer mej or esa ciudad que al sociólogo
contemporáneo a conocer la suya. El carácter fragmentario de la
información estimula intelectualmente la investigación. La pléto­
ra de información puede ahogar el pensamiento.
Sobrevendría el letargo de la reflexión, de la imaginación y de
la teorización si todo lo que no fuera «exigencia inmediata» apa­
reciera como anacrónico, utópico o verbal, y si las discusiones no
alcanzaran más que a las tareas y j amás a los principios o al fon­
do. La rentabilidad inmediata reduce en extremo el tiempo de ela­
boración (como con los pollos de desarrollo acelerado mediante
inyecciones en la hipófisis, pero cuyo gusto es insípido), y supri­
me el tiempo de decantación (como esos vinos a los que no se
deja envejecer).
Sería un falso progreso considerar a los grandes teóricos de
la ciencia social, Marx, Pareto, Max Weber o Durkheim, como
ancestros solamente, precursores, y no como pensadores radica­
les cuya reflexión no cesa de fecundar nuestras actuales investi­
gaciones.
En una palabra, habría que evitar que cristalizara y se convir­
tiera en monopolista una ideología de la ciencia social que sola­
mente sería «superestructura» del desarrollo técnico de la socie­
dad actual, en la cual la ciencia sería reducida a su aspecto técni­
co . . . Esta ideología, allá donde es dominante, hace reinar la inti­
midación: las palabras malditas «literatura», «periodismo», «filo-
EL DERECHO A LA REFLEXIÓN 67

sofía», «ensayismo» barren como desechos no solamente la paco­


tilla sino toda tentativa de reflexión personal, toda problemática
un poco general: toda transgresión de una línea estrecha de espe­
cialización es denunciada como diletantismo culpable. Aquello
que resulta un poco inesperado se percibe, no como original, sino
como irrisorio. El odio desmedido a todo lo que no entra en los
moldes estándar y en las técnicas estándar traiciona a la ideología
de la sociología rutinaria.
Puede ocurrir, entonces, que se le pida, como máximo, a l a
inteligencia ser e l camino más corto entre u n cuestionario y e l
siguiente. Puede ocurrir, durante u n cierto tiempo, que s e preten­
da que es sociología un amasijo de encuestas fútiles que nada tie­
nen en común entre sí, y que nada las liga a nada que pueda tener
verdadero interés práctico o teórico.
Una racionalidad óptima debe integrar, mediante la técnica, la
utilidad y la rentabilidad, a los factores que no se derivan de la
técnica, de la utilidad o de la rentabilidad en su origen. Una ver­
dadera racionalidad debe optar por el desarrollo multidimensional
de las ciencias del hombre, dado que potentes dinamismos socia­
les tienden a hipertrofiar una tendencia y a atrofiar la otra.
El principio del desarrollo multidimensional podría aplicarse
sobre tres ejes principales.
1 .0 El desarrollo del trabajo personal y marginal. Su elimina­
ción constituiría una seudorracionalización análoga a lo que fue
la racionalización tayloriana, que ignoraba el factor humano. En
sociología, como en cualquier parte, la verdadera racionalidad no
se olvida de que el cerebro misterioso del hombre continúa sien­
do, por cierto tiempo, el capital más preciado de la ciencia. Este
sector debería contar con la máxima libertad en la elección de los
sujetos y de los métodos y no tendría por qué adaptarse necesaria­
mente a la fórmula de las tesis de doctorado. Existe cierto riesgo
de abandonar al aislado, al independiente, al no programado. Y
existe cierta dificultad para distinguir al fracasado del genio (son
hermanos . . . ), y al farsante del inventor. Pero, en ese sector, el
riesgo intelectual debe primarse sobre la seguridad burocrática.
2.0 Por otra parte, habría que concebir un potente sector de
desarrollo planificado de la investigación. Muchas encuestas
podrían coordinarse y podría concebirse un consejo superior que
orientara los programas según una jerarquía de intereses teóricos
y prácticos. Así, las investigaciones podrían ofrecer su aportación
para una sociología en Francia; y se podrían, al mismo tiempo,
desarrollar investigaciones susceptibles de inferirse en las gran-
68 SOCIOLOGÍA

des investigaciones internacionales. De hecho, es importante que


se constituya una sociología internacional para las investigacio­
nes que tengan una metodología y una técnica comunes . . . Este
sector tiene una gran necesidad de medios materiales, créditos,
equipos, investigadores, y el Estado podría conceder una particu­
lar atención a este dominio, el cual proveería de conocimientos
concretos a todos los que practican la vida política y social.
3 .0 Por último, sería necesario que se constituyese una inves­
tigación fundamental en materia de ciencias humanas. Ésta podría
abarcar los dos sectores anteriores. Podría ser tanto individual y
libre como dirigida y coordinada, trabajando sobre papel o con
ordenador. Necesita tanto créditos como libertad, a condición de
que los medios materiales desahoguen, y no ahoguen, a los
medios mentales de la investig�ción. Es necesario que, a todos los
niveles de la sociología, se puedan plantear las preguntas de lo
esencial. ¿Donde está lo esencial en la teoría y en la práctica?
¿Cuáles son los problemas fundamentales de la ciudad, de la
nación y de la vida social, en el siglo xx, así como en la historia
de la humanidad? Es necesario que la preocupación nuclear, cen­
tral, la que fue la de Marx, la de Weber, la de Pareto, no sea la
pordiosera de la sociología moderna. Hay una verdadera no-man 's
land de lo esencial, despreciada como filosofía por los sociólogos
y despreciada como sociología por los filósofos.
Lo esencial, ésa es la palabra clave del sistema de desarrollo
de la sociología como ciencia viva. Lo esencial no viene dado
previamente. Hoy, más que nunca, constituye un problema. Hay
que buscarlo en cada sector. No se reduce a una esencia. Lo esen­
cial es, quizá, el propio desarrollo multidimensional, la comuni­
cación, los intercambios, la dialéctica entre las dimensiones de la
sociología, algunas de las cuales han sido destacadas imperfecta­
mente aquí.
AUTOCUESTI ONAMIENTO
DE LA S O CIOLO GÍA (S OCIOLOGÍA CRÍTICA
Y S O CIOLOGIA CRITICADA)

Igual que la sociedad de la que era la mirada (¿el espejo?), l a


sociología e s alcanzada por Mayo del 68 e n plena expansión, cre­
cimiento y desarrollo. No mostraba, aparentemente, ningún signo
de crisis; la palabra «sociología» se invocaba cada vez más, con
respeto o fetichismo, en vastos sectores de la opinión y, para apo­
yar al más mínimo aserto acerca de la máquina lavadora, el slip
erotizado o las molestias de los HLM*, la comadre del France­
Soir o el señor Express se referían al consejo de los «sociólogos» .
Al mismo tiempo que la sociología se convertía en un mito social,
la utilización del «experto-sociólogo» se veía cada vez más
ampliamente encomiada y legitimada en los engranajes del Plan,
de la Administración y de la Empresa. El economista, perplejo
ante los residuos a los que sus ecuaciones no integran, así como
el técnico ávido de eficacia humana, se volvía hacia el sociólogo.
El cuestionario de opinión sobre una muestra representativa sus­
citaba cada vez menos escepticismo socarrón, para imponerse
como un estetoscopio universal.
Y, sin embargo, en Nanterre, desde el momento en que se
constituyó el movimiento de los enragés, las ciencias humanas, y
particularmente la sociología, son, a la vez, fuente de la protesta y
protestados en sus fuentes 1 • Los estudiantes revolucionarios recu­
rren a la sociología que critica a la vez a la sociedad y a la socio­
logía oficial, es decir, recurren a las obras de Wright Milis,
Riesman, Marcuse, Lefebvre y se ve, en profundidad, un nuevo

* HLM es un tipo de viviendas prefabricadas de baja renta, promovidas y


administradas por los municipios. (N. del T.)
1 Ver el «Pourquoi des sociologues?>> de Cohn-Bendit, Duteuil, Gérard

Granautier, difundido en Nanterre a principios de abril y publicado en Esprit, el 5


de mayo de 1968, pp. 877-882.

[ 69 ]
70 SOCIOLOGÍA

renacimiento del fénix marxista, que se afirma como la «verdade­


ra» sociología. Al mismo tiempo, en psicología social, Rogers,
Lewin o Moreno aportan su carga explosiva en favor de la demo­
cracia, de la espontaneidad y de la creatividad de los grupos 2•
Con mayor o menor violencia, con mayor o menor discrimina­
ción, la sociología triunfante, oficial, se ve denunciada. Sus técni­
cas constituyen un instrumento de manipulación en manos de los
poderes; sus teorías son ideologías camufladas; el propio empiris­
mo parcelario aparece menos como una necesidad de la investiga­
ción que como una filosofía encogida, tímida e intimidada, desti­
nada a fragmentar en mil pedazos la imagen de la vida social.
Así, en 1 967- 1 968, entra en fase virulenta un debate ya epidé­
mico sobre la naturaleza y el papel de la sociología. La última
erupción, en Francia, había sido suscitada por el j danovismo esta­
linista y el aparato político-cultural del partido comunista que
denunció entonces a la sociología oficial, americana, imperialista
y policiaca.
Pero, en 1 967, el conflicto no opone a los más rígidos militan­
tes culturales del partido comunista contra el conjunto de los
sociólogos, ni el dogmatismo estalinista contra el empirismo
investigador. Del lado de los asaltantes, hay, no ya el marxismo
ortodoxo, sino los marxistas heterodoxos, las corrientes liberta­
rias, algunas de las cuales se han alimentado de las teorías no
directrices de la sicología social. Por otra parte, la sociología ata­
cada se había oficializado, instalado e integrado considerable­
mente desde 1 95 1 .
Vamos a evitar aquí entrar en el debate, pero no podemos evi­
tar acercarnos al problema en la medida en que abordar la socio­
logía de Mayo del 68 cuestiona tanto la sociología dominante
como el marxismo dogmático. En efecto, no se puede tratar de
comprender Mayo del 68 más que si nos planteamos otras técni­
cas de investigación al margen de la del cuestionario sobre una
muestra, que es la que reina (¿reinaba?) en la sociología y que,
incapaz de horadar más allá de la costra superficial de las opinio­
nes, era incapaz de prever lo que se estaba cociendo o macerando,
así como de ver y concebir el dinamismo y las rupturas. No se

2 Puede leerse con interés en Epistemon, «Ces idées qui ont ébranlé la France

(Nanterre, noviembre 1 967-junio 1 968)>>, París, 1 968, los pasajes dedicados, pp.
32 ss., a la «dynamique des groupes géneralisés>> y al <<séminaire sauvage>> que se
desencadenaron sobre Francia en mayo de 1 968.
AUTOCUESTIONAMIENTO DE LA SOCIOLOGÍA 71

puede tratar de comprender Mayo del 6 8 más que si tratamos de


elevarnos por encima o más allá del saber disciplinario y parcela­
rio y tratamos de recomponer un cuerpo teórico de hipótesis que
abarque y estructure el fenómeno.
Por otra parte, estamos obligados a poner en duda la imagen
de una sociedad industrial que, una vez culminado el gran take
off, bogaría hacia los cielos de una funcionalidad y de una racio­
nalidad sin contradicciones, sin crisis y sin ideologías. Mayo del
68 no cierra sino que reabre la cuestión. En efecto, toda una gama
de hipótesis queda, desde entonces, abierta entre la hipótesis
mínima, según la cual Mayo del 68 es una crisis de freno y de
bloqueo al desarrollo de la sociedad industrial y no el fruto de ese
desarrollo, y la hipótesis máxima, o sea, que Mayo del 68 sería la
irrupción premonitoria del gran día, de la enfermedad incurable
de esta sociedad.
Además, no se trata solamente de saber si la sociedad indus­
trial segrega rupturas e insatisfacciones, se trata de saber si este
concepto de sociedad industrial tiene sentido alguno, es decir,
valor operativo o heurístico, en cuanto nos acercamos a un fenó­
meno concreto, es decir, como en este caso, a una crisis.
En una palabra, la sociología dominante, ni en sus técnicas ni
en sus conceptos, ni en sus hipótesis parece dispuesta a aprehen­
der la crisis de mayo.
Pardiez, responderían sus detentadores, esta crisis surge no de
la sociología sino de la historia.
Y, efectivamente, nos encontramos en el nudo del problema.
Hay sociólogos que admiten que la crisis no se refiere en absoluto
a su disciplina, y hay aquellos que no pueden concebir una socio­
logía que se amputaría deliberadamente la posibilidad que la cri­
sis ofrece para tratar de penetrar más a fondo en el conocimiento
de la sociedad, en teoría y de hecho, en su principio y en su con­
temporaneidad, son los que, en una palabra, no pueden concebir
que la sociología se quede casi totalmente atrofiada -como lo
está simultánea y correlativamente- por el lado de la teoría, por
el lado del fenómeno, por el lado del suceso. Pues, contrariamen­
te a lo que les parece a algunos a los que la polémica de la estruc­
tura y la antiestructura, y del diacronismo y del sincronismo ha
dejado hipnotizados, prestar atención al fenómeno, al suceso o a
la crisis, conduce, no hacia el debilitamiento, sino hacia el refor­
zamiento de la exigencia teórica.
Es este el sentido del marxismo que pretende ser teoría gene­
ral, apta para captar el suceso significativo, para enriquecer y
72 SOCIOLOGÍA

verificar la teoría (como fue el caso del 18 Brumario de Luis


Bonaparte) , pero nos parece aquí que la vulgata marxista actual­
mente difundida no puede asimilar el suceso puesto que no dispo­
ne de una fuerza de autorrevisión de autocorrección que pueda,
ante un suceso tan poco ortodoxo, superar el miedo del «revisio­
nismo». La sociología de la sociedad industrial, como la vulgata
marxista, tiene una gran dificultad para integrar la categoría
«juventud» en sus esquemas y no trata en absoluto de resolver
esta cuestión. El marxismo «abierto» de tipo marcusiano acaba
haciendo un análisis unidimensional de la sociedad capitalista
rica, subestimando la fuerza de la contracorriente y de lo negati­
vo. Por último, se puede uno preguntar si el marxismo ortodoxo
de tipo althuseriano se sitúa en el nivel de las infraestructuras o
en el nivel de lo imaginario y si, en el terreno práctico teórico, es
topo o moscardón.

PRINCIPIOS DE UNA S OCIOLOG Í A DEL PRESENTE

l . Una sociología que pretenda estar atenta y ser contempo­


ránea al suceso, a la crisis, tiene que ser, primeramente, fenome­
nológica. Este término no es aquí un recuerdo hegeliano o husser­
liana , sino que se refiere: a) al fenómeno concebido como dato
relativamente aislable, no a partir de una disciplina, sino a partir
de una emergencia empírica, como por ejemplo y por excelencia,
un suceso o una serie de sucesos en cadena; b) al lagos, es decir, a
la teoría concebida también más allá de la sujeción disciplinaria.
El fenómeno se adhiere, por tanto, a la realidad empírica y, al
mismo tiempo, apela al pensamiento teórico. La creciente necesi­
dad de la multidisciplina y de la interdisciplina traduce tímida­
mente la necesidad de un método adaptado al fenómeno y no de
una adaptación de lo real a la disciplina. Por muy raquítico que
sea, el concepto de sociedad industrial, que se inscribe en el tiem­
po y en el espacio, traduce la necesidad de una fenomenología.
2. El suceso, que significa la irrupción a la vez de lo vivido,
del accidente, de la irreversibilidad, de lo s ingular concreto en
el tejido de la vida social, es el monstruo de la sociología.
Efectivamente, es necesario que se consagre un gigantesco es­
fuerzo científico a liquidar, expulsar, rodear y vaciar el suceso, de
manera que se alcance el reino formalizado y matematizado de las
relaciones y de las estructuras. Pero se puede también, concurren­
·
temente, caminar científicamente por las vías de una sociolo-
AUTOCUESTIONAMIENTO D E LA SOCIOLOGÍA 73

gía clínica que considere que: a ) e l campo histórico-mundial


(incluidas la prehistoria y la etnografía) es el único campo experi­
mental posible para la ciencia del hombre social; b) una teoría
puede elaborarse, no solamente a partir de regularidades estadísti­
cas, sino a partir de fenómenos y situaciones extremas, paroxísti­
cas, «patológicas», que desempeñan un papel revelador; e) la dia­
léctica puede concebirse no tanto por oposición a la estructura,
no, sin duda, como lógica, en absoluto como comodín, sino como
primera y elemental tentativa de estructurar el fenómeno-en-el­
tiempo o en-el-devenir, a partir de un principio de bipolaridad
activo.
3. El suceso, desde el punto de vista sociológico, es todo
aquello que no se inscribe en las regularidades estadísticas. Así,
un crimen o un suicidio no es un suceso en la medida en que se
inscriben en la regularidad estadística, pero una «ola» de críme­
nes, un epidemia de suicidios pueden considerarse como sucesos,
igual que el asesinato del presidente Kennedy o el suicidio de
Marilyn Monroe.
El suceso es lo nuevo, es decir, la información, en tanto que la
información es el elemento nuevo de un mensaje, El suceso-infor­
mación es, por principio, desestructurante (y la gran prensa infor­
mativa ofrece cotidianamente lectura sobre un mundo desestruc­
turado, librado al ruido y al furor), y a ese respecto, la informa­
ción es lo que perturba los sistemas racionalizados que se esfuer­
zan por mantener una relación de inteligibilidad entre el espíritu
del receptor y el mundo. De ahí el carácter metodológicamente
sano del suceso, en la medida en que hace nacer una o varias pre­
guntas y de paso conmueve a la estructura racionalizadora. El
carácter cuestionante del suceso pone en movimiento el escepti­
cismo crítico. De hecho, es mucho más frecuente que sea baj o el
efecto de los sucesos históricos, grandes o pequeños, cuando vol­
vamos a cuestionarnos nuestros sistemas explicativos, ronronean­
tes y eufóricos. El uso autocrítico del suceso es, en profundidad,
mucho más científico que el uso del ordenador.
4. El suceso es accidente, es decir, perturbador-modificador
y pone en funcionamiento una dialéctica evolutivo-involutiva:
por un lado, desencadena un proceso de reabsorción que, si el
suceso es demasiado perturbador, desencadena mecanismos de
regresión que hace resurgir un fondo arcaico protector y/o exorci­
zador (así, la muerte, que es siempre un suceso para las personas
próximas, desencadena los ritos mágicos de los funerales y los
duelos) ; por otro lado, y con la ayuda, a menudo, de los procesos
74 SOCIOLOGÍA

involutivos desencadenados, el suceso suscita un proceso de


innovación que tiende a integrar y a difundir el cambio dentro de
la sociedad.
A este respecto, el suceso es doblemente rico puesto que per­
mite estudiar los procesos de evolución-involución que desenca­
dena y puesto que, cuando no se trata de un cataclismo natural, es
desencadenado también por la dialéctica de la evolución-involu­
ción que urde el devenir de las sociedades.
5. Las crisis constituyen fuentes de una extrema riqueza para
una sociología que no concentre todo su juego en los medios esta­
dísticos, en las muestras representativas o en los modelos estruc­
turales de la lingüística:
a) las crisis son concentrados explosivos, inestables, ricos
en fenómenos involutivo-evolutivos que, hasta cierto punto, se
convierten en revolucionarios;
b) la hipótesis de que la crisis es un revelador significativo
de las realidades latentes y subterráneas, invisible en tiempos
considerados normales, es heurística respecto a la hipótesis con­
traria que considera la crisis como un epifenómeno;
e) esta hipótesis está directamente relacionada con el postu­
lado científico de Marx y de Freud que da prioridad a la parte
sumergida, invisible (latente, inconsciente en ambos casos, infra­
estructura!) en el hombre y en la vida social;
d) la crisis es, en principio, un fenómeno conflictivo y mere­
ce tanto más interés si se adopta el postulado marxista-freudiano
según el cual el carácter conflictivo es un carácter sociológico y
antropológico esencial;
e) por último, la crisis une en sí misma, de forma turbia y
turbadora, repulsiva y atractiva, el carácter accidental (contingen­
te, eventual), el carácter de necesidad (por la puesta en funciona­
miento de las realidades más profundas, las menos conscientes y
las más determinantes) y el carácter conflictivo. Captar, por tanto,
la crisis baj o estos tres auspicios nos remite de nuevo al proceso
histórico-social como proceso estructurante-desestructurante, nos
remite de nuevo a las antropologías basadas en el desequilibrio
permanente, que son, también, la de M arx y la de Freud, a pesar
de las tentativas escolásticas de normalizarlas. Ello nos coloca,
también, en el corazón semialeatorio y semipolarizado de los
fenómenos humanos.
Es en este punto donde entramos en oposición con una socio­
logía mecanicista y normalizadora que eliminaría la perturbación
y el desequilibrio.
AUTOCUESTIONAMIENTO DE LA SOCIOLOGÍA 75

6. La oposición se busca en el plano de las técnicas y de los


métodos de investigación. El cuestionario sobre una muestra no
puede ser aquí más que un medio eventual de verificación a cier­
tos niveles superficiales. La encuesta en vivo, en caliente, plante­
an múltiples problemas: pleno empleo de la observación, partici­
pación 3 y, también esencialmente, el problema del observador
respecto al fenómeno observado.

MAYO DEL 6 8 : LA RELACIÓ N OBSERVADOR-OBSERVADO

De nuevo aquí, hay que repetir y reiterar que la relación con


el objeto de investigación le plantea al investigador un problema
de autocrítica permanente. Su tendencia natural es a olvidar la
relatividad fundamental de esta relación, al olvidar que la mirada
del investigador viene modificada por el fenómeno observado y
que la persona del sociólogo se sitúa en un terreno sociológico
determinado. Creemos que el problema del rigor y la objetividad
queda liquidado apelando a procedimientos técnicos de verifica­
ción, descartando las cuestiones molestas o capitales, o devol­
viendo, en definitiva, a la filosofía y a la política las grandes
dificultades teóricas, sin preguntarse, en ningún caso, si el pen­
samiento del investigador y sus técnicas no están ya, inconscien­
temente, contaminadas. Además, no hay nada más inquietante
para nosotros que esos sociólogos que cortan, excluyen o inte­
gran, con arrogancia, en nombre de la ciencia, ignorando que la
monopolización de la ciencia, o la distinción entre lo que es
ciencia y lo que no lo es, denota un dogmatismo anticientífico.
La ridícula pretensión del «marxismo-leninismo» althusseriano
de monopolizar la ciencia y de rechazar como ideología aquello
que queda fuera de la doctrina no se puede comparar más que
con la pretensión del gran director de sondeos que rechaza como
ideología todo aquello que introduce la duda y la crítica en la
sociología oficial.
En el terreno de la sociología del presente -es decir, compro­
metida con la contemporaneidad y con la dialéctica observador­
fenómeno observado- no hay receta para la objetividad, y el úni­
co recurso es la toma de conciencia permanente de la relación
observador-fenómeno, es decir, la autocrítica permanente. De

3 Algunos de estos problemas vienen indicados en las pp. 186-204.


76 SOCIOLOGÍA

nuevo aquí, sabemos que la palabra autocrítica puede desviarse


de sus fines y ser utilizada para hacer callar a la crítica.
No obstante, Mayo del 68 plantea, de forma muy profunda y
complej a, para quien quiera estudiar la crisis, el problema de la
relación observador-fenómeno. El sociólogo no puede desempe­
ñar el papel del observador de Sirius, ni envolverse en un manto
«diafoiresco» para persuadirnos y persuadirse inmediatamente de
que está situado en el terreno de la objetividad, siendo así que el
suceso le ha superado, sublevado, aterrorizado o exaltado. Incluso
si circunscribe su estudio a un aspecto cualquiera limitado o
menos, ¿ quién nos dice que esta elección no está intencionada­
mente destinada a hacer reaparecer una moralidad taimada, o a
lanzar una coz o un desplante?
El problema es tanto más grave -más rico- cuanto que la
sociología es, aquí, juez y parte, es actor. Algunos estudiantes de
sociología han acusado a algunos profesores, algunos profesores
han sido ofendidos o insultados , algunos profesores de sociología
han querido liquidar por la fuerza a los estudiantes «agitadores»,
algunos sociólogos han sido combatidos. La crisis de la sociolo­
gía es un problema clave planteado por la crisis. Las solidarida­
des ideológicas, de camaradería y de casta se entrecruzan con las
rivalidades, con los conflictos, con las rupturas de persona a per­
sona. Para cualquiera que no desee ignorar que los sociólogos
constituyen, no una asamblea descarnada de personas, sino una
sociedad profundamente comprometida con la institución univer­
sitaria, por un lado, y con la administración o la gestión tecnobu­
rocrática, por otro, está fuera de duda que Mayo del 68 ha hecho
estallar en erupción ciertos abscesos incubados y ha exasperado
las luchas de clase, de castas, de grupos y de tribus. ¡ Resultaría
digno de admiración, angelical, que los estudios sociológicos
sobre Mayo del 68 hablasen de todo menos de esto ! Y ello es, en
efecto, digno de admiración: los primeros estudios y apreciacio­
nes parecen descender del Olimpo, del Trono celestial. . .
Vemos, por tanto, por donde debería iniciarse todo estudio
sociológico acerca de Mayo del 6 8 : por la sociología de la socio­
logía en Mayo del 68. Que me perdonen, en este texto destinado a
esbozar los problemas, por no embarcarme hoy en esa empresa.
Pero es imposible olvidar que, en la fabulosa sacudida social
nacida de una fractura y de un conflicto feroz en el seno de la
sociología, en esta cadena de acontecimientos en la que el frenesí
de algunos jóvenes sociólogos-Sansón, sacudiendo la columna
sociológica, no ha conseguido derruir el Templo y la Ciudad, el
EL DERECHO A LA REFLEXIÓN 77

sociólogo se ha visto a sí mismo como un hombre y no como un


mago, sacerdote o experto . . . El sociólogo ha sido desenmascarado
como hombre, con sus miedos, sus cóleras, sus embriagueces, y
ha podido darse cuenta de que todo conocimiento sociológico, en
el momento de la llamarada, era, al igual que toda información,
un quantum de acción al servicio de uno u (y) otro campo: eso es
lo que ocurrió con los sondeos del IFOP*, en un sentido, así como
con mis artículos en Le Monde, en el otro.
En estas condiciones, el medio de los sociólogos ha sido la
sede de los fenómenos de alergia, de entusiasmo, de perplej idad,
de rompimientos. Cada uno de los fenómenos subjetivos es
potencialmente útil o perjudicial para la elucidación: la alergia y
el entusiasmo hacen la función de lente de aumento sobre algunos
aspectos de la crisis, pero, al mismo tiempo, tienden a ocultar
otros aspectos. La alergia es, sin duda, la reacción más perjudicial
científicamente: el sociólogo que se sintió sacudido por las mani­
festaciones, que le parecieron tonterías, puerilidades o infamias,
no vio más que la espuma del fenómeno. El peligro del entusias­
mo que tiende, por el contrario, a sobreestimar el fenómeno se
encontró abatido, a partir de j unio, por el gran reflujo.
Perplej idad, dudas y rupturas son propicias para la interroga­
ción y para la duda, es decir, para la elucidación científica. Pero
estos sentimientos pueden también conducir a la timidez intelec­
tual y a favorecer la presión de las intimidaciones objetivas que
inhiben los esfuerzos de conciencia.
Debido al hecho de resentirse de todas estas presiones exter­
nas y perturbaciones internas, los fenómenos de autoj ustificación
son multiformes y deben ser desterrados. Todos quieren demos­
trar a los demás y demostrarse a sí mismos que son profundamen­
te objetivos y que, además, los hechos no hacen sino confirmar su
modo de pensar. Hay una necesidad de j ustificarse ante la propia
profesión, ante la Universidad (bien persentándose como osado
reformador o bien denunciando a los «demagogos» que juegan a
revolucionarios; y, mejor aún, presentándose al mismo tiempo
como reformador osado y como antidemagogo, lo cual permite
adecuarse a la bella imagen del sabio desinteresado, valiente y
prudente, razonable e imaginativo), frente a la j uventud (y aquí el
papel que procura la mayor autoseducción es el de gran y verda­
dero amigo de la juventud, que, para y por eso mismo, no duda en

* Instituto Francés de la Opinión Pública. (N. del T. )


78 SOCIOLOGÍA

decirle las descarnadas verdades que hacen callar a los viles


demagogos). Todo esto da lugar a una profusión de posturas
coquetas y de sospechas (respecto a los demás) en detrimento de
los análisis.
¿Existe una posición privilegiada desde la cual la comprensión
resultaría menos difícil? Yo me inclinaría a contestar: la posición
marginal, es decir, la de los sociólogos que, no necesariamente
por debilidad intelectual o deficiencia mental, no se hubieran
enrolado en el sistema oficial, donde el crédito se mide en crédi­
tos, donde la brújula está desesperadamente trabada apuntando a
un cursus honorum que va de la Facultad al cementerio, vía el
College de France 4•
En todo caso, lo que es importante, sobre todo, es afirmar que,
si bien existen, sin duda, situaciones más favorables que otras
para tales estudios, no existe una praxis privilegiada capaz de
segregar por sí misma la verdad sociológica. Lo importante para
cada uno es practicar un auto-análisis y una autocrítica permanen­
te que permita utilizar los impulsos y las perturbaciones afectivas
al servicio de la investigación, es decir, utilizar las propias aler­
gias, los propios entusiasmos y las propias perplejidades, cosa
que no se puede hacer más que a condición de contrabalancear la
alergia y el entusiasmo mediante la duda, y de convertir la perple­
jidad en interrogante activo. Estos principios pueden parecer
«morales», incluido y sobre todo cuando nos esforzamos por evi­
tar la pose del «alma cándida», del «gran corazón», y del «alto
espíritu», pero se trata, de hecho, de principios metodológicos
elementales. La comprobación científica no es solamente un pro­
ceso externo sobre el objeto, es un proceso interno del sujeto
investigador.
Por otra parte, plantearse la determinación cambiante del
tiempo constituye una necesidad metodológica, sobre todo en el
estudio sociológico de una crisis. El mes de julio, cuando escribo,
mes de la crítica, del reflujo y de la descomposición de la huelga
de mayo, permite ya ese retroceso -distanciamiento- que, junto

4 Estoy profundamente convencido de las virtudes existenciales e intelectua­


les de la marginalidad. Pero me resulta evidente que esta afirmación es un alegato
demasiado fuerte pro domo como para que no merezca sufrir el fuego de la crítica
exterior. Y no puedo dejar de señalar que, al avanzar la necesidad autocrítica y al
cortar de cuajo las coqueterías de la autojustificación, lo que hago es exactamen­
te autojustificar y criticar a los demás. Pero, al mismo tiempo, muestro la reali­
dad, la profundidad y la dificultad del problema formulado.
EL DERECHO A LA REFLEXIÓN 79

con la experiencia vivida del fenómeno, permite esta dualidad


óptima para todo sociólogo del presente: la combinación de una
intensa participación (psicológica, afectiva y práctica) y de un
intenso distanciamiento, lo que se conoce corrientemente como
«mente fría y corazón calie:ate» . Pero tampoco ahí hay ninguna
situación que segregue automáticamente una verdad y, finalmen­
te, la autocrítica y la autorregulación, el rechazo a ceder a las inti­
midaciones que vienen del interior y del exterior, permiten a cual­
quiera, cualquiera que sea el momento y cualquiera que hubiera
sido su situación durante la crisis, intentar la elucidación.
Por lo que a mí me concierne, no quiero hacer aquí una confe­
sión, pero no quiero sustraer a un autoexamen mínimo. Tengo que
expresar la sorprendente felicidad física que me ha embargado
durante la Comuna estudiantil. Todo esto, sin duda, me llevó en el
momento, y me lleva, aún hoy, a reconocer en los problemas que
aquélla planteaba, los problemas que yo ya me planteaba, viendo
en esta crisis un anuncio de tiempos nuevos, una fecha capital. . .
Y e s aquí donde s e plantea l a cuestión crítica (autocrítica) que
amenaza con dar un vuelco a mis propósitos. ¿Es cierto que los
grandes problemas que me preocupaban, mis grandes opciones
intelectuales (crisis y superación del marxismo, crisis y supera­
ción de la civilización burguesa, búsqueda de una nueva política,
papel de la j uventud como desvelador del mal esparcido por la
sociedad, etc.) corresponden verdaderamente a las emergencias y
a los brotes de Mayo, o bien lo que ocurre es que estoy metiendo,
.inconscientemente, el fórceps para hacer salir mi propio bebé de
este embarazo histérico? Es la sorpresa que tiene que surgir de la
lectura de los temas en los que he formulado una descripción­
interpretación de la crisis 5•

5 <<La commune étudiante>>, en Le Monde de los días 17, 18, 19, 20 y 21 de

mayo de 1968; <<Une révolution sans visage>>, en Le Monde del 5 y 6 de junio de


1968. Estos textos fueron incluidos en Mai 68: La Breche, por J. M. Coudray, C.
Lefort y E. Morin (París, junio de 1968). Nueva edición, seguida de Vingt ans
apres, Complexes, 1988.
DE LA PAUPERIZACIÓN DE LAS IDEAS
GENERALES EN L O S MEDIOS
E S PEC IALIZAD O S

La crítica de la especialización n o es, ante todo, la consecuen­


cia de una toma de conciencia de la estrechez de la visión espe­
cializada, sino, sobre todo, la consecuencia de una toma de con­
ciencia de la pobreza de las ideas generales que acompañan a esta
visión especializada, puesto que es necesario darse cuenta de que
los expertos y los especialistas que desconfían tanto de las ideas
generales, al margen de su especialización, no tienen más que
ideas generales. Y, a menudo, son las ideas generales las más hue­
cas y las más vacías que existen.
La hiperespecialización generalizada lleva al reino de las ide­
as generales más pobres acerca del mundo físico, de la sociedad
del hombre y de la vida. En cierto modo, el reino de la hiperespe­
cialización generalizada es el de las ideologías. Las ideologías
planean sobre la realidad y no pueden transformarla más que bru­
talizándola. Dicho de otro modo, la hiperespecialidad generaliza­
da implica el cretinismo ideológico generalizado. En realidad,
necesitamos, no esas ideas generales, sino ideas genéricas. Las
ideas genéricas son las únicas que pueden inspirar una estrategia
y un arte real de pensar, es decir, un método que pueda articularse
sobre la complejidad de lo real, en lugar de negarla o de quedarse
parados desde el momento en que surge una incertidumbre, una
contradicción y una ambigüedad.

[80]
II
DE LA NATURALEZA
DE LA SOCIEDAD
LA PAL A B RA « S OCIEDAD»

L o que llama la atención cuando s e consideran nuestras socie­


dades, es decir, las naciones, es que existe la posibilidad de dos
visiones. Bien aquélla, ingenua y evidente: la nación es una socie­
dad que tiene su unidad, su organización, su coherencia, sus leyes,
sus ciudadanos que comulgan en el mismo sitio unificador de la
«madrepatria». Se puede plantear sobre esta sociedad-nación una
segunda visión, más crítica, más escrutadora, descubriéndose,
entonces que esas mismas sociedades están agitadas por los con­
flictos, conflictos sociales y políticos: cada uno (individuo,
empresa o grupo) vive para sí mismo y persigue sus fines egocén­
tricos. Incluso si la sociedad es un sistema, este sistema sorprende
por sus desgarros y por sus desórdenes; es la paradoj a de nuestras
sociedades modernas, paradoj a de la coexistencia de la incoheren­
cia y de la coherencia, de la unidad y de la desunión. Y tendremos,
por tanto, dos tendencias de análisis, según que se dé más énfasis a
uno o a otro término: unas veces se contemplará la unidad del sis­
tema y otras se verá la sociedad como una especie de envoltorio de
los millones de sistemas, grupos e individuos.
Creo que habría que unificar los dos puntos de vista: la socie­
dad es un itas complex, y es portadora, p ara retomar en otro entor­
no una famosa fórmula, «la unión de la unión y de la desunión».
Yo quisiera volver a considerar una vieja distinción de la
sociología alemana entre comunidad y sociedad (gemeinschaft
y gesellschaft) . Nuestras sociedades existen en dos niveles: son
gesellschaft puesto que son un tejido de intereses económicos y
de procesos técnicos que oponen y asocian a sus miembros, pero
son también gemeinschaft, puesto que tienen un elemento mitoló­
gico que une a sus miembros en comunidad. Y es aquí donde la
sociología presenta una laguna, puesto que está en un vacío entre
la antropología y la Historia. La antropología estudia al clan que
se basa en la idea de fraternidad, en la ideas de que sus miembros
son hijos de un ancestro común, por tanto son consanguíneos o
hermanos. La Historia conoce de las Naciones, entidades colecti-

[83]
84 SOCIOLOGÍA

vas de los tiempos modernos. La sociología actual no alcanza a


concebir ni la sustancia histórica ni la componente fraternal de las
Sociedades-Naciones.
Lo propio de las sociedades modernas es que la·fraternidad sea
en ellas completamente mística, y es esta fraternidad mística la
que la constituye en gemeinsclzaft. El ejemplo de lo que pasó en
1 9 1 4 es, a este respecto, muy fuerte: había, en Francia y en
Alemania, una tradición obrera internacionalista muy desarrolla­
da y, bruscamente, cada clase obrera se vio arrastrada por su
corriente nacional, siendo el fenómeno gemeinsclzaft el que inter­
vino: fraternidad contra extranjero/enemigo.
Cuando el sociólogo utiliza la palabra «sociedad» no compren­
de al elemento mitológico propio de cada sociedad, incluido el de
nación, que le da una cohesión que no es solamente de coacción.
Nuestra sociedad moderna es una mezcla de coacciones exterio­
res (Estado, policía, leyes, prohibiciones), y de tendencias interio­
res unificadoras; es a la vez Padre/Estado/Ley y Madre/Patria/
Amor. El mito nacional no es una «superestructura» o un epifenó­
meno adosado sobre la sociedad, sino aquello que consuma y cul­
mina su realidad. Toda realidad social comporta su dimensión
mitológica. Todo mito concreta la realidad social.
En último término, ¿qué es una sociedad? Un conjunto de inte­
racciones económicas, físicas, culturales, etc . , que forman un sis­
tema que, a su vez, comporta sus aparatos de mando/control, en
manos del primer jefe del Estado, y que retroactúan sobre las
interacciones de las que depende su existencia. Así, evidentemen­
te, la existencia del Estado depende de los ciudadanos cuya exis­
tencia depende de la del Estado. Todo esto constituye un sistema.
El sentido, muy importante, de la palabra sistema merece que
se profundice en él. De ahí, la necesidad de un pensamiento sisté­
mico. Pero el pensamiento sistémico, como todo pensamiento,
tiene dos vertientes: una vertiente pobre en la que el sistema se
concibe como conjunto funcional en el seno del cual las partes se
complementan armoniosamente para las finalidages del todo; y
una vertiente rica, en la que el concepto de sistema lleva en su
seno, no solamente las complementariedades, sino los antagonis­
mos. Así, los sistemas solares y los sistemas sociales portan en su
seno enormes perturbaciones que ellos regulan, y antagonismos
furibundos que, en lugar de destruirlos, les hacen vivir.
Me atrevería a señalar tres etapas en la aprehensión de la idea
de sociedad:
L A PALABRA «SOCIEDAD» 85

una etapa presociológica en la que se habla de las cosas de


la sociedad sin que aparezca el término;
- una etapa sociológica en la que se da la hipóstasis del tér­
mino, convertido en abstracto, amputado de sus dimensiones his­
tóricas, antropológicas y mitológicas ;
- una etapa antropo-sociológica que, sin negar la idea de
sociedad, la enriquecería.
Y yo abogaría fervientemente por un concepto enriquecido o
complej o de sociedad que dé cuenta de su heterogeneidad, de sus
mil facetas y mil oposiciones. Además, la sociedad no puede
reducirse a un trazo dominante. Así, nuestras sociedades no son
nada más que capitalistas, o nada más que liberales o nada más
que industriales, o nada más que de consumo, etc. Son todo eso a
la vez. Prestemos mucha atención al concepto central por el cual
definimos la sociedad. Necesitamos, más bien, definirla de forma
polinuclear o policéntrica.
La Sociedad no es un concepto completamente formado desde
el principio, es un concepto que debe ser afinado, desarrollarse y
hacerse más complej o . No sabremos, verdaderamente, lo que es
la Sociedad más que al final del recorrido, es decir, probablemen­
te, nunca.
Por otra parte, el concepto de sociedad, como todo concepto
«objetivo», y más que ningún otro concepto objetivo, debe consi­
derarse en relación con el sujeto que lo concibe. No solamente
emerge nuestro concepto de sociedad en y por una cultura dada,
sino nosotros mismos también, que pensamos acerca de la socie­
dad, estamos en la sociedad. ¿Cómo podemos pensar objetiva­
mente en un fenómeno que envuelve y teje nuestra subjetividad,
una realidad que es, por sí misma, sociocéntrica ? D ebemos
situarnos a nosotros mismos situando la sociedad. Yo encuentro
grotescos a los sociólogos que sitúan todo acto o actor social úni­
camente en su clase, en su cultura, en su emplazamiento, en su
hábitat, salvo a sí mismos, quienes ocupan un trono extratemporal
y supraespacial.
Además, pienso que hay que situar las sociedades humanas en
relación y oposición con las sociedades animales. Nosotros
hemos heredado de las sociedades de mamíferos y primates las
estratificaciones y oposiciones de clases biosociales (edad, sexo),
el modo de interacción antagonismo/fraternidad (fraternidad con­
tra el enemigo exterior, competencia/rivalidad por las hembras,
los alimentos, el prestigio, la prioridad). Es necesario enriquecer,
en todos los frentes, el concepto de sociedad. Los hombres no se
86 SOCIOLOGÍA

han inventado la sociedad: lo único que han inventado es la socie­


dad humana.
Cuando existen interacciones entre individuos, se crea una
sociedad emergente, como un todo que se impone a los indivi­
duos. Pero esto no significa que los individuos se disuelvan y que
el todo exista al margen de ellos de forma trascendente. Es cierto
que la sociedad se trascendentaliza, pero no sería nada sin las
interacciones entre individuos. Los individuos dependen de la
sociedad que, a su vez, depende de ellos. Quienes no vean la
sociedad más que como realidad o quienes no consideren a los
individuos más que como reales ocultan esta circularidad en la
que los individuos y la sociedad se coproducen.
Si quisiera resumir mi punto de vista, diría:
l . Es necesario enriquecer y hacer más complej o el concepto
de sociedad.
2. Debemos considerar, en este sentido, la dimensión mitoló­
gica de la realidad social y la dimensión real del mito social: nin­
guna sociedad más que la humana toma una palabra, una idea, un
fantasma como si fuera una realidad. El hombre está poseído por
las ideas que posee, hasta querer morir por ellas.
3. Necesitamos introducir la presencia del observador/con­
ceptuador en la definición de la sociedad.
4. Necesitamos considerar la unitas-multilex, la multiplici­
dad y la unidad de una sociedad, así como la singularidad de cada
·

sociedad y la diversidad de los tipos de sociedad.


5. No debería haber definiciones unidimensionales de una
sociedad «industrial», «capitalista», «Socialista».
6. La organización de la sociedad puede pasar de un «esta­
do» a otro «estado» completamente opuesto. Por ejemplo, el paso
del estado de paz (predominancia de la organización civil, plura­
lismos, libertades) al estado de guerra (predominancia de la orga­
nización militar, concentración de los poderes, censura).
7. El orden social comporta desórdenes, unos permiten la
libertad, los otros las predaciones y las depredaciones. Ciertas
sociedades toleran, e incluso alimentan, grandes cantidades de
desórdenes; por ejemplo, los Estados Unidos, por comparación
con un país como Francia. En la URSS, la sociedad civil sobrevi­
vía por el sistema A, la astucia, el trabaj o negro, los intercambios
clandestinos, tanto como por el orden inflexible del Partido­
Estado.
Lo que es fascinante en la sociedad es que encontramos el
«re» (reproducción económica, social y cultural), pero que tam-
L A PALABRA « S OCIEDAD>> 87

bién hay producción d e l o nuevo, creación, evolución. Hay que


concebir el orden repetitivo/reproductor y el movimiento trans­
formador/innovador juntos, donde lo que evoluciona es el propio
sistema de reproducción. La biología nos muestra que, con una
mutación o una reorganización genética, es el sistema reproduc­
tor el que transforma y, por tanto, el que transforma la reproduc­
ción, y, por tanto, el que hace variar la invarianza. ¿Cómo es que
los sociólogos no ven más que la invarianza (temporal) de las
reproducciones y no las variaciones y cambios de estos «inva­
riantes» .
Una vez más, el error, en este caso, proviene del demonio de la
coherencia o de la racionalización. Aquellos que están obsesiona­
dos con el orden social son los peores enemigos de la vida social.
La coherencia «negra» está en la teoría que quiere que la socie­
dad se autorreproduzca sin poder evolucionar. La coherenci a
«rosa» está e n l a utopía d e l a buena sociedad que n o sería más
que armonía y funcionalidad.
De hecho, cuanto más compleja es una sociedad, más antago­
nismos comporta, más desórdenes, más conflictos: se ve más
obligada a comportar, para compensar esta fragilidad, una ligazón
comunitaria de fraternidad espontánea y voluntaria. Pero no hay
ninguna garantía contra la fragilidad de la complejidad, sino es en
la autorregeneración permanente de la propia complej idad. Es
decir, que, si queremos ser libres, tenemos que arrostrar los ries­
gos de la libertad. Las sociedades opresivas son las que no quie­
ren correr ningún riesgo. Pero, por eso mismo, corren el riesgo, a
un cierto plazo, de su hundimiento.
En definitiva, vuelvo a lo que decía Freud en El malestar en la
cultura: él veía que es el progreso de la civilización lo que produ­
ce, por sí mismo, su propia ruina, es decir, el retorno a la barba­
rie. La única esperanza, decía, es que Eros recupere todavía más
fuerza en su lucha contra su enemigo no menos mortal.
UN S IS TEMA AUTO ORGANIZA D O R

A veces, s e concibe l a sociedad como animada por una especie


de dinamismo bergsoniano que la convierte en productora y crea­
dora, y a veces se la dota de alma, de personalidad e incluso de
conciencia colectiva (incluida la «conciencia» de clase) o se la
contempla como una idea personificada, un lagos constructor.
Los esfuerzos para concebir la sociedad físicamente, dinámica­
mente, energéticamente, biológicamente, a partir de Comte, Marx
o Spencer, o incluso psíquicamente (Freud), o lógicamente (Lévi­
Strauss) se han visto bloqueados igual que cada uno de los con­
ceptos que constituyen un paradigma cerrado. De hecho, la teoría
social se construye, hasta el presente, no solamente «en el aire»,
sino también a partir de un baratillo epistemológico, en una mez­
colanza de conceptos sincréticos, de los cuales somos tanto
menos conscientes cuanto que estamos convencidos de aprehen­
der directamente los «hechos» y los datos. Es por esa razón por la
que la infratextura subyacente a la sociología oscila entre un
mecanismo plano, un vitalismo plano, un pobre energetismo, un
espiritualismo y un idealismo difuso; la propia teoría se ve forza­
d(l a errar entre un empirismo plano y un dogmatismo tanto más
suficiente cuanto que resulta insuficiente, privilegiando siempre a
un «factor» y considerando lo más complejo que hay en la tierra,
la sociedad humana, como una mecánica trivial.
Los más grandes sociólogos han tenido conciencia de las pro­
fundidades vertiginosas del inconsciente social. Si bien, tal como
esquematizaremos muy rápidamente, tal inmersión no puede aca­
bar en una estructura elemental simple. Por el contrario, hace
emerger la complej idad de la organización social.

l. LA ORGANIZACI Ó N S OCIAL Y EL PRINCIPIO


ANTIORGANIZATIVO D E ORGANIZACI Ó N

La idea de que la sociedad es un sistema global, a la vez uno y


complejo, que dispone de cualidades originales, que no puede

[88]
UN S ISTEMA AUTOORGANIZADOR 89

reducirse a la suma de los individuos que lo constituyen, es la


piedra angular de toda sociología. La idea de que la organización
social implica coacciones, inhibiciones o represiones que pesan
sobre los individuos y sobre los grupos, está implícita en toda
idea de determinismo o de «leyes» sociológicas. La idea de que la
sociedad comporta, de forma bien inevitable o bien necesaria,
antagonismos y conflictos, «contradicciones», está en el corazón
mismo de la problemática sociológica, especialmente, a partir de
Marx.
Pero, estas ideas que son fundamentales en sociología, aunque
se las considera erróneamente sólo válidas para la sociedad
humana, son, de hecho, válidas para todo sistema 1 cualquiera que
sea, es decir, para toda unidad global constituida a partir de ele­
mentos interrelacionados, cuyas interrelaciones constituyan una
organización (damos aquí un sentido muy extensivo al concepto
de organización). En efecto, todo sistema puede ser considerado a
la vez como algo «más» y algo «menos» que la «suma» de sus
partes. La interrelación organizativa produce, en efecto, una uni­
dad global dotada de propiedades o cualidades que no existirían a
nivel de las partes aisladas.
Es el fenómeno de la emergencia, por otro lado ya constatado
desde hace mucho tiempo: la sociedad dispone de propiedades
originales respecto a los individuos que la componen, como la
célula respecto a sus moléculas, o el átomo respecto a sus partícu­
las. Estas cualidades emergentes pueden manifestarse a nivel de
las propias partes : así, las cualidades intelectuales de un indivi­
duo humano no pueden aparecer más que en el seno de una cultu­
ra. Estos trazos que acabamos de enumerar (unidad global, orga­
nización, emergencias a distintos niveles, coacción e inhibiciones
a nivel de la partes, complementaridad/antagonismo/complejidad)
no constituyen las bases originales de la sociología. No constitu­
yen el sustrato sistémico. Es en tanto que sistema, no en tanto que
sociedad, que el sistema social detenta estas características. Pero

1 El sistema significa unidad compleja, por posición a unidad elemental.


Todo sistema es la combinación de elementos diferentes que están en interdepen­
dencia, o sea, en interacción.
El concepto de sistema se aplica a objetos fenoménicos, no se identifica con
ellos. Diferentes sistemas pueden aplicarse a un mismo objeto: un hombre puede
concebirse como un sistema de átomos, un sistema de células, un sistema de órga­
nos y de miembros, un subsistema del sistema familiar, social, etc. Ver, acerca de
los conceptos de sistema y organización, La Méthode, 1, pp. 94-154.
90 SOCIOLOGÍA

es, evidentemente, en tanto que realidad sociológica por lo que


presenta caracteres originales, desconocidos para cualquier otro
sistema.

EL PRINCIPIO ANTIORGANIZATIVO DE ORGANIZACIÓN

Tomemos el problema del antagonismo, crucial para toda teo­


ría sociológica. Vamos a tratar aquí de enraizado, sin reducirlo,
con una concepción organizacionista que ya hemos desarrollado
en varias ocasiones a partir de las nociones sistémicas y ciberné­
ticas.
En efecto, vamos a ver cómo el concepto de sistema, o de con­
junto organizado por la interrelación de sus componentes, tiene
que hacer uso, necesariamente, de la idea de antagonismo.
Todas las interrelaciones entre elementos, objetos o seres
suponen la existencia y el juego de atracciones, de afinidades y de
posibilidades de vínculos. Pero, si no hubiera ninguna fuerza de
exclusión, de repulsión o de disociación, todo se aglomeraría en
la confusión y no sería concebible ningún sistema. Para que exis­
ta un sistema es necesario que se mantenga la diferencia, es decir,
que se mantengan fuerzas que salvaguardan, al menos, alguna
cosa fundamental de la originalidad de los elementos u objetos o
interrelaciones, por tanto, es necesario el mantenimiento contra­
balanceado, neutralizado o virtualizado de las fuerzas de exclu­
sión, de disociación y de repulsión. Tal como lo ha expresado
excelentemente Lupasco, «con el fin de que un sistema pueda for­
marse y existir, es necesario que los componentes de todo conjun­
to, por su propia naturaleza o por las leyes que los rigen, sean
susceptibles de acercarse al mismo tiempo que de excluirse, de
atraerse y de repelerse, de asociarse y de disociarse, de integrarse
y de desintegrarse» 2•
Así, toda interrelación necesita y, a la vez, actualiza un princi­
pio de complementariedad, necesita y, a la vez, hace realidad un
principio de antagonismo.
En los núcleos atómicos, en su estado neutralizado, las repul­
siones eléctricas entre protones permanecen sobrepuestas con las
interacciones llamadas fuertes, las cuales comportan la presencia
de neutrones. Las relaciones entre átomos en la molécula están

2 S. Lupasco, L'Énergie et la Matiere vivante, p. 332.


UN S I S TEMA AUTOORGANIZADOR 91

estabilizadas por e l equilibrio que se establece entre la electrici­


dad positiva y la negativa. Así, la interrelación más estable supo­
ne que las fuerzas antagónicas se mantengan y, a la vez, queden
neutralizadas. A diferencia de los equilibrios termodinámicos de
homogeneización y de desorden, los equilibrios organizativos son
equilibrios de fuerzas antagónicas. Y toda relación, ergo, toda
organización, todo sistema comporta y produce el antagonismo.

1
entre partes entre las partes y el todo

antagonismo virtual

entre partes
1 \ entre las partes y el todo

Al antagonismo de fuerzas que supone toda interrelación, se


unen y se superponen antagonismos (latentes o manifiestos, vir­
tuales o actualizados) que la organización sistémica produce. El
sistema, al establecer la integración de sus partes en el todo a tra­
vés de múltiples complementaridades (de las partes entre sí y del
todo con las partes), instaura coerciones, inhibiciones y represio­
nes así como el dominio del todo sobre las partes, de la organiza­
ción sobre el organizado: estas coerciones y dominaciones sojuz­
gan y potencian fuerzas y propiedades que, si tuvieran que j ustifi-
92 SOCIOLOGÍA

carse, serían antagónicas con otras partes, con las interrelaciones,


con la organización y con el conj unto del sistema. Hay, por tanto,
un antagonismo latente entre lo que está actualizado y lo que está
virtualizado. Aquello que, en los sistemas estrictamente físico­
químicos, está actualizado y es complementario y asociativo, y
aquello que está virtualizado es desorganizador y desintegrador.
Por tanto, podemos enunciar aquí el siguiente principio sistémi­
co: la unidad compleja del sistema crea y, a la vez, rechaza un
antagonismo.
El antagonismo latente o virtual entre partes relacionadas, así
como entre las partes y el todo, es la otra cara de la solidaridad
manifestada en el seno del sistema. Podemos, por tanto, formular
también el principio de la siguiente manera: Las complementarie­
dades sistémicas son indisociables de los antagonismos. Estos
antagonismos siguen siendo o bien virtuales, o bien más o menos
controlados, o bien incluso, tal como veremos más adelante, más
o menos controladores. Hacen irrupción cuando hay una crisis y
generan la crisis cuando están en erupción. En los sistemas vivos,
las complementariedades son inestables y oscilan, al mismo tiem­
po que los antagonismos, de la actualización a la virtualización, y
de la virtualización a la actualización. En los ecosistemas y en los
sistemas sociales de los mamíferos, incluidos los humanos, la
relación entre complementariedades, competencias y antagonis­
mos se hace más complej a y las propias relaciones pueden, en su
ambigüedad, ser al mismo tiempo complementarias, competitivas
y antagónicas. En el seno del sistema vivo, tal como veremos, un
proceso de desorganización o de desintegración es, a la vez, com­
plementario, competitivo y antagónico en el proceso de reorgani­
zación permanente de la vida.
Cuando se consideran los sistemas de complej idad cibernéti­
ca (y aquí estamos alcanzando el nivel cibernético): la máquina,
la célula, la sociedad, es decir, implicando retroacciones regula­
doras, se constata que la propia organización suscita y utiliza
comportamientos y efectos antagónicos por parte de algunos
componentes. Es decir, que hay también un antagonismo orga­
nizativo.
En efecto, la retroacción (que regula el funcionamiento de una
máquina o mantiene constante y estable un sistema) se dice que es
negativa (feed-back negativa), término bastante esclarecedor:
desencadenado por la variación de un elemento, la retroacción tien­
de a anular esta variación. La regulación resulta, por tanto, de la
acción antagónica de uno o de varios elementos sobre uno o varios
UN S I S TEMA AUTOORGANIZADOR 93

elementos distintos de los que han variado más allá de la zona de


tolerancia y amenazan la estabilidad, la homeostasis y la integri­
dad del sistema. La retroacción negativa es, por tanto, organizati­
vamente antagónica a un antagonismo (antiorganizativo) que
amenaza a la integridad del sistema y que está a punto de actuali­
zarse y restablece la complementariedad entre los elementos. Así,
la regulación mantiene la complementariedad general mediante
una acción antiantagónica parcial y local. Hay, por tanto, un
vínculo ambivalente, a nivel cibernético, entre complementarie­
dad y antagonismo. Este vínculo es de naturaleza organizativa. La
complementariedad actúa de forma antagónica al antagonismo y
el antagonismo actúa de forma complementaria a la complemen­
tariedad. La regulación y el control se oponen a los antagonismos
virtuales que, continuamente, en tales sistemas, empiezan a
actualizarse. Así, el antagonismo no lleva en sí solamente la dis­
locación del sistema sino que puede contribuir también a su esta­
bilidad y a su regularidad.
Resumamos: hemos visto aparecer el antagonismo en varios
niveles:
- en el nivel de las interrelaciones que le implican y que le
neutralizan;
- en el nivel de las coerciones organizativas y de la retroac­
ción del todo sobre las partes, que crean y rechazan el antago­
nismo;
- en el nivel de la utilización organizativa de procesos y de
acciones antagónicas.

EL ANTAGON I S M O ORGANIZATIVO/ ANTIORGANIZATIVO

No puede concebirse una organización sin antagonismo,


pero este antagonismo lleva en su seno, potencialmente, y más
tarde o más temprano, inevitablemente, la ruina y la desintegra­
ción del sistema. É se es uno de los ángulos baj o los cuales
podemos considerar el segundo principio de la termodinámica.
Toda interrelación, toda organización se mantiene inmovilizan­
do (sistema paralizado y estático) o movilizando (sistema diná­
mico) energías de relación que permiten compensar y controlar
las fuerzas de oposición y de disociación, es decir, las tenden­
cias a la dispersión. El crecimiento de la entropía corresponde a
una degradación energética/organizativa que libera los antago­
nismos, los cuales arrastran a la desintegración y a la disper-
94 SOCIOLOGÍA

sión. Ningún sistema, incluso el más estático, el más bloqueado


o el más cerrado está a resguardo de esta desintegración.
Exactamente, ningún sistema cerrado que no pueda restaurarse
absorbiendo energía y organización del exterior. Ésa es la razón
por la cual, de acuerdo con el segundo principio, no puede evolu­
cionar más que en el sentido de la desorganización. Dicho de otro
modo, puesto que todo sistema lleva el antagonismo en su inte­
rior, lleva también su propia desintegración potencial y el segun­
do principio le condena a la dispersión a un cierto plazo. Lo cual
quiere decir que todo sistema está condenado a perecer. La única
posibilidad de luchar contra la desintegración es:
- integrar y utilizar al máximo posible los antagonismos de
forma organizativa;
- renovar la energía y la organización potenciándola en su
entorno (sistema abierto);
- poder auto-multiplicarse de forma que las tasas de repro­
ducción superen las tasas de degradación;
ser capaz de auto-reorganizarse y autodefenderse.
En el caso de los sistemas vivo. Y la vida ha integrado tan bien
en sí misma a sus propios antagonismos que lleva en su seno,
contante y necesariamente a la muerte.
Recapitulemos: la existencia de todo sistema comporta necesa­
riamente antagonismos que llevan necesariamente en su seno la
capacidad y el anuncio de la «muerte» del sistema.
La capacidad desintegradora está a la medida de la fuerza de
integración que relaciona a los sistemas físicos. Donde haya una
fuerte integración -el núcleo del hidrógeno- actúa la mayor
fuerza de desintegración: la bomba H.
En los sistemas cibernéticos, las capacidades desorganizado­
ras y las capacidades organizadoras son las dos caras del concep­
to Jan o de feed-back. Donde hay feed-back negativa, hay capaci­
dad de feed-back positiva, es decir, de una desviación q"!le se
amplifique alimentándose con su propio desarrollo. Así, si nada
la inhibe o la anula, la feed-back positiva se propaga en cadena
por todo el sistema y se convierte en runaway, es decir, en ava­
lancha desintegradora. A cada capacidad más alta de organiza­
ción le corresponden nuevas capacidades de desorganización. Los
sistemas estrictamente físicos perduran sin vivir y se desintegran
sin morir. La semivida solamente semimuere. Solamente la forma
superiormente complej a de organización viviente corresponde a
seres que sufren la plenitud de la muerte.
Pero, tal como ya he indicado, las organizaciones vivas y
UN S IS TEMA AUTOORGANIZADOR 95

sociales suscitan (por consumo de energía y actividades aleato­


rias) los procesos de desorganización (desórdenes que despiertan
antagonismos y antagonismos que suscitan desórdenes), pero que
también los integran (sin que dejen de ser desintegradores), y los
utilizan, alimentándose con ellos (para y por su actividad de per­
manente reorganización). Ya hemos indicado en alguna otra parte 3
que las relaciones concurrentes y antagónicas son fundamentales
en la constitución misma de los ecosistemas.
Formulemos, por tanto, el siguiente principio: No hay organi­
zación sin (no sería más que a título de posibilidad) antiorgani­
zación. Para la máquina, es la feed-back positiva; para el ser
viviente y para el ser social, es la desintegración permanente.
Digamos, recíprocamente: La antiorganización es, a la vez, nece­
saria y antagónica para la organización.
El principio «no hay organización sin antiorganización» mues­
tra que el antagonismo y la complementaridad son dos polos de
una misma realidad compleja. El antagonismo, más allá de ciertos
umbrales y procesos, se convierte en desorganización; pero,
incluso convertido en desorganización, puede constituir la condi­
ción para las reorganizaciones transformadoras.
El principio sistémico del antagonismo se hace más y más
activo e inquietante cuanto más nos elevamos en la complej idad
viviente. El principio no es solamente hierático y estático, sino
que está ligado a la dinámica de las interacciones/retroacciones
internas y externas. Cuanto más rica es la complejidad viviente,
más se convierte en móvil e inestable la relación antagonis­
mo/complementaridad, y más implica a fenómenos de «crisis»,
los cuales, siendo desorganizadores en tanto que la transforma­
ción de las diferencias en oposiciones y de las complementarida­
des en antagonismos, pueden suscitar reorganizaciones evolu­
tivas.

2. DE LA IDEA D E O RGANIZACI Ó N A L A IDEA


DE LA AUTO- ECO-REORGANIZACI Ó N

Los principios sistémicos que acabamos de enunciar muy


(demasiado) rápidamente tienen la ventaja de interrelacionar, des­
de el principio, aquello que se presenta, a menudo, disociado en

3 La Méthode, 2, pp. 21 ss.


96 SOCIOLOGÍA

la teoría sociológica: la idea de una unidad global, la idea de las


coacciones, la idea de la complementariedad, la idea del antago­
nismo. Naturalmente, existe una problemática propiamente socio­
lógica relativa a estos principios sistémicos, problemática dife­
rente según cada tipo de sociedad, y problemática original propia
de las sociedades contemporáneas. ¿Qué realidad global? ¿Qué
calidades emergentes? ¿Qué coacciones? ¿Qué represiones? ¿Qué
complementariedades? ¿Qué antagonismos? Además, se nos
plantea hoy el problema de un óptimo social que sería, idealmen­
te: el máximo de emergencias y el mínimo de coacciones.
Por lo demás, la teoría sociológica, a menudo, ha considerado
que la organización social es inseparable de un proceso energéti­
co, de trabajo y de transformación. Los sociólogos, evidentemen­
te, han percibido que el conjunto de los procesos económicos de
producción, de circulación y de intercambio afectaban a la base y
a la existencia material de las sociedades. Algunos han relaciona­
do estrechamente, a veces lineal y esquemáticamente, la produc­
ción económica con la propia producción de la sociedad, la orga­
nización económica con todas las formas de la vida social. Pero el
energismo y el dinamismo del fenómeno social no se han relacio­
nado todavía, de forma fundamental, con la energía física, con el
segundo principio de la termodinámica, con la teoría de los siste­
mas abiertos, que es, a su vez, inseparable, como podremos verlo
más adelante, de la eco-auto-re-organización.
En efecto, todo sistema físico, desde el momento en que reali­
za un trabaj o o una transformación, queda sometido al segundo
principio de la termodinámica, es decir, experimenta un incre­
mento de su entropía. La entropía tiene que ser considerada, a
partir de Boltzmann y de Gibbs, no solamente como una degrada­
ción de la energía calorífica, sino como un incremento del desor­
den en la interrelación de los estados y de los elementos internos
de un sistema, tendiendo a difundirse en ellos al azar; puede, por
tanto, considerarse como un estado de desorganización del siste­
ma y, con el tiempo, esta desorganización se hace cada vez más
probable, a menos que el sistema sea capaz de reorganizarse. Esta
reorganización no es posible más que si el sistema se alimenta de
energía fresca y si dispone, al menos, de un principio autoorgani­
zador que le permita regenerarse. Dicho de otro modo, no es posi­
ble más que en un sistema abierto a su entorno y en el que gaste
un mínimo de energía, y no es durable más que en un sistema que
disponga de un principio regenerador y/o autorreproductivo que
le permita perpetuarse o reproducirse. Se trata, por tanto, de un
UN S IS TEMA AUTOORGANIZADOR 97

sistema autoorganizador abierto. El concepto de autoorganización


es un concepto clave que implica la autoproducción, la autoperpe­
tuación, la autorreproducción y la autorregeneración a través de
obstáculos y de riesgos.
La autoorganización se basa en el acoplamiento de un dispo­
sitivo generativo (que dispone del control de la información) y
de un dispositivo fenoménico, que reacciona directamente al
ecosistema y realiza los intercambios metabólicos. La autoorga­
nización significa también organización de la variedad (por
je rarquía, diferenciación, especialización y comunicación),
autorregulación (feed-back negativa, homeostasis), multistasia
(aptitud para aceptar como satisfactorio un gran número de esta­
dos diversos), equifinalídad (aptitud para alcanzar un fin por
medios distintos según las dificultades encontradas), multifina­
lídad (actividades dedicadas a numerosas finalidades u objeti­
vos diferentes, unos de otros) y, por últil)lo, aptitud para e l
desarrollo o la evolución.
De aquí puede deducirse un principio fundamental: El sistema
abierto autoorganizador tiende a crear su propio determinismo
interno, que tiende a hacerle escapar de los riesgos del ecosiste­
ma: recíprocamente, tiende a responder de forma aleatoria (a
través de sus «libertades») al determinismo del ecosistema.
Así, por ejemplo, el animal de sangre caliente mantiene su
determinismo térmico a pesar de las variaciones de la temperatu­
ra ambiente; pero, atacado por un enemigo, se convierte en una
fuente aleatoria al responder mediante la finta a la amenaza deter­
minada que, si no, le aniquilaría.
Es mediante la alianza del determinismo interno y de la «liber­
tad» propia como el sistema autoorganizador construye, realmen­
te, su autonomía.
El sistema auto-organizador es, en sí mismo, auto-eco-organi­
zador (puesto que su entorno participa de su organización).
Ya hemos dicho que la relación ecológica es organizadora.
Cuanto más complejo es un sistema vivo más absorbe de su
entorno, no solamente la energía bruta, sino la complej idad
organizada: el animal se nutre de proteínas ya elaboradas en el
seno de las plantas o de sus presas, pero también se nutre de
informaciones, de mensaj es que emanan del entorno. Es decir,
que éste tiene que constituir ya un ecosistema complejo y rico .
Cuanto más complejo s e hace un sistema vivo, e s decir, cuanto
más autónomo, más se convierte, al mismo tiempo, en depen­
diente de su ecosistema, a través de la multiplicidad de relacio-
98 SOCIOLOGÍA

nes vitales que su propia complejidad debe establecer con el


ecosistema 4•
De ahí el doble principio fundamental de los sistemas auto­
eco-organizadores: su independencia es proporcional a su depen­
dencia respecto al ecosistema. Esta expresión paradój ica no hace
sino expresar el hecho banal del enriquecimiento de la relación
ecosistémica con el incremento de la complej idad del sistema.
(Cosa que puede constatarse fácilmente cuando se considera la
relación clásica individuo-medio social: la individualidad no pue­
de desarrollarse, en su autonomía, más que a través de un gran
número de dependencias técnicas, educativas y culturales.) De
este principio resulta que el estudio del sistema auto-organizador
debe, cosa que se tiende demasiado a olvidar, incluir el estudio de
la relación sistema-ecosistema, y ello tanto más cuanto que el sis­
tema es complej o . Estudiar los sistemas abiertos como si fueran
sistemas cerrados, o los sistemas autónomos-dependientes como
si sólo fueran sistemas determinados, es una verdadera degrada­
ción epistemológica.
Como ya hemos visto, la idea de auto-eco-organización supo­
ne la idea de reorganización permanente, puesto que la organiza­
ción tiene que regenerarse sin cesar para compensar el incremen­
to de entropía que genera el trabajo. Tal actividad supone una
regulación, para mantener la constancia o la homeostasis del sis­
tema, a pesar de, y a través de, la constante renovación de sus
componentes (las moléculas y las células de un organismo se
degradan incesantemente y se reconstituyen y los individuos de
las sociedades mueren y se renuevan). Es la paradoja de una orga­
nización que mantiene sus estructuras, a pesar de, y a través de, la
renovación ininterrumpida, del turnover de sus componentes. No
existe, por tanto, un estado de equilibrio, como en los sistemas

4 Tenemos aquí, por tanto, a un nivel teórico primario, el problema ecológico

que ha surgido tar díamente en nuestra conciencia moderna. En términos de


sociología humana, esto significa que la teoría debe, de forma primordial, esta­
blecer la relación entre lo económico, lo ecológico, la termodinámica y la organi­
zación social. He aquí uno de los fundamentos a la vez materialista (por su rela­
ción directa con la fisis, vía energía/entropía) y dialéctico (por la relación eco­
auto-organizadora) que le ha faltado, especialmente, al materialismo dialéctico,
no por falta de intención (puesto que ése era exactamente el propósito de Marx y,
particularmente, de Engels en la Dialéctica de la Naturaleza), sino por el estre­
chamiento del marxismo de sus epígonos, bien en el humanismo cerrado o bien
en el estructuralismo cerrado.
UN S ISTEMA AUTOORGANIZADOR 99

cerrados, sino estados metaestables, desequilibrios permanentes,


compensados sin cesar o recuperados mediante regulaciones. La
organización supone una constante reorganización. Y, aquí, la
organización tiene que aparecer, a la vez, en su dinamismo rege­
nerador y regulador, como reorganización permanente.
En el mismo sentido, vemos cómo el concepto de sistema
auto-eco-re-organizador no es más que un concepto empírico que
permite solamente completar un saber insuficiente. Es un concep­
to paradigmático, de importancia capital, que destaca y relaciona
indisolublemente los caracteres sociales clave que generalmente
olvida la teoría sociológica: el problema de la autonomía organi­
zadora (autoorganización), el problema de la relación con el
entorno (relación ecológica), el problema permanente de la desor­
ganización interna (incremento de la entropía) y el problema de la
reorganización interna (principio autorregenerativo).

LA INTEGRACIÓN D E L D E S ORDEN Y DE LA DES INTEGRACIÓN


EN LA ORGANIZACIÓN SOCIAL

La idea de auto-eco-organización, además, nos fuerza a rom­


per con todo concepto que considere la vida o la sociedad como
un objeto cerrado. Esta idea introduce la existencia, es decir, a la
vez el dinamismo permanente, la inestabilidad, la fragilidad, el
desorden, el riesgo y la presencia de la muerte: introduce literal­
mente la brecha existencial en la propia línea de flotación del
concepto de sistema (vivo, social), brecha existencial invisible en
la teoría sociológica y que no emergía más que en la meditación
subjetiva de los filósofos. Es más, aquella idea hace aparecer el
papel central, siempre escamoteado, del desorden, del conflicto y
de la muerte en todas las sociedades, incluidas, y sobre todo, en
las sociedades humanas.
¿Qué es el desorden en el seno de un sistema? Es una disposi­
ción o agitación al azar de sus elementos constitutivos, al menos
para un observador humano. Así, en un globo de gas, las molécu­
las están sometidas a movimientos imprevisibles, no coordinados
unos respecto a otros. La entropía, en un sistema físico, mide el
grado de tal desorden. Cuanto más crece dicha entropía, más
desorden existe. Si disminuye, podemos hablar de entropía nega­
tiva o negoentropía.
Von Neumann, en su esfuerzo por elaborar una teoría de los
autómatas autorreproductores, había insistido en la diferencia
l OO SOCIOLOGÍA

fundamental entre toda máquina artificial, incluso la más perfec­


cionada, y la máquina viviente, incluso la más elemental, como,
por ejemplo, una bacteria. El autómata artificial está constituido
por componentes extremadamente fiables, es decir, por piezas de
una extrema precisión constituidas por materiales muy resistentes
al trabaj o que se les exige. Y, sin embargo, la máquina artificial
resulta extremadamente poco fiable. B asta con que una pieza se
degrade ligeramente para que detenga la máquina o para que
genere una degradación en cadena extremadamente rápida. Por el
contrario, la máquina viva está compuesta de elementos expresa­
mente poco fiables. Las moléculas de una célula y las células de
un organismo se degradan al 99 por 1 00 en un año, por ejemplo,
en el cuerpo humano. Y, sin embargo, la máquina viviente es
extremadamente fiable. Ya hemos visto por qué: porque renueva
sus moléculas y sus células. Podemos plantear este problema en
términos de desorden. La máquina artificial no puede tolerar el
desorden que implican la degradación o el desgaste de sus com­
ponentes. En el caso de una máquina informática, la información
está sometida al «ruido», empezando por el ruido térmico, y de
forma más general, a todas las perturbaciones aleatorias que, apa­
reciendo en el curso de la transmisión de la información, alteran
el mensaje y provocan errores. Así, la máquina artificial no puede
tolerar el ruido o el error, ambos causantes y efectos del desor­
den. En cambio, la máquina viviente tolera, hasta un cierto
umbral, el desorden, el ruido y el error. Así, por ejemplo, según
Lwoff, en el cuerpo humano se están produciendo sin cesar proli­
feraciones celulares desordenadas, de naturaleza cancerosa. É ste
las tolera, hasta un cierto umbral, tras el cual se desencadena l a
acción del dispositivo inmunológico que las reprime. Cuanto más
complejo es un sistema viviente, más tolera el desorden, no sola­
.mente en su medio interior, sino también en sus comportamien­
tos. Vayamos más lejos: no se trata solamente de una tolerancia.
Tal como hemos dicho ya, tal sistema produce desorden al consu­
mir energía, realizando su trabajo y sus transformaciones. Mejor
todavía, este desorden inherente a todo trabajo (que hace crecer la
entropía del sistema) es requerido por la propia organización del
sistema abierto, y mantiene ese sistema, puesto que está ligado a
la renovación de sus componentes y puesto que esa renovación es
un rejuvenecimiento permanente. Esa es la razón por la cual, pre­
cisamente, se va anulando sin cesar el incremento de la entropía.
Además, este desorden está ligado a la flexibilidad del sistema.
É ste puede absorber los desórdenes internos (enfermedades),
UN S IS TEMA AUTOORGANIZADOR 101

sufrir las perturbaciones externas (agresiones) y conseguir limi­


tar, o sea, anular, los daños. Mej or todavía, esta aptitud le refuer­
za contra nuevos daños. Por último, el sistema puede reorganizar­
se baj o el efecto de un desorden desorganizador, de un modo más
complej o aún.
Así, la organización del sistema auto-eco-re-organizador supo­
ne, en profundidad, y de manera multiforme, la intervención del
desorden. El desorden es un ingrediente necesario para tal siste­
ma, es decir, de todo sistema viviente y, a fartiari, social. Se pue­
de considerar a una tal organización como la conjunción de prin­
cipios:
- arder fram arder (las «leyes» físico-químicas a las cuales
los sistemas están sometidos);
arder fram desarder (el orden estadístico global resultante
de estados o elementos individuales desordenados;
- desarder fram arder (el incremento de la entropía según el
segundo principio de la termodinámica);
- arder fram naise (Von Foerster) (la captación de desórde­
nes o de perturbaciones aleatorias en beneficio de la organización
del sistema). Por nuestra parte, preferimos hablar de arganizatian
Jram naise que de arder fram naise.
Este último principio necesita de todos los demás para permi­
tir la auto-eco-re-organización. A partir de aquí, el desorden pue­
de considerarse como participante en la organización. Pero, evi­
dentemente, hace falta que haya estructuras de orden (físico-quí­
micas) y un dispositivo autónomo (de autoorganización). Dicho
de otro modo, el desorden supone un dispositivo autogenerativo .
Recíprocamente, e l dispositivo autogenerativo supone el desor­
den. Desorden y generatividad son las dos caras del mismo fenó­
meno. La vida, toda vida, incluida la vida social, necesita de
aquello que causa su muerte para regenerarse, pero, tarde o tem­
prano, sucumbirá. Heráclito había expresado, hace veinticinco
siglos, de la forma más compacta que pueda concebirse, la máxi­
ma maestra: «Vivir de muerte, morir de vida.»
Podemos, por tanto, no solamente integrar los desórdenes
como una parte tolerable o inevitable de la organización social,
sino también considerar el desorden como participante íntimo en
el ser de la sociedad. La sociedad, y singularmente las sociedades
humanas más complej as, en sus procesos permanentes de desor­
ganización/reorganización, integran, domestican, «recuperan» ,
socializan, e n una palabra, e l desorden.
Naturalmente, tenemos que hablar de desorden, no en sí mis -
1 02 SOCIOLOGÍA

mo, sino con respecto a un sistema dado. Aquello que significa


crecimiento del orden, en un sistema dado (el desarrollo de una
sociedad de termitas) puede ser la fuente de desórdenes en otra
(la degradación del hábitat humano provocado por esas termitas).
Dicho esto, no podemos dej ar de sorprendernos por la amplitud,
la multiplicidad y la multidimensionalidad de los desórdenes que
funcionan en una sociedad. Observemos:
- Las pertubaciones que vienen del entorno; perturbaciones
naturales (sequía, hambruna, inundación, epidemia, etc . ) ; pertur­
baciones no naturales (conflictos, guerras con las sociedades
vecinas, etc . ) ; estas perturbaciones pueden ser nefastas o/y esti­
muladoras. De hecho, son perturbaciones ecológicas que han
favorecido la hominización (la regresión de las selvas tropicales
que forzaron a los primates a llevar un tipo de vida nuevo en la
sabana, la cual conduj o al desarrollo de la caza, de los utensilios,
etc . ) ; es la incertidumbre ecológica la que lleva a las sociedades
sedentarias a establecer reservas, o a ampliar sus áreas de recur­
sos, propiciando así el desarrollo económico; son los conflictos
los que han facilitado el desarrollo de la tecnología; son las derro­
tas, como la de Francia en 1 870, o la de Alemania en 1 9 1 8, las
que han facilitado nuevos desarrollos socioeconómicos; etc.
- La degradación ininterrumpida de los artefactos (casas,
utensilios, máquinas, etc.) que requieren su renovación, a través
de la cual se filtra, de vez en cuando, una innovación que implica
un progreso técnico.
- Los antagonismos y conflictos entre individuos, grupos y
clases en una sociedad, que no solamente actualizan los antago­
nismos internos propios de todo sistema, sino que, a la vez, man­
tienen su vitalidad, mantienen sus capacidades evolutivas, ani­
man capacidades revolucionarias y/o regresivas, le amenazan con
la ruptura (secesión, guerra civil, etc.), cosas de sobra conocidas.
- Lo que es mucho menos reconocido y que, sin embargo,
constituye uno de los fundamentos organizativos de las socieda­
des: la muerte de los individuos, que, en las sociedades humanas,
perturba más y más gravemente a los familiares y a personas pró­
ximas y que, cuando estos individuos están a la cabeza de la jerar­
quía de la sociedad, pueden provocar perturbaciones políticas y
sociales. Ya he demostrado en otro lugar cómo la muerte, en las
sociedades del Horno sapiens, significaba un trauma social que se
compensaba, se reabsorbía, se exorcizaba y se catarsizaba
mediante ritos funerarios y mediante los mitos de supervivencia
(incluida la supervivencia en las memorias de los supervivientes
UN S I S TEMA AUTOORGANIZADOR 1 03

o en la memoria colectiva, cuando se trataba de grandes hom­


bres). Pero lo que yo no había visto es hasta qué punto la muerte
no solamente es inseparable de la renovación/rejuvenecimiento
social, sino que además, en las sociedades humanas, es insepara­
ble de la reproducción cultural, ya que, destruyéndose la cultura
con cada muerte del individuo, esa cultura tiene que transmitirse,
reproducirse en los individuos nuevos a través del aprendizaje, la
educación y la socialización.
Se puede comprender mejor, aquí, el papel clave del individuo
en la sociedad, puesto que porta en su seno, al nacer y al morir, a
la vez, la perturbación y la integración, el principio de orden y el
principio de desorden. Es, en sí mismo, complej idad, es decir,
orden y desorden j untos, mezclados de forma dialéctica, La diver­
sidad de los caracteres (genéticos y psicológicos), de las aptitudes,
de los comportamientos (agresivos o pacíficos, egoístas o solida­
rios, aventureros o timoratos, soñadores o activistas) implican la
diversidad, la complejidad, la negoentropía del sistema social.
Así, vemos aquello que la teoría sociológica tiene que afrontar
de cara y que, sin embargo, esquivaba porque estaba prisionera de
un determinismo trivial. Ella excluía el desorden en su búsqueda
desesperada de las leyes sociales «en sí», siendo así que las leyes
sociales son leyes de interacción, tanto en la investigación de la
estructura invariante virgen de todo riesgo, como en una atención
abocada exclusivamente a las regularidades estadísticas que
absorbían toda variedad y toda complejidad a base de considerar
medias y porcentajes. De hecho, hay que hacer intervenir el
desorden en la black box, hay que hacer intervenir el desorden en
la estructura y hay que reconocer el desorden multiforme en la
organización social, y no descartar los riesgos como contingen­
cias, ni los sucesos y perturbaciones como crónicas, ni el ruido y
el furor como temas de poetas.
Y esto se hace cada vez más importante para las sociedades
históricas inestables, frágiles, imperios gigantescos que se desva­
necen a veces en una generación, naciones nacientes, destruidas,
engullidas, transformaciones increíbles en la estructura de los sis­
temas que perduran. Esto se convierte en fundamental para las
sociedades contemporáneas, que llevan en su seno un grado indu­
cido de desórdenes en el desarrollo mismo de su complej idad y
que, por ello mismo, están a la vez en evolución y en crisis per­
manente.
Tenemos aquí un punto de vista que, lej os de oponer radical­
mente estructura e historia, es decir, evolución, como en el para-
1 04 SOCIOLOGÍA

digma estructuralista, las une, por el contrario, íntimamente. Es,


sin embargo, Lévi-Strauss quien, distinguiendo entre sociedades
calientes y sociedades frías, había lanzado, en la ciencia social, la
idea termodinámica clave. En efecto, el calor no es más que la
extrema agitación molecular en un cuerpo físico, es decir, el cre­
cimiento del desorden. Pero, cuando un cuerpo físico no vivo (no
auto-eco-re-organizador) crece en desorden, es decir, en entropía,
implica irrevocablemente la desorganización y la desintegración
del sistema, suscita, en un cuerpo viviente y/o social, la acción de
los principios de reorganización y, más allá de un cierto umbral,
una nueva reorganización o metarreorganización. Las sociedades
modernas son aquellas que no solamente pueden «engullir» gran­
des desórdenes, sino que pueden, también, evolucionar a partir de
los desórdenes. ¿Qué es, por tanto, la evolución social? No es
más que la integración en el sistema de un elemento nuevo que,
por ello mismo, es un desorden, puesto que perturba su autoper­
petuación invariante. Por consiguiente, cuanto más «caliente»
está la sociedad, más contiene a la vez desórdenes y libertades,
más tolera la aparición y constitución de microdesviaciones (indi­
viduales o de grupos). Estas desviaciones podrían transformarse
en tendencias a favor de los antagonismos y de los conflictos
sociales, los cuales, de esta manera, se convierten, efectivamente,
en vectores y motores de cambio. Estos antagonismos podrían, a
partir de ahí, favorecer fenómenos, locales, sectoriales o globales,
de crisis. La crisis es, no solamente una reducción de la predicti­
bilidad y del determinismo en el seno de un sistema social, y, por
consiguiente, un incremento de los desórdenes y de los riesgos,
sino que se traduce también, por ello mismo, en bloqueos de los
dispositivos reguladores y homeostáticos (jeed-back negativa) y
en la actualización de capacidades hasta entonces inhibidas,
reprimidas o soterradas que pueden desarrollarse muy rápdiamen­
te (feed-back positivas) de forma casi exponencial, es decir, desa­
rrollar nuevas tendencias. É stas llevan en su seno, potencialmen­
te, cismogénesis y/o morfogénesis, desarrollándose los nuevos
fenómenos organizadores al mismo tiempo que se realizan las
desorganizaciones en el sistema. Si la salida de la crisis no consis­
te en el retorno al statu quo, traerá con sigo bien la dislocación del
sistema o bien reorganizaciones regresivas (restablecimiento de la
organización del sistema sobre bases menos complejas) o bien
reorganizaciones «progresivas» que integren nuevas complejida­
des, o sea, incluso suscitando el desarrollo de un metasistema, es
decir, de una nueva forma o una nueva estructura de sociedad.
UN S I S TEMA AUTOORGANIZADOR 1 05

Así, tal como hemos visto, la teoría de la sociedad moderna


debe integrar a la vez la más alta complejidad humana, especial­
mente el papel del individuo, del pequeño grupo, de la marginali­
dad, de la desviación, de la innovación, de la creación, e integrar
la termodinámica física y los principios fundamentales, por sí
mismo complejos, de la auto-eco-re-organización, es decir, de la
vida.
Falta, a p artir de aquí, considerar aquello que, para facilitar la
exposición, y a riesgo de simplificar, habíamos dejado para más
adelante: el principio de la generatividad social que absorbe,
engulle y transforma el desorden haciéndole participar en el
orden social o en la organización.

3. LA GENERATIVIDAD ORGANIZADO RA

Lo que hay de destacable, tanto en el ser vivo como en el ser


social, es que, a pesar de las perturbaciones externas, al menos
hasta ciertos umbrales, cada vez más flexibles y fluctuantes con
el crecimiento de la complejidad, y que, a pesar y a través de los
desórdenes internos, la organización se mantiene invariante.
Se ha podido atribuir esta invarianza a un determinismo cuasi
físico, el de las «leyes» de la sociedad, que serían tan generales,
mecánicas y universales como las leyes de la naturaleza física.
Hoy se tiende, más bien, a atribuir a un determinismo más
limitado y más global, correspondiente a tal o cual sociedad, y
que provendría de su estructura, identificada precisamente por
sus reglas de invarianza.
Ciertamente, se pueden encontrar determinismos generales
que valgan para todos los seres vivos y para todas las sociedades
y se les puede llamar «leyes»; se puede, también, llamar leyes a
los determinismos que solamente valgan para un tipo de sociedad.
Se puede, de forma menos laxa, hablar de estructuras sociales,
generales o particulares. Pero ni la idea de ley ni la idea de
estructura dan cuenta, por sí mismas, de la originalidad misma de
la organización biológica o de la organización social. Digamos
globalmente que ni la idea de ley ni la idea de estructura bastan
para dar cuenta de la idea de organización, es decir, de sistema, y,
sobre todo, de un sistema que comporte, necesariamente, desor­
den y organización, que es, esencialmente, una reorganización. Ni
la idea de ley ni la idea de estructura resultan adecuadas para dar
cuenta de la generatividad biológica o social (regeneración, auto-
1 06 SOCIOLOGÍA

rreproducción, evolución complej izante). Ni la idea de ley ni la


idea de estructura resultan competentes para dar cuenta de la ori­
ginalidad física de tales organizaciones.
En efecto, no solamente la organización (sistema), sino la
estructura misma del ser vivo o del ser social son estructuras/
organización improbables con respecto a la probabilidad física.
Aquello que es probable, cuando se considera el estado molecular
de un organismo vivo, es aquello que llega a su muerte, es decir,
su descomposición y su dispersión, las cuales destruyen a este
organismo y reparten sus elementos de forma no ya coordinada y
controlada, sino según los determinismos y los azares del entor­
no. La originalidad de la estructura/organización viviente y social
está, por tanto, al mismo tiempo en su complejidad, en su hetero­
geneidad, en su negoentropía y en su singularidad (individual y/o
específica). De aquí en adelante, el problema clave sea el de la
organización generativa que conserva, mantiene, renueva y repro­
duce la originalidad, la complejidad, la heterogeneidad, la singu­
laridad y la negoentropía de tales sistemas. Es necesario, por tan­
to, considerar que es la generatividad, es decir, aquello que
garantiza o determina la conservación, la transmisión, la produc­
ción y la reproducción de una estructura y de la organización
complejas, improbables físicamente, lo que mantiene, conserva, o
incrementa esta complejidad.
Aquí debe intervenir un concepto capaz de articularse sobre
diferentes caracteres. Ahora bien, de vez en cuando, en materia
biológica, el concepto de información desempeña parcialmente
ese papel. En efecto, se ha podido aplicar a los genes, y más
generalmente, a la organización celular, la teoría de la comunica­
ción de Shannon. El patrimonio hereditario, inscrito en el ADN,
ha podido ser asimilado a un mensaje que desempeñaría el papel
de un cuasiprograma, tanto para la reproducción del ser vivo
como para su conservación y perpetuación, en el que regula y
controla los intercambios matabólicos. A pesar de que este con­
cepto de información plantea enormes problemas teóricos, y a
menudo se trata como un concepto cerrado, como una palabra­
comodín y una respuesta a todo interrogante, puede resultar clari­
ficador si se le relativiza.
En el marco de la teoría de Shannon, la información es la
medida de la originalidad, es decir, de la improbabilidad de un
mensaje para un receptor o un observador. Ahora bien, como ya
sabemos, esta teoría puede aplicarse cibernéticamente a las
máquinas artificiales. La información constituye ya un programa
UN S ISTEMA AUTOORGANIZADOR 1 07

con fuerza constrictiva sobre las operaciones de la máquina. El


concepto de información, en este marco organizativo, adquiere un
carácter nuevo; es aquello que liga y controla la energía. Ella
conserva un carácter de improbabilidad, pero desde un ángulo
distinto. Es evidente que la máquina no hará por sí sola, sin un
programa, el trabajo que se le exige. La información dicta opera­
ciones improbables físicamente que se convierten, desde ese
momento, en necesarias. Ella constituye el capital de improbabili­
dad, constituyendo, además, el capital organizativo.
En el marco de la organización biológica, lo que se llama
información genética puede asimilarse a un mensaje, puede asi­
milarse a un programa que garantizara el mantenimiento de la ori­
ginalidad, de la improbabilidad y de la complejidad viviente, pero
este mensaje se autorreproduce por sí mismo y se dirige a los ele­
mentos que él mismo fabrica; este programa necesita los elemen­
tos que él mismo fabrica para existir. Más importante resulta aquí
el concepto de memoria. El patrimonio genético puede y debe ser
considerado como una memoria que conserva, baj o la forma de
inscripciones o marcas, la posibilidad de reproducir los procesos
improbables y originales que constituyen la organización viviente
del genitor, del genitor del genitor y, recursivamente, hasta el ori­
gen del linaje, es decir, de la vida. Capaz de reproducir este pro­
ceso, la memoria es, por tanto, capaz de reproducir la organiza­
ción viviente. Es una memoria regenerativa, como toda memoria
(del mismo modo que nuestro cerebro regenera, bajo la forma de
imagen, una percepción vivida), pero regenerativa, no tanto baj o
la forma de imagen ideal, como de imagen material, de análogo,
de copia concreta, en pocas palabras, de un individuo vivo. La
información biológica corresponde, por tanto, a un fenómeno de
memoria organizativa capaz de mantener la complejidad, la origi­
nalidad, la improbabilidad del sistema viviente. Esta memoria no
puede actuar más que en función del conjunto del sistema vivien­
te, es decir, del conjunto ADN-proteínas, y el conjunto no puede
existir más que en función de la información genética (ADN). Se
puede, por tanto, disociar el dispositivo genético del dispositivo
fenoménico, mientras que, en las máquinas artificiales, la infor­
mación viene del exterior y el hombre desempeña el papel de
deus ex machina. Se trata, por tanto, de un sistema autoorganiza­
dor que, ciertamente, tiene necesidad del exterior (ecosistema,
ecoorganización), pero que mantiene en su interior la originalidad
de su principio generativo.
Es en este contexto donde adquiere sentido la equivalencia
1 08 SOCIOLOGÍA

planteada por Brillouin entre información y entropía negativa (o


negoentropía). En efecto, se puede afirmar que el sistema vivien­
te o social es negoentrópico, es decir, que consigue, aunque no
sea más que una vez, reducir, evitar, superar o «negar» el incre­
mento de entropía en el interior del sistema. Y se puede afirmar
que esta negoentropía está ligada a un dispositivo generativo
recursivo interno al sistema autoorganizador, dispositivo que pue­
de considerarse como una memoria, un repertorio, una «genote­
ca», tal como lo expresa pertinentemente B oris Ryback, que,
cuando el conjunto del sistema está en acción, pone en j uego los
cuasimensajes de forma cuasiprogramática.
Puede verse, inmediatamente, que, aunque todavía extremada­
mente oscuro, el concepto de información así entendido se inscri­
be en la realidad física, vía la termodinámica, al mismo tiempo
que caracteriza el paso organizativo hacia adelante que constituye
el sistema viviente auto-re-organizador. Puede verse, también, si
se considera el problema sociológico, que este concepto puede
aplicarse fácilmente a la naturaleza neurocerebral de la sociedad,
así como a todo aquello que, en la sociedad humana, es cultura.
Primeramente, porque se trata de un concepto que nace precisa­
mente del universo de las comunicaciones interhumanas. Después,
y sobre todo, puesto que se pueden considerar como información
los saberes, el comportamiento, las normas, las prescripciones y
las prohibiciones que constituyen la cultura de las sociedades
humanas. En efecto, esta cultura es una memoria, transmitida de
generación en generación, en la que se encuentran conservadas y
reproducibles todas las conquistas (lengua, técnicas, reglas de
organización social) que mantienen la complej idad y la originali­
dad de la sociedad humana. Es, precisamente, debido a que ella
constituye el conservatorio de la información social por lo que la
cultura puede considerarse como la genoteca de la sociedad
humana.
Una sociedad puede concebirse como un sistema global en el
que se relacionan de forma indisoluble, su dispositivo generativo
y su funcionamiento fenoménico. La autoorganización es una
totalidad en la que el principio generativo no es generativo más
que porque existe un principio fenoménico que la activa, el cual
es activado, a su vez, por el principio generativo. Este sistema se
genera y se fenomenaliza en el mismo movimiento. Así, el con­
cepto clave de autoorganización supone, al mismo tiempo que
eco-re-organización, los conceptos de negoentropía y de informa­
ción, que, a su vez, se intersuponen. Este hecho, tal como había-
UN S I S TEMA AUTOORGANIZADOR 1 09

mos anunciado, es mucho más complejo que las solas ideas de


sistema social, de «leyes» sociológicas, de determinismo social y
de estructura social, sin descartar, por supuesto, al contrario, la
integración de esas ideas, pero dentro de un marco a la vez nece­
sario y más rico. Asimismo, auto-eco-re-organización, negoentro­
pía e información implican, no solamente la existencia, sino la
integración de los principios físico-químicos (estructuras atómi­
cas, moleculares, segundo principio de la termodinámica), siem­
pre permitiendo destacar la originalidad, la improbabilidad (esta­
dística) y la complejidad propia de los sistemas sociales. É stas
permiten, sobre todo, ligar el desorden y la invarianza en el seno
de estos sistemas, y permiten mejor captar los límites del desor­
den (que, al mismo tiempo que mantiene la vitalidad del sistema,
amenaza con destruirlo) y los límites de la invarianza. Puesto
que, si las especias y las sociedades -al menos las animales, e
incluso las humanas arcaicas- están dotadas de una invarianza
destacable, a través de la reproducción de los individuos que las
constituyen, están tanto unas como las otras, sujetas a modifica­
ciones evolutivas. Ahora bien, tal como hemos visto, la evolución
no es más que la integración del desorden, con respecto al sistema
previo, en el sistema núevo. Si examinamos el problema desde el
punto de vista del concepto de información, se plantea en térmi­
nos convergentes . ¿ Qué es lo que enriquece la información gené-
. tica? Es la introducción, bajo el efecto de «ruido» perturbador,
con respecto al «mensaje» genético previo, de un «error» en el
nuevo «mensaje»; pero este «error», integrado en el nuevo men­
saje provoca una desorganización/reorganización que constituye
una «verdad», es decir, una componente organizativa.
D E LAS S O CIEDADES DE LA NATURALEZA
A LA NATURALEZA D E LAS S OCIEDADES
HUMANAS

l. REDEFINICI Ó N DEL FEN Ó MENO S OCIAL

B IO L O G Í A Y S O C I O LOGÍA S I N FRONTERA

A la luz de las observaciones etnológicas que se han venido


multiplicando desde hace quince años, tenemos hoy que considerar
los agrupamientos animales, no como simples agregados (manadas,
hordas, j aurías), sino como asociaciones complejas de carácter
organizativo, es decir, como sociedades. Tenemos que considerar
que estas sociedades son, no excepcionales, sino muy ampliamente
difundidas entre los insectos, los peces, los páj aros y los mamífe­
ros. Por tanto, el fenómeno social no es estrictamente humano.
Es evidente también que la sociedad humana no ha sido creada
ex nihílo. Tenemos que considerar que, igual que el hombre des­
ciende de un ancestro primático, la sociedad humana desciende
de una sociedad primática de la que se pueden reconocer los prin­
cipios organizativos. Todo esto no tiene, por otro lado, nada de
revolucionante. Se trata de una consecuencia lógica del principio
darwiniano de evolución, que hasta el presente habíamos constre­
ñido extrañamente a la anatomía del hombre, y que es válido, de
bien seguro, tal como nos lo indica la primatología, también para
el comportamiento y para la sociedad.
El problema es el del alcance de una tal proposición. Podemos
pensar que es muy débil, cuasiinsignificante, dadas las enormes
diferencias entre las sociedades humanas y las sociedades anima­
les, incluso las de los primates. Podemos también, como vamos a
hacer aquí, pensar que es de una importancia paradigmática, en
tanto que nos fuerza a inscribir a la sociología generalizada (no
limitada al hombre) y en una sociología evolutiva (relacionando

[ 1 1 O]
LA NATURALEZA D E LAS SOCIEDADES 111

la sociedad humana con la familia social homínida, con el orden


social primático). El concepto de sociología general cambia de
sentido. Ya no se trata de ideas generales acerca de la sociedad
humana, sino de un marco general en el que se inscribe todo fenó­
meno social, animal y humano. Pero no se trata tampoco de redu­
cir la sociología humana a esta sociología general. Por el contra­
rio, vamos a intentar destacar verdaderamente la originalidad y la
unicidad de la antropo-sociología. Es precisamente a partir del
origen desde donde se podrá reconocer una tal originalidad. Al
mismo tiempo, podremos desvelar los principios organizativos
fundamentales tanto físicos como biológicos y cerebrales de la
sociedad humana. Las teorías sociológicas, todavía hoy, adolecen
de fundamento en tanto que conciben las estructuras sociales sin
infraestructuras biofísicas. Incluso aquellas que se pretenden
materialistas y dialécticas no van hasta el fondo físico de su mate­
rialismo, hasta el fondo natural de su dialéctica, a pesar de la
intención, repetidamente formulada por Marx y Engels.
Pero, para poder articular el fenómeno sociológico sobre los
fenómenos biofísicos, es necesario quebrar el paradigma que con­
cibe los conceptos de vida y de sociedad como conceptos cerra­
dos, es decir, distintos y autosuficientes. Ahora bien, tal transfor­
mación conceptual está en marcha dentro de la biología moderna.
El organismo deja de ser el concepto clave que encierra la idea de
vida. É sta aparece cada vez más como una organización original
y compleja de fenómenos químicos y termodinámicos en sistemas
autoorganizados (que disponen de un aparato generativo propio,
localizado en los genes) y, al mismo tiempo, ecoorganizado (con­
sumiendo energía y, mejor aún, tal como hace toda vida animal,
consumiendo complej idad organizada, en un entorno también
vivo o ecosistema) . Ya la cibernética, la teoría de sistemas y la
teoría de autómatas se aplican y cubren a numerosos aspectos del
funcionamiento de los seres vivientes. Lo que queda por elaborar
es una teoría, todavía embrionaria, de la vida concebida como
auto-eco-re-organización 1 •
Pero, vemos y a que el paradigma organizativo de l a vida enla­
za, de alguna manera, con el concepto de sociedad. En efecto,
para comprender ciertos aspectos destacados de la organización
viva, ha sido necesario utilizar conceptos extraídos de la expe­
riencia de las sociedades humanas: comunicaciones, información,

1 Es lo que hemos intentado en La Méthode. 2. La Vie de la Vie.


1 12 SOCIOLOGÍA

código, mensaje, programa, inhibición, represión. A la vez que la


química y la termodinámica acometían por «debajo» el concep­
to de vida, la complejidad comunicativa y organizativa (el con­
cepto de programa) se infiltraba por «arriba» en la célula, incluso
la más elemental, presentando ésta, de repente, sorprendentes
analogías con una fábrica automática, es decir, aquello que carac­
teriza a las sociedades técnicamente más evolucionadas. Pero,
más aún que una superfábrica, el ser celular puede considerarse
como una sociedad de moléculas, en tanto que constituye una
asociación organizada complej a de individualidades al mismo
tiempo semej antes y diferenciadas (moléculas), que participan en
una unidad sistémica común, que aseguran su protección por
autodefensa (inmunología), que actúan para su perpetuación o
para su desarrollo mediante un proceso de producción y de inter­
cambios (metabolismo), que animan su funcionamiento mediante
intercomunicaciones incesantes entre individuos y mediante un
aparato organizador, que transmite la información según un cuasi­
lenguaje, que especializa a los individuos según principios de
división del trabajo, y que realiza un control, una estimulación y
una inhibición a partir de una dualidad organizativa entre el apa­
rato generativo y el dispositivo fenoménico. Al igual que en una
sociedad, los individuos -moléculas en este caso- se ven some­
tidos a la degración, es decir, a la senilidad y a la muerte, y se
renuevan sin cesar mediante la producción de nuevos individuos.
Ya desde hace mucho tiempo, se habían reconocido las analogí­
as entre el organismo y la sociedad, concibiendo la sociedad como
un análogo del organismo; las teorías organicistas de Spencer y
Worms se habían, incluso, esforzado en reducir la organización de
la sociedad humana a la del organismo. Aquí se trata de una verda­
dera inversión de la analogía. Es la célula y, por extensión, el orga­
nismo los que pueden considerarse como formas biológicas (neuro­
proteicas) de sociedad. Naturalmente, esta inversión de la analogía
continúa siendo también grosera y trivial. Llevarla más allá impli­
caría nuevas confusiones simplificadoras. Pero, antes de desechar
la doble analogía como un despojo, escuchemos su mensaje: si los
conceptos de vida y de sociedad pueden entrar, de esta forma, en
resonancia, es que tanto una como otra sugieren un arquetipo orga­
nizativo que las funde una con otra. Igualmente que el espectro del
organismo aparece en el concepto de sistema social, el espectro de
la sociedad aparece en el concepto de sistema vivo. El concepto de
vida necesita recurrir a conceptos organizativo-asociativos de
carácter cuasisociológico o cercano a lo arquesociológico.
LA N ATURALEZA DE LAS S OCIEDADES 1 13

Es lo mismo que decir que el concepto de sociedad se esboza


en el corazón mismo del concepto de vida. De repente, se nos
aparece la «verdad» del antiguo organicismo social. Del mismo
modo que se necesita algo cuasisocial en lo que es la vida, se
necesita algo cuasivital en lo que es la sociedad. Naturalmente,
sería tan erróneo realizar una reducción imperialista de lo bioló­
gico en lo sociológico como realizar una reducción sociológica
en lo biológico. Lo importante es que vida y sociedad son con­
ceptos con fronteras fluidas, una respecto a la otra, superponién­
dose parcialmente. Pero, si ello es cierto, es por que tanto una
como otra tienen un fundamento organizativo común. Repudiar
el organicismo significa, de entrada, no ya disociar radicalmente
los dos conceptos, sino buscar su nexo en un mismo organizacio­
nismo. Tal fundamento organizativo permitiría comprender
simultáneamente:
- la ausencia de fronteras precisas y la intercontaminación
entre los dos conceptos.
- la fusión de los dos conceptos en su estado naciente.
- el hecho de que no hay, en todo caso, ni identidad, ni coin-
cidencia, ni simetría entre uno y otro concepto.

S OCIEDAD __.. I N D I V I DUALIDAD __.. SEXUAL I D AD

Lo que importa ahora, por tanto, es definir la sociedad en su


originalidad, no como un concepto cerrado, sino como concepto
inmerso y emergente.
Hay numerosos ejemplos de agrupamientos unicelulares de los
que no sabríamos si hay que hablar de preorganismos o de colo­
nias presociales. Pero es que el concepto de sociedad supone in­
terrelaciones múltiples, variadas y complejas de naturaleza orga­
nizativa entre individuos, del mismo modo que el concepto de
organismo supone interrelaciones múltiples, variadas y complej as
entre células. En todo caso, los organismos asociados entre sí no
establecen necesariamente relaciones sociales. Pueden vivir en
colonias o agregados. ¿ Cuándo, por tanto, emerge la sociedad en
tanto que tal? La sociedad se destaca más y más netamente en
tanto que organización compleja, cuando comprende a individuos
ya, por sí mismos, intensamente evolucionados, es decir, que per­
tenecen a especies en las que existe la reproducción sexual y no
simplemente la autorréplica, y en las que los individuos están
dotados de una autonomía relativa de comportamiento, caracteri-
1 14 SOCIOLOGÍA

zada por la existencia de un sistema neurocerebral. Ahora bien, es


solamente en este caso cuando pueden manifestarse interacciones
complejas de naturaleza social.
De repente, aparecen simultáneamente, como dos trazos fun­
damentalmente indispensables para la existencia de toda sociedad
animal, por una parte el individuo desarrollado y de otra el siste­
ma nervioso desarrollado. Estos dos trazos se remiten uno a otro
puesto que el desarrollo del individuo supone el desarrollo neuro­
cerebral y el desarrollo neurocerebral supone o requiere el desa­
rrollo de la individualidad.
Es muy interesante que el concepto de sociedad requiera tam­
bién necesariamente el de individuo. En efecto, cuanto más desa­
rrollado esté el individuo más se manifiestan, no solamente las
diferencias y las diversidades entre individuos, sino también los
comportamientos semialeatorios y, de alguna manera, una tenden­
cia al desorden. Ahora bien, vemos, y ello no sólo ocurre con los
mamíferos y con los primates sino también, como lo muestra
admirablemente Chauvin, para las hormigas o las termitas, que los
comportamientos desordenados y las interacciones múltiples y no
estrictamente determinadas entre individuos, van parejos con la
complejidad de la organización social. Hay que ponderar todo el
alcance de este enfoque de la definición social del individuo. Hoy
aparece claramente que aquello que diferencia la sociedad del
organismo no es la comunicación, ni la información, ni la división
del trabajo, ni la especialización, ni la jerarquía. Todos estos tra­
zos aparentemente sociales existen en los organismos. Tampoco se
trata de la ausencia aquí o de la presencia allá de un «código gené­
tico». Éste está presente en cada célula de un organismo, igual que
en cada individuo de una sociedad. Tampoco se trata de la indivi­
dualidad en sí misma: la célula está dotada de una relativa autono­
mía. É sta está en el gran desarrollo del individuo social, en su ser
(dispone de un sistema neurocerebral) y en su comportamiento
(está dotado de una gran autonomía, de una movilidad de acción,
de capacidades numerosas y abiertas y no estrictamente especifi­
cadas por las interacciones con los demás individuos, es decir, el
comportamiento no viene estrictamente determinado y tiene
aspectos aleatorios); puede, incluso, estar dotado de una singulari­
dad genética con respecto a los· demás individuos, como ocurre
con los mamíferos. La sociedad se basa, efectivamente, en la indi­
vidualidad.
Este trazo está, como ya hemos dicho, ligado al desarrollo
neurocerebral. Este carácter debe, asimismo, considerarse como
LA N ATURALEZA DE LAS SOC IEDADES 115

esencial. ¿Qué es la sociedad sino un sistema combinatorio salido


de la multiconexión entre los cerebros de los individuos que la
componen? La naturaleza de la sociedad es de carácter neurocere­
bral. Es un supersistema nervioso colectivo 2• Y ello, además, ilu­
mina el carácter organizativo de la sociedad. El sistema nervioso
y el cerebro deben concebirse, no tanto como órganos, sino como
los aparatos organizadores de los comportamientos. Es en este
sentido en el que el cerebro es el eje del nexo social.
Es también el eje entre la genética y la sociología. Por una
parte, no se puede disociar la organización social de la reproduc­
ción sexual, no solamente porque la reproducción biológica es l a
condición d e la perpetuación social, sino también porque, a partir
de ella, se centra uno de los nexos sociales más potentes, la rela­
ción macho/hembra, el cuidado aportado a los huevos, a las lar­
vas, a los niños. Por otra parte, los animales sociales poseen de
forma innata, genéticamente inscrita, los esquemas de comporta­
miento social (comunicación de informaciones, ritos de sumisión
o de apaciguamiento, señales de alerta o de amenaza, etc.). En la
mayoría de las sociedades animales, por tanto, el capital genético
de los individuos constituye uno de los principios generativos de
la relación social. Pero, como veremos más adelante, el desarrollo
de la complejidad social desarrollará un episistema generativo,
constituido por las prácticas transmitidas de padres a hijos, y este
episistema, en el hombre, se convertirá en un capital generativo
propio de la sociedad: la cultura. Una vez más, vemos el nexo
entre, por una parte, el desarrollo cerebral, que permite el apren­
dizaje, y, por otra, la complejidad social.
Así, para concebir la sociedad animal, es necesario incluir, a la
vez, al individuo, el sistema neurocerebral y los genes. En el
extremo del comportamiento individual, domina un principio de
orden riguroso. Entre los dos, el cerebro es el eje organizativo en
el que se mezclan el desorden y el orden.
La cuestión de saber si la sociedad es biológica o si la vida es
social pierde su importancia desde el momento en que se abren,
se relacionan, se enriquecen, se profundizan y se complican los
conceptos de vida y de sociedad.
El concepto de vida ya ha podido articularse sobre las fisis

2 Así, muy justificadamente, Chauvin puede considerar el hormiguero como

una especie de enorme cerebro colectivo respecto al cual las hormigas serían
como neuronas, un cerebro dotado de miríadas de cuerpos y de patas.
1 16 SOCIOLOGÍA

(especialmente la química y la termodinámica) y sobre el fenóme­


no social (etnología, sociología animal). Pero sólo concibiendo el
fenómeno vivo como sistema auto-eco-re-organizador puede ins­
cribirse verdaderamente la vida en el conjunto de los sistemas (u
organizaciones, para nosotros ambos términos son equivalentes)
del universo físico, y, al mismo tiempo, concebir la lógica organi­
zativa como el ser vivo y el ser social. Es integrar, de una sola
vez, en la misma concepción aquello que en la sociedad es neuro­
cerebral (y en la sociedad humana, cultural, psíquico, cognosciti­
vo, simbólico, espiritual), aquello que está vivo (¿no está consti­
tuida la sociedad por seres vivos; carece ello de implicaciones o
consecuencias?), aquello que es psíquico (no solamente «mate­
rial», en el sentido vago del término, sino energético y termodiná­
mico).

2. SOCIEDADES ANIMALES Y SOCIEDADES HUMANAS

LAS S OCIEDADES ANIMALES

Tratemos ahora de enlazar lo que hemos dicho en la primera


parte sobre el fenómeno social, es decir, que supone individuos
neurocerebralmente evolucionados y que constituye una organi­
zación a partir de interrelaciones neurocerebrales, con lo que
hemos dicho de la auto-eco-re-organización 3.
En las sociedades animales, la primera fuente del orden orga­
nizativo está en el dispositivo genético, es decir, la memoria/
patrimonio hereditario contenido en cada individuo, al cual hay
que considerar como una genoteca, reserva de invarianza y fuente
potencial de negoentropía. Es a partir de esta genoteca de donde
se realiza la reproducción de los individuos y, por tanto, evidente­
mente, la producción de los sistemas neurocerebrales (especial­
mente en el terreno de los signos y de los ritos de la comunica­
ción interindividual y de la relación sexual) y de las estructuras
heurísticas o «competencias» que permiten la elaboración de
estrategias de comportamiento. Dicho de otro modo, las reservas
y fuentes generativas de orden social son, en primer lug�r, genéti­
cas e innatas.
Otra fuente de orden y de negoentropía potencial se encuentra

3 «Un sistema autoorganizador>>, supra, pp. 9 1 - 1 1 2.


LA N AT URALEZA D E LAS SOCIEDADES 1 17

en el ecosistema, que puede considerarse, según la acertada


expresión de Ryback, como una «genoteca». En efecto, las cons­
tricciones del ecosistema aportan, desde el exterior, marcos deter­
ministas en los cuales se inscribe la sociedad y que se convierten,
por ello mismo, en sus propios marcos (alternancia del día y de la
noche, las estaciones, nicho ecológico, territorio, recursos natura­
les/energéticos). Además, la sociedad se nutre de entropía negati­
va, es decir, de complejidad organizada, que ella toma del ecosis­
tema: su aliento vegetal o animal que le proporciona materia ya
biológicamente organizada, sucesos más o menos probables que
actúan como señales o signos y que le proporcionan información.
Al mismo tiempo, la genoteca y, sobre todo, la ecoteca propor­
cionan, sobre todo la segunda, el desorden, ingrediente necesario
para la complejidad organizada.
La genoteca, en las sociedades en las que la reproducción no
se concentra en una única unión reproductora (como en las socie­
dades de insectos en las que la reina fecundada por un macho úni­
co es la única reproductora), sino que, por el contrario, se libra a
encuentros múltiples entre machos y hembras, produce indivi­
duos genéticamente diferentes. Esta genoteca es fuente de varie­
dad, de diversidad de caracteres y de comportamientos individua­
les, es decir, fuente de aleatoriedad y potencialmente de desórde­
nes, y ello tanto más puesto que allá donde existen los mayores
determinismos genéticos, las conexiones entre individuos no que­
dan especificadas y se libran a procesos aleatorios. En las socie­
dades de insectos, constituidas por individuos genéticamente
semej antes, la diferencia se organiza mediante la diversificación
del alimento que reciben las larvas (y que produce obreros, gue­
rreros, reina); los fenotipos entre individuos de la misma clase o
casta no son exactamente iguales y, como es fácil observar, los
comportamientos, guiados por algunos principios de orden sim­
ple, son extremadamente desordenados, no estando, repitámoslo,
especificadas las conexiones.
Así, cuando se considera la genoteca, se ve que esta fuente
fundamental de invarianza y de orden no impide la diversifica­
ción de los fenotipos a partir de una identidad genotípica (insec­
tos sociales) y vemos que, además, en las especies en las que la
reproducción sexual se libra a la aleatoriedad de los encuentros
entre machos y hembras, la genoteca comporta al mismo tiempo
un principio de diversificación (la combinación de dos almacenes
genéticos) en los que interviene el azar en dos niveles:
a) En el nivel de los comportamientos fenoménicos, los
1 20 SOCIOLOGÍA

nio renueva constantemente la jerarquía, es decir, la mantiene)


sino también una organización social que implica, a la vez, soli­
daridades internas entre individuos y grupos, la solidaridad global
del grupo frente a la amenaza exterior, relaciones privilegiadas
madre-hijo que se van a mantener en los primates durante la vida
adulta, crecer en amistad y, después, en amor, en el Horno sapiens,
y antagonismos fundamentales. A partir de estas líneas de fuerza,
la sociedad se organiza de forma espontánea y compleja sobre la
base de las complementariedades/competencias/antagonismos.
Es, precisamente, esta herencia de los primates la que pasa a
las sociedades humanas; esta herencia ha estado frenada, conteni­
da y dominada en las sociedades homínidas y humanas arcaicas
donde las reglas de reparto (del alimento y después de las muje­
res) y de los intercambios se instituyen al mismo tiempo que se
atenúan los antagonismos «salvajes» entre machos y donde el
antagonismo j óvenes/adultos se encuentra dislocado desde el
momento en que la clase biosocial juvenil queda seccionada en
dos, los más jóvenes siguen siendo «niños» baj o la influencia de
las madres y los púberes se convierten en iniciados e integrados
en la clase de los adultos. Pero, desde el momento en que se han
constituido las sociedades históricas, reuniendo a millares y
millones de individuos, desde el momento en que se han desarro­
llado en las ciudades interacciones al azar entre individuos, como
en un ecosistema, las compulsiones mamíferas de dominio y de
agresión han roto sus frenos. La cultura, al mismo tiempo que se
esfuerza por controlarlas e inhibirlas, se convierte en un instru­
mento para los dominadores y los explotadores que consolidan
institucional y hereditariamente sus privilegios de clase o indivi­
duales. Así, contrariamente a la idea generalizada, son las gran­
des sociedades históricas las que han permitido las oleadas de
organizaciones j erárquicas, agresivas y dominantes (y también,
como respuesta, de grandes solidaridades), es decir, la avalancha
de una herencia mamífera sin control y, más profundamente, la
avalancha de aquello que tienen de cruel las organizaciones eco­
sistémicas espontáneas -masacres y destrucciones masivas­
haciendo de la sociedad un inmenso campo ecosistémico librado
a interrelaciones de todo género entre individuos, etnias y clases
en las que los dominantes se apropian tanto del poder político
como del económico y cultural. Dicho de otro modo, la sociedad
moderna debe darse cuenta del tipo fundamental de organización
que debe superar y dejar atrás para crear un sistema social que no
se funde en la explotación y en la dominación del hombre por el
LA N ATURALEZA D E LAS SOCIED ADES 121

hombre. Como vemos, un aparente desvío, un viaje aparentemen­


te sólo arqueológico por las sociedades animales y la auto-eco­
organización constituye una toma de conciencia y una considera­
ción seria acerca de los verdaderos problemas de fondo de las
sociedades modernas.
Aquí podemos abordar la cuestión de conj unto: ¿qué es el sis­
tema social? Es el resultado de las interacciones entre todo aque­
llo que acabamos de resumir, principios generativos de orden y
principios de desorden que emanan de la genoteca, del ecosiste­
ma, de los sistemas cerebrales, de los individuos, de los compor­
tamientos variados y aleatorios, y de los fenómenos organizativos
espontáneos surgidos de esos comportamientos. Es un sistema
generativo/fenoménico, en el que no solamente la generatividad
ordena la fenomenidad, sino en el que ésta crea también la orga­
nización a través de los desórdenes y retroactúa sobre la generati­
vidad. La sociedad es todo aquello que forma, tal como ya hemos
visto, una unidad complej a, abierta, autoproductora, reproductora
de sus componentes y de sus formas, autoorganizadora, es decir,
auto-eco-organizadora. No es ni el principio generativo (la geno­
teca) quien organiza la sociedad, ni la realidad fenoménica sola,
es el conjunto del sistema el que se autoorganiza fenogenerativa­
mente, es el todo el que está autoorganizado.

LA ORIGINALIDAD DE LAS S OCIEDADES H U M A N A S :


CULTURA Y GENOESTRUCTURAS

Es evidente que la sociedad humana desciende de una socie­


dad de primates avanzada y que se constituye, a lo largo de un
largo período de hominización, marcado a la vez por cambios
ecológicos (la implantación en la sabana), por nuevos tipos de
vida (el de un cazador cazado) que desarrolla las capacidades
cerebrales y la inteligencia, por una evolución genética que acen­
túa el bipedismo y desarrolla el cerebro, que crece hasta las
dimensiones de 1 .500 cm3 en el Hamo sapiens. Siguiendo a otros
autores, hemos tratado de imaginar estos desarrollos 4• Es eviden­
te para nosotros que la sociedad humana no desciende solamente
de una sociedad de primates sino que contiene también, o sea,

4 Le paradigme perdu: la nature humaine, París, 1973, y Points-Essais, 1979.


1 22 SOCIOLOGÍA

desarrolla, ciertos trazos ya presentes en tal sociedad, añadiendo


y combinando otros nuevos. Existe una infraorganización primá­
tica infracultural e incluso, como acabamos de ver hace poco,
intracultural (la cultura se convierte en instrumento de domina­
ción), en la sociedad humana, y esta herencia, en algunos casos,
lejos de atrofiarse, se desarrolla en las sociedades históricas. Por
lo demás, igual que el hombre es un supermamífero y un super­
primate, en el sentido de que extiende, amplía y desarrolla ciertos
trazos aparecidos entre los primates y entre los mamíferos, espe­
cialmente en el plano afectivo y de la inteligencia, igualmente la
sociedad humana presenta trazos hipermamiféricos (la familia) e
hiperprimáticos (clanes y clases).
Pero es todavía más evidente que la sociedad humana desarro­
lla una originalidad propia. Es esta originalidad la que interesa
comprender. Aparentemente, es bien conocida: se trata de la exis­
tencia de la cultura; pero no basta con definir la cultura tautológi­
camente por oposición a la naturaleza o taxativamente como la
suma o el conjunto de normas, reglas y saberes propiamente
sociales. Se trata de discernir el carácter organizativo de la cultu­
ra con respecto a una organización social primática que la desa­
rrolla y la transforma, a la vez.
La aparición de la cultura es inseparable del desarrollo del
cerebro y de la individualidad, y viene precedida, en muchas de
las especies animales, por fenómenos de transmisión de genera­
ción en generación, de conducta, de comportamientos adquiridos
por las generaciones precedentes. Se constituye, por tanto, una
pequeña reserva informativa no innata. Entre los primates, apare­
cen, netamente, fenómenos protoculturales, como bañar los tu­
bérculos en agua de mar entre los macacos de Kyushu, cuya apa­
rición, propagación y perpetuación han podido ser observadas por
investigadores japoneses.
Pero es con la hominización, es decir, correlativamente con el
crecimiento y la complej ización del cerebro y con la complej iza­
ción de la sociedad como, de forma cumulativa y acumulativa, se
desarrolla una esfera, no innata, sino adquirida y transmitida a los
individuos, es decir, reproduciéndose consecutivamente a la
reproducción de los individuos, saberes y conductas. Adquisicio­
nes de conocimientos sobre el entorno y sobre la naturaleza, téc­
nicas corporales y de fabricación de artefactos, armas, útiles y
abrigos se desarrollan y se incrementan. Las intercomunicaciones
que se desarrollan provocan la aparición del lenguaj e de doble
articulación que permitirá, desde ese momento, la inscripción y la
LA N ATURALEZA DE LAS SOCIEDADES 1 23

transmisión de los conocimientos, hasta el infinito. Finalmente y


sobre todo, se constituyen reglas (reparto del alimento y de las
mujeres, reglas de intercambio, exogamia, prohibiciones, etc.) de
organización de la sociedad que no resultan ser ni simples progra­
mas innatos de comportamiento ni simples interacciones entre
individuos, sino que requieren mantenerse mediante la práctica
social y tienen que ser inculcadas a las nuevas generaciones. A
partir de ahí, se constituye una verdadera esfera cultural indispen­
sable para el mantenimiento de la complej idad social. La cultura
puede definirse, por tanto, de la siguiente manera: una esfera
informativa/organizativa que garantiza y mantiene la complejidad
humana -individual y social- más allá de la complejidad
espontánea que nacería de la sociedad si estuviera privada de este
capital informativo/organizativo adquirido. De este modo puede
aclararse el problema que plantea la definición de la cultura. En
la antropología cultural, que se aplica a las sociedades arcaicas, la
cultura comprende enciclopédicamente las reglas, las normas, los
saberes, las conductas presentes en la sociedad, es decir, sus prin­
cipios organizativos; la definición de la cultura referida a nuestras
sociedades modernas es, por el contrario, cuasirresidual; no se
aplica más que a los saberes y a las expresiones artísticas.
Respecto a las sociedades arcaicas, la definición de cultura se
opone a la de naturaleza, precisamente en tanto que la cultura
contiene todo aquello que no es innato genéticamente, todo aque­
llo que no está organizado espontáneamente («naturalmente»),
falsamente si, como ha hecho la antropología cultural, esta defini­
ción de cultura (la adquisición organizativa no innata) excluye
aquello sobre lo cual se construye.
Esta adquisición organizativa, esta genoteca propiamente
social, presenta en el cerebro de los miembros de una sociedad
arcaica, bajo la forma de conducta, reglas, modelos de comporta­
miento, normas, prohibiciones, y engloba efectivamente dominios
todavía mal diferenciados. Esta adquisición concierne a las rela­
ciones con el entorno que son de conocimiento (de los lugares, de
los comportamientos de los animales, de las plantas beneficiosas
y perjudiciales, etc. ) y que son también de tipo práctico, de tecno­
logía (utensilios, construcción de refugios, utilización eficaz de
las armas, etc.). Concierne también a las reglas de organización
de la sociedad, que a nuestro entender, se inician entre los homí­
nidos mediante el reparto de alimentos y después con el reparto
de las mujeres, con el intercambio (de bienes y de mujeres), con
la organización de la decisión (por el jefe, por el consejo de
1 24 SOCIOLOGÍA

ancianos, por la colectividad de hombres). La economía no está


todavía diferenciada respecto a la relación ecológica o respecto
al desarrollo tecnológico; las reglas de intercambio y de reparto
son, al mismo tiempo, las reglas de la primitiva organización
social humana; la política, como tal, surge apenas con la organi­
zación del poder (que debe oscilar, asimismo, entre la obediencia
a las reglas estrictas y la resultante de antagonismos por el domi­
nio -como sigue siendo el caso hoy-). Dicho de otro modo, la
esfera económica, la esfera social y la esfera política no se han
diferenciado todavía como estructuras distintas.
Será más tarde, en las sociedades que incluyan a miles y a
millones de individuos cuando emergerán tales estructuras y cuan­
do se constituirán aparatos, siendo el primero el jefe del Estado.
Estos aparatos serán las instituciones organizativas, que segregan,
generan, producen o imponen su propio orden, sus patterns en el
seno de inmensas masas humanas, en vastos medios sociales, que,
si no, se librarían a las exclusivas interacciones espontáneas entre
individuos y grupos: estos aparatos centralizan y monopolizan a la
vez un saber, la posesión de reglas y el poder para hacerlas aplicar
en su esfera de control. Constituyen, desde ese momento, las geno­
estructuras. Se entiende que, a partir de aquí, para las sociedades
históricas y las sociedades modernas, la definición de la cultura se
haya convertido en residual. El concepto de cultura ya no basta
para comprender y concebir el conjunto de genoestructuras sobre
las que dominan, controlan, favorecen o inhiben la complejidad
propiamente antroposocial de las grandes sociedades.
Pero si permanecemos en el estadio de las sociedades arcaicas,
en las que las estructuras políticas, soCiales, económicas y religio­
sas están todavía mal diferenciadas y donde no han aparecido toda­
vía los aparatos, el concepto de cultura conserva un fuerte sentido,
el sentido generativo, y es en este nivel primordial, en este sentido
fuerte, en el que rogamos al lector que entienda nuestra intención a
este respecto, puesto que, por limitado que sea, cuando nos referi­
mos a la sociedad moderna, este concepto de cultura conserva, a
pesar de todo, un sentido fundamental para diferenciar toda socie­
dad humana de las sociedades estrictamente naturales.
La cultura, así entendida, constituye un dispositivo generativo
propiamente sociológico. Contrariamente a lo que cree la antro­
pología cultural, no anula el dispositivo generativo biológico
innato. El gran cerebro humano es, en sí mismo, el fruto de este
dispositivo. La cultura no suprime el juego organizativo de las
interacciones, aunque lo limita y lo canaliza. Pero interviene ya
LA N ATURALEZA DE LAS S OCIEDADES 1 25

necesariamente en la producción de la complejidad humana,


incluida la producción para la actualización de las virtudes del
gran cerebro y en la aptitud para el lenguaje. La cultura no es
tampoco una esfera suprabiológica; no existe más que en y a tra­
vés del cerebro, en y a través de los individuos vivos . Incluso
hoy, todas las obras de las bibliotecas, todos los manuales técni­
cos, todas las recopilaciones legales, todas las recetas de cocina,
toda la cultura, todas las genoestructuras serían letra muerta, puro
cero, si los individuos vivos desaparecieran.
La cultura es, por tanto, un dispositivo generativo propiamen­
te sociológico, no inscrito en los genes (pero que se ha hecho
posible gracias al patrimonio genético) inscrito y dispersado en
los cerebros pero que desempeña un papel esencial en la autoor­
ganización, en la auto-re-organización y en la autoproducción de
la complejidad social propia de las sociedades humanas. Y es a
partir de la cultura como se constituyen las genoestructuras de las
sociedades históricas.
Así, cosa que resulta destacable, es en el momento en que la
sociedad humana se aleja, más y más profundamente, de las
sociedades animales, constituyendo una genoteca epibiológica,
propiamente sociológica, cuando su sistema organizativo la hace
análogo a los sistemas biológicos sobre los cuales se injerta. En
efecto, los sistemas biológicos son sistemas a la vez generativos y
fenoménicos, en los que la generatividad y fenomenidad se renue­
van mutuamente. La sociedad humana, para conservar y desarro­
llar su propia complejidad, establece y desarrolla un epidispositi­
vo generativo-fenoménico, en el que las prácticas enlazan con la
cultura y la cultura con las prácticas, episistema que da al sistema
sus características propiamente humanas y sus complejidades
propias. Emancipándose respecto a la naturaleza, la sociedad
humana desarrolla un episistema autoorganizador que cumple, a
un nivel superior, el sentido organizativo propio de la vida.
La cultura, como todo dispositivo informativo/generativo, per­
mite mantener la complejidad singular de una sociedad (su modo
de vida, su género de vida, sus costumbres, sus hábitos, sus técni­
cas), es decir, garantiza la invarianza de esta complejidad, dicho
de otro modo, de una sociedad singular. Pero, al mismo tiempo,
es aquello que puede integrar lo nuevo, la invención, y transfor­
marlo en adquisición invariante. Es evidente que aparece aquí un
problema; por una p arte, la cultura tiende a rechazar lo nuevo,
precisamente porque tiende a establecer una invarianza; por otra
parte, debe ser apta para abrirse a lo nuevo e integrar su aporta-
1 26 SOCIOLOGÍA

ción. Ahora bien, se observa que las culturas arcaicas del Horno
sapiens han elaborado un verdadero blindaje protector de la inva­
rianza, empapando la cultura en un baño de lo sagrado, ritualizan­
do las reglas e instituyendo los tabúes. Esta verdadera protección
cognoscitiva, desconocida como tal en las sociedades animales
(aunque el ritual precede de lejos a la aparición del hombre), no
dej a, sin embargo, de evocar la clausura del ADN frente a las per­
turbaciones externas.
Este fenómeno de sacralización no es más que un aspecto de
un fenómeno más general, propio del desarrollo de los fenómenos
cognoscitivos en las sociedades del Horno sapiens. La cerebrali­
zación extraordinaria de sapiens conduce a la irrupción y al des­
pliegue de la psique, de los fenómenos psicológicos, de los fan­
tasmas, de los mitos, de las ideas, es decir, de un complejo multi­
forme de fenómenos cognoscitivos. Ahora bien, y ello confirma
el carácter neurocerebral altamente desarrollado de la sociedad
humana, el conjunto de la organización social se impregna de
cognosciencia. La pertenencia del individuo a la sociedad, la rela­
ción de sociedad con el entorno y, más extensamente, con la natu­
raleza, se viven y se conciben mitológicamente; los fantasmas,
los espectros (dobles de los muertos), los genios y los dioses,
antropomorfos o zoomorfos, se integran, en mayor o en menor
medida, en la organización social, especialmente, los genios pro­
tectores, los ancestros míticos; la muerte, las operaciones técnicas
y los sucesos biológicos (nacimiento, matrimonio) van acompa­
ñados de ritos mágicos o religiosos. Todo esto se realiza a través
de procesos psicoafectivos de proyección-identificación que
desempeñan ya un papel clave en el mantenimiento de la identi­
dad social. La comunidad no solamente se vive inmediatamente
de forma cuasi inmunológica, respecto al elemento extranjero,
sino que se vive de forma identificativa-proyectiva como paren­
tesco surgido de un mismo ancestro y como fraternidad colectiva;
las relaciones de proyección-identificación no dan color solamen­
te a las relaciones interindividuales sino que forman parte ya del
tejido social y constituyen un aspecto esencial de la gerneinschaft.
De este modo, cada grupo social adquiere, a sus propios ojos y a
los ojos de los demás, una identidad muy fuerte y muy singular,
no solamente porque adquiere, de hecho, tal singularidad derivan­
do y diferenciándose culturalmente del tronco originario en el
curso de un gigantesco proceso de diáspora de la especie humana
(diversificación de lenguas, de creencias, de costumbres, de dio­
ses) sino también en la cristalización psíquica ego-socio-céntrica
LA N AT URALEZA DE LAS S OCIEDADES 1 27

que tiene lugar sobre la comunidad. Es como si cada sociedad se


considerase como una especie diferente de las demás, extranjera
para las demás. De hecho, «el otro» es, en este punto, extranjero
al que apenas se le reconoce como humano: la palabra «humano»
se identifica con el miembro de la tribu, y después, con la etnia.
Este fenómeno está lejos de haber desaparecido. Ha resucitado en
el nivel de las naciones, donde la pertenencia psíquica a la nación
puede traducirse en mitos seudobiológicos de «sangre» y de raza.
Como hemos dicho en alguna otra parte, la aparición del gran
cerebro de Hamo sapiens se traduce en nuevas capacidades. La
cultura, en sus aspectos arcaicos de ritos, de prescripciones y de
prohibiciones multiformes y puntillosas, parece tener que contro­
lar, inhibir, refrenar y canalizar esas capacidades inauditas. La
aparición de una nueva conciencia hace que, de repente, surj a la
muerte en el intelecto, como una especie de ruptura desintegrado­
ra, como una enorme fisura entre el individuo, por una parte, y la
sociedad y la especie, por otra. En esta fisura se inserta una nego­
entropía mitológica en la que la muerte permanece viva baj o la
forma de espectro, de «doble» (baj o el efecto de una duplicación
imaginaria), o renace baj o la forma de animal o de humano neo­
nato. Ahora bien, puede verse cómo la cultura, precisamente,
integra la muerte, la circunscribe, la exorciza, mejor aún, utiliza
las ceremonias y los ritos para la reafirmación de la comunidad.
Así, en el plano nuevo y perturbador de la conciencia de la muer­
te, la autoorganización social realiza aquello que realiza toda
autoorganización: la integración de una degradación, de una per­
turbación, de una ruptura, de un incremento de la entropía, de un
desorden, en una palabra, al servicio de su propia vitalidad. La
radicalización del traumatismo de la muerte conlleva una radica­
lización todavía mayor de la integración del superviviente en su
comunidad, a través de su mitología, sus ritos y sus ceremonias.
No es nuestro propósito, aquí, tratar de la antropo-sociología
en sí misma, sino articular, por otro lado muy somera y aislada­
mente, su infratextura y su infraestructura biofísica, con el fin de
renovar, sobre la base teórica de la eco-auto-re-organización, que
permite, no solamente ligarla a los fenómenos biofísicos, sino
deducir la verdadera originalidad y singularidad. De igual modo,
no haremos más que esbozar aquí el terreno hasta ahora conside­
rado como propia y exclusivamente sociológico: el de las socie­
dades históricas y, especialmente, el de las sociedades contempo­
ráneas (fijémonos, de paso, hasta qué punto se había amputado de
la sociología, para relegarla a una disciplina llamada a veces
1 28 SOCIOLOGÍA

etnología, a veces antropología cultural, a veces antropología


social, el terreno, por otro lado fundamental, de la sociedad arcai­
ca, como si se tratara de otro universo).

ALGUNOS PROBLEMAS C ONCERNIENTES A LAS S OC IEDADES


ESTUDIADAS P O R L O S SOCIÓLOGOS

La primera, y evidente, característica de tales sociedades, tan­


to respecto a las sociedades arcaicas como respecto a todas las
sociedades de mamíferos, es de naturaleza demográfica. Sola­
mente las sociedades de insectos incluyen a un número tan vasto
de individuos. Este salto demográfico lo ha permitido el desarro­
llo ecotecnológico (agricultura y ganadería) y va acompañado de
trazos organizativos destacables: división del trabajo, constitu­
ción de clases sociales, jerarquización, formación de ciudades,
constitución del Estado (iglesia, ejército, policía, escuela, parti­
dos políticos), y constitución, ya generalizada, de naciones, sobre
todo desde los siglos XIX y xx.
En estas sociedades, vemos constituirse y, a la vez, desarro­
llarse distintos aparatos, el primero el del Estado ordenador, al
mismo tiempo que un incremento de los desórdenes, es decir, del
libre j uego, a muy gran escala, de las interacciones entre indivi­
duos, en los dominios reglamentados de las sociedades arcaicas o
tradicionales (matrimonio, circulación de bienes y de personas,
intercambios de todos tipos, etc.). La ciudad es, en este sentido,
una especie de ecosistema social donde las interacciones entre
individuos se realizan al azar, pero a través de las cuales se deriva
un orden (no solamente estadísticamente, sino también según
regulaciones espontáneas). De todos modos, en este ecosistema
urbano/social, los principios generativos de orden vienen dados
primeramente por las reglas culturales, la organización del traba­
jo y la presencia canalizadora, coercitiva, represiva y organizado­
ra de los aparatos (Estado, policía, ejército, etc.). De nuevo, asis­
timos a un crecimiento del orden y del desorden, ligados a un cre­
cimiento de la complejidad dentro del sistema. Este crecimiento
va ligado al desarrollo, y al mismo tiempo a la regresión, de la
individualidad. Hay un desarrollo de la individualidad, del ego­
centrismo de los márgenes de libertad (es decir, también de la ale­
atoriedad y del desorden), pero la especialización y la división
del trabajo, las coacciones jerárquicas de la sociedad (esclavitud,
proletarización), y la «masificación» manipuladora de enormes
LA NATURALEZA DE LAS S OCIEDADES 1 29

capas de la población constituyen una verdadera regresión con


respecto al hombre polivalente y politécnico de las sociedades
arcaicas.
Es gracias a Marx que la sociología ha podido concebir uno de
los fenómenos centrales de las sociedades históricas, la existencia
y el antagonismo de las clases sociales, el carácter desorganiza­
dor/organizador de estos antagonismos, su nexo radical con la
autoproducción de la sociedad, y las capacidades evolutivas que
comportan. Esta extraordinaria lucidez ha contenido, naturalmen­
te, grandes sombras: la iluminación de las clases sociales ha
eclipsado las bioclases y las etnoclases; pero, sobre todo, Marx ha
dej ado en la sombra el problema de la sociedad global o nación y
el de los aparatos; el marxismo simplificador de los epígonos, en
lugar de profundizar, ampliar y completar la obra maestra, ha tra­
tado, por el contrario, de encuadrarlo todo en el esquema de las
clases. Tanto la lucidez como la ceguera del marxismo nos obli­
gan hoy a situar fundamentalmente en el centro del problema del
ser de las sociedades modernas, el de los aparatos -en primer
lugar el del Estado- y el de las naciones.
Es por una carencia perfectamente explicable, aunque lamen­
table, por lo que las sociologías que abarcan el mundo contempo­
ráneo se han centrado en el concepto abstracto de sociedad, sien­
do así que las sociedades están constituidas, hoy, por naciones.
Aquéllas esquivan, de este modo, la complej idad viviente, los
problemas cruciales y desconcertantes que plantea su ser organi­
zativo global, el del ser nacional en sí mismo y el de los aparatos,
y no consideran más que el aspecto gesellschaft (concebido de
forma mecanicista e insuficiente) de nuestras sociedades y su
aspecto gemeinshaft. La sociología alemana de principios de siglo
ya había percibido que había un paradigma de la gemeinshaft­
gesellschaft, pero disociaba estos conceptos más que los unía dia­
lécticamente (es decir, de forma a la vez complementaria, concu­
rrente y antagonista).
Ahora bien, las naciones son realidades vivas. Decir esto no
excluye, ya lo hemos repetido, sino que incluye profundamente,
los problemas energéticos de producción-transformación, lo que
se designa (y se aísla) con el nombre de economía. Por el contra­
rio, la economía puede concebirse en su realidad termodinámica
ligada a la autoproducción-auto-re-organización permanente del
sistema social abierto, abierto no solamente a su propio medio
biofísico, sino a su entorno constituido por el resto de las nacio­
nes y de la economía mundial. Por tanto, puesto que se concibe la
1 30 SOCIOLOGÍA

nación como una entidad viva (auto-eco-re-organizadora), se pue­


de, realmente, concebir, no solamente la plenitud de su realidad
física, sino la importancia fundamental de lo económico.
Al mismo tiempo, estamos obligados a afrontar el problema de
cara, no solamente del aparato del Estado, sino el de todos los
aparatos, independientes y surbordinados (incluidos los partidos
políticos y, sobre todo, el partido único hegemónico cuyo papel es
crucial y multidimensional allá donde se implanta) en su carácter
nuclear; es cada vez más trágico escamotear estos problemas en
favor de vagas nociones globales o reducirlos a las realidades de
clase.
De hecho, el problema de las clases es radical en nuestras
sociedades, pero hay que enlazarlo con el de la organización
social y no subordinar el de la organización social al de las cla­
ses. El fundamento de la desigualdad social debe plantearse en
términos organizativos fundamentales; las clases y categorías
dominantes son aquellas que detentan el poder de decisión/pro­
gramación y las clases dominadas o explotadas son las que están
reducidas a tareas energéticas. É sta es la razón por la cual la
expropiación de los capitalistas y la liquidación de la burj!;uesía
no suprimen la explotación del hombre por el hombre. Esta se
recompone a partir de los aparatos de la genoestructura (el
Estado y el partido-Estado), a partir de la dualidad entre poder/
control/mando sobre las fuerzas energéticas y la subordinación
de los hombres reducidos a la ejecución, es decir, a la energía
mecánica; entre saber (técnico, doctrinal, religioso, cultural) y
no saber.
Vemos, por tanto, que el radicalismo del problema de las cla­
ses es más profundo que el de las formas de propiedad de los
medios de producción. O, más aún, hay que considerar que la
división en clases dominantes/dominadas se inicia a partir de la
apropiación de los modos de autoproducción de la sociedad, es
decir, de todo aquello que es genoestructural e informativo. Por
otra parte, no se puede uno plantear el problema de las clases
sociales en un marco puramente formal de gesellschaft, es decir,
negando toda realidad al ser nacional. Pero, para ello, hay que
concebir en su plenitud el carácter específico de la sociedad
moderna: la nación 5•
En efecto, podemos concebir la nación sin hacer desaparecer

5 «Pour une théorie de la nation>>, infra, pp. 165- 173.


LA NATURALEZA DE LAS SOCIEDADES 131

en ella a los individuos, a los grupos, a sus realidades y a sus


antagonismos, como un ser social total, a la vez real y mitológico.

CONCLUSI Ó N

No solamente la sociología actual sigue siendo insuficiente


para comprender y concebir el ser de las sociedades modernas,
sino todo aquello que hemos avanzado hasta ahora, y que nos
parece necesario, continúa siendo también insuficiente.
De todos modos, nuestro objetivo alcanza no sólo la parte que
emerge del iceberg de la sociedad moderna, sino a la enorme par­
te sumergida. Hemos querido indicar que en el fondo de nuestra
sociedad, no solamente subsiste una «herencia» de la sociedad
arcaica y, más allá, de las sociedades homínidas, primáticas y
mamíferas, sino que persisten también actividades y virulencias
organizativas, propias de esas sociedades, que se conjugan en for­
mas nuevas, con los fenómenos organizativos de las sociedades
históricas, incluidas las naciones modernas. Hemos querido,
sobre todo, y de forma central, sugerir que la teoría sociológica,
incluida la de nuestra sociedad, debe ser una teoría de la auto­
eco-re-organización. Tal teoría permite concebir a la sociedad no
solamente en su realidad biofísica, sino también en su compleji­
dad organizativa. Desde el principio «natural», nuestra teoría
sitúa en el centro al individuo, el cual permanece excluido de la
sociología, a pesar de que el individualismo nunca ha estado tan
extendido como en las sociedades modernas. Desde el inicio,
nuestra teoría concibe la organización social como un fenómeno
psicocerebral, mientras que las teorías sociológicas no conciben
más que fuerzas mecánicas, gastos energéticos pretermodinámi­
cos, equilibrios de sistemas cerrados, dinamismos metafísicamen­
te vitalistas, funcionalismos vergonzosamente organicistas y
estructuras petrificadas entre el cielo y la tierra. Desde el inicio,
hemos podido concebir a la vez la invarianza y la posibilidad
evolutiva, mientras que las teor{as se reparten entre un inmovilis­
mo estructural y un dinamismo sin estructura. Pero, repitámoslo,
no se trata aquí más que de un inicio. Puede que a muchos les
aflija reconocer que si bien hay sociólogos, la sociología todavía
no existe. Pero otros, entre los que me cuento, se esfuerzan afano­
samente en favor de la idea de que la sociología debe nacer.
LA ECOLOGÍA S O CIAL

EL MEDIO S OCIAL: UN EC O S I S TEMA

El concepto de medio impone necesariamente mirárselo con


lupa, puesto que se trata de una ciencia de lo vivo o de una cien­
cia de lo social. Este concepto no nos remite más que a caracterís­
ticas físicas que actúan por determinismo o condicionamiento
sobre los seres vivos o sociales. Más rico, por ser más comprensi­
vo (y con una connotación eventualmente placentera), pero más
vago, es el concepto de entorno, actualmente en boga. Pero tanto
entorno como medio ignoran dos características fundamentales.
l . El conjunto de los fenómenos de un nicho ecológico dado
constituye, por sus interacciones, un sistema de tipo original: el
ecosistema.
2. Todo organismo (sistema abierto) está íntimamente ligado
al ecosistema mediante una relación fundamental de dependen­
cia/independencia en el que la independencia crece al mismo
tiempo que la dependencia.
Ya hemos indicado este segundo punto anteriormente; añada­
mos aquí que la autonomía y la libertad humanas significan no la
emancipación respecto al medio social, cuyo estudio, por tanto,
no tendría sentido, sino un complejo de dependencias crecientes
que, sin embargo, no se expresan en absoluto según el determinis­
mo exterior y la causalidad unívoca; añadamos, también, que la
ignoracia de la dialéctica ecosistémica (independencia-dependen­
cia) ha constituido una carencia fundamental, no solamente de la
ideología occidental desde Descartes, que siempre consideró el
«medio» como un universo de objetos librado a la potencia y a la
explotación de los hombres sujetos (tanto si la cualidad de sujeto
queda limitada a la clase privilegiada de la humanidad blancá
occidental, como si se amplía, como para Marx, al conjunto de la
especie humana), sino también del pensamiento técnico y científi­
co contemporáneo. No es más que con las recientes perturbado-

[ 1 32]
LA ECOLOGÍA SOCIAL 133

nes graves que repercuten desde e l ecosistema social a l ecosiste­


ma natural, amenazando su integridad, o sea, la vida humana,
como vemos aparecer los primeros gérmenes de conciencia eco­
lógica, es decir, de nuestra dependencia ecosistémica.
Por lo que se refiere al primer punto, es decir, al concepto mis­
mo de ecosistemas, son necesarias aquí algunas indicaciones.
El concepto de ecosistemas significa que el conjunto de las
interacciones y de interdependencias en el seno de un nicho eco­
lógico constituye (genera) un sistema.
En efecto, en un nicho «natural», el bullicio desordenado de la
vida disimula y produce un orden.
Se crean y se recrean equilibrios entre las tasas de reproduc­
ción y las tasas de mortalidad. Se establecen constricciones y
regularidades, más o menos fluctuantes, a partir de las interaccio­
nes. Las asociaciones, simbiosis y parasitismos constituyen sus
complementariedades. Las relaciones de fagocitación entre ani­
males y vegetales y entre especies animales constituyen a la vez
jerarquías y complementariedades (el comido es complementario
del comedor) y antagonismos. En este sentido, el orden que se
deriva presenta los trazos sistemáticos de combinación, jerarqui­
zación, regulaciones, regularidades, constricciones, complemen­
tariedades y antagonismos. Pero este sistema es muy particular:
su estabilidad es precaria y puede modificarse mediante una alte­
ración menor que afecte a sus constituyentes : su principio de
orden no emana de un centro organizador, sino que se produce
por las miríadas de interacciones. Añadamos que cada «nicho» se
integra en un ecosis-tema más amplio del que constituye un ele­
mento y, de integración en integración, se llega al ecosistema glo­
bal: el planeta tierra. Así, el término «ecosistema», igual que el
de «sistema», es a la vez integrable en una sistemología general y
es definible según la escala o el nivel de observación y de es­
tudio.
Cuando la sociedad rechaza, más o menos, al ecosistema, ins­
tala, con la civilización urbana, un «nuevo medio», es decir, un
nuevo ecosistema, o más bien, un ecosistema (sociourbano) en el
ecosistema (natural) .
¿En qué sentido se puede contemplar e l medio urbano como
un ecosistema? En el sentido en que viene considerado como
totalidad de relaciones y de interacciones en el seno de una uni­
dad ecológica tan localizable como el «nicho» : la aglomeración
urbana.
La aglomeración, más allá de una cierta cantidad y densidad
1 34 SOCIOLOGÍA

de población, es un medio en el que interfieren las organizaciones


y las instituciones económicas, políticas, sociales y culturales, los
artefactos, las máquinas y múltiples productos, los grupos socia­
les y los individuos. Es esta multiplicidad de sistemas heterogé­
neos, relacionados unos con otros, que actúan de forma encabal­
gada unos sobre otros, lo que completa el carácter urbano de la
aglomeración, al mismo tiempo que su carácter de ecosistema.
El ecosistema sociourbano comprende también elementos y
sistemas vivos constitutivos del medio natural: clima, atmósfera,
subsuelo, microorganismos, vegetales, animales; y se nutre ener­
géticamente de los alimentos extraídos del ecosistema natural
(incluidos el carbón, el gas, el agua, la gasolina). La mayor parte
de estos elementos y de estos alimentos le resultan absolutamente
vitales. É stos confirman el carácter ecológico del medio urbano,
su dependencia ineluctable respecto a la Naturaleza, y hacer cre­
cer la complejidad sistémica.
Así, el ecosistema sociourbano es un conjunto de conjuntos
constituido, no solamente por el conj unto de los fenómenos espe­
cíficamente urbanos, sino también por el conjunto de los fenóme­
nos sociales y por el conjunto de los fenómenos bio-geo-climáti­
cos que en él se sitúan.
Es un sistema puesto que presenta los trazos de orden, de re­
gularidad, de diferenciación, de complementariedad, etc. Podría­
mos considerarlo más como un sistema que como un ecosistema
si dispusiera de un centro integrador que lo controlara en su con­
junto. Pero, de hecho, la Polis (nacional o urbana) no controla
más que algunos de sus aspectos y de sus estados. Hay diversos
centros de control, unos en el seno de la aglomeración y otros en
el exterior (el Estado, la municipalidad; las grandes empresas
nacionales o internacionales, los partidos políticos, etc.), y estos
centros están, a su vez, en complementariedad y en antagonismo
entre sí. El medio urbano es microcosmos de los sistemas que le
trascienden y en él desarrollan sus arborescencias, macrocosmos
de los sistemas que de él dependen. Su totalidad está hecha de
tej idos que dependen también de otras totalidades. Se deriva de
diversas instancias, ninguna de las cuales la puede controlar total­
mente y él, a su vez, no puede controlar ninguna de ellas total­
mente. Debido a que es el nexo de todas estas interacciones, pero
el medio donde se producen, debido a estas interacciones y. a los
fenómenos de orden sistémico, es por lo que es un ecosistema.
El medio urbano es también un ecosistema desde el punto de
vista de cada uno de los sistemas que comprende, sean el indivi-
LA ECOLOGÍA SOCIAL 135

duo, e l grupo, l a empresa o l a institución. Cada uno de esos siste­


mas está en relación de sistema abierto con el ecosistema, es
decir, en relación de independencia-dependencia de la que extrae
los elementos y alimentos para su supervivencia y su desarrollo.
Puede encontrar en las constricciones ecosistémicas los elemen­
tos de orden que le permiten organizar su autonomía; puede
encontrar en la variedad y la complejidad eco-sistémica los recur­
sos técnicos y objetos que le permiten alcanzar una gran variedad
de objetivos y establecer los nuevos objetivos que, en suma, le
permiten mantener y desarrollar su complejidad. Puede encontrar
en las incertidumbres ecosistémicas sus oportunidades, sus ries­
gos y sus libertades.
El ecosistema urbano presenta un orden mayor que el ecosiste­
ma natural, en tanto que le controlan, más o menos, diversos cen­
tros integradores (el Estado, la Polis), y en tanto que actúan las
constricciones institucionales baj o la forma de leyes y reglamen­
tos. Pero presenta también un desorden mayor porque las conduc­
tas de los individuos humanos son mucho menos estereotipadas y
programadas que las de los individuos biológicos naturales y
puesto que la superposición de interacciones intersistémicas
alcanza niveles de hipercomplejidad.
La relación orden-desorden es indisociable. El orden, constric­
ción absoluta, no es otra cosa que la rigidez de las leyes físicas: el
desorden absoluto no es otra cosa que la desintegración entrópica
del sistema. Uno y otro significan la muerte. Pero la relación
orden-desorden no es ni estable ni uniforme, puesto que oscila y
fluctúa entre dos polos; uno de esos polos, las constricciones,
tiende a convertirse en servidumbres y represiones, reduce la
complej idad y favorece el gregarismo más que la individualidad,
como la imagen que nos dan Metrópolis de Fritz Lang y como
1 984 de Orwell, uno al nivel de la constricción física y el otro al
nivel de la constricción síquica; el segundo polo, las incertidum­
bres, tiende a convertirse en trastornos, peligros, como en las
«ciudades sin ley» de los westerns.

LA D EPENDENCIA DE LA INDEPENDENCIA

El hombre social no es un ser que sufra pasivamente la


impronta del medio ni es un ser behavioral que responda a los
estímulos mediante una respuesta no aleatoria. No es tampoco un
agente activo que condicione los objetos pasivos y no es un deter-
136 SOCIOLOGÍA

minista más que por su herencia genética y su herencia cultural.


La relación ecosistémica de independencia-dependencia debe
considerarse como un fundamento antropo-psico-sociológico de
importancia capital. Es cierto que el comportamiento del hombre
social es incomprensible si olvidamos la combinación de la infor­
mación genética y la información cultural, pero es no menos
incomprensible si olvidamos la información que proviene de las
experiencias fenoménicas, es decir, del ecosistema, donde se
actualizan las virtudes y donde el sistema incorpora al ecosiste­
ma, no solamente por asimilación de materia-energía, sino por
acumulación de informaciones. El espíritu humano, por sus apti­
tudes cognoscitivas y memorizadoras, por sus estructuras ideo­
constructivas del cerebro, integra en su seno a la vez los caracte­
res ordenados -organizados- y aleatorios del entorno y, en este
sentido, es el «espejo» del ecosistema.
Puede que el entorno aparezca, en este sentido, como un
inmenso sistema de signos y, en cierto modo, como un discurso
que se aprende a leer. Y, de hecho, para el receptor (sensorial), los
objetos, los fenómenos y los sucesos del entorno son cuasiemiso­
res de informaciones que el perceptor-receptor capta y clasifica,
separando el ruido de la información y la decodifica y articula en
forma de discurso. Pero este discurso no está ya escrito en el eco­
sistema; el ecosistema no es un lenguaje, aunque es, de hecho, un
universo semiótico: el discurso nace de la cooperación y de la
combinación entre ecosistema y perceptor.
La relación ecosistémica es muy vasta; va desde la relación
metabólica hasta la relación cognoscitiva, une la relación senso­
rial con la relación psicológica; la relación psicológica no es más
que cognoscitva; al igual que los arcaicos proyectaban sobre su
entorno sus capacidades fantasmáticas que tomaban forma de
mitos y de dioses, los modernos proyectan sobre su entorno
socio-urbano-técnico una mitología ante la cual no hemos acaba­
do todavía de maravillarnos.
Todo esto indica que el hombre es mucho más dependiente e
independiente del entorno de lo que podríamos creer: o, más bien,
su independencia está tan ligada como su dependencia a su rela­
ción ecosistémica. Así, el ecosistema concierne a las múltiples
dimensiones de la personalidad, desde los aspectos biosensoriales
hasta los aspectos psicomitológicos. El ecosistema es no sola­
mente presencia inmanente en la experiencia fenoménica, es pre­
sencia coorganizadora en la autoorganización de la personalidad
(que depende también de la información genético-cultural). De
LA ECOLOGÍA SOC IAL 137

repente, es la dependencia de la independencia la que tiene que


convertirse en la adquisición destacable de la nueva ciencia eco­
lógica, mientras que el antiguo determinismo lineal y unívoco se
desvanece ante el descubrimiento de la relativa independencia de
la dependencia (determinismo interno y respuesta aleatoria del
organismo). Si el determinismo lineal y unívoco se desvanece,
vemos aparecer la posibilidad de captar científicamente la organi­
zación de la autonomía: la cual no puede concebirse más que den­
tro de las relaciones entre el sistema y el ecosistema.

LA DIAL É CTICA DEL OPTIMUM Y DEL PESIMUM

Lo que antecede nos lleva a considerar que la relación ecosis­


témica entre individuos y medio urbano puede fluctuar entre un
optimum y un pesimum.
En el optimum, el ecosistema permite la supervivencia, la
satisfacción y el desarrollo; y en el pesimum, hay un factor de
deterioro, insatisfacción y degradación.
En el optimum, las constricciones organizan las condiciones
de mantenimiento y de desarrollo de la complejidad; por una par­
te, establecen seguridades y protecciones y, por otra, multiplican
los recursos, lo cual permite garantizar una multiplicidad de esta­
dos de satisfacción, responder a una multiplicidad de objetivos y
crear nuevos objetivos, es decir, que estas determinaciones hacen
surgir las múltiples condiciones de la autonomía y de desenvolvi­
miento de la individualidad. En el pesimum, las constricciones
son servidumbres, demasiado rígidas o demasiado represivas, que
reducen la complejidad y favorecen el gregarismo, más que la
individualidad.
En el optimum, la feed-back negativa es el reequilibrio que
protege de las perturbaciones ; la feed-back positiva introduce la
variedad, el movimiento, el cambio, la tendencia nueva y el desa­
rrollo. En el pesimum, la feed-back negativa es inhibición y repre­
sión, y la feed-back positiva introduce los desórdenes y el empeo­
ramiento de las perturbaciones.
Además, las mismas constricciones e incertidumbres, según las
condiciones particulares (sociológicas e individuales) de la rela­
ción ecosistémica y según las variaciones entre ámbitos móviles,
pueden invertir sus efectos y sus significaciones. Tal incertidum­
bre puede significar o bien azar o bien riesgo; puede permitir la
autonomía, pero los riesgos que restringen la seguridad restringen,
138 SOCIOLOGÍA

también, la autonomía. Tal constricción puede ser productora de


surgill).ientos (es decir, de adquisición de una cualidad o propiedad
nueva, de complejidad, por tanto, de autonomía), pero también de
servidumbre. Tal determinismo ecosistémico, como todo determi­
nismo, restringe (si se le sufre) y permite (si se le utiliza) las liber­
tades. Esto significa que el ecosi.stema sociourbano es la sede de
una dialéctica generalizada: flujo de interacciones y «saltos» dia­
lécticos (modificaciones bruscas de cualidad) según la situación
del individuo, del grupo, de la clase en la sociedad, pero también,
según las variaciones en las interrelaciones. Esto significa que se
trata efectivamente de un sistema bien dotado de caracterres hiper­
complejos y que debe estudiarse según métodos apropiados, es
decir, rechazando la causalidad lineal y unívoca.
En estas condiciones, los problemas del optimum y del pesi­
mum sólo pueden estudiarse in concreto e in situ. Hay que añadir
que los optima o pesima no tienen sentido más que en relación
con un marco de referencia limitado. Si no se puede formar el
más mínimo principio de otpimización para el conjunto de un sis­
tema hipercompleto (sea éste la individualidad humana o la socie­
dad moderna), ¿no será porque no se puede determinar el verda­
dero fin de este sistema (sea la sociedad, el individuo, la especie,
sea el desarrollo técnico, sea la felicidad, etc . ) ? Por otro lado, la
referencia es siempre móvil: la ciudad evoluciona y las necesida­
des individuales también, etc. Pesimum y optimum son, por tanto,
esquemas de orientación, andamiajes-de-investigación, y no ins­
trumentos de medida. Por último, tenemos que destacar que, por
lo que concierne al ser humano, no existe, necesariamente, coin­
cidencia entre estado de satisfacción y optimum (desarrollo de la
complejidad, de la autonomía y de la libertad), ni entre estado de
insatisfacción y pesimum. La supervivencia o el desarrollo pue­
den comportar constricciones que serán percibidas como insatis­
factorias; la libertad o la autonomía, más allá de un cierto estadio,
pueden comportar angustia más que satisfacción. El opio puede
comportar estados de satisfacción que no correspondan, necesa­
riamente, a un óptimo de la relación ecosistémica. Es, en todo
caso, a través del prisma deformador de la satisfacción y de la
insatisfacción como se expresan a través de las tendencias (las
cuales se detectan no solamente a través de la opinión, sino tam­
bién a través de las ideas, de las vulgatas ideológicas, de las reac­
ciones afectivas y de los comportamientos) como el problema
aparece en la forma más neta.
LA ECOLOGÍA SOCIAL 139

POR UNA E C O S O C IOLOG Í A

Georges Friedmann es el pionero de la ecología social. Más


aún, es el primero en haber concebido la técnica como hecho eco­
lógico, y en explorar sistemáticamente esta perspectiva. Desde
entonces, pensamos que el concepto de ecosistema ofrece el mar­
co, y lo desarrolla, para la prosecución de esta investigación; en
efecto, la ecología de la sociedad moderna ofrece una doble tram­
pa difícilmente evitable. O bien el concepto de medio social se
reduce a los fenómenos y a los objetos físicos que constituyen el
entorno dado (artefactos inmobiliarios y mobiliarios de una aglo­
meración) con lo que resultaría extremadamente pobre e inade­
cuado para captar la complejidad del fenómeno, o bien el medio
está constituido por la acumulación, yuxtaposición y sucesión de
fenómenos de todo orden que constituyen la vida social, con lo
que es imposible, en esa espesura y en ese caos, pretender una
ciencia del conjunto.
Ahora bien, la nueva definición del ecosistema permite con­
templar el conjunto sin ahogarse en él: en efecto, el ecosistemis­
mo no es la ciencia de los determinantes de un medio-objeto
sobre los actores sociales, sino que es la ciencia de las interaccio­
nes entre elementos (sistemas) de naturaleza diferente (geológi­
cos, climáticos, vegetales, animales, humanos, sociales, económi­
cos, tecnológicos, mitológicos, etc.), en el seno de un «nicho»
natural o de una aglomeración social. Ahora bien, estas interac­
ciones tienen un carácter sistémico, es decir, sufren o establecen
constricciones, regularidades, ciclos, complementariedades, anta­
gonismos, etc . , cuyo conjunto constituye un ecosistema para
todos los sistemas en él inmersos.
Debido a este hecho, la nueva ciencia ecológica no puede ser
una disciplina en el sentido tradicional del término; como ciencia
de las interacciones de sistemas naturales diferentes requiere, no
solamente un equipo multidisciplinario de especialistas en cada
uno de los sistemas (geógrafos, biólogos, economistas, psicólo­
-
gos, etc.), sino también investigadores policompetentes en los
saberes diversos, siendo particularmente competentes en las in­
teracciones intersistémicas. Al mismo tiempo, el extraordinario
juego de las interacciones y de las interferencias -requiere méto­
dos aptos para alzarse hasta el nivel de la complejidad: ello signi­
fica que el objetivo esencial de la investigación empírica no es
solamente el de reducir a unidades elementales cuantificables,
sino el de concebir la organización de las unidades complej as : no
1 40 SOCIOLOGÍA

es el de buscar como ultima ratio el aislar tal o cual «factor», sino


primordialmente el de integrar dicho factor en un marco teórico
de conjunto. Aquí vemos cómo se impone la necesidad de una
ciencia de la complejidad, es decir, una ciencia de las interaccio­
nes e interferencias sistémicas entre componentes a la vez com­
plementarios, concurrentes y antagónicos. Las exigencias de la
nueva ecología social son, en su nivel principal, las mismas que
las de una ciencia del hombre y las de una ciencia de la sociedad.
Es decir, estas exigencias comportan una reconsideración general
de lo que se entiende por investigación, método, epistemología,
teoría . . .
POR UNA TEORÍA DE LA CULTURA

l. LAS TRES C U LTURAS

En nuestros países, tenemos tres tipos de culturas, enemigas o


en estado de coexistencia pacífica, que no tienen entre sí más que
conexiones muy débiles. Se puede llamar a la primera cultura
humanística, a la segunda, cultura científica y a la tercera, cultura
de masas.
La cultura humanística ha conocido su apogeo en Francia
durante los siglos xvn y xvm: Es una cultura que comporta una
cantidad limitada de informaciones y _que, por consiguiente, pue­
de describirse mediante el espíritu de lo que se llama un «honrado
hombre», es decir, alguien que disfruta de mucho ocio. Estas
informaciones conciernen al hombre, a la naturaleza, al mundo, a
la sociedad. Este depósito de informaciones se ha establecido,
grosso modo, a partir del descubrimiento de América y hasta la
Revolución francesa, sin grandes sobresaltos, y este depósito fini­
to y compartido de conocimientos permite una gran posibilidad
de reflexión. Reflexión siempre polarizada hacia los problemas
fundamentales : el bien y el mal, Dios, su existencia, su no exis­
tencia, el sentido de la vida, la moral, etc. Es una cultura en la que
la diferenciación entre literatura y filosofía es débil, en la que
Descartes y Pascal son filósofos, sabios y escritores, al mismo
tiempo. Lo que es de destacar es que, en su parte reflexiva, ésta
cultura es ensayista. Estamos ante tentativas de síntesis y de
reflexión sobre los grandes problemas.
La cultura científica es una cultura que comporta un formida­
ble crecimiento de la información. Es evidente que ya no resulta
posible asimilar sus informaciones en una conciencia. Y es no
menos evidente que el desarrollo de la especialización afecta a la
reflexión sobre el saber, sobre el hombre y sobre el mundo. El
conocimiento, en el terreno científico, está intensamente estructu­
rado, especialmente a través de las teorías lógico-matemáticas.

[141]
1 42 SOCIOLOGÍA

Hay una hegemonía del conocimiento mesurable y cuantificable;


hegemonía, a su vez, ligada a la de un conocimiento que necesita la
manipulación (experimental) y la producción (técnica). Natural­
mente, el conocimiento sigue animando a la aventura científica,
pero el desarrollo de la organización disciplinaria, cada vez más
técnica y burocrática, hace que la ciencia, como ha señalado
Husserl, no pueda reflejarse y reflejar su objeto. Además, la espe­
cialización destruye los grandes interrogantes-tipo de la cultura
humanística. En el límite, en la lógica de la especialización, no se
tiene necesidad de la idea de hombre en las ciencias humanas; la
economía tiene su campo propio y puede prescindir del hombre; la
antropología estructural también, e incluso la sociología, la estadís­
tica . . . Podemos liquidar al hombre. La idea de vida puede también
liquidarse en las distintas disciplinas biológicas que no se interesen
por la vida sino por los comportamientos, por las interacciones
moleculares. La pregunta «¿cuál es el lugar del hombre en la
vida?» llega a ser absurda baj o esa concepción.
La cultura científica se desarrolla en los siglos XIX y xx, en
numerosos países, con un crecimiento exponencial del número de
científicos, del depósito informativo, de la bibliografía y del
desarrollo de la hiperespecialización. Hablar de comunicar la cul­
tura científica con la cultura humanista resulta absurdo puesto
que no existe simetría, ni analogía, ni estructura común entre
estas dos culturas de tipos absolutamente distintos. Pueden coe­
xistir de forma esquizofrénica en la misma persona: el sabio es
sabio en su laboratorio, y en su casa escribe poemas. Es Einstein
y su violín.
Al igual que la cultura científica, la cultura de masas está
constituida por una enorme cantidad de información, que crece
sin cesar, pero que se destruye sin cesar, convirtiéndose en «rui­
do». Se trata de nubes de información carentes de estructura. Hay
una diferencia radical con la cultura científica, que estructura las
informaciones dentro de teorías, catálogos y archivos. En la cul­
tura de masas, cada día hay una nueva nube que expulsa a la nube
del día anterior. Se le reprocha a la cultura de masas el ser una
cultura degradada: es cierto, pero ha producido también sus obras
maestras y existen, quizá, proporcionalmente, tantas obras medio­
cres en la «alta cultura» como en la cultura de masas. Por lo
demás, los universitarios se equivocan al no ver más que la baj a
cretinización, sin ver l a alta, e s decir, l a de l a cultura universita­
ria. Naturalmente, hay en la televisión una vulgarización de la
cultura científica, una superficialidad de la cultura literaria, pero
POR UNA TEORÍA DE LA CULTURA 1 43

si tomamos el ejemplo de las emisiones científicas, están perfec­


tamente realizadas con la colaboración de científicos eminentes
en su dominio. El verdadero problema, es el del modo de consu­
mo de esta cultura. Es una cultura que no permite la reflexión, no
solamente porque una emisión desplaza a la otra, una nube des­
plaza a la otra, sino porque se contempla en los momentos de
relajación, de modo consumista, durante las comidas, antes de ir a
dormir. Es como la música: escucharla como ruido de fondo es
completamente distinto a ir al concierto. La cultura de masas
ofrece, de este modo, una escasa posibilidad de reflexión por cul­
pa del modo de consumo y por la ausencia de una estructuración.
Finalmente, la tragedia cultural moderna tiene su núcleo en la
tragedia de la reflexión. Cuando el conocimiento parecía destina­
do a ser pensado, discutido, reflexionado para ser incorporado a
la experiencia de la vida, la reflexión se degrada por doquier,
incluso en la cultura humanista en la cual el molino gira en el
vacío y ya no puede tomar los materiales de la cultura científica
para reflexionar sobre ellos. Las comunicaciones, incluso entre
filosofía y ciencia, se han convertido en extremadamente raras.
La dificultad para adquirir el saber especializado de las ciencias
hace imposible que la cultura humanista desempeñe su papel
reflexivo sobre el conocimiento del hombre en el mundo.
En la cultura científica, la acumulación de conocimientos en
los bancos de datos anónimos y el trabajo por ordenador hace
también correr el riesgo de desposesión del saber por parte del
espíritu humano, y hace temer la invasión de un nuevo tipo de
ignorancia a través de la acumulación de conocimientos.
Por último, la cultura de masas completa esta degradación de la
posibilidad reflexiva. Esta degradación, además, corresponde, en
la sociedad, a una promoción de tecnócratas, econócratas y exper­
tos especializados, y asistimos a esa paradoja de que nuestra cultu­
ra, que tiene aspectos más ricos en su pluralidad, puesto que com­
porta tres tipos de cultura muy vivos, comporta al mismo tiempo
desarrollos de barbarie, sin contar ese gran vacío cultural en el
terreno de lo cotidiano y de la vida sociopolítica. Existe una ver­
dadera no man 's land cultural. Ciertos comentaristas de radio y de
televisión que no solamente tratan de reflexionar sobre los aconte­
cimientos del día anterior, sino sobre los pequeños hechos de la
civilización (la droga, el alcoholismo, la inseguridad, etc.), llenan
un poco esa no man 's land, pero muy por encima. Los pedagogos y
los instructores no son capaces de reflexionar sobre esta cultura
que les resulta competidora, puesto que saben que los alumnos
1 44 SOCIOLOGÍA

prefieren la televisión a sus deberes. Sin mencionar el hecho de


que la vida política queda baj o la influencia de los mitos, de las
ilusiones, de los errores, del ruido y del furor. . .
L a reintroducción de l a comunicación entre estas tres culturas
es la gran necesidad cultural de este siglo. Y esta comunicación
no será reintroducida si no hay un movimiento autorreflexivo crí­
tico en el seno de cada una de ellas.

2. EL CULT-AN Á LISIS

LA PALABRA-TRAMPA

Cultura: falsa evidencia, palabra que parece una, estable y fir­


me, pero que es la palabra-trampa, hueca, somnífera, minada,
doble, traidora. Palabra mito que pretende gozar de una gran
salud: verdad, sabiduría, buen vivir, libertad, creatividad. . .
Además, s e dirá que esta palabra e s también científica. ¿ No
existe una antropología cultural? ¿Y, también, una sociología de
la cultura? Mejor aún: ¿no habremos conseguido, en algún labo­
ratorio, medir el desarrollo cultural?
De hecho, el concepto de cultura es no menos oscuro, incierto
y múltiple en las ciencias del hombre que en el vocabulario
corriente:
a) Hay un sentido antropológico en el que la cultura se opo­
ne a la naturaleza y engloba, por consiguiente, todo aquello que
no se deriva de un comportamiento innato. Puesto que lo propio
del hombre es disponer de instintos muy débilmente programa­
dos, la cultura, es decir, todo aquello que se deriva de la organiza­
ción, de la estructuración y de la programación social se confun­
de, al final, con todo aquello que es propiamente humano.
b) Otra definición antropológica haría depender de la cultura
todo aquello que está dotado de sentido, empezando por el len­
guaj e. Tan ampliamente como en la primera definición, la cultura
cubre todas las actividades humanas, pero para descremar su
aspecto semántico e intelectual.
e) Existe un sentido etnográfico en el que lo cultural se opo­
ne a lo técnológico y en el que se reagrupan creencias, ritos, nor­
mas, valores y modelos de comportamiento (términos heteróclitos
extraídos de diversos vocabularios y almacenados, a falta de algo
mejor, en el bazar cultural).
d) El sentido sociológico de la palabra «cultura» es todavía
POR UNA TEORÍA DE LA CULTURA 1 45

más residual: recuperando los deshechos no asimilables por las


disciplinas económicas, demográficas, sociológicas, etc. , envuel­
ve el dominio psicoafectivo, la personalidad, la «sensibilidad» y
los adherentes sociales, y, a veces, se reduce a lo que llamaremos
aquí la cultura cultivada, es decir:
e) La concepción que centra la cultura en las humanidades
clásicas y en el gusto literario-artístico. Esta concepción, a dife­
rencia de las anteriores, está intensamente valorada: lo cultivado
se opone, éticamente y para las elites, a lo inculto.
La palabra «cultura» oscila entre, por una parte, un sentido
total y un sentido residual, y por otra, entre un sentido antropo­
socio-etnográfico y un sentido ético-estético.
De hecho, en la conversación y en la polémica, se pasa sin darse
cuenta de un sentido amplio a un sentido restringido, de un sentido
neutro a un sentido valorado. Así, se opone cultura de masas y cul­
tura cultivada omitiendo la acomodación del sentido de la palabra
«cultura» cuando se pasa de un término a otro, lo cual permite, por
ejemplo, confrontar a Sylvie Vartan con Sócrates o a Fernandel con
Paul Valéry, las más de las veces en detrimento de los primeros. Es
confrontar una cultura de masas, de naturaleza etnosociológica,
con una cultura cultivada, normativo-aristocratizante; no es posible
concebir una política de la cultura si no nos damos cuenta, desde el
principio, de que estas dos nociones no están en el mismo nivel.
De repente, se plantea una cuestión: El concepto de cultura ¿es
en algún sentido pertinente, a pesar de estas heterogeneidades y de
estos equívocos? Más ampliamente, ¿tiene sentido alguno esta pala­
bra «cultura» que aúna acepciones tan dispares?, ¿tiene sentido
alguno la cultura que, evadiendo la definición totalizadora y la defi­
nición residual entre las que oscila, daría cuenta de una y de otra?
Dos aproximaciones, dos metodologías y dos filosofías pueden
dar cuenta, a la vez, del carácter global (o general) de la cultura.
La primera, ya lo hemos entrevisto, remite lo cultural a lo
semántico y busca el código y la estructura de los sistemas cultu­
rales inspirándose en los modelos de la lingüística estructural.
Según la otra aproximación, son los aspectos existenciales los
que están en el corazón de la cultura. Esta metodología ha sido
renovada de forma destacada por Michel de Certeau 1• La cultura
no debe considerarse ni como un concepto ni como un principio
indicativo, sino como la forma en que se vive un programa glo-

1 Michel de Certeau, La Prise de la paro/e, París, 1 968.


1 46 SOCIOLOGÍA

bal. En este nivel, existe una coincidencia con lo que deducía


Jacques Berque a propósito de la «revolución cultural» de mayo:
«Aquello a lo que llamamos cultura hoy no es más que la totali­
zación de procesos, de diferentes estadios, de diferentes categorí­
as, de diferentes niveles, que, todos ellos, en efecto, adquieren
cada vez más un sentido totalmente objetivo, incluso estético e
incluso imaginario . . . » 2• Michel de Certeau va más allá en este
sentido: la cultura sería el límite y el tope del que ninguna inves­
tigación sería capaz de dar cuenta; esta noción cubriría, en suma,
la realidad más rica de todas y que «nuestra pobre sabiduría occi­
dental» (Certeau) sería incapaz de comprender.
Así, vemos las dos_ grandes corrientes del pensamiento contem­
poráneo, una para reducir la cultura a estructuras organizativas y la
otra para restringirla a un plasma existencial. Cada una, en todo
caso, pone el énfasis en una dimensión esencial de la cultura, pero
su oposición repulsiva disloca la problemática de la cultura. Si se
trata de encontrarle un sentido al concepto de cultura, sería para
ligar la oscuridad existencial con la forma estructurante.

EL S ISTEMA C U LTURAL

Necesitamos, por tanto, contemplar la cultura como un sistema


que pone en comunicación -dialéctica- una experiencia exis­
tencial y un saber constituido.
Se trataría de un sistema indisociable en el que el saber, depó­
sito cultural, sería registrado y codificado, y asimilable solamen­
te para los detentadores del código, los miembros de una cultura
dada (lenguaje y sistema de signos y símbolos extralingüísticos);
el saber estaría, al mismo tiempo, constitutivamente ligado a
patrones-modelos (patterns) que permitirían organizar y canalizar
las relaciones existenciales, prácticas y/o imaginarias. Así, la
relación con la experiencia está bivectorizada: por una parte, el
sistema cultural extrae de la existencia la experiencia que le per­
mite asimilar y eventualmente almacenar; y, por otra, suministra a
la existencia los marcos y estructuras que garantizarán, disocian­
do o mezclando la práctica y lo imaginario, o bien la conducta
operativa, o bien la participación, el disfrute o el éxtasis.

2 L'Homme et la Société, n.0 8, abril-junio de 1 968, p. 3 1 .


POR UNA TEORÍA DE LA CULTURA 1 47

Esta concepción permite concebir la relación hombre-socie­


dad-mundo que mantiene y define una cultura a través de los relés
polarizadores y transformadores, el código y la pattern, que cons­
tituyen cada uno de los complejos subsistemas en el interior del
sistema (subsistemas que las teorías parciales toman como siste­
ma entero).
Además, esta concepción permite englobar, de forma coheren­
te, aquello que quedaba catalogado residualmente y en desorden
dentro de las concepciones etnosociológicas de la cultura: la per­
sonalidad (de base o no), la sensibilidad, los mitos e ideas-fuerza,
los tabúes y los mandamientos, etc.
Finalmente, tal concepción tiene la gran ventaj a de poder apli­
carse a todas las nociones de cultura desde la más global (cultura
opuesta a naturaleza) hasta la más estrecha (cultura cultivada).
Una cultura, incluso estrecha y limitada, engloba en su terreno
particular una parte de la relación hÓmbre-sociedad-muQdo. Lo
que diferencia las nociones de cultura, unas de otras, es la ampli­
tud del sistema, la extensión del saber, del campo de experiencia
existencial, de las normas y modelos que la mirada antropológica,
o etnográfica, o sociológica, o culturalista delinean. Así, la cultu­
ra de la antropología cultural engloba todo el saber, todo el cam­
po de la experiencia, todos los códigos, todas las normas-modelos
en un sistema global opuesto al sistema instintivo o natural. Por
contra, la cultura cultivada no contiene más que el saber de las
humanidades, letras y artes, un código refinado, un sistema de
normas modelos que se derraman tanto en lo imaginario como en
el saber vivir. Naturalmente, las culturas se diferencian no sola­
mente por la amplitud del campo, sino por el código, la infinita
diversidad de los modelos y, con más profundidad, por los modos
de distribución y de comunicación entre lo real y lo imaginario, lo
mítico y lo práctico.
Añadamos aquí dos anotaciones esenciales:
a) Nosotros concebimos la cultura como un sistema metabo­
lizante, es decir, que garantiza los intercambios (variables y dife­
renciados según las culturas) entre individuos, entre individuos y
sociedad, entra la sociedad y el cosmos, etc.
b) Este sistema debe articularse con el sistema social en su
conjunto. Se puede concebir el sistema social global como siste­
ma cultural opuesto al sistema natural; se puede, también, conce­
bir la cultura como realidad económica, social, ideológica, etc. , y
relacionarla así como con el resto de las dimensiones sociales.
Vemos, al mismo tiempo, que la cultura no es ni una superestruc-
1 48 SOCIOLOGÍA

tura ni una infraestructura, sino el circuito metabólico que enlaza


los infraestructura! con lo superestructura!.
Equipados con esta idea de la cultura podremos ensayar un
cult-análisis rudimentario, pero necesario y preliminar, de nuestra
sociedad. A diferencia de las sociedades arcaicas en las que la
magia-religión establece una unidad cultural sincrética de los
saberes y de las experiencias (y de las que puede deducirse una
personalidad de base), las sociedades históricas, y particularmen­
te la nuestra, ven yuxtaponerse y encabalgarse, incluso sobre el
propio individuo, los sistemas culturales. Nuestra sociedad es
policultural. Existe la cultura de las humanidades, que alimenta a
la cultura cultivada, la cultura nacional, que mantiene y exalta la
identificación de la nación, las culturas religiosas, las culturas
políticas y la cultura de masas. Cada una de estas culturas, ade­
más, está atravesada por corrientes antagónicas. Lenin destacaba
muy acertadamente: «Hay dos culturas en cada cultura nacional.»
Veremos que hay un dualismo profundo tanto en la cultura culti­
vada como en la cultura de masas . . . Así, la cultura, en nuestra
sociedad, es el sistema simbiótico-antagonista de múltiples cultu­
ras, cada una no homogénea.
Podríamos detenernos aquí, pero quisiéramos considerar la
ausencia de un marco científico mínimo para integrar los fenóme­
nos a la vez distintos y relacionados de «representación», de «ima­
ginario», de «símbolo», de «signos»; es decir, el conjunto de los
fenómenos que van desde el onirismo hasta el conocimiento y lo
que llamamos aquí cognoscitivo, para indicar una unidad de prin­
cipio de las estrategias heurísticas originales, de las reglas sistémi­
cas de combinación, una dialéctica intercomunicante sui generis.
Ahora bien, los fenómenos cognoscitivos, vistos baj o el ángu­
lo sociológico, no son otros que los fenómenos culturales. De
repente, el conocimiento nos introduce en la paradoj a de la cultu­
ra. El conocimiento supone una unidad de principio, ya lo hemos
dicho, entre las actividades prácticas del espíritu (del cerebro) de
tipo cognoscitivo y sus actividades fantasmáticas o imaginarias.
Esta dualidad, transplantada al plano cultural, abre un problema
teórico capital: En efecto, la cultura aparece como siendo a
la vez:
a) El terreno de epifenómenos imaginarios que emergen
o surgen como afloramientos de la praxis social;
b) el terreno de las unidades codificadas portadoras de la
información, es decir, de los principios de orientación y de orga­
nización de la praxis social.
POR UNA TEORÍA DE LA CULTURA 1 49

La cultura aparece, así, a la vez como el terreno de los epifenó­


menos y como el de dispositivo generador de la sociedad. Por un
lado, concierne a aquello que hay de más superficial y, por otro, a
lo que hay de más fundamental en la vida social. Hasta ahora, la
ciencia social ha podido dominar esta paradoja y ha considerado la
cultura a veces como «superestructura» y a veces como fundamen­
to de la organización social (antropología «cultural»).
Hoy, se empieza a considerar la cultura de forma algo menos
simplificada. Se comprende más y más que la sociología de la
cultura no es solamente la decodificación o desencriptación de las
obras-mensajes que permiten leer aquello que, en las profundida­
des del cuerpo social, permanece oculto o no formulado, sino que
concierne también a los principios generativos u organizativos
(de «la información» en tanto que hubiera equivalencia entre
información y negoentropía).
En el seno mismo del marximo, diversas temáticas tienden a
indicar que la cultura aparece ligada a la organización autoperpe­
tuadora o autodesarrolladora de la sociedad, y no ya como «super­
estructura» epifenoménica.
Pero estamos lejos, de todos modos, de una sociología cultu­
ral, la cual necesitaría una revisión general de la teoría sociológi­
ca que tuviera en cuenta la distinción complementaria-opuesta de
lo generativo y de lo fenoménico (la cual se aplica a todos los
sistemas autoorganizados según modalidades extremadamente
diversas). Entre tanto, las cuestiones más importantes quedan
abiertas : todavía no se ha establecido una tipología de los siste­
mas cognoscitivos que permitiría distinguir, por ejemplo, entre
los sistemas teóricos, los sistemas ideológicos y los sistemas
mitológicos (digamos incluso que el drama tragicómico de la
ciencia social actual es que cada concepción declara que sus pre­
supuestos constituyen los principios teóricos básicos de la ciencia
y denuncia a las demás como «ideológicas» o «mitológicas»).
No se ha determinado todavía el, o mejor, los tipos de relacio­
nes entre cultura generativa y fenomenalidad (praxis) social,
entre praxis social y productos culturales; en este último sentido,
aquellos que «traducen» sociológicamente las obras literarias o
cinematográficas han descuidado siempre cuestiones elementales :
¿Existe un código unívoco y estable, al menos en ciertas condi­
ciones dadas de civilización? ¿Cuál? ¿Existen determinantes
sociales unívocos o privilegiados? El carácter aleatorio de una
obra individual ¿no impide toda inducción sociológica a partir de
unidades (obras) aisladas?
150 SOCIOLOGÍA

Hay que decir que, hasta el presente, el sociólogo-desencripta­


dor creía introducir su código en la obra para hacer emerger el
mensaje o introducía, de hecho, su mensaje para hacer que surgie­
ra triunfalmente su código. Incluso ni se ha considerado el pro­
blema clave: el paso de un «mensaje» cultural de la epifenomena­
lidad a la generatividad (por ejemplo, el paso de fantasma-sueño
icariano de volar a la industria aeronáutica), e, inversamente (por
ejemplo, el paso de un imperativo de civilización tradicional,
como el del peinado distintivo de los bigudíes a la epifenomenali­
dad folclórica) ; podríamos, deberíamos, continuar con muchas
otras cuestiones, todas ellas relacionadas con la demostración de
que la ciencia cognoscitiva y su vertiente sociológica, la sociolo­
gía cultural, no se han constituido todavía 3•

3 Nosotros lo hemos intentado más tarde, en Les Jdées (Méthode 4), Le Seuil,
1 99 1 .
P O R UNA TEORÍA DE LA NACIÓN

FORMACI Ó N Y COMPONENTES
DEL S ENTIMIENTO NACIONAL

La formación de las naciones encuentra su origen en la cons­


titución de grandes conjuntos políticos que sobrepasan el marco
de la tribu o de la banda, que se inscriben en un territorio y que
dependen de un poder central. Pero las fórmulas antiguas oscilan
entre el Imperio y la Ciudad. Roma es la ciudad que, convertida
en imperial, acaba, en su declinar, por otorgar el derecho de ciu­
dad a todo el Imperio, pero que no constituye una nación.
La nación se constituye a lo largo de un extenso proceso, en la
Europa occidental: el fenómeno encuentra su origen en la explo­
sión en fragmentos de la Cristiandad occidental, el decaimiento y
la superación del feudalismo por parte del poder real, el desarro­
llo de las ciudades y el de una burguesía. El Estado central que se
constituye acabará por domesticar a la aristocracia que será quien
proporcionará los cuadros de sus fuerzas armadas, y establecerá
las comunicaciones y la administración de un territorio que se
unificará lenta y dificultosamente, pacífica y belicosamente; y,
con los siglos, se constituirá en una unidad territorial, cultural y,
a menudo, lingüística.
La religión, la lengua y la pertenencia étnica pueden constituir
factores capitales de la cristalización nacional, pero no son abso­
lutamente decisivos. Se crean naciones bi o multilingüísticas
(pero esta heterogeneidad puede seguir provocando problemas,
incluidos el de la unidad y el de la identidad nacionales); la perte­
nencia a una misma religión, en un entorno religioso distinto u
hostil, no aparece tampoco como absolutamente indispensable.
En cuanto a la unidad racial, la mezcla de razas en la Europa occi­
dental, antes incluso de la formación de las naciones, no ha podi­
do constituir un factor de unidad nacional. Pero el sentimiento
nacional ha podido hacerse tan profundamente matripatriótico

[151]
1 52 SOCIOLOGÍA

(véase más adelante el análisis de este concepto), que aparecerá


como un sentimiento de unidad de sangre que suscita, en el lími­
te, una mitología racial (Chamberlain, Rosenberg).
La identidad nacional en la historia occidental se ha elaborado
primeramente en Francia y en Inglaterra, en y mediante una mez­
cla de diversas etnias, entre las que se ha formado una unidad cul­
tural supraétnica, que ha sido el producto lento y tardío de una
elaboración compleja en la que un poder central de Estado, esta­
blecido en un territorio cerrado, se ha dotado de una autonomía
que no reconoce nada por encima de él (puesto que, en su nivel,
la nación es una realidad superior a todas las realidades infrana­
cionales: familia, pueblo, provincia). El poder central del Estado
desempeña un papel nuclear en la formación de la nación. Pero
llega un momento en que ese mismo poder, que ha elaborado la
nación y ha permitido la formación de la identidad nacional, pue­
de ponerse en cuestión a través de la propia conciencia nacional.
El estadio último de la constitución de las naciones modernas es
el momento en que la nación, dejando de depender del Estado que
la ha creado, quiere que ese Estado dependa de ella. Entonces, la
conciencia nacional puede levantarse contra el Estado que ha sido
su creador. Es la Revolución francesa, momento en que la nación
se levanta contra el Estado y lo destruye, pero para construir un
nuevo estado que sea su emancipación y que consagre su autenti­
cidad ontológica, lo que explica admirablemente la fórmula de la
nación «una e indivisible». Desde ese momento, el nacionalismo
-los diversos tipos de nacionalismo- podrá cuestionar al
Estado que, a sus ojos, lesionará o traicionará a la nación, pero
los nacionalismos siempre necesitarán un Estado. El Estado es el
núcleo histórico-sociológico de la nación.
Dicho lo anterior, dejemos de lado los problemas que tengan
rasgos de institución nacional (ej ército, escuela, etc.), y examine­
mos aquellos que tengan rasgos de lo que podemos llamar:
- sentimiento nacional, si es que queremos insistir en la
naturaleza afectiva del problema:
- conciencia nacional, si es que queremos insistir en la natu­
raleza psicológica;
- identidad nacional, si es que queremos insistir en la natu­
raleza antropo-sociológica.
Estos tres términos son interdependientes: existe una relación
entre el carácter afectivo, el carácter psicológico y el problema
antropo-sociológico del fenómeno. Éste, aunque aparecido tardía­
mente en la historia de la humanidad, moviliza a fuerzas radica-
POR UNA TEORÍA DE LA NACIÓN 153

les. L a nación, formación histórico-sociológica, h a adquirido una


importancia capital en el mundo moderno debido a que en ella se
ha investido un problema clave de la persona humana, lo cual
permite ya comprender por qué se forman hoy naciones fuera de
los procesos singulares que las había hecho nacer en Europa.
Lo que ha enj ambrado y ha podido tan fácilmente germinar en
el mundo -germinar en el sentido de portar gérmenes de nuevas
naciones- es lo que yo llamaría aquí bien sentimiento nacional o
bien identidad nacional.
El sentimiento nacional es un «complej o», una realidad psicoa­
fectiva constituida por la coagulación y aglutinación, o sea, la sín­
tesis de una totalidad orgánica de elementos aislados por el análi­
sis. Su componente psicoafectiva fundamental puede calificarse de
componente matripatriótica. Esta componente puede definirse
como la extensión a la nación de los sentimientos infantiles mani­
festados en la familia. La nación es, en efecto, bisexuada: es mater­
nal-femenina en tanto que madre patria a quien sus hijos deben
querer y proteger. Y es paternal-viril en tanto que autoridad siem­
pre justificada, imperativa, que apela a las armas y a los deberes.
La fusión de lo maternal y de lo paternal se manifiesta en la lengua
francesa a través de la propia palabra de patria, nombre femenino
de un concepto masculino, o en la extraña asociación de la fórmula
sacramental «madre-patria». El sentimiento de relación con la
«madre-patria» es infantil en tanto que la relación con la sustancia
maternal es de efusión oceánica, y la re-lación con la sustancia
paternal es de obediencia incondicional. La componente matripa­
triótica implica una componente fraternal (entre hijos de la madre
patria), un sentimiento muy fuerte de la patria hogar (heimat,
home), techo, casa (hay pueblos errantes, pero no hay patria erran­
te). Se entiende que, a partir de esta componente, surja fácilmente
el concepto de sangre común y que esta metáfora afectiva, tomada
al pie de la letra, pueda transformarse en racismo nacional.
En el fondo mismo de la componente psicoafectiva de la perte­
nencia nacional hay una virtualidad racista. Efectivamente, la
nación constituye una «raza», no en el sentido biológico, sino en
el sentido cultural del término, si se le puede dar alguno. Puesto
que la componente familiar se hunde en el pasado, en un movi­
miento verdaderamente ciánico, para comunicar y comulgar con
el linaje de los ancestros. La larga e incierta historia de la forma­
ción de la nación, enseñada en las escuelas, desempeña aquí un
papel fundamental de inyección de savia nacional en los indivi­
duos. É stos, participando en las victorias y en los reveses, se enea-
1 54 SOCIOLOGÍA

denan tanto más a su patria cuanto más se impregnan de la gloria y


de la embriaguez heroica sobre la que pueden proyectar y magnifi­
car su imagen de sí mismos; y cuanto más se impregnan de los
dolores que atañen a sus más íntimas fibras de identidad. A través
de la historia nacional tiene lugar, por tanto, un proceso de identifi­
cación muy íntimo del individuo de una época dada con un Gran
Ser Histórico viviente que lucha como un héroe-dios de la
Antigüedad para su propia inmortalidad. Este ser es el gran provee­
dor del individuo quien, como compensación, le debe fidelidad.
A diferencia del clan arcaico que no tiene más que un ancestro
fundador, la nación puede refundirse sin cesar por una serie de
padres de la patria (en Francia: Vercingetórix, Juana de Arco,
Enrique IV, etc.); es una religión que puede tener su panteón de
los dioses.
A través del Gran Ser Histórico viviente puede tener lugar el
enlace entre el individuo singular mortal y cualquier cosa que
participe en el Tiempo cósmico y que resista victoriosamente a la
muerte, es decir, al mal que el tiempo lleva consigo, pero no en sí.
El enlace con una patria es lo que nos permite, afectivamente, ser
a la vez históricos e inmortales.
Este enlace establece una ósmosis, que funciona en ambos
sentidos, entre el individuo y el grupo. El individuo no sólo
depende: recibe; no sólo recibe protección y seguridad, recibe
gloria y respeto. El individuo no sólo se funde en una identifica­
ción. Funda su identidad. La primera y fundamental concepción
de la identidad es «hij o de», los « abu» y «ben» semitas (el «beni
Ysrael» de los hebreos). La nación permite fijar esta identidad de
un aquí territorial, en una patética y gloriosa historia, en un rico
complejo cultural. Cuando yo me califico de «intelectual fran­
cés», presento una carta de visita implícita en la que me conside­
ro hijo de Montaigne, Pascal, Rousseau (excúsese la anexión),
Hugo, etc.
Al mismo tiempo, la identidad se funda en la diferencia para
afirmar la especificidad. La nación permite esta diferenciación
radical del «nosotros» y del «los otros». En la historia europea, la
frontera y el enemigo han desempeñado un papel importante en la
constitución de la identidad nacional. La frontera circunscribe la
zona de integridad y de inviolabilidad. En cuanto al «enemigo»,
éste permite plantear el problema de la identidad nacional en tér­
minos fundamentales de vida y muerte, de existencia y de liber­
tad. Permite, además, todas las fijaciones agrasivas de superiori­
dad-inferioridad.
POR UNA TEORÍA DE LA NACIÓN 155

La nación responde a todas estas tendencias afectivas, a todas


estas necesidades de identidad. Pero, en teoría, no sería la única
que podría hacerlo. Habría, hay, la familia, la ciudad, la fe, reli­
giosa o secular. Pero la existencia misma de estas grandes realida­
des históricas que son las naciones hace insuficiente la pertenen­
cia familiar o local. Esta insuficiencia crece, evidentemente, con
el crecimiento y la extensión de las comunicaciones. Por otra par­
te, las pertenencias supra-nacionales o universales, son demasia­
do débiles como para competir con la nación en este terreno. La
cristiandad, como concepción total de la vida, se ha hundido sin
haber podido, verdaderamente, tomar cuerpo, en la Edad Media,
para, precisamente, dejar paso a las naciones. Los humanismos y
las internacionales no llegan a un arraigo profundo en l a persona
humana.
Además, la nación sigue precipitándose en un gigantesco
vacío histórico; se puede incluso decir que la primera nación
existente (la Francia revolucionaria), ha creado a todas las demás
naciones al crear, en todas partes, un sentimiento de vacío; la
existencia de las naciones colonialistas ha creado, también, las
naciones descolonizadas.
Por otra parte, y finalmente, el mundo moderno genera tales
incertidumbres, tales frustraciones y tales lesiones en la indivi­
dualidad, la conciencia de ser arrancado sin remedio por el flujo
fugitivo de la historia se ha incrementado hasta tal punto que la
identidad nacional continúa fijando las necesidades de afirmación
y de seguridad, como una cierta reconciliación con el tiempo en
su espacio.
La inversión afectiva profunda del ser humano en su nación y
la fuente objetiva de poder que constituye el Estado compiten
conjuntamente para hacer de la nación un «ídolo», según la
expresión de Toynbee, es decir, del nacionalismo una actitud reli­
giosa. Para Toynbee, la nación se ha convertido en ídolo debido a
que se produjo una transferencia de sumisión de la cristiandad a
los Estados parcelarios seculares de Occidente. Para él, el nacio­
nalismo está lejos de la religión dominante del mundo occidental.
La nación ha podido convertirse en ídolo porque ha permitido
invertir en ella, magnificándola, la relación matripatriótica, que, a
su manera y a su nivel, contiene el culto-al-hogar y el culto-a-los­
ancestros de los que ningún grupo humano ha podido todavía
prescindir, puesto que permite -al igual que la religión con el
Ser cósmico- la participación de un Ser a la vez trascendente e
histórico.
156 SOCIOLOGÍA

Y, de hecho, la nación se impone con toda su maj estad de lo


sagrado. Sus decretos son imperativos. La obediencia que se le
debe es incondicional. Ella hace que reinen sus tabúes. Ella tiene
sus ritos y sus ceremonias (banderas, himnos, conmemoraciones).
Ella tiene sus héroes y sus grandes mitos.
Así, el «éxito» de la nación proviene del hecho de que pueda
responder a algunos de los requisitos más íntimos y más profun­
dos del ser humano.
El éxito de la nación occidental conduce, sin embargo, a su
contradicción fundamental: siete siglos de guerras prácticamente
ininterrumpidas en las que cada nación se considera como enemi­
go natural de la otra, acabando estas guerras nacionales europeas,
de momento, en dos guerras mundiales . . . ; esta contradicción, si
bien se apacigua o se adormece actualmente en la Europa del oes­
te, se extiende en el resto del mundo y se extenderá en miles de
guerras si no pesara sobre las naciones el peso de dos supernacio­
nes, dos Imperios 1 •

LAS NUEVAS NACIONES

La nación que emerge lentamente de varios siglos de historia


occidental va a enjambrar y a cristalizar sin conocer estos proce­
sos formativos del resto del mundo. La primera oleada de nuevas
naciones afecta a las Américas y, principalmente, a los colonos
que se emancipan de las metrópolis: primeramente EEUU, des­
pués la América Latina, que, en lugar de crear una sola nación
según la voluntad del Libertador, estalla en diversos fragmentos
que cristalizan rápidamente.
La segunda oleada afecta a la Europa central y oriental ( 1 848).
Una tercera oleada nace en el Japón que, b aj o la era Meiji,
cristaliza en Estado-Nación ( 1 868- 1 889).
La cuarta oleada agita a los B alcanes ( 1 9 14- 1 9 1 8) ; y la erup­
ción del nacionalismo continúa en el extremo oriente.
La quinta oleada, por último, la de después de la guerra de
1 939- 1 945, afecta a todo el Tercer Mundo.
La nación, la nacionalidad y el nacionalismo han recubierto el

1 La comprobación de esta suposición, enunciada en 1964, se ha hecho en


1 99 1 -1993.
POR UNA TEORÍA DE LA NACIÓN 1 57

planeta. La reivindicación de la nacionalidad se ha convertido en


reivindicación universal.
La constitución de nuevas naciones incrementa, por supuesto,
la tragedia de los conflictos entre naciones y el caos de las rela­
ciones internacionales únicamente dominados por la correlación
de fuerzas.
Además, la nueva nación porta en su seno nuevos problemas:
nace de una reivindicación emancipadora respecto a la domina­
ción extranjera y responde a una necesidad de identidad cierta­
mente desigualmente profunda, pero ya enraizada en la intelli­
gentsia política puj ante y en las clases urbanas de las regiones
conolizadas. Pero esta necesidad de identidad es anterior a la for­
ma dada a luz de Estado-Nación. Antes de la existencia nacional,
nace una conciencia nacional, y hace nacer a la Nación en cuanto
tiene lugar la descolonización. Pero esta nación sufre de ciertas
carencias infantiles. No existe una red de comunicaciones, ni una
economía nacional, a veces ni una lengua común, ni mezcla de
etnias unidas dentro de unas fronteras fijadas arbitrariamente por
la colonización. La «superestructura» viene antes que la infraes­
tructura y, cosa extraordinaria, se pone manos a la obra para crear
esa infraestructura. Es la clase política nacionalista la que crea el
partido-Estado cuya misión es la de constituir una sociedad y una
economía, en una palabra, una nación, a partir de poblaciones
heterogéneas étnica y culturalmente. Para ello, la clase política
utiliza, naturalmente, los medios que fueron los de las naciones
europeas: la necesidad de tener un enemigo, una amenaza, la
necesidad de tensión y de ruptura, de agresividad.
La necesidad de identidad nacional, nacida antes de la existen­
cia de la nación, busca a ésta de forma errante e inestable. Así, la
necesidad nacional en los países árabes duda entre los Estados ya
constituidos y la idea de nación árabe. En África, la necesidad de
identidad nacional ha dudado entre el concepto de África negra y
los Estados balcanizados de hecho. La nación no ha cristalizado
todavía 2, pero parece que las fuerzas de balcanización serán las
vencedoras, dado que no hay una potencia hegemónica que pueda
garantizar la unidad a sangre y a fuego.
El arabismo se convierte en nacionalismo, la negritud se con­
vierte en nacionalismo; el propio judaísmo, de tradición cultural
israelita, se muda por el sesgo del sionismo en nacionalidad israe-

2 Escrito en 1964.
158 SOCIOLOGÍA

lita, llegando a afirmar laicamente su derecho sobre un territorio


perdido hace dos mil años . . .
Vemos l a evolución del mundo realizarse al filo de dos ramas
que, separándose en un cierto momento, se vuelven una contra
otra pero para destrozarse mutuamente. La evolución hasta el
siglo XIX ha visto el desarrollo económico y el desarrollo de las
naciones ir al unísono. Hoy, el desarrollo económico apela a una
sociedad internacional, apela a la unidad planetaria, a pesar de
que el desarrollo de los nacionalismos tiende hacia la hiperparce­
lación planetaria.
Y nada permite presagiar todavía que pueda enraizar en la
humanidad un patriotismo del hombre, puesto que el hombre no
conoce otros enemigos que el hombre. Su «lucha» contra la natu­
raleza es metafórica: de hecho, la domestica. El hombre no cono­
ce nada más extranjero que sí mismo. ¿Cómo puede tomar con­
ciencia de su patria humana sin enemigo, sin extranjero, y, natu­
ralmente, sin movimiento de amor que le haga sentir la unidad de
la especie? ¿Sabrá la era planetaria asemejarse a la especie hu­
mana?
P O R UNA TEORÍA DE LA CRISIS

l. EL CONCEPTO D E CRISIS
EN LAS CIENCIAS S OCIALES

La utilización «ingenua» del concepto de crisis en las ciencias


sociales no es siempre tan ingenua. No sólo significa que «la cosa
no va bien» o que «todo va mal». Significa también, a menudo,
que la crisis es un revelador y un realizador.
El valor «revelador» de las crisis surge en las concepciones
según las cuales existe una dualidad entre lo latente y lo manifies­
to, lo inconsciente y lo consciente, lo virtual y lo real, y para los
cuales, evidentemente, el conocimiento no se detendría solamen­
te en lo real, en lo consciente o en lo manifiesto. La crisis, desde
ese momento, revela, de repente, la presencia, la fuerza y la for­
ma de aquello que, en tiempos normales o en situaciones norma­
les, permanece invisible. Estas concepciones destacan particular­
mente el carácter revelador cuando consideran el desorden, el
antagonismo, el conflicto, o sea, la «contradicción», no como
accidentes aberrantes en la vida social o individual, sino como
trazos inherentes a esas realidades. El lector reconocerá aquí los
postulados «críticos» (de crisis) propios del pensamiento de Marx
y de Freud que, no solamente han sido explotados de formas
diversas por los marxistas y por los freudianos epígonos, sino que
están difundidos con bastante amplitud en una vasta vulgata
antropo-sociológica contemporánea. Para ellos, el momento de la
crisis es, en alguna forma, un «momento de la verdad» .
Por otra parte, e l valor «realizador» d e la crisis viene afirmado
en los métodos en los que la evolución se concibe no como un
proceso lineal, sino como un fenómeno marcado por discontinui­
dades y rupturas. En este caso, además, podemos referirnos a
Freud y a Marx, pero también a una vasta confluencia en el pen­
samiento contemporáneo en la que tanto la teoría biológica como
el estructuralismo desempeñan su papel. En efecto, la teoría bio-

[ 1 59]
1 60 SOCIOLOGÍA

lógica moderna y el estructuralismo tienen en común la idea de


que el sistema -vivo para una y social para el otro- tiende, por
sí mismo, a mantener su invarianza, es decir, a autoperpetuarse o
a autorreproducirse sin modificarse. De ahí que toda modifica­
ción aparezca como el producto de una perturbación desorganiza­
dora en el seno del sistema considerado y de una puesta en movi­
miento de aptitudes reorganizadoras propias de ese sistema. De
repente, no existen grandes dificultades para considerar que el
fenómeno de desorganización-reorganización y el de crisis pudie­
ran tener algo en común, y que la propia evolución pudiera tener
un carácter crítico. Esto no significaría, evidentemente, que toda
crisis tuviera un efecto evolutivo, sino que la crisis pone en movi­
miento fuerzas de transformación y que puede, eventualmente,
constituir un momento decisivo en la transformación.
Es en este sentido en el que hemos intentado, nosotros mis­
mos, un primer esbozo de «crisisología» . Sin querer entrar en su
exposición, nos limitaremos aquí a subrayar un trazo que permite
resolver una de las paradojas ligadas al concepto de crisis.
Krisis: el término griego significa decisión. Su utilización ini­
cial en medicina ha conservado este sentido: la crisis es el
momento decisivo, el punto de inflexión que permite el diagnós­
tico. Ahora bien, en su sentido moderno, el concepto de crisis ha
pasado a ser de incertidumbre. Tal como hemos dicho, la crisis
aporta una relativa indeterminación allá donde imperaba un deter­
minismo aparentemente garantizado y, en este sentido, debilita la
posibilidad de previsión. Pero hay que comprender que no se tra­
ta aquí de un cambio de significado del concepto de crisis sino de
un paso de un sentido simple a un sentido complejo. En la medida
en que hay incertidumbre, hay, desde ese momento, la posibilidad
de acción, de decisión, de cambio, de transformación. El momen­
to de la indeterminación y el de la decisión se confunden en la
medida en que la decisión y la incertidumbre son interdependien­
tes. La crisis es un momento indeciso y decisivo a la vez.
Se puede, al mismo tiempo, captar la insuficiencia y el interés
del concepto de crisis: éste lleva en su seno un carácter incierto,
puesto que corresponde a una regresión del determinismo propio
del sistema considerado, por tanto a una regresión del conoci­
miento. Pero esta regresión puede y debe venir compensada por
un progreso en el conocimiento de la complej idad crítica. No es
la primera vez que un aparente retroceso del determinismo
correspondería, de hecho, a un avance de la ciencia. Ya lo hemos
visto en la microfísica, que ha debido y podido afinar su método y
POR UNA TEORÍA DE LA CRISIS 161

basarse sobre una epistemología más compleja. E s más que dese­


able que el resplandor crítico permita estrechar el abrazo del fun­
cionalismo y del determinismo mecanicista sobre la ciencia de los
sistemas sociales y su evolución.
De todas formas, incluso si el concepto de crisis llega a plan­
tear problemas a las ciencias sociales, resulta, desde este mismo
momento, necesario que las ciencias sociales le planteen el pro­
blema al concepto de crisis. Es evidente que este concepto está
hoy demasiado difundido, demasiado extendido, poco precisado
y demasiado poco operativo. Se trata, por tanto, de llamar la
atención sobre la crisis de la palabra crisis, de hacer de él un
concepto científicamente utilizable y epistemológicamente con­
trolable. Se trata de hacer que la palabra «crisis» pase del primer
nivel de lenguaje-objeto a un segundo nivel de metalenguaje
epistemológico y teórico. Ello no hará sino contribuir a aclarar
un muy vasto y diversificado terreno de investigación que se
encabalga sobre múltiples disciplinas de las ciencias sociales y
humanas. No está prohibido esperar ver, algún día, surgir una
«crisisología» .

2. POR UNA CRI S I S OLOG Í A

El concepto de crisis se difundió en el siglo xx hasta todos los


horizontes del conocimiento humano. No hay dominio o proble­
ma que no se encuentre frecuentado por la idea de crisis: el capi­
talismo, la sociedad, la parej a, la familia, los valores, la juventud,
la ciencia, el derecho, la civilización, la humanidad . . . Pero este
concepto, al generalizarse, en cierto modo, se ha vaciado de con­
tenido. Originalmente, Krisis significaba decisión: es el momento
decisivo, en la evolución de un proceso incierto, que permite el
diagnóstico. Hoy, crisis significa indecisión. Es el momento en
que, al mismo tiempo que una perturbación, surgen las incerti­
dumbres. Cuando la crisis se limitaba al sector económico, podía­
mos, al menos, reconocer ciertos trazos cuantitativos: disminu­
ción (de la producción, del consumo, etc.); crecimiento (del paro,
de las quiebras, etc.). Pero, desde que se ha ampliado a la cultura,
a la civilización, a la humanidad, el concepto ha perdido sus con­
tornos, y, como máximo, permite decir que alguna cosa no fun­
ciona, pero la información que nos da se precisa por el oscureci­
miento generalizado del concepto de crisis.
Esta palabra sirve, desde ahora, para nombrar a lo innomina-
1 62 SOCIOLOGÍA

ble, retrotrayéndonos a un doble vacío: vacío en nuestro saber (en


el corazón mismo del término «crisis») ; y vacío en la propia reali­
dad social en la que aparece la «crisis».
La palabra «crisis» se ha difundido poco a poco, invadiendo
todo ente social: pero para que este concepto recupere su sentido,
hay que llevar hasta el final la operación de crisificación y poner,
finalmente y sobre todo, en crisis el concepto de crisis. El proble­
ma clave es éste: ¿Cómo clarificar el concepto de crisis? ¿ Cómo
hacerlo clarificador (sabiendo, naturalmente, que toda aclaración
conlleva su propia sombra y que toda elucidación comporta su
propia zona ciega)? Primeramente, ¿en qué terreno vamos a con­
siderar la noción de crisis? Naturalmente, el término se ha aplica­
do en primer lugar a los organismos biológicos y puede, efectiva­
mente, aplicárseles. Pero la crisis es un concepto que despliega su
propia riqueza en el marco de los desarrollos sociohistóricos.
Es en las sociedades evolutivas modernas donde se activan de
forma múltiple las relaciones de complementariedad/competencia
entre organización y antiorganización 1, donde los antagonismos
que se regulan mutuamente corren el riesgo de desregular el con­
junto, donde los riesgos exteriores (perturbaciones ecológicas,
guerras) aportan sin cesar sus capacidades destructivas. Es en este
marco donde debemos considerar el concepto de crisis.

Los C O MPONENTES D EL CONCEPTO DE C R I S I S

El concepto de crisis está, de hecho, compuesto por una cons­


telación de nociones interrelacionadas:

La idea de perturbación

La idea de perturbación es la primera que hace surgir el concep­


to de crisis. Esta idea es, de hecho, de doble cara. Por una parte,
puede ser, efectivamente, el acontecimiento, el accidente, la per­
turbación exterior que desencadene la crisis. Y, en este sentido, las
fuentes de crisis pueden ser muy diversas: malas cosechas, inva­
sión seguida de derrota, etc. Sin embargo, las más interesantes no
son las perturbaciones generadoras de crisis, sino las perturbado-

1 Ver supra, «Un sistema autorreorganizador>>, pp. 9 1 -98.


POR UNA TEORÍA DE LA CRISIS 1 63

nes que surgen de procesos aparentemente no perturbadores. A


menudo, estos procesos aparecen como el crecimiento demasiado
grande o demasiado rápido de un valor o de una variable, con res­
pecto a los demás: crecimiento «excesivo» de una población res­
pecto a los recursos del medio (y, a menudo, en ecología animal,
aparece antes de la rarificación de los recursos, del paso de un cier­
to umbral de densidad demográfica, y provoca perturbaciones «crí­
ticas» en los comportamientos), o, como se decía en economía clá­
sica, un crecimiento excesivo de la oferta respecto a la demanda.
Cuando se consideran estos tipos de procesos en términos sis­
témicos, se ve que el crecimiento cuantitativo crea un fenómeno
de sobrecarga: el sistema se hace incapaz de resolver los proble­
mas que resolvía de este lado de ciertos umbrales. Sería neces­
ario que pudiese transformarse. Pero tal transformación no puede
concebirla o realizarla. O bien la crisis nace de una situación de
double-bind, es decir, de doble bloqueo por el cual el sistema,
bloqueado entre dos exigencias contrarias, se paraliza, se pertur­
ba y desregula.
Más ampliamente, la perturbación de crisis puede considerarse
como consecuencia de las sobrecargas o de double-bind, cuando
el sistema se encuentra enfrentado con un problema que no puede
resolver según las reglas y normas de su funcionamiento y exis­
tencia normales. De ahí, aparece la crisis como una ausencia de
solución (fenómenos de desregulación y de desorganización)
pudiendo, de repente, suscitar una solución (nueva regulación,
transformación evolutiva).
Es evidente que lo que importa para el concepto de crisis no es
tanto la perturbación externa que, efectivamente, en determinados
casos, desencadena un proceso de crisis, sino la perturbación
interna, a partir de procesos aparentemente no perturbadores. Y la
perturbación interna, provocada por sobrecarga o double-bind, se
va a manifestar esencialmente como fallo en la regulación, deca­
dencia de una homeostasis, es decir, como desregulación. La ver­
dadera perturbación de crisis es la desregulación. Lo es a nivel de
las reglas de organización de un sistema, lo es a nivel no sola­
mente de los sucesos fenoménicos exteriores en los cuales está
inmerso ecológicamente el sistema, sino de su misma organiza­
ción en aquello que tiene de generativo y de regenerador.
La desregulación organizativa se va a traducir, por tanto, en una
disfunción allá donde existía la funcionalidad, en ruptura allá don­
de existía continuidad, feed-back positiva allá donde había feed­
back negativa, conflicto allá donde había complementariedad.
1 64 SOCIOLOGÍA

El crecimiento de los desórdenes y de las incertidumbres

Todo sistema social comporta desorden en su seno y funciona


a pesar del desorden, a causa del desorden y con el desorden, lo
cual significa que una parte del desorden es rechazado, limpiado,
corregido, transmutado o integrado.
Ahora bien, la crisis es siempre una regresión de los determi­
nismos, de las estabilidades y de las constricciones internas en el
seno del sistema, es siempre, por tanto, una progresión de los
desórdenes, de las inestabilidades y de los riesgos.
Ello implica una progresión de las incertidumbres: la regre­
sión de los determinismos implica una regresión de la predicción.
El conj unto del sistema afectado por la crisis entra en una fase de
aleatoriedad en la que las formas que tomará su futuro inmediato
resultan inciertas. Naturalmente, en ciertas condiciones, resulta
posible una nueva previsibilidad, en un segundo grado: así, por
ejemplo, supongamos que en una sociedad dada se abre un perío­
do de «desórdenes» económico-políticos en cadena. La previsibi­
lidad del día a día se debilita considerablemente, pero es previsi­
ble que se imponga una solución autoritaria, solución que puede
preverse estudiando las correlaciones de fuerzas, de estrategia,
dentro de dicha sociedad y de su entorno.

Bloqueo/desbloqueo

Lo que resulta admirable es que el desencadenamiento de los


desórdenes venga asociado a la p arálisis y a la rigidez de aquello
que constituía la flexibilidad organizativa del sistema, de los dis­
positivos de respuesta, de la estrategia y de la regulación. Todo
ocurre como si la crisis anunciase dos formas de muerte que,
efectivamente conjugadas, constituyesen la muerte de los siste­
mas negoentrópicos: la descomposición, es decir, la dispersión y
la vuelta al desorden de los elementos constitutivos, por una par­
te, y la rigidez cadavérica, es decir, la vuelta a las formas y causa­
lidades mecánicas, por otra.
Este segundo aspecto, el de la rigidez, se manifiesta por el blo­
queo de aquello que, hasta entonces, garantizaba la reorganiza­
ción permanente del sistema, ante todo, el bloqueo de los disposi­
tivos de retroacción negativa que anula las desviaciones y las per­
turbaciones.
Ahora bien, este bloqueo en los dispositivos de reorganiza­
ción permanente suscita o permite el desbloqueo de las capaci-
POR U N A TEORÍA DE LA CRISIS 1 65

dades o realidades inhibidas. En efecto, el bloqueo organizativo


corresponde a una remoción de las constricciones que pesan
sobre los componentes y sobre los procesos que constituyen el
sistema.
Una vez más, el carácter central de la crisis no está solamente
en la explosión, en la aparición del desorden, de la incertidumbre;
está también en la perturbación/bloqueo sufrido por la organiza­
ción/reorganización, está en la desregulación. Y cuanto más «pro­
funda» es la crisis (crisis de «civilización») más hay que buscar el
nudo de la crisis en algún lugar profundo y oculto en el corazón
del dispositivo de regulación.
El «desbloqueo» de la crisis se manifiesta baj o aspectos diver­
sos, de hecho, inseparables unos de otros. Enumerémoslos aquí,
sin que enumeración signifique jerarquía:

1 .0 Desarrollo de las feed-back positivas.


Las perturbaciones de crisis ponen en juego fuerzas que agra­
van las fluctuaciones en lugar de corregirlas. La feed-back positi­
va es el proceso retroactivo a partir del cual la desviación, en
lugar de anularse, se mantiene, se acentúa y se amplía a sí misma.
Además, el desarrollo de las feed-back positivas se manifiesta
por:
- la transformación rápida de desviaciones en tendencias
que pueden oponerse entre sí;
- fenómenos desmesurados o desproporcionados de creci­
miento o de decrecimiento de tal o cual elemento o factor;
- procesos rápidos marcados por esta desmesura (ubris) que
pueden, eventualmente, propagar de forma vertiginosa una desin­
tegración en cadena (runaway).
En este sentido, el tiempo de la crisis es el tiempo de acelera­
ción, de amplificación, de propagación epidémica, de morfogéne­
sis (constituyendo y desarrollando formas nuevas a partir de las
desviaciones).

2.0 Transformación de las complementariedades en compe­


tencias y antagonismos.
En estos procesos, los antagonismos virtuales tienden a hacer­
se manifiestos, mientras que las complementariedades manifies­
tas tienden a virtualizarse.
Así ocurre con las relaciones entre individuos, grupos o clases
en las que podrían actuar, al mismo tiempo y de forma diversa, el
«cada uno a lo suyo» , el «todos por todos», el «todos contra
1 66 SOCIOLOGÍA

todos», el «uno contra uno», con alianzas y coaliciones tanto más


temporales y aleatorias cuanto más profunda y acelerada sea la
crisis.

3 .° Crecimiento y manifestaciones de los caracteres polé­


micos.
Todo lo que acabamos de enunciar nos demuestra perfecta­
mente que los caracteres antagónicos latentes o virtuales pro­
pios de toda organización compleja, y más particularmente, de
toda organización social histórica, emergen, se actualizan, se
manifiestan y se desencadenan. Por todas partes, el carácter
conflictivo tiende a crecer, o sea, a convertirse en dominante
(una crisis puede derivar en guerra civil o transformarse en gue­
rra exterior) .
Los conflictos se multiplican no solamente en el plano de los
individuos, grupos o clases, sino entre los dispositivos de con­
trol/regulación y entre los procesos desviantes/neotendenciales.
Puede verse perfectamente aquí que la idea de crisis no puede
reducirse a la idea de conflicto interno en el seno del sistema,
sino que porta en sí misma la posibilidad, la multiplicación, la
profundización y el desencadenamiento de conflictos.

4.0 La multiplicación de los double-bind.


En el plano de las instancias de control y de poder, los double­
bind se multiplican: el poder no puede ni tolerar ni reprimir el
desencadenamiento de los desórdenes, de las desviaciones y de
los antagonismos. Pero los individuos o grupos que participan en
la crisis pueden, por sí mismos, alcanzar umbrales más allá de los
cuales la satisfacción de sus exigencias corre también el riesgo,
debido a los crecientes peligros que conciernen a la existencia del
sistema, o sea, a su propia existencia, de acabar por anular sus
exigencias. No son solamente los dispositivos de poder/control
los que se enfrentan con los double-bind, sino también los reivin­
dicadores cuyas estrategias de acción deben, ante la incertidum­
bre y los riesgos del desarrollo de la crisis, plantearse las «contra­
dicciones» 2•

2 La relación entre crisis y double-bind puede captarse de forma simplifica­

da con dos ejemplos, uno estrictamente cibernético y el otro biológico. El pri­


mero se refiere a la tortuga electrónica de Grey Walter, cuyo comportamiento,
al dotarla de cuasirreflejos condicionados contradictorios, se hace <<neurótica>>,
POR UNA TEORÍA DE LA CRIS IS 1 67

5 .0 El desencadenamiento de actividades de investigación.


Cuanto más se profundiza y más dura la crisis, más invita a la
búsqueda de soluciones, cada vez más radicales y fundamentales.
La crisis tiene siempre, por tanto, un aspecto de despertar, y
muestra que aquello que se deba por supuesto, aquello que pare­
cía funcional y eficaz comporta, al menos, carencias y vicios. De
ahí el desencadenamiento de un esfuerzo de investigación que
pueda llevar a una técnica, a una invención a una nueva fórmula
jurídica o política que sea una innovación que reforme el sistema
y que forme, desde entonces, parte integrante de sus dispositivos
y estrategias de reorganización. La investigación puede ir más
allá de la reforma y comportar una reestructuración, una «revolu­
ción», como se dice, capaz de establecer un «metasistema» que
pueda superar los double-bind fundamentales, revelando los lími­
tes y las carencias del sistema precedente.
Hay, por tanto, en toda crisis, un desbloqueo de las actividades
intelectuales que actúa para la formulación de un diagnóstico,
para la corrección de un conocimiento insuficiente o falsea­
do, para la oposición a un orden establecido o sacralizado, para la
innovación y la creación.
Hay, por tanto, al mismo tiempo que una destrucción activa en
una crisis que se profundiza (entrada en virulencia de las fuerzas
del desorden, de la dislocación y de la desintegración), una creati­
vidad en acción. La crisis libera, al mismo tiempo, fuerzas de
muerte y fuerzas de regeneración. De ahí su ambigüedad radical.

6.0 Las soluciones míticas e imaginarias.


Pero la ambigüedad aparece en otro plano, en el seno mismo
del proceso de investigación. La búsqueda de una solución adopta
aspectos mágicos, míticos y rituales. Al mismo tiempo que las

es decir, incoherente o bloqueada. El segundo se refiere a las experiencias en


las que se ha hecho sufrir un double-bind a un animal. Tornemos un caso prácti­
co de un gato. Sea un chorro de aire caliente (que horroriza al gato) asociado a
la presentación de alimentos (que el gato desea). Al cabo de un cierto tiempo, la
doble presentación desencadena fenómenos de ansiedad, indisposiciones psico­
sornáticas, aberraciones sexuales, inhibiciones, aversiones, fobias, sospechas,
combates contra un animal imaginario y conductas ritualizadas. Este ejemplo
permite ver, no solamente el carácter múltiple y rnultidirnensional de los desa­
rreglos en cadena, es decir, la variedad de efectos de crisis, sino también formas
<<críticas» de respuesta, es decir, rituales o míticas (la lucha contra un enemigo
imaginario).
1 68 SOCIOLOGÍA

actividades intelectuales, se despliegan los procesos mágicos. Se


intenta aislar y circunscribir la culpabilidad e inmolar y liquidar
el mal, sacrificando al o a los «culpables». La búsqueda de res­
ponsabilidades se divide, desde ese momento, en dos ramales
antagónicos, uno que trata de reconocer la naturaleza misma del
mal, el otro que persigue al chivo expiatorio al que inmolar y,
naturalmente, se multiplican los culpables imaginarios, lo más
frecuente entre marginados o minorías.
Se trata de perseguirlos como cuerpos extraños y/o destruirlos
como agentes infecciosos. Así, la búsqueda de una solución se
diversifica y se desvía hacia el sacrificio ritual. Al mismo tiempo,
el malestar, las desgracias, los peligros de crisis suscitan, como
reacción, grandes esperanzas de un porvenir mejor, de solución
final y radical, de esperanza absoluta; el mesianismo de la salva­
ción infla, amplía y desarrolla en la crisis la dimensión mitológi­
ca ya presente en todos los asuntos humanos.

7 .0 La dialectización de todos los componentes.


He aislado aquí, de forma relativamente abstracta, algunos de
los componentes de la crisis; de todos modos, es evidente que la
crisis no es solamente el conjunto de sus componentes, sino tam­
bién de sus interacciones, sus combinaciones, del juego a la vez
complementario, competitivo y antagonista de sus procesos y
fenómenos, es decir, de su dialectización.
La crisis es, a la vez, bloqueos y desbloqueos, j uego de los
feed-back negativas y positivas, antagonismos y solidaridades,
double-bind, búsquedas prácticas y mágicas, soluciones en el pla­
no físico y en el plano mitológico.
El concepto de crisis es, por tanto, extremadamente rico; más
rico que la idea de perturbación; más rico que la idea de desorden,
y que lleva en su seno perturbaciones, desórdenes, desviaciones y
antagonismos, pero no sólo eso; estimulando en él a las fuerzas
de vida y a las fuerzas de muerte, que se convierten aquí, tam­
bién, más que en ningún otro lugar, en las dos caras de un mismo
fenómeno. En la crisis se estimulan simultáneamente los procesos
cuasi-«neuróticos» (mágicos, rituales y mitológicos) y los proce­
sos inventivos y creativos. Esto se embrolla, se entrecruza, se
entre-combate, se entre-combina . . . Y el desarrollo y la s alida de
la crisis son aleatorios, no solamente porque progresa el desor­
den, sino porque todas estas fuerzas, estos procesos y estos fenó­
menos extremadamente ricos se influyen mutuamente y se destru­
yen mutuamente en el desorden.
POR UNA TEORÍA DE LA CRISIS 1 69

C R I S I S Y TRANSFORMACIONES

De la acción

La crisis pone en movimiento procesos desordenados que pue­


den convertirse en desencadenados. En esas condiciones, la
acción, que se basa en la previsibilidad y en la intervención de
determinismos, se encuentra casi ahogada. Pero, baj o otro ángulo,
la acción se encuentra estimulada. En situaciones normales, el
predominio de los determinismos y de las regularidades no per­
mite la acción más que entre márgenes extremadamente estrechos
y siguiendo el sentido de esos determinismos y de esas regulari­
dades. Por contra, la crisis crea nuevas condiciones para la
acción. Al igual que la estrategia militar no puede desenvolverse
más que en el marco aleatorio de las batallas, al igual que toda
situación aleatoria permite golpes de audacia dentro de las estra­
tegias en juego, incluidos los juegos de la política, la situación de
crisis, por sus incertidumbres y aleatoriedades , por la movilidad
de las fuerzas y de las formas en presencia, crea condiciones
favorables para el desarrollo de las estrategias audaces e inventi­
vas, favorables a ese carácter propio de toda acción: la dec isión
que elige entre diversos comportamientos o diversas estrategias
posibles. Decisiones, en momentos de todo o nada, tomadas por
un número muy restringido de individuos, incluso un solo indivi­
duo (alea jacta est), pueden provocar consecuencias irreversibles
e incalculables sobre todo el proceso. En este sentido, también la
crisis es tributaria de la aleatoriedad: en algunos de sus momen­
tos-encrucij ada, es p osible mediante una acción minoritaria o
mediante una decisión individual, decantar el desarrollo en un
sentido, a veces, altamente improbable. La ampliación del papel
de la acción individual y la ampliación del papel del azar van a la
par, es decir, son dos caras de un mismo fenómeno.

El cambio: progresiones/regresiones

La crisis lleva en su seno, por lo que se refiere a las sociedades


históricas, no solamente la capacidad de vuelta al statu quo ante
(por reabsorción de la perturbación), no solamente la capacidad
de desintegración del sistema en tanto que sistema (una sociedad
puede escindirse, disociarse), no tanto la posibilidad de desinte-
1 70 SOCIOLOGÍA

gración total (una sociedad histórica es relativamente inaniquila­


ble y sólo un genocidio o un atentado mortal contra su ecosistema
pueden desintegrarla radicalmente), sino, también y sobre todo,
posibilidades de cambio. Estos cambios pueden ser locales, de
detalle, pero pueden constituir transformaciones del propio
núcleo de la organización social, y los más profundos afectan,
evidentemente, a la organización generadora de la sociedad (lo
que se llama, en el lenguaje vulgar de las ciencias sociales, la
«estructura»), que regenera sin cesar la organización fenoménica.
El carácter incierto y ambiguo de la crisis hace que su salida
sea incierta. Igual que la crisis contempla la aparición conjunta de
las fuerzas de desintegración y de regeneración (de «muerte» y de
«vida»), igual que pone en marcha procesos «sanos» (la búsque­
da, la estrategia, la invención) y «patológicos» (el mito, la magia,
etc.), igual que a la vez despierta y adormece, la crisis puede
tener una salida regresiva o progresiva.
Regresiva: el sistema pierde en complejidad y en flexibilidad:
la regresión se manifiesta, lo más frecuentemente, por la pérdida
de las cualidades más ricas, de las libertades que son al mismo
tiempo los caracteres más frágiles y los más recientes, y por la
consolidación de las estructuras más primitivas o rígidas 3 •
Progresiva: el sistema adquiere cualidades y propiedades nuevas,
es decir, una complej idad mayor.
Queda patente aquí la doble cara de la crisis: riesgo y oportu­
nidad, riesgo de regresión y oportunidad de progreso. La crisis
pone en funcionamiento, y necesariamente una por otra, desorga­
nización y organización; toda desorganización creciente lleva,
efectivamente, en su seno el riesgo de muerte, pero también la
oportunidad de una nueva reorganización, de una creación, de una
superación. Tal como ha dicho Mac Luhan: «breakdown is a
potential breakthrough». El double-bind que bloquea el sistema
abre, al mismo tiempo, el proceso de constitución de un metasis­
tema que resolverá las contradicciones insuperables y los antago­
nismos destructores del anterior, lo cual no impedirá que tenga
sus propios antagonismos y contradicciones.
·En las sociedades históricas, es frecuente que una crisis

3 Así, en la solución regresiva, se liquidarán físicamente las desviaciones,


incluso las potenciales, se anulará, antes de surgir, toda posibilidad de tendencias
críticas o antagonistas, se denunciará y se castigará a los culpables y se resolve­
rán los problemas a través de discursos ceremoniales y de actos rituales.
POR UNA TEORÍA DE LA CRISIS 171

encuentre una solución a la vez progresiva y regresiva, según los


niveles : determinados progresos económicos pueden correspon­
derse con regresiones políticas, y viceversa.

Teoría de la crisis y teoría de la evolución

La crisis no es necesariamente evolutiva y puede reabsorberse


en una vuelta al statu qua. Pero la crisis es potencialmente evolu­
tiva. Lleva en su seno, en estado naciente, los caracteres de la
evolución. Para comprenderlo, hay que deshacerse, de una vez
por todas, de la idea de que evolución es un proceso continuo que
fluye hacia adelante. Toda evolución nace siempre de aconteci­
mientos/accidentes y de perturbaciones que dan a luz una desvia­
ción, que desvían una tendencia que entra en antagonismo en el
seno del sistema y que comporta desorganizaciones/organizacio­
nes más o menos dramáticas o profundas. La evolución puede
concebirse, por tanto, como un rosario de desorganizaciones/
organizaciones cuasicríticas.
La crisis es, por consiguiente, un microcosmos de la evolu­
ción, es una especie de laboratorio para estudiar, como in vitro,
los procesos evolutivos.
Nosotros vivimos en sociedades en evolución permanente y
rápida, donde la complejidad es tal que va acompañada de gran­
des inestabilidades y desórdenes. Así, hoy, no sabemos si la evo­
lución permanente es, también, una crisis permanente. Pero, en
un momento dado, podemos diferenciar los dos conceptos porque
la crisis no es permanente. La crisis se manifiesta entre ciertos
umbrales temporales. Es necesario un antes y un después más o
menos «normales» : la crisis stricto sensu se define siempre con
respecto a períodos de estabilidad relativa. Si no, la noción de cri­
sis se embebería en la de evolución. A partir de aquí, puesto que
la evolución tiene, en todo caso, un aspecto crítico, se puede decir
que toda evolución conlleva una componente crítica y que puede
concebirse como un rosario irreversible de crisis.

¿ HACIA UNA C R I S I S O L O G Í A ?

Nosotros creemos en la posibilidad y en la utilidad de una cri­


sisología. É sta debería comportar un método de observación cua­
siclínico, ligada a una deontología: los crisis centers no deben ser
solamente médicos, sino que podrían extenderse a todos los terre-
1 72 SOCIOLOGÍA

nos; las casas de la cultura deberían ser crisis centers, no oficinas


de espectáculos. Pero el método de observación/intervención
debe estar ligado a una teoría. Repetimos: no hay teoría posible
de la crisis sin teoría de la auto-(geno-feno)-ecq-re-organización.
Naturalmente, la crisisología no podría suministrar la técnica de
análisis de una crisis; puede, solamente, ayudar a pensar sobre
una crisis particular: cada crisis necesita del estudio concreto de
su propia complejidad.
Espero haber mostrado que se puede elevar la crisis al nivel de
un macroconcepto rico y complej o que lleva en su seno una cons­
telación de conceptos. El hecho de que hayamos sido llevados a
introducir la incertidumbre, la aleatoriedad y la ambigüedad en el
concepto de crisis corresponde no a una regresión teórica, sino
como en cualquier terreno en el que penetran la incertidumbre y
la ambigüedad, a una regresión del conocimiento simple, de la
teoría simple, lo cual permite una progresión del conocimiento
complejo y de la teoría compleja.
En efecto, podemos comprender mej or la intuición marxista y
la intuición freudiana según las cuales la crisis es, a la vez, un
revelador y un realizador. Se observa mejor, en efecto, cómo la
crisis revela aquello que estaba escondido, latente y virtual, en el
seno de la sociedad (o del individuo): los antagonismos funda­
mentales, las rupturas sísmicas subterráneas, la marcha oculta de
las nuevas realidades; y al mismo tiempo, la crisis nos ilumina
teóricamente la parte sumergida de la organización social, las
capacidades de supervivencia y de transformación.
Es en este sentido en el que la crisis tiene algo de «realiza­
dor». La crisis pone en marcha, aunque no sea más que por un
momento, aunque no sea más que en estado naciente, todo aque­
llo que puede aportar cambio, transformación y evolución.
Es cada vez más extraño que la crisis, al convertirse en una
realidad cada vez más evidente intuitivamente, en un término
cada vez más empleado en múltiples sentidos, continúe siendo
una palabra tan grosera y huera, que, en lugar de despertar, con­
tribuya a adormecer (así, la idea de «crisis de civilización» ha
pasado a ser completamente soporífera, por más que implique una
verdad inquietante); este término diagnóstico ha perdido toda vir­
tud explicativa. Se trata hoy de profundizar en la crisis de la con­
ciencia para, al final, hacer emerger la conciencia de la crisis. La
crisis del concepto de crisis es el inicio de la teoría de la crisis.
P O R UNA TEORÍA DEL CAMB I O

Hemos visto que e l concepto de complejidad d e un sistt{ma n o


significa solamente que el sistema ponga en j uego u n número
extremadamente grande de unidades (un organismo vivo puede
comprender miles de millones de células que están en interdepen­
dencia y que interaccionan). Lo que significa es:
a) Que el encabalgamiento de interacciones es tal que es
imposible para el entendimiento humano, incluso en condiciones
ideales, concebirlas analíticamente. Por tanto, no tiene sentido
proceder por aislamiento de las variables si se quiere concebir el
conjunto de un sistema o, incluso, el de un subsistema complejo.
b) Que los sistemas multiestáticos hacen aparecer y desapa­
recer las constricciones y las emergencias, es decir, proceden por
saltos cualitativos internos que desafían a los análisis clásicos.
e) Que los sistemas complejos funcionan con una parte e
incertidumbre (ruido), mientras que el «ruido» perturba a las
máquinas.
Von Neumann había evidenciado la complejidad al constatar
que la fiabilidad de una máquina era inferior a la de cada uno de
sus componentes, mientras que la de un organismo vivo era siem­
pre mayor. La razón es que el organismo vivo, debido a la equifi­
nalidad, a la transferencia de funciones, a la autorreparación, etc . ,
incrementa s u propio determinismo, se sobredetermina; pero,
para ello, utiliza la incertidumbre, la aleatoriedad, la ambivalen­
cia y se sobreindetermina.
Así, el crecimiento de la complejidad puede entenderse como un
crecimiento del determinismo interno del sistema y como un creci­
miento de sus desórdenes, incertidumbres e improbabilidades, con­
juntamente, ligados al crecimiento de sus aptitudes organizativas.

LA HIPERCOMPLEJIDAD

Por muy sorprendente que sea la complejidad, por muy grande


que sea la reelaboración epistemológica que imponga, siempre que-

[ 173]
1 74 SOCIOLOGÍA

da sobrepasada por aquello que debemos llamar la hipercompleji­


dad, que representa una reorganización cualitativamente nueva.

l. LA D I S MINUCIÓN DE LAS CONSTRICCIONES

¿ Qué es, por tanto, un sistema hipercomplejo ? Es un sistema


que disminuye sus constricciones al aumentar sus aptitudes orga­
nizativas, y particularmente su aptitud para el cambio.
El cerebro humano y, en ciertos aspectos, las sociedades
modernas constituyen sistemas parcialmente hipercomplej os .
La complejidad no puede prescindir de una fuerte programación
(genética, en los organismos vivos, y sociocultural, en las socieda­
des arcaicas o tradicionales), de una fuerte jerarquización y de una
fuerte y rígida especialización de los elementos constitutivos.
La hipercomplejidad corresponde al debilitamiento o desapari­
ción de los principios rígidos de programación, de jerarquización,
de especialización en beneficio de estrategias creativas o inventi­
vas, de la polivalencia funcional (de las unidades de base o de los
subsistemas), del policentrismo en el control y en la decisión.
Así, cuando consideramos el cerebro humano, nos sorprendemos
por la débil especialización de sus unidades constitutivas (neuro­
nas), por la dialectización más que por la jerarquía rígida entre
neocéfalo, mesocéfalo y paleocéfalo, y por la ausencia de un ver­
dadero centro de poder, frente la presencia de múltiples centros
operativos en interacción. Las sociedades humanas son, virtual­
mente, hipercomplej as (un cerebro pensante), en las que la divi­
sión del trabaj o (a diferencia de las sociedades de insectos) no se
inscribe somáticamente ni en los individuos ni en las clases o cas­
tas sociales. Estas sociedades tienden a convertirse en hipercom­
plej as en tanto que las jerarquías se relajan, en tanto que la deci­
sión se descentraliza y se desmultiplica, en tanto que se inician
procesos de especialización (poliactividades, multiplicidas de
roles sociales). Pero es evidente que las sociedes, incluso las más
evolucionadas, siguen siendo todavía, en muchos aspectos, sola­
mente complejas.

2. LA IMPRECISIÓN

Mientras que la complej idad filtra fuertemente el «ruido», el


riesgo, el acontecimiento exterior (que quedan reducidos, frena-
POR UNA TEORÍA DEL CAMBIO 1 75

dos y rechazados por las respuestas programadas, las constriccio­


nes, las homeostasis y los dispositivos especializados), vemos
que la hipercomplej idad utiliza, de forma considerable, el ruido,
el riesgo y el suceso. El ruido salpica a la complejidad, pero la
hipercomplejidad se zambulle en él y utiliza el azar para enrique­
cer continuamente su información, es decir, para aprender, desa­
rrollarse y evolucionar.
Por ello, los fenómenos imprecisos constituyen un carácter
propio de hipercomplejidad que apenas empiezan a ser reconoci­
dos y considerados (especialmente por la matemática de los fuzzy
sets). Sería inútil aplicarles conceptos demasiado precisos y una
cuantificación concreta: el verdadero rigor está, no en el método
rígido, sino en el reconocimiento flexible de la imprecisión: sola­
mente la investigación fenoménica y de las nuevas elaboraciones
teóricas serán capaces de aprehender la imprecisión.

3. LA MODIFICACIÓN

El sistema complej o está, principalmente, dirigido por las


homeostasis, la autoperpetuación y la autorreproducción. Cier­
tamente, cuando más crece en complej idad, más capaz es de auto­
modificarse fenoménicamente mediante el aprendizaje. Pero su
dispositivo generativo (reproductor) no puede evolucionar más que
bruscamente por una mutación accidental y rarísima. El sistema
hipercomplej o se modifica sin cesar: el cerebro humano se modifi­
ca bioquímicamente en cada operación. Las configuraciones del
sistema mental (visión del mundo, ideología) pueden modificarse
según la experiencia adquirida. Las sociedades modernas son
sociedades en evolución permanente. En el sistema complejo, el
dispositivo fenoménico no modifica, o lo hace excepcionalmente,
el dispositivo generativo (como en el organismo vivo donde el
ADN no queda afectado por la experiencia fenoménica, o como en
las sociedades arcaicas donde el dispositivo cultural de las normas
está protegido, blindado, dentro de lo sagrado, del tabú, de lo pres­
crito y de lo ritual y opone sus resistencias a la novedad). En los
sistemas hipercomplej os, la distinción de lo generativo y lo feno­
ménico es menos clara y las interferencias se multiplican . . . el cen­
tro fijo de referencia tiende a hacerse evolutivo.
Todos estos trazos coinciden para mostrar que la tendencia
fundamental de la hipercomplejidad es la de constituir una orga-
1 76 SOCIOLOGÍA

nización tanto más refinada cuanto más incierta, tanto más orga­
nizada cuanto que está desorganizada, y cuya aptitud fundamental
es la aptitud para la evolución, o sea, para la evolución permanen­
te. La organización hipercompleja está abocada al mantenimien­
to de su propia identidad en el cambio que le permite adquirir
nuevas propiedades, pero que le hace correr, también, riesgos
permanentes. La organización hipercompleja apela continuamen­
te a las fuerzas nacientes de reorganización y, por ello, tiene
necesidad de una cierta desorganización.
De ahí, las consecuencias de importancia capital por lo que se
refiere al problema de la funcionalidad y al de la patología.

4. F U N C I ON ALIDAD Y PATOLOGÍA
EN LOS S IS TEMAS H IPERCOMPLEJOS

Un sistema complejo está programado en función de sus objeti­


vos concretos, y sus actividades pueden considerarse como fun­
cionales o no, a la vista de esos objetivos enumerables. De todos
modos, Kant ya había destacado que las verdaderas finalidades de
un sistema vivo eran desconocidas y que existía una incertidumbre
en lo referente a los fines y los medios, en un organismo. Por otras
vías, los cibernéticos descubrieron que el objetivo de un sistema
con plurifinalidades se convierte en incierto. Podríamos pregun­
tarnos: ¿«sueña» «la ameba» con reproducirse? (Jacob), ¿ «sueña»
con metabolizar? En otras palabras, ¿vivimos para vivir o para
sobrevivir? Y, sin paradoj a: ¿comemos para vivir o vivimos para
comer (disfrutar)?
El aprendizaje, el desarrollo y la evolución hacen caducas
algunas finalidades y engendran otras nuevas. Las constricciones
decrecen. La incertidumbre creciente afecta a las propias finalida­
des. Podríamos, incluso, avanzar que no sería posible optimizar
un sistema hipercomplejo: su naturaleza incierta y su naturaleza
evolutiva son dos caras de una misma realidad.
El único óptimo, para una sociedad evolutiva, es el de conver­
tirse en un verdadero sistema hipercomplejo, pero no sabríamos
decir si su finalidad es el crecimiento económico o la felicidad de
los individuos. No sabríamos decir, de forma más general, si la
finalidad de la sociedad es el individuo, si la finalidad del indivi­
duo es la sociedad, si la finalidad de uno y otra es la especie
humana, etc. Y si la finalidad del hombre (concebido a la vez
como especie, como sociedad y como individuo) es todo eso a la
POR UNA TEORÍA DEL CAMBIO 1 77

vez, llegamos a contradicciones e incertidumbres, ciertamente


dinámicas, que fundamentan, sin duda, la hipercomplej idad
humana, pero de las que no sabríamos extraer ningún criterio de
funcionalidad unívoco y claro.
Así, cuanto más responde el método funcionalista a los objetos
precisos en los sistemas puramente autoperpetuadores homeostáti­
cos, tanto más puede inducir a error en el devenir hipercomplejo.
Lo mismo ocurre con la patología, que es el inverso de la fun­
cionalidad. En la complejidad, apartarse de la norma (programa o
función) es patológico y comporta, las más de las veces, decaden­
cia o declinación, salvo el caso rarísimo de una mutación que haga
adquirir una propiedad nueva. En la hipercomplejidad, apartarse
puede ser patológico cuando hay pérdida de una propiedad de sín­
tesis o de análisis; pero puede resultar, también, una innovación. La
patología de la hipercomplejidad se hace hipercompleja cuando la
desviación puede ser sinónimo de creatividad y cuando los cambios
son los elementos constitutivos del sistema cuya norma se convier­
te en la evolución, es decir, en la transformación de la desviación
en normalidad y la normalidad en desviación.
Así, la hipercomplejidad obliga a una reorganización episte­
mológica, a la elaboración de una concepción teórica adecuada y
a la utilización de un método clínico adaptado a su objeto feno­
ménico.
Ello es tanto más necesario cuanto que la sociedad moderna,
en la que se superponen el juego de las regulaciones homeostáti­
cas y el juego del cambio, para mej or complicar las cosas, es a la
vez compleja e hipercomplej a, y ello no solamente por estratos,
sino por combinaciones variables que modifican los estados inter­
nos y los acontecimientos externos y donde la regulación se mez­
cla con el cambio.
De todos modos, la hipercomplejidad nos muestra que impre­
cisión, incertidumbre, estrategia e innovación están relacionadas.
Más ampliamente, la teoría de la hipercomplej idad coincide con
la de la evolución.

EL CAMBIO S OCIAL

1 . EL CRECIMIENTO

Tendemos demasiado a considerar la evolución como un fenó­


meno continuo. Ciertamente, podemos trazar curvas de creci-
178 SOCIOLOGÍA

miento, orientaciones evolutivas y esquemas de desarrollo. Pero


las representaciones gráficas o teóricas no deben enmascarar la
realidad fenoménica: la evolución se produce mediante múltiples
cambios; estos cambios deben considerarse como saltos o ruptu­
ras en un continuo que, si no, sería puramente cíclico-repetitivo;
cada cambio puede considerarse como una ruptura (de equilibrio,
de homeostasis) y, en último término, toda evolución puede con­
siderarse como desorganización (parcial, local o general), seguida
de reorganización, es decir, que provoca una reorganización, la
cual, a su vez, se encuentra afectada con el nuevo cambio.
El crecimiento, si se considera la variable creciente ( demogra­
fía, producto interior bruto, etc.), parece ser un fenómeno conti­
nuo. Pero, si nos colocamos en el punto de vista de la autorregula­
ción del sistema en la que se produce, se trata de un fenómeno de
ruptura del equilibrio o de la homeostasis: el crecimiento de un
elemento demográfico, por ejemplo, tiende a desorganizar el con­
junto del que el elemento formaba parte, si los demás elementos
no crecen de forma simultánea y proporcional (si el crecimiento
de subsistencias no sigue al de la población, si la subida de sala­
rios no sigue a la de los precios, etc.). Ahora bien, no hay creci­
miento simultáneo y general en un sistema complejo o hipercom­
plej o más que si se programa con anterioridad (programa genéti­
co). En el terreno de las sociedades, el crecimiento es un fenóme­
no desigual, tanto en el sentido de la «Ley» de Malthus (desigual­
dad del crecimiento de la población y del de las subsistencias),
como en el de la «Ley» de Lenin (desigualdad del desarrollo). El
crecimiento, fenómeno de desorganización (de la feed-back que la
inhibía) es, al mismo tiempo, provocador de una creciente desor­
ganización.
Pero, evidentemente, la desorganización va a provocar proble­
mas, conflictos y redistribuciones, y, a través de ellos, procesos
nuevos de reorganización; para adaptarse al crecimiento de un
elemento, la sociedad se va a modificar, es decir, se va a desorga­
nizar-organizar (con el riesgo de fracasar), es decir, va a evolu­
cionar. Pero ya vemos que el crecimiento es fuente de aconteci­
mientos (rupturas, conflictos, tentativas o éxitos reorganizativos),
es decir, que el crecimiento, aparentemente el más regular de los
fenómenos, el menos turbulento, el menos perturbador, lleva a su
seno la irregularidad, la turbulencia y la perturbación.
Es difícil, a veces, distinguir entre crecimiento y desarrollo por­
que los dos conceptos cubren, no dos esferas distintas, sino clara­
mente una misma esfera de fenómenos. Un crecimiento es poten-
POR UNA TEORÍA DEL CAMBIO 179

cialmente rico en desarrollos, es decir, en posibilidades metamórfi­


cas que aporten desorganizaciones-reorganizaciones. El crecimien­
to es el término que conviene a una variable aislada; el desarrollo es
el aspecto global de las modificaciones en cadena, en el sentido de
la complejidad, que van a suscitar las emergencias metamórficas.
Si consideramos ahora la evolución ya no en la manifestación de
tendencias (crecimiento, desarrollo y, también, evidentemente,
decrecimiento y regresión de elementos provocados por el creci­
miento y la progresión de otros elementos), si no en su origen, apa­
rece aquello a lo que podemos llamar novedad. La novedad puede
venir del exterior o del interior, puede ser una agresión al sistema o,
por el contrario, una solución, puede ser una desorganización o una
promesa de reorganización; si es reorganizadora, va a desencadenar,
necesariamente, un proceso de desorganización. Así, crecimiento,
desarrollo y novedad nos dicen la misma cosa, pero en ámbitos y
según registros diferentes: que la evolución se descompone en fenó­
menos de desorganización-reorganización; que los elementos desor­
ganizadores (bajo ciertas condiciones) pueden ser elementos, inclu­
so, de crecimiento, de desarrollo y de evolución; y que la capacidad
reorganizadora puede ir en el sentido de la complejidad.

2. LA NOVEDAD

En el origen del cambio, existen condiciones para la aparición


de la novedad. La novedad es siempre un suceso, es decir, una
perturbación, una irregularidad, una improbabilidad respecto a la
norma o a la media estadística. La novedad aparece, por tanto,
siempre como distanciamiento, en la zona marginal o desviante
de los fenómenos regulares. Para una especie viva, la novedad
mutativa es un distanciamiento y una desviación extraordinaria­
mente rara. Y, sin embargo, es el fundamento de toda la evolución
biológica. Lo propio del sistema hipercomplej o es multiplicar las
posibilidades de aparición de la novedad, pero ésta sigue siendo
siempre un distanciamiento y parece estar siempre al principio de
una desviación, de una anomalía, de una rareza.

3. D E L A DESVIACI Ó N A L A TENDENCIA

No todo distanciamiento lleva en su seno la innovación, el cam­


bio o la evolución; no comporta una virtualidad generadora de cis-
1 80 SOCIOLOGÍA

ma más que si encuentra condiciones de ampliación y de desarro­


llo; es necesario que prolifere, que resista a las feed-back negati­
vas, que franquee umbrales (gates), que provoque una resonancia,
un estímulo (feed-back positiva), en resumen, que nazca una ten­
dencia a partir de micro-medios o micro-fenómenos (o sea, a partir
del individuo y del accidente). El desarrollo de una tendencia es un
fenómeno extremadamente importante, pero extremadamente com­
plejo: la tendencia es, por una parte, una feed-back positiva, una
desviación que crece por sí misma; pero su desarrollo está conteni­
do, compartido y frenado por las feed-back negativas, si no, sería
una epidemia, una aceleración (runaway).
Cuando se consideran las tendencias en las sociedades moder­
nas (hipercomplejas), se observa que los conceptos de feed-back
negativa y positiva resultan insuficientes pues, a partir de un cier­
to momento, quien controla la tendencia es una dialéctica incierta
de lo negativo y lo positivo. Cuando ésta se hace poderosa y
dominante se establece una contradanza que, por una parte, tiene
el aspecto de un re-equilibrio aportado por una feed-back negati­
va de grado profundo, es decir, una vuelta a lo antiguo, y, por la
otra, tiene el aspecto de la novedad y de la ruptura, respecto a la
tendencia dominante que hace la función de norma. Lo que ocurre
es que, en las sociedades modernas en evolución permanente, la
norma está constituida por las tendencias dominantes -la ten­
dencia a la industrialización, la tendencia a la urbanización-, a
las cuales se van a oponer no ya las tendencias «reaccionarias»
clásicas, sino las contratendencias ambiguas orientadas hacia el
porvenir y hacia el pasado (neonaturalismo, neoanarquismo, neo­
tribalismo). Lo que podemos llamar regulación, en nuestras
sociedades, están hecho de complejos juegos entre tendencias y
contratendencias, de su desregulación mutua que se convierte, en
cierto modo, en corrección mutua.
Así, en las sociedades en rápida evolución, las génesis de cis­
mas de ayer se convierten en ortodoxia de hoy, de la que diverge
una nueva génesis de cisma, y así sucesivamente.
Cuando una tendencia se hace dominante y hegemónica, se
hace consustancial al sistema. La tendencia que representaba al
desarrollo industrial en una sociedad rural se convierte, por creci­
miento, consolidación y arraigo, en trazo constitutivo de las
«sociedades industriales» . La tendencia se convierte en trazo
constitutivo cuando su carácter fenoménico se inscribe en el dis­
positivo generador. Desde ese momento, se ha completado la
morfogénesis.
POR UNA TEORÍA DEL CAMBIO 181

4. H IPERCOMPLEJIDAD Y EVOLUCIÓN

Si hipercomplejidad y cambio se confunden es porque la


sociedad hipercompleja es extremadamente propicia a la apari­
ción de distanciamientos-desviaciones, de la génesis de cismas y
de morfogénesis, de tendencias y contratendencias, en una pala­
bra, es hormiguero de acontecimientos, es decir, de novedades
virtuales.
La sociedad moderna no es solamente sensible a los aconteci­
mientos exteriores, que vienen del ecosistema o de otras socieda­
des, por tanto apta para asimilar y desarrollar las novedades
extranjeras, sino que provoca por sí misma los acontecimientos y
los distanciamientos debido al carácter extremadamente laxo de
la integración de los elementos que la constituyen. La sociedad
moderna mantiene una inestabilidad permanente que hace que el
juego a las complementariedades sociales sea al mismo tiempo un
juego de antagonismos, que el juego de las diferencias sea al mis­
mo tiempo un juego de oposiciones, que los ritmos oscilatorios,
especialmente las depresiones económicas, crean por sí mismas,
cuando se agravan por una coyuntura desfavorable, verdaderos
distanciamientos sociológicos (crisis). La sociedad moderna está
débilmente integrada culturalmente; la implacabilidad de las nor­
mas y de los tabúes se ha debilitado; las zonas de anomalía, de
marginalidad y de originalidad están más o menos toleradas y
constituyen por sí mismas zonas de distanciamientos sociológi­
cos, propias para la génesis de cismas y de morfogénesis. El dis­
tanciamiento no se sitúa solamente en los micromedios periféri­
cos sino que puede situarse en la zona de decisión, en el propio
poder, cuyos detentadores pueden, en ciertas condiciones, toman­
do opciones nuevas, permitirse realizar distanciamientos, es
decir, desviaciones motrices y morfogenéticas.
No hay que olvidar que todo individuo es un distancimiento
debido a sus trazos singulares. Naturalmente, la mayor parte de
los distanciamientos quedan estadísticamente absorbidos y reteni­
dos o inhibidos mediante los roles sociales y profesionales, de tal
manera que no resultan operativos más que en un marco reducido.
Pero la sociedad moderna, en tanto que más tolerante con las des­
viaciones y originalidades, incluidas las artísticas, intelectuales y
científicas, se abre a la vez al «ruido», a las aleatoriedades, a los
acontecimientos y a los distanciamientos. Es siempre a partir de
uno o de varios individuos de donde nace una conducta, una idea
o una invención nueva. La autonomía individual es, por tanto, una
1 82 SOCIOLOGÍA

condición, no solamente de la novedad y de la invención, sino de


los inicios de morfogénesis y de génesis del cisma, de las nuevas
tendencias y contratendencias, hasta el momento en que el snobis­
mo, y después el conformismo, contribuyan a su desarrollo 1 •
Todo esto nos muestra cómo la virtualidad innovadora o modi­
ficadora de la individualidad puede integrarse en la teoría del
cambio social. La diferencia individual y el distanciamiento indi­
vidual no son solamente variaciones aleatorias que una visión a
nivel de las poblaciones puede absorber; son los lugares y los orí­
genes de la novedad. Es el lugar donde se realiza el arder from
noise principie de Von Foerster, principio según el cual un acci­
dente aleatorio puede contribuir a la formación de un orden nue­
vo, de una forma nueva, de una complejidad nueva, puesto que
pone en movimiento a las fuerzas sistemáticas de desorganiza­
ción-reorganización.

1 ¿Cómo puede, en este caso, realizarse la previsión? Jacob Bronowski ya


había dicho: <<Por mucho que un proceso estadístico tenga una dirección, es un
movimiento hacia la media; y es exactamente lo que no es la evolución.>> Por
nuestra parte, hemos sostenido que la tarea previsora de una sociología no puede
limitarse a prolongar hacia el futuro las tendencias tecnoeconómicas del presente,
atribuyéndoles una hipotética tasa de crecimiento, sino que debe indicar las
depresiones cíclicas, las arenas movedizas, las germinaciones, incluidas las mito­
lógicas, las fuentes de nuevos problemas, confusiones y problemas posibles
(Rumeur d'Orléans, p. 109). Dicho de otro modo, son los sucesos y las crisis los
que, a condición de comprenderlos en sus condiciones socioeconómicas y espe­
cialmente en el marco de la complejidad y de la hipercomplejidad, pueden contri­
buir a la previsión.
III
SOCIOLOGÍA DEL PRESENTE
A. EL �MÉTODO IN VIVO

N o existe todavía hoy u n laboratorio posible en


sociología. El único laboratorio de sociología es el pla­
neta Tierra, en su totalidad y en su finitud, en su pasado
y en su presente, único campo posible para la única
experimentación posible, aquella que realiza sin tregua
el fluido de los acontecimientos y de los cambios. Este
laboratorio contiene las huellas sociales multimilena­
rias, los registros, algunos de los cuales con una anti­
güedad de cien siglos. Pero los archivos tienen extraor­
dinarias lagunas. Pero este laboratorio no está cerrado y
sus brechas no se pueden llenar. El inconveniente, sin
embargo, tiene también una ventaja: los sistemas que
estudiamos no son cerrados sino abiertos y la necesidad
de considerar para todo sistema abierto la relación siste­
ma-ecosistema nos permite, a la vez, aislar relativamen­
te el objeto de estudio, siempre salvaguardando su rela­
ción ecosistémica.

París, 1 969

Es absolutamente necesario c ircunscribir el campo


de estudio y respetar su singularidad irreductible; pero,
al mismo tiempo, como en todo sistema complejo, lo
local contiene, de una cierta manera, al todo en el cual
se inscribe (así, cada punto de holograma, aun siendo un
punto singular de una imagen, contiene casi toda la
información de la imagen de conjunto); además, eviden­
temente, el sistema local está típicamente abierto y no
existe más que en la intercomunicación con la sociedad
regional, la cual, también, etc. Por tanto, hay a la vez un
estatuto singular particular y un estatuto microsistémi­
co/hologramático en el objeto mismo de la investiga­
ción local. Y el investigador tiene la tarea difícil, tre­
menda y compleja de dar cuenta de estos dos caracteres
sin diluirlos/disolverlos uno en otro. Ésta es la razón
por la cual la investigación local exige también mucha
estrategia, invención y, si quiere ser ciencia, también
debe ser arte.

París, 1 982

[ 1 85]
PRINCIPIO S DE UNA S O CIOLO GÍA
D EL PRES ENTE

Existe una oposición entre una sociología, dominante hoy, de


la especialización disciplinaria, de la regularidad y de los méto­
dos estadísticos, pero que no llega en absoluto a conquistar la
comprobación científica que permite la experimentación, y nues­
tra tentativa, centrada en el fenómeno más que en la disciplina, en
el acontecimiento más que en la variable, en la crisis más que en
la regularidad estadística. Existe también una oposición en el
terreno de la metodología empírica, en la que nosotros tendería­
mos a privilegiar la observación y la intervención sobre los pla­
nos de la epistemología y de la teoría general, y donde nosotros
tenderíamos a centrar nuestro esfuerzo no es la catalogación plu­
ridisciplinaria o en la formalización llamada estructural, sino en
la elaboración de un sistema antropo-socio-histórico. En este
nivel, indiquémoslo claramente, la oposición entre nuestra con­
cepción y las demás se convierte en complementaria puesto que
nosotros preconizamos una teoría multidimensional que se
esfuerce por asimiliar los logros de todas las disciplinas y de
todos los métodos. Lo que nos anima es la preocupación por
representar a una corriente ahogada por las corrientes técnico­
sociológicas dominantes y por desempeñar el papel, necesario
desde nuestro punto de vista, del elemento marginal, a la vez
negativo (polémico) y positivo (reconstructor).

EL FEN Ó M E N O

El fenómeno es lo que aparece, lo que emerge en la realidad


social, como dato (o conjunto de datos) relativamente aislable.
Sería, quizá, una institución, una ciudad, una corriente opinión,
un mito, una moda, etc. La categorización disciplinaria delinea un
ángulo de mira, un sector, en el fenómeno y, por así decirlo, lo
desintegra. Puesto que el fenómeno es a la vez, por ejemplo, geo­
gráfico-histórico-económico-sociológico-psicológico-etc. Por lo

[ 1 86]
PRINCIPIOS D E UNA SOCIOLOGÍA DEL PRESENTE 1 87

demás, es con el fin de aprehender los fenómenos por lo que se


constituyen los equipos pluridisciplinarios o interdisciplinarios,
pero nosotros creemos que hay que ir más lejos aún y plantearse
las policompetencias que permitan una adherencia a dos polariza­
ciones que movilicen a todo estudio de un fenómeno, es decir, por
una parte, el dato singular concreto y, por otra, la teoría. Se trata,
por tanto, a partir del impulso fenomenológico, de darle aliento a
la teoría y a lo concreto, ambos correlativamente atrofiados, sub­
desarrollados, ahogados en una middle range entre teoría y con­
creto, pobre de la una y mutilada de la otra.

EL SUCESO

La sociología dominante reduce la sociedad a la exclusiva


noción de sociedad industrial (o postindustrial), circunscribe lo
singular concreto en monografías descriptivas y elimina pura y
simplemente el suceso, considerado como accidente, como con­
tingente, que hay que descartar para concebir la verdadera reali­
dad social, que tiende a la repetición, a la regularidad, o sea, a la
estructura.
Ahora bien, a nosotros nos parece que el suceso debe conce­
birse, ante todo, como una información que hace irrupción tanto
en el sistema social como en el sistema mental del sociólogo.
Incluso si se permanece en el nivel de un modelo cibernétic o
d e la vida social, e l suceso-información es, precisamente, lo que
permite comprender la naturaleza y el funcionamiento del siste­
ma. Si se nos permite una analogía biológica, el suceso es el
estrés, la perturbación que desencadena proceso de reequilibra­
miento en un organismo, bien mediante la represión o la aniquila­
ción, o bien mediante la integración y la evolución, es decir,
mediante la modificación y el cambio.
Incluso en esos dos niveles, el suceso es un test activo sobre el
sistema en el cual actúa y, además, nos permite abordar el proble­
ma primordial del cambio.
En efecto, los sucesos intervienen de forma múltiple y decisi­
va en la historia humana, tanto si son de origen externo a la vida
social, como los cataclismos naturales, las modificaciones climá­
ticas, etc. , como si son de origen social, pero externos a una
sociedad considerada, como las invasiones, las agresiones, las
guerras, como si son internos a las sociedades, como los acciden­
tes políticos, los conflictos sociales o las crisis. Por tanto, no hay
1 88 SOCIOLOGÍA

que pretender captar solamente de la realidad social los sistemas


equilibrados. É stos deben concebirse, según la expresión de Max
Weber, como «racionalizaciones utópicas», instrumentos cómo­
dos a los que no hay que considerar como modelos «Verdaderos»
de la realidad social: ésta es mucho más funcional-disfuncional
respecto a estos seudomodelos, y está constituida por una dialéc­
tica permanente entre las tendencias a la constitución de sistemas
equilibrados y las contratendencias desquilibradoras. Esta dialéc­
tica, de la que nacen las modificaciones, evolutivas o involutivas,
está, efectivamente, j alonada por los sucesos que se nos presentan
como otros tantos mensaj es enigmáticos, otros tantos avisos, es
decir, como otros tantos reveladores significativos.
No estamos más que en los inicios de una sociología del suce­
so. Indiquemos solamente, aquí, como polos de interés metodoló­
gico para todo estudio del suceso:
1) la atención, ya señalada, a los procesos de modificación y
reabsorción provocados por el suceso;
2) la atención al desencadenamiento (de otros sucesos, de
nuevos procesos) por sincronización de dinamismos coyuntural­
mente agrupados, pero, hasta entonces, independientes, y/o por el
despertar de trazos isomorfos latentes baj o las diferencias o hete­
rogeneidades. Así, por ejemplo, la revuelta estudiantil del 3 de
mayo de 1 968 sincronizó y exaltó inmediatamente tendencias
contestatarias y lúdicas presentes o latentes en diversas categorí­
as de adolescentes (estudiantes de bachillerato, j óvenes trabaj a­
dores, j óvenes marginales). En este segundo estadio, la revuelta
estudiantil-j uvenil (englobando esta vez a j óvenes obreros), sin­
cronizó con y activó la virulencia de una oposición entre aquellos
que sufrían un poder y aquellos que lo detentaban, y ello durante
varias semanas, a pesar de las diferencias de condición de las
heterogeneidades de todo orden.
El estudio de la virulencia de los sucesos no puede separarse de
los procesos de comunicación de los sucesos y de los caracteres
simbólicos, o sea, mitológicos, que adquieren, desde el momento
en que entran en la comunicación social.

LA TEMPORALIDAD S O C IAL

Así, nosotros integramos profundamente la sociología en los


procesos de evolución-involución, nosotros nos reinterrogamos
acerca del proceso; tendemos a reencontrar la historia. Pero,
PRINCIPIOS DE UNA S OCIOLOGÍA DEL PRESENTE 1 89

mientras que en la primera mitad de este siglo, baj o la influencia


del marxismo y del impulso de la escuela de los Annales, era l a
historia l a que s e acercaba a l a sociología, hoy e s la sociología l a
que s e acerca a la historia, n o solamente para restituir las ruptu­
ras, los accidentes, los sucesos y las crisis, en el seno de proble­
mática sociológica, sino también para comprender que el devenir
tiene sus estructuras, y que el suceso y la crisis, rechazados como
irracionales por la sociología dominante, obnubilada por el
estructuralismo, son portadores en sí mismos de esas estructuras,
las cuales no pueden, por lo demás, expresarse más que de forma
dialéctica, es decir, por acomplamiento de términos antagónicos.

S ociOLOGÍA CLÍNICA

Todo esto nos lleva a formular la necesidad de una sociología


clínica, es decir, que parta de la observación directa del suceso o
accidente, del caso extremo o patológico, empezando por la cri­
sis. Aquello que era rechazado como insignificante, imponderable
o estadísticamente minoritario, aquello que perturba la estructura
o el sistema, todo eso para nosotros es extremadamente significa­
tivo como relevador, desencadenante, enzima, fermento, virus,
acelerador, modificador. . .
Una sociología clínica toma u n sentido totalmente sorpren­
dente en la contemp oraneidad del sujeto (investigador) y del
sujeto-objeto (de la investigación). Hasta ahora, no se ha querido
ver más que el aspecto perturbador de esta relación. El historia­
dor justificaba la validez científica de su propósito mediante el
distanciamiento temporal entre su atención y el objeto estudiado
(el «retroceso» histórico), y el sociólogo pretendía ser un sabio
al rechazar el cuerpo a cuerpo concreto, es decir, la dialéctica
entre el sujeto investigador y el suj eto-obj eto estudiado. Ahora
bien, hoy resulta que las ciencias más avanzadas, como la micro­
física, redescubren la problemática de la indisolubilidad y de la
intercomunicación de la pareja sujeto-objeto. En tanto que los
métodos de simulación no han desarrollado posibilidades de sus­
titutos analógicos para el método experimental, las ciencias
humanas son prisioneras de esta dialéctica que significa, de for­
ma muy precisa, desde el punto de vista metodológico, que la
ciencia es un arte y que el arte es una ciencia, que el sociólogo es
como un clínico para quien el arte y la ciencia se confunden en la
operación del diagnóstico. Y, además, si bien es cierto que la
1 90 SOCIOLOGÍA

ciencia social se resiente de no poder experimentar rigurosamen­


te, la única aproximación experimental, ¿no sería aquella que
ofrece el único laboratorio a nuestra disposición, es decir, la
escena histórico-mundial? ¿No se trataría, hoy, de afinar el méto­
do comparativo considerando, desde ahora, los isomorfismos de
un modo mucho más flexible que como se concebían en otros
tiempos las analogías? ¿No se trataría de concebir, con la ayuda
de una semiología adecuada y reconociendo que todo lo que sur­
ge en la vida social es un signo y que esos signos constituyen
tests sociales espontáneos, ricos de significado enigmático a elu­
cidar? La vía está abierta y no estamos más que en los primeros
pasos.

EL TERRENO D E L PRESENTE

Por lo que respecta al terreno del presente, es decir, a la pre­


sencia del encuestador-investigador en el fenómeno-suceso estu­
diado, es necesario que nos aprovechemos de las ventajas y de los
inconvenientes científicos, perfectamente conocidos , de una
excesiva proximidad a lo concreto, y paliar en lo posible esos
mismos inconvenientes. Es decir, utilizar primero las posibilida­
des abiertas por la presencia del investigador en el proceso:
1 ) por el pleno empleo de la observación, no solamente con
la utilización de todas las técnicas de registro (magnetófonos,
cámaras), sino la multiplicación de núcleos de observación (tra­
baj o en equipo) y no de represión, pero recurriendo a la sensibili­
dad personal del investigador;
2) por la eventual intervención, tras un cuestionamiento más
allá del cuestionario, dirigida a provocar tests sociales (no sola­
mente de opinión, sino también de comportamientos) en una
situación dada, hasta intervenciones «mayéuticas» que, dinami­
zando el terreno o inscribiéndose en un dinamismo dado, pudie­
ran a la vez lanzar la investigación por una vía periexperimental,
aún teniendo que aportar una ayuda al grupo humano comprome­
tido en la situación o en el proceso estudiado.
Tales prácticas son, evidentemente, extremadamente aleatorias
y, además, peligrosas. Por otro lado, la encuesta en el terreno del
presente requiere autocorrección y autorregulación, arte, iniciati­
va y flexibilidad, que pueden alcanzarse no solamente sustrayén­
dose del marco de la encuesta directora! tecnoburocrática prepro­
gramada, sino mediante una práctica autocrítica personal y
PRINCIPIOS DE UNA S OCIOLOGÍA DEL PRESENTE 191

mediante l a crítica de grupo, es decir, en el seno de los equipos de


trabajo de un tipo poco convencional.
Además, la investigación en el terreno del presente no debería
limitarse a una encuesta descriptiva, sino referirse a una fenome­
nología del mundo contemporáneo y a una teoría general, no para
encontrar en ella pura y simplemente una guía y aún confirma­
ción, sino también para plantear problemas. Nos damos cada vez
más cuenta de que cuando una investigación plantea un problema
empírico, también plantea un problema teórico.
EL EMPEÑO M ULTIDIMEN S IONAL

Nosotros hicimos una encuesta sobre e l «terreno» durante el


año 1 965, en Plozévet (Finistere), en el marco de una vasta inves­
tigación interdisciplinaria 1• Descartamos de nuestros objetivos
los problemas planteados por las relaciones entre disciplinas; ni
tampoco nos referiremos demasiado a la temática propia de nues­
tro estudio: no plantearemos más que los problemas con los que
nos encontramos y tratamos de resolver, aquellos de la investiga­
ción en un medio circunscrito: un «territorio».
¿Qué es una comunidad? Un territorio trabaj ado por la histo­
ria, una sociedad tributaria del espacio. Esta sociedad no debería
considerarse solamente como una población. Se trata de un orga­
nismo que dispone de una politeia, es decir, de instituciones y de
una vida pública. Esta sociedad está compuesta por clases socia­
les. En ella actúan energías sociales y se enraizan vidas que se
desarrollan y actúan.
Una comunidad es una unidad complej a. Pero es, al mismo
tiempo, una célula en un gran cuerpo social. Estas dos caracterís­
ticas son indisociables. Igual que el individuo biológico nos remi­
te a la especie genérica, el individuo sociológico nos remite a la
Sociedad en general. Nuestra investigación tuvo, por tanto, que
penetrar en las características singulares de la microsociedad
comunal y ampliarse a la inteligencia de la macrosociedad.
É se es el problema clave que presidió toda la investigación.
No se puede concebir, en el modelo biológico, el carácter original
de una comunidad. Así, tuvimos necesidad de un método que per­
mitiera el desarrollo de un pensamiento apto para ir de lo singular
concreto a la totalidad en la que se integra, y viceversa.
El principio del método que yo elaboré en Plozévet fue el de
favorecer la aparición de datos concretos, de captar las realidades

1 Ver Commune en France: La Métamorphose de Plozévet, París, 1 967; LGF,


Col. «Biblio-Essais>>, 1 984.

[ 1 92 ]
EL EMPEÑO MULTIDIMENSIONAL 193

humanas e n distintas dimensiones, y buscar, n o anular, sino reve­


lar las características individualizadas del terreno, empezando por
el individuo sociológico que constituye una comunidad, singular
y micro-cósmica, del fenómeno estudiado.
Tuvimos que concebir una investigación que no dejara de ser
buscadora. Las diversas dimensiones del terreno, como su doble
naturaleza, singular y micro-cósmica, no pueden caracterizarse
más que progresivamente. La indagación debe estar ligada al
desarrollo y a las ramificaciones del cuerpo de hipótesis y de ins­
trumentos de investigación. La prospección y la reflexión no pue­
den ir disjuntas en tiempos separados. El cuerpo de hipótesis no
puede establecerse una vez por todas, en un momento anterior a
la exploración, sino que debe poder desarrollarse y modificarse
con el desarrollo de la propia exploración, y debe poder, a su vez,
modificar el desarrollo de la exploración, es decir, las técnicas de
investigación. Se trata, en pocas palabras, de encontrar el rigor,
no la rigidez, pero dentro de una estrategia de permanente adap­
tación.
Esto equivale a decir que el método utilizado en las encuestas
estándar no es sólo insuficiente, sino mutilador. La encuesta están­
dar predetermina las hipótesis a verificar en el desarrollo de la
investigación y realiza la verificación por medio de un cuestiona­
rio aplicado a una muestra de población. Ahora bien, el instrumen­
to de verificación, el cuestionario, es insensible tanto a las diver­
sas y concretas características de una sociedad local como a la
multi-dimensionalidad sociológica. Pero, sobre todo, la encuesta
estándar reduce la verdadera investigación a la preencuesta, fase
de formulación de las hipótesis, de elaboración de las herramien­
tas y de la selección de la población. A partir de ese momento, la
encuesta impide toda retroacción a lo real, toda corrección, toda
innovación. La fase activa de administración de los cuestionarios
es intelectualmente pasiva. El pensamiento no retoma sus dere­
chos más que cuando es demasiado tarde.
Nosotros descartamos también la programación previa y el
cuestionario, si bien podríamos haber considerado este último
como uno de los medios finales y menores de verificación. Sin
embargo, nosotros mantuvimos el método de muestreo de la
población. Una población de 3 . 700 habitantes -la de la comuni­
dad de Plozévet- es demasiado numerosa como para un estudio
directo de cada hogar. Pero nosotros construimos la muestra
durante la propia indagación y lo hicimos de forma que respetase
los problemas planteados sobre el terreno.
1 94 SOCIOLOGÍA

LOS MEDIOS DE INVESTIGACI Ó N

La investigación debe favorecer la aparición de datos concretos


y, por ello, debe ser suficientemente flexible como p ara recoger
los documentos en bruto (anotaciones de sucesos, registro de dis­
cusiones, entrevistas sobre detalles). La investigación debe captar
las diversas dimensiones del fenómeno estudiado y utilizar diver­
sas vías de aproximación y debe permitir la corrección y la verifi­
cación durante el desarrollo de un pensamiento interpretativo. La
multiplicidad de vías de aproximación permite la confrontación y
la concentración de los medios sobre los puntos de verificación.
Entre estas vías de aproximación, nosotros privilegiamos:
1) la observación fenomenográfica, próxima a las prácticas de
observación siempre vivas en etnografía, pero que la sociología
estándar olvida; 2) la entrevista; y 3) la participación en las acti­
vidades de los grupos (praxis social).

LA O B SERVA C I Ó N FENOMENOGRÁFICA

La observación debe llevarse a cabo tanto sobre los centros de


la vida social como sobre los hogares individuales y debe acom­
pañar a otros empeños indagatorios, aún manteniéndose autóno­
ma. Debe tender, idealmente, a cubrir la totalidad del fenómeno
estudiado, incluido el observador en su observación.
La observación debe tratar de ser panorámica (por analogía
con el término cinematográfico en el que una cámara rota sobre sí
misma para captar el conjunto del campo perceptivo) y analítica
(distinguiendo cada elemento particular del campo perceptivo).
El sentido perceptivo está, en este punto, atrofiado, entre los
sociólogos que se fían del cuestionario, del magnetófono o, por el
contrario, de la pura especulación, puesto que hay que aprender a
percibir las caras, los gestos, las vestimentas, los objetos, paisa­
jes, casas, caminos . . . Nosotros creemos en la necesidad de un bal­
zaquismo y de un stendhalismo sociológicos. El balzaquismo
sería el sentido de la descripción enclopédica y el stendhalis­
mo sería el sentido del «detalle significativo» . A todo ello hay
que añadir el sentido de la instantánea o del flas.
La colección acumulada de anotaciones se convierte, a medida
que el terreno se hace más inteligible, en una reserva en la que los
datos se transforman en signos. El detalle es cada vez menos un
accesorio para convertirse en un revelador.
EL EMPEÑO M ULTIDIMENSIONAL 195

Los dispositivos necesarios para l a observación son, además,


los dispositivos necesarios para el conjunto de la investigación:
un interés sostenido igualmente por las ideas generales, la huma­
nidad singular y las realidades concretas. Por el contrario, la acti­
tud puramente profesional atrofia la percepción; el interés mono­
maníaco por una sola idea la mutila; la indiferencia hacia los
seres humanos es la ceguera; la indiferencia hacia las ideas nos
hace ciegos a la proliferación de signos que constituyen el mundo
fenoménico; la carencia de la función descifradora conduce a la
carencia de la función perceptora, y viceversa.
Cada investigador registra sus observaciones en un diario per­
sonal. Este diario no es una acumulación de notas, es una relación
que, por sí misma, comporta una rememoración en cadena de
hechos registrados inconscientemente. Además, la anotación,
acompañada de añadidos subjetivos (impresiones, sentimientos)
ofrece a la mirada exterior, que puede ser una segunda mirada del
propio observador, una materia que permite eludir la relación
observador-fenómeno, es decir, elucidar el problema clave de
todo esfuerzo de obj etivación: la pareja sujeto-objeto de la inves­
tigación.

LA ENTRE V I S TA

Durante toda la investigación se practicó sistemáticamente la


entrevista, cosa que nos permitió, al final, establecer una muestra
de población según las categorías clásicas (edad, sexo, estratos
socioprofesionales, estos últimos agrupados según criterios lige­
ramente distintos a los del INSEE*, permitiendo la manifestación
de criterios de clase).
La-elección de las personas entrevistadas se hizo: 1 ) al azar (y
mantuvimos hasta el final de la investigación la parte de aleato­
riedad); 2) por «barrido» de áreas diversificadas (los pueblos de
Kermenguy, Lesavrec, Brumphuez y Kervinou); 3) por selección
sistemática de individuos.
Tanto en el caso de los grupos como de los individuos, el crite­
rio de elección no fue la representatividad de la media, como en
el método de las cuotas o de la extracción al azar, sino de la signi­
ficación máxima. B uscábamos los casos extremos que permitie-

* Institut Nationale de Statistique et d'Études Économiques. (N. del T.)


1 96 SOCIOLOGÍA

ran la constitución de polos de oposición tipológicos (jóvenes­


viejos, modernistas-tradicionalistas, urbanos-rurales). Buscába­
mos los sujetos que vivieran más profundamente los conflictos
cruciales (que, en Plozévet, estaban ligados a los desarrollos de la
modernidad, es decir, a la temática de nuestro estudio); los líderes
(militantes, iniciadores, activistas y no solamente los «líderes de
opinión», en el sentido de Lazarsfeld) ; los que se desviaban, los
pasivos, los rebeldes; y, naturalmente, las personalidades clave
(los que ocupaban posiciones socialmente estratégicas) y las per­
sonalidades-encrucij ada (en el centro de múltiples comunica­
ciones).
Según la oportunidad o las circunstancias, practicamos la seu­
doconversación, la entrevista restringida (planteando un número
limitado de preguntas abiertas y practicables en todos los terre­
nos) y la entrevista en profundidad.
La función de la entrevista en profundidad es la de hacer sur­
gir la personalidad, las necesidades esenciales, la concepción de
la vida que tiene el entrevistado. Nuestro gran problema fue diri­
gir la entrevista hacia terrenos no conductistas. Tratamos de jugar
al remolcador que hace salir al barco del puerto, fiándonos mucho
más de la intuición del navegante que de las reglas. A decir ver­
dad, es la duración y no la técnica, la simpatía y no la habilidad
los factores que resultaron determinantes para el éxito. Era al
cabo de una o dos horas cuando el combate entre inhibición y
exhibición se resolvía en favor de las fuerzas extravertidas 2 • La
entrevista tiene éxito a partir del momento en que la palabra del
entrevistado se libera de las inhibiciones y de la incomodidad y se
convierte en una comunicación.
Nos parecía que el entrevistado no estaba plenamente satisfe-

2 Tuvimos suerte de estudiar una población abierta y curiosa que nos facilitó

el acceso a esa necesidad oculta de comunicación de la mayoría de los seres


humanos.
La comunicación se veía favorecida cuando la entrevista se realizaba en la
casa del entrevistado -en su querencia- con la presencia de dos o tres encues­
tadores, pudiendo los interlocutores liberarse recíprocamente de sus timideces.
Cada una de las entrevistas fue registrada no solamente con fines documenta­
les, sino para aprovechar las capacidades estimulantes del efecto-micrófono. El
magnetófono es a la vez el <<chivato» que inhibe y el micro que llama al mensaje,
que da al entrevistado la sensación de existir con más intensidad. El arte de la
entrevista consiste en superar las inhibiciones apelando a la necesidad de comuni­
cación del entrevistado. (Ver infra, <<L'interview dans les sciences sociales et a la
radiotélévision>>, pp. 207 ss.)
EL EMPEÑO MULTIDIMENSIONAL 1 97

cho de haber hablado más que cuando podía, a su vez, preguntar


él, bien para conocer a su observador o bien para obtener informa­
ción de un «sabio» . Por nuestra parte, nos sentíamos molestos por
tener que hacer de la entrevista nada más que una operación de
captación. El entrevistado, evitando dejarse manipular, y el entre­
vistador, rechazando manipular al entrevistado: todo esto nos
empujaba a introducir el diálogo en la fase final de la entrevista.
La entrevista, que los «patronos» de la encuesta sociológica y
de los estudios de mercado abandonan a los debutantes, fue para
nosotros una necesidad primordial de comunicación con el grupo.
Esas inmersiones, con los magnetófonos como escafandras y los
micrófonos como arpones, nos llevaron hacia la dimensión oculta
de existencias que, a primera vista, parecían siempre bidimensio­
nales. Y cada vez, tras un tiempo de inmersión, se manifestaba la
misteriosa tercera dimensión mediante el cambio de las perspecti­
vas, la aparición de temas obsesivos, el surgir de aspiraciones y
de insatisfacciones. La entrevista nos llevaba al último continente
inexplorado del mundo moderno: al otro.

GRUPOS Y PRAXIS

Lo que hemos conservado del marxismo (lo hemos asimilado e


integrado como provincia en una antropo-sociología) nos hace
estar atentos a la praxis social, es decir, a la realidad y a la acción
de los grupos sociales. La acción no solamente es un revelador de
realidades que afloran raramente a la palabra y a la conciencia, es
la realidad energética de la vida social.
Nosotros hemos podido aprehender los grupos no solamente
de forma indirecta, a través de los medios de investigación indi­
cados anteriormente, sino también directamente, cuando ello era
posible, al nivel de las asociaciones profesionales, políticas, ideo­
lógicas, confesionales y otras. Nos esforzamos para situar estas
agrupaciones con respecto a las clases sociales y las clases de
edad. Tratamos de ver los conflictos y las tensiones determinadas
de la vida activa: así, en el caso del comité de j óvenes, los con­
flictos internos, las tensiones con los adultos, las dificultades con
los cuerpos de enseñantes, la alcaldía, el clero.
Dentro de la praxis social, los acontecimientos que surgían
sobre la marcha, o bien la reacción sobre la marcha, ante sucesos
exteriores podían constituir para nosotros tests sociales espontá­
neos. La concentración agrícola ( 1 96 1 - 1 966), por ejemplo, fue
1 98 SOCIOLOGÍA

considerada como un gran test polivalente sobre la conciencia y


la vida campesinas en Plozévet.
Además de la observación, nosotros provocamos situaciones­
test, como la proyección de la película Grupo Salvaje para los
adolescentes o el proyecto de comité «para el verano plozevetia­
no» propuesto a distintas categorías sociales. De observadores del
comportamiento de los grupos, pudimos llegar, a veces, a interve­
nir como informadores, o sea, como consejeros . Más allá de las
provocaciones-test, y gracias a la experiencia del comité de jóve­
nes, pensamos que la intervención debería ser uno de los métodos
necesarios de la investigación. Entonces, lo que hicimos fue con­
servar de la psicosociología intervencionista aquello que nos pare­
ció ser la savia: la idea de acción-investigación, pero fuera del
marco clínico-cliente, al margen de los protocolos de escuela.
Nuestros principios de intervención fueron los siguientes:
1 ) el principio de la mayéutica social. Nos sentimos incita­
dos a intervenir en cuanto creímos detectar una situación «grávi­
da», preñada de cambios o de innovaciones;
2) el principio no dirigista. Nuestra invervención debía ser
catalítica, pudiendo desencadenar pero no fijar, las normas y el
programa de un movimiento, pudiendo ayudar, no orientar;
3) el principio de experimentación salvaje (situaciones-tests
o paraexperimentales);
4) el principio de socratismo psicosociológico. La interven­
ción debe conducir a los interesados a interrogarse sobre sus pro­
blemas principales;
5) el principio de la utilidad común para los investigadores y
para los investigados (deontología del intercambio).
Nosotros no hicimos más que entrever las posibilidades y las
dificultades de la intervención-investigación. Las dificultades : la
aventura del comité de jóvenes, si bien fue moderadamente per­
turbadora e inquietante para la comunidad, nos planteó, al mismo
tiempo, un problema de responsabilidad y de prudencia. Las posi­
bilidades: nos planteamos la constitución de los «Estados genera­
les sociológicos» en los que los grupos y la sociedad plozevetiana
serían llevados a formular y confrontar sus aspiraciones y sus
necesidades.
Sentado lo cual, la intervención requiere una deontología que
supere el marco de la utilidad inmediata para el grupo estudiado.
Habría que concebir una norma que no fuera necesariamente la
reducción de las tensiones, la conformidad con la norma general.
Es en el sentido de una deontología del desarrollo en el que
EL EMPEÑO MULTIDIMENSIONAL 1 99

habría que indagar, en el bien entendido de que la noción misma


de desarrollo requiere reflexión y definición.

S UBJETIVIDAD y OBJETIVIDAD

Nuestro método se aplica a envolver el fenómeno (observa­


ción), a reencontrar en él las energías (praxis), a provocarlo en los
puntos estratégicos (intervención), a penetrarlo mediante la inti­
midad individual (entrevista) y a interrogar al acto, a la palabra y
a las cosas.
A través de cada uno de estos pasos, está planteado el proble­
ma metodológicamente fundamental: la relación entre el investi­
gador y el territorio. No se trata solamente de una relación sujeto­
objeto. El territorio es humano. La encuesta es a la vez objeto y
sujeto y no se puede elucidar el carácter intersubjetiva de toda
relación de hombre a hombre. Nosotros creemos que la relación
óptima requiere a la vez, p or una parte, distanciamiento y obj eti­
vación respecto al objeto de la encuesta y, por otra, participación
y simpatía con el objeto encuestado. Puesto que el sujeto encues­
tado y el obj eto de la encuesta no son más que uno, nos vemos
obligados a ser dobles.
En la mayor parte de nuestro empeño, la ausencia de simpatía
constituía un obstáculo grave para la comunicación. Nosotros
quisimos simular los factores de simpatía recíproca utilizando
especialmente la comensalidad.
Más allá de estas simpatías de encuentro, la inmersión resi­
dencial de la vida plozevetiana (con la adopción de usos y, a
veces, la participación en los trabajos) fue también una inmersión
subjetiva. Nuestra sintonía con el destino plozevetiano no sólo
nos llevó a cooperar en este destino, sino que, en cierto sentido,
nos naturalizó como plozevetianos (Plozévet, dij e yo un día, es
mi tercera patria). Hubo una identificación subjetiva, especie de
simulación sincera, difícil de explicar, como todo lo que se refie­
re a la identificación.
La disociación científicamente indispensable entre observa­
ción y participación es una disociación intelectual que no excluye
la participación afectiva. Sin embargo, la participación necesita
de un esfuerzo creciente y permanente de distanciamiento y de
objetivación. Constantemente, el investigador tiene que elucidar
sobre lo que está experimentando y reflexionar acerca de su expe­
riencia.
200 SOCIOLOGÍA

El investigador no puede eludir su dualidad interior. Esta


debe, además, aparecer en las encuestas. El acarreo permanente
del magnetófono le señala como personificación objetiva del
«sabio», mientras que el contacto cotidiano le presenta como de
la comunidad. Efectivamente, tiene que ser a la vez, el practican­
te y el amigo-integrado. Tiene que ser, a la vez, parecido a todos
y poseedor del maná del conocimiento (como el cura, el médico y
el técnico) . El arte de la encuesta es el de vivir este doble perso­
naje en el interior y el de aparentado en el exterior, el de enrique­
cer dialécticamente la participación y la objetivación. No preten­
demos haber triunfado en ello, lo que pretendemos es que hay que
intentar triunfar. Así, la doble naturaleza de la encuesta, sujeto y
objeto, debe responder a un doble yo del encuestador.
La encuesta, en ciertos aspectos, sigue siendo irreductible­
mente objeto: hay una dimensión cardinal de nuestra investiga­
ción que se deriva de la exclusiva y cínica preocupación por
conocer (la cual, ciertamente, se deriva, a su vez, de otras preocu­
paciones profundas). Esa es la razón por la cual tenemos la nece­
sidad de contrabalancear este «cinismo» con una deontología, no
solamente del secreto en todo lo que respecta a la confidencia,
sino del intercambio. El intercambio es nuestro valor deontológi­
co clave, sin que regule, sin embargo, nuestro problema de la
doble responsabilidad, por una parte, respecto al conocimiento y,
por otra, respecto a aquellos a los cuales estudiamos.

LOS INVESTIGADORES

Las encuestas estándar multiplican las precauciones técnicas


sobre la obtención de datos, olvidando que depende también de
quien los obtiene. Nosotros fuimos más sensibles a la calidad per­
sonal que a la cualificación técnica de los investigadores que
reclutamos. El método multidimensional exige, de entrada, una
curiosidad abierta a todas las dimensiones del fenómeno humano,
y exige el pleno empleo de diversas aptitudes. Cada investigador
es polivalente en tanto que debe practicar la observación, la
entrevista y la acción de grupo, al mismo tiempo que debe estar
semiespecializado en el sector que le interese.
Nosotros tuvimos que luchar contra la necesidad, demasiado
grande, de seguridad mental por parte de los investigadores j óve­
nes, que se atenían a esquemas y programas pretrazados, un tra­
bajo quizá molesto pero fácil de abarcar. Se sentían inquietos ante
EL EMPEÑO MULTIDIMENSIONAL 20 1

la iniciativa que se les concedía. La atención abierta a los hechos


les parecía «impresionista», y la atención abierta a las ideas les
parecía «ensayista». No podían concebir que apoyarse en las
impresiones, igual que la prueba y error de la inteligencia, es algo
que se debe utilizar, criticar y englobar y no eliminar. No com­
prendieron el método hasta que se sintieron implicados personal­
mente en el trabajo.
Curiosamente, la resistencia a la expansión de las aptitudes
sociológicas proviene, entre los jóvenes investigadores, de su
propia vocación sociológica, desde el momento en que ésta se
practica como una conversión religiosa y no como una elucida­
ción de conciencia. En este caso, la adhesión a la objetividad va
demasiado ligada al rechazo de una subjetividad culpable. El
orden matemático y la gran programación exorcizan el desorden
del mundo y sus desórdenes interiores. La desconfianza respecto
a su subjetividad les conduce a desconfiar de sus dones persona­
les. La entrada en la profesión tecnoburocrática les mantendrá en
esta vía y algunos verán en el orden racionalizador en el que se
integrarán la imagen misma del orden racional del mundo, cosa
que les da seguridad.
Sin embargo, nosotros pensamos que existe todavía un vasto
sector de la ciencia social en el que no se está más que en las eta­
pas taylorianas de la racionalización del trabajo intelectual y en el
que el pleno empleo de la personalidad no puede más que contri­
buir al rigor científico. El rigor del razonamiento es más impor­
tante que el del cálculo. El cuestionamiento es más importante
que el cuestionario.
Naturalmente, el pleno empleo de la personalidad supone esas
condiciones interiores óptimas que los deportistas llaman la «for­
ma». Toda baj a de la forma afecta inmediatamente a la calidad del
trabajo.
Se comprende que tal método, en el que el arte y las disposi­
ciones personales desempeñan un papel tan grande, se oponga
radicalmente a las encuestas estándar. Pero la oposición de los
métodos no se reduce solamente a eso. Los desarrollos tecnoburo­
cráticos de los centros de decisión y de investigación favorecen
ciertamente las encuenstas estándar, pero la determinación cons­
trictiva proviene también del sistema jerárquico que reserva la
iniciativa a los amos . La programación previa y el cuestionario
son los marcos que mantienen el control a distancia, incluso
durante la ejecución. B aj o la cuestión del método se esconde un
problema de poder. Indiquemos solamente aquí que es indispen-
202 SOCIOLOGÍA

sable una cierta democracia de trabajo para los procedimientos


que nosotros preconizamos. Es esta democracia la que hace parti­
cipar a los responsables de la investigación en las actividades
sobre el terreno. Cuando el responsable es investigador es cuando
el investigador puede tomar responsabilidades. Cuando se practi­
can la decisión y la confrontación sobre el terreno es cuando la
investigación puede desarrollarse progresivamente, es decir, esca­
par de la programación abstracta.

EL DESARROLLO DE LA ENCUESTA

La investigación se desarrolló por etapas sucesivas a las que


llamamos «campañas». Hubo seis campañas durante el año 1 965,
separadas por períodos de elaboración o de corrección metodoló­
gica, de examen de los datos recogidos, de crítica de los disposi­
tivos utilizados, de revisión de las hipótesis, de definición de la
estrategia para la campaña siguiente: sectores y poblaciones a
estudiar, problemas a resolver. Durante cada campaña, se afianzó
la definición de las prioridades y de las urgencias, así como la
orientación y la regulación del día a día, mediante nuestra pre­
sencia-participación sobre el terreno, mediante reuniones del
equipo de investigación, mediante la intercomunicación de los
diarios de encuesta y, especialmente, mediante nuestro propio
diario.
A partir de múltiples confrontaciones del día a día, se fue
afianzando una regulación que nos permitió extraer, continua­
mente, las normas, evitar las dispersiones y corregir las derivas.
La regulación y la localización progresivas redujeron progresiva­
mente la parte errática de las pesquisas (de todos modos, el prin­
cipio higiénico de la puerta abierta al descubrimiento, a lo inespe­
rado, se mantuvo hasta el final), y permitieron confirmar o invali­
dar las hipótesis a base de la concentración de medios de investi­
gación sobre puntos estratégicamente definidos y tácticamente
controlados: según la concordancia de los datos recogidos, y a
través de confrontaciones y reflexiones (discusión, diario) fuimos
apreciando la probabilidad de una hipótesis. En pocas palabras,
tratamos de establecer la dialéctica más estrecha que nos fue
posible entre la idea y el hecho. Nuestra preocupación fundamen­
tal fue, quizá, ésta: una investigación debe ser una interfecunda­
ción recíproca entre el pensamiento y lo real, y no la verificación
de un pensamiento a priori.
EL EMPEÑO MULTIDIMENSIONAL 203

EL DESARROLLO CONCEPTUAL

El progreso de la encuesta a base de centrarse en los sectores


clave está, evidentemente, ligado con una elaboración conceptual.
Nuestros conceptos de partida no eran los de la encuesta están­
dar (capas socioprofesionales, opiniones, actitudes). Nosotros nos
esforzamos por determinarlos a p artir de las masas y de las ener­
gías sociales. Así, en nuestra atención al fenómeno de clase, los
conceptos de burguesía (en el sentido de la población del burgo
que constituía un núcleo de urbanización) y de campesinado se
cristalizaron más firmemente. Los conceptos de rojo y de blanco,
de alcaldía, de iglesia, de escuela se fueron cristalizando firme­
mente durante nuestro examen de la politeia; el concepto de indi­
viduo, por razones que se explicarán más adelante, apareció como
un concepto global. Desde el punto de vista de las energías, nos
vimos llevados a tomar más y más conciencia de que la evolución
modernizadora gobernaba una transformación multi-dimensional
de la vida plozevetiana, y nos concentramos en las rupturas y en
las crisis que hacen emerger a la superficie los aspectos profun­
dos de la transformación. La elaboración conceptual va a la par
con una investigación de oposiciones significativas. En este caso,
nuestra concepción de una totalidad polarizada según nociones
antagonistas, heredada del hegelismo-marxismo, se adaptaba a
una fenomenología de la transformación social. Las opos�9iones,
los conflictos y las crisis que detectaba la investigación permitían
el establecimiento de parejas conceptuales de oposición. É stas,
por su parte, orientarían la estrategia de la encuesta.
En este movimiento, se constituyeron progresivamente conste­
laciones conceptuales que se oponían y buscaban el tronco
común, y este esfuerzo de unificación y de ramificación es el mis­
mo esfuerzo que se hizo para dialectizar el pensamiento y fenó­
meno, es decir, para enunciar el lagos, discurso del fenómeno.
En este ir y venir incesante entre el sistema conceptual y el
fenómeno, no dejó de plantearse el problema de la personalidad
plozevetiana.
Nosotros nos esforzamos por determinar los trazos de singula­
ridad, es decir, los caracteres originales del medio comunal (entre
otros, la identidad colectiva de los plozevetianos); los trazos de
individualidad, es decir, aquellos que revelaran, a través de una
metabolización particular, los fenómenos generales. Fue median­
te esta elucidación como pudimos descubrir el microcosmos plo­
zevetiano, no en tanto que pequeño reflejo de la gran sociedad,
204 SOCIOLOGÍA

sino como concentrado a escala reducida de problemas tan radica­


les que podían llegar al paroxismo de la crisis. En este sentido, el
microcosmos, la diversidad sociológica de Plozévet, nos ofreció
un terreno excepcional.
Así, el esfuerzo permanente de elucidación de una personali­
dad social es un esfuerzo permanente, por una p arte para aislar la
singularidad y comprender en ella el metabolismo, y por otra,
para descifrar en ella el macrocosmos social. ¿Resulta paradójico
afirmar, en este caso, que cuanto más particular tiene que ser un
estudio, más general debería ser?
La relación micro-macro-cósmica entre los fenómenos locales
y los fenómenos globales se impuso tanto más en nuestra investi­
gación cuanto que aquélla interviene en pleno cambio moderniza­
dor y se centra en los problemas del cambio. Ahora bien, el cam­
bio es, ante todo, la irrupción de los dinamismos de la sociedad
global en Plozévet. Esta sociedad está, en sí misma, en plena evo­
lución. Por tanto, el cambio es un concepto clave que expresa a la
vez la realidad plozevetiana y la del mundo moderno.
Tuvimos, por tanto, necesidad no solamente de una concep­
ción global de la sociedad, sino de un modelo evolutivo global.
No unas cuantas ideas simple s o vagas acerca de las transforma­
ciones del mundo moderno, sino una concepción ya construida y
ramificada, necesariamente multidimensional. Esta concepción
que guía la investigación y que la investigación corrige y comple­
ta, la comenzamos a elaborar en nuestro trabajo L' esprit du temps
y fue Plozévet quien nos impulsó, como una necesidad, a desarro­
llarlo.
Este modelo evolutivo es el de la sociedad francesa, pero no es
un modelo estrictamente nacional, sino la variante francesa de un
modelo occidental y, más generalmente, de una civilización técni­
ca, industrial, capitalista, urbana, burguesa, salarial, estética y
consumista, en la cual es importante articular las dimensiones
fundamentales en lugar de excluir la mayor parte de ellas, a la
manera de los espíritus unidimensionales.
Sin modelo evolutivo general a la vez complej o y articulado,
no se hace más que una recensión que, por lo demás, quedará mal
o pobremente catalogada mediante esquemas que revelan, al
final, los lugares comunes ideológicos y las ideas periodísticas
que alimentan la vida mental de los especialistas, fuera de sus
investigaciones particulares. Estos ceñudos aduaneros ignoran
que están introduciendo de contrabando el esterilizante que ellos
mismos han rechazado oficialmente.
EL EMPEÑO MULTIDIMENSIONAL 205

Para articular nuestro modelo evolutivo, hizo falta historizar


nuestro estudio de Plozévet. Nos tuvimos que plantear el pasado
plozevetiano -y, a parte de eso, las investigaciones históricas
nos fueron de una gran utilidad- pero, sobre todo, en el terreno
de nuestra propia investigación, concebimos el espacio baj o los
auspicios del tiempo y quisimos situar los datos recogidos en fun­
ción de una evolución.
Ello nos condujo a elaborar una batería multidimensional de
indicadores de modernidad con respecto a una tradición, nos llevó
a utilizar, tanto como pudimos, la oposición de generaciones
como índices de transformación, y, finalmente, a utilizar las hete­
rogeneidades del territorio como puntos de referencia temporales.
Así, para nosotros, Kermenguy, pueblo atrasado, y Kervinou,
aldea de vanguardia, fueron los testigos que nos permitieron abar­
car un proceso. La desigualdad de desarrollo es la noción espa­
cio-temporal que permite transmutar el espacio en tiempo e inte­
grar el devenir en el espacio.
Al permanecer fija sobra la elucidación de la personalidad plo­
zevetiana, permanecimos en la encrucijada del espacio y del tiem­
po. Nosotros nos esforzamos por captar esta sociedad restringida
en su devenir y en el devenir general, iluminando uno por el otro
el microdevenir y el macrodevenir.
Finalmente, la pregunta «¿qué es Plozévet?» lleva en su seno
la pregunta «¿qué es el mundo moderno?». Es esta doble y para
nosotros inevitable pregunta la que intentamos llevar lo más lejos
que nos fue posible.
El territorio es monstruoso para el investigador y no ofrece las
condiciones de aislamiento propicias ni para la experimentación
ni para la exhaustividad. No era, exactamente, insular. Plozévet
es sociológicamente peninsular, de igual modo que lo es geográfi­
camente, unida al gran continente de la sociedad occidental. Se
hacía necesario integrar el territorio en una totalidad, sin desinte­
grarlo.
Nosotros intentamos una metodología del pleno empleo intelec­
tual, tratando de conciliar la aproximación etnográfica y las aproxi­
maciones sociológicas dentro de la investigación. Intentamos con­
ciliar historia y sociología en la conceptualización. En este estudio,
como en cualquier otro, más que adaptarnos a las categorías disci­
plinarias de las ciencias sociales (sociología rural, sociología urba­
na, psicosociología, sociología del ocio, de las comunicaciones,
etc.), nos esforzamos por establecer una fenomenología, es decir,
por considerar el fenómeno estudiado como una totalidad complej a
206 SOCIOLOGÍA

en el devenir, e hicimos uso de una antropo-sociología multidimen­


sional.
En este empeño, en el que la flexibilidad y el rigor corren el
riesgo de destruirse mutuamente (pero ¿la rigidez es rigor?),
nosotros privilegiamos los materiales en bruto y el pensamiento
elaborado, más que los productos semiacabados de la encuesta
sociológica estándar.
Nosotros creemos que cuanto más empírica es la investiga­
ción, más reflexiva debe ser. Pero sabemos que el pensamiento y
lo real es la lucha de Jacob que debe afrontar toda investigación y
de la que siempre saldrá coja . . .
D E LA ENTREVISTA

Una entrevista es una comunicación personal suscitada con


una finalidad de información.
Esta definición es común para la entrevista científica, practi­
cada especialmente en psicología social, y para la entrevista de
prensa, radio, cine o televisión. Pero la diferencia estriba en la
naturaleza de la información. La información en ciencias sociales
forma parte de un sistema metodológico, hipotético y verificador.
La información en los mass media entra dentro de las normas
periodísticas y, muy a menudo, con una finalidad espectacular. La
información de la entrevista científica debe ser, primeramente,
interesante para un pequeño grupo de investigadores. La informa­
ción de la entrevista mass-mediática debe ser, primordialmente,
interesante para un público vasto. Así, la entrevista de radio-cine­
televisión es una comunicación personal suscitada con una finali­
dad de información pública o (y) espectacular.
Pero hay en la entrevista otra cosa además de la información,
si bien la entrevista no dej a nunca de ser informativa. Esta otra
cosa es el fenómeno psicoafectivo constituido por la propia
comunicación. Este fenómeno puede perturbar la información,
falsearla, deformarla (de ahí el inagotable problema metodológi­
co-técnico planteado por la validez o la fidelidad de la entrevis­
ta). Por el contrario, este fenómeno puede provocar la informa­
ción. Puede también provocar una modificación: como veremos
más adelante, un cierto tipo de conversación, en materia clínica,
tiene un efecto liberador, o sea, purificador y/o, incluso, en psico­
patología, curativo. En el terreno de la radio-televisión, la entre­
vista puede tener un efecto psicoafectivo profundo que desborde
de mucho la estricta misión de información. En todos los casos, la
palabra «información» resulta insuficiente para agotar la natura­
leza de la entrevista.
La entrevista es una intervención, siempre orientada hacia una
comunicación de informaciones. Pero este proceso informativo,
siempre presente, puede no ser el proceso ni el objetivo esencial
de la entrevista; puede ser que lo esencial de la entrevista sea el

[207]
208 SOCIOLOGÍA

proceso psicoafectivo ligado a la comunicación, tanto aunque de


manera de forma diferente, en el terreno de las ciencias humanas
como en el de los mass media.
El universo de la entrevista es, por tanto, mucho más rico y
difícil de lo que puede parecer en primera instancia.

LA ENTREVISTA EN LAS CIENCIAS HUMANAS

La entrevista hace su aparición en las ciencias humanas en los


Estados Unidos, por una parte en psicoterapia y por otra en psico­
tecnia. En uno y otro caso, la información que busca está estre­
chamente ligada a un objetivo práctico. En el primer caso, la
información recogida servirá, sobre todo, para curar al entrevista­
do; en el segundo caso, la información es, sobre todo, útil para la
parte entrevistadora.
La entrevista se generalizará con la aparición y el desarrollo
de las encuestas de opinión; y después, sobre todo, con el desa­
rrollo de la psicología social.

Los TIPOS DE ENTREVI S TA

En el período que empieza en 1 940- 1 945, el uso de la entrevis­


ta se extiende y se intensifica, y debe responder a exigencias cada
vez más precisas, lo cual implica un enorme trabaj o metodológi­
co; la entrevista se va a desarrollar sobre todo en dos grandes
ramas.
Por una parte, la entrevista extensiva, con cuestionarios, adap­
tada a la explotación mecanográfica, abarcando muestras repre­
sentativas de población y acabando con una formulación estadís­
tica de resultados. En este sentido van las investigaciones de opi­
nión sobre grandes poblaciones (clases sociales, grupos de edad,
habitantes de una región o de una ciudad, población nacional),
que interesan a las grandes firmas comerciales e industriales, a
los partidos políticos, a las organizaciones de información, a los
gobiernos.
Por otra parte, la entrevista intensiva que trata de profundizar
en el contenido de la comunicación. En este sentido va el interés
de las grandes firmas por conocer los movimientos inconscientes
de los consumidores y por responder mediante estímulos adapta­
dos: es la corriente de estudios de motivación. En este sentido
DE LA ENTREVISTA 209

empuja también el movimiento de afinamiento y profundicación


de la j oven psicología social; es entonces cuando el «cara a cara»
se convierte en el elemento central de la entrevista e interviene en
lo que podríamos casi llamar la revolución rogersiana, es decir,
del desarrollo en el campo de la psicología social de la entrevista
no dirigista.
Entre las dos tendencias extremas de la entrevista, existe el
antagonismo. Por un lado, la entrevista abierta, en el límite, sin
preguntas planteadas por el entrevistador y, por otro, la entrevista
cerrada, en el límite, con un cuestionario al cual basta con respon­
der sí o no. Por un lado, respuestas prolíficas, complej as, ambi­
guas ; por el otro, respuestas claras, simples. Por una parte, una
conversación de larga duración, o sea, reiterada hasta la profundi­
zación suficiente; por otro, un cuestionario rápido. Por una parte,
las personas implicadas, entrevistador y entrevistado, tienen una
importancia capital, así como la naturaleza psicoafectiva de la
conversación; por otra, es la respuesta y no la persona la que tiene
importancia primordial. Por una parte, una extrema dificultad
para interpretar la entrevista y para explotar sus resultados; por la
otra, la posibilidad de establecer una muestra representativa y de
tratar estadísticamente los resultados.
Así, vemos cómo se oponen los dos tipos extremos de entre­
vista. Uno, profundo y, eventualmente, no dirigista, entrará den­
tro de toda la metodología clínica, alcanzando a casos extremos o
profundos, y no a series y medias; entrará también como elemen­
to y, a veces, como elemento clave, en las técnicas de acción,
aunque no sea más que porque requiere la intervención activa del
entrevistado. El otro tipo extremo de entrevista se hará a partir de
un cuestionario preestablecido y permitirá trabajar con grandes
masas, mediante sondeos sobre muestras representativas.
Estos dos tipos extremos puede encontrarse en competencia,
es decir, que el investigador tendrá que elegir entre el riesgo de la
superficialidad (cuestionario) y el riesgo de la incapacidad de
interpretación (conversación profunda), entre dos tipos de error,
entre dos tipos de verdad.
Pero cada uno de estos tipos de entrevista conviene más o
menos según los objetivos de la investigación. Además, pueden
combinarse; conversaciones profundas preparan la elaboración de
cuestionarios que serán utilizados según el método de los sondeos
de opinión; e inversamente, los sondeos mediante cuestionarios
pueden permitir la selección de los sujetos que serán sometidos a
entrevistas profundas.
210 SOCIOLOGÍA

Por lo demás, se ha establecido toda una gama intermedia de


entrevistas entre los dos tipos extremos, cada una con su proble­
mática y su propia eficacia.
Así, se pueden distinguir:
- La conversación clínica, de carácter terapéutico, cuya
modalidad rogersiana se ha ampliado al conjunto de las situacio­
nes psicosociales.
- La entrevista en profundidad, cuadro en el cual se puede
encaj ar la conversación no dirigista (Rogers) extendida al campo
psicosocial, pero que no se limita al método no dirigista. La
entrevista en profundidad se utiliza en las investigaciones de
motivación, pero puede tener múltiples aplicaciones.
- La entrevista centrada (jocused interview) en la que, des­
pués de establecer las hipótesis sobre un tema concreto, el
encuestador lleva con bastante libertad la conversación de forma
que el entrevistado vuelca toda su experiencia personal acerca del
problema planteado en la conversación.
- La entrevista con respuestas libres, en la que el encuesta­
dor permite o provoca la liberdad de improvisación en las res­
puestas.
La entrevista con preguntas abiertas, en la que las pregun­
tas se redactan previamente y deben plantearse según un orden
preciso; la libertad del encuestador queda muy restringida, pero la
libertad de la entrevista sigue siendo grande, en el marco de las
preguntas planteadas.
- La entrevista con respuestas preestablecidas, en la que las
diversas posibilidades de respuesta ya han sido formuladas y
ofreciendo al entrevistado la libertad de elegir entre ellas.
- La entrevista con preguntas cerradas, que implica un cues­
tionario al que responde el entrevistado mediante un sí o un no,
favorable o desfavorable.

LAS DIFICULTADES DE LA ENTREVI S TA

Utensilio esencial de la psicología social, la entrevista lleva en


su seno toda la dificultad de la verdad en las relaciones humanas
y ha suscitado y suscitará todavía un gigantesco trabaj o crítico y
metodológico, tanto si se trata de una entrevista con cuestionario
como si se trata de la entrevista no dirigista. No voy a examinar
aquí los problemas planteados por la elección de las categorías y
la codificación, sino, esencialmente, las cuestiones relativas a la
DE LA ENTREVISTA 211

entrevista en tanto que relaciones interpersonales. El problema


esencial es el de la validez de la entrevista, es decir, de su adecua­
ción con respecto a la realidad que tratamos de conocer. El míni­
mo operativo de validez es la fidelidad, que se comprueba con la
concordancia de los resultados obtenidos por los distintos encues­
tadores.
La entrevista se basa, evidentemente, en la fuente más dudosa
y más rica de todas, la palabra, y corre el riesgo permanente de la
simulación o de la fabulación.
La pregunta cerrada constriñe en una alternativa intimidatoria,
impone un esquema y corre el riesgo del máximo error, mientras
que, en otro frente, el de la codificación, la interpretación y la
explotación ofrece las máximas garantías. La pregunta abierta y
la respuesta espontánea permiten (y, sobre todo, para el análisis
profundo) a la vez la fabulación, la sensibilidad verídica y una
riqueza de significados: pero, esta vez, el riesgo máximo de error
se sitúa del lado del encuestador, del de su capacidad para desci­
frar el mensaje del entrevistado, del de su posiblidad de estable­
cer una comparación, en pocas palabras, de transformar en datos
científicos un documento humano en bruto.
Lo que va quedando cada vez más claro es que es absurdo plan­
tear cuestionarios cerrados sobre problemas en los que la verdade­
ra actitud escapa a la conciencia clara del interrogado, en los que
las respuestas son, normalmente, racionalizadoras o justificadoras.
Igualmente, las respuestas preestablecidas son incapaces de captar
la motivación profunda en muy numerosos terrenos. Así, a la pre­
gunta «¿Por qué va usted al cine?», los esquemas de respuestas
tales como: para divertirme, para aprender, para pasar la tarde,
etc., son incapaces de captar la motivación profunda y la motiva­
ción verdadera.
Por otra parte, la experiencia ha demostrado que la formula­
ción de la pregunta desempeña siempre un papel de orientación
de la respuesta. Una palabra aparentemente anodina puede modi­
ficar las respuestas. S abemos también que el orden de las pregun­
tas y el número de preguntas influyen sobre las respuestas.
En pocas palabras, todo, en la entrevista, depende de una
interpretación encuestador-encuestado, pequeño campo cerrado
en el que se van a afrontar, confrontar o asociar gigantescas fuer­
zas sociales, psicológicas y afectivas.
En la entrevista, pueden manifestarse diversos factores pertur­
badores:
- Por lo que concierne a las preguntas, de hecho las respues-
212 SOCIOLOGÍA

tas tenderán a ser fabuladoras o (y) simuladoras en lo que se


refiere a los grandes temas tabú: el sexo, la religión y la política.
En este último caso, las desconfianzas serán más o menos grandes
según que el régimen del país en el que se planteen las preguntas
sea o no de libertad, o según el carácter minoritario o no, subver­
sivo o no, de las opiniones políticas del entrevistado. A parte de
los tabúes, consideraciones de prestigio o de status pueden tam­
bién falsear las respuestas.
- Por lo que se refiere a las preguntas de opinión y de creen­
cias, la conciencia se debilita tanto más cuanto más se penetra en
la motivación. Lo más frecuente es que esta resulte oscura, en la
mente del entrevistado, o bien esté sólidamente enmascarada tras
un sistema de racionalización. A decir verdad, difícilmente se
puede entrar en esa zona. Interrogado acerca del porqué de sus
opiniones, el entrevistado no ofrece más que los sistemas de
racionalización que segrega como respuesta a la investigación.
Los entrevistados reaccionan ante la entrevista de forma extre­
madamente diversa según la situación social, la determinación
psicológica, el clima y el carácter de la entrevista:
- inhibición, que se traduce en un bloqueo puro y simple, o
en una huida (respuesta lateral);
- timideces o prudencias, que acaban en respuestas de corte­
sía, según el placer que se cree pueden producir al encuestador;
que se traducen en tendencia a responder sí, más que no, por la
tendencia (prudencia) a optar por la cifra del medio, cuando se
propone la elección de un porcentaje;
- mecanismos de atención y de distracción (en las respuestas
preestablecidas, tendencia a elegir el primer o último punto de
vista);
- múltiples tendencias a racionalizar su punto de vista, es
decir, a dar una justificación, una legitimación aparente que
enmascara su verdadera naturaleza. Las racionalizaciones son
«sinceras»:
exhibicionismos, que conllevan una intensa «sinceración»
(este término de sinceridad debe, evidentemetne, repensarse),
fabulaciones y comedias:
- y, naturalmente, las tendencias fundamentales a defenderse
y a confeccionar personajes ante la mirada de un curioso externo.
Entre los factores perturbadores que provienen del encuesta­
dor figura, en primer plano, su apariencia a los ojos del entrevis­
tado. Es necesario que el entrevistado sienta un óptimo de distan­
cia y de proximidad, así como un óptimo de proyección y de iden-
DE LA ENTREVISTA 213

tificación con respecto al escuestador. El entrevistador debe


corresponder a una imagen simpática y tranquilizadora. A menu­
do, la encuestadora será mejor comunicadora que el encuestador.
No puede haber un modelo universal de encuestador, que sería el
encuestador urbano de las ciudades modernas (aspecto correcto,
cortesía, sin un exceso de refinamiento o de esnobismo) . Además,
es necesario que el encuestador cuente, previamente, con un fuer­
te control autocrítico sobre sí mismo; se ha comprobado que su
opinión y sus previsiones influyen inconscientemente sobre las
respuestas a la entrevista; su actitud a lo largo de la entrevista,
sus reacciones, incluso poco perceptibles, tienen su influencia; es
necesario, también, que el encuestador tenga un interés profundo
por la comunicación, por el prójimo. No basta con que parezca
simpático, es necesario que demuestre esa simpatía.
Finalmente, vemos que cuanta más importancia se le dé al
entrevistado en la entrevista -y es siempre más importante cuan­
to más al fondo se quiera llegar-, más importancia tiene la per­
sona del entrevistador.
El entrevistador debe tener un grado poco común de dones de
objetivación y de participación subjetiva, lo cual significa que el
encuestador debería ser una persona moralmente e intelectual­
mente superior, debería estar a la altura de un papel de confesor
laico de la vida moderna.
Pero aquí chocamos con una dificultad insoluble actualmente
en el sistema de las ciencias humanas (salvo en psicología clíni­
ca) . La entrevista es, en general, un medio de subsistencia
subalterno, un oficio de apoyo para las muj eres desocupadas o
en dificultades, una etapa para los futuros investigadores. Se
trata de una tarea inferior de la que se descargan los jefes de
equipo.
La búsqueda de la mayor riqueza nos lleva a privilegiar la
entrevista en profundidad, es decir, a un terreno en el que las pre­
cauciones técnicas y las reglas metodológicas ceden el paso a este
factor propiamente humano que se deriva del arte, de la sutileza y
de la simpatía. El factor humano, anulado de entrada por las ten­
dencias técnico-estadísticas de la entrevista, reaparece como
triunfador al final del análisis metodológicamente crítico.
Lo que ocurre es que la entrevista provoca, por sí misma (pues­
to que es una intrusión que puede aparecer como traumática o agre­
siva para el interesado) un gigantesco sistema de defensas. Pero, al
mismo tiempo, la entrevista responde a una gigantesca necesidad
de explicarse. El descubrimiento genial e infantil de Rogers consis-
214 SOCIOLOGÍA

te en romper el sistema de defensa del sujeto mediante la necesidad


de ese mismo sujeto de explicarse.

LA ENTREVISTA NO DIRIGISTA

La conversación no dirigista, utilizada primeramente en psico­


terapia por Rogers, se ha ampliado al terreno psicosocial. Su
objetivo primario consiste en dejar que la percepción del sujeto se
haga patente. No se trata de una conversación librada a la impro­
visación del diálogo. Exige una muy estrecha disciplina por parte
del entrevistador por lo que se refiere a evitar el comentario y la
intervención.
El gran principio rogersiano es que nuestra tendencia a juzgar,
evaluar, aprobar o desaprobar constituye la barrera más fuerte
para la comunicación. Por el contrario, lo que la favorece es la
atención simpática, o al menos la impresión (ilusión, a veces) de
la atención simpática, de la comprensión profunda.
Así, efectivamente, el «Rogers» se basa en la necesidad de
explicarse, una necesidad intensa y, quizá, particularmente insa­
tisfecha en nuestro mundo, en el cual muchos no cuentan con el
Gran Escuchador -ni con el mediador católico, el párroco- y
donde muy pocos -sólo los neuróticos- se benefician del neo­
confesor, el psicoanalista.
El interés de la entrevista no dirigista desborda el de la infor­
mación:
- de entrada, da la palabra al hombre interrogado, en lugar
de constreñirle mediante preguntas preestablecidas. Es la impli­
cación «democrática» de la no directividad;
- después, puede ayudar a vivir, provocando un desbloqueo,
una liberación:
- finalmente, puede contribuir a una autoelucidación, una
toma de conciencia del sujeto.

LA ENTREVISTA C O M O PRAXIS

En la entrevista no dirigista, el carácter informativo de la


entrevista queda estrechamente ligado a un carácter humano glo­
bal y multidimensional, y depende de él. La entrevista es una
praxis.
La conversación no dirigista constituye, además, uno de los
DE L A ENTREVISTA 215

ramales atenuados de l a conversación freudiana. La conversación


freudiana se basa en la extrema no directividad; este tipo de
entrevista provoca procesos psicoafectivos intensos, especial­
mente la transferencia y, finalmente, esa catarsis que es la cura­
ción. El modelo freudiano domina, por tanto, toda la perspectiva
no dirigista. Freud extrajo al máximo las fantásticas posibilidades
energéticas que podía haber en la investigación sobre sí mismo
solicitada por el interlocutor.
Los discípulos disidentes de Freud reformaron de formas
diversas la analítica cara a cara. Para varios de ellos, el analista
debe dejar de desempeñar el papel mudo, estático, para desempe­
ñar un papel especialmente intervencionista, estimulante, en el
límite de la provocación.
En psicología social, los métodos «provocadores» han podido
probarse, especialmente, en la entrevista de «personalidades». El
entrevistador puede, incluso, mantener una conversación polémica
con el entrevistado. Ello resulta, evidentemente, eficaz en el caso
de que los entrevistados estén demasiado seguros de sí mismos,
demasiado acostumbrados a la palabra (entrevistas con abogados).
También puede darse la fusión entre el método de los tests
proyectivos y el de la entrevista. La entrevista puede provocar
situaciones imaginarias, historias que hay que completar, de for­
ma que, aquí también, el flujo psicoafectivo remonte el vuelo al
margen de la zona del sistema de defensa.
La liberación de la energía psicoafectiva que provoca toda
entrevista, sea no dirigista, provocativa o proyectiva, se traduce
en un flujo de comunicación en el que lo imaginario y lo real
podrían mezclarse íntimamente, puesto que el sujeto dirá, al mis­
mo tiempo, lo que es, lo que cree ser (la histeria simuladora res­
pecto a sí mismo es cuasi universal), y lo que querría ser. El flujo
de la comunicación puede ser un torrente de comedia-sinceridad.
Aquí se plantea, de nuevo, el difícil problema de la verdad, pero
en el nivel de la persona total.

LA ENTREVISTA EN LA RADIO-TELEVISI Ó N
Y EN EL CINE

La entrevista es un modo de información que hizo su aparición


en la prensa. Sería interesante hacer una historia de la entrevista,
ver su tránsito de la prensa a la radio, de la radio a la televisión y
de la televisión al cine.
216 SOCIOLOGÍA

Señalemos aquí que la entrevista, en el origen un medio infor­


mativo acerca de una fuente individual, no es lo mismo que la
«declaración» oficial, que es un discurso unilateral dirigido al
público por medio de un periódico o de la radio. La entrevista
busca la comunicación personal.
La suerte de la entrevista va ligada al desarrollo de la cultura
de masas, que busca en todos los terrenos, con el fin de facilitar el
contacto con el público y para interesar al público, el human
touch, y más ampliamente, la individualización de los problemas.
La entrevista se desarrollará también en la dirección de las
sobreindividualidades que gobiernan en el mundo de los mass
media. Personalidades políticas, primeramente, a las que se entre­
vistará cada vez que suben o baj an del avión o en cada aconteci­
miento, pero también a los «olímpicos», las estrellas, las vedettes,
con las que se trata de multiplicar el contacto directo y a las que
se interroga no solamente acerca de un suceso que afecte a su
vida pública, sino acerca de todo o de nada.
La entrevista, al mismo tiempo, se desarrolla en una dirección
opuesta. Parte a la búsqueda del hombre de la calle, del viandante
anónimo, encontrado al azar y a quien se le va a plantear una pre­
gunta a quemarropa. En la relación con el hombre de la calle, se
delinea una tendencia «brechtiana» que tiende a provocar en el
espectador-oyente un distanciamiento respecto a su vida cotidiana.
Pero, tanto si se trata de juzgar lo cotidiano o de escuchar a los
guías olímpicos, la gran tendencia reciente de la entrevista es la
de plantear problemas de la vida privada; para ello, la entrevista
se ha hecho cada vez más familiar, íntima, tanto en la pesquisa de
anécdotas fútiles como en la tentativa de diálogo.
Señalemos, por último, como recordatorio, una fórmula que
está en el límite de la entrevista, que es el debate de varias perso­
nas sobre un tema. Es una especie de entrevista a varias personas,
dirigida o controlada por un cabeza de fila y que pretende propo­
ner un modelo dialéctico de la formulación de la verdad mediante
la confrontación de opiniones contrarias. En este caso, la entre­
vista se basa en el diálogo entre varias personas.

LA ENTREVISTA E SPECTACULAR

Al igual que en la psicología social, la misión oficial de la


entrevista es la de recoger informaciones, e igual que en la psico­
logía social, la entrevista podrá liberar una energía afectiva a
DE LA ENTREVISTA 217

veces considerable. Pero, mientras que en l a psicología social la


energía afectiva se utilizará para permitir la profundización de l a
información o (y) para ayudar a l sujeto a vivir, la energía afecti­
va, en la entrevista de radio-televisión o en el cine, se captará
para ser proyectada sobre un espectador, para proporcionarle, a
veces, emociones, además de informaciones.
En este caso, sentimos la mayor oposición entre la entrevista
de las ciencias humanas y la entrevista telecomunicante: la prime­
ra tendrá un carácter no público, o sea, secreto; si aparece la exhi­
bición de sentimientos solamente será frente y para el uso del
encuestador. La segunda se dirige a todos y se sitúa en el forum
telecomunicativo moderno.
Pero, como veremos, la mayor oposición entre la entrevista en
psicología social y la entrevista telecomunicada puede convertir­
se en la mayor proximidad, precisamente donde oposición y pro­
ximidad son más intensas. En efecto, se acercan donde el proble­
ma de la muestra representativa pierde todo sentido en psicología
social, puesto que la segunda diferencia radical entre la entrevista
de psicología social y la entrevista de mass media consiste en que
la primera comporta la mayor preocupación metodológica y téc­
nica en su preparación, y trata de que el sujeto de la entrevista sea
representativo de una población dada. La entrevista de mass
media es un arte que no conoce ninguna regla, pero que conoce a
sus artistas; la representatividad que pretende es una seudorrepre­
sentatividad. Por ejemplo, en los coloquios o entrevistas con el
hombre de la calle, se harán muestras por edades, por profesiones
o por opiniones, buscando la variedad y lo pintoresco, más que el
rigor, tratando de no olvidar a las grandes familias espirituales,
más que de recoger la opinión en desacuerdo con los esquemas de
unos y de otros.
Además, no lo olvidemos, las presiones políticas o económi­
cas limitan el campo y la libertad de la entrevista. Mientras que,
en las ciencias humanas, el campo de la entrevista es ilimitado, en
los mass media, este campo subre limitaciones y tabúes que rei­
nan sobre el campo de la palabra (variando según los países y
según los problemas) .
Todo, por tanto, opone la entrevista «común» d e los mass
media a la entrevista común de la psicología social. Una apunta a
lo pintoresco, lo divertido, lo espectacular y se preocupa poco de
la validez de la información recogida; y la otra busca la fidelidad
y se basa en un método. Sin embargo, se acercan conforme ambas
se profundizan.
218 SOCIOLOGÍA

TIPOS D E ENTREVI S TAS

Sin entrar aquí en el estudio de una tipología exhaustiva de la


entrevista, propongo distinguir cuatro tipos de entrevista, según
su grado de comunicación:
1) La entrevista-rito. Se trata de obtener una palabra que, por
otra parte, no tiene más importancia que la de pronuciarse hic en
nunc. El ejemplo perfecto sería: «Estoy muy contento de haber
ganado», por parte del campeón deportivo. La entrevista-rito
señala sucesos, ceremonias, encuentros oficiales. Su verdadero
objetivo es el de hacer oír la voz, autentificar el suceso mediante
la voz-imagen (televisión, actualidades cinematográficas), revelar
y comunicar la presencia subjetiva. Las palabras de la entrevista­
rito son, en sí mismas, «rituales». Completan la ceremonia. Pero
puede suceder que el rito quede alterado por alguna cosa inespe­
rada, como la irrupción de las fuerzas salvaj es de la vida; una
mirada, una palabra, un grito que traiciona el sentimiento bajo la
apariencia. Hay todo un arte de la entrevista que trata de captar la
vida por debajo del rito, o de romper el rito.
2) La entrevista anecdótica. Muchas -la mayor parte, sin
duda- de las entrevistas de vedettes son conversaciones frívolas,
ineptas, complacientes en las que el entrevistador busca la anéc­
dota picante, quiere plantear preguntas llanas sobre desplaza­
mientos y proyectos, en las que el entrevistador y el entrevistado
permanecen deliberadamente al margen de todo lo que pueda
comprometer. Esta entrevista se sitúa en el nivel del chismorreo.
3) La entrevista-diálogo. En algunos casos felices, la entre­
vista se convierte en diálogo. Este diálogo es algo más que una
conversación mundana, es una búsqueda en común. El entrevista­
dor y el entrevistado colaboran para obtener una verdad que afec­
te bien a la persona entrevistada, o bien a un problema. El diálogo
empezó a aparecer en la radio y en la televisión. Se ha necesitado
tiempo para que la palabra humana perdiera su rigidez ante el
micro o ante la cámara.
4) Las neoconfesiones. El entrevistador se desvanece ante el
entrevistado. É ste no se queda en la superficie de sí mismo, sino
que se lanza, deliberadamente o no, a bucear en su interior. En
este caso, nos reencontramos con la entrevista en profundidad de
la psicología social. La entrevista-buceo lleva en su seno su pro­
pia ambivalencia; toda confesión puede considerarse como un
strip-tease del alma llevado a cabo para llamar la atención de la
libido psicológica del espectador, es decir, puede ser obj eto de
DE LA ENTREVISTA 219

una manipulación espectacular; pero, al mismo tiempo, toda con­


fesión va mucho más lejos, mucho más profundo que todas las
relaciones humanas superficiales y lamentables de la vida cotidia­
na, incluso en el cine, en el que constituye, en último término, el
alma del «cine-verdad» (véanse las «confesiones» en Chronique
d'un été, le Joli Mai, y quizá, sobre todo, Hitler connais pas).

LOS ENTREVI S TADO S

El entrevistado puede ser una vedette o un hombre de la calle.


Pero puede ser, simplemente, el prój imo.
Las vedettes o los «Olímpicos» son los peores o los mejores de
los entrevistados. Los peores: tienen un admirable sistema de
defensa, pues ser olímpico, hombre político, hombre de mundo,
estrella de cine, escritor, etc., es estar en constante representación
en el mundo. El olímpico, en este sentido, continúa desempeñan­
do su papel durante la entrevista, sobre todo puesto que siente y
sabe que el público quiere de él una cierta imagen. Los mejores :
los olímpicos, actores o escritores son, a l mismo tiempo, persona­
lidades exhibicionistas-narcisistas a los cuales el placer de hablar
de sí mismos les puede llevar a hablar profundamente de sí mis­
mos. Los escritores, sobre todo, pueden proporcionar estupendas
entrevistas. Algunos de ellos han aportado a la entrevista un ver­
dadero compromiso personal, un esfuerzo tendente hacia la eluci­
dación de sí mismos.
Del hombre de la calle no se espera o no se recuerda, general­
mente, más que una reacción mordaz. Es la entrevista-relámpago
que busca la opinión de la calle a granel.
El prójimo es el entrevistado considerado como ser humano a
conocer y no en tanto que representante de una u otra profesión,
clase o edad. Al prójimo le corresponde, evidentemente, la entre­
vista en profundidad. El prój imo puede ser escogido por haber
vivido una experiencia particularmente intensa (un escapado de
un campo de concentración), pero puede también ser una madre
de familia a la que se la interroga sobre la felicidad . . .

L o s ENTREVISTADORES

Mientras que la entrevista en las ciencias humanas está total­


mente dirigida hacia un entrevistado, la personalidad del entrevis-
220 SOCIOLOGÍA

tador de radio-televisión puede convertirse en vedette. Puede


incluso ser la vedette en la entrevista. En todo caso, la profesión
de comunicador está, especialmente en los Estados Unidos, enor­
memente bien retribuida. Los performers de la entrevista son ver­
daderos artistas y, como tales, bastante cotizados y bastante raros.
Tienen que tener el don del énfasis y provocar la simpatía tanto
del entrevistado como del público. S on, en sí mismos, vedettes.
El entrevistador de radio-televisión, contrariamente al entrevista­
dor de las ciencias sociales, no conoce de clasificaciones rígidas
de tipos de entrevista. A veces es espontáneamente no dirigista, o,
por el contrario, a veces es provocativo o polémico. Algunas
entrevistas (las confesiones) requieren particularmente la escu­
cha; otras requieren la provocación.
Resulta a menudo que, en las entrevistas de personalidades, lo
mej or proviene de la dosificación, o más bien de una alternancia
entre el estilo provocador, o sea, polemista, y el estilo escucha­
dor. Conviene, en efecto, a veces romper la comedia, la máscara,
hacer salir al entrevistado de la reserva, forzarle en su atrinchera­
miento, y a veces, al contrario, dejarle hablar y dejarle que calle . . .
E l entrevistador completo e s una persona polivalente capaz de
ser, a la vez, provocativo y escuchador. En este caso, es, efectiva­
mente, un verdadero dialogante. Podemos preguntarnos si este
modelo dialogante (provocador-escuchador) no ha sido hasta aho­
ra desconocido en las ciencias sociales.

EL FENÓMENO M ICRO-CÁMARA

Hay un instrumento que se utiliza parcialmente en la entrevista


en las ciencias sociales: el micrófono. Las entrevistas en profundi­
dad se registran, generalmente, en un magnetófono. Se puede
observar que la fuerza inhibidora del micro es igual a su fuerza
exhibidora. Es decir, que, si el micro incrementa la tendencia a
defenderse contra la entrevista (puesto que significa dejarse ir ante
un instrumento que graba las palabras y éstas dejan de ser voláti­
les) , también incrementa la tendencia a explicarse, a lanzar su
mensaje al mundo. El micro de radio desempeña el mismo papel
ambivalente, es decir, que, si el ambiente es bueno y el entrevista­
dor ofrece confianza, las necesidades de expresión se hallan supe­
ractivadas. El micro de radio-televisión y del cine registra «para
todos y para nadie», según la fórmula de Nietzsche. En cierto sen­
tido, se podría hablar de micro-pluma: el micro no es solamente un
DE LA ENTREVISTA 221

escuchador, es, además, un instrumento para quien no sabe escri­


bir y que puede utilizar para narrarse a sí mismo. El escuchador es
el entrevistador y, más allá, el resto no se preocupa puesto que se
confunde en la indeterminación anónima del «público».
La televisión y el cine aportan, además del micro, la cámara.
Puesto que ya he hablado del micro-pluma, puedo hablar de la
cámara-oído, que permite al mundo (a los espectadores) tanto
escuchar nuestras palabras como ver nuestra imagen. Pero la
cámara es, además, un ojo, y más todavía, una mirada, cuya natu­
raleza se conoce mal todavía, aunque de una intensidad, sin duda,
prodigiosa. Al igual que el micro, incrementa las capacidades
inhibidoras, pero también las capacidades exhibidoras. Dispone
de un potencial «extralúcido» y puede «inducir» a los entrevista­
dos a decir la verdad. Ello puede traducirse en una comedia men­
daz, pues, cuando se está al borde de la verdad es cuando uno se
lanza, a tumba abierta, a la fabulación.
Así, gracias al poder del micro y de la cámara, la televisión y
el cine, reinos de la falsa comunicación o de la comunicación
imaginaria, detentan inmensas posibilidades de comunicaciones
más ricas que en la vida.
El micro y la cámara de radio-televisión o de cine llevan ya
dentro al público. La gran originalidad de la entrevista telecomu­
nicada es que la energía afectiva que destila no se resuelve en el
cara a cara, sino que pasa al público y se vierte sobre cada oyente
o espectador.
O bien la comunicación se absorbe como espectáculo, es decir,
se digiere como se digiere una película de ficción, transmutada en
emoción estética, y, entonces, se pierde el contenido real de la
comunicación y la energía afectiva se metamorfosea en satisfac­
ción de haber visto un bonito e interesante espectáculo.
O bien se rechaza la comunicación y el espectador se da las
razones j ustificativas de su rechazo: «Es falso», «Está trucado»,
«Es una mentira»; es decir, que cree que se le engaña con lo ima­
ginario baj o la etiqueta de lo real; no se puede imaginar una sin­
ceridad pública.
O bien la comunicación será liberadora para aquellos que se
reconozcan y se sientan menos solos y será reveladora para aque­
llos que descubran al prój imo.
De hecho, en nuestra sociedad, la comunicación de la entrevis­
ta en profundidad queda, lo más frecuentemente, desvitalizada en
el terreno de la estética del espectador, o bien rechazada por
engañosa; raramente conlleva una nueva comprensión.
222 SOCIOLOGÍA

LA ENTREVISTA EN UNA POLÍTICA DE LA COMUNICACIÓN

El éxito global de la entrevista ritual y de la entrevista anecdó­


tica en los mass media, el fracaso humano (aunque a menudo
acompañado del éxito de audiencia) de la entrevista en profundi­
dad, todo esto merece una reflexión con vistas a una política de la
comunicación.
La entrevista en las ciencias humanas y la entrevista en los
mass media, desde el momento en que abandonan la zona de fri­
volidad, muestran ambas una extraordinaria necesidad de comu­
nicación. ¿Viene reforzada esta necesidad por la individualiza­
ción creciente que aísla y, a la vez, da a cada uno un afán por
revelar su ser (que cree o quiere creer) auténtico?
Siempre ocurre que el triste estado de la comunicación entre
los humanos se mide en nuestras conversaciones, torpes inter­
cambios de palabras convencionales salpicados de sonrisas ama­
bles y de risas espasmódicas, soliloquios cruzados entre los cua­
les, a veces, salta un pobre destello. En la vida cotidiana, la
comunicación está bloqueada, atrofiada y desviada, y de ahí el
éxito de la comunicación imaginaria de las películas, de las nove­
las . . . Pero, en este mundo moderno con una pobre comunicación
(quizá en la antigüedad era todavía más pobre, pero el hombre
creía, entonces, comunicarse con el Cosmos o con la Trascen­
dencia), la civilización científico-técnica ofrece nuevos medios.
La psicología social, por su lado, y los mass media, por el suyo,
han creado, cada uno a su manera, ciertos medios de comunica­
ción. Podemos tratar de conjugar los logros de uno y otro sector,
conjugados en algunos principios que serían, precisamente, aque­
llos dirigidos a crear una política de la comunicación:
Buscar la comunicación profunda con el prójimo.
- Buscar una actitud dialogante. El que dialoga, que actúa
ya, a veces, en la radio y en la televisión, debe provocar situacio­
nes que favorezcan la comunicación, debe provocar al prójimo,
pero a condición de poder también escuchar 1 •
- Tratar de transformar la asimilación de la audiencia en
comprensión. El espectador puede fácilmente abandonar su ego-

1 No resultaría errado buscar, en el modelo del diálogo moderno, un heredero


marginal de la actitud socrática; un Sócrates, dialéctico del ágora, preguntador
(provocador) y escuchador, buscando el diálogo que avanza haciendo emerger
(mayéuticamente) la verdad inconsciente de su entrevistado.
DE LA ENTREVIS TA 223

centrismo y su etnocentrismo en lo imaginario: entonces, se inte­


resará con amor por el vagabundo, por el negro, por el prój imo.
Pero es recaptado por el etnocentrismo, por el egocentrismo y por
los demonios mezquinos de la vida real. ¿No es cierto que hay,
tanto en la televisión como en el cine, una falla entre lo imagina­
rio y lo real, por la cual podría introducirse la entrevista, que se
haría plenamente operativa si permitiese tanto la objetivación
como la subjetivación?
Objetivación: permitir al espectador objetivarse respecto a sí
mismo, es decir, distanciarse según un desdoblamiento que per­
mita el autoanálisis, o sea, la autocrítica.
Subjetivación: nosotros tenemos la tendencia a considerar al
prójimo como objeto, mientras que la entrevista nos devuelve,
constantemente, en conciencia y en sentimiento, la presencia sub­
jetiva del prójimo.
Por otra parte, el diálogo fecundo es el diálogo en el que lo
extranjero se convierte en mi propio doble, donde mi propio
doble extranj ero se convierte en mí mismo y donde yo me con­
vierto en extranjero de mí mismo, proceso múltiple y contradicto­
rio que la dialéctica misma de la comunicación teje con el próji­
mo, cosa que no es posible más que con el intermedio de una
comunicación de sí mismo con sigo mismo. La imagen del vídeo
y de la pantalla permite relanzar esta dialéctica de forma vertigi­
nosa. No estamos más que en los inicios de una cine-tele-comuni­
cación.
- Dar una dimensión existencial nueva a la democracia. La
psicología social, en su tendencia no dirigista (y aquí haría falta
relacionar los diversos sectores no dirigistas y esbozar una teoría
del no dirigismo, que es lo que trata de hacer un Georges
Lapassade), lleva en su seno un principio democrático liberal
que, además, se extiende claramente más allá de la zona hoy
demasiado estrecha de la vida política: dar la palabra. Gracias a
la teletécnica, por primera vez, la palabra puede darse al descono­
cido, al sin nombre, registrarse y transmitirse a millones de seres
humanos. No estamos todavía ni en los inicios de lo que podría
ser, en este terreno, el pensamiento de una política de la teleco­
municación, que sería la de hacer saltar la palabra profunda de un
individuo, de una capa social, de un grupo, hasta el límite de una
sociedad.
B. MODERNIZACIÓN Y POSTMODERNIDAD

LA M ODERNIZACIÓN D E UNA C OMUNIDAD


FRANCESA

En el extremo occidental de Francia, en Bretaña, y en el extre­


mo occidental de Bretaña, entre la ciudad de Quimper y la Pointe
du Raz, donde se acaba Occidente, está situada la comunidad de
P. (Plozévet). P. es una comunidad de 3 .600 habitantes, en una
región en descenso demográfico. Un éxodo rural continuo y la
ausencia de una implantación industrial mantienen esta hemorra­
gia de población. El departamento del Sud-Finistere está al mar­
gen de la gran vía de comunicación Brest-París, alejado de l a
capital, a 600 kilómetros , y sufre l o s inconvenientes económicos
de esta situación apartada. El país bigouden [de bigudí], apela­
ción tradicional de una población establecida en un sector al sur
del Sud-Finistere, ha permanecido mucho tiempo culturalmente
aislada y pueden verse en P. mujeres de más de 50 años llevando
el tocado alto blanco cogido con bigudíes; los domingos , los vie­
jos y las viejas del c ampo van a misa con sus vestidos tradicio­
nales.
En esta región apartada, en la que subsisten ciertos arcaísmos,
P. ocupa una posición singular. En el centro de un cantón agrícola
tradicionalmente «blanco» , es decir, religioso y de derechas, P. es
una comunidad con mayoría «roja», es decir, laica y de izquier­
das. Una familia radical-socialista ha dirigido los asuntos munici­
pales durante tres generaciones (de 1 876 a 1 952). La marca de
este dominio «rojo» se ha traducido en la fundación, en 1 932, de
un CEG *, gran escuela pública, y en el papel destacado de los
enseñantes laicos en la dirección de los asuntos de la comunidad

* College d'Enseignement Général. (N. del T.)

[225]
226 SOCIOLOGÍA

(el alcalde actual es un enseñante retirado y su segundo adjunto,


un enseñante en activo).
Otra característica singular de P. es que la pequeña propiedad
agrícola, ya muy parcelada en el departamento, está parcelada en
extremo.
Ahora bien, lo que nos ha fascinado acerca de P. es que el
hecho de estar apartada y la singularidad misma de su situación
nos remiten a los problemas centrales y generales, en la medida
en que este hecho de estar apartados y esta singularidad acentúan,
o sea, exacerban los problemas de la transformación de una
Francia rural y provincial. El alejamiento y la singularidad pro­
porcionan a la mutación un carácter de crisis que permite profun­
dizar en los problemas de fondo planteados por el cambio, es
decir, por la modernidad. P. no es un caso promedio, sino un caso
extremo. Quizá más revelador que un caso promedio, no a pesar
de su singularidad sino a causa de esa singularidad. Y ello tanto
por la cuestión agraria como por la cuestión escolar y, más
ampliamente, por razones de civilización.
Estos y otros grandes problemas se encadenan y se entremez­
clan en la gran transmutación.multidimensional provocada por la
invasión reciente, rápida y masiva del mundo moderno sobre esta
región, y no pueden disociarse del objeto de nuestro estudio,
abriéndole una problemática central y unos horizontes generales.
Otro interés de la comunidad de P. radica en su diversidad. P. es
una de las últimas reservas de la civilización tradicional en
Francia, con sus viejos y sus viejas, algunos de los cuales viven
todavía al margen del mundo del gas y de la electricidad, y se
maravillan aún de la primera bicicleta o del primer automóvil; y
con sus jóvenes con camisas negras que son arrastrados, al mismo
tiempo, por el más reciente estilo de peinado y de las diversiones
a la moda. Además, la diversidad social de P. hace de ella un
microcosmos sociológico. La ciudad comprende 1 . 1 00 habitantes
y los otros 2.500 se reparten entre 1 20 aldeas y pueblos. Para una
población activa de 1 .500 personas, agrupadas en 1 .000 hogares,
hay 3 3 0 explotaciones agrícolas, una cuarentena de asalariados
agrícolas, alrededor de 1 60 marinos (de los cuales 1 20 son mer­
cantes y 25 son pescadores), 220 comerciantes y artesanos, 1 00 a
200 obreros (según el criterio de evaluación y según las dificulta­
des económicas de una de las dos fábricas de P.), 30 enseñantes y
una decena de personas que ejercen una profesión liberal. Por lo
que respecta a las 3 30 explotaciones agrícolas, hay un pequeño
número de campesinos acomodados (con más de 20 hectáreas)
LA MODERNIZACIÓN DE UNA COMUNIDAD FRANCESA 227

que son a menudo los más grandes productores y, a veces, los más
hábiles (aquellos que tienen una empresa de siega y trilla u otras
actividades conexas); un centenar de «explotaciones medianas»
(con más de 5 hectáreas en zonas de buena tierra de huerta y más
de 10 hectáreas en zonas de tierras medianas) ; y alrededor de dos­
cientas pequeñas explotaciones. Algunas decenas de asalariados
agrícolas son los últimos testimonios de un proletariado mise­
rable.
La diversidad del paisaje de P. nos cautivó cuando recorrimos
esta gran comunidad de 2.700 hectáreas, más o menos un triángu­
lo equilátero invertido, cuyo lado sudoeste es una costa de 7 kiló­
metros. Yendo de sur a norte, desde la costa hacia las tierras inte­
riores, a vista de páj aro, se atraviesa primeramente una zona de
tierras baj as, sin árboles, donde sopla un viento violento; es la
zona donde se practican los cultivos hortícolas. Una costa se ele­
va, propicia para las primicias; más allá de la línea de la cresta, se
descubre un pequeño valle verdeante en el que el río, bordeado de
álamos, fluye entre praderas. Sobre las dos líneas paralelas de la
cresta, casi encarados, se encuentra Merros, una aldea católica,
blanca, cuyos niños van a la escuela libre, y Lesavrec, aldea laica,
roja, cuyos niños van a la escuela pública. No lejos de allí, en el
interior de una especie de depresión, una viej a casa solariega
renacentista, Kerguinaou, se utiliza como granja. Remontando
más hacia el norte, se llega a una meseta de tierras arcillosas cul­
tivadas. La población se encuentra, no exactamente en el centro
del territorio comunal, sino ligeramente desplazada hacia el oeste
y a tres kilómetros de la costa. La aglomeración se extiende en
forma de estrella a lo largo de las carreteras que confluyen hacia
su centro: la carretera de Quimper (NE) a Audierne (NO), la
carretera de Ponta-1' Abbé (SE), y la carretera del mar que acaba
en el pequeño puerto de Poulhan, en la frontera de la comunidad.
Al norte de la carretera de Quimper-Audierne, las tierras se
hacen mediocres, las landas y los bosques se multiplican hacia la
vertiente fronteriza, donde empieza la comunidad de M.
El territorio de P. ofrece una diversidad no solamente de
micropaisajes, sino también, de micropro:vincias. Cada pueblo y
cada aldea tiene su propia personalidad social y psicológica. El
pueglo de La Trinité, verdadero suburbio de la aglomeración
principal, es a la vez rural e industrial, dominado por la chimenea
de la fábrica de conservas que fue puesta en marcha de nuevo en
1 965. Poulhan es un pueblo de pescadores de más de 1 00 habitan­
tes. Kermenguy ( 1 00 habitantes) es un pueblo aislado que apenas
228 SOCIOLOGÍA

empieza a salir de la rutina y sobre el que se ceban todas las chan­


zas de la comunidad. Brumphuez (80 habitantes) es un pueblo
hortícola con tradiciones de alegría y borracheras. Podríamos
continuar dando detalles de cada localidad en particular, cuya
reunión constituye, efectivamente, un microcosmos, es decir, al
mismo tiempo un amasijo de individualidades irreductibles y una
muestra tipológica muy rica.
En esta unidad múltiple que es P. , la onda unificadora del
cambio va a aportar el primer gran eje de referencia de nuestra
investigación, que no es una investigación de sociología rural, de
sociología urbana, de sociología pura o de psicosociología, pues
es, primordialmente, sociofenomenología del c ambio: modifica­
ción, transformación, mudanza, mutación, decadencia, innova­
ción . . . La irrupción del mundo moderno significa el cambio per­
manente y multidimensional. Cambio multidimensional: todo
cambia, de la economía a la vida privada, de las costumbres a los
objetos; cambio permanente: todo cambio implica otro cambio;
cambio ininterrumpido: la modernidad no queda fijada en la
esencia sino en el devenir. É sa es la razón por la que nuestra ten­
tativa de sociología multidimensional se ha visto favorecida en
un terreno también trabaj ado por una investigación multidiscipli­
naria.
Nosotros quisimos captar este cambio en su materialidad obje­
tiva para mejor penetrar en la conciencia y en el sentimiento de
cambio y para mejor penetrar en los cambios de la conciencia y
del sentimiento. Nosotros quisimos considerar la producción, la
utilización y el consumo de obj etos como indicadores y tests, tan­
to como determinantes de los cambios de las mentalidades. Pero
quisimos penetrar también en los sentimientos de las personas y
en la experiencia vivida por los grupos, lo cual nos hizo descartar
el cuestionario con respuestas preestablecidas que se plantea a una
muestra predeterminada de la población. Ello nos condujo a elabo­
rar un método de investigación sobre el terreno cuya originalidad
se debe a la utilización simultánea, concurrente y confrontada, de
técnicas de aproximación hasta entonces no asociadas:
- la observación cotidiana consignada en un diario por cada
encuestador;
- la conversación (entrevista) individual o familiar, semidi­
rigista, registrada en un magnetófono;
- la participación en la vida de los grupos (consejo munici­
pal, sección comunal del sindicato de explotadores agrícolas, aso­
ciaciones, comité de jóvenes, comunidades de pueblos como
LA MODERNIZACIÓN DE UNA COMUNIDAD FRANCESA 229

Lesavrec, Brumphuez, Kermenguy, en las que los investigadores


vivieron en el lugar y participaron en los trabajos de los campos);
- la provocación de situaciones juzgadas como «mayéuti­
cas», como: una reunión de j óvenes que acabó con la constitución
de un comité de la juventud de P., que agrupó, durante el verano,
a 1 80 adherentes, es decir, a la mayor parte de los de 1 5 a 1 9
años; la provocación de situaciones-tests (proposición a diferen­
tes categorías de la población del municipio de un comité para el
desarrollo del turismo; organización de sesiones de cine para las
generaciones j óvenes);
- la integración de acontecimientos sociales (concentración
agrícola) o mundiales (experiencias cosmonáuticas) en el sistema
de tests y de reveladores;
- confrontación cotidiana de las hipótesis o de los datos
recogidos a través de diferentes formas de aproximación, median­
te la anotación en el diario de investigación e intercambio entre
los diarios de los investigadores, con reuniones de discusión.
El progreso de este método multidimensional nos permitió
centrar progresivamente nuestra investigación sobre los puntos,
lugares, situaciones, grupos e individuos que nos Qarecían de
importancia estratégica. Este método permitió, de una sola vez, el
pleno empleo de la reflexión, de la observación y de la innova­
ción, durante el propio transcurso de la pesquisa sociológica, en
lugar de que ésta se convirtiera en la aplicación mecánica de un
utensilio prematuramente constituido. Nosotros entrevistamos a
200 personas. Esta selección constituye, de hecho en su mayor
parte, una muestra estratificada de la población: además, com­
prendió a individuos o grupos sobre los cuales intensificamos la
indagación puesto que los consideramos significativos o crucia­
les, ya que concentraban en ellos los problemas del cambio, bien
en la contradicción, bien en la euforia, bien como pilotos, bien
como vehículos o bien como víctimas. Así, nuestra investigación
privilegió especialmente a: los militantes (sindicales, políticos o
sociales), las jóvenes parej as, los cultivadores rurales dinámicos,
los j óvenes de 14 a 1 9 años, la generación de los nuevos artesa­
nos-comerciantes, las mujeres que ejercían un oficio en el muni­
cipio y los notables burgueses.
Tratamos de saber cómo se planteaba la cuestión de la moder­
nidad para los grandes grupos sociales de P.
Los dueños de explotaciones constituían la aplastante mayoría
de los agricultores de P. La clase campesina, ya lo hemos dicho,
sufría en P. la crisis general de la mutación que sufrían en toda
230 SOCIOLOGÍA

Francia, pero en condiciones más graves. Es una crisis de moder­


nización, no de rechazo a la modernización, pero con dificultad
para alcanzarla. En el marco de la pequeña propiedad, se trataba
de dotar a la producción de máquinas, es decir, de realizar gran­
des inversiones, y ello en el momento mismo en el que se multi­
plicaban las necesidades de consumo en la familia y en que se
imponían necesidades de confort para la mujer; se trataba de
adoptar simultáneamente una mentalidad técnica y racionalizado­
fa (llevar una contabilidad, encontrar métodos para homogeneizar
la producción en función de una demanda cada vez más exigen­
te) . La necesidad de un trabaj o moderno y la aspiración a una
vida moderna se presentan concurrentemente y, por tanto, com­
plementariamente. Tal modernización es imposible más allá de
cierta edad y de una cierta superficie. Además, la gran mayoría de
las pequeñas explotaciones no contaban con sucesores y los vie­
jos campesinos trampeaban mientras que sus menores se encami­
naban hacia otras carreras. Solamente los jóvenes o los campesi­
nos favorecidos por la extensión o la calidad de la tierra se lanza­
ban a la aventura de la modernización.
Todos los agricultores, por muy diferentes que fueran sus res­
puestas a la crisis y por muy diferentes que fueran sus superficies
de explotación, tenían la misma sensación, la misma conciencia
de clase: una sensación de frustración y de abandono. El cultiva­
dor se siente «condenado de la tierra». Se siente olvidado e igno­
rado por los poderes centrales, explotado por las profesiones
intermediarias. Envidia no la vida urbana sino la suerte del obrero
urbano, que se le aparece como un privilegiado ya que sus hora­
rios son limitados y porque tiene asegurado un salario mensual
mucho más elevado que el rendimiento monetario campesino,
porque no tiene el riesgo de perder el fruto de su trabaj o , porque,
en una palabra, se beneficia de la seguridad, de la estabilidad, de
las facilidades y del ocio. La aspiración profunda de la clase agrí­
cola de P. es la del estatuto del trabaj ador urbano, y desea, desde
ese momento, circunscribir la parte de su vida que dedica al tra­
bajo, eliminar los riesgos que provienen de los desórdenes de la
Naturaleza (accidentes meteorológicos, enfermedades de las
plantas y de las bestias), y de los desórdenes de esa cuasi
Naturaleza que es para el campesino el Mercado. A p artir de ese
momento, al agricultor le parece anormal levantarse por la noche
cuando una vaca va a parir y temer que muera, es decir, estar
dedicado a todas horas al trabajo y estar amenazado a todas horas.
Esta aspiración es tanto más fuerte cuanto más se desciende en la
LA MODERNIZACIÓN DE UNA COMUNIDAD FRANCESA 23 1

escala de edad, pero los j óvenes rara vez ven la posibilidad de


alcanzarla en la agricultura y parten en busca de otros oficios. Por
tanto, es una conciencia de clase que muere: se repite que pronto
el campo estará desierto, que casi todas las explotaciones habrán
desaparecido. Esta visión perspectiva ve claramente el proceso de
despoblación, pero la acelera y la catastrofiza.
Lo que nos pareció sorprendente es que esta conciencia catas­
trófica no comportara el furor agresivo o la secreción mitológica
que podría haber aparecido en una clase herida de muerte. Lo que
ocurre es que, desde hace mucho tiempo, tiene lugar el proceso de
reconversión del campesinado en una clase urbana, especialmen­
te gracias a la escuela que permite que los niños obtengan una
cualificación y una promoción social.
Este proceso, iniciado en las capas más pobres, se extiende
ahora a todo el campesinado. Desde hace mucho tiempo, también,
las familias campesinas tienen parientes, hermanos y hermanas o
hijos en las categorías urbanas de la población, y los campesinos
mayores trampean esperando su pensión, más o menos ayudados
financieramente por sus hijos de las ciudades, los cuales les ofre­
cen, a veces, una cocina o una televisión, y para los cuales la casa
paterna se ha convertido en una residencia de vacaciones. Así,
por todas partes, se ha realizado un lento y soterrado trabajo de
destelurización: el encadenamiento fundamental del campesino a
su tierra se ha atenuado. La tierra ha dejado de ser la fuente fun­
damental de los valores: las tradiciones se han debilitado; la fami­
lia se ha flexibilizado y todos los campesinos que encontramos,
incluidos los que se mantenían ligados a la tierra modernizando
su explotación, nos aseguraron que dejarían a sus hijos la libertad
de elegir su carrera, afirmando muchos de ellos que les aconsej a­
rían marcharse, pensando la mayoría en darles una educación que,
de hecho, les orientara por otros derroteros. Ha habido un proceso
de autodesarraigo sicológico del campesinado que, por otra parte,
ha permitido la concentración en tanto que separación de la tierra
familiar. Esta concentración acentuará, sin duda, el que la tierra
se convierta cada vez más en utensilio de trabajo y cada vez
menos en Mutter Erde.
Son muy numerosos los campesinos que, evocando el porve­
nir, sugieren la posibilidad de estatización con una cierta ambiva­
lencia. Por una parte piensan que la tierra será menos trabajada,
pero, por otra, ven la ventaj a de un trabajo fijo, de un horario
reducido y de una jubilación adelantada. Este fantasma de la esta­
tización (que nada en la evolución presente de la sociedad france-
232 SOCIOLOGÍA

sa dej a presagiar) no es un sueño de esperanza, pero tampoco es,


en absoluto, una pesadilla.
Entra la ventaja de la independencia, con la imposibilidad de
alcanzar el conjunto de las aspiraciones modernas, y la dependen­
cia salarial de la ciudad, con la posibilidad de alcanzar una vida
personal, la mayoría de los jóvenes eligen marcharse. La presión
centrífuga es particularmente fuerte entre las chicas. É stas no
quieren casarse con un cultivador. Se casan con marinos mercan­
tes, policías, comerciantes. Entre 1 960 y 1 965, solamente cinco
jóvenes agricultores pudieron encontrar mujer en P. La escasez de
mujeres contribuye a la deserción de los hombres. Parece como si
la muj er campesina hubiera vivido una transformación más radi­
cal y más profunda que el hombre. Las campesinas mayores
sufren todavía el sino que las aboca al hogar, a las bestias y, cuan­
do hace falta, también a los campos. En las mujeres de menos de
cuarenta y cinco años, la preocupación del confort de la casa se
desarrolla hasta convertirse en aspiración a convertirse en mujer
de interior. Nosotros mantuvimos algunos diálogos en los que la
mujer hablaba de la casa mientras que el hombre hablaba de los
utensilios. De repente, aparece el conflicto entre dos moderniza­
ciones, una, de la explotación y otra, de la casa. La mujer ha
empezado a reivindicar una cocina moderna y un lavaplatos, exi­
ge la lavadora, el aspirador, la ducha y, a veces, la televisión y la
nevera. Piensa en decorar, pintar, hacer que el interior resulte
coqueto, aunque se limite todavía a la cocina-sala de estar.
Presiona para la adquisición de un coche y, a veces, obtiene su
permiso de conducir. Al realizar la modernización del interior
(doméstico), la mujer realiza la modernización interior (psicoló­
gica) que influirá con fuerza sobre la educación primaria de los
hijos. La hija quiere realizar su sueño de mujer de interior, sin la
servidumbre rural y tomará un marido que sea marino, funciona­
rio o asalariado. Pero vemos ya en la nueva generación al modelo
de la mujer que ejerce un oficio autónomo y que sustituirá al de la
mujer de interior.
La deserción de la hij a implica la de los chicos que no quieren
afrontar el celibato (pues el matrimonio ha dej ado de ser decisión
de los padres) e incrementa el sentimiento de abandono campesi­
no. Si no existe prácticamente ninguna hija de explotación agrí­
cola que quiera permancer en la granja, en P. (no solamente no
hemos encontrado ninguna, sino que nadie nos ha señalado a nin­
guna), el número de chicos que han decidido permanecer en la
granja es muy restringido. Algunos se sienten obligados por los
LA M ODERNIZACIÓN DE UNA COMUNIDAD FRANCESA 233

padres, otros están, quizá, baj o los efectos del fracaso escolar,
otros tienen el gusto por la tierra, creyendo que la explotación
familiar permite un buen punto de partida y se sienten tentados
por la aventura de la modernización.
Entre la renuncia a la sucesión de la mayor parte de los de menos
de 20 años y la renuncia a la modernización de los de más de 50
(salvo aquellos empujados por un hijo o un yerno), un cierto núme­
ro de agricultores han hecho frente al reto de la modernización,
unos haciéndose emprendedores o incluso empresarios, otros tratan­
do de resolver los problemas mediante la acción conjunta y la coo­
peración, y otros conjugando cooperación y espíritu de empresa.
El núcleo activo de la acción agrupada se sitúa en un grupo de
campesinos medios, cuyas edades hoy son de 35 a 3 8 años, for­
mados por la JAC (Jeuneusse Agricole Chretiénne*) que tomó
control, después de 1 955, del sindicato de explotadores, a la edad,
por tanto, de 25 a 28 años . Este grupo relanzó la acción sindical
para exigir soluciones al Estado, en el sentido reivindicativo del
sindicalismo finisteriano (manifestación, bloqueo de carrete­
ras) y lanzó la acción cooperativa (una CUMA, Coopérative
d' Utilisation du Matériel Agricole **, fue creada en 1 962 agru­
pando a 1 3 explotadores de menos de 3 8 años); organizó la difu­
sión de los conocimientos y técnicas (grupo de divulgación crea­
do en 1 962, agrupando a una veintena de miembros de 25 a 37
años) ; emprendió la lucha contra los intermediarios y los fabri­
cantes (creación de la agrupación de productores de guisantes);
tomó la iniciativa de la concentración (que se llevó a cabo); y se
esforzó, dando mil vueltas, en encontrar una salida al problema
que plantea la integración en la cooperativa de Landerneau. Este
grupo trató de responder a la crisis mediante la cooperación, la
modernización técnica y la acción unida de clase. Pero no hubo
un frente unido de la clase campesina. El sindicato no pudo nunca
sobrepasar la cifra de 1 20 adherentes, es decir, de los 3/4 de los
campesinos con más de 5 hectáreas, un poco menos de 2/5 del
conjunto. Los pequeños cultivadores rojos permanecieron al mar­
gen de la acción sindical, que para ellos era un asunto de «rústi­
cos» o de «blancos». Es aquí donde surge una fisura muy impor­
tante en la clase campesina: el pequeño cultivador, en general lai­
co y rojo, resuelve el problema de clase a través de la escuela,

* Juventud Agrícola Cristiana. (N. del T.)


** Cooperativa de Utilización del Material Agrícola. (N. del T.)
234 SOCIOLOGÍA

donde sus hijos escaparán a la condición campesina. Su empresa


es demasiado pequeña para poderse mecanizar y su espíritu
demasiado individualista para soñar con integrar su parcela en
una propiedad cooperativa, única forma posible de moderniza­
ción. En cuanto a la acción cooperativa, su éxito queda limitado
(una segunda CUMA se estancó por una cuestión de un conductor
de un tractor). La única forma de cooperación que se generalizó
fue la de la unión de dos o tres personas, entre cuñados, mediante
la compra de material y el intercambio de servicios. La coopera­
ción no culminaba más que pasando por el canal del parentesco
colateral, siendo la mujer el nexo mutuo de hermano y marido.
Las relaciones de vecindad seguían siendo, fundamentalmente, de
desconfianza. El sistema arcaico de ayuda mutua se basaba en el
parentesco (tíos, primos, etc.). Además, la cooperación modernis­
ta de P. no puede abrirse camino más que utilizando el canal
arcaico de ayuda mutua de parentesco. La alianza de las tierras
pasa por la alianza de las familias. En el caso más logrado y más
adelantado -alianza de tres cuñados que constituyeron una agru­
pación común, especializando cada uno su explotación- se llegó
a realizar la aspiración fundamental del nuevo campesino: cada
cuñado era a la vez patrono y asalariado (percibe un salario men­
sual); hay un domingo de ocio rotativo y pueden plantearse unas
vacaciones (tal como ocurrió). Este ejemplo piloto no fue seguido
por otros, si bien hubo numerosas asociaciones de cuñados para
la utilización conjunta de material. Parece que en la generación
ligeramente de más edad y en la generación más j oven (a excep­
ción, destacada, de un j oven agricultor de 25 años), se apostaba
más bien por la iniciativa individual. Ese explotador de granja
modelo orienta todo su esfuerzo hacia la organización de su mer­
cado personal, el otro se lanza a la apicultura, y la mayoría se
esfuerza por racionalizar y modernizar esperando que el abando­
no de las tierras vecinas le permita ampliar su superficie. Las
incertidumbres del mercado impiden a los más dinámicos espe­
cializarse y la policultura sigue siendo la fórmula prudente de
espera. De todos modos, asistimos a una progresión de la cría ani­
mal y a una disminución de las legumbres (crisis de la conserva,
especialmente del guisante) .
Los pequeños hortelanos, repartidos por la franja costera, se
diferenciaban del resto de los campesinos. Vendían sus legumbres
cada sábado en el mercado de Quimpero y se complacían con el
juego especulativo directo, quedando ligados al azar del mercado
y aceptando el riesgo para optar a una oportunidad.
LA MODERNIZACIÓN DE UNA COMUNIDAD FRANCESA 235

De todas las categorías de población de P., la clase campesina


es la que se encontraba enfrentada más brutalmente y más global­
mente con el mundo moderno. S in embargo, era excepción el
campesino que nos decía: «lo moderno mata»; no había nostalgia
del pasado, en tanto que tal. Había, a veces, añoranza de unos
buenos tiempos, de una época sin preocupaciones que muchos
situaban entre las dos guerras. Pero la adhesión al género de vida
moderno es tan total entre los jóvenes, la conciencia del progreso
continuo adquirido sobre el pasado de miseria es tan profunda
entre los viejos (salvo, quizá, entre los grandes explotadores) que
no había ningún sentimiento reaccionario, es decir, voluntad de
vuelta atrás 1 •
Es también l a evolución económico-social l o que h a puesto en
franquicia al proletariado del campo, a la clase de los jornaleros,
de los obreros agrícolas, de los «arrendatarios», que se han con­
vertido en obreros, a parte de los campos (albañiles y peones), y
cada vez más sus hij os han podido adquirir instrucción. Es admi­
rable que el actual presidente de la asociación de los padres de
alumnos de la escuela pública sea el hijo de un j ornalero agrícola
que ha podido «salir adelante», según sus propias palabras, gra­
cias a las becas escolares; suboficial en activo, hoy ya retirado, ha
aceptado esta misión militante como reconocimiento a la escuela.
Entre los marinos mercantes, muchos son hijos de agricultores
y muchos se han casado con hijas de agricultores. El marino mer­
cante, con las horas suplementarias, trae una paga que permite un
rápido equipamiento electrodoméstico y una vida desahogada en
el momento de la vuelta. Su mujer puede disfrutar como mujer de
interior, aunque, eventualmente, se emplee en trabajos temporales
o a media jornada. El marino mercante tiene un retiro temprano,
pero, como trazo de una evolución reciente, tiende a tomarse el
retiro más prematuramente todavía pues siente bastante pronto la
nostalgia del hogar. La marina mercante aparece cada vez menos
como una aventura y cada vez más como una vía hacia el abur-

1 De los 330 dueños de explotaciones agrícolas de P., hay 156 de l a 5 Ha,

997 de 5 a lO Ha, 65 de lO a 20 Ha, y 14 de 20 a 30 Ha. Nosotros tuvimos entre­


vistas directas con 45 propietarios, lO de l a 5 Ha, 15 de 5 a lO Ha, 1 9 de lO a 20
Ha (incluyendo la mayor parte de los sindicalistas y cooperativistas) y 3 de más
de 20 Ha. Había alrededor de 250 jefes de explotación de más de 50 años. El
número de jóvenes agricultores que garantizaran la sucesión de sus padres era
muy incierto (la cesión se realizaba generalmente después de los 30 años, cuando
el padre tenía de 60 a 65 años).
236 SOCIOLOGÍA

guesamiento. Esta profesión, de todos modos, no tiene mucho


porvenir posible: la automatización creciente de los barcos res­
tringe progresivamente el empleo.
El aburguesamiento tiene su núcleo situado en los centros
urbanos. Aunque esos centros tengan, para el turista de ciudad, el
aspecto de pueblo, aunque hayan conservado islotes y huellas de
ruralidad, agrupan a una «burguesía», en el sentido literal de la
palabra, que tiende a distinguirse del conjunto del mundo rural y
plebeyo por sus costumbres. La pequeña burguesía de comercian­
tes, artesanos, enseñantes y jubilados conoce ciertos problemas
del campo, pero no se hace solidaria. Los «burgueses» se compa­
ran con ventaja con los campesinos y les ven como atrasados.
La multiplicación de las comunicaciones con la ciudad de
Quimper, por carretera, la mejora de la dotación de las casas,
equipadas con material electrodoméstico durante estos últimos
diez años (dotación que continúa), todo ello da a muchos de los
«burgueses» una conciencia «suburbana». Sienten que pertenecen
a la civilización urbana. Para algunos, la población en la que
viven es una célula de esta civilización urbana, pero, para otros,
es un islote poco evolucionado. Hay exiliados del exterior (nota­
rio, dentistas, médicos, que han venido a ejercer a P.) y exiliados
del interior (un cierto número de mujeres que sufren la falta de
comunicaciones en el sentido psicológico y no ferroviario o de
carretera del término). En cuanto a los j óvenes de menos de 20
años, sufren la ausencia de un centro de diversión.
A primera vista, el comercio parece anacrónico: numerosas
tiendas a la vez hacen de tienda de comestibles, de bebidas, de
p anadería. El almacén de novedades y el café hacen de papelería,
pero es en la pastelería donde puede encontrarse papel carbón.
Este pequeño comercio de la localidad ve disminuir el número de
panaderías y de tiendas de comestibles pero se mantiene porque
se aprovecha del desarrollo de la circulación entre la villa y el
c ampo. Las mujeres del campo, con su motocicleta o, a veces ya,
con el coche, van a hacer sus compras a la villa y la disminución
de las tiendas de comestibles-bebidas del centro urbano, al igual
que el aumento del consumo (diversificación del consumo ali­
mentario en la villa y en el campo, creciente utilización de lava­
doras y productos domésticos de todo tipo), y, por otra parte, el
aflujo del consumo turístico durante el verano, todo ello mantiene
la vitalidad de un pequeño comercio que parecía verse forzado a
abandonar no solamente las más intensas relaciones de P. con las
dos ciudades vecinas, sino el progreso de la concentración econó-
LA MODERNIZACIÓN DE UNA COMUNIDAD FRANCESA 237

mica. Ha sido durante estos últimos años cuando se han instalado


en P. una tienda (alimentación general) de la COOP, con un
camión que hace la ronda por el campo, una filial de la UNA, y
un autoservicio: AVAM. Pero la tienda de alimentación al por
mayor local (que emplea a 9 personas en la actualidad), se ha afi­
liado a la agrupación de mayoristas LUGA y ha reunido bajo su
tutela a la mayor parte de los pequeños comercios locales del
ramo. É stos, por tanto, han entrado en el circuito de la concentra­
ción, como mayoristas, pero conservando su autonomía de
comerciantes y las ofertas de LUGA les permite competir con los
precios de la COOP. El comercio al por mayor no disminuye. De
las cinco grandes empresas comerciales de P., una es la de ali­
mentación al por mayor ya mencionada, otras dos son negocios
de vinos al por mayor, una cuarta es un negocio de cerveza y de
carbón. Una vanguardia comercial está constituida por el carnice­
ro y el electricista del centro de la villa. Éste se beneficia de un
circuito de confianza en el ramo de la televisión y de los aparatos
electrodomésticos. Uno y otro han modernizado totalmente sus
tiendas montando grandes escaparates iluminados con neón.
Ambos son hombres de 35 a 40 años Uóvenes en tanto que el car­
nicero ha sucedido a su padre hace apenas cinco años). Estos
comerciantes dinámicos quieren tener vacaciones, horas de cie­
rre, etc., pero dudan si cerrar la tienda incluso fuera de estación,
del mismo modo que el miedo a la competencia les impele a dejar
abierto durante las horas de comer. Los comerciantes no consi­
guen (o no lo intentan) ponerse de acuerdo en este punto. Sin
embargo, parece que la conquista burguesa de los horarios y del
ocio vendrá de la mano de la nueva generación de artesanos­
comerciantes instalados desde hace un año en la localidad. Un
nuevo electricista de 28 años, instalado hace apenas un año, afir­
ma que está decidido a cerrar durante la hora de comer, a cerrar
no solamente el domingo sino también el lunes, y a tomarse un
mes de vacaciones. Parece que será seguido por la «nueva ola» de
los comerciantes-artesanos de su edad que impondrá el ocio dese­
ado por la mayoría. Por lo que se refiere a los artesanos, asistimos
a la decadencia del antiguo artesanado de herreros, sastres, pana­
deros, molineros y al progreso de los oficios de la construcción y
de la electricidad, así como de la carnicería-charcutería. La gran
actividad de construcción en la localidad -más de 20 casas por
año, desde hace 1 O años- favorece a los oficios de la construc­
ción, pero éstos tienen que luchar contra la competencia de los
empresarios. Los viej os albañiles, techadores o fontaneros no
238 SOCIOLOGÍA

pueden soñar con un compromiso. Es en este terreno también


donde la «nueva ola» de los nuevos patronos de menos de 30 años
ha creado una agrupación entre artesanos que comprende a dos
equipos de albañiles, dos fontaneros, un carpintero, un electricis­
ta y un techador. La agrupación es informal, no tiene estatutos
(cada artesano trata de salvaguardar su autonomía), pero el presu­
puesto global lo da a los clientes un solo miembro del grupo .
L a burguesía de P. , incluidos los enseñantes y una parte de la
«elite», ha realizado, o está en vías de realización, la aspiración al
confort doméstico, a la posesión de un coche, pero no ha podido
todavía atreverse a realizar su aspiración (muy real para los
menores de 40 años) de las vacaciones (a parte del dentista que
utiliza el avión, se toma vacaciones tras tres años, pero que vive
en su torre de marfil). Pero hay ya pioneros de las vacaciones que
se han ido fuera de temporada (octubre) en avión a las B aleares y
que han traído recuerdos maravillosos. Uno es el fotógrafo, que
ha podido dejar la tienda a su mujer, el otro es un suboficial reti­
rado, esposo de una comerciante que se toma cada año una sema­
na en París, en diciembre. La aspiración al viaj e es la más fuerte
entre las mujeres y es en el momento de un semirretiro o de la
jubilación cuando las mujeres solas, viudas o solteras, se van en
viajes organizados hacia los países mediterráneos. Es también
después de la jubilación cuando los enseñantes sueñan con irse de
vacaciones: en 1 965, el director del CEG, al jubilarse, hizo su pri­
mer viaj e (organizado) a Italia con su mujer, mientras que el
alcalde, enseñante retirado, partía en su caravana, en junio, hacia
Italia. Pero son raras las demandas de pasaporte en la alcaldía y
son, esencialmente, de estudiantes.
Igual que en el campo, pero en otro plano, las mujeres de la
villa parecen estar en una etapa evolutiva más avanzada que los
hombres. Mientras que la mujer del campo aspira a convertirse en
mujer de interior, la mujer de la villa se aburre en casa y aspira a
otra cosa. Existe, entre numerosas mujeres burguesas sin necesi­
dades dinerarias, una insatisfacción profunda que las empuj a a
trabajar. La insatisfacción puede venir de un luto y la viuda (en el
caso que nosotros conocemos, muy fiel al recuerdo de su marido)
se consagra a un oficio. Otras muj eres casadas trabaj an para no
aburrirse. Estas mujeres (de treinta a cincuenta años) que trabajan
para huir del vacío del interior (de la casa, del alma) ponen en
práctica, por necesidad, la concepción, ya extendida, de la aspira­
ción, entre las chicas j óvenes, a una formación de estudios. Estas
chicas jóvenes quieren un oficio y desean trabaj ar después de
LA M ODERNIZACIÓN DE UNA COMUNIDAD FRANCESA 239

casarse. Para ellas, el matrimonio no es una pérdida sino la inte­


gración de la autonomía femenina en el seno del hogar.
La insatisfacción femenina que se manifiesta por la aspiración
hacia fuera, la fijación en un trabajo no necesario, es testimonio,
quizá, de una necesidad de amor, tanto entre las mujeres que
están solas porque están privadas de un hombre, como entre las
mujeres que están solas porque viven con un hombre.
Existe también una insatisfacción masculina puesta de mani­
fiesto en la entrevista en profundidad. Parece venir de una voca­
ción contrariada o de una fijación constreñida. Es la generación
de más de cuarenta años que se ha visto contrariada profesional­
mente. Muchos tuvieron que suceder a su padre mientras que
ellos hubieran querido otro oficio. Es la elite liberal la que ha
sufrido una fijación no deseada.
Aquellos que habían venido a empezar su carrera en esta
pequeña localidad alejada tuvieron demasiado éxito y no se atre­
vieron a repartir, a afrontar la competencia de las ciudades, a
hacerse una clientela. Su hogar se enraizó, construyeron una casa
y se convirtieron en prisioneros de esa casa. La familia del doctor
X desprecia el pequeño mundo de la localidad. Sus hijos constitu­
yen la banda de los «aristos» [de aristócratas] , que siempre se va
a divertir fuera de P. El doctor Y vive aislado y atesora coleccio­
nes de obj etos y practica la meditación filosófico-religiosa. El
dentista se ha montado una panoplia de objetos ultramodernos
(magnetófonos, cine de 1 6 mm, arpones de caza submarina), pero
no tiene verdaderas satisfacciones. El notario y su mujer ven pro­
fesionalmente a mucha gente, pero no se sienten enraizados y
esperan marcharse y jubilarse en otro lugar. Se observa en esta
elite las huellas de la tensión urbana y del desencanto: la insatis­
facción o el vacío aparecen desde el momento en que cada uno se
vuelve sobre sí mismo. Todo ocurre como si la antigua frustración
de la vocación contrariada, de aquellos que no pudieron tener
acceso a las carreras liberales 2, tuviera ahora lugar en aquellos,
precisamente, que tuvieron acceso a una carrera liberal, una nue­
va frustración, más inconcreta, a menudo negada, que se mani­
fiesta en el nivel de las aspiraciones existenciales. Pero es sólo en
el nivel de esta elite evolucionada donde aparece el síndrome
«antoniniano» (de soledad y de falta de comunicación), a pesar de

2 Fuimos incapaces de precisar la proporción. Estos fenómenos se nos pre­

sentaron en diversas ocasiones durante las entrevistas en profundidad.


240 SOCIOLOGÍA

que entre las muj eres esté, sin duda, más extendido en su forma
bovaryano (bovarysmo entendido como soledad de insuficiencia
de amor). La soledad personal está, sin duda, ligada a la soledad
social. Para la elite liberal, el cuadro neosuburbano que constitu­
ye P. es insuficiente. Esta elite no encuentra el medio que le gus­
taría frecuentar y sufre del aislamiento de clase y de una aspira­
ción frustrada de la ciudad, así como, quizá, de una insatisfacción
de civilización . . . Por el contrario, el cuadro suburbano les encan­
ta a los jubilados nacidos en P. que han hecho su carrera lejos y
que vuelven para construirse su casa. É stos prefieren l a villa a la
costa (preferida por los veraneantes); muchos se reagrupan en un
barrio característico por sus j ardines del extrarradio (boj recorta­
do, matorrales adornados, arreglos minuciosos de plantas orna­
mentales). Los jubilados precoces (militares o guardias que han
hecho sus campañas en las colonias, marinos mercantes) ejercen a
menudo un oficio de apoyo (en la fábrica a veces), pero la mayo­
ría se consagran al bricolaj e y a la j ardinería. Los jubilados se
abren a la cultura de masas a través de la televisión. C onsumen
los mismos alimentos que los j óvenes y el jubilado local puede
incluso soñar con viaj ar. Hay, entre algunos jubilados, como un
descubrimiento del placer, negligido durante una vida demasiado
prisionera del trabajo.
Los que sufren por la ausencia de un núcleo urbano, de un cen­
tro de animación y de distracción, son los jóvenes. Ni el Café des
Droits de 1' Homme, con sus juke-boxes, ni el cine bisemanal, ni
la televisión (despreciada puesto que está en el hogar familiar), ni
la comunidad en bandas motorizadas, incluso con automóviles,
consiguen llenar su necesidad de distracción. É sa es la razón por
la que, como consecuencia de una reunión organizada por inicia­
tiva de nuestro grupo de investigación, los jóvenes decidieron
espontáneamente constituir un comité para conseguir una casa de
la juventud, que ellos imaginaban con una sala de juegos, sala de
baile, sala de cine, sala de lectura y en la que organizar salidas y
competiciones.
Mujeres y jóvenes, tanto en la villa como en el campo, consti­
tuyen los elementos insatisfechos y los motores de la transforma­
ción. Ellos son los que llevan el movimiento hacia la suburbani­
zación y sus insatisfacciones crecen tan rápidamente como las
satisfacciones conseguidas. Esas satisfacciones son importantes
desde hace veinte años : no solamente la conquista del bienestar,
del confort de la casa para las mujeres, no solamente la conquista
de una cierta libertad por los jóvenes, sino la conquista de la
LA M ODERNIZACIÓN DE UNA COMUNIDAD FRANCESA 24 1

libertad del matrimonio y muy generalmente de la libertad de ofi­


cio. Pero mujeres y j óvenes dan por supuesto lo que es conquista
muy reciente y sienten la aspiración a vivir con más plenitud. De
hecho, los jóvenes piensan que es en las distracciones y en el ocio
donde encontrarán esa plenitud. A partir de los 1 8 años, esta bús­
queda de diversión se mezcla con la búsqueda amorosa. Los jóve­
nes de más de 20 años semidesarraigados y con vacaciones rom­
pen con las antiguas bandas adolescentes y constituyen pequeños
grupos de chicos y chicas, enlazados por el coqueteo. Durante el
verano, al contacto con los jóvenes veraneantes, tratarán de llevar
una pequeña dolce vita de fiestas, bebidas, paseos en coche a las
boftes de moda en Audierne, Loctudy o Douarnenez. No sabría­
mos decir en qué medida las relaciones de galanteo entre los jóve­
nes y las jóvenes y las dulzuras y caricias que comportan alcan­
zan hasta la libertad sexual; nos parece que no. Pero, de todas
maneras, las chicas de más de 1 6 años son unánimes al declarar
que desean llegar a los 24 años antes de casarse y cuentan tanto
con sus encantos del período de autonomía premarital como con
el matrimonio. El matrimonio no está, sin embargo, devaluado.
Significa, para las j óvenes, amor, hogar e hijos, y sigue siendo la
aspiración fundamental, pero, repitámoslo, corregido por el ejer­
cicio de un oficio, por tanto, con una cierta autonomía fuera del
hogar.
La mayoría de los j óvenes de P. abandonarán su localidad,
puesto que no encontrarán en ella la posibilidd de ejercer un ofi­
cio y puesto que la escuela les empuj a a la promoción social res­
pecto a sus padres. Existe, por tanto, un éxodo general de la
juventud de la villa y del campo, al mismo tiempo que un flujo
constante de jubilados devuelve a los viejos. Los jóvenes que se
quedan van a chocar con sus padres. Habrá oposición de genera­
ciones entre hijos de más de 20 años y padres a propósito de la
gestión de la empresa (modernismo contra «rutina») , y la viej a
generación perderá la pugna. Habrá dificultades más y más gran­
des para las jóvenes parejas en su cohabitación con los viejos.
Este antagonismo es distinto del que opone a los adolescentes (1 5
a 20 años) a sus padres, y en general a los hombres maduros fren­
te a los j óvenes. Los hombres maduros han sido educados en una
ética y en una obligación al trabajo y no comprenden a la juven­
tud a la que ven preocupada por la diversión. La fisura más gran­
de entre generaciones es la de los adolescentes y sus padres . Esta
ruptura es muy grande, pero no es violenta. Las bandas de j óve­
nes motorizados con camisas negras no se lanzan demasiado a
242 SOCIOLOGÍA

acciones de rebeldía contra el mundo adulto. Pero el universo de


los adolescentes se reafirma a sí mismo y rechaza la tutela. Ésa es
la razón por la que la iglesia y la escuela fracasaron en su tentati­
va de instituir un hogar de j óvenes. Sin embargo, la fórmula tuvo
éxito cuando partió de los propios j óvenes, fuera de toda ingeren­
cia de la sociedad adulta local.
P. es una comunidad donde las distinciones políticas se redu­
cen, radicalmente, a la oposición rojo-blanco. El rojo puede
entenderse como la izquierda tradicional (radicalismo, socialis­
mo, comunismo) y el blanco como la derecha, pero la distinción
es clara y fundamental en el nivel de laicismo y más concreta­
mente en la escuela. Los blancos son partidarios de la escuela
«libre», los rojos son partidarios de la escuela pública. Se trata de
mucho más que el color de la escuela, se trata del papel de la
escuela en los conflictos de clase. P. es una comunidad roja en un
entorno blanco. Es siempre una gran familia roja la que ocupa la
alcaldía, desde 1 876 hasta 1 952, estableciendo su poder sobre la
base de la alianza mayoritaria de los pequeños campesinos
pobres, artesanos y comerciantes, contra el campesinado rico y
medio, católico y tradicionalista. El progreso económico de las
clases populares estuvo garantizado por la evolución general,
pero en P. también lo estuvo por la fundación de una importante
escuela pública convertida en CEG después de 1 930, y que per­
mitió a los niños de las clases pobres cualificarse para un oficio.
La escuela desempeñó un papel eminente en P., durante los trein­
ta últimos años, en el gran proceso de emigración-promoción­
evolución que suprimió prácticamente la condición proletaria de
los obreros agrícolas y pequeños «arrendatarios».
La escuela cantera es hoy la escuela ciudadela. Hoy la escuela
de P. desempeña un papel que se ha convertido en secundario en
la promoción social, a favor de los institutos de la ciudad.
De todas maneras, el antagonismo blanco-rojo queda centrado
en este punto. Este antagonismo, que fue profundo, se ha atenua­
do en numerosos sectores. La política, que se vivía sobre los cla­
nes familiares y las relaciones de grupo, se considera cada vez
más como un asunto individual. El Comité de j óvenes se creó al
margen de esta dicotomía y algunos j óvenes se llaman a sí mismo
«azules», queriendo decir que este tercer color de la bandera tri­
color debe reagrupar los esfuerzos más allá de las divisiones. De
hecho, hay una tendencia al color rosa, pero sin que se desvanez­
ca la dualidad.
El mundo blanco está unido por la Iglesia, pero no tiene ya
LA MODERNIZACIÓN DE UNA COMUNIDAD FRANCES A 243

una homogeneidad ideológica. Los agricultores medios, en su


acción sindical, en su lucha contra el fabricante, conservero y
conservador, de la comunidad vecina, en su movimiento coopera­
tivo, han avanzado hacia una no-man 's land política que pertene­
ce todavía, por disciplina y reflejos electorales a la derecha, pero
que para un Serge Mallet, por ejemplo, constituye una provincia
de la nueva izquierda. Además, los blancos no consiguieron esta­
blecer una lista completa para la elecciones municipales de 1 965 .
Por otra parte, en P. , la Iglesia y la derecha, antiguamente reac­
cionarias, se han hecho evolucionistas. El actual rector y su ante­
cesor, el vicario, aceptan y admiten la evolución del mundo
moderno, lo cual es prácticamente lo que ocurre con toda la anti­
gua derecha.
Curiosamente, es en la izquierda, en el medio de los enseñan­
tes, donde aparece una verdadera «crisis del progreso», pues son
los enseñantes, pilares militantes de la estructura roja, los que se
sienten cada vez más despreciados y aislados en la evolución. En
una sociedad en la que la instrucción se generaliza y en una
comunidad que produce enseñantes secundarios y superiores,
ellos han perdido la antigua autoridad que les confería el mono­
polio del saber. Los enseñantes de más de 40 años, sobre todo, se
sienten incomprendidos por una población que recurre cada vez
menos a la ideología en el ejercicio de la vida cotidiana, y están
amenazados por las oleadas de la cultura de masas y su influencia
sobre los j óvenes, se sienten decepcionados por la obsesión del
ocio y de la diversión que ellos diagnostican en la nueva genera­
ción; ven que, en la evolución general, el laicismo se convierte en
un problema secundario, que la Iglesia ha reconquistado posicio­
nes que había tenido que abandonar hace sesenta años. Los ense­
ñantes de P., si bien mantienen el bastión de la municipalidad,
siente un complejo de abandono y de frustración que les lleva a
replegarse en la escuela, en la vida privada y en el confort bur­
gués, igual que los demás grupos de P., y a abandonar las activi­
dades militantes, excepto en lo que se refiere a la política general
(desempeñaron un papel activo en favor del candidato de izquier­
da en la elección presidencial) . De ahí un pesimismo sobre el pre­
sente y sobre el futuro, un sentimiento de que el devenir es decai­
miento y decadencia, opuestas a su ideología oficial de progreso
continuo, de triunfo de las luces de la instrucción sobre la igno­
rancia y la superstición. Sin embargo, los j óvenes enseñantes,
aunque menos «misioneros» que sus antecesores, aunque vivien­
do con un modelo de vida burgués, manifiestan intenciones mili-
244 SOCIOLOGÍA

tantes en el terreno cultural y una acción militante en el terreno


de su sindicato.
El partido rojo era en su origen radical-socialista, pero, des­
pués de la S egunda Guerra Mundial, el conjunto de los pescado­
res, una buena parte de los artesanos y de los pequeños campesi­
nos se pasaron al comunismo. Hoy, esta población sigue siendo
comunista, aunque una parte haya pasado al acomodo (especial­
mente los patrones pesqueros de la costa que, además, han visto
como se incrementaba considerablemente el valor de sus tierras,
convertidas en turísticas, y el valor de los alquileres de sus casas).
El comunismo no está en absoluto al margen de la sociedad en
P. Ocupa incluso posiciones económicas importantes. El partido
es, como el resto de los partidos de P., un partido electoral y de
notables; pero es, en todo caso, el único, parece ser, que distribu­
ye carnés a sus militantes, aunque sean poco numerosos y la célu­
la no se reúna demasiado. La acción, durante las campañas nacio­
nales, viene insuflada del puerto vecino de Audierne, donde la
organización del partido es activa, y se realiza también por inter­
medio del pequeño núcleo enseñante comunista.
Entre los rojos y entre los blancos, hay crisis de militancia. La
última gran huelga militante fue la de los jóvenes cultivadores de
los años 1955, de origen blanco, que relanzó el sindicalismo y
lanzó la cooperación agrícola, y que continúa cada vez más cansi­
na. Las nuevas generaciones producen a lo sumo militantes del
ocio (comité de fiestas en el que acaba de entrar la nueva ola de
los artesanos de la villa de 25 a 30 años, comité de jóvenes). Las
reuniones de peñas, de asociaciones y de comités tiene que tener
muy en cuenta las emisiones de televisión y escoger los días con
«mala» programación, es decir, con obras de teatro, y evitar los
días del gran partido de fútbol. Por todas partes, el repliegue indi­
vidualista es el gran enemigo del militante que, por otra parte, no
sabe muy bien qué hacer a parte de los grandes pistoletazos de
salida políticos. Más generalmente, parece que en P. (en otros
sitios también, quizá) el gran movimiento socioeconómico hacia
el confort, el bienestar y la vida privada va acompañado del
inmovilismo político. La gran evolución tecnomodernista de los
años 1 955- 1 965 no modifica las estructuras políticas. Es cierto
que se ha manifestado una nueva corriente en el terreno del sindi­
calismo agrícola, pero se mantiene en lo social, sin poder encon­
trar una expresión política ni modificar la fisonomía de las
corrientes políticas clásicas. Podría haber nacido una nueva
izquierda del cuerpo enseñante que, tras la guerra, se hubiera
LA M ODERNIZACIÓN DE UNA COMUNIDAD FRANCESA 245

mostrado sensible a las corrientes heterodoxas (hubo 24 voces


trotskistas en P. en 1 936, que manifestaron la influencia de la ten­
dencia «Escuela emancipada» del sindicato nacional de instructo­
res). Parece que hoy la clase enseñante tenga el tétanos y no pue­
da actuar con virulencia más que cuando vuelve a encontrarse con
el esquema del Frente Popular y de la acción laica. ¿Acaso las
transformaciones individuales de la sociedad exigen una fosiliza­
ción política? Sea lo que sea, las corrientes fosilizadas no son en
absoluto eficaces. S on como esas torrenteras del norte de África,
lechos de ríos desecados pero por donde pasan todavía todos los
desagües.
Nosotros creímos haber podido relacionar, en nuestro estudio,
las actitudes innovadores y las modificaciones psicoafectivas con
el gran desarrollo tecno-modernista que empieza en los años
1 953, en P. Este desarrollo tiene lugar hoy por múltiples líneas,
múltiples canales (la escuela, el EDF, los artesanos, las mujeres,
los jóvenes, etc.), y afecta a todos los terrenos de la existencia.
Nosotros establecimos una batería de indicadores de la moderni­
dad que van desde la higiene, el aseo, la sensibilidad al dolor, el
vestido y el maquillaje, hasta los muebles, los objetos decorati­
vos, precios, crédito, etc. Estos cambios múltiples y omnidimen­
sionales transforma la villa en medio suburbano y tienden a trans­
formar el mundo c ampesino en una nueva sociedad agrícola. La
tendencia general es al aburguesamiento, tomando este término
en su primer sentido, inserción en una civilización urbana y, en su
segundo sentido, introducción en una sociedad individualista cen­
trada en la vida personal, la casa y el confort. En este aburguesa­
miento moderno, la casa y el coche parecen dos polos: uno, la
fij ación protectora, con la familia reducida, la mujer y dos hij os;
y el otro, el viaje, la salida, el vagar sensato.
Este aburguesamiento es el de una civilización que ha entrado
en nuevas relaciones con el tiempo y con el espacio. El coche sig­
nifica también que se circula por un espacio ampliado. El contras­
te es grande entre esas viej as que no han abandonado nunca su
comunidad (los viejos han hecho la guerra del 1 4) y las nuevas
generaciones que sitúan el marco vital en un circuito de 50 kiló­
metros de diámetro y que dilatan su espacio de vacaciones a las
dimensiones de Europa, mientras que la televisión abre para todos
los grandes espacios planetarios.
El tiempo se ha resquebraj ado. Ya no hay continuidad con el
pasado, que significa la miseria y la rutina, que es literalmente
ruinoso y que no suscita más que vagas nostalgias de infancia y
246 SOCIOLOGÍA

de veladas perdidas. No se piensa en el porvenir en general: la


pregunta (planteada por nosotros en las entrevistas) sorprende, y
se responde con un vago progresismo o bien con un vago apoca­
lipsismo (bomba atómica). S olamente tienen una preocupación
prospectiva por el porvenir quincenal, o decenal los que están
enganchados a la tierra y luchan en un combate azaroso. El cos­
mos está ausente como presencia cuasifísica del mundo. Aparece
como el vacío estelar en la televisión, que muestra el progreso de
la conquista del espacio. S olamente los viejos sienten una rela­
ción cosmogónica entre los vuelos espaciales, la bomba atómica,
el desajuste de las estaciones y las anomalías de las cosechas.
Sólo los viejos sienten el mundo como una vasta antropo-cosmo­
logía en la que reina la ley del eterno retorno de las guerras, de la
eterna lucha biológica de los grandes y los pequeños, sienten el
mundo humano ligado al orden y al desorden de la naturaleza.
Pero, para los demás, todo se difumina, la naturaleza se convierte
en paisaje y el universo humano se convierte en todo el universo.
LA CUESTIÓN DEL B IENESTAR

E l bienestar se h a convertido e n u n valor fundamental d e los


tiempos modernos. Cualesquiera que sean los regímenes políticos
o el estado de desarrollo económico, e incluso si el bienestar no
es objetivo inmediato, como fue en caso en la URSS, se promete
a un cierto plazo y se promete para todos.
Hay un modelo explícito de welfare state, es decir, de una socie­
dad, toda entera, abocada al bienestar de sus miembros. Pero este
modelo está implícito en todos los programas económicos, sociales
y políticos modernos. Aquellos que exigen el ascetismo y el esfuer­
zo los aceptan para alcanzar el estado del bienestar. Ciertamente, el
bienestar no es el único valor. Existen otros fines propuestos por
las instituciones civiles o religiosas: la libertad, la comunidad, la
fe, etc. Pero el bienestar es el valor que parece segregado natural­
mente por el desarrollo de las sociedades modernas.
Así, se plantea el problema: ¿qué es el bienestar? Este concep­
to parece tan evidente que no nos dignamos analizarlo.

l . De entrada, es necesario un análisis genético-histórico. El


bienestar no presenta una tradición ideológica clara. Los filósofos
y los pensadores clásicos, cuando reflexionaban sobre la socie­
dad, no destacaban el bienestar como un objetivo del orden social
o ideal del individuo.
Es en los siglos xvm-xrx cuando se destacan los primeros fun­
damentos de una ideología del bienestar, por una parte, a partir
del pensamiento social inglés (cosa que podría explicar que el
bienestar estuviese inscrito en la Constitución americana), y de la
filosofía utilitarista, y por otra parte, a partir de las reflexiones
sobre la miseria, de una «filosofía de la miseria» (Proudhon). El
bienestar se convierte, entonces, a la vez en un valor burgués y
proletario. La sociedad burguesa encuentra su ideal en el bienes­
tar y el movimiento obrero reivindica el bienestar. Estas dos
corrientes encuentran, sin duda, su síntesis tanto en el welfare
state, como en las concepciones neoidealistas o post-neoidealis­
tas americanas.

[ 247 ]
248 SOCIOLOGÍA

2 . Y se impone otro análisis. Lo que es nuevo no es solamen­


te la aspiración colectiva e igualitaria al bienestar, sino el bienes­
tar en sí mismo como base de la vida. Las clases dominantes
antes del siglo xrx no conocían el bienestar moderno y vivían
bien sobre la base del modo de acumulación, del ascetismo o de
la moral guerrera. El bienestar se diferencia tanto del goce hedo­
nista y libertino como del rigor idealista. El bienestar no es anun­
ciado por el «burgués puritano» del siglo xvr. Pero, indudable­
mente, se desarrolla en la sociedad burguesa, en la burguesía
media; ése es el sentido de las comodidades y del confort. El
«bienestar» se destaca más y más nítidamente con los bienes de
consumo y de uso producidos por la economía industrial, y se
concreta como un estilo de vida ligado al hábitat, a los transportes
y a los ocios modernos.
De ahí la necesidad de plantearse los componentes siguientes
del bienestar (que podrían completarse y corregirse):
- utilidad y comodidad obtenidas mediante el uso de apara­
tos que significan la economía o la supresión de esfuerzos físicos
(gracias a los equipos electrodomésticos, al coche, etc . ) ;
multiplicidad de posibilidades d e consumo;
libertad y facilidad en el ocio y en las vacaciones;
confort «moderno» del hábitat;
satisfacción procurada por un gadget psicológico o físico;
actitud mental que no está guiada por la preocupación de
economizar o de invertir para el porvenir, pero que no está dirigi­
da tampoco hacia los gastos luj osos ni las dilapidaciones.

3. Las concepciones del bienestar varían según los niveles


de vida, según la clase social y según el país (aquí las medias de
nailon o la maquinilla eléctrica de afeitar son un lujo, allá forman
parte del bienestar, igual que el cuarto de baño, las dimensiones
de la casa, etc.). A pesar de estas diferencias, podemos destacar
un tipo ideal de hombre del bienestar guiado por una psicología
utilitaria, confortable, consumista, al cual opondremos otros
tipos:
- el mendigo o el vagabundo (considerado no tanto como
individuo reducido a la miseria, sino en tanto que individuo que
rechaza la vida burguesa, véase el estudio de Vexliard);
el «artista»,
el «beatnik»,
el «viva-la-virgen»,
el «puritano».
LA CUESTIÓN DEL B IENESTAR 249

4. Evolución cuantitativa y cualitativa del bienestar. Cuando


ciertos bienes y objetos de lujo se convierten en objetos del bien­
estar, lo superfluo se transforma en necesidad. La civilización del
bienestar crea entonces necesidades de las cuales algunas pare­
cen, en un cierto plano, como absolutamente naturales, por tanto,
absolutamente necesarias (gas, electricidad, cama, etc.). Lo
característico del desarrollo técnico e industrial es crear constan­
temente nuevas necesidades: es decir, transformar y extender el
concepto de bienestar. El bienestar parece transformarse por cre­
cimiento cuantitativo más que por modificación cualitativa. S in
embargo, podemos preguntarnos si no hay modificaciones cuali­
tativas provocadas:
1) Por extensión del consumo imaginario (cine, televisión,
gran prensa), y de ahí la posibilidad de un hombre televidente,
especie de sonámbulo despierto que vive en el confort.
2) Por extensión del ocio, por tanto, de una concepción de la
vida privada en la que el juego y el eros tendrían una mayor pro­
porción. ¿ No existe, debido a este hecho, una relación indirecta
entre el welfare state y la erotización de la vida?
3) Por el problema de la «saturación»: ¿ «el exceso» de bien­
estar no provoca una contracorriente cuyas señales pueden verse
en la seudovuelta a la naturaleza: marchas a pie, régimen higiéni­
co, camping. . . ? ¿No podemos ver cierta vuelta a la mugre por p ar­
te de los demasiado limpios, al subconsumo de los demasiado
ricos, etc. ?
Por otra parte, ¿ n o hay una evolución del bienestar, del consu­
mo de bienes duraderos hacia los «servicios», tal como parece
indicar la orientación actual en los Estados Unidos, cosa que no
deja de plantear graves problemas de reconversión industrial?

5 . Civilización técnica del bienestar. ¿Es el bienestar el pro­


ducto natural de la civilización técnica? ¿No hay otras posibilida­
des más que el bienestar en el desarrollo industrial?
En ese caso, ¿no es la civilización burguesa la que ha orienta­
do la técnica hacia el bienestar? En una palabra, ¿el bienestar es
«técnico» o «burgués»? A nuestro entender, no hay respuesta
alternativa a esta pregunta. Las componentes del bienestar moder­
no son inseparables de la civilización técnica, pero los contenidos
profundos del bienestar se han desarrollado a partir de una cultu­
ra burguesa o, mej or dicho, pequeño-burguesa.

6. Filosofía del bienestar. En estas condiciones, ¿no será el


250 SOCIOLOGÍA

hombre del bienestar más que el pequeño-burgués universal de la


era técnica? ¿ S erá el welfare state el ideal social pequeño-bur­
gués universalizado?
¿Qué actitud adoptar a partir de aquí? No se puede rechazar el
hecho irreductible de la evolución universal hacia el bienestar. Es
decir, no se puede rechazar el desarrollo sociológico fundamental
de nuestra época. ¿ Quienes son aquellos que deliberadamente
viven de forma distinta? Examen de las respuestas individuales
posibles al bienestar.
Más allá del caso individual de cada uno, ¿ se pueden proponer
finalidades colectivas a parte del bienestar? Estas finalidades
colectivas no podrían sustituir el bienestar si no es yuxtaponién­
dose a él, entrando en actividad dialéctica con él.
Entre estas finalidades, hay:

1 ) El comunismo concebido como sociedad fraternal en la


que el sistema mismo de relaciones humanas quedaría transfor­
mado.
2) La religión.
3 ) La « 3 . a frontera» d e Kennedy y, más generalmente, un
relanzamiento aventurado de la humanidad hacia las dimensiones
nuevas que abren las ciencias.
4 ) La posibilidad de nuevas finalidades económicas 1•
5 ) El relanzamiento hacia las fronteras «interiores» (descu­
brimiento y aceptación de sí mismo, la psique y el eros).
6) Bienestar y felicidad. ¿Hay complementariedad superfi­
cial o antinomia profunda entre el bienestar y la felicidad?
7) Bienestar y política. Una política enfocada al bienestar
debe apoyarse en análisis históricos, sociológicos, psicológicos y
filosóficos y debe inscribirse en la realidad de los procesos actua­
les y adoptar una posición acerca de los problemas de jerarqui­
zación.
l . El problema de la relación entre acumulación y consumo,
en la medida en que se trata de la relación entre el bienestar inme­
diato (débil) y el bienestar futuro (mayor), plantea el siguiente
problema: ¿ sacrificar el bienestar inmediato no es sacrificar el
bienestar en sí mismo, cuya característica es la de ser exigencia

1 Ver Fran�oís Perroux, Économie et société, y Píerre Massé, Prévision et

Prospective (Prospective, n.0 4).


LA CUESTIÓN DEL B IENESTAR 25 1

inmediata? O bien, al contrario, ¿no se trata de un medio para


yugular la enorme presión de la necesidad de bienestar?
2. ¿ Son capaces las sociedades de bienestar elevado de hacer
sacrificios en beneficio de las sociedades de bienestar débil?
3. ¿ S e pueden jerarquizar las necesidades de bienestar de los
países en los diferentes niveles de desarrollo y cual sería la jerar­
quía deseable?

La dificultad es tanto mayor que el problema no se plantea en


tanto que tal en la conciencia de los consumidores. Ellos creen
buscar o encontrar sus satisfacciones ignorando que están apar­
tando la vista de las insatisfacciones. Sólo algunos críticos amar­
gos, algunos escritores o cineastas americanos han empezado a
desvelar el espeluznante vacío, la soledad y la desesperación que
la civilización del bienestar está ocultando.
Y, sin embargo, cada vez aparecen más, en las sociedades evo­
lucionadas, si continúa esta carrera hacia la prosperidad, la irra­
cionalidad de la existencia racional, la atrofia de una vida sin ver­
dadera comunicación con el prójimo y sin realización creadora, la
alienación en el mundo de los objetos y de las apariencias. Las
crisis de furor de los j óvenes, los tormentos existenciales de
los intelectuales (a veces grotescos) y las neurosis espirituales
de los burgueses constituyen ya los síntomas de una crisis que se
va a generalizar, sin duda, en el futuro.
Pero hará falta que la civilización del bienestar haya sido vivi­
da a fondo, hará falta que se convierta verdaderamente en civili­
zación de la abundancia para que nazca su propia crítica, su pro­
pio más allá.
EL C OCHE

Si la compra de un coche corresponde, evidentemente, a un


uso material más o menos necesario, genera siempre un goce real
en quien lo adquiere. Sin embargo, éste no piensa jamás que com­
pra un coche por placer, sino que considera que esta adquisición
es un acto esencialmente racional, decidido en función de una
evidente utilidad puesto que el coche le procurará rapidez, facili­
dad, libertad y confort en el transporte.
La experiencia que tenemos de la circulación demuestra, por el
contrario, que el uso del coche en la ciudad no es muy racional y
que su utilidad es muy relativa, a excepción del uso profesional. En
la mayoría de los casos, los propietarios de automóviles los utilizan
de forma no razonable: su coche está, en general, mal adaptado a la
circulación urbana y circulan solos, a pesar de tener coches de cua­
tro plazas. Estos coches se encuentran con dificultades de todo
género: embotellamientos, velocidad reducida, estacionamiento.
Por «carretera», el coche puede presentar una utilidad real: es más
económico y más práctico que el resto de los medios de transporte.
Estas diversas constataciones prueban que el uso del automó­
vil no se debe solamente a las necesidades económicas y pura­
mente materiales. Contrariamente a las apariencias, el coche tiene
una función misteriosa, más profunda que la de la utilidad mate­
rial y tiene un verdadero poder afectivo. La afinidad del hombre
con su coche revela un nudo psicológico en el que se relacionan
muy fuertemente unas a otras necesidades de orden muy diverso,
pero todas ellas más o menos esenciales.

A LA CONQUISTA DE LA LIBERTAD : LA EVA S I Ó N

Una encuesta llevada a cabo en los Estados Unidos revela lo


siguiente: los empleados residentes en los suburbios de Nueva
York usan cada día su coche para ir a trabajar en los edificios de
Manhattan. Dedican un tiempo considerable para llegar al centro
de la ciudad, mientras que un metro muy rápido podría llevarles a

[252]
EL COCHE 253

su destino sin que fuera necesario maniobrar entre la multitud y


dejar después el vehículo en un garaje que les cuesta uno o dos
dólares de alquiler.
¿La razón de su decisión? La complacencia que experimentan
al otear desde la ventana del despacho en el que trabaj an . . . «SU
coche»; tienen la impresión de poder cogerlo cuando quieran. Y
es falso, puesto que están atrapados por sus ocupaciones, pero lo
miran y ven en él la imagen de su libertad.
La verdadera esclavitud del hombre de las ciudades moder­
nas ya no está en las restricciones que pesaban tan fatigosamen­
te sobre las poblaciones de otros tiempos: la búsqueda del pan
de cada día o el dominio de las fuerzas de la naturaleza.
Tampoco están -en nuestras sociedades liberales- en el régi­
men policiaco en el que el individuo se siente acosado si pro­
nuncia una palabra que disguste a las autoridades. La esclavitud
reside en esta red de múltiples y pequeñas limitaciones que se
ejercen en el uso del tiempo, en la carrera contra reloj . Sin dar­
nos cuenta, nos encontramos ligados por mil y una obligaciones
que rigen la sociedad técnica de hoy y por la necesidad de
«ganar tiempo». Este sentimiento está tan profundamente ancla­
do en nosotros que genera, como c ontrapartida, una oscura
necesidad de evasión; evasión que se expresa particularmente en
la idea que el hombre se hace del automóvil: libertad respecto al
tiempo y al espacio.

UNA M Á QUINA PARA D OMINAR EL TIEMPO


Y LA ENERGÍ A

Conducir proporciona la ilusión de dominar el tiempo en lugar


de sufrirlo. Así se explica el comportamiento de muchos a propó­
sito del «crono», de la media, de la velocidad. Un conductor dirá
con orgullo: «He hecho París-Lyon en menos de cuatro horas,
saliendo del centro y con todos los inconvenientes.» Esta victoria
sobre el horario expresa un dominio del tiempo, al que se reduce
a voluntad y se le tiene en la mano . . . Libertad, conquista, eva­
sión . . . Y también dominio de la energía motriz.
La vida del hombre de la ciudad está subordinada a innumera­
bles imperativos; en coche, este hombre-sujeto se convierte en
amo, amo de una mecánica extraordinariamente dinámica y com­
plicada; cuando levanta la tapa del motor de su coche reconoce
los órganos complej os de un motor que le obedecen, motor que
254 SOCIOLOGÍA

responde exactamente a la definición que Aristóteles da del escla­


vo: «Un utensilio animado».
Ahora bien, el hombre moderno, cualquiera que sea, incluso
aquel que no tiene ninguna especialidad ni una gran preparación,
es capaz de dominar una maravilla de la técnica. Posee una
máquina que obedece al sólo movimiento de la mano, a la sola
presión del pie. Basta con apretar el acelerador para desencadenar
una potencia increíble, una fuerza bruta.
A la vez que las mil constricciones de la vida urbana someten
al «yo» y reducen al hombre a una especie de pequeño átomo en
el seno de la ciudad, este hombre-átomo, cuando está al volante
de su coche, se siente dotado, bruscamente, de una energía y de
una libertad extraordinarias.
Este demonio arrastra en el conductor una serie de corolarios;
hace romper las barreras de la conciencia moral cotidiana; desen­
cadena un yo superexcitado y abominable. El prójimo dej a de
concebirse, rápidamente, como otro yo para convertirse en enemi­
go, rival, el ser odiado que justifica la peor efusión de injurias.
Entre el hombre al volante y su coche se establece una prodi­
giosa identificación del yo. El menor roce del guardabarros, o el
menor rasguño se toma como una lesión personal, como un aten­
tado a la integridad de su persona. La idea maestra del conductor
es: «yo tengo todos los derechos». Siente muy poco la inhibición
de lo que podríamos llamar el sobre-mí, es decir, la limitación de
la regla moral o de la regla legal. El coche forma parte de tal
manera de su personalidad, está de tal manera unido afectivamen­
te que el único freno que puede pararle está fuera de sí mismo: el
miedo al agente de circulación, el silbido o la multa.
En ciertas sociedades en que la concepción de la «calle» implica
una organización policial -en los países anglosajones, por ejem­
plo- los excesos de los automovilistas están limitados tanto en su
conducta como en su lenguaje. Por el contrario, en las colectivida­
des en las que la idea de la calle se parece mucho a la de la jungla,
reina una profunda anarquía: al peatón no le gusta pasar por los
pasos cebra, no soporta el sentido de circulación de las aceras . . . El
automovilista cree de verdad que tiene prioridad en todas partes;
esta concepción jungla provoca en él una violencia espantosa.
El coche, que levanta tales potencialidades agresivas, es, sin
ninguna duda, al mismo tiempo, purificador pues, si una parte de
la violencia masculina explota en insultos e incorrecciones, otra
se descarga, pura y simplemente, en el placer de rodar, de fran­
quear el espacio.
EL COCHE 255

UNA C A S A PARA EL HOMBRE

Tener una casa es para el hombre una necesidad primordial,


instintiva y ancestral; ésta le reporta protección, seguridad y con­
fort. En el apego del hombre hacia su coche entra, con toda certe­
za, la sensación de estar protegido. Ello es particularmente cierto
para nuestros países en los que el coche en serie es casi siempre
un «coche cerrado» . Este hecho sintomático denota que el auto­
móvil es sentido como una casa. En el coche, el hombre piensa
oscuramente: «Yo soy libre, poderoso, estoy en mi casa, protegi­
do.» Es, en efecto, en un lugar protegido donde se beneficia de
una situación como dentro de un capullo, aún siendo capaz de
salir bruscamente, como un pequeño genio colérico, para oponer­
se a los que le rodean: actitud psicológicamente muy regresiva;
desgaste de energía por una parte, situación protegida por otra,
esta condición explica los extraños fenómenos que se cristalizan
en el coche, en su uso y en su acondicionamiento.
Encontramos entre los propietarios de automóviles tendencias
que recuerdan las concepciones arcaicas de habitabilidad. Los
griegos y los romanos tenían sus dioses lares: los automovilistas
tienen pequeños tótems : animales, muñecas, amuletos. Es de des­
tacar el estrato pagano y también. . . el estrato católico: los peque­
ños San Cristóbal. El hombre, en su coche, desea estar protegido
por un santo, cuando es católico y por un pequeño dios, cuando
vive en el paganismo instintivo; humaniza, por tanto, su coche,
convirtiéndolo en habitable p ara los espíritus ; le da un alma; ya
no es simplemente un utensilio, sino que se convierte en una casa.
El interés que los hombres muestran por la carrocería de sus
coches se manifiesta de formas variadas según el temperamento.
Unos se preocupan de lustrada ellos mismos, para economizar,
quizá, pero también por que sienten un verdadero goce al pasar la
bayeta por los cromados ... Otros no sueñan más que en el interior.
Dos tendencias se manifiestan entonces: la tendencia acolchada o
muelle, con cobertores colocados sobre los asientos . . . , y la ten­
dencia a lo inmaculado que se traduce en forma de fundas de
plástico.

FEMINIDAD DEL COCHE

Para el hombre, el coche, que es a la vez casa y vehículo, está


también profundamente feminizado. Las encuestas americanas
256 SOCIOLOGÍA

han puesto de relieve este aspecto, señalando que este fenómeno


se utilizaba en la publicidad de las grandes firmas: «el coche,
amante del hombre» . . . , con esta implicación: «tenga un coche y
no tendrá necesidad de una mujer». Este aspecto cubre diversos
atributos femeninos que el hombre encuentra en el automóvil:
- el «coche-casa» tiene algo de maternal;
- el coche es bello y seductor; el hombre es sensible a la
atracción de la elegancia de ciertas marcas; tiene, frente a esta
elegancia una actitud suspirante y conquistadora;
- el coche le permite al hombre mostrar su potencia y le pro­
cura la ocasión de autoafirmarse. En la conducción, el hombre
presenta una actitud de dominio y tiende a negar a la mujer el
derecho a conducir, al menos a conducir bien. Todos los inciden­
tes, embotellamientos y lentitudes de la circulación se les atribu­
yen inmediatamente. El universo del automóvil es, todavía, un
universo masculino. La representación peyorativa de «la mujer al
volante» es una de las últimas supervivencias del mito del «eterno
femenino».
Las mujeres, por otra parte, dedican muchas menos inversio­
nes psicológicas y afectivas al coche que los hombres, pues sien­
ten menos la necesidad de esta permanente hiperafirmación de
potencia. Por otra parte, puesto que ellas experimentan profunda­
mente la responsabilidad de la casa real, no buscan una compen­
sación en la casa mitológica que es el coche.

UN JUEGO MARAVILL O S O

E l juguete e s u n objeto vital para el niño; si lo posee realmen­


te, le permitirá expresarse y experimentar la vida, adoptar ries­
gos. Es en este sentido en el que el coche es un juguete para el
hombre y forma parte de «SU juego», permitiéndole afirmarse
frente al prójimo, y mostrarse deportivo. Por medio del coche, el
hombre encuentra las fuentes biológicas de energía que gasta y
dilapida, de este modo se reafirma y se desfoga.
Si el hombre reconoce este juego, permanece lúcido y puede
desmitificar su coche. Pero, si se imagina que es más que eso,
entonces el coche formará parte de la comedia que el hombre se
representa a sí mismo y a los demás. El coche será un juego, una
«representación teatral» . El individuo querrá demostrar a los
demás que es capaz de comprar un coche, que sabe conducir, lan­
zarse, aceptar los riesgos.
EL COCHE 257

El salto moral al que invita la posesión de un coche ¿no es el


de pasar de un juego-comedia a un juego puro y libre? Más exac­
tamente, ya no le llamaremos juego, sino «deporte». En el depor­
te hay reglas, y el conductor es deportivo si es correcto respecto a
los demás, si respeta las reglas de la conducción, si no trata de
dominar respecto y en contra de todo, si acepta perder. Entonces
aparece no una desmitificación del automóvil, sino una toma de
conciencia de nuestras necesidades mitológicas que el coche
satisface.
Nuestra civilización ha fabricado máquinas extraordinarias:
aviones, misiles, aparatos automáticos, etc. Estos medios técni­
cos, de una sorprendente potencia, sirven para alcanzar o crear
productos de destrucción y productos de consumo, pero el hom­
bre común no los maneja, no puede disfrutarlos de verdad, mien­
tras que el automóvil se pone a la disposición de todos, o casi.

¿INVERS I Ó N MATERIAL O PSICOL Ó GICA?

El deseo del automóvil corresponde a una necesidad profunda.


La inversión material que se dedica para poseerlo es significativa:
personas y familias que no disponen más que de débiles recursos
pecuniarios se arriesgan a comprar un coche y se lanzan a una
operación de crédito que gravará su presupuesto durante varios
años. En todos los niveles sociales, entre gentes de psicología y
cultura muy distintas, se encuentra esta necesidad de coche.
Todos los motivos son buenos para j ustificar la compra de un
coche: evasión fuera de una vivienda exigua, para unos; necesario
para su condición social, para otros; alejamiento de la ciudad,
para aquellos; distancia que les separa del campo, para los ciuda­
danos . . .
L a posesión de u n coche aparece como absolutamente necesa­
ria, pero de una necesidad todavía más psicológica que material.
La inversión en dinero indispensable para la adquisición de un
coche está estrechamente ligada a la inversión moral que supone.
Gentes que no tienen nada que decir ni nada que decirse tie­
nen, sin embargo, dos temas posibles de conversación: las pelícu­
las y el coche. Las conversaciones sobre este último tienen un
carácter común de coloración casi neurótica: cada uno exalta a su
coche, expresa juicios taxativos sobre las marcas y hace ostenta­
ción de capacidades.
El coche no es un ídolo, es un genio que posee el ser y ... no es
258 SOCIOLOGÍA

un genio malo. En otros tiempos, el hombre sobre su caballo era


una especie de ser sintético, un centauro, si montaba verdadera­
mente a su caballo sabiéndolo dirigir, dominándolo y participan­
do de la energía motriz del animal; hoy, el automovilista al volan­
te de su coche es ya un ser futurista; es hombre y también coche.
Posee los controles, domina el acelerador y domina -¿por qué
no?- la velocidad y el espacio. Hay un elemento extraordinaria­
mente importante en este nuevo dominio que se desprende casi de
la realidad biológica y no del mito. Actualmente, los apéndices
técnicos de la civilización se han convertido para el hombre como
la concha para el caracol; no puede prescindir de ellos.
Si el coche es útil materialmente para el hombre, todavía lo es
más afectivamente, en la medida en que compensa diversos com­
plejos de inferioridad y favorece una serie de relaj aciones. Es
también un peligro desde el momento en que la gente, alienada
por su coche, se dej a invadir por la agresividad, a la menor con­
trariedad. Por el contrario, desde el momento en que el hombre
permanece libre respecto al coche, las manifestaciones de agresi­
vidad debidas a la conducción resultan bastante superficiales y
pasajeras. En este caso, el coche desempeña para él el papel de
catarsis, le desfoga; las exageraciones, las manías, las fij aciones y
los cuidados minuciosos no son más que pequeñas debilidades
exteriores de una conquista extraordinaria del hombre: el coche.
Los fenómenos secundarios desaparecerían si el hombre dedicara
un interés mayor al mundo y a los demás. En la medida en que
viva de una forma más rica, más plena, más relaj ada, su coche
será para él un juguete maravilloso, increíblemente fecundo del
que seguirá siendo poseedor _.,.. poseído.
LA PUB LICIDAD

Los alegatos pro domo de los publicitarios y de los gerentes se


unen a la misma ronda virtuosa de los grandes miedos packardis­
tas 1 y a los grandes desprecios de la intelligentsia; todos hablan
en nombre del hombre, para unos, amenazado por el condiciona­
miento taimado, la persuasión clandestina y el embrutecimiento
mediocre, y para otros, con acceso a la democracia del consumo y
a la inteligencia económica.
La publicidad se deriva de la ciencia, pero surge una primera
dificultad: se deriva de la ciencia en dos grados diferentes.
Por una parte, la publicidad es un sistema de acción que tiene
cada vez más necesidad de basarse en conocimientos científicos y,
por tanto, no solamente ha utilizado datos económicos, demográfi­
cos, etc., sino que ha promovido investigaciones propias sobre la
eficacia de sus métodos y, más extensamente, para atender a sus
objetivos, como la Motivation Research que, a partir de los años
cincuenta, se desarrolla como la primera disciplina propiamente
publicitaria 2; es más, las publicidades sobre las margarinas, leches
en polvo, nescafés, ungüentos, jabones, etc., nos desvelan tabúes y
nos enseñan mitos; y, por otra parte, el sistema de acción en sí mis­
mo merece una atención sociológica: su modo de funcionamiento,
su inserción y su papel en la praxis social. En tanto que es un ele­
mento de su praxis, la ciencia que el publicitario utiliza o solicita
debe ser también objeto de una segunda observación científica.
Aquí chocamos con una doble ocultación: por una parte, como
se acaba de señalar, la publicidad trata de conocer su mercado y
sus progresos, no de conocerse a sí misma; por otra parte, mantie­
ne el secreto sobre sus propias encuestas, las cuales escapan, por
esa misma razón, al juego normal de la circulación científica.

1 Vanee Packard, La Persuasion clandestine, Calman-Lévy, París.


2 Packard dice acertadamente: <<Desde 1 95 1 , Dichter exorta a las agencias de
publicidad a conocerse mejor puesto que son, de hecho, laboratorios de sociolo­
gía de lo más avanzados>>, op. cit., p. 30.

[ 259]
260 SOCIOLOGÍA

La publicidad no es más que un elemento en los sistemas de


producción-distribución-consumo y no puede definirse respecto a
esos sistemas, en los que desempeña un papel esencialmente
mediador. En otro sentido, vemos que la publicidad puede consti­
tuir un sistema propio: l as agencias de publicidad pueden estar
dotadas de autonomía económica y sociológica, extender sus ten­
táculos conquistadores, es decir, avasallar a los media. Así, a tra­
vés de una dialéctica de servidor-maestro, corriente en l a vida
social, hemos podido ver que la publicidad se ha convertido en el
soporte de algunos de sus «soportes», ya que, en Francia, los dia­
rios obtienen de la publicidad más del 50 por 1 00 de sus ingresos.
Es más, la publicidad, mediadora universal del consumo, extiende
su campo de acción a todos los horizontes e inunda, literalmente,
toda la vida social. Los niños cantan l as tonadillas de tal o cual
producto antes de conocer el himno de su país. La publicidad pro­
porciona l as músicas populares y los himnos metanacionales de l a
sociedad d e consumo ...
Por tanto, el terreno publicitario o bien se extiende sobre toda
la sociedad hasta el infinito, o bien se reduce hasta fundirse con
los mecanismos comerciales de las empresas, o bien aparece
como mediador universal del consumo, o bien, a veces, aparece
como sistema autónomo. Habrá que inspeccionar todas estas
direcciones antes de definir demasiado estrictamente l a publici­
dad. Es necesario comprenderla a la vez en tanto que sistema de
acción propio y en tanto que fenómeno encrucijada, lugar estraté­
gico para el estudio clínico del mundo contemporáneo.

La publicidad es un sistema de acción que quiere basarse en


una ciencia. Pero precisémoslo: no hay una ciencia publicitaria
sino un arte y una estrategia que se esfuerzan por utilizar datos
científicos. Esto se aplica no solamente al carácter todavía frag­
mentario y embrionario de la ciencia del mercado y de los medios
de acción, sino también al carácter semialeatorio de una empresa
que se sitúa en el tiempo: no basta una psicología social, es nece­
sario tener, también, el sentido de la configuración histórica, de
las necesidades todavía desconocidas que aparecen antes de haber
tomado forma, de l as saturaciones afectivas, de l as transferencias
de significado (la moda aristocrática se acaba democratizando al
cabo de un cierto tiempo de difusión, los adultos se apoderan de
los signos juveniles que ostentan los adolescentes con el fin de
apoderarse de los significantes mediante los significados, de ahí
la creación permanente de nuevos significados . . . ). No se pueden
LA PUB LICIDAD 26 1

reducir el arte y la estrategia publicitarios a las técnicas y a los


resultados de las encuestas (las cuales, si no están totalmente
burocratizadas, constituyen también un arte), aunque se nutran de
ellos y los utilicen. É sa es la razón por la cual, de forma duradera,
se puede encontrar en la publicidad, como en todas las demás
industrias culturales modernas, la cooperación conflictiva de téc­
nicos-expertos y de artistas, del cuestionario y del olfato. La
publicidad moderna es a la vez Savignac y estadística.
La acción publicitaria se manifiesta desde el momento en que
existe una distancia entre productor y consumidor y necesidad en
el productor de estimular el consumo. Evidentemente, es donde
hay producción industrial y donde hay producción masiva de bie­
nes de consumo donde la publicidad conoce su plenitud. La com­
petencia ha podido parecer, durante un cierto tiempo, la condi­
ción íntima de la publicidad, pero sabemos hoy que el monopolio
(privado o del Estado) puede utilizar la publicidad de forma
intensiva, dado que se trata, para él también, de informar y de
incitar.
Aparece aquí la primera dualidad propia del mensaje publici­
tario: éste debe estar encaminado a confundir información con
incitación. Es a partir de esta dualidad desde donde se desarrolla
una dialéctica, es decir, un doble juego publicitario entre infor­
mación e incitación.
Esta dialéctica de información-incitación se integra en otra
dialéctica que es la de la repetición-innovación. En un cierto sen­
tido, si se considera información aquello que es nuevo en un men­
saje y si se considera que la repetición es el factor primario de la
incitación, se podría pensar que, efectivamente, información e
incitación se confunden. De hecho, ambas se confunden y se dife­
rencian parcialmente. La repetición es una forma de multiplicar la
información para públicos diferentes, obteniendo, además, el
efecto de incitación sobre ese mismo público (así, la repetición de
un anuncio a cada hora en la televisión, o la repetición de la ima­
gen de una marca en los pasillos del metro). La innovación no
desarrolla plenamente su papel más que en una civilización en la
que lo nuevo, como tal, tiene un valor, y ello en todos los niveles,
es decir, tanto en el nivel de la moda, en el que lo nuevo se valora
simplemente en tanto que nuevo (y el mundo de la moda se
extiende en nuestras sociedades más allá de la coquetería femeni­
na), como en el nivel técnico en el que todo lo nuevo significa
implícitamente progreso. Además, la publicidad tiene que j ugar a
lo nuevo, no solamente en el nivel de su propia eficacia en el que
262 SOCIOLOGÍA

debe renovarse para evitar que el efecto saturación domine sobre


el efecto de incitación en la repetición, sino en el nivel mismo del
producto y sucede que esa publicidad tiene que imaginar seudo­
innovaciones-progresos en un mismo producto, como los jabones
o los dentífricos, con el fin de resolver la contradicción dialéctica
entre la identidad y la alteridad; es decir, presentar un producto,
siempre el mismo, pero mejorado.
La puesta en funcionamiento intensiva de estas dialécticas, en
la economía consumista, ha provocado un desarrollo inaudito de
las pesquisas sobre la incitación y ha llevado a los estudios publi­
citarios a penetrar en las profundidades de la psique.
El descenso a las profundidades empieza mucho antes de la
motivation research. De entrada, la empresa necesita individuali­
zar el producto estándar respecto a aquél, análogo o idéntico, de
las empresas competidoras. Es la marca la que desempeña, natu­
ralmente, este papel. Pero la marca es más que un nombre, una
etiqueta-firma que garantiza el producto a base de la honorabili­
dad del productor. La firma va acompañada de un símbolo-tótem
que, como tótem, puede ser un signo identificativo, pero también
la figuración de un ser vivo, vegetal, animal o humano. La publi­
cidad acentuará el aspecto vitalista-animista y antropomorfo del
tótem de marca. Va a estampar un mundo animista sobre el mun­
do técnico y basta con una mirada a nuestra sociedad llamada
industrial para ver, de entrada, el tigre Esso y al caballero Ajax.
Estos espectros obsesivos parecen sumergirnos en un mundo
mágico-infantil del cual se diferencian solamente por su naturale­
za lúdica y de espectador. Pero, por eso mismo, traen a la superfi­
cie de nuestra sociedad moderna un fondo arcaico, ya que la
publicidad apela precisamente a ese fondo arcaico, por una parte,
para individualizar el producto estándar y, por otra, para incitar al
consumidor.
É ste no es más un aspecto de la nueva dialéctica que actúa
bajo nuestros ojos y bajo la acción de la publicidad. Esta dialécti­
ca de la incitación parte de la necesidad de agradar y se extenderá
por toda la gama del placer, desde el eros hasta la risa.
En efecto, la publicidad se esfuerza por todos los medios en
excitar la líbido, es decir, el deseo de la mercancía, y ha entendi­
do muy rápidamente que hacía falta introducir en la mercancía
cualidades libidinosas no intrínsecas de principio. Primeramente,
es la calidad estética: el productor la introduce en el carenaje, en
el acondicionamiento, en el embalaje. El publicitario, por su par­
te, introduce la estética en la imagen publicitaria misma, a menu-
LA PUBLICIDAD 263

do una estética sin relación con el producto, salvo por la asocia­


ción que se establece en el mensaj e publicitario. El colmo de la
elegancia estética es el recurso que se hace a las artes tradiciona­
les, la reproducción de un cuadro, o el recurso a un gran pintor,
incluso, como fue el caso de una filmación publicitaria, a la ilus­
tración gráfica abstracto-surrealista a Una noche en el Monte
Pelado de Mussorgski acabando, simplemente, en la firma de una
marca de vinos.
La publicidad no solamente recurre a las artes clásicas, sino
que segrega su propio arte: películas publicitarias, montajes foto­
gráficos, dibujos, carteles, lo cual nos demuestra que todo medio
mercantil que tenga necesidad de imágenes y de lo imaginario
acaba por procrear su arte. A pesar de su repugnancia, la intelli­
gentsia empieza a reconocer este arte puesto que está empezando
a sentirse arrastrada por este movimiento que la lleva a admitir la
dignidad estético-artística de los medios de expresión hasta ahora
relagada a los infiernos, como, por ejemplo, las tiras de dibujos,
el cine de terror o erótico, etc. El cartel firmado, desde Paul
Colin, ya ha sido integrado en las bellas artes. Ya hay concursos­
festivales de cine publicitario. Hay que ir más lejos y pensar que
una parte de la belleza artístico-estética de la época 3 se encuentra
en las páginas publicitarias de las revistas, más fascinantes para
nuestros ojos que la parte de letra escrita 4 •
La publicidad utiliza, por tanto, la aceptación estética y la va a
combinar con la aceptación lúdica y el deseo erótico. Todo un
sector publicitario se va a esforzar en divertir y va a utilizar toda
la gama de la diversión, desde la sonrisa y la risa hasta el juego.
Así, existe una acción publicitaria cuyo objetivo será no tanto
exhibir el producto como llamar sobre él la atención simpática y
reconocida del público mediante la diversión que conlleva. Esta
acción llega, incluso, a hacer que nos riamos del producto, que se
ha convertido en personaje cómico, compensando los riesgos de
lo irrisorio con las oportunidades de simpatía. En el plano más

3 La distinción entre artístico y estético indica aquí que lo que es artístico se

crea voluntaria y artesanalmente con fines estéticos, mientras que se pueden


encontrar goces estéticos en objetos o imágenes producidos naturalmente, por
azar, o en función de una finalidad distinta a la estética.
4 Es, al menos intensamente, lo que yo he sentido cuando, saliendo del letar­

go en el Hospital Monte Sinaí de Nueva York, he descubierto con alegría los car­
teles publicitarios de New York Times, de Lije y de Time Magazine.
264 SOCIOLOGÍA

amplio de la diversión, la publicidad va a favorecer y a suscitar


j uegos de todas clases y va, incluso, a crear un tipo de juego par­
ticular, los juegos publicitarios en los que esfinges bonachonas
plantean cada día enigmas al hombre de cada día, sin ningún ries­
go de castigo, pero con una fuerte probabilidad de salud, que, en
el mundo moderno, se identifica con el dinero.
Las críticas virtuosas ignoran el carácter lúdico-estético de la
publicidad y suponen que el consumidor va a considerar como
cierto todo lo que verá en imágenes y que la eficacia publicitaria
tiene un efecto de adoctrinamiento. De hecho, actúa, como ha
destacado B audrillard en su obra medio genial medio demente 5 ,
no por la persuasión de las virtudes del producto sino por un efec­
to más general que, aquí, es estético-lúdico. Desempeña un papel
de patrocinio en ese vasto sector de los juegos-artes-disfrute, y
exige el reconocimiento previo para el placer que da. Si nos deci­
dimos por eso no es porque estemos convencidos de que introdu­
ce un tigre en nuestro motor sino por la satisfacción divertida de
encontrar, en el terreno de la estética, una apropiación mágica de
la energía del tigre. Pero, por ello mismo, la publicidad extiende
el campo estético-lúdico de la existencia contemporánea, destru­
yendo los valores que no son del placer. Aquí, podemos captar la
relación entre una de las sendas nuevas de la publicidad y la sen­
da de nuestra civilización. Aquella tiende a sustituir la marca alti­
va y soberana, paternal en suma, por una marca compañera y
amistosa: su patronazgo sustituye a la presencia patronal por la
presencia paternal, es decir, gratificante.
Otra vía -que se imponía para apelar al deseo- es la del
eros. La vía erótica no es la única, aunque es la que más llama la
atención de los observadores. Si bien es útil erotizar todas las
mercancías, no todos se prestan a esta erotización y, además, la
erotización presenta no solamente límites (censura), sino peli­
gros: corre el riesgo de suscitar más el sufrimiento que el placer
del deseo, o bien de desviar hacia el eros propiamente dicho un
deseo que se trata, por el contrario, de hacer desviarse del eros
hacia la mercancía. Es esto, sin duda, lo que impide una erotiza­
ción generalizada de la publicidad, pues la erotización sería la vía
más fácil, la más evidente para suscitar el deseo. El erotismo rei-

5 Le systeme des objets, París, 1 968, especialmente en la parte dedicada a la


publicidad, pp. 229 ss.
LA P U B LICIDAD 265

nará, sobre todo, allá donde estén implicados los caracteres


sexuales secundarios -vestidos, cosméticos, peinados- y
envolverá con un cortejo de chicas guapas-reclamo aseptízadas
(es decir, purificadas de toda la parte maldita y dolorosa del eros)
a toda la aventura publicitaria moderna.
Así, la publicidad es como un aprendiz de bruj o de los deseos.
Su objetivo es el de suscitar los deseos, hacerlos derivar hacía el
consumo de productos y enraizar esos deseos en forma de necesi­
dades. La publicidad desvela casi a simple vista, para una socio­
logía clínica, este proceso fundamental de toda cultura, que es el
de crear necesidades. Volveremos sobre este punto más adelante.
Al mismo tiempo que se esfuerza por excitar el deseo de los
individuos, la publicidad tiene que esforzarse en adular y honrar a
esos individuos para hacerles favorables. No se trata solamente
de hacer amable el producto, se trata de ser amable con el consu­
midor y, más aún que amable: obsequioso. Se desarrolla aquí un
proceso extraordinario, el proceso mismo del homenaje que esta­
ba reservado a los reyes y que se dirige hoy a la masa anónima de
los individuos. Se trata de recordar constantemente a ese indivi­
duo soberano que existe o, mejor todavía, se trata de fortalecer el
sentido de su existencia, haciéndole la corte. Las festividades
televisivas o los juegos rediofónicos son para él los equivalentes
democonsumistas de las fiestas de Versalles. Hay que ofrecerle
lujo, o al menos la apariencia. A esto se añade una solicitud ambi­
valente, «maternal», tal como sugiere B audrillard, pero también
cortesana y mayordomesca. Además, la publicidad no hace aquí
más que revelar algo de esencial en nuestra sociedad que es el rei­
no del individualismo, cubriendo este individualismo burgués con
las pompas de la monarquía. Pero, al mismo tiempo, ¿no juega l a
publicidad a l j uego del mayordomo del palacio merovingio ante
el rey haragán del consumo? ¿No es la publicidad el visir cortesa­
no que persigue sus propios designios convirtiendo al soberano
en esclavo de los deseos consumistas que ella misma ha creado, o
al menos desarrollado y establecido? Tocamos aquí otro problema
de fondo, el de la fuerza y la debilidad del individualismo bur­
gués moderno.
La publicidad se ha avanzado, por tanto, a la encrucijada de la
psique. Por un lado, avanza por el camino de la líbido, que condu­
ce hacia las pulsiones inconscientes, hacia el «esto» freudiano.
Por otro lado, avanza por la vía de la individualidad, por la vía de
esa construcción cultural que se llama personalidad, el «YO» freu­
diano.
266 SOCIOLOGÍA

Es aquí donde se realiza un nuevo encuentro entre el alma


humana y la gran industria. A partir de 1 950, especialmente, y,
evidentemente, en las sociedades avanzadas desde el punto de
vista de la industria de consumo, la publicidad inicia su buceo en
el ser humano. Taylor, en el terreno de los gestos del trabaj o
industrial, Elton Mayo, en el ámbito de la vida del trabajador, y
Ditcher, en lo que concierne a la incitación publicitaria al consu­
mo, marcan tres etapas decisivas en la evolución del capitalismo
industrial.
Al mismo tiempo empieza la era del sector terciario del consu­
mo y de la publicidad. Es por analogía por lo que utilizamos aquí
el concepto de Colins Clark y de Fourastié. La era primaria de la
publicidad, correspondiente a la difusión de productos llamados
de primera necesidad, se basaba esencialmente en la difusión de
la información y tendía a privilegiar la repetición del mensaje. La
era secundaria correspondía al progreso y se dedicaba no sola­
mente a informar de la innovación, sino a jugar mitológicamente
con la innovación como factor decisivo de la incitación. La era
terciaria es la del desarrollo (sin anulación de las eras desencade­
nadas anteriormente) de las publicidades con caracteres semiima­
ginarios, embebidos de virtudes psicoafectivas, es decir, mitoló­
gicas. Esta publicidad terciaria privilegia el consumo de produc­
tos que se refieren a la personalidad individual, tanto en su sobe­
ranía individualista como en la libidinosidad polimorfa (y espe­
cialmente en todo lo que se refiera al vestido, al maquillaje, a la
salud, a la higiene, a la belleza y a la seducción). Además, inocula
en los productos, cuya función es distinta, una función mitológica
de carácter individualista y/o . libidinosa. Así, para la primera
categoría de productos, la mercancía arropa al mito, y para la
segunda categoría, el mito arropa a la mercancía. En el límite, nos
vemos abocados a un universo en el que todos los productos
industriales tienen una calidad mágica.
Todo esto concurre para suscitar la compulsión consumista, es
decir, para desencadenar las fuerza libido-mágicas egoístas pro­
fundas que van a encontrar en la compra un alivio y un goce pro­
visorios, pero que van a encadenar, al mismo tiempo, al consumi­
dor al universo consumista.
La acción publicitaria terciaria consiste, precisamente, en
transformar el producto en droga (o en inocular en él la sustancia­
droga) de forma que su compra-consumo (y en ciertos casos, el
consumo se realiza en la propia compra) procura inmediatamente
la euforia-alivio y la esclavitud. El mensaje publicitario debe rea-
LA PUBLICIDAD 267

lizar el ensayo general, en modo imaginario, del acto de la com­


pra-consumo. Debe, si alcanza la forma y la formulación óptimas,
euforizar y, a la vez, turbar, dar ya el preámbulo-sabor del placer
en su llamada 6 . Si turba demasiado, corre el riesgo de perturbar al
universo consumidor, de crear demasiadas necesidades económi­
camente implanteables, o también de hacer derivar lej os del pro­
ducto la necesidad suscitada: así, una imagen demasiado erótica
elogiando unas braguitas corre el riesgo de crear un deseo que
haya de satisfacerse en el acto sexual o en el onanismo (lo cual
explica que la publicidad puede y debe jugar con el erotismo,
pero que no puede permitirse ser pornográfica). Si no turba sufi­
cientemente, corre el riesgo de no suscitar el deseo de polarizarse
sobre el producto.
Así, la ambivalencia de la publicidad terciaria es la misma que
la del universo consumidor. ¿Es una la que crea a la otra?
Ciertamente, no es la publicidad la que crea el universo consumi­
dor ex nihilo, sino que el universo consumidor es inconcebible sin
la publicidad.
La ambivalencia euforizante-perturbadora, liberador-esclavi­
zadora del universo consumidor se dej a ya sentir, pero no verda­
deramente comprender, en nuestra sociedad: es decir, que ciertos
grupos sociales son particularmente sensibles al aspecto eufori­
zante y liberador del consumo. É stos son los que entran en el uni­
verso consumidor y para quienes el consumo aparece como una
necesidad, no solamente vital, sino de desarrollo personal. Otros
grupos, especialmente los que viven la dolce vita consumista
como una droga -la parte descontenta de la intelligentsia, capas
crecientes de la juventud estudiante-, son sensibles al aspecto
perturbador y esclavizador, al nuevo opio consumista. No ven
más que el mito -o, en un grado de consideración más bajo, la
mitificación- baj o el producto de consumo.
Muy significativa es, desde ese punto de vista, la actitud beat­
nik-hippie de rechazo en bloque del sistema comunista. Muy sig­
nificativas son las aspiraciones que emergen aquí y allá hacia un
nuevo arcaísmo, empezando por el arcaísmo estacional de las
vacaciones, compromiso entre un universo de la «naturaleza» y
un universo consumista. Todo esto indica que está en vías de for-

6 Baudrillard (op. cit.) ve que funciona una dialéctica de frustración-gratifi­

cación en la publicidad, lo cual es otra manera de destacar un fenómeno de múlti­


ples caras.
268 SOCIOLOGÍA

macíón un gigantesco absceso. A mí entender, no se podrá resol­


ver el problema consumista más que a condición de que se com­
prenda perfecta y previamente su ambivalencia fundamental.
Marx fue el primero en redescubrir la magia en el corazón de
la vida económica (la noción de fetiche) y, al mismo tiempo, en
descubrir que la aparente racionalización de la economía política
clásica era una mitología. Freud fue el segundo, a su manera
igualmente genial, en descubrir el erotismo esclavizado baj o lo
económico. De hecho, el discernimiento que nos procura el estu­
dio de la publicidad contribuye a hacernos concebir nuestra socie­
dad no como guiada por una racionalidad económica, sino como
empuj ada sonámbulamente por una dialéctica de las necesidades
errabundas y de las fuerzas ciegas. La técnica, que parecía tener
que materializar el mundo, que parecía que tenía que reducirlo
todo a la eficacia práctica, el capitalismo que parecía tener que
reducirlo todo a las tasas de interés, revuelven y mezclan lo real y
lo imaginario en el acto más terrenal posible: la compra. El Horno
rnagicus emerge baj o el Horno oeconornicus, que es su careta
moderna.
En este juego en el que se ha desarrollado el universo consu­
midor, con sus delirios, sus delicias y sus vicios, el individuo es a
la vez sujeto y objeto: la mercancía humanizada, embebida de sus
sueños y de su efectividad, es la esclava del hombre-rey, pero él
mismo es la extraña mercancía, producida en serie, y se convierte
en dependiente de objetos apenas dotados de realidad objetiva.
Denunciamos aquí también la visión unilateral, tanto aquella que
elige la imagen del hombre-rey triunfante como aquella que elige
la imagen del hombre-mercancía. Denunciamos la idea que pre­
tende que la sociedad moderna ha abandonado el estadio de la
magia y denunciamos la idea que pretende que la sociedad ha
recaído en ella. Denunciamos la idea que pretende que el hombre
tiene, finalmente, su destino en sus manos y la idea que pretende
que éste se la ha arrebatado. A decir verdad, hemos entrado en un
nuevo episodio de la marcha del hombre de ser semísonámbulo a
ser semiimaginario. ¿Es posible que la liberación de nuevas fuer­
zas de la líbido y que la neurosis del individuo consumidor pro­
voquen un cataclismo destructor?, ¿purificador?, ¿ salvador? De
todas formas, nos parece que la publicidad, igual que la sociedad
consumista, pone en funcionamiento fuerzas de integración y
fuerzas de desintegración. Es, evidentemente, esta dialéctica de
integración-desintegración a la que habrá que seguir y estudiar.
Finalmente, los grandes miedos suscitados por la publicidad
LA PUB LICIDAD 269

nos parecen a la vez fútiles y profundos. Es fútil, en efecto, atri­


buir a la publicidad una especie de existencia demiúrgica y una
responsabilidad cuasi penal. Es fútil imaginar que la publicidad
pueda condicionar a una civilización, siendo así que es mucho
más probable que la publicidad sea condicionada por la civiliza­
ción. Pero, en todo caso, es profundo sentir, taimados y escondi­
dos baj o la publicidad, algunos problemas temibles de la civili­
zación.
LA INDUS TRIA D E LA CANCIÓN

E l estudio d e los fenómenos desacreditados está también desa­


creditado. Al estudio de los fenómenos juzgados como frívolos se
le j uzga como frívolo. Sin embargo, ¿no había ya señalado
Pascal, a su manera, que la frivolidad -la diversión- era un
problema profundo; y no es cierto que la ciencia investiga a tra­
vés de aquello que parece accesorio o superficial?
Pero la sociología está hecha por sociólogos, miembros de una
intelligentsia que estaría dispuesta a poner en cuestión el sentido
del mundo, pero en absoluto sus rígidos criterios de lo bonito y lo
feo, de lo frívolo y lo serio. Ahora bien, la canción, en la ética cul­
tural de la intelligentsia, se opone a la melodía. La melodía
demuestra el arte, la canción el consumo. Se toma como melodía
toda canción juzgada como suficientemente noble por la letra y
por la música, y el vacío se cierne de nuevo sobre la canción. Se
puede uno divertir, en rigor, tarareando un estribillo, pero es como
una concesión que el espíritu debe hacer a la naturaleza animal.
Para la intelligentsia, por tanto, la canción viene de lo frívolo
y también de lo vulgar. Doble razón para ignorar el universo de la
canción. S obre el concepto de lo vulgar se centra una gran agresi­
vidad (necesaria para exaltar el concepto de la elite). Y nos limi­
tamos casi siempre a condenar más que a analizar, según el proce­
so psicoafectivo corriente: «Aquello que se desprecia no merece
ser estudiado o meditado. »
Así ocurre en nuestro país, intelectualmente fuerte y orgulloso
de su viva tradición humanística, frente a todo lo que emana de la
«cultura de masas», y particularmente de lo que, en la cultura de
masas, parece lo más insignificante y los más frívolo: la canción.
Sin embargo, hay en las zonas de la intelligentsia donde se
preocupan de la educación popular, un movimiento hacia la can­
ción, movimiento que tiende a reconocer la canción como un arte
y como portadora de riquezas humanas y estéticas. Pero este
movimiento no hace más que transportar un poco más lejos la
frontera del arte y del no-arte. Esta frontera integra en el arte y en
el humanismo a la buena canción, la de Douai o Brassens, para

[ 270]
LA INDUS TRIA DE LA CANCIÓN 27 1

rechazar mejor hacia el no-arte y el antihumanismo a la mala can­


ción de producción industrial. Así, el movimiento pedagógico­
cultural hacia la canción es esencialmente un movimiento de pro­
moción de artistas de la canción (como Jacques Douai, Hélene
Martín, B arbara) pero es escasamente un movimiento de elucida­
ción sociológica de los problemas de la canción.
Pero ¿no existe un problema, ya planteado por el cine, que es
el de la creación artística en el sistema industrial? ¿No resulta
curioso que el mismo sistema permita la difusión de canciones de
éxito llamadas de calidad (Brassens, Brel, Trenet, por ejemplo) y
también las llamadas de consumo? El criterio industrial-comer­
cial no es la línea de demarcación radical, clara y neta entre el
arte y el no-arte, entre la riqueza y la pobreza humana. . .
Esta distinción e s ; e n s í misma, extraordinariamente difícil.
Además, habría que esforzarse, más bien, por suscitar problemas.

LA MULTIDIMENSIONALIDAD DE LA CANCI Ó N

De entrada, la canción tiene una doble sustancia: musical y ver­


bal. Se puede uno preguntar si lo más importante de la canción, de
su éxito, reside, ante todo, en la parte musical, aunque la canción
se presenta siempre como una totalidad música-letra.
Música y letra nos remiten a principios de análisis heterogéne­
os y divergentes. Esto no quiere sólo decir que no sea raro el
autor-compositor que produce simultáneamente el tema musical y
el tema verbal, ni que lo más normal es que se adapte la letra al
molde de la música o que se encaje la letra en la música. Ello
quiere, sobre todo, decir que la música nos remite a una psico­
socio-musicología que está lejos de estar establecida y que impli­
caría, previamente, una músico-semiología.
La música, por sí misma, es algo sincrético dentro de la can­
ción. Contiene el tema melódico, el ritmo, el arreglo musical, el
acompañamiento y la orquestac ión. Si el tema musical es lo más
refractario al análisis conceptual y al estudio sociológico, el arre­
glo y el ritmo se insertan en los géneros, en los estilos y en las
modas. Así, la sustitución de una guitarra (normal) por otra (eléc­
trica) marca el paso de lo yeyé al género neofolclórico.
Necesitaríamos, previamente, una historia general de la can­
ción para conocer sus evoluciones melódicas, rítmicas, etc. , la
aparición de géneros y bogas, su expansión y su declinación; esta
historia «general» tendría también que conceder espacio a las
272 SOCIOLOGÍA

individualidades creadoras, tanto en la composición como en la


interpretación. Pero, si ya existen estudios históricos para el cine
(aunque, a menudo, estas historias giran alrededor de películas
singulares y no de las grandes corrientes), la canción moderna no
tiene todavía, que nosotros conozcamos, historiadores.
Una historia stricto sensu de la canción sería insuficiente. Y,
aquí también, tenemos que situar la canción en un complejo mul­
tidimensional. La canción moderna puede ser, con mucha fre­
cuencia, al mismo tiempo un aire de baile. La canción y el baile
se entremezclan, en parte: es el caso de los temas de rock, twist,
hully-gully, bostella, let-kiss, etc . , como era el caso de los valses,
los tangos, el charlestón o el swing.
La canción participa parcialmente del baile y participa tam­
bién, parcialmente, de un espectáculo: la actuación, que puede ser
music-hall, cabaré o, incluso, bodas y banquetes. La actuación es
una exhibición total en la que el artista hace valer no solamente la
voz sino su ser físico y sus dotes miméticas.
La historia y la sociología de la canción deben sumergirse en
una historia y en una sociología del baile-canción-music-ha/l.
Ello nos muestra la plasticidad protoplasmática de la canción, que
puede hacer de acompañante del baile o de mediadora para una
exhibición mímico-teatral. Su música la lleva hacia el baile, su
letra la lleva hacia el teatro, y el conjunto música-letra, es algo
que tiene una realidad molecular.
Esta primera aproximación «fenomenológica» a la canción no
puede sino introducir a la aproximación sociológica que, a su
manera, plantea también los problemas de multidimensionalidad.
En efecto, la canción moderna, igual que el cine, está comprome­
tida en un proceso económico-industrial-técnico-comercial.
Puesto que, igual que el cine, hay, en la producción-creación
de las canciones, una activación concurrente de procesos de
estandarización y de individualización. Igual que en la industria
del cine, la industria de la canción sigue su proceso de concen­
tración, especialmente en la producción (tendencia de las vedet­
tes a crear su propia casa de discos). En efecto, la industria de la
canción plantea los problemas-tipo de la industria cultural, y
especialmente la contradicción fundamental y estimulante entre
producción y creación, que ya he tratado de analizar en otro
lugar 1• Y, en las condiciones actuales, también en la canción, me

1 L 'Esprit du temps. Essai sur la culture de masse, París, 1 962.


LA INDUSTRIA DE LA CANCIÓN 273

parece que domina una corriente de calidad media, con zonas


marginales de alta originalidad.
Planteando los problemas-tipo de la industria cultural, la
industria de la canción tiene, al mismo tiempo, un carácter singu­
lar. Esta industria gira alrededor del disco o, más bien, es toda la
canción moderna la que se ha convertido en satélite de la indus­
tria del disco. Las emisoras de radio emiten discos continuamen­
te; el tocadiscos permite la escucha generalizada del disco. El
transistor permite un escucha todo terreno del disco, bien directa­
mente en tocadiscos o por la radio. Hay más todavía: las condi­
ciones de grabación (recording) permiten crear efectos sonoros
especiales, así como, naturalmente, convertir en potente y amplia
una voz endeble. El disco contamina al music-hall: la escena se
tiene que parecer al disco. Además, ha desaparecido el intérprete
acompañado por un piano y es necesario que tenga su orquesta, y
una orquesta técnicamente perfecta, como en el disco; la sonori­
zación requiere dispositivos complicados y delicados para reem­
plazar a los efectos del disco.
El disco, que se ha desarrollado verdaderamente con el micro­
surco y el transistor, completa un proceso de tecnificación de l a
canción, empezando por ese punto mínimo pero fundamental: e l
intérprete ya n o tiene necesidad d e tener una voz potente desde e l
momento e n que puede disponer d e u n micrófono; l o que necesita
es un muy buen sistema de sonorización.
De ahí dos direcciones: por una parte, la utilización de una
compleja maquinaria técnica esclaviza al intérprete a las condi­
ciones del estudio, pero, por otra parte, el micrófono da paso a
innumerables vocaciones de cantantes para voces de calidad des­
provistas de potencia.
Por otro lado, interviene una dialéctica, desde el momento en
que el estudio permite una calidad sonora irreprochable y efectos
especiales imposibles de conseguir en ningún otro lugar. La per­
fección del estudio requiere la concomitancia de demasiados ele­
mentos técnicos como para que no se consiga la mayoría de las
veces en detrimento de la emoción. Entonces, se ha creado una
contracorriente. Del mismo modo que se observa cómo se dibuj a
una reacción en contra del estudio de cine, en favor del rodaje en
escenarios naturales y con una cierta improvisación, en busca de
los vivos (tendencia que ilustra el tándem Godard-Coutard), tam­
bién vemos, en la canción:
1) Ciertas grabaciones de estudio recurren a la calidad que
viene de la inspiración, más que del ensayo (es el caso de las
274 SOCIOLOGÍA

orquestas de acompañamiento más próximas a los estudios de


Nashville, Tennessee) .
2) El recurso a la grabación fuera del estudio, en vivo, en el
momento en que el intérprete (los intérpretes) se dejan llevar al
máximo por el ambiente y la electricidad colectiva. Esto es cada
vez más frecuente: grabaciones de festivales de j azz (como el de
Newport), recitales públicos de canto (recital de Brel en el
Olimpia).
El disco se encuentra ante una alternativa: sacrificar la calidad
técnica o la calidad humana, y a veces escoge la segunda. Esto,
que es válido también para las grabaciones de óperas, fuerza a
veces a elegir para el disco, a veces, una grabación no perfecta,
pero que tendrá ese «no sé qué» .
E l término «industria del disco» implica n o solamente técnica,
sino comercio. La concentración económica establecida por las
grandes casas no se debe a una necesidad por el precio del prensa­
do. El prensado es relativamente barato y los estudios se pueden
alquilar. La concentración se debe, mucho más, por una parte, a la
tendencia expansiva de los grandes trusts radio-eléctricos que
fabrican, además, material de radio y tocadiscos, y por otra parte
a la persecución del máximo beneficio por la difusión masiva a
través de los juke-boxes, venta de discos, transmisiones de radio,
publicidad, sellos de cantantes-vedettes, etc. La concentración se
debe más al comercio del disco que a la industria del disco, más
al sistema de difusión masiva que al sistema de producción-cre­
ación.
Este sistema tiene ciertas analogías con el sistema llamado de
los best-séllers, ahora extendido para los libros. El equivalente
del best-séller es el tubo, término que describe el gran éxito de
una canción, en el argot corporativo y popular *. El objetivo de la
casa de discos es producir por un tubo. Un cierto número de
características predispondrán a una canción a venderse por un
tubo (su éxito en el extranjero, el nombre del intérprete, etc.) y la
casa lanzará con fuerza, entre sus canciones, aquella que vaya a
venderse por un tubo, interviniendo cerca de las emisoras de

* En castellano popular, la expresión más próxima sería «Se vende por un


tubo». Hay que tener en cuenta las diferencias intraducibles entre los distintos
argots y la rápida evolución de este tipo de expresiones, máxime tratándose de
lenguajes juveniles. Por otro lado, la mayoría de expresiones y ejemplos que apa­
recen en esta sección corresponden a la época en que fue escrita, cosa que no res­
ta validez al fondo del análisis. (N. del T.)
LA INDUSTRIA DE LA CANCIÓN 275

radio, multiplicando la publicidad directa o indirecta ... Si hay res­


puesta (compras de discos, peticiones del disco por la radio), nos
encaminaremos hacia el tubo. El sistema no es infalible. Una can­
ción lanzada para venderse por un tubo en una estación de vaca­
ciones ha sido vencida por un outsider. Será necesario, entonces,
tener un sello de outsiders. . .
E l comercio del disco recurre a l a concentración para asegu­
rarse un enorme sistema de presión masiva sobre una demanda
que tiene que ser masiva, a su vez. La incitación que presiona
hacia el consumo lleva a la industria-comercio del disco a utilizar
todos los medios para poner en el candelero la canción, lo que
implica poner en el candelero al intérprete. El sistema va a impul­
sar a la individualidad (Rick Rivers, Eddy Mitchell) en detrimen­
to del conjunto (Chats S auvages, Chaussettes Noires), salvo si el
conjunto está dotado de una superindividualidad aplastante
(Beatles, Rolling Stones). En este caso, también, se lanza a las
vedettes, aunque tampoco basta con lanzar a las vedettes: tam­
bién, en este caso, las vedettes de la canción se sitúan entre los
«olímpicos» modernos, cuya vida pública, anovelado-auténtica,
es objeto de constante cotilleo por parte de la gran prensa.
Una vez dicho esto, el carácter verdaderamente original de la
canción (y de la música de diversión), gracias al disco-tocadis­
cos-radio-transistor (a los que hay que añadir la televisión y los
juke-boxes), es que puede consumirse en todo momento del tiem­
po y en todo punto del espacio.
Es aquí donde el término «consumo» adquiere su sentido. La
canción es el más cotidiano de los objetos de consumo cotidiano.
Para aquella o aquel que tiene encendida la radio, que pone en
funcionamiento su tocadiscos, que mete una moneda en el juke­
box del café, hay un baño musical continuo.
Entre todas las consecuencias del fenómeno, señalamos el
carácter fulgurante de los éxitos y su desgaste extremadamente
rápido. En su primer vuelo, una canción de éxito se difundirá
varias veces al día por una emisora periférica; le será permitido al
oyente encandilado comprar, inmediatamente, el disco y escu­
charlo sin cesar durante horas. Se desarrolla un fenómeno de
embriaguez que lleva a una rápida saturación y a un efecto de har­
tazgo. Así, un gran éxito dura varias semanas, mientras que, antes
de la guerra, duraba un año. El hitparade cambia cada semana;
las canciones lentas en su arranque son las que más duran. Las
canciones de larga duración son las que no tienen una gran éxito.
Al cabo de dos años, el tema que se ha envejecido en algunas
276 SOCIOLOGÍA

semanas pasa al «museo»; es un tema de los viejos tiempos. Con


la aceleración de la historia musical, se evoca un baile de la tem­
porada pasada como los veteranos evocan la guerra del 1 4. El
rápido desgaste afecta también a las formas, a los tipos de acom­
pañamiento y de arreglo; afecta incluso más a la forma musical
que al tema, que puede refrescarse acomodándolo al gusto del
día. Por lo demás, el gigantesco consumo lleva a los compositores
a utilizar temas extraídos de la música clásica o de múltiples fol­
clores musicales.
Otras consecuencias de la difusión permanente y ubicua:
mej or que cualquier otro producto de la industria cultural, la can­
ción se difunde en todos los medios, entre todas las clases y todas
las edades de la sociedad. El gran éxito universal que afecta a
todas las capas del público. Pero hay zonas con un gusto fuerte­
mente polarizado, Sería interesante comprobar si la tendencia his­
tórica actual es, realmente, la de la reducción de las diferencias
de gusto entre ciudades y campo, entre clases sociales y la del
incremento de la diferencia según las edades.

EL P O S T- YE- YÉ

Esto nos conduce al problema, particularmente rico en adhe­


rencias sociológicas, de la canción y de la adolescencia.
En el vasto frente de los mass media, unas veces es un sector y
otras es otro el centro de virulencia sociológica. Así, según nues­
tro punto de vista, el cine hablado occidental, de 1 930 a 1 950,
establece a través de sus películas y de sus estrellas un cierto
número de modelos, de aspiraciones y de ideales (tema de la feli­
cidad, de la vida consumista, de exaltación de la vida privada)
para las clases asalariadas que acceden a un nuevo plano de indi­
vidualización. Después, el papel de modelo de conducta se debili­
ta y se estanca en el cine y pasa a la prensa de las revistas, espe­
cialmente femeninas, que orienta las conductas individualizado­
ras y consumidoras en los múltiples dominios del vestido, de la
decoración, del hábitat, de las vacaciones, etc.
En Francia, en los años sesenta, fue a través de fenómenos
aparecidos en la canción-música de baile donde cristalizó una cla­
se de edad adolescente en vías de formación.
La difusión del twist, el papel de las vedettes-intérpretes lla­
madas a veces «ídolos de la j uventud», son como los ramos de
Salzburgo de esta cristalización sociológica. El ídolo es, igual
LA INDUSTRIA DE LA CANCIÓN 277

que la estrella del cine hablado, un ser con una doble sustancia:
hay la sustancia onírica y divina del ídolo y hay la sustancia
humana y cotidiana de una persona próxima. Alrededor de estos
ídolos-personas y de su música se constituye una comunidad que
permite la generalización de un vocabulario común, de una pano­
plia común, de modas en el vestir, etc. , siendo todo esto otros tan­
tos puntos de apoyo para una autoafirmación general de autono­
mía de la adolescencia en la sociedad.
A todo esto, que yo ya había desarrollado en Esprit du temps,
hay que añadir otros puntos:
La corriente musical en el origen del ye-yé (llamaremos así el
fenómeno global) es el rack, él mismo salido del trasplante del
rithm 'n blues al medio blanco americano. El carácter originario
del rack es no solamente el frenesí musical, sino el frenesí exis­
tencial; los primeros conjuntos de rack sentían una verdadera
rabia de vivir en la que la mayor parte se pierden, en la que no se
salvan y no triunfan más que aquellos que abandonan el desorden
existencial para entrar en el sistema comercial, que exige un
mínimo de regularidad en la vida, aunque no sea más que hacer
honor a los compromisos y respetar los horarios. En Inglaterra, la
gran oleada del rack surge de los suburbios de Liverpool, de una
juventud marginal entre el proletariado y la pandilla. En Francia,
el rack fue despreciado por las grandes casas y fue alrededor de
los juke-baxes de barriada donde espontánea y salvajemente se
formaron grupos musicales. En Francia, la fuente fue, como en
Inglaterra, marginal y arrabalera.
Así, en las fuentes del rack, hay un movimiento que no nace en
absoluto del corazón de la industria cultural: nace al margen; al
margen musicalmente de las músicas corrientes, de los grandes
grupos negros y blancos; al margen socialmente de las clases
sociales, y con una tendencia arrabalera «golfa»; hay, en esta
música intensa y frenéticamente ritmada, un fermento dionisíaco,
un pánico, una fuerza explosiva ... , hay, quizá, una fuerte estimula­
ción del fermento de rebelión que aparece en toda la adolescencia.
Este movimiento musical se difunde a través de los jóvenes de
las diferentes capas sociales. En Inglaterra, aparece en seguida
una antinomia bastante clara entre mads y rackers. Los rackers
provienen de la estética de los camisas negras, motocicletas y
correrías en plan salvaj e. Los mads provienen de la estética dan­
di, del refinamiento en el vestir. Los primeros se reclutan, sobre
todo, entre la juventud popular, y los segundos entre la juventud
de la clase media y burguesa.
278 SOCIOLOGÍA

En sí mismo, por tanto, este movimiento parece tender, a


veces a la oposición y a veces a la distinción, hacia la violencia o
hacia el dandismo. Ahora bien, lo propio de todo sistema de la
cultura de masas, de la industria cultural, y aquí más específica­
mente de las casas de discos, empresarios, en una palabra, del
comercio de la canción, lo propio de todo este sistema consiste en
circunscribir la tendencia dionisíaca sin destruirla -y será cir­
cunscrita en algunos recitales trepidantes y violentos-, se trata
de ahogar la rebelión latente -o de hundirla en una latencia toda­
vía más profunda-, de eliminar en ella, en cualquier caso, todas
las manifestaciones explosivas, pero de integrar y explotar las
aportaciones musicales rebeldes. Brevemente, el sistema de la
cultura de masas se ha esforzado por integrar la genialidad musi­
cal del movimiento con el fin de beneficiarse de su dinamismo,
desactivando el explosivo social. La operación de dominio socio­
lógico fue llevada muy conscientemente por Salut les Capains *,
en Francia. Sistemáticamente, y en especial después del sabbat
adolescente de la «folle nuit de la Nation», SLC* * (emisión y
revista) impulsó la tendencia «Sensata», favoreciendo la integra­
ción de los intérpretes en el clásico star-system, descartando todo
el sector «golfo» y desalentando la formación de clubes locales
(incontrolables) de SLC.
En una palabra, en este terreno, como en otros, triunfa la corrien­
te media, la integración supera a la desintegración y la sensatez le
toma la delantera a la rebelión. Los padres de familia, furiosos con­
tra el ye-yé, no saben lo que le deben. El ye-yé es la aclimatación, la
aculturación de la fuerza originaria salvaje del rack.
El ye-yé se extinguió con el desgaste del twist y el envejeci­
miento de los «colegas» fundadores, que trataron de situarse entre
la cohorte de aspirantes a vedettes; y se desmontó la escalada de
los teen-age hacia el infantilismo, con canciones melindrosas y
travesuras simplonas.
El post-yeyeísmo se inició también mediante un movimiento
original, autónomo y marginal, pero diferente del rack, por natu­
raleza. Mucho más sensato musicalmente, podía ser mucho más

* Se trata de una emisión radiofónica y de una revista muy popular en


Francia en aquella época. La palabra «Copains», que podría traducirse hoy por
<<colega», en el sentido juvenil del término, se puso de moda en muchos ambien­
tes. (N. del T.)
** Siglas de Salut les Copains. (N. del T.)
LA INDUSTRIA DE LA CANCIÓN 279

corrosivo verbalmente. Se trata del movimiento neofolclore, que


retomaba las viejas tonadas del Oeste americano, de Escocía y un
poco de todas partes, con acompañamiento-trovador de guitarra
normal. El bueno e insulso Trini López hizo pasar este neofolclo­
re-pot-purri de canciones populares de todos los países al consu­
mo de masas juvenil. En este neofolclore hay, en dosis diversas,
rebelión (algunas canciones pacifistas y humanitarias en los
Estados Unidos y en Francia, algunas canciones justicieras más o
menos dulcificadas en sus traducciones, como la célebre Si yo
tuviera un martillo), evasión (canciones tropicales, westernia­
nas . . . ), y una aspiración vagabunda (L. Rioux insiste precisamen­
te en el tema del vagabundo en la canción y, en el neofolclore,
hay un profundo vagabundísmo que evoca a veces el wandervo­
gelísmo alemán de después de 1 9 1 8, y a veces el escultísmo). El
neofolclore, al igual que el rock transmutado después en ye-yé,
fue integrado en su genialidad musical, circunscrito y frenado por
el gran sistema industrial-comercial. Es decir que otro brote mar­
ginal y rebelde se va a manifestar de nuevo.
Así, el gran sistema industrial-comercial contribuye a la cons­
titución de una clase de edad adolescente que reacciona contra la
sociedad adulta, pero que, al mismo tiempo, íntegra esta clase de
edad en el orden general de la sociedad. Tiende a destruir las
fuentes salvajes del arte musical y tiende, al mismo tiempo, a
captarlas para explotarlas. Aquí, como en todas partes, sí el siste­
ma segrega una gran cantidad de músicas-letras en serie, necesita
también apelar a las dotes artísticas para su propio desarrollo.
Sometido a una necesidad de renovación constante, tiende natu­
ralmente a apelar a todas las fuentes renovadoras, por tanto a las
fuentes originales de creación. En este sentido, el carácter propio
del mercado de la canción, que puede saturarse y desgastarse
rápidamente, recurre no solamente al artificio sino también
al arte.

EL FOLCLORE PLANETARIO

El concepto de mercado de la canción y el de neofolclore nos


lleva a terminar abordando el problema más general, el más uní­
versal de la canción, estrechamente relacionado con el baile y con
la juventud: el de la formación de un folclore planetario. Esta
cosmopolítizacíón no se realiza solamente tanto por la modera­
ción de los orígenes, sincretismo fofo, como suele pasar con las
280 SOCIOLOGÍA

artes recientemente cosmopolitas. Es cierto que hubo una primera


época en la que el cosmopolitismo insulso de un j azz reblandeci­
do estuvo de moda en diversos países. Sin embargo, el movimien­
to actual viene marcado, en parte, por una corriente que busca las
autenticidades autóctonas. Así, es de París y no de Andalucía de
donde procedió la exhumación y renacimiento del auténtico fla­
menco. El mercado mundial que, en su primer estadio, esteriliza
las fuentes autóctonas, en un segundo estadio las revitaliza. El
folclore internacional que apela no solamente a una música uni­
formizada, sino a una diversificación creciente, a una curiosidad
creciente y, finalmente, a la inclusión en las discotecas y progra­
mas de radio de las mil fuentes musicales vivas del planeta. Si
consideramos el Occidente europeo, vemos que la integración se
realiza mediante la música norteamericana y una gran p arte de la
música latinoamericana (quedan todavía fuera algunos ritmos de
las tierras boliviano-peruanas) ; la integración ha empezado por la
música griega; el llamado sirtaqui de Zorba el griego ha amplia­
do la brecha abierta por la tonada de Nunca en domingo; duda
ante la música árabe (hay un sincretismo en «Chérie, yo te quiero,
chérie, yo te adoro; como la salsa del pomodoro») y está a la
espera ante la música india y del extremo oriente.
No hemos dado aquí más que algunos pasos en la niebla. Lo
que yo he querido, esencialmente, indicar es el carácter multidi­
mensional que debería tener toda investigación en el terreno de la
canción y destacar, en este sentido, un terreno de virulencia
sociológica.
LA VEDETIZACIÓN DE LA POLÍTICA

Como todas las culturas, la cultura de masas tiene sus héroes y


sus dioses a los que llamaremos los Olímpicos. Estos Olímpicos
sirven, por una parte, de modelos y, por otra, pueden servir de
soporte para la proyección de sueños o de aspiraciones del pú­
blico.
Fenómeno importante, asistimos desde hace una treintena de
años al desarrollo de este universo de Olímpicos de primera fila
entre los cuales figuran, evidentemente, las vedettes del cine. Este
universo se estabiliza sobre personaj es con una doble esencia,
una doble sustancia. Por una parte, los Olímpicos tienen cualida­
des que han estado magnificadas por el cine: belleza, presencia,
etc. ; tienen una vida extraordinaria de festivales y numerosos e
intensos amores, que los mortales ordinarios no tienen casi oca­
sión de disfrutar. Pero, por otra parte, se nos muestra cada vez
más a las vedettes en su comportamiento cotidiano; se nos mues­
tran en su casa, se cotillea sobre ellos, se difunden los detalles de
su vida privada. Y, así como antes de 1 930 una estrella del cine
no podía, al menos desde el punto de vista de su imagen mítica,
tener un hij o puesto que este acto hubiera constituido una imposi­
ble contemporización con una materialidad biológica extraña a la
esencia de la estrella de antaño, hoy, no solamente es posible el
hijo, sino que su nacimiento es acogido con un entusiasmo colec­
tivo que puede ser cuasidelirante, tal como lo hemos visto con el
hijo de Gina Lollobrigida o el de Brigitte Bardot.
Estos personajes populares nuevos que nos presentan los
medios de comunicación de masas son distintos de los antiguos
héroes. Una encuesta sobre las personalidades convertidas en
vedettes en 1 9 0 1 y en 1 94 1 - 1 942, realizada por el Saturday
Evening Post, demostró que, en 1 90 1 , la mayor parte de estas per­
sonalidades eran grandes businessmen, grandes empresarios o
grandes políticos, mientras que ahora tenemos una oleada de lo que
el autor de la encuesta llama los «profesionales del entretenimien­
to», vedettes, campeones, exploradores, que ocupan una posición
preponderante.

[2 8 1 ]
282 SOCIOLOGÍA

B asta, simplemente, con abrir el Paris-Match para ver que las


personalidades que dominan no son los héroes de empresa, del
trabajo, sino, esencialmente, los héroes del ocio. Yo tomaría
sobre este punto una excelente anotación de Wright Mills: estos
héroes del ocio encarnan la aspiración profunda de la cultura de
masas, la aspiración a la felicidad, el desarrollo de la personali­
dad a través de una vida de viajes, amores, etc. Estos héroes del
ocio son, esencialmente, héroes de la vida privada, y la cultura de
masas concierne esencialmente a la vida privada. Cuando el cine
trata un tema político, por ejemplo de Napoleón o de la Revo­
lución francesa, tiene que introducir un tema de la vida privada
que tenga una importancia decisiva: por ejemplo, los amores de
Napoleón con María Walewska.
La cuestión que nos interesa es, evidentemente, la de la reper­
cusión de esta cultura de la vida privada sobre las imágenes de la
política tradicional.
En el fondo, el poder reúne dos grandes temas: el tema pater­
nal y el tema maternal; el tema paternal se expresa a través de la
autoridad inflexible, pero justa, del Estado que da órdenes, mien­
tras que el tema maternal se expresa, sobre todo, a través de la
imagen de la madre patria. El tema paternal domina en la imagen
tradicional del jefe padre, o a veces, del gran hermano o tío
(Pericles era un amigo de la ciudad, un consej ero, una especie de
tío dotado de un poder institucional); en el tema paternal, el jefe
posee una gran sabiduría, una autoridad justa, teniendo a menudo
un sentimiento muy profundo de amor hacia el pueblo o hacia la
nación. Hay, naturalmente, distintos tipos de j efes : el jefe porta­
voz inspirado, especie de médium del genio nacional, como esos
jefes con temperamento paroxístico de los que Hitler era el tipo
perfecto. Stalin ilustra otro tipo: el del jefe genial que expresa en
actos toda la genialidad del marxismo-leninismo concentrado en
su cabeza.
Nos podríamos preguntar si la cultura de masas introduce nue­
vos trazos en la vida política, modificando esta psicología tradi­
cional o superponíendose sobre ella. Yo creo que lo característico
de la cultura de masas es el ser apolítica. No quiero ciertamente
decir que no tenga un contenido político implícito, sino que, sim­
plemente, se sitúa en un mundo extrapolítico. Cuando la cultura
de masas nos habla, por ejemplo, del viaje de Jruschov a Francia,
lo que nos muestra es, ante todo y sobre todo, un gran espectácu­
lo. Este lado teatral, del que habla Duverger, viene exaltado por la
cultura de masas, mostrándonos a Jruschov en tanto que indivi-
LA VEDETIZACIÓN DE LA POLÍTICA 283

duo venido del gran Norte para ofrecernos su espectáculo, el


espectáculo de su cóleras, de su amor al maíz, etc.
La explotación de los temas políticos por la cultura de masa
está, por tanto, lejos de ser idéntica a la vedetizacion por la pro­
paganda política, tal como se hace mediante la distribución de
panfletos, de retratos, etc. En el fondo, se deriva de dos fuentes
distintas, yo diría que de dos polos distintos, aunque pueda haber
hoy algunas interferencias. Podemos ver estos dos aspectos en la
fisonomía de De Gaulle, dentro de la cultura de masas: a veces el
aspecto vedettes, análogo, aunque, evidentemente con trazos dis­
tintos, a lo que se nos ha presentado de Jruschov durante su visita
a Francia, y a veces el aspecto de hombre de Estado tradicional,
cuando se presenta con su gran uniforme ante la televisión o en
las conferencias de prensa. Desde Roosevelt, los presidentes de
los Estados Unidos constituyen una verdadera dinastía de la son­
risa. La herencia no se da, naturalmente, en la filiación tradicio­
nal sino en lo que podríamos llamar la filiación de la sonrisa.
Pasamos de la sonrisa de Roosevelt a la sonrisa de Eisenhower y
a la sonrisa de Kennedy. Si bien no son exactamente las mismas
sonrisas, todos ellos tienen un carácter profundamente común: l a
amabilidad y l a simpatía. D e Gaulle no cuenta j amás con s u ama­
bilidad sino con otras cualidades, mientras que un presidente de
los Estados Unidos debe siempre contar con la amabilidad, del
mismo modo que un héroe del cine moderno debe ser amable,
amante y amado. Vemos aquí lo que la cultura de masas y, en par­
ticular, la televisión aportan: una especie de teatro o de escenario
en el que el héroe se enfrenta a la masa televisiva. Lo que la cul­
tura de masas y la televisión han aportado son los caracteres de
simpatía y de familiaridad, esa intención familiar y distendida,
esa exhibición de la vida privada, de la vida familiar, transforma­
da en vida pública. A veces, incluso, este elemento de familiari­
dad puede desplazar el marco propio de la vida política. Tras la
visita del presidente Kennedy, Le Canard enchafné citaba l a
siguiente reflexión d e una mujer en e l metro que decía, cuando
miraba una fotografía de la pareja presidencial: «Mira, ella ha
traído a su marido.» En un momento dado, la esposa adopta un
papel más importante que el marido. Del mismo modo, si analiza­
mos la prensa francesa tras la visita de Jruschov, encontramos el
tema de Nina, a quien, además, France-Soir dedicó un titular.
Vemos a Nina visitando las Galerías Lafayette; no cuentan el gran
amor de Jruschov por Nina, etc.
El caso de Jruschov es, además, extremadamente interesante.
284 SOCIOLOGÍA

Cuando está en la URSS, con los enormes medios de información


de masas de los que dispone el poder político, no es una vedette.
Jruschov en la URSS es ese hombre que reside en el Kremlin y
desde allí dirige el partido comunista. De ahí su imagen que es,
sin duda, la de un dirigente comunista, ligado, quizá, a conflictos
oscuros que se traman detrás de las murallas del Kremlin. Pero,
desde sus dos grandes viajes a los Estados Unidos y a Francia, ha
sido inmediatamente vedetizado por la prensa, no solamente por
la gran prensa apolítica, sino también por la prensa anticomunis­
ta. Aunque no fuera más que por la presentación que hacen de los
acontecimientos, esta manifiesta que tanto L 'Aurore como Le
Figaro o Le Parisien libéré han sido arrastrados por el movimien­
to de vedetización. Un estudio muestra incluso que el periódico
en el que la imagen de Jruschov es la menos personalizada es,
a parte de Le Monde, L'Humanité. Esto puede explicarse de
dos maneras: una primera hipótesis sería que el partido comu­
nista francés no es favorable a Jruschov. La segunda sería que
L 'Humanité, que no tiene por costumbre utilizar técnicas de la
cultura de masas, se ha visto casi incapaz de utilizarlas en favor
del jefe de la URSS .
Tomando un muestrario de las personalidades políticas, pode­
mos, por tanto, encontrar tipos extraordinariamente diversos.
Encontramos tipos casi puros de personalidades vedette que, en el
límite, dejan de ser considerados como personalidades políticas
para no ser vistos más que como héroes de la cultura de masas.
En la prensa francesa, tenemos el ejemplo del sha de Irán. No se
le considera en absoluto como un personaje político sino como un
rey al que le sucede la historia del rey que busca una esposa. Si
France-Dimanche y otros semanarios se han centrado, durante
cincuenta y dos semanas, de forma continua en el trío formado
por el sha, S oraya y Farah Diba, es, naturalmente, porque hay,
inserto en la actualidad cotidiana, un elemento extremadamente
rentable de vida privada y de folletín, y no porque el jefe de la
política iraní interese particularmente, en tanto que tal, a su lecto­
res. Estamos en el límite de la política y la política se ha casi
volatilizado.
Podríamos decir lo mismo de los asuntos de Buckingham:
dej ando de lado a Margarita y Tony, en la gran prensa, todas las
informaciones acerca de Isabel de Inglaterra giran alrededor de
un drama: ¿Felipe la ama verdaderamente o no la ama? Y, si la ·
ama verdaderamente, ¿por qué está siempre dando la vuelta al
mundo? Ciertamente, es más fácil eliminar todo contenido políti-
LA VEDETIZACIÓN DE LA POLÍTICA 285

co cuando tenemos un asunto, como en este caso, con personajes


más representativos que ejecutivos: Isabel de Inglaterra es el ofi­
ciante de la realeza y no la personalidad que ejerce el poder.
Pero las personalidades políticas tradicionales están sernívede­
tizadas: Macmíllan es, ciertamente, un gentleman muy tradicio­
nal; pero es también Super-Mac, tal como le vemos aparecer en
las caricaturas; es el pequeño supermán de bolsillo; tiene aspecto
de poca cosa pero vean cómo, en realidad, se sabe bandear con
Jruschov.
¿Existe competencia entre los nuevos Olímpicos, las vedettes
y los jefes políticos tradicionales? Dicho de otro modo, ¿el inte­
rés por las personalidades políticas decrece en favor de estos nue­
vos héroes populares? De hecho; creo que no se puede plantear el
problema de este modo, sino que es necesario volver a una cues­
tión fundamental: la de saber si las preocupaciones por la vida
privada se incrementan en detrimento de las preocupaciones por
la vida pública, sí los intereses de una masa cada vez más grande
se fij an en cuestiones personales en detrimento de las cuestiones
políticas.
Hay otro aspecto de este mismo problema que es la vedetíza­
cíón de la propia vida política. El ejemplo más llamativo y el más
interesante es, evidentemente, la contienda electoral en los Estados
Unidos, que se presenta como un gran espectáculo, pero como un
espectáculo a lo largo del cual, a pesar de todo, el espectador ten­
drá que tomar una decisión y emitir un voto.
Es evidente que, en este caso, la elección tiende, para un gran
parte de la gente, a subordinarse a caracteres accesorios, formales
y consagrados. Tiende a subordinarse a la vedetizacíón, en el sen­
tido de que sí el héroe no es simpático, sí no tiene una buena son­
risa, ¡ pues bien ! , tendrá pocas posibilidades de resultar elegido,
lo cual, quizá, no falsea tanto el juego, en la medida en que hay,
ahora, escuelas en las que se aprende a ser simpático y a tener una
buena sonrisa. A pesar de todo, estos aspectos secundarios pare­
cen, en cierto modo, degradar la política en su interior.
Sin embargo, esta teatralización, que abre un gigantesco forum
televisivo a escala de una nación, y la vedetización misma podrí­
an interpretarse como una especie de ardid de la razón política
mediante la cual el espectador, el hombre que tiene necesidad de
diversión, se siente atraído e interesado por la política. Se podría
volver a plantear, a este respecto, la cuestión de esos grandes ges­
tores, de esos grandes técnicos o directivos, en las manos de quie­
nes tiende a concentrarse una parte creciente de la realidad del
286 SOCIOLOGÍA

poder. Hasta ahora los grandes amos de la decisión técnica del tipo
de, pongamos por caso, Jean Monnet, permanecían más o menos
anónimos, no estaban iluminados por las sunlights ni de la política
propiamente dicha, ni de la cultura de masa. Quizá les llegue el día;
hemos visto una semivedetización de Louis Armand, con todo tipo
de temas, muy interesantes, respecto a la psicología del gran técni­
co moderno, del nuevo empresario, actuando en el marco del apara­
to del Estado o de las empresas nacionalizadas. Cualquiera que sea
el caso, tenemos aquí un nuevo tema, aunque se derive, en parte,
del antiguo tema del hombre de empresa del siglo XIX. La imagen
de Mattei, para tomar un ejemplo mucho más popular y del que se
habla enormemente en Italia, es la del dinamismo, de una naturale­
za poderosa, de un sentido prospectivo y, al mismo tiempo, de una
gran cultura científica, de una profunda humanidad, de una adapta­
ción de las cifras a la condición humana. Quizá vamos a ver deline­
arse así la imagen -no digo el mito, pues, aunque esta palabra no
tenga nada de peyorativo en mi caso, podría parecerlo- de un gran
técnico que posee la realidad del poder; sería, evidentemente, algo
bastante importante, puesto que, efectivamente, los poderes tienden
cada vez más a concentrarse en las manos de los directores.
Habría que distinguir también entre los temas de la personali­
zación y los de la personificación. Nosotros nos hemos orientado,
sobre todo, hacia los problemas de la personalización. El proble­
ma de la personificación es el de la forma en que se representan el
poder aquellos que lo sufren: los ciudadanos y las masas. Se trata
de un problema de representación colectiva. Una primera tenden­
cia consiste en personificar entes de razón, dar alma, espíritu,
corazón y voluntad a entidades, sea el Estado, la nación o la
patria, que no son, evidentemente, personas. Es así cuando se
dice: «Francia exige la obediencia de sus militares.» El caso
extremo es, quizá, el del partido comunista, en el seno del cual se
dice normalmente: «El partido te pide hacer esto; el partido ha
decidido hacer aquello. » Se considera el partido como un ser con
inteligencia, lucidez y voluntad de decisión. Encontramos aquí la
imago paternal y maternal dentro de estas grandes entidades que
son el poder y los órganos del poder. Otra tendencia de la psicolo­
gía colectiva es la de despersonalizar los actos o las decisiones
que yo calificaría de «impersonales-personales», puesto que esta­
mos en el terreno del poder en el que todo posee un doble aspec­
to. Un jefe toma personalmente una decisión en nombre de la exi­
gencia impersonal del bien colectivo o hace pasar como exigencia
impersonal una decisión personal. Encontramos un mecanismo
LA VEDETIZACIÓN DE LA POLÍTICA 287

análogo en el caso del chivo expiatorio, en el que a un hombre se


le carga a posteriori una responsabilidad respecto a los mecanis­
mos impersonales de la historia: encontramos ejemplos en los
procesos nazis, en el asunto Rosenberg, y en los eslóganes como
«Jruschov asesino» . En resumen, la personalización parece
corresponder a una reacción psicológica a la vez elemental y muy
profunda, y es un tema que merecería, quizá, la atención de nues­
tra discusión.
Yo quisiera ahora concluir con los problemas más generales de
la personalización. No debemos olvidar esa verdad muy banal de
que la apelación a los salvadores, a personalidades políticas fuer­
tes, se produce en los períodos de grandes crisis sociales o políti­
cas. Ya hemos evocado los problemas de tres países occidentales:
Inglaterra, Alemania y los Estados Unidos. Ahora bien, en cada
uno de estos tres casos, la personalización del poder no puede
entenderse mediante un análisis puramente sociológico de las
relaciones entre las instituciones y su funcionamiento. En los tres
casos, la personalización del poder va ligada a una crisis total
de la nación. La superpersonalización de Churchill está ligada a
la crisis de 1 940, la superpersonalización de Adenauer se de­
be al paso de la Alemania-anulada a la Alemania-milagro; con
Eisenhower, tenemos el recurso a un gran vencedor, en el momento
en que los Estados Unidos tienen que hacer frente a problemas par­
ticularmente difíciles. En el fondo, en los tres casos, se trata de tres
grandes vencedores de los cuales el más interesante, en su género,
es Adenauer, que eligió los caminos de la derrota para llegar a la
victoria.
Además, si queremos analizar la personalización en su forma
más importante, hay que contemplarla en el centro de una crisis
histórica que cuestiona a toda la sociedad. Si, por tanto, conside­
ramos ahora el porvenir de las sociedades occidentales, creo que
podemos arriesgarnos a hacer los siguientes pronósticos: si el
transcurrir general de estas sociedades es pacífico y si la amenaza
exterior no es demasiado fuerte, habrá, sin duda, una tendencia a
la despersonalización del poder de tipo tradicional, esta desperso­
nalización, que no será más que una careta, más que una aparien­
cia detrás de la cual la realidad del poder pasará progresivamente
a manos de los «directores», de los hombres de la decisión técni­
ca impersonal cuyo trabaj o será garantizar el crecimiento anual
del beneficio nacional en un 4,5 por 1 00. Por tanto, eliminando
las tensiones, podemos prever, en la evolución de los países occi­
dentales, una tendencia a la despersonalización del poder. Pero
SOCIOLOGÍA 288

esta hipótesis es, sin duda, la menos probable; es más probable


que las sociedades occidentales conozcan ahora tensiones muy
fuertes de origen exterior o interior y que, por consiguiente, haya
grandes ocasiones para la discusión sobre la personalización.
UNA NUEVA ERA DE LA CULTURA DE MASAS :
LA CRIS I S D E LA FELICIDAD

DEFINICIONES

Es en los Estados Unidos donde se han creado los neologísmos


mass media -término que engloba la gran prensa, el cine, la
radio y la televisión- y mass-culture -que abarca la cultura
producida, representada y difundida por los mass media.
A lo largo de la primera mitad del siglo y, especialmente, a
partir de los años treinta, los mass media han entrado en el entor­
no de las preocupaciones de las grandes firmas que los utilizan,
de la clase política, de la intelligentsia y de amplios sectores de la
opinión pública, y estos múltiples intereses han dado a luz la
rama más original de la sociología americana, la sociología de los
mass medida. En efecto, las empresas de prensa (radio, cine, tele­
visión, publicidad) se preocupan por conocer su mercado, es
decir, su público. La opinión adulta se inquieta por la influencia
peligrosa del cine, de los cómics y también de la televisión, sobre
la infancia y la juventud, cosa que suscita grandes encuestas a
partir de los años treinta. La clase política se preocupa primero,
durante los años de guerra y después con ocasión de las eleccio­
nes presidenciales, del poder de la acción de los mass media.
Finalmente, la intelligentsia siente con gran fuerza, durante el
primer decenio después de la guerra, que la cultura de masas pue­
de ser, a la vez, una amenaza contra sus valores artísticos e inte­
lectuales, y una fuente de embrutecimiento o de alienación para
las poblaciones que la sufren.
La sociología de los mass media establece su campo discipli­
nario según la fórmula de Laswell: «Quién dice qué, a quién y
con qué efecto» ; el primer quién se refiere a las fuerzas emisoras
y el segundo al público, y el qué representa los contenidos de los
mensajes que deben analizarse (content analysis). De hecho, lo
que se privilegia son los estudios del público y del efecto. Los
estudios de público constituyen cuasiestudios de mercado para

[ 289]
290 SOCIOLOGÍA

las grandes firmas de cine, de radio y de televisión. Los estudios


del efecto producido por los mass media benefician a los intere­
ses conjugados de la opinión familiar, de la intelligentsia y de
los poderes públicos acerca de la aptitud de los mass media para
modificar, o sea, manipular, a las poblaciones receptoras; por lo
demás, es en este terreno donde se manifiesta la aportación
fecunda y decisiva de Paul Lazarsfeld y de sus colaboradores.
É stos demuestran que, contrariamente a un mito muy extendido
en todas las capas de la sociedad, los efectos de los mass media,
en materia de opiniones o de creencias, no son ni directos ni
apremiantes; los grupos sociales pueden oponer una resistencia
muy fuerte a los mensajes emitidos por los mass media en el caso
de que esos mensajes choquen con sus convicciones o con sus
mitos fundamentales. En algunos casos, incluso el mensaje se
interpreta de forma contraria al efecto previsto y se vuelve con­
tra quien lo ha emitido (efecto bumerán). Ya en los años treinta,
los Payne Fund Studies no habían podido concluir que las pelícu­
las de violencia tuvieran un efecto determinante sobre la delin­
cuencia juvenil. Pero ¿cuál es el efecto cultural global de los
mass media sobre las poblaciones?
Las encuestas no pueden dar respuesta a esta pregunta. En
efecto, la sociología americana, cuyos métodos se han afianzado
con los problemas de opinión, no dispone de herramientas para
afrontar los problemas globales de la cultura y de la civilización.
Por otra parte, siempre se ha fijado objetivos parcelarios y conci­
be la fórmula de Laswell como un principio de fragmentación del
campo científico, pero no como un principio que defina un siste­
ma racional. En resumen, no existe una sociología o fenomenolo­
gía de los mass media, sino una yuxtaposición de investigaciones
que forman un agregado.
É sta es la razón por la que el problema global de la cultura de
masas se convierte, no en un objeto de estudio, sino, incluso p ara
los sociólogos y los investigadores, en un tema de polémicas esté­
ticas, éticas y culturales, es decir, políticas. Esta polémica apasio­
na hacia los años cincuenta y constituye el objeto central de los
debates de la intelligentsia en los Estados Unidos, que se veía,
entonces, privada del objetivo político directo; no hay esperanzas
revolucionarias entre los intelectuales que habían militado antes
de la guerra en las pequeñas formaciones de izquierda; ya no hay
la gran dedicación antihitleriana de los años de guerra. Además, el
macartismo provoca una gran inhibición política. Así, la intelli­
gentsia se siente amenazada en su privilegio cultural y todos los
UNA NUEVA ERA DE LA CULTURA DE MASAS 29 1

grandes problemas se desvían hacia la mass-culture. Radicales,


marxistas, postmarxistas, liberales y conservadores tienden a ver
en la cultura de masas una seudocultura, un kitsch y un engaño.
Unos adoptan el desprecio activo de la «clase exquisita» hacia la
barbarie, la vulgaridad prebeya y la mercancía en serie y de gran
consumo; otros ven en la cultura de masas el instrumento funda­
mental de esclavización, de alineación y de manipulación del pue­
blo americano. Pero un ala liberal, a veces postmarxista, ve, por el
contrario, en la difusión de la cultura de masas el inicio de un vas­
to proceso de democratización de la cultura.
De hecho, se constituye una doble alianza, una entre la aristo­
cracia cultural y un cierto populismo cultural que denuncian a l a
cultura d e masas como l a anticultura, y l a otra entre u n populis­
mo cultural eufórico y el business de la mass-culture. En la polé­
mica que hace furor, podemos preguntarnos si la aristocracia cul­
tural no contamina secretamente a los enemigos populistas de la
mass-culture, y si la adhesión al orden establecido no contamina
secretamente a sus partidarios populistas. Raros son los autores
que se esfuerzan por dominar esta oposición. Entre ellos está
Harold Rosenberg, quien escribe en Dissent: «El anticoncepto de
kitsch es un kitsch incrementado. Cuando MacDonald habla en
contra del kitsch parece hablar desde el punto de vista del arte;
cuando habla del arte, sus ideas son kitsch [ . . . ]. Uno de los
aspectos de la cultura de masas es la crítica "kitschista" del
kitsch.»

CULTURA Y M A S A S

Es importante situar correctamente, desde el principio, este


término, establecido por el acercamiento de dos conceptos enor­
memente equívocos: cultura y masas. La palabra «cultura» tiene
aquí un inevitable doble sentido: por un lado, se refiere a la
noción de cultura de los etnólogos y de los sociólogos y, por otro,
a la noción de cultura jerárquica y normativa tal como la definen
la elite y la intelligentsia (gusto estético, sentido de los valores
«auténticos» o «superiores»). El hombre cultivado tiende a consi­
derar objetivamente la cultura de masas según la primera acep­
ción, pero tiende subjetivamente a juzgarla desde el punto de vis­
ta de su propia cultura. Suponiendo que tenga éxito en un esfuer­
zo de autodistanciamiento para considerar la cultura de masas
esencialente en términos etnosociológicos, chocará con nuevas
292 SOCIOLOGÍA

dificultades : la nocwn de cultura es, sin duda, en la ciencia


social, la menos definida de todas las nociones; a veces engloba
todo fenómeno humano para oponerse a la naturaleza, y a veces
es el residuo en el que se reúne todo lo que no es político, ni eco­
nómico ni religioso. Ciertos autores tienden hoy a superar esta
dificultad considerando que se deriva de la cultura todo aquello
que está cargado de sentido; así, la cultura sería no tanto un sector
de la vida social como una dimensión omnipresente en la vida
social. A nosotros nos parece, sin embargo, imposible dar una
definición exhaustiva de la cultura. La cultura se sitúa en el cruce
mismo de lo intelectual y de lo afectivo y sería el equivalente al
punto de vista social del sistema psicoafectivo que estructura y
orienta las pulsiones, constituye una representación o visión del
mundo y realiza la ósmosis entre lo real y lo imaginario a través
de símbolos, mitos, normas, ideales e ideologías. Una cultura pro­
porciona los puntos de apoyo y de incarnación práctica de la vida
imaginaria y puntos de salida y de cristalización imaginarios en la
vida práctica. En este sentido, ciertamente vago, por ello mismo
ni escolástico ni dogmático, en el que entendemos cultura en la
expresción «cultura de masas».
La palabra «masas» es igualmente equívoca. En los Estados
Unidos, en la expresión «mass-culture» se refiere directamente al
sentido que tiene en la expresión mass media, es decir, a la idea
de multiplicación o difusión masiva. En Francia, la palabra
«masas» evoca primeramente a la masa, término conversacional
que engloba a la vez al conjunto y a la media de la población, y
evoca, después, a las masas, término del vocabulario político
revolucionario que ha conseguido los favores nostálgicos y
ardientes de una parte de la intelligentsia.
Entendemos aquí la cultura de masas como una cultura produ­
cida en función de su difusión masiva y tendente a dirigirse a una
masa humana, es decir, a un aglomerado de individuos considera­
dos al margen de su pertenencia profesional o social.
Pero sería insuficiente y erróneo definir la cultura de masas
como aquella que emana de los mass media . Esto significaría
olvidar la situación de las sociedades policulturales en las que
coexisten y entran en clonflicto diversas culturas: cultura esco­
lar, cultura nacional, culturas religiosas, culturas políticas y,
naturalmente, la «cultura cultivada» . Todas ellas pueden utilizar,
y de hecho utilizan, los mass media de forma distinta (emisiones
escolares y universitarias, censura, discursos y alocuciones de
los jefes de Estado y ministros, discusiones polémicas, emisio-
UNA NUEVA ERA DE LA CULTURA DE MASAS 293

nes religiosas, cadenas dedicadas a la alta cultura, música, teatro


y literatura, etc.). Los mass media son, por tanto, los canales uni­
versales de las diferentes culturas, a excepción de aquellas que
están condenadas a la clandestinidad o al underground. La cultu­
ra de masas no es, por tanto, una emanación cuasimecánica de
los mass media. Es, en todo caso, la cultura la que se ha desarro­
llado en y por los mass media según una dinámica histórica pro­
pia de la sociedad moderna industrial-capitalista-burguesa, a par­
tir de un mercado abierto por las técnicas de difusión masiva
donde los productos culturales se han propuesto como mercancí­
as según la ley de la oferta y la demanda.

NUEVA ERA : CRISIS DE LA FELICIDAD


Y PROBLEMATIZACI Ó N DE LA VIDA PRIVADA

EL ÜLIMPO Y LA FELICIDAD

Hay, de hecho, tres etapas decisivas en la cultura de masas. La


primera ( 1 900- 1 93 0 aprox.) hace de ésta, sobre todo, una cultura
de diversión-evasión para públicos populares y viene marcada por
la era del cine mudo. É ste es el heredero de la novela-folletín del
siglo XIX, que, a su vez, es la heredera de las leyendas y epopeyas
arcaicas, transcritas en el marco realista de las grandes ciudades
modernas. Aventuras desmelenadas, príncipes-mendigos, bandi­
dos-justicieros, niños raptados, gemelos enemigos. Las películas
cómicas (slapstick comedies) son las herederas directas de los
espectáculos de payasos del circo. Las estrellas del mudo son per­
sonajes fabulosos que fascinan al común de los mortales y son de
una esencia mitológica superior.
Progresivamente, la cultura de masas se extiende a capas
sociales cada vez más amplias y tiende a ampliar su público a
toda la sociedad; paralelamente, primero en los Estados Unidos y
después en la Europa occidental, la elevación del nivel de vida de
las masas populares les permite el acceso a los primeros estadios
de la individualidad burguesa, en el mismo momento en que tie­
nen acceso al ocio, es decir, a la posibilidad de desarrollar una
vida privada. La cultura de masas se convierte, entonces, en la
cultura del individuo privado, desarrollándose al mismo ritmo
que la sociedad técnico-urbano-burguesa. El cine hablado se con­
vierte en el centro activo de la cultura de masas, flanqueado por
la gran prensa periódica, especialmente la femenina, y por la
294 SOCIOLOGÍA

radio. Las películas de Hollywood exaltan la mitología de la feli­


cidad individual (amor-éxito-bienestar), euforizada por el happy
end. Mientras que lo imaginario de la época anterior viene marca­
do por el predominio del tema del sufrimiento y de lo penoso
sobre el tema de la felicidad, lo imaginario nuevo insufla una
mitología de la felicidad que supera, al final de la película, todos
los obstáculos. Esta mitología hace triunfar los temas de la j uven­
tud, de la belleza, de la seducción, de los gaj es de amor. Gracias
al maquillaje y a los cosméticos, al tocador y al aderezo, resulta
posible hacerse o conservarse j oven, bello y seductor. Al mismo
tiempo, la cultura de masas hace derivar hacia los imaginarios las
pulsiones aventureras y agresivas que pueden, cada vez menos,
satisfacerse en las grandes ciudades vigiladas por la policía y en
la vida cada vez más organizada y burocratizada.
Las estrellas de la época tienen una doble naturaleza, humana
y superhumana. Ya no son las diosas inaccesibles del cine mudo;
a través de mil aspectos familiares, se parecen al común de los
mortales y aparecen como héroes-modelos de la civilización indi­
vidualista-hedonista; pero, al mismo tiempo, viven en un nivel
superior de intensidad y de calidad, son una sustancia divina que
llama a la adoración y encarnan una libertad fabulosa que los
mortales no pueden alcanzar. Las estrellas se encuentran en el
cruce entre la vida ideal y la vida real y constituyen la gran plata­
forma entre lo real y lo imaginario. Así, la cultura de masas con­
fecciona los modelos de evasión y los modelos de ejecución de la
civilización burguesa en su fase ascendente. Esta cultura desem­
peña, desde ese momento, un papel funcional e integrador, en el
seno de las sociedades occidentales. Es, en términos marxistas, la
superestructura ideológica de la sociedad-civilización burguesa
individualista. Tiende a destruir las viejas culturas folclóricas del
hic y del nunc, para sustituirlas por un nuevo folclore generaliza­
do. Está dotada de una fuerza conquistadora y se expande por el
mundo. Pero, desde el momento en que abandona las sociedades
que le han dado vida, desempeña un papel diferente: aquello que
es realista y asimilable en el marco de las sociedades económica­
mente desarrolladas se convierte en sueño y evasión en el marco
de las sociedades pobres; y, al mismo tiempo, esta cultura de
masas aporta una imagen de una vida distinta, estimula las nuevas
necesidades que, al no poder encontrar satisfacción en estas
sociedades, van a fermentar en lo imaginario y, eventualmente,
van a hacer fermentar una nueva reivindicación social en el
Tercer Mundo.
UNA NUEVA ERA DE LA CULTURA DE MASAS 295

LA C R I S IS DE LA FELICIDAD

A partir de 1 955, cambian ciertos caracteres de la cultura de


masas; entramos en un tercer período. El cine deja de ser la clave
de la cultura de masas, la cual pierde su unidad y pasa a ser poli­
céntrica. La industria cultural ya no se dirige únicamente a los
mass media, sino que se convierte, también, en una industria del
ocio y de las vacaciones. La mitología eufórica del individuo pri­
vado deja sitio, por una parte, a la construcción de utopías con­
cretas, tales como los clubes de vacaciones, donde pueden desa­
rrollarse las posibilidades ahogadas en la vida cotidiana urbana
dedicada al trabaj o y a las obligaciones y, por otra, a la problemá­
tica de la vida privada donde la cultura de masas plantea los pro­
blemas de la parej a, de la sexualidad, de la soledad, etc.
En efecto, las consecuencias de la crisis de la felicidad empie­
za a corroer la mitología de la cultura de masas, hacia los años
sesenta. Por una parte, desde 1 957, aparece en el cine francés una
«nueva ola» (A bout de souffle, de Godard). La crisis de asisten­
cia al cine produce, en efecto, una crisis de reacondicionamiento
del sistema de producción-creación-distribución. Por una parte, el
sistema trata de ampliarse mediante gigantescas superproduccio­
nes en la gran pantalla, en color, con una gran puesta en escena,
grandes vedettes y poniendo en funcionamiento una publicidad
masiva. Por otra parte, una fracción j oven de la intelligentsia cre­
adora consigue, apoyándose en el lado aventurero de los peque­
ños productores o en el mecenazgo estético del Estado, abordar
películas de baj o presupuesto, sin vedettes, pero en las que los
autores podrían expresarse de forma más libre respecto a los este­
reotipos o arquetipos de la industria cultural. Estas películas rom­
pen con el happy end y ponen énfasis, no ya en el éxito social y
amoroso, sino en las dificultades de la vida social y amorosa. Al
mismo tiempo, el Olimpo de las estrellas, que se amplía a los
play-boys, príncipes y princesas, millonarios y héroes de la dolce
vita internacional, ese Olimpo que no ha cesado de estar ilumina­
do por los grandes fuegos de los mass media, empieza también a
mostrar una crisis de felicidad. Se trata de los sufrimientos de
Elizabeth Taylor, del intento de suicidio de Brigitte Bardot, y
sobre todo del suicidio de la superestrella, imagen feliz de la
feminidad erótica plena, Marilyn Monroe ( 1 962). Paralelamente,
las películas de Antonioni y de Fellini (La dolce vita y después
La aventura, La noche, El desierto rojo) popularizan la crisis de
los ricos privilegiados de la sociedad moderna, que llevan una
296 SOCIOLOGÍA

vida al margen de toda necesidad: la sucesión de fiestas, de aven­


turas amorosas y de viajes ya no aparece como una vida de gran­
des vacaciones eufóricas sino como una vida triste y vacante, car­
comida por la soledad y la neurosis. La crisis de los Olímpicos
desequilibra todo el edificio ideológico de la cultura de masas.
Los Olímpicos eran los dioses-modelo que mostraban la vía de la
salvación. Ahora se convierten en la encarnación vanguardista del
mal que mina al individualismo gozoso de la civilización moder­
na. Vemos aparecer las nuevas estrellas, los héroes de la inquie­
tud o del mal vivir (M. Brando y P. Newman). La desgracia de los
Olímpicos se convierte en una nueva fuente de rentabilidad y toda
la prensa especializada mantiene, desde ese momento, las sagas
lacrimosas de las Sorayas y de otros destinos abocados a vivir
errantes.
Desde ese momento, los problemas del malestar y la inquietud
se presentan ampliamente en la gran prensa o en la televisión.
Ciertamente, se sitúan sobre todo en la pareja, en el divorcio, en la
contracepción y en las enfermedades, pero transforman parcial­
mente la mitología de la felicidad en problemática de la felicidad.
La función integradora euforizante de la cultura de masas venía,
esencialmente, garantizada por la mitología del Olimpo asociada a
la de la felicidad. La crisis del Olimpo y de la felicidad perturba a
esta función integradora, la cual tiene que trasladarse a un nuevo
plano: la utopía concreta de masas sustituye a la utopía olímpica.

LA UTOPÍA CONCRETA

La utopía concreta significa que se instalan, en la gran socie­


dad técnica, racionalizada y moderna, unos islotes de armonía y
de plenitud en los que se pueden rechazar y eliminar las constric­
ciones que pesan sobre la vida cotidiana. Dos tipos de islotes
tienden, en efecto, a establecerse con los nuevos desarrollos de la
civilización burguesa moderna y a desarrollarse en las capas ele­
vadas de la población: la casa y las vacaciones. Una vida alterna­
da tiende, en efecto, a convertirse en el nuevo modelo de vida. La
vida de trabajo sigue haciéndose cada día más parcial, cada día
más agobiante, mutilando la personalidad, excepto en las profe­
siones liberales o de mando, pero, incluso en esos casos, la fatiga
y los nervios de los directores crean la necesidad de un oasis de
relaj ación y de recuperación.
La casa se convierte en la sede de enormes inversiones psicoa-
UNA NUEVA ERA DE LA CULTURA DE MASAS 297

fectivas y de la microeconomía personal. Es el lugar donde el


individuo moderno quiere echar raíces: aspira a convertirse en
propietario, no solamente por razones estrictamente económicas,
sino para estructurar su querencia inalienable. La dota de robots
esclavos electrodomésticos; y tiene que hacer de ella un pequeño
paraíso de confort, de bienestar, de standing, bellamente decorada
y adornada. La casa se cierra sobre sí misma, pero está abierta al
mundo gracias a la televisión que significa un nuevo nexo con el
mundo, que se ofrece en espectáculo y cuyas agresiones se trans­
mutan en representaciones. El coche también permite «salir» y
explorar el espacio exterior, pero una vez más, es el espectáculo
del «paseo», del turismo, el que permite el goce de las sustancias
estéticas y gastronómicas y el que facilita la comunicación entre
los islotes domésticos amigos. Así, la casa, la televisión y el
coche constituyen la nueva tríada que estructura la rnicroutopía
concreta, asegurando al mismo tiempo su autarquía y sus comuni­
caciones. Es en esta tríada, sobre este rnicrouniverso, donde se
concretan, desde ahora, las energías prácticas de la cultura de
masas. La televisión, la prensa y la radio le aporta, no solamente
las informaciones, las diversiones y los espectáculos, sino los
consejos y las incitaciones de todo tipo acerca del equipamiento
del interior. La publicidad asegura la medición entre la industria
de gran consumo y la casa, mantiene el terna obsesivo de la vida
interior, basada en el bienestar y en la multiplicación de objetos,
que son, a su vez, signos, símbolos e intrurnentos del bienestar.

LA PROB LEMÁTICA D E L A V IDA PRIVADA

Pero el interior se convierte, también, en la sede de una crisis


larvada: crisis de la pareja, crisis del amor y del erotismo, crisis
de la relación padres-hijos. Además, la industria cultural dirige
sus seudópodos hacia una utopía más intensa, aunque provisional,
la del ocio, de los week-ends y, sobre todo, de las vacaciones, en
la que se propone alcanzar, con todo el confort moderno, el esta­
do natural idílico, libre y rousseauniano, que es la nostalgia recu­
rrente de una civilización técnica-burguesa-urbana cada vez más
alejada de las fuentes biológicas. Ciertos clubes de vacaciones
proponen ya a numerosas categorías de asalariados las nuevas
islas de Utopía en las que, por una suma módica, se liberarán del
universo monetario (el dinero es desterrado de la rnicrosociedad
vacacional y sustituido por los collares de perlas de plástico),
298 SOCIOLOGÍA

donde quedarán eliminadas las constricciones y los detritus de la


vida cotidiana, donde se practicarán los valores fraternales y
libertarios ahogados y negados en la vida cotidiana, donde cada
individuo podrá desplegar sus propias aspiraciones y donde el
espectro del trabajo y del mundo en crisis serán exorcizados.
Así, la cultura de masas se metamorfosea, se «policentriza»,
pero debido a que cada vez corresponde más a la sociedad que la
produce. Es, efectivamente, el producto del mercado en el que se
encuentran las capacidades del capitalismo industrial moderno y
de la civilización burguesa. En cierto modo, el consumo cultural
corresponde a aquello que Marx decía: «El productor crea al con­
sumidor [ . . . ]. No crea solamente un objeto para el sujeto, sino un
sujeto para el objeto. » Pero el sujeto, el hombre consumidor, no
ha sido creado completamente por el productor. Es el producto de
una larga y compleja dialéctica histórica que desarrolla el indivi­
dualismo moderno en el marco de la burguesía. Al mismo tiempo
que el sistema industrial aporta a este individualismo la ideología
eufórica y los espectáculos de evasión para integrarlo, este indivi­
dualismo, especialmente por mediación de la intelligentsia com­
prometida pero insatisfecha dentro del ciclo de producción de la
industria cultural, plantea sus problemas e, incluso, los de su pro­
pia crisis. Vemos, en el plano de la subcultura adolescente, que se
ha desarrollado muy particularmente desde 1 955, que existe un
conflicto dialéctico entre fermentos críticos o de desintegración y
enzimas de integración.
Por último, la cultura de masas deja de ser un universo cerrado
al oponerse radicalmente a la cultura artística tradicional. Su nue­
vo policentrismo y sus dislocaciones parciales aceleran el movi­
miento de conquista tecnológica que lleva a una vanguardia cul­
tural a utilizar medios de expresión nuevos, como el cine; el uni­
verso de los mass media deja, desde el punto de vista estético, de
ser el monopolio de la industria cultural stricto sensu: sus cade­
nas culturales de la radio, el nuevo auge de la canción artístico­
poética (Ferré, Brassens, Brel, B arbara . . . ), y los nuevos circuitos
del cine-arte testimonian una dialéctica más flexible entre pro­
ducción y creación y testimonian una intervención más directa y,
a veces, más agresiva de la intelligentsia. Incluso más netamente
que al inicio de este análisis, hay que guardarse de identificar
absolutamente cultura de masas y mass media. La cultura de
masas ha nacido, ciertamente, de los mass media y en los mass
media, pero para desarrollar una industria capitalista y ampliar la
cultura burguesa moderna. La cultura de masas se extiende hoy
UNA NUEVA ERA DE LA CULTURA DE MASAS 299

fuera del estricto marco de los mass media y envuelve al vasto


universo del consumo, del consumo del ocio, del mismo modo
que nutre al microuniverso del interior doméstico. Nunca ha rei­
nado como dueña absoluta sobre los mass media, teniendo que
ceder su parte al Estado y a las culturas política, escolar y religio­
sa. Hoy, tiene que ceder una parte -pequeña, es verdad- del
terreno de los mass media a la intelligentsia, rindiendo no sola­
mente un sector elitista a la «alta cultura» tradicional, sino tam­
bién un sector de metamorfosis, de investigaciones en las nuevas
artes audiovisuales y, quizá, un territorio en formación de lo que
podría convertirse en una «tercera cultura».
LA CRISIS DE LA CULTURA C ULTIVA D A

L A CULTURA CULTIVADA

La cultura cultivada ha sido siempre segunda y, al mismo


tiempo, secundaria y esencial en la historia de nuestra sociedad.
Segunda en el sentido de que la jerarquía cultural la ha hecho
pasar después de la cultura religiosa o nacional, y segundada en
tanto que es una cultura vivida en el plano estético y no portadora
de verdades imperiosas como las de la fe o la de la ciencia. De
hecho, la cultura cultivada parece ser el ornamento, el antídoto y
la máscara en la sociedad aristocrática, burquesa, emprendedora,
técnica y guerrera. Y, sin embargo, es al mismo tiempo, esencial:
es la cultura que se imparte en los colegios a los niños de las eli­
tes dominantes y que, ahora, se quiere extender a todos como si
tuviera que tener alguna función secreta y maravillosa para lo
más íntimo de la personalidad.
La cultura cultivada constituye un sistema del que vamos a
tratar de destacar los trazos distintivos.
El saber que la constituye es el de las humanidades con raíces
grecolatinas y es de carácter literario-artístico. Este saber es pro­
fano-laico: puede o bien completar al saber religioso mediante
conocimientos profanos, o bien convertirse en una base del laicis­
mo, sustituyendo a la teología por las humanidades . Estas huma­
nidades constituyen, de hecho, un saber humanístico (que se inte­
resa, sobre todo, por la suerte en el mundo), caldo de cultivo de
diversos humanismos. Si bien el saber greco-latino va cayendo
progresivamente en la obsolescencia, se va sustituyendo por un
saber ensayista, a la vez parafilosófico y paracientífico, pero no
especializado, es decir, que se propone, como el de las antiguas
humanidades, proporcionar a la cultura general un «honrado
hombre».
El código constitutivo de este saber es de naturaleza simultá­
neamente cognitiva y estética. Poseer sus humanidades no es
solamente conocer lo que Montaigne, Pascal, La Rochefoucauld,

[ 300]
LA CRISIS DE LA CULTURA CULTIVADA 301

etc . , han dicho acerca de la naturaleza humana, es también apre­


ciar su arte en el decir y en poder expresarse según los status de
una lengua literaria sutilmente idéntica a la lengua normal pero
distinta a ella. Así, la posesión del código estético-cognitivo ofre­
ce un doble y sutil fundamento para el elitismo (esoterismo y
aristocratismo), más o menos grande, más o menos refinado, más
o menos cerrado, propio de la cultura cultivada. El carácter estéti­
co del código permite ligar su posesión al gusto y a la calidad
personal del que lo detenta. El uso monopolístico aparece a sus
beneficiarios de la intelligentsia o de las clases superiores, no
como un privilegio sociológico, sino como un don personal.
Los patrones-modelo de esta cultura se conjugan para formar
la imagen ideal del hombre cultivado, la cual pasa del cuadro
aristocrático al del individualismo burgués. Se trata, no solamen­
te de esquemas estéticos de gusto y de esquemas cognitivos
humanísticos, sino de patterns culturales, en el sentido pleno del
término, que determinan y orientan la formación, la estructura­
ción y la expresión de las percepciones y de los sentimientos
-especialmente del amor-, en una palabra y globalmente, de la
sensibilidad y de la personalidad. Al mismo tiempo, esta cultura
cultivada garantiza y estructura una amplia y profunda estetifica­
ción de la vida, se abre a los placeres del análisis-goces en la rela­
ción vivida con el prójimo y con el mundo, afirma que la relación
con lo Bello es una verdad profunda de la existencia y la obra de
arte es depositaria, baj o una forma embrionaria y residual, de
aquello que se desarrolla como sagrado en la religión.
Así, la cultura cultivada es plenamente una cultura, en tanto
que realiza una dialéctica comunicante, estructuradora y orienta­
dora entre un saber y una participación en el mundo; pero queda
restringida tanto por el campo social de su extensión -limitada a
una elite- como por su papel parcial cerca de esta elite, cuyos
miembros obedecen, de hecho, desde el momento en que se trata
de sus intereses y de sus pasiones, a otras incitaciones culturales
o pasionales. A la menor disputa con un crítico o con su mujer, el
escritor exquisito se transforma en un carretero o en un automovi­
lista.
La cultura cultivada aparece como una especie de sobrecultura
quintaesenciada, el néctar más sutil que pueda producir la socie­
dad. De ahí, y hasta las crisis recientes, su alta valoración a los
ojos tanto de sus detentadores como de aquellos que caracen de
ella. Parece, en efecto, como si reafirmara a la vez una universali­
dad esencial (una verdad superior y general acerca del hombre en
302 SOCIOLOGÍA

el mundo 1 ), una exquisitez esencial (por su naturaleza artístico­


literaria) y, por ello mismo, la espirtualidad que es la máscara, la
carencia, el ornamento y la necesidad de una civilización de la
fuerza, del poder y de la riqueza.
Esta alta valoración es, a la vez, causa y consecuencia del ele­
vado elitismo de la cultura cultivada. Es necesario un aprendizaje
más o menos largo, y cualidades más o menos sutiles para apro­
piarse del código, del cual los últimos arcanos se reservan sola­
mente para los doctísimos mandarines o para los genios de la
expresión. Además, vemos muy claramente: 1 ) una distinción glo­
bal y brutal que opone a los cultivados frente a los bárbaros (beo­
cios, filisteos, porteros, etc.), a quienes les está prohibido el acce­
so a los campos elíseos culturales; 2) una jerarquización continua
en el seno de la cultura, desde las escalas más baj as hasta las más
altas, que mantienen su margen de superioridad mediante una
constante renovación de la zona esotérica del código (con la van­
guardia, el arte vivo, la cultura viva, etc.). Éstos son, más o
menos, los mismos procesos que los de la moda en los que la elite
mantiene, en la renovación de las formas, una delantera de varios
meses sobre las cohortes que asimilarán las nuevas formas en el
momento en que la elite ya habrá adoptado otras. Además, el culto
a la originalidad y a la unicidad (hipertrofiado especialmente en el
terreno de la pintura, en el que entre otros dos cuadros idénticos,
el original vale una fortuna y la copia un precio de objeto manu­
facturado) permite a una elite restringida apropiarse de los objetos
originales y frecuentar a los artistas.
A decir verdad, hay dos elitismos que se disputan y comparten
la cultura cultivada: el de la intelligentsia creador-crítica (que
crea los valores y las jerarquías), y el de las clases privilegiadas
que se apropian de la fortuna cultural.
La relación entre los dos elitismos es extremadamente ambiva­
lente. El elitismo burqués se apropia, a través de la cultura, no
solamente de la espiritualidad, sino del aristocratismo, en tanto
que coloniza en mecenazgo la cultura y adopta la función de los
príncipes y de los señores. Recíprocamente, la burguesía aporta a

1 La cultura cultivada constituía para el <<honrado hombre>>, en su humanismo


aglutinador y sintetizador de todo el saber, una verdadera cultura antropo-cosmo­
lógica, que sería portadora de las verdades ontológicas y normativas de la natura­
leza humana y de los interrogantes necesarios y suficientes sobre la naturaleza
del mundo.
LA CRISIS DE LA CULTURA CULTIVADA 303

la cultura, no solamente el fundamento inividualista que permiti­


rá la admiración de los talentos originales y de la cultura del
genio, sino también el fundamento económico que identifica
valor y rareza.
El elitismo burgués coloniza la institución cultural y no resulta
demasiado necesario realizar gigantescas encuestas en los concier­
tos, museos y galerías de pintura para darse cuenta de que las cla­
ses populares están ausentes. La colonización cultural se hace, evi­
dentemente, por asimilación del código cuya apropiación se con­
vierte en un test social: dado que ser cultivado es pertenecer a la
elite, las clases superiores, acosadas por las capas ascendentes para
las que la cultura es el signo de la elevación social, refugian su eli­
tismo hasta las últimas trincheras del esnobismo y de la moda.
A partir de ahí, no se puede reducir la cultura cultivada a la
sola apropiación elitista de un código. En el núcleo de la cultura
cultivada está la intellígentsia que reivindica la propiedad cultu­
ral puesto que le garantiza la creatividad.

LA INTELLIGENTSIA

El concepto de intelligentsia está, en sí, muy poco teorizado y


es una zona de arenas sociológicas movedizas. La cuestión es
comprensible: la intelligentsia es una capa (?) social particular­
mente ambigua. Aquellos que la caracterizan por el origen social
de sus miembros le quitan toda la determinación que le vendría de
su propia experiencia y olvidan que el tránsfuga se define tanto
por la ruptura que le separa de, como por el vínculo que le une a,
su clase originaria.
La intelligentsia está ligada por su raíces a las clases burgue­
sas, pero una fracción de la intelligentsia puede perfectamente
oponerse a la clase originaria, o sea, combatirla y buscar un nue­
vo arraigo en el principio de una nueva sociedad sin clases a la
que servirá tanto más cuanto que esta sociedad la liberará. Dicho
lo cual, puede comprenderse mej or el problema del desarraigo­
arraigo de la intelligentsia, considerando su experiencia, su pra­
xis y sus producciones propias: es la clase que, en las sociedades
modernas, produce, mantiene y renueva, no solamente la cultura
cultivada, sino también las ideologías religiosas, nacionales y
sociales, es decir, una parte importante de las otras culturas. A
ese título, está a la vez alienada y perpleja, y es autónoma frente
al resto de las clases sociales. La cultura cultivada, que es<un
304 SOCIOLOGÍA

ornamento para las clases superiores, un lujo y un ocio, es, para la


intelligentsia, su sustancia y su experiencia. De ahí que sea una
fuente a la vez de armonía, de compromiso, de malentendido o de
conflicto. Cuando estalla el conflicto, tal como veremos, la inte­
lligentsia va a buscar en el pueblo, en los sublevados, en la revo­
lución, el nuevo Marco de Alianza que emancipará la cultura y
hará extenderse su universalidad. La intelligentsia es una clase
que se considera intelectualmente superior y económicamente
dependiente. Dependiente del mecenazgo en la época aristocráti­
co-monárquica, depende hoy cada vez más del sistema de produc­
ción capitalista y tecnoburocrático. Existe una simbiosis y un
conflicto entre la creación, que procede de los artistas, de los
autores, etc. , y la producción (editoriales, periódicos, sociedades
cinematográficas, emisoras de radio y de televisión). La intelli­
gentsia que es dueña de sus medios de producción. Existe en ella,
por tanto, una doble posibilidad de revuelta, por una parte, contra
las clases dominantes que la domestican, a pesar de adularla, asi­
milando sus obras, pero rechazando sus enzimas; y, por otra, con­
tra los propietarios de los medios de producción y de difusión
culturales.
La secreción de la cultura, que es la tarea propia de la intelli­
gentsia, no se limita a la creación de obras de arte y a la elabora­
ción ideológica; o más bien, a través de obras de arte y de ensa­
yos ideológicos, la intelligentsia persigue un papel original here­
dado del de los brujos y de los grandes predicadores, pero que, al
mismo tiempo, nace de la crítica de la brujería y de la cultura reli­
giosa. la intelligentsia segrega la cultura segregando, por una par­
te, los fermentos religiosos o neorreligiosos que ligan al hombre
con la sociedad y con el mundo; y, por otra, los fermentos críti­
cos, racionalistas y escépticos, o sea, nihilistas, que corrompen
los sistemas religiosos y los órdenes establecidos, incluido el seu­
doorden del mundo: Esta clase a lo Jano es una clase desgarrada,
como lo testifican las oposiciones banales entre intelectuales de
derecha y de izquierda, intelectuales católicos y comunistas,
puros artistas y artistas comprometidos, etc. La unidad, en estas
divisiones y desgarros, es la búsqueda ontológica existencial que
aparece, a veces, como búsqueda de la belleza y, a veces, como
búsqueda de la verdad, siendo la belleza mucho más que un atri­
buto de ciertos objetivos privilegiados, pero es la búsqueda de un
secreto ontológico de armonía y de verdad. La intelligentsia está
profundamente comprometida, a través de su misión sociológica
y clerical, en una exploración antropológica. En esta exploración
LA CRISIS DE LA CULTURA CULTIVADA 305

de las «profundidades», que traduce la necesidad religiosa o


infrarreligiosa de una sociedad sólo en parte laicizada, el artista,
el pensador y, sobre todo, el poeta son llevados -y cada vez
más- a reencontrar un fondo arcaico, y adoptan los papeles de
bruj os, de zahoríes, de médiums y de pitonisas.
Así, la cultura, si bien tiene un aspecto muy sofisticado, ligado
a su elitismo (virtuosismo en la utilización del código o formalis­
mo), al mismo tiempo, tiene un aspecto muy arcaico, ligada a l a
búsqueda del contacto existencial con las verdades antropo-cós­
micas profundas.

LA DIAL É CTICA CULTURAL

Por lo que se refiere al campo, propiamente dicho, de la «cul­


tura cultivada», es decir, a la literatura y a las artes, es en el seno
de la intelligentsia donde se garantiza la creación. Desde el final
de era clásica, la cultura se ha comprometido resueltamente en la
vía de la creación permanente. La creación no es solamente la
libertad y el arte de las variaciones alrededor de la norma (norma
formal del lenguaje, norma de los arquetipos o de los estereoti­
pos, etc.), no es solamente la singularidad de una palabra respecto
a una lengua, es una relación desestructurante-estructurante
Palabra-Lengua. La creación significa que la Palabra desestructu­
ra el código para reestructurarlo de una nueva manera y significa
que la retórica ya no es la regla a la cual se subordinan las obras
«geniales», sino la regla que mata-resucita-renueva sin cesar a la
sucesión de las obras geniales. El concepto de genio es aquí muy
revelador, no solamente por su referencia a la magia y a las fuer­
zas oscuras, sino por su sentido divinamente y sobrenaturalmente
creador. De ahí la extraña suerte -reconocida como cuasinecesa­
ria- de las obras geniales: efectivamente, los últimos cuadros de
Turner, los últimos Cuartetos de Beethoven o las primeras
Iluminaciones de Rimbaud son mensajes que el código preexis­
tente no permite descrifrar; son palabras con gigantescas apertu­
ras de la lengua; lentamente, gracias a las pacientes exégesis y
meditaciones de los críticios, se constituye el contacto con el
código y con la lengua, pero desde ese momento, la obra maestra
no sólo está integrada, sino que modifica el código y se convierte,
a su vez, en principio y fuente. Esa es la razón por la cual las
obras maestras revolucionadoras del arte aparecen, primero,
como antiarte a los ojos de los contemporáneos escandalizados y,
306 SOCIOLOGÍA

después, se convierten en fuentes canónicas del arte. En el límite,


por así decirlo, toda obra de arte es antiarte puesto que escapa, en
algún aspecto nuevo, a la jurisdicción del código.
Así, puede verse claramente el papel esencial, y no sólo mito­
lógico (como ocurre a menudo que el mito oculta la realidad), de
la creación en la cultura cultivada: aquélla hace que ésta evolu­
cione por sucesión de «obras inmortales» que la mantienen en
una apariencia de eternidad. La creación permite garantizar, de
forma gloriosa, la adaptación a la historia, es decir, la acultura­
ción de las nuevas experiencias. Por último, el mito de la creación
permite conciliar el doble elitismo, el de la intelligentsia, que ve
coronados como cuasidioses, héroes fabulosos, a sus genios crea­
dores y el de las clases superiores que actuando de mecenas y
apropiándose de las obras originales, se justifican, se ennoblecen
y se espiritualizan.
La necesidad de originalidad -es decir, de creación en todos
los grados, desde la pequeña innovación de forma hasta la apari­
ción de artes nuevas-, lejos de verse contrariada, se crece, tal
como ha observado Moles, en el mundo tecnoburocrático moder­
no. La cultura tiene, cada vez más, como función la de segregar la
originalidad de la que tiene necesidad, cada vez más vitalmente,
un mundo conformista que tiende mecánicamente a recaer en la
repetición burocrática. (De ahí el candoroso culto de lo nuevo,
que se ha convertido en el nuevo conformismo. )
Así, l a cultura cultivada e s claramente un sistema según el
esquema esbozado anteriormente. Es un sistema sometido a los
principios equilibradores-desequilibradores, que tiende por su
propia naturaleza (incluida su relación específica con la sociedad
moderna), a perdurar y a renovarse. El sistema tiene que conce­
birse según una analogía biológica: necesita cuasienzimas para
renovarse y es la «creación» la que desempeña ese papel enzimá­
tico. La enzima es inherente e indispensable al sistema, al mismo
tiempo, le amenaza. De hecho y cada vez más claramente a partir
del siglo XVIII, la enzima (la creación, la originalidad, lo nuevo,
etc.) viene de las fronteras anónimas o marginales del orden
social y la creatividad presenta, en el seno mismo de la cultura,
un carácter, primero, de negación, en el sentido hegeliano, y, des­
pués, literal. Es desde Rousseau y el romanticismo cuando apare­
ce el nexo entre la poesía (poi·esis creación) y el desequilibrio,
=

la locura; Rousseau y Holderlin son grandes símbolos : del mis­


mo modo, la aportación revolucionaria de la adolescencia, esa
no-man 's land en la que todavía no se ha cristalizado y endurecido
LA CRISIS DE LA CULTURA CULTIVADA 307

la sociedad adulta, estalla con Novalis, Shelley o Rimbaud. Los


autodidactas hacen irrupción como creadores culturales con
Rousseau, y más tarde, los escritores americanos.
La cultura no es solamente Código, es Palabra y Existencia, o,
más bien, el Código es también lo que permite a la Palabra comu­
nicarse con la existencia. Así, se puede concebir el sistema cultu­
ral bajo el ángulo de una dualidad o de una contradicción de prin­
cipio que repercute a todos los niveles. Esta dualidad descansa
sobre la doble medida del código, que puede ser apropiado y con­
vertirse en un instrumento de prestigio, pero que es, cuasitécnica­
mente, el mediador para la relación existencial, la participación, o
sea, el éxtasis. El código tiene el secreto de las fórmulas mágicas
que actúan sobre el estado propiamente cultural, es decir, sobre
un goce estético-cognitivo-antropológico.
La dualidad parte igualmente de la coexistencia complementa­
rio-antagonista respecto al código, por una parte, entre los crea­
dores-exégetas-reproductores conservadores del Tesoro (autores
y críticos), y, de otra, los usuarios-mecenas-consumidores privile­
giados y los productores capitalistas o estadistas. De ahí, el anta­
gonismo específicamente cultural entre marginalidad y oficiali­
dad (el «artista» y el «burgués», la vanguardia y el académico,
etc.) que es el antagonismo entre la enzima (individuo aislado,
pequeño grupo o escuela artístico-literaria, iniciador, etc. ) y la
institución o la estructura cultural.
Así, se puede polarizar, por un lado, un fenómeno minoritario
enzimático, evolutivo-revolutivo, que es el de la relación existen­
cial, el de la búsqueda de la verdad, del ser, del éxtasis, y también
el de lo negativo y de lo creativo (dos caras de un mismo fenóme­
no). Por otro lado, se puede polarizar un fenómeno mayoritario,
estadístico, institucional en el que intervienen las apropiaciones y
el uso social del código (prestigio, categoría, aristocracia, etc.).
El sistema cultural es, precisamente, la relación dialéctica entre
estos dos polos, que no opone a los creadores frente a los consu­
midores, al contrario: existe un nexo entre los creadores y los
«Verdaderos» consumidores de sus obras, aquellos que extraen de
ellas goces profundos y que recompensan a los creadores con su
amor y su admiración. Esta relación dialéctica actúan en el interior
del «consumo» y de la creación. Hay heterogeneidad en el seno
del consumo, por no decir oposición entre aquéllos para los cuales
la cultura es una experiencia y aquéllos para los cuales es un orna­
mento; entre la mujer bovarysta, que querría vivir como en las
novelas y lo intenta, y el coleccionista de piezas originales; entre
308 SOCIOLOGÍA

el adolescente, que se siente conmovido por el descubrimiento de


obras que le revelan a sí mismo, y el adulto que degusta sin poder
ya sentirse emocionado, si no es imaginariamente, en el momento
de una lectura . . . Hay una dualidad también entre los artistas, no
solamente entre los académicos y los marginales, sino también
entre los virtuosos que ejercen su arte de jugar con el código con
la más extrema sutileza y los volcánicos que desestructuran las
reglas y, en el límite, se encuentran al margen del arte . . .
Estas oposiciones, estas contradicciones, constituyen l a dia­
léctica viviente (y mortal, un día) de la cultura cultivada; la diná­
mica de la marginalidad y de la oficialidad, de la desintegración y
de la integración, es la dinámica sociocultural... (la verdadera): el
antiarte se convierte en arte y el arte se convierte en no-arte; lo
nuevo se convierte en Modelo (provisionalmente) eterno, al que
los críticos van a tasar, y la Palabra segrega su perla preciosa, que
los críticos van a depositar en el tesoro. En el curso de esta diná­
mica, los procesos de desestructuración son también procesos de
reestructuración y la desestructuración-reestructuración aboca, de
forma ambigua, en la revolución y la recuperación. Así, el cine y
el cómic, esos antiartes en su origen, revolucionan las artes en el
momento mismo en que, recuperados, se convierten en el séptimo
y en el noveno arte.
Más ampliamente, lo negativo de la cultura (lo anómalo, la
locura, lo autodidacta, la crítica radical) se convierte en positivo.
El conformismo necesita integrar al no-conformismo; vemos,
incluso, cómo la revuelta puede convertirse en j uego esnob, ino­
fensivo, y que la desgracia viva por Van Gogh, Rimbaud o Artaud
se•convierte en ornamental. La recuperación mediante la desacti­
vación, el escamoteo o la integración es, verdaderamente, un pro­
ceso vital del sistema cultural. Digamos, incluso: desde el
momento que hay sistema, hay recuperación. Es lo que sintió, de
forma exaltada e histérica, pero verdaderamente extralúcida, el
Mayo del 6 8 . Pero la recuperación, proceso vital del sistema, no
agota la naturaleza del sistema: en su seno permanece una radiac­
tividad creadora, negadora, existencial y una contradicción entre
la capacidad de la cultura y el privilegio de la elite que ella cons­
tituye y culmina. Hay una lucha de clases latente y, a veces, viru­
lenta, entre la intelligentsia y sus opresores/admiradores, con la
cual mantiene relaciones ambiguamente hipócritas.
Hay también una contradicción entre «Luces» y «Tinieblas»,
entre «Razón» y «Arjé», que, en un momento dado, aparece como
una bipolarización cultural. Por una parte, la cultura se convierte
LA CRISIS DE LA CULTURA CULTIVADA 309

en el tesoro de las grandes ideas humanistas-racionalistas que han


encontrado su gran expansión en el siglo de las Luces. Por otra
parte, la cultura mantiene un contacto semimágico o postmágico
con el mundo, bebe de las fuentes arcaicas que son el sueño, el
fantasma y la infancia, y busca una verdad ontológica hundida o
camuflada baj o el tejido artificial del mundo moderno; la cultura
se convierte, por tanto, al mismo tiempo que en la cabeza que
busca el proceso, en la cabeza que retorna y recurre al arjé.
El carácter funcional y el carácter disfuncional del sistema (de
la cultura cultivada) son, en un cierto punto dialéctico, insepara­
bles: la cultura bebe de sus fuentes de satisfacción (estética, filo­
sófica, etc. ) y en las fuentes de insatisfacción de la sociedad (en
los guetos, en los anómalos, en los «desequilibrados») .
Así, la cultura cultivada oscila entre dos polos, entre dos prin­
cipios, uno integrador, captado por la sociología estadística y
economicista actual, y el otro «desintegrador» o creador, enzimá­
tico, al que no rinden cuentas, hasta el presente, más que los
mitos sobre el arte y el genio. Según a lo que se aspire, según el
tiempo o el lugar, se puede juzgar uno más importante que el otro.
Nosotros queremos indicar aquí que ambos al unísono constitu­
yen el principio dialéctico no solamente de constitución, sino
también de evolución, de la cultura cultivada. Podremos, de
repente, descubrir lo que ignoran los políticos culturales eufóri­
cos: que la dinámica sociocultural tiende a la crisis cultural.

LA CRISIS DE LA C ULTURA CULTIVADA

La cultura clásica del siglo de Luis XIV, baj o su apariencia de


unidad completa, contenía en su seno la dualidad propia de la cul­
tura cultivada moderna. En el terreno del arte, de la arquitectura
de las unidades y de las reglas, presentaba un mundo ordenado y
teatral, como Versalles, pero estaba ya claro que este orden conte­
nía el underground delirante y caótico de las pasiones. La intelli­
gentsia se encontraba domesticada y, al mismo tiempo, protegida
por el rey mecenas, y es este mismo estado el que esclavizaba y
liberaba la Palabra de Moliere. Los elementos de integración eran
manifiestos, pero los elementos de desintegración estaban laten­
tes y se pondrían en funcionamiento en el siglo XVIII .
A partir de ahí, es la explosión. En el arte, brotan las pasiones,
emerge el caos y es el torbellino del romanticismo. La intelligent­
sia parte a la conquista de su reivindicación social primordial, la
310 SOCIOLOGÍA

soberanía de la Palabra. De la palabra liberada y liberadora nace


tanto la crítica radical de Voltaire-Diderot como el nuevo contrato
social de Rousseau. Desde este momento, es la irrupción activa
de la enzima marginal y periférica (adolescente y delirante) en el
corazón mismo de la creatividad cultural. Desde ese momento, y
durante todo el siglo XIX, se establece el sistema dinámico de for­
mación de una vanguardia, en lucha contra el academicismo, y
que, después, desintegra el antiguo academismo para constituir
uno nuevo. Los genios-enzimas están, en un primer momento, y a
menudo hasta la muerte, «malditos». De esta inmolación, verda­
dero sacrificio humano pericrítico, la cultura extrae un efecto
redentor y renovador, y pasa a ser inmolado un genio-dios hacia
quien, desde entonces, se dirige el culto.
Sin embargo, desde el final del siglo XIX y en la primera mitad
del xx, vemos aparecer elementos de crisis en el seno mismo de
la rotación dialéctica del sistema.
Así, la crisis de lo «bello» empieza con el romanticismo y esti­
mula al sistema en tanto que lo «bello» se ve desplazado por un
«feo» que, de nuevo, se convierte en «bello», pero esa crisis
alcanza al sistema y lo libera, a partir del momento en que al
modelo «bello» se le sustituye por otros modelos como la autenti­
cidad y, hoy, la «investigación». En todo caso, el sistema, al pro­
poner los neo-modelos, da muestras de su vitalidad. Igualmente,
la crítica, debilitada por la pérdida de lo bello, del que garantiza­
ba su maestría y su sacerdocio, se refuerza convirtiéndose en
pitonisa y rinde sus oráculos a partir de revelaciones inaccesibles
al profano. La crisis no empieza, verdaderamente, hasta que ya no
hay modelo de sustitución, es decir, hasta el momento en que se
desencadena la primera ola que no aporta, en sí misma, un contra­
modelo, la ola dada. La crisis del arte empieza con Rimbaud y el
surrealismo. El arte superior a la vida, el arte reino encantado y
mágico, paraíso de la cultura cultivada, aparece como un universo
artificial y vano. La estética y la propia vida desplazan al arte allá
donde trabaj an la vanguardia negadora y la contracorriente de la
cultura. Se va a buscar la admiración en el azar (surrealismo), en
lo cotidiano más bien sórdido, en el subproducto de la cultura de
masas (pop 'art). Naturalmente, ahí también entran en juego los
procesos de recuperación y se utiliza la crisis para refertilizar al
sistema: el cine se convierte en séptimo arte y el cómic se con­
vierte en noveno arte, el concepto de arte se amplía y el antiobje­
to se convierte en objeto, al igual que la antiliteratura se convier­
te en literatura.
LA CRISIS DE LA CULTURA CULTIVADA 311

Las agresividades que las emprenden contra lo bello, con el


arte, etc., no atacan solamente al academicismo integrado; algu­
nos las emprenden, incluso explícitamente, no sólo contra el sis­
tema cultural sino contra el sistema social con el cual viven en
simbiosis. Vemos emerger la crisis de la intelligentsia en su rela­
ción sociológica y antropolígica: la intelligentsia -o más bien su
ala descontenta avanzada- siente profundamente su frustración
respecto a la sociedad: si bien es ella la que segrega la ideología,
se siente frustrada en sus grandes responsabilidades y cada vez
más avasallada.
La intelligentsia, a lo largo del siglo xx, sigue siendo depen­
diente de la relación de mecenazgo y, además, se encuentra com­
prometida en una nueva dependencia: la economía productiva,
con el desarrollo de la industria cultural, la somete baj o el techo
del producto capitalista o burócrata; la economía del consumo la
somete a la influencia de la cultura de masas; existe un conflicto
entre las aspiraciones democratizantes, mediante las cuales la
intelligentsia de izquierdas querría abrir la cultura para todos, y
la caricatura que le presenta ante sus ojos la cultura de masas;
existe un conflicto entre sus tendencias elitistas-aristocráticas y
esta misma masificación. El artista se siente amenazado, de diver­
sas y simultáneas maneras, por el uso burgués de la cultura, la
producción capitalista, la democratización de la cultura y la buro­
cratización cultural. Más profundamente aún, el artista o el inte­
lectual sienten las carencias de las sociedades modernas, el movi­
miento sísmico de un mundo que se ve arrastrado hacia el caos.
La voluntad de ruptura se afirma, no solamente en los márgenes
donde vivía la bohemia y donde viven ahora microsociedades
refugiadas o disidentes, sino en la espera o en la búsqueda de otro
sistema global, de una anticultura radical que sea la verdadera
cultura.
Paralela y correlativamente, los fundamentos aparentemente
universales de la cultura cultivada son puestos en entredicho.
Marx fue el primero en discernir la ambivalencia de la cultura
cultivada que, aún siendo la cultura de clase, es portadora de una
universalidad potencial. Además, se preguntaba, muy justamente,
por el resplandor universal de la cultura griega y pensaba que
Balzac, monárquico y clerical, podía ser superior al progresista
Eugene Sue. Marx era culturalmente optimista: veía que una
sociedad de clases, aunque basada en la bárbara explotación del
hombre por el hombre, podía procrear una cultura de valor uni­
versal. Walter Benjamín retoma esta ambivalencia, pero de forma
312 SOCIOLOGÍA

pesimista: lo que él ve es la barbarie escondida pero presente baj o


las formas universales, delicadas y conmovedoras d e la cultura:
«No existe ningún testimino de la cultura que no lo sea, al mismo
tiempo, de la barbarie.» El «patrimonio cultural» es el botín de
los vencedores: «Debe su existencia no solamente al esfuerzo de
los grandes genios que le han dado forma, sino a la servidumbre
anónima de sus contemporáneos.» El estalinismo vencedor se
anexiona el patrimonio cultural del pasado pero rechaza la ambi­
valencia cultural del presente. Lukács ofrece a la cultura clásica
un pasaporte de «realismo» y libra al ogro estalinista la literatura
de crisis, que, precisamente, refleja la crisis de la cultura.
A partir del momento en que todas las crisis se ensanchan y
convergen, la dualidad del sistema cultural se agrava. Se constitu­
ye un polo a medio off y a medio in, en el que el prefijo anti (anti­
literatura, anti-novela, anti-memorias) expresa suficientemente
bien una agresividad antagonista. Tiene lugar una doble traición
del intelectual, no aquella realmente benigna que denunciaba el
bueno de Julien Benda, sino la tentativa del puñetazo lorenciano
y del haraquiri cultural. Por una parte, se busca en la política
revolucionaria (o en lo que se cree como tal) la fuente y la guía de
la verdadera cultura que solamente la revolución puede culminar.
Por otra parte, se zambulle en el universo primordial, caótico y no
vigilado de las pulsiones, del sueño, de la improvisación, o sea,
incluso, de la cultura de masas (pop 'art).
¡ Es el asalto contra la cultura cultivada! Lo más temible: parte
del interior. El combate contra la barbarie de la cultura se mezcla
con el que busca una cultura de la barbarie (es decir, las fuerzas
elementales expulsadas del invernadero templado de la cultura
refinada). La irrupción de las fuerzas existenciales pone en entre­
dicho al humanismo, fundamento de las humanidades, fundamen­
to de los fundamentos. Sade, el revólver surrealista, y Artaud
dirigen el asalto al mismo tiempo que los revolucionarios. Es el
asalto contra la propiedad y la apropiación burguesa, contra el
error ontológico de una cultura separada de !a verdadera realidad
y de la verdadera vida. Es una sorprendente conj unción (que, por
lo demás, vive permanentemente el autor de estas líneas) entre el
odio a la cultura en tanto que ésta es la «inversión de la vida», y
el amor a la cultura, en tanto que ésta es no solamente la quintae­
sencia y la concentración de la vida, sino en tanto que parece
detentar la fuerza para cambiar la vida, aunque no sea más que en
la imaginación . . . El estudio de A. Willener nos permite captar
todo lo que tenía de explosivo la contrasociedad de los pequeños
LA CRISIS DE LA CULTURA CULTIVADA 313

grupos marginales, situacionistas, free jazz, etc. Es en Mayo del


68 donde, efectivamente, se conjugan todos los asaltos culturales­
anticulturales, la agresividad estética contra el arte y la agresivi­
dad ética contra la cultura. Esta revuelta adopta, por una parte, un
aspecto ideológico perfectamente conocido; y por otra, un aspec­
to existencial de revolución cultural:
- El aspecto ideológico, superficial y dogmático, se fija y se
extravía en el pópulo-jdanovismo del arte de partido, queriéndose
al servicio del pueblo, o bien se expresa a través de las fórmulas
activistas del arte militante;
el aspecto existencial en el que el arte desaparece como
esencia separada, en el que la cultura desaparece como sistema
separado de la sociedad y del individuo, en el que brota un estado
de gracia inaudito, en el que la movilización de la represión inter­
na se combina con una armonía anárquica, más allá del orden y
del desorden en el espacio mágico de las universidades ocupadas,
es precisamente el de la revolución cultural. Es entonces cuando
emerge el mito de una cultura antropológica donde el código sería
universal, inmediatamente comunicable a todos, donde el saber
sería. descompartimentado (ya no sería fuente de técnicas sino
fuente de verdades existenciales), desmitificado (ya no sería bur­
gués sino universal), donde los modelos serían modelos de expan­
sión individualista-comunitaria, donde la cultura garantizaría una
intensa y extática comunicación con la existencia.
Así, el cuestionamiento de la cultura, nacido de la crisis de la
cultura y que sitúa la cultura en crisis creciente, acaba, lógica­
mente, apuntando a una cultura antropológica (no superficialmen­
te limitada al arte, sino concerniendo a las profundidades de la
existencia y de la razón hombre-hombre y hombre-mundo), y que
debería convertirse en la cultura de todos. Es la aspiración a una
sociedad en la que anticultura y cultura se negarían mutuamente
y, a la vez, se reconciliarían en el éxtasis. Es la destrucción de la
cultura cultivada pero para reconstruir una antropo-socio-cultura
a partir de su savia, a partir de los enzimas . . . Es, en efecto, la
revolución cultural.
El momento de la revolución cultural (Mayo del 68) es sola­
mente un momento de éxtasis en el proceso de crisis-recuperación
de la cultura. Después, hemos vuelto a la crisis endémica y a la
neorrecu peración.
La recuperación se realiza en función de la naturaleza cíclica
virulencia-latente que es la de la acción enzimática en el seno de
la cultura y que se realiza, también, a partir del carácter, ahora ya,
3 14 SOCIOLOGÍA

institucional 2 de la integración de lo nuevo en la cultura cultivada:


en este sentido, la integración del no-conformismo se ha converti­
do en necesidad vital del neoconformismo. Por otra parte, la cultu­
ra cultivada, que puede recuperar como expresión y arte a la
revuelta y al cuestionamiento, acepta la problemática de crisis, la
cual se convierte en uno de sus signos de originalidad y de superio­
ridad; la naturaleza estético-lúdica de la cultura cultivada, que per­
mite, en principio, recuperarlo todo, se convierte en trazo cada vez
más central en detrimento del humanismo de las «humanidades».
Al mismo tiempo, la cultura cultivada se disocia del último
islote conservador, replegado en la ciudadela de los academicis­
mos tradicionales, resistiendo todavía bajo los cuodlibetos, y va
hacia las tierras ex bárbaras de la cultura de masas para colonizar­
las y cultivarlas: el cine de arte se convierte en institución cultu­
ral con su crítica, sus salas especializadas, etc . El «tercer sector»
se instala en la radio a la espera de implantarse en la televisión.
Además, nuevas artimañas permiten a la intelligentsia y a los
cultivados resistir a la democratización cultural que tiene lugar a
través de la extensión de la escolaridad secundaria y de la difu­
sión a través de los mass media. En efecto, el acceso al estatuto
burgués, que es uno de los trazos del proceso actual, se realiza
mediante la adquisición de rudimentos de cultura cultivada. La
elite no puede diferenciarse más que acentuando su refinamiento,
o sea, buscando sus signos de refinamiento en esta cultura rústi­
co-plebeya que el vulgo acaba de rechazar para poder tener acce­
so a la cultura burguesa urbana. Al mismo tiempo, la cultura cul­
tivada sigue una de sus corrientes profundas que es la búsqueda
del arjé, a través de las artes «primitivas» y naifs, y postprimiti­
vas y post-naifs, así como a través de los objetos neoarcaicos del
estilo greenwich-tropezo-gemano-pratino. Existe un equivalente
artístico de los blue-jeans, de los viej os chándales, de los tercio­
pelos y de los viejos baúles mediante los cuales la elite se distin­
gue de la masa, aun bebiendo en el mjé. Las altas esferas de la
cultura cultivada se elevan en el esoterismo neorrefinado y neoar­
caico, mientras que las zonas baj as de esta cultura empiezan a
verse invadidas. El esnobismo, goce ostentoso de un código eso­
térico, y la moda, que garantiza a la vez la aristocratización y la
democratización, proporcionan a la elite, durante algunos meses,

2 Harold Rosenberg, The tradition ofthe new [La tradición de lo nuevo]. [La
traducción francesa fue publicada en París, en 1 962.]
LA CRISIS DE LA CULTURA CULTIVADA 315

el monopolio de lo que acabará por democratizarse según un pro­


ceso jerarquizado. El privilegio cultural queda, desde ese momen­
to, ligado, no solamente a la posesión de un código esotérico,
sino a la posesión esotérica de un código en rápida evolución.
Así, podemos ver cómo se reconstituye, de forma a la vez aná­
loga y diferente al antiguo, en nuevo sistema de la cultura cultiva­
da. El antiguo sistema mantenía una segregación muy fuerte entre
la cultura cultivada y el universo (bárbaro, beocio), exterior, aun
manteniendo en su seno una jerarquía competitiva por la lucha
entre vanguardia y academia y por el j uego de los esnobismos y
de las modas. El nuevo sistema está en ósmosis con el medio
exterior, tanto extendiendo sus categorías fuera de las artes tradi­
cionales como aceptando o sufriendo la irrupción de lo bárbaro en
su seno; pero establece una jerarquía multiestratificada en la que
los esnobismos y las modas desempeñan un papel importante de
diferenciación. En el antiguo sistema, el código esotérico era
relativamente estable, existía un culto a lo único-original y la cul­
tura confería una espiritualidad que ocultaba felizmente, para los
usuarios, el materialismo burgués. En los nuevos sistemas, el
código ya no es estable sino que tiende a volver a ser esotérico,
más por el misterio que envuelve a su inestabilidad que por la
necesidad de un largo aprendizaje; el culto a lo original está liga­
do no solamente a lo único, sino a lo nuevo; la espiritualidad cede
terreno ante la autenticidad.
La cultura cultivada se nos aparece, por tanto, como un siste­
ma complejo, contradictorio y evolutivo. Históricamente, oscila
entre dos polos: es, por una parte, la culminación de una civiliza­
ción y, por otra, su cuestionamiento, y esta ambivalencia es lo que
espanta tanto al pensamiento como a la acción.

LA PAUPERIZACI Ó N TE Ó RICA

É sa es la razón por la cual los métodos de esta cultura son


pobres, es decir, unilaterales, incapaces de concebir la compleji­
dad y las ambivalencias del sistema. Las antiguas concepciones
se basaban en la acción y en la obra de los grandes genios creado­
res y ponía el énfasis en los caracteres excepcionales y sagrados
de la cultura. Suscribían, en definitiva, los caracteres mágicos,
pero sin comprenderlos; notaban claramente que no se puede
comprender la cultura olvidando sus caracteres creadores, sino
mitificándolos.
3 16 SOCIOLOGÍA

La tendencia de los sociólogos consiste en cometer el error


inverso reduciendo lo cultural a lo sociológico. Unos aniquilan o
ignoran la enzima y, a veces, incluso, ignoran la existencia y la
relativa autonomía del sistema cultural, no viendo en las obras de
la cultura más que el reflejo de las «visiones del mundo» propias
de las clases sociales. Los otros no ven de la cultura más que el
código, y del código nada más que los problemas ligados a su
apropiación.
Pero, si bien es necesario ver la rigidez del sistema, es también
necesario ver la movilidad y las contradicciones, la bipolaridad
antagonista y la dinámica sociocultural. No hay que ignorar la inte­
lligentsia, es decir, la categoría que segrega la cultura, ni su papel
histórico-socio específico, relativamente autónomo y dependiente,
ambivalente. No hay que ignorar el aspecto enzimático tanto en la
creación como en la adquisición cultural. No hay que negligir el
hecho, estadísticamente negligible, pero teóricamente capital, de
que se pueda tener acceso al código en la forma que lo tienen los
autodidactas culturales, a través de la emoción y del goce.
Vuelve a aparecer aquí el problema doblemente mitológico del
«don». Existe el «don» que no es otra cosa que la aptitud adquiri­
da en un círculo familiar cultivado y que se camufla como gracia
personal. Pero existe también aquello que rompe con el medio
familiar, bien por «decadencia» del don, o bien por la adquisición
autodidacta. De ahí el doble problema: a) ¿por qué la familia
B ach es excepcional, es decir, por qué los «talentos» artísticos,
literarios o filosóficos son tan poco trasmisibles? b) ¿por qué los
Jean-Jacques Rousseau, los Whitman y, en general, por qué esas
vocaciones que hacen pasar a un niño de las clases poco cultiva­
das a la intelligentsia?
Las propensiones apasionadas a las ideas, a la literatura, a las
artes, ¿no provendrán de una superexcitación psicoafectiva que
nacería de situaciones conflictivas, sufridas de forma precoz y
precozmente sublimadas en el marco familiar o social? ¿No debe­
ríamos, por tanto, interrogar psicoanalítica y sociológicamente a
la familia, en la que las relaciones hijo-padre se hacen cada vez
menos una relación de identificación, donde las relaciones hijos­
padres, cada vez más ambivalentes en la sociedad contemporá­
nea, se desvían de la cultura cultivada en los hijos adecuados en
ese medio o se orientan hacia esa cultura en los hijos de padres no
cultivados?
Citemos a tres autodidactas, dos obreros y un j oven emigran­
te sefardí, comerciante foráneo, quienes, fuera de la escuela lle-
LA CRI S I S DE LA CULTURA CULTIVADA 3 17

garon, por sus propios medios, a la cultura y han adquirido una


actitud para manejar la lengua que les ha hecho escritores. Estas
excepciones a la regla, estos casos aberrantes, tienen una impor­
tancia teórica capital, puesto que, al demostrar la posibilidad de
acceso al código, al margen del aprendizaje familiar o escolar,
demuestran, a su manera, la dualidad profunda o consustancial
de los usos del código y la dualidad de la cultura, que se remon­
ta hacia las cumbres sociales como valor de prestigio, pero que
es concebida y vivida como valor existencial en las zonas mar­
ginales de la intelligentsia, ella misma, clase marginal donde
confluyen los anómalos, los desviados, los inconstantes y los
atormentados, salidos de las capas superiores y medias de la
sociedad. El privilegio del j oven «burgués» consiste en que pue­
de traicionar a su clase para la cultura, mientras que lo anómalo
del j oven campesino que no encuentra más que la salida cultu­
ral, no tiene más opción que la militancia política o la desgracia
sin sublimación.
Los casos minoritarios por los cuales se puede remontar desde
la existencia al código, por los cuales la experiencia marginal es
fuente de actividad o de participación cultural, escapan a las esta­
dísticas preso-compresoras que ignoran todo aquello que es fer­
mento en la sociedad, y sin embargo, nos revelan en este caso el
aspecto enzimático de la vida cultural. Podemos, además, pregun­
tarnos si no existirá un «don» universal que ahogue no solamente
el desenlace económico, sino también la vida burguesa y el uso
burgués de la cultura que la vacía de toda virulencia enzimática.
En este sentido, Mozart es asesinado en su cuna tanto en los
P-DG * como en los HLM **, y sobre todo, en los tugurios. Sólo
sobrevivirían como artistas aquellos que, educados en el conflicto
y en la injuria, encuentren en la cultura el medio de expresar o de
sublimar su problema. Se entenderá así la relación que existe
entre el aspecto enzimático de la cultura y las formas múltiples de
marginalidad o de anomalía (huérfanos, hijos de padres en con­
flicto o separados, bastardos socioculturales, hijos de emigrados,
jóvenes judíos cuya familia, trasplantada desde los guetos, apenas
habla francés, homosexuales o perturbados sexuales). Y aparece
aquí la función de recuperación de la escuela, análoga, en otro
plano completamente distinto, a la recuperación cultural: la

* Présidents-directeurs généraux. (N. del T.)


** Habitations a loyer rnodéré. (N. del T.)
318 SOCIOLOGÍA

escuela recupera una parte de los elementos enzimáticos que se


forman en las capas marginales y populares, con el fin de culti­
varlos para las carreras de la intelligentsia o de la administración.
El sistema es suficientemente flexible como para seleccionar al
mismo tiempo al trabajador vulgar y al sujeto brillante, pero sigue
siendo demasiado disciplinario, ritual y formal como para consti­
tuir el verdadero caldo de cultivo para todos los que se desvían.
Una buena parte de estos no puede soportar el sistema escolar y,
cuando no se ve rechazada y aplastada, se cultiva por la vía auto­
didacta, al margen, con lecturas y experiencias personales.
Así, resultaría erróneo confundir al «dotado» marginal, al irre­
gular y ampliamente intelectual, con el «heredero» que se benefi­
cia del privilegio económico, de las relaciones de sus padres, y
hereda el uso y disfrute de la propiedad de los bienes culturales.
Correríamos el riesgo de dañar, con torpeza -o con demasiada
destreza- el fermento crítico de la sociedad moderna y no el
pilar burgués de esta sociedad. Correríamos el riesgo de desarro­
llar el aspecto tecnoburocrático de la sociedad y no la democrati­
zación y la igualación.

EL DES ARROLLO C ULTURAL

Aquí, desembocamos en el problema del desarrollo cultural.


En el nuevo sistema burocrático-estatista, con una inyección de
populismo dumazedieriano, la cultura ha pasado a ser producción,
la cual, igual que las producciones técnico-económicas, progresa
gracias a los créditos, a los equipamientos y a las edificaciones.
¡ Créditos ! ¡ Casas de la cultura! ¡ Equipamientos socioculturales !
Tales son las nuevas panaceas que permiten esquivar todo escruti­
nio en profundidad de un problema tan peligroso en su oscuridad
y en su ambivalencia.
Ciertamente, la cultura no puede escapar a los determinismos
tecnoburocráticos de la época, del mismo modo que no puede esca­
par, más que de forma muy parcial, a los determinismos económi­
cos. Pero, igual que el aspecto antieconómico de la cultura es más
importante, culturalmente hablando, que su aspecto económico, la
cultura se define más como antídoto que como producto natural de
la civilización tecnoburocrática. Es, por tanto, una simbiosis para­
sitario-antagonista la que se establece hoy entre la cultura y su ami­
go-enemigo protector-asfixiante que la hace vivir y la ahoga: el
Estado-providencia y las grandes corporaciones constituidas.
LA CRISIS DE LA CULTURA CULTIVADA 319

El Estado-providencia y las capas dirigentes tecnocráticas tie­


nen hoy la necesidad de plantearse en sus programas de desarrollo
material un desarrollo perfumado de espiritualidad, que sería el de
la cultura. Pero ¿podemos, consecuentemente, concebir, con las
inversiones adecuadas, una tasa anual de crecimiento cultural? La
amplitud misma de esta estupidez nos abre de par en par los pro­
blemas fundamentales: ¿que es un desarrollo cultural, si no hemos
explicado qué es la cultura, es decir, examinado todos los proble­
mas con los que nos hemos encontrado y que nos llevan a la con­
tradicción y a la crisis de la cultura cultivada? ¿Qué es un desarro­
llo artístico?, ¿literario?, ¿filosófico? ¿Son necesariamente supe­
riores los sucesores de Kant, Marx, Rimbaud o Chaplin? Se obser­
va sin dificultad que la evolución cultural no es la de una progre­
sión continua (en el terreno de la «calidad» artística o intelectual),
sino la de un devenir que choca con límites, rupturas y regresio­
nes. Existe una dialéctica progresivo-regresiva entre los grandes
creadores y los epígonos que les suceden y que, asimilando su
obra, la reducen, la simplifican, la unidimensionalizan, etc. Lo que
ocurre es que el desarrollo de la cultura va ligado al del surgimien­
to y expansión de la actividad o al del ahogamiento de las enzi­
mas, y no basta con desarrollar una infraestructura institucional...
Y desembocamos de nuevo sobre el equívoco término «cultu­
ra», sobre los problemas planteados por la cultura cultivada y la
cultura de masas, con la necesidad, además, de concebir lo que
podría significar el término «desarrollo cultural» y de examinar si
existe algún significado a parte del de un desarrollo multidimen­
sional del ser humano, es decir, del problema más general de toda
filosofía y de toda política.

EL DIAGN Ó S TICO C ULTURAL

No basta con tratar de elucidar el concepto de cultura, el de


cultura cultivada y el de cultura de masas para estar en disposi­
ción de plantear los principios de una política cultural. Es necesa­
rio proceder a un culturanálisis, es decir, a diagnosticar la situa­
ción cultural en nuestra sociedad, a concebir el modo de funcio­
namiento sociológico de todo sistema cultural.
El diagnóstico será aquí extremadamente somero. No será
panorámico, sino centrado en algunos fenómenos destacables.
Ya lo hemos señalado anteriormente, la crisis de las humanida­
des rige toda la política cultural. La mayor parte de las políticas
3 20 SOCIOLOGÍA

culturales ignora (quiere ignorar) esta crisis que cuestiona incluso


la posibilidad, o sea, el fundamento, de toda política cultural.
La crisis de las humanidades se sitúa primero, en el terreno del
saber: el predominio de la información sobre el conocimiento y
del conocimiento sobre el pensamiento han desintegrado al saber;
las ciencias han contribuido intensamente a esta desintegración, a
base de especializar al extremo el saber. La ciencia no ha podido
provocar un saber sobre las ruinas del antiguo saber humanista­
ensayista-literario, sino un agregado de conocimientos operati­
vos. A la vez, los progresos del saber científico han desintegrado
al ser del mundo y el ser del hombre sobre el que se basaban las
verdades. La ciencia. debido a su carácter relacional y relativista,
mina en profundidad las bases mismas de la humanidad. Por últi­
mo, la ciencia, al desarrollar la objetividad, desarrolla, de hecho,
una dualidad permanente entre lo subjetivo (el hombre sujeto que
se siente vivir, actuar y pensar) y lo objetivo (el mundo observado
y manipulado). Al mismo tiempo, la ciencia aísla y desintegra al
hombre y, por contraefecto, le obliga a buscar recursos mágicos o
religiosos para continuar creyendo o viviendo de otro modo que
no sea por impulsos o por costumbres. Así, si bien las ciencias
desintegran, efectivamente, las antiguas humanidades y el huma­
nismo implícito o explícito que las fundamentaba, fracasan com­
pletamente en el establecimiento de nuevas humanidades. El
recurso al saber pluridisciplinario no es más que un muy débil
paliativo, no solamente a la crisis de la enseñanza, sino a la crisis
de las humanidades. El problema fundamental de toda política de
la cultura es, por tanto, el del establecimiento de nuevas humani­
dades. Se comprende que, ante un problema gigantesco, todos
huyan y prefieran hablar de otra cosa.
Al menos, aquí estamos, habiendo llegado a lo siguiente: no se
puede huir de la crisis de las humanidades y las premisas de una
política cultural consisten en afrontar esta crisis, aunque no sea
más que con el pensamiento. Esta crisis desgarra ya la cultura
cultivada, ya lo hemos indicado, desintegra el arte y corroe el
concepto mismo de cultura: esta crisis aflora ya, también, y así lo
creemos, en la cultura de masas y se extiende, además, en profun­
didad por toda nuestra sociedad.
LA ANTIGUA Y LA MODERNA B AB ILONIA

La astrología no es un folclore residual que la sociedad moder­


na vaya a hacer desaparecer. Filón marginal en la historia de
Occidente, las astrología no permanece, sin embargo, insensible a
esta historia, idéntica a sí misma desde sus orígenes. Existe un
desarrollo propiamente moderno de la astrología. Pero antes de
comprender este desarrollo moderno hay que captar el principio
generativo de toda astrología.

LA B A S E ANTROPOL Ó GIC A : LA ORGANIZACI Ó N


Y LA MAGIA

La base antropológica de la astrología está constituida, por un


lado, por un principio organizador según el cual el cielo astral
dirige, o sea, programa al hombre (individuo o sociedad), y, por
otro, parte de la idea de un parentesco profundo entre el astro y el
hombre. Este parentesco se ha hecho hoy implícito o semicons­
ciente, pero ha llegado a su máximo alcance: en efecto, la psico­
astrología, que es el aspecto más característico de la astrología
moderna, presupone una relación fundamental entre, por una par­
te, lo que hay de más íntimo y más subjetivo -la psique indivi­
dual- y, por otra, lo que hay de más alejado, de más exterior, de
más objetivo: la configuración del cielo del nacimiento.
Para comprender los fundamentos de la astrología, tenemos
que preguntarnos, por un momento, acerca del problema a menu­
do más ignorado de la antropología. ¿De dónde procede la organi­
zación social? É sta no puede estar genéticamente programada en
el hombre o, si lo está, no lo está más que muy parcialmente.
Ciertamente, se deriva de las capacidades organizativas del cere­
bro humano, pero no automáticamente: estas capacidades no se
ponen en funcionamiento más que mediante la relación, es decir,
mediante la interacción con el mundo exterior. A este mundo
exterior, al que normalmente llamamos entorno o medio, hay que
llamarle «ecosistema». ¿Por qué? Porque el entorno se manifiesta

[ 32 1 ]
322 SOCIOLOGÍA

no solamente bajo la forma de fenómenos aleatorios o incidentes,


sino también bajo la forma de fenómenos regulares y ciclos, y en
este sentido constituye una organización, en el sentido amplio de
la palabra: un sistema (alternancia del día y de la noche, movi­
mientos celestes, ciclos estacionales, comportamientos estereoti­
pados o rituales de las especies vivientes). Ahora bien, una parte
de la organización social resulta de la apropiación organizativa
por el hombre de las constantes y de las regularidades objetivas
del «ecosistema». Así, los acontecimientos periódicos, en primer
lugar los movimientos del Sol y de la Luna, se convierten en
señales, signos, que constituyen información, en el sentido gené­
rico del término: principio angular del «ecosistema», se han con­
vertido, de esta manera, en piedra angular del sistema social. No
son solamente los relojes externos, sino que regulan el metabolis­
mo interno de la sociedad; el calendario, fijado sobre la Luna y el
Sol, no solamente sirve de referencia en el curso de los aconteci­
mientos, sino que fij a y desencadena el ciclo discursivo de la vida
social.
Hoy, hemos olvidado que en el cielo se encuentra un primer
principio de organización antropo-social. Pero el astrólogo moder­
no siente aún que el cielo es la potencia organizadora suprema y el
recurso mágico a la potencia organizadora de los astros interviene
aún siempre que exista incertidumbre organizativa (el mañana, el
porvenir), siempre que existan fallos en la organización (crisis), y
siempre que exista el caos aparente de las pulsiones interiores (la
psique). El primer fundamento de la astrología es, así, una astro­
lógica.
Para comprender esta lógica, hay que comprender también el
funcionamiento del cerebro humano respecto a los sucesos irregu­
lares o accidentes que ocurren en el «ecosistema».
El cerebro es una máquina desconocida: para él, todo suceso
debe ser un signo, todo ruido debe ser una información. Él se
esfuerza en interpretar el signo y en integrar la información. El
espíritu arcaico podrá remitir el signo a un discurso mitológico en
el que intervienen los espíritus y los dioses : la información le
hará saber que los genios son benignos o malignos, amenazadores
o protectores. Pero podrá también -al mismo tiempo- remitir lo
accidental y lo irregular al orden y a lo regular. En ambos casos,
el espíritu humano manifiesta no una carencia semántica o expli­
cativa, sino una intemperancia semántica y explicativa. Su debili­
dad no es la ignorancia, es el no poder aceptar la ignorancia; no
es no poder concebir el determinismo, es, por el contrario, apartar
LA ANTIGUA Y LA MODERNA BABILONIA 323

el azar y lo fortuito de la explicación. No será hasta los siglos xrx


y xx, con Cournot, con la estadística y con los cuantos, que el
azar, la indeterminación y el «ruido» entrarán, con dificultad, en
la ciencia.
Ahora bien, la astrología no sólo interpreta los acontecimien­
tos como signos venidos de las estrellas; su lógica fundamental
tiende a remitir los fenómenos irregulares del universo humano al
orden más regular y más fundamental que la humanidad haya
podido conocer: el orden del cielo. De ahí, vemos que la astro­
lógica tiene la misma naturaleza que la lógica que, más tarde, va a
alcanzar su plenitud en el determinismo universal, el cual remite
al aparente desorden de los fenómenos al orden riguroso de las
leyes naturales .
El parentesco va incluso más lejos: el determinismo astrológi­
co es tan implacable y tan poco implacable como el determinismo
científico. Tan implacable, pues j amás ninguna ley podrá ser vio­
lada y no existe espacio para la contingencia. Tan poco implaca­
ble, pues los dos determinismos son captados, utilizados y mani­
pulados para y por la acción del hombre.

LA UNIDAD VIVIENTE DEL MUNDO

Esta astro-lógica es, además, una ana-lógica, y actúa no en un


universo constituido por objetos en el sentido físico, sino en una
realidad cósmica viviente, en el seno de la cual el hombre queda
englobado. La astrología no postula una simple influencia de los
astros sobre la vida humana, cosa que puede integrarse perfecta­
mente baj o una concepción en la que el universo sea un sistema
en el que todos sus elementos estén en mutua interacción. La
astrología supone que el universo humano es un microcosmos con
respecto al macrocosmos estelar, es decir, que está ligado analó­
gicamente a él. Los símbolos que expresan los planetas o el
zodiaco no son signos arbitrarios. Son símbolos en el sentido ple­
no del término: cada uno lleva en su seno la virtud y la verdad
antropomórficas y zoomórficas que expresa, y realizan la ligazón
analógica entre el microcosmos humano y el macrocosmos. El
simbolismo es más que un código de interpretación: es la textura
misma del cosmos.
La concepción micro-macrocósmica del mundo es fundamen­
tal, o arcaica, en tanto que es la primera concepción unitaria y
coherente del universo que emerge en las culturas y en tanto que
324 SOCIOLOGÍA

todo espíritu humano la lleva más o menos virtualmente, más o


menos profundamente en su interior. Es mágico en tanto que, pre­
cisamente, esta unidad y coherencia del universo se basa en la
analogía micro-macrocósmica 1 , es decir, en la creencia en la rea­
lidad objetiva de los procesos subjetivos de proyección y de iden­
tificación (proyección de formas y sentimientos humanos sobre el
cosmos, o sea, el cielo, identificación de los trazos cosmomórfi­
cos en el hombre).
De este modo, se puede definir el carácter mágico de toda
astrología. É sta tiene, ciertamente, una base científica (el conoci­
miento de un orden celeste) y una base organizativa (integración
del orden «ecosistémico» en el sistema social), pero una y otra
están integradas y envueltas en una concepción mágica (la rela­
ción micro-macrocósmica). Esta coagulación e interpenetración
de lo científico, de lo organizativo y de lo mágico no traduce un
tipo de pensamiento «primitivo» o «salvaje» radicalmente distin­
to del nuestro. El nuestro se compone de los mismos elementos
pero según otras combinaciones y otras jerarquías. Se trata aquí
de un pensamiento primario de civilización.

LA AS TROLOG Í A DE CIVILIZACI Ó N

La astrología emerge y se desarrolla en ciertas civilizaciones


antiguas, en Caldea, en China, en India, en el antiguo México. En
su origen, al menos, según nuestros conocimientos por lo que se
refiere a Caldea y a México, el Sol y la Luna regulan un orden
celeste al cual debe adecuarse el orden social; son, además, divi­
nidades antropo-zoomórficas a las cuales se rinde culto. Hay, por
tanto, un elemento religioso central en el origen de la astronomía.
Los ritos religiosos, al mismo tiempo que cumplen con el culto,
armonizan el orden social sobre el orden cósmico. A veces, no es
solamente el destino de los hombres lo que depende de la buena
marcha del cosmos y lo que se encuentra amenazado a la menor
perturbación (eclipse, estrella fugaz, cometa), es también el desti­
no cósmico el que depende de la buena práctica de los ritos huma­
nos. Así, la renovación del ciclo solar, desde el gran año azteca,
requiere sacrificios masivos y un torrente de sangre juvenil.

1 Ver, para más explicaciones, Edgar Morin, L 'Home et la Mort, París, nueva

edición, 1970.
LA ANTIGUA Y LA MODERNA BABILONIA 325

El desarrollo de la astrología a partir de civilizaciones solares


o lunares está soportado, evidentemente, por el de la astronomía,
es decir, por una ciencia que identifica a los astros fijos y a los
planetas, conoce sus ciclos, prevé sus movimientos y establece no
solamente un mapa del cielo sino un modelo matemático-geomé­
trico. Esta ciencia, la primera verdadera ciencia, lejos de descar­
tar la concepción micro-macrocósmica, la mantiene y la desarro­
lla en toda su envergadura. Así, la ciencia, la religión y la magia
de los astros se unen en este estadio de astrología de civilización
y son los sacerdotes-magos los que garantizan esta unidad.
En Caldea y en México, la astrología sigue asociada a la reli­
gión hasta la caída de esas civilizaciones baj o la conquista ex­
tranjera.

LA ASTROLOG Í A D E OCCID ENTE

Después de la conquista macedonia, la astrología caldea se


difunde por el universo helenístico y después por el greco-roma­
no. En el curso de esta diáspora, se metamorfosea profundamen­
te. El resultado final, fij ado canónicamente en la época romana,
es el sistema simbólico que se ha transmitido en Occidente hasta
hoy, sin modificarse.
Este sistema es sorprendentemente sincrético, es decir, está
constituido por elementos heterogéneos. Los planetas llevan los
nombres de las divinidades del Panteón (Venus, Marte, Saturno,
etc.) y, además, disponen de sus caracteres antropomorfos. Los
cuatro elementos fundamentales de la cosmogonía empedocliana
-Agua, Fuego, Tierra y Aire- se integran y se utilizan simbóli­
camente en función de sus resonancias afectivas. Los doce sig­
nos del zodíaco, avatares helenizados de un simbolismo caldeo,
presentan un predominio zooantropomórfico (Aries, Sagitario,
Cáncer, Piscis). Esta extraordinaria mezcolanza constituye, sin
embargo, una totalidad polivalente: estos símbolos se articulan y
se conj ugan unos con otros según combinaciones que pueden
complicarse hasta el infinito y, de hecho, la comunicación analó­
gica (entre los astros, los elementos telúricos, el universo zooló­
gico y la psique humana) organiza la relación micro-macrocós­
mica.
Pero es debido a los añadidos y modificaciones grecorromanas
por lo que esta astrología se diferencia de la de los caldeos. La
diferencia radical está en lo siguiente: la astrología caldea, cuan-
326 SOCIOLOGÍA

do pasa al sincretismo grecorromano queda amputada de su


núcleo religioso, y es esta astrología desnucleada la que se con­
vierte en astrología occidental, desde el inicio de nuestra era has­
ta nuestros días.
De ahí sus trazos fundamentales:
l . Es una ciencia mágica con un fondo de religiosidad, pero
ya no es un elemento constitutivo de la religión. La astrología
caldea era un eslabón de un continuum ciencia-magia-religión­
organización social. La astrología occidental es, esencialmente, la
unión de una ciencia y de una magia.
2. La astrología se convierte en la más científica de las
magias y en la más mágica de las ciencias. La astrología y la
astronomía permanecerán estrechamente ligadas hasta el final de
la Edad Media. La astrología, debido a esta doble esencia, se hun­
de en aquello que hay de más fundamental en la mjé antropológi­
ca, a la vez que elabora los fundamentos de la modernidad: el
cálculo y la racionalización científica. Incluso, cuando la astrono­
mía se separa de ella, la astrología permanecerá encadenada a su
cientificismo de base. De ahí su carácter singular que tiene hoy
todavía: es la más antropo-cosmomórfica y la más científica de
las doctrinas ocultas.
3. La astrología tiene por misión no ya asegurar la repetición
periódica de un ciclo sociocosmológico, sino amortiguar el efecto
perturbador de los acontecimentos. Su objetivo ya no es armoni­
zar el orden social sobre el orden cósmico, sino responder a los
azares históricos, prever los accidentes y avatares sociales o indi­
viduales.
Del mismo modo que el determinismo científico permite la
acción técnica, el conocimiento del cielo ilumina las conductas.
El papel armonizador de la astrología pasa de la sociedad al indi­
viduo. Consejera, antes que nada, del soberano, y después de los
«grandes», y más tarde, finalmente, abierta a los clientes, la
astrología se convierte en guía para la acción.
4. La astrología grecorromana está, esencialmente, constitui­
da sobre las bases del individualismo astrológico. Tras sus oríge­
nes religiosos, a la astrología le concierne esencialmente el desti­
no social. Dada la ambigüedad del poder, en el que todo soberano
es a la vez representante del interés general y el parásito egoísta
del cuerpo social, la predicción astrológica fue, sin duda, muy
pronto utilizada y acaparada para uso individual del soberano.
Pero el gran punto de inflexión, el gran salto adelante, se realizó
no solamente con la democratización del uso de la predicción,
LA ANTIGUA Y LA MODERNA BABILONIA 327

sino cuando el cielo, en el momento del nacimiento, se convierte


en el parámetro que individualiza a la astrología en s u propio
principio. Es cierto que la astrología continuó y continúa diseñan­
do la figura del mañana colectivo. Pero, desde ahora, la relación
astro-individual va a poder afirmar su preponderancia sobre la
relación astro-social.
El individualismo astrológico se basa, desde ese momento, no
ya solamente sobre el uso personal de una predicción impersonal,
sino también sobre una ciencia del sujeto. El cielo en el momento
del nacimento da forma, fórmula y configuración a aquello que es
lo"más oscuro, lo más misterioso, lo más nebuloso, el Yo: su sub­
jetividad, su psique, el universo interior de las pulsiones. El sím­
bolo zodiacal aporta al individuo no solamente su signo tutelar,
sino también su signo semántico, el ADN astral portador de su
singularidad, de su programa y de sus posibilidades.
Así, al dejar de ser un principio de organización de la socie­
dad, la astrología se convierte en un principio de organización del
individuo que le permite estructurar su saber sobre sí mismo,
determinar la elección de sus relaciones y orientar la utilización
de su tiempo.
El individualismo astrológico puede, entonces, hacer uso de
una parte del conocimiento del destino interior (el carácter deter­
minado por el cielo en el momento del nacimiento), y, por otra
parte, del conocimiento del destino exterior (la marcha general
del tiempo en un lugar determinado). Este doble conocimiento no
constriñe al sujeto a la fatalidad, sino que, por el contrario, le per­
mite pilotar la nave empujada por los vientos del destino.
La astrología individualizada se difunde, evidentemente,
durante la gran civilización individualizadora del Imperio roma­
no. Por ello mismo, es ya portadora de las primicias de la astrolo­
gía moderna.
Ciencia mágica, y ya no religión, la astrología puede, desde
ese momento y eventualmente, coexistir con otras religiones, si
éstas tienen un mínimo de tolerancia respecto a las magias que les
son ajenas y respecto a otras ciencias en tanto que éstas no se
disocian de la magia. Además, las astrologías coexisten, más o
menos pacíficamente, con el cristianismo, es tolerada o reconoci­
da como ciencia auxiliar por el tomismo y se rejuvenece con el
espíritu panteísta del Renacimiento. Será a finales del siglo XVII
cuando la conjunción de la contraofensiva católica (contra las
herejías y los retos de paganismo) y la ofensiva científica racio­
nalista contra la magia releguen a la astrología al gueto ocultista.
328 SOCIOLOGÍA

La astrología, que ya no es religión, dejará de ser desde ese


momento, una ciencia y se la denunciará como superstición. De
hecho, desde le secesión de la astronomía, la astrología ya no es
una ciencia, es decir, deja de participar en la investigación y en el
trabajo de laboratorio.

LAS CIENCIAS O CULTAS


Y LA «B RUMA D E LAS S UPERSTICIONES »

Desde el siglo xvn hasta principios del siglo xx, la astrología,


la alquimia, la quiromancia, la adivinación y la telepatía, privadas
del derecho de ciudadanía racional y científica, o bien se disper­
san por la civilización como una tenue bruma de superstición o
bien, bajo una forma doctrinaria, se concentran en el undeground­
gueto del ocultismo.
En efecto, por una parte, privadas de corpus doctrinal, son
supersticiones a las que se vinculan los espíritus «incultos»,
«ignaros», «atrasados», «débiles» y parecen las últimas miasmas
dej adas por largos siglos de oscurantismo. Hay, también, como
una vasta e impalpable bruma que cubre los trasfondos de las
almas, que se condensan de repente en el espanto, la angustia y la
crisis de las historias que se cuentan en las veladas nocturnas y
que, después, se disipan durante el día, con la calma y la lucidez.
Hay también los ectoplasmas, sin consecuencias según se cree, de
la poesía, del sueño . . .
Por otra parte, estas magias s e refugian y s e reúnen en las sec­
tas doctrinarias que pretenden poseer los secretos de las verdade­
ras ciencias, que cultivan el misterio y la sacralidad de una gran
verdad olvidada. Por muy heterogéneas que sean estas «ciencias
ocultas», juntas pueden restituir un sistema mágico total: la adivi­
nación puede superar el obstáculo del tiempo; la telepatía, el del
espacio ; el espiritismo permite comunicarse con el más allá; y la
quiromancia y la astrología permiten leer, según dos códigos dife­
rentes, el propio gran mensaje cosmológico. Así, todas estas cien­
cias constituyen una unidad sincrética que Papus engloba muy
bien baj o el nombre de ocultismo.
El ocultismo parecía abocado a una irremediable decadencia a
los ojos del observador racionalista del siglo XIX. De hecho,
vemos hoy que constituye un caldo de cultivo. Desde 1 848, en
Inglaterra, y algunos años después, en Francia, la muy arcaica
creencia en los fantasmas renació no ya en las campiñas atrasa-
LA ANTIGUA Y LA MODERNA BABILONIA 329

das, sino en el corazón mismo de los hogares urbanos y se expan­


dió muy rápidamente. El espiritismo se difundió a través de la
gran brecha que la ciencia conquistadora y la religión en retroce­
so, lejos de llenar, abrían cada vez más: la brecha de la muerte.
En efecto, la civilización científico-técnico-capitalista-burgués­
urbana es, al mismo tiempo, la civilización del desarrollo del
individuo y todos los progresos del individuo, sobre todo con el
reflujo de la inmortalidad cristiana, no puede sino ensanchar y
profundizar el insoportable dolor causado por la muerte de las
personas próximas, la angustia por la propia muerte y la búsqueda
de un más allá de supervivencia. Y, como recién llegado para
resucitar el primer remedio a la muerte, el espiritualismo inaugu­
raba la vuelta al arcaísmo en el seno de la modernidad .
La muerte no es más que uno de los lugares donde se establece
un nuevo nexo entre el arcaísmo (la magia) y la subjetividad
moderna. Esta subjetividad ya había expresado su visión y su
aspiración en la poesía romántica; hablaba de adivinación, de
umbral de las sombras, de alquimia, de micro-macrocosmos, de
magia. En efecto, el romanticismo no era solamente una reacción
a la intelligentsia en el mundo burgués, prosaico y positivista,
sino que testimoniaba el ascenso de la subjetividad como contra­
punto al progreso de la objetividad. La civilización occidental, al
disociar al sujeto humano del mundo objetivo, daba lugar a la dia­
léctica permanente que podía tomar la forma de una dualidad dra­
mática.
Así, la brecha por la que vuelve la magia se abre por el desa­
rrollo mismo de la civilización. El desarrollo del individuo plan­
tea de forma cada vez más inquietante y virulenta el problema de
la subjetividad en un universo que cada vez se concibe más obje­
tivamente por la ciencia, puesto que no hay ciencia del sujeto y
no hay ciencia del porvenir del sujeto. Ahora bien, las parapsico­
logías, a las que hay que añadir la psicoastrología y la quirología,
pretende constituir la ciencia del sujeto; la adivinación, la astro­
logía predictiva, la quiromancia y el espiritismo pretenden consti­
tuir la ciencia del porvenir del sujeto.
Pero el ocultismo no puede ser recibido ni concebido como
ciencia salvo por algunos espíritus marginales, debido a que hay
enormes resistencias culturales. A los ojos tanto de las religiones
oficiales como del racionalismo científico, las creencias ocultas
no son más que absurdos, carentes de fundamento racional y de
pruebas materiales. Había que esperar a que se debilitara el vigor
del racionalismo militante, a que se debilitara la esperanza de que
330 SOCIOLOGÍA

la ciencia pudiese, por sí misma, aportar las soluciones funda­


mentales a las cuestiones humanas; hacía falta que el desarrollo
de la civilización del individualismo, todavía en sus inicios y
limitado a las clases más desahogadas, se extendiese y se profun­
dizase; hacía falta, también, el esplendor de la gran prensa comer­
cial y de la cultura de masas, para que los mass media, verdaderos
radares y excavadores de las zonas oscuras del consumo psíquico,
garantizaran el desarrollo de la astrología de masas.
En efecto, es la gran prensa la que, de repente, condensa y uti­
liza la «bruma de las supersticiones» y crea las rúbricas astrológi­
cas. Para ello, hace salir a los astrólogos del underground. Así, lo
que ha estado apartado y dislocado por el siglo de Luis XIV y por
el siglo de las Luces, se une y se reencuentra en el siglo de los
mass media. La astrología de masas adquiere su esplendor.

LA INTEGRACI Ó N EN LA MODERNIDAD

La brecha tiene lugar en los años 1 930 y, a partir de ese


momento, la astrología se desarrolla aunque tanto en contradic­
ción con la filosofía científico-racional-empírica del mundo
moderno como con las grandes religiones y con las ideologías
políticas: ella responde, a su manera y a su nivel, al desarrollo
individualista del mundo moderno.
Por lo demás, la nueva astrología establece un compromiso
con el espíritu positivo; se desocultiza, se desesoteriza y dej a en
la sombra sus fundamentos antropo-cosmológicos (que no ree­
mergerá hasta después de 1 960, con la «nueva gnosis» ). Una nue­
va rama de la astrología, según Choisnard, aspira, incluso, a
reconciliarse con la ciencia; es la rama cuya referencia ya no es el
gran secreto del pasado sino los datos electromagnéticos, los
campos de fuerzas galácticos, con verificaciones o voluntad de
verificación experimentales o estadísticas 2 •
Por otra parte, la astrología se desocultiza adaptándose al mer­
cado cultural que nutre masivamente a la individualidad moderna.
Se democratiza en la medida en que se estandariza, según la lógi-

2 Todas las magias, mitos y religiones amenazadas por la ciencia se visten, en

el siglo xx, con el manto de la ciencia. La palabra «ciencia» se ha convertido en


la máscara ideológica última de todo dogmatismo y la astrología también partici­
pa en este juego.
LA ANTIGUA Y LA MODERNA BABILONIA 33 1

ca del consumo de masas y se ofrece a todos y a cada uno, cosa


que, por otro lado, está lejos de impedir el desarrollo de una
astrología de elite, reservada a la riqueza y a la cultura.
Finalmente y sobre todo, la astrología moderna se dedica al
individuo, tanto en sus praxis exterior como en su vida interior, es
decir, al átomo social y al sujeto.
El individuo se ha convertido en átomo social, en tanto que la
civilización urbana moderna abre a la autodeterminación personal
las esferas que, antes, estaban regidas por la costumbre, el paren­
tesco y la vecindad (amistades, amores, matrimonio, trabajo). El
individuo tiene que afrontar de forma múltiple el problema de la
elección, de la decisión, del azar y de la previsión. Ahora bien,
incluso en el nivel «directivo», los cálculos, las previsiones cien­
tíficas y la teoría de los juegos (que no sirve más que para los
jugadores «racionales» e ignora, por tanto, «la irracionalidad» del
sujeto) no pueden abarcar las miríadas de interferencias que tejen
el devenir. El átomo no puede, por tanto, disponer de una ciencia
de la acción ni de una ciencia del porvenir y no puede más que
jugar, más o menos, al «fetichismo» en el ámbito de la indetermi­
nación. Es en este ámbito en el que la astrología-recurso y la
astrología-socorro le reportan una ayuda para la previsión, para la
decisión y para la antialeatoriedad. Es ante todos los problemas
del «¿Qué hacer?», desde las turbaciones económicas, familiares
y morales hasta las turbaciones rectoras y de gestión, ante lo que
crece el recurso a la astrología.
Pero el verdadero terreno de la astrología moderna es el suje­
to. Recordemos: la ciencia ofrece medios de acción al sujeto, pero
no puede concebir al sujeto en sí mismo. El sujeto no es otra cosa
que el residuo irracional de la objetividad científica 3 . De hecho,
allá donde interviene, la subjetividad aporta irracionalidad, azar e
incertidumbre. Ahora bien, la astrología moderna pretende ser,
precisamente, ciencia del sujeto y de la relación intersubjetiva: es
lo que hemos llamado en este estudio psicoastrología y astrología
relacional, cuyos desarrollos son tan destacables, tanto en la
astrología de masas como en la astrología cultivada. De hecho, la
astro-psicología ocupa el puesto de una ciencia de la personalidad

3 Gotthard Gunther ha planteado y estudiado estos problemas admirablemen­


te en el plano epistemológico en Cybernetic Ontology and Transjcmctional
Operations, en Yovits, Jacobi, Goldstein (eds.), <<Self-Organizing Systems>>,
Spartan, Washington D. C., 1 962.
332 SOCIOLOGÍA

que no existe todavía, o al menos que el psicoanálisis no ha hecho


más que esbozar. Por lo demás, al igual que el psicoanálisis, la
astrología se lanza a las profundidades de la psique, a la que apor­
ta su código simbólico y sus modelos sistémicos y estructurales.
Más aún que el psicoanálisis, ofrece al sujeto, para que pueda
reconocerse, un discurso metafórico que habla a la vez el lengua­
je de un saber y su propio lenguaje subjetivo. Aporta al sujeto una
respuesta a la misteriosa oscuridad de su propia identidad. Y, yen­
do más allá de donde se detiene el psicoanálisis, la astrología le
reconoce al sujeto y le define su propia singularidad, iniciándole
en la información generatriz -su Karma, su ADN astral-, que
posee todas las potencialidades y los fermentos de su destino 4•
Así, la astrología es subjetivamente fascinante. Pero, si bien la
subjetividad puede fascinarse con la astrología, la astrología es pri­
sionera de la subjetividad, ya que el individuo no es más que una
conciencia subjetiva. El individuo es la sede de una doble concien­
cia. El pensamiento arcaico era una combinación estrecha de esta
doble conciencia. En los tiempos modernos, hay, por el contrario,
dualidad y competencia. Es en esta dualidad donde se sitúa la
astrología moderna. En efecto, en su carácter dominante, la astrolo­
gía de hoy en día es ambivalente; los términos de semicreencia,
creencia lúdica y creencia intermitente deben unirse para tratar de
explicarlo, puesto que la creencia se mantiene por la conciencia
subjetiva y, a la vez, se ve minada por la conciencia objetiva. La
creencia responde a algo profundo que, al salir a la superficie, tien­
de a sonrojarse de angustia y de vergüenza, y a dispersarse.
Cuando la creencia se reafirma a pleno día, los fundamentos
antropo-cosmológicos permanecen inmersos, camuflados, y lo
que destaca son las verificaciones objetivas.
Así, la astrología no puede volver a la conciencia moderna

4 Por lo demás, el hombre-edipo trata de liberarse de la herencia genética y, a

la vez, de descubrir el misterio de su identidad. Ahora bien, esto es, precisamen­


te, lo que ofrece la astrología moderna, con su algoritmo zodiacal y su ADN este­
lar. Así, la astrología, ya muy próxima al psicoanálisis, según las características
destacadas anteriormente, responde a la búsqueda contenida en el mito de Edipo.
Por esa razón, puede calificarse de psicoanálisis existencial: ¿por qué se olvida la
astrología de la herencia -es decir, de los padres- si puede conocer la indivi­
dualidad? ¿Por qué ignora la herencia cultural -es decir, la sociedad- si trata de
orientar al individuo en la subjetividad? El sujeto se siente, se ve y pretende ser
único, irreductible tanto a la familia como a la sociedad y no puede ser hijo de
nadie si no del cielo.
LA ANTIGUA Y LA MODERNA BABILONIA 333

más que a través de un pasadizo zigzagueante entre subjetividad y


objetividad. Pero es, precisamente, jugando este doble j uego,
jugando a la ciencia para j ustificar su magia, haciendo intervenir
su magia para camuflar su <<no-ciencia», como ha podido penetrar
y difundirse en el terreno social y cultural.
La corriente astrológica atraviesa la extensión del campo
social y, en este sentido, no existe una astrología implantada prin­
cipalmente en una clase social. Como máximo, la astrología está
polarizada según las grandes desigualdades sociales.
Así, se puede hablar de una astrología burguesa y de una astro­
logía de la intelligentsia, en relación con la astrología de masas.
Grosso modo, la astrología de elite (burguesa y de la intelligent­
sia) y la astrología de masas constituyen los dos niveles jerárqui­
cos de una astrología de civilización.
La astrología de masas, en todo caso, no se extiende de forma
indiferenciada a lo largo de la mayoría de la población. Son sobre
todo las capas sociales desarraigadas de las creencias tradiciona­
les, pero débilmente ideologizadas, débilmente polisizadas 5 , rea­
grupadas en los nuevos medios urbanos, en vías de acceso a los
nuevos estándares de individualidad, las que son las más sensi­
bles a la astrología. Así, los urbanos están mucho más intensa­
mente «astrologizados» que los rurales y, entre los urbanos, las
mujeres y los jóvenes.
Culturalmente, aun habiendo encontrado grandes resistencias
en la «alta cultura», la astrología dispone ya de cabezas de puente
(astrología cultivada). Pero es en la cultura de masas donde se ha
difundido de forma extremadamente extensa y rápida, a partir de ·

los años 1 930.


La cultura de masas, hasta alrededor de 1 960- 1 965, ha difun­
dido el mito y la promesa de la felicidad individual, y ha rechaza­
do la turbación, el fracaso y la desgracia, y todos sus productos de
consumo síquico han sido dotados de un carácter euforizante.
Desarrollando la astrología de masas, la cultura de masas le han
inoculado la euforia. El horóscopo de los diarios descarta toda
eventualidad catastrófica, así como todo problema insoluble,
ignora el desastre y la muerte y mantiene, de forma continua,
si no la gran esperanza, al menos pequeñas esperanzas. En este

5 Es decir, que ignoran las estructuras, el funcionamiento y la economía de la


polis. Ver, a este respecto, La Rumeur d'Orléans, Seuil, 1 969, y Points-Essais,
1982.
334 SOCIOLOGÍA

sentido, la astrología de masas ha sido y sigue siendo hoy un fac­


tor de integración en la civilización burguesa. No solamente tien­
de a atomizar los problemas colectivos y sociales en problemas
del destino personal, sino que mantiene las esperanzas y las resig­
naciones de las que nuestra civilización tiene necesidad.

A S TROLOG Í A DE CRISIS

Pero sería un error quedarse en estos aspectos integradores.


Un cierto número de síntomas nos indican que la astrología, bajo
otro aspecto y bajo otros auspicios, intervienen en la crisis cultu­
ral o de civilización que parece estar alcanzando a nuestra so­
ciedad.
El individualismo burgués, más allá de un cierto umbral de
logros, ha empezado a resentirse de sus carencias, de la soledad y
de la angustia. La gran ciudad, hasta ahora liberadora, dej a sentir
sus agobios y fuerza a huir de ella durante los fines de semana a
quien puede hacerlo. La racionalización tecnológica ha unidimen­
sionalizado una existencia que constriñe aún más la organización
burocrática. El bienestar, de aquellos que lo han conseguido, ya
no es una promesa infalible de felicidad. La ciencia y la razón no
son ya las portadoras providenciales de liberación y progreso. Las
coerciones sociales ya no se aceptan como fatalismos inexora­
bles. pero también las libertades adquiridas aportan inquietud y
desorientación. El saber científico ha hecho añicos las mitologías
que unían al hombre al mundo y ha abierto una brecha que, inclu­
so, no permite proponer una inteligibilidad general. ¿Inicio de
crisis? ¿Malestar de civilización? ¿Búsqueda?
Siempre ocurre que la cultura de masas traduce, por sí misma,
la nueva situación. La euforia recula a la vez que progresa la pro­
blematización. A la mitología de la felicidad le sucede el proble­
ma de la felicidad. Al amor-solución le sucede el amor-problema.
El envejecimiento ya no sólo se enmascara y se maquilla, sino
que expresa su inquietud; el sexo y la relación padres-hijos, el
matrimonio y la pareja plantean sus interrogantes. Al margen de
la cultura de masas, en la vida cotidiana, los retornos a lo rústico,
a la naturaleza, a la identidad y a las fuentes, que parecían
corrientes reguladoras o correctoras, se han convertido en contra­
corrientes que van a confluir en una búsqueda del arjé, principio
primordial, secreto y fundamento perdido. El neomodernismo
toma cada vez más el aspecto de neoarcaísmo, alcanzando, a
LA ANTIGUA Y LA MODERNA BABILONIA 335

veces, una fuerza de ruptura, como en el fenómeno hippie o en las


comunas californianas. Y, en estos vastos movimientos todavía
nada más que esbozados e informes, se ve surguir del no-man 's
land cultural, exhumándose en último término del ocultismo
como de una crisálida, el rostro de una «nueva gnosis».
Planete ha sido, al principio de los años sesenta, la emergencia
y, a la vez, la expresión de la «nueva gnosis», en la que puede
encontrarse, codo con codo, el zen, Huxley, Krishnamurti, los
«extraterrestres» o Teilhard de Chardin. En la «nueva gnosis» se
reúnen y se entremezclan, de forma sincrética, temas extraídos de
las creencias o de las filosofías más diversas, no solamente con­
cepciones hasta ahora rechazadas por el antiguo underground de
la cultura occidental, sino también de los gérmenes extremo­
orientales, de los panteísmos o pancientificismos evolucionistas
que anuncian un hombre del futuro, de las informaciones o suge­
rencias recogidas en el límite de las ciencias y que evocan la anti­
materia o los astros invisibles. Todas estas aportaciones se sumer­
gen en un baño de religiosidad, de misterio, de misticismo difuso
y tienen el trazo común de no separar el sujeto del cosmos.
La «nueva gnosis» constituye ya una cultura paralela que se
difunde a través de la brecha entre la «alta cultura» y la cultura de
masas, incidiendo sobre una y otra. Pero esta brecha coincide
también con otra brecha, más profunda y radical, quizá, en el
seno de la civilización.
Se ha abierto una depresión cultural y, en esta depresión, el
sujeto parece querer regurgitar al individualismo burgués que le
había nutrido hasta ahora. Algo se ha quebrado en la filosofía de
Occidente. ¿Dónde? ¿A qué profundidad se sitúan la depresión en
la que se precipitan revueltos los sueños del pasado y los sueños
del futuro; la «nueva gnosis» y las predicciones revolucionarias?
La «nueva gnosis» abraza en su seno las nostalgias de una ver­
dad perdida, la profecía apocalíptica y las esperanzas de un mun­
do nuevo, y está también presente en los ensayos de revolución
existencial o cultural que aparecen aquí y allá. Por lo demás, el
surrealismo, preludio de revolución cultural, ya había hecho
bullir en su interior la magia arcaica y la profética revolución.
Pero su tempestad, durante la era triunfante de la modernidad
burguesa, había permanecido encerrada en el ánfora de la literatu­
ra. Con el fenómeno hippie y, más ampliamente, con lo que se lla­
ma «contracultura», la «nueva gnosis» queda incluida, a menudo
de forma virulenta y quirúrgica, en la exigencia revolucionaria de
modificar la vida. Y la astrología, en su base antropo-cosmológi-
336 SOCIOLOGÍA

ca, participa del anuncio mesiánico de los nuevos tiempos: la era


salvadora de Acuario, que abre un nuevo ciclo a los niños del
limo.

DIAGN Ó STICO

Así, el desarrollo de la astrología, desde mediados de este


siglo hasta hoy, se ha visto favorecido por la modernidad y por la
crisis de la modernidad. En la modernidad se integra su desarrollo
individualista que, a su vez, desempeña un papel culturalmente
integrador, al taponar las brechas ansio-génicas. En la crisis de la
modernidad se inserta su aspecto hasta ahora sumergido y que es
el más arcaico y más fundamental: la antropo-cosmología, que
enlaza al sujeto atomizado con un cosmos viviente.
La modernidad continúa su desarrollo pero está, sin embargo,
al mismo tiempo, en crisis. La astrología continúa desempeñando
su papel integrador, pero desempeña un papel desintegrador en la
crisis cultural y de civilización. Salvo una modificación brutal en
el curso histórico de nuestra sociedad -y tal hipótesis no queda
en absoluto excluida-, se puede diagnosticar que la corriente
astrológica no está próxima a debilitarse.
En conclusión, la astrología moderna no puede considerarse
como una moda superficial o como una superstición ignorante.
Tampoco es una nueva religión, ni un mito devastador. Lo esen­
cial de la inserción astrológica se sitúa en una zona parpadeante
de creencia, semiescéptica y semilúcida, a menudo intermitente.
En su forma de infiltrarse a través de las defensas culturales posi­
tivistas-racionalistas, pero es, también, la forma en que éstas la
contienen.
Esta «creencia parpadeante» concierne a algo que está en lo
profundo y vivo del sujeto. En ello está su fuerza, y de ahí su
extraordinaria difusión por todas las capas de la sociedad y por
los diversos sectores de la cultura. Pero es también su debilidad:
su carencia objetiva. Aunque su imperio se encuentre mermado,
reinan sobre numerosos sectores de la vida las verdades prosaicas
y la concepción positivista-empirista-racional del mundo; el espí­
ritu crítico, muy mellado cuando se trata de detectar la fábula o la
magia en la política ha permanecido relativamente vigilante en
este campo de batalla. Desde este punto de vista, la astrología
adolece siempre de inconsistencia empírica: lo justo de sus análi­
sis es demasiado fluido o ambivalente y sus errores de predicción
LA ANTIGUA Y LA MODERNA BABILONIA 337

demasiado numerosos; sufre también del absurdo lógico. Para


que la astrología tenga fundamento lógico, habría que suponer
que el ser humano, que dispone de dos informaciones generati­
vas, una inscrita en el ADN y la otra inscrita en el sistema cultu­
ral de su sociedad, dispusiera de una tercera que estaría inscrita
en el cielo zodiacal de su nacimiento y que, en la constitución de
la personalidad individual, redujera a un papel puramente superfi­
cial el alcance de las otras dos informaciones.
Esto no es absolutamente imposible, pero no resulta, evidente­
mente, creíble. La creencia, una vez más, parte de lo que es el pri­
mer enigma y de la perturbación permanente de toda ciencia obje­
tiva: el sujeto. Si la ciencia actual no explica el sujeto y si la
astrología es una falsa ciencia, lo que nos queda por hacer es bus­
car la scienza nuova.
CIUDAD D E LUZ Y CIUDAD TENTA CULAR

CIUDAD DE LUZ Y CIUDAD TENTACULAR

Sería vano esperar equilibrio y estabilidad donde hay creci­


miento y desarrollo: las tendencias, contratendencias y antagonis­
mos desequilibran, bloquean, desbloquean y estimulan, y se tra­
ducen en desorganizaciones-reorganizaciones permanentes. Ello
significa que sería erróneo pensar que las fluctuaciones y las per­
turbaciones son fenómenos recientes. El crecimiento de las ciuda­
des en el siglo XIX, a través del cual se realizó el desarrollo de la
complejidad social e individual, se traduce, a nivel popular, en
terribles restricciones, profundas represiones e incertidumbres
para vivir y para sobrevivir (paro), aglomeraciones anómalas y
desarreglos múltiples (delincuencia, alcoholismo) . Pero había
podido parecer que, en Francia, a lo largo del siglo xx, el ecosis­
tema urbano evolucionaba hacia un optimum; la polisización ten­
día a reducir las anomalías a algunas bolsas periféricas, las servi­
dumbres y las represiones tendían a reducirse, las restricciones y
las incertidumbres tendían a producir individualidades y liberta­
des. A la imagen de la ciudad tentacular sucedía una imagen de la
ciudad de la luz, y ésta se oponía fuertemente a la del atraso rural,
donde se concentraban los temas de la servidumbre y del grega­
rismo, del rústico y del frustrado: el medio urbano aparecía como
el lugar privilegiado de la variedad y de la riqueza de experien­
cias, del bienestar, de la elevación del nivel de vida, del libre
movimiento, de la libre opinión, de los encuentros, de las diver­
siones y de los placeres; el medio rural aparecía como el lugar
desheredado, de la vida repetitiva y monótona, de la falta de con­
fort y del bajo nivel de vida, de las actividades rituales y de las
prohibiciones, de la sociedad y del aburrimiento. (Nosotros
encontramos estos temas aún muy vivos en 1 965 en la comunidad
de Plozévet.)
Sin duda, a mediados de siglo, en las grandes metrópolis, se ve
cómo esta imagen se convierte en claroscuro y las sombras se
mezclan íntimamente con las luces: las variedades y las diversi-

[ 338]
CIUDAD DE LUZ Y CIUDAD TENTACULAR 339

dades urbanas vienen acompañadas de repeticiones mecánicas; la


autonomía permitida viene acompañada del gregarismo impuesto;
el bienestar viene acompañado de la fatiga; los beneficios de la
individualización vienen acompañados de los perjuicios de la ato­
mización y de la soledad; las mejoras en la variedad del ocio vie­
nen acompañadas de empeoramiento en la variedad del trabajo.
Precisamente, en la misma época, se manifiestan las tenden­
cias correctoras; al nivel de los sistemas de control y de integra­
ción (el Estado y la comunidad), se constituyen aparatos y dispo­
sitivos de planificación, de ordenación y de urbanismo que apun­
tan a «esclavizar» el ecosistema con el fin de su desarrollo ópti­
mo. Al nivel de los individuos, tienen lugar, cada vez con mayor
amplitud, procesos de regulación por alternancia entre vida urba­
na y buceos en el medio natural (vacaciones, días festivos, fines
de semana), vemos también y paralelamente cómo la vida de
extrarradio sustituye a la vida de barrio; las ciudades-j ardín y los
chalets ofrecen alternancias de poca amplitud y, sobre todo,
vemos los compromisos entre los dos ecosistemas, aún descon­
gestionando los centros metropolitanos.
En 1 960, numerosos observadores podían llegar a pensar que
la ubris estaba a punto de ser dominada y que los cerrojos estaban
a punto de ser desbloqueados. El desarrollo parecía estar contro­
lado y encauzado; las soluciones técnicas parecían instaurar una
nueva racionalidad; por lo que respecta a los equilibrios y al bien­
estar de los individuos, una cierta complementariedad parecía
deber y poder realizarse a un nivel superior, en la alternancia
vacaciones-ocio/trabaj o-necesidades.
Pero el decenio 1 960- 1 970 iba a revelar que estas soluciones
eran insuficientes, que el desarrollo no estaba dominado, que la
racionalidad técnica había olvidado la complejidad biológica y la
hipercomplejidad psicoafectiva, que los barrios nuevos generaban
nuevas bolsas de anomalías, que las alternancias de los domin­
gueros o vacacioneros no esponjaban los males urbanos.
Al nivel de la aglomeración, el control se encontraba más
esclavizado por la desigualdad del desarrollo que lo contrario; las
soluciones programadas no reducían ni las ubris, ni los dislates,
ni los extravíos; las ubris provocaban nuevos bloques y los blo­
ques nuevas ubris.
En estas condiciones, la ciudad tiende cada vez más a ser aglo­
meración; el barrio, cada vez más un hábitat. Las correcciones
tienden siempre a hacerse estocásticamente, por prueba y error.
Los individuos tratan de «arreglárselas»; los grupos sociales se
340 SOCIOLOGÍA

convierten en grupos de presión para o contra las implantaciones,


los trasplantes, las ordenaciones y las mudanzas; la subida de las
capas j uveniles y femeninas no llega a nacer de la nueva comple­
j idad de la que es portadora y, en las condiciones mutuamente
mantenidas del bloqueo y de la ubris, la socialización de sus aspi­
raciones crea nuevas bolsas de anomalía; la politización de sus
reivindicaciones amplía las bolsas de subcivilización. El urbanis­
mo está dividido entre la especulación intelectual y la especula­
ción inmobiliaria. La planificación sigue al movimiento tanto
como le precede.
Al nivel de los individuos, el alivio de las antiguas coerciones
viene acompañado del mayor peso de las nuevas (burocráticas,
tecnológicas, de comunicación); el ascenso a ciertos estándares
de individualización comporta una nueva problemática; la atomi­
zación y la soledad frecuentan de forma diversa, pero cada vez
con mayor insistencia, los HLM y los barrios luj osos. Una vasta
depresión se establece lentamente, malestar incierto con formas
múltiples que, sin duda, supera en mucho a la ecología sociourba­
na, pero que la sigue afectando.

EL NEOARCA Í S M O URB ANO

Es entonces cuando las vacaciones, los fines de semana, la


necesidad de espacios verdes, la necesidad de objetos, de sustan­
cias y de símbolos «naturales» rústicos y arcaicos aparecen, no
solamente como tentativas o manifestaciones de reequilibrio,
feed-back negativa, sino también corno síntomas de la formación
de una nueva (creciente) y multiforme contratendencia: la tenden­
cia al recurso neonaturista y neoarcaico.

INVERSI Ó N DE VALORES

En la punta del modernismo, en la vanguardia de la psicología


urbana, en efecto, nace y se desarrolla un llamamiento neorous­
seauniano en el que se exalta la Naturaleza (Phisis) por oposición
al mundo artificial de las ciudades y donde el Arjé, rechazado en
la modernidad precedente corno rutina y atraso, se convierte en
principio, arraigo, fundamento y comunicación con las fuentes
auténticas de la existencia. Esta necesidad sincrética de Phisis y
de Arjé se va a proyectar especialmente y se va a encarnar en una
CIUDAD DE LUZ Y CIUDAD TENTACULAR 341

necesidad de rusticidad. Es ese complejo (naturaleza-rusticidad­


arcaísmo) al que llamamos neoarcaísmo.
El neoarcaísmo se desarrolló primero en las esferas de la inte­
lligentsia, de la alta sociedad (primera consumidora de las primi­
cias culturales de la intelligentsia y primera capa social hastiada
de los placeres y de las ventaj as urbanas) pero se difunde rápida­
mente por amplias capas burguesas y, después, populares urbanas
(en las que la necesidad de Phisis-Arjé se suscita masiva y retro­
activamente mediante los ritmos de vida, las obligaciones y las
fatigas nerviosas de las grandes ciudades) .
El neoarcaísrno urbano s e desarrolla en numerosas direcciones
entre las cuales:
a) El culto a los elementos naturales : el aire, el sol, las
aguas, el verde (vegetal clorofílico), la vida (animal), la piedra
(salvaje) atracándose de valores regeneradores y redentores y car­
gándose de virtudes fisio-psico-rnitológicas.
b) El culto al cuerpo físico, que primero se inscribe en el
deporte y se desarrolla en la dietética, la estética y lo lúdico.
e) La inversión parcial de las jerarquías gastronómicas en
favor de los platos rústicos y «naturales». Así, las menestras, los
panes de hogaza, la pella de mantequilla que aparece en las mesas
burguesas; la patata asada, las diversas parrilladas al fuego de
leña, las legumbres «naturales», la búsqueda glotona de vinos,
aceites y embutidos hechos en granja, por oposición a los produc­
tos tratados industrialmente, todo esto traduce la nueva valora­
ción de la simplicidad rústica y de la calidad natural que dejan de
estar despreciadas respecto a la quintaesencia y al arte complej o
de l a alta gastronomía. La antigua oposición: alta gastronomía/
comidas rústicas se sustituye por una nueva oposición: alta gas­
tronomía y gastronomía rústica/comida industrializada.
d) La inversión parcial de los valores decorativos y mobilia­
rios del hábitat en favor de los valores de rusticidad. Así, incluso
en los hábitats urbanos, hay una corriente de rehabilitación de la
chimenea y del fuego de leña, de las vigas vistas en el techo, de
los muebles de origen auténticamente (al menos así lo creernos)
rústico (armarios, mesas, cómodas, sillas, etc.), de utensilios de
cocina rústicos o con connotaciones rústicas, etc.
e) La rehabilitación estética generalizada de los signos de
unicidad y de autenticidad de la obra artesanal, por oposición a la
obra industrial en serie; de una forma más restringida, se desarro­
lla un arte neopaleolítico, neopolinesio, neoarcaico (arte de Saint­
Gerrnain-des-Prés, arte de Greenwich Village).
342 SOCIOLOGÍA

Así, la conservación y la rehabilitación de monumentos, usos


y tradiciones del pasado se convierten, mediante una singular
inversión, en una manifestación de modernismo, que no de tradi­
cionalismo, de vanguardia, que no de atraso.
El neoarcaísmo no exige necesariamente el rechazo de la téc­
nica y de sus productos (bienestar y confort), sino más bien su
integración (así, el caravaning y el camping se practican con y en
las comodidades modernas, los muebles y los utensilios rústicos
se introducen en los apartamentos confortables y equipados, o
bien se introduce el equipamiento electrodoméstico y el confort
en las residencias arcaicas y rústicas).

LA INTEGRACI Ó N RELATIVA DEL NEOARCA Í S M O

L a integración de l a naturaleza y del A rjé e n e l hábitat urbano


(parques, j ardines, rearcaización de las ciudades residenciales,
colonización de los viejos barrios por la intelligentsia urbana y
las clases acomodadas), en el consumo (gastronomía rústica, pro­
ductos dietéticos-naturales), en la disposición de los interiores
(muebles y decoración) no puede ser más que parcial y, más bien,
simbólica.
Es sobre todo fuera de la ciudad donde el neoarcaísmo busca
su satisfacción mediante soluciones que combinan el ecosistema
natural con el ecosistema urbano. Una solución es el compromiso
de extrarradio y la otra es la alternativa vacacional.

l. EL C O M P R O M I S O DE EXTRARRADIO

En el compromiso de extrarradio, se está próximo a los centros


de trabajo, de consumo, de los placeres de la vida urbana, pero se
disfruta de los ingredientes naturales (aire, cielo, plantas, anima­
les domésticos o incluso de corral). En todo caso, no estamos en
plena Naturaleza; la vuelta al Arjé se encuentra reducida a activi­
dades perirrústicas (jardinería, pesca con caña).

2. ALTERNANCIA DE VIDA

En competencia con el compromiso de extrarradio, se ha desa­


rrollado, cada vez con mayor amplitud, un sistema de vida alter-
CIUDAD DE LUZ Y CIUDAD TENTACULAR 343

nativo, según una periodicidad que puede ser cotidiana y/o sema­
nal (fines de semana) y/o estacional (vacaciones) .
L a periodicidad cotidiana, en l a que s e vuelve por l a tarde a
una residencia rústica (meta-extrarradio, en el campo, o sea, en
un «verdadero» 1 pueblo), es un privilegio de las categorías alta­
mente acomodadas o de profesiones artísticas que no están condi­
cionadas por un uso del tiempo urbano demasiado apretado.
La periodicidad semanal (fines de semana) se extiende a las
capas burguesas o pequeño-burguesas de la población urbana.
La periodicidad estacional (vacaciones y, especialmente, las
grandes vacaciones) se extiende a amplias capas populares y
urbanas.
La doble vida urbanalneoarcaica va a plantear, no como alter­
nativa sino como alternancia, no como compromiso sino como
complementariedad, la integración de los dos ecosistemas. Esta
doble vida encuentra la «relajación» fuera del ecosistema urbano
y el medio de subsistencia en este ecosistema. A su vez, encuen­
tra, al máximo, una satisfacción en la alternancia de las dos «cul­
turas», o sea, de los dos cultos: el culto a la vida urbana moderna,
a su intensidad y a sus libertades, y el culto a la vida rústica, con
la presencia tranquilizadora de la Phisis y de la A 1jé.
Por otro lado, tal como hemos visto, este dualismo se mantie­
ne, en tono menor, en el corazón mismo de la vida urbana (con un
poco de naturaleza, un poco de A rjé,- en el hábitat, en la alimenta­
ción, en la decoración, en los muebles), y también, en el corazón
de la vida rústica, un mínimo de modernización urbana e s tará
garantizado (agua, gas, electricidad, radio, televisión, nevera,
coche, etc.).
Es, evidentemente, durante y en el centro del período rural­
natural de los fines de semana y, sobre todo, de las vacaciones
cuando se va a desplegar y a profundizar la tendencia neoarcaica.
El neoarcaísmo ha desarrollado, sobre todo, aspectos superfi­
ciales o artificiales, pero cuya función semiótica nutre a la psi­
que: así se montan los decorados agradables y placenteros para
veraneantes y turistas: seudomedievales, hostelerías en las que la
«S» gótica anuncia un disparo de arcabuz, el folclore a la carta,
cangrejos de río que llegan nadando desde Polonia o desde

1 Se trata de esos <<verdaderos» pueblos, a 40-60 km de París, alucinantes por

su autenticidad medieval-arcaica, en el exterior, cuya población está formada casi


exclusivamente por artistas, intelectuales, directores de empresas, etc.
344 SOCIOLOGÍA

Australia representan la comedia bufa del neoarcaísmo para un


turista feliz de paleolitizarse.
En el nivel semiótico más concreto, los turistas-veraneantes
venidos de las ciudades provocan la resurrección de los antiguos
artesanos (madera, hierro, textiles, alimentación) y los neoartesa­
nos urbanos instalan sus talleres neomedievales en los grandes
lugares de turismo (Saint-Paul-de-Vanee, les Baux, S aint-Tropez).
A partir de los años sesenta, la aspiración neoarcaica se pro­
fundiza y une cada vez más estrechamente la necesidad de la
Naturaleza con la de la Cultura. La cultura debe entenderse aquí
en el sentido generativo de principios de organización de la vida
personal. La primera y más destacable unión aparece en los clu­
bes de vacaciones de los que el Club Mediterráneo proporciona el
prototipo avanzado : los clubes no se limitan a bucear en los ele­
mentos naturales -sol, cielo y mar-, sino que organizan socie­
dades comunitarias, y fraternidades en las que las j erarquías, los
detritus y las obligaciones de la vida social, incluido el dinero (a
condición de pagar), quedan excluidos: en ellos reina una nueva
ley rousseauniana de la naturaleza, un neotribalismo. Así, vemos
emerger, en una primera fase no contestataria, utopías concretas
que son verdaderos ecosistemas socionaturales cerrados y (tem­
poralmente) totales y que presentan la imagen ideal de una vida
metaurbana, o sea, una metasociedad a la vez libre y comunitaria.
Existe ya el inicio de una nueva ecología y de una nueva cultura,
pero integrada en la alternancia, como recompensa y prima a la
vida cotidiana «alienada».
Es al final del decenio de los sesenta cuando aparecerán el ele­
mento ecológico y el elemento cultural, no ya en la periferia vaca­
cional y en el microuniverso cerrado, sino en el corazón del eco­
sistema sociourbano y como problema global y radical. Estos ele­
mentos aparecen, primero, como sucesos, uno como brusca llama­
da de atención a la destrucción de la Naturaleza (alerta ecológica)
y el otro como brusca sacudida que pone en cuestión las normas y
los principios de la vida social: la sacudida contracultural. A tra­
vés de estos sucesos-brechas emergen dos nuevas contratenden­
cias que no solamente están ligadas al neoarcaísmo, sino que van a
reforzarlo y a ampliarlo: la tendencia ecológica que pone en entre­
dicho al ecosistema urbano-social; y la tendencia contracultural
que pone en entredicho la organización misma de la vida indivi­
dual y colectiva y que, aunque afecta primero al dispositivo gene­
rativo de la sociedad, afecta, sin embargo, a la relación ecológica
en tanto que concierne a la vida fenoménica cotidiana.
CIUDAD DE LUZ Y CIUDAD TENTACULAR 345

LAS REIVINDICACIONES ECOL Ó GICAS


Y CULTURALES

Mientras que, hasta mediados de siglo, los daños ecológicos


en el medio urbano se formulaban en términos de insalubridad y
se veían circunscritas a islotes a reducir, ha ido quedando cada
vez más patente, a lo largo del gran desarrollo técnico-económico
de los años cincuenta-sesenta, que éste incrementaba y multipli­
caba las toxicidades urbanas. Pero también parecía que una políti­
ca de higiene general y de profilaxis social podría aportar solu­
ciones técnicas que redujeran las toxicidades por debaj o del nivel
patológico. La alerta ecológica testimonia un verdadero salto cua­
litativo, al menos en un nivel de la toma de conciencia, y no se
limita a traducir los mismos problemas en términos de contami­
nación y de polución, sino que ve amenazas letales allá donde
antes no veía más que amenazas puntuales; ahora considera la
polución y los contaminantes, no como sub-productos del desa­
rrollo, sino como sus consecuéncias fatales; ve, hasta el límite, no
un desarrollo técnico-económico hacia la prosperidad y el bienes­
tar, sino una ubris que tiende a contaminar las fuentes primeras
de la vida y a degradar a la vida misma. Las soluciones, en estas
condiciones, no pueden ser tecnológicas, sino que implican una
reestructuración general del sistema no solamente urbano, sino
también de la civilización.
No es solamente el medio urbano, es el conjunto del medio
natural, es el ecosistema terrestre global el que se encuentra ame­
nazado por los desechos y vertidos industriales, los escapes de los
motores o la agricultura química. No es solamente la hecatombe
la que corre el riesgo de despoblar la tierra, es la masacre del
plancton y de la clorofila; el problema ecológico desborda, por
tanto, en mucho al problema del ecosistema sociourbano y se
convierte en el del sistema ;;'a cial en su organización funda­
mental.
Al igual que la alerta ecológica, la sacudida contracultural no
puede reducirse a lo urbano, pero no puede separarse de ello. Sin
entrar aquí en descripciones o en definiciones, indiquemos sola­
mente que el movimiento contracultural se define, no solamente
por oposición con las obligaciones-servidumbres del medio urba­
no («trabaj o-casa, casa-trabaj o»), sino por oposición con las obli­
gaciones organizativas profundas (poco importa aquí que sean
bautizadas como capitalistas, burocráticas, tecnocrátícas o econo­
crátícas), de la complejidad de la sociedad (jerarquización, espe-
346 SOCIOLOGÍA

cialización, inhibición, represión). B aj o este punto de vista, el


movimiento es cultural, en tanto que afecta a los fundamentos
organizativos de la sociedad y de la vida humana, entendiendo la
cultura como dispositivo generativo del sistema social y de las
normas de vida individuales. También baj o este punto de vista, el
movimiento aparece en su destacable ambigüedad de contraten­
dencia: por una parte, puede haber en él un movimiento de regre­
sión hacia una indeterminación pre-organizativa que se expresa
mediante un neotribalismo comunitario o un anarquismo sin tra­
bas; pero, por otra parte, y al mismo tiempo, se puede ver en él
una aspiración a la hipercomplejidad, es decir, a una organización
en la que jerarquía, especialización y centralización se desvane­
cen en favor de las polivalencias y del policentrismo.

DEL NEOARCA Í SMO AL ECOLOGISMO

Si consideramos hoy la porción de evolución histórica que


empieza en los años cincuenta, podemos ver la emergencia y el
desarrollo, a través de saltos cualitativos, de las formas cada vez
más ricas de una tendencia (o contratendencia) primero neonatu­
rista, higiénica, vacacional y estética, después haciéndose más
radicalmente cultural y ecológica. Este desarrollo está ligado a
los desarrollos no solamente tecnológicos, económicos y sociales
sino también (por ello mismo) ecosistémicos.
Esta tendencia parte de la alternancia (vacacional) y ha acaba­
do en alternativa (de otra vida, en el caso contracultural, de otro
desarrollo, en el caso ecológico) . Partiendo de la periferia, le ha
arrebatado el centro al ecosistema sociourbano y se ha planteado,
incluso, aquí y allá, en términos radicales; partiendo de las esfe­
ras socialmente integradas, se ha convertido en fuerza de oposi­
ción o en forma de protesta.
La tendencia ecológica no tiene (¿todavía?) un rostro bien
definido. Se presenta baj o aspectos ambivalentes y sus seudópo­
dos obedecen a impulsos divergentes y diversificantes. Así, exis­
te una incertidumbre y vaivén entre neo-Naturismo y neo­
Ecologismo, entre neo-Arcaísmo y neo-Culturalismo. Esta con­
tratendencia es, al mismo tiempo, una corrección y una tendencia.
En efecto, tiene algo de feed-back negativa, que tiende a reequili­
brar el sistema impidiéndole abstraerse demasiado del ecosistema
(neonaturismo) y explotarlo demasiado (neoecologismo ); tiene
también algo de feed-back positiva, es decir, del desarrollo de una
CIUDAD DE LUZ Y CIUDAD TENTACULAR 347

tendencia nueva cuyo efecto tiende a desestructurar-reestructurar


el conjunto de la organización moderna industrial burguesa urba­
na. Vemos en efecto también, por una parte, la posibilidad de una
integración correctora (por «recuperación parcial») de la aspira­
ción ecológica y de la aspiración cultural en el seno de la tenden­
cia hegemónica, y por otra, la posibilidad de una inversión, revo­
lucionaria o reaccionaria, de esta tendencia hegemónica. Además,
y también efectivamente, puede verse perfectamente este movi­
miento, al igual que el rousseaunismo y el romanticismo, dudar, o
sea, dividirse, entre una nostalgia mítica del A rjé y la búsqueda
revolucionaria de una nueva vida y de una sociedad; entre estos
dos polos, existe una posibilidad evolucionista-reformadora.
AÑO I DE LA ERA ECOLÓGICA

L a palabra «ecología» nos remite a aquello que representaban


las palabras conocidas de medio, de entorno y de naturaleza:
pero añade la complejidad a la primera, la precisión a la segunda
y elimina la mística a la tercera, o sea, la euforia. El concepto de
medio, que es muy pobre, no nos remite más que a los caracteres
físicos y a fuerzas mecánicas; el concepto de entorno es mejor, en
tanto que implica un contenido planetario, pero es vago; el con­
cepto de naturaleza nos remite a un ser matricial , a una fuente de
vida, viva por sí; esta idea es poéticamente profunda, pero sigue
siendo científicamente débil; estos tres conceptos descuidan el
carácter más interesante del medio, del entorno y de la naturaleza:
su carácter autoorganizado y organizativo. Ésa es la razón por la
que hay que sustituirlos por un término más rico y más exacto,
por el de ecosistema.
Digamos esquemáticamente que el conjunto de los seres que
viven en un «nicho» constituyen un sistema que se organiza por sí
mismo. Existe una combinación de relaciones entre especies dife­
rentes: relaciones de asociación (simbiosis, parasitismo) y de
complementariedad (entre comedor y comido, depredador y pre­
sa), jerarquías que se establecen y regulaciones que se constitu­
yen. Se crea un conjunto combinatorio, con sus determinismos,
sus ciclos, sus probabilidades y sus azares. Es un ecosistema al
que consideramos a escala de un pequeño nicho o del planeta.
Dicho de otro modo, existe un fenómeno de integración natural
entre vegetales y animales, incluidos los humanos, del que resulta
una especie de ser vivo que es el ecosistema. Este «ser vivo» es a
la vez muy robusto y muy frágil. Muy robusto, puesto que se
reorganiza siempre que, por ejemplo, aparece una nueva especie o
desaparece una especie que tenía su lugar en la cadena de com­
plementariedades; así, los ecosistemas han evolucionado, sin
perecer, hasta este siglo, a pesar de las masacres que ha realizado
el hombre cazador, a pesar de las estructuraciones que ha aporta­
do el hombre agricultor y a pesar de las primeras poluciones que
ha aportado el hombre urbano. El carácter autorreorganizador

[348]
AÑO I DE LA ERA ECOLÓGICA 349

espontáneo es la fuerza del ecosistema. Pero, como todo ser vivo,


puede morir si se le inyecta veneno químico en dosis que impli­
quen la muerte en cadena de especies ligadas unas a otras y si se
alteran las condiciones elementales de la vida -como la repro­
ducción del plancton marino, por ejemplo-. Ya estamos viendo
lagos muertos y campos sin vida animal.
Aquí, hay que comprender una cosa: el problema más grave no
es tanto que el hombre utilice y dilapide la energía natural: ener­
gía la encontrará para dar y vender a partir de las radiaciones
solares y en el átomo. Tampoco se trata tanto del volcado de dese­
chos: todo ser vivo es excrementa! y «poluciona» su entorno.
Pero los excrementos entran en el ciclo natural: en tanto que bio­
degradables son también bionutritivos. El peligro está en el vene­
no que degrada sin poder degradarse él mismo, vertido en canti­
dades tales que degrada la organización complej a de los ecosiste­
mas. Ahora bien, degradar el ecosistema es degradar al hombre,
puesto que el hombre, como todo animal, se nutre no solamente
de energía, sino también, como dice Schrüdinger, de negoentro­
pía, es decir de orden y de complejidad.
Aquí interviene un dato fundamental que ha sido ignorado por
el pensamiento occidental. Y es que el ser vivo, y a fortiori, el
hombre, es un sistema abierto. Un sistema cerrado, un mineral,
por ejemplo, no realiza ningún intercambio con el entorno exte­
rior; un sistema abierto no vive más que gracias a ser alimentado
por el exterior, es decir, en el caso del ser vivo, por el ecosistema.
Todo sistema abierto vivo (autoorganizador) es, evidentemente,
independiente en el ecosistema; produce su propio determinismo
para responder a los riesgos exteriores, y sus «libertades» o ries­
gos propios para responder al determinismo exterior. Tiene su
originalidad. Pero esta independencia es dependiente del ecosis­
tema, es decir, que se construye multiplicando sus nexos con el
ecosistema. Así, por ejemplo, un individuo autónomo del siglo xx
construye su autonomía a partir del consumo de una gran varie­
dad de productos, de una gran cantidad de energía (extraída del
ecosistema) y de un muy largo aprendizaje escolar (que no es otra
cosa que el aprendizaj e del mundo exterior). Así, cuanto más
independientes nos hacemos, más nos convertimos en dependien­
tes del mundo exterior: es el problema mismo de la sociedad
moderna que cree, por el contrario, emanciparse del mundo exte­
rior al dominarlo.
Añadamos lo siguiente: cuanto más evolucionado es un siste­
ma, es decir, cuando más complejo y rico, más abierto es. El hom-
350 SOCIOLOGÍA

bre es el sistema más abierto de todos y el más dependiente den­


tro de su independencia. Nunca había dependido la civilización
de un número tan grande de factores ecosistémicos, y entiendo
aquí por ecosistema no solamente la naturaleza, sino el ecosiste­
ma tecnosocial, que se superpone al primero y lo hace más com­
plej o todavía. Yo podría demostrar que el ecosistema no es sola­
mente nutricio en materia y en energía: ofrece también organiza­
ción y orden, y nutre al hombre de negoentropía, es para todo ser
vivo, incluido el hombre, coautor, cooperador y coprogramador
de su propio desarrollo.
Por tanto, hay que dar un vuelco a toda la ideología occidental
que, desde Descartes, hacía al hombre sujeto en un mundo de
objetos. Es la ideología del hombre unidad insular, mónada en el
universo, contra lo que el romanticismo no ha sabido reaccionar
más que poéticamente, contra lo que el cientifismo no ha podido
reaccionar más que mecánicamente haciendo del hombre una
cosa, también. El capitalismo y el marxismo han continuado exal­
tando «la victoria del hombre sobre la naturaleza» como si la
hazaña más épica fuera la de aplastar la naturaleza. Esta ideología
de los Cortés y de los Pizarro sobre el ecosistema conduce, de
hecho, al suicidio; la naturaleza vencida es la autodestrucción del
hombre.
La conciencia ecológica es: 1 .0) la conciencia de que el entor­
no es un ecosistema, es decir, una totalidad viva autoorganizada
por sí misma (espontánea); 2.0) la conciencia de la dependencia
de nuestra independencia, es decir, de la relación fundamental
con el ecosistema que nos lleva a rechazar nuestra visión del
mundo-objeto y del hombre insular. Es, por otra parte, la única
manera de comprender las verdades de las filosofías no occiden­
tales -asiáticas y africanas-, de reconciliarnos con ellas y de
alcanzar una visión universal del mundo. El hombre debe consi­
derarse como el pastor de las nucleoproteínas -los seres vivos­
y no como el Gengis Kan del barrio solar. Por último, en un plano
práctico inmediato, el hombre debe reconsiderar todo el problema
del desarrollo industrial.
En nada de tiempo, ciertos espíritus han pasado de la ideología
del crecimiento, panacea y parámetro absoluto, a su rechazo total
como azote apocalíptico. A mi entender, la verdadera toma de
conciencia ecológica es que: el crecimiento industrial no es el
marco firme en el interior del cual deben situarse todos nuestros
debates y nuestros problemas políticos y sociales ; hay que consi­
derar este crecimiento como una feed-back positiva (es decir, el
AÑO I DE LA ERA ECOLÓGICA 35 1

incremento de una desviación respecto al ecosistema), como un


enorme incremento de entropía (es decir, de desorden en el entor­
no, de fuerzas de desintegración en el ecosistema) y como una
tendencia exponencial que tiende hacia infinito (es decir, hacia
cero, hacia la destrucción), del mismo modo que lo sería un
empuje demográfico sin control. De hecho, el crecimiento indus­
trial está todavía menos controlado que la expansión demográfi­
ca. Se trata, en este caso también, de invertir la visión. La res­
puesta no estaría, por tanto, en una nueva solución-milagro, la
zero growth, el estado estacionario, sino en el crecimiento contro­
lado. Ahora bien, esto plantea un problema enorme que es el de la
política a escala planetaria, puesto que es evidente que el control
del crecimiento debe venir de las necesidades planetarias y no
solamente de las de las naciones industrializadas. Entonces se
plantean ineluctablemente interrogantes como: qué control y
quién controla. Y, si planteamos la cuestión del desarrollo econó­
mico en estos términos, hay que plantear también la cuestión del
desarrollo del hombre, es decir, la de una mutación de la organi­
zación social entera.
¿Es el capitalismo incapaz de resolver el problema del control
del crecimiento y, más ampliamente, el problema ecológico? Esto
depende del nivel en el que se plantee el problema ecológico. Si
no se considera más que su aspecto tecnológico y económico,
entonces es posible -digo sola y llanamente posible- que el
capitalismo pueda, gracias a un esfuerzo tecnológico, resolver los
problemas de polución: construir motores de coche limpios, even­
tualmente sin gasolina, reducir la múltiple polución química en
este o aquel sector de la industria o de la agricultura, etc. Ello le
impondría restricciones, pero podría superarlas con un aumento
de la concentración y de la organización, dominado y estimulado,
a la vez, por los controles del Estado. En este sentido, la ecología
puede darle un nuevo impulso, tal como lo han hecho las crisis
económicas, mortales en sus inicios, pero, a veces, estimulantes
en sus efectos. Por otra parte, podría desarrollarse un capitalismo
ecológico que fabricara y vendiera lo no contaminante, lo sano y
lo regenerante. ¿Qué digo? Esto ya ha empezado y no solamente
de manera mitológica (como en la publicidad de dentífricos, bebi­
das gaseosas e incluso de venenos como el tabaco que nos facili­
tan un aliento fresco), hay ya un capitalismo alimentario, turísti­
co, vacacional e inmobiliario que vende naturaleza, sol, agua
pura, salud, etc.
En un nivel fundamental o radical, sin embargo, el problema
352 SOCIOLOGÍA

ecológico nos obliga a contemplar la reestructuración de la vida y


de la sociedad humana. En este sentido, al ecologismo de «dere­
chas», que es, ante todo, tecnológico, se opone un ecologismo de
«izquierdas». Las ideas de socialismo han sido los mitos anuncia­
dores de esta aspiración; la palabra «revolución» ha expresado la
profundidad de la reestructuración necesaria; pero las fórmulas
llamadas socialistas o revolucionarias actuales son, a mi entender,
las caricaturas, las desviaciones o los esquemas rudimentarios de
la extraordinaria mutación necesaria. Estoy convencido de que la
sociedad no existe todavía. Desde hace diez mil años, la sociedad
busca a tientas una fórmula sin encontrarla.
Para explicar mi modo de sentir, utilizaré la analogía prebióti­
ca. Antes y para que naciera la primera célula viva, esta maravilla
de organización que es la base de todos los organismos que se han
desarrollado a partir de ella, ha habido millones de millones de
años de reacciones químicas y ensamblajes de macromoléculas,
hasta que apareció, por azar o por necesidad, todavía objeto de
discusión, el primer sistema metabólico autorreproductor viable.
A mi entender, la historia humana, a través del ruido y del furor, a
través de pruebas y errores, es la historia de una presociedad.
Para llegar a otro tipo de historia hace falta tanto el desarrollo de
movimientos profundos, cuasi inconscientes, como de la toma de
conciencia elemental de las verdades primarias y de los peligros
mortales.
Existe una crítica de la economía política por el ecomovimien­
to. Ahora bien, no se trata de sustituir sino de integrar y de supe­
rar; incluido el ecologismo, que, aislado e hipostasiado, se con­
vertiría en una palabra fetiche y en un mito del mismo tipo que
los que le han precedido. Es necesario, al menos a mi entender,
construir una metateoría y una nueva práctica. Pero, para ello,
falta todavía lo esencial: una ciencia del hombre que sepa integrar
al hombre en la realidad biológica, determinado siempre sus
caracteres originales. Sin el desarrollo de esta ciencia, seremos
impotentes, igual que la burguesía hubiera resultado impotente
sin el desarrollo de las ciencias físicas que han permitido el desa­
rrollo de las tecnologías, y como el socialismo, en tanto que
movimiento ascendente, hubiera resultado impotente sin las teorí­
as sociológicas de Saint-Simon, Fourier, Proudhon, B akunin o
Marx . Necesitamos una teoría de los sistemas autoorganizadores
y de los ecosistemas, es decir, hay que desarrollar una bioantro­
pología, una sociología fundamental y una ecología generalizada.
Para ello, no hay que confiar en el desarrollo de las ciencias; éste
AÑO I DE LA ERA ECOLÓGICA 353

opera de forma cuantitativa con enormes medios, pero con un


enorme despilfarro, debido a la burocratización, a la tecnocratiza­
ción y a la hiperespecialización de la investigación científica; los
grandes descubrimientos y las teorías de vanguardia nacen en las
brechas del sistema, como el descubrimiento del código genético
por Watson y Crick, e incluso, para tomar un ejemplo dentro de
las disciplinas clásicas, el descifrado del «lineal B», del que tan
bien habla Vidal-Naquet en su prólogo al libro de John Chadwick 1 •
L a ciencia progresa hoy estadísticamente, por l a cantidad de
investigaciones, y no lógicamente. Jacob Bronowski ha dicho
acertadamente que el concepto de ciencia sobre el cual viv imos
actualmente no es ni absoluto ni eterno. Es el concepto de ciencia
el que tiene que pasar a un nivel más elevado de complejidad, de
riqueza y de lucidez. A mi entender, la nueva ecología generaliza­
da, ciencia de las interdependencias, de las interacciones y de las
interferencias entre sistemas heterogéneos, ciencia más allá de las
disciplinas aisladas, ciencia verdaderamente transdisciplinaria,
debe contribuir a esta superación.

1 Le déchiffrement du linéaire B, París, 1972.


C. A CONTECIMIENTOS-IMPA CTO

« S ALUT LES COPAINS » *

LA NUEVA CLASE ADOLESCENTE

La adolescencia surgió como clase de edad, durante la mitad


del siglo xx, incontestablemente, baj o el estímulo permanente del
capitalismo del espectáculo y de lo imaginario, pero se trata de un
estímulo más que de una creación. En los países del Este, igual
que en los países atrasados económicamente, vemos cristalizacio­
nes análogas, como si el fenómeno obedeciese más a un espíritu
del tiempo que a determinaciones nacionales o económicas con­
cretas. Sin embargo, vemos que es en el universo capitalista occi­
dental donde el fenómeno se difunde plenamente, teniendo a los
mass media como intermediario.
El adolescente, en tanto que tal, aparece y se cristaliza a la vez
que cesa o desaparece el rito de iniciación, o sea, cuando el acce­
so al estado de hombre se hace gradualmente. En lugar de una
ruptura, especie de muerte de la infancia y de renacimiento en
estado adulto, se constituye una edad de transición, complej a,
ambivalente, una suerte de espacio biológico-psicológico-social
que ofrece el terreno propicio para la eventual constitución de
una clase de edad adolescente.
Las clases de edad, cuya organización estructura a las socieda­
des arcaicas, desaparecen de las sociedades históricas occidenta­
les hasta el siglo xx. B astante curiosamente, nuevas clases de
edad tienden a volverse a formar en el vértice evolutivo de las
sociedades actuales. La edad adulta se ve flanqueada por una par­
te por la teen-age, y por otra, por una «tercera edad» en forma­
ción, donde se intenta encerrar para desguace a la cohorte de los
postquincuagenarios.

* Ver N. del T. de la página 361.

[355]
356 SOCIOLOGÍA

La constitución de una clase adolescente no es más que un


simple acceso a la ciudadanía económica. De todas formas, este
acceso significa promoción de lo juvenil. Esta promoción consti­
tuye un fenómeno complejo que implica especialmente una pre­
cocidad cada vez mayor (sin duda, aquí, la cultura de masas
desempeña un gran papel, introduciendo masiva y rápidamente al
niño en el universo ya bastante infantilizado del adulto moderno).
A la precocidad sociológica y psicológica se asocia una precoci­
dad amorosa y sexual (acentuada por la intensificación de los
estímulos eróticos aportados por la cultura de masas y la continua
atenuación de las prohibiciones). Así, el teen-age, no es infancia
constituida en clase de edad, es la infancia que se transmuta en
adolescencia precoz. Y esta adolescencia será capaz de consumir
no solamente el ritmo puro, sino el amor, valor mercantil número
y valor supremo del individualismo moderno, del mismo modo
que estará en disposición de consumir el acto amoroso.
La formación de la nueva clase se realiza en un clima de pro­
moción de los valores j uveniles en el conjunto de la sociedad
(último homenaje: Maurice Chevalier lanzando el «ye-yé» al mis­
mo tiempo que su A soixante-quince berges, canto de esperanza
de los septuagenarios) ; mantenerse j oven se ha convertido en la
ambición del «carroza». Efectivamente, en espíritu y en cuerpo,
uno puede ahora mantenerse j oven. Se trata, más que de una pro­
moción de los valores juveniles, de una acentuación prodigiosa
del proceso de rejuvenecimiento del adulto en un mundo en el
que la «adolescencia permanente» 1 , si no está a la orden del día,
al menos es ya el deseo secreto que recorre, en forma de escalo­
frío, el cuerpo del adulto y del viejo.
La nueva clase de edad engloba a los decagenarios de diferen­
tes clases sociales: ello va en el sentido de la constitución de la
gigantesca capa salarial de las sociedades modernas donde las
múltiples jerarquías y diferenciaciones de autoridad, de riqueza,
de prestigio y de salud no impiden, en modo alguno, la homoge­
neización de los gustos y de los valores de consumo, empezando
por la cultura de masas. Es ésta la que hace de piloto de esta
homogeneización y, en este sentido, se puede decir que la cons­
titución de la nueva clase de edad es un aspecto del desarrollo de
la cultura de masas.

1 Ver Georges Lapassade. L 'Entrée dans la vie, París, 1 963.


<< S ALUT LES C OPAIN S >> 357

Pero la nueva clase de edad no es totalmente homogénea.


Presenta, incluso en su héroes, un rostro complejo, o más bien
múltiples rostros, desde la camisa negra con la cadena de moto
(imagen predelincuente en la percepción de padres y adultos),
hasta el beatnik, el intelectual barbudo y rebelde, heredero de
aquello que los periódicos llamaban hasta hace poco existencia­
lismo; desde el escolar de catorce años que lanza sus imprecacio­
nes infantiles contra el «profe» de matemáticas hasta el muy viril
Johnny*. En cualquier caso, se pueden destacar trazos comunes.
La clase de edad se ha cristalizado sobre:
- Una panoplia común, que, por lo demás, evoluciona a medi­
da que los «carrozas» ávidos de juventud se la apropian: así, se han
extendido los blue-jeans, los polos, las camisas y chaquetas de cue­
ro, las tee-shirts estampadas, las camisas bordadas. Los cánones de
elegancia decagenarios no están por tanto establecidos y se renue­
van rápidamente según las normas de la democratización/aristocra­
tización propias de la moda adulta (sobre las cuales se injerta una
dialéctica suplementaria provocada por el saqueo adulto y por la
voluntad permanente de diferenciarse de la clase saqueadora).
- Un cierto tipo de maquillaje femenino (ojos pintados, pas­
tas en la cara, no pintarse los labios), ciertos tipos de peinado,
desde la ofélica cascada pilosa hasta las pícaras trenzas; en una
palabra, cánones de belleza y de seducción autónomos.
- Acceso a los bienes de propiedades decagenarias: guitarra
preferentemente eléctrica, radio de transistor, colecciones de dis­
cos, fotos, etc.
- Un lenguaje común lleno de epítetos superlativos como
«fenomenal» o «Sensacional», un lenguaje de «colegas»
[ «copains»] con algunas palabras clave (¿se trata de la forma
«twist» de aquella aspiración que nos impulsaba a llamarnos «com­
pañero» o «hermano»?).
- Sus ceremonias de comunión, desde el surprise-partie has­
ta el espectáculo de music-hall y reuniones gigantes.
- Sus héroes. Ha nacido un culto familiar de ídolos-compañe­
ros. No se ha llevado hasta el extremo del «voyerismo», por tanto,
la naturaleza exacta de las relaciones entre Sylvie** y Johnny no

* Al referirse a <dohnny>> el autor se refiere al cantante francés Johnny


Halliday, muy de moda en los años sesenta. (N. del T.)
** Sylvie es el nombre de Sylvie Vartan, que, además de cantante de moda
en los sesenta, estaba casada con Johnny Halliday. (N. del T. ).
358 SOCIOLOGÍA

constituye una cuestión obsesiva para los decagenarios.


Ciertamente, no existe el deseo de que el ídolo-compañero del otro
sexo sea permanente o se case, pero no se tiene la obsesión por su
vida privada. Este culto es, por tanto, mucho más razonable,
menos mitologizante que el del star-system. Pero es mucho más
ardiente en el acto de la comunión, la gira, en el que la relación se
hace frenética y extasiada.

EL «YE-Y É »

En la película A Lonely Boy, dedicada a Paul Anka, ídolo


canadiense-americano del teen-age, se ve, durante la gira del
j oven artista, a las admiradoras poseídas, vociferantes, desmaya­
das y desfallecidas. Este entusiasmo, que es un renuevo de las
ceremonias arcaicas y que alcanza un estado extático, espanta al
adulto, que recela de este frenesí desencadenado por un ritmo de
twist, olvidando que un redoble de tambor o un grito de «a muer­
te» desencadenaba en él su propio frenesí. En efecto, existe un
frenesí libre que viene desencadenado por el canto ritmado, el
«ye-yé» del twist. Pero mirémoslo más de cerca.
De hecho, a través del ritmo, esta música acompasada, sincopa­
da, de gritos de ye-yé, participa de alguna cosa de tipo elemental,
biológico. ¿No será la expresión, sólo un poco más fuerte entre los
adolescentes, de la vuelta de toda la civilización hacia una relación
más primitiva, más esencial, con la vida, con el fin de compensar el
incremento continuo del sector de lo abstracto y lo artificial?
Por otra parte, las sesiones y las concentraciones de twist son
ceremonias de comunión en las que el twist aparece como el
médium de la intercomunicación, el rito que permite a los jóvenes
exaltar y adorar a su propia juventud. Uno de los significados del
ye-yé es: «somos jóvenes».
Además, si miramos los textos de las canciones, encontrare­
mos los temas esenciales de la cultura de masas. Así, el «ye-yé»
se empareja con el amor:

que te quiero de verdad,


ye-yé, ye-yé

A lo cual se añaden temas propiamente decagenarios, como


los comentarios maliciosos de los chicos sobre las chicas, o de las
chicas sobre los chicos, y también, las evocaciones escolares.
<<S ALUT LES COPAINS» 359

El ye-yé se sumerge en los contenidos de la cultura de masas


para adultos, ciertamente, pero no debemos descuidar su carácter
propio, que nos introduce en un juego puro, en una estructura de
vida que se justifica esencialmente en el sentimiento del juego y
en el placer del espectáculo. Esta estructura puede calificarse de
nihilista en tanto que el valor supremo está en el propio juego.
Este juego es, por lo demás, ambivalente. Por una parte, se abre a
esta forma apacible y consumidora del nihilismo que constituye
el individualismo del goce personal, debido a lo cual, por tanto,
nos remite una vez más a la cultura de masas de los adultos y, más
ampliamente, a la civilización burguesa actual. Por otra parte,
puede haber en el ye-yé los fermentos de una no-adhesión a ese
mundo adulto del que rezuma el aburrimiento burocrático, la
repetición, la mentira y la muerte; mundo profundamente desmo­
ralizador baj o el punto de vista de todas las aspiraciones profun­
das de un ser j oven; mundo en el que la joven lucidez (no com­
partida por todos los j óvenes) no ve en la vida de los adultos más
que el fracaso.
La exaltación del ye-yé puede llevar en germen el furor de la
camisa negra y del rechazo solitario del beatnik, pero puede ser
también la preparación purificadora para el estado de asalariado
casado, encaj ado, integrado y gozoso. Lo que ocurre es que en
ese ye-yé conviven todavía indistintos el nihilismo de consuma­
ción y el nihilismo de consumo. En el ye-yé hay superstición, o
sea, mezcla de contenidos de la cultura de masas y de una ausen­
cia de contenidos. Ye-yé es algo que suena como el dadá de Tzara
y algo que suena ya a gagá. Esta contradicción, o si se prefiere,
esta heterogeneidad, corresponde perfectamente a la adolescen­
cia, edad de preparación para el estado adulto y de rechazo del
estado adulto, edad ambivalente por excelencia que lleva siempre
en su seno la posible revuelta de la juventud y su probable con­
formismo.
Por tanto, hay que saber leer los múltiples sentidos del ye-yé
pensando siempre que el sentido finalmente dominante no reduci­
rá la ambivalencia. En efecto, yo creo que el sentido finalmente
dominante del éxtasis deseado, al que aspiran los ye-yé, es el
goce; este gozar baj o todas las formas engloba (y se vuelca en) el
goce individualista burgués: gozar de un lugar en el sol, gozar de
los bienes y de las propiedades; el goce consumidor, en una pala­
bra. Pero la profundización y la intensificación del consumo es la
consumación.
360 SOCIOLOGÍA

LA C OPINIZACIÓN *

La nueva clase adolescente aparece como un microcosmos de


la sociedad entera y es portadora de los valores de la civilización
en desarrollo: el consumo y el goce, y aporta a esta civiliza­
ción su valor propio: la juventud.
De todos modos, aunque a imagen de la sociedad, la nueva
clase tiende a encerrarse en una pequeña sociedad estanca. No de
forma agresiva (y esta ausencia de agresividad ¿no traduce la
huella ya profunda de la cultura de masas?). Con una voluntad de
indiferencia, que es, quizá, su gran ilusión, el mundo «copain» se
encierra en un «nosotros los jóvenes no somos unos carrozas»,
como si hubiese en la juventud una cualidad inalterable e inalie­
nable, como si su problema no fuera, precisamente, el envejeci­
miento.
Pero huyamos de la percepción superficial. El eufórico
«somos jóvenes» esconde un rechazo más que una inocencia
boba. Incluso, quizá, indica un rechazo particularmente intenso
de una angustia particularmente intensificada: la del envejeci­
miento, puesto que los progresos de la juvenilización son también
los de la angustia de envejecer.
Además, la «copinización» general, quiero decir la elimina­
ción de los aspectos desagradables de la existencia, ¿reflej a una
boba frivolidad o bien el deseo de ganarle tiempo a la seriedad
inexorable, a los conflictos y tragedias reales del hombre y de la
sociedad?
¿Se nota que el juicio de conjunto es difícil? ¿Difícil porque el
problema, que parece superficial, de una gran reunión de twist
nos remite a la formación de una clase de edad que ramifica sus
raíces en el interior de todo el cuerpo social? Para captarlo es
necesaria una comprensión sistemática de toda la civilización en
desarrollo, lo cual requiere un gran esfuerzo de revisión de los
lugares comunes.
Difícil también porque la percepción de los adultos, padres y
educadores, está falseada de principio, desviada y coloreada. El
adulto se sorprende siempre al ver surgir una fuerza primitiva,
fulgurante, o simplemente extraña a lo que él querría seguir con­
cibiendo como inofensiva inocencia.

* Licencia lingüística que deriva de <<copain». (N. del T.)


« S ALUT LES COPAINS>> 361

E l adulto tiene que hacer autocrítica, y o diría incluso hipercrí­


tica de su actitud que, de todos modos, estará intensamente carga­
da de autojustificación. Tendrá también que desconfiar de su
amargura peyorativa, de su tristeza piadosa y, eventualmente, de
una contratendencia a la complacencia que le hará maravillarse
ante «esta espléndida juventud».
Existe, por último, una dificultad que se debe a la naturaleza
del fenómeno juvenil actual y del fenómeno global de la civili­
zación.
Igual que la edad adolescente, la clase de edad adolescente es
compleja y ambivalente. En ella se enfrentan y se combinan ele­
mentos contradictorios y vectores múltiples. De ahí la incerti­
dumbre del propio fenómeno.

COPA IN-CLOPA N T *

¿Podemos, por ejemplo, decir si la j uventud está satisfecha o


descontenta? ¿El esquematismo de la pregunta no la falsea?
¿Podemos decir que está satisfecha en algunos aspectos y descon­
tenta en otros? O bien ¿ quizá sea incapaz de saber si está satisfe­
cha o descontenta? Vayamos más lejos: ¿Esta incertidumbre no
estará basada en la realidad? ¿No traduce el sentimiento profundo
de la fracción de la humanidad que penetra en la civilización del
bienestar, del confort, del consumo y de la racionalización, que se
regocija y se maravilla, pero que, al mismo tiempo, presiente un
malestar en el bienestar, una sensación incorfortable del alma en
el confort, una pobreza afectiva en la abundancia, una irracionali­
dad fundamental baj o la racionalización? ¿Sabemos si hay que
estar satisfecho o insatisfecho en esta sociedad?, o, más bien, ¿no
estamos a la vez muy satisfechos y muy insatisfechos?
En este mundo que nos remite a lo juvenil y en el que lo j uve­
nil nos remite al mundo, hay que guardarse bien del pensamiento
simplificador y del juicio de bajo nivel. Tomemos, por ejemplo,
esos delirios frenéticos que generan las giras de los cantantes y
que, a la mayoría de los adultos les parece del todo lamentable.

* Se trata de un juego de palabras intraducible. En francés, «clopin-clopant»


es una expresión que significa <<renqueando» o <<cojeando». El autor sustituye la
primera parte, <<clopim>, por la palabra <<copaim>, cuya fonética es semejante, de
forma que une los sentidos de <<colega» y de <<renqueante». (N. del T.)
362 SOCIOLOGÍA

Por mi parte, hasta A Lonely Boy, yo había observado siempre estos


trances con uno ojo clínico y divertido, divirtiéndome en diagnosti­
car, en nuestra sociedad orgullosa, estas formas salvajes de la mís­
tica y estas formas elementales de la posesión. Ante A Lonely Boy,
como si se rasgara una membrana, creí percibir algo más: una ver­
dad. Encontré emocionante el éxtasis por una canción, el tránsito
provocado por una voz musical, esa relación tan violentamente
emocional con el ritmo y con la música, incluso acompañada de
fútil adoración, cuando esta adoración no es otra cosa que agrade­
cimiento por el éxtasis experimentado. Existe un mensaje de éxta­
sis sin religión, sin ideología, que nos ha llegado mediante una pro­
digiosa inyección de savia negra, de negritud desarraigada, en la
civilización americana, y que se incorpora en la humanidad del
siglo xx. El ye-yé lo testimonia de forma virulenta.
Ciertamente, yo soy de aquellos que querrían que los éxtasis
tuvieran un sentido, que se inscribieran en un movimiento de rea­
lización de la fraternidad humana, del progreso de la especie.
Pero también soy de los que prefieren, ante los fervores engaño­
sos y corrompidos de los decenios treinta a cincuenta, un fervor,
por así decirlo, vacío e inofensivo.
Así, desde entonces, me parece bien aquello que atormenta o
deja desolados a muchos adultos. Inversamente, muchos adultos
se tranquilizarán con lo que a algunos les parecerán signos de
adaptación no a la vida, sino a la mediocridad de vivir, en una
sociedad mediocre y en un tiempo mediocre.
En este caso, también, feliz quien pueda cortar de forma defi­
nitiva. La clase de edad adolescente tiene, ciertamente, la función
de conservar la adolescencia. Pero también tiene la función de
prepararse para la edad adulta. Se trata de un canal lleno de
diques y que lleva a los jóvenes, a través de los bullicios necesa­
rios, hacia la adaptación a la vida social. Finalmente, estos jóve­
nes, objeto de tantas angustias e inquietudes -aunque ellos mis­
mos rechacen sus angustias e inquietudes, como, sin duda, recha­
zan sus necesidades de inútil fervor- se encaminan hacia la edad
adulta, renqueando (copain-clopant) 2•

2 El acontecimiento-impacto que ha inspirado este texto es la «noche de la


Nación>> ( <<nuit de la Nation» ) , un encuentro pacífico de adolescentes convocado
por la emisión Salut les copains, de la emisora Europe n.0 1, en el que la fiesta se
transformó en explosión violenta, con barricadas de· árboles arrancados, cristales
rotos, etc.
UNA TELETRAGEDIA PLANETARIA

El mundo occidental y una parte de los otros mundos pudo ver


y vivir la tragedia del presidente Kennedy en directo. La televi­
sión presentó el acontecimiento con apenas una hora de retraso
respecto al asesinato. Después retomó el tema de la tragedia para
no abandonarlo, siendo baj o los flases de la prensa, ante los ojos
de los periodistas y antes las cámaras de televisión como Ruby
mató a Oswald.
Vivimos, por tanto, la tragedia del presidente Kennedy en el pre­
sente y la vivimos también en la omnipresencia. Presentes mediante
la radio y televisión no solamente en Dallas y en Washington, sino
en las capitales del mundo en las que se avivaba la emoción.
Pudimos captar las primeras reacciones de Fidel Castro y los sollo­
zos de los estudiantes americanos. Pudimos también hacer prodigio­
sos saltos hacia atrás en el tiempo, escuchar la voz de Lee Oswald
registrada en una emisión de radio en Nueva Orleans respondiendo
a una pregunta acerca de la persona de Kennedy.
Estuvimos presentes, a pesar de quedarnos en casa, ante la
televisión, junto al transistor, con los periódicos. Estuvimos te le­
presentes. Teleasistimos a la tragedia Kennedy. Teleparticipamos.

UN DISPARO AL C ORAZ Ó N

Este espectáculo no fue solamente espectáculo. Esta participa­


ción no fue solamente participación estética. Todo el mundo polí­
tico, o simplemente todo el mundo, estaba implicado y, al mismo
tiempo, perturbado por el asesinato. Pero había algo más, y ese
«algo más» fue, cronológicamente, el primer elemento; muchos
se sintieron emocionados por la muerte brutal de una persona pró­
xima. Fue un disparo al corazón, encubierto después por la
reconstrucción del tejido político después de la lesión, la rescons­
titución de los tejidos vitales y también por la sorprendente evo­
lución de la tragedia, abandonando las cumbres planetarias para
lanzarse a los bajos fondos de una novela americana de crímenes.

[363]
364 SOCIOLOGÍA

Lo más destacable de todo este asunto fue ese disparo al cora­


zón inicial. Ya se destacó en el momento: lo primero que conmo­
cionó a la opinión fue la muerte de un hombre. ¿Cómo y por qué?
La mayoría de los hombres muere sin que su muerte sea percibida
como muerte humana más que por sus allegados. ¿Es que
Kennedy estaba tan próximo de tan lejanas humanidades?
Para comprenderlo hay que remontarse a su telepresencia
mientras estaba vivo. Kennedy, sin que nosotros nos diéramos
cuenta, era la Gran Presencia del mundo occidental.
Presente a doble título. Por una parte, presidente de la más
grande de las Naciones, líder de la coalición occidental, su nom­
bre aparecía constantemente en todo comentario, en todo pensa­
miento acerca del curso del mundo o de su simple supervivencia.
Por otra parte, el sistema de los mass media de Occidente (prensa,
radio, cine y televisión) había hecho de él un «Olímpico» de cuer­
po entero. Había sido convertido en vedette en tanto que presi­
dente joven, guapo, abierto y simpático; en tanto que esposo feliz
de una bella modelo-presidenta; en tanto que padre feliz de unos
niños guapos y traviesos.
Al mismo tiempo que héroe de una aventura política cósmica,
John Kennedy era el protagonista de un folletín incesante que
hubiera podido llamarse La familia Kennedy, familia que desem­
peñaba admirablemente su función olímpica (recepciones, cere­
monias, viajes) y su función humana (afecto, alegría del hogar).
Había en todo ello una doble imagen superpuesta del Kennedy­
presidente y del Kennedy-familiar, un mismo impulso de j uven­
tud y de felicidad. Era una de las últimas felicidades del Olimpo,
en un momento en que las estrellas sufrían de la soledad publici­
taria y las reinas, de las dificultades domésticas.
John Kennedy era uno de los raros «Olímpicos» de cuerpo
entero del mundo contemporáneo. Beneficiándose de los presti­
gios afectivos de la elite sin poder de reinas y estrellas, se benefi­
ciaba, por añadidura, del prestigio de la dirección del mundo.
Había, sin duda, algo de mitológico en la imagen de la felici­
dad kennediana. Había, en la Gran Presencia kennediana, un
fenómeno de magnificación y de hiperpersonalización. Pero ¡ qué
error sería reducir lo que pasó (y en general lo que nos transmiten
los mass media) a un fenómeno de mitologización ! Hubo, al mis­
mo tiempo -y sobre todo- un fenómeno de humanización, o
más bien de máxima irradiación, de irradiación planetaria, de una
personalidad humana. La presencia telesimpática de Kennedy nos
resultaba no solamente como producto de una situación privile-
UNA TELETRAGEDIA PLANETARIA 365

giada (presidencia de los Estados Unidos) y de un sistema de


comunicaciones (prensa, radio, cine, televisión) que segrega ído­
los y «Olímpicos», sino también de una radiación personal de la
que los mass media han sido los repetidores a través del planeta.
John Kennedy estaba presente en tanto que John Kennedy y no
sólo en tanto que símbolo de la felicidad-de-los-grandes-de-este­
mundo. Estaba presente con su sonrisa y con su estilo que le hacían
aparecer en las fotos o en las cintas de película como en la vida:
aparentemente hombre de buena voluntad y de coraje, personalidad
que se escapaba, en gran parte, del estereotipo del hombre político
(estereotipo muy extendido en la vida política real), personalidad
no jerárquica sino simpática, en el pleno sentido del término.
En este caso, podemos hablar de teleamor y de teleamistad, en
las que vemos lo lej ano llegar a una proximidad sorprendente, a
lo extranjero alcanzar la más íntima intimidad. Doble intimidad
mediante la cual nos inmiscuíamos como mirones amistosos en la
casa de los Kennedy y mediante la cual Kennedy penetraba en
nuestra casa como visitante amistoso.
Fue el no se qué de la persona de Kennedy la condición sine
qua non para la pena y la consternación sentidas.
La repentinidad del golpe y la irrupción de la tragedia en la
felicidad (la imagen de la felicidad no se había disipado sino
como condensado después del aborto de Jackie) aportaron el ele­
mento fatal a la tragedia: no en el elemento piadoso -en el senti­
do intenso en que Aristóteles, hablando de la tragedia griega,
hablaba de la piedad-, sino que fue, como en una tragedia priva­
da, un disparo al corazón.
La distancia -geográfica y sociológica- nos hace insensi­
bles a las peores miserias. En este caso, la teleparticipación facili­
tada por los mass media modernos permitió anular la distancia
para John Kennedy. El privilegio de los «Olímpicos» modernos
no es solamente de ser sobrehumanos, sino más bien que la venta­
j a primera de su superhumanidad es el poder ser humanos a dis­
tancia. ¿Podría democratizarse tal privilegio por debaj o del
Olimpo? ¿Podrían los medios de comunicación modernos hacer
que los humanos se comunicaran entre sí? É ste es otro problema
que trataré en otra parte.

LA S ACUDIDA PLANETARIA

La brutalidad de la onda de choque del anuncio de la muerte


366 SOCIOLOGÍA

de Kennedy creció debido a la sorpresa y, digámoslo globalmen­


te, debido a su carácter de tragedia. Trágica es la muerte de todo
hombre j oven con un gran destino repentina y prematuramente
interrumpido por esta fuerza ciega que puede tomar los nombres
antinómicos y complementarios de azar o de destino. La tragedia
de Kennedy parece brotar fuera de la política para afectar a nues­
tra afectividad y a nuestra humanidad. Evidentemente, está condi­
cionada por la política, puesto que nosotros -la opinión mun­
dial- no hubiéramos conocido a Kennedy sin su elección a la
presidencia de los Estados Unidos y esa tragedia volverá, tarde o
temprano, a la política: pero, durante un tiempo, la tragedia del
presidente Kennedy es un fenómeno extrapolítico. Por otra parte,
no se trata en absoluto de una tragedia para aquellos para quienes
Kennedy se confunde con su función política: para la prensa chi­
na, la muerte del jefe del imperialismo americano es un hecho sin
importancia ni consecuencias; no hay por qué alegrarse ni por qué
afligirse puesto que, para ellos, la realidad es el imperialismo
americano y eso no se modificará en absoluto por el cambio de
epónimo.
De extrapolítica, la tragedia va a extenderse a todos los puntos
cardinales: a convertirse al mismo tiempo en tragedia política,
tragedia suprapolítica y tragedia infrapolítica.
La tragedia suprapolítica es la sacudida cósmica que se siente
sobre la corteza política planetaria. La tragedia infrapolítica es el
descenso a los infiernos del hampa y de la neurosis americanas.
La tragedia política es que todas estas tragedias afectan o corren
el riesgo de afectar conjuntamente al curso de la política mundial.
Fue durante las horas que siguieron al asesinato cuando culmi­
nó la tragedia suprapolítica. Un viento de pánico atravesó las
ondas de radio y de televisión. América, privada de su piloto,
pareció, de repente, un barco sin rumbo que podría arrastrar a
toda la flota humana al naufragio; América, privada de su capitán,
¿sería testigo del desencadenamiento de las fuerzas oscuras : la
historia anticomunista?, ¿un baño de sangre racial? ¿Se ha inocu­
lado el miedo en la opinión a través de los periodistas inquietos y
por las capitales angustiadas? Aquí, la inquietud política alimenta
el sentimiento de tragedia planetaria que se impone bruscamente:
Jruschov vuelve a Moscú a toda prisa; por todas partes, los jefes
de estado se alarman. La opinión, oscuramente, siente planear una
amenaza de catástrofe cósmica. Existe, efectivamente, una sacu­
dida planetaria. La muerte de los grandes césares, de los héroes­
dioses, en la Antigüedad, venía acompañada de signos celestes,
UNA TELETRAGEDIA PLANETARIA 367

de temblores de tierra. Hoy, la angustia no se proyecta ya hacia el


exterior, en forma de prodigios, sino que se hunde en el interior
de la conciencia. Un gigantesco diablo cojuelo, levantando techos
y tejados del área occidental y, quizá, del área oriental, habría
podido ver millones de rostros humanos tensos por la angustia, de
hora en hora, ante sus televisores y ante sus transistores.
Esta angustia política, con bastante fundamento, instala, natu­
ralmente, a Kennedy en lo más alto de su papel de héroe. Su
muerte conmueve al orden mundial. La tragedia humana es a
escala cósmica. Pero, inmediatamente las fuerzas de conjuración
se ponen en marcha: de cada capital, sale un avión con el más
grande, o casi, hacia Washington. Moscú delega en su hacedor­
de-paz y en su deshacedor-de-caos. Los Grandes Electores del
mundo occidental no vienen en tanto que vasallos, sino como
estabilizadores . El Concilio espontáneo del mundo occidental, al
cual se une, portando un ramo de olivo, el Gran Enviado del
Antagonista, parece no solamente garantizar el interregno del
Imperio, sino exorcizar a los poderes maléficos. La infantería de
jefes de Estado que compone el cortejo del ataúd del héroe ofrece
sosiego. Así, la transmisión, en directo, de los funerales nos mos­
tró: en cabeza, el ataúd del j oven Alejandro de la era burguesa,
seguido de su Bucéfalo; después viene la tragedia íntima,
Jacqueline Kennedy, viuda orgullosa, toda de negro, rodeada de
los suyos; después, detrás, la tragedia planetaria con la masa de
los Grandes.

EL RAVAILLAC * DE DALLAS

Todo podría haber acabado con los funerales, grandiosa cere�


monia de vuelta al orden; pero la tragedia planetaria ya se había
hundido en el más pavoroso de los suspenses criminales america­
nos, después de haber parecido errar por el mundo extraño de los
Ravaillac dementes, especializados en el asesinato de jefes de
Estado. La cuestión del asesino nos remite a la vez a la política y
a la infrapolítica. La opinión se polariza: hay, por una parte, los
politizados que ven en el supuesto asesino el instrumento de una
política (tanto agente comunista por la derecha americana, como

* Ravaillac fue quien asesinó a Enrique IV de Francia, en 1 6 1 0. (N. del T. )


368 SOCIOLOGÍA

agente provocador por la izquierda europea) y, por otra parte, los


no politizados que ven la resurrección de un arquetipo histórico o
que sienten la tragedia como una fatalidad shakesperiana. Entre
estos dos polos, la masa flotante de la opinión, solicitada por
igual en las dos direcciones, se pregunta sobre la fotografía de un
hombre de cara delgada y aguda, con el ojo tumefacto, y que
parece sonreír. Rostro que permanecerá para siempre enigmático
puesto que la sonrisa se paraliza ante otra foto que nos muestra a
Lee Oswald en el momento mismo en que le mata Ruby.
Foto fascinante que, por los gestos y las fisonomías, parece
extraída de una película de criminales de la serie B ; por la parali­
zación del movimiento de los cuerpos y de las caras, parece ema­
nar de un Masaccio de los tiempos modernos.
El asesinato se hunde en dos bajos fondos entre los cuales no
se puede elegir, entre los cuales no puede haber elección: el baj o
fondo d e l a sociedad simbolizada por ese cabaré d e strip-tease,
plataforma giratoria del hampa y de la policía, y el baj o fondo del
alma que, en la conciencia de Lee Oswald, le empujaba hacia el
comunismo y contra el comunismo, pero, sobre todo, contra el
americanismo, como si a través de sí mismo el mal de los angry
young men se alimentara de la ira necesaria para golpear a la ima­
gen gozosa, optimista y feliz simbolizada por John Kennedy.
Pero, baj o estos bajos fondos reaparece la política. La relación
Ruby-Oswald indica que algún origen oscuro ha utilizado los
baj os fondos. Detrás del crimen errático se perfila la maquina­
ción. El asunto no ha terminado.
El asunto no ha terminado, pero la tragedia se ha consumado.
Es, quizá, la primera teletragedia planetaria de la historia huma­
na. Teletragedia vivida en directo en toda la superficie del globo.
El repetidor de satélite fue la nueva estrella artificial de esta nue­
va forma de destino común. Todo esto lo vivimos: vivimos la
muerte de Kennedy como un poco la nuestra y vivimos la angus­
tia de la especie humana. Vivimos algo de extraordinario. Y, sin
embargo, ¿lo vivimos realmente? ¿No estábamos en una situación
extraña, especie de simbiosis del espectáculo y de la participa­
ción? ¿No nos mantuvimos separados de la tragedia por una
membrana, la propia pantalla que nos la transmitía?
LA INTERNACIONALIDAD
DE LAS REVUELTAS EST�UDIANTILES
(NOTA S METO D OLOGIC A S )

En Madrid, en Nanterre, en Roma, en Berlín (Oeste), en Argel,


en Praga y en Varsovia 1 , se han producido violentas manifesta­
ciones estudiantiles.
El primer problema consiste en preguntarse si esta sincronía es
una coincidencia o si, por el contrario, resulta significativa, es
decir, preguntarse si el significado de cada revuelta se agotaría en
la referencia explicativa de cada contexto nacional (histórico,
económico, sociológico, cultural, etc.), o si, por el contrario (sin­
cronía significativa), habría alguna relación interesante entre las
distintas revueltas.
Nuestra intención aquí es explorar metodológicamente la
hipótesis de esta relación.
El carácter exploratorio de nuestra nota nos dispensa del estu­
dio que, por otra parte, es indispensable y que consistiría en:
a) circunscribir-describir los fenómenos situados en el espa­
cio y en el tiempo que constituyen cada uno de estos aconteci­
mientos o grupos de acontecimientos (como las (<revueltas»
simultáneas o encadenadas -en cadena- en las distintas ciuda­
des universitarias de Italia), naturalmente, con sus «contenidos»
manifiestos (reivindicaciones y consignas) ;
b) tratar de establecer los trazos distintivos de cada fenómeno;
e) enumerar los trazos distintivos eventualmente comunes.
Nosotros plantearemos aquí, por tanto, de forma muy tosca,
como hechos establecidos y, a la vez, como trazos distintivos, el
hecho de que se trate, en los casos sincrónicos antes menciona­
dos, de:
- revueltas, es decir, de protestas que adquieren un carácter
violento;

1 Podríamos añadir Cambridge, El Cairo, etc.

[369]
370 SOCIOLOGÍA

movilizar, en un momento dado, amplias capas de estu­


diantes;
- presentar reivindicaciones críticas que afectan al sistema
universitario (tanto por su dependencia respecto a la jerarquía
político-estatal, como por su propia jerarquía); y
- reivindicaciones críticas respecto a dispositivos que con­
ciernen, de forma más amplia, al sistema político y/o a la organi­
zación económico-social de la sociedad.
Por muy heterogéneos que puedan parecer los demás trazos
distintivos de cada revuelta estudiantil respecto a los demás, los
trazos comunes que acabamos de destacar bastan para estimular
la reflexión.

AQUELLO QUE NO PUEDE SER LA RELACI Ó N


ENTRE LAS DIFERENTE S REVUELTAS
ESTUDIANTILES

l . No puede tratarse de manifestaciones de un movimiento


internacional estudiantil centralizado desde el punto de vista
organizativo y/o unificado ideológicamente y que pudiera, por
tanto, disponer de un sustrato manifiesto de internacionalidad;
también se puede descartar la hipótesis de un «complot» -es
decir, de una relación teledirigida por un centro iniciador u orga­
nizador-, así como la hipótesis de una coordinación voluntaria y
consciente.
Algunos de estos movimientos -especialmente los del Este y
los del Oeste- se ignoran mutuamente.

2. No puede tratarse de una relación basada en la analogía de


situaciones, en función de isomorfismos económicos, sociales o
políticos.
Es de destacar, por el contrario, que los países afectados por
las revueltas sincrónicas constituyen muestras salvajes de siste­
mas político-socio-económicos diferentes y de estadios de desa­
rrollo económico también diferentes . No existe un isomorfismo
entre los sistemas económicos que, para los siete países afecta­
dos, se agruparían al menos en tres tipos :
1 ) Argelia.
2) Polonia-Checoslovaquia.
3) Alemania Occidental-Italia-Francia-España.
Los sistemas políticos se agruparían al menos en cuatro tipos:
LAS REV UELTAS ESTUDIANTILES 371

1) Argelia.
2) Polonia-Checoslovaquia.
3) España.
4) Alemania Occidental-Italia-Francia.
La misma dispersión se daría en cuanto a las ideologías oficia­
les de estos países y una dispersión todavía mayor si considerára­
mos, no ya los _sistemas, sino las situaciones económicas-socio­
político-culturales concretas.
Ahora bien, esta heterogeneidad, más que eliminar la hipótesis
de una relación entre las diferentes revueltas, como lo haría un
sociólogo mecanicista, debe, por el contrario, hacerla más intere­
sante.

LA HIP Ó TESIS DE UNA RELACI Ó N : IS OMORFISMO


E INTERNACIONALIDAD

Para sostener la hipótesis de una relación más allá de la coin­


cidencia, hay que poder avanzar:
- bien la hipótesis de una internacionalidad, es decir, de tra­
zos comunes de evolución;
- bien la hipótesis de isomorfismo, es decir, de trazos análo­
gos de sistema a sistema;
- o bien una doble hipótesis dialécticamente relacionada de
internacionalidad y de isomorfismo.
Nosotros planteamos aquí una hipótesis en este último senti­
do; según esta hipótesis, los trazos comunes de un devenir históri­
co provocan isomorfismo en naciones con sistemas político-eco­
nómico-sociales diferentes.

l . Devenir y rupturas entre generaciones : el devenir rápido


es el trazo común de estas sociedades que, cada una a su manera,
conocen rupturas en el continuo jerárquico de las generaciones
(basado en las civilizaciones tradicionales, por/bajo la acumula­
ción de la experiencia pasada) y perturbaciones en el sistema
integrado por identificación-asimilación de las nuevas generacio­
nes con las antiguas. Estas rupturas y perturbaciones alcanzan su
máximo de intensidad en la edad de paso de la infancia a la edad
adulta, edad conflictiva por excelencia y que constituye el «esla­
bón más débil» de la cadena sociológica.

2. La segregación adolescente-juvenil: en estas condiciones,


372 SOCIOLOGÍA

el fenómeno antiguo o latente de las clases de edad adopta formas


y contenidos nuevos. Hay una tendencia a la constitución de una
clase de edad adolescente con trazos de segregación, de defensa y
de agresión respecto al mundo adulto, con una reivindicación de
los derechos todavía reservados jerárquicamente a los adultos
(rechazo del estatuto de menor), y el rechazo, más o menos radi­
cal o total, del mundo adulto tal como está.

3. La concentración y peninsularización universitarias: aisla­


dos en la sociedad y reunidos en las universidades, sometidos a la
extrema dependencia del aprendizaje de un saber, los estudiantes
sufren una segregación exterior, a la vez que se rodean de una
segregación segregada en el interior; estos estudiantes constitu­
yen, además, la intelligentsia de la juventud-adolescencia y
medio forman parte ya de la intelligentsia de la sociedad; partici­
pan, por tanto, de las dos capas sociales enormemente sensibles a
las rupturas, a las tasas o a las imperfeciones de la sociedad esta­
blecida; finalmente, la intelligentsia universitaria j uvenil es,
como toda intelligentsia, caldo de cultivo ideológico y tiende a
asimilar todo aquello que alimenta su protesta. Por tanto, bastan
los estímulos exteriores o interiores que actúan sobre los puntos
sensibles de la conciencia estudiantil para que aparezca la condi­
ción de protesta, de revuelta o de revolución, según los grados.

4. En el caldo de cultivo que constituye el mundo estudian­


til, se van a precipitar todas las grandes corrientes ideológicas de
la época y en él adoptarán su forma la más exigente y la más radi­
cal. Pero es de destacar que, en este caso, las ideologías políticas
oficiales de la sociedad (endógenas) se devalúan (incluso cuando
se presentan como revolucionarias) respecto a ideologías o ideas
(consideradas, aquí, como fragmentos de ideología) antagonistas
que puede parecer enraizadas en sistemas exóticos, o sea en las
naciones (oficialmente) enemigas.
Así, en las universidades de Francia, de Italia o de Alemania
Occidental, son las corrientes revolucionarias las que desempe­
ñan el papel motor. Cuba, Che Guevara o Vietnam simbolizan el
radicalismo de la protesta.
Pero no son ni Cuba ni Vietnam quienes constituyen las imá­
genes movilizadoras en Polonia y Checoslovaquia. Son las ideas
de libertad, de constitución y de verdad (de la información), o
sea, las imágenes liberal-occidentales (larvadas o camufladas).
En España, se da una conjunción entre una corriente liberal
LAS REVUELTAS ESTUDIANTILES 373

(opuesta a la dictadura) y una corriente revolucionaria (opuesta a


la sociedad capitalista), predominando una u otra según la con­
cepción que tenga bien de la dictadura o bien del capitalismo,
esencia del régimen, pero a menudo yuxtapuestos. En Argelia,
una corriente liberal-constitucional y una corriente socialista muy
radical parecen también asociarse para oponerse tanto al carácter
socialista-moderado como al carácter autoritario del poder.

5. Cuando los grandes partidos de oposición no parecen ser


suficientemente radicales o exigentes, son los sectores revoluci­
narios los que desempeñan el papel de fermentos y de diastasas
de la protesta estudiantil; en la Europa occidental, el fenómeno ha
nacido con la claudicación y el reblandecimiento revolucionario
de los partidos socialistas y comunistas, y diversos grupos trots­
kistas, prochinos, comunistas-anarquistas, anarquistas y cristia­
nos-revolucionarios desempeñan un papel generador de dina­
mismo.

6. En estas condiciones en las que se da el isomorfismo entre


las clases de edad adolescentes-juveniles, por una parte, y las
sociedades estudiantiles de las diversas naciones, por otra, el sis­
tema de comunicaciones de masas permite una rápida informa­
ción-propagación-contaminación.
La propagación es bastante visible por lo que se refiere a la
cultura adolescente-juvenil cuyos elementos, continuamente
renovados, se difunden rápidamente a partir de centros de difu­
sión privilegiados y a través de una red de extensión mundial. Por
lo que se refiere a las protestas estudiantiles, no es imposible que
las revueltas protestatarias de París-Nanterre y de Berlín-Oeste
(por ejemplo) hayan puesto en movimiento las «diastasas» de
Roma y que todas estas revueltas se fomenten objetivamente unas
a otras.

7 . Podemos, por tanto, de forma muy grosera, avanzar que,


de país a país, no es únicamente el trazo «estudiante» lo que
constituye el carácter común, sino que éste se inscribe en siste­
mas isomorfos caracterizados por:
a) un devenir ininterrumpido (económico, social, cultural)
que modifica el antagonismo clásico de las generaciones (que se
inscriben en un continuum jerárquico) en forma de rupturas y de
sucesión de generaciones con experiencias diferentes;
b) la constitución y el reforzamiento de clase de edad ado-
374 SOCIOLOGÍA

lescente-juvenil en relativa segregación y marginalidad en la


sociedad, pudiendo adoptar esta segregación-marginalidad, a los
ojos de la sociedad adulta, los aspectos de una desviación (y, recí­
procamente, la sociedad adulta aparece como desviante ante la
juventud, en función de las normas que les parecen naturales);
e) la constitución de la capa de estudiantes en intelligentsia
de la juventud-adolescencia (formulando y racionalizando sus
aspiraciones-reivindicaciones), y como «eslabón» de la fracción
descontenta y contestataria de las intelligentsias nacionales: la
concentración universitaria crea las condiciones de acción y de
intervención que pueden ser desencadenadas por los aconteci­
mientos interiores y exteriores;
d) la tendencia a la inversión positivo/negativo de los valo­
res ideológicos bien de la sociedad oficial (Estado), bien de la
sociedad adulta, o bien de una y otra conjuntamente, y la inver­
sión positivo/negativo de los valores considerados como enemi­
gos por la sociedad (oficial y/o adulta);
e) la ramificación de las redes de información nacionales e
internacionales que pueden constituirse en redes de contaminación.

LO ID É NTICO, LO AN Á LOGO Y LO DIFERENTE

Así, lo que postulamos es una cierta identidad de los fenóme­


nos juveniles-estudiantiles; un isomorfismo de los sistemas de
devenir, de rupturas entre generaciones, de segregación de la cla­
se de edad adolescente y de segregación y virulencia ideológica
del mundo estudiantil.
Este isomorfismo se observa a través de sociedades de carac­
teres heterogéneos económicos, social, política y culturalmente.
Este isomorfismo no permite comprender directamente la sincro­
nía de las revueltas estudiantiles, pero puede dar cuenta de fenó­
menos de analogía, de resonancia y de contaminación.
Por lo que se refiere a los casos de la Europa occidental
(incluida España) , se puede suponer que son dos los factores que
han provocado una doble maduración que ha favorecido la sincro­
nía de las revueltas. Se trata, por una parte, de la tendencia de los
movimientos de oposición a la guerra de Vietnam a organizarse
de forma sincronizada en sus acciones y, por otra, de la interco­
municación de pequeños grupos-diastasas que han hecho madurar
la reivindicación interna por una modificación del sistema univer­
sitario y/o por la congestión estudiantil.
LAS REVUELTAS ESTUDIANTILES 375

De todos modos, el esquema no sirve en absoluto para


Checoslovaquia-Polonia, no vale mucho para Argelia y vale sólo
parcialmente para España; en este país, la protesta estudiantil pre­
tende defender o adquirir su derecho a la existencia, y se bate,
esencial o principalmente, en el terreno de las libertades de los
estudiantes y, por extensión de las libertades sociales y políticas.
Esta protesta se inscribe en una dialéctica de protesta-represión
cuya evolución no es unívoca (en Polonia, hay una tendencia al
endurecimiento; en Checoslovaquia, una tendencia a la liberali­
zación).
De todos modos, si examinamos de cerca la situación en las
democracias populares y en la URSS, podemos detectar, en pro­
fundidades más o menos subterráneas, corrientes análogas a las
que se han manifestado en forma de protesta violenta en Checos­
lovaquia-Polonia, pero que permanecen congeladas; y, en esos
países, es la ausencia de sincronía lo que plantea problemas de
explicación más complejos que la sincronía.
Todo esto nos lleva, naturalmente, a considerar que nuestra
hipótesis inicial tiene que articularse, necesariamente, sobre hipó­
tesis que ella misma contradice parcialmente, por ejemplo, las
especificidades de las revueltas estudiantiles a partir de sistemas
heterogéneos (económico-socio-político-culturales) .
Ya hemos visto las líneas d e separación según los sistemas
«clásicos», a saber:
1 ) Los sistemas occidentales llamados capitalistas, llamados
democráticos y llamados liberales;
2) los sistemas orientales, llamados socialistas, llamados
totalitarios y llamados autoritarios;
3) un sistema socialista-nacional del Tercer Mundo (Argelia,
a la que hubiéramos podido añadir Egipto si las manifestaciones
estudiantiles no hubieran parecido tan directamente determinadas
por la derrota militar);
4) un caso híbrido, en el que la herencia del fascismo euro­
peo se ha integrado en una dictadura militar con embriones de
constitucionalismo (España).
En el interior de cada uno de estos sistemas, naturalmente, hay
que considerar que cada sociedad nacional constituye un subsiste­
ma con sus trazos diferenciales propios.
A nuestro entender, las revueltas estudiantiles no pueden com­
prenderse a fondo, es decir, tanto en sus trazos irreductiblemente
singulares como en sus trazos comunes, más que dentro de la dia­
léctica que resulta de la interacción de los tres sistemas, el siste-
376 SOCIOLOGÍA

ma nacional, el sistema económico-socio-político-cultural y el


sistema isomorfo descrito anteriormente, el cual lleva en su seno
el factor de internacionalidad, así como el histórico (el devenir
rápido) y el geográfico (las redes de comunicación-contamina­
ción). Bien según el punto de vista del observador o bien, quizá,
según el caso concreto, los fenómenos internacionales sobredeter­
minan y sincronizan (relativamente) los fenómenos propios de
cada sistema, o bien son los fenómenos propios de cada sistema
los que sobredeterminan, desorientan y, a veces, desincronizan
los fenómenos internacionales.

O B SERVACIONES PROBLEM Á TICAS

l . Ya hemos indicado anteriormente el esquema de situación


en el que la protesta entra en conflicto bien con el Estado, bien
con la sociedad, o bien con ambos. Hay que plantear este esque­
ma ternario del que vamos a examinar los casos límites simples.

Situación A: la protesta estudiantil se dirige contra un poder


político impopular y autoritario. En este caso, se convierte en la
punta de lanza de una protesta general de la sociedad y, en el caso
de que esté prohibida toda oposición política, existe, muchas
veces, una íntima asociación entre la oposición política y el movi­
miento estudiantil. En este caso, los factores de oposición a la
sociedad adulta se hacen recesivos, mientras que toda la oposi­
ción se concentra contra el poder político.

Situación B: la protesta estudiantil se dirige, no solamente o


no tanto contra el poder político como contra las reglas y los
valores de la sociedad adulta. En este caso, la protesta estudiantil
puede, alternativa o conjuntamente:
a) tratar de transformar su segregación marginal en contra­
sociedad «utópica» en donde regirían los valores negados o igno­
rados por la sociedad adulta: ello puede traducirse, también de
forma alternativa o conj unta, por la constitución de autarquías
existenciales (de tipo beatnik o hippie) o por la voluntad de trans­
formar la propia universidad en contrasociedad revolucionaria,
especialmente mediante la cogestión estudiantil;
b) buscar el nexo con las contrasociedades activas y ejem­
plares (Vietnam, Cuba), cuyas imágenes actualizan la voluntad de
agresión y de autenticidad de la protesta estudiantil pero son exó-
LAS REVUELTAS ESTUDIANTILES 377

ticas respecto a la sociedad en la cual se encuentra inmersa la pro­


testa estudiantil.

2. Nos podemos preguntar acerca del carácter sustancial o


superficial de la oposición vectorial de las protestas estudiantiles
en el este de Europa (donde parece constituirse un ideal democrá­
tico «occidental») y en el oeste (donde parece constituirse un ide­
al socialista «oriental» y cada vez más «extremo-oriental»). ¿Es,
en este caso, la inversión de los valores endógenos oficiales (la
denegación) el fenómeno importante, o bien lo es el propio conte­
nido positivo de los valores promulgados por los estudiantes?
Nosotros creemos que la respuesta a esta pregunta no puede
darse más que mediante estudios fenomenológicos concretos.

CONCLUSI Ó N

l . La hipótesis que hemos propuesto contradice, hasta cierto


punto -su punto de rigidez y de dogmatismo- a la tesis mecani­
cista según la cual los fenómenos culturales son producto de las
condiciones propias de los sistemas económicamente-socialmen­
te-políticamente determinados y ecológicamente (espacialmente)
localizados.
Esta hipótesis permite tener en cuenta el carácter internacional
de numerosos fenómenos o trazos, especialmente muy marcados
por lo que se refiere a la cultura adolescente (para la cual se
podría casi pensar en un coeficiente de planetarización), carácter
que podría explicarse, no solamente a partir de polos privilegia­
dos, sino también y sobre todo, a partir de la constitución de sis­
temas isomorfos inseparables de la reintegración de la categoría
del devenir (cambio, transformación, ruptura y antagonismo) en
la teoría sociológica. En este punto nosotros no vemos más que
complementariedad entre lo histórico y lo estructural, puesto que
es la diacronía lo que determina la estructura de segregación entre
las generaciones. Esta complementariedad no puede cumplirse
efectivamente más que en el terreno de una dialéctica en la que se
enfrentan:
- la consideración de un devenir global que enlaza y opone a
los devenires parciales;
- la consideración de sistemas, unos heterogéneos y/o anta­
gonistas, y los otros isomorfos, con constantes interferencias;
- los estudios fenomenológicos concretos que describen,
378 SOCIOLOGÍA

diseñan y generan los trazos de cada fenómeno (situación-aconte­


cimiento).

2. Hay que insistir en la fecundidad polisémica de los fenó­


menos de protesta estudiantil:
a) nos remiten tanto a la internacionalidad como a la nacio­
nalidad;
b) nos remiten tanto al sistema económico-político-social
como al sistema de las generaciones y al devenir;
e) nos remiten a los aspectos específicos de la juventud-ado­
lescencia y de la intelligentsia, pero éstos, debido a su carácter
marginal y antagónico, nos remiten, a su vez, a los problemas de
fondo de las sociedades «adultas» .
En efecto, una sociología clínica - y n o sólo banalmente
demográfica de muestreo- puede considerar como postulado
heurístico que los males, inquietudes, insatisfacciones y aspira­
ciones difusas, latentes o invisibles de la sociedad «normal» se
encuentran concentrados y son virulentos en los «eslabones más
débiles» de la cadena sociológica, en este caso, eslabón más débil
porque se trata de la edad en la que la concatenación temporal
está sometida a las más fuertes destrucciones-reestructuraciones
(paso de la adolescencia), porque la microsociedad estudiantil se
encuentra marginada respecto a la sociedad global y puesto que
puede a la vez existencializar, racionalizar, ideologizar y politizar
todo lo que es protesta-aspiración. Al hacerlo, el mundo estudian­
til no solamente expone sus males y sus inquietudes, sino que
expone los males e inquietudes de nuestras sociedades y, a veces,
con mayor profundidad aún, de nuestra civilización. Sus «Utopí­
as» muestran necesidades todavía (y ya) adormecidas y atrofiadas
en la sociedad adulta.
LA S AN GRE C ONTAMINADA

Lo característico de la información es aportar la sorpresa, lo


inesperado y la novedad. En el mundo de los media, la transmi­
sión de la información es tanto más rápida cuanto que aporta lo
sensacional. Cuanto más inesperada sea la información más des­
taca, más se pone de relieve y más se comenta. En cambio, en el
mundo de los sistemas fuertemente estructurados, sistemas admi­
nistrativos o sistemas de pensamiento, la información choca con
las rigideces, las costumbres, las creencias admitidas y los con­
forts intelectuales; incordia a los esquemas mentales y a los pro­
gramas que están en marcha. Se tiende a ignorarla, a rechazarla o
a anestesiada, de manera que no acaba de entregar su mensaje y,
cuando lo consigue, ya es tarde.
Se puede formular el siguiente principio: toda información
que resulte molesta alcanza siempre tarde a los sistemas de ideas
o a los cuerpos constituidos y, una vez que los alcanza, las conse­
cuencias que debería provocar también se retrasan.
Por lo que se refiere a la sangre contaminada, hubo un retraso
de un año y medio a cuatro años en las administraciones sanita­
rias de los países clínicamente avanzados. Tomo aquí el caso, a la
vez singular y ejemplar, de Francia: una cuádruple información
toma cuerpo en 1 98 3 - 1 9 84: l . 0) la inmunodeficiencia del sida se
debe a un virus, detectado por Montagnier en septiembre del 83, y
éste establece que la enfermedad puede transmitirse por la sangre;
la información tarda un cierto tiempo en difundirse en el mundo
médico, para, finalmente, es admitida a mediados del 84; 2.0) des­
de junio-julio del 83, se detecta un número elevado de anomalías
del sistema inmunológico entre los hemofílicos franceses, y se
señalan tres casos probables de sida entre los hemofílicos hetero­
sexuales a los que se les ha practicado alguna transfusión. Cier­
tamente, en esa época se podía pensar que la condición de seropo­
sitivo no implicaba necesariamente tener la enfermedad, pero se
sabía que comportaba riesgo; 3 .0) el virus puede desactivarse
mediante el calentamiento de la sangre; la demostración se hace
pública a partir de mayo del 84, después de que una veintena de

[379]
380 SOCIOLOGÍA

jóvenes hemofílicos italianos, a los que se les hizo transfusiones


con productos calientes, resultaron seronegativos; 4.0) sangre no
calentada puede estar a disposición de los hemofílicos franceses
con el fin de «reducir la contaminación viral del sida»; se les pro­
pone mediante sendas cartas de la firma americana Travenol­
Hyland, del 4 y del 10 de mayo del 83, a los doctores Allain et
Garretta.
Además, los servicios centrales de la administración recibie­
ron, en diversas ocasiones, informaciones alarmantes, especial­
mente las del doctor Leibovitch (hospital Poincaré) y Pinon (hos­
pital Cochin), quienes difunden, con un efecto nulo, los resulta­
dos de una investigación, acabada a finales del 84, en la que aler­
tan a la Asistencia Pública y a la Dirección de la Salud, en febrero
del 85. La información ya se conocía a finales del 84, pero todo
ocurre como si sus consecuencias hubieran quedado en cuarente­
na hasta el verano del 85. De hecho, las advertencias y las alar­
mas que vienen siempre de la periferia del sistema de la salud, es
decir, de médicos e investigadores que trabaj an en hospitales en
contacto con hemofílicos, no llegan al corazón del sistema más
que pasado un tiempo considerable y a fuerza de repetirse.
Y, a pesar de tener esa cuádruple información, el doctor
Garretta da la orden, el 3 de julio del 85, de vender las existencias
de sangre no calentada hasta que se agoten, tomando, con plena
conciencia, una decisión que resultará fatal para una gran parte de
aquéllos a los que se harán transfusiones.
Por tanto, hubo, primero, una gran resistencia pasiva a la
información vital y, después, un acto de resistencia del doctor
Garretta que decide continuar vendiendo la sangre no calentada.
Las causas de la resistencia pasiva a la información molesta
son intrínsecas a la organización tecnoburocrática, es decir, en
este caso, a la maquinaria administrativa médica de la salud
pública. Por una parte, la burocracia, con sus estamentos jerárqui­
cos y su reparto de tareas detiene o frena la llegada de la informa­
ción a las alturas. Por otra, la especialización fragmenta los pro­
blemas y compartimenta los fragmentos, cosa que hace que los
expertos y responsables de un solo sector no se sientan responsa­
bles del conj unto. Es más: los responsables financieros no se
sienten responsables ante las tragedias humanas provocadas por
sus equilibrios presupuestarios, los responsables técnicos no se
sienten responsables de lo que no forme parte de su técnica. Por
último, las comisiones, tan útiles en principio para estimular los
debates, desempeñan, en el mundo tecnoburocrático, un papel
LA SANGRE CONTAMINADA 381

que disuelve l a responsabilidad e n el voto colectivo anónimo.


Así, el universo tecnoburocrático reduce a los individuos baj o su
cargo a datos cuantificados anónimos, a la vez que tiende a susci­
tar decisiones anónimas. En una palabra, la tecnoburocratización
de la salud oculta el problema moral y diluye el problema global.
Añadamos que la presencia de médicos en el complejo admi­
nistrativo-médico proporciona a la incuria la j ustificación de la
«duda» científica. Tanto en el caso de una investigación científica
en el que una sola experiencia y una sola encuesta no bastan y
exigen confirmación mediante otras experiencias y encuestas,
como en un asunto que concierne a la vida y a la salud, el hecho
de negligir una experiencia o una encuesta que señalan un peligro
llevan a diferir las más elementales medidas de prudencia. La
«duda científica», la necesidad de contar con diversos informes y
confirmaciones, etc ., son, en este caso, verdaderos anestésicos
que difieren las medidas urgentes de prudencia. La duda favore­
ce, así, la inacción y no la precaución. La «prudencia científica»
justificará la carencia. Y seguirán la recogida y el uso imprudente
e impudente de sangre no calentada.
La presencia de médicos en la administración de la Salud
Pública le procura a ésta una inmunidad particular. La solidaridad
entre cofrades y, con mayor amplitud, la solidaridad de casta
harán que solamente unos pocos médicos aislados se levanten
contra una administración dirigida por cofrades. Ni una tribuna
libre en la prensa, ni un sólo artículo de vitriolo por parte de una
sola de estas eminencias médicas siempre vigilantes, para denun­
ciar la incuria de los políticos o algún escándalo extraclínico. El
comité nacional de bioética permanece mudo ante este problema
que, aparentemente, no le ha sido sometido para su consideración.
La presencia de médicos en el aparato administrativo de la
Salud Pública da a los funcionarios, a las gentes de despacho y a
los políticos la ilusión de la infalibilidad. Lo esencial es estar
callado o permanecer ignorado, es decir, que, cuando aparece una
idea nueva en las ciencias biológicas, hacen falta varios años
antes de que, al menos, el 50 por 1 00 de los más eminentes cientí­
ficos acepten los fundamentos firmes de esa nueva idea. Así, aun­
que biólogos y médicos individuales den la alarma, y son ellos, al
fin y al cabo los artesanos de la necesaria reforma, es el establish­
ment, en tanto que tal, el que se duerme y duerme con sus ronro­
neos encaminados a tranquilizar a los despachos ministeriales y a
los propios ministros.
Al mismo tiempo, el dinero va a desempeñar también su papel
3 82 SOCIOLOGÍA

en este asunto en el que la sangre se ha convertido en una mer­


cancía; el dinero del Estado, es decir, los presupuestos preestable­
cidos cuya modificación resulta tan complicada, a lo cual se aña­
den las consignas de autosuficiencia económica para lo que se ha
convertido en la industria de la sangre; el dinero de interés perso­
nal o privado que se manifestará en 1 987 con la creación de
sociedades ficticias, con altas remuneraciones para los presiden­
tes, secretarios generales, miembros de los consejos de adminis­
tración; y el dinero del beneficio o del no déficit con la exporta­
ción, por parte de Meyrieux, de la sangre mortal.
Y, en este marco, la aspiración a una carrera honorífica y
lucrativa empuj a a un alto administrador-médico ambicioso y
poco preocupado por el síndrome de culpabilidad, en este caso el
doctor Garretta, a cerrar los ojos ante sí mismo y ante los hemofí­
licos para presentarse como administrador modelo y elevarse al
nivel más alto de la nomenklatura.

Todo esto es posible en 1 985, sin escándalo ni, incluso, altera­


ción alguna: las víctimas constituyen una minoría dispersa que no
dispone de un lobby político ni de ningún tipo. Las inquietudes de
los enfermos son apaciguadas por los médicos tranquilizadores.
Las familias son apaciguadas por los administradores tranquiliza­
dores. Nadie puede imaginar que la elite de la Salud Pública pue­
da ser capaz ni, incluso, de negligencia. Así, los hemofílicos pue­
den morirse individualmente. El crimen es casi perfecto. Ha
hecho falta, algunos años más tarde, cuando ya todo tenía que
haber permanecido ignorado, la intrusión de la prensa para que,
de repente, todo se desvele.

¿ RESPONSABILIDAD?

¿Quién decidió? Aparentemente, el que decidió fue el minis­


tro: es quien firma. Pero el ministro firma los documentos que se
le presentan y la decisión está detrás del ministro, oculta: los con­
sejeros y, detrás, los altos administradores, el director del Centro
nacional de la transfusión sanguínea (Michel Garretta), su adjun­
to (Jean-Pierre Allain), que no dictan las consignas sanitarias a
tiempo, sino que dictan una consigna fatal (la carta del 3 de j ulio
del 85), el director general de la S alud Pública, Jacques Roux
(que no impide nada), el encargado del control de la sangre en el
Laboratorio de la Salud Pública (Jacques Netter), que se calla, y
LA S ANGRE CONTAMINADA 383

tantos otros médicos, controladores, administradores, miembros


de comisiones, que se cuidan mucho de intervenir en un asunto
que no les concierne stricto sensu, pero sobre el cual tienen o
hubieran tenido que tener una opinión personal. Alrededor de los
doctores Garretta y Allain, un gigantesco halo de silencio, de
laxitud, de cinismo e incluso de complacencia fraterna. Y, en el
centro de todo ello, un sistema tecnoburocrático que resiste toda
modificación que pudiera alterar o perturbar los engranajes de su
maquinaria. Una «razón de Estado» que ignora a los muertos
hemofílicos que necesitan del equilibrio presupuestario y de la
autosuficiencia nacional en forma de sangre de transfusión.
¿Dónde está la responsabilidad? Ciertamente, Garretta es el
responsable activo por la carta de julio del 85, pero, antes, es un
responsable inactivo y, alrededor suyo, existe una difuminación y
después un dilución, un anonimato de la responsabilidad. Los res­
ponsables/irresponsables pasivos hacen la vista gorda y se olvi­
dan. Al final, todos los irresponsables responsables están conten­
tos de que el tribunal c oncentre su castigo en Garretta, de quien,
desde ese momento, víctima expiatoria, va a renegar la orden de
los médicos. Sacrificado por la nomenklatura tecnomédica y polí­
tica, Garretta protesta; sus protestas no anulan, en absoluto, a los
ojos de la opinión pública, su responsabilidad, pero la suavidad
de su pena despierta la necesidad de castigo en cada ocasión en la
que ha habido muertes en serie de víctimas inocentes. Se quieren
un culpable y se quieren culpables, y al más alto nivel, es decir,
político.
Ahora bien, existe un profundo desfase entre el carácter anóni­
mo y diluido de la responsabilidad en la esfera político-tecno­
burocrático-médica y la necesidad de una culpabilidad personali­
zada y bien localizada, que se deriva de una desgracia atroz vivi­
da y de una demanda psicológica colectiva.
Existe, incluso, un espantoso desfase contra la mediocridad
del alma, la mediocridad moral, la mediocridad psicológica que
mantiene, favorece y suscita la maquinaria tecno-burocrática y la
enormidad de la fechoría que resulta de la aglutinación de todas
estas mediocridades.
Hay, finalmente, un inquietante desfase entre el poder oficial de
decisión y global de un ministro y su papel epifenomenal respecto
a su administración, cuando se limita a no ser más que el gestor. Es
trágico que los ministros de un partido con vocación reformadora
no hayan ni soñado con reformar su administración. Se han limita­
do a gestionarla: gestión, gestión, y todo es confusión . . .
3 84 SOCIOLOGÍA

En este caso, habría que decir con valentía a todo el mundo,


incluidas las víctimas y sus familias, que son víctimas de una
maquinaria que destruye la responsabilidad y que habría que
encontrar remedio, no con la condena a muerte de aquellos que
han causado la muerte, sino mediante la invención de dispositivos
de protección en y contra la maquinaria, con el fin de que no pue­
da cometerse lo irreparable dentro de su propio funcionamiento,
el cual mantiene la inconsciencia, la irresponsabilidad, la laxitud
y, finalmente, el cinismo:
a) un dispositivo de vigilancia/alarma apto para captar toda
información que anuncie un nuevo peligro;
b) un dispositivo destinado a concebir los problemas globa­
les y a controlar los procesos en su conjunto.
La maquinaria ha provocado ya infinitos sufrimientos (la san­
gre contaminada no es más que un caso, aunque ejemplar).
Civilizar la burocracia es un trabaj o de civilización de largo
alcance. Pero, sin duda, para ello hará falta, en lugar de hacer
política y diagnóstico al día, tratar de reflexionar sobre estos pro­
blemas y tratar de solventarlos: «Trabaj ar para bien pensar, he
aquí el principio de la moral», decía Pascal. Es, al menos, lo que
evitaría que la moral quedara agarrotada ( 1 992).
IV
EL HORIZONTE PLANETARIO
PRINCIPIO S D E L O S CAMB IOS S OCIALES
D EL S IGLO XX

Es fácil examinar aisladamente los cambios tecnológicos, eco­


nómicos, jurídicos, ideológicos, etc . : lo difícil es tratar de anali­
zar el conjunto de los cambios sociales: se corre el riesgo de aho­
garse en una confusión total (que no serviría de nada bautizarla
de dialéctica), o bien de privilegiar a un factor determinado des­
preciando la complej idad de la realidad.
Así, la pregunta «¿Qué ha pasado en el siglo xx?» queda siem­
pre en el sobreentendido y sobreentienden, a su vez, una respues­
ta poco comprometida: «Han pasado cantidades de cosas.» Pero
¿qué, en especial? No se puede responder a esta pregunta median­
te una fórmula «sociológica». En efecto, la pregunta nos remite a
la historia, la historia total del siglo. Y es en este momento cuan­
do parece la primera laguna grave de la ciencia universitaria: la
historia y la sociología están demasiado separadas y por la no­
man 's land que las separa fluye la dinámica de los cambios so­
ciales.

l . Esta dinámica es tan rica en interacciones que se la podría


definir como la interacción misma: la historia del siglo xx es,
cada vez más, una historia mundial, y esta mundialidad le da a la
historia del siglo xx un carácter dialéctico (entendido aquí en el
sentido de la interacción cada vez más activa y directa de los
acontecimientos particulares y de la coyuntura total) y, recíproca­
mente, la dialéctica no es sólo un método de aproximación parti­
cularmente apto para el estudio del siglo xx, sino que permite
reconocer su carácter específico de historia mundial. No se trata
solamente del «mercado mundial», sino de la propia «mundiali­
dad» que es la forma moderna del destino.

2. De todos modos, la «mundialidad» sólo ha sido posible


gracias al desarrollo de los medios de comunicación, desarrollo, a
su vez, ligado al desarrollo de las técnicas. Por tanto, no se puede

[387]
388 SOCIOLOGÍA

atribuir todo a la dialéctica general: ésta no hubiera podido exten­


derse si no hubiera habido el proceso tecnológico: florecimiento
del maquinismo, utilización de las fuentes energéticas nuevas
(electricidad, petróleo, energía atómica), y perfeccionamiento
ininterrumpido de las herramientas de automatización.

3. El desarrollo tecnoeconómico, a pesar de sus límites cua­


litativos (nuevos inventos) se realiza, sin embargo, según una
continuidad que no puede explicar las rupturas, las regresiones,
los desgarros, las revoluciones, etc., que j alonan el siglo y que
determinan de forma no menos esencial, aunque sobre otro plano,
los cambios sociales. Hay que contar aquí con los motores pro­
piamente políticos de las transformaciones sociales que son, a
nuestro entender, los conflictos de dominio y de emancipación.
É stos aparecen, ciertamente, encubiertos por la lucha de clases
que aparece encubierta, a su vez, por ellos. Hoy, nos parece que el
término «lucha de clases» no puede agotar ni las formas colonia­
les de opresión y de emancipación, ni los conflictos nacidos del
ejercicio descontrolado del poder. Los conflictos de dominación y
de emancipación tienen múltiples formas, incluidas las combina­
ciones aparentemente neutras de los compromisos, colaboración
de clases, etc. Una situación «neutra» es siempre dinamizada y
dinamizable (igual que el neutrón y el antineutrón, que están, sin
embargo, dotados de energía magnética) en el seno de un proceso
esencialmente conflictivo.

4. ¿En qué medida se integran las transformaciones econó­


micas y técnicas en el dinamismo activo de los conflictos colecti­
vos (de clases, de naciones, de imperio), en qué medida, por el
contrario, están dirigidas por el desarrollo de las técnicas y de la
economía las determinaciones propiamente sociales?
Los dos procesos (tecnoeconómicos, el conflicto de domina­
ción y de emancipación) están íntimamente relacionados pero,
también, son intensamente autónomos. Evidentemente, ambos
tienen su unidad que es el hombre y sus relaciones, que es la pro­
pia vida social, pero tienen su heterogeneidad permanente. Por
tanto, todo análisis basado sólo en el examen de uno de los proce­
sos cae rápidamente en la abstracción si quiere dar cuenta de los
fenómenos de conjunto y no puede, en ningún caso, dar cuenta de
las rupturas, de las divergencias, de la multiplicidad de las
corrientes, etc . , que se manifiestan en la historia, precisamente
debido al hecho de la heterogeneidad de los dos procesos.
LOS CAMBIOS S OCIALES DEL SIGLO X X 389

5. A las tres líneas de inteligibilidad propuestas más arriba:


a) la mundialidad (o dialéctica de interacciones determinante);
b) el desarrollo tecnoeconómico (trabajo sobre las cosas); y e) los
conflictos de dominación y de emancipación (relaciones entre
humanos), habría que añadir una última fuerza activa y creadora
que se deriva del trabajo, pero de un trabajo síquico y afectivo,
que se deriva, a su vez, de las relaciones entre humanos, grupos e
individuos , pero sobre el modo psíquico y afectivo: es, en cierto
modo, la argamasa mental indispensable para la evolución: es la
dialéctica de las relaciones entre lo real y lo imaginario, mediante
la cual se realiza también la producción del hombre por el hom­
bre, y concierne tanto a la vida afectiva concreta (amores, odios,
muerte) como a las ideologías (que son verdaderos delirios a la
vez que herramientas para captar el mundo).
EL DES ARROLLO DE LA CRISIS
DE D E S ARROLLO

l. EL CONCEPTO DE DESARROLLO

El concepto de desarrollo, concepto capital y onusiano de


este medio siglo, es una palabra maestra sobre la cual se reúnen
todas las vulgatas ideológico-políticas de los decenios cincuen­
ta y sesenta. Pero ¿ se ha pensado realmente en él? Es un concep­
to que se ha impuesto como concepto maestro, a la vez evidente
y empírico (medible mediante índices de crecimiento de la pro­
ducción industrial y de la elevación del nivel de vida), rico (sig­
nificativo tanto del crecimiento, como de la expansión y progre­
so de la sociedad y del individuo). Pero casi no se ha tenido en
cuenta que este concepto es también oscuro, incierto, mitológi­
co y pobre.
El problema preliminar es un problema de conceptos. Si hay
crisis de desarrollo, uno de los primeros efectos de esta crisis,
como de todas las crisis, es el de convertir en incierto aquello que
era cierto y en turbio lo que era claro, y el de plantear contradic­
ciones en el seno de un concepto que parecía coherente.
El concepto de desarrollo basa su evidencia en la evidencia
del concepto biológico del que es la extrapolación y del que se
considera simplemente el analogon sociológico-económico. Es
evidente, en efecto, que los organismos biológicos se desarro­
llan a partir de un huevo, durante un período en el que se produ­
ce al mismo tiempo el crecimiento de sus unidades constitutivas
y de expansión de sus capacidades. Pero, incluso en el nivel bio­
lógico, el término desarrollo plantea problemas. En efecto, ¿qué
es lo que ocurre en el proceso estrictamente biológico del desa­
rrollo en el momento en que se forma el embrión? Existe un pro­
ceso de especialización de las células. Pero, precisamente, aque­
llo que parece un progreso, desde el punto de vista del conjunto,
aparece como una regresión, como una degeneración, en el
terreno de las unidades. Por ejemplo, las células de la epidermis

[390]
EL DES ARROLLO DE LA CRISIS DE DES ARROLLO 391

s e envejecen prematuramente y las células más nobles, las célu­


las nerviosas, pierden la capacidad de regular el metabolismo.
Dicho de otro modo, se fabrican células especializadas a parl:ir
de los procesos en los que se degeneran unas respecto a las
otras. Así, incluso desde el punto de vista biológico, el proceso
de desarrollo tiene lugar con limitaciones, con constricciones e,
incluso, con regresione s . Cada una de nuestras células posee el
conjunto del capital informativo que compone nuestro indivi­
duo, pero no hay más que una pequeña parte que llegue a expre­
sarse, inhibiéndose el resto. Esto nos muestra que el desarrollo
biológico no es un concepto unívoco.
Pero el problema esencial reside en otro lugar: cada desarrollo
biológico es la repetición de un desarrollo precedente inscrito
genéticamente, y así sucesivamente. Es la vuelta cíclica y no la
construcción inédita de un porvenir. La originalidad del desarro­
llo socioeconómico es que está completamente volcado en la
construcción de un porvenir inédito. En cambio, se hablaba de
este desarrollo con mayor seguridad, incluso, que del desarrollo
biológico. Es decir, parecía absolutamente evidente que se iba
hacia un progreso seguro.
¿Por qué parecía tan evidente y tan eufórica la idea del desa­
rrollo? La razón es que se apoyaba en algo paradigmático: la idea
de que la ciencia, la razón, la técnica y la industria están interaso­
ciadas; cada una desarrolla a la otra y todas garantizan el desarro­
llo del hombre; así, este desarrollo se concibe como una expan­
sión de la racionalidad. Ahora bien, la racionalidad occidental era
tan cerrada y estrecha que expulsaba fuera de su seno todo aque­
llo que no podía integrarse y que se convertía en irracional, empe­
zando por la complejidad del ser vivo. Además, la ciencia y l a
técnica s e han desarrollado sobre e l mundo cuantitativo. D e ahí l a
idea d e que cuanto más, mejor (cuanta más producción y cuanta
más especialización, mejor, etc . ) ; se está convencido de que el
crecimiento cuantitativo acaba siempre en un desarrollo cualita­
tivo.
En el trasfondo, por tanto, de la idea-maestra de desarrollo
estaba el gran paradigma del humanismo occidental: el desarrollo
socioeconómico, mantenido por el desarrollo científico-técnico,
garantiza por sí mismo la expansión y el progreso de las virtudes
humanas, de las libertades y de los poderes del hombre. Eso es lo
que alimentaba la verdad evidente del desarrollo y ahuyentaba la
incertidumbre, por otro lado fundamental aquí: ¿es cierto que el
desarrollo económico/industrial/técnico/científico trae consigo l a
392 SOCIOLOGÍA

expansión y el progreso antropo-social? En este caso, habría, y


hay, dos respuestas antinómicas que ahuyentarían la incertidum­
bre: a) sí, si el desarrollo tiene lugar en las condiciones libera­
les/democráticas (no totalitarias); b) sí, si el desarrollo tiene lugar
rompiendo la explotación y el poder capitalista, es decir, al modo
socialista. En ambos casos, el desarrollo, en tanto que tal, no
comporta incertidumbres; sólo hace falta eliminar el obstáculo
principal que pudiera pervertirlo o atrofiarlo. (No se plantea si el
desarrollo trae consigo también los fermentos de neototalitarismo
y de neocapitalismo.)
Fue sobre estas bases sobre las que, alrededor de los años
sesenta, se extendió el mito del desarrollo (mientras surgían ya
los primeros síntomas de crisis). Este mito se asienta baj o dos
aspectos: un aspecto global y sintético que es el mito de la socie­
dad industrial; y el otro, un aspecto reductor de carácter económi­
co-tecnocrático.
a) El mito de la sociedad industrial es un mito neosansimo­
niano, según el cual las sociedades que han alcanzado el estadio
industrial van, a partir de ahí, a reducir sus antagonismos, sus
conflictos y sus extremas desigualdades, a garantizar a los indivi­
duos el máximo de felicidad que pueda aportar una sociedad, en
pocas palabras, a resolver progresivamente los problemas socia­
les y humanos fundamentales que se hayan podido plantear a lo
largo de la historia. En el horizonte planetario, capitalismo y (por
así decirlo) socialismo acabarán convergiendo en un tipo de
sociedad fundamentalmente igual en la que la abundancia y el
equilibrio compitan entre sí. Este mito ha sido muy fuerte, pero
ha durado muy poco tiempo. En efecto, surgió después de la gue­
rra, a partir de los años cincuenta-cincuenta y cinco, se expandió
a principios de la década de los sesenta y, después, bruscamente,
a partir de 1 968- 1 970, entró en crisis.
b) Al mismo tiempo, conforme iba apareciendo evidente que
el crecimiento industrial era el motor del desarrollo económico, el
cual pasaba a ser motor del desarrollo social, el cual pasaba a ser
motor del desarrollo/expansión humanos, queda claro que garan­
tizar el crecimiento significaba garantizar, por encadenamiento
necesario, todas las formas de desarrollo.
Por tanto, teníamos a la vez un mito global, multidimensional
y rico, y una práctica reductora, tecnocrática, economicista y
pobre, puesto que los expertos del crecimiento eran los guías y
contables del desarrollo.
Además, esta primacía de hecho de una práctica tecnoeconó-
EL DESARROLLO DE LA CRISIS DE DESARROLLO 393

mica le llevaba a convertirse en un fin en sí misma. Dado que era


perfectamente evidente que:

crecimiento industrial __.,.. desarrollo económico �


expansión humana ....,___ desarrollo social ...,..
...._....�

la expansión humana nos remite, a su vez, al crecimiento indus­


trial que la alimenta:

crecimiento industrial --... desarrollo/expansión

• 1
Ahora bien, la idea de desarrollo social y la idea de desarrollo
humano son ideas fluidas y, para escapar de esa fluidez, se la
mide únicamente con los índices de crecimiento y con curvas
económicas. Así el único índice medible del desarrollo es, para
los tecnócratas, el propio crecimiento industrial.

crecimiento�i n du stn· a1
�..______-----------•

Creyendo tener crecimiento para el desarrollo (social y huma­


no), se tiene crecimiento para el crecimiento.
Descubrimos así que, en la raíz misma del concepto de desarro­
llo, lo que es pobre es, precisamente, aquello que parece rico: la
idea de hombre y la idea de sociedad. Se ha construido la idea de
desarrollo sobre la base de un mito humanístico/racionalista, uni­
dimensional y pobre del hombre y sobre la base de una idea meca­
nicista!economicista sorprendentemente limitada de la sociedad.
¿Por qué? Mil razones se nos ocurren, pero no queremos enume­
rarlas aquí. Indiquemos solamente aquélla en la que menos se
piensa: nuestra antropología no es suficientemente complej a,
puesto que vive sobre la base del mito limitado al Horno sapiens/
faber, y nuestra sociología no es suficientemente compleja y no
puede concebir lo que sería un verdadero desarrollo social.
Esta carencia fundamental está ligada a la carencia propia de
nuestro concepto de desarrollo: éste es simplificador, mutilador,
mecánico, lineal, racionalizador y eufórico. Ahora bien, más que
un desarrollo biológico, todo desarrollo social comporta, necesa­
riamente, regresiones, pérdidas y destrucciones. A menudo, un
logro de rendimientos se paga con una pérdida de competencia.
En la escuela, en la fábrica o en el despacho, se aprende al mismo
394 SOCIOLOGÍA

tiempo que se desaprende. En muchos casos, hay que realizar ver­


daderas regresiones y verdaderas involuciones para evolucionar. Es
éste el sentido del mensaje evangélico (hay que volver a la infancia
para entender ciertas cosas) y el del mensaj e rousseauniano al que
se ha querido considerar como sueño ingenuo de un imaginario
paraíso perdido. El sentido de las palabras de Rousseau consiste en
que el desarrollo tiene que provocar, necesariamente, una vuelta
involutiva hacia alguna cosa arcaica, en el sentido profundo del tér­
mino arjé, es decir, volver a un principio fundamental y primero.
Ahora bien, uno de los aspectos de esta crisis del desarrollo es que
provoca la aparición espontánea de una especie de necesidad neo­
arcaica neorrousseauniana y neofundamentalista, y es que la apa­
rente evidencia desarrollista del proceso de crecimiento disimula,
de hecho, la oscuridad de las finalidades, la ausencia de todo mode­
lo constructor y el carácter errático e incierto de la aventura del
desarrollo.
De hecho, esta incertidumbre había sido escamoteada, en tanto
que parecía evidente que la expansión del hombre y el progreso
social estaban inscritos en el desarrollo conjugado de la técnica y
de la ciencia que, a su vez, emancipaban de las servidumbres
materiales, garantizaban el progreso de la racionalidad y del
conocimiento y hacían del Horno sapiens!faber el soberano ilus­
trado del universo.
Más aún: habíamos olvidado que decir desarrollo es decir
autodesarrollo. Auto = Hombre (sociedad, individuo). El desarro­
llo debe, por tanto, concebirse como:

Auto desarrollo
t
en forma ilimitadamente recursiva en la que el desarrollo se con­
vierte a la vez en medio y en fin del sistema auto-organizador
(sociedad, individuo).
Naturalmente, no nos atreveríamos a proponer aquí, como un
prestidigitador, una teoría de la sociedad y una teoría del hombre.
Pero tenemos que destacar la incertidumbre, la oscuridad y el
mito allá donde parecía haber certeza, evidencia y racionalidad. Y
esto es lo que nos va a revelar la crisis del desarrollo.
EL DESARROLLO DE LA CRISIS DE DES ARROLLO 395

2. ¿ CRIS IS D E CRECIMIENTO
O CRECIMIENTO DE UNA CRISIS ?

Ya hemos tratado anteriormente de definir el concepto de cri­


sis a partir: a) de los progresos de la incertidumbre, b) de los blo­
queos de regulaciones y de los desbloqueos de desviac iones, e) de
la transformación de las complementariedades en antagonismos,
d) de la búsqueda (progresiva y/o regresiva) de soluciones (ver
pp. 1 62- 1 75 ) .
¿Sería aplicable esta definición de crisis, antes d e surgir l a cri­
sis económica de los últimos años, a la idea misma de desarrollo?
Yo creo que, efectivamente, el concepto de desarrollo entró en
crisis en el decenio de los sesenta. En aquello que pretendía inte­
grar armoniosa y simbióticamente los conceptos de crecimiento,
expansión, libertad, felicidad, equilibrio, etc., se convirtió en pro­
blemático, y esos conceptos entraron en antagonismo; en aquello
que se asentaba con certeza, se convirtió en incierto. Durante la
década de los sesenta, las sociedades occidentales que, en la jerga
sociológica dominante, se llaman sociedades industriales avanza­
das, conocieron, efectivamente, un crecimiento industrial cuasi­
continuo, una elevación global en términos monetarios de su
riqueza y en términos de poder de compra y de nivel de vida.
Todo parecía ir, para la mayoría de los observadores, tanto para
los optimistas como para los pesimistas (como Marcuse), en el
sentido de una integración creciente de las amplias masas rurales
y obreras, de una conquista cada vez más amplia del bienestar, de
una expansión pacífica de la vida individual en la vida privada y
en el ocio. Raros eran los que presentían lógicamente, a partir de
algunos índices torcidos y periféricos, que se preparaba y se
anunciaba una crisis en y debido a los propios desarrollos.
De hecho, se produjeron algunas erupciones locales y explo­
siones marginales que, en principio, fueron negligidas y conside­
radas como accidentes; cuando se vio que eran fuente de nuevas
tendencias, hubo un esfuerzo por racionalizar los nuevos fenóme­
nos remitiéndolos a ciertos problemas tecnoeconómicos. De
hecho, cada uno de esos fenómenos afectaba al mito del desarro­
llo y al paradigma que subyacía. Recordemos que a la crisis eco­
nómica de los años 1 973 y siguientes les precedió una crisis de
civilización que afectó a la visión imperante del desarrollo. El
gran mito de los años cincuenta, fuera baj o su forma «capitalista>>
o baj o su forma «socialista», consistió en que el desarrollo, si
bien no iba a dar ipso jacto la felicidad, iba, al menos, a crear las
396 SOCIOLOGÍA

condiciones reales para la expansión de la felicidad humana. Y yo


creo que nunca se había empapado tanto una civilización de la
idea de felicidad en el porvenir y nunca se ha llegado a decepcio­
nar tan de prisa. En efecto, allá donde se realizaron las condicio­
nes materiales, técnicas y económicas para la felicidad fue, preci­
samente, donde se desarrolló la adversidad.
Ahora bien, hemos visto cómo se profundizó en el Oeste un
nuevo «malestar de civilización» en y por el desarrollo económi­
co, que aportó también insatisfacciones y soledades y cómo la
cultura de los media, dedicada a la euforización, tuvo que proble­
matizar la idea de felicidad 1 •
Hemos visto también que, aun integrando en l a civilización
urbana/burguesa amplias capas rurales y proletarias, el desarrollo
ha introducido fisuras y nuevas líneas de ruptura en el corazón de
esa civilización triunfante 2•
Hemos visto que: el desarrollo, al mismo tiempo que consuma
un modelo cultural y de civilización burguesa, lo socava y lo desin­
tegra. El mismo tiempo que actúa por y para la expansión de un
modelo de humanidad masculino, adulto, burgués y blanco, suscita
una reacción múltiple que no solamente cuestiona el dominio de
ese modelo, sino también el valor de dicho modelo. Así, los fer­
mentos juveniles, femeninos, multiétnicos y multirraciales están en
marcha, pero en desorden, sin que lleguen todavía a constituir un
nuevo modelo de humanidad basado a la vez en la expansión de la
unidad genérica de la especie y en la expansión de las diferencias.
Hemos visto, por último, que neonaturismo y neoarcaísmo,
que parecían no afectar más que a la vida privada y al ocio, han
confluido en una «conciencia ecológica» que afecta ya a todas las
dimensiones de la vida económica y social y pone en entredicho
el sentido, hasta ahora admitido, del concepto de desarrollo 3 •
El antipolucionismo y el neonaturismo de la ecología ingenua
enmascara un mensaje profundo de importancia todavía incalcu­
lable. Es, a la vez: a) la pérdida del falso infinito al que se lanza­
ba el crecimiento industrial y todo el enorme proceso de desarro­
llo; b) la necesidad lógicamente ineluctable de renunciar a la idea
reduccionista que hacía del crecimiento industrial la panacea uni­
versal del desarrollo antropo-social.

1 <<La cuestión del bienestar», supra, pp. 247-25 1 .


1 <<La modernización de una comunidad francesa», supra, pp. 225-245.
3 <<Año I de la era ecológica>>, supra, pp. 348-353.
EL DESARROLLO DE LA CRI S IS DE DES ARROLLO 3 97

Exactamente, esta toma de conciencia ecológica, se podría decir


a este respecto, forma parte de la aventura misma del desarrollo. En
la naturaleza biológica o social, las curvas exponenciales se trans­
forman, tarde o temprano, en curvas en S; intervienen las regulacio­
nes externas (constricciones del entorno) e internas (autocontrol) y
de la catástrofe linealmente previsible no queda más que una visión
abstracta del alma: la alerta apocalíptica, además, acude concreta­
mente para corregirla. Bien, bien. Pero es, precisamente, de eso de
lo que tenemos que tomar conciencia y de lo que no hemos tomado
conciencia: del carácter absolutamente descontrolado del creci­
miento. Nosotros lo creíamos controlado por la técnica pero ésta no
hacía más que ajustarlo a corto plazo y, por el contrario, colaboraba
de forma destacada a su desencadenamiento incontrolado. Se podía
creer que estaba controlado por la ciencia. Pero la ciencia se ha con­
vertido también en un proceso descontrolado. Se podía creer que los
ideales humanos democráticos lo controlarían, pero éstos, lejos de
guiar el crecimiento, se convirtieron en marionetas desarticuladas,
en máscaras ideológicas. Se podría creer que estaría guiado por el
progreso, pero es el progreso lineal el que aparece como la carrera
hacia el abismo. Se podría creer que lo guiaría el racionalismo,
pero, de hecJ:¡o, era una racionalización delirante que, igual que la
neurosis, adoptaba la máscara de la racionalidad.

LA « C R I S I S DE C I V IL IZ A CIÓ N »

Es decir, que la crisis ecológica no afecta más que a un aspec­


to, a un síntoma, de una crisis mucho más radical que afecta a los
principios de inteligibilidad, de las creencias asentadas y de los
mitos motores de nuestra civilización. Es en este sentido en el
que, efectivamente, se puede hablar de crisis de civilización.
Esta crisis nos presenta la ambivalencia en lo que creíamos
unívoco, la contradicción en lo que parecía lógico, la corrupción
en lo que parecía salvador, es decir, en la Ciencia, la Razón, el
Progreso y el Desarrollo, los cuales aportan, desde ahora, no sola­
mente bienestar, felicidad, libertad y vida, sino también malestar,
sufrimiento, esclavitud y destrucciones.
De ahí, precisamente, en y por esta crisis, la búsqueda no sola­
mente de un Arjé mítico, sino también de los Fundamentos perdi­
dos (de ahí los neofundamentalismos); de ahí la devaluación de la
modernidad en favor bien de un postmodernismo o bien de un
neotradicionalismo, que huyen uno de otro.
398 SOCIOLOGÍA

La crisis del desarrollo no es solamente la crisis de los mitos


mayores del Occidente moderno, la conquista de la naturaleza
(objeto) por el hombre (sujeto/soberano del mundo), el triunfo del
individuo atomizado burgués. Es la purificación del paradigma
humanístico-racional del Horno sapiens/faber, en el que ciencia y
técnica parecía que tenían que realizar la expansión del género
humano.
También aquí tenemos que rechazar la alternativa simplista;
rechazar la técnica, rechazar la ciencia, rechazar la racionalidad,
rechazar el humanismo. Se trata de ver preguntas donde se veían
respuestas evidentes: ciencia, técnica, racionalidad y humanismo,
tal como son y tal como siguen desarrollándose, son precisamente
la causa de los problemas allá donde están registrados como solu­
ciones.
La crisis del desarrollo es también la crisis del control sobre el
desarrollo de nuestro propio desarrollo. Habíamos creído contro­
lar la naturaleza, pero nuestro control estaba incontrolado.
Habíamos creído controlar la economía, pero la crisis aparecida
en 1 973 nos ha revelado que el control económico de los años de
posguerra era no solamente puntual sino provisional. Habíamos
creído controlar la técnica, pero es ella la que, de manera descon­
trolada, dirige nuestros procesos económicos y sociales y noso­
tros somos incapaces de controlar la gigantesca reconversión que
genera la informática, la cibernética y la electrónica. No hemos
podido controlar nunca el devenir mundial, el cual es, constante­
mente, crítico, caótico, titubeante y demente, y a la vez feliz
(puesto que, hasta hoy, hemos podido evitar el dominio de un
Imperio único en el mundo) y desgraciado (puesto que no conse­
guimos el acceso a la necesaria federación mundial) . Tal como lo
he repetido con frecuencia, estamos en la «edad del hierro plane­
tario» y en la «prehistoria del espíritu humano» (ver Autocritique,
1 959, y Pour sortir du xx" siecle, 1 98 1 ).
Tenemos que entender que no podrá realizarse ningún control
en el marco de un principio de pensamiento que determine, preci­
samente, estos procesos incontrolados en cadena y la ceguera ante
los mismos.
La crisis del desarrollo es la interdependencia y la convergen­
cia entre estas crisis que hemos resumido, las que surgen y las
que todavía tienen que surgir. La crisis del desarrollo muestra que
la sociedad llamada industrial segrega problemas radicales que no
puede resolver mientras resuelve o atenúa otros problemas radi­
cales, y nos lleva, no a rechazar el concepto de desarrollo, sino a
EL DES ARROLLO DE LA CRISIS DE DESARROLLO 399

criticar lo que tenía hasta ahora a la vez de mitológico, de reduc­


cionista (tecnoeconomicista) y de mutilado (y, por consiguiente,
de mutilador).
Tal como hemos visto, no se trata de la crisis de un concepto.
Se trata a la vez de una crisis antropo-social, de una crisis cultu­
ral/de civilización, de una crisis del crecimiento industrial/econó­
mico, crisis del Oeste, crisis del Este, crisis del Sur y crisis plane­
taria. Como siempre, la crisis de la ideología dominante es la cri­
sis de los fundamentos mismos de la sociedad. Los conceptos de
ciencia, técnica y reacionalidad, que parecían ser nuestros guías,
nuestros controladores y nuestros reguladores, aparecen, por el
contrario, como nuestros puntos ciegos, nuestros descontrolados,
fabricantes de irracionalidad, irracionalidad en la que siempre la
forma más extrema (porque es la que mejor se camufla), ha sido
la racionalización: racionalización ideológica (en la que se esca­
motea todo lo que no puede ser integrado en el esquema doctrinal
abstracto), y racionalización tecnoburocrática (en la que se esca­
motea, o sea, se liquida físicamente todo lo que no entre en el
esquema operativo mutilador).

D E SARROLLO DE LA C R I S I S DEL D E S ARROLLO

Es una crisis a la vez fenoménica y generativa que afecta a la


existencia fenoménica de las sociedades, a la vida de los indivi­
duos y que va a aportar perturbaciones cada vez mayores. Es
generativa en tanto que afecta a las estructuras generativas que
garantizan la autoperpetuación de la sociedad, es decir, al conjun­
to de reglas, principios y normas que dirigen la autoorganización,
la autoproducción y (como se dice algo impropiamente) la repro­
ducción social.
Hay que ver, por tanto, la amplitud y radicalismo de la crisis,
es decir, hay que abandonar toda esperanza de una solución rá­
pida.
No vamos a tratar aquí de los problemas de la crisis del desa­
rrollo en los países llamados subdesarrollados. Nos limitaremos a
señalar que la crisis del desarrollo, en el Tercer Mundo, no sola­
mente pone en cuestión los propios métodos para implantar y rea­
lizar un desarrollo de tipo occidental: la crisis pone cada vez más
en cuestión, desde el punto de vista de las civilizaciones no occi­
dentales preocupadas por salvaguardar su identidad, la pertinen-
400 SOCIOLOGÍA

cia de un modelo que no puede implantarse más que arruinando


las culturas tradicionales y desintegrando las culturas arcaicas.
Recordemos que el desarrollo, en el propio Occidente, se hizo en
y mediante destrucciones culturales y sufrimientos humanos.
Durante los siglos XVIII y XIX, masas de campesinos fueron desa­
rraigados de sus campos, de sus tradiciones y de su cultura, y fue­
ron desembarcados en los suburbios de las ciudades inglesas. ¿Es
el pasado? En realidad, no se trata del pasado. Es lo que ocurre
hoy en todas las ciudades del Tercer Mundo. Enormes masas rura­
les que se desarraigan y que van a S ao Paulo, a S antiago . . . Todo
este proceso se realiza al precio de destrucciones extraordinarias.
Así, para poder tomar hoy decisiones lúcidas, atrevámonos a con­
templar la ambigüedad del porvenir. Hoy, a mi entender, una de
las tomas de conciencia más fecundas en el terreno de la antropo­
logía consiste en darse cuenta de que el hombre de las civilizacio­
nes arcaicas no es un pobre niño, un pobre diablo, sino que, por el
contrario, tiene sus propios desarrollos en el plano personal, en el
plano de los sentidos, de su psicología, de su sabiduría, mucho
más ricos que cualquier individuo especializado de nuestra socie­
dad, y que tiene, también, un pensamiento filosófico. ¿ Quiere
esto decir que tenemos que volver al pensamiento arcaico? Lo
que quiere decir es que hay que saber con qué pérdidas se pagan
los beneficios de los que estamos hablando. Se trata, dicho de
otro modo, de la introducción de la ambigüedad y de la compleji­
dad en la conciencia del desarrollo. Así, el modelo occidental de
desarrollo se encuentra en crisis tanto en el mundo occidental
como en el Tercer Mundo, y estas dos crisis se entreconfirman y
se entreagravan. A partir de ahora, se abre el problema de otros
tipos de desarrollo o de nuevos desarrollos.

3. LA SEUDOS OLUCI Ó N

El comunismo de aparato pretende poseer la concepción y la


fórmula del verdadero y del buen desarrollo. Pretende poseer la
teoría pertinente de la evolución social: el marxismo. Pretende
aportar el desarrollo expansivo: el socialismo. Pretende constituir
el poder de control y de acción dotado de la conciencia lúcida de
los medios y de los fines : el Partido. El partido único está ilumi­
nado por la verdad científica, siempre interpretada a la altura de
las circunstancias por sus dirigentes infalibles. El Partido, que
coloniza al aparato de Estado y aniquila toda fuerza de oposición
EL D E S ARROLLO DE LA CRISIS DE DES ARROLLO 40 1

y de crítica, inevitablemente reaccionaria y criminal, dispone de


una potencia formidable que le permite organizar la sociedad y
orientar su desarrollo en la dirección hacia el comunismo. El
Partido expresa la voluntad de las masas populares que ya no tie­
nen necesidad de expresarse directamente, mediante elecciones,
protestas o huelgas.
De golpe, esta solución acaba con cualquier problemática de
crisis de la ciencia, de la técnica o de la racionalidad. Son seudo­
crisis que no reflejan nada más que la crisis del capitalismo. De
golpe, la herencia del paradigma de Occidente queda asumida
integralmente.
Ahora bien, hay que preguntarse por la relación entre el con­
cepto de desarrollo y el de socialismo. El socialismo, desde el
punto de vista de los socialistas del siglo xrx y hasta 1 9 1 7 inclui­
do, es fruto del desarrollo industrial. A partir de las Tesis de Abril
de 1 9 17, empieza un proceso que acaba en el comunismo stalinis­
ta. Para la concepción dimanada del estalinismo, el socialismo, en
lugar de ser fruto del desarrollo industrial, se convierte en el
motor de ese desarrollo industrial y, cada vez más y para cada vez
más gente, parece más evidente que el «socialismo» es el único o
el mejor modelo de desarrollo para el Tercer Mundo. Así, aparece
una mutación de la teoría tan o, quizá, más fuerte aún que la de la
mutación paulina que transforma un mensaje para los judíos en
un mensaje par los gentiles, y finalmente, en un mensaje antiju­
dío. Es algo de esa importancia. Es un abismo que se abre a la
meditación. Lo que se llama modelo socialista de desarrollo es un
modelo que no puede encontrarse en Marx: es un modelo al que
hay que calificar de estalinista. Naturalmente, incluso en este
modelo no se pueden excluir las perturbaciones, especialmente
debido a que hay conflictos entre el interés nacional y el socialismo
soberano (en Polonia, en Hungría, en Rumania, en Checoslovaquia
y en Yugoslavia): tarde o temprano, las contradicciones barridas
por el bulldozer sacudirán estas sociedades, revelarán su verdad (su
mentira) y la gran contradicción será la que existe entre el mensaje
comunista igualitario y liberador y la realidad institucional de la
dictadura del Partido.
Hay que conocer por dentro la experiencia de los países llama­
dos socialistas para comprender que el comunismo de aparato ha
reconstruido una sociedad jerarquizada de clases, que ha aniqui­
lado enormes posibilidades de desarrollo, que no puede mante­
nerse nada más que en la represión generalizada, que los trazos de
civilización egoísta/individual/burguesa son trazos reales y que el
402 SOCIOLOGÍA

comunismo no es más que la máscara ideológica, igual que el


cristianismo, durante siglos en Occidente, fue la máscara de una
sociedad de violencia y de opresión, igual que los vicios de la tec­
nocracia y de la burocracia se extienden en él, igual que el hom­
bre nuevo no es más que una leyenda irrisoria, e igual que la teo­
ría marxista del hombre y de la sociedad, tan rica como ha sido su
aportación, ha sido insuficiente y mutilada y, por consiguiente,
empobrecedora y mutiladora.
Así, podemos plantear la siguiente pregunta: ¿ Pueden hoy los
países del tercer Mundo -o al menos aquellos que no están en
una dependencia total de un soberano- inventar un nuevo mode­
lo? O bien, como máximo, ¿pueden evitar lo peor tomando de
unos y de otros, de su tradición y de las técnicas externas, combi­
nándolas después, diversos métodos y recetas? ¿ Pueden hacer
otra cosa que utilizar una experiencia milenaria nacida de sus cul­
turas y extraer las lecciones prácticas de las experiencias agríco­
las, industriales, urbanas cooperativas, etc., que hayan podido
manifestarse en el mundo?
Lo que quiero decir es: ¿hay un modelo al margen de expe­
riencias y combinaciones titubeantes? Yo no lo creo. Yo creo que,
en función de las condiciones locales históricas dadas, existe un
medio de avanzar con el mínimo de sufrimiento, el mínimo de
atrocidades, el mínimo de dolor, pero el nuevo modelo todavía no
ha nacido. La toma de conciencia de la gran carencia de los
modelos es lo que precede a todo progreso político y social en la
idea de desarrollo. La mayoría de los contemporáneos están
obnubilados por la creencia de que el Modelo existe. Si hubiera
más escepticismo respecto al llamado modelo socialista, si se
pudiera comprobar y controlar mejor, creo que habría un relanza­
miento mucho mayor de nuestra imaginación; yo creo que el día
en que digamos: este modelo socialista está, claramente, en crisis
profunda y es incapaz de resolver ciertas cuestiones fundamenta­
les, entonces tendremos la esperanza de poder buscar; hoy la bús­
queda está bloqueada por el Mito . Una palabra más: nosotros
somos europeos y occidentales. Corremos el riesgo de la incons­
ciencia y del olvido debido a que somos no solamente miembros
de naciones que fueron imperialistas y colonialistas, sino debido
a que todavía nos aprovechamos del neoimperialismo económic o
y somos beneficiarios de una desigualdad económica innegable.
Nos resulta, por tanto, difícil escapar a una vergüenza que amena­
za con paralizar nuestro pensamiento. Tengo la impresión de que
el miedo a pensar acerca de este problema del Tercer Mundo se
EL DES ARROLLO DE LA CRISIS DE DESARROLLO 403

debe a ese síndrome de vergüenza que está, evidente y profunda­


mente, justificado en su motivación pero que, a partir de la ver­
güenza retrospectiva del antiguo imperialismo, de la vergüenza
presente del imperialismo económico actual, y de la vergüenza de
nuestro desahogo y riqueza privilegiados en un mundo en el que
se agravan los problemas de superpoblación y de subnutrición,
nos impide formular las críticas que podrían ser, a nuestros ojos,
fruto inconsciente de nuestra voluntad de conservar nuestro con­
fort; por tanto, consideramos el problema de las libertades como
un lujo, lo cual significa que no podemos analizar los problemas
sin un autoanálisis serio y consecuente, al que yo llamaría auto­
psicoanálisis, añadiendo una autocrítica.

4. EL HORIZONTE

Por tanto, vemos que el pensamiento tecnoeconomicista del


Occidente burgués no posee la solución. Vemos que el comunis­
mo de aparato no tiene la solución. Vemos que no hay una solu­
ción a la vista. Solamente podemos enunciar «idealmente» las
condiciones necesarias para la elaboración de una solución.
Las soluciones no pueden venir de la conjunción de una nueva
conciencia (en el pensamiento y en la acción) y de innovaciones
surgidas del inconsciente mismo del cuerpo social.
Por parte del pensamiento consciente, haría falta:
l . Reformular el concepto de desarrollo y reestructurarlo.
No ya subordinar el desarrollo al crecimiento; sino el crecimiento
al desarrollo. No ya subordinar el desarrollo social del hombre al
desarrollo técnico/científico, sino el desarrollo técnico/científico
al desarrollo humano. Esto puede resultar evidente, pero nos
remite a un nuevo problema fundamental: saber qué es el desarro­
llo social y qué es el desarrollo humano, conceptos que parecen
demasiado claros y que son siempre abiertos y vagos puesto que
vivimos con una noción pobre y mezquina del hombre y de l a
sociedad. D e repente, descubrimos la necesidad urgente d e una
teoría del hombre y de la sociedad.
2. Se trata de pensar sobre los problemas del desarrollo,
como sobre todos los problemas teóricos humanos y sociales,
al nivel reflexivo de los conceptos de segundo orden, es decir,
que implican siempre el recurso del objeto (en este caso, el desa­
rrollo) al sujeto (en este caso, la sociedad y el hombre); por tanto,
404 SOCIOLOGÍA

que necesita la introducción del prefijo auto. El concepto clave


tiene que ser, por tanto, tal como habíamos dicho, el autodesa­
rrollo.
En este caso, estamos convencidos de las posibilidades de
desarrollo del hombre y de la sociedad. Pero estamos igualmente
convencidos de que ese desarrollo es inseparable de una meta­
morfosis social.
La sociedad moderna no puede desarrollarse sin transformarse
radicalmente. Por tanto, podemos considerar las crisis de desarro­
llo como los primeros empujes transformadores en los que apare­
cen las desviaciones que anuncian los posibles movimientos futu­
ros y podemos, también, suponer que el genio inconsciente (de la
sociedad y de la especie) está ya trabaj ando. Pero debemos saber
que no estamos más que en los inicios tanto de la toma de con­
ciencia teórica como de las apariciones creadoras del inconscien­
te social. La propia crisis suscita también posibilidades regresivas
y favorece el recurso mágico a la seudosolución.
Asimismo, el horizonte de este fin de siglo se nos aparece
como muy incierto. Para intentar una previsión, hay que recono­
cer, de entrada, la posibilidad y, a la vez, la improbabilidad de dos
hipótesis extremas.
La primera hipótesis extrema es la de la catástrofe, que es
materialmente posible, puesto que la humanidad desarrollada ha
acumulado y acumulará, cada vez más, un potencial autodestruc­
tor, no solamente atómico, sino también demográfico y ecológico.
Sin embargo, la enormidad de la amenaza termonuclear desempe­
ña, por sí misma, un papel de freno. Las curvas exponenciales del
crecimiento demográfico y del crecimiento del peligro ecológico
deben, probablemente (al precio de despilfarros y sufrimientos
que no podemos todavía prever), adoptar la forma de curvas en S .
L a segunda hipótesis extrema es l a de l a metamorfosos social
que sería un nuevo nacimiento de la humanidad. Las posibilida­
des existen, ya lo hemos dicho, en el ser humano y en el ser
social, los cuales no están más que al inicio de sus posibilidades
evolutivas. Aspiraciones cada vez más profundas y amplias se
manifiestan en este sentido y se cristalizan a través de las pala­
bras mito de socialismo, comunismo o anarquismo. Pero no sola­
mente son estas fuerzas demasiado débiles y dispersas, sino que
son erráticas, desviadas y mitificadas, e inmensas buenas volunta­
des que creen ponerse al servicio de la revolución, trabajan sin
saberlo para aplastar los gérmenes de la revolución. Para mí, es la
gran tragedia de nuestra época, lo cual incrementa la improbabili-
EL DES ARROLLO DE LA CRISIS DE DES ARROLLO 405

dad del «nuevo nacimiento de la humanidad» y del «Verdadero»


desarrollo.
Entre estos dos polos extremos, nosotros entrevemos la proba­
bilidad de una edad media planetaria. De hecho, sin duda, ya ha
empezado. En lugar de una síntesis fecunda entre el orden y el
desorden, que es lo que debería ser el progreso, vemos dibuj arse
la yuxtaposición de un orden rígido (garantizado por aparatos
implacables) y de un desorden no creador (en el que se disolverán
las reglas «civilizadas»).
Esta hipótesis es, ciertamente, la más probable. Pero todos los
grandes cambios, todos los grandes progresos, tanto en la historia
de la vida como en la historias del hombre, han sido victorias de
lo improbable.
FUENTES
REFLEXIÓN SOCIOLÓGICA

¿ El sociólogo puede, debe, sustraerse de su visión de la sociedad? es una


comunicación presentada en el XI coloquio de la Asociación internacional de
sociólogos en lengua francesa, París, Sorbonne, 1 982 (inédita).
Sociología de la sociología es una comunicación presentada en el coloquio
Les Sociologies II, París, Sorbonne, 1 984 (inédita).
El derecho a la reflexión apareció en la Revue fran,.:aise de sociologie, VI,
enero-marzo de 1 965 .
Autocuestionamiento de la sociología apareció bajo el título de Pour une
sociologie de la crise, en Communications, 12, 1 968.

NATURALEZA DE LA SOCIEDAD

La palabra sociedad es un texto inédito ( 1 983).


Un sistema autoorganizador, así corno De las sociedades de la naturaleza a
la naturaleza de las sociedades humanas, han sido extraídos de «La nature de la
société», Communications, 22, 1 974.
La ecología social ha sido extraído de <<L'Écologie de la civilisation technicien­
ne>>, en Une nouvelle civilisation, Hommage a Georges Friedmann, Gallirnard,
París, 1973.
Por una teoría de la nación ha sido extraído de una artículo aparecido en
Communications, 25, 1 976.
Las tres culturas es un texto inédito.
El cult-análisis apareció en Communications, 1 4, 1 970.
Por una teoría del cambio apareció en Une nouvelle civilisation, op. cit.

SOCIOLOGÍA DEL PRESENTE

EL MÉTODO IN VIVO

Principios de una sociología del presente, primero difundido por el Groupe


de sociologie du présent ( 1 968), fue publicado como conclusión final en La
Rumeur d'Orléans (Le Seuil, París, 1 969).
El empe1!o multidimensional apareció en Les cahiers internationaux de
sociologie, 4 1 , 1 966.
De la entrevista apareció en Communications, 7, 1966.

MODERNIZACIÓN Y POS TMODERNIDAD

La modernización de una comwzidadfrancesa apareció en la Revue interna­


tionale des sciences sociales, V, 1 966.

[409]
410 SOCIOLOGÍA

La cuestión del bienestar apareció en Arguments, 22, 1 96 1 .


El coche apareció e n Échanges, 7 1 , 1 965.
La antigua y la moderna Babilonia apareció en Le retour des astrologues,
Club du Nouvel Observateur, 1 97 1 . Nueva edición bajo el título de La croyance
astrologique moderne, L'Age d'homme, 198 1 .
Año I de la era ecológica apareció en el Nouvel Observateur, suplemento de
junio-julio de 1 972.
Ciudad de luz y ciudad tentacular está extraído de «L' écologie de la civilisa­
tion technicienne» (en op. cit.).
Una nueva era de la cultura de masas: la crisis de la felicidad está extraído
del artículo «Culture de masse», en Encyclopaedia Universalis.
La publicidad apareció como prefacio del libro de A. Cadet y B. Catelat, La
Publicité, París, Payot, 1 968.
La vedetización de la política apareció en La personnalisation du pouvoir,
PUF, París, 1 967.

ACONTECIMIENTOS -IMPACTO

Salut les copains apareció en Le Monde de los días 6 y 7 de julio de 1 963.


Una teletragedia planetaria apareció en Communications, 3, 1 964.
La internacionalidad de las revueltas estudiantiles (notas metodológicas) es
una comunicación presentada en el Convegno Europeo «Protesta e partecipazio­
ne della gioventu in Europa>>, organizado por el Centro studi lombardo en Milán,
29-3 1 de marzo de 1 968, impreso en francés e italiano.

EL HORIZONTE PLANETARIO

El horizonte planetario apareció en Arguments, 1 , 1 956.


El desarrollo de la crisis del desarrollo, comunicación presentada en el colo­
quio de Figline-Valdarno 1 973, apareció en Le mythe du développement, bajo la
dirección de C. Mendes, Le Seuil, París, 1 976.
COLECCIÓN FILOSOFÍA Y ENSAYO
Dirigida por Manuel Garrido
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Bechtel, W.: Filosofía de la mente. Una panorámica para la ciencia cognitiva.
Boden. M. A.: Inteligencia artificial y hombre natural.
Bottomore. T.; Harris, L.; Kieman, V. G.; Miliband, R.; con la colaboración de Kolakowski ,
L.: Diccionario del pensamiemo marxista.
Brown, H. I.: La nuevafílosofía de la ciencia (3.' ed.).
Bunge, M.: El problema mente-cerebro (2.' ed.).
Cruz, M.: Individuo, modernidad, historia.
Chisholm, R. M.: Teoría del conocimiento.
Dampier, W. C.: Historia de la ciencia y sus relaciones con la filosofía y la religión (2.' ed.).
Dancy, J.: Introducción a la epistemología contemporánea.
Díaz, E.: Revisión de Unamuno. Análisis crítico de su pensamiento político.
Eccles, J. C.: La psique humana.
Edelman, B.: La práctica ideológica del Derecho.
Fann, K. T.: El concepto de filosofía en Wittgenstein (2.' ed.).
Ferrater Mora, J., y otros: Filosofía y ciencia en el pensamiento espmiol contemporáneo
(1960-I970J.
Feyerabend, P.: Tratado contra el método (2.' ed.).
Fodor, J. A.: Psicosemántica. El problema del significado en la filosofía de la mente.
García-Baró, M.: Categorías, imencionalidad y números. Introducción a la filosofía primera
y a los orígenes del pensamiento fenomenológico.
García Suárez, A.: La lógica de la experiencia.
García Trevijano, C.: El arte de la lógica.
Garrido, M.: Lógica simbólica (3.' ed.).
Gómez García. P.: La antropología estructural de Claude Lévi-Strauss.
González, M.: Introducción al pensamiento filosófico. Filosofía y modernidad (4.' ed.).
Habermas, J.: La lógica de las ciencias sociales (2.' ed.).
Habermas, J.: Teoría y praxis (2.' ed.).
Hierro, J. S.-P.: Problemas del análisis de/ lenguaje moral.
Hintikka, J.: Lógica,juegos de lenguaje e información.
Lakatos, I., y otros: Historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales (3.' ed.).
Lindsay, P. H., y Norman. D. A.: Introducción a la psicología cognitim (2.' ed.).
Lorenzo, J. de: El método axiomático v sus creencias.
Lorenzo, J. de: lmroducción al estilo ;zatemático.
Mates, B.: Lógica matemática elememal.
McCarthy, Th.: Ideales e ilusiones. Reconstrucción y deconstrucción en la teoría crítica con­
temporánea.
McCarthy, Th.: La teoría crítica de Jiirgen Habermas (2.' ed.).
McCorduck. P.: Máquinas que piensan. Una incursión personal en la historia y las perspec-
tivas de la inteligencia artificial.
Millar, D.. y otros: Diccionario básico de ciemíficos.
Morin. E.: Sociología.
Nagel. E.: Newman, J. R.: El teorema de GOdel (2.' ed.).
Popper, K. R.: Búsqueda sin término. Una autobiografía intelectual (3.' ed.).
Popper. K. R.: Realismo y el objetivo de la ciencia. Post Scriptum a La lógica de la im·esri­
gación científica. vol. I.
Popper. K. R.: El universo abierto. Post Scriptum a La lógica de la im·estigación científica,
vol. II.
Popper. K. R.: Teoría cuántica y el cisma en física. Post Scriptum a La lógica de la investi­
gación científica. vol. m (2.' ed.).
Putnam. H.: Ra:ón. verdad e historia.
Quine. W. V.: La relatividad omológica y otros ensayos.

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