Sunteți pe pagina 1din 5

RESEÑA No.

MARIA VICTORIA TAPIA PONCE CÓD. 2017143105

ELECTIVA PROFESIONAL: ANTROPOLOGÍA JURÍDICA

DOCENTE: WILHELM LONDOÑO DÌAZ

UNIVERSIDAD DEL MAGDALENA


FACULTAD DE HUMANIDADES
PROGRAMA: DERECHO
SANTA MARTA, MAGDALENA
FEBRERO 2019
EVOLUCIÓN DEL SISTEMA PENAL

El ser humano es un complejo con múltiples matices, siendo uno de estos la


sociabilidad. La constante interacción con otros individuos produce el nacimiento
de determinadas relaciones interpersonales, que a su vez acarrean diferencias
que se representan en conflictos. Para la resolución de estos, y para lograr la vida
en sociedad es necesario implementar técnicas de control social que limiten la
naturaleza salvaje de nuestra especie. El sistema penal se manifiesta como la
herramienta integral para lograr este cometido; sin embargo, su historia no ha sido
la más tranquila. Michel Foucalt, en su obra “Vigilar y castigar” expone la evolución
de este sistema. En la presente reseña se profundiza en los tres primeros
capítulos de este libro; Suplicio, Castigo, Disciplina, señalando los aspectos
fundamentales de estos y su incidencia en nuestro derecho penal actual.

Las prisiones actuales encuentran su génesis entre el siglo XVIII y XX, en primera
medida con las condenadas perpetuadas en el cuerpo, los delitos y las penas
tenían una marcada influencia de la religión católica, y su ejecución constituía un
suplicio para los reos. Lo anterior lo expone el autor con una narración
perturbadora y sangrienta de una ejecución de pena por el delito de parricidio, en
esta podemos observar que el castigo se concentraba en el dolor y humillación
pública del agente activo, lo que se convertía en un circo sanguinario, donde el
verdugo era visto como héroe.

“Damiens fue condenado, el 2 de marzo de 1757, a "pública retractación


ante la puerta principal de la Iglesia de París", adonde debía ser "llevado y
conducido en una carreta, desnudo, en camisa, con un hacha de cera
encendida de dos libras de peso en la mano"; después, "en dicha carreta, a
la plaza de Grève, y sobre un cadalso que allí habrá sido levantado [deberán
serle] atenaceadas las tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano
derecha, asido en ésta el cuchillo con que cometió dicho parricidio,1
quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá
plomo derretido, aceite hirviendo, pez resina ardiente, cera y azufre fundidos
juntamente, y a continuación, su cuerpo estirado y desmembrado por cuatro
caballos y sus miembros y tronco consumidos en el fuego, reducidos a
cenizas y sus cenizas arrojadas al viento". (Zevaes, Damiens le régicide,
1937, pp. 201)
Tras un siglo lleno de atrocidades, dolor y represión, este sistema de suplicios se
modificó, eliminando el sufrimiento a través de las torturas al cuerpo y
concentrando la pena en castigar el alma (G. de Mably, De la législation, Oeuvres
completes, 1789, t. IX, p. 326). Se tomaron diversas teorías para llegar a evolucionar
hasta ese punto, como la de Cesare Beccaria con su obra “Tratado de los delitos y
las penas”, donde se cuestiona ciertos aspectos como la proporcionalidad de las
penas, la pena de muerte y la finalidad de las penas. De estos cuestionamientos
nacen los principios del derecho penal moderno (necesidad, proporcionalidad,
razonabilidad), incluidos en nuestra legislación.

Con todo este proceso, se humanizan las penas y su objetivo es modificado. En


este momento, la sanción de los delitos no es el elemento único del castigo. Las
medidas punitivas no son simplemente mecanismos "negativos" que permiten
reprimir, impedir, excluir, suprimir, sino que están ligadas a toda una serie de
efectos positivos y útiles, a los que tienen por misión sostener (G. Rusche y O.
Kirchheimer, Punishment and social structures, 1939). Surgen, entonces, diversas
herramientas para cumplir con dichas finalidades como el empleo del tiempo, tal
como se afirma en el reglamento redactado por Léon Faucher "para la Casa de
jóvenes delincuentes de París", donde se estipula una serie de obligaciones
(incluyendo el espacio y el tiempo de desarrollo) de los presos, incluyendo, trabajo
y estudio. Al establecer horarios y reglamentos, nos encontramos con otra figura
esencial en la obra de Foucault, la disciplina.

Foucault distingue dos técnicas de biopoder (la práctica de los estados modernos
de "explotar numerosas y diversas técnicas para subyugar los cuerpos y controlar
la población) que surgen en los siglos XVII y XVIII; la primera de ella es la técnica
disciplinaria o anatomía política, que se caracteriza por ser una tecnología
individualizante del poder, basada en el escrutar en los individuos, sus
comportamientos y su cuerpo con el fin de anatomizarlos, es decir, producir
cuerpos dóciles y fragmentados. Está basada en la disciplina como instrumento de
control del cuerpo social, penetrando en él hasta llegar hasta sus átomos: los
individuos particulares.

Esta nueva anatomía política como una multiplicidad de procesos con frecuencias
menores y de localización diseminada. Se los encuentra actuando en colegios, en
escuelas elementales, en hospitales, en el ejército. Casi siempre se han impuesto
para responder a exigencias de coyuntura.
(Foucault no hará una historia de las instituciones disciplinarias, sino que señalará
algunos ejemplos para teorizar en base a ellos).

Entendemos a la disciplina como un conjunto de métodos que permiten el control


minucioso de las operaciones del cuerpo, de tal modo que este llegue a ser dócil
es decir, que puede ser sometido, utilizado, transformado y perfeccionado, debido
a que este representa poder:

“En el curso de la edad clásica, se descubrió el cuerpo como objeto y blanco


de poder. Podrían encontrarse fácilmente signos de esta gran atención
dedicada entonces al cuerpo, al cuerpo que se manipula, al que se da forma,
que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas fuerzas
se multiplican… (Foucault, Vigilar y castigar, 1976, Pag. 125)”

Así, el poder se busca a través de la vigilancia, el control y la corrección del


comportamiento de la ciudadanía, de estas circunstancias nace el “panoptismo”. El
panoptismo se basa, según la teoría del panóptico de Michel Foucault, en ser
capaz de imponer conductas al conjunto de la población a partir de la idea de que
estamos siendo vigilados. Se busca generalizar un comportamiento típico dentro
de unos rangos considerados normales, castigándose las desviaciones o
premiándose el buen comportamiento, fundamentándose en que existe una
jerarquía, los vigilantes (Pueden observar todo, pero no ser observados) y los
vigilados que se encuentran sometidos por reglamentos impuestos por los
primeros.
El sistema penal ha evolucionado conforme al crecimiento de la sociedad. En la
edad media atravesamos por un periodo marcado por los suplicios, donde lo que
primaba en el castigo era el sufrimiento infringido al cuerpo del reo, no existía
posibilidad de acceder a una actuación procesal integral donde se alegara una
defensa para justificar el comportamiento. El ser humano era cosificado, denigrado
y humillado de manera desproporcional a sus delitos. Posteriormente las penas se
humanizaron, el objetivo no se concentraba en un teatro violento y sangriento, sino
en la resocialización del culpable, para que este se adaptara a reglamentos,
producidos tras la vigilancia del comportamiento humano. Dicha vigilancia,
actualmente, se encuentra dirigida a encontrar métodos de control para disciplinar
al cuerpo (nueva máquina de poder), de tal modo que este se torne dócil, es decir,
pueda ser manejado, perfeccionado y transformado por aquellos que se
encuentren arriba del panóptico.

S-ar putea să vă placă și