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LA REFLEXIÓN FEMINISTA EN EL DESARROLLO DE LAS

CIENCIAS SOCIALES EN ARGENTINA.

María de los Ángeles Dicapua

Introducción.

Este artículo intenta recorrer los vaivenes históricos de la constitución de


la reflexión social en Argentina. Por un lado relevar el registro de la Sociología
y paralelamente por otro, dar cuenta de aquellas producciones o hitos que
compartieron las etapas de ese desarrollo sociológico en nuestro país,
relevando las producciones de mujeres.

De ningún modo este recorrido pretende ser exhaustivo, sino


simplemente enmarcar en contexto y perspectiva los textos se trabajarán en el
primer práctico de la materia y que intentan incorporar la mirada de género en
el cursado de Sociología Sistemática.

Para responder a este objetivo es que dividimos la exposición en cuatro


puntos de acuerdo a los periodos históricos que vayamos recorriendo. En el
primero se recorre desde fin de siglo hasta los años 40, donde la impronta de la
inmigración y los partidos de base anarquista y socialista parecen dar su
impronta a esta etapa.

La segunda desde 1940 hasta los años 60, cuando los profundos
cambios en la estructura argentina con la irrupción en la escena social y política
de amplios sectores populares permiten la discusión sobre los derechos
sociales y a su vez, cuando desde el feminismo y asociaciones de mujeres se
enardecen las consignas por el voto femenino, consagrado en 1946.

La tercera asociada a los grandes cambios en la sociedad argentina que


la inician en prácticas modernas como “efecto demostración” en relación con
los países más desarrollados pero que, políticamente, significa un etapa de
inestabilidad democrática con sucesión de gobiernos golpistas y gobiernos
constitucionales interrumpidos. Las cátedras nacionales y los movimientos de
izquierda universitarios que en poco tiempo pasarían a la clandestinidad, dejan
importantes reflexiones sobre esa sociedad. Mientras que desde el feminismo
aparecen importantes movimientos institucionalizados y se cuestionan los
principales rasgos del arquetipo de mujer moderna exigido por esa
contradictoria sociedad a través de los medios masivos de comunicación.

Finalmente marcamos muy brevemente los desarrollos posteriores a la


dictadura cívico militar eclesiástica del 76, que desdibujaron el sujeto social
tradicional de la sociología para poner en su agenda al sujeto político. Y
recorremos las temáticas más actuales del pensamiento feminista.

Primer periodo

La sociología en la Argentina puede rastrearse al menos desde fines del


siglo XIX e incluso antes si consideramos producciones y temáticas como las
de Sarmiento. Recordemos, tal como lo marca Artola (Artola, 2013) que por
ejemplo para Martínez Estrada será el Facundo (1845) de Sarmiento el texto
inicial de la sociología. Si se entiende que las preguntas, cuestionamientos y
tratamiento de problemas sociales ya aparecen en este libro y si además,
dejamos de lado los criterios epistemológicos hegemónicos que signaron el
desarrollo de la Sociología a partir de Germani para considerar una producción
como “científica” o no, seguramente se compartirá la consideración de Martinez
Estrada.

Guiándonos por esta amplitud en la consideración de los textos pueden


integrarse a la historia de la sociología en Argentina, autores como Esteban
Echeverría, Ingenieros e incluso el mismo Martinez Estrada. Siguiendo el
mencionado texto de Artola, podríamos ubicar la fundación de la Sociología en
nuestro país a partir de la década del 90:

“Como un eco temprano desde que Auguste Comte acuñara el


término, allá por 1824, contemporánea a la aparición de los textos
fundadores de Durkheim, Weber y Simmel, y casi en paralelo con su
desarrollo en los Estado Unidos - recordemos que en 1892 Albion
Small funda el Departamento de Sociología en la Escuela de
Chicago - en nuestro país los años ’90 marcarán los primeros pasos
de lo que podemos definir con el nombre de sociología argentina.
………..
Pero si de historia institucional se trata, la sociología también dará
por estos años sus primeros antecedentes y de la mano de Ernesto
Quesada. Titular de la primer cátedra de sociología en la Facultad
de Filosofía y Letras de la UBA (que había sido fundado en 1898),
desde 1904 hasta que veinte años después lo suceda Ricardo
Levene (1885-1959). Años después, en 1927, se creará el Instituto
de Sociología Argentina, como segundo hecho institucional
relevante, que funcionará efectivamente desde que el propio
Levene se haga cargo de su dirección en 1940, renombrándolo
Instituto de Sociología lo que daba cuenta del nuevo curso al que
ingresaba la práctica sociológica en nuestro país.” (Artola, 2013)

Este momento iniciatorio de la Sociología argentina que podemos ubicar


hasta los años 40, seguirá los vaivenes y los debates centrales de esta
sociedad transformándose en moderna. Dentro de las tensiones más
significativas aparece la siempre conflictiva polémica entre ciencia y ensayo.

En esa historia de la sociología argentina no parece registrarse sino


exponentes y representantes varones, sin embargo apelando a la misma
amplitud señalada arriba, podríamos preguntarnos por el desarrollo de
temáticas sociales en autoras mujeres. Inmediatamente la respuesta queda
asociada al surgimiento del feminismo a fines del siglo XIX e inicios del XX,
producto del mismo proceso que parece iniciar la sociedad argentina en la
caracterización de “moderna”.

En el caso de los textos que surgen del movimiento feminista, en


términos generales se acercan a la forma de ensayo, conferencias, textos
periodísticos, editoriales, etc., qué constituyen verdaderas piezas de reflexión
sobre las cuestiones sociales candentes en esa Argentina moderna.

La temática de la igualdad jurídica entre varones y mujeres, fue un tópico


central entre las pensadoras y militantes de principio de siglo XX. El Código
Civil argentino que entrara en vigor el 1° de enero de 1871, indudablemente y
sin desentonar con la mayoría de los códigos de la época, sancionaba la
inferioridad jurídica de las mujeres. Justamente por esto, la demanda por la
igualdad será la nutriente de las luchas feministas de esta época.
De ahí que mujeres liberales y socialistas de la época convergieran en el
Librepensamiento -movimiento anticlerical por antonomasia- que canalizó
muchos de sus reclamos. Justamente esto marcó el inicio del feminismo
asociado a estas ideologías, sostenidas en general por un número muy
reducido de mujeres letradas, que guiaron el reclamo por los derechos de la
mujer. Debe subrayarse que estos reclamos tuvieron la singularidad de apelar
a una multiplicidad de esferas. Si bien comienzan denunciando la ausencia de
derechos civiles en la mujer, las feministas fueron delineando un programa
social, cultural y político, que tendría como corolario la demanda del sufragio
femenino.

Así pueden destacarse al menos cuatro grupos de demandas asociadas


a ese programa: la remoción de la inferioridad civil, la obtención de mayor
educación, el auxilio a las madres desvalidas y la cuestión del sufragio. Los
escritos de mujeres que reflexionan o arengan sobre estos derechos, girarán
alrededor de estos tópicos y permiten reconocer algunas personalidades
sobresalientes para todo este período.

Por cercanía (radicada en Rosario y con más precisión en el barrio


Refinería) y por convicción (su lucha fue constante, desde la prensa y como
dirigente encabezando marchas y huelgas), una de las figuras más destacada
es Virginia Bolten. Más allá de los míticos relatos que le asignan un papel
central en la histórica manifestación obrera de Rosario en 1890, su destacada
actividad como feminista, sindicalista y anarquista, quedó plasmada en el
primer periódico anarcofeminista en la Argentina, La Voz de la Mujer, , cuyo
lema era «Ni Dios, ni patrón, ni marido». En ese periódico se difundían los
ideales del comunismo libertario, las injusticias contra los trabajadores y en
especial contra las mujeres.

Este periódico aparecido entre enero de 1896 y el mismo mes de 1897.


Es un hito insoslayable en la historia del feminismo argentino, y en su origen
como movimiento social no puede separarse de la militancia anarquista. Es uno
de los primeros en su tipo en Latinoamérica (diario escrito por mujeres y para
mujeres) que con una orientación revolucionaria apela a las mujeres
trabajadoras como interlocutoras. Esta impronta marca una diferencia entre
este feminismo de fin de siglo en Argentina y el prevaleciente en el resto de
América Latina que se dirigía sobre todo a mujeres educadas de clase media.

En la década del 90 y en una Argentina caracterizada por un crecimiento


económico rápido, un gran flujo de inmigrantes europeos y la formación de un
movimiento de trabajadores activo y radical, la principal preocupación de La
voz fue la cuestión social y, en particular, la de las mujeres trabajadoras,
doblemente oprimidas por la sociedad burguesa y por los hombres. Justamente
por eso en el editorial del primer número, las tres redactoras reconocidas de la
La voz (Virginia Bolten, Teresa Marchisio y Maria Calvia), sostenían
enfáticamente que las mujeres eran la “parte más explotadas de la sociedad”.

Así, el tema central de La voz fue la naturaleza múltiple de la opresión


de la mujer. No sólo en su trabajo, sino en su matrimonio, en su rol de madre,
como miembro de la sociedad, etc., que se expresaba en un ataque constante
al matrimonio y al poder masculino sobre las mujeres, siendo partidarias del
“amor libre”. Entendido como mayor libertad sexual para las mujeres que podía
expresarse en la fórmula ideal de “dos camaradas libremente unidos”.

En relación a la maternidad, no presentaron discusión explicita por


ejemplo sobre el aborto y las pocas referencias al tema, son ambivalentes. No
es de asombrar esto teniendo en cuenta la época en la que escriben. Otra
ambivalencia notoria aparece en relación con el cuidado de los niños. En
algunas editoriales se sobrecarga el sentimentalismo de la relación madre-hijx,
enfatizando la denuncia de la condición de pobreza de los niños y niñas. En
otros se denuncia furiosamente el rol de la madre como forma de opresión
pero soslaya, sin embargo, el tema de los trabajos de cuidado en el hogar y su
distribución.

A pesar de ser un periódico pequeño, semiclandestino y efímero (sólo


aparecieron nueve números en un año), y que su actitud explícitamente
antirreformista debilitaba su capacidad de intervención política, la respuesta
entre las mujeres trabajadoras de las ciudades de Buenos Aires, Rosario y La
Plata (donde más llegada tenía el diario) fue ampliamente favorable entre las
mujeres de sectores populares, a las posturas de La Voz.

Esta última característica, sin embargo, también significó un límite para


su trascendencia. Su interés no estaba en reclutar muchas lectoras sino más
bien en captar pequeños grupos de activistas. Esto lo hacía deliberadamente
sectario: sólo se dirigían a mujeres de la clase trabajadora y pobres,
desconociendo como válida cualquier alternativa reformista como por ejemplo
el periódico La Vanguardia. Esto impedía llegar a posicionamientos sobre
algunos problemas prácticos que eran levantados y atendidos por otros grupos.

En este mismo período, emergerá también otra variante del feminismo


que era más cercana a esos problemas prácticos de las mujeres de clases
medias: la del Partido Socialista. Entre sus militantes aparecen nombres como
Alicia Moreau, Juana Rouco Buela y Cecilia Grierson.

Su lucha por la igualdad de derechos, por mejores oportunidades


educativas y por la reforma del código civil, le daría un nuevo rostro al
feminismo y redefinieron su política y su estrategia. Apoyadas desde la visión
gradualista de Bernstein, se comprometían con un programa de
reivindicaciones formulado en términos de concesiones demandadas al Estado.

Otra figura sobresaliente de esta etapa, proveniente de Uruguay, país


en el que el proceso de secularización y laicización de la sociedad era más
intenso que en nuestro país, fue María Abella de Ramírez. Ésta llegó a La
Plata para participar de la novedosa experiencia pedagógica inaugurada en
1888 por la norteamericana Mary Olstine Graham, dentro del marco de la
Escuela Reformadora Uruguaya.

La Plata se transformará así, prematuramente, en sede de las


inquietudes educacionales y políticas de índole liberal, desde una mirada
feminista, que traía esta luchadora. En 1901 crea la revista Nosotras,
innovadora apuesta de Abella de Ramírez a la lucha por los derechos de la
mujer en el Río de la Plata. Su "Programa mínimo de reivindicaciones
femeninas" representa un compendio de los derechos que reclaman
También comenzará a destacarse una joven estudiante de Medicina y
activa militante de la Sociedad Luz: Alicia Moreau. Moreau, junto a Raquel
Camaña crean el Primer Centro Socialista Femenino en Buenos Aires. Este
será un espacio privilegiado para el reclamo por la coeducación de los sexos
en la adscripción a la "Escuela Nueva".

En 1906 dentro del Congreso Internacional de Librepensamiento de


Buenos Aires, Alicia Moreau se consustanciará con el "Programa mínimo de
reivindicaciones femeninas" de Abella de Ramírez. A partir de aquí Alicia
Moreau pasaría a tener una intensa participación en el campo cultural no sólo
en Buenos aires sino también en La Plata, desempeñándose en el dictado de
cursos de extensión en la Institución Gonzaliana y de la Cátedra de Ciencias
Naturales del Colegio Nacional.

En el año 1910, y articulando su actividad con otras representantes


liberales y socialistas, Abella de Ramírez fundó en la ciudad de La Plata, la
reconocida Liga Feminista Nacional. Para difundir sus actividades y crear un
espacio de discusión, también funda la revista La nueva mujer. Una de las
principales actividades de la Liga fue promover el primer Congreso Femenino
Internacional y, a instancias de Ramirez, fundar la Asociación Femenina
Panamericana.

A partir del primer congreso el reclamo por el derecho al voto femenino se


agudizará, nucleando representantes de un vasto arco ideológico. La médica
Elvira Rawson desde el radicalismo irigoyenista, funda en 1919 junto entre
otras a Alfonsina Storni, la Asociación Pro derechos de la Mujer que llegó a
tener más de once mil afiliadas. Uniendo sus fuerzas con las de Alicia Moreau,
quién lideraba la Unión Feminista Nacional, tendrá una participación decisiva
en la pelea por el sufragio universal que permitiera a las mujeres votar.
Durante todo este proceso de creciente demandas por los derechos de
las mujeres, se perfila un nombre que aparece como un emblema de lucha y
osadía: Julieta Lanteri.

De origen italiano, Julia Magdalena Angela Lanteri, llegó en 1879 a la


Argentina junto a sus padres inmigrantes. Para lograr convertirse en médica
debió de solicitar un permiso especial al decano de la alta casa de estudios, ya
que por aquella época las ciencias de la salud eran una profesión negada a las
mujeres.

De esta manera, se convirtió en la sexta médica en el país. Durante la


carrera comenzó una gran amistad con la Dra. Cecilia Grierson, con quien
fundó la Asociación Universitaria Argentina y con quién compartirá profundos
pensamientos feministas. En 1906 integró el Centro Feminista del Congreso
Internacional del Libre Pensamiento, que se llevó a cabo en Buenos Aires,
junto a las ya nombradas Alicia Moreau, Sara Justo y Elvira Rawson, entre
otras, y cuya labor se centró en el reclamo permanente por los derechos
cívicos femeninos en la Argentina.

El año 1910, significó un momento muy importante en la vida de Julieta,


por el reconocimiento dentro del movimiento feminista y por lo que significó
como visibilización de la lucha en la sociedad de la época. Ese año marcó el
centenario de la Revolución de Mayo y una etapa de debate entre grupos de
mujeres. Por un lado se organiza el Congreso Femenino Internacional, cuya
secretaria general fue Lanteri. Paralelamente se organizó también el Congreso
Patriótico de Señoras, único de los dos reconocido en los festejos oficiales.
Indudablemente esto mostraba la negación de una sociedad patriarcal a
aceptar la tónica feminista e internacionalista impulsado por intelectuales y
socialistas que signaba el Congreso Femenino Internacional.

También 1910 será un punto de inflexión en la lucha por el sufragio


femenino. Con la reforma electoral conocida como ley Sáenz Peña, Julieta
Lanteri consiguió la ciudadanía argentina y exigió para sí todos los derechos
ciudadanos. Después de una ardua lucha judicial, el juez alegando que no
podía negarle los derechos consagrados por la Constitución para toda la
ciudadanía, lo que no excluía expresamente a las mujeres, concedió la petición
de Lanteri, convirtiéndose así en la primera mujer incorporada al padrón
electoral, y en las elecciones del 26 de noviembre de 1911 en la primera
sudamericana en votar.

La reacción no se hizo esperara y el Concejo Deliberante de la ciudad


sancionó una ordenanza que prohibía explícitamente el voto femenino con el
argumento de que para empadronarse era necesario el registro del servicio
militar. Ante la mirada condenatoria de la mayoría de la sociedad porteña
intentó enrolarse en el Ejército e incluso debió ser recibida por el ministro de
Guerra y Marina para acallar las repercusiones de su petición.

Será recién en 1919, cuando encuentren junto a sus compañeras una grieta en
el sistema por donde colar la búsqueda de sus objetivos. Descubren que si bien
la Constitución nacional no permitía el voto femenino, sí ofrecía la posibilidad
de ser elegidas, es decir participar de la política a través de una candidatura.
En abril de ese año funda el Partido Nacional Feminista, con el cual Julieta
Lanteri se presentó como candidata a diputada. Esto la convirtió en la primera
mujer candidata política, con el lema “En el Parlamento, una banca me espera,
llevadme a ella”. Consigue 1.730 votos, sus votantes por supuesto eran todos
hombres.

En 1920, junto a Alicia Moreau organizó un enorme simulacro de


votación con urnas para mujeres en 20 distritos electorales de la Capital
Federal, el cual tuvo lugar en plena Plaza Flores, logrando la participación de
más de 4000 mujeres.

A su muerte en 1932 el Partido Nacional Feminista desapareció y


permitió a sus partidarias que eligieran individualmente a qué nuevas fuerzas
políticas querían incorporarse. A pesar de su corta duración esta experiencia
tuvo dos características transcendentes: fue la primera experiencia partidaria
dentro de los activismos feministas argentinos institucionalizados. Y, por otro
lado, el PNF fue pionero en recalcar la importancia de un activismo
exclusivamente femenino. Esta última característica difería de posiciones de
otras organizaciones feministas como la de la Asociación Pro Derechos de la
Mujer. Rawson, por la Asociación, sostenía en este sentido que la presencia
de varones permitía bajar la reacción contraria de la sociedad en general a las
demandas feministas y estratégicamente, involucrar varones significaba una
mayor efectividad para alcanzar sus derechos.

Si bien probablemente lo que alcanzó mayor visibilidad y transcendencia


histórica en este período fue la lucha por el sufragio universal, no se agotaba
en ello las demandas del movimiento feminista desde sus diferentes grupos.

En este sentido Lanteri como otras incluían en su lucha denuncias por las
condiciones inhumanas de las obreras privadas de cualquier derecho, peleas
contra proxenetas y funcionarios que se enriquecían con la explotación sexual,
exigencias por el derecho al divorcio, y terminar con el poder de la Iglesia
sobre la vida de las personas.

Sin duda para los años 20 la arenga de Lanteri empezaba a sonar con fuerza

“Arden fogatas de emancipación femenina, venciendo rancios


prejuicios y dejando de implorar sus derechos. Éstos no se
mendigan, se conquistan”. (1922)
Segundo periodo

A partir de los años 20 nuevos vientos comienzan a soplar en Argentina


provenientes de una renovación del pensamiento latinoamericano. Entre otros
acontecimientos la Revolución Mexicana y la Reforma Universitaria nacida en
Córdoba en 1918, pondrán como valores del pensamiento al idealismo y
juvenilismo y una revalorización cultural del continente mestizo. (Artola, 2013)

Artola describe en su texto el reflejo de este proceso en la sociología


argentina:

“Argentina formará parte de este influjo y el pensamiento - desde


ahora y hasta mediados de la década del ’50 - estará hegemonizado
por lo que se ha llamado “ensayo ontológico-intuicionista”, según
la nomenclatura de Oscar Terán, que harán de la introspección
sobre el ser nacional el estilo dominante de la reflexión. Scalabrini
Ortiz y El hombre que está sólo y espera (1931), Ezequiel Martínez
Estrada con su Radiografía de la pampa (1933), escrito bajo la
coordenadas de Sarmiento, Spengler y Simmel que le vale el
Premio Nacional de Literatura, y Eduardo Mallea con Historia de
una pasión argentina (1938), son los textos claves de este nuevo
momento.”

Entre el movimiento de mujeres esta etapa se verá signada por una


lucha en ascenso para la obtención del sufragio. Más asociaciones de
mujeres se suman a la lucha pero desde lugares menos confrontativos, más
moderados y provenientes de estratos sociales más altos. Además del
siempre presente reclamo por el sufragio, por el contexto de la guerra mundial
y posteriormente la guerra civil española, se desarrollaba también una tarea
solidaria con los refugiados y auxilio a quienes eran perseguidos por el
nazifascismo.

Durante la década del 20 al 30, cambia la configuración genérica como


consecuencia de la modernización social. Las mujeres comenzaron a
identificarse con las representaciones de la mujer moderna. Los cambios en
la forma de construcción de la identidad femenina pueden verse reflejados en
publicaciones femeninas que se dirigen a un interés más amplio de las mujeres
en el escenario público. Un ejemplo de éstas, es sin duda la publicación Vida
Femenina, aparecida en 1933.

Al poco tiempo de haber iniciado la publicación, María L. Berrondo


(quién a partir de aquí comenzará una trayectoria política definida: integró el
Comité Ejecutivo del Partido Socialista y en 1951 integró, junto a Alicia Moreau,
la lista de candidatas a diputadas del Partido Socialista) es nombrada su
directora, agregando al título de la revista, el subtítulo de "La revista de la mujer
inteligente".

Si bien ninguno de los proyectos de ampliación de derechos políticos


presentados durante la década de 1930 había logrado su concreción como ley,
la militancia política de las mujeres dentro del socialismo continúo
multiplicándose y creando asociaciones ad hoc, integrando en ellas a militantes
socialistas, feministas e intelectuales que consiguieron concientizar a sus
compañeros de militancia de los fundamentos de su lucha.

Muchos diputados socialistas y radicales presentaron proyectos a la


Cámara de Diputados para incorporar el derecho al voto femenino, mostrando
que cada vez más, la clase política masculina aceptaba a las mujeres como
ciudadanas plenas, advirtiendo además que esto podía engrosar el caudal de
votos de los distintos partidos.

En este contexto Vida Femenina se presentaba como la intérprete de estos


cambios tan significativos, y que llevarían a modificar el estatus legal de las
mujeres. Y un antecedente de ello había ocurrido ya en 1926 con la reforma
del Código Civil cambiando la situación legal de inferioridad jurídica de las
mujeres.

En el número 1 de la revista, ésta anunciaba:

[...] El hogar ha sido penetrado por la sociedad. Esta cuida de la


salud y de la instrucción de los niños, fija la edad del trabajo; se
interpone entre los esposos entre los padres y los hijos.
Comprender este movimiento, esta penetración, utilizarla, guiarla,
es tarea que interesa fundamentalmente al hogar y al Estado y que
necesita la participación, cada vez más decidida, de la mujer." ("A
nuestros lectores", Vida femenina, nro. 1, 1933).
En sus páginas podían encontrarse una amplia variedad de temáticas
que apuntaban a ofrecer a la mujer los conocimientos necesarios para
atravesar esta etapa de profundos cambios. Las "mujeres inteligentes" a las
que apelaba Vida Femenina, eran capaces con la misma aptitud de intervenir
en política y a su vez, de ocuparse de los problemas cotidianos como la salud
familiar, la puericultura, etc.. El formato de Vida Femenina también aparecía
en consonancia con esta fachada de modernismo por el uso de novedades
gráficas propias de revistas femeninas masivas: fotos, titulares destacados,
grabados de artistas reconocidos. En resumen una estética en el diseño de
las tapas que apuntaba a ampliar su circulación.

Evidentemente, el arquetipo propuesto era sin duda una mujer que


aunque participa de la vida política no confrontaba con el modelo en el que las
mujeres seguían teniendo la responsabilidad casi exclusiva de las tareas de
cuidado y reproducción, que el patriarcado le asignaba tradicionalmente.

Con el peronismo se genera una irrebatible mejora en la calidad de vida


de los sectores populares y la irrupción en la política de amplias masas hasta
ese momento ocultas para el régimen conservador. No siempre estos cambios
fueron explicados sin preconceptos desde el modelo de la Teoría de la
Modernización. Tal vez por eso, los canales que podían relacionar el ámbito
político- social y la teoría sociológica desde el modelo cientificista de Germani,
no estuvieron plenamente abiertos y coordinados.

“Desde esta teoría general, que estudia las relaciones entre


las estructuras y las instituciones sociales, anclada sobre la noción
de un sistema social conformado por acciones sociales
“normadas” y un concepto de cambio “pautado” tendiente a un
equilibrio dinámico sobre la base del orden - que no deba lugar a la
conflictividad como inherente al mismo sino más bien la procesaba
como “patología” pasajera – el sociólogo italiano estudiará la
peculiar forma que asumía en Argentina la transición hacia la
modernidad capitalista bajo el fenómeno político del peronismo.
………………………………………….
Pero la realidad resultó ser un poco más compleja y el peronismo
más aún. De ahí que hubo que dar cuenta de un desacople entre los
procesos de movilización e integración en las sociedades
latinoamericanas de modernización tardía – a diferencia de los
países desarrollados - que le permitirá clasificar “la forma peculiar
de intervención en la vida política nacional” de las masas como
autoritarismo de izquierda o ideologías de derecha con contenido
socialista.” (Artola, 2013)

Sin duda las condiciones macroeconómicas que mostraban para la


época, mejores índices de reparto del PBI entre los sectores populares, eran el
contexto donde aparecía un nuevo escenario: la emergencia masiva de las
luchas populares de mujeres y de los sectores populares en la política nacional.
La “ley de Voto femenino” fue el resultado de una política de “inclusión
ciudadana”.

Coincidimos con lo que Flavio Rapisardi, en su artículo “Articulaciones,


política e historia: del género de Lanteri al género de Evita”, afirma:

“La consagración del voto femenino será nuestro punto de


inflexión. Esta decisión teórica y política no debe considerarse
como un acto caprichoso que se funda en una supuesta “disputa
de interpretaciones”, sino que a nuestro entender, esta innovación
electoral debe considerarse como la consagración de las luchas
previas y como el momento fundacional de una nueva sociabilidad.
El peronismo significó un tipo particular de acceso de los sectores
populares a la vida social y política de nuestro país.

Del mismo modo, la ley que permitió el voto de las mujeres debe
considerarse como parte de esa ampliación de ciudadanía no ya
meramente liberal, sino de inclusión social, que beneficiaba a las
mujeres, sobre todo a las de sectores populares, y también a las de
otras clases sociales.”

Siguiendo a Marysa Navarro (1994) puede mencionarse que en la


política del Estado ya había empezado a darse un viraje importante: desde la
Secretaría de Trabajo, Perón había fomentado los derechos de la mujer con la
creación de la División de Trabajo y Asistencia a la Mujer, luego se consagra el
derecho al salario mínimo de las mujeres y se reducen las diferencias
salariales entre varones y mujeres. Esto explicaría, en parte la participación de
muchas mujeres en el 17 de octubre.
En el mismo sentido Rapisardi escribe:

“Ya en 1946, el peronismo en el poder anuncia su Plan Quinquenal


y entre sus objetivos incluyó claramente el voto de la mujer como
objetivo a lograr. Es por esto que el voto femenino debe ser leído
en este contexto: la ampliación y la inclusión social que impulsó el
primer gobierno peronista incluía a las mujeres como colectivo,
pero también como sujeto popular en tanto los anuncios no fueron
meras declaraciones en torno a su capacidad moralizadora de la
política, sino a la necesidad de mejorar sus condiciones de acceso
a la participación, consumo, ganancias y propiedad”. (Rapisardi,
2017)

A lo largo del año 46, serán varias las intervenciones en las que Eva
Perón se referirá a la necesidad de la sanción de la ley 13.010. En una de esas
intervenciones en el Ministerio de Trabajo, en ocasión de la firma de un
contrato de trabajo para el sector textil, Eva dirá: “...a las mujeres también les
llegará la oportunidad de hacerse oír y no ser explotadas como lo han sido
hasta ahora...”. El Congreso en 1947 sancionó la ley del sufragio y la primera
experiencia formal de voto femenino se realizó en 1951.

Sin embargo, posiblemente el principal logro de esta perspectiva política


inclusiva, además de la ley, consistió en la tendencia a una institucionalización
que consolidó la actividad centrada en lo social sobrepasando el formalismo
político del voto femenino. Así una vez sancionada la ley del sufragio femenino,
Eva Perón lanza un plan de censo y empadronamiento para mujeres que
permita otorgar Libreta Cívica a todas las mujeres habilitando de esa forma,
una participación política efectiva. .

Y sin duda, esta apuesta se redobla cuando Eva Perón se lanza al


desafío dentro de una estructura netamente masculina y verticalista como la del
partido justicialista, a la construcción de un partido político femenino con la
aspiración de tener fuerza necesaria para negociar con el partido peronista
masculino y la CGT. El 26 julio de 1949, Eva trasladó a mil delegadas mujeres
al Teatro Nacional Cervantes para organizar el Partido Peronista Femenino,
paralelamente a la reunión multitudinaria del movimiento peronista en el Luna
Park. Se crea en esa oportunidad una línea de cuadros políticos a la que dio el
nombre de “delegadas censistas”.

La función principal de este cuerpo femenino era recorrer todo el país,


creando las unidades básicas para la difusión de la doctrina peronista y
constituir una red de información. Entre ellas, había amas de casa, obreras,
abogadas, etc. Un amplio espectro de mujeres que lograron la apertura de
3.600 unidades básicas en todo el país. Esta demostración de organización
política, le permitió a Eva negociar con la rama masculina del partido y la CGT,
el cupo de las mujeres en las candidaturas.

Sin embargo, el límite de esta experiencia, quedó claro cuando al correr


del tiempo los cargos electivos, fueron designados en forma verticalista
dejando de lado toda política de participación de las bases y ahogando los
intentos movimientistas.

El mismo año en que las mujeres votaban oficialmente por primera vez en
Argentina, la psicoanalista Marie Langer, de origen austríaco y radicada en
Argentina desde hacía pocos años, investigaba, con especial interés, los
problemas relacionados con la sexualidad femenina, la reproducción y la
maternidad. Producto de esas investigaciones publicó en 1951, Maternidad y
sexo, abordaje psicoanalítico que sitúa la condición femenina desde una
perspectiva marxista y feminista. Probablemente era una anticipación de otros
trabajos que aparecerían en los años 80 (Feminismo y sexualidad, entre
otros) y por otro lado, de la etapa que se desarrollaría a partir de los 60.

Tercer período

Con el derrocamiento de Illia, las Ciencias Sociales no quedan ajenas a


la masiva renuncia de docentes pertenecientes a las tendencias de izquierda y
progresistas dentro de la Universidad, que se recluyeron en institutos privados
como el Di Tella. La resistencia al gobierno militar fue encarada por jóvenes
profesores de izquierda o filo peronistas. La cátedra de Sociología Sistemática
en la UBA, será el centro de resistencia, desde el que se originarán las
llamadas Cátedras Nacionales. Desde la universidad y hasta el escenario de la
política, se configura un nuevo eje de discusión: el sujeto popular.

Artola (2013), siguiendo a Gonzalez (2000) dice:

“Según Horacio González, el tema principal de las cátedras


nacionales era la “promesa de articulación entre una memoria
filosófica del conocimiento y el sujeto de las prácticas políticas”
(Gonzalez, 2000 :84). Y aunque tuviese un sesgo de vanguardia al
“estetizar” la política, redefinir la relación profesor-alumno o las
modalidades de exámenes, el engarce de latinoamericanismo
nacional-popular, populismo fanoniano y politicismo epistémico
confluían en las formas concretas que asumía el sujeto popular en
esos encendidos años de la política argentina.” (Artola 2013)

Los años 70 tuvieron el cariz de la violencia como signo de época. Sin


duda la última etapa del gobierno de Isabel Perón con el accionar de la Triple A
orientado sobre los ámbitos culturales e intelectuales y la Universidad en
particular, obliga la diáspora de muchos teóricos y empuja a la clandestinidad a
otros

Para referirnos al feminismo de los setenta, tomaremos en cuenta las


hipótesis de trabajo de Trebisacce (2010), quien sostiene que es necesario
triangular la construcción de ese feminismo con el “proceso de modernización”
desde los mediados de los años sesenta y, “que por entonces convulsionaba
los centros urbanos del país” y, por otro lado, entender en ese proceso su
relación conflictiva con la militancia de izquierda.

Los nuevos estereotipos de mujer asociados a esa modernización, que


pronto serían el foco de crítica del feminismo, aparecían en las revistas de
tirada masiva colonizando las lecturas de las informaciones generales de la
época.

“En términos foucaultianos diríamos que los medios de


comunicación de los años sesenta y setenta fueron el
dispositivo por excelencia para el despliegue de un poder-
saber que produjo disciplinados y deseantes cuerpos de
mujeres modernas. La mayoría de estos medios fueron
introduciendo, de manera desordenada y contradictoria,
ideas que cuestionaban ciertos conservadurismos morales
en materia de sexualidad y de relaciones amorosas. Las
mujeres, tradicionalmente llamadas al decoro, vieron
entonces exhibidos distintos aspectos de sus mundos
privados en tapas de revistas o programas de televisión, de
la pluma o de la boca de (pseudo)psicoanalistas, gurús
autorizados a analizar (y producir) las transformaciones de
las vidas de las mujeres. En este punto fue central la
legitimidad -a partir de su condición de moderna, justamente-
que adquirieron los discursos psicoanalíticos y sociológicos,
que procuraban desligarse de compromisos religiosos.”
(Trebisacce,2010).

Si bien estas revistas, tendían a la ruptura de ciertas ataduras


tradicionales del patriarcado como la liberación sexual o el uso de la
contracepción, no se cuestionaba el modelo de poder dicotómico y
sexista, con la clara subordinación de las mujeres que acríticamente
eran instadas a “superarse” para ganar terreno en el “ámbito de lo
masculino”.

Este es el momento de inicio de las dos agrupaciones feministas


no partidarias más importante de la década del setenta en nuestro país:
La Unión Feminista Argentina (UFA), que se funda en 1970, a partir de
las repercusiones de una entrevista realizada a María Luisa Bemberg
por su trabajo como cineasta, y el Movimiento de Liberación
Feminista (MLF), que aparece en 1972, después de una intervención de
María Elena Oddone en la revista Claudia.

Lo particular de estas experiencias puede pensarse por un lado,


desde la relación de sus orígenes con prácticas discursivas desde
medios de comunicación masivos, y por otro en el acceso irrestricto de
las militantes a esas agrupaciones. El carácter de abiertos tanto de UFA
como del MLF, contrastaba con los movimientos de izquierda (en su
mayoría clandestinos) y, permitía la organización de eventos culturales
y convocatorias amplias, justamente desde esos mismos medios
masivos. Un ejemplo de ello, fue en 1972 la conformación del grupo
Política Sexual del que participaron varones del Frente de Liberación
Homosexual (FLH), mujeres de la UFA, del MLF, del Movimiento
Feminista Popular (MOFEP-FIP) y del grupo Muchacha (PST).

Esto derivó en, al menos, dos consecuencias claras:

1) Una relación conflictiva con muchas agrupaciones de izquierda, por


un lado por la convocatoria abierta con la que generaban actividades
y por otro porque dentro del feminismo , la lucha de clases no
constituía necesariamente la principal contradicción de la sociedad, y
2) La disputa dentro del ámbito de la comunicación masiva del sentido
que las revistas hegemónicas daban a la representación de mujer
moderna y, que colonizaba el mundo privado de sus lectoras,
interpelando y formateando sus subjetividades. Ejemplo de ello, es
sin duda las notas de la revista Persona y los debates que Oddone
desde esta revista organizaba, confrontando a otros medios dirigidos
a mujeres, en torno a tópicos que ponían en cuestión los mandatos
heredados y reproducidos con nuevos maquillajes en esas revistas.

En relación con la primera consecuencia, debe aclarase que dos


agrupaciones de izquierda fueron una excepción en este sentido: el Partido
Socialista de los Trabajadores (PST) y el Frente de Izquierda Popular (FIP). En
ambos casos el feminismo fue parte de su militancia. Prueba de ello fueron el
grupo de mujeres Muchacha dentro del PST y el MOFEP (después CESMA)
en el FIP. Temas constantes de militancia fueron entre otros, la mujer como
objeto sexual en la sociedad capitalista, la invisibilización del trabajo doméstico
y la doble explotación que sufren las mujeres obreras.

En cuanto a la segunda consecuencia mencionada, la búsqueda de


estrategias para desarmar el discurso modernista sobre la mujer, llevó a las
feministas a buscar espacios de reflexión sobre la construcción de estos
sentidos patriarcales en las prácticas de las mujeres. Surgen así, los grupos de
concienciación.
“Éstos, que eran la base de la militancia feminista de
entonces, trabajaban sobre los mismos temas que las revistas
femeninas, aunque en un sentido crítico y subversivo. En los
grupos de concienciación las feministas procuraban producir
desde las experiencias individuales saberes colectivos de sí
mismas, disputando así el régimen de poder/saber que los medios y
el capitalismo estaban construyendo alrededor de ellas, que no era
otra cosa que construcción de ellas mismas en su opresión.”
(Trebisacce,2010)

La expansión de la industria editorial no sólo se reflejó en las Revistas


sino también en la edición de libros. Los años setenta en la Argentina fueron
momentos de notables producciones intelectuales que significaron una apertura
y actualización de temáticas. Estos nuevos vientos favorecieron las
publicaciones de mujeres y como correlato la incorporación masiva de
periodistas femeninas en las redacciones de los diarios y revistas de
información general. Ejemplo de esto fue la publicación en 1972 del libro Las
mujeres dicen basta, editado por Ediciones Nueva Mujer y compilado por las
feministas Mirta Henault y Regina Rosen.

Este libro que contenía tres capítulos (“La Mujer y los Cambios Sociales.
La Mujer como producto de la historia”, escrito por Mirta Henault; “El trabajo de
la mujer nunca se termina”, de la canadiense Peggy Morton; por último, “La
Mujer”, de la argentina-cubana Isabel Larguía) que reflejaban la discusión
feminista sobre cuestiones tanto relacionadas con el mundo de las mujeres en
la vida cotidiana y familiar como con su inserción en el mercado de trabajo
desde una mirada que articulaba feminismo y marxismo.

Sin dejar de reconocer la importancia de antecedentes como La mujer


en la vida nacional de Fryda Schultz de Mantovani (Edición Nueva Visión,
1960); La Mujer en el mundo del trabajo de Elena Gil (Ediciones Libera, 1970) e
incluso el contemporáneo Para la liberación del Segundo Sexo, prologado por
Otilia Vainstok (Ediciones de La Flor, noviembre de 1972), este libro significó el
inicio de un camino de producción bibliográfica feminista tanto política como
intelectual.
Justamente en este tercer capítulo de Las mujeres dicen basta
aparece un artículo de Isabel Larguía, rosarina radicada en Cuba quién, junto
a su pareja Dumoulin habían publicado en 1969 en Partisants (Francia, 1970),
una versión de su ensayo con el título “Contra el trabajo invisible”. En base a
ese artículo ampliado, aparece un poco más tarde en la revista Casa de las
América con el nombre Hacia una ciencia de la liberación de la mujer. La
importancia de este artículo radica en el concepto de trabajo invisible,
acuñado para explicar la invisibilidad de la actividad económica de las mujeres
en su trabajo doméstico y en la reproducción de la fuerza de trabajo. Dirán los
autores:

“La división del trabajo le asignó la tarea (a la mujer) de


reponer la mayor parte de la fuerza de trabajo que mueve la
economía, transformando materias primas en valores de uso para
su consumo directo. Provee de este modo a la alimentación, al
vestido, al mantenimiento de la vivienda, así como a la educación
de los hijos. Este tipo de trabajo, aun cuando consume muchas
horas de rudo desgaste, no ha sido considerado como valor. La que
lo ejerció fue marginada por este hecho de la economía, de la
sociedad y de la historia. El producto invisible del ama de casa es la
fuerza de trabajo”. (Larguia y Dumoulin, 1976)

La aparición de la noción de trabajo invisible en el libro Las mujeres dicen


basta le dio una repercusión impensada, ubicando a Larguia dentro del
feminismo materialista, (donde la dominación de género es leída como una
lucha entre los géneros) y en el centro de los debates feministas dentro de la
izquierda en la década del 70. Dirá Bellucci (2014)
“Había como una gran división: por un lado el trabajo
asalariado y el no asalariado que es el trabajo doméstico y su
participación en los sindicatos. El otro gran tema es el de las
sexualidades. En esos campos van a investigar y activar nuestras
antecesoras tanto en los países del norte como en los nuestros”.

Sin duda este concepto que Larguia y Dumoulin trabajan precozmente,


constituirá el núcleo de lo que definiría después la llamada Economía del
Cuidado. Como balance de este período coincidimos con lo expresado por
Trebisacce (2010):
“Esto dio por resultado un sujeto feminista ambiguo y
peligroso para la izquierda militante, pero también una
interesante y diferente experiencia de militancia de los años
setenta en la Argentina.”

En 1990 se publicará el libro “Mujeres y feminismo en Argentina” de


Leonor Calvera realizando un recorrido del cuál, la misma Calvera es co-
protagonista, y donde puede evaluarse el crecimiento del Feminismo y de la
producción escrita del feminismo en esta época:

“Desde UFA –la segunda ola del feminismo en nuestro país- hasta
ahora, han pasado veinte años. Muchas cosas han ocurrido durante
esas dos décadas. Algunas por influencia de UFA; otras, la
mayoría, no. También es distinta la manera de comprender el
feminismo, de vivirlo: el acento ha cambiado de lugar. En base a la
experiencia propia y ajena, de la que procuro dar cuenta, esbozo
algunas precisiones. Espero que ellas contribuyan a descorrer el
velo de ignorancia que todavía cubre al feminismo. Espero que
ayuden a quienes están gestando la tercera ola de esta causa
planetaria.
En esta sociedad competitiva y vertiginosa, no quiero olvidar el
cultivo de las buenas cualidades, entre las que se hallan la gratitud.
Por ello, vaya mi reconocimiento a las que antes hubieron de
brindar sus esfuerzos al feminismo tanto como a quienes día a día
continúan la labor de dignificación de la mujer. Asimismo, me
siento obligada por anticipado con todas aquellas que habrán de
dar lo mejor de sí en la modelación de un mundo más igualitario”.
(Calvera, 1990).

El retorno a la democracia

Con el retorno a la democracia se inicia un nuevo rumbo para las


ciencias sociales. Paralelamente a la normalización de la vida institucional en
las universidades y en los espacios de investigación, se desarrolla la reflexión
teórica sobre todo en relación a dos conceptos “transición” y “democracia”.

La sociología no queda fuera de esta tendencia:

“… el centro de las preocupaciones sociológicas la reflexión


sobre el sujeto político popular, dado que el “problema” se
encontraba o bien en la misma “cultura política de las
masas”, ontológicamente violenta, o directamente – desde el
peor sarmientismo iluminista - en la “falta” de ella, por lo que
el mismo debía ser aplazado de los temas de estudios por no
reunir los requisitos cívicos y republicanos que demandaba
la nueva hora democrática.” (Artola, 2013)

Después de la noche de la dictadura también el movimiento feminista va


a reposicionarse desde otros abordajes epistémicos (la Segunda Ola surgida
en los años 60 en Estados Unidos y Europa ya habían marcado nueva agenda)
priorizando el tema de la violencia doméstica y el protagonismo político.

La trayectoria de las Madres de Plaza de Mayo y, luego la asociación


de las Abuelas en procura de los nietos apropiados, fueron los bastiones de
denuncia y visibilización del horror de la dictadura cívico militar eclesiástica,
permitiendo desde ese lugar ocupar la escena pública como mujeres
organizadas aún una vez retornada la democracia hasta nuestros días.

Sin duda esto permeó el escenario político y ayudó a continuar la lucha


de las mujeres por una mayor participación. Se presentaron así, diversos
proyectos de “cupo” femenino en ambas cámaras, y en 1991, se sancionó la
ley que imponía un piso mínimo de 30 por ciento para las mujeres en las listas
de sus partidos políticos en lugares con posibilidades de resultar electas.

Desde sus escaños las diputadas feministas electas han apoyado dos
leyes fundamentales como el matrimonio igualitario (2010) y la ley de
identidad de género (2011). Queda sin embargo un tema fundamental en la
pelea legislativa como pendiente: la legalización del aborto que garantice la
accesibilidad gratuita y segura a los servicios de salud para abortar.

Esta demanda que une a todo el feminismo, se enlaza con el segundo


tema que se presenta como central en la lucha y que no sólo ocupa al
feminismo sino a múltiples organizaciones de mujeres. Si bien en el feminismo
se encuentra su germen, esta temática lo supera e incluyen mujeres de las
más diversas extracciones: la violencia de género y con ello la posibilidad de
tener la capacidad excluyente de decidir sobre el propio cuerpo, son
banderas que no se cuestionan. Y desde allí se abre un amplio abanico de
demandas y luchas por ejemplo contra la trata, la violencia doméstica, el
aborto, etc..
Dora Barrancos ( 2017 ), sostiene que esta trayectoria del feminismo lo acerca
en la actualidad a lo que Karen Offen denominara “feminismo relacional”:

“Se entiende por “feminismo relacional” aquel que, además


de procurar prerrogativas iguales para las mujeres, también alarga
preocupaciones y solidaridades con otros sectores subalternos de
la sociedad, mientras que el de corte “individual” focaliza
exclusivamente la acción sobre las propias mujeres. Aunque no
deriva de modo directo del atributo “relacional”, el “feminismo de la
diferencia” –que hace eje en las singularidades culturales de los
colectivos femeninos– constituye la matriz hegemónica que abunda
en las manifestaciones del ancho arco feminista argentino. A pesar
de que no conozco trabajos que hayan explorado en profundidad
esa circunstancia en nuestro medio, conjeturo que el “feminismo
identitario”, de corte individual y en mayor medida plegado al viejo
cóncavo liberal, no es el que concita más adhesiones. Por cierto, la
afinidad con estos últimos presupuestos coloca a la acción
feminista en una perspectiva menos comprensiva de los atributos
de clase y de etnia que caracterizan a fracciones sustantivas de la
población femenina. De modo que la persistencia de la
forma relacional ha permitido comprender más a las mujeres que
sufren opresión de género, especialmente agravada por la clase y la
etnia, y ha provocado alianzas sinergiales en la lucha por la
conquista de derechos.

……………………………………………………………

Un sucinto balance final permite reconocer el hondo surco


trazado por el movimiento feminista en nuestro suelo, y aunque ni
aquí ni en ningún lugar del planeta se trata de un fenómeno
multitudinario, sus efectos se miden por las transformaciones que
produce en la subjetividad de las congéneres. Lo que importa, en
todo caso, es menos la adhesión expresa al feminismo que la
actitud de trastocar los viejos valores patriarcales. Lo que importa
es el reconocimiento de sí, la adquisición de nuevas sensibilidades
y sentimientos sobre la propia existencia, el salto formidable de
dejar el sometimiento y conquistar, con la autonomía, planos de
mayor dignidad.” (Barrancos, 2017 )

Centrados en el enfoque interseccional, agregamos nosotrxs, que sólo


desde la triangulación de las distintas formas de opresión se puede
desnaturalizar, reflexionar e interpelar los complejos mecanismos que
permitieron durante siglos la aceptación y reproducción de la sociedad
patriarcal. Sólo las luchas simbólicas de los movimientos sociales -en esta
disputa particular, el feminista- y donde la Universidad debe constituirse como
cuestionadora de las ortodoxias, permite ese proceso de elucidación de lo
oculto.

Rosario, marzo 2017

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