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Charlamos con William Boyd (Ghana, 1952) en un hotel cercano al Teatro Real,
rodeado de tiendas de pianos, y precisamente un experto afinador de estos
instrumentos protagoniza su última novela, El amor es ciego, publicada en España
por Alfaguara. A pesar de ser una expresión más que trillada, asegura el autor escocés
que nunca antes se ha escrito una novela con semejante título, al menos en inglés.
Brodie Moncur es el nombre del joven escocés que protagoniza esta novela ambientada
a finales del siglo XIX, y la novela en sí tiene un aire decimonónico, con una estructura
lineal, descripciones detalladas de las costumbres de la época y del mundo de la música
clásica. Son muchos los lugares que transita (Edimburgo, París, San Petersburgo,
Ginebra o Viena y, finalmente, las islas Andamán, en el Índico), muchos los personajes
secundarios y muchas las peripecias de Moncur, arrastrado por su amor obsesivo hacia
la soprano rusa Lika Blum, con quien establece una tormentosa relación marcada por
la traición, un caso de plagio y un duelo a muerte.
Para escribir sus novelas, Boyd acomete una larga labor de búsqueda de ideas,
planificación y documentación, que dura unos dos años y que él llama “periodo de
invención”, al que sigue el “periodo de composición”, es decir, la escritura en sí, que le
suele llevar otro año. Así ha construido casi todas sus obras, entre las que destacan Un
buen hombre en África, Como nieve al sol, Barras y estrellas, Las nuevas confesiones,
Playa de Brazzaville, La tarde azul, Armadillo, Las aventuras de un hombre cualquiera,
Sin respiro, Suave caricia y Solo, continuación de las aventuras de James Bond con el
aval de los herederos de Ian Fleming.
P. Ahora que lo ha aprendido todo sobre la afinación de pianos, quizá nos pueda decir
cuánto de talento innato cree que hay en esta habilidad y cuánto de entrenamiento.
R. La tecnología de ahora permite afinar digitalmente, pero Ackroyd me dijo que ha
asistido a conciertos de grandes intérpretes en los que a los 10 minutos él notaba que
el piano se iba desafinando ligeramente. Es algo que solo alguien como él puede oír,
está entrenado para ello pero también es un don. Él tiene su pequeños trucos y no me los
ha contado todos, pero cuando pone a punto un piano para un concierto, hace cosas que
solo él y los mejores afinadores del mundo pueden hacer. Si ves la maquinaria que hay
dentro de un piano es increíble lo que pasa para que se produzca el sonido cuando
pulsas una tecla, cuántas piezas se mueven. Ahí te das cuenta de que hay cambios
mínimos que afectan muchísimo al sonido. La manera en que se fabrica el piano
también es importantísima. Los Steinway son tan famosos porque pueden oírse mejor
que otros pianos cuando toda la orquesta está sonando, y eso se debe a la manera en que
construyen la curva del cuerpo del piano, según me contó Ackroyd. Es casi como
alquimia, es fascinante.
P. Usted nació en Ghana y vivió sus primeros años allí y en Nigeria. ¿Sigue de cerca la
actualidad africana?
R. Sí, y de nuevo en este caso la gente piensa que sé de lo que hablo. Escribo mucho de
África, pero sobre todo de esos dos países. Estuve incolucrado en la política
nigeriana hace 10 años porque un amigo mío escritor fue arrestado y ejecutado por
el ejército, a pesar de que hicimos una campaña para liberarlo. No soy un experto pero
sigo lo que está ocurriendo, he viajado y he escrito novelas que se desarrollan en África,
pero decir África es como decir Europa, hay que tener en cuenta que solo en Nigeria
hay 300 idiomas.
P. Es cierto que en el resto del mundo tendemos a simplificar África como si fuera una
única entidad.
R. Sí. Vuelvo al ejemplo de Nigeria, que tiene al norte musulmanes, al sur cristianos,
con una tensión tremenda, y también entre tribus. Es un país muy complejo, y multiplica
eso por los treinta y tantos países que tiene el continente.
P. ¿Qué opina de la manera en que Europa está lidiando con la inmigración africana?
R. Creo que el problema migratorio va a ser uno de los más importantes en el futuro. El
otro día Bill Gates dijo que su fundación va a intentar mejorar la calidad de vida en
África, porque es tan mala que no es de extrañar que los africanos, y millones de
personas de otras zonas, quieran ir a los países ricos. Quieren un poquito de lo que
tenemos, evidentemente. El salario mínimo en el Reino Unido es de 7,5 libras la
hora. Eso es cinco veces el de Rumanía. Y en Nigeria no hay siquiera un salario
mínimo. Tenemos que hacer que merezca la pena quedarse en sus países. No es un
problema africano o del Oriente Próximo o de Filipinas; es un problema de los que
tienen y los que no tienen. En un mundo cada vez más globalizado, donde todo el
mundo tiene teléfono y ordenador, cualquier puede ver en la distancia la maravillosa
calidad de vida que hay en Estados Unidos o Europa. Es muy injusto decirle a alguien
que no tiene derecho a esa vida.