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ARQUIDIÓCESIS DE BOGOTÁ

ASAMBLEAS VICARIALES DEL CLERO


Girardot, 28 a 30 de abril de 2014

ILUMINACIONES BÍBLICAS

Martes, 29 de abril – 17h30 (30 minutos)

“FERMENTAR” en Jesús
Texto bíblico: Mateo 5,1-16: Llamados a ser luz y sal
Las bienaventuranzas se convierten en misión con la parábola de la luz y la sal.
Breve acercamiento a este itinerario de consolación y misión que inspira el
ministerio presbiteral en el contexto del plan de Evangelización.

Cardenal Van Thuan…


El 1 de diciembre de 1976 me llaman de repente, a las 9 de la noche, junto a otros prisioneros.
Junto con los demás me llevan a la bodega del barco, donde se almacena el carbón. Sólo hay una
lamparilla de petróleo; lo demás está totalmente oscuro. Somos 1,500 personas, en condiciones
indescriptibles. En mi mente se desata una tormenta. Hasta este momento estaba en mi diócesis,
pero ahora ¡Dios sabe dónde iré a parar! Medito las palabras de Pablo: “Me dirijo a Jerusalén, sin
saber lo que allí me sucederá; solamente sé que el Espíritu Santo en cada ciudad me testifica que
me aguardan prisiones y tribulaciones” (Hch 20, 22-23). Paso la noche angustiado.

Durante aquel viaje, cuando los prisioneros se enteran de que está allí el obispo Van Thuan, se
me acercan para comunicarme sus angustias. Paso todo el día compartiendo sus sufrimientos y
confortándolos. Transcurro los tres días del viaje sosteniendo a mis compañeros de prisión y
medito sobre la pasión de Jesús. La segunda noche, en el frío diciembre del Océano Pacífico,
empiezo a comprender que se abre una nueva etapa de mi vocación. En mi diócesis había
organizado diversos actos para la evangelización de los no cristianos. Ahora se trata de ir con
Jesús a las raíces de la evangelización. Se trata de ir con El a morir extra muros: fuera del recinto
sagrado.

La tradición de la Iglesia primitiva reconoce esta realidad en otro hecho: Jesús murió extra
muros, “fuera de la puerta”, como dice la Carta a los Hebreos (13,12s), fuera de la viña, es decir,
de la comunidad de Israel (cfr. Lc 20,15), y por tanto, fuera del lugar santo de la presencia de
Yahveh, donde sólo el hombre religioso puede estar. Y así reveló, hasta las últimas consecuencias,
que el amor de Dios se da a conocer justamente allí donde, a los ojos del hombre, Dios no está.

En el barco y luego en el campo de reeducación, tuve ocasión de entablar diálogo con personas
muy variadas: ministros, parlamentarios, altas autoridades militares y civiles, autoridades
religiosas, budistas, brahmanes, musulmanes, personas de varias denominaciones protestantes:
bautistas, metodistas... En el campo fui elegido ecónomo para servir a todos, repartir la comida,
ir por agua caliente y cargar con el carbón para la calefacción durante la noche, porque los demás
me consideraban un hombre de confianza.

Jesús crucificado fuera de las murallas de Jerusalén, al partir de Saigón, me había hecho
comprender que tenía que enrolarme en una nueva forma de evangelización, no como obispo de
una diócesis, sino extra muros, como misionero ad extra, ad vitam, ad summum: hacia fuera,
durante toda la vida, hasta el máximo de mi capacidad de amar y de darme. Ahora se abría otra
dimensión: Ad omnes – para todos.

En la oscuridad de la fe, en el servicio, en la humillación, la luz de la esperanza cambió mi visión:


este barco, esta cárcel eran mi catedral más hermosa, y estos prisioneros, sin excepción alguna,
eran el pueblo de Dios confiado a mi cuidado pastoral. Mi cautividad era divina providencia, era
voluntad de Dios.

Hablé de todo eso con los demás prisioneros católicos y nació entre nosotros una profunda
comunión, un nuevo compromiso: estamos llamados a ser juntos testigos de esperanza para
todos.

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