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M arxism o

y literatura

P ró lo g o d e j . M . C astellet
T rad u cció n de Pablo di M asso

E d ic io n e s Península

Barcelona
La edición original inglesa fue publicada bajo el título
de Marxism and Literature, por Oxford University Press, 1977.
© Oxford University Press, 1977- •

Marxismo y literatura apareció, en 1988,


en la colección Hom o Sociologicus.

Q u e d a n rig u ro s a m e n te p ro h ib id a s, sin la a u to riz a c ió n escrita


d e los titu la re s de) c o p y rig h t, b ajo las sa n cio n es estab lecid as
e n las leyes, ia re p ro d u c c ió n to ta l o p arcial de esta o b ra p o r
c u a lq u ie r m e d io o p ro c e d im ie n to , c o m p re n d id o s la rep ro g rafía
y el tr a ta m ie n to in fo rm á tic o , y la d istrib u c ió n d e ejem p lares
d e ella m e d ia n te a lq u ile r o p r é s ta m o p ú b lico s, así co m o
la e x p o rta c ió n e im p o rta c ió n de eso s e je m p la re s para su
d istrib u c ió n e n v en ta fuera d el á m b ito d e la U n ió n E u ro p e a .

Diseño de la cubierta: L lo r e n Marques.

Primera edición en H C S : diciembre de 1997-


'Segunda edición: febrero de 2000.-
© de esta edición: Ediciones Península s.a.,
Peu de la Crcu 4, o8ooi-Barcelona.
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08786-Capelladcs
Depósito legal: B. 6.465-2000.
ISB N : 84-8307-073-1.
Prólogo

Me parece p a rticu la rm e n te interesante la publicación en


traducción castellana de e sta obra de Raym ond W illiams en
un m om ento en que, en E spaña, h a descendido notablem ente,
al m enos en apariencia, el interés p o r los planteam ientos
m arxistas, no sólo en el cam po de la cultura. Se ha creado
a s í •—después de m uchos años en los que la lectu ra del m ar­
xism o teórico fue, en cierto m odo, u n sucedáneo de la prác­
tica política— u n espacio ab ierto (menos propenso a ciertos
dogm atism os de los que nos acom pañaron en los tiem pos
franquistas) en el que la re le c tu ra de libros com o el de Wil­
liam s viene a se r como u n repaso inteligente, crítico y, a la
vez, sugerentem ente creativo de m uchas lecturas que, p o r la
fuerza de las cosas, fueron e n tre nosotros a m enudo crispa­
das y no siem pre suficientem ente objetivas.
R esulta curioso que, en su Introducción, W illiams nos
diga, n o sin cierto optim ism o, que hoy el m arxism o —espe­
cialm ente en la teo ría de la cultura— «ha experim entado u n
significativo resurgim iento». E l hecho no es, sin em bargo, ta n
so rp ren d en te com o a n o so tro s nos puede parecer. Se diría
que, en las últim as décadas y en el m undo occidental, algu­
nos de los países latinos europeos h a n sido los m ás activos
en el estudio de la teo ría m arx ista y, aún, en la elaboración
de polém icas que, p o r lo m enos en el terren o cultural, no
siem pre h a n estado exentas de virulencia. Véanse, si no, los
casos de F rancia e Italia, países, claro está, en los que la
presencia de fuertes p a rtid o s com unistas —y, e n consecuen­
cia, de num erosos intelectuales afiliados a los m ism os— h a
im puesto la necesidad de u n tra b a jo teórico que h a llegado,
incluso, a p ro p u estas tan innovadoras com o discutibles, den­
tro de la ortodoxia en el cam po de la política. No tanto, sin
em bargo, añ ad iría p o r m i p a rte , h a sucedido en el terreno
cu ltu ral, en el que un evidente estancam iento y una cierta
esterilización bien visibles h a n dom inado las reiteradas exé-
gesis de los grandes teóricos.
Raym ond W illiams aprovecha el tradicional aislam iento
in su la r de G ran B retaña p a ra ofrecernos u n a lectura distan­
ciada y, sólo en apariencia, desapasionada del estado de la
cuestión. Su obra, sin em bargo, no pretende quedar en un
pro n tu ario académ ico: «es una crítica y u n debate». Y com o
tal hay que aceptar, a mi entender, su propuesta, que surge
—y me parece un buen m étodo y u n aceptable punto de p a rti­
da— de su actitu d personal an te el m arxism o y la litera tu ra ,
en un intento de revisión histórica, válida m ás allá de sus
propias vivencias intelectuales. P a rtir de un cierto subjetivis­
m o personal me parece, cuando m enos, saludable an te la
pretendida ortodoxia de algunas «escuelas» cuyos m aestros
h abían im puesto u a rigidez m etodológica de una pobreza que
se reflejaba en los resultados finales de sus investigaciones y,
sobre todo, en las aplicaciones a estudios concretos, en el
cam po de la literatu ra, que se traducían en esquem áticas
aproxim aciones (historicistas, econom icistas, etc.) a la obra
de los autores estudiados.
Me p erm itirá el lector que no dé nom bres —de todos co­
nocidos— p o r tra tarse, ahora, de la presentación de un libro
que los recoge y los analiza, intentando estudiarlos en un
contexto m ás am plio y no únicam ente en el cam po cerrado
del m arxism o. W illiams, aún habiendo escrito un libro «m ar­
xista», tiene plena conciencia de que m uchos de los conceptos
que utiliza —y en p a rticu la r los cuatro que constituyen la
p rim era p a rte del libro: cultura, lenguaje, literatura e ideo­
logía— no sólo no son exclusivam ente conceptos m arxistas,
aunque el m arxism o haya contribuido poderosam ente a su
caracterización en el últim o siglo, sino que la aportación es­
pecífica del m arxism o en su configuración h a sido, cuando
m enos, irregular. La tentativa de W illiams viene expresada
de una form a m uy clara y creo que en ella estrib a su a p o rta ­
ción m ás positiva: «Examino específicam ente la utilización
que hace el m arxism o de estos conceptos, pero asim ism o es­
toy interesado en ubicarlos dentro de desarrollos m ás gene­
rales (...) estoy interesado p o r com prender las diferentes for­
m as del pensam iento m arxista m ás en su interacción con
o tra s form as del pensam iento que como una historia, sea ha-
giográfica o ajena.»
Así planteado el libro, W illiam s se extiende, en u n a se­
gunda parte, en lo que constituye «su» teoría cultural, apor­
tación inteligente y esclarecedora en m uchos puntos. Así, p o r
ejem plo, cuando tra ta de clarificar los conceptos de «base»
y «superestructura», quitándoles su carácter de «elem entos
consecutivos», cuando en la p ráctica son indisolubles, y p ro ­
poniéndose analizarlos a través de la com pleja categoría de
«determ inación». Es tam bién interesante su análisis desmi-
tificador de la noción tradicional de «reflejo», im pugnada
p o r la idea de «mediación», según la contribución q u e al
tem a a p o rta la E scuela de F ran k fu rt. Asimismo, se detiene
c ríticam ente en una serie de conceptos esd ero tizad o s p o r el
uso y la repetición constante en los teóricos m arxistas, inten­
tando, en cada caso concreto, d escu b rir el m om ento en que
h an quedado em pobrecidos y petrificados y los erro res de los
teóricos po sterio res de in sistir e n su utilización, sin com ­
p ren d e r que el m arxism o es u n a p ráctica dinám ica cuyo desa­
rro llo tiene que pasar, forzosam ente, p o r la superación his­
tórica de sus propios postulados.
Solam ente en la terc era y últim a p a rte de su libro tra ta
W illiáms del hecho literario. Tam bién aquí, el a u to r aborda
paciente y m inuciosam ente las diversas ideas que se han de­
sarrollado en la teo ría m arxista, desde M arx y Engels —o,
m ás concretam ente, desde Plejánov— h a sta n u estro s días. No
se tra ta , claro está, de h a c er h isto ria, n i de establecer u n pa­
noram a de au to res y obras, sino de analizar críticam ente los
conceptos, ideas y categorías literarias expresadas p o r el m ar­
xism o, en contacto con otro s desarrollos estéticos —parale­
los, convergentes o divergentes— que se h an sucedido en el
últim o siglo. Sin duda, la voluntad de enriquecer críticam ente
el m arxism o es el objetivo prim o rd ial de 'Williams, pero sus
planteam ientos se alejan con insistencia de todo aquello que
pueda suponer dirigism o o determ inism o cultural. El últim o
a p artad o de e sta terc era p a rte se titu la «La p ráctica creati­
va», p ráctica que es —y tiene que ser— actividad libre del
escritor. Que u n a obra adm ita con 'posterioridad lecturas di­
versas no presupone en la «práctica creativa» determ inantes
sociales o ideológicos. E so no., es óbice, claro está, p ara
que W illiam s —o cualquier o tro teórico m arxista— pueda
e je rc ita r tam bién u n a lectu ra personal o integradora: «La
com posición escrita, escribir, es a m enudo una nueva articu­
lación y, efectivam ente, u n a nueva form ación que no se ex­
tiende m ás allá de sus propios m odos. Sin em bargo, separar­
la como arte, que en la p ráctica involucra siem pre parcial­
m ente, y a veces totalm ente, elem entos de cualquier p a rte del
continuum , significa p e rd e r contacto con el proceso creativo
sustantivo y luego idealizarlo; ubicarlo p o r encim a o p o r de­
b ajo de lo social cuando en realidad constituye lo social en
u na de sus form as m ás distintivas, duraderas y totales. Por
lo tanto, la p ráctica creativa es de m uchos tipos. Es desde
ya y activam ente n u e stra conciencia práctica.»
E n opinión de W illiams, este lib ro «difiere, en varios pun-
tos clave, de lo que es am pliam ente conocido com o la teoría
m arxista; e, incluso, de gran p a rte de sus variantes». Sin em ­
bargo, é l a u to r cree que su posición pu ed e definirse com o
m aterialism o c u ltu ra l: «una teo ría de las especificidades del
m aterial p ro p io de la producción cultural y litera ria del m a­
terialism o histórico». E n este sentido, pues, y 'p e s e a su s di­
vergencias con el pensam iento an terio r, cree que se tr a ta de
u n a teo ría m arx ista y «de lo que al m enos yo pienso que es
el p ensam iento fundam ental del m arxism o». Es difícil juzgar
la p ro p ia valoración de W illiams. La crisis del m arxism o de
hoy y de su s ideas culturales y estéticas pu ed e se r enjuicia­
da desde ópticas plurales. Más que crisis es, con toda p ro b ab i­
lidad, a te n o r de sus form ulaciones a ferrad as a la exégesis de
los textos de los clásicos —desde Plejánov a Gram sci, p o r
cita r do's n o m b res—, u n a len ta e indolora agonía á la que to­
das las ideologías q u e h a n cum plido u n largo y fructuoso ci­
clo e stá n biológicam ente condenadas. A hora bien, el propio
W illiams h a b la de lo que él llam a las «variantes» del m arxis­
mo. ¿Cuáles reconoce él o cuáles se reconocen a sí m ism as
com o «variantes» de e se pensam iento secular? N adie puede ne­
gar, supongo, que m uchas de esas posibles «variantes» form an
p arte, en la actualidad, del pensam iento contem poráneo, reco­
nozcan o no sus au to res su origen m arxista. Tam bién p e rte ­
nece a ú n a trad ició n cultural la ru p tu ra con el padre, violenta,
a veces,, insensible y progresivam ente distanciada, las m ás.
T ra ta r de estab lecer hoy, en los d istintos cam pos de
la cultura, lo q u e nos une o nos separa del m arxism o pue­
d e se r u n a curiosidad intelectual, expresión de u n senti­
m iento de culpabilidad o u n a acción lib erad o ra hacia for­
m as renovadas de creación que, aunque no lo ,sep an , son o
no son trib u ta ria s .d e antiguas, fru ctíferas y ya venerables
ideas. No creo, que a m uchos de los intelectuales creadores
de hoy les inquiete dem asiado lo que es, m ás que o tra cosa,
u n problem a de e tiq u eta q u e ya am arillea en su equipaje
cultural.. ¿W illiam s m arxista? Quizás sí. Pero no es p re ­
ciso, repito, a te n d e r dem asiado a la etiqueta. Su libro, en
todo caso, es u n buen pretexto p a ra reflexionar sobre algunos *
tem as que siem pre in te resa rá n a aquellos a quienes im porte
conocer lo que h a sido un debáte de p rim e ra m agnitud en la
elaboración del pensam iento teórico de la litera tu ra , desde
finales del siglo xix hasta, en el p e o r de los "casos, el mo­
m ento actual.
J. M. C astellet i
Junio de 1980

i
j
Introducción

E ste libro h a sido escrito en u n a e ra de cam bio radical.


Su tem ática, m arxism o y litera tu ra , form a p a rte de este
cam bio. H asta hace veinte años, y especialm ente en los países
anglopárlantes, hubiera sido posible suponer, p o r una parte,
que el m arxism o conform a u n cuerpo estable de teoría o
do ctrin a, y p o r otra, que la lite ra tu ra es un cuerpo estable de
tra b a jo , o de tipos de trab ajo , con u n a serie de cualidades y
p ropiedades generales bien conocidas. Un libro de este tipo,
entonces, p o d ría h a b e r exam inado razonablem ente los pro­
blem as que surgen de las relaciones planteadas e n tre estos
dos tem as o, aceptando cierto tipo d e relación, h ab er pasado
ráp id am en te a algunas aplicaciones específicas. E n la actúa*
lidad la situación es m uy diferente. E l m arxism o, en m uchas
esferas de actividad, y tal vez especialm ente en la esfera de
la teo ría de la cultura, h a experim entado u n significativo re­
surgim iento a la vez que una a p e rtu ra y u n a flexibilidad res­
pecto del desarrollo teórico. E n tre tan to , la lite ra tu ra se h a
to rn a d o problem ática en una serie de nuevos aspectos p o r
razones que le son afines.
E l p ropósito de este libro es p re s e n ta r este período de
desarrollo activo de la única m an era que parece apropiada
a u n cuerpo de pensam iento que todavía se halla en movi­
m iento, p ro cu ran d o a la vez clarificarlo y c o n trib u ir a su
desarrollo. E s ta a ctitu d im plica, necesariam ente, reexam inar
las posiciones m ás prim itivas, ta n to m arxistas com o no m ar-
xistas. Sin em bargo, lo que se ofrece no es u n sum ario; es
una crític a y u n debate. ....
U n m odo de explicitar m i concepción de la situación a
p a rtir de la cual principia este libro es describir, sucinta­
m ente, el desarrollo de mi p ro p ia a c titu d an te el m arxism o
y la lite ra tu ra , dos tem as que, tan to en la p ráctica como en
lo que se refiere a la teoría, han ocupado la m ayor p a rte
de m i vida activa. Mis prim ero s contactos con la cuestión
lite ra ria en el m arxism o se p ro d u je ro n cuando llegué a Cam­
bridge, en el año 1939, con el objeto de estu d ia r lengua; no
en la facultad, sino en la prolífica polém ica estudiantil. En
aquella época el debate y el análisis político y económ ico m ar-
xista, o al m enos com unista y socialista, ya m e resu ltab an re­
lativam ente fam iliares. Mi experiencia de crecim iento en el
seno de u n a fam ilia de la clase tra b a ja d o ra m e hábíá lle­
vado a acep tar la posición política básica que ellos soste­
nían y clarificaban. Los asuntos cultural y literario, tal como
tropecé con ellos, eran, efectivam ente, una prolongación de
esto, o u n tipo de afiliación a esto. P or entonces no lo com ­
p ren d í así con claridad. La dependencia, creo, todavía no
es com prendida en general en todas sus im plicaciones. P rác­
ticam ente nadie se convierte en m arxista e n función de ra ­
zones que son originariam ente culturales o literarias, sino
en función de com pulsivas razones políticas y económ icas.
E n la p rem u ra que caracterizó a la década de 1930 o que
caracteriza a los años setenta, todo ello resu lta com prensible,
aunque puede significar que u n estilo de pensam iento y cier­
ta s proposiciones determ inadas son escogidas y aplicadas,
de buena fe, como si form aran p a rte de un com prom iso po­
lítico sin te n e r necesariam ente ninguna esencia independien­
te y, ciertam ente, sin provenir necesariam ente del análisis
y la elaboración básicos. De este m odo describiría yo m i p ro ­
p ia posición como estu d ian te d u ran te el periodo com prendido
e n tre los años 1939 y 1941, en el cual u n m arxism o confiado
aunque altam ente selectivo coéxistía torpem ente con m i tra b a ­
jo. académ ico ordinario hasta que la incom patibilidad —tan fá­
cilm ente negociable en tre los estudiantes como en tre lo que
se consideraba el establishm ent pedagógico— se convirtió en
u n problem a; no en cuanto a las cam pañas políticas, o a la po­
lém ica, sino, m uy rigurosam ente, p a ra m í m ism o y p a ra todo
lo que pudiera denom inar com o m i fpropio pensam iento. Lo
que verdaderam ente aprendí —com partiéndolo— de las in­
flexiones dom inantes que asum ía aquella a c titu d m arxista
in g le sa . es lo que ahora denom inaría, todavía respetuosa­
m ente, populism o radical. E ra u n a tendencia popular, activa
y com prom etí da, preocupada m u ch o .m á s (para su propio
beneficio) p o r p ro d u cir litera tu ra que p o r juzgarla, e in tere­
sada sobre todo e n relacionar la litera tu ra activa con las vi­
das de la m ayoría de nuestro propio pueblo' Al m ism o tiem ­
po, y paralelam ente, su esfera de acción, aun en lo que
atañ ía a las ideas m arxistas, era relativam ente estre ch a y
existían num erosos problem as y tipos de debate sum am ente
desarrollados en estudios especializados, con los que no se
relacionaba e n absoluto y a los cuales, en consecuencia, a
m enudo se descartaba. E n la m edida én que com enzaron
a surgir dificultades en las áreas de actividad e in terés en
que yo me hallaba particu larm en te interesado, com encé a
com prender y a definir una serie de problem as que desde
entonces ocuparon la m ayor p a rte de m i o b ra. Excepcio­
nalm ente aislado d en tro de las cam biantes form aciones po­
líticas y culturales de los últim os años de la década de
1940 y de principios de la década de 1950, p ro cu ré descu­
b rir u n área de estudio en la cual algunos de esto s in terro ­
gantes pudieran ser respondidos y otro s p u d ieran se r inclu­
so form ulados. D urante la m ism a época estudié intensam en­
te el m arxism o y continué com partiendo la m ayoría de sus
posiciones políticas y económ icas, aunque llevando adelante
m i propia o b ra c u ltu ral y litera ria e investigando, desde una
distancia intencionada. E ste período se h alla sintetizado en
mi libro Culture and Society y, en el contexto actual, en su
capítulo sobre «m arxism o y cultura».
Sin em bargo, a p a rtir de m ediados de la década de 1950
com enzaron a surgir nuevas form aciones que fueron agru­
padas bajo la denom inación de la N ueva Izquierda. E n esta
época hallé u n a inm ed iata afinidad en tre m i p ropio tipo de
trab ajo literario y c u ltu ral y posiciones que, de hecho, ha­
bían estado latentes desde los años de 1947 y 1948, com o se
vislum bra e n el tra b a jo publicado b a jo el títu lo de Politics
and Letters; posiciones que perm anecían sin d esarro llar p o r­
que las condiciones p a ra u n a elaboración de ese tipo aún
no existían plenam ente. Asimismo, encontré —fundam ental­
m ente— que el pensam iento m arxista era diferente, y en al­
gunos aspectos radicalm ente diferente, de lo que yo y la m a­
yoría de la gente entendía en G ran B retaña p o r m arxism o.
Se establecieron contactos con trab ajo s a n terio res que has­
ta entonces no se h abían cruzado en n u estro cam ino; p o r
ejem plo, la o b ra de Lukács y de B recht. E xistía u n a nueva
obra contem poránea e n Polonia, en Francia y . e n la propia
Gran B retaña. Y m ientras u n a p a rte de e sta o b ra estaba
explorando nuevos cam pos, o tra gran p a rte de ella, precisa­
m ente la m ás interesante, entendía al propio m arxism o como
un desarrollo histórico con una serie de posiciones sum am en­
te variables e incluso alternativas.
Comencé entonces a leer m ás intensam ente la h istoria
del m arxism o, p rocurando delinear especialm ente la con­
cepción particular, ta n decisiva p a ra el análisis c u ltu ral y
literario, que hoy reconozco h a sido originariam ente siste­
m atizada p o r Plejanov, que recibía el apoyo im p o rtan te de
los últim os trab ajo s de Engels y que fu era popularizada p o r
las tendencias dom inantes del m arxism o soviético. Com pren­
d e r claram ente aquella concepción teó rica y su carácter hí­
b rid o con u n sólido populism o rad ical nativo significaba
co m p ren d er ta n to m i respeto com o m i distancia respecto
de lo que h a sta el m om ento había conocido cóm o m arxism o
to u t court. Asimismo, significaba re c u p e ra r u n a concepción
del grado de selección e in terp retació n que,, tan to en rela­
ción con M arx com o con la extensa argum entación e investi­
gación m arxista, rep re sen ta b a efectivam ente aqiiella posi­
ción fam iliar y ortodoxa. P or lo tanto, p ude incluso estudiar
a los m arxistas ingleses de los años tre in ta de u n m odo di­
ferente, especialm ente a C hristopher Caudwell. R esulta ca­
rac terístico que la controversia sobre Caudwell, que yo había
seguido m uy cuidadosam ente d u ran te los últim os, años cua­
re n ta y principio de los cincuenta, se h ab ía centrado sobre
u n a cuestión ca ra c te rístic a del estilo de aquella tradición
ortodoxa: «¿Son sus ideas m arxistas o n o lo son?» Es un
estilo que se h a conservado; en algunos rincones, en cier­
tas afirm aciones veraces sobre si e sto o aquello es o no es
u n a posición m arxista. Sin em bargo, al conocer algo m ás
de la h isto ria del m arxism o y de la variedad de tradiciones
selectivas y alternativas que se agru p an d e n tro -d e ella, po­
d ía al m enos lib erarm e del esquem a que había constituido
tal obstáculo ta n to p a ra la certeza como p a ra la duda: el es­
q uem a de las posiciones m arxistas establecidas y conocidas
que, en • general, e ra n las únicas aplicables, y el correspon­
diente abandono de todos los dem ás tipos de pensam iento,
com o el no m arxista, el revisionista, el neohegeliano o el
burgués. U na vez que el cuerpo central de pensam iento era
com prendido en sí m ism o como activo, en desarrollo, in­
concluso y persisten tem en te contencioso, volvieron a abrirse
m uchos de aquellos interrogantes; y, en h o n o r a la verdad,
m i resp eto p o r el cuerpo de pensam iento considerado en
su totalidad, incluyendo la tradición ortodoxa considerada
ah o ra com o u n a tendencia d en tro de esa totalidad, se incre­
m entó de m odo decisivo y significativo. He llegado a com pren­
der cada vez con m ayor claridad las diferencias radicales que
p rese n ta respecto de los dem ás cuerpos de pensam iento; y,
al m ism o tiem po, las com plejas conexiones que m antiene
con ellos.y los num erosos problem as que todavía se hallan en
vías de solución.
Fue precisam ente en esta situación cuando sentí la agi­
tación que m e p ro d u jo establecer contacto con nuevas obras
m arxistas: las últim as o bras de Lukács, las últim as obras
de S a rtre , el desarrollo de la labor de G oldm ann y de Al-
th u sser, las síntesis variables y en evolución del m arxism o
y de algunas form as del estructuralism o. Al m ism o tiempo,
d en tro de e sta significativa actividad nueva, había u n m ayor
acceso a los tra b a jo s m ás antiguos, especialm ente los de
la E scuela de F ra n k fu rt (en su período m ás significativo,
d u ran te los años tre in ta y cuarenta) y p articularm ente la
o b ra de W alter B enjam ín; la o b ra extraordinariam ente ori­
ginal de Antonio Gram sci; y, como un elem ento decisivo de
u n nuevo concepto de la tradición, la o b ra nuevam ente tra ­
ducida de M arx, y especiálm ente los Grundrisse. D urante el
período en que o cu rría todo esto, reflexionaba a m enudo
—y en C am bridge tem a u n m otivo directo de reflexión—
acerca d e l-c o n tra ste que existía e n tre la situación que vivía
el estu d ian te socialista de lite ra tu ra e n el año 1940 y la si­
tuación que tenía en el año 1970. G eneralm ente tenía ra ­
zones suficientes p a ra reflexionar sobre la so rp resa que m a­
n ifestab a cualquier estu d ian te de lite ra tu ra en u n a situación
e n la que u n a concepción que h ab ía sido a rra stra d a a una
condición de estancam iento, o a posiciones locales y parciales,
en los años tre in ta y cuarenta, estaba siendo vigorosa y sig­
nificativam ente reconsiderada.
A principios de los años setenta com encé a exam inar es­
ta s cuestiones en u n a serie de conferencias y de clases en
Cam bridge; al principio con alguna oposición p o r p a rte de
m is colegas de la facultad, que sabían (pero que no saben)
qué significaban el m arxism o y la litera tu ra . Sin em bargo,
esto im p o rtab a m enos que el hecho de que m i propio debate
solitario, prolongado y a m enudo in terio r, con lo que yo
h ab ía conocido com o m arxism o, ocupaba su lu g ar en una
seria y extensa investigación internacional. Tuve o p o rtu n i­
dad de divulgar m is análisis en Italia, E scandinavia, F ran­
cia, N orteam érica y Alemania, y an te visitantes de H ungría,
Yugoslavia y la Unión Soviética. E ste libro es el resultado
de aquel período de análisis en u n contexto internacional
en el que h e tenido el sentim iento, p o r p rim era vez en m i
vida, de p e rten ecer a una esfera y a una dim ensión de tra ­
b ajo e n la que podía sentirm e absolutam ente cómodo. Sin
em bargo, h e tenido presen te e n cada m om ento la h istoria
de los tre in ta y cinco años anteriores, d u ran te los cuales
cualquier contribución que yo p u d iera a p o rta r h ab ía sido
desarrollada en contacto directo y com plejo, aunque a
m enudo indocum entado, con los asertos y las ideas m ar-
xistas.
Tal h isto ria individual puede revestir alguna im portancia
p a ra el desarrollo del m arxism o y del pensam iento elaborado
sobre el m arxism o e n G ran B retaña d u ran te ese período.
S in em bargo, tiene una im portancia m ás inm ediata p a ra el
c arácter de e ste libro y p a ra su organización. En la prim era
p a rte cuestiono y analizo cuatro conceptos básicos; «cul­
tura», «lenguaje», «literatura» e «ideología». N inguno de ellos
es exclusivam ente un concepto m arxista, aunque el pensa­
m iento m arxista h a contribuido a su caracterización; a veces
significativamente, p o r lo general de u n modo irregular. Exa­
m ino específicam ente la utilización que hace el m arxism o de
estos conceptos, pero asim ism o estoy interesado en ubicarlos
dentro de desarrollos m ás generales. E sto es consecuencia
del desarrollo intelectual que he descrito: estoy interesado
p o r com prender las diferentes form as del pensam iento m ar­
xista m ás e n su interacción con o tras form as del pensam ien­
to que como u n a h isto ria separada, sea hagiográfica o ajena.
A la vez, el reexam en de estos conceptos fundam entales, es­
pecialm ente los de la lengua y la literatu ra, ab re el cam ino
hacia la crítica y la contribución subsiguientes; En la segunda
p a rte analizo y discuto los conceptos clave de la teoría cul­
tu ra l m arxista, de la cual —y esto constituye una p a rte esen­
cial de m i exposición— parece depender en la p ráctica la
teoría lite ra ria m arxista. No es solam ente u n análisis de los
elem entos que conform an u n cuerpo de pensam iento; ex­
ploro variantes significativas y, en algunos p u n to s específicos,
especialm ente en los capítulos finales, introduzco m is propios
conceptos. E n la tercera p a rte extiendo nuevam ente el aná­
lisis a las cuestiones de la teoría literaria en la cual las va­
riantes del m arxism o son interactivas con o tro s tipos de
pensam iento con el que se hallan relacionados y que a veces
resu ltan alternativos. En cada una de estas p a rte s, m ientras
presento u n análisis y u n a discusión de los elem entos clave
y de las variantes del pensam iento m arxista, m e preocupo
asim ism o p o r d esarro llar de m odo teórico u n a posición a
la que he arribado con el paso de los años. E s ta difiere, en
varios puntos clave, de lo que es am pliam ente conocido
como la teoría m arxista; e incluso de gran p a rte de sus
variantes. Es una posición que puede se r descrita brevem ente
como de m aterialism o cultural: una teoría de las especifici­
dades del m aterial propio de la producción cu ltu ral y lite­
ra ria dentro del m aterialism o histórico. Sus detalles p e rte ­
necen a la to talidad de la argum entación; sin em bargo, debo
decir en este p u n to que, a m i m odo de ver, es u n a teoría
m arxista, y en sus cam pos específicos, a p e sar de —e incluso
debido a— la relativa poca fam iliaridad que caracteriza a
algunos de sus elem entos, fo rm a p a rte de lo que al m enos
yo pienso que es el pensam iento fundam ental del m arxism o.
Con el objeto de sostener el análisis, la discusión y la
presentación de posiciones teóricas nuevas o m odificadas,
he debido m an te n er el libro d en tro de u n a dim ensión teó­
rica p rim aria. E n m uchos aspectos esto se rá bien com pren­
dido e incluso bienvenido. Sin em bargo, debo aclarar, co­
nociendo la solidez que caracteriza a otro s estilos de trabajo,
especialm ente en relación con la gran m ayoría de mis lec­
tores ingleses, que, aun siendo este libro casi totalm ente
•teórico, en él cada posición ha sido elaborada a p a rtir del
m inucioso tra b a jo práctico que he realizado previam ente y
de su interacción consecuente —sea é sta im plícita— con
otros tipos de procedim ientos e hipótesis teóricos. Tal vez
yo sea m ás consciente que nadie de la necesidad de ofrecer
ejem plos detallados a fin de esclarecer algunos de los con­
ceptos m enos fam iliares; aunque, p o r u n a p a rte , este libro
p ro cu ra se r e n algunos aspectos u n punto de p a rtid a p ara
u n nuevo tra b a jo , y, p o r o tra p arte, algunos de los ejem ­
plos que ofreceré ya han aparecido en libros escritos con
anterioridad. P o r lo tanto, quien desee sab er lo que yo «prác­
ticam ente, realm ente» significo a través de ciertos conceptos,
puede rem itirse, a fin de o b ten er algunas instancias direc­
trices, a los ejem plos de las indicaciones y anotaciones que
aparecen en D ram a in P erfom ance; a las convenciones de
Drama fo rm Ib se n to Bretch; a las e stru c tu ra s del senti­
m iento planteadas e n las obras M o d em Tragedy, The Coun-
try and the City y The English N ovel fro m D ickens to Law-
rence; a las tradiciones, instituciones y elaboraciones sobre
lo dom inante, lo residual y lo em ergente en algunas p artes
de la obra Culture and Society y en la segunda p a rte de The
Long R evolution; y en lo que se refiere a la producción cul­
tu ra l m aterial, a la o b ra Televisión: Technology and Cultural
Form. E scribiré aquí algunos de estos ejem plos de u n m odo
diferente, desde una posición teórica m ás desarrollada y u su ­
fructuando las ventajas que rep o rta u n vocabulario m ás di­
fundido y m ás consistente (este últim o ejem plificado en la
obra K eyw ords). Sin em bargo, los ejem plos deben ser m en­
cionados con la advertencia de que este libro no es un
trab ajo teórico separado, sino que constituye una argum enta­
ción b asad a en todo lo que he aprendido de las obras previas
en general y que se ubica en una relación nueva y conscien­
te con el m arxism o.
F inalm ente, m e alegra p o d er decir cuánto he aprendido
de m is colegas y de los estu d ian tes de m uchos países, espe­
cialm ente en la U niversidad de Cam bridge; en la U niversidad
de S tanford, California; en la U niversidad McGill, M ontreal;
en el In stitu to U niversitario O riental, N ápoles; en la Uni­
versidad de B rem en y en el In stitu to p a ra el E studio del
D esarrollo C ultural de B elgrado. Debo m i agradecim iento
p e rso n a l a Jo h n Fekete y, a lo largo de m uchos años, a Ed-
w a rd T hom pson y S tu a rt Hall. E ste libro no podría h ab er
sido escrito sin el apoyo y la inagotable cooperación de mi
esposa.
R. W.
CONCEPTOS BASICOS
I
¡
t'. Cultura

En el centro m ism o de u n área principal del pensam iento


y la p ráctica m odernos aparece u n concepto que es frecuen­
tem ente utilizado en las descripciones, «cultura», que en sí
m ism o, en v irtu d de la variación y la com plicación, com­
p rende no sólo sus objetos, sino tam bién las contradicciones
a través de las cuales se h a desarrollado. E l concepto funde
y confunde a la vez las tendencias y experiencias radical­
m ente diferentes p resen tes en form ación. P or tanto, resulta-•
im posible llevar a cabo u n análisis c u ltu ral serio sin tra ta r
de to m ar conciencia ídel propio concepto; una conciencia que
debe s e r histórica; com o verem os m ás adelante. E s ta vaci­
lación a n te lo que p arece s e r la riqueza de la teoría desarro­
llada y la plenitud de la p ráctica lograda adolece de la in­
com odidad, e incluso de la in ep titu d , de cualquier d u d a ra­
dical. L iteralm ente, es u n m om ento de crisis: u n a "conmo­
ción de la experiencia, u n a ru p tu ra del sentido de la histo­
ria, que nos obligan a retro ce d e r desde u n a posición que pa­
recía positiva y ú til: todas las inserciones inm ediatas a una
tesis crucial, todos los accesos practicables a u n a actividad
inm ediata. Sin em bargo, n o se puede b loquear el avance.
Cuando los conceptos m ás básicos —los conceptos, como
se dice habitualm ente, de los cuales p artim os— dejan re­
pentinam ente de ser conceptos p a ra convertirse en problem as
—no problem as analíticos, sino m ovim ientos históricos que
todavía no han sido resueltos—, no tiene sentido p re s ta r
oídos a sus sonoras invitaciones o a sus resonantes estru e n ­
dos. Si podem os hacerlo, debem os lim itarnos a rec u p e rar
la esencia en la que se han originado sus form as.
Sociedad, econom ía, cultura: cada u n a de etas aáreas»,
identificadas ahora p o r u n concepto, constituye lina form u­
lación h istó rica relativam ente reciente. La «sociedad* fu e la
cam aradería activa, la com pañía, «el h acer común», antes
de que se convirtiera en la descripción de u n s is te m a 'o u n
orden general. La «economía» fue el m anejo y el control de
u n hogar fam iliar y m ás tard e el m anejo de una com uni­
dad, antes de tran sfo rm arse en la descripción de u n percep­
tible sistem a de producción, distribución e intercam bio. La
«cultura», an tes de e sta s transiciones, fue el crecim iento y
la m arc h a de las cosechas y los anim ales y, p o r extensión,
el crecim iento y la m arc h a de las facultades hum anas. Den­
tro de su desarrollo m oderno, los tre s conceptos no evolu­
cionaron arm ónicam ente, sino que cada uno de ellos, en u n
m om ento crítico, fue afectado p o r el curso de los dem ás.
Al m enos, éste es el m odo e n que hoy podem os com prender
su h isto ria. S in em bargo, e n el curso de los cam bios verda­
deros, lo que se m ezcló con las nuevas ideas, y en alguna
m edida se fijó a ellas, fue u n tip o de experiencia siem pre
com pleja y sin ningún p reced en te en absoluto. La «sociedad»,
con el acento que se le adjudicó con respecto a las relaciones
inm ediatas, fue una altern ativ a consciente a n te la rigidez
form al de u n orden heredado, considerado m ás ta rd e com o
u n o rd en im puesto: el «Estado». La «economía», con el acen­
to que se le adjudicó en relación con el m anejo y el con­
tro l, fue u n in ten to consciente de co m p ren d er y co n tro lar
u n cuerpo de actividades que h ab ían sido asum idas no
sólo cóm o necesarias, sino com o actividades ya dadas. Por
tanto, cada concepto in te ra c tu a b a con u n a h isto ria y u n a
experiencia cam biantes. La «sociedad», elegida p o r su sus­
tan cia y su necesidad p rim ordial, la «sociedad civil», que
p o d ría ser distinguida de la rigidez form al del «Estado», se
convirtió a su vez en algo ab stracto y sistem ático. E n conse­
cuencia, se hacían necesarias nuevas descripciones de la sus­
tan c ia inm ediata que la «sociedad» eventualm ente excluía.
P o r ejem plo, el «individuo», que alguna vez h ab ía significado
el concepto d e indivisible, u n m iem bro de u n grupo, fue de­
sarrollado h a sta convertirse en un térm ino n o sólo esperado,
sino incluso co n trario : «el individuo» y la «sociedad». La
«sociedad», en sí m ism a y en lo que resp e c ta a su s térm inos
derivados y calificados, es u n a form ulación de la experiencia
que hoy sintetizam os b a jo la denom inación de la «sociedad
burguesa»: su creación activa co n tra la rigidez del «Estado»
feudal; sus problem as y sus lím ites d en tro de e ste tip o de
creación; h a sta que, paradójicam ente, se distingue de —e
incluso se opone a— sus propios im pulsos iniciales. Del
m ism o m odo, ía racionalidad de la «economía», considerada
com o un m odo de com prender y co n tro lar u n sistem a de
producción, distribución e intercam bio en relación directa
con la in stitución actual de u n nuevo tip o de sistem a econó­
m ico, se conservaba aunque se veía lim itad a p o r los m ism os
problem as que afrontaba. E l verdadero p roducto de la ins­
titución racional y del control e ra proyectado como algo
«natural», u n a «econom ía natural», con leyes del tip o de las
leyes del («invariable») in undo físico.
La m ayor p a rte d el pensam iento social m oderno p a rte de
estos conceptos y de las n o tas inherentes a su form ación,
de sus problem as a ú n p o r resolver y que habitualm ente se
dan p o r sentados. P or lo tan to , existen u n pensam iento «po­
lítico», «social» o «sociológico» y «económico», y se supone
que ellos describen «áreas», entidades com prensibles. H abi­
tualm ente, se agrega, aunque a veces dé ú n m odo reluctante,
que existen, p o r supuesto, o tra s «áreas»: fundam entalm ente
el área «psicológica» y el á re a «cultural». S in em bargo, en
tanto es m e jo r a d m itir éstas que rechazar aquéllas, habi­
tualm ente no se percibe q u e sus form as provienen, en la
práctica, de los problem as irresolutos de la configuración
inicial de los conceptos. ¿E s la psicología «individual» («psi­
cológica») o «social»? E ste problem a puede d escartarse a fin
de discutirlo d en tro d e la disciplina ap ropiada h a sta el m o­
m ento e n que se descubre que el problem a de qué es «social»
lo ha dejado sin resolver el desarrollo predom inante de «so­
ciedad». ¿C om prendem os la «cultura» com o «las artes», como
«un sistem a de significados y valores» o com o u n «estilo de
vida global» y su relación con la «sociedad» y la «economía»?
Los interrogantes deben p lantearse, p e ro es sum am ente di­
fícil que seam os capaces de o frecer u n a resp u esta a m enos
q u e reconozcam os los problem as que se h allan im plícitos en
los conceptos de «sociedad» y «economía», que h a n sido
transm itidos a conceptos tales com o «cultura» en v irtu d de
la abstracción y la lim itación que caracterizan a tales té r­
m inos.
El concepto de «cultura», cuando es observado dentro del
contexto m ás am plio del desarrollo histórico, ejerce u n a fu er­
te p resió n sobre los térm inos lim itados de todos los dem ás
conceptos. E s ta es siem pre su ventaja; asim ism o, es siem ­
pre la fuente de sus dificultades, tan to e n lo que se refiere
a su definición com o a su com prensión. H asta el siglo x v iil
todavía e ra el n om bre de u n proceso: la cu ltu ra de algo, de
la tie rra , de los anim ales, de la m ente. Los cam bios deci­
sivos experim entados p o r la «sociedad» y la «economía» h a ­
bían com enzado antes, en las p o strim erías del siglo xv i y
durante el siglo x v ii ; g ran p a rte de su desarrollo esencial
se com pletó an tes de que la «cultura» .incluyera sus nuevos
y evasivos significados. E sta situación no puede com prender­
se a m enos que tom em os conciencia de lo que h ab ía ocurrido
a la «sociedad» y a la «economía»; de todos m odos, nada
puede ser plenam ente com prendido a m enos que examinemos
, un decisivo concepto m oderno que en el siglo x v iil necesi­
taba una nueva palabra: civilización.
La noción dé «civilizar», en el sentido de ubicar a los hom ­
b res dentro de una organización social, ya era conocida; se
apoyaba sobre los térm inos civis y civitas y su propósito era
expresado p o r el adjetivo «civil» en el sentido de ordenado,
educado o cortés. Fue extendido positivam ente, tal como he­
m os observado, al concepto de «sociedad civil». Sin embargo,
«civilización» habría de significar algo m ás que esto. Encerra­
b a dos sentidos históricam ente ligados: un estado realizado,
que podría c o n tra sta r con la «barbarie», y ahora tam bién un
estado realizado del desarrollo, que im plicaba el proceso y el
progreso histórico. É sta fue la hueva racionalidad histórica
de la Ilustración, com binada de hecho con la. celebración au-
toatribuida. de una lograda condición de refinam iento y de
orden. Fue esta com binación lo que hab ría de resu lta r pro­
blem ático. La perspectiva del desarrollo de la h istoria univer­
sal característica del siglo x v iil constituyó sin duda ún ade­
lanto significativo. Constituyó el paso crucial m ás allá de la
concepción relativam ente estática («eterna») de la historia
que había dependido de supuestos religiosos o m etafísicos.
Los hom bres habían producido su propia h isto ria en este sen­
tido especial: ellos (o algunos de ellos) habían alcanzado la
«civilización». E ste proceso fue secular y su desarrollo, en
ese sentido, fue u n proceso histórico. Sin em bargo, al mismo
tiem po fue una h isto ria que había culm inado en u n estado
realizado: en la práctica, la civilización m etropolitana de In­
g laterra y Francia. La insistente racionalidad que exploraba e
inform aba todos los niveles y todas las dificultades de este
proceso se detuvo en el punto en que pudo afirm arse que se
había alcanzado la civilización. En realidad, todo lo que pudo
ser racionalm ente proyectado fue la extensión y el triunfo de
estos valores alcanzados.
E sta posición, que ya se hallaba som etida al opresivo ata­
que de los sistem as religiosos y m etafísicos m ás antiguos y
al orden de las naciones asociadas a ellos, adquirió nuevos
tipos de vulnerabilidad. Las dos respuestas decisivas de tipo
m oderno fueron, prim ero, la idea de la cultura, que presen­
tab a un sentido diferente del crecim iento y el desarrollo h u ­
m anos, y segundo, la idea del socialismo, que proponía una
crítica social e histórica ju n to a una alternativa de la «civili­
zación» y la «sociedad civil» consideradas com o condiciones
fijas y realizadas. Las am pliaciones, las transferencias y las
superposiciones que se p ro d u cían e n tre todos estos concep­
tos m odernos form ulados y e n tre ellos y los conceptos resi­
duales de tipo m ás antiguo h an sido excepcionalm ente com­
plejas.
«Civilización» y «cultura» (especialm ente en la fase co­
m ún, originaria, en q u e se denom inaban «cultivo») eran, en
efecto, d u ran te las p o strim erías del siglo x v m , térm inos in?
tercam biables. Cada uno de ellos llevaba consigo el problem á­
tico doble sentido de u n estado realizado y de un estado del
desarrollo realizado. Su . divergencia eventual tiene num ero­
sas causas. E n p rim e r lugar, existía el a taq u e a la «civiliza­
ción» acusada de superficial; u n estado «artificial» d istinto de
u n estado «natural»; el cultivo de las propiedades «externas»
—la urb an id ad y el lujo— e n oposición a necesidades é im­
pulsos m ás «hum anos». E ste ataque, a p a rtir de R ousseau y a
través de todo el m ovim iento rom ántico, fue la base p ara un
im p o rta n te sentido alternativo de la «cultura», considerada
com o u n proceso de desarrollo «interior» o «espiritual» en
oposición a u n desarrollo «exterior». E l efecto p rim ario que
resu ltó de esta alternativa fue asociar la cu ltu ra con la reli­
gión, el arte, la fam ilia y la vida personal, com o algo distinto
de —o activam ente opuesto a— la «civilización» o «sociedad»
en su nuevo sentido ab stracto y general. A p a rtir.d e esta con­
cepción, aunque no siem pre con todas sus im plicaciones, la
«cultura» —considerada com o u n proceso general del desa­
rrollo «interior»— se extendió a fin de incluir un sentido des­
criptivo de los m edios y p roductos de ese desarrollo; es de­
cir, la «cultura» como clasificación general de «las artes», la
religión, las instituciones y las p rácticas de los significados y
los valores. Sus relaciones con la «sociedad» eran entonces
problem áticas, ya que éstas eran evidentem ente instituciones
y p rácticas «sociales» aunque se consideraban diferentes del
conjunto de las instituciones y p rácticas generales y «exterio­
res» que hoy se denom inan corrientem ente con el térm ino
«sociedad». La dificultad e ra norm alm ente negociada relacio­
nando la «cultura», aun cuando fu era evidentem ente social en
su práctica, con la «vida interior» en sus form as m ás accesi­
bles y seculares: con la «subjetividad», «la imaginación», y en
estos térm inos con «lo individual». E l énfasis religioso se de­
bilitó y fue su stitu id o ,p o r lo que en realidad era una m eta­
física de la subjetividad y del proceso im aginativo. La «cultu­
ra», o m ás específicam ente el «arte» y la «literatura» (nueva­
m ente generalizados y abstraídos), eran considerados como el
registro m ás profundo, el im pulso m ás profundo y el recurso
m ás p ro fu n d o del «espíritu hum ano». La «cultura» e ra enton­
ces la secularización, a la vez que la liberalización, de las for­
m as m etafísicas prim itivas. Sus m edios y sus procesos eran
distintivam ente hum anos y fueron generalizados com o subje­
tivos, au n q u e ciertas form as cuasi-m etafísicas — «la im agina­
ción», «la creatividad», «la inspiración», «la estética» y el nue­
vo sentido positivo del «mito»— fueron ordenadas dentro de
u n nuevo m onum ento funerario.
E sta ru p tu ra originaria se había producido con la «civili­
zación» y con su p re su n to sentido «exterior». Sin em bargo,
en la m edida en que la secularización y la liberación si­
guieron su curso, se p ro d u jo u n a presión sobre el propio con­
cepto de «civilización». E sta situación alcanzó u n punto crí­
tico d u ran te el período de rápido desarrollo de la sociedad
in d u stria l y de sus prolongados conflictos políticos y socia­
les. D esde c ierta perspectiva este proceso form ó p a rte del
continuo desarrollo de la civilización: de u n nuevo y m ás ele­
vado orden social. No obstante, desde o tra perspectiva, la ci­
vilización fue el estado realizado al que estos nuevos desa­
rrollos am enazaban con d estru ir. Por tanto, la «civilización»
se convirtió en un térm ino am biguo que denotaba p o r u n a
p a rte u n desarrollo progresivo y esclarecido y p o r o tra un
estad o realizado y am enazado, y se to m ó cada vez m ás re­
trospectiva identificándose a m enudo en la p rác tic a con las
glorias recibidas del pasado. En este últim o sentido, la «civi­
lización» y la «cultura» se superponen nuevam ente com o es­
tados recibidos antes que como procesos continuos. P or lo
tan to , se alineó u n a nueva b a te ría de fuerzas co n tra la cul­
tu ra y co n tra la civilización: el m aterialism o, el m ercantilis­
m o, la dem ocracia, el socialismo.
La «cultura», en tre ta n to , sufrió todavía o tro desarrollo.
É ste es especialm ente difícil de delinear, pero es fundam ental­
m ente im p o rta n te porque condujo a la «cultura» considerada
com o u n concepto social, específicam ente antropológico y so­
ciológico. La tensión y la interacción existente e n tre e ste senti­
do en desarrollo y el otro sentido del proceso «interior» y «las
artes» continuó siendo evidente y sum am ente im portante.
E n la p ráctica existió siem pre alguna conexión e n tre am ­
bos desarrollos, aunque el énfasis que se acordó a uno u
o tro resultó se r m uy diferente. E l oiigen de este segundo
sentido se halla arraigado en la am bigüedad de la «civiliza­
ción» considerada tan to un estado realizado com o u n estado
realizado del desarrollo. ¿Cuáles eran las propiedades de este
estado realizado y, correspondientem ente, de los m edios de su
desarrollo? Desde la perspectiva de las historias universa­
les la razón fue la pro p ied ad y el m edio fundam ental carac­
terístico; u n a esclarecida com prensión de nosotros m ism os y
del m undo que nos p erm ite cre a r form as m ás elevadas del
o rd en n a tu ra l y social, superando la ignorancia, la supersti­
ción y las form as sociales y políticas a q u e habían conducido
y que ellas m ism as sostenían. E n este sentido, la h isto ria era
el progresivo establecim iento de sistem as m ás racionales y
p o r lo tan to m ás civilizados. G ran p a rte de la confianza que
caracterizó a e ste m ovim iento se debió tan to al esclarecim ien­
to que personificaban las nuevas ciencias físicas com o al sen­
tim iento de u n o rd en social realizado. R esulta sum am ente di­
fícil d istinguir e s te nuevo sentido secular de la «civilización»
de u n sentido secular com parable de la «cultura» considerada
com o u n a in terp retació n del desarrollo hum ano. Ambas eran
ideas m odernas e n e l sentido de que ponían énfasis en. la
capacidad hu m an a no sólo p a ra com prender, sino p a ra edifi­
car u n orden social hum ano. E s ta fue la diferencia decisiva
que p rese n tab a n las dos ideas en relación con la tem prana
derivación de los conceptos sociales y de los órdenes sociales
a p a rtir de supuestos estados religiosos o m etafísicos. No obs­
tan te , e n el m om ento de identificar las verdaderas fuerzas
im p u lso ra s— d en tro de este proceso del «hom bre que produ­
ce su p ro p ia historia»— surgieron perspectivas radicalm ente
diferentes.
E n este sentido, u n a de las form ulaciones m ás prim itivas
que ponía el acento sobre el «hom bre que produce su propia
historia» fue la de Vico, que aparece en la obra The N ew
Science (del año 1725).
Afirmaba:

«Una verdad que se halla más allá de toda cuestión: el mundo


de la sociedad civil ha sido construido verdaderamente por los
hombres, y sus principios, por lo tanto, deben ser hallados den­
tro de las modificaciones sufridas por nuestra propia mente
humana. Quienquiera que reflexione sobre esto no puede sino ma­
ravillarse por el hecho de que los filósofos hayan dirigido todas
sus energías al estudio del mundo de la naturaleza, que, desde
que fue creado por Dios, solamente El conoce; y que hayan re­
chazado el estudio del mundo de las naciones o el mundo civil,
que, desde que fué construido por los hombres, ellos han tenido
la esperanza de conocer» (p. 331).'

1. Todas las referencias pertenecen a las ediciones indicadas en la


Bibliografía.
En este p u n to , contra el c arácter del tiem po, las «ciencias
naturales» son rechazadas y se otorga a las «ciencias hum a­
nas» u n énfasis nuevo y sorprendente. Podem os conocer lo
que hem os hecho y podem os conocerlo realm ente, precisa­
m ente p o r haberlo hecho. Las interpretaciones específicas que
p o r entonces ofreció Vico tienen hoy m uy poco interés; sin
em bargo, su descripción de u n m odo de desarrollo que fue a
la vez, e interactivam ente, la configuración de las sociedades
y la configuración de las m entes hum anas, es probablem ente
el origen efectivo del sentido social general de la «cultura».
El propio concepto fue desarrollado p o r H erder en su obra
Ideas sobre la filosofía de la historia de la hum anidad (1784-
1791). É l aceptaba el énfasis puesto en el autodesarrollo his­
tórico de la hum anidad, pero argum entaba que era dem asia­
do com plejo p a ra se r reducido a la evolución de un sim ple
principio y especialm ente a algo ta n ab stracto com o la «ra­
zón»; y adem ás, que e ra dem asiado variable p ara ser reduci­
do a u n desarrollo progresivo y unilineal que culm inaba en la
«civilización europea». E ra necesario, afirm aba H erder, h a­
b lar de «culturas» antes que de «cultura», así como acep tar
su variabilidad y reconocer d en tro de to d a cu ltu ra la com ple­
jid ad y variabilidad de sus fuerzas configurativas. Las in ter­
pretaciones específicas que él ofreció entonces, en térm inos
de p u eblos y naciones «orgánicos» en contra del «universalis­
m o exterior» de la Ilustración, constituyen elem entos del m o­
vim iento rom ántico y hoy resu lta n de poco interés. Sin em ­
bargo, la idea de u n proceso social fundam ental que configu­
re «estilos de vida» específicos y distintos constituye el ori­
gen efectivo del sentido social com parativo de la «cultura» y,
actualm ente, de sus necesarias «culturas» plurales.
La com plejidad que reviste el concepto de «cultura» es p o r
lo tan to sum am ente clara. Se convirtió en el nom bre del p ro ­
ceso «interno» especializado en sus supuestos m edios de ac­
ción en la «vida intelectual» y «las artes». Asimismo, se con­
virtió en el nom bre del proceso general especializado con sus
p resu n tas configuraciones en «todos los estilos de vida». En
u n a p rim e ra instancia tuvo u n a función fundam ental en las
definiciones de «las artes» y de «las hum anidades». E n una
segunda instancia tuvo una función igualm ente esencial en las
definiciones de las «ciencias hum anas» y las «ciencias so­
ciales». Cada tendencia está p rep a ra d a p a ra negar a cualquier
o tra tendencia todo uso adecuado del concepto, a p esar de
haberse realizado num erosos intentos de reconciliación. En
toda teoría m oderna de la cultura, aunque tal vez especial­
m ente en la teo ría m arxista, e s ta com plejidad es fuente de
grandes dificultades. E l pro b lem a de saber, al principio, si
sería u n a teoría de «las a rte s y la vida intelectual» en sus re-
laciones con la «sociedad» o u n a teo ría del proceso social que
produce «estilos de vida» específicos y diferentes, es sola­
m ente el problem a m ás evidente.
E l p rim e r problem a sustancial se h alla en las actitudes
asum idas con respecto a la «civilización». E n este p u n to , la
decisiva intervención del m arxism o consistió en el análisis de
la «sociedad civil» y de aquello que d en tro de sus térm inos
se conocía p o r «civilización» com o form a social específica: la
sociedad burguesa creada p o r el m odo de producción capita­
lista. E sto proporcionó u n a indispensable perspectiva crítica
aunque se hallaba contenida en g ran p a rte en los supuestos
que h abían producido el concepto; con m ayor evidencia, el de
u n progresivo desarro llo secular; pero tam bién el que se re­
fería a u n am plio desarrollo unilineal. La sociedad burguesa
y la producción cap italista eran severam ente atacadas y ob­
servadas a la vez com o históricam ente progresistas (la últim a
en térm inos adm itidos, com o en «la burguesía... h a converti-
. do a los países b á rb a ro s y sem ibárbaros en naciones depen­
dientes de los países civilizados». M anifiesto com unista, p á­
gina 53). E l socialism o las su stitu irá com o próxim o y m ás ele­
vado estadio del desarrollo.
E s sum am ente im p o rta n te co m p arar e sta perspectiva he­
red ad a con otros elem entos del m arxism o y de los m ovim ien­
tos radicales y socialistas que le precedieron. A m enudo, es­
pecialm ente en los m ovim ientos m ás tem pranos, influenciados
p o r una tradición altern ativ a que incluye la crítica radical de
la «civilización», no fue el c a rá c te r progresivo, sino el carác­
te r fundam ental contradictorio de este desarrollo lo que re­
sultó decisivo. La «civilización» no solam ente h ab ía produci­
do riqueza, orden y refinam iento, sino tam bién, com o p a rte
del m ism o proceso, pobreza, desorden y degradación. Fue ata­
cada debido a su «artificialidad, a los notorios co n trastes que
evidenciaba en relación con u n orden "natural" o "hum ano"».
Los valores esgrim idos c o n tra ella no eran los del próxim o y
m ás elevado estad io del desarrollo, sino los vinculados a la
esencial herm an d ad de los hom bres, expresada a m enudo
como algo que debe se r tan to recobrado com o conquistado.
E stas dos tendencias del m arxism o, y del m ás am plio movi­
m iento socialista, a m enudo han surgido juntas; no obstante,
en la teoría, y especialm ente en el análisis de la p ráctica his­
tórica subsecuente, deben se r radicalm ente distinguidas.
La siguiente intervención decisiva del m arxism o fue el re­
chazo de lo qué M arx denom inó «historiografía idealista», y
e n ese sentido, de los procedim ientos teóricos de la Ilu s tra ­
ción. La h isto ria no e ra concebida (o no e ra concebida siem ­
p r e o en principio) com o la superación de la ignorancia o la
su p erstició n m ediante el conocim iento y la razón. Lo que
aquella declaración y aquella perspectiva excluían e ra la his­
to ria m aterial, la h isto ria de la clase tra b a ja d o ra, de la indus­
tria , com o «libro ab ierto de las facultades hum anas». La no­
ción originaria deí «hom bre que pro d u ce su p ro p ia historia»
recibió u n nuevo contenido fundam ental a través de este énfa­
sis puesto sobre e l «hom bre que se hace a sí m ism o» m ediante
la».producción de sus propios m edios de vida. De e n tre todas
las dificultades detalladam ente m ostradas, éste fue el m ás
im p o rta n te p ro g reso intelectu al de todo el pensam iento so­
cial m oderno. O frecía la posibilidad de su p e ra r la dicotom ía
ex iste n te e n tre la «sociedad» y la «naturaleza» y de d escubrir
nuevas relaciones co n stitu tiv as-en tre la «sociedad» y la «eco­
nom ía». E n ta n to que especificación del elem ento básico del
proceso social de la c u ltu ra, e ra la recuperación de la" to ta ­
lid a d de la h isto ria. Inau g u ró la inclusión decisiva de la his-;
to n a m aterial, que había sido excluida de la «denom inada
h isto ria de la civilización, que es toda u n a h isto ria de las
religiories y de los Estados». La p ro p ia h isto ria del capitalis­
m o e lab o rad a p o r M arx es sólo el ejem plo m ás prom inente.
Sin em bargo, en e ste logro se p rese n tan algunas dificulta­
des. E l énfasis que adjudicó al proceso social, de tip o cons­
titutivo, fu e m itigado p o r la p ersistencia de u n tipo de na­
cionalism o tem prano, relacionado con el supuesto de u n p ro ­
gresivo desarrollo u n ilineal y c o n u n a versión del descubri­
m iento de las «leyes científicas» de la sociedad. E sta situación
debilitó la perspectiva co n stitu tiv a y fortáleció una perspec­
tiv a m ás in stru m en tal. N uevam ente, el acento p u esto sobre
la h isto ria m aterial, especialm ente d en tro de las polém icas
necesarias p a ra su establecim iento, se vio com prom etido de
u n m odo m uy especial. E n lu g ar de p ro d u cir una h isto ria
cu ltu ral m aterial, que e ra él próxim o m ovim iento fundam en­
tal, se p ro d u jo u n a h isto ria cu ltu ral dependiente, secundaria,
' «superestructura!»: u n rein o de «m eras» ideas, creencias, a r­
tes, costum bres, determ inadas m ed ian te la h istoria m aterial
básica. E n este punto, lo que in te resa no es sólo el elem ento
de reducción; es ía reproducción, de form a modificada, de la
separación e n tre la «cultura» y la vida social m aterial que
h ab ía conform ado la tendencia dom inante del pensam iento
c ultural idealista. P o r lo tanto, las posibilidades plenas del
concepto de cultura, considerada como un proceso social-
constitutivo cread o r de «estilos de vida» específicos y dife­
ren tes y que pudo h a b e r sido notablem ente profundizada por
el énfasis puesto en un proceso social m aterial, se perdieron
d u ran te un tiem po m uy prolongado y en la práctica eran sus­
titu id as a m enudo p o r u n universalism o ab stracto y unilineal.
Al m ism o tiem po, la significación del concepto alternativo de
cultura, que definía la «vida intelectual» y «las artes», se vio
com prom etida p o r su ap aren te reducción a un status «su­
perestructura!», y fue abandonada a fin de que fuera desarro­
llada p o r aquellos que, en el m ism o proceso en que la idea­
lizaban, elim inaban sus necesarias conexiones con la sociedad
y la h isto ria y, e n las á re a s de la psicología, el arte y la creen­
cia, desarrollaban u n poderoso sentim iento alternativo del
propio proceso h u m an o constitutivo. P o r lo tanto, no resulta
sorprendente que en el siglo xx este sentim iento alternativo
haya llegado a c u b rir y sofocar al m arxism o, con alguna ju sti­
ficación, debido a sus e rro res m ás obvios, pero sin te n e r que
a fro n ta r el verdadero desafío que se hallaba im plícito; y m uy
claro, en el originario planteam iento m arxista.
En el com plejo desarrollo sufrid o p o r el concepto de «cul­
tura», que p o r su puesto h a sido actualm ente incorporado a
sistem as y p rácticas m uy diferentes, existe u n a cuestión de­
cisiva que aparecía u n a y o tra vez d u ran te el período forma-
tivo del siglo x v iil y principios del siglo xix, pero que én
general se p erd ió o al m enos n o fue desarrollado d u ran te el
p rim er estadio del m arxism o. Es la cuestión del lenguaje del
hom bre, q u e fue u n a com prensible preocupación de los his­
toriadores de la «civilización» y u n a cuestión fundam ental, e
incluso definitoria, p a ra los teóricos del proceso constitutivo
de la «cultura», desde Vico h a sta H erd er e incluso m ás allá
de él. C ie rta m e n te /p a ra com prender todas las im plicaciones
de la idea de u n «procesó hum ano constitutivo» debem os vol­
vem os hacia los cam biantes conceptos del lenguaje.
2. Lenguaje

Una definición del lenguaje es siem pre, im plícita o explí­


citam ente, u n a definición de los seres hum anos en el m undo.
Las principales categorías aceptadas —«mundo», «realidad»,
«naturaleza», «humano»— pueden se r contrapuestas a, o rela­
cionadas con, la categoría del «lenguaje»; sin em bargo, hoy
es un lugar com ún observar que to d as las categorías, inclu­
yendo la categoría del «lenguaje», son construcciones expre­
sadas con u n lenguaje; p o r lo tanto, sólo con esfuerzo y den­
tro de u n sistem a de pensam iento p a rticu la r pueden ser sepa­
rad as del lenguaje con el propósito de realizar una investi­
gación de relaciones. Tales esfuerzos y sistem as, no obstante,
constituyen u n a p a rte fundam ental de la h isto ria del pensa­
m iento. Una gran proporción de los problem as que h a n s u r ­
gido de esta h istoria son m u y im portantes p a ra el m arxism o,
y en algunas áreas el propio m arxism o ha contribuido a ellos
p o r extensión, de su revaloración básica del m aterialism o his­
tórico a las principales categorías adm itidas. S in em bargo, es
significativo que, p o r com paración, el m arxism o haya contri­
buido m uy poco al pensam iento sobre el propio lenguaje. El
resultado h a sido o bien las versiones lim itadas y subdesarro-
lladas del lenguaje com o «reflejo» de la «realidad» que han
sido adm itidas como verdaderas, o bien las proposiciones so­
b re el lenguaje desarrolladas dentro —o b ajo la form a— de
otros sistem as de pensam iento a m enudo antagónicos que han
sido sintetizados con proposiciones m arxistas en relación a
otros tipos de actividad de m an era que no sólo son definiti­
vam ente insostenibles, sino que, en n u e stra época, se hallan
fundam entalm ente lim itadas á la fortaleza de las proposicio­
nes sociales. Los efectos que ha sufrido la teoría cultural, y
en p a rticu la r el pensam iento sobre la litera tu ra , han sido es­
pecialm ente observados.
Los m om entos clave que deben ser de interés p ara el m ar­
xismo, dentro del desarrollo del pensam iento sobre el len­
guaje, son, prim ero, el énfasis puesto sobre el lenguaje en
tan to que actividad, y segundo, el énfasis puesto sobre la
historia del lenguaje. N inguna de estas posiciones, p o r sí m is­
m a, resu lta suficiente p a ra exponer nuevam ente todo el pro-
blem a. Lo que continúa siendo necesario es la conjunción y la
consecuente revaluación de cada posición. Sin em bargo, de
m aneras diferentes y con resultados políticos significativos,
cada posición tran sfo rm ó las concepciones habituales sobre
el lenguaje que dependían y sostenían tipos de pensam iento
relativam ente estáticos con respecto a los seres hum anos en
el m undo.
E l énfasis fundam ental puesto sobre el lenguaje conside­
rado com o una actividad comenzó d u ra n te 'e l siglo x v iil, aso­
ciado estrecham ente con la idea de que los hom bres habían
producido su p ro p ia sociedad; idea que hem os visto es un
elem ento central en el nuevo concepto de «cultura». D entro
de la tradición que predom inaba con an terioridad, y a través
de todas sus variantes, el «lenguaje» y la «realidad» habían
sido absolutam ente separados de m odo tal qué la investiga­
ción filosófica fu e'd esd e u n principio u n a investigación de las
conexiones existentes e n tre estos órdenes aparentem ente se­
parados. La unidad preso crática del logas, en la cual el len­
guaje e ra considerado úna u n idad con el orden del universo y
de la naturaleza, con la ley divina, la ley hum ana y la razón,
había sido definitivam ente ro ta y efectivam ente olvidada. La
distinción fundam ental e n tre «lenguaje» y «realidad», como
e n tre «conciencia» y «m undo m aterial», correspondiente a las
verdaderas divisiones e n tre actividad «m ental» y «física», se
había convertido en algo tan habitual que la atención seria
parecía n atu ralm en te concentrada sobre las consecuentes, y
excepcionalm erite com plicadas, relaciones y conexiones. La
principal investigación de P latón en relación con el len­
guaje (desarrollada en el Cratilo) se cen tró en el problem a
de la exactitud del nom brar, pudiendo observarse que la in-
terrelación de la «palabra» y el «objeto» se origina o bien
en la «naturaleza» o bien en la «convención». La solución
de Platón constituyó en realidad el fundam ento del pensa­
m iento idealista: existe u n reino interm edio aunque consti­
tutivo, que no es fii la'«palabra» ni el «objeto», sino la «for­
ma», la «esencia» o la «idea». P or ello, tan to la investiga­
ción del «lenguaje» como de la «realidad» fue siem pre, en
su raíz, u n a investigación de estás form as constitutivas (me­
tafísicas).
Sin em bargo, dado este supuesto básico, las investigaciones
de largo alcance sobre los usos del lenguaje p o d rían ser aco­
m etidas de varias m aneras sum am ente particu lares. El len­
guaje, como m odo de indicar la realidad, podría se r estudia­
do como la lógica. E l lenguaje, en ta n to es considerado u n
segm ento accesible de la realidad, especialm ente en las for­
m as establecidas, fijas, de la escritura, p o d ría s e r estudiado
com o la gram ática en e l sentido de su perfil fo rm al y «exter­
no». Finalm ente, d e n tro de la distinción e n tré lenguaje y rea­
lidad, el lenguaje p o d ría se r entendido com o u n in stru m en to
utilizado p o r los hom bres p a ra propósitos específicos y dis-
cernibles, y éstos p o d ría n ser estudiados en la retórica y en la
poética asociada a ella. A través de un prolongado desarrollo
académ ico y escolástico, estas tre s grandes ram as del estu­
dio del lenguaje —la lógica, la gram ática y la retórica—, aun­
que fo rm alm en te asociadas en el trivium m edieval, se tra n s ­
fo rm aro n en disciplinas específicas y eventualm ente sep ara­
das. P o r lo tan to , au n q u e consiguieron progresos prácticos
fundam entales, o bien im pidieron el exam en de la fo rm a que
asum ía la distinción básica e n tre «lenguaje» y «realidad» o
bien d eterm in aro n los cam pos, y especialm ente los térm inos,
en que debía llevarse a cabo u n exam en de e ste tipo.
É ste es, evidentem ente, el caso que se da con el im p o rtan te
concepto m edieval de signo, que, sorprendentem ente, h a sido
adoptado nuevam ente p o r el pensam iento lingüístico m oder­
no. «Signo», que proviene etim ológicam ente del vocablo la­
tino signum , m arca o señal, es intrínsecam ente un concepto
que se b a sa en la distinción que, existe é n tre «lenguaje» y
«realidad». Es u n a interposición en tre la «palabra» y el «ob­
jeto» que rep ro d u ce la interposición p lató n ica de «forma»,
«esencia» o «idea», au n q u e ahora en térm inos lingüísticos ac­
cesibles. P o r lo tan to , en B uridan los «signos natu rales» con­
fo rm an los duplicados m entales universales de la realid ad y
éstos se hallan unidos, convencionalm ente, a los «signos a rti­
ficiales» que rep re sen ta n las letras o los sonidos físicos. Dado
este p u n to de p a rtid a, pueden desarrollarse im p o rta n tes in­
vestigaciones sobre la actividad del lenguaje (pero no sobre
el lenguaje considerado como una actividad): p o r ejem plo, la
no tab le g ram ática especulativa del pensam iento m edieval, en
la cual fueron descritos e investigados el p o d er de las oracio­
nes y de los m odos de construcción que ab arcan y las com pli­
cadas nociones em píricas de «nom brar». E n tre tan to , sin em­
bargo, el propio trivium , y en especial la g ram ática y la retó ­
rica, se convirtieron en dem ostraciones relativam ente form a­
les —aunque inm ensam ente extendidas— de las propiedades
de u n previo m aterial escrito «clásico». Lo que m ás ta rd e se
conocería con la denom inación de «estudio literario», y desde
principios del siglo x v n como «crítica», se desarrolló a p a rtir
de este m étodo lim itado, poderoso y prestigioso.
Finalm ente, sin em bargo, to d a la cuestión vinculada a la
distinción existente e n tre «lenguaje» y «realidad» fue consi­
d erada obligadam ente de u n m odo que al principio resultó
sorprendente. D escartes, reforzando la distinción y haciéndo­
la m ás p recisa y exigiendo que el criterio de la conexión no
debía s e r m etafísico o convencional sino fundam entado en el
conocim iento científico, provocó nuevos interrogantes debido
a la sim ple fuerza de su escepticism o respecto de las viejas
respuestas. Fue e n resp u esta a D escartes com o Vico propuso
su criterio de q u e sólo podem os ten e r pleno conocim iento de
aquello que podem os h acer o p ro d u cir p o r nosotros m ism os.
E n un aspecto decisivo, e sta resp u esta era reaccionaria. Desde
el m om ento en que los h om bres no crearon el m undo físico
desde ninguna p erspectiva que resulte evidente, u n a poderosa
nueva concepción del conocim iento científico fue descartada
a priori y, com o antes, fue reservada a Dios. P or o tra parte,
sin em bargo, insistiendo en que podem os com prender a la
sociedad p o rq u e la hem os producido, porq u e la conocem os
realm ente, no de u n m odo ab stra cto sino a través del propio
proceso de p ro d u cirla y p o rq u e la actividad del lenguaje es
fundam ental en este proceso, Vico abrió una dim ensión ab­
solutam ente nueva.
E sta dim ensión fue y sigue siendo difícil de com prender;
inicialm ente debido al hecho de que Vico la fijó en lo que
puede in te rp re ta rs e com o u n relato esquem ático del desarro­
llo de los estadios del lenguaje; los tre s estadios notorios
de lo divino, lo heroico y lo hum ano. R ousseau, reproducien­
do estos tre s estadios com o «históricos» e interpretándolos
como estadios de u n a vigencia decadente, otorgó u n a argu­
m entación al m ovim iento rom ántico: el resurgim iento de la
lite ra tu ra com o u n resu rg im ien to del p o d er «originario», «pri­
m ordial», del lenguaje. Sin em bargo, esto oscureció inm edia­
tam ente el sentido nuevam ente activo de la h isto ria (canali­
zándolo en el sentido de la regeneración y finalm ente, en la
m edida e n que esto fracasó, en el sentido de la reacción) y el
sentido nuevam ente activo del lenguaje, que siendo encauza­
do en la dirección de la lite ra tu ra pudo se r dem arcado como
u n caso especial, u n a entidad especial, u n a función especial,
dejando las relaciones «no literarias» del lenguaje a cargo de
la realid ad de u n m odo ta n convencional y alienado com o el
anterior. A ceptar literalm en te los tre s estadios de Vico o reco­
nocerlos sim plem ente como .«estadios», significa p e rd e r de
vista, com o le o c u rrió a Vico, la dim ensión que él h ab ía abier­
to, ya que lo fundam ental, d e n tro de e sta concepción del len­
guaje, era que surgía solam ente en el estadio hum ano, siendo
lo divino aquello que se refería a las cerem onias y rituales
m udos y lo heroico ese aspecto que involucraba los gestos y
los signos. E l lenguaje verbal es, p o r tanto, distintivam ente
hum ano; de hecho, constitutivam ente hum ano. É ste fue el
p u n to reivindicado p o r H erder, quien negaba cualquier no­
ción del lenguaje como «dado» al hom bre (por ejem plo, p o r
Dios) y, en consecuencia, negaba la m anifiesta noción alterna­
tiva del lenguaje como «agregado» al hom bre, como un tipo
especial de adquisición o de herram ienta. El lenguaje es pues,
positivam ente, una a p e rtu ra del m undo y hacia el m undo dis­
tintivam ente hum ana y no una facultad discernible o in stru ­
m ental, sino u n a facultad constitutiva.
H istóricam ente, este énfasis puesto sobre el lenguaje com o
facultad constitutiva, como el énfasis —estrecham ente asocia­
do— puesto sobre el desarrollo hum ano considerado como
cultura, debe se r entendido como u n intento de conservar al­
guna idea de lo generalm ente hum ano fren te a los procedi­
m ientos analíticos y em píricos de una . ciencia n a tu ra l que
m anifestaba un desarrollo poderoso y de afirmar, u n a idea de
la creatividad hum ana frente a la difundida com prensión de
las propiedades del m undo físico y de las explicaciones cau­
sales que, consecuentem ente, se desprendían de ella. En sí
m ism a, toda esta tendencia estuvo en constante peligro de con­
vertirse sim plem ente e n u n nuevo tipo de idealism o —la «hu­
m anidad» y la «creatividad» proyectándose como esencias—,
m ientras que las tendencias que se le oponían se desplazaban
hacia u n nuevo tipo de m aterialism o objetivo. E s ta escisión
específica, fatal p a ra todo el pensam iento subsecuente, fue
efectivam ente disfrazada y ratificada m ediante una nueva dis­
tinción convencional e n tre «arte» (la literatu ra) —la esfera
de la «hum anidad» y la «creatividad»— y «ciencia» (el «cono­
cim iento positivo»), y la cognoscible dim ensión del m undo fí­
sico y de los seres hum anos físicos que se hallaban dentro del
m ism o. Cada uno de los térm inos clave —«arte», «literatu­
ra» y «ciencia» ju n to con el térm ino «cultura» asociado a ellos
y con una especialización nuevam ente necesaria como la «es­
tética» y la distinción radical en tre «experiencia» y «experi­
m ento»— cam biaron su significado d u ran te el período com ­
prendido en tre los prim eros años del siglo x v iil y principios
del siglo xix. Los conflictos y las confusiones resu ltan tes fue­
ro n graves; sin em bargo, resu lta significativo que en la nueva
situación creada en el siglo xix los problem as jam ás estuvie­
ro n realm ente vinculados al terren o del lenguaje en ningún
nivel fundam ental, aunque era precisam ente en relación con
el lenguaje como las nuevas distinciones convencionales ne­
cesitaban se r desafiadas con m ás urgencia.
Lo que ocurrió, en cam bio, fue un extraordinario avance
en el cam po del conocim iento em pírico de las lenguas y u n
análisis y una clasificación sum am ente notable de este conoci­
m iento en térm inos que d escartab an algunas de las cuestiones
básicas. R esulta im posible se p a ra r este m ovim iento de su his­
to ria política d en tro del desarrollo dinám ico de las sociedades
occidentales d u ran te el período de difusión del colonialism o.
Los estudios m ás antiguos sobre el lenguaje h abían sido am ­
pliam ente contenidos p o r el cam po de las lenguas m u ertas
• «clásicas» (que todavía d eterm inaban efectivam ente la «gra­
m ática» tan to en su sentido sintáctico com o literario) y dé
las «derivadas» lenguas vernáculas m odernas. La exploración
y la colonización europeas, entretan to , habían difundido dra­
m áticam ente el nivel aprovechable del m aterial lingüístico.
El encuentro crítico se p ro d u jo en tre las civilizaciones euro­
pea e hindú: no sólo en lo que se refería a las lenguas aprove­
chables, sino en lo que significó el contacto europeo con los
m étodos altam ente desarrollados de los eruditos de la gra­
m ática h in d ú con su cuerpo alternativo de textos «clásicos».
E n su calidad de inglés en la In d ia, W illiam Jones aprendió,
el sánscrito, y a p a rtir de una observación de sus sem ejanzas
con el latín y el griego comenzó el tra b a jo que condujo a la
clasificación de las lenguas indoeuropeas (arias) y de o tras
fam ilias de lenguas. :
E ste trab ajo , basado en el análisis com parativo y la clasi­
ficación y considerado desde la perspectiva de su procedi­
m iento, fue m uy sem ejante a la biología evolutiva de la que
es contem poráneo. É ste es uno de los períodos principalés de
toda la investigación erudita, que no sólo fundam entó em pí­
ricam ente las principales clasificaciones de las fam ilias de
lenguas, incluyendo esquem as de su desarrollo evolutivo y de
sus relaciones, sino que, d en tro de estos esquem as, tam bién
descubrió ciertas «leyes» de cam bio, especialm ente de cam ­
bio de sonido. E n un área, este m ovim iento fue «evolucionis­
ta» en u n sentido m uy particu lar; en su postulado de un
protolenguaje (protoindoeu'ropeo) a p a rtir del cual se había
desarrollado la-«fam ilia» principal. Sin em bargo, en sus es­
tadios m ás posteriores fue «evolucionista» tam bién en otro
sentido. E l rigor creciente que se ^imprimió al estudio de los
cam bios de sonido asoció una ram a/d el estudio del lenguaje
con la ciencia natural, de m odo tál que un sistem a de foné­
tic a lingüística se d esarro llab a ju n to con los estudios físicos
de la: fac u lta d del lenguaje y con los orígenes evolutivos del
habla. E sta tendencia culm inó en el tra b a jo fundam ental so­
b re la fisiología del habla y — d en tro de este área— en el
cam po designado de u n m odo significativo com o psicología
experim ental.
E s ta identificación del uso del lenguaje como pro b lem a
de la psicología h a b ría de te n e r efectos fundam entales so­
b re los conceptos d e l lenguaje. E n tre tan to , sin em bargo, den­
tro de los estudios del lenguaje en general apareció u n a nue­
va fase que reforzó las in h eren tes tendencias al objetivism o.
Lo q u e se estu d iab a de u n m odo característico en la filología
co m p arad a e ra u n c o n ju n to d e registros del lenguaje: en re a ­
lidad, fu ndam entalm ente, la p a la b ra escrita ex tran jera. E sta
h ipótesis so b re este m aterial de estudio definido ya se hallaba
p resen te, desde luego, en la fase previa co rresp o n d ien te al es­
tu d io de las lenguas «clásicas»: el griego, el latín, el hebreo.
P ero los m edios de acceso a u n a serie m ás am plia de lenguas
rep ro d u c ía n u n a in stan cia previa: la del observador privilegia­
do (científico) de u n cuerpo de m aterial escrito ex tran jero .
L a s . decisiones m etodológicas, esencialm ente sim ilares a las
que se d esarro llan en la ciencia e strech am en te asociada de la
antropología, sucedieron a e s ta situación concreta. P o r u n a
p a rte existía la aplicación altam en te p roductiva de los m odos
de observación sistem ática, clasificación y análisis. P o r o tra ,
se p ro d u cía la consecuencia sum am ente in ad v ertid a de la si­
tuación privilegiada del observador: él e sta b a observando
(científicam ente, d e sd e luego) con u n tip o de contacto diferen ­
cial con el m aterial e x tra n je ro : los textos, los registros de u n a
h isto ria pasada; en el habla, la actividad de un pueblo ex­
tra n je ro que m an ten ía relaciones de subordinación (colonia­
listas) con resp ecto a la actividad global del pueblo dom inan­
te d en tro de las que el observador, obtenía s u privilegio. E sta
situación concreta re d u jo insensiblem ente to d a acepción del
lenguaje com o algo activa y v erd ad eram en te constitutivo. E l
consecuente objetivism o del procedim iento fundam ental re ­
sultó sum am ente p ro ductivo a nivel descriptivo, aunque ne­
cesariam ente to d a definición consecuente del lenguaje debía
se r la definición de u n (especializado) sistem a filológico. E n
u n a fase p o ste rio r de este contacto en tre u n observador p ri­
vilegiado y el m ate ria l de u n lenguaje ex tran jero , en las es­
peciales circunstancias de N orteam érica, donde cientos de
lenguas nativas am ericanas (am erindias) se h allaban e n p e ­
ligro de m u erte tra s la consum ación de la conquista y la do-
urinación europeas, los originarios procedim ientos filológicos
no resultaron, de m odo característico, suficientem ente obje­
tivos. La asim ilación de estas lenguas, todavía m ás extrañas,
a las categorías de la filología indoeuropea —el reflejo na­
tural del im perialism o c u ltu ral— fue resistid a y detenida
científicam ente m ediante los procedim ientos necesarios que,
asum iendo solam ente la presencia de u n sistem a extranjero,
encontraron m edios de e stu d iarlo en sus propios térm inos
(intrínsecos y estru ctu rales). E ste enfoque constituyó u n be­
neficio m ás p a ra la descripción científica, con sus propios y
notables resultados, aunque a nivel de la teoría constituyó el
refuerzo final de u n concepto del lenguaje considerado como
un sistem a objetivo (extranjero).
P aradójicam ente, este enfoque tuvo u n efecto m ás pro­
fundo a través de las necesarias correcciones de procedim ien­
tos que vinieron a continuación de la nueva fase de contacto
con lenguas que carecían de textos. Los procedim ientos m ás
tem pranos h ab ían sido determ inados p o r el hecho de que
una-lengua se p rese n ta casi invariablem ente en textos pasa­
dos específicos: acabadas expresiones m onológicas. E l verda­
dero lenguaje, au n cuando e ra ú til, era considerado como
derivado, aunque sea históricam ente, de idiom as vernáculos;
o prácticam ente, de actos lingüísticos que eran instancias de
las form as fundam entales (textuales) del lenguaje. E l uso del
lenguaje, p o r tan to , difícilm ente fue considerado en sí m ism o
como una in stan cia activa y constitutiva. Y esta situación se
vio reforzada p o r las relaciones políticas existentes e n tre el
observador y lo observado, en las cuales los «hábitos del len­
guaje» estudiados en u n a m u estra que incluía desde el len­
guaje de pueblos conquistados y dom inados h a sta los «dia­
lectos» de grupos sociales rem otos o inferiores, teóricam ente
opuestos al «modelo» del observador, eran considerados a Jo
sumo como u n a «conducta» antes que com o tm a vida indepen­
diente, creativa, autodirigida. La lingüística em pírica nortea­
m ericana tran sfo rm ó u n a p a rte de e sta tendencia restituyen»
do la prim acía de la lengua an te la ausencia literal de textos
«modelo» o .«clásicos». No obstante, el c a rácter objetivista
de la teoría general fundam ental lim itó incluso esta tendencia
convirtiendo el h ab la m ism a en un «texto», característica pa­
labra p ersisten te e n la lingüística e stru c tu ral ortodoxa. El
lenguaje llegó a s e r considerado como u n sistem a fijo, obje­
tivo, y en este sentido com o u n sistem a «dado» que tenía una
prioridad teórica y p ráctica sobre lo que era descrito como
«expresiones» (y m ás ta rd e com o perform ance). P o r lo tanto,
el lenguaje viviente que utilizan los seres hum anos para sus
específicas relaciones sociales en el m undo fue reducido teó­
ricam ente a instancias y ejem plos de un sistem a que se halla
m ás :allá de ellos.
La principal expresión teórica de esta m aterializada com­
prensión del lenguaje se produjo en el siglo xx con la obra de
Saussure, que presenta estrechas afinidades con la sociología
objetivista de D urkheim . E n Saussure, la naturaleza social del
lenguaje se expresa como u n sistem a (langue) que es a la vez
estable y autónom o y se funda en form as norm ativas idénti­
cas; sus «expresiones» (paroles) son consideradas como usos
«individuales» (en una ab stra cta distinción de los usos «so­
ciales») de un «código p a rticu la r de lenguaje» p o r la interven­
ción de un «m ecanism o psicofísico» habilitante. Los resul­
tados prácticos de este profundo desarrollo teórico, en todas
sus fases, han sido excepcionalm ente productivos y sorpren­
dentes. E l gran cuerpo del conocim iento psicológico h a sido
com plem entado p o r un cuerpo notable de estudios lingüísti­
cos en que el concepto predom inante del lenguaje considera­
do como un sistem a form al ha abierto el cam ino a penetran­
tes descripciones de las verdaderas operaciones del lenguaje
y de gran p a rte de sus «leyes» fundam entales.
E sta realización m antiene una irónica relación con el m ar­
xismo. Por una p a rte reproduce una tendencia im portante y a
m enudo predom inante dentro del propio m arxism o, en toda
su esfera de acción, desde el análisis com parativo y la clasi­
ficación de los estadios de u n a sociedad, a través del descu­
brim iento de ciertas leyes de cam bio fundam entales dentro de
estos estadios sistem áticos, hasta la afirmación de u n sistem a
«social» predom inante que a priori es inaccesible p a ra los ac­
tos «individúales» de la voluntad y la inteligencia. E sta m a­
nifiesta afinidad explica la intencionada síntesis del m arxis­
mo y la lingüística estru ctu ral, que ha constituido un fenóme­
no tan influyente a m ediados del siglo xx. Sin em bargo, los
m arxistas no se p ercataro n de que, prim ero, la h istoria —en
sus sentidos m ás específicos, activos y relacionados— ha de­
saparecido (en una de las tendencias ha sido excluida teórica­
m ente) del relato de una actividad social tan fundam ental
com o es el lenguaje; y en segundo térm ino, que las categorías
en que se ha desarrollado esta versión del sistem a han sido
las acostum bradas categorías burguesas en que la separación
y la distinción abstractas e n tre lo «individual» y lo «social»
se han tornado tan habituales que son consideradas como
puntos de p a rtid a «naturales».
En realidad, existía un escaso tra b a jo específicam ente m ar­
xista sobre el lenguaje con an terio rid ad al siglo xx. E n el [ca­
pituló sobre Feuerbach de su o b ra La ideología alemana,
Marx y Engels aludieron a este tem a como p a rte de su pode­
rosa argum entación co n tra la conciencia p u ra, directiva. Re­
capitulando los «m omentos» o los «aspectos» de una concep­
ción m aterialista de la historia, estos autores escribían:

«Solamente ahora, luego de haber considerado cuatro momen­


tos, cuatro aspectos de las relaciones históricas fundamentales,
nos encontramos verdaderamente con que el hombre también po­
see "c o n c ie n c ia sin embargo, aun así, no es una conciencia inhe­
rente, "pura". Desde el principio, el "espíritu" es afligido con la
maldición de ser "agobiado" con una cuestión que hace su apa­
rición en este punto bajo la forma de agitadas capas de aire,
de sonidos, en síntesis: del lenguaje. El lenguaje es tan viejo
como 3a conciencia, el lengaaje es la conciencia práctica ya que
existe para los demás hombres, y por esta razón está comen­
zando a existir asimismo personalmente para mí; ya que el
lenguaje, como la conciencia, sólo surge de la urgencia, de la
necesidad del intercambio con otros .hombres» (p. 19).

E sta descripción, h a sta donde se desarrolla, es totalm ente


com patible con el énfasis puesto sobre el lenguaje considera­
do com o u n a actividad práctica, constitutiva. La dificultad
surge, como había surgido asim ism o de form a diferente en las
descripciones anteriores, cuando la idea de lo constitutivo es
descom puesta en elem entos que a p osteriori son ordenados
tem poralm ente. P or lo tanto, existe un peligro evidente —en
el pensam iento de Vico y de H erder— de h acer del lenguaje
algo «prim ario»-y «original»; no en el sentido aceptable de
que constituye una p a rte necesaria del verdadero acto de la
autocreación hum ana, sino en el sentido asociado y aprove­
chable del lenguaje considerado com o el elem ento fundam en­
tal de la hum anidad: «en el principio fue el Verbo». Precisa­
m ente, es el sentido del lenguaje considerado com o u n ele­
m ento indisoluble de la p ro p ia creación hum ana lo que o to r­
ga significado aceptable a su descripción como «constitutivo».
H acer que el lenguaje preceda a todas las dem ás actividades
relacionadas significa reclam ar algo sum am ente distinto.
La idea del lenguaje considerado como constitutivo se halla
siem pre en peligro de caer b ajo este tipo de reducción. Pero
no solam ente en la palab ra creativa aislada, que se convierte
en idealism o, sino tam bién, .com o realm ente ocurrió, en el
m aterialism o objetivísta y el positivism o, en que «el m undo»
o «la realidad» o «la realid ad social» se proyecta categórica­
m en te com o u n a form ación preexistente respecto de la cual
el lenguaje es sim plem ente una respuesta.
E n e ste pasaje, lo que verdaderam ente afirm an M arx y
E ngels a p u n ta hacia la sim ultaneidad, y la totalidad. Las «re­
laciones históricas fundam entóles» son consideradas com o
«m om entos» o «aspectos», y el h om bre p o r tan to «tam bién
posee conciencia». P or o tra p arte, este lenguaje es m aterial:
las «agitadas capas de aire, de sonidos», que son producidas
p o r el cuerpo físico. No es, entonces, cuestión de cualquier
p rio rid a d tem poral de la «producción de la vida m aterial» con­
sid e ra d a com o u n acto separable. E l m odo distintivam ente
hum ano que ad o p ta e sta prim aria producción m aterial h a
sido caracterizado b ajo tre s aspectos: las necesidades, las
nuevas necesidades y la reproducción hum ana; «desde lue­
go, no en el sentido de s e r consideradas como, tre s estadios
diferentes... sino... en el sentido de que h a n existido sim ultá­
n eam ente desde los albores de la h isto ria y desde el p rim er
hom bre, y todavía se afirm an en la h isto ria actual». La dis­
tin tiv a hum anidad del desarrollo es p o r tan to expresada p o r
el cü arto «aspecto»: que tal producción es tam bién desde el
principio una relación social. E n consecuencia, involucra des-:
de el principio —com o u n elem ento necesario— la conciencia
p rác tic a que es el lenguaje.
H asta ahora, el énfasis es fundam entalm ente «constituti­
vo» en el sentido de la to talid ad indisoluble del desarrollo.
S in em bargo, resu lta sencillo observar cómo, tam bién en esta
dirección, lo que com ienza siendo u n m odo de análisis de
los aspectos de u n proceso to tal se desarrolla hacia categorías
filosóficas o «naturales» (sim ples declaraciones m aterialistas
que conservan, la separación idealista e n tre el «lenguaje» y la
«realidad» y que sim plem ente revierten su prioridad) y hacia
las categorías históricas, en que existe, prim ero, una pro d u c­
ción social m aterial, y luego (en vez de tam bién), el len­
guaje.
E n su desarrollo predom inantem ente positivista, a p a rtir
de las p o strim erías del siglo xix y h a sta m ediados del si­
glo xx, u n tipo dom inante de m arxism o realizó esta reducción
práctica; no tan directam ente en lo que se refiere a la teoría
del lenguaje, que en general era rechazada, sino hab itu al­
m en te en sus .descripciones de la conciencia y en sus análisis
de las actividades p rác tic a s del lenguaje, que se hallaban :
agrupadas b ajo las categorías de «ideología» y «superestruc­
tura». P or o tra p arte, e sta tendencia se vio reforzada p o r un
erróneo tipo de asociación con el im p o rtan te tra b a jo científico
sobre los m edios físicos del lenguaje. E sta asociación era
absolutam ente com patible con el énfasis puesto sobre el len­
guaje en tan to que algo m aterial, aunque, dada la separación
p ráctica de «el m undo» y «el lenguaje en que hablam os de
él» o, dicho de o tro m odo, de la «realidad» y la «conciencia»,
la m aterialidad del lenguaje sólo podía ser com prendida como
una m aterialidad física —u n a serie de propiedades físicas—
y no como u n a actividad m aterial: en realidad, es la acostum ­
b rad a disociación científica e n tre la ab stra cta facultad física
y su verdadero uso hum ano. La situación em ergente h a sido
m uy bien d escrita p o r M arx d en tro de otro contexto, en la
priníera «tesis» sobre Feuerbach:

«Hasta ahora el principal defecto de todo el materialismo (in­


cluyendo el de Feuerbach) es que el objeto, la realidad, lo que
aprehendemos a través de nuestros sentidos, sólo es compren­
dida en la form a de un objeto de contemplación (anschauung);
y no como una actividad humana sensorial, como una práctica;
no subjetivamente. Por lo tanto, en oposición al materialismo,
el costado activo fue desarrollado abstractamente por el idealismo,
que por supuesto no conoce como tal a la verdadera actividad
sensorial» (La ideología alernanat p. 197).

É sta era verdaderam ente la situación en que se hallaba el


pensam iento sobre el lenguaje, ya que el énfasis activo puesto,
p o r Vico y H erd er h ab ía sido, entretan to , notablem ente desa­
rrollado, fundam entalm ente p o r W ilhelm von H um boldt. El
problem a heredado del origen del lenguaje había sido nueva­
m ente expuesto p o r éste de u n a m an era notable. El lenguaje
se desarrolla, desde luego, en algún m om ento de la h isto ria
de la evolución; sin em bargo, el problem a no es solam ente
que no tenem os prácticam ente ninguna inform ación de esta
cuestión, sino que, fundam entalm ente, cualquier investigación
hum ana sobre una actividad ta n constitutiva ya encuentra allí
al lenguaje, en sí m ism o y en su supuesto objeto de estudio.
P or tanto, el lenguaje debe se r considerado como un tipo per­
sistente de creación y de re-creación: una presencia dinám ica
y un constante proceso regenerativo. Sin em bargo, este énfa­
sis, nuevam ente, puede m ovilizarse en diferentes direcciones.
Podría haberse asociado razonablem ente con el énfasis pues­
to sobre la p ráctica indisoluble, total, en que la «presencia
dinámica» y el «constante proceso regenerativo» h ab rían de
ser form as necesarias de la «producción y reproducción de la
vida real» concebidos de m odo idéntico. Lo que ocurrió, en
cam bio, en H um boldt y especialm ente con posterioridad a él,
fue ana proyección de estas ideas sobre la actividad d en tro de
form as esencialm ente idealistas y cuasi-sociales: sea la «na­
ción», fundam entada sobre una versión ab stracta de la «men-
te-popular», o la (ahistórica) «conciencia colectiva»; sea el
«espíritu colectivo», la ab stracta capacidad creativa (auto-
creativa aunque an terio r a, y separada de, la p ráctica social
m aterial), como en Hegel; sea, persuasivam ente, lo «indivi­
dual», abstraído y definido como una «subjetividad creativa»,
el p u n to de p a rtid a del significado.
Lá influencia de esta serie de proyecciones h a sido p ro ­
funda y prolongada. La idea ab stracta de la «nación» podría
ser fácilm ente conectada con el trab ajo filológico fundam en­
tal realizado sobre las «familias» de lenguas y sobre las p ro ­
piedades distintivas heredadas de lenguas particulares. La
idea ab stracta de lo «individual» podría ser fácilm ente rela­
cionada con el énfasis puesto sobre u n a realidad subjetiva
' p rim a ria y una consecuente «fuente»'de significado y creativi­
dad que surgió en los conceptos rom ánticos de «arte» y «li­
teratu ra» y que definieron una p a rte esencial del desarrollo
de la «psicología».
P o r lo tanto, el acento colocado sobre el lenguaje en tanto
q u e actividad, que constituyó la principal contribución de
esta línea de pensam iento y que fue asim ism o una corrección
fundam ental de su pasividad inherente, norm alm ente form a­
lizada en la m etáfora del «reflejo», del positivism o y del m a­
terialism o objetivista, fu e a su vez reducido desde su situ a­
ción de actividad específica (y p o r tan to necesariam ente so­
cial y m aterial, o en u n sentido global, histórico) a ideas de
tal actividad, categorizadas como «nación» o «espíritu» o de
lo «individual creativo». R esulta significativo que una de estas
categorías, el «individuo» (no el se r hum ano único, específico,
que p o r supuesto no puede esta r en duda, sino la generaliza­
ción de la propiedad com ún de todos estos seres como «indi­
viduos» o «sujetos», que ya son categorías sociales, con inm e­
diatas im plicaciones sociales), resu lta rá prom inente dentro
de la tendencia dom inante del m aterialism o objetivista. La
exclusión de la actividad, del hacer, de la categoría de la
«realidad objetiva», determ inó que fu era contem plada sola­
m ente p o r «sujetos», que en una versión podrían ser ignora­
dos en la observación de la realidad objetiva —el «sujeto» ac­
tivo reem plazado p o r el «observador» neutral— y en o tra ver­
sión, cuando se hizo necesario hab lar sobre el lenguaje o so­
bre o tras form as de la práctica, apareció en relaciones «inler-
subjetivas» —hablando a otro s o p a ra otros, pasando infor­
m ación o u n «m ensaje» e n tre unos y otro s— com o id en tid a­
des separadas o discem ibles antes que unos con otros, cons­
tituyendo y confirm ando su relación el hecho del lenguaje. En
este punto, el lenguaje perdió definitivam ente su definición en
tan to que actividad constitutiva. Se convirtió en u n a h e rra ­
m ienta, in stru m en to o m edio esgrim ido p o r los individuos
cuando tenían algo que com unicar, d istin to de la facultad
que desde el principio los hizo no solam ente capaces de re­
lacionar y com unicar, sino en térm inos reales, ser p ráctica­
m ente conscientes y p o r tan to p o seer la p ráctica activa del
lenguaje.
C ontra e sta reducción del lenguaje a u n m ero hecho ins­
trum ental, la idea del lenguaje como expresión, que fue el
principal efecto que p ro d u jo la versión id ealista del lenguaje
como actividad, resu ltó evidentem ente atractiva. Surgió, li­
teralm ente, de una experiencia del lenguaje que la teoría ri-
val, lim itada al trasvase de inform ación, al intercam bio de
m ensajes, a la denom inación de objetos, había suprim ido efec­
tivam ente. Podría incluir la experiencia de h a b la r con los
; demás, de participar en el lenguaje, de p ro d u c ir o responder
el ritm o o la entonación que no tenían u n sim ple contenido
de «inform ación» o «m ensaje» u «objeto»: experiencia, verda­
deram ente, que se hizo sum am ente evidente en la «literatura»
y que incluso a través de la especialización fue hecha idéntica
a ella. Sin em bargo, lo que efectivam ente ocurrió fue una p ro ­
funda división, que p ro d u jo sus propias y poderosas catego­
rías de separación, siendo algunas de ellas viejos térm inos
transform ados en form as nuevas: divisiones categóricas en tre
lo «referencial» y lo «emotivo», en tre lo «denotativo» y lo .
[ «connotativo», e n tre el «lenguaje vulgar» y el «lenguaje lite­
rario». C iertam ente, los usos hacia los que ap u n tan estas ca-
■ tegorías pueden ser distinguidos como elem entos de prácticas
específicas definidas p o r situaciones específicas. Sin em bargo,
su proyección com o categorías, y p o r tan to su p o sterio r p ro ­
yección como entidades separadas, «cuerpos» separados del
uso del lenguaje, perm itió u n a disolución y u n a especializa­
ción que evitó d u ran te m ucho tiem po que las cuestiones b á­
sicas de la argum entación inconclusa sobre el lenguaje fueran
focalizadas en un área única del discurso.
El m arxism o p o d ría haberse convertido en esta á re a del
discurso, pero había desarrollado sus propias form as de li­
m itación y especialización. De ellas, la m ás evidente fue una
especialización de todo el proceso social m aterial en relación
con e l «trabajo», que fue considerado entonces cada vez m ás
detenidam ente. E sta situación tuvo su efecto en la im p o rtan te
polém ica so b re los orígenes y el desarrollo del lenguaje, que
p u d o h a b e r sido re a b ie rta en el contexto de la nueva ciencia
de la antropología física evolutiva. Lo que ocurrió, en cam ­
bio, fue u n a aplicación del concepto a b stra cto de «trabajo»
com o único origen efectivo. P or lo tanto, d e n tro de u n a a u to ­
rizada descripción m oderna:

«Primero el trabajo, luego el lenguaje articulado, fueron los


dos estímulos principales bajo la influencia de los cuales el ce­
rebro del mono se convirtió gradualmente en el cerebro hum a­
no» (.Fundamentáis of Dialectical Materialism, ediciones Schneier*
son, Moscú, 1967, p. 105).

E sto no sólo establece u n desarrollo a b stra cto en dos es­


tadios tem porales. T am bién convierte al tra b a jo y al lenguaje
én «estím ulos», cuando el verdadero énfasis debería p o nerse
sobre la p rác tic a asociada a ellos. E sta situación conduce a
u n a abstracción de estadios evolutivos:

«El desarrollo del trabajo unió más estrechamente a los


miembros de la comunidad, ya que les perm itió extender su
actividad común y sostenerse entre sí. Las relaciones de trabajo
dieron origen a la necesidad de los hombres primitivos de ha­
blar y comunicarse los unos con los otros» {ibid., 105).

E fectivam ente, é sta es u n a posición idealista com puesta


p o r estím ulos y necesidades ab stra cta s. Debe ser c o n tra sta ­
da con una apropiada h isto ria m ate ria lista en que el tra b a jo
y el lenguaje, en tan to prácticas, pu ed an se r com prendidos
com o evolutiva e histó ricam en te constitutivos:

«El aserto de que no puede existir el lenguaje sin toda la


estructura del hombre moderno es precisamente el mismo que
sostenía la vieja teoría de que las habilidades del hom bre hicie­
ron posible la producción y la utilización de los utensilios. Sin
embargo, los utensilios son miles de años más antiguos que las
habilidades que presenta la conformación hum ana moderna. Las
modernas estructuras productoras del lenguaje son resultado del
éxito evolutivo del lenguaje del mismo modo que la habilidad
originariamente hum ana es resultado del éxito evolutivo de los
utensilios» (J. S. W ashbum y J. B. Lancaster, Current Anthropo-
logy, vol. 12, núm. 3, 1971).
Toda teoría constitutiva de la práctica, y especialm ente una
teoría- m aterialista, tiene im p o rtan tes efectos m ás allá de la
cuestión de los orígenes, en lo que se refiere a exponer nue­
vam ente y en cualquier m om ento el problem a del proceso ac­
tivo del lenguaje: u n a nueva exposición que va m ás allá de las
categorías separadas de «lenguaje» y «realidad». El m arxism o,
aunque ortodoxo, perm anecía fijado en la teoría del reflejo
porque ésta era la única conexión m aterialista posible entre
las categorías a b stra cta s adm itidas. La p ro p ia teo ría del re­
flejo, d u ran te su p rim e r período, se especializó en las toscas
pautas de estím ulo-y-respuesta, adaptadas de la fisiología po­
sitivista. D urante su segundo período, en los últim os trabajos
de Pávlov, agregó, com o un m edio de tr a ta r con las especiales
propiedades del lenguaje, el concepto del «segundo sistem a
de señales», siendo el p rim ero el sim ple sistem a físico de las
sensaciones y las respuestas. E sto era m e jo r que nada, aun­
que asim iló el lenguaje a las características de u n «sistem a de
señales» de un m odo relativam ente m ecánico que en la prác­
tica resultó inadecuado p a ra los problem as de significado si­
tuados m ás allá de los sim ples esquem as asociativos. P artien­
do de este punto, L. S. Vygotsky (Thought and Language,
Moscú, 1934) pro p u so u n a nueva teoría social, todavía deno­
m inada «segundo sistem a de señales», en la que el lenguaje
■y la conciencia se lib eran de las sim ples analogías con la p er­
cepción física. S u tra b a jo so b re el desarrollo del lenguaje en
•los niños y sobre el problem a crucial del «discurso interior»
proporcionó u n nuevo p u n to d e p a rtid a d en tro de u n a p ers­
pectiva m ate ria lista histórica. S in em bargo, y d u ran te u n a ge­
neración, este tra b a jo fue rechazado p o r el m arxism o orto­
doxo. E n tre tan to , el tra b a jo de N. S. M arr, basado en esque-
<mas m ás antiguos, vinculó el lenguaje a la «superestructura»
e incluso a los sim ples fundam entos de clase. Las posiciones
dogm áticas, tom adas de o tras áreas del pensam iento m arxista,
lim itaron los necesarios desarrollos teóricos. R esulta irónico
que la influencia de M arr culm inara efectivam ente, en el año
1950, an te u n a serie de declaraciones de Stalin en el sentido
de que el lenguaje no era «parte de la su p erestru ctu ra» y de
que las lenguas no ten ían ningún «carácter de clase» esencial,
sino m ás bien u n «carácter nacional». R esulta irónico porque
aunque estas declaraciones eran necesarias, en aquel contex­
to lo q u e consiguieron fue sim plem ente re tro tra e r ta l estudio
a u n estadio m uy an te rio r, e n el cual el sta tu s de la «re­
flexión» y, m uy específicam ente, el sta tu s de la «superestruc­
tura», e n térm inos m arxistas, habían tenido que se r puestos
en tela de juicio. En esta época, poco m ás o m enos, la lingüis­
tica había llegado a se r dom inada p o r u n a form a distin­
tiva y específica de objetivism o, producida p o r los pode­
rosos sistem as del estructuralism o y la sem iótica. E n este
punto, las posiciones generalm ente m arxistas en otros cam­
pos, especialm ente en la conform ación p o p u lar de los siste­
m as objetivam ente determ inados, fueron prácticam ente sinte­
tizadas en teorías del lenguaje que, desde u n a posición ple­
nam ente m arxista, necesitaban ser profundam ente comba­
tidas.
E n esta historia, el elem ento trágico es que tales teorías
habían sido profundam ente com batidas en Leningrado duran­
te la década de 1920, donde h abían surgido efectivam ente los
principios de una escuela de lingüística m arxista de un tipo
sum am ente significativo. Quien m ejor rep resen ta a esta escue­
la es V. N. Volosinov, cuya o b ra E l m arxism o y la filosofía del
lenguaje apareció en dos ediciones en los años de 1929 y 1930;
la segunda edición h a sido trad u cid a al inglés (M atejka and
T itu n ik, Nueva York y Londres, 1973). Volosinov había estado
asociado con M. M. B ajtin, a u to r de u n estudio sobre Dos-
toievsky (Problem y tvor cestva D ostoevskogo, 1929; nueva ver­
sión, con u n nuevo título, P roblem y p o etiki Dostoevskogo,
1963); véase, asim ism o, «P. N. Medvedev» (au to r de FormaVny
m eto d v literaturovedenii — kriticeskoe vvedenie v sociologi-
ce sk u ju poétiku; E l m étodo form al de la enseñanza literaria:
introducción crítica a la sociología literaria, 1928). Volosinov
desapareció en algún m om ento de la década de 1930. Por tan ­
to, en térm inos reales, se perdió aproxim adam ente m edio
siglo en el desarrollo de esta reordenación excepcionalm ente
im p o rtan te del tem a.
La contribución decisiva de Volosinov fue h a lla r u n cami­
no m ás allá de las poderosas aunque parciales teorías de la
expresión y del sistem a objetivo. H alló el cam ino en térm inos
fundam entalm ente m arxistas, aunque debió com enzar afir­
m ando que el pensam iento m arx ista respecto del lenguaje
e ra prácticam ente inexistente. Su originalidad reside en el
hecho de que no procuró aplicar al lenguaje o tra s ideas m ar­
xistas. P or el contrario, reconsideró todo el problem a del len­
guaje dentro de una orientación general m arxista. E sto le
perm itió considerar la «actividad» (la fortaleza del énfasis
idealista con p osterioridad a H um boldt) com o una actividad
social y com prender el «sistema» (la fuerza de la nueva lin­
güística objetivista) en relación con esta actividad social y
no, com o había sucedido h asta entonces, separada form alm en­
te de ella. Por lo tanto, aprovechando las fuerzas de las tra ­
diciones alternativas, situándolas unas ju n to a o tras y dem os­
tran d o la conexión de su debilidad fundam ental, Volosinov
abrió el cam ino a un nuevo tipo de teoría que había sido ne­
cesaria d u ran te algo m ás de un siglo.
G ran p a rte de este esfuerzo se dedicó a rec o b ra r el pleno
énfasis puesto sobre el lenguaje considerado como actividad,
como conciencia práctica, que había sido debilitado y rechaza­
do debido a su especialización en relación con u n a reservada
«conciencia individual» o «psique interior». La fuerza de esta
tradición era todavía su insistencia en la creación activa de
significados, a diferencia de la hipótesis alternativa de un sis­
tem a form al cerrado. Volosinov argum entaba que el significa­
do era necesariam ente una acción social dependiente de una
relación social." Sin em bargo, com prender e sta situación de­
pendía de rec o b ra r el pleno sen tid o .d e lo «social», a diferen­
cia de la reducción idealista de lo social al pro d u cto hereda­
do, preconcebido, u n a «costra inerte» m ás allá de la cual
toda la .c re a tiv id a d ,e ra individual, y a diferencia, asim ism o,
dé la proyección objetivista de lo social d en tro de u n sistem a
form al, ahora autónom o y gobernado solam ente p o r sus le­
yes internas, d en tro del cual —y solam ente en arm onía con el
cual— se producían los significados. Ambos, en su raíz, depen­
den del m ism o e rro r: se p ara r lo social de la actividad signi­
ficativam ente individual (aunque entonces las posiciones ri­
vales evaluaban de m odo diferente los elem entos separados).
E n oposición al psicologism o del énfasis idealista, Volosinov
argum entaba que «la conciencia adquiere fo rm a y existencia
en el m aterial de los signos creados p o r u n grupo organizado
d u ran te el proceso de su interrelación social. La conciencia
individual se n u tre de signos; su crecim iento se deriva de
ellos; ella refleja su lógica y sus leyes» (pág. 13).
■ N orm alm ente, es precisam ente en este p u n to (y el peligro
es siem pre m ayor p o r conservar el concepto de «signo» que
Volosinov revaluó pero que no obstante continuó utilizando)
donde el objetivism o encuentra su vía de acceso. «El m aterial
de los signos» puede ser traducido como el «sistem a de sig­
nos». E ste sistem a puede entonces ser proyectado (m ediante .
alguna noción de u n «contrato social» teórico, com o en Saus­
sure, protegido de su exam en p o r el supuesto de la p rio rid ad
del análisis «sincrónico» sobre el análisis «diacrónico») m ás
allá de lá h istoria y m ás allá de to d a concepción activa de la
vida social contem poránea, en la que los individuos social­
m ente relacionados participan significativam ente en lugar de
re p re s e n ta r las leyes y los códigos de u n sistem a lingüístico
inaccesible. Cada uno de los aspectos del argum ento de Vo-
loSinov p rese n ta u n a im p o rtan cia continua, pero es en su
(incom pleta) revaluación del concepto de «signo» donde su
significación contem poránea es m ás evidente.
Volosinov aceptaba que u n «signo» en el lenguaje tie n e ver­
dad eram en te u n c a rá c te r «binario». (E n realidad, com o ve­
rem os, su conservación de estos térm inos hizo m ás sencilla
la p érd id a del desafío radical que significó su obra). Es decir
que V olosinov estab a de acuerdo en que el signo verbal no es
equivalente al objeto o cualidad que él indica o expresa ni
tam poco u n sim ple reflejo de ellos. La relación que existe
d en tro del signo e n tre el elem ento form al y el significado que
lleva e ste elem ento es, p o r lo tanto, inevitablem ente conven­
cional (de acuerdo h a sta aquí con la teoría sem iótica o rtodo­
x a);: sin em bargo, no es a r b itr a r ia 1 y, fundam entalm ente,
n o es p erm anente. P or' el contrario, la fusión del elem ento
form al y el significado (y es este hecho de fusión dinám ica lo
que hace engañosa la conservación de la descripción «bina­
ria») es el resu ltad o de un verdadero proceso de desarrollo
social d e n tro de las actividades actuales del -lenguaje y del
desarrollo continuo de u n a lengua. C iertam ente, los signos
sólo pueden existir cuando se postula e sta relación social ac­
tiva. El signo utilizable —la fusión del elem ento form al y el
significado— es u n pro d u cto de e sta continua actividad del
lenguaje e n tre los individuos reales qué se h allan inm ersos
en una relación social continua. E n este sentido, el «signo» es
s u p roducto, aunque no sim plem ente su p ro d u cto pasado,
com o o c u rre en las descripciones m aterializadas de u n siste­
m a de leuguaje «siem pre conocido». Los verdaderos «produc­
tos» com unicativos que constituyen signos utilizables son, p o r
el contrario, la evidencia viviente de un proceso social conti­
n u o d en tro del cual han nacido los individuos y d e n tro del
cual son conform ados y al cual, p o r lo tanto, contribuyen en
u n proceso continuo. E sta situación constituye a la vez su
socialización y su individuación: los aspectos conexos de un
p roceso único que las teorías alternativas del «sistema» y la
«expresión» h abían dividido y disociado. Nos encontram os en­

1. . La cuestión de si un signo es «arbitrario» se halla sujeta a cierta


confusión local. E l término fue desarrollado para distinguirlo de lo
«icónico» a fin de indicar, correctamente, que la mayoría de los signos
verbales no son «imágenes» de cosas. Sin embargo, otros sentidos de
lo «arbitrario», tendentes a lo «fortuito» o lo «casual», ya habían sido
desarrollados; contra ellos Volosinov centraba su oposición.
tonces no con u n «lenguaje» y una «sociedad» m aterializados,
sino con u n lenguaje social activo. Tam poco (observando ha­
cia a trá s la teoría m aterialista positivista y ortodoxa) es este
lenguaje u n sim ple «reflejo» o «expresión» de la «realidad
m aterial». Lo que tenem os, m ás bien, es u n a captación de esta
realidad a través del lenguaje, el cual en tan to conciencia
p ráctica es sa tu ra d o p o r —y sa tu ra a su vez— toda la activi­
dad social, incluyendo la actividad productiva. Y, desde el
m om ento en que e sta captación es social y continua (a dife­
rencia de los encuentros ab stracto s del «hom bre» y «su m un­
do», o de la «conciencia» y la «realidad», o del «lenguaje»
y la «existencia m aterial»), tiene lugar dentro de u n a sociedad
activa y cam biante. Es a p a rtir de esta experiencia y en fun­
ción de ella —el perdido térm ino m edio en tre las entidades
ab stractas, «sujeto» y «objeto», sobre el que se erigen las pro­
posiciones del idealism o y del m aterialism o ortodoxo— como
el lenguaje habla. O, p a ra expresarlo m ás directam ente, el
lenguaje es la articulación de esta experiencia activa y cam­
biante; u n a presencia social dinám ica y articulada dentro
del m undo.
N o obstante, continúa siendo cierto que el m odo dé a rti­
culación es específico. E sto fo rm a p a rte de la v erdad que
había captado el form alism o. La articulación puede se r com­
prendida, y en algunos aspectos debe se r com prendida, como
u n a articulación ta n to form al com o sistem ática. U n sonido
físico, com o m uchos otro s elem entos n aturales, puede ser
convertido en u n signo; sin em bargo, su distinción, según a r­
gum entaba Volosinov, es siem pre evidente: «un signo no
existe sim plem ente como p a rte de u n a realidad; refleja y re­
fra c ta o tra realidad». Lo que lo distingue como u n signo, lo
que en v erdad lo convierte en u n signo, es en e ste sentido u n
proceso form al: u n a articulación específica de u n significado.
La lingüística form alista había acentuado este p u n to , pero no
había distinguido que el proceso de articulación es tam bién
necesariam ente u n proceso m aterial y que el p ropio signo se
convierte en u n a p a rte del m undo físico y m aterial (social­
m ente creado): «sea en sonido, m asa física, color, m ovim iento
del cuerpo o algo sem ejante». La significación, la creación so­
cial de significados m ediante el uso de signos form ales, es en­
tonces u n a actividad m aterial práctica; en verdad es, literal­
m ente, u n m edio de producción. E s u n a form a específica de
la conciencia p ráctica que resu lta inseparable de to d a la ac­
tividad m aterial social. No es com o le g u staría a l form alism o,
y como desde un principio había considerado la teoría idea­
lista de la expresión, u n a operación de —y dentro de— la
«conciencia», que entonces se convierte en u n estado o en un
proceso separado, a priori, de la actividad m aterial social. Es,
p o r el contrario —y a la vez— un proceso m aterial distintivo
—la producción de signos— y, en la calidad fundam ental de
su distinción como conciencia práctica, se halla com prom eti­
do desde el principio en toda o tra actividad hum ana social y
m aterial. >
Los sistem as form alistas pueden d ar la im presión de h a­
lla r este punto refiriéndolo a lo «ya conocido», la «determ ina­
ción de últim a instancia de la e stru c tu ra económica», como
ocurre en algunas versiones habituales del m arxism o estruc-
tu ralista. Con la finalidad de evitar este tipo de reducción de­
bem os to m ar en consideración la distinción fundam ental que
ofrece Volosinov e n tre u n «signo» y una «señal». E n las teo­
rías reflexivas del lenguaje, correspondan a los tipos positi­
v is ta s del m aterialism o o a teorías como el conductism o psi­
cológico, todos los «signos» son reducidos efectivam ente a
«señales» den tro de los sim ples esquem as de «objeto» y «con­
ciencia» o «estímulo» y «respuesta». Los significados son crea­
dos m ediante el reconocim iento (repetido) de lo que efectiva­
m ente son «señales»: de las propiedades de un objeto o del
c a rácter de un estím ulo. P or lo tanto, la «conciencia» y la
«respuesta» «contienen» (ya que esto es ahora el significado)
propiedades de dicho carácter. La pasividad y el m ecanism o
atribuidos a tales descripciones han sido reconocidos m uy a
m enudo. En verdad, es co n tra esa pasividad y ese m ecanism o
como se h a m anifestado la principal contribución del form a­
lismo, en su insistencia sobre la articulación específica (for­
mal) de los significados a través de los signos.
. Sin em bargo, ha sido m ucho m enos perceptible el hecho
de que teorías m uy diferentes, basadas en el c arácter d e te r­
m inado de los sistem as de signos, dependen, finalm ente, de
una idea com parable del carácter fijo del signo, que, efecti­
vam ente, es entonces un desplazam iento del contenido fijo
a ’la form a fija. Un profundo análisis de estas escuelas rivales
nos ha perm itido reconocer el hecho de que la conversión
del «signo» (como el propio térm ino hizo siem pre posible e
incluso probable), sea é n u n contenido fijo o en una form a
fija, constituye una negación radical de la conciencia p rá c ­
tica activa. El signo, en cada caso, se moviliza hacia una señal,
a la .que Volosinov distingue de un signo p o r el hecho de que
es intrínsecam ente lim itada e invariable. La verdadera cuali­
dad de un signo (se hubiera preferido que dijera: de u n ele­
m entó significativo de u n lenguaje) es que es efectivo en la co­
m unicación, es u n a genuina fusión de u n elem ento form al y
un significado (una cualidad que ciertam ente com parte con las
señales); p ero tam b ién que com o función de la actividad so­
cial continua es capaz de m odificarse y desarrollarse: los ver­
daderos procesos existentes en la h isto ria de u n a lengua pero
que la privilegiada p rio rid ad del análisis «sincrónico» había ig­
norado o reducido a u n c a rá c te r secundario o accidental.
E n realidad, desde que existe com o signo, p o r su cualidad
de relación significante —ta n to la relación e n tre el elem ento
form al y el significado (su e stru c tu ra interna) com o las re ­
laciones en tre el pueblo que efectivam ente lo utiliza en el
lenguaje práctico, lo convierten en un signo— tiene, al igual
que la experiencia social q u e constituye el prin cip io de su
form ación, propiedades dialécticas y propiedades generativas.
De u n m odo que le es característico, no h a fijado, com o ocu­
rre con la señal, un significado determ inado, invariable. Debe
ten er u n efectivo núcleo de significado aunque en la p ráctica
posea u n a esfera de acción variable, que se corresponde con
la infinita v ariedad de situaciones d en tro de las cuales es u ti­
lizado activam ente. E stas situaciones incluyen ta n to relacio­
nes nuevas y cam biantes com o relaciones recu rren tes, y esta
es la realidad del signo en tan to que fusión dinám ica del «ele­
m ento form al» y el «significado» — «forma» y «contenido»—,
antes que la significación in tern a, fija y «ya conocida». E sta
cualidad variable, a la que Volosinov denom ina multi-acen-
tual, es, desde luego, el desafío necesario a la idea de los sig­
nificados «correctos» o «apropiados» que habían sido podero­
sam ente desarrollados p o r la filología ortodoxa a p a rtir de
sus estudios de las lenguas m u ertas y que habían sido asu­
m idos tan to en las distinciones sociales de clase de un len­
guaje «standard» flanqueado p o r «dialectos» o p o r «errores»
como en las teorías sobre u n a lectu ra «correcta» u «objetiva».
Sin em bargo, la cualidad de variación —no la variación fo rtu i­
ta, sino la variación en ta n to q u e elem ento necesario de la
conciencia p ráctica— conduce lentam ente a una situación de
oposición a las descripciones objetivistas del sistem a de sig­
nos. C onstituye uno de los argum entos decisivos co n tra la
reducción del hecho clave de la determ inación social a la idea
de la determ inación p o r u n sistem a. S in em bargo, a la vez que
conduce lentam ente a una situación de oposición con respec­
to a todas las form as de objetivism o abstracto, ofrece asi­
m ism o una base p ara u n a reconsideración vital del p roblem a
de la «subjetividad».
La señal, en su invariabilidad fija, es ciertam ente u n hecho
colectivo. Puede s e r ad m itid a y rep etid a o puede inventarse,
u n a nueva señal; p e ro en c ad a caso el nivel en que o p era es de
tip o colectivo: es decir, debe se r reconocido pero no necesita
s e r internalizado e n ese nivel de sociabilidad que h a excluido
(p o r considerarlas versiones reductivas de lo «social» com ún­
m en te excluido) la particip ació n activa de individuos cons­
cientes. La señal, e n e ste sentido, es u n a propiedad colectiva
fija e intercam biable; y de u n m odo que le es característico,
es fácilm ente im p o rtad a y exportada. E l verdadero elem ento
significante del lenguaje debe ten e r desde el principio u n a ca­
p acidad diferente p a ra convertirse en u n signo interior, en
u n a p a rte de la conciencia p rác tic a activa. P o r lo tanto, ade­
m ás de su existencia m aterial y social e n tre los individuos
reales, el signo es p a rte asim ism o de u n a conciencia verbal­
m en te constituida que p e rm ite a los individuos u tiliz a r signos
creados p o r su -p ro p ia iniciativa, sea en actos de com unica­
ción social o en p rácticas que, no siendo m anifiestam ente
sociales, pueden in te rp re ta rs e com o p rácticas personales o
privadas.
La concepción es, p o r tan to , radicalm ente, o puesta a la
construcción de todos los actos de com unicación a p a rtir de
relaciones y propiedades objetivas p redeterm inadas, dentro
de las que no sería posible ninguna iniciativa individual de
tip o creativo o autogenerado. E n consecuencia, es u n decisivo
rechazo teórico de las versiones saussureanas, conductistas o
m ecánicas, de u n sistem a objetivo que se halla m ás allá de
la iniciativa individual o del uso creativo. Sin em bargo, cons­
titu y e tam bién un rechazo teórico de las teorías subjetivistas
del lenguaje considerado com o expresión individual, desde el
m om ento en que lo que se h alla internam ente constituido es
el hecho social del signo que adm ite u n significado social y
u n a relación definida pero nu n ca fija o invariable. Se h a o to r­
gado, y se continúa haciéndolo, una gran fuerza a las teorías
del lenguaje com o expresión individual, m ediante la ric a ex­
periencia p ráctica de los «signos interiores» —el lenguaje in­
terio r— en el rep etid o conocim iento individual de las «acti­
vidades del lenguaje interior», ta n to si las denom inam os «pen­
sam iento» o «conciencia» com o verdadera com posición verbal.
E stas actividades «interiores» involucran el uso de p alab ras
q u e, al m enos a ese nivel, no son dichas ni escritas p a ra n in ­
guna o tra persona. T oda teo ría del lenguaje que excluya esta
experiencia o que p ro cu re lim ita rla a la condición de residuo,
sub p ro d u cto o ensayo (aunque a m enudo puede se r cuales­
quiera de ellos) de lina m anifiesta actividad social del lengua­
je, reduce nuevam ente el lenguaje social a la condición de
conciencia práctica. Lo que en realid ad debe afirm arse es
que el signo es social aunque en su verdadera calidad de
signo es susceptible de se r internalizado —en realidad debe
ser internalizado si h a de s e r u n signo destinado a u n a rela­
ción com unicativa e n tre p ersonas reales que inicialm ente u ti­
lizan sólo sus poderes físicos p a ra expresarlo— y es suscep­
tible de se r continuam ente aplicable, a través de m edios so­
ciales y m ateriales, en la com unicación m anifiesta. E sta rela­
ción fundam ental e n tre el signo «interior» y el signo «m ate­
rial» —una relación que con frecuencia es experim entada
como una tensión p ero que siem pre es vivida com o una
actividad, com o una p ráctica— necesita u n a exploración ra ­
dical intensiva. E n la psicología del desarrollo individual
Vygotsky com enzó e sta exploración e inm ediatam ente distin­
guió ciertas características fundam entalm ente distintivas del
«discurso interior», características constitutivas y no sim ple­
m ente tran sferid as, com o en el caso p lanteado p o r Volosinov.
E sto o cu rre todavía d e n tro de la perspectiva de u n a teoría
m aterialista histórica. La com pleja relación, observada desde
o tra perspectiva, necesita u n a exploración específicam ente
histórica, y a q u e es en el m ovim iento en que se produce —a
p a rtir de la producción del lenguaje a través solam ente de
los recursos hu m an o s físicos, a través de la h isto ria m aterial
de la producción de otro s recursos y de los problem as de la
tecnología y la n otación que luego se ven involucrados en
ellos, en la h isto ria social activa del com plejo que conform an
los sistem as com unicativos que hoy son p a rte ta n im portante
del propio proceso productivo m aterial— donde debe se r h a­
llada la dinám ica del lenguaje social: su desarrollo de nuevos
m edios de producción d e n tro de m edios de producción b á ­
sicos.
E n tre tan to , siguiendo a Volosinov, podem os observar p re­
cisam ente cóm o todo proceso social es actividad e n tre indi­
viduos reales, y p o r ta n to e n tre verd ad eras individualidades,
a través del pleno hecho social que constituye el lenguaje (sea
en tan to que discurso «exterior» o «interior»); es la constitu­
ción activa, en seres físicos diferentes, de la capacidad social
que es el m edio de realización de cualquier vida individual.
La conciencia, en e ste preciso sentido, es un se r social. Es
la posesión, a trav és de relaciones y desarrollos sociales espe­
cíficos y activos, de u n a p recisa capacidad social, que es el
«sistem a de signos». Volosinov, incluso después de estas re ­
form ulaciones fundam entales, continúa hablando del «siste­
m a de signos»: la form ulación que había sido decisivam ente
producida en la lingüística saussureana. Sin em bargo, si con­
tinuam os exam inando sus argum entos encontram os cuán di­
fícil y confusa puede re su lta r esta form ulación. El propio
«signo» —la m arca o el sím bolo, el elem ento form al— debe
ser revaluado con el propósito de acentuar su variabilidad y
sus elem entos in tern am en te activos indicando no sólo una
e s tru c tu ra interna, sino una dinám ica interna. Del m ism o
modo, el «sistema» debe ser revaluado a fin de a c en tu a r m ás
el proceso social que la «sociabilidad» fija: u n a revaluación
q u e fue hecha en p a rte p o r Jakobson y Tynjanov (1928) con
una argum entación form alista y con el reconocim iento de
que «cada sistem a existe necesariam ente com o una evolución,
m ientras que, p o r o tra p arte, la evolución proviene ineludi­
blem ente de una naturaleza sistémica». A p esar de que éste
era u n reconocim iento necesario, fue lim itado p o r su p ers­
pectiva de determ inados sistem as dentro de u n a categoría
«evolutiva» —la m aterialización acostum brada del idealism o
objetivo— y todavía debe se r corregida m ediante el pleno
énfasis p u esto sobre e! proceso social. En este p u n to , com o
u n a cuestión de absoluta prioridad, los hom bres rela ta n y
continúan relatando, an te cualquier sistem a que sea pro d u cto
suyo, cómo puede com prender o e je rcitar su determ inación
como una cuestión m ás de conciencia práctica que de concien­
cia abstracta.
Estos cam bios deberán llevarse a cabo en la constante in­
vestigación que se desarrolla en to m o al lenguaje. Sin em ­
bargo, el últim o punto indica una dificultad final. G ran p a rte
del proceso social de la creación de significados fue proyec­
tado d en tro de la lingüística objetivista en función de las rela­
ciones form ales —y p o r lo tanto, de la naturaleza sistem áti­
ca— de los signos. Lo que había sido ab stracta y estáticam en­
te concebido a nivel del signo se insertó en un tipo de m ovi­
m iento —si bien e ra u n tipo de m ovim iento determ inado,
congelado, el m ovim iento de un m anto de hielo— m ediante
las «leyes» o las «estructuras» de relación del sistem a con­
siderado como totalidad. E sta extensión a u n sistem a de rela­
ción, incluyendo su aspecto form al como gram ática, es en
todo caso inevitable. E l aislam iento del «signo» —sea en
S aussure o en Volosinov— es, en el m ejor de los casos, u n
procedim iento analítico; y en el peor, una evasión. G ran p a rte
del im p o rta n te tra b a jo sobre las relaciones d en tro de u n sis­
tem a considerado en su to talidad constituye p o r lo tan to un
avance evidente, y el p roblem a de la variabilidad del signo
puede ap arecer contenido d en tro de la variabilidad de sus
relaciones form ales. Sin em bargo, aun siendo este tipo de
énfasis puesto sobre el sistem a de relación obviam ente nece­
sario, se h alla lim ita d o p o r la consecuencia de la definición
ab stra cta inicial del signo. Las relaciones altam ente com ple­
jas de las unidades (teóricam ente) invariables nu n ca pueden
ser sustantivas; deben m an ten erse com o relaciones form ales.
La dinám ica in te rn a del signo, incluyendo sus relaciones so­
ciales y m ateriales ta n to com o su e s tru c tu ra form al, debe ser
com prendida com o necesariam ente conectada con la diná­
m ica social y m ate ria l ta n to com o con la dinám ica form al del
sistem a en su totalid ad . E n trab ajo s recientes se han p ro ­
ducido algunos p rogresos e n esta dirección (Rossi-Landi,
1975).
Sin em bargo, tam b ién se h a producido u n m ovim iento que
parece volver a p la n te a r to d o el problem a. E n la lingüística
chom skyana se h a dado u n paso decisivo hacía u n concepto
de sistem a que a cen tú a la posibilidad y el hecho de la ini­
ciativa individual y de la p rác tic a creativa que previam ente
h ab ían sido excluidas p o r los sistem as objetivistas. Pero al
m ism o tiem po e sta concepción sobrecarga las pro fu n d as es­
tru c tu ra s de la form ación del lenguaje que son v erdaderam en­
te incom patibles con las descripciones sociales e históricas
corrientes del origen y el desarrollo del lenguaje. E l énfasis
puesto sobre p ro fu n d as e stru c tu ra s constitutivas a u n nivel
evolutivo antes que histórico, puede, desde luego, s e r recon­
ciliado con la concepción del lenguaje como facultad hum ana
constitutiva: ejerciendo presiones y estableciendo lím ites, de
m odos determ inados, al p ropio desarrollo hum ano. Sin em ­
bargo, m ien tras es conservado como u n proceso exclusiva­
m ente evolutivo, se m oviliza hacia descripciones m aterializa­
das en relación con la «evolución sistem ática»: el desarrollo
a trav és m ás de e stru c tu ra s y sistem as constituidos (siendo
ahora la constitución, a la vez, de u n tipo que p e rm ite y li­
m ita las variaciones) que de los verdaderos seres hum anos
en una p ráctica social continua. En este punto, el tra b a jo de
VygotsTcy sobre el discurso in te rio r y la conciencia resulta
fundam ental desde u n a perspectiva teórica:

«Si comparamos el desarrollo originario del lenguaje y del


intelecto —que, como hemos visto, se desarrollan a lo largo de
lincamientos separados tanto en los animales como en los niños
muy pequeños— con el desarrollo del discurso interno y del pen­
samiento verbal, debemos concluir que el último estadio no es
simplemente una continuación del estadio anterior. La propia
naturaleza del desarrollo cambia de una condición biológica a
una condición sociorhistórica. El pensamiento verbal no es una
form a de conducta natural, innata, sino que está determinado
por un proceso histórico-cultural y tiene propiedades y leyes es­
pecíficas que no pueden fundamentarse en las form as naturales
del pensamiento y el lenguaje» (Thought and Language, p. 51).

P o r lo tan to , a la necesaria definición de la facu ltad bio­


lógica d el lenguaje com o constitutivo podem os agregar u n a
definición igualm ente necesaria del desarrollo del lenguaje
—que es a la vez individual y social— com o h istó rica y so­
cialm ente constituyente. P or tan to , lo que podem os definir
es u n p roceso dialéctico: la cam biante conciencia práctica
de los seres hum anos, en la cual se pu ed e a c o rd a r absoluta
im p o rtan cia ta n to a los procesos históricos com o a los evo­
lutivos, p ero d e n tro de la cual tam biéh pueden se r distingui­
dos en relación con las com plejas variaciones del verdadero
uso del lenguaje. A p a r tir de e s ta fundam entación teórica
estam os en condiciones de co n tin u a r avanzando p a ra d istin ­
guir la «literatura», d e n tro de u n específico desarrollo socio-
h istórico de la e scritu ra, del a b stra cto concepto retro sp e c ti­
vo, ta n com ún en el m arxism o ortodoxo, que la reduce, com o
al propio lenguaje, a una función y luego a u n subproducto
(superestructura!) del tra b a jo colectivo. Sin em bargo, antes
de p o d er c o n tin u a r con este análisis debem os exam inar los
conceptos de lite ra tu ra que, basados en teo rías an terio res
sobre el lenguaje y la conciencia, todavía se m antienen vi­
gentes.
3. Literatura

Es relativam ente difícil com prender la «literatura» com o


concepto. E n el uso co rrien te no parece ser m ás que una
descripción específica; y lo que se describe es, entonces, como
regla, ta n altam ente evaluado q u e se produce u n a transfe­
ren cia v erd ad eram en te inm ediata y desapercibida d e los va­
lores específicos de los tra b a jo s p articulares y de los tipos
de tra b a jo resp ecto de los cuales o p era como concepto, del
cual todavía se cree firm em ente que es real y práctico. Cier­
tam ente, la p ro p ied ad especial de la «literatura» como con­
cepto es que reclam a e ste tipo d e im portancia y de prioridad
en las realizaciones concretas de m uchos grandes trab ajo s
particu lares, en c o n tra ste con la «abstracción» y la «genera­
lidad» de otro s conceptos y de los tipos de prácticas que de­
finen p o r co n traste. E n consecuencia, es com ún v er definida
a la « literatura» com o la «plena, fundam ental e inm ediata
experiencia hum ana», h ab itu alm en te con una observación
asociada a «detalles m inuciosos». P or contraste, la «sociedad»
es vista a m enudo com o esencialm ente general y abstracta:
m ás las síntesis y los prom edios de la vida h u m an a que la
sustancia directa. E xisten otro s conceptos relacionados, tales
com o «política», «sociología» o «ideología», que son igual­
m ente ubicados y desacreditados com o m eros caparazones
exteriores endurecidos en com paración con la experiencia
viviente de la litera tu ra .
La ingenuidad del concepto, en e sta form a fam iliar, pue­
de d em o strarse de dos m aneras: teóricam ente e histórica­
m ente. E s cierto que se h a d esarro llad o una versión p o p u lar
del concepto d e n tro de u n a m odalidad que parece protegerla,
y en la p ráctica a m enudo la protege, co n tra cualquiera de
am bos argum entos. Se h a forzado ta n to la abstracción esen­
cial de lo «personal» y lo «inm ediato» que, dentro de esta
fo rm a de pensam iento altam ente d esarrollada, se ha desinte­
grado todo el proceso de abstracción. N inguno de sus pasos
puede tra z arse d e nuevo y la ab stracció n de lo «concreto»
constituye u n círculo perfecto y v irtu a lm en te indestructible.
Los argum entos q u e provienen de la h isto ria o de la teoría
son sim plem ente u n a evidencia de la generalidad y la abs­
tracción incurable que padecen quienes los exponen. P o r Jo
tanto, pueden ser rechazados desdeñosam ente, a m enudo sin
necesidad de una respuesta específica que solam ente im plica­
ría reb ajarse a su nivel.
Es un sistem a de abstracción poderoso y a m enudo olvi­
dado dentro del cual el concepto de «literatura» se torna ac­
tivam ente ideológico. La teoría puede h acer algo en su con­
tra, en lo que se refiere al reconocim iento necesario (para
aquellos que realm ente se hallan en contacto con la litera tu ­
ra, difícilm ente exigirá una preparación prolongada) de que,
sea lo que «ella» pueda ser, la literatu ra es el proceso y el
resultado de la com posición form al dentro de las propieda­
des sociales y form ales del lenguaje. La supresión efectiva
de este proceso y sus circunstancias, que se consigue tra s ­
m utando el concepto p o r una equivalencia indiferenciada con
la «experiencia vivida inm ediata» (en algunos casos, en ver­
dad, p o r algo m ás que esto, de m odo que las experiencias
reales vividas de la sociedad y la historia se entienden como
si fueran m enos p articulares e inm ediatas que las que co­
rresponden a Ja literatu ra), constituye una proeza ideológica
extraordinaria. E l verdadero proceso que es específico, el de
la com posición real, h a desaparecido efectivam ente o ha
sido desplazado hacia un procedim iento interno y autodem os-
trativó en el que se cree genuinam ente que la escritu ra de
este tipo (aunque entonces se dan p o r sentadas m uchas cosas)
es ella m ism a una «experiencia vivida inm ediata». Acudir a
la h istoria de la literatu ra, en su' gam a inm ensa y extraordi­
nariam ente variada, desde Mabinogion hasta Mid.dlem.arch, o
desde E l Paraíso perdido h a sta Prelude, provoca u n a duda
m om entánea, hasta que las num erosas categorías dependien­
tes del concepto tom an el sitio que Ies corresponde: «mito»,
«romance», «ficción», «ficción realista», «épica», «lírica»,
«autobiografía». Las que desde otro punto de vista podrían
ser asum idas razonablem ente como definiciones iniciales de
los procesos y las circunstancias de la composición, se con­
vierten, dentro del concepto ideológico, en «formas» de lo
que todavía se define triunfalm ente como la «plena, funda­
m ental e inm ediata experiencia hum ana». Ciertam ente, cuando
cualquier concepto tiene un desarrollo tan profundo y com ­
plejo, interno y especializado, difícilm ente puede ser exam i­
nado o cuestionado desde fuera. Si hem os de com prender su
significación y los com plicados hechos que en p a rte revela
y en p a rte oculta, debem os exam inar el desarrollo del con­
cepto m ism o.
E n su fo rm a m oderna, el concepto de «literatura» no su r­
gió an tes del siglo x v iil y no fu e plen am en te d esarro llad o has­
ta el siglo xix. Sin em bargo, las condiciones de su surgim ien­
to se habían generado desde la época del R enacim iento. La
p a la b ra m ism a com enzó a s e r utilizada p o r los ingleses en el
siglo xvi, a continuación de sus p recedentes franceses y la­
tinos; su raíz fu e el térm ino latin o littera, le tra del alfabeto.
L iíteraíure, según su o rto g rafía co rrien te originaria, fue efec­
tivam ente u n a condición de la lectu ra: de se r capaz de leer
y de h a b e r leído. A m enudo se aproxim ó al sentido del alfa­
betism o (literacy) m oderno, q u e no se incluyó en el lenguaje
h a sta las p o strim erías del siglo xix; su introducción se hizo
necesaria en p a rte p o r el m ovim iento que experim entó la
literatura hacia u n sentido diferente. E l adjetivo no rm al aso­
ciado con lite ra tu ra fue letrad o (literate). L iterato (literary)
surgió en el siglo x v ii con el sentido de la capacidad y la ex­
periencia de lee r y no asum ió su significado m oderno dife­
renciado h a s ta el siglo xviil.
La literatura en tan to q u e categoría nueva fue, pues, una
diferenciación del á re a orig in ariam en te caracterizada como
retórica y gram ática: u n a especialización en la lectu ra y, en
el contexto m aterial del desarrollo de la im prenta, en la p a ­
lab ra im p resa y especialm ente en el libro. Eventualm ente,
hab ría de convertirse en u n a categoría m ás general que la
de poesía o q u e la d e la p rim itiv a poesía sentim ental, que
habían sido los térm inos generales p a ra la com posición im a­
ginativa pero que en relación con el desarrollo de literatura
se to rn a ro n fu n dam entalm ente especializados, a p a r tir del
siglo x v ii, p a ra la com posición m étrica y especialm ente p ara
la com posición m étrica leída e im presa. Sin em bargo, litera­
tura no fue jam ás en su origen la com posición activa —la
«producción»— que la poesía había descrito. Fue u n a catego­
ría de tipo diferente, com o la lec tu ra a n te rio r a la escritura.
El uso característico puede observarse en Bacon — «aprendió
en toda la lite ra tu ra y erudición, divina y hum ana»— y m ás
recientem ente en Johnson —«tenía probablem ente m ás que
la lite ra tu ra corriente, tal com o su h ijo se refiere a él en uno
de sus m ás elaborados poem as latinos». Es decir que la li­
teratura era u n a categoría de uso y de condición antes que
de producción. E ra una especialización p a rticu la r de lo que
h asta aquí h ab ía sido observado com o una actividad o una
práctica, y una especialización, debido a las circunstancias,
que se p ro d u jo inevitablem ente en térm inos de clase social.
Según su sentido difundido originariam ente, m ás allá del
se n tid o desnudo de «alfabetism o» e ra u n a definición del sa­
b e r «hum ano» o «culto», y p o r lo ta n to especificaba una dis­
tin c ió n social p a rtic u la r. Los nuevos conceptos políticos de
«nación» y las nuevas evaluaciones de lo «vernáculo» interac-
tu a b a n con u n énfasis co n stan te sobre la «literatura», com o la
«lectura» en las lenguas «clásicas». Aún así, en e s te p rim e r
estadio, d u ran te el siglo x v m , literatura fue originariam ente
u n concepto social generalizado que expresaba cierto nivel
(m inoritario) de realización educacional. E sta situación lleva­
b a consigo u n a definición alte rn a tiv a potencial y eventualm en­
te realizada de la literatura considerada refiriéndose a los «li­
b ro s im presos», los objetos e n los cuales, y a trav és de los
cuales, se d em o strab a esta realización.
E s im p o rta n te que, d e n tro de los térm in o s de e ste d esarro­
llo, la lite ra tu ra incluyera n o rm alm en te todos los libros im ­
p reso s. N o h ab ía necesidad de especialización en lo que se
re fe ría a las o b ras «im aginativas». La lite ra tu ra fu e todavía,
p rim eram en te, la capacidad de leer y la experiencia de leer,
y e sto in clu ía la filosofía, la h isto ria y los ensayos ta n to com o
los poem as. ¿ E ra n « literatura» las nuevas novelas del si­
glo x v iil? E l p rim e r enfoque de e sta cuestión no se ocupó
de la definición de su m odo o su contenido, sino que la re ­
firió a las p a u ta s del sa b er «culto» o «hum ano». ¿ E ra lite ra ­
tu ra el dram a? E s ta cuestión h a b ría de in q u ie ta r a genera­
ciones sucesivas, debido no a cu alq u ier dificultad circunstan­
cial, sino a los lím ites p rác tic o s q u e p rese n tab a la catego­
ría. Si la lite ra tu ra e ra la lectu ra, p o d ría decirse que u n
estilo escrito p a ra se r leído es lite ra tu ra , y si no es así, ¿en
q u é situ ació n se h a lla b a S hakespeare? (Aunque, p o r supues­
to, hoy p o d ría s e r leído; esto fu e posible, y «literario», a tra ­
vés de los te x to s.)
La definición indicada p o r este desarrollo se h a conser­
vado a cierto nivel. La lite ra tu ra p erd ió s u sen tid o originario
com o capacidad de lec tu ra y experiencia de lectu ra y se con­
virtió en u n a categoría aparen tem en te objetiva de libros im ­
p reso s de c ierta calidad. Los intereses de u n «editor literario»
o de u n «suplem ento literario» todavía serían definidos de
e s te m odo. Sin em bargo, pueden distinguirse tre s tendencias
conflictivas: p rim ero , u n desplazam iento desde el concepto
d e «saber» hacia los de «gusto» o «sensibilidad», com o criterio
q u e define la calidad litera ria ; segundo, u n a creciente especia­
lización de la lite ra tu ra en el sentido de los tra b a jo s «crea­
tivos» o «imaginativos»; tercero, un desarrollo del concep­
to de «tradición d e n tro de los térm inos nacionales que cul­
m inó en u n a definición m ás efectiva de «una lite ra tu ra na­
cional». Las fuentes de cada u n a de estas tendencias pueden
ser distinguidas a p a r tir del R enacim iento, pero fue en los
siglos x v iil y xix cuando irru m p ie ro n m ás poderosam ente
h a sta que se convirtieron, d u ran te el siglo xx, en supuestos
efectivam ente adm itidos. Podem os exam inar m ás cuidadosa­
m ente cada u n a de estas tendencias.
E l desplazam iento desde el concepto de «saber» a los de
«gusto» o «sensibilidad» constituyó de m odo efectivo el es­
tadio final de u n desplazam iento iniciado a p a rtir de una
profesión ilu stra d a paranacional, con su originaria base so­
cial u b icada en la Iglesia y m ás ta rd e en las universidades,
y con las lenguas clásicas operando com o m aterial com par­
tido, h a s ta alcanzar u n a profesión cada vez m ás definida p o r
su posición dé clase de la que se derivaban fundam entalm en­
te los c riterio s generales, aplicables e n otro s campos adem ás
del co rresp o n d ien te a la lite ra tu ra . E n Inglaterra, algunps
rasgos específicos del desarrollo burgués fortalecieron este
desplazam iento; «el am ateur cultivado» constituyó uno de sus
elem entos, p ero el «gusto» y la «sensibilidad» fueron funda­
m en talm en te los conceptos unificadores, e n térm inos de cla­
se, y p u d iero n aplicarse a u n a gam a m uy am plia, desde el
co m portam iento público y privado h a sta (como lam entaba
W ordsw orth) el vino o la poesía. E l «gusto» y la «sensibili­
dad», com o definiciones subjetivas de criterios aparentem en­
te o b jetiv o s (que adquieren su objetividad aparente en un
sentim iento de clase activam ente consensual) y al m ism o
tiem po definiciones a p aren tem en te objetivas de cualidades
subjetivas, son categorías característicam ente burguesas.
La «crítica» es u n concepto fundam entalm ente asociado a
este m ism o desarrollo. Como térm in o nuevo, desde el siglo
xvii se desarrolló (m anteniendo siem pre relaciones difíciles
con su sentido general y p e rsiste n te de crítica y censura) a
p a rtir d e los «com entarios» so b re litera tu ra , dentro del cri­
terio «aprendido», h a sta el ejercicio consciente del «gusto»,
la «sensibilidad» y la «discrim inación». Se convirtió e n u n a
fo rm a significativam ente especial de la tendencia general que
exp erim en tab a el concepto de lite ra tu ra hacia u na acentuación
del uso o del consum o (conspicuo) de trab ajo s m ás q u e a
su producción. M ientras que los h áb ito s del uso y el con­
sum o todavía eran criterios de u n a clase relativam ente inte­
grada, poseían sus fuerzas y sus debilidades características.
E l «gusto» en lite ra tu ra p o d ría confundirse con el «gusto» en
relación con cualquier o tra cosa; sin em bargo, en térm inos
de clase, las respuestas a la lite ra tu ra estaban notablem ente
integradas y la relativa integración del «público lector» (tér­
m ino característico de la definición) constituyó base propicia
p a ra una im po rtante producción literaria. La confianza en
la «sensibilidad» como form a especial de u n énfasis em plea­
do en relación con la respuesta «humana» global tem a debi­
lidades obvias en su tendencia a se p ara r el «sentim iento» del
«pensam iento» (junto con u n vocabulario asociado que com­
prendía lo «subjetivo» y lo «objetivo», lo «inconsciente» y lo
«consciente», lo «privado» y lo «público»), Al m ism o tiem po
servía, en el m ejor de los casos, p a ra in sistir sobre la sus­
tancia «inmediata» y «vivida» (donde su co n traste con la
tradición «aprendida» resu ltab a especialm ente m arcado). Ver­
daderam ente, sólo en la m edida en que esta clase perdió su
dom inio y su cohesión relativos, la debilidad d e ’los concep­
tos en tanto que conceptos se hizo evidente. Y constituye una
evidencia, al m enos, de su hegem onía residual, el que la crú
tica, asum ida p o r las universidades como u n a nueva disci­
plina consciente p a ra se r practicad a p o r lo que se convirtió
en u n a nueva profesión paranacional, conservó estos con­
ceptos de clase básicos a p esar de los intentos de establecer
nuevos criterios ab stractam en te objetivos. Con u n a m ayor
seriedad, la crítica fue asum ida com o u n a definición n atu ­
ra l de los estudios literarios, definidos ellos m ism os p o r la
categoría especializada (libros editados y de cierta calidad)
de la literatura. P o r lo tanto, estas form as que asum en los
conceptos de literatura y critic a ro n , desde la perspectiva del
desarrollo social histórico, form as de control y especializa­
ción de u n a clase sobre una p ráctica social general y de una
lim itación de clase sobre las cuestiones que ésta debería
elaborar.
El proceso de especialización de la «literatura» en el sen­
tido de los trab ajo s «creativos» o «imaginativos» resu lta m u­
cho m ás com plicado. E n p a rte es u n a fu erte resp u esta afir­
m ativa, en nom bre de una «creatividad» hu m an a esencial­
m ente general, a las form as socialm ente represivas e intelec­
tualm ente m ecánicas de u n nuevo orden social: el o rden so­
cial del capitalism o, y especialm ente del capitalism o indus­
trial. La especialización p ráctica del tra b a jo p a ra la produc­
ción asalariada de m ercancías; en estos térm inos, de la «exis­
tencia» al «trabajo»; desde el lenguaje hacia el trasvase de
«m ensajes» «informativos» o «racionales»; desde las relacio­
nes sociales hasta las funciones dentro de u n o rden político
y económ ico sistem ático; todas estas presiones y todos estos
lím ites fueron desafiados en n om bre de una «imaginación» o
«creatividad» plena y liberadora. Las aserciones rom ánticas
principales, que dependen de estos conceptos, tienen una for­
m a de acción,significativam ente absoluta, desde la política y
la naturaleza h a sta el tra b a jo y el arte. E n este período, la
«literatura» adq uirió u n a nueva resonancia; sin em bargo, no
e ra todavía una resonancia especializada. E sto llegó con pos­
terio rid ad en la m edida en que, co n tra todas las presiones
de u n orden capitalista in d u strial, la aserción se volvió de­
fensiva y reservada cuando u n a vez había sido positiva y ab­
soluta. E n el «arte» y la «literatura», las cualidades hum anas
esenciales y salvadoras, e n una p rim e ra fase deben se r «des­
plegadas»; y en una últim a-fase, deben ser «preservadas».
H ubo u n a serie de conceptos que se d esarro llaro n con­
ju n ta m e n te . E l concepto de «arte» fue desplazado desde
su sentido de capacidad hu m an a general h a s ta u n a esfe­
r a de acción especial, definida p o r la «imaginación» y la
«sensibilidad». . D urante e l m ism o período, el concepto de
«estética» se desplazó desde su sentido de percepción gene- .
ra l hacia la categoría especializada de lo «artístico» y lo
«bello». La «ficción» y el «mito» (un nuevo térm ino que p ro ­
viene de los prim ero s años del siglo xix) p o d rían se r consi­
derados desde la posición de clase dom inante com o «fanta­
sías». o «m entiras», aunque desde e sta posición alternativa
fueron honrados como p o rta d o res de la «verdad im aginativa».
Se otorgó a los conceptos de rom ance y «romántico»: u n nue­
vo y especializado acento positivo. E l concepto de «litera­
tura» se m ovilizó ju n to a todos ellos. E l am plio significado
general todavía e ra utilizable; sin em bargo, comenzó a pre-*
dom inar firm em ente u n nuevo significado especializado en
torno a las cualidades distintivas de-lo «imaginativo» y lo
«estético». El «gusto» y la «sensibilidad» habían com enzado
como categorías de u n a condición social. D entro de la nueva
especialización se asignaron cualidades com parables, aunque
m ás elevadas, a «las propias obras», a los «objetos estéticos».
Sin em bargo, todavía existía una duda sustancial. Con­
sistía en si las cualidades elevadas habían de ser asignadas
a la dim ensión «imaginativa» (acceder a u n a verdad «más
elevada» o «m ás profunda» que la realidad «cotidiana», «ob­
jetiva» o «científica»; dem anda que era conscientem ente sus­
titu id a p o r las dem andas tradicionales de la religión) o a la
dim ensión «estética» (la «belleza» del lenguaje o del' estilo).
D entro de la especialización de la litera tu ra , las escuelas al­
ternativas im pusieron uno u otro de estos acentos; sin em b ar­
go -existieron asim ism o in ten to s rep etid o s de fusionarlos,
asim ilando id én ticam en te la «verdad» y la «belleza» o la «ver­
dad» y la «vitalidad del lenguaje». B ajo u n a p resió n cons­
tan te, estos aserto s se convirtieron no sólo en afirm aciones po­
sitivas, sino tam b ién en aserciones negativas y com parativas
c o n tra todos los dem ás m odos: no sólo co n tra la «ciencia»
y la «sociedad» —los m odos a b stra cto s y generalizadores de
o tro s «tipos» dé experiencia— y no sólo c o n tra otro s tipos
de e sc ritu ra —ah o ra especializados a su vez com o «discur­
siva» o «factual»—, sino, irónicam ente, co n tra gran p a rte de
la p ro p ia «literatura», la «mala» e scritu ra, la e scritu ra «po- •
pular», la « cu ltu ra de m asas». P o r lo tanto, la categoría q u e .
h a b ía p arecido objetiva, «todos los libros im presos», a la que
se h a b ía a d ju d icad o u n fundam ento social de clase, el «saber
culto» y el dom inio del «gusto» y la «sensibilidad», se con­
v irtie ro n en u n á re a necesariam ente selectiva y autodeterm i-
n a rite :.n o to d a la «ficción» e ra «im aginativa»; no to d a la «li­
te ra tu ra » era «literatura». La «crítica» adquirió u n a gran
im p o rta n c ia nueva y efectiva, ya q u e se h ab ía convertido
en el único m edio de v alidar e sta categoría selectiva y espe­
cializada. C onsistía en u n a discrim inación de las obras au tén ­
ticam ente «grandes» o «principales», con la consecuente ca-
tegorización de obras «m enores» y u n a exclusión efectiva de
las obras «malas» o «insignificantes», a la vez que u n a com u­
nicación y u n a realización p rácticas de los «principales» va- .
lores: Lo que se había reclam ado p a ra el «arte» y la «imagi- .
nación creativa» en los asertos rom ánticos fundam entales se
reclam ab a ah o ra p a ra la «crítica» considerada com o una
«disciplina» y u n a actividad «hum ana» fundam ental.
E s te desarro llo dependía, en p rim e r lugar, de u n a elabo­
ración del concepto de «tradición». La idea de u n a «litera­
tu ra nacional» había crecido vigorosam ente desde la época
del R enacim iento. P ro d u jo to d as las fuerzas positivas del
nacionalism o cu ltu ral y sus verdaderas realizaciones. Llevó
consigo el sentim iento de la «grandeza» o la «gloria» del len­
guaje nativo, del cual, antes del R enacim iento, se había rea­
lizado una apología convencional com parándolo con el orden
«clásico». Cada u n a de estas ricas y fuertes realizaciones h a ­
b ía sido verdadera; la «literatu ra nacional» y el «lenguaje
principal» se hallaban ahora efectivam ente «allí». Sin em b ar­
go, d en tro de la especialización de la «literatura», cada uno
fue redefinido de m odo que p u d iera se r conducido en el sen­
tido de la identidad con los «valores literarios» selectivos y
au to d eterm in an tes. La «literatu ra nacional» dejó m uy pronto
de s e r h isto ria p a ra convertirse en tradición. No era, ni si­
quiera teóricam ente, todo lo que se había escrito o todos los
tipos de e scrito s. E ra u n a selección que culm inó, de u n modo
circu lar definido, en los «valores literarios» que estaba afir­
m ando la «crítica». Se p ro d u je ro n frecuentes disputas lo­
cales que deben se r incluidas, o excluidas com o ocurre co­
m únm ente, e n la definición de esta «tradición». H ab er sido
inglés y h a b e r escrito no significaba de ningún m odo p erte­
necer a la «tradición lite ra ria inglesa», del m ism o m odo
que se r inglés y h a b la r el inglés no ejem plificaba de ningún
modo la «grandeza» del lenguaje; en realidad, la p ráctica de
la m ayoría de los angloparlantes era citada a m enudo p re­
cisam ente com o «ignorancia», «traición» o «degradación» de
e sta «grandeza». La selectividad y la autodefinición, que cons­
titu ía n los procesos evidentes de la «crítica» de este tipo, eran
proyectados no ob stan te com o «literatura», como «valores
literarios» y finalm ente incluso com o «el c a rácter inglés esen­
cial»: la ratificación absoluta de u n proceso consensual limi­
tado y especializado. O ponerse á los térm inos de esta ratifi­
cación significaba e s ta r «contra la literatura».
Uno de los signos que revelan el éxito de esta categori-
zacióii de la lite ra tu ra es que incluso el m arxism o h a m ani­
festado poco ím p etu c o n tra ella. Con seguridad, el propio
M arx se ocupó m uy poco de ello. Sus exposiciones incidentales
característicam en te inteligentes y bien inform adas sobre la
v erdadera lite ra tu ra son citadas actualm ente con m ucha fre­
cuencia, defensivam ente, com o u n a evidencia de la flexibilidad
h um ana del m arxism o, cuando realm ente deberían citarse (sin
ninguna devaluación especial) com o u n a evidencia de la gran
dependencia que, en estas cuestiones, tenía de las conven­
ciones y categorías de su época. P or lo tanto, el desafío ra ­
dical del énfasis p u esto sobre la «conciencia práctica» ja ­
m ás superó las categorías de la «literatura» y la «estética»,
y, en este cam po, siem pre existieron dudas en cuanto a la
aplicación p ráctica de las proposiciones que se declaraban
fundam entales y decisivas en prácticam ente todos los de­
m ás sitios.
Cuando eventualm ente se p ro d u jo u n a aplicación de este
tipo, en la tradición m a n d sta tard ía, se m anifestó m ediante
tre s tipologías principales: u n in ten to de asim ilación de la
«literatura» a la «ideología», que en la p ráctica e ra poco
m ás que golpear u n a co n tra o tra a dos categorías inadecua­
das; u n a efectiva e im p o rtan te inclusión de la «literatura
popular» —la « litera tu ra del pueblo»— como p a rte necesa­
ria aunque negada de la «tradición literaria»; y u n intento'
sostenido aunque desigual de relacionar la «literatura» con
la h isto ria económica y social dentro de la cual «ella» se
había producido. Cada uno de estos dos últim os intentos ha
sido m uy significativo. E n el prim ero, la «tradición» h a sido
genuinam ente desplegada. E n el últim o, h a existido una efec­
tiva reconstitución, sobre áreas m ás am plias, de la práctica
social histórica, que hace m ucho m ás problem ática la abs­
tracción de los «valores literarios» y que, m ás positivam ente,
p erm ite nuevos tipos de lecturas y nuevos tipos de cuestiones
sobre «las propias obras». E sta situación se h a conocido, es­
pecialm ente, como «crítica m arxista» (una variante radical
de la p ráctica burguesa establecida), aunque se había p ro d u ­
cido o tro tra b a jo sobre bases m uy diferentes a p a rtir de
una h isto ria social m ás am plia y de concepciones m ás am ­
plias sobre «el pueblo», «el lenguaje» y «la nación».
R esulta significativo que la «crítica m arxista» y los «estu­
dios literario s m arxistas» hayan tenido u n éxito m ayor, en
térm inos corrientes, cuando han trab ajad o dentro de la ca­
tegoría adm itida de «literatura», que pueden h a b e r desple­
gado e incluso revaluado pero que jam ás h an cuestionado
o se h a n opuesto radicalm ente. P or contraste, lo que parecía
se r u n a revaluación teórica fundam ental en el in te n to de asi­
m ilación a la «ideología», resultó u n fracaso desastroso, y,
den tro de este cam po, com prom etió fundam entalm ente el
status del propio m arxism o. Sin embargo, se h an producido
d u ran te el últim o m edio siglo o tras tendencias m ás signifi­
cativas. Lukács contribuyó a la profunda revaluación de «la
estética». La Escuela de F ran k fu rt, con su especial énfasis
en el arte, em prendió u n a sostenida reexam inación de la
«producción artística», centralizada en el concepto de «me­
diación».. G oldm ann em prendió una revaluación radical del
«tem a creativo». Las variantes m arxistas del form alism o se
encargaron de . la redefinición radical de los procesos de la
escritu ra, con nuevas utilizaciones de los conceptos de «sig­
nos» y «textos» y con un rechazo significativam ente asociado
de la «literatura» considerada como una categoría. Los m é­
todos y los problem as indicados p o r estas tendencias serán
exam inados en detalle m ás adelante.
No obstante, la fra c tu ra teórica fundam ental se produce
p o r el reconocim iento de la «literatura» com o u n a categoría
social e histórica especializante. D ebería re s u lta r evidente
que esta situación no dism inuye su im portancia. Precisam en­
te p orque es histórico, u n concepto clave de una fase princi­
pal de u n a cu ltu ra constituye la evidencia decisiva de una
form a p a rtic u la r del desarrollo social del lenguaje. Dentro
■ de sus térm inos, se' realizó u n tra b a jo de una im portancia
notable y perm anente en las relaciones específicam ente so­
ciales y culturales. Sin em bargo, lo que h a estado ocurriendo
en n u estro propio siglo es u n a pro fu n d a transform ación de
estas relaciones directam ente conectada con los cam bios pro­
ducidos en los m edios de producción básicos. Estos cambios
resu ltan m ás evidentes en las nuevas tecnologías del lengua­
je que h a n m ovilizado la p ráctica m ás allá de la tecnología
de la im presión relativam ente uniform e y especializada. Los
cam bios principales son los que corresponden a la transm i­
sión electrónica, al registro del habla y la escritu ra para el
habla y la com posición y transm isión quím icas y electrónicas
de las im ágenes, en com plejas relaciones con el habla y con
la e scritu ra p a ra el habla, incluyendo imágenes que pueden
—ellas m ism as— ser «escritas». Ninguno de estos m edios in­
valida la im presión y ni siquiera dism inuye su im portancia
específica; sin em bargo, no son sim ples agregados de ella
o m eras alternativas. E n sus com plejas relaciones e interre-
laciones configuran u n a nueva p ráctica sustancial del propio
lenguaje social sobre una esfera de acción que va desde las
alocuciones públicas y la representación m anifiesta hasta el
«discurso interior» y el pensam iento verbal, ya que son siem­
p re algo m ás que nuevas tecnologías en u n estudio lim itado.
Son m edios de producción desarrollados en relaciones direc-
tas aunque com plejas ju n to con relaciones culturales y socia­
les p rofundam ente cam biantes y difundidas: cam bios reco­
nocidos en todas p a rte s com o profundas transform aciones
políticas y económ icas. N o es en absoluto sorprendente que
el concepto especializado de «literatura» desarrollado en pre­
cisas form as de correspondencia con u n a clase social p arti­
cular, u n a p a rticu la r organización del sab er y la apropiada
tecnología p a rticu la r de la im presión, sea invocado actualm en­
te con ta n tá frecuencia y con u n m al h u m o r de índole retro s­
pectiva, nostálgica o reaccionaria como u n a form a de oposi­
ción a lo que es correctam ente com prendido como una nue­
va fase de la civilización. La situación es com parable, desde
una perspectiva histórica, a la invocación de lo divino y lo
sacro, y del saber divino y sacro, contra el nuevo concepto
h um anista de la litera tu ra , dentro de la difícil y debatida
transición de la sociedad feudal a la sociedad burguesa.
Lo que puede observarse en cada transición es u n desa­
rrollo histórico del propio lenguaje social: hallando nuevos
m edios, nuevas form as y po sterio rm en te nuevas definiciones
de u n a cam b ian te conciencia práctica. U na g ran p a rte de los
valores activos de la «literatura» deben s e r com prendidos,
p o r tan to , no com o valores ligados al concepto, q u e los lim i­
ta ría y l o s . sintetizaría, sino com o elem entos de u n a p rá c ­
tic a cam biante y continua que se está m ovilizando su sta n ­
cialm ente m ás allá de las form as antiguas y que actualm ente
lo hace a nivel de la redefinición teórica.
I
£&■ 4. Ideología

ili

E l concepto de «ideología» no se origina en el m arxism o


ni e n m odo alguno e s tá confinado a él. Sin em bargo, existe
evidentem ente u n concepto im p o rtan te en casi todo el pensa­
m iento m arx ista sobre la cu ltu ra y especialm ente sobre la
.« p lite ra tu ra y las ideas. La dificultad consiste entonces en que
fp *
;EF¿á debem os d istin g u ir tre s versiones habituales del concepto,
que aparecen corrien tem en te e n los escritos m arxistas. E stas
versiones son, claram ente:

a) Un sistem a de creencias característico de u n grupo o


í'fr, una clase p a rticu la r.
b) Un sistem a de creencias ilusorias —ideas falsas o
falsa conciencia— que puede s e r contrastado con el conoci­
m iento verd ad ero o científico.
c) E l p roceso general de la producción de significados e
ideas.

D entro de u n a v arian te del m arxism o, las acepciones a)


Él y b) p u ed en se r efectivam ente com binadas. E n u n a sociedad
3f¡*.
de clases to d as las creencias están fundam entadas en la po­
sición de clase, y los sistem as de creencia de todas las cla­
i-&z ses —o, m uy com únm ente, de todas las clases que preceden
al p ro le taria d o , cuya form ación involucra el proyecto de la
abolición de la sociedad de clases— son p o r tan to parcial o
JjÜ to talm en te falsos (ilusorios). Los problem as específicos exis­
tentes en e s ta p o d ero sa proposición general h a n conducido
a u n a p ro fu n d a controversia d en tro del pensam iento m arxis­
ta. N o es poco h ab itu al h a lla r a lo largo de los usos de la
sim ple acepción a) alguna fo rm a de la proposición, com o
ocurre en la caracterización —de Lenin, p o r ejem plo— de la
«ideología socialista». O tro m odo de conservar y distinguir
las acepciones a) y b) es el de u tilizar la acepción a) p a ra los
sistem as de creencias fundados en la posición de clase, inclu­
yendo la del p ro le taria d o d e n tro de la sociedad de clases, y
la acepción b ) p a ra c o n tra s ta r (en u n sentido am plio) con
el conocim iento científico de todo tipo, que se b a sa en la
realidad an tes que en las ilusiones. La acepción c) socava
la m ayoría de estas asociaciones y distinciones, ya que el
proceso ideológico —la producción de significados e ideas—
es considerado entonces como un proceso general y universal
y la ideología es o este propio proceso o su cam po de estudio.
Las posiciones asociadas con las acepciones a) y b), p o r tanto,
son aplicadas en los estudios ideológicos m arxistas.
E n esta situación no puede existir ninguna cuestión p a ra
establecer, excepto e n la polém ica, una única definición m ar-
xista «correcta» de la ideología. Es m ás adecuado re tro tra e r
el térm ino y sus variantes al cam po de las cuestiones en que
aquél y éstas se p rodujeron; y específicam ente, en p rim e r
lugar, hacia el desarrollo histórico. Sólo entonces podrem os
volver a ocuparnos de tales cuestiones tal como se p resentan
en la actualidad y de las im portantes controversias que re ­
velan y ocultan el térm ino y sus variaciones.
El concepto de «ideología» fue acuñado com o térm ino
en las p ostrim erías del siglo x v iil p o r el filósofo francés
D estu tt de Tracy. La intención era que configurara u n té r ­
m ino p a ra la «ciencia de las ideas». Su utilización dependía
de una com prensión p a rticu la r de la naturaleza de las «ideas»,
•*que e ra am pliam ente la que m anifestaban Locke y la tra d i­
ción em pirista. P or lo tan to , las ideas no h abían de se r com ­
prendidas, ni podían serlo, d en tro de ninguna de las antiguas
acepciones «m etafísicas» o «idealistas». La ciencia de las
ideas debe se r u n a ciencia n atu ral, ya que todas las ideas
se originan en la experiencia que tiene el h om bre del m undo.
E n D estutt, específicam ente, la ideología form a p a rte de la
zoología:

«Sólo tenemos un conocimiento incompleto de un animal si


ignoramos sus facultades intelectuales. La ideología es parte de
la zoología y es especialmente en el hombre donde esta parte
resulta importante y merece ser comprendida más profundamen­
te» (Éléments d'idéologie, 1801, Prefacio).

La descripción es característica del em pirism o científico.


f Los verdaderos elem entos de la ideología son «nuestras fa­
cultades intelectuales, sus principales fenóm enos y sus c ir­
cunstancias m ás evidentes». El aspecto crítico de e ste énfa­
sis fue inm ediatam ente aprehendido p o r un tipo de oposición,
el tipo reaccionario de De Bonald: «La ideología h a reem ­
plazado a la m etafísica... p o rq u e la filosofía m oderna no ve
en el m undo o tra s ideas que las de los hom bres.» De B onald
relaciona correctam ente la acepción científica de la ideología
con la trad ició n e m p irista que había tra n sc u rrid o desde
Locke a través de Condillac indicando su preocupación p o r
los «signos y su influencia sobre el pensam iento» y sin te ti­
zando su «triste sistem a» com o u n a reducción de «nuestros
pensam ientos» a la condición de «sensaciones tra n sfo rm a ­
das». «Todas las características de la inteligencia —agregaba
De Bonald— desaparecieron b a jo el escalpelo de e sta disec­
ción ideológica».
Los rum bos iniciales del concepto de ideología son, en
consecuencia, sum am ente com plejos. C iertam ente, e ra una
aserción co n tra la m etafísica el hecho de que no hay «en el
m undo o tra s ideas que las de los hom bres». AI m ism o tiem ­
po p ro p u esta como una ram a de la ciencia em pírica, la «ideo­
logía» se vio lim itada, p o r sus supuestos filosóficos a u n a ver­
sión de las ideas consideradas como «sensaciones tra n sfo r­
m adas» y a una versión del lenguaje considerado com o un
«sistem a de signos» (basado finalm ente, com o ocurre e n el
caso de Condillac, en un m odelo m atem ático). E stas lim ita­
ciones, con su abstracción característica del «hom bre» y «el
inundo» y con su confianza en la «recepción» pasiva y en la
«asociación sistem ática» de las «sensaciones», no e ra n sola­
m ente «científicas» y «em píricas», sino que eran elem entos
de una perspectiva básicam ente burguesa de la existencia
del hom bre. E l rechazo de la m etafísica constituía u n objetivo
característico, confirm ado p o r el desarrollo de la investiga­
ción e m p írica precisa y sistem ática. Al m ism o tiem po, la
•exclusión efectiva de to d a dim ensión social —tan to la exclu­
sión p ráctica de las relaciones sociales im plícitas en el m o­
delo del «hom bre»1y «el m undo» como el desplazam iento ca­
racterístico de las necesarias relaciones sociales hacia u n sis­
tem a form al, siendo las «leyes de la psicología» o del lenguaje
como u n «sistem a de signos»— constituyó una p érd id a y una
distorsión pro fu n d as y ap arentem ente irrecuperables.
Es significativo que la objeción inicial a la exclusión de
cualquier concepción activa de la inteligencia se p ro d u je ra
desde posiciones generalm ente reaccionarias que procuraban
conservar el sentido de la actividad según sus viejas form as
m etafísicas. R esulta incluso m ás significativo, en el siguienie
estadio del desarrollo, que u n a acepción despectiva de la
«ideología» considerada como u n a «teoría irreal» o una «ilu­
sión abstracta», in tro d u cid a en p rim era instancia p o r : N apo­
león desde u n a posición evidentem ente reaccionaria, fuera
adoptada p o r M arx aunque desde una nueva posición.
N apoleón afirm aba:
«Es a la doctrina de los ideólogos —a esta difusa metafísica
que de una m anera artificial procura hallar las causas originarias
y que sobre esta base erigiría la legislación de los pueblos, en
lugar de adaptar las leyes a un conocimiento del corazón huma­
no y de las lecciones de la historia— a la que deben atribuirse
todas las desgracias que han caído sobre nuestra hermosa Fran­
cia.» 1

S co tt (.N apoleón, 1827, VI, 251) resum ía: «Ideología, apodo


c o n .e l cual el gobernante francés solía d istinguir toda espe­
cie de teoría que, sin apoyarse en absoluto sobre la b ase del
p ro p io in terés, pen sab a él, p o d ía prevalecer sin ard ien tes
m uchachos salvadores ni e n tu s ia sta s ; enloquecidos.»
. Cada elem ento de e sta condena de la «ideología» —que
d ü fa n te la p rim e ra m itad dél siglo xix fue m uy bien conocida
y frecu en tem en te rep e tid a en E u ro p a y N orteam érica— fue
reto m ad o y aplicado p o r M arx y Engels en sus prim ero s es­
critos. C onstituye el contenido sustancial del ataq u e de estos
a u to re s a sus contem poráneos alem anes en la o b ra La ideolo­
gía.alem ana (1846). H allar «causas p rim arias» en las «ideas»
fue considerado el e rro r básico. Existe incluso el m ism o tono
de despectiva viabilidad en la an écd o ta que aparece en el
P refacio de M arx:
«Había una vez un muchacho honesto que tuvo la idea dp
que los hombres se hundían en el agua sólo porque se hallaban
poseídos por la idea de la gravedad. Si ellos apartaran esta idea
de sus cabezas, digamos considerándola como una superstición;
entonces se hallarían a cubierto de un modo, sublime contra cual­
quier peligro que proviniera del agua» (p. 2).
Las teorías a b stra cta s, sep arad as de la «base del propio
interés», p o r tan to , no venían al caso.
E l argum ento, desde luego, no podía .ser abandonado en
este estadio. E n lu g ar del esquem a conservador (y convenien­
tem en te vago) de N apoleón de «el conocim iento del corazón
hu m an o y de las lecciones 'de la historia», M arx y Engels in ­
tro d u je ro n «el verdadero te rre n o de la historia» —el proceso
de producción y de atitoproducción— a p a rtir del cual po­
dían delinearse «los orígenes y el desarrollo» de «diferentes
p ro d u cto s teóricos». E l sim ple cinism o de ap elar al «propio
interés» se convirtió en u n a diagnosis crítica de la verdaderá
base de todas las ideas: ''

1. Citado en la o b ra d e A. N a e s s , Democracy, Ideólogy, and 0 6 -


jectivity, Oslo, 1956, p. 151.
m «las ideas directrices no son más que la expresión ideal de las
M relaciones materiales dominantes, las relaciones materiales do­
£>fc' minantes entendidas como ideas» (id., p. 39).

Sin em bargo, e n este estadio ya existían evidentes compli­


fe caciones. La «ideología» se convirtió en un apodo polémico
'•fe- para los tipos de pensam iento que negaban o ignoraban el
proceso social m aterial de que siem pre form aba p a rte la
^íií' «conciencia»:
i®.
«La conciencia nunca puede ser otra cosa que la existencia
consciente, y la existencia de los hombres es su verdadero pro­
ceso de vida. Si en toda ideología los hombres y sus circuns­
tancias aparecen invertidos como en una camera obscura, esté

í
?Vgj|tr
fenómeno surge de su proceso de vida histórico del mismo modo
' en que la inversión de los objetos en la retina surge de su pro­
ceso de vida físico» (id., p. 14).

E l énfasis re su lta evidente p ero lá analogía es complicada..


E l proceso físico de la re tin a no puede ser separado razona­
ÍCÍ
blem ente del proceso físico del cerebro, que, com o una acti­
vidad necesariam ente conectada, controla y «rectifica» la in­
versión. La cámera obscura e ra u n dispositivo consciente p ara
discernir las proporciones; lá inversión había sido efectiva­
m ente corregida m ediante el agregado de o tra lente. En cier­
to sentido, las analogías no son m ás que incidentales, pero
probablem ente se relacionan (aunque com o ejem plos en rea­
lidad funcionen e n contra) con un criterio subyacente de
«conocim iento positivo directo». Son m uy proclives de algún
m odo a utilizar «la idea de la gravedad» p ara re fu ta r la no­
■Si ción del p o d er d eterm in an te de las ideas. Si la idea no h u ­
■ t e biera sido la com prensión p rác tic a y científica de u n a fuerza
m ; n atural, sino, digam os, u n a idea de la «superioridad racial»
Svtla. o de la «sabiduría in ferio r de las. m ujeres», el argum ento h u ­
b iera surgido en últim a in stan cia del m ism o m odo, p e ro
hubiera debido p a s a r p o r m uchos m ás estadios y dificultades
significativos.
E sta posición es tam bién verd ad era incluso en relación
con la definición m ás positiva:

«Nosotros no partimos de lo que los hombres dicen, imagi­


nan, conciben, ni tampoco de lo que se dice, se piensa, se ima­
gina o se concibe de los hombres, con el propósito de llegar a
los hombres en persona. Partim os de ios hombres reales, en
actividad, y sobre la base de su verdadero proceso de vida de­
mostramos el desarrollo de los reflejos ideológicos y los ecos
de este proceso de vida. Los fantasmas que se producen en el
cerebro humano son también necesariamente sublimados a par­
tir de su proceso de vida material, que resulta empíricamente
verificable y limitado a premisas materiales. La moralidad, la
religión, la metafísica, todo el resto de la ideología y de sus co­
rrespondientes formas de conciencia, por lo tanto, ya no conser-.
van la apariencia de independencia» {id., p. 14).
En consecuencia, es absolutam ente razonable q u e la «ideo­
logía» deba ser privada de esta «apariencia de independien-
cia». Sin em bargo, el lenguaje de los «reflejos», «ecos», «fan­
tasm as» y «sublimados» es m uy sim plista y h a resultado re ­
petidam ente desastroso. Pertenece al ingenuo dualism o del
«m aterialism o mecánico», en el cual la separación idealista
de las «ideas» y la «realidad m aterial» había sido rep ro d u ­
cida, pero con sus prioridades revertidas. E l énfasis puesto
sobre la conciencia como inseparable de la existencia cons­
ciente y luego puesto sobre la existencia consciente com o in­
separable de los procesos sociales m ateriales, está efectiva­
m ente perdido en la utilización de este vocabulario delibera­
dam ente degradante. E l daño puede ser com prendido si lo
com param os d u ran te u n m om ento con la descripción que
hace M arx del «trabajo hum ano» en E l Capital (I, pp. 185-
186):
«Presuponemos el trabajo en una forma que lo caracteriza
como si fuera exclusivamente humano... Lo que distingue al
peor arquitecto de la m ejor de las abejas es esto, que el arqui­
tecto crea su estructura eñ la imaginación antes de erigirla en
la realidad. Al final de todo proceso de trabajo obtenemos un
resultado que ya existía en la imaginación del trabajador desde
su comienzo.»
E sto quizá se m ueva dem asiado en la dirección opuesta,
p ero su diferencia del m undo de los «reflejos», «ecos», «fan­
tasm as» y «sublimados» difícilm ente necesita se r subrayada.
La conciencia es considerada desde el principio com o una p a r­
te del proceso social m ateria] hum ano, y sus p roductos en
«ideas» son tan to una p a rte de este proceso como los propios
productos m ateriales. Esto, fundam entalm ente, constituyó
la fuerza propulsora de toda la argum entación de M arx; sin
em bargo el punto se perdió, en e sta área fundám ental, de­
bido a una rendición tem poral al cinism o de los «hom bres
prácticos» y, aún m ás, al em pirism o ab stracto de c ierta ver­
sión de la «ciencia natural».
£ , Lo que realm ente se había introducido, com o correctivo
J* "ál em pirism o abstracto, fue la acepción de la h isto ria social
y. ^y m aterial com o la v erdadera relación e n tre el «hom bre» y
la «naturaleza». Aunque resu lta sum am ente curioso que Marx
¿ ,'-y Engels abstraigan, a su vez, los persuasivos «hom bres en
¿ icarne y hueso» a los cuales «arribam os». Com enzar p o r presu-
J'' ponerlos com o p u n to de p a rtid a necesario es correcto mien-
C tras recordem os que, en consecuencia, son hom bres cons-
I cientes. La decisión de no p a rtir de aquello «que los hom bres
i| dicen, im aginan, conciben ni tam poco de lo que se dice, se
$. ipiensa, se concibe o se im agina de los hom bres» es, p o r lo
| -tanto, en el m ejo r de los casos, una advertencia correctiva de
£ ¿que existe o tra evidencia, con frecuencia m ás sólida, de lo
que han hecho. S in em bargo, tam bién existe, en el p eo r de
I- los casos, u n a fantasía objetivista: la de que todo «el proceso
-de vida real» puede s e r conocido independientem ente del
$ .-lenguaje («lo que los hom bres dicen») y de sus registros («lo
^ .que se dice de.los hom bres»). La v erdadera noción de la his-
"• ,toria se to rn a ría ab su rd a si no com prendiéram os «lo que se
,dice de lós hom bres» (cuando, habiendo m uerto, resu ltan
i difícilm ente accesibles «en carne y hueso»; inevitablem ente;
.Marx y Engels confiaban en ellos extensiva y repetidam ente).
;del m ism o m odo que «la h isto ria de la in d u stria ... tal como.
; existe objetivam ente... es u n libro abierto de las facultades
humanas:., u n a psicología hu m an a que puede ser directam en­
te aprehendida» (M anuscritos económ icos y filosóficos de
■1844, p. 121), y que ellos h a n introducido decisivam ente con­
tra las exclusiones que practican los dem ás historiadores.
Lo que ellos fundam entalm ente defendían era un nuevo m odo
de com prender las relaciones totales e n tre este «libro abier­
to», «lo qué los hom bres dicen» y «lo que se dice de los.
hom bres». E n una resp u esta polém ica a la h isto ria ab stracta
de las ideas o de la conciencia p ro d u jero n su p u n to clave,
fundam ental; pero en lo que se refiere a un área decisiva vol­
vieron a perderlo. E sta confusión es la fuente de la ingenua
reducción, en gran p a rte del pensam iento m arxista posterior,
de la conciencia, la im aginación, el a rte y las ideas a «refle­
jos», «ecos», «fantasm as» y «sublim ados», y p o r lo tan to
de una pro fu n d a confusión en el concepto de «ideología».
Podem os averiguar m ás elem entos de este fracaso si exa­
m inam os las definiciones de ideología que obtienen la m ayor
p a rte de su fuerza del co n traste con lo que no es ideología.
El m ás com ún de estos contrastes aparece con relación a lo
que se denom ina «ciencia». P or ejem plo:
«En la vida real, allí donde term ina la especulación es don­
de comienza la ciencia positiva, verdadera: la representación de
la actividad práctica, del proceso práctico del desarrollo de
los hombres. Allí cesan las palabras vacías sobre la conciencia
y debe tom ar su lugar el verdadero conocimiento. Allí donde se
describe la realidad, la filosofía, considerada como una ram a
independiente de la actividad pierde su medio de existencia»
(La ideología alemana, p. 17).

E n este p u n to se p rese n ta u n a serie de dificultades. Los


usos de los conceptos de «conciencia» y «filosofía» dependen
c a si p o r e n te ro del a serto p rin cip al sobre la fu tilid a d que
im plica la separación de la conciencia y el pensam iento del
p ro c e so . social m aterial. E sta separación es lo que convierte
en ideología a e s ta conciencia y a este pensam iento. Sin em ­
bargo, es sencillo com prender cóm o este p u n to p o d ría a su m ir­
se, y así h a o cu rrid o con frecuencia, de un m odo sum am ente
diferente. D en tro de u n nuevo tip o de abstracción, «concien­
cia» y «filosofía» se hallan separadas, a su vez, del «verdadero
conocim iento» y del «proceso práctico». E sto tiene relación
especialm ente con el lenguaje disponible de los «reflejos»,
«ecos», «fantasm as» y «sublim ados». E l resu ltad o de e sta se­
p aració n c o n tra ria a la concepción originaria de u n proceso
indisoluble es la ab su rd a exclusión de la conciencia del «de­
sarro llo de los hom bres» y del «verdadero conocim iento» de
este desarrollo. A unque el p rim ero, al m enos, resu lta im po­
sible p o r m edio de la aplicación de cualquier esquem a. P or
lo tan to , cu an to pu ed e hacerse p a ra disim u lar sú c a rá c te r
ab su rd o es e la b o rar el esquem a fam iliar de los dos estadios
(la reversión del idealism o dualista p o r p a rte del m a te ria ­
lism o m ecánico), en el que prim ero existe la vida m ate ria l y
luego, a alguna d istan cia tem poral o espacial, la conciencia
y «sus» p roductos. E sto conduce d irectam en te a un reduccio-
nism o sim ple: la «conciencia» y «sus» pro d u cto s no pueden
se r nada m ás que «reflejos» de lo que ya h a o currido en el
proceso social m aterial.
Desde la perspectiva de la experiencia (aquella experiencia
q u e p ro d u jo las últim as y ansiosas advertencias y calificacio­
nes) puede afirm arse, sin duda, que no es m ás que una pobre
m an era p ráctica de tra ta r de com prender la «conciencia» y
«sus» p roductos: esta situación se evade continuam ente de
una ecuación reductiva tan sim ple. Sin em bargo, éste no es
m ás que un p u n to m arginal. E l p u n to verdadero es que la
separación y la abstracción de la «conciencia y sus produc-
tos» como proceso «reflexivo» o de un «segundo estadio» da
por resultado una irónica idealización de la «conciencia y sus
productos» en este nivel secundario.
E sto es así debido a que «la conciencia y sus productos»
siem pre fo rm an p a rte , aunque de form as m uy variables, del
propio proceso social m aterial, sea como elem entos necesa­
rios de la «imaginación» en el proceso de trab ajo , según los
denom inara Marx, o como condiciones necesarias del tra b a jo
asociado, en el lenguaje o e n las ideas p rácticas de relación;
o, como es frecuentem ente olvidado, en los verdaderos p ro ­
cesos —todos ellos físicos y m ateriales, y la m ayoría m anifies­
tam ente— que son disfrazados e idealizados como «la concien­
cia y sus productos» pero que, cuando se observan sin ilusio­
nes, resu ltan se r ellos m ism os actividades necesariam ente m a­
teriales y sociales. Lo que realm ente se idealiza, en la con-
cepción reductiva corriente, es el «pensar» o el «imaginar»,
y. la única m aterialización de estos procesos abstractos se
consigue p o r el reto rn o a u n a referencia general de la to ta ­
lidad del proceso social m aterial (que p o r se r ab stracto es
fH" efectivam ente com pleto). Y lo que esta versión del m arxism o
Él' exam ina especialm ente es que «pensar» e «imaginar» son,
desde el principio, procesos sociales (incluyendo, desde lue­
go, la capacidad de «internalización» que constituye una
p arte necesaria de todo proceso social e n tre los individuos
reales) que se to m a n accesibles solam ente p o r m edios indis­
cutiblem ente físicos y m ateriales: en las voces, en los soni-
dos producidos p o r los instrum entos, en la e scritu ra manus-
p : crita o im presa, en el ordenam iento de pigm entos en un lienzo
o m ortero, en el m árm ol o la p ied ra trab ajad o s. Excluir es-
tos procesos sociales m ateriales de el proceso social m aterial
1 | supone el m ism o e rro r que red u c ir todos los procesos socia-
les m ateriales a m edios m eram ente técnicos en función de
|í otra «vida» a b stra cta . E l «proceso práctico» del «desarrollo
I? de los hom bres» los incluye desde el principio en m ayor pro-
porción que los m edios técnicos que operan en función de
un «pensar» y u n «im aginar» sum am ente separados,
f Entonces, ¿a qué puede denom inarse «ideología» en su
¡? adm itida form a negativa? Puede afirm arse, desde luego, que
f- estos procesos, o algunos de ellos, asum en form as variables
}: (lo cual es ta n innegable com o las form as variables que asu-
me toda producción), y que algunas de estas form as son
£. «ideología», m ientras que o tra s no lo son. E ste cam ino es ten-
tador; sin em bargo, no es h abitualm ente seguido durante
?' mucho trecho, pues a poco de a n d a r en él se erige una estúpi­
da b arrera. E l difícil concepto de «ciencia». D ebem os infor­
m arnos en p rim e ra instancia de un problem a de traducción.
El térm ino alem án W issenschaft, como el francés Science, tie­
ne u n significado m ucho m ás amplio, del que ha tenido des­
de principios del siglo x ix el vocablo inglés Science (ciencia).
E n u n sentido am plio se refiere al área del «conocim iento
sistem ático» o del «saber organizado». E n inglés este térm i­
no ha estado m uy restringido al tipo de conocim iento basado
en la observación del «m undo real» (al principio, y todavía
es vigente, d en tro de las categorías del «hombre» y «el m un­
do») y a la significativa distinción (e incluso oposición) en tre
las palabras experiencia y experim ento, que prim eram ente
habían sido intercam biables, captando esta últim a en el cu r­
so del desarrollo nuevos sentidos de em pírica y positiva. Por
lo tanto, resu lta sum am ente difícil p a ra cualquier lector in ­
glés com prender la frase trad u cid a de M arx y Engels —«la
ciencia positiva, verdadera»— en otro sentido que no sea este
sentido especializado. Sin em bargo, deben hacerse inm ediata­
m ente dos salvedades. P rim ero, que la definición m arxista
del «m undo real», m oviéndose m ás allá de las categorías se­
paradas del «hom bre» y «el m undo» e incluyendo, com o fun­
dam ental, el activo proceso social m aterial, ha hecho im posi­
ble cualquier sim ple transferencia de este tipo:

«Si la industria es concebida como una forma esotérica de


la realización de las facultades humanas esenciales, uno es capaz
de comprender asimismo la esencia humana de la Naturaleza o
la esencia natural del hombre. Las ciencias naturales abandonarán
entonces su orientación m aterialista abstracta, o más bien, idea­
lista, y se convertirán en la base de la ciencia humana...' Una base
par la vida y otra para la ciencia constituye á priori una falsedad»
(M anuscritos..., p. 122).

E sto no es sino u n argum ento en co n tra de las catego­


rías de la especialización inglesa de la «ciencia». Pero, en
segundo lugar, el verdadero progreso de la racionalidad cien­
tífica, especialm ente en cuanto a su rechazo de la m etafísica
y en lo que se refiere a su evasión triu n fal de u n a lim itación
a la observación, a la experim entación y a la investigación
dentro de sistem as religiosos y filosóficos adm itidos, resultó
inm ensam ente atractivo com o clave p ara la com prensión de
la sociedad. Aunque el objeto de la investigación había sido
radicalm ente m odificado —desde el «hom bre» y «el mundo»
hasta un proceso social m aterial activo, interactivo y en cier­
to sentido clave au tocreador—, era de suponer, o m ejor era
de esperar, que los m étodos, o al m enos la disposición, p u ­
dieran s e r conservados.
E ste liberarse de los supuestos ordinarios de la investiga­
ción social, que n o rm alm en te com ienzan donde debieran h a ­
b e r term inado, con las form as y las categorías de una fase
de Ja sociedad h istó ric a p a rticu lar, resu lta sum am ente im ­
p o rta n te y fue dem ostrado fundam entalm ente en la m ayor
p a rte de la o b ra de M arx. Sin em bargo, es m uy diferente de
la utilización acrítica de «ciencia» y «científico», con delibe­
radas referencias a —y analogías de— la «ciencia natural»,
p a ra d escribir el tra b a jo esencialm ente crítico e histórico
que se realizó. Engels, es cierto, utilizó estas referencias y
analogías con m ucha m ayor frecuencia que M arx. El «socialis­
m o científico» se convirtió, b ajo su influencia, en u n a divisa
polém ica. E n la p ráctica depende casi p o r igual de u n (ju sti­
ficable) sentido de conocim iento sistem ático de la sociedad,
basado en la observación y el análisis de sus procesos de de­
sarrollo (a diferencia, p o r así decirlo, del socialism o «utópi­
co», que proyectaba u n fu tu ro deseable sin una consideración
rigurosa de los procesos pasados y p resen tes en que debía
ser incluido), y de u n a asociación (falsa) con las «leyes» «fun­
dam entales» o «universales» de la ciencia n atu ral, que, aun
cuando resu ltab an se r m ás «leyes» que hipótesis o generali­
zaciones efectivas de tra b a jo , e ra n de u n tipo diferente p o r­
que sus objetos de estudio eran radicalm ente diferentes.
La noción de «ciencia» h a tenido un efecto crucial, nega­
tivam ente, sobre el concepto de «ideología». Si la «ideología»
se diferencia de «la ciencia positiva, verdadera», en la acep­
ción de u n conocim iento coherente y m inucioso del «proceso
práctico del desarrollo de los hom bres», entonces la distin­
ción puede re su lta r significativa como indicador de los su­
puestos, los conceptos y los puntos de vista adm itidos que
pueden ser exhibidos p a ra p rev en ir o d istorsionar tal cono­
cim iento coherente y m inucioso. A m enudo tenem os lá im ­
presión de que esto es realm ente lo que se pretende. Sin
em bargo, la diferencia, el contraste, es m enos sim ple de lo
que parece, ya que su aplicación correcta depende de una
distinción en tre «el conocim iento coherente y m inucioso del
proceso práctico del desarrollo» y otros tipos de «conocimien­
to» que a m enudo suelen parecerse m ucho a él. Un m odo de
a plicar el criterio de distinción podría se r exam inar los «su­
puestos, conceptos y puntos de vista», sean adm itidos o no,
a través de los cuales se h a obtenido y organizado cualquier
conocim iento. No obstante, es precisam ente este tipo de aná­
lisis lo que se evita m ediante el supuesto a priori de u n m é­
to d o «positivo» no su jeto a u n escrutinio de esta naturaleza;
u n supuesto basado en los supuestos adm itidos (y sin exam i­
nar) del «conocim iento científico, positivo», liberado de la
«propensión ideológica» de todos los dem ás observadores.
E sta posición, que se h a dado con frecuencia en el m arxism o
ortodoxo, es ta n to u n a dem ostración in d irecta com o u n a
h a b itu a l m anifestación p a rtid a ria (del tipo que h a n expresado
casi todos los partid o s) a la q u e los dem ás se hallan p red is­
puestos, si bien p o r definición nosotros som os inm unes a
ella.
Tal fue la vía de escape de los ingenuos an te el difícil
p roblem a con q u e se en fre n ta b a el m aterialism o histórico.
S u im p o rtan cia sintom ática a nivel de dogm a debía s e r to­
m ad a en consideración y luego a p a rtad a si ñ u e stra intención
era la de co m p ren d er claram ente una proposición m uy dife­
re n te .y m ucho m ás in te resa n te que conduce a u n a definición
m uy diferente de la ideología (aunque con frecuencia n o es
distinguida desde una perspectiva teórica). Com ienza con el
a ta q ú e p rincipal a los jóvenes hegelianos, de quienes se de­
cía que «consideran que las concepciones, los pensam ientos,
las ideas, y en realidad todos los productos de la conciencia,
a los cuales atrib u y en u n a existencia independiente, son la
v erdadera opresión de los hom bres». La liberación social so­
b revendría, pues, p o r u n «cam bio de conciencia». E n conse­
cuencia, es indudable que todo gira en to m o de la definición
de «conciencia». La definición adoptada,-de m odo polém ico,
p o r M arx y Engels es efectivam ente sú definición de ideolo-,
gía: no la «conciencia práctica», sino la «teoría independien­
te». P o r lo ta n to «no es realm en te u n a cuestió n de explicar
este argum ento teórico desde las condiciones existentes actua­
les. La disolución v e rd ad era y p rác tic a de e sta s frases, la
rem oción de estas nociones de la conciencia de los hom bres,
se rá n ... pro d u cid as p o r circunstancias m odificadas, n o p o r
deducciones teóricas» (La ideología..., p'. 15). E n e sta ta re a el
p ro le taria d o tie n e u n a v en taja, ya que «para las m asas...
estas nociones teóricas no existen».
SÍ com prendem os seriam en te e sta situación nos queda
u n a definición de ideología m ucho m ás lim itada y, en ese
sentido, m ucho m ás plausible. Desde el m om ento en que di­
fícilm ente puede declararse a la «conciencia» com o no exis­
ten te en las «m asas», incluyendo «las concepciones, los pen­
sam ientos, las ideas», la definición se re tro tra e a un tipo de
conciencia y a ciertos tipos de concepciones, pensam ientos e
ideas que son específicam ente «ideológicos». Más tard e En-
gels procuró, a clarar esta posición:

«Toda ideología... una vez que ha surgido, se desarrolla en


conexión con el m aterial conceptual dado, y desarrolla aún más
este material; de otro modo dejaría de ser ideología, es decir,
la ocupación con pensamiento tanto como con entidades indepen­
dientes, desarrollándose independientemente y sujetas solamente
a sus propias leyes. Que las condiciones de vida material de
las personas, dentro de cuyas cabezas continúa este proceso de
pensamiento, determinan en últim a instancia el curso de este pro­
ceso, continúan siendo necesariamente desconocidas para estas
personas ya que de otro modo se llegaría al fin de toda ideología»
(Feuerbach, pp. 65-66).

■ «La ideología es un proceso llevado a cabo por los denomi­


nados pensadores, conscientemente aunque en realidad con una
falsa conciencia. Los verdaderos motivos que lo alientan per­
manecen desconocidos para él ya que de otro modo no habría
en absoluto un proceso ideológico. Por lo tanto él imagina mo­
tivos falsos o aparentes. Debido al hecho de que es un proceso
del pensamiento él deriva su form a como su contenido del pen­
samiento puro, tanto de su propio pensamiento como del pensa­
miento de sus predecesores.» *

Tom adas en sí m ism as, estas form ulaciones pueden p are­


cer virtualm ente psicológicas. E stru c tu ra lm e n te resu ltan m uy
sem ejantes al concepto freudiano de «racionalización» en lo
que se refiere a frases com o «dentro de cuyas cabezas»; «ver­
daderos m otivos... desconocidos p ara él»; «im agina m otivos
falsos o aparentes». De este m odo se acepta fácilm ente una
versión de la «ideología» d e n tro del pensam iento burgués
m oderno, que tiene sus propios conceptos sobre lo «verda­
dero» —m aterial o psicológico— p a ra socavar la ideología o
la racionalización. Sin em bargo, alguna vez h a sido u n a po­
sición m ás seria. La ideología fue específicam ente identifi­
cada com o una consecuencia de la división del trabajo:

«La división del trabajo sólo ocurre realmente a partir del


momento en que aparece una división entre el trabajo material
y el trabajo mental... A p artir de ese momento y en adelante la
conciencia puede realmente beneficiarse con el hecho de que
existe algo más que la conciencia de la práctica existente, que
realmente representa algo sin representar algo real; de ahora en

2. Carta a F. M ehring del 14 de julio de 1893 (Marx and Engels,


Selected Corrcspondence, N ueva Y ork, 1935).
adelante la conciencia se halla en posición de emanciparse del •
mundo y de proceder a la formación de una teoría, una teología,
un filosofía, una ética, "puras"» (La ideología..., p. 51).

La ideología es, entonces, una «teoría separada», y su aná­


lisis debe involucrar la recuperación de sus «verdaderas»
conexiones.
«La división del trabajo... se manifiesta asimismo en la clase
dirigente como la división entre el trabajo mental y el trabajo
material, de modo que dentro de esta clase una parte la cons­
tituyen los pensadores de la clase (sus ideólogos conceptivos,
activos, que hacen del perfeccionamiento de la ilusión que la
clase tiene sobre sí misma la fuente principal de su mantenimien­
to) mientras que la actitud de los demás en relación con estas
ideas e ilusiones es más pasiva y receptiva debido al hecho de
que ellos son en realidad los miembros activos de esta clase y
tienen menos tiempo para producir- ilusiones e ideas sobre ellos
mismos» (La ideología..., pp. 39-40).

E sto es suficientem ente agudo, y los m ism o ocurre en la


siguiente observación de que

«toda nueva clase... se ve obligada... a representar su interés


como si fuera el interés de todos los miembros de la sociedad,
expresado con una modalidad ideal; esta clase dará a sus ideas
la forma de la universalidad y las representará como las únicas
ideas racionales, universalmente válidas» (La ideología..., pp. 40-
41).

Sin em bargo, entonces el concepto de «ideología» oscila


e n tre «un sistem a de creencias característico de c ierta clase»
y «un sistem a de creencias ilusorias —falsas ideas o falsa con­
ciencia— que puede ser contrastado con el conocim iento ver­
dadero o científico».
E sta incertidum bre nunca fue verdaderam ente resuelta.
La ideología considerada com o una «teoría separada» —el ho­
g a r n a tu ra l de las ilusiones y la falsa conciencia— se halla se­
p a ra d a de la (intrínsecam ente lim itada) «conciencia práctica
de una clase». Sin em bargo, esta separación es m ás fácil de
efectuar e n la teoría que en la práctica. El inm enso cuerpo
de la conciencia de clase directa, directam ente expresada y di­
rectam ente im puesta una y o tra vez, puede parecer que escapa
a la influencia de la «ideología», que estaría lim itada a los fi­
lósofos «universales». Pero entonces ¿qué nom bre debe ad ju ­
dicarse a esto s poderosos sistem as directos? Seguram ente, no
el de conocim iento «científico» o «verdadero», excepto si se
hace un juego de m anos con la descripción «práctica», ya que
la m ayoría de las clases gobernantes no h a n tenido q u e ser
«desenm ascaradas»; n orm alm ente h a n proclam ado su existen­
cia y las «concepciones, pensam ientos, ideas» qué la ratifican.
N orm alm ente derro carlas significa d erro c a r su p ráctica cons­
ciente; y esto es siem pre m ucho m ás difícil que d e rro c a r sus
ideas «abstractas» y «universalizadoras», que, asim ism o, en
térm inos reales, m an tien en u n a relación con la «conciencia
política» dom inante m ucho m ás com pleja e interactiva de lo
que ocurre con cualquier concepto que hayam os tenido n u n ­
ca. O nuevam ente, la «existencia de las ideas revolucionarias
d u ran te u n período p a rtic u la r presupone la existencia de u n a
clase revolucionaria». Sin em bargo, esto puede o no ser cierto
desde el m om ento en que todas las cuestiones difíciles sur­
gen en relación con el desarrollo de una clase prerrevoluciona-
ría o potencialm ente revolucionaria o sum ariam ente revolu­
cionaria h a sta llegar a se r una clase revolucionaria experi­
m entada; y las m ism as cuestiones difíciles surgen necesaria­
m ente en relación con las ideas prerrevolucionarias, poten-
cialm cnte revolucionarias ó sum ariam ente revolucionarias.
Las propias y com plicadas relaciones de M arx y Engels con
el c a rá c te r revolucionario del p ro letariad o europeo, (en sí
m ism o m uy com plicado) constituyen un ejem plo sum am ente
práctico de esta p recisa dificultad, com o lo es asim ism o su
relación com plicada y reconocida (incluida la relación im plí­
cita a través de la crítica) con sus predecesores intelectuales.
Lo q u e realm ente ocurrió, d u ran te el período tra n sito rio
aunque influyente e n que tuvo lugar esta sustitución p o r u n
conocim iento coherente y m inucioso, fue, en p rim e r lugar,
u n a abstracción de la «ideología» com o categoría de ilusiones
y falsa conciencia (una abstracción que, como ellos sabían
m uy bien, evitaría el exam en no de las ideas ab stractas, que
es relativam ente sencillo, sino del proceso social m aterial en
que «las concepciones, los pensam ientos, las ideas», aunque
en grados diferentes, se vuelven prácticas). En segundo lugar,
se otorgó a la abstracción u n a rigidez categórica, u n a con­
ciencia trascendental antes que u n a conciencia genuinam ente
h istórica de las ideas, que entonces podría se r m ecánicam en­
te separada en form a de estadios unificados y sucesivos tan to
del conocim iento com o de la ilusión. Cada estadio de la abs­
tracción es radicalm ente diferente, tan to en la teo ría com o
en la práctica, del énfasis puesto p o r M arx sobre el necesario
conflicto de verdaderos intereses dentro del proceso social
m aterial, y so b re las form as «legales, políticas, religiosas,
estéticas o filosóficas —en síntesis: ideológicas— p o r Jas
cuales los h o m b res tom an conciencia de e s te conflicto y lo
com baten». Lá contam inación del argum ento categórico en
c o n tra de los especialistas en categorías —en e ste punto— se
h a extinguido debido al reconocim iento p ráctico del proceso
social y m a te ria l to ta l e indisoluble. La «ideología», entonces,
recae en u n a dim ensión p rác tic a y específica: el com plicado
proceso d e n tro del cual los hom bres se «vuelven» (son) cons­
cientes de su s intereses y de sus conflictos. E l a ta jo categóri­
co en dirección a u n a distinción (abstracta) e n tre «verdade­
ra» y «falsa» conciencia es, en consecuencia, efectivam ente
abandonado, com o debe o c u rrir en to d a práctica.
Toda e s ta serie de usos del concepto «ideología» se h a
conservado e n el desarrollo general del m arxism o. E n algu­
nos niveles se h a producido u n a conveniente conservación
dogm ática de la ideología com o «falsa conciencia». E sto h a
evitado a m en u d o el análisis m ás específico d e las distinción'
nes operativas e n tre la «verdadera» y la «falsa» conciencia;
—e n el nivel p ráctico, que es siem p re el nivel de las relacio-;
nes sociales— y de la función desem peñada d en tro de estas-
relaciones p o r «las concepciones, los pensam ientos y las
ideas». E xistió u n in te n to final, desarrollado p o r Lukács, de
esclarecer e ste análisis m ed ian te u n a distinción en tre la «ver­
d ad era conciencia» y la conciencia «potencial» o «im putada»
(una com prensión p len a y «verdadera» de la posición social
real). Tiene el m érito de e v ita r la reducción de to d a la «ver­
d a d e ra conciencia» a la ideología; sin em bargo, la categoría
es especulativa y, ciertam ente, en tanto que categoría no pue­
de sostenerse con facilidad. É n la o b ra H istoria y conciencia
de clase dependía de u n ú ltim o in te n to a b stra cto de-identifi­
c a r la v erdad con la idea del proletariado; sin em bargo, esta
fo rm a hegeliana no resu lta m ás convincente que la origina­
ria identificación positivista de u n a categoría del «conoci­
m iento científico». Un in ten to m ás in teresan te, aunque igual­
mente- difícil, de definir la «verdadera» conciencia fue la ela­
boración de la p rem isa m arx ista de cam biar el m undo antes
que in te rp re ta rlo . Lo que llegó a conocerse con la denom ina­
ción de «el te s t de la práctica» se ofreció com o criterio de
verdad y com o distinción fundam ental de la ideología. De u n
m odo m uy general esta situación constituye u n a proyección
absolutam ente consistente de la idea de la «conciencia p rác­
tica»; sin em bargo, es sencillo observar de qué m odo su apli­
cación a las teo rías, las form ulaciones y los program as espe-
cíñeos puede d a r como resultado un vulgar «éxito» ético en­
m ascarado de «verdad histórica» o u n entorpecim iento y una
confusión cuando existen fallas y deform aciones prácticas.
El «test de la práctica», en o tra s p alab ras, no puede ser apli­
cado a la «teoría científica» y a la «ideología» consideradas
como categorías abstractas. E l punto esencial de la definición
de «conciencia práctica» hab ría de socavar estas abstraccio­
nes, que sin em bargo han continuado siendo reproducidas
como «teoría m arxista».
Deben exam inarse sucintam ente o tra s tre s tendencias en­
tre los conceptos de ideología elaborados en el siglo xx.
En p rim e r térm ino, el concepto h a sido habitualm ente u tili­
zado, dentro y fu era del m arxism o, con la acepción relativa­
m ente n eutral de «un sistem a de creencias característico de
una clase o grupo particular» (sin im plicaciones de «verdad»
o «ilusión» pero con referencia positiva a una situación y a
un interés social y a su sistem a definido o constitutivo de
significados y valores. P o r lo tan to , es posible h a b la r de un
modo n e u tro o incluso ap robatorio de «ideología socialista».
En este p u n to existe un curioso ejem plo de Lenin:

«El socialismo, en la medida en que es la ideología de la lucha


de la clase proletaria, pasa por las condiciones necesarias de na­
cimiento, desarrollo y consolidación de cualquier ideología, es
decir que está fundado en todo el m aterial del conocimiento hu­
mano y presupone un alto nivel científico, de trabajo científico,
etcétera... En la lucha de clase del proletariado que se desarrolla
espontáneamente, como una fuerza elemental, sobre la base de
las relaciones capitalistas, el socialismo es introducido por los
ideólogos.»1

E n este punto, evidentem ente, «ideología» no funciona


como «falsa conciencia». La distinción existente e n tre una
clase y sus ideólogos puede refe rirse a la distinción hecha
por M arx y Engels, pero entonces u n a cláusula fundam ental
de ella —«ideólogos conceptivos, activos, que hacen del p er­
feccionam iento de la ilusión que sobre sí m ism a expresa la
clase, la fuente principal de su m antenim iento»— debe ser
tácitam ente excluida, a m enos que la referencia a una «clase
gobernante» pueda se r disfrazada de cláusula salvadora. Tal
vez m ás significativam ente, la «ideología», en su verdadera
acepción n e u tra o aprobatoria, sea considerada com o «intro­
ducida» en la fundación de «todo... el conocim iento hum a-

3. What. j's to be done?, Oxford, 1963, II.


no... científico... etcétera», aplicado, p o r supuesto, desde un
punto de vista de clase. La posición consiste, claram ente,
en que la ideología es teo ría y que la teo ría es a la vez se­
cundaria y necesaria; la «conciencia práctica», como aquí la
del proletariado, no se produce p o r sí m ism a. E sto es radi­
calm ente diferente al pensam iento de Marx, en el cual toda
teoría «separada» es ideología y la genuina teoría —«el cono­
cim iento positivo, verdadero»— es, p o r contraste, la articu­
lación de la «conciencia práctica». Sin em bargo, el esquema
de Lenin corresponde a una form ulación sociológica orto­
doxa en la que existe una «situación social» y existe asimis­
m o la «ideología»; sus relaciones variables pero ni dependien­
tes ni «determ inadas» perm iten, p o r tanto, su historia y su
análisis separados tan to como su h istoria y su análisis com­
parados...Asim ism o, la form ulación de Lenin adopta, desde
una posición política m uy diferente, la identificación de Na­
poleón de «los ideólogos» que aportan ideas a «las gentes»
con el objeto de su liberación o su destrucción, según desde
qué perspectiva se observa el fenóm eno. La definición napo­
leónica se ha conservado in alterada como una form a popular
de crítica de las luchas políticas definidas p o r medio de ideas
o de principios. La «ideología» (el producto de los «doctri­
narios») es p o r lo tan to contrastada con la «experiencia prác­
tica», con la «política práctica» y con lo que se conoce por
pragm atism o. E ste sentido general de la «ideología», no sólo
como «doctrinario» y «dogmático», sino como algo a priori
y abstracto, ha coexistido conflictivam ente con el sentido des­
criptivo igualm ente general (neutro o aprobatorio).
Finalm ente, existe una evidente necesidad de un térm ino
general p ara d escribir no sólo los productos, sino los proce­
sos de toda significación, incluyendo la significación de los
valores. R esulta interesante observar que «ideología» e «ideo­
lógico» han sido am pliam ente utilizados en este sentido. Vo-
losinov, p o r ejem plo, utiliza el térm ino «ideológico» para
describir el proceso de la producción de significados a través
de signos; y el térm ino «ideología» es asum ido como la di­
m ensión de la experiencia social en que se producen los sig­
nificados y los valores. La difícil relación que se plantea
entre u n sentido tan am plio y los dem ás sentidos que hemos
observado en actividad difícilm ente necesita m ás explica­
ción. Sin em bargo, y no obstante la intensidad del com pro­
m iso que pueda h ab er asum ido el térm ino, es necesario en
algún m odo el acento puesto sobre la significación como pro­
ceso social fundam ental. En M arx, en Engels y en gran p arte
de la tradición m arxista, el argum ento esencial sobre la «con­
ciencia práctica» fue lim itado y frecuentem ente distorsionado
p o r dificultades p ara com prender que los procesos fundam en­
tales de significación social son intrínsecos a «la conciencia
práctica» y asim ism o intrínsecos a las «concepciones, pen­
sam ientos e ideas» reconocibles com o productos de la mism a.
La condición lim itante de la «ideología» considerada como
concepto, desde sus comienzos con D estutt, fue la tendencia
a lim itar los procesos de significado y evaluación a la con­
dición de «ideas» o «teorías» form adas o separables. In te n ta r
re tro tra e r estas «ideas» o «teorías» a u n «m undo de sensa­
ciones» o, p o r o tra parte, a u n a «conciencia práctica» o a u n
«proceso social m aterial» que h a sido tan definido cóm o p ara
excluir estos procesos significativos fundam entales o conver­
tirlo s en procesos fundam entalm ente secundarios, constituye
una constante posibilidad de e rro r, ya que los vínculos p rác­
ticos que existen e n tre las «ideas» y las «teorías» y la «pro­
ducción de la vida,real» se en cu en tran todos dentro, de este.,
proceso de significación social y m aterial.
P or o tra parte, cuando se to m a conciencia de esta si­
tuación, los «productos» que no son ideas o teorías pero que
conform an las obras sum am ente diferentes que denom ina­
m os «arte» y «literatura» y que son elem entos norm ales de
los procesos generales que denom inam os «cultura» y «lengua­
je», pueden ser enfocados desde o tras pesrpectivas que no
sean las de reducción, abstracción o asim ilación. E s ta es la
a ctitu d que debe ad o p tarse hoy an te los estudios culturales y
literarios, especialm ente ante la contribución m arxista a
dichos estudios, que, a p esar de las apariencias, puede résul-
t a r incluso m ás controvertida que h a sta el presente. Sin em ­
bargo, queda pendiente entonces la cuestión de si los con­
ceptos de «ideología» e «ideológico» con sus sentidos de «abs­
tracción» e «ilusión», o sus sentidos de «ideas» y «teorías»,
o incluso sus sentidos de u n «sistem a» de creencias o de
significados y valores, son térm inos suficientem ente precisos
y practicables p a ra u n a redefinición ta n rad ical y de largo
alcance.
m *****

¡á p

J P
■f e
TEORÍA CULTURAL
1. Base y superestructura

Todo enfoque m oderno de la teo ría m arx ista de la cul­


tu ra debe com enzar considerando la proposición de u n a base
determ inante y de una su p e re stru c tu ra determ inada. Desde
un punto de v ista estrictam en te teórico no es, desde luego,
éste el p u n to que elegiríam os p a ra com enzar el análisis. Des­
de ciertas perspectivas sería preferible que pudiéram os co­
m enzar a p a rtir de una proposición que originariam ente re ­
su ltara igualm ente central, igualm ente auténtica: es decir,
la proposición de que el se r social determ ina la conciencia.
E sto no significa necesariam ente que las dos proposiciones se
nieguen en tre sí o se hallen en contradicción. Sin em bargo,
la proposición de base y su p erestru ctu ra, con s u elem ento fi­
gurativo y con su sugerencia de u n a relación espacial fija
y definida, constituye, al m enos en ciertas m anos, u n a versión
sum am ente especializada y con frecuencia inaceptáble de la
o tra proposición. No obstante, e n la transición que se desa­
rrolla desde M arx al m arxism o, y en el desarrollo de la p ro p ia
corriente p rin cip al dei m arxism o, la proposición de u n a base
determ inante y de una su p erestru ctu ra determ in ad a se ha
sostenido a m enudo com o la clave del análisis c u ltu ra l m ar­
xista.
Es habitualm ente considerado fuente de esta proposición
un pasaje m uy conocido del Prefacio de 1859 a la o b ra de
M arx Una contribución a la crítica de la econom ía política:

«En la producción social de su vida, los hombres establecen .


relaciones definidas que son indispensables e independientes de
su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un
estadio definido del desarrollo de sus fuerzas productivas m a­
teriales. La suma total de estas relaciones de producción cons­
tituye la estructura económica de la sociedad, el verdadero fun­
damento sobre el que se erige la superestructura legal y política
y a la que le corresponden formas definidas de conciencia so­
cial. El modo de producción de la vida m aterial condiciona el
proceso de vida social, político e intelectual en general. No es
la conciencia de los hombres la que determina su existencia,
sino, por el contrario, es su existencia social la que determina
su conciencia. En un cierto estadio de su desarrollo, las fuerzas
productivas m ateriales de la sociedad entran en conflicto con las
relaciones de producción existentes o —lo que no es sino una
expresión legal de la misma cuestión— con las relaciones de
propiedad dentro de las que han venido funcionando hasta aho­
ra. De ser form as del desarrollo de las fuerzas productivas, estas
relaciones se convierten en sus trabas. Entonces comienza una
época de revolución social. Con el cambio' del fundamento eco­
nómico toda la inmensa superestructura es más o menos rápi­
damente transform ada. Considerando tales transformaciones debe
observarse siempre una distinción entre la transformación m ate­
rial de las condiciones económicas de producción, que pueden
ser determ inadas con la precisión de ía ciencia natural, y las
form as legales, políticas, religiosas, estéticas o filosóficas —en
síntesis, las form as ideológicas— dentro de las cuales los hom­
bres toman conciencia de este conflicto y lo combaten» (Seíected
Works,' I, pp. 362*364).
D ifícilm ente sea éste u n p u n to de p a rtid a obvio p a ra cual­
q u ier teo ría cu ltu ral. F orm a p a rte de una exposición del m é­
to d o m a te ria lista h istórico en el aspecto de las relaciones le­
gales y las form as de E stado. La utilización originaria del té r­
m ino « su perestructura» es explícitam ente calificada como «le­
gal y político». (O bservem os, de paso, que la traducción ingle­
sa, en su uso corriente, tiene u n p lu ral —«superestructuras
legales y políticas»— p a ra la expresión sin g u lar'd e M arx «/'«-
risticher and p o liíisch er U berbau».) Se dice adem ás que hay
«form as definidas de conciencia social» que «corresponden»
a ella (enísprechen). La transform ación de «toda la inm ensa
su p e re stru c tu ra » d en tro de la" revolución social que com ien­
za a p a rtir de las relaciones m odificadas de las fuerzas p ro ­
ductivas y 'las relaciones dé producción,’es u n proceso en que
«los hom bres to m an conciencia de este conflicto y lo com ­
baten» m ediante «form as ideológicas», que ahora incluyen las
forméis «religiosas, estéticas o filosóficas» así com o lo legal y
lo político. Es m ucho lo que se h a deducido dé e sta fo rm u ­
lación; sin em bargo, el verdadero contexto es inevitablem en­
te lim itado. P o r lo tan to , y sim plem ente a p a rtir de este p a­
saje, sería posible definir la s form as «culturales» («religiosas,
estéticas o filosóficas») d e n tro de las cuales «los hom bres to­
m an conciencia de este conflicto» sin suponer necesariam ente
que estas form as específicas constituyan la to talid ad de la
actividad «cultural».
Existe, al m enos, u n a utilización m ás prim itiva del térm i­
no «superestructura» aplicada p o r Marx. Aparece en la obra
E l dieciocho brum ario de Luis Napoleón, 1851-1852:
v?£: «Sobre las numerosas formas de propiedad, sobre las condí-
> ciones sociales de la existencia, se erige toda una superestructura
de sentimientos (empfindungen), ilusiones, hábitos de pcnsamien-
to y concepciones de vida variados y peculiarmente conformados.
É '\ La clase en su totalidad las produce y configura-a partir de su
v fundamento m aterial y de las condiciones sociales correspon­
dientes. La unidad individual hacia la cual fluyen, a través de la
tradición y la educación, puede figurarse que ellas constituyen las
verdaderas razones y las verdaderas premisas de su conducta»
p , > (Setecíed. W orks, I, pp. 272*273).

E videntem ente, éste es u n uso m uy diferente. La «superes­
tructura» es aquí toda la «ideología» de la clase: su «forma
J |- ‘ de conciencia»; sus m odos constitutivos de com prenderse den­
tro del m undo. A p a rtir de e s ta utilización dél térm ino y de
la utilización que po sterio rm en te se hizo de él es posible con­
siderar la em ergencia de tre s sentidos de la «superestructu­
ra»: a) Las form as legales y políticas que expresan verdade­
ras relaciones de producción existentes; b) las form as de
conciencia que expresan una p a rticu la r concepción clasista
del m undo; c) un proceso en el cual, respecto de toda una
serie de actividades, los hom bres tom en conciencia de un con­
flicto económ ico fundam ental y lo com batan. E stos tre s sen­
tidos respectivam ente, dirigirían n u e stra atención hacia a) las
instrucciones; b) las form as de conciencia; c) las p rácticas
políticas y culturales.
Es evidente que estas tre s áreas están relacionadas y que,
en el análisis, deben interrelacionarse. Sin em bargo, precisa­
m ente en e sta cuestión fundam ental de la interrelación, el
térm ino m ism o nos es de m uy poca ayuda; ello se debe con­
cretam ente a que, a su vez, es aplicado a cada área de form a
alternativa. Tam poco resu lta absolutam ente sorprendente, ya
que la utilización no es originariam ente conceptual de un
m odo preciso, sino m etafórica. Lo que expresa originaria­
m ente es el im p o rta n te sentido de u n a «superestructura» for­
m al y visible que p o d ría se r analizada p o r sí m ism a pero que
no puede se r com prendida desconociendo que se apoya en
un «fundam ento». P odría decirse lo m ism o sobre el térm ino
m etafórico correspondiente. E n la acepción de 1851-1852 se
halla ausente, y los orígenes de una form a especial de con­
ciencia de clase están especificados como «form as de p ro ­
piedad» y «condiciones sociales de existencia». En la acep­
ción de 1859 aparece en u n a m etáfora p rácticam en te cons­
ciente: «la e s tru c tu ra económ ica de la sociedad, el verdadero
fundam ento (die reate Basis), sobre el cual se erige (erhebt)
la su p e re stru c tu ra (Uber'bau) legal y política». Más adelante
es reem plazado en la exposición p o r el «fundam ento econó­
mico» (dkonom ische Grundlage). La continuidad de significa­
do es relativam ente clara, pero la variedad de térm inos p ara
u n a p a rte de la relación («formas de propiedad»; «condicio­
nes sociales de la existencia»; «estructura económ ica de la
sociedad»; «verdadera base»; «verdadero fundam ento»; B asis;
Grundlage) no se corresponde con úna variedad explícita de
la o tra form a de la relación, aunque la verdadera significa­
ción de este térm ino (Uberbau; superestructura), como hem os
visto, es variable. Form a p a rte de la com plejidad que carac­
teriza a la exposición subsecuente el hecho de qué el térm ino
traducido en la explicación. inglesa (en su origen probable­
m en te p o r Engels) como «base» sea traducido a o tras len­
guas con variaciones significativas (en francés habitualm ente
com o infraestructura, en italiano como struttura, y así suce­
sivam ente, produciéndose algunos efectos conflictivos sobre
la esencia de la exposición).
D urante el período de transición que va desde M arx h a sta
el m arxism o, y luego d u ran te el desarrollo de las form ulacio­
nes explicativas y dialécticas, las palabras utilizadas en las
exposiciones originales fueron proyectadas, en p rim e r térm i­
no, como si fu era n conceptos precisos; y en segundo térm ino,
com o si fueran térm inos descriptivos de «áreas» observables
de la vida social. La acepción principal de las palabras en las
exposiciones originales había sido correlativa; sin em bargo,
la popularidad de los térm inos tendió a in d icar o bien a) ca­
tegorías relativam ente cerradas, o bien b) áreas de actividad
relativam ente cerradas. É stas eran, p o r lo tanto, correlativas
tem poralm ente (prim ero la producción m aterial, luego la con­
ciencia, luego, la política y la cultura) o forzando la m etá­
fora espacialm ente («niveles» o «capas» visibles y discerní-
bles; la política y la cultura, form an luego la conciencia, y su­
cesivam ente reto rn an a «la base»). N orm alm ente, los serios
problem as prácticos de m étodo que supusieron las palabras
originales fueron m ás ta rd e evitados m ediante m étodos deri­
vados de c ie rta confianza enraizada en la popularidad de los
térm inos dentro de la relativa lim itación de las categorías o
de las áreas expresadas como «la base» y «la superestruc­
tura».
En consecuencia, resu lta irónico rec o rd a r que la fuerza
de la crítica originaria de M arx se hubiera dirigido principal­
m ente contra la separación de las «áreas» de pensam iento y
actividad (como en la separación de conciencia y producción
!^fi% naterial) y c o n tra la evacuación consiguiente del contenido
_ |tp ? ; ¿specífico —las v erdaderas actividades hum anas— p o r la im-
^ ^ P ^ C p o sició n de categorías ab stractas. Por lo tanto, la abstracción
J lS p S íh a b itu a l de «la base» y «la su perestructura» es la persistencia
Í^ É ^ '^ ra d ic a l de los m odos de pensam iento que él atacaba. Es cierto,
obstante, que e n el curso de o tra s exposiciones dio alguna
8 » # s t i f i cación de ello relacionándolo con las dificultades que
^ ^ 'g r e s e n ta toda form ulación de este tipo. Sin em bargo, resulta
tí -significativo que cuando M arx llegaba a cualquier tipo de aná-
iSM iisis probado o tom aba conciencia de la necesidad de un aná-
W m m s i s de este tipo, se m anifestaba a la vez específico y flexible
¡?íáfcn *a utilización de sus propios térm inos. Ya había observa*
en *a form ulación del año 1859, una distinción en tre ana-
'¡¡íífc
f e íiíiz a r «las condiciones de producción económica, que pueden
Ipjívser determ inadas con la precisión de la ciencia natural» y el
l|pf:Ín á lisis de las «form as ideológicas», p ara con las cuales los
6%:xnétodos resu ltab an , evidentem ente, m ucho m enos precisos.
M rÉ n el año 1857 había indicado:
ilv «En lo que respecta al arte, es bien conocido que algunas de
cimas no se corresponden en absoluto con el desarrollo ge*
«t^-'ñeral de la sociedad; y por lo tanto, tampoco se corresponden
$*f|: ';con la subestructura material, con el esqueleto, por así decirlo,
■$$§>'.rde su organización.»
Su solución el problem a que exam ina a continuación, el del
l a v a r t e griego, es a d uras penas convincente; sin em bargo, la fra ­
se «no se corresponden en absoluto» constituye u n caracte-
¿l&PF ‘rístico reconocim iento práctico de la com plejidad de las ver-
’daderás relaciones. Engels, en su ensayo Feuerbach y el fin
glff- de la filosofía clásica alemana, todavía argum entaba específi-
.camente, dem ostrando de qué m odo la «base económica» de
^p<Éii u n a lucha política puede verse em botada en la conciencia o
enteram ente perdida de vista, y cómo un sistem a legal puede
ser proyectado com o independiente de su contenido económ i­
co en el curso de su desarrollo profesional. P or Io tánto:

«Aun las ideología superiores, es decir, aquellas que se se­


paran aún más de la base económica, material, adoptan la for­
ma de la filosofía y la religión. Por lo tanto, la interconexión
que existe entre las concepciones y sus condiciones materiales
de existencia se vuelve más complicada, más y más oscurecida
por los vínculos intermedios. Sin embargo, la interconexión
existe.»
E ste énfasis correlativo, q u e incluye no sólo la com pleji-
dad, sino tam b ién el reconocim iento de los m odos en que al­
gunas conexiones se pierden p a ra la conciencia, se h a lla m uy
lejos de las categorías a b stra cta s de «superestructura» y
«base» (aunque sostiene la im plicación de áreas separadas).
E n todo análisis m arxista serio las categorías no son utili­
zadas de m odo ab stracto . N o obstante, pueden p ro d u c ir su
efecto. R esulta significativo que la p rim era fase del recono­
cim iento de las com plejidades p rácticas acentuaba aquellas
que realm ente son relaciones cuantitativas. H acia finales del
siglo xix e ra h ab itual reconocer lo que puede se r m e jo r des­
crito com o «alteraciones», o dificultades especiales, de rela­
ciones que de otro m odo serían regulares. E sto es correcto en
relación con la idea de los «retrasos» en el tiem po, que había
sido desarrollada a p a rtir de la observación de M arx de que
algunas de las «cimas» del a rte «no se corresponden en ab­
soluto con el desarrollo general de la sociedad». E sta situa­
ción p o d ría ex p resarse (aunque la «solución» de M arx a este
problem a no fue de este tipo) com o u n a cuestión de «retraso»
o de «desigualdad» tem poral. E l m ism o esquem a básico es
evidente en la noción de Engels de la distancia relativa («que
se-sep aran aún más») de las «ideologías superiores». Consi­
dérese, si no, la c a rta que enviara Engels a Bloch en el mes
de setiem bre de 1890:

«De acuerdo con la concepción m aterialista de la historia, el


último elemento determinante en la historia es la producción y
reproducción de la vida real. Marx y yo no hemos hecho otra
cosa que afirmar esto. Por lo tánto, si alguien lo deforma afir­
mando que el elemento económico es el único determinante, trans­
forma aquella proposición en una frase sin sentido, abstracta,
absurda. La situación económica es la base, pero los numerosos
elementos de la superestructura —las formas políticas de la
lucha de clase y sus resultados, es decir: las constituciones es­
tablecidas por la clase victoriosa luego de una batalla triunfal,
etcétera, las formas jurídicas e incluso los reflejos de todas estas
luchas reales en los cerebros de ios participantes,, las teorías fi­
losóficas, políticas, jurídicas, las concepciones religiosas y su pos­
terior desarrollo en sistemas de dogma— también ejercen su
influencia sobre el curso de las luchas históricas y en muchos
casos prevalecen en la determinación de la forma que asumen.
Existe una interacción de todos estos elementos en la que, en
medio de la infinita m ultitud de accidentes (es decir, de las co­
sas y los acontecimientos cuya interconexión interior es tan re­
m ota o tan imposible de probar que podemos considerarla como
no existente, como insignificante), el movimiento económico se
afirma finalmente como necesario. Por otra parte, la aplicación
de la teoría a cualquier período de la historia sería más sencilla
que la solución de una simple ecuación de prim er grado.»

E sto es un reconocim iento fundam ental de las com plejida­


des verdaderas y. m etodológicas. Es de p a rticu la r im portancia
en relación con la idea de la «determ inación», que será exami­
da p o r separado, y en relación con el problem a decisivo de la
| conciencia considerada com o «reflejos» o «reflexión». Sin em-
íft bargo, dentro de la fuerza que m anifiesta su co n traste entre
la historia real y u n a «frase sin sentido, abstracta, absurda»
y a lo largo de su reconocim iento de u n a nueva (y teórica­
m ente significativa) excepción —«la infinita m u ltitu d de acci­
dentes»— , Engels no revisa en p rofundidad las categorías ce­
rradas —«la base» («el elem ento económico», «la situación
económica», «el m ovim iento económico») y los «num erosos
elementos» (políticos, jurídicos, teóricos) de «la superestruc­
tura»— e n la m edida en que reitera las categorías e ilu stra
ciertas excepciones, rodeos e irregularidades que oscurecen su
relación, que de o tro m odo sería regular. D entro de las for­
m ulaciones teóricas de este im p o rtan te período, lo que fun­
dam entalm ente fa lta es u n adecuado reconocim iento de las
conexiones indisolubles q u e existen e n tre producción m ate­
rial, actividad e instituciones políticas y culturales y la con­
ciencia. La síntesis clásica de «la relación existente en tre la
fe- base y la su p erestru ctu ra» es la distinción de Plejanov de
«Cinco elem entos consecutivos: 1) el estado de las fuerzas
productivas; 2) las condiciones económ icas; 3) el régim en
socio-político; 4) la psiquis del h om bre social; 5) las num ero­
sas ideologías que reflejan las propiedades de e sta psiqüis»
(Fundam ental P roblem s o f M arxism , M oscú, 1922, pág. 76).
E sto es m e jo r que la ta n co rrien te proyección desnuda de
«una base» y «una su p erestru ctu ra» . Sin em bargo, el e rro r se
halla en su descripción de estos «elem entos» com o «conse­
cutivos», cuando en la p rác tic a son indisolubles: no en el sen­
tido. de que no pu ed an se r distinguidos a los fines del análi­
sis, sino en el sen tid o decisivo de que no son «áreas» o «ele­
m entos» separados, sino actividades y productos totales y es­
pecíficos del h o m b re real. E s decir que las categorías analí­
ticas, com o aparecen a m enudo en el pensam iento idealista,
se han convertido —casi desapercibidam ente— e n descrip­
ciones sustantivas que asum en habitualm ente u n a p rio rid ad
sobre todo el proceso social, que p ro cu ra n considerar como
categorías analíticas. Los analistas ortodoxos com enzaron a
p en sar en «la base» y en «la superestructura» como si fue­
ran entidades concretas separables. Con esta perspectiva, per­
dieron de vista los verdaderos procesos —no las relaciones
abstractas, sino los procesos constitutivos— cuya acentua­
ción debió h ab er sido función especial del m aterialism o his­
tórico. Más adelante exam inaré la principal respuesta teórica
an te ésta pérdida: el in te n to de reco n stitu ir tales procesos
p o r m edio de la idea de «mediación».
D entro del m arxism o, la insatisfacción persistente que
produjo la proposición de «base y superestructura» ha sido
expresada m uy a m enudo p o r una repetida revaluación y rea­
ju ste de la «superestructura». Los exégetas han señalado su
com plejidad, su esencia y sú «autonom ía» o valor autónom o.
Sin embargo, la m ayor dificultad todavía radica en la exten­
sión originaria de los térm inos m etafóricos en fu n d ó n de una
relación inm ersa en categorías ab stractas o en áreas concre­
tas entre las cuáles se buscan las conexiones y se señalan las
com plejidades o las autonom ías relativas. Realm ente, resulta
m ás im portante observar el c a rá c te r de e sta extensión en el
caso de «la base» que en el caso de la «superestructura»,
(siem pre m ás variado y variable. P o r extensión y. p o r hábito,
«la base» ha llegado a se r considerada virtualm ente un objeto
(una versión p a rticu la r y reductiva de la «existencia m ate­
rial»). O, específicam ente, se atribuyen a «la base» propieda­
des m uy generales y aparentem ente uniform es. «La base» es
la verdadera existencia social del hom bre. «La base» confor­
m a las verdaderas relaciones de producción que correspon­
den a un estadio del desarrollo de las fuerzas productivas m a­
teriales. «La base» es u n m odo de producción en un estádio
p a rticu la r de su desarrollo. Desde luego, en la p ráctica estas
' proposiciones son diferentes. No obstante, cada u n a de ellas
es m uy diferente del énfasis fundam ental adjudicado p o r
M arx a las actividades productivas. É l m ism o estableció úna
proposición contra la reducción de «la base» a categoría: .

«A fin de estudiar la conexión entre la producción intelectual


y 'la producción material es esencial, sobre todo, comprender a
la última en su forma histórica determinada y no como una
categoría general. Por ejemplo, corresponde al modo de produc­
ción capitalista un tipo de producción intelectual muy diferente
a aquel que correspondía al modo de producción medieval. A me­
nos que la propia producción material sea comprendida en una
forma histórica específica, resulta imposible entender las carac­
terísticas de la producción intelectual que le corresponde o la ac-
■Jción recíproca que se ejerce entre ambas» (Theorien Über den
’Mehrwert, cit. por Bottomore y Rubel, pp. 96-97).

Podemos agregar que m ientras un p a rticu la r estadio de


^ « v e rd a d e ra existencia social», de «relaciones de producción» o
[i"'de «un m odo de producción» puede ser descubierto y precisa­
n d o m ediante el análisis, considerado como un cuerpo de activi-
‘fsxlades no es jam ás uniform e o estático. P or ejem plo, u n a de las
^proposiciones centrales sobre el sentido de la h isto ria de
f'pft'Marx afirm a que en el verdadero desarrollo existen profundas
^•co n trad iccio n es en las relaciones de producción y en las con­
sig u ie n te s relaciones sociales. P o r lo tanto, existe una conti-
''iiua posibilidad de variación dinám ica de estas fuerzas. Las
■ «variaciones» de la su p erestru ctu ra podrían deducirse a p a r­
t i r de este único factor, que no afirm a que las im plicaciones
'^«objetivas» de «la base» reduzcan todas las variaciones de
.jbsta índole a la calidad de consecuencias secundarias! Sólo
t'M Íi
•■cuando com prendem os que «la base», a la que es habitual
y e fe r ir las variaciones, es en sí m ism a u n proceso dinám ico
•¿e internam ente contradictorio —las actividades específicas y
•los m odos de actividád en una escala que abarca desde la
^• asociación hasta el antagonism o de hom bres reales y clases
[flp -^ d e hom bres—, podem os liberam os de la noción de u n «área»
una «categoría» con ciertas propiedades fijas p a ra la de-
ffg-* ducción de los procesos variables de una «superestructura».
¿‘La solidez física de los térm inos ejerce una presión constante
contra e sta am pliación.
P o r lo tanto, en oposición a su desarrollo en el m arxism o,
>:no son «la base» y «la superestructura» las que necesitan ser
estudiadas, sino los verdaderos procesos específicos e indiso-
i lubles dentro de los cuales, desde u n p u n to de vista m arxista,
* ■ la relación decisiva es la expresada p o r la com pleja idea de
la «determinación».

ií-C'y;

# tr
2. La determinación

D entro de la teoría c u ltu ral m arxista n o hay problem a


m ás difícil que el de la «determ inación». Según sus detracto­
res, el m arxism o es u n tipo de teoría necesariam ente reduc-
tiva y determ in ista: no se p erm ite a ninguna actividad que
sea real y significativa p o r sí m ism a, sino que es siem pre re ­
d u cid a a u n a expresión d irecta o in d irecta d é algún contenido
económ ico precedente y predom inante o de u n contenido po­
lítico determ inado p o r u n a situación o posición económica.
E n la p erspectiva de las aportaciones del m arxism o de m e­
diados del siglo xx, e sta descripción puede se r considerada
u n a caricatu ra. E n realidad es form ulada a inenudo con una
confianza ta n firm e com o anticuada. S in em bargo, difícilm en­
te puede negarse que proviene, con todas sus dificultades, de
u n a fo rm a co rriente de m a ra s m o . Desde luego, dentro de
esa fo rm a y d en tro del pensam iento m arx ista m ás reciente,
se han producido num erosas calificaciones dé la idea de de­
term inación, del tipo Citado en la ca rta que .enviara Engels a
B loch y de u n tipo aparen tem en te m ás radical, com o es la
idea contem poránea dé la «sobredeterm inación» (un térm ino
difícil desde el m om ento en que el significado que in ten ta ex­
p re s a r es la determ inación a trav és de m últiples factores).
Algunas de estas revisiones han om itido eí énfasis m arxista
originario in tentando una síntesis con otro s órdenes de la
determ inación en psicología (un freudianism o revisado) o en
las e stru c tu ras form ales y m entales (form alism o, estructura-
liámo). E stas calificaciones y revisiones indican verdadera­
m ente las dificultades inherentes de la proposición. Pero al
m ism o tiem po son bienvenidas p o r los d etracto res del m ar­
xism o que desean evadir su continuo desafío o, m ás d irecta­
m ente, desecharlo com o si fu era u n dogm a irrelevante. Por
lo tanto, sab er con seguridad qué fue y qué es ese desafío
adquiere una im portancia fundam ental. Un m arxism o que ca­
rezca de algún concepto de determ inación es, obviamente,-
inútil. Un m arxism o que p resen te varios de los conceptos so­
b re la determ inación con que c u e n ta . en la actualidad es
absoluta y radicalm ente inválido.
Podernos com enzar con la fuente aparente de la proposi-
É'eión, que se en cuentra en el p asaje ta n conocido del Prefacio
lp£. dé 1859. E n la m edida en que lo leem os en el alem án de
í$ Marx, y especialm ente en las traducciones inglesas, tom am os
conciencia, inevitablem ente, de las com plejidades lingüísticas
i y q u e caracterizan a la palabra «determ inar». El térm ino co-
rríente utilizado p o r M arx es bestim m en; aparece en cuatro
^ oportunidades en el pasaje citado anteriorm ente. E l térm ino
¡pfp- inglés «determ inar» aparece en tres oportunidades en su tra-
Ip d u c c ió n . Uno de estos usos constituye una repetición form al
i’ que no se halla p resen te en el original; otro es la traducción
^ ítíe u n a palab ra sum am ente diferente, konstatieren. En este
punto la cuestión no es tan to la suficiencia de la traducción
$§£ como la e x trao rd in aria com plejidad lingüística de este grupo
Ijf'de palabras. E sta situación puede ilu stra rse m ejo r coriside-
’S r a n d o la com plejidad que reviste en inglés el térm ino «de-
Jjj¡ term inar».
' E l sentido fundam ental del térm ino «determ inar» es «fijar
cv térm inos» o «fijar lím ites». E n su desarrollo extraordinaria-
j i : m ente variado, en su aplicación a tan to s procesos .específi-
|||L c ó s, es este sentido de poner un lím ite y p o r lo tan to poner
L fin a alguna acción el que resu lta m ás problem ático. La de-
f term inación de u n cálculo, del curso de u n estudio o de un
J" arrendam iento es, com o idea, relativam ente sim ple. La deter­
ja m inación p o r u n a autoridad en principio es sim ple, pero es
é fuente de la m ayoría de las especiales dificultades de su im-
J.; plicación de algo que existe m ás allá e incluso de algo exte-
Jj rior a la acción específica que, no o b stan te, decide o fija. El
sentido de exterioridad es decisivo en el desarrollo del con-
||- cepto de «determ inism o», en el cual algún poder (Dios, la
N aturaleza o la H istoria) controla o decide el resultado de
una acción o de u n proceso m ás allá —o prescindiendo de—
la Voluntad o el deseo de sus agentes. É ste es el determ inis­
mo ab stracto , que debe distinguirse de un determ inism o inhe­
0:. rente aparentem ente sim ilar en el cual el c a rácter esencial de
j f un proceso o las propiedades de sus com ponentes son con­
servados p a ra d eterm in ar (controlar) su resultado; el carác­
■’:h ter y las propiedades son entonces «determ inantes». Lo que
..V
había sido (en abstracto) el «Consejo determ inante y la pres­
ciencia de Dios» (Tyndale) se convirtió, especialm ente en las
ciencias físicas, en «condiciones determ inadas» o «leyes de­
term inadas», basadas en el conocim iento preciso de las ca­
racterísticas inherentes de un proceso y sus com ponentes. La
idea a b stra c ta presupone la im posibilidad (o lím ites insupe­
rables p a ra su capacidad) de los particip an tes en una acción.
L a id e a « c ie n tífic a » p r e s u p o n e c a r a c t e r í s t i c a s in a l t e r a b l e s o
r e la tiv a m e n t e f ija s ; e l c a m b io , p o r lo t a n t o , c o n s is te e n a l t e ­
r a r (a u n q u e de u n m o d o q u e se p u e d e d e s c u b rir, y q u e en
e s e s e n t i d o e s p r e d e c ib le ) la s c o n d ic io n e s y la s c o m b in a ­
c io n e s .
P a r e c e c l a r o q u e la v e r s ió n m a r x i s t a d e l d e t e r m in is m o , a l
m e n o s e n u n p r i m e r e s ta d io , c o r r e s p o n d e a e s t a i d e a « c ie n ­
tífic a » .
m
« E n la p ro d u c c ió n so c ial q u e d e s a rro lla n lo s h o m b re s , e s ta ­
b le ce n re la c io n e s d efin id as q u e so n in d is p e n sa b le s e in d e p e n d ie n ­
i
te s d e s u v o lu n ta d ... u n e s ta d io defin id o d e l d e s a rro llo ...» (Se-
lected Works, p. 362).

E l in g lé s « d e fin id o » t r a d u c e la s f o r m a s d e b e s tim m e n d e
M a rx . E n e s te s e n tid o , e l e s t a d i o d e la p r o d u c c i ó n m a t e r i a l
e x i s te n te y la s r e la c io n e s s o c ia le s q u e le c o r r e s p o n d e n a p a ­
r e c e n « fija s» .

«La m a s a d e la s fu e rz a s p ro d u c tiv a s a c c e sib le a lo s h o m b re s


d e te rm in a las co n d icio n e s d e la so c ie d a d ...» (La ideología..., p.
18).

A p a r t i r d e e s t a a c e p c ió n d e la s c o n d ic io n e s d e t e r m i n a d a s
r e s u l t a s e n c illo c o m p r e n d e r e l . d e s a r r o l l o d e u n m a r x i s m o
q u e a c e n t u ó la s « le y e s d e h ie r r o » , la s « c o n d ic io n e s a b s o l u t a ­ 1
m e n te o b je tiv a s ) d e u n a « e c o n o m ía » d e la q u e s e d e s p r e n d ió
to d o lo d e m á s . E n e s t a s ó li d a i n t e r p r e t a c i ó n e l m a r x i s m o h a ­ ■iSt
b ía d e s c u b ie r t o la s « le y e s» d e u n s is te m a e c o n ó m ic o o b je tiv o M xas-,
e x t e r n o y, t a r d e o t e m p r a n o , d i r e c t a o i n d i r e c t a m e n t e , to d o
lo d e m á s s e p r o d u j o a p a r t i r d e é s t a s le y e s. S in e m b a r g o , e s te
n o e s el ú n ic o m o d o e n q u e p u e d e d e s a r r o l l a r s e t a l a c e p c ió n .
E s ig u a lm e n te r a z o n a b le , r e c o r d a n d o la s f r a s e s m e n c io n a d a s ,'
« e s ta b le c e n » y « a c c e s ib le a» , a c e n t u a r e l p r e d o m i n io d e la s
c o n d ic io n e s o b je tiv a s e n c u a l q u i e r m o m e n to p a r t i c u l a r d e l
p r o c e s o . E n la p r á c t i c a e s to s e c o n v i e r te en . u n r e q u e r i m i e n t o
a b s o l u t a m e n t e d if e r e n t e . E s lo -q u e E n g e ls e s c r ib ió , d e f e n s i­
v a m e n te , e n la c a r t a q u e e n v i a r a a B lo c h : « S o m o s n o s o t r o s
m is m o s q u ie n e s p r o d u c i m o s n u e s t r a h i s t o r i a , a u n q u e lo h a ­
c e m o s , e n p r i m e r a i n s t a n c ia , b a j o c o n d ic io n e s y s u p u e s t o s
m u y d e f in id o s » . L o q u e e s t a d e c la r a c ió n r e c o n s t r u y e , e n c o m ­
p a r a c ió n c o n e l d e s a r r o l l o a l t e r n a t i v o , e s la id e a d e la a c c ió n
d i r e c t a : « S o m o s n o s o t r o s m is m o s q u ie n e s p r o d u c i m o s n u e s ­
t r a h is t o r ia » . L a s c o n d i c io n e s y lo s s u p u e s t o s « d e fin id o s » u
« o b je tiv o s » , p o r lo t a n t o , s o n t é r m i n o s q u e c a lif ic a n e s t a a c ­

f
ción: es verdaderam ente la «determ inación» como «fijación
de límites».
La diferencia fundam ental en tre «determ inación» en este
sentido, y «determ inación» en el sentido de las «leyes» de un
proceso total sujeto a un desarrollo inherente y predecible no
es difícil de entender, aunque a m enudo puede escabullirse
entre l o s . sentidos m u tan tes del térm ino «determ inar». La
cuestión clave radica en el grado en que las condiciones «ob­
jetivas» son com prendidas com o externas. Desde el m om ento
en que, dentro del m arxism o, p o r definición, las condiciones
«objetivas» son, y sólo pueden ser, resultado de las accio­
nes del hom bre en el m undo m aterial, la v erdadera dis­
tinción sólo puede darse e n tre la objetividad histórica —las
condiciones en que, en cualquier p u n to p a rticu la r del tiem ­
po, los hom bres se encuentran con que han nacido; ,y p o r lo
tanto, las condiciones «accesibles» que «establecen»— y la
objetividad abstracta', en la cual el proceso «determ inante» es
«independiente de su voluntad»; no en el sentido histórico de
que Jo han heredado, sino en el sentido absoluto de que no
pueden controlarlo; sólo pueden p ro c u ra r com prenderlo y, en
consecuencia, guiar sus acciones en arm onía con éL
E sta objetividad a b stra c ta constituye la base de lo que
d en tro del m arxism o ha sido am pliam ente conocido como
«economismo». Considerado como doctrina filosófica y polí­
tica resu lta inútil; sin em bargo, debe ser tam bién com pren­
dido desde u n a perspectiva histórica. La única y poderosa
razón del desarrollo del determ inism o ab stracto es la expe­
riencia histórica de la econom ía capitalista en gran escala, a
p a rtir de la cual m uchas m ás personas, adem ás de los m ar-
xistas, llegaron a la conclusión de que el control del proceso
estaba m ás allá de ellos, de que al m enos en la práctica era
exterior a sus voluntades y deseos y que p o r tan to debía ser
com prendido com o un proceso gobernado p o r «leyes» p ro ­
pias. E n consecuencia, con am arga- ironía, una doctrina críti­
ca y revolucionaria .fue cam biada no sólo en la práctica, sino
a nivel de principios, hasta convertirse en Jas verdaderas for­
m as de pasividad y m aterialización contra las cuales había
proyectado u n sentido alternativo de la «determ inación».
E l determ inism o abstracto, en o tra s palabras, debe consi­
d erarse en cierto sentido determ inado. Es una fo rm a de res­
p u e sta e interpretación que está condicionada p o r su expe­
riencia de verdaderos lím ites históricos. La diferencia deci­
siva que existe e n tre las leyes n atu rales «determ inadas» y
los procesos sociales «determ inados» fue descuidada; en p a rte
debido a u n a confusión del idiom a, en p a rte debido a u n a ex­
periencia h istó rica específica. La descripción de los dos tipos
de conocim iento com o «científicos» agravó la confusión. Sin
em bargo, ¿es posible volver a un sentido de la «determ ina­
ción» considerada com o la experiencia de «lím ites objetivos»?
E ste sentido negativo es indudablem ente im portante, y M arx
lo utilizó reiterad am en te. Las nuevas relaciones sociales y los
nuevos tipos de actividad qué se hacen posibles a través de
ellas pueden im aginarse, pero no pueden lograrse a m enos
que los lím ites de u n m odo de producción p a rticu la r sean
su p erad o s en la p ráctica p o r el verdadero cam bio social. E sta
fue la .h istoria, p o r ejem plo, del im pulso rom ántico en p ro-de
la liberación h u m an a en su interacción efectiva con un capi­
talism o dom inante.
Sin em bargo, afirm ar esto exclusivam ente significa e sta r
en peligro de replegarse hacia u n nuevo planteam iento pa­
sivo y objetivista. E sto es lo que le ocurrió a Engels:
«El acontecer histórico.;, puede... ser comprendido como el
producto de un poder que funciona como una totalidad, incons­
cientemente y sin voluntad por el que cada voluntad individual
se halla obstruida por la de cualquier otro, y lo que surge de
- esta situación es algo que nadie deseaba.»1
Aquí la sociedad es el proceso general objetivado (incons­
ciente e involuntario) y las únicas fuerzas alternativas son
«las voluntades individuales». Sin em bargo, ésta es una ver­
sión burguesa de la sociedad. Un aspecto p a rticu la r de esta
versión fue especificado m ás adelante p o r el freudism o y
constituye el verdadero cam po de acción de. las síntesis m ar-
xistas-freudianas que, irónicam ente, han sido la principal opo­
sición ál econom icism o y al determ inism o económico. La so­
ciedad, generalizada de este m odo, com o «sociedad capitalis­
ta» o com o «las form as culturales y sociales del m odo de
p roducción capitalista», es considerada la p rim era fuerza ne­
gativa .que sobreviene a p a rtir dé toda com prensión de la
determ inación que la considere solam ente com o fijación de
límites.:. No obstante, la «sociedad» o el «acontecer h istó ri­
co» —a través de estos m edios— no pueden ser abstraídos
jam ás de los «individuos» ni de las «voluntades individuales».
Una separación de esta índole conduce directam ente a u n a
«sociedad» objetivista, alienada, de funcionam iento «incons­
ciente»' y a una com prensión de los individuos categorizados

1. Carta a J. Bloch, 1890 (Marx and Engels: Selected Correspon-


dence, Nueva York, 1935, p. 476).
como «presociales» o incluso antisociales. «Lo individual» o
«el genotipo» se tran sfo rm an entonces en fuerzas antisociales
positivas.
Es en este punto donde el concepto pleno de la determ i­
nación resu lta fundam ental, ya que e n la práctica la deter­
m inación nunca es solam ente la fijación de lím ites; es asi­
m ism o el ejercicio de presiones. Tal como se da es tam bién
una acepción del «determ inar» inglés: d eterm inar o ser de­
term inado a h acer algo en u n acto de voluntad y propósito.
D entro de u n proceso social total, estas determ inaciones po­
sitivas, que pueden ser experim entadas individualm ente pero
que son siem pre actos sociales, que son realm ente y con fre­
cuencia form aciones sociales específicas, m antienen relacio­
nes m uy com plejas con las determ inaciones negativas, que
son experim entadas como lím ites, puesto que en m odo algu­
no son sólo presiones c o n tra los lím ites, aunque éstos son
de fundam ental im portancia. Con frecuencia son al m enos
presiones derivadas.de la form ación y el im pulso de uii modo
social dado; en efecto, son una com pulsión a ac tu a r de m a­
neras que m antienen y renuevan el m odo social de que se tra ­
te. Son asim ism o, vitalm ente, presiones ejercidas p o r form a­
ciones nuevas con sus requerim ientos e intenciones todavía
p o r realizar. P o r lo tanto, la «sociedad» nunca es solam ente
una «cáscara m uerta» que lim ita la realización social e indi­
vidual. Es siem pre un proceso constitutivo con presiones m uy
poderosas que se expresan en las form aciones culturales, eco­
nóm icas y políticas y que, p a ra a su m ir la verdadera dim en­
sión de lo «constitutivo», son internalizadas y convertidas en
«voluntades individuales». La determ inación de este tipo —u n .
proceso de lím ites y presiones com plejo e interrelacionado—
se halla en el p ropio proceso social en su totalidad, y en nin­
gún otro sitio; no en u n ab stracto «modo de producción» ni
en. una «psicología» abstracta. Toda abstracción del determ i­
nism o basada en el aislam iento de categorías autónom as, que
son consideradas categorías predom inantes o que pueden u ti­
lizarse con el c arácter de predicciones, es en consecuencia
una m istificación de los determ inantes siem pre específicos y
asociados que constituyen el verdadero proceso social: una
experiencia histórica activa y consciente así como, p o r descui­
do, una experiencia histórica pasiva, y objetivada.
El concepto de «sobredeterm inación» es un in ten to de evi­
ta r el aislam iento de las categorías autónom as, pero al m is­
mo tiem po es un intento de poner de relieve prácticas rela­
tivam ente autónom as, aunque resu ltan desde luego rec íp ro ­
cas. En sus form as m ás positivas —es decir, en su reconoci­
m iento de fuerzas m últiples m ás que de las fuerzas aisladas
de los m odos o las técnicas de producción, y en su posterior
reconocim iento de estas fuerzas m ás como fuerzas estru ctu ­
radas, en particu lar las situaciones históricas, que como ele­
m entos de una totalidad ideal o, lo que es peor, de u n a tota­
lidad m eram ente adyacente—, el concepto de «sobredeter-
minación» resulta m ás útil que cualquier otro como medio
p ara com prender las «contradicciones» y la versión corrien­
te de «la dialéctica», que pueden ser sencillam ente abstraídas
como rasgos de una: situación o m ovim iento (determ inante)
teóricam ente aislado del que se espera que se desarrolle pos­
teriorm ente de acuerdo con ciertas leyes (determ inistas). En
toda sociedad total, tan to la relativa autonom ía com o la .re­
lativa desigualdad de las diferentes prácticas (de las dife­
rentes form as que asum e la conciencia práctica) afectan de
m odo decisivo el verdadero desarrollo y lo afectan como de­
term inantes a m odo de presiones y lím ites. Sin embargo,
tam bién existen dificultades en el concepto. Fue utilizado por
Freud p ara indicar la estru ctu rad a causalidad m últiple de
un síntoma: una cristalización m uy sim ilar al concepto de
imagen dialéctica (véase pág. 124) de la Escuela de F rankfurt.
Algunos rasgos de este origen sobreviven en algunos de sus
usos teóricos (por ejem plo, en Althusser, que lo in tro d u jo en
el m arxism o aunque fracasó en la aplicación de sus elemen­
tos m ás positivos a su propio tra b a jo sobre la ideología).
Como sucede con la «determ inación», tam bién la «sobrede-
term inación» puede se r abstraída en una estructura (un sín­
toma) que luego, aunque de m odo com plejo, se «desarrolla»
(se form a, se sostiene, se detalla) á través de las leyes de sus
relaciones estructurales internas. Como form a de análisis esta
situación siem pre resu lta efectiva, pero en su aislam iento de
la e stru c tu ra puede desplazar la atención de la verdadera
ubicación que corresponde a toda práctica y a toda conciencia
práctica: «la actividad práctica... el proceso práctico del
desarrollo de los hom bres». Toda objetivación categórica de
ías e stru c tu ras determ inadas o sobredeterm inadas constituye
una repetición del e rro r fundam ental del «economismo» en
un nivel m ucho m ás serio, ya que ahora sugiere subsum ir
(a m enudo con arrogancia) toda experiencia vivida, práctica,
form ativa y desigualm ente form ada. Una de las razones de
este erro r, tan to en el sentido del economicismo como en el
sentido del estructuralism o alternativo, es la confusión so­
bre la naturaleza de las «fuerzas productivas».
3. Las fuerzas productivas

Im plícito en cualquier argum ento sobre «base» y «super- .


estructura», o sobre la naturaleza de la «determ inación», exis­
te un concepto decisivo: el concepto de «fuerzas producti­
vas». E s un concepto sum am ente im portante en M arx y en
todo el m arxism o posterior. Pero es tam bién u n concepto va- •
riable, y las variaciones han resultado excepcionalm ente im­
po rtan tes p ara la teoría cultural m arxista.
La dificultad fundam ental consiste en que todas las pala­
bras claves —producir, producto, producción, productivo—
sufrieron un desarrollo especializado durante el desarrollo
del capitalism o. P or lo tanto, p a ra analizar el capitalism o fue
necesario com prenderlo cóm o un proceso de «producción» ■
diferente y referirlo a un proceso general, del cual constituye
un tipo histórico p articu lar. La dificultad consiste en que el .
proceso general es todavía m ás p rontam ente definido en los
térm inos específicos y lim itativos de la producción capitalis­
ta. M arx tenía perfectam ente clara la diferencia existente en­
tre «producción en.'general» y «producción capitalista». Real­
m ente, fue la exigencia de esta últim a,, a través de su econo­
m ía política y en relación con la universalidad de sus p ro ­
pias condiciones específicas e históricas, lo' que M arx atacó
en especial. No obstante, la historia se había producido tanto
en relación con e lle n g u a je como en m uchos otros campos.
Lo que resulta profundam ente conflictivo es que M arx ana­
lizó la «producción capitalista» en y p o r m edio de sus p ro ­
pios térm inos, y m irando a la vez hacia el pasado y hacia el
futuro, se vio obligado a u tilizar gran núm ero de los m ism os
térm inos en función de procesos m ás generales o histórica­
m ente diferentes. Como él mismo escribió:

«La "producción en general" es una abstracción, pero es una


abstracción racional e n la medida en que particulariza y fija- •
los rasgos comunes, liberándonos de este modo de la repetición.
Sin embargo estos rasgos generales o comunes que han sido des­
cubiertos por comparación constituyen algo muy complejo, cu­
yos elementos constitutivos tienen destinos diferentes... Todos
los estadios de la producción tienen ciertos destinos en común,
que nosotros generalizamos en el pensamiento; no obstante, las
d e n o m in a d a s co n d ic io n e s g e n e ra le s d e to d a p ro d u c c ió n n o so n
n a d a m á s q u e co n c e p c io n e s a b s tr a c ta s q u e n o h a n d e in te g r a r
n in g ú n e s ta d io v e r d a d e r o e n la h is to r ia d e la p ro d u c c ió n » (Grun -
drisse, p . 85).

Debe agregarse que el concepto de «producción m aterial»


es tam b ién abstracto, aunque es a la vez igualm ente racional
en relación con propósitos p articulares. E n tan to que conside­
rad o com o abstracción (por ejem plo, en la econom ía política
burguesa) puede se r separado de o tra s categorías como con­
sum o, distribución e intercam bio; y todas éstas pueden se r se­
p a ra d a s tan to de las relaciones sociales, la form a de la so­
ciedad d en tro la que constituyen actividades específica y va­
riablem ente correlativas, com o de las actividades personales
q u e constituyen sus únicos y concretos m odos de existencia.
Sin em bargo, en la sociedad capitalista la «producción m ate­
rial» es u n a form a específica determ inada y com prendida en
las form as de capital, de tra b a jo asalariado y de producción
dé m ercancías. E l hecho de que esta «producción m aterial»
haya sido ella m ism a producida p o r el desarrollo social de
form as de producción p articulares es, p o r tanto, la prim era
cuestión que debem os ten e r en cuenta si procuram os com ­
p re n d e r la naturaleza incluso de e sta producción, en la cual,
debido a los verdaderos desarrollos históricos,

« la v id a m a te r ia l s u r g e g e n e ra lm e n te c o m o e l fin, m ie n tr a s q u e
3a p ro d u c c ió n d e e s ta v id a m a te r ia l, e l tr a b a j o (q u e a h o r a es la
ú n ic a f o r m a p o s ib le a u n q u e ... n e g a tiv a d é la a c tiv id a d p e rso n a l)
a p a r e c e c o m o u n m ed io » (La.ideología..., p . 66).

P or o tra p arte, en la sociedad capitalista

«las fu e rz a s p r o d u c tiv a s p a r e c e n s e r c o m p le ta m e n te in d e p e n d ie n ­
te s y s e p a r a d a s d e lo s in d iv id u o s y c o n s titu ir u n m u n d o a u to -
s u b s is te n te p a r a le lo a lo s in d iv id u o s» (id., p . 65).

¿Qué es entonces una «fuerza productiva»? Son todos y


cada uno de los m edios de la producción y reproducción de
la vida real. Puede se r considerada com o u n tipo p a rticu la r de
producción agraria o industrial, aunque un tipo de estas ca­
racterísticas ya es cierto m odo de cooperación social y aplica­
ción y desarrollo de cierto volum en de conocim iento social.
La producción de esta específica cooperación social o de este
específico conocim iento social es llevada a térm ino p o r las
fuerzas productivas. En todas las actividades que efectuam os
dentro del m undo no producim os solam ente la satisfacción
de n u estras necesidades, sino tam bién nuevas necesidades y
nuevas definiciones de necesidades. Fundam entalm ente, den­
tro de este proceso histórico hum ano nos cream os a nosotros
m ism os y producim os n u estras sociedades; y es dentro de
estas form as variables y en desarrollo donde se realiza la
propia «producción m aterial», consecuentem ente variable tan ­
to en el m odo que adopta como en su esfera de acción.
Pero si esta es la posición fundam ental de Marx, ¿cómo
se explica que una definición m ás lim itada de las «fuerzas
productivas», y con ella una separación y u n a abstracción de
la «producción m aterial» y de la «base» «económica» o «ma­
terial», llegara no sólo a pred o m in ar d en tro del m arxism o,
sino a se r adoptada prácticam ente p o r todos los dem ás como
la definición del m arxism o? H allam os uno de los m otivos en
el desarrollo de c ierta polém ica. No era el m arxism o, sino los
sistem as co n tra los que el m arxism o luchaba y continúa lu­
c h a n d o quienes habían separado y ab straíd o varias p a rte s de
este proceso social to tal. Fue la afirm ación y la explicación de
las form as políticas y de las ideas generales y filosóficas como
independientes —«más allá»— del proceso social m aterial lo
que p ro d u jo u n tipo necesario de contra-afirm ación. En el
tran scu rso de la polém ica esta cuestión fue a m enudo exage­
rad a h a sta llegar a rep e tir, m ediante una sim ple reversión
de térm inos, el tipo de e rro r que com batía.
Sin em bargo, existen razones m ás pro fu n d as que ésta. Si
se vive en u n a sociedad capitalista son las form as capitalis­
tas las que se deben analizar. M arx vivía, y nosotros vivimos,
en u n a sociedad en la que verdaderam ente «las fuerzas p ro ­
ductivas parecen... c o n stitu ir u n m undo "autosubsistente"».
P or lo tan to , analizando el funcionam iento de las fuerzas pro­
ductivas que no son percibidas solam ente de este m odo, aun­
que realm en te lo son en algunos aspectos fundam entales, re ­
sulta sencillo, d e n tro del único lenguaje disponible, caer en
u n a descripción de las m ism as como si fu eran universales y
generales y com o si ciertas «leyes» de las relaciones que m an­
tienen con o tra s actividades constituyeran verdades funda­
m entales. E n consecuencia, el m arxism o to m a a m enudo el
color de u n tip o de m aterialism o específicam ente burgués y
capitalista. P odrían aislarse las «fuerzas productivas» consi­
derándolas com o la «industria» (e incluso a veces com o «in­
d u stria pesada»); y aquí re su lta nuevam ente significativa la
evidencia del lenguaje. Fue d u ran te la «Revolución In d u s­
trial» cuando la «industria» cam bió y pasó de ser una palabra
que describía una actividad hum ana de aplicación y esfuerzo
asiduos a se r una palabra que describe predom inantem ente
las instituciones productivas: «un m undo autosubsistente».
E ran, desde luego, instituciones capitalistas, y la propia «pro­
ducción» se hallaba eventualm ente subordinada al elem ento
capitalista, como ocurre hoy en las descripciones de la «in­
dustria del ocio» o de Ja «industria de las vacaciones». La su­
bordinación p ráctica de todas las actividades hum anas (con
una cláusula atenuante p ara ciertas actividades que eran de­
nom inadas «personales» o «estéticas») a los m odos y norm as
de las instituciones capitalistas se volvió cada vez m ás efec­
tiva. Los m arxistas, insistiendo en esto y p ro testan d o contra
ello, estaban presos en una am bivalencia práctica. En reali­
dad, la insistencia diluía la protesta. Se dice con frecuencia
que la insistencia era «demasiado m aterialista», un «m ateria­
lism o vulgar». Sin embargo, la verdad es que nunca fue lo su­
ficientem ente m aterialista.
Lo que suprim e cualquier noción de un «orden au tó su b -
sisténte» es el c a rácter m aterial de las fuerzas productivas,
que son las que producen una versión de la producción de
estas características. Con frecuencia constituye un m odo efi­
caz de su p rim ir la p len a conciencia de la verdadera n atu rale­
za de tal sociedad. Si la «producción», en la sociedad capi­
talista, es la producción de m ercancías p ara un m ercado, en­
tonces pueden hallarse térm inos diferentes pero- engañosos
p a ra cualquier otro tipo de producción y de fuerza productiva.
La producción m aterial directa de la «política» es lo que se
suprim e con m ayor frecuencia. No obstante, toda clase go­
b ern an te consagra u n a p a rte significativa de la producción
m aterial al establecim iento de u n -o rd e n político. El orden
social y político que m antiene un m ercado capitalista, como
las luchas sociales y políticas que lo crearon, supone nece­
sariam ente u n a producción m aterial. Desde los castillos, pa­
lacios e iglesias hasta las prisiones, asilos y escuelas; desde el
arm am ento de guerra hasta el control de la prensa, toda clase
gobernante, p o r m edios variables aunque siem pre de m odo
m aterial, produce un orden político y social' E stas actividades
no son nunca superestructurales. Constituyen la necesaria
producción m aterial dentro de la cual, en apariencia, sólo
puede ser desarrollado un m odo de producción autosubsis­
tente. La com plejidad de este proceso es especialm ente nota­
ble en las sociedades capitalistas avanzadas, donde está to tal­
m ente fuera de lugar aislar la «producción» y la «industria»
de la producción m aterial de la «defensa», la «ley y el orden»,
|M el «bienestar social», el «entretenim iento» y la «opinión pú-
iibUca». Fracasando en su in te n to de com prender el c arácter
-fcfllP^rnaterial de la producción de un orden político y social, este
^ |^ ^ - r n a t e r i a l i s m o especializado (y burgués) fracasó tam bién, aun-
. ^ f | « ^ ‘que de un m odo m ás conspicuo, en su intento p o r com pren-
^ IS lS S íd e r el carácter m aterial de la producción de un orden cul-
¡¡ip u raL .E l concepto de «superestructura» no era entonces una
É fceducción, sino u n a evasión.
. pero la dificultad reside en el hecho de que si rechazam os
idea ^e un «m undo autosubsistente» de fuerzas producti-
J a i v a s (industriales) y describim os las fuerzas productivas como
y cada una de las actividades del proceso social consi­
d e ra d o como totalidad, hem os planteado una crítica necesa-
yfljria, pero, al m enos en una p rim era instancia, hem os perdido
| | l p ;perspectiva y especificidad. S u p erar esta dificultad será labor
^ d e un análisis posterior; en p rim e r térm ino debem os especi-
|f|ficar, dentro del análisis cultural, los efectos negativos de Ja
^ v e rsió n especializada ;de las «fuerzas productivas» y de la
gf«producción». Podem os especificarlas en m ejores condiciones
^ d e n tro de la obra del propio M arx más que en los num erosos
^ejemplos que surgieron con posterioridad. En una n o ta a pie
if:íde página de los G rundrisse se explica que un fabricante de
«p^f-Apianos es un tra b a ja d o r productivo, com prom etido con el
¡C trabajo productivo, pero que u n pianista no lo es desde el
jÉf§P,momento en que su tra b a jo no es un tra b a jo que reproduce
^ c a p i t a l . La extraordinaria insuficiencia de esta distinción en
|i||icu ah to al capitalism o avanzado, en el cual la producción de
..¡ipilpll música (y no solam ente de sus instrum entos m usicales) cons-
tituye una ram a im p o rtan te de la producción capitalista, pue-
^ de ser solam ente una ocasión de ponerse al día. Pero el ver-
ú w ^ ^ ' dadero e rro r es m ucho m ás fundam ental.
M arx, en su prolongado y brillante análisis de la sociedad
^ c a p ita lis ta estuvo tra b a ja n d o con —y m ás allá de— las ca-
tí tegorías de la econom ía política burguesa. Su especificación
del «trabajo productivo» fue desarrollada, en dicha nota, a
^ • .p a r t ir de Adam Sm ith. Y todavía tiene sentido (o puede ser
revisada a fin de que tenga sentido) en tales térm inos bur-
• |p f ¡ Í gueses. P or lo tanto, la producción consiste en tra b a ja r sobre
m aterias prim as con el objeto de p roducir m ercancías que for-
men p a rte del sistem a capitalista de distribución e intercam -
. bio. E n consecuencia, un piano es una m ercancía y la m úsica
no lo es (o no lo era). A este nivel, y dentro de un' análisis
! ' del capitalism o, no existe ninguna dificultad m ayor hasta
t q u e llega el m om ento en que com prendem os que resultado
necesario d e ello es la proyección (o la alienación) de todo
u n cu erp o de actividades q u e deben se r aisladas b a jo las d e ñ o ^ i
m inaciones de: «el rein o del a rte y las ideas», la « e sté tic a » ;'!®
«ideología» o, m enos halagüeñam ente, «la su p e re stru c tu ra » ®
N inguna de ellas, e n consecuencia, puede se r comprendida®?
com o lo que son en realidad: p rácticas reales, elem entos
un proceso social m aterial total; no un reino o u n mundo-ioW
u n a su p e re stru c tu ra , sino una num erosa serie de prácticaSM
p ro d u ctiv as variables que conllevan intenciones y c o n d ic io n e s^
específicas. N o c o m p ren d er esta cuestión im plica n o solamervM
te p e rd e r contacto con la realidad de estas prácticas, com o h l ®
o cu rrid o rep e tid a m en te en algunas m odalidades de análi$i|f|¿:
derivadas de los térm in o s de este m aterialism o especializado^?
(industrial), sino tam b ién iniciar el difícil proceso com pleto'^!
de d e scu b rir y d escrib ir las relaciones existentes e n tre todaj$¡|
e sta s p rác tic a s y e n tre ellas y las o tra s p rácticas q u e h a n sitfew
aisladas com o «producción», com o «la base» o com o el
do autosubsistente», desde u n a posición extrem adam ente ifí^Hf
conveniente e inepta. E n realidad, significa in iciar de a rr ib a :á l|f |
ab a jo este tip o d e tra b a jo sum am ente difícil s o s te n ié n d o s e ^ !
con u n solo pie. E ste tipo de proezas acrobáticas n o son im po^lgl
sibles e incluso se h an realizado. Sin em bargo, se ría m ás
zonable volver a apoyarnos e n los dos pies y o b se rv a r nuesi-w l
tra s v erd ad eras actividades productivas sin co n sid erar a p r io - J j||
ri que solam ente algunas de ellas son actividades m ate ria le s':® ;
4. Del reflejo a la mediación

ká consecuencia h ab itu al de la fórm ula base-superestruc-


con sus interpretaciones especializadas y lim itadas de
- A ja s fuerzas productivas y del proceso de determ inación, es
i M f á n a - ’descripción —y con frecuencia incluso u n a teoría— del
Í l l Í Í f a $ ? y del pensam iento considerados com o u n «reflejo». La
i^ ^ ñ q n e táfo ra del «reflejo» tiene una larga h isto ria e n el análisis
11 arte y de las ideas. N o o b stan te, el proceso físico y la
delación que éste im plica han probado se r com patibles con
Muinerosas teorías radicalm ente diferentes. P or lo tan to puede
í?debirse que el a rte «refleja el m undo verdadero», sosteniendo
í*él 'espejo a la a ltu ra de la naturaleza», aunque cada térm ino
jdl' éste tipo de definición h a sido difundido y necesariam ente
debatido. El a rte puede se r entendido como lo que refleja no
® l a s m eras apariencias», sino la «realidad» que se h alla tra s
filfa s : la «naturaleza interior» del m undo o sus «form as cons-
J|títú tiv as» ; y puede s e r entendido tam b ién com o reflejo no del
Jic«fnundo inanim ado», sino del m undo tal como és visto en la
^M í& ente del a rtista . La elaboración y la com plejidad qüe alcan-
¿iáñ las elaboraciones de e ste tipo son notables.
líii^El m aterialism o surge p a ra o c u p ar u n a posición de desafío
jftindamental co n tra las m encionadas concepciones. Si él m un-
f /do real es m aterial, puede se r v isto en sus form as constitu-
'" t i v a s ; sin em bargo estas form as no serán m etafísicas, y el
^ re fle jo será necesariam ente el reflejo de una realidad m ate-
« J^rial. Esto puede conducir al concepto de u n reflejo «falso» o
^ -«distorsionado» en el que hay algo (la m etafísica, la «ideolo­
gía») que evita el verdadero reflejo. Del m ism o m odo, la «men­
te del artista» puede se r considerada en sí m ism a m aterial­
m ente condicionada; su reflejo, p o r lo tanto, no es indepen­
diente, sino que es en sí m ism o u n a función m aterial.
Dos versiones de este m aterialism o tom aron puestos do­
m inantes en el pensam iento m arxista. E n p rim e r lugar la in­
terpretación de la conciencia como m eros «reflejos, ecos, fan­
tasm as y sublim ados», que fue exam inada en relación con uno
de los conceptos de ideología que se h a n expuesto. Sin em ­
bargo, como com plem ento necesario de este inform e reduc­
tivo se hizo hincapié en u n a in terp retació n alternativa de la
conciencia considerada como «verdad científica» basada en el
verdadero conocim iento del m undo m aterial. E sta alternativa
pudo ser am pliada con u n a facilidad relativa a fin de incluir
las descripciones del «conocimiento» y el «pensamiento», aun­
que p o r razones que resultan obvias el «arte» quedó relativa­
m ente rechazado y abandonado. En esta versión, la descrip­
ción m ás com ún del arte constituyó una teoría positivista en
la cual la m etáfora del «reflejo» tuvo una función fundam en­
tal. La verdadera función del arte fue definida en térm inos
de «realismo», o, con m enor frecuencia, en térm inos de «na­
turalism o», am bos del siglo xix y m uy afectados p o r los con­
ceptos de ciencia asociados a ellos. El arte reflejaba la rea­
lidad; si no lo hacía e ra falso e insignificante. Y ¿qué era la
realidad? .La «producción y reproducción-de la vida real»,
ahora com únm ente descrita como «la base» y con. el a rte
como p a rte de su «superestructura». La am bigüedad resulta
evidente. Una doctrina del m undo real expresada en él m ate­
rialism o de los objetos conduce a un tipo de teoría del arte:
.la exposición de los objetos (incluyendo las acciones hum a­
nas como objetos) «tal como son realm ente». Pero esto sólo
puede m antenerse, en su form a m ás sim ple, considerando «la
base» como objeto, consideración que ya ha sido examinada.
C onsiderar «la base» como proceso complica inm ediatam ente
el esquem a reflejo-objeto que había presentado una aparien­
cia ta n sólida.
E sta com plicación fue com batida en definiciones rivales so­
b re el «realismo» y el «naturalism o». Ambos térm inos habían
tenido su. origen en un acentuam iento radical y secular del
conocim iento social hum ano. E l naturalism o fue una alterna­
tiva ante el supem aturalism o; el realism o, una alternativa,
frente a un tipo de arte deliberadam ente falsificador («rom án­
tico», «mistificador», «embellecedor»). No obstante, la circuns­
cripción de cada concepto a una doctrina especial del «ob­
jeto como realm ente es» red u jo el desafío radical que invo­
lucraba. La producción del a rte fue incorporada a una doc­
trin a objetivista, estática, dentro de la cual la «realidad», «el
m undo real», «la base», podían conocerse separadamente
p o r m edio de los criterios de la verdad científica; y sus «re­
flejos» en el arte podían juzgarse m ediante su conform idad o
su falta de conform idad con ellos: de hecho, con sus versiones
positivistas.
Fue precisam ente en este punto donde se hizo necesaria
una teoría m aterialista diferente, ya que el esquem a objeto-
reflejo sólo podía ser verdaderam ente ejem plificado o veri-
' ficado en casos m uy sim ples. P or o tra parte, ya existía una
' distinción fundam ental e n tre el «m aterialism o m ecánico»
_que veía el m undo como objetos y excluía la actividad— y
; el «m aterialism o histórico» —que veía el proceso, m aterial de
(J a vida com o una actividad hum ana. Las teorías m ás sim-
vples del «reflejo» estab an basadas en u n m aterialism o m ecá­
nico. Sin em bargo, parecía factible una nueva descripción si
r «el m undo real», en lugar de ser aislado como objeto, fuera
: entendido como proceso social m aterial con ciertas cualida­
des y tendencias inherentes. Como ocurrió originariam ente
con el idealism o, aunque en e ste caso con una especificidad
modificada, podía considerarse que el arte reflejaba-las fu er­
zas esenciales y los m ovim ientos correspondientes, y no ob­
jetos aislados y acontecim ientos superficiales. E sto consti­
tuyó a su-vez la base necesaria p a ra la distinción e n tre «rea­
lismo» (dinámico) y «naturalism o» (estático).
Sin em bargo, es evidente que esto es radicalm ente.incom ­
patible con cualquier .doctrina del «reflejo», excepto.en una
adaptación especial’ y m odificada. E l m ovim iento realizado
desde el objetivism o a b s tra c to . hasta esta acepción de un
proceso o b jetiv a d o 're su ltó decisivo. No obstante, el sentido
del proceso objetivado puede ser rem itido de inm ediato y re­
trospectivam ente a su condición originaria objetivista y abs­
tracta a través de una definición de las «leyes» (descubiertas
y testificadas científicam ente) de este proceso que ya. son co­
nocidas. Por lo tanto, puede definirse el arte com o lo que
«refleja» estas leyes. Lo que ya es conocido de otro m odo
como' realidad fundam ental del proceso social m aterial es
reflejado p o r el arte de una m anera que le es propia. Si no
ocurre así (y la p ru eb a es aprovechable com parando este co­
nocim iento dado de la realidad con cualquier verdadero arte
producido), entonces se da e l caso de la distorsión, la falsi­
ficación o la superficialidad: no es arte, sino ideología. Se
hicieron posibles entonces algunas am pliaciones im prudentes
de nuevas distinciones categóricas: no u n arte progresista,
sino un arte reaccionario; no u n arte socialista, sino u n arte
burgués o capitalista; no un arte, sino una cultura de m a­
sas; y así sucesivam ente casi h a sta el infinito. P or ló tanto, la
decisiva teoría del arte considerado como reflejo no de los
objetos, sino de los procesos históricos y sociales, reales y
verificables, fue sostenida y elaborada am pliam ente. La. teoría
se convirtió en u n program a cultural a la vez que en u n a es­
cuela crítica.
Desde luego, h a sido severam ente atacada desde posiciones
m ás antiguas y con frecuencia m ás sustanciosas. H a sido
am pliam ente identificada com o una consecuencia perjudicial
de la persp ectiv a m aterialista. U na vez m ás, sin em bargo, lo
que no es correcto en la teo ría no resu lta suficientem ente
m aterialista. La consecuencia m ás p erjudicial de cualquier
teo ría del a rte considerado com o reflejo es que, a través de
su p ersuasiva m etáfo ra física (en la que hay un reflejo cuan­
do, según las propiedades físicas de la luz, un objeto o m o­
vim iento e n tra en contacto con u n a superficie reflejante: el
espejo y, luego, la m ente), tiene éxito en su propósito de su­
p rim ir el verdadero tra b a jo sobre lo m aterial —en u n sen­
tido definitivo, sobre el proceso social m aterial— que cons­
tituye la producción de cualquier tra b a jo artístico. Proyec­
tando y alienando e ste proceso m aterial a u n «reflejo», fue
suprim ido el c a rá c te r m aterial y social de la actividad a rtís ­
tica, del tra b a jo a rtístico que es a la vez «m aterial» e «imagi-
nátivó». Fue en este p u n to donde la idea del reflejo fue im ­
pugnada p o r la idea de la «mediación».
La. «m ediación» in ten tab a d escrib ir un proceso activo. Su
sentido general p redom inante h ab ía sido u n acto de interce­
sión, reconciliación o in terp retació n e n tre elem entos opues­
tos o extraños. P ara la filosofía idealista había sido u n con­
cepto;, de reconciliación e n tre opuestos d e n tro de una totali­
dad. Asimismo, se había desarrollado un sentido m ás n eu tral
de la interacción e n tre fuerzas diferentes. La distinción exis­
ten te e n tre lo «m ediato» y lo «inm ediato» había sido desa­
rro llad a acentuando la «m ediación» como conexión indirecta
ó m edio e n tre diferentes tipos de actos..
P or tan to , resu lta sencillo co m p ren d er la atracción que
ejerce la «mediación» como térm ino q u e describe el proceso
de relación e n tre «sociedad» y «arte» o e n tre «la base» y «la
superestructura». No hem os de esp erar e n c o n trar (o encon­
t r a r siem pre) realidades sociales d irectam en te «reflejadas»
en el arte, ya que pasan (a m enudo o siem pre) a través de
u n proceso de «mediación» en el cual su contenido originario
es m odificado. Sin em bargo, e sta proposición general puede
ser com prendida de m aneras m uy diferentes. El cam bio in­
volucrado en la m ediación puede ser, sim plem ente, una cues­
tión de expresión indirecta: las realidades sociales son «pro­
yectadas» o «disfrazadas» y el proceso de su recuperación
consiste en tra b a ja r nuevam ente con sus form as origina­
rias a través de la m ediación. Ateniéndose principalm ente al
concepto de «ideología» como distorsión (basada en la clase),
este tipo de análisis reductivo y de «remoción», «revelación»
0 «desenm ascaram iento» h a sido h ab itu al en la o b ra marxis-
ta. Si quitam os de en m edio los elem entos de lá m ediación se
hará evidente u n á re a de realidad, y en consecuencia, el área
de los elem entos ideológicos que distorsionaban su percep­
ción o que d eterm inaban su presentación. (En n u e stra propia
época este sentido de la m ediación h a sido especialm ente
' aplicado a «los m edios de com unicación de m asas», que son
’ em pleados p a ra d isto rsio n ar y p re se n ta r la «realidad» de un
modo ideológico.)
Sin em bargo, este sentido negativo de la «mediación»
—que h a sido -laboriosam ente sostenido p o r conceptos psi-
coanalíticos tales como «represión», «sublim ación» y «racio­
nalización» en u n a acepción próxim a al sentido negativo de
«ideología»— , h a coexistido con u n sentido que se ofrece
como positivo. É sta es especialm ente la contribución de la
Escuela de F ran k fu rt. P ara ella el cam bio involucrado en la
«mediación» no es com prendido necesariam ente com o una
distorsión o u n disfraz. Todas las relaciones activas e n tre di­
ferentes tipos de existencia y conciencia son inevitablem ente
reconciliados, m ediatizados; este proceso no com porta una
m ediación separable —u n «medio»-—, sino que es intrínseco
respecto de las propiedades q u e m anifiestan los tipos aso­
ciados. «La m ediación se h alla en el p ro p io objeto, no es algo
que se halle e n tre el objeto y en lo que éste da.» 1 Por lo
tanto la m ediación es un proceso positivo d en tro de la rea­
lidad social antes que u n proceso agregado a ella p o r m edio
de la proyección, el encubrim iento o la interpretación.
R esulta difícil sa b er con certeza cuánto se gana su stitu ­
yendo la m etáfo ra de la «mediación» p o r la m etáfora del «re­
flejo». P or una p arte, va m ás allá de la pasividad que carac­
teriza a la teo ría del reflejo; indica u n proceso activo de al­
gún tipo. P or la o tra, en casi todos los casos p erp etu a un
dualism o básico. E l a rte no refleja la realidad social; la su­
p e re stru c tu ra no refleja la base directamente', la cu ltu ra es
una m ediación de la sociedad. No obstante, es virtualm ente
im posible so sten er la m etáfo ra de la «mediación» (V erm itt-
lung) sin algún sentido de áreas u órdenes de la realidad se­
parados o preexistentes e n tre los cuales tiene lugar el proce­
so m ediador de un m odo tan to independiente com o determ i­
nado p o r sus naturalezas precedentes. E n la práctica, y dentro
de la herencia de la filosofía idealista, el proceso es habi­

1. T. W. A d o r n o , Thesen zur Kunstsoziologie, e n « K o ln c r Zeit*


schrift für Soziologie und Sozialpsychologie», X IX , l (marzo de 1967).
tualm ente considerado una m ediación e n tre categorías teni­
das p o r diferentes e n tre sí. En esta esfera de su aplicación,
p o r lo tanto, la m ediación parece ser poco m ás que una ela­
boración del reflejo.
El problem a fundam ental es obvio. Si la «realidad» y
«hablar de la realidad» (el «proceso social m aterial» y el «len­
guaje») son entendidos como categóricam ente diferentes, los
conceptos como «reflejo» y «mediación» resu ltan inevitables.
La m ism a presión puede observarse en los intentos de in ter­
p re ta r la frase m arxista «la producción y reproducción de la
vida real» como si la producción fuera el proceso (económi­
co) social prim ario y la «reproducción» su c o n tra p artid a «sim­
bólica», «significativa» o «cultural». Tales in ten to s son alter­
nativas al hincapié m arxista en una «conciencia práctica» in­
herente y constitutiva o, en el m ejor de los casos, m odos de
especificar sus actividades reales. Desde u n principio el p ro ­
blem a es diferente si com prendem os el lenguaje y la signifi­
cación como elem entos indisolubles del proceso social m a­
terial involucrados perm anentem ente tan to en la producción
como en la reproducción. Las form as adoptadas p o r el des­
plazam iento y la alienación verdaderos experim entados en las
sociedades de clases han conducido a conceptos recurrentes
y de relaciones aisladas entre órdenes «separados»: el «re­
flejo» a p a rtir del pensam iento idealista, a través del n a tu ra ­
lism o h a sta alcanzar un tipo de m arxism o positivista; la «me­
diación» a p a rtir del pensam iento religioso, a través de la
filosofía idealista hasta alcanzar las variantes hegelianas del
m arxism o. E n la m edida en que indica un proceso activo y
sustancial, la «mediación» es siem pre el concepto m enos
alienado. En su desarrollo m oderno alcanza el sentido de la
conciencia constitutiva inherente y en cualquier caso es im ­
po rtan te como alternativa al sim ple reduccionism o en que
cada acto o trab ajo verdadero es m etódicam ente retro traíd o
a una categoría prim aria aceptada, habitualm ente especifica­
da (autoespecificada) como «la realidad concreta». Sin em-'
bargo, cuando el proceso de m ediación es considerado positi­
vo y sustancial, proceso necesario de producción de significa­
dos y valores en la form a necesaria del proceso social general
de la significación y la comunicación, es exclusiva y verdade­
ram ente un obstáculo describií'lo totalm ente como «media­
ción», ya que la m etáfora nos retro trae, en el m ejor de los
casos, al verdadero concepto de lo «interm ediario») que es
rechazado por este sentido fundam ental y constituyente.
5. Tipificación y homología

Un m odo im p o rta n te de resta b le c er la idea del «reflejo»


y de o to rg a r una solidez p a rtic u la r a la idea de la «mediación»
rad ica en el concepto de «tipicidad». E ste concepto ya era
sum am ente im p o rtan te en el pensam iento del siglo xix desde
dos perspectivas generales. Prim ero, existía el concepto, como
en el caso de Taine, del tipo «ideal»: u n a definición norm al­
m en te vinculada a los «héroes» en la lite ra tu ra ,. que eran
vistos com o «los caracteres im p o rtan tes, las fuerzas elem en­
tales, las capas m ás p ro fu n d as de la naturaleza hum ana».
É sta es una definición m uy tradicional que p rese n ta obvias re­
ferencias retrospectivas a A ristóteles, en quien la noción de
tipicidad es en realidad u n a in terp retació n de los «universa­
les»: los elem entos p erm an en tem en te im portantes de la na­
tu raleza hum ana y de la condición hum ana. En tan to Tesulta
n a tu ra l asociar los «universales» con form as de pensam ien­
to religiosas, m etafísicas o idealistas, tam bién puede argu­
m en tarse que los elem entos p erm anentes de la situación so­
cial hum ana, m odificados siem pre — desde luego— p o r si­
tuaciones históricas específicas, son «típicos» o «universales»
en u n sentido m ás secular. Las dim ensiones sociales, h istó­
ricas y evolutivas de la natu raleza h u m an a pueden s e r ex­
p resad as, en térm inos seculares, com o diferentes del idealis­
m o y de un «sociologismo» no histórico o no evolutivo. El
concepto de Lukács (hegeliano-modificado) de los «individuos ■
h istóricos universales» constituye u n ejem plo de «tipo» en
este sentido.
O tra orientación, asociada específicam ente con las nuevas
d o ctrin as del realism o, fue im puesta p o r Belinsky, Cherny-
shevsky y Dobrolyubov y adquirió influencia en el m arxism o.
Aquí lo «típico» es el c a rá c te r o situación plenam ente «ca­
racterística» o plenam ente «representativa»: la figura especí­
fica a p a rtir de la cual podem os extrapolam os razonablem en­
te; o, inversam ente, la figura específica que concentra e inten­
sifica u n a realid ad m ucho m ás general. E ntonces, resu lta
sencillo com prender cóm o la noción del «reflejo» puede ser
redefinida de m aneras que p arecen su p e ra r sus lim itaciones
m ás evidentes. No es la «m era superficie» o «solam ente apa­
riencias» lo reflejado en el arte, sino la realidad «esencial»,
«fundam ental» o «general»; y esto o cu rre m ás com o proceso
in trín seco que com o proceso separado en el tiem po. Desde
luego, debe o bservarse entonces que el «reflejo» es u n m odo
extrem ad am en te singular de d escribir los procesos de con­
cen tració n in trín se c a que indica este nuevo sentido. Sin em ­
bargo, la enm ienda p erm itió la continuación de las form ula­
ciones generales h a s ta que alcanzaron el efecto de que «el
a rte refleja la realid ad social», aunque especificando sus p ro ­
cesos detallados de u n m odo m ás figurativo (selectivo o in­
tensivo).
E n realidad, sólo h ab ía que agregar u n elem ento p a ra con­
form ar, u n a influyente teoría m arxista del arte: la insistencia
e n el hecho de que la «realidad social» es. un proceso diná­
m ic o ,y que este m o vim ien to es reflejado p o r la «tipificación».
E l a rte ,,a tra v é s de los m edios figurativos, tipifica, «los elem en­
to s y las tendencias de la realid ad que se rep iten de acuerdo
co n leyes regulares, aunque c a m b ia n ju n to con las circuns­
tan c ias cam biantes» (Lukács). La descripción de la realidad
social com o u n proceso dinám ico significa p o r lo ta n to u n
avance m ás im p o rta n te que, sin em bargo, está calificado y en
algún sentido an u lad o p o r la referen cia fam iliar y om inosa a
«le^es».. E xiste u n peligro evidente de red u c ir e sta teo ría al
a rte en ten d id o com o la tipificación (la representación, la ilus­
tración) de sus leyes («conocidas») y no del proceso diná­
m ico. E n el pen sam ien to m etafísico e idealista, u n a teoría
sim ila r h a b ía incluido no sólo el reconocim iento de lo esen­
cial, sino, á trav és de este reconocim iento, u n a indicación de
su deseabilidad o inevitabilidád,-según las leyes básicas de
la realidad. Ig u a lm e n te ,' una fo rm a cóinún de e sta teoría
m arx ista indicó no sólo el reconocim iento de la realid ad (so­
cial e h istó rica), sino tam bién u n a dem ostración de sus m o­
vim ientos inevitables (y deseables) según las leyes (científicas)
de la h isto ria y la sociedad. C iertam ente, en- una ten d en cia/
el «realism o socialista», el concepto de «tipo ideal» asum ió
connotaciones del concepto de «hom bre futuro». C ualquiera
de e sta s posiciones puede ser defendida; s ir i. em bargo, el
concepto de «tipicidad» re su lta in to lerab lem en te confuso
debido a su variedad.
En térm in o s generales el sentido de «tipicidad» que ofre­
ce u n a m ayor consonancia con el m arxism o es aquel que se
b asa en el reconocim iento de un proceso fundam ental y cons­
titu tiv o de la realid ad h istó rica y social que es expresado es­
pecíficam ente en algún «tipo» p a rticu lar. E ste m ovim iento
asociado, de reconocim iento y m edios de expresión específi­
cos, constituye uno de los sentidos m ás com unes y Serios que
adopta la «m ediación», a p esar de las desventajas básicas
que caracterizan a dicho térm ino. N o obstante, el concepto
de «tipo» puede se r com prendido desde dos perspectivas ra ­
dicalm ente diferentes: com o «emblema» o «símbolo», o como
ejem plo representativo de una clasificación significativa. Den­
tro del pensam iento m arxista h a sido este últim o sentido el
que ha predom inado (incluso cuando ha sido calificado p o r
los reconocim ientos del a rte «em blem ático» o «simbólico»
como auténtico en térm inos de un sentido am pliado de la
«representación» y la «significación»). Existe u n presupues­
to p ersistente basado en una realidad conocible (con frecuen­
cia totalm ente conocible) en función de la cual la tipificación
será reconocida y verificada con certeza (en u n proceso nor­
m al en la «crítica m arxista»). E ste presu p u esto reproduce
de un m odo m ás com plejo y a veces sum am ente sofisticado
el dualism o básico de todas las teorías centradas en el con­
cepto del «reflejo» o, en su sentido m ás corriente, en el
concepto de «m ediación»; o, podem os agregar ahora, en el sen­
tido co rriente que asum e el concepto de «tipificación».
En los últim os tra b a jo s de la E scuela de F ran k fu rt, y de
u n m odo diferente eri la o b ra de los m arxistas estructuralis-
tas, se d esarro llaro n otro s conceptos; especialm ente notable
fue el concepto de las «correspondencias», q u e p resen ta al­
gunas relaciones in teresan tes con u n a varian te del concepto
de «tipo»; y asim ism o, el concepto radicalm ente nuevo de
«homología».
La noción e stric ta de «correspondencias» se h alla en el
polo opuesto al que ocupa la «tipicidad». W alter B enjam in,
tom ando el térm ino de B audelaire, lo utilizó p a ra describir
«una experiencia que p ro cu ra establecerse a p ru eb a d e crisis.
E sto sólo es posible d en tro del reino de lo ritual».1 El ver­
dadero proceso de la producción del arte es entonces la cris­
talización de tales experiencias, p o r m edio de dichos m étodos.
Su presencia y su au ten ticid ad pueden ser reconocidas m e­
diante lo que B enjam in denom ina su «aura». Una definición
de este tipo puede m antenerse en un sim ple nivel subjetivista
o puede m ovilizarse hacia las abstracciones corrientes del
«mito», del «inconsciente colectivo» o de «la im aginación
creativa». B enjam in la movilizó en el sentido de estas ú lti­
m as alternativas; sin em bargo, tam bién lo extendió funda­

1. Zeitschrift für Sozialforschurtg, V, 1, F rankfurt, 1936.


m entalm ente h a sta «el proceso histórico», en u n a relación
p a rticu la r con su com prensión de las condiciones sociales y
m ateriales cam biantes que presenta el verdadero trab ajo ar­
tístico. E n tretan to , y más generalm ente, la Escuela de Frank-
fu rt estaba desarrollando la idea de las «imágenes dialécti­
cas» com o cristalizaciones del proceso histórico. E ste con­
cepto se halla m uy próxim o a un sentido del concepto de
«tipo», apo rtan d o un nuevo sentido histórico y social asocia­
do con el arte «emblemático» o «simbólico».
La idea de las «imágenes dialécticas» evidentem ente nece­
sita una definición. Adorno se lam entaba de que, en manos
de Benjam ín, eran a m enudo realm ente «reflejos de la rea­
lidad social» reducidos a una «simple facticidad». Las «imáge­
nes dialécticas», continúa explicando Adorno, «no son m ode­
los de productos sociales, sino m ás bien constelaciones obje­
tivas dentro de las cuales la condición social se representa a
sí m ism a». «Nunca puede esperarse que sean un "‘pro d u cto ’’
ideológico, o en general un "producto" social.» É ste aserto
depende de una distinción en tre ej «verdadero proceso social»
y las num erosas form as fijas, en la «ideología» o los «pro­
ductos sociales», que aparecen sim plem ente con el objeto de
rep resen tarlo o expresarlo. El verdadero proceso social es
siem pre m ediado (arbitrado) y una de las form as positivas de
tal m ediación es la genuina «imagen dialéctica». P or supues­
to, todavía existe un problem a en la descripción de toda con­
ciencia inherente y constitutiva como «m ediada», aun cuan­
do esta m ediación es ella m ism a reconocida com o inherente.
Sin em bargo, en otros aspectos constituye un paso fundamen-_
tal hacia el reconocim iento d el-arte como proceso prim ario.
E sto fue lo m ism o que deseaba exponer B enjam ín, excepto
p o r el hecho de que, dependiendo m enos de la p rio rid ad ca­
tegórica de la «mediación», procuró ubicar un tipo de proce­
so ju n to al o tro y explorar su relaciones en lo que realm en­
te debe se r com prendido como la exploración de las «corres­
pondencias» (conexiones) en u n sentido que resu lta m ucho
m ás literal y fam iliar.
P or lo tanto, y desde un ángulo teó rico ,'¿q u é son estas
correspondencias y cuál es su relación con el concepto de
«homología», aparentem ente m ás riguroso? A cierto nivel,
las correspondencias son sem ejanzas, en p rácticas específicas
aparentem ente m uy diferentes, de las que puede dem ostrar­
se a través del análisis que son expresiones y respuestas di­
rectas y directam ente relacionadas de un proceso social gene­
ral. Existe un ejem plo de ello en la sorprendente pero con­
vincente configuración elaborada p o r B enjam ín a propósito
de los trap ero s, los «bohemios», y los nuevos m étodos poéti­
cos de P arís bajo el Segundo Im perio. De un m odo caracte­
rístico, todos los ejem plos aducidos p a ra estas sem ejanzas
resultan altam ente específicos. Se cen tra en el poem a de Bau-
delaire E l vino de los traperos, pero se am plía a una esfera
m ás extensa de nuevos tipos de actividad dentro de la ex trao r­
dinaria expansión com ercial de la ciudad. En consecuencia,
y a otro nivel, las correspondencias no son sem ejanzas sino
más bien analogías, com o ocurre en el caso de la figura del
vagabundo y en Jas form as correspondientes de la observación
versátil é independiente que tiene lugar en el periodism o pa­
norám ico, en el relato policíaco y en la poesía sobre el aisla­
m iento que se da dentro de la m uchedum bre de las ciudades.
Nuevam ente, esta evidencia es directa y específica; no obstan­
te, lo que su ste n ta es la correspondencia de u n a perspectiva
de observación, y p o r lo tan to de una instancia literaria, en
form as sociales y literarias diferentes. A u n te rc e r nivel, las
correspondencias no son ni sem ejanzas ni analogías, sino
conexiones desplazadas, com o ocurre en el ejem plo expuesto
p o r Adorno sobre la relación (negativa) existente en tre los
«juegos de núm eros» vieneses (desde u n nuevo sistem a tonal
en la m úsica h a sta el positivism o lógico) y el (atrasado) esta-;
do en que se hallaba el desarrollo m aterial austríaco, dadas
sus capacidades intelectuales y técnicas. E n este punto, m ien­
tra s la evidencia inm ediata es directa, la plausibilidad de la
relación n o depende solam ente del análisis form al del proce­
so social histórico, sino tam bién de la consecuente deduc­
ción de un desplazam iento o incluso de u n a ausencia.
C ualquiera de estos niveles puede se r vagam ente descrito
com o «homología»; sin embargo, este concepto en sí m ism o
cuenta con una significativa esfera de acción. Se extiende
desde la acepción de sem ejanza hasta la acepción de analo­
gía en térm inos que resu ltan directam ente observables; aun­
que involucra asim ism o, y de m odo m ás influyente, una acep­
ción de form as o estructuras correspondientes, que, necesa­
riam ente, son los resultados de diferentes tipos de análisis.
E l concepto de «homología» fue desarrollado en las ciencias
de la vida, en donde incluía una distinción fundam ental del.
concepto de «analogía». La «homología» es la correspondencia
en el origen y e n el desarrollo; la «analogía» lo es en la apa­
riencia y en la función. La distinción con esto relacionada
e n tre «estructura» y «función» resulta directam ente relevante.
P or lo tan to , existe una esfera de acción que se desarrolla a
p a r tir de la «hom ología general» (la relación de u n órgano
con u n tipo general) y a través de la «homología gradual»
(órdenes de conexión asociados) h a sta la «hom ología espe­
cial» (la correspondencia existente e n tre una p a rte de u n o r­
ganism o y o tra p a rte de o tro organism o). La extensión de
esto s sentidos o acepciones al análisis social o cu ltu ral re­
su lta sugestiva aunque en sí m ism a es norm alm ente ana­
lógica.
La distinción fundam ental que existe d e n tro -d el análisis
c u ltu ra l e n tre las v arian tes de la «correspondencia» y la «ho­
m ología» debe relacionarse con las distinciones teóricas fun­
dam entales que ya h a n sido exam inadas. P o r lo tan to , «corres­
pondencia» y «homología» pueden ser variantes sofisticadas de
u n a teo ría del reflejo o de la «mediación» en su sentido dua­
lista. Un fenóm eno c u ltu ral adquiere su plena significación
sólo cuando es com prendido com o u n a fo rm a (conocida o
conocible) de u n proceso social general o de u n a estru c tu ra.
P or lo ta n to la distinción que se h ace e n tre proceso y es­
tru c tu ra re su lta crucial. Las sem ejanzas y las analogías e n tre
d iferen tes p rác tic a s específicas son norm alm ente relaciones
dentro de un proceso que operan hacia dentro desde form as
j p a rtic u la re s h a c ia una fo rm a general. Las conexiones despla­
zadas, y la im p o rta n te idea de las estructuras homótogas,
dependen m enos de u n proceso inm ediatam ente observable
que de u n análisis e stru c tu ra l h istórico y social com pleto en
el que una fo rm a general se h a vuelto m anifiesta y las in sta n ­
cias específicas de esta fo rm a puederj s e r descubiertas; no
en su contenido —p arcial ni totalm ente-—, sino en fo rm as es­
pecíficas y autónom as que finalm ente están relacionadas.
E stas distinciones tienen u n a considerable im p o rtan cia
práctica. Las dos, «correspondencia» y «homología», e n cier­
tos sentidos p u ed en s e r m odos de exploración y análisis, de
u n p roceso social que es com prendido desde el principio com o
u n com plejo de actividades específicas aunque relacionadas.
Sin em bargo, la selección se h alla obviam ente involucrada;
y com o cuestión de principio no existe u n a distinción a priori
e n tre lo necesario y lo contingente, lo «social» y lo «cultu­
ral», la «base» y la «superestructura». La correspondencia y
la hom ología constituyen entonces relaciones específicas y no
form ales: ejem plos de verdaderas relaciones sociales d en tro
de su p ráctica variable que tienen una m odalidad de origen
com ún. O, nuevam ente, la «correspondencia» y la «homolo­
gía» p u ed en s e r com prendidas como form as de lo «típico»;
cristalizaciones, en cam pos que en apariencia n o están rela-
don ad o s, de u n proceso social q u e no se halla plenam ente
representado e n p a rte alguna pero que e stá específicam ente
presente, en form as determ inadas, d en tro de u n a esfera de
acción que corresponde a actividades y trab ajo s diferentes.
P or o tra p a rte , la «correspondencia» y la «homología» pue­
den co n stitu ir efectivam ente reform ulaciones del esquem a
b ase-su p erestru ctu ra y del sentido «determ inista» de la de­
term inación. E l análisis com ienza a p a rtir de una e stru c tu ra
conocida de la sociedad o de u n conocido m ovim iento de la
h isto ria. E n consecuencia, el análisis específico descubre
ejem plos de este m ovim iento o de esta e stru c tu ra en tra b a ­
jos culturales. O, en los casos en que la «correspondencia»
parece in d icar u n a id ea del reflejo dem asiado sim ple, el aná­
lisis está dirigido a u n a hom ología form al o estru c tu ral entre
u n orden social, su ideología y sus form aciones culturales.
E n relación con e sta ú ltim a m odalidad se h an realizado tra ­
b ajos sum am ente im p o rtan tes (por ejem plo, la ta re a de Gold­
m ann). Y los problem as prácticos y teóricos que origina son
graves. E l efecto p ráctico que resu lta m ás evidente consiste
en u n a selectividad extrem a. Sólo la evidencia cu ltu ral que
provee la hom ología es p rese n tad a directam ente. La demás
evidencia es rechazada, a m enudo con la explicación de que la
evidencia significativa es la hom óloga y constituye u n m edio
de d istin g u ir a las «grandes obras» del resto. Teóricam ente, el
p roblem a consiste en que al «orden social» —que en este
punto es u n térm ino form al que designa al proceso histórico
y social— debe o to rg ársele u n a form a estru ctu rad a, original­
m ente; y la fo rm a m ás adecuada es la «ideología» o «la con­
cepción del m undo», que resu lta obvia aunque esté estru c ­
tu ra d a de m odo ab stracto . E ste procedim iento se rep ite den­
tro del p ro p io análisis cultural, ya que el análisis hom ológico
no lo es ah o ra del «contenido» sino de la «forma», y el pro­
ceso c u ltu ra l no e s tá conform ado p o r sus p rácticas activas
sino p o r sus pro d u cto s o tem as form ales. La «concordancia»
o la hom ología e n tre «ideología» y «objeto cultural», concebi­
dos p o r ta n to form alm ente, es con frecuencia sorp ren d en te y
sum am ente im p o rtan te. Sin em bargo, el precio que se debe
pagar es m uy elevado. P rim ero, em píricam ente, en el procedi­
m iento de selectividad de la evidencia h istó rica y cultural. La
su stitución del análisis trascendental p o r el análisis de en tro n ­
que h istórico resu lta especialm ente característica de éste mé­
todo. Segundo, y p rácticam ente, en lo que se refiere a la com ­
prensión del proceso c u ltu ral contem poráneo. N inguna de
las teo rías dualistas, expresadas com o teorías del reflejo o
d e la m e d ia c ió n , y n i n g u n a d e la s te o r í a s f o r m a l i s t a s n i e s tr u c -
t u r a l i s t a s , e x p r e s a d a s p o r la s v a r i a n t e s d e la c o r r e s p o n d e n c i a
o la h o m o lo g ía , p u e d e n s e r p l e n a m e n te i n c o r p o r a d a s a la
p r á c t i c a c o n t e m p o r á n e a , y a q u e to d a s e lla s d e p e n d e n , a u n q u e
d e f o r m a s v a r ia d a s , d e u n a h i s t o r i a conocida, d e u n a e stru c ­
tu ra c o n o c id a , d e p ro d u c to s c o n o c id o s . L a s r e la c io n e s a n a l í t i ­
c a s p u e d e n s e r m a n e j a d a s d e e s t e m o d o ; la s r e la c io n e s p r á c ­
tic a s , e n c a m b io , p r e s e n t a n u n a d if ic u lta d p r á c t i c a m e n t e in ­
s u p e r a b le .
U n e n f o q u e a l t e r n a t i v o e n r e la c ió n c o n e s to s m is m o s p r o ­
b le m a s , a u n q u e e s u n e n f o q u e o r i e n t a d o m á s d i r e c t a m e n t e
a l p r o c e s o c u l t u r a l y a la s r e la c io n e s p r á c t i c a s , p u e d e h a ­
l la r s e e n e l 'c o n c e p t o m á s e l a b o r a d o d e la « h e g e m o n ía » .
6. La hegemonía

La definición tradicional de «hegemonía» es la de direc­


ción política o dom inación, especialm ente en las relaciones
.entre los E stados. E l m arxism o am plió la definición de go­
bierno o dom inación a las relaciones en tre las clases sociales
y especialm ente a las definiciones de una clase dirigente. La
«hegemonía» adquirió u n sentido m ás significativo en la obra
de Antonio G ram sci, d esarro llad a b a jo la p resión de enor­
mes dificultades en u n a cárcel fascista e n tre los años 1927
y 1935. Todavía p ersiste una gran incertidum bre en cuanto a
la utilización que hizo G ram sci del concepto, pero su obra
constituye uno de los principales puntos críticos de la teoría
cultural m arxista.
. . G ram sci planteó u n a distinción e n tre «dominio» (dom inio) .
y «hegemonía». E l «dom inio» se expresa en form as d irecta­
m ente políticas y en tiem pos de crisis p o r m edio de una
coerción d irecta o efectiva. Sin em bargo, la situación m ás
habitual es u n com plejo entrelazam iento de fuerzas políticas,
sociales y culturales; y la «hegemonía», según las diferentes
interpretaciones, es esto o las fuerzas activas sociales y cul­
turales que constituyen sus elem entos necesarios. C ualesquie­
ra que sean las im plicaciones del concepto p a ra la. teoría
política m arxista (que todavía debe reconocer m uchos tipos
de control político directo, dé control de clase y de control
económ ico, así com o e sta form ación m ás general), los efec­
tos que pro d u ce sobre la teo ría cultural son inm ediatos, ya
que «hegemonía» es u n concepto que, a la vez, incluye —y
va m ás allá de— los dos poderosos conceptos an terio res: el
de «cultura» com o «proceso social total» en que los hom bres
definen y configuran sus vidas, y el de «ideología», en cual­
quiera de sus sentidos m arxistas, en la que u n sistem a de sig­
nificados y valores constituye la expresión o proyección de un
p a rticu la r in terés de clase.
E l concepto de «hegemonía» tiene un alcance m ayor que
el concepto de «cultura», tal como fue definido an terio rm en ­
te, p o r su insistencia en relacionar el «proceso social total»
con las distribuciones específicas del po der y la influencia.
Afirm ar que los «hom bres» definen y configuran p o r com pleto
sus vidas sólo es cierto en u n plano ab stracto . E n to d a so­
ciedad v e rd ad era existen ciertas desigualdades específicas en
los m edios, y p o r lo tan to en la capacidad p a ra realizar este
proceso. E n u n a sociedad de clases existen fundam entalm en­
te desigualdades e n tre las clases. E n consecuencia, G ram sci
in tro d u jo el necesario reconocim iento de la dom inación y la
subordinación en lo que, no obstante, debe se r reconocido
com o u n proceso total.
E s p recisam en te en este reconocim iento de la totalidad
del p roceso donde el concepto de «hegemonía» va m ás allá
que el concepto de «ideología». Lo que resu lta decisivo no
es solam ente el sistem a consciente de ideas y creencias, sino
todo el proceso social vivido, organizado p rácticam en te p o r
significados y valores específicos y dom inantes. La ideología,
en sus acepciones corrientes, constituye u n sistem a de signi­
ficados, valores y creencias relativam ente form al y articulado,
de u n tipo que pu ed e s e r ab straíd o com o una «concepción
universal» o u n a «perspectiva de clase». E sto, explica su po­
p u la rid a d com o concepto en los análisis retrospectivos (en
los esquem as de b ase-su p erestru ctu ra o en la hom ología) des­
de el m om ento en que u n sistem a de ideas puede se r a b stra í­
do d el proceso social que alguna vez fu era viviente y re p re ­
sentado —h a b itu a lm e n te p o r la selección efectuada p o r los
«ideólogos» típicos o «principales», o p o r los «rasgos ideoló­
gicos»— com o la fo rm a decisiva en que la conciencia era a
la vez ex p resad a y co n tro lad a (o, com o o c u rre en el caso
de A lthusser, e ra efectivam ente ^ c o n sc ie n te y op erab a como
u n a e s tru c tu ra im puesta). La conciencia relativam ente hete-
rógenea, confusa, incom pleta o' in articu lad á de los honjbres
reales de ese p eríodo y de esa sociedad es, p o r lo tanto, a tro ­
pellad a en n o m b re de este sistem a decisivo y generalizado; y
en la hom ología e stru c tu ra l, p o r cierto, es excluido a nivel de
procedim iento p o r s e r considerado periférico o efím ero. Son
las form as p lenam ente articu lad as y sistem áticas las q u e se
reconocen com o ideología; y existe u n a tendencia co rrespon­
diente en el análisis del a rte que propende a b u sc ar solam en­
te expresiones sem ejantes, p lenam ente sistem áticas y a rticu ­
ladas, de esta ideología en el contenido (base-superestructura)
o en la form a (hom ología) de las obras reales. E n los proce­
dim ientos m enos selectivos, m enos dependientes de la clasi­
ficación in h eren te de la definición considerada plenam ente
a rticu la d a y sistem ática, se da la tendencia a co n sid erar los
tra b a jo s com o v arian tes de, o com o variablem ente afectados
po r, la decisiva ideología ab straíd a.
E n u n a p erspectiva m ás general, e s ta acepción de «una
ideología» se aplica p o r m edios a b stra cto s a la verdadera con­
ciencia ta n to de las clases dom inantes como de las clases
subordinadas. Una clase dom inante «tiene» e sta ideología en
form as sim ples y relativam ente p u ra s. Una clase subordina­
da, en cierto sentido, no tiene sino esta ideología como su
conciencia (desde el m om ento en que la producción de todas
las ideas, p o r definición axiom ática, está en m anos de los
que controlan los m edios de producción prim arios); o, en o tro
sentido, e sta ideología se h a im puesto sobre su conciencia
—que de o tro m odo sería diferente— que debe luchar p ara
sostenerse o p a ra d esarrollarse c o n tra la «ideología de la clase
dom inante».
A m enudo el concepto de hegem onía, en la práctica, se
asem eja a estas definiciones; sin em bargo, es diferente en lo
que se refiere a su negativa a igualar la conciencia con el
sistem a form al articu lad o que puede ser, y habitualm ente es,
ab straíd o com o «ideología». Desde luego, esto no excluye los
significados, valores y creencias articulados y form ales que
dom ina y propaga la clase dom inante. Pero no se iguala con
la conciencia; o dicho con m ás precisión, no se reduce la
conciencia a las form aciones de la clase dom inante, sino que
com prende las relaciones de dom inación y subordinación,
según sus configuraciones asum idas como conciencia p rác­
tica, com o una saturación efectiva del proceso de la vida en
su totalidad; no solam ente de la actividad política y econó­
m ica, no solam ente de la actividad social m anifiesta, sino de
to d a la esencia de las identidades y las relaciones vividas a
u n a pro fu n d id ad tal que las presiones y lím ites de lo que
puede se r considerado en ú ltim a in stan cia u n sistem a cultu­
ral, político y económ ico nos d a n la im presión a la m ayoría
de nosotros de se r las presiones y lím ites de la sim ple expe­
riencia y del sentido com ún. E n consecuencia, la hegem onía
no es solam ente el nivel su p erio r articulado de la «ideología»
ni tam poco sus form as de co n tro l consideradas habitualm en­
te como «m anipulación» o «adoctrinam iento». La hegem onía
constituye todo u n cuerpo de p rác tic a s y expectativas en re­
lación con la to talid ad de la vida: n u estro s sentidos y dosis
de energía, las percepciones definidas que tenem os de noso­
tro s m ism os y de n u e stro m undo. Es u n vivido sistem a de sig­
nificados y valores —fundam entales y constitutivos— que en la
m edida en que son experim entados com o p rácticas parecen
co n firm arse recíprocam ente. P o r lo tan to , es u n sentido de
la realid ad p a ra la m ayoría de las gentes de la sociedad, u n
sentido de lo absoluto debido a la realidad experim entada
m ás allá de la cual la m ovilización de la m ayoría de los m iem ­
b ro s de la sociedad —en la m ayor p a rte de las áreas de sus
vidas— se to rn a sum am ente difícil. Es decir que, en el
sentido m ás firm e, es una «cultura», pero u n a cu ltu ra que
debe ser considerada asim ism o como la vivida dom inación
y subordinación de clases particulares.
E n este concepto de hegem onía hay dos ventajas inm e­
diatas. En p rim er térm ino, sus form as de dom inación y su­
bordinación se corresponden m ás estrecham ente con los pro­
cesos norm ales de la organización y el control social en las
sociedades desarrolladas que e n el caso de las proyecciones
m ás corrientes que surgen de la idea de u n a clase dom inan­
te, habitualm ente basadas en fases históricas m ucho más
sim ples y prim itivas. Puede d a r cuenta, p o r ejem plo, de las
realidades de la dem ocracia electoral y de las significativas
áreas m odernas del «ocio» y la «vida privada» m ás específica
y activam ente que las ideas m ás antiguas sobre la: dom ina­
ción, con sus explicaciones triviales acerca de las simples
«m anipulación», «corrupción» y «traición». Si las presiones
y los lím ites de u n a fo rm a de dom inación dada son experi­
m entados de e sta m anera e internalizados en la práctica, toda
la cuestión de la dom inación de clase y de la oposición que
suscita se ha transform ado. E l hincapié de Gram sci sobre
la creación de una hegem onía alternativa p o r m edio de la
conexión p ráctica de diferentes form as de lucha, incluso de
las form as que no resu ltan fácilm ente reconocibles ya que
no son fundam entalm ente «políticas» y «económicas», con­
duce p o r lo tanto, dentro de u n a sociedad altam ente desarro­
llada, a un sentido de la actividad revolucionaria m ucho más
profundo y activo que en el caso de los esquem as persistente­
m ente abstractos derivados de situaciones históricas suma­
m ente diferentes. Las fuentes de cualquier hegem onía alter­
nativa son verdaderam ente difíciles de definir. Para Gramsci
surgen de lá clase obrera, pero no de esta clase considerada
com o u n a construcción ideal o abstracta. Lo que él observa
m ás precisam ente es u n pueblo tra b a ja d o r' que, precisam en­
te, debe convertirse en una clase, y en una clase potencial­
m ente hegemónica, co n tra las presiones y los lím ites que
im pone una hegem onía poderosa y existente.
E n segundo térm ino, y m ás inm ediatam ente dentro de
este contexto, existe u n m odo absolutam ente diferente de
com prender la actividad c u ltu ral como tradición y como
práctica. El tra b a jo y la actividad cultural no constituyen
ahora, de ningún m odo habitual, u n a su p erestru ctu ra: no
solam ente debido a la profundidad y m inuciosidad con que
se vive cualquier tipo de hegem onía cultural, sino porque la
tradición y la p ráctica cultural son com prendidas como algo
m ás que expresiones su p erestru ctu rales —reflejos, m ediacio­
nes o tipificaciones— de una e s tru c tu ra social y económ ica
configurada. P or el contrario, se hallan en tre los procesos bá­
sicos de la p ro p ia form ación y, m ás aún, asociados a un
área de realidad m ucho m ayor que las abstracciones de expe­
riencia «social» y «económica». Las gentes se ven a sí m is­
mas, y los unos a los otros, en relaciones personales directas;
las gentes com prenden el m undo n a tu ra l y se ven dentro
de él; las gentes utilizan sus recu rso s físicos y m ateriales en
r elación con lo que un tipo de sociedad explícita como «ocio»,
«entretenim iento» y «arte»: todas estas experiencias y p rácti­
cas activas, que integran u n a gran p a rte de la realidad de
una* cu ltu ra y de su producción cultural, pueden ser com­
p rendidas ta l com o son sin se r reducidas a o tra s categorías
de contenido y sin la característica tensión necesaria p a ra
encuadrarlas (directam ente com o reflejos, indirectam ente
como m ediación, tipificación .o analogía) d en tro de. o tra s re ­
laciones políticas y económ icas determ inadam ente m anifies­
tas. Sin em bargo, todavía pueden se r consideradas como
elem entos de u n a hegem onía: una form ación social -y cu ltu ­
ral que p a ra s e r efectiva debe am pliarse, incluir, fo rm a r y
ser form ada a p a rtir de esta área to tal de experiencia vivida.
Son m uchas las dificultades que surgen tan to teórica como
prácticam ente. Sin em bargo, es im portante reconocer hoy de
cuántos callejones sin salida hem os podido salvarnos. Sí cual­
q u ier cu ltu ra viva es necesariam ente ta n extensa, los proble­
m as de dom inación y subordinación' p o r u n a p a rte y los
problem as que surgen de la e x trao rd in aria com plejidad de
cualquier p ráctica y trad ició n cultural v erdadera p o r otra,
pueden finalm ente se r enfocados de m odo directo.
Sin em bargo, existe la dificultad de que la dom inación y
la subordinación como, descripciones efectivas de la form a­
ción cultural serán rechazadas p o r m ucha gente; el lenguaje
alternativo de la configuración cooperativa de la co n trib u ­
ción com ún, que expresaba tan notablem ente el concepto tra ­
dicional de «cultura», será considerado preferible. E n é s ta
elección fundam ental no existe alternativa, d e s d e . ninguna
posición socialista, al reconocim iento y al énfasis de la expe­
riencia inm ediata, histórica y m asiva de la dom inación y 3a
subordinación de clases en las diferentes form as que adoptan.
E sta situación se convierte ráp id am en te en u n a cuestión re­
lacionada con una experiencia y u n argum ento específicos.
Sin em bargo, existe u n problem a m uy próxim o dentro del
propio concepto de «hegemonía». E n algunos usos, aunque
según creo no es el caso de G ram sci, la tendencia totaliza­
d o ra del concepto, que es significativa y ciertam ente funda­
m ental, es convertida en una totalización a b stra c ta y de este
m odo re su lta fácilm ente com patible con las sofisticadas acep­
ciones de «la su p erestru ctu ra» o incluso de la «ideología».
La hegem onía pu ed e se r v ista com o m ás uniform e, m ás e stá ­
tica y m ás a b s tra c ta de lo que realm en te puede se r en la
p rác tic a , si es v erd ad eram en te com prendida. Como ocurre
con cu alq u ier otro concepto m arxista, éste es p articu larm en te
susceptible de u n a definición trascen d en tal a diferencia de
u n a definición h istó ric a y de una descripción categórica a
diferencia de una descripción sustancial. C ualquier aisla­
m ien to de sus «principios organizadores» o de su s «rasgos
d eterm inantes», que realm ente deben se r com prendidos en
la experiencia y a trav és del análisis, puede co nducir rá p i­
dam ente a u n a ab stracció n totalizadora. Y entonces los p ro ­
b lem as de la realid ad de la dom inación y la subordinación y
de sus relaciones con u n a configuración cooperativa y u n a
co n trib u ció n com ún, p u ed en se r p lanteados de un m odo su ­
m am en te falso.
U na hegem onía dada es siem pre u n proceso. Y excepto
desde u n a persp ectiv a analítica, no es u n sistem a o u n a es­
tru c tu ra . E s u n com plejo efectivo de. experiencias, relaciones
y actividades-que tiene lím ites y presiones específicas y camr
b iantes. E n .la práctica, la hegem onía jam ás puede se r indi­
vidual. Sus e stru c tu ra s in te rn a s son sum am ente com plejas,
com o puede o bservarse fácilm ente en cualquier análisis con­
creto . P or o tra p a rte (y e sto es fundam ental, ya que nos r e ­
c u erd a la necesaria confiabilidad del concepto) no se d á 'd e
m odo pasivo com o u n a fo rm a de dom inación. Debe s e r con­
tin u am en te renovada, recreada, defendida y m odificada. Asi­
m ism o, es co n tinuam ente resistid a, lim itada, alterada, desa­
fiada p o r presiones que de ningún m odo le son propias. P or
ta n to debem os agregar al concepto de hegem onía los con­
ceptos de contrahegem onía y de hegem onía alternativa, que
son elem entos reales y p e rsisten tes de la práctica.
Un m odo de ex p resar la distinción necesaria e n tre las
acepciones p rác tic a s y a b stra cta s d en tro del concepto con­
siste en h a b la r de «lo hegem ónico» antes que de la «hegemo­
nía», y de «lo dom inante» an tes que de la sim ple «dom ina­
ción». La realidad de toda hegem onía, en su difundido sentido
político y cultural, es que, m ien tras que p o r definición siem­
p re es dom inante, jam ás lo es de u n m odo to tal o exclusivo.
En to d as las épocas las form as alternativas o directam ente
opuestas de la política y la c u ltu ra existen en la sociedad
com o elem entos significativos. H abrem os de explorar sus
condiciones y sus lím ites, pero su presencia activa es deci­
siva; no sólo porq u e deben ser incluidos en todo análisis his­
tórico (a diferencia del análisis trascendental), sino com o for­
m as que h a n tenido, un efecto significativo en el propio p ro ­
ceso hegem ónico. E sto significa que las alternativas acentua­
ciones políticas y culturales y las num erosas form as de opo­
sición y lucha son im p o rtan tes no sólo en sí m ism as, sino
com o rasgos indicativos de lo que en la p ráctica h a tenido
que a c tu a r el proceso hegem ónico con la finalidad de ejercer
su control. Una hegem onía estática, del tipo indicado p o r
las a b stra cta s definiciones totalizadoras de una «ideología»
o de u n a «concepción del m undo» dom inante, puede ignorar
o a isla r tales alternativas y tal oposición; pero en la m edida
en que éstas son significativas, la función hegem ónica deci­
siva es controlarlas, tra n sfo rm arla s o incluso incorporarlas.
D entro de este proceso activo lo hegem ónico debe ser visto
com o algo m ás que una sim ple transm isión de una dom ina­
ción (inm odificable). P or el co n trario , todo proceso hegemó­
nico debe e s ta r en un estado especialm ente a lerta y recep­
tivo hacia las alternativas y la oposición que cuestiona o
am enaza su dom inación. La realid ad del proceso cultural
debe in clu ir siem pre los esfuerzos y contribuciones de los que
de u n m odo u o tro se h allan fu era o al m argen de los té r­
m inos que p lan te a la hegem onía específica.
P o r tanto, y com o m éto d o general, resu lta conflictivo r e ­
d u c ir todas las iniciativas y contribuciones culturales a los
térm in o s de la hegem onía. É s ta es la consecuencia reduccio­
n ista del concepto radicalm ente diferente de «superestructu­
ra». Las funciones específicas de «lo hegemónico», «lo dom i­
nante», deben ser siem pre acentuadas, aunque no de u n m odo
q ue sugiera ninguna to talidad a priori. La p a rte m ás difícil e
in te resa n te de todo análisis cultural, en las sociedades com­
plejas, es la que p ro cu ra co m p ren d er lo hegem ónico en sus
procesos activos y form ativos, p ero tam bién en sus procesos
de transform ación. Las obras de arte, debido a su carácter
fundam ental y general, son con frecuencia especialm ente im ­
p o rta n te s como fuentes de e sta com pleja evidencia.
E l p rin cip al problem a teórico, con efectos inm ediatos so­
b re los m étodos de análisis, es distinguir e n tre las iniciativas
y contribuciones alternativas y de oposición que se producen
dentro de —o en contra de— una hegemonía específica (la
cual les fija entonces ciertos lím ites o lleva a cabo con éxito
la tarea de neutralizarlas, cam biarlas o incorporarlas efecti­
vamente) y otros tipos de contribuciones e iniciativas que
resu ltan irreductibles a los térm inos de la hegem onía origi­
naria o adaptativa, y que en ese sentido son independientes.
Puede argum entarse persuasivam ente que todas o casi todas
las iniciativas y contribuciones, aun cuando asum an configu­
raciones m anifiestam ente alternativas o de oposición, en la
p ráctica se hallan vinculadas a lo hegemónico: que la cul­
tu ra dom inante, p o r así decirlo, produce y lim ita a la vez
sus propias form as de contracultura. H ay una m ayor evi­
dencia de la que norm alm ente adm itim os en esta concepción
(por ejem plo, en el caso de la crítica rom ántica a la civili­
zación industrial). Sin em bargo, existe una variación eviden­
te en tipos específicos de orden social y en el c a rá c te r de
la alternativa correspondiente y de las form aciones de oposi­
ción. Sería un e rro r descuidar la im portancia de las obras
y de las ideas que, aunque claram ente afectadas p o r los
lím ites y las presiones hegem ónicas, constituyen —al m enos
en p a rte — ru p tu ra s significativas respecto de ellas y, tam ­
bién en p arte, pueden ser neutralizadas, reducidas o incor­
poradas, y en lo que se refiere a sus elem entos m ás activos
se m anifiestan, no obstante, independientes y originales.
P o r lo tanto, el proceso cultural no debe ser asum ido como
si fuera sim plem ente adaptátivo, extensivo e incorporativo.
Las auténticas ru p tu ra s d en tro y m ás allá de él, d en tro de
condiciones sociales específicas que pueden v a ria r desde una
situación de extrem o aislam iento h a sta tra sto rn o s prerrevo-
lucionarios y u n a verdadera actividad revolucionaria, se h a n
dado con m ucha frecuencia. Y estam os en m ejores condicio­
nes de com prenderlo, en un reconocim iento m ás general de
los lím ites y las presiones insistentes que caracterizan a lo
hegem ónico, si desarrollam os m odos de análisis que, en lu­
gar de reducir las obras a productos term inados y las activi­
dades a posiciones fijas, sean capaces de com prender, de
buena fe, la ap e rtu ra finita pero significativa de m uchas con­
tribuciones e iniciativas. La a p e rtu ra finita aunque significa­
tiva de m uchas obras de arte, como form as significativas que
se hacen posibles pero que requieren asim ism o respuestas
significativas p ersistentes y variables, resulta entonces p a rti­
cularm ente relevante.
| 7. Tradiciones, instituciones y formaciones
ñ-
1

..i La hegem onía constituye siem pre u n proceso activo; sin


'f em bargo, esto n o significa que se tra te sim plem ente de un
i complejo de rasgos y elem entos dom inantes. P or el contra-
I rio, es siem pre u n a interconexión y u n a organización m ás o
i m enos adecuada de Jo que de otro m odo serían significados,
valores y p rácticas separadas e incluso dispares que este pro-
t, ceso activo incorpora a u n a cu ltu ra significativa y a u n orden
i social efectivo. É stas son en sí m ism as soluciones vivas
J —y en el sentido m ás am plio: resoluciones políticas— a rea-
lidades económ icas específicas. E ste proceso de incorporación
i" asum e u n a im p o rtan cia c u ltu ral capital. P ara com prenderlo,
í pero tam bién p a ra com prender el m aterial sobre el que debe
f operar, necesitam os d istinguir tre s aspectos d en tro de cual-
l quier proceso cultural; los podem os denom inar tradiciones,
i instituciones y form aciones.
{ E l concepto de tradición h a sido radicalm ente rechazado
I dentro del. pensam iento cu ltu ral m arxista. H abitualm erite, y
* én el m e jo r de los casos, es considerado u n fa c to r secúnda­
la rio que a lo sum o puede m odificar otro s procesos históricos
* m ás decisivos. E sto no se debe exclusivam ente al hecho de
í que n o rm alm en te sea diagnosticado com o su p erestru ctu ra,
] sino tam b ién a que la «tradición» h a sido com únm ente con-
'%, siderada com o un segm ento histórico relativam ente in erte
^ de una e s tru c tu ra social: la tradición com o supervivencia del
V pasado. Sin em bargo, esta versión de la trad ició n es débil
\ en el p u n to preciso en que es fu erte el sentido incorporado
x de la tradición: donde es visto, en realidad, Como una fu er­
za activam ente configuíativa, ya que en la p ráctica la tra d i­
ción es la expresión m ás evidente de las presiones y lím ites
; dom inantes y hegem ónicos. Siem pre es algo m ás que un seg-
' m entó histórico inerte; es en realidad el m edio de incorpora­
ción p ráctico m ás poderoso. Lo que debem os com prender
no es precisam ente «una tradición», sino u n a tradición selec-
> tiva: u n a versión intencionalm ente selectiva de u n pasado
■. confígurativo y de un p resen te preconfigurado, q u e resu lta
í entonces poderosam ente operativo d en tro del proceso de de-
í finición e identificación c u ltu ral y social.
N o rm alm ente n o es m uy difícil d e m o stra r e sta situación ■
d esd e u n a perspectiva em pírica. La m ayoría de las versiones i
de la «tradición» pueden se r ráp id am en te d em ostradas e n su
m odalidad radicalm ente selectiva. A p a r tir de u n área total
posible del p asad o y el presente, d en tro de u n a c u ltu ra par- :
ticu lar, ciertos significados y p rácticas son seleccionados y
acen tu ad o s y o tro s significados y p rácticas son rechazados
o excluidos. Sin em bargo, d en tro de u n a hegem onía p a rticu ­
la r, y com o uno de sus procesos decisivos, esta selección es >
p re se n ta d a y h a b itu alm en te adm itida con éxito com o «la tr a ­
dición», com o el «pasado significativo»'. Lo que debe decirse
entonces acerca de toda tradición, en este sentido, es que
c o n stitu y e u n aspecto de la organización social y cu ltu ral
■contemporánea, del interés de la dom inación- d e u n a clase
específica. E s u n a versión del pasado q u e se p re te n d e conec­
ta r con el p rese n te y ratificar. E n la práctica, lo que ofrece
la tra d ic ió n es u n sentido de predispuesta continuidad.
E xisten, es cierto, acepciones m ás en d eb les'‘del concepto
d e «tradición», e n c o n tra ste explícito con «innovación» y con
«lo contem poráneo». É sto s son a m enudo asideros p a ra los
g ru p o s de la sociedad que han sido abandonados sin rec u r­
sos . p o r algún tip o de desarrollo hegem ónico en p a rticu lar.
T odo lo que cuenta p a ra ellos es la afirm ación .retrospectiva
de los «valores tradicionales». O, desde u n a posición opuesta,
los «hábitos tradicionales» se hallan aislados, m ediante algún
•desarrollo hegem ónico h ab itual, com o elem entos del pasado
q u e deb en se r descartados, U na gran p a rte de la a c titu d
pú b lica a n te e sta trad ició n tiene lugar, ei}tre rep resen tan tes
d e e sta s dos posiciones. S in em bargo, a u n nivel m ás p ro ­
fundo, el sentido hegem ónico de la trad ició n es siem pre el
m ás activo: u n proceso deliberadam ente selectivo y conectivo
que ofrece u n a ratificación c u ltu ra l e h istó rica de u n orden
contem poráneo.
E s u n proceso m uy poderoso, ya que. sé h alla ligado a una
serie de continuidades p rácticas —fam ilias, lugares, in stitu ­
ciones; u n . idiom a— que son d irectam en te experim entadas.
Asim ism o, y en cu alq u ier m om ento, es ú n proceso vulnerable,
ya que en la p rá c tic a debe d e sca rta r áreas de significación
to tales, re in te rp re ta rla s, diluirlas o convertirlas en form as
que sostengan —o al m enos que no contradigan— los elem en­
tos v e rd a d e ram e n te im p o rtan tes de la :hegem onía habitual.
R esu lta significativo que gran p a rte de la o b ra n iás accesible
e influyente de la c o n tra c u ltu ra sea histó rica: la recuperación
de á re a s d e sca rta d a s o el desagravio de las in terp retacio n es
reductivas y selectivas. Sin em bargo, esto tiene a su vez m uy
poco efecto, a m enos que las líneas del presente, en el ver­
dadero proceso de la trad ició n selectiva, sean clara y activa­
m ente trazadas. De lo contrario, cualquier recuperación pue­
de resu lta r sim plem ente residual o m arginal. Es en los pun­
tos vitales de conexión en que se utiliza una versión del
pasado con el objeto de ratificar el presen te y de indicar las
direcciones del futuro, donde u n a tradición selectiva es a la
vez poderosa y vulnerable. Es poderosa debido a que se halla
sum am ente capacitada p a ra p ro d u cir conexiones activas y
selectivas, dejando a u n lado las que no desea b a jo la deno­
m inación de «fuera de m oda» o «nostálgicas» y atacando a
las que no puede in co rp o rar considerándolas «sin preceden­
tes» o «extranjeras». Es vulnerable porq u e el verdadero re­
gistro es efectivam ente recuperable y gran p a rte de las con­
tinuidades p rácticas alternativas o en oposición todavía son
aprovechables. Asimismo, es vulnerable porque la versión se­
lectiva de u n a «tradición viviente» se halla siem pre ligada,
aunque a m enudo de u n m odo com plejo y oculto, a los explí­
citos lím ites y presiones contem poráneos. Sus inclusiones y
exclusiones p rácticas son alentadas o desalentadas selectiva­
m ente, y con frecuencia ta n efectivam ente que la deliberada
selección se produce con el ob jeto de verificarse a sí m ism a
en la práctica. Sin em bargo, süs privilegios e intereses selec­
tivos, m ateriales en esencia p ero a m enudo ideales en su
form a, que incluyen com plejos elem entos de estilo y tono y
un m étodo básico, todavía pueden se r reconocidos, dem ostra­
dos y quebrados. E sta lucha p o r y co n tra las tradiciones
selectivas constituye com prensiblem ente una p a rte fundam en­
tal de toda la actividad cu ltu ral contem poránea.
Es cierto que el establecim iento efectivo de u n a tradición
selectiva puede decirse que depende de instituciones identifi-
cables. S in . em bargo, es u n a subestim ación del proceso su­
poner que depende solam ente de las instituciones. La rela­
ción en tre las instituciones culturales, políticas y económ icas
son m uy com plejas, y la esencia de estas relaciones consti­
tuye una directa indicación del c a rá c te r de la cu ltu ra en u n
sentido amplio. No o b stan te, nunca se tra ta de una m era
cuestión de instituciones form alm ente identificables. Es asi­
mismo una cuestión de form aciones: los m ovim ientos y ten ­
dencias efectivos, en la vida intelectual y artística, que tienen
un influencia significativa y a veces decisiva sobre el desarro­
llo activo de u n a c u ltu ra y que p rese n tan una relación va­
riable y a veces solapada con las instituciones form ales.
Las instituciones form ales, evidentem ente, tienen una pro­
funda influencia sobre el proceso social activo. Lo que en
la sociología ortodoxa es abstraído como «socialización», es
en la práctica, en cualquier sociedad verdadera, un tipo
específico de incorporación. Su descripción como «socializa­
ción», el proceso universal y ab stracto del que puede decirse
que dependen todos los seres hum anos, es u n m edio de
evitar o esconder este contenido y esta intención específicos.
Todo proceso de socialización, obviam ente, incluye cosas que
deben a p ren d er todos los seres hum anos; sin embargo, cual­
qu ier proceso específico vincula este aprendizaje necesario
a una selecta esfera de significados, valores y prácticas que,
en la proxim idad que m anifiesta su asociación con el apren­
dizaje necesario, constituyen los verdaderos fundam entos de
lo hegemónico. E n una fam ilia se cuida a los niños y se les
enseña a cuidar de sí m ism os, pero dentro de este necesario
proceso las actitudes fundam entales y selectivas con respecto
a uno m ism o, a los dem ás, al orden social y al m undo m ate­
rial se enseñan tan to consciente como inconscientem ente. La
educación tran sm ite las habilidades y el conocim iento nece­
sarios, pero siem pre a través de una selección particu lar de la
totalidad de la esfera aprovechable y ju n to con actitudes in­
trínsecas, tanto, p a ra las relaciones sociales como educacio­
nales, que en la p ráctica son virtualm ente inextricables. Ins­
tituciones como las iglesias son explícitam ente incorporativas.
Las com unidades específicas y los sitios específicos de tra ­
bajo ejercen presiones inm ediatas y poderosas sobre las con­
diciones de vida y sobre las condiciones en que la vida se
produce; enseñan, confirm an y en la m ayoría de los casos
finalm ente refuerzan los significados, valores y actividades
seleccionados. D escribir el efecto que producen todas las
instituciones de estos tipos significa alcanzar u n a com pren­
sión im portante aunque todavía incom pleta de la incorpo­
ración. En las., sociedades m odernas debem os agregar los
principales sistem as de comunicaciones. É stos m aterializan
las noticias y la opinión seleccionadas y tam bién una amplia
gam a de percepciones y actitudes seleccionadas.
Sin em bargo, todavía no puede suponerse que la suma
de todas estas instituciones constituya una hegemonía or­
gánica. P or el contrario, precisam ente porque no es «sociali­
zación», sino un específico y com plejo proceso hegemónico,
está en la p ráctica lleno de contradicciones y de conflictos
no resueltos. É sta es la razón p o r la que no puede reducirse
a las actividades de un «aparato ideológico estatal». Este
aparato existe, aunque variablem ente, pero el proceso total
es m ucho m ás am plio y en algunos aspectos sum am ente im ­
portantes es autogenerativo. A través de la selección resulta
im posible identificar los rasgos com unes en la fam ilia, en la
escuela, en la com unidad, en el tra b a jo y en las com unica­
ciones, que son sum am ente im portantes. Sin em bargo, y p re­
cisam ente p orque son procesos específicos con propósitos
p a rticu lares variables y con relaciones variables aunque efec­
tivas respecto de lo que en cualquier caso debe hacerse a
corto plazo, la consecuencia p ráctica es a m enudo confusión
y conflicto e n tre los que son experim entados como propósi­
tos diferentes y valores diferentes, com o ocurre con una
cruda incorporación de tip o teórico. E n la p ráctica norm al­
m ente se logra u n a incorporación efectiva; ciertam ente, p ara
establecer y conservar u n a sociedad de clases esta incorpora­
ción debe lograrse. Sin em bargo, ninguna presión o ningún
adiestram iento sim ple resu ltan verdaderam ente hegem ónicos.
La verdadera condición de la hegem onía es la efectiva auto-
identificación con las form as hegem ónicas; u n a «socializa­
ción» específica e internalizada de la que se espera que resulte
positiva p ero que, si ello no es posible, se apoyará en un
(resignado) reconocim iento de lo inevitable y lo necesario. E n
este sentido, u n a cu ltu ra efectiva es siem pre algo m ás que la
sum a de sus instituciones; n o sólo p o rq u e pu ed a observarse
en el análisis que estas instituciones derivan de aquella cul­
tu ra gran p a rte de su carácter, sino principalm ente porque
se halla al nivel de la cu ltu ra en su to talidad el hecho de
que las interrelaciones fundam entales, incluyendo las confu­
siones y los conflictos, son verdaderam ente negociadas.
É sta es la razón p o r la que, en cualquier análisis, debem os
incluir asim ism o a las form aciones. Las form aciones son m ás
reconocibles com o tendencias y m ovim ientos conscientes
(literarios, artísticos, filosóficos o científicos) que norm alm en­
te pueden se r distinguidos de sus producciones form ativas.
A m enudo, cuando m iram os m ás allá, encontram os que és­
tas son articulaciones de form aciones efectivas m ucho m ás
am plias que de ningún m odo pueden s e r plenam ente identi­
ficadas con las instituciones form ales o con sus significados y
valores form ales, y que a veces pueden ser positivam ente
opuestas a ellas. E ste fa c to r es de Ja m ayor im portancia p a ra
la com prensión de lo que h abitualm ente se diferencia como
la vida intelectual y artística. E n esta relación fundam ental
e n tre las instituciones y las form aciones de una c u ltu ra exis­
te una gran variabilidad histórica; sin em bargo, es general­
(
i

m ente característico de las sociedades desarrolladas com ple­


ja s que las form aciones, a diferencia de las instituciones,
tengan u n papel cada vez m ás im portante. P or o tra parte,
desde el m om ento en que tales form aciones se relacionan,
inevitablem ente, con las verdaderas e stru c tu ras sociales, aun­
que p rese n tan relaciones altam ente variables y a m enudo am ­
biguas con las instituciones sociales form alm ente discerni-
bles, to d o análisis social o cultural de ellas exige procedi­
m ientos radicalm ente diferentes de los desarrollados para
las instituciones. Lo que se analiza en cada caso es el m odo
de una p ráctica especializada. Además, dentro de una aparen­
te hegem onía, que puede ser fácilm ente d escrita de u n m odo
general, no sólo existen form aciones alternativas y en opo­
sición. (algunas de ellas, en ciertos estadios históricos, con­
vertidas o en proceso de convertirse en instituciones a ltern a­
tivas o en oposición), sino tam bién dentro de las-que pueden
reconocerse com o -form aciones dom inantes, v arian tes que
resisten to d a reducción sim ple a alguna función hegem ónica
generalizada.
• N orm alm ente en este p u n to m uchos de los que se hallan
en verdadero contacto con tales form aciones y con su obra
se repliegan a una a c titu d in d iferen te acerca de la com ple­
jid a d de la actividad cultural. O tros, asim ism o, niegan (inclu­
so teóricam ente) la relación de tales form aciones .y tales
obras con el proceso social, y especialm ente con el proceso
social m aterial. O tros sectores, cuando se com prende la rea­
lidad .histórica de las- form aciones, las convierten nuevam en­
te en construcciones ideales —tradiciones nacionales, trad i­
ciones litera ria s y artísticas, desarrollos de ideas, tipos psi­
cológicos, arquetipos espirituales— que reconocen y definen
las form aciones con frecuencia de un m odo m ucho m ás sus­
tancial que las acostum bradas descripciones generalizadoras
de la explícita derivación social o de la función superestruc-
tu ral, aunque solam ente p o r m edio de su desplazam iento del
proceso c u ltu ral inm ediato. Como un resu ltad o de este des­
plazam iento, las form aciones y sus obras no se observan
com o la activa esencia cultural y social que realm ente son.
E n n u e stra p ro p ia c u ltu ra esta form a de desplazam iento, que
resu ltó tem p o ral o relativam ente convincente p o r Jos defectos
de la in te rp re ta c ió n su p e re stru c tu ra l o derivativa, es en sí
m ism a y fu ndam entalm ente hegem ónica.
8. Dominante, residual y emergente

La com plejidad de u n a cu ltu ra debe hallarse no solamen*


te en sus procesos variables y en sus definiciones sociales
—tradiciones, instituciones y form aciones—, sino tam bién en
las interrelaciones dinám icas, en cada p unto del proceso que
p rese n tan ciertos elem entos variables e históricam ente va-
riados. D entro de lo que he denom inado análisis «trascen-.
dental», u n proceso cu ltu ral es considerado u n sistem a cul­
tu ra l que d eterm in a rasgos dom inantes: la cu ltu ra feudal o
la c u ltu ra burg uesa o la transición de u n a a la otra. E ste
hincapié en los lincam ientos y los rasgos dom inantes y defi­
nitivos es sum am ente im p o rta n te y, en la práctica, a m enudo
efectivo. Sin em bargo, o cu rre con frecuencia que su m eto­
dología es preserv ad a p a ra la función m uy diferente que ca­
racteriza el análisis histórico, en el cual un sentido del mo­
vim iento d en tro de lo que se a b stra e habitualm ente como
u n sistem a resu lta fundam entalm ente necesario, especialm en­
te si h a de conectarse ta n to con el fu tu ro como con el pasado.
E n el auténtico análisis histórico es necesario reconocer en
cada punto las com plejas interrelaciones que existen e n tre los
m ovim ientos y las tendencias, ta n to dentro como m ás allá
de u n a dom inación efectiva y específica. Es necesario exa­
m in ar cómo se relacionan con el proceso cultural to tal antes
que, exclusivam ente, con el sistem a dom inante selecto y abs­
traíd o . Por lo tan to , la «cultura burguesa» es u n a significativa
descripción e hipótesis generalizadora expresada d en tro de
u n análisis trascen d en tal p o r m edio de com paraciones funda­
m entales con la «cultura feudal» o la «cultura socialista». Sin
em bargo, en tendida com o u n a descripción del proceso cul­
tu ra l a lo largo de c u a tro o cinco siglos y en los registros de
sociedades diferentes, req u iere u n a inm ediata diferenciación
h istó rica e in tern am en te com parativa. P or o tra parte, a u n si
esto es reconocido o desarrollado prácticam ente, la definición
«trascendental» puede ejercer su p resión como tipo estático
co n tra el cual actúan todos los verdaderos procesos cu ltu ra­
les, tan to con la finalidad de m an ifestar «estadios» o «varia­
ciones» del tip o (que todavía es el análisis histórico) como,
en el p eo r de los casos, de seleccionar la evidencia fundam en-
tal y excluir la evidencia «marginal», «incidental» o «secun­
daria».
E stos erro res pueden evitarse si, m ientras conservam os
la hipótesis trascendental, podem os h allar térm inos que no
sólo reconozcan los «estadios» y las «variaciones», sino tam ­
bién las relaciones dinám icas internas de todo proceso ver­
dadero. E n realidad, todavía debém os h a b la r de lo «dom inan­
te» y lo «efectivo», y en estos sentidos, de lo hegem ónico. Sin
em bargo, nos encontram os con que tam bién debem os hablar,
y ciertam ente con u n a m ayor diferenciación en relación con
cada una de ellas, de lo «residual» y lo «emergente», que en
cualquier proceso verdadero y en cualquier m om ento de
este proceso, son significativos tanto en sí m ism os com o en
i lo que. revelan sobre las características de lo «dom inante».
Por «residual» quiero significar algo diferente a lo «ar­
caico», aunque en la p rác tic a son a m enudo m uy difíciles
de distinguir. Toda cu ltu ra incluye elem entos aprovechables
de su pasado, pero su lugar d en tro del proceso cu ltu ral con­
tem poráneo es profundam ente.variable. Yo denom inaría «ar­
caico» a lo que se reconoce plenam ente com o u n elem ento
del pasado p a ra se r observado, p a ra ser exam inado o incluso
ocasionalm ente p a ra ser conscientem ente «revivido» de u n
m odo deliberadam ente especializado. Lo que p retendo signi­
ficar p o r «residual» es m uy diferente. Lo residual, p o r defi­
nición, h a sido form ado efectivam ente en el pasado, pero
todavía se halla en actividad dentro del proceso cultural;
no sólo —y a m enudo ni eso— com o un elem ento del pasado,
;síno com o u n efectivo elem ento del presente. P o r lo tanto,
ciertas experiencias, significados y valores que no pueden ser
expresádos o sustancialm ente verificados en térm inos de la
cu ltu ra dom inante, son, no obstante,' vividos y practicados
sobre la base de u n rem anente —cultural tan to com o social—
dé alguna form ación o in stitución social y cultural anterior.
E s fundam ental distinguir este aspecto de lo residual, que
puede p re se n ta r una relación alternativa e incluso de oposi­
ción con respecto a la cu ltu ra dom inante, de la m anifestación
activa de lo residual (siendo ésta su distinción de lo arcaico)
que h a sido to tal o am pliam ente incorporado a la cu ltu ra
dom inante. Existen tre s casos característicos dentro de la
cu ltu ra inglesa contem poránea en que esta distinción puede
convertirse en una m odalidad precisa de análisis. La religión
organizada es predom inantem ente residual; sin em bargo, den­
tro de e sta declaración existe una diferencia significativa
en tre algunos significados y valores prácticam ente alternati-
m
fcj;. yos y en oposición (la h erm an d ad absoluta, el servicio de-
siQteresado a los dem ás) y u n cuerpo m ayor de significados
y valores incorporados (la m odalidad oficial o el o rd en social
del cual lo m undano constituye u n com ponente separado neu-
tralizador o ratiíicador). P o r o tra p arte, la idea de com unidad
ru ra l es p redom inantem ente residual; sin em bargo, en algu-
*nos aspectos lim itados o p era com o altern ativ a u oposición
al capitalism o in d u strial urbano, aunque en su m ayor p a rte
se halla incorporada, com o idealización o fantasía, o como
una función ociosa, exótica —residencial o escapista— del
propio orden dom inante. Del m ism o m odo, ’e n la m onarquía
no existe p rácticam en te n a d a que sea activam ente residual
(alternativo o de oposición); sin em bargo, con u n a utiliza- '•
H|; ción adicional deliberada y sólida de lo arcaico, u n a función
residual ha sido totalm ente, inco rp o rad a com o función espe­
cífica política y c u ltu ral —m arcando ta n to los lím ites como
los m étodos— de úna fo rm a de la dem ocracia capitalista.
Un elem ento cu ltu ral resid u al se h alla n orm alm ente a cier­
ta distancia de la cu ltu ra dom inante efectiva, p e ro u n a p a rte
de él, alguna versión de él —y especialm ente si el residuo
proviene de un área fu n d am en tal del pasado— en la m ayoría
de los casos h a b rá de se r inco rp o rad a si la c u ltu ra dom i­
nante efectiva ha de m an ifestar algún sentido en e sta s áreas.
Por o tra p arte, en ciertos m om entos la c u ltu ra dom inante
no puede p e rm itir u n a experiencia y una p rác tic a residual
excesivas fu era de su esfera de acción, al m enos sin que ello
im plique algún riesgo. Es en la incorporación de lo activa-
§■ m ente residual — a trav és de la rein terp retació n , la disolu-
|C ción, la proyección, la inclusión y lá exclusión discrim inada—
|: como el tra b a jo de la tradición selectiva se to rn a especial-
r¡' m ente evidente. E sto es m uy notable en el caso de las versio-
% nes de la «tradición literaria», pasando a través de las ver-
siones selectivas del c a rá c te r de la lite ra tu ra h a sta las defi-
£ niciones conectoras e incorporadas sobre lo que la lite ra tu ra
* es hoy y sobre lo que debería ser. É s ta es u n a e n tre varias
áreas cruciales, ya que es en algunas versiones alternativas .
o incluso de oposición de lo que es la lite ra tu ra (ha sido) y
lo que la experiencia lite ra ria (y en u n a derivación habitual,
o tra experiencia significativa) es y debe ser, donde, co n tra
las presiones de la incorporación, son sostenidos los signifi­
cados y los valores activam ente residuales.
P o r «em ergente» quiero significar, en p rim e r térm ino, los
nuevos significados y valores, nuevas prácticas, nuevas rela­
ciones y tipos de relaciones q u e se crean continuam ente. Sin
em bargo, re s u lta excepcionalm ente difícil d istin g u ir e n tre los
elem entos q u e co nstituyen efectivam ente u n a nueva fase de
la c u ltu ra do m in an te (y en este sentido «especie-específico»)
y los elem entos que son esencialm ente alternativos o de opo-
sición a ella: en este sentido, em ergente an tes que sim ple­
m en te nuevo. D esde e l m om ento e n q u e nos hallam os consi­
deran d o p e rm a n en te m e n te las relaciones d en tro de u n proce­
so c u ltu ral, las definiciones de lo em ergente, tan to com o de
lo residual, sólo pu ed en p ro d u cirse e n relación con u n sen­
tido cabal de lo dom inante. S in em bargo, la ubicación social
de lo resid u al es siem pre m ás fácil de com prender, y a que
g ran p a rte d e él (aunque n o todo) se relaciona con fases y
form aciones sociales a n te rio re s del proceso cu ltu ral en que
se generaron cierto s significados y valores reales. E n la ausen­
cia subsecuente de una fase p a rtic u la r d en tro de u n a cu ltu ra
d o m inante se pro d u ce entonces la rem isión hacia aquellos
significados y valores que fu ero n creados en el pasado en
sociedades reales y en situaciones reales, y q u e to d av ía p a ­
recen te n e r significación p o rq u e rep re sen ta n áreas de la ex­
periencia, la aspiración y el logro hum anos que la cu ltu ra
d om inante rechaza, m inusvalora, contradice, rep rim e o in­
cluso es incapaz de reconocer.
E l caso de lo em ergente es rad icalm en te diferente. Es
cierto que en la e s tru c tu ra de toda sociedad real, y especial­
m en te en s u e s tru c tu ra de clases, existe siem pre u n a base
social p a ra los elem entos del proceso cu ltu ral que son alter­
nativos o de oposición a los elem entos dom inantes. U na mo­
dalidad de e s ta base social h a sido valiosam ente d escrita en
el cu erp o c e n tral de la teo ría m arx ista: Ja form ación de una
nueva clase, la to m a de conciencia de u n a nueva ciase, y den­
tro de esto, en el proceso real, el surgim iento (a m enudo
desigual) de elem entos de u n a nueva form ación cultural. P or
lo tan to , el surgim iento de la clase tra b a ja d o ra com o una
clase se hizo evidente de inm ediato en el proceso c u ltu ral
(p o r ejem plo en la In g la terra del siglo xix). Sin em bargo,
existen desigualdades de contribución extrem as en diferentes
p a rte s del proceso. La producción de nuevos valores e in sti­
tuciones sociales excedió am pliam ente la producción de ins­
tituciones estrictam en te culturales, m ien tras que las contri­
buciones específicam ente culturales, aunque significativas, fue­
ro n m enos vigorosas y autónom as que la innovación general
o institucional. Una nueva clase es siem pre u n a fu en te de
u n a p rác tic a cu ltu ral em ergente, au n q u e m ien tras com o clase
todavía se h alla relativam ente subordinada, siem pre es sus-
; ceptible de se r desigual y con seguridad es incom pleta, ya que
la nueva p ráctica no es en m odo alguno u n proceso aislado.
En la m edida en que surge, y especialm ente e n la m edida en
que es opuesta antes que alternativa, comienza significati­
vam ente el proceso de u n a incorporación intencionada. E sta
situación puede observarse, en In g la terra y durante el m ism o
periodo m encionado, en el surgim iento y m ás tard e en la
efectiva incorporación de u n a p ren sa p opular radical. Puede
observarse en el surgim iento y p o ste rio r incorporación de
los escritos de la clase o b rera, donde el problem a fundam en­
tal de la em ergencia se revela claram ente desde el m om ento
en que en tales casos la base de la incorporación es el efectivo
predom inio de las form as litera ria s adm itidas; u n a incorpo­
ración, p o r así decirlo, que condiciona y lim ita la em ergen­
cia. Sin em bargo, el desarrollo es sim pre desigual. La incor­
poración fran ca se ensaya m ás directam ente co n tra los ele­
m entos de clase visiblem ente alternativos y de oposición: los
sindicatos, los p artid o s políticos de la clase obrera, los estilos
de vida de la clase o b rera (incorporándolos al periodism o
«popular», a la publicidad y al entreten im ien to com ercial).
En tales condiciones el proceso de em ergencia es u n movi­
m iento constantem ente repetido y siem pre renovable que va
m ás allá de una fase de incorporación práctica; habitual­
m ente m ucho m ás difícil p o r el hecho de que una excesiva
incorporación aparente ser u n reconocim iento, u n a adm isión,
y p o r lo tan to , u n a fo rm a de adaptación. D entro de este com­
plejo proceso existe v erdaderam ente u n a confusión regular
en tre lo que es localm ente resid u al (como u n a form a de re ­
sistencia a la incorporación) y lo q u e es generalm ente em er­
gente.
La em ergencia c u ltu ral en relación con la em ergencia y la
creciente fortaleza de u n a clase es siem pre de u n a im por­
tancia fundam ental e invariablem ente com pleja. Sin em bargo,
tam bién debem os observar que no es el único tip o de em er­
gencia. E ste reconocim iento re su lta sum am ente difícil desde
una óptica teórica, aunque la evidencia p ráctica es abundante.
Lo que realm ente debe decirse, com o m odo de definir los
elem entos im portantes, o lo residual y lo em ergente, y como
un m odo de com prender el c a rá c te r de lo dom inante, es que
ningún m odo de producción y p o r lo tanto ningún orden social
dom inante y p o r lo ta n to ninguna cultura dom inante verda­
deram ente incluye o agota toda la práctica humana, toda la
energía hum ana y toda la intención hum ana. E sto no es sim ­
plem ente u n a proposición negativa que nos p erm ite explicar
K ¡ P J ^ c l u y e n toda la escala de la p ráctica hum ana. Lo que j
l cS considerado con frecuencia com o lo personal o s
f ^ ^ n v a d ó ;o como lo n a tu ra l o incluso lo m etafísico. En rea-*~
I % ^*és'habitualinente en uno u otro de estos térm inos donde '•
r ^ f e p r ^ a el área excluida, ya que lo que efectivam ente ha-

^ ^ f c É f E ^ sta aprehensión la que debe ser especialm ente resis- - l í r


que es siem pre la conciencia práctica, aunque en
^ ^B (3 ifér^ntes proporciones, en las relaciones específicas, en las j K
^ ^ ■ h a b ilid a d e s específicas, en las percepciones específicas, la £&'■
^ ^ B q u e if e s u lta incuestionablem ente social y la que el orden, jK j
^ ^ ■ s o c iá l específicam ente dom inante niega, excluye, reprim e o.- 1 H
i^B sirnjS lem entc n o logra reconocer. Un rasgo distintivo y com-[ : g g
^ ^ K m rá tiv o de todo orden social dom inante es h a sta dónde se
^ ^ E a fia n z a dentro* de la escala to tal de las p rácticas y experien-. j g
^ ^ P c iá s en su intento de in co rp o ració n .. Pueden existir áreas
-experiencia a las que es p referible ig n o ra r o elim inar: J H
^ H ’á signar como privado, diferenciar com o estético o generalizar
^■recom o natural. P or otra p arte, en la m edida en que u n orden ;W
M p s o c ia l cam bia en cuanto a sus propias' necesidades de desa- J f i
HSp.’rrollo, estas relaciones son variables. P o r lo tanto, en el capi- .35
R e talism o avanzado, debido a los cam bios producidos en el ca-
fev r á c te r social del trabajo, en el c a rácter social de las comu-
5y; nicaciones y en el carácter social de la tom a de decisiones, S
v . la cultura dom inante va m ucho m ás allá -de lo que ha ido J p
nunca en la sociedad capitalista y en las áreas h a sta el mo- S
m entó «reservadas» o «cedidas» de la experiencia, la práctica ,|8¿
y el significado. P o r lo tanto, el área de p enetración efectiva w
del orden dom inante dentro de la to talidad del proceso social ®
y cultural es significativam ente m ás am plia. E sta situación,
a sü vez, hace especialm ente agudo el problem a d e la emer- J jt
gencia y dism inuye la brecha existente e n tre los elem entos . W
alternativos y de oposición. Lo alternativo, especialm ente en
las áreas que se in tern an en áreas significativas de lo domi-
nante, es considerado a m enudo como de oposición y, bajo '‘é-
presión, es convertido a m enudo en una instancia de opo- ^
sición. Sin em bargo, y aún en este p u n to , p u ed en existir ^
esferas de la p ráctica y el significado que —casi p o r definición M
a p a rtir de su propio c arácter lim itado, o en su profunda W
deform ación— la cu ltu ra dom inante es incapaz de reconocer
por m edio de algún térm ino real. Existen elem entos de emer-
* gencia que pueden ser efectivam ente incorporados, pero siem­
pre en la m edida en que las form as incorporadas sean sim ­
plem ente facsím iles de la p ráctica cultural genuinam ente
em ergente. B ajo estas condiciones resulta verdaderam ente
difícil cualquier em ergencia significativa que vaya m ás allá
o en contra del m odo dom inante, sea en sí m ism a o en su
; 'repetida confusión con los facsím iles y novedades de la fase
incorporada. Sin em bargo, en n u estro propio período, del
mismo m odo que en los dem ás, el hecho de la p ráctica cul­
tural em ergente todavía es innegable; y ju n to con la práctica
activam ente residual constituye u n a necesaria complicación
de la supuesta cu ltu ra dom inante.
! E ste proceso com plejo, en p arte, puede se r descrito en
•términos de. clase. Sin .embargo, siem pre existe o tra concien­
cia y otro ser social que es negado y excluido: las percepcio­
nes, alternativas de los dem ás d en tro de las relaciones inm e­
diatas; las percepciones y las p rácticas nuevas del m undo
m aterial. E n la práctica, son cualitativam ente diferentes de
los intereses articulados y en desarrollo de un a clase social
naciente. Las relaciones e n tre estas dos fuentes de lo em er­
gente —la clase y el área social (hum ana) excluida— no son
de ningún m odo contradictorias. En algún m om ento pueden
m anifestarse sum am ente próxim as y las relaciones que m an­
tienen en tre sí dependen en gran p a rte de la p ráctica política.
Sin .em bargo, desde una óptica cultural y com o una cuestión
que atañe a la teoría, las áreas m encionadas pueden con­
siderarse diferentes.
P o r últim o, lo que realm ente im p o rta en relación con la
com prensión de la cu ltu ra em ergente, como algo d istinto de
lo dom inante así como de lo residual, es que nunca es so­
lam ente una cuestión de práctica inm ediata; en realidad, de­
pende fundam entalm ente del descubrim iento de nuevas for­
mas o de adaptaciones de form a. U na y o tra vez, lo que de­
bem os observar es en efecto una preem ergencia activa e influ­
yente aunque todavía no esté plenam ente articulada, antes
que la em ergencia m anifiesta que p o d ría ser designada con
una confianza m ayor. Es con la finalidad de com prender m ás
estrecham ente esta condición de la preem ergencia, así como
las form as m ás evidentes de lo em ergente, lo residual y lo
dom inante, com o tenem os que exam inar el concepto de es­
tru c tu ra s del sentir.
9. Estructuras del sentir \

E n la m ayoría de las descripciones y los análisis, la cul­


tu r a y la sociedad son expresadas corrientem ente en tiempo
pasado. La b a rre ra m ás sólida que se opone al reconocim ien­
to de la actividad cu ltu ral hu m an a es esta, conversión inme­
d ia ta y re g a la r de la experiencia en u n a serie de productos
acabados. Lo que resu lta defendible com o procedim iento ert
la h isto ria consciente, en la que sobre la base de ciertos su­
pu esto s existe u n a serie de acciones que pueden ser consi­
deradas definitivam ente concluidas, es h abitualm ente proyec­
ta d o no sólo a la su stan cia siem pre m ovilizadora del pasadb;
sin o a la vida contem poránea, en la cual las relaciones, las
in stitu cio n es y las form aciones en q u e nos hallam os involu­
crados son convertidas p o r esta m odalidad de procedim iento
en totalidades form adas antes que e n procesos form adores
y form ativos. E n consecuencia, el análisis e s tá centrado en
las relaciones existentes e n tre estas instituciones, form acio­
nes y experiencias producidas, de m odo que e n la actualidad,
com o en aquel pasado producido, sólo existen las form as
explícitam ente fijadas; m ien tras que la presen cia viviente,
p o r definición, resu lta perm an en tem en te rechazada.
Cuando com enzam os a com prender el dom inio de este
procedim iento, a exam inar su aspecto central y de ser posible
a su p e ra r sus m árgenes, podem os com prender, de un m odo
nuevo, la separación existente e n tre lo social y lo personal,
que constituye una m odalidad cultural ta n p o d ero sa y deter­
m inante. Si lo social es siem pre pasado, en el sentido de que
siem pre está form ado, debem os h a lla r otros térm inos para
la innegable experiencia del presente: no sólo p a ra el presente
tem poral, la realización de esto y de este in stan te, sino la
especificidad del ser presente, lo inalienablem ente físico, den­
tro de lo cual podem os d iscern ir y reconocer efectivam ente
las instituciones, las form aciones y las posiciones, aunque no
siem pre com o p roductos fijos, como p roductos definidores.
E ntonces, si lo social es lo fijo y explícito —las relaciones, ins­
tituciones, form aciones y posiciones conocidas— todo lo que
es presen te y m ovilizador, todo lo que escapa o parece esca­
p a r de lo fijo, lo explícito y lo conocido, es com prendido y
definido com o lo personal: esto, aquí, ahora, vivo, activo,
«subjetivo».
Existe o tra distinción relacionada con lo anterior. Tal
como se describe el pensam iento, d en tro del m ism o y acos­
tum brado tiem po pasado, es en realidad ta n diferente —en
sus form as explícitas y acabadas— de todo e incluso de cual­
quier cosa que podam os reconocer inm ediatam ente como
pensam iento, que oponem os a él los térm inos m ás activos,
más flexibles, m enos singulares —conciencia, experiencia, sen­
tir— y luego los observam os a rro jad o s en to rn o a las form as
fijas, finitas y repelentes. E ste p u n to adquiere una im portan­
cia considerable en relación con las o bras de arte, que en
cierto sentido son form as explícitas y acabadas; objetos ver­
daderos en las a rte s visuales y convenciones y notaciones ob­
jetivadas (figuras sem ánticas) en la litera tu ra . Sin em bargo,
com pletar su proceso inherente no es sólo eso: debem os ha­
cerlos p resen tes en «lecturas» específicam ente activas. Tam­
bién o c u rre que la producción del arte no se halla nunca ella
m ism a en tiem po pasado. Es siem pre u n proceso form ativo
dentro de un p resen te específico. E n diferentes m om entos de
la historia, y de m odos significativam ente diferentes, la rea­
lidad e incluso la prim acía de tales presencias y tales pro­
cesos, ese tip o de actualidades ta n diverso y sin em bargo tan
específico, h a n sido poderosam ente afirm ados y reivindica­
dos, m ie n tra s que en la p ráctica son perm anentem ente vivi­
dos. S in em bargo, son afirm ados a m enudo como form as en
sí m ism as, en disputa con o tras form as conocidas: lo subje­
tivo en oposición a lo objetivo; la experiencia en oposición a
la creencia; el sentim iento e n oposición al pensam iento; lo
inm ediato en oposición a lo general; lo personal en oposi­
ción a lo social. E l p o d er innegable de dos grandes sistem as
ideológicos —el sistem a «estético» y el sistem a «psicológi­
co»— es, irónicam ente, sistem áticam ente derivado de estos
sentidos, de estas acepciones de instancia y proceso, donde la
experiencia, el sentim iento inm ediato y luego la subjetividad
y la perso n alid ad resu lta n nuevam ente generalizados y reu­
nidos. E n oposición a estas form as «personales», los sistem as
ideológicos de la generalidad social fija, de los p roductos ca­
tegóricos, de las form aciones absolutas resu ltan relativam en­
te ineficaces dentro de su dim ensión específica. E sto es es­
pecialm ente correcto en relación con una co rriente dom inan­
te del m arxism o y su acostum brado abuso de lo «subjetivo»
y lo «personal».
Sin em bargo, es la reducción de lo social a form as fijas lo
que continúa siendo el erro r básico. M arx observó esta si- Es­
tuación con b astan te frecuencia y algunos m arxistas lo ci-
ta n de u n m odo fijo antes de reto rn ar a las form as fijas. ,*•
El error, como ocurre tan a m enudo, consiste en tom ar [7?
los térm inos de análisis como térm inos sustanciales. En -
consecuencia, hablam os de una concepción del m undo o de
una ideología dom inante o de una perspectiva de clase, a :m
m enudo con u n a evidencia adecuada, aunque en este res- .
balón regular hacia un tiem po pasado y una form a fija supo­
nem os, o incluso no sabem os que debem os suponer, que v.
aquellas existen y son vividas específica y definitivam ente
dentro de form as singulares y en desarrollo. Tal vez la m uer­
te pueda ser reducida a form as fijas, aunque sus registros su-
pervivientes se hallen en su contra. Sin em bargo, lo viviente ^ '
no será reducido, al m enos en la p rim era persona; puede re- ,•
su lta r diferente en lo que se refiere a las terceras personas
vivas. Todas las com plejidades conocidas, las tensiones expe­
rim entadas, los cam bios y las incertidum bres, las form as in-
trincadas de la desigualdad y la confusión, se hallan en con- *
tra de los térm inos de la reducción y m uy pronto, p o r exten­
sión, en contra del propio análisis social. Las form as sociales
son adm itidas a m enudo como generalidades, aunque excluí- ‘
das, desdeñosam ente, de toda posible relevancia en relación
con esta verdadera e inm ediata significación de ser. Y a p a rtir
de las abstracciones, form adas a su vez m ediante este acto *r
de exclusión —la «imaginación hum ana», la «psiquis hum a­
na», el «inconsciente», con sus «funciones» en el arte, el m ito
y el sueño—, se desarrollan m ás o m enos prontam ente for­
m as nuevas y desplazadas de análisis y categorización social
que superan todas las condiciones sociales específicas.
Obviamente, las form as sociales son m ás reconocibles ~
cuando son articuladas y explícitas. H em os observado esta •
situación en la secuencia que se desarrolla desde las institu-
ciones hasta las form aciones y tradiciones. Podem os obser- ;
varia nuevam ente en el transcurso que se opera desde los sis- ...~
tem as dom inantes de creencias y educación hasta los siste­
m as influyentes de explicación y argum entación. Todos ellos
tienen una presencia efectiva. Muchos son form ados y delibe- •
rados y algunos son sum am ente fijos. Sin em bargo, cuando
todos han sido identificados no constituyen un inventario ple­
no ni siquiera de la conciencia social en su acepción más
simple, ya que se convierten en conciencia social sólo cuando ^
son vividos activam ente dentro de verdaderas relaciones, y
adem ás en relaciones que son algo m ás que intercam bios sis­
tem áticos e n tre unidades fijas. E n efecto, precisam ente p o r­
que toda conciencia es social, sus procesos tienen lugar no
sólo entre, sino dentro de la relación y lo relacionado. Y esta
conciencia p rác tic a es siem pre algo m ás que u n a m anipula­
ción de form as y unidades fijas. E xiste una tensión frecuente
entre la in terp retació n adm itida y la experiencia práctica.
Donde e sta tensión pueda hacerse d irecta y explícita o donde
es ú til una in terp retació n alternativa, nos hallam os todavía
dentro d e una dim ensión de form as relativam ente fijas. Sin
embargo, la tensión es a m enudo u n a inquietud, u n a tensión,
un desplazam iento, u n a latencia: el m om ento de com paración
consciente que aún no h a llegado, que incluso ni siquiera está
en cam ino. Y la com paración no es de ningún m odo el único
proceso, au n q u e sea poderoso e im portante. Existen las expe­
riencias, p a ra las cuales las form as fijas no dicen nada en
absoluto, a las que ni siquiera reconocen. Existen im p o rtan ­
tes experiencias m ezcladas donde el significado ú til conver­
tirá la p a rte en el todo, o el todo en la p arte. E incluso en
el caso en que puede h allarse acuerdo e n tre la form a y la res­
puesta, pu ed en existir cualificaciones, reservas e indicaciones
p o r doquier: lo que el acuerdo parecía establecer perp to d a­
vía suena e n todas p artes. La conciencia p ráctica es casi
siem pre d iferente de la conciencia oficial; y ésta no es sola­
m ente u n a cuestión de lib ertad y control relativos, ya que la
conciencia p ráctica es lo que verdaderam ente se está vivien­
do, no sólo lo que se piensa que se e stá viviendo. Sin em bar­
go, la verd ad era altern ativ a e n relación con las form as fijas
producidas y adm itidas no es el silencio; n i tam poco la au­
sencia, lo inconsciente, que h a m itificado la cu ltu ra burguesa.
Es u n tipo de sentim iento y pensam iento efectivam ente social
y m aterial, aunque cada uno de ellos en u n a fase em brionaria
antes de convertirse en un intercam bio plenam ente articulado
y definido. P o r lo tan to , las relaciones que establece con Jo
que ya e s tá articu lad o y definido son excepcionalm ente com-,
piejas.
E ste proceso puede se r d irectam en te observado en la his­
toria de un idiom a. A p e sar de las continuidades sustanciales
y a ciertos niveles decisivas en la g ram ática y el vocabulario,
ninguna generación habla exactam ente el m ism o idiom a que
sus predecesores. La diferencia pu ed e definirse en térm inos
de adiciones, supresiones y m odificáciones; sin em bargo, és­
tas no agotan la diferencia. Lo que realm ente cam bia es algo
sum am ente general, en una am plia esfera, y la descripción que
a m enudo se a ju sta m ejo r al cam bio es el térm ino literario
«estilo». E s m ás un cam bio general que u n g rupo de eleccio^
nes deliberadas, aunque dichas elecciones pueden deducirse
de él ta n to com o sus efectos. Tipos sim ilares de cam bio pue­
den observarse en las costum bres, la vestim enta, la edificación
y o tra s form as sim ilares de la vida social. Es u n interrogante
a b ie rto —es decir, una serie de in terro g an tes h istóricos espe­
cíficos— si en alguno de estos cam bios éste o aquel grupo ha'
sido, dom inante o influyente o si son resu ltad o de una inter­
acción m ucho m ás general, ya que lo que estam os definiendo"
es u n a cualidad p a rtic u la r de la relación y la experiencia so­
cial, histó ricam en te d istin ta d e cualquiera o tra s cualidades,
p a rticu la re s, que d eterm in a el sentido de una generación o dé,
u n período. Las relaciones existentes e n tre e sta cualidad y las'
dem ás p eculiaridades históricas específicas de las institucio­
nes, las form aciones y las creencias cam biantes, y m ás allá
de ellas, las cam biantes relaciones sociales y económ icas entre
las .clases y d e n tro de ellas, constituyen nuevam ente u n inte-5
. rro g a n te abierto; es decir, u n a serie d e -in terro g an tes histó­
ricos específicos. La consecuencia m etodológica d e u n a definí-;
ción’ de este tipo, no o b stan te, es que Jos cam bios cualitativos
específicos no son asum idos com o epifenóm enos de in stitu ­
ciones, form aciones y creencias m odificadas, o sim plem ente
com o u n a evidencia secundaria de relaciones económ icas y
sociales m odificadas e n tre las clases y d e n tro de ellas. Al
m ism o tiem p o son asum idos desde el prin cip io com o expe­
rien cia social an tes que com o experiencia «personal» o como
el «pequeño cam bio» sim plem ente superficial o in cid en tal de
la sociedad. Son sociales de dos m an eras que las distinguen de
los sentidos reducidos de ló social, considerado e sto com o lo
in stitu cio n al y lo form al; p rim ero , en el hecho de que son
cam bios de presencia (m ien tras son vividos esto re su lta ob­
vio; cuando h a n sido vividos, todavía sigue siendo-^u carac­
te rístic a esencial); segundo, en el hecho de que au n q u e son
em ergentes o preem ergentes, no necesitan, e sp e ra r u n a defi­
nición, u n a clasificación o u n a racionalización an tes de e je r­
cer presiones palpables y de estab lecer lím ites éfectivos sobre
la experiencia y so b re la acción.
Tales cam bios pueden se r definidos com o cam bios en las
estructuras del sentir. E l térm ino re su lta difícil; sin embargo,-
«sentir» h a sido elegido con la finalidad de a c en tu a r una dis­
tin ció n resp ecto de los conceptos m ás form ales de «concep­
ción del m undo» o «ideología». No se tra ta solam ente de que
debam os ir m ás allá de las creencias sistem áticas y form al­
m en te sostenidas, au n q u e siem pre debam os incluirlas. Se tra ­
ta de que estam os in teresad o s en los significados y valores
tal como son vividos y sentidos activam ente; y las relaciones
Existentes e n tre ellos y las creencias sistem áticas o form ales,
en la p ráctica son variables (incluso históricam ente variables)
en una escala que va desde u n asentim iento form al con una
disensión p riv ad a h a s ta la interacción m ás m atizada existen­
te entre las creencias seleccionadas e in te rp re ta d a s y las ex­
periencias efectuadas y justificadas. Una definición a lte rn a ti­
va sería la de e stru c tu ra s de la experiencia, que ofrece en
cierto sentido u n a p a la b ra m e jo r y m ás am plia, pero con la
dificultad de que uno de sus sentidos involucra ese tiem po
pasado que significa el obstáculo m ás im p o rtan te p a ra el re­
conocim iento del á re a de Ja experiencia social, que es Ja que
está siendo definida. E stam os hablando de los elem entos ca­
racterísticos de im pulso, restricción y tono; elem entos espe­
cíficamente afectivos de la conciencia y las relaciones, y no
sentim iento c o n tra pensam iento, sino pensam iento tal como
es sentido y sentim iento tal com o es pensado; u n a concien­
cia p ráctica de tip o p resen te, d en tro de u n a continuidad vi­
viente e interrelacionada. E n consecuencia, estam os definien­
do estos elem entos com o u n a «estructura»: com o u n grupo
con relaciones in tern as específicas, entrelazadas y a la vez en
tensión. Sin em bargo, tam b ién estam os definiendo u n a expe­
riencia social que todavía se h a lla en proceso, que a m enudo
no es reconocida v erd ad eram en te com o social, sino com o p r i­
vada, idiosincrásica e incluso aislante, pero que en el análisis
(aunque m uy ra ra m e n te o c u rra de otro m odo) tiene sus ca­
racterísticas em ergentes, conectoras y dom inantes y, cierta­
m ente, sus jera rq u ía s específicas. É stas son a m enudo m ejor
reconocidas en u n e sta d io posterior, cuando han sido (como
ocurre a m enudo) form alizadas, clasificadas y en m uchos
casos convertidas en instituciones y form aciones. E n ese mo:
m entó el caso es diferente; norm alm ente, ya h a b rá com en­
zado a fo rm arse u n a nuevá e stru c tu ra del sentim iento dentro
del verdadero p resé n te social.
Desde u n a perspectiva m etodológica, p o r tan to , u n a «es­
tru c tu ra del sentir» es u n a hipótesis c u ltu ral derivada de los
intentos p o r co m p ren d er tales elem entos y sus conexiones en
una generación o u n período, con perm anente necesidad de
re to rn a r interactiv am en te a ta l evidencia. Inicialm ente es m e­
nos sim ple que las hipótesis sobre lo social estru ctu rad as
más form alm ente, p e ro es m ás adecuada en relación con el
m uestrario cu ltu ral actual: es históricam ente verdadera, pero
aún lo es m ás (donde m ás im porta) en n u estro proceso cul­
tu ra l p resen te. La hipótesis presen ta una especial relevancia
con respecto al a rte y la literatu ra, donde el verdadero conte­
nido social, en u n n ú m ero significativo de casos, de este tipo
p resen te y efectivo, y sin que ello suponga pérdidas, no puede
s e r reducido a sistem as de creencias, instituciones o a rela­
ciones generales explícitas, aunque puede incluir a todas ellas
com o elem entos vividos y experim entados, con o sin tensión,
del m ism o m odo que obviam ente incluye elem entos de la ex;
periencia social o m aterial (física o natural) que puede si­
tu a rse m ás a llá de, o h allarse descubierta o Imperfectamente"
cu b ierta po r, los elem entos sistem áticos reconocibles en cual­
q u ier sitio. E n el arte, la presencia inequívoca de ciertos ele­
m entos que no e s tá n cu b ierto s p o r (aunque en algún modo
pueden se r reducidos a) o tro s sistem as form ales, constituye
la verd ad era fu en te de las categorías especializadas de «lo
estético», «las artes» y la « literatura im aginativa». P or una
p arte, necesitam os reconocer (y d a r la bienvenida a) la es­
pecificidad de estos elem entos —sentim ientos específicos, rit-,
m os específicos—; y n o ob stan te ello, h a lla r los medios de
’ reconocer sus tipos específicos de sociabilidad, evitando por
tan to la extracción a p a r tir de la experiencia social que re­
su lta única cuando la p ro p ia experiencia social h a sido cate­
góricam ente (y de raíz, históricam ente) reducida. P or lo tan­
to, no estam os in teresad o s solam ente en la restauración del
contenido social en su sentido pleno, el caracterizado p o r una
proxim idad generativa. La idea de una e stru c tu ra del senti­
m iento puede relacionarse específicam ente con la evidencia
de las form as y las convenciones —figuras sem ánticas— que,
en el a rte y la lite ra tu ra , se hallan a m enudo entre las pri­
m eras indicaciones d e que se e stá form ando una nueva es­
tru c tu ra de e ste tipo. E stas relaciones serán exam inadas en'
detalle en los capítulos siguientes, pero como una cuestión de
la teoría c u ltu ral é ste es u n m odo de definir las form as y las
convenciones en el arte y la lite ra tu ra como elem entos ina­
lienables de u n proceso m aterial social no p o r derivación de
o tra s form as o p refo rm as sociales, sino com o u n a form a­
ción social de tip o específico que a su vez puede se r conside­
rad a articulación (y con frecuencia única articulación plena­
m ente aprovechable) de e stru c tu ra s del sentir, que como pro­
cesos vivientes son experim entadas m ucho m ás ampliam ente.
Las e stru c tu ras del s e n tir pueden ser definidas como ex­
periencias sociales en solución, a diferencia de o tras form a­
ciones sem ánticas sociales que han sido precipitadas y resul­
ta n m ás evidente y m ás inm ediatam ente aprovechables. No
í todo el arte, en m odo alguno, se relaciona con una e stru ctu ra
- del sentim iento contem poránea. Las form aciones efectivas de
r la m ayor p a rte del verdadero a rte se relacionan con forma-
ciones sociales que ya son m anifiestas, dom inantes o residua-
' les, y es originariam ente con las form aciones em ergentes (aun­
que a m enudo en form a de u n a pertu rb ació n o una m odifica­
ción dentro de las antiguas form as) con las que la e stru c tu ra
del sentim iento se relaciona com o solución. Sin embargo, esta
solución específica no es jam ás u n sim ple flujo. Es una for­
m ación e stru c tu rad a que, debido a hallarse en el m ism o borde
de la eficacia sem ántica, p rese n ta m uchas de las caracterís­
ticas de una preform ación, h a sta el m om ento en que las ar­
ticulaciones específicas —nuevas figuras sem ánticas— son
descubiertas en la p ráctica m aterial, con frecuencia, com o
suele o cu rrir, de m aneras relativam ente aisladas, que sólo
m ás tard e parecen com poner u n a generación significativa (en
realidad, y a m enudo, m inoritaria); ésta es a m enudo, a su
vez, la generación que se conecta sustancialm ente con sus su­
cesores. Por lo tanto, es una e stru c tu ra específica de eslabo- ‘ ¡
nam ientos p articu lares, acentuam ientos y supresiones p a rti­
culares y, en lo q u e son a m enudo sus form as m ás reconocí-*
bles, profundos puntos de p a rtid a y conclusiones p articula­
res. La p rim e ra ideología victoriana, p o r ejem plo, consideró
el abandono de los niños causado p o r la pobreza, las deudas
o la ilegitim idad com o un fallo o una desviación social; la
e stru ctu ra del se n tir contem poránea, en tre ta n to , dentro de las
nuevas figuras sem ánticas de Dickens, de Em ily B ronte y
otros, consideró el abandono de los niños y el aislam iento
como una condición general, y la pobreza, las deudas y la ile­
gitim idad com o sus instancias conexas. Una ideología a lte r­
nativa que relacionase ta l exposición con la naturaleza del
orden social, sólo fue elaborada con posterioridad, ofrecien­
do explicaciones aunque con una tensión reducida: la expli­
cación social plenam ente adm itida, la intensidad del tem or
y la vergüenza experim entados, ah o ra dispersos y generali­
zados.
Finalm ente, el ejem plo nos recuerda la com pleja relación
existente en tre las e stru c tu ras del sen tir diferenciadas y las
clases diferenciadas. Desde una perspectiva histórica esto es
sum am ente variable. E n In g la terra p o r ejem plo, e n tre los
años 1660 y 1690 pueden distinguirse inm ediatam ente dos es­
tru c tu ra s del se n tir (entre los derrotados pu ritan o s y en la
corte restaurada), aunque ninguna de las dos, en su lite­
ra tu ra ni en ningún otro sitio, es reductible a las ideolo-
gías de estos grupos o a sus relaciones form ales de clase (d e?
hecho, sum am ente com plejas). E n ciertas ocasiones la emer- >
gencia de u n a nueva e stru c tu ra del se n tir se relaciona m ejor
con el nacim iento de una clase (Inglaterra, 1700-1760); en V§
o tra s ocasiones, se relaciona m ás precisam ente con la con- í,
tradicción, la fra c tu ra o la m utación d en tro de una clase (In- $
glatei'ra, 1780-1830 ó 1890-1930), cuando una form ación parece .ff
desprenderse de sus norm as de clase,-aunque conserva su ^
filiación sustancial, y la tensión es, a la vez, vivida y articu- '^rTi.
lada en figuras sem ánticas radicalm ente nuevas. C ualquiera |f |§
de estos ejem plos req u iere una sustanciación detallada; sin
em bargo,, lo que a h o ra se h alla e n cuestión, teóricam ente, es ;|É
la hipótesis de u n m odo de form ación social explícito y reco- | | |
nocible én tipos específicos de a rte , que s¿ distingue de o tras
form aciones sem ánticas y sociales m ediante su articulación í|§
de presencia. ; fl
10. La sociología de la cultura

Gran p a rte cíe los procedim ientos de la sociología se han


visto lim itados o distorsionados p o r conceptos reducidos y
reductivos de la sociedad y lo social. E sta situación resulta
particularm ente evidente en la sociología de la cultura. D entro
de la tradición em piricista radical, a m enudo asociada p rác­
ticam ente con el m arxism o, se h a n elaborado im portantes
trab ajo s sobre las instituciones. Los principales sistem as de
com unicaciones m odernos constituyen hoy con ta n tá eviden­
cia instituciones clave d en tro de las sociedades capitalistas
avanzadas, que req u ieren el m ism o tipo de atención, al m e­
nos inicialm ente, que la otorgada a las instituciones de la
producción y la distribución industrial. Los estudios sobre
la propiedad y el control de la p ren sa capitalista, del cine ca­
p italista y de la rad io y la televisión capitalistas y capitalistas
dé E stado se entrelazan, h istó rica y teóricam ente, con los
análisis m ás am plios sobre la sociedad capitalista, la econo­
m ía capitalista y el E stado neocapitalista. Además, gran
p a rte de las instituciones req u ieren u n análisis d en tro del
contexto del im perialism o y el neocolonialism o m odernos, en
reláción con las cuales éstos aparecen sum am ente relevantes
(véase Schiller, 1969).
P o r encim a y m ás allá de sus resultados em píricos, estos
análisis fuerzan u n a revisión teórica de la fórm ula de base y
su p e re stru c tu ra y de la definición de las fuerzas productivas,
dentro de u n área social en que la actividad económ ica ca­
p italista en gran escala y la producción cultural son hoy in­
separables. H asta que se produzca esta revisión teórica, in­
cluso el m ejo r tra b a jo de los e m p iric ista s. radicales y. anti­
capitalistas es en últim a in stan cia oscurecido o absorbido p o r
las e stru c tu ras específicas teóricas de la sociología cultural
burguesa. E l concepto burgués de «com unicaciones de masas»
y el fundam ental concepto asociado de «m anipulación de
m asas» son igualm ente inadecuados en relación con lá ver­
dadera sociología de estas instituciones variadas y funda­
m entales. Incluso en un estadio prim igenio de análisis, estos
conceptos indiferenciados y obstructivos tienen que ser reem ­
plazados p o r los térm inos especificadores y m otivadores de
la hegem onía. Lo que ha logrado la teoría cultural b u rg u esa|í|
y radical-em piricista es la neutralización social de tales i n s '^ ^
tituciones: el concepto de la «masa» reem plaza y neutraliza'-^*!
las -estructuras de clase específicas; el concepto de «manipu-||jlfv
lación» (una estrategia operativa en la política y la p u b lic id a d :||||
capitalista) reem plaza y neutraliza las com plejas interaccio--1^ ^
nes del control, la selección, la incorporación y lás fases d e ¿ ^ ^
la conciencia social correspondientes a las verdaderas rela-¿f>fljj
ciones y situaciones sociales.
E ste elem ento neutralizador ha resultado p a rticu la rm e n te ’^ . ,
evidente en el estudio de los «efectos» que ha preocupado
la sociología burguesa em pírica. E n e ste punto, el análisis
incluso el reconocim iento de los «efectos» están predeterm i-^|^>
nados p o r el supuesto de norm as que son, com o la «sociali-Jp|j|
zación», abstractas y m istificadoras (desde el m om ento
que es precisam ente la variación histórica y de clase de l a ^ ||j ¿
«socialización» la que h a de ser estudiada) o bien, como ocut] ^ ! ^
rre en los estudios de los efectos sobre la política o sobre la-¿.?||É'
«violencia», son ellos m ism os «efectos» de u n o rden socia.L'jlf^
activo y to tal que no es analizado, sino sim plem ente escogido;
com o antecedente o como u n «control» em pírico. La com pleja
sociología de las verdaderas audiencias y de las verdaderas^;!?!
condiciones de recepción y resp u esta en estos sistem as alta-, $|§|*
m ente variables (la audiencia cinem atográfica, los lectores de ^
la p ren sa y la audiencia televisiva constituyen e stru c tu ras so- 1$¡|
cíales sum am ente diferentes) se ve oscurecida p o r las ñor-
m as burguesas de los «productores culturales» y el «publico;
de m asas», con el efecto adicional de que la com pleja, ideolo^ ■•'.íljf
gía de estos productores, en tan to que em presarios y agentes f |l |
d en tro de sistem as capitalistas, no es desarrollada én sí
m ism a, ’ '¿ijÉI
O tro efecto de este tipo de concentración sobre las «co- -.0$
m unicaciones de masas» es que el análisis no se extiende ñor-
m alm ente a las instituciones en que estas norm as parecen
hallarse ausentes: p o r ejem plo, a la publicación de libros, que
hoy está sobrellevando una fase crítica de reorganización ca-
p italista con efectos culturales que a m enudo no son conside-
rados como un problem a debido al hecho de que no cons- £&
tituyen un problem a de «masas». Se h a producido una queja
frecuente, y a m enudo justificada co n tra el «m arxism o vul-
gar»; sin em bargo, la creciente penetración en las institucio- ^
nes capitalistas de pequeña escala —que h abían traído con- ^
sigo la ideología liberal de la «verdadera» producción cultural ^
(a diferencia de la «cultura de m asas»)— de inversiones in- •%£
ternacionales de largo alcance y su integración a o tra s for­
m as de producción constituye a la vez un hecho económ ico
y cultural.
Los efectos cultúrales no necesitan ser siem pre indirectos.
E n la p ráctica resu lta im posible sep arar el desarrollo de la
novela, com o form a literaria, de la econom ía política sum a­
m ente específica de la publicación de ficción. E sto ha sido
cierto, con m uchos efectos negativos (a m enudo aislados y
proyectados como sim ples cam bios de sensibilidad o de téc­
nica) desde la década de 1890, aunque los efectos directam en­
te negativos son hoy m ucho m ás evidentes. E l análisis de la'
sociología de la novela debe incluir una serie de factores,
pero siem pre debe in clu ir este fa c to r directam ente económ ico
que, por. razones ideológicas, se ve o rdinariam ente excluido.
La inserción de determ inaciones económ icas dentro de los'
estudios culturales constituye, lógicam ente, la contribución
especial del m arxism o; y en algunas oportunidades Su sim ple
inserción constituye un avance evidente. Sin em bargo, e n de­
finitiva m inea puede ser u n a sim ple inserción, pues lo que.
se requiere realm ente, m ás allá de las fórm ulas lim itantes,
es la restau ració n de todo el proceso social m aterial, y es­
pecíficam ente, de la producción cultural com o social y m ate­
rial. Es en este p u n to donde el análisis de las instituciones
debe extenderse al análisis de las form aciones. La. sociolo­
gía variable y com pleja de las form aciones culturales que .
no tienen u n a realización institucional m anifiesta, exclusiva
o d irecta —p o r ejem plo, los «m ovimientos» literario s e in te ­
lectuales— resu lta especialm ente im portante. La o b ra de
Gram sci sobre los intelectuales y los tra b a jo s de B enjam ín
sobre los «bohemios» lanzan esquem as de tipo m arx ista ex­
perim entales.
Por lo tan to , una sociología c u ltu ral m arxista es reconoci­
ble, en sus perfiles m ás sim ples, en los estudios de los dife­
ren tes tipos de institución y dé form ación d en tro de la pro­
ducción y distribución cultural, y en la vinculación de ellas
dentro de la totalidad de los procesos sociales m ateriales. Por
ello, la distribución, p o r ejem plo, no se ve lim itada a su fun­
ción y definición técnicas d en tro de un m ercado capitalista,
sino que es'conectada específicam ente a los m odos de produc­
ción y luego in te rp re ta d a como la form ación activa de los
lectores, las audiencias y las características relaciones socia-,
les, incluyendo las relaciones económ icas, dentro de las cuales
se llevan a cabo en la p ráctica las form as p a rticu la re s de la
actividad cultural.
Falta tan to p o r h a c er dentro de este perfil general que uno
se ve ten tad o a p erm a n ec e r en él. Sin em bargo, hem os o b ser­
vado, desde u n a p ersp ectiv a teórica, a m edida que ap ren d e­
m os una y o tra vez a com prender prácticam ente, que la re ­
ducción de las relaciones sociales y del contenido social a
estas fo rm as generales explícitas y m anifiestas resu lta inefi­
caz. A estos estudios m arxistas u otro s estudios de las ins­
tituciones y las form aciones es fundam entalm ente necesario
agregar los estudios de las fo rm a s; no com o u n m edio de ilus­
tración, sino, en m uchos casos, com o el p u n to de acceso m ás
específico a ciertos tipos de form ación. En e ste p u n to ad­
q uiere relevancia o tra trad ició n sociológica m uy diferente.
La sociología de la conciencia, que constituyó u n elem ento .
sem inal en el período de la sociología clásica y q u e condujo
a u n a distinción p ro g ram ática de las «ciencias culturales»,
h a continuado teniendo influencia y está bien rep resen tad a
d e n tro de la trad ició n m arxista p o r Lukács y G oldm ann, así
com o p o r la E scuela de F ra n k fu rt. La tendencia general, den­
tro de la sociología burguesa, h a consistido en u n a reducción
de la sociología de la conciencia a la «sociología del conoci­
m iento». D entro de la trad ició n em pírica se h a producido
'o tr a reducción a u n a sociología de las in stituciones del «co­
nocim iento organizado», tales com o la educación y la religión,
donde u n tipo de evidencia fam iliar, organizada consciente­
m ente en; ideas y relaciones, resu lta m ás eficaz. Incluso den­
tro de algunas tendencias m arxistas, la com prensión de la
«conciencia» com o «conocim iento» —tal vez determ inado ori­
ginariam ente p o r el positivism o— se h a m anifestado especial­
m en te débil en relación con tipos im p o rtan tes de a rte y de
litera tu ra , ya que la conciencia no es solam ente conocim iento,
del m ism o m odo que el lenguaje no es solam ente indicación
e indicado. E s asim ism o lo que siem pre se h a diferenciado,
y en este contexto o c u rre necesariam ente, com o «imagina­
ción». En Ja producción cu ltu ral (y en este sentido toda con­
ciencia es producida) la v e rd ad era escala se d esarrolla desde
la inform ación y la descripción, o indicador e indicado, hasta
la incorporación y el desem peño. M ientras que la sociología
de la conciencia e stá lim itad a al conocim iento, todos los
dem ás procesos cu ltu rales reales están desplazados de la
dim ensión social a que ta n obviam ente pertenecen.
Por lo .tanto, u n a sociología del dram a, aun estando in te re ­
sada en las instituciones (los teatro s y sus predecesores y su­
cesores), en las form aciones (grupos de dram aturgos, m ovi­
m ientos dram áticos y tea tra les), en las relaciones form adas
(audiencias, incluyendo la form ación de audiencias dentro de
teatros y su form ación social m ás am plia), continuará ade­
lante e incluirá las form as; no sólo en el sentido de sus rela­
ciones con las concepciones del m undo o con las estru ctu ras
del sentir, sino tam b ién en el sentido m ás activo y di­
nám ico de la to talid ad de su desem peño (métodos sociales
p a ra hablar, m overse, rep re sen ta r y así sucesivam ente). Cier­
tam ente, en m uchas artes, m ientras que el contenido social
m anifiesto es evidente en cierto m odo en las instituciones, las
form aciones y las relaciones de com unicación, y de otro modo
en form as que relacionan selecciones específicas de asun­
tos con tipos específicos de interpretación, y lógicam ente con
un contenido específicam ente reproducido, u n contenido so­
cial igualm ente im p o rta n te y con frecuencia m ás fundam ental
puede h allarse en los m edios sociales básicos —form as so­
ciales de lenguaje, m ovim iento y representación históricam en­
te variables y siem pre activas—, de los cuales puede parecer
que dependen los elem entos sociales m ás m anifiestos.
Los estudios específicos a m enudo deben aislar tem poral­
m ente este o aquel elem ento. Sin em bargo, el principio fun­
dam ental de una sociología de la cultura es la com pleja u n i­
dad de los elem entos que, p o r tanto, son catalogados o sepa­
rados. C iertam ente, la tare a básica p o r excelencia de la socio­
logía de la c u ltu ra es el análisis de las interrelaciones exis­
tentes dentro de e s ta com pleja unidad: u n a tare a distin ta a
la de la reducida sociología de las instituciones, form aciones
y relaciones com unicativas, y, no o b stan te, en tan to que so­
ciología, radicalm ente diferente asim ism o del análisis de las
form as aisladas. Como ocurre tan a m enudo, las dos tenden­
cias dom inantes de los estudios culturales burgueses —la
sociología de la «sociedad» reducida pero explícita y la esté­
tica de la recom posición social excluida com o u n «arte» es­
pecializado— se sostienen y ratifican la u n a a la o tra en una
significativa división del trab ajo . Puede saberse todo acerca
de un público lector, desde la econom ía política de la im pre­
sión y la publicación a los efectos de u n sistem a educacional;
sin em bargo, lo que es leído p o r el público es la abstracción
neutralizada de los «libros»; o en el m ejo r de los casos, sus
categorías catalogadas. E n tre tan to , y en todas partes, puede
conocerse todo sobre los libros, desde sus autores h a sta las
tradiciones e influencias y los períodos; sin em bargo, éstos no
son m ás que objetos term inados antes de incorporarse a la
dimensión en que se piensa que la «sociología» es relevante:
la del público lector, de la h isto ria editorial, de las publica­
ciones. Es esta división, que en la actualidad ha sido ratifi­
cada p o r disciplinas fidedignas, la que debe superar y reem ­
plazar una sociología de la cultura, insistiendo sobre lo que
es siem pre un proceso social y m aterial total y conexo. E sta
tarea es, lógicamente, difícil; sin embargo, hoy se dedica a
ella una gran energía, y a m enudo se ve cogida en el m anteni­
m iento de las divisiones y separaciones abstractas. E ntretan­
to, en la práctica cultural y en tre los productores culturales,
antes de que estas abstracciones adm itidas entren en funcio­
nam iento, el proceso es inevitablem ente conocido, aunque a
m enudo de m odo indistinto y desigual, como total y conexo.
Los m étodos específicos de análisis p odrán variar en las
diferentes áreas de la actividad cultural. Sin embargo, está
surgiendo un nuevo m étodo que puede ser considerado ori­
ginal en ciertos campos, ya que si hem os aprendido a obser­
var la relación de cualquier tra b a jo cultural con lo que hemos
aprendido a denom inar u n «sistem a de signos» (y ésta ha
sido la im p o rtan te contribución de la sem iótica cultural),
tam bién podem os llegar a observar que un sistem a de signos
es en sí m ism o una e stru c tu ra específica de relaciones socia­
les: «internam ente», p o r el hecho de que los signos depen­
dían de —y eran form ados en— las relaciones; «externam en­
te», p o r el hecho de que el. sistem a depende de —y está for­
m ado en— las instituciones que lo activan (y que p o r lo tan ­
to son a la vez instituciones culturales, sociales y económi­
cas); integralm ente, p o r el hecho de que u n «sistem a de sig­
nos», adecuadam ente com prendido, es a la vez una tecnolo­
gía cu ltu ral específica y una form a específica de conciencia
práctica: los elem entos aparentem ente diversos que en rea­
lidad se hallan unificados en el proceso social m aterial. El
tra b a jo h ab itual sobre la fotografía, sobre la película, sobre
el libro, sobre la p in tu ra y su reproducción y sobre el «flujo
reticulado» de la televisión, p ara to m ar solam ente los ejem ­
plos m ás inm ediatos, es una sociología de la cultura dentro
de esta nueva dim ensión, de la que no se halla excluido nin­
gún aspecto del proceso y en la cual las relaciones form ativas
y activas de un proceso, a través precisam ente de sus «pro­
ductos» todavía activos, se hallan específica y estructuralm en­
te conectadas: es u n a «sociología» y a la vez una «estética».
TEORÍA LITERARIA
1. La multiplicidad del acto de escribir

La teoría literaria no puede separarse de la teoría cultural,


aunque puede se r distinguida dentro de ella. É ste es el desa­
fío fundam ental que a fro n ta toda teoría social de la cultura.
Sin em bargo, en tan to este desafío debe ser sostenido en
cada punto, en general y en detalle, es necesario se r preciso
en cuanto a los m odos de distinción que de él se siguen. Al­
gunos de ellos se convierten en m odos de u n a separación
efectiva y conllevan im portantes consecuencias teóricas y
prácticas. No obstante, existe u n peligro igualm ente relevante
en u n tipo de e rr o r opuesto, en el cual el im pulso conector
y generalizador resu lta ta n fuerte que perdem os de vista las
verdaderas especificidades y distinciones de la práctica, que
p o r tan to son negadas o reducidas a im itaciones de form as
m ás generales.
El problem a teórico consiste en que existen dos m odos de
distinción m uy poderosos profundam ente im plantados en la
cultura m oderna. Son. las categorías supuestam ente distinti­
vas de la «literatura» y la «estética». Desde luego, cada una
de ellas es históricam ente específica: u n a form ulación de la
cu ltu ra burguesa en un período definido de su desarrollo des­
de m ediados del siglo x v iil h a sta m ediados del siglo xix.
Sin em bargo, esto no se puede afirm ar de Un m odo sim ­
plem ente excluyente. E n cada m odo de distinción, y en
gran p a rte de las definiciones particu lares consecuentes, exis­
ten elem entos que no pueden abandonarse a .la reacción his­
tórica ni a una confusa generalización proyectista. Antes bien,
debem os tra ta r de analizar las presiones y lim itaciones su­
m am ente com plicadas que estas definiciones, ¿n sus m odali­
dades m ás débiles, estabilizaban falsam ente, aunque en sus
form as m ás sólidas se in ten tab a acentuarlas com o u n a nueva
p ráctica cultural.
Hem os exam inado previam ente el desarrollo histórico del
concepto de «literatura»: desde sus conexiones con el alfabe­
tism o h a sta el hincapié e n el sab er culto y los libros im pre­
sos, y m ás tard e, en su fase m ás interesante, el hincapié en la
e scritu ra «creativa» o «im aginativa» com o un tipo de práctica
cultural especial e indispensable. E s im p o rtan te que los ele-
m entos de esta nueva definición de la lite ra tu ra fueran ré-.-¿ . "
tro traíd o s a antiguos conceptos, como en el intento de aisla- %
m iento de «la tradición literaria» como fo rm a de la tradición
del «saber culto». Sin em bargo, es m ás im p o rtan te que los
elem entos m ás activos de la nueva definición resu lta ran espe-
cializados y contenidos dentro de una m odalidad sum am ente
nueva. *
La especialización fue la in terp retació n de la escritura ■:
«creativa» o «imaginativa» a través del concepto endeble y _
am biguo de «ficción», o a través de los conceptos m ás gran­
diosos pero m ás cuestionables de «imaginación» y «mito». De
esta especialización surgió una situación parcialm ente repre- \ ‘
siva, aunque fue decisivam ente reforzada p o r el concepto de -*'!?■
«crítica», en p a rte el procedim iento operativo de u n a «tradi- . ...
ción» selectiva y represora, en p a rte el cam bio clave pro-
ducido desde la creatividad y la im aginación consideradas
como procesos productivos activos, h a sta las abstracciones
categóricas dem ostradas y ratificadas p o r m edio de una cons- .'¿i//;
picúa elaboración hum anista: la crítica com 6 «cultura», «dis­
crim inación» o «gusto».
Ni la especialización n i la represión h a n sido jam ás com-
pletas. En verdad, d en tro de la continua realid ad de la prác- V* j
tic a de escrib ir esto resu lta estrictam en te im posible. Sin
em bargo, cada una de ellas ha producido u n daño significati-
vo, y en su dom inio de la teo ría litera ria se h a n convertido •. y/
en los obstáculos principales p a ra la com prensión tan to de
la teoría com o de la práctica. P o r ejem plo, todavía es difícil $v
evitar cualquier in ten to de que la teoría lite ra ria sea conver-
tida, al m enos a priori, en una teoría crítica, com o si las úni­
cas cuestiones principales en lo concerniente a la produc­
ción lite ra ria fu eran variaciones del in terrogante: «¿cómo
juzgamos?». Al m ism o tiem po, considerando la verd ad era es­
c ritu ra , el verdadero acto de escribir, las vetustas categoriza-
ciones y dicotom ías de «realidad» y «ficción», de «discursiva»
e «imaginativa», de «referencial» y «emotiva», se ubican re­
gularm ente no sólo e n tre las o b ras y los lectores (y p o r con­
siguiente éstos se realim entan, m iserablem ente, dentro de las
com plicaciones de la «teoría crítica») sino e n tre los escritores
y las obras, en una dim ensión todavía activa y configurativa.
La m ultiplicidad del acto de escrib ir es su segunda carac­
terística m ás evidente, siendo la p rim era su p ráctica d istin ti­
va de la objetivada com posición m aterial del lenguaje. No
obstante, e sta m ultiplicidad es u n a cuestión de in te rp re ta ­
ción tan to com o de realidad. C iertam ente, la m ultiplicidad
puede ser com prendida ta n to de u n m odo endeble com o de
rijíu n a m anera resistente. D onde las categorías especializadoras
:! | y represoras operan en u n estadio tem prano, la m ultiplicidad
• * es poco m ás que un reconocim iento de las «form as de lite-
- .1 ratura» variables —poesía, dram a, novela— o de form as den-
tro de estas form as —«lírica», «épica», «narrativa»—, y así
¿ t sucesivamente. El hecho concreto no es que estos reconoci-
im entos de la variación sean poco im portantes; p o r el con-
trario, son necesarios aunque no siem pre en estas form as ad-
r¡r m itidas y a m enudo residuales. La lim itación verdaderam ente
• t estricta es la línea tra z ad a e n tre todas estas variaciones y
. £ otras form as de e scritu ra «no literarias». La categorización
preburguesa se hizo n orm alm ente en térm inos de la p ro p ia
escritura, com o ocurre en la.distinción relativam ente eviden-
te que existe e n tre el verso y o tra s form as de composición,
^ esbozada norm alm ente en los térm inos característicam ente
i: feudales o aristocráticos de «elevación» o «dignidad». R esulta
í significativo que m ien tras se sostenía aquella distinción, el
verso norm alm ente involucraba lo que actualm ente sería de-
| nom inado e scritu ra «histórica», «filosófica», «descriptiva», «di-
?; dáctica» o incluso «instructiva», com o lo que actualm ente se-
I ría denom inado e sc ritu ra y experiencia «imaginativa», «dra-
I m ática», «dé ficción» o «personal».
| E l trazado y retrazad o burgués de todas estas líneas cons-
i tituyó un proceso com plejo. P or u n a p a rte fue el resultado, o
¿ m ás estrictam en te el m edio, de u n a decisiva secularización,
t; racionalización y eventualm ente popularización de una am plia
•v área de la experiencia. A cada uno de estos procesos y en di-
| ferentes estadios pueden vincularse valores diferentes; sin
| em bargo, en la historia, 2a filosofía y la descripción social y
científica está claro que los nuevos tipos de distinción e n re­
lación con las form as y los m étodos de la escritu ra se halla­
ban fundam entalm ente conectados con nuevos tipos de distin­
ción en relación con la intención. La «elevación» y la «digni­
dad» dieron lugar, inevitablem ente, en ciertos cam pos especí­
ficos, a la «practicidad», la «efectividad» o la «precisión».
O tras intenciones, adem ás de éstas, fueron adm itidas volun­
tariam ente o rechazadas desdeñosam ente. La «literatura»
com o un cuerpo de «saber culto» todavía e ra utilizada con la
finalidad de u n ir estas intenciones variables, aunque b ajo
presión esta situación se diluyó especialm ente en las p o stri­
m erías del siglo x v iil y principios del siglo xix. La «literatu­
ra» se convirtió en la alternativa adm itida o desdeñada —la
esfera de la im aginación o de la fantasía, o de la sustancia y
el efecto em ocionales— , o bien, ante la insistencia de sus
p ractican tes en la dim ensión relativam ente suprim ida pero
nuevam ente «elevada», lo creativo a diferencia de lo racional
o de lo práctico. Lógicam ente, d en tro de e sta com pleja inte­
racción re su lta significativo que la p ro p ia lite ra tu ra aislada
cam biara en m uchas de sus form as inm ediatas. E n la novela
«realista», especialm ente e n lo que se refiere a la diferencia­
ción que m anifiesta respecto del «romance», en el nuevo d ra­
m a (socialm ente difundido, secular y contem poráneo) y en las
nuevas form as especiales de biografía y autobiografía, gran
p a rte de los m ism os im pulsos seculares, racionales o popu­
lares m odificaron desde d en tro las form as particu lares de la
e scritu ra o crearon nuevas form as literarias.
De e sta situación surgieron dos consecuencias fundam en­
tales.- E xistió u n a falsificación —u n falso distanciam iento—
de lo «novelesco» o de lo «imaginario» (y asociado con esto,
de lo «‘subjetivo»), Y existió una supresión asociada del he­
cho de escrib ir —la com posición significativa activa— en lo
que fue distinguido com o lo «práctico», lo «factual» o lo «dis­
cursivo». E stas consecuencias se hallan p rofundam ente rela­
cionadas. P o r definición, tra sla d a rse desde lo «creativo» a lo
«novelesco», o desde lo «imaginativo» a lo «imaginario», sig­
nifica defo rm ar las verdaderas p rácticas del acto de escrib ir
b a jo la p resió n de la in terp retació n de ciertas form as espe­
cíficas. La extrem a definición negativa de «ficción» (o de
«mito») —u n relato de aquello «que no ocu rrió (realm ente»)—
depende obviam ente del aislam iento de la definición opuesta,
la definición de lo «real». La v erdadera dim ensión d en tro de
las principales form as —epopeya, novela, teatro , n arrativ a—
en que surge e s ta cuestión de «realidad» y «ficción» constitu­
ye la serie m ás com pleja: lo que realm ente ocurrió; lo que
p o d ría (pudo) h a b e r ocurrido; lo que realm ente ocurre; lo
q ue p o d ría o currir; lo que esencialm ente (típicam ente) ocu­
rrió / ocurre. Del m ism o m odo, la extrem a definición negativa
de las «personas im aginarias» — «que no existían / que no
existen»—, en la p ráctica cam bia de tono dentro de la serie:
quién existía de este m odo; quién podría (pudo) h a b e r existi­
do; quién podría (pudo) existir; quién existe esencialm ente
(característicam ente). La escala de la verdadera escritu ra se
sirve, im plícita o explícitam ente, de todas estas proposiciones,
p ero no solam ente en las form as especializadas o diferen­
ciadas históricam ente com o «literatura». Las form as caracte­
rísticam en te «difíciles» (difíciles debido a la definición defor­
m ada) de la historia, las m em orias y las biografías utilizan
una porción significativa de cada serie, y dado el uso de los
verdaderos caracteres y acontecim ientos en gran p a rte de las
principales o b ras épicas, novelescas* teatrales y narrativas, la
superposición sustancial —y en m uchas áreas ciertam ente la
com unidad sustancial— resu lta innegable.
La gam a de la verdadera e sc ritu ra supera igualm ente toda
reducción de la «im aginación creativa» a lo «subjetivo» ju n to
con sus proposiciones dependientes: la «literatura» como la
verdad «interna» o «interior»; y las o tra s form as de escritu ra
como la v erdad «externa». É stas dependen en últim a instan­
cia de la característica separación burguesa e n tre «individuo»
y «sociedad» y de la separación idealista m ás antigua e n tre
la «m ente» y el «mundo». La gam a de la e scritu ra, en la m a­
yoría de sus form as, atraviesa u n a y o tra vez estas catego­
rías artificiales, y los extrem os p u e d e n incluso establecerse
de u n m odo opuesto: la autobiografía («lo que yo experim en­
té»; «lo que m e ocurrió») es e sc ritu ra «subjetiva» aunque
(idealm ente) «factual»; la ficción rea lista o el te a tro n a tu ra ­
lista («la gente ta l com o es», «el m undo ta l com o es») es una
e scritu ra «objetiva» (el n a rra d o r o incluso el acto de la n a rra ­
tiva encerrado en la form a) pero (idealm ente) «Creativa».
T oda la gam a de la e sc ritu ra se extiende incluso m ás lejos.
E l argum ento, p o r ejem plo, pu ed e distinguirse de las for­
m as n a rra tiv a s o caracterizadoras, p e ro en la p ráctica ciertas
form as de n a rra tiv a (las form as ejem plares) o form as de ca­
racterización (tal tipo de persona, ta l tipo de conducta) se
hallan fundam entalm ente enclavadas e n varias form as de a r­
gum ento. P o r o tra p arte, el hecho p reciso de expresarse —un
elem ento fundam ental del argum ento— constituye u n a posi­
ción (que en ocasiones es sostenida y en ocasiones es varia­
ble) estrictam en te com parable con elem entos que se hallan
aislados p o r d oquier com o elem entos narrativ o s o dram áticos.
E sto es cierto incluso en el caso aparen tem en te extrem o en
que la posición es «im personal» (el ensayo científico), donde
es el m odo práctico de e scrib ir el que establece esta (conven­
cional) ausencia de p ersonalidad en p ro de la creación nece­
saria de u n «observador im personal». P or lo tan to , a lo largo
de u n a escala p ráctica que va desde la posición h a sta la selec­
ción, y en el em pleo de la am plia variedad de proposiciones
explícitas o im plícitas que definen y controlan la composición,
esta v e rd ad era m ultiplicidad del acto de escrib ir resu lta con­
tin u am en te evidente, y g ran p a rte de lo que se h a conocido
com o teo ría lite ra ria es u n m edio de confundirla o de m inus-
valorarla. La p rim e ra ta re a que debe e m p ren d er to d a teoría
social consiste p o r tan to en analizar las form as que han deter­
m inado ciertas inclusiones (interpretadas) y ciertas exclusio­
nes (categóricas). El desarrollo de estas form as, sujeto per­
m anentem ente al efecto de una categorización residual, es en
definitiva una h isto ria social. Las dicotom ías realidad / ficción
y objetivo / subjetivo constituyen entonces las claves histó­
ricas p a ra la teoría burguesa básica sobre la lite ra tu ra que
h a controlado y especializado la verdadera m ultiplicidad de
la escritura.
Sin em bargo, existe o tra clave necesaria. La m ultiplicidad
de la práctica productiva fue en cierto sentido reconocida y
luego englobada m ediante la tran sferen cia del interés desde
. la intención al efecto. La sustitución de las disciplinas gra­
m ática y retórica (que habla de las m ultiplicidades de la in­
tención y la realización) p o r la disciplina crítica (que habla
de efecto, y solam ente a través del efecto se refiere a la inten­
ción y a la realización) constituye un m ovim iento intelectual
fundam ental del período burgués. Cada tipo de disciplina se
movilizó, .durante e l. período de cam bio, hacia u n polo p a rti­
cular: la gram ática y la retó rica hacia la escritura; la crítica
hacia la lectura. P or contraste, toda teo ría social requiere la
activación de am bos polos, no solam ente su interacción —el
m ovim iento de u n punto, u n a posición o u n a intención fijas
de uno y hacia el otro-—, sino su profundo entrelazam iento en
una verdadera composición. Algo de este tipo e stá siendo en­
sayado actualm ente en lo que se conoce (aunque residualm en­
te) como estética y teoría de la com unicación.
Y es precisam ente en el perfil de la «estética» donde d
bem os fijar nu estra atención en p rim era instancia. A p a rtir de
la descripción de u n a teoría de la percepción, la estética se
convirtió en el siglo x v iil y especialm ente en el siglo xix en
una nueva form a especializada de la descripción de la res­
p u esta al «arte» (recientem ente generalizada desde su condi­
ción de capacidad a la de capacidad «imaginativa»). Lo que
en la econom ía política burguesa surgió com o el «consum i­
dor» —la figura ab stra cta correspondiente a la abstracción'de
la «producción» (m ercado y m ercancías)—, surgió en la teoría
c ultural como la «estética» y la «respuesta estética». Todos
los problem as de las m ultiplicidades de la intención y la rea­
lización p odrían entonces se r socavados o evitados m ediante
la transferencia de energía hacia este otro polo. El arte, in­
cluyendo la literatu ra, hubo de ser definido p o r su capacidad
de evocar e sta respuesta especial: inicialm ente, la percep­
ción de la belleza; luego, la contem plación p u ra de u n ob­
jeto p o r su propia razón y sin o tras consideraciones (exter­
nas); luego, tam bién la percepción y la contem plación de la
«producción» de un objeto: su lenguaje, su capacidad de cons­
trucción, sus «propiedades estéticas». Tal respuesta (el po­
der de evocar respuestas) puede hallarse tan p resen te en una
obra de h isto ria o de filosofía como en una pieza teatral, en
un poem a o en u n a novela (y todas ellas eran entonces «li­
teratura»). Igualm ente, p o d ría hallarse ausente en e sta pieza
teatral o en e ste poem a o en esta novela ( y entonces éstas
«no eran literatura», o «no eran realm ente literatura», o eran
«mala literatura»). E l concepto especializado de «literatura»,
en sus form as m odernas es, p o r lo tanto, u n ejem plo funda­
m ental de la especialización controladora y categorizadora de
«la estética».
2. La estética y otras situaciones

Desde una perspectiva histórica, resu lta evidente que la


definición de la resp u esta «estética» constituye una afirma­
ción d irectam en te com parable con la definición y la afirm a­
ción de la «im aginación creativa», de ciertos significados y va­
lores hum anos que un sistem a social dom inante redujo e in­
clu so p ro cu ró excluir. S u h isto ria es en gran p a rte una p ro ­
te s ta co n tra la com pulsión de toda experiencia dentro de la
in stru m en tació n («utilidad») y de todas las cosas en m ercan­
cías. E sta situación debe reco rd arse au n cuando agregamos
necesariam ente que la fo rm a de e sta p ro te s ta en condiciones
h istó ricas y sociales definidas condujo casi inevitablem ente a
nuevos tipos de in strum entación privilegiada y de m ercancía
especializada. Con todo, la resp u esta hu m an a se hallaba allí y
h a continuado siendo im portante, y todavía necesaria, en las
' co n tro v ersias que se p ro d u je ro n dentro del' m arxism o del
siglo xx, en las cuales, p o r ejem plo, la reducción (burguesa
residual) del a rte a un m anejo social , (la «ideología») o a un
reflejo su p e re stru c tu ra l (un sim ple «realismo») h a sido afron­
ta d o p o r una tendencia, centralizada en Lukács, que procura
d istin g u ir y defender «la especificidad de la estética». («Espe­
cificidad» es utilizado p a ra tra d u c ir el térm in o clave de
L ukács K ulonosség —húngaro— o besonderheit, alem án; la
traducción, como h a dem ostrado Fekete (1972), resu lta difícil,
y «especialidad» y «particularidad», térm inos am bos que han
sido utilizados, resu ltan confusos; la propia traducción de
F ek ete es «peculiáridad»).
Lukács p ro cu ró definir el a rte de. u n m odo que pudiera
distinguirlo categóricam ente tan to de lo «práctico» como de
lo «mágico». En este punto, lo «práctico» es considerado como
lim itado p o r su represión a form as histó ricas específicas: p o r
ejem plo, la p ráctica reducida de la sociedad capitalista que
es h ab itu alm en te m aterializada com o «realidad»-y en relación
c o t í la cual, p o r tanto, el a rte constituye u n a alternativa nece­

saria. (E sto repite, com o o cu rre a m enudo en el caso de


Lukács, el idealism o radical de los com ienzos de este m ovi­
m iento.) Del m ism o m odo, no obstante, lo estético debe ser
distinguido de lo «mágico» o lo «religioso». O frecen sus im á­
genes com o creencias objetivam ente reales, trascendentes y
exigentes. E l a rte ofrece sus im ágenes como imágenes, conclu­
sas y reales en sí m ism as (continuando u n aislam iento habi­
tual de lo «estético»), aunque al m ism o tiem po representa una
generalidad hum ana: una verdadera m ediación e n tre u n a sub­
jetividad (aislada) y una universalidad (abstracta); un proceso
específico del «sujeto / objeto idéntico».
E sta definición constituye la form a contem poránea m ás
sólida de la afirm ación de la genuina p ráctica «estética» en
oposición a u n a reducida «practicidad» o a una desplazada
«producción de m itos». Sin em bargo, da origen a una serie
de problem as fundam entales. Intrínsecam ente, es una propo­
sición categórica defendible a ese nivel, pero inm ediatam ente
su jeta a dificultades fundam entales cuando es llevada al uni­
verso m últiple del proceso cu ltu ral y social. Ciertam ente, sus
dificultades son sem ejantes a las que se oponían al form alis­
m o tra s u n in ten to crítico de aislar el objeto de a rte como
algo en sí m ism o, p a ra ser exam inado sólo en sus propios
térm inos y a través de sus propios «medios» y «recursos»: un
in te n to fundam entado en la hipótesis de un «lenguaje poé­
tico» específicam ente discernible. N unca es la distinción cate­
górica que existe e n tre las intenciones estéticas, los m edios,
los efectos y o tra s intenciones, m edios y efectos, la que p re ­
sen ta dificultades. E l prbblem a consiste en sostener esa dis­
tinción a través de la inevitable extensión que existe hasta
alcanzar un indisoluble proceso m aterial social: indisoluble
no sólo en las condiciones sociales de la creación y la recep­
ción del arte, d e n tro de u n proceso social general del que
aquellas no pueden s e r extirpadas, sino indisoluble tam bién
en la v e rd ad era creación y recepción que conectan los proce­
sos m ateriales d en tro de u n sistem a social del uso y la tra n s­
form ación de lo m aterial (incluyendo el lenguaje) p o r m edios
m ateriales. Los form alistas, procurando la «especificidad»
d en tro de sus estudios m inuciosos, no en u n a categoría sino
en lo que ellos p rete n d ía n d e m o stra r com o u n «lenguaje poé­
tico» específico, alcanzaron esta dificultad con una m ayor
p ro n titu d y m ás abiertam ente. Un m odo de salir de ello (o
de volver atrás) consistía en la conversión de toda la p ráctica
social y cu ltu ral a form as «estéticas» en este sentido: una
solución o desplazam iento sum am ente evidente en las «for­
m as conclusas» de la lingüística e stru c tu ralista y en los es­
tudios literario s y culturales estrücturalista-sem ióticos. Otro
m odo aún m ás in teresan te de salir de ello consistía en des­
p lazar la definición de lo estético a una «función», y p o r lo
tan to a una «práctica», en oposición a su ubicación en objetos
especiales o en m edios especiales.
E l rep resen tan te de esta solución ap aren te m ás interesan­
te es M ukarovsky; p o r ejem plo, en su obra A esthetic Function,
N o rm and Valúe as Social Facts. M ukarovsky, enfrentando a
la m ultiplicidad de la práctica, tuvo m uy poca dificultad en
d em o strar que

«no existen objetos o acciones que, en virtud de su esencia u


organización, haciendo caso omiso del tiempo, el lugar o la per­
sona que los evalúa, posea una función estética y otras que, en
contradicción, en virtud de su propia esencia hayan de ser nece­
sariamente inmunes a la función estética» (p. 1).

E l a u to r escogió ejem plos no sólo de las a rte s reconocidas,


en las cuales la función estética que parece s e r's u definición
p rim a ria puede ser desplazada y anulada, o d estru id a y p er­
dida, sino tam bién de los casos «m arginales» (borderline) de
las a rte s decorativas, la producción artesanal, el coníinuum
de los procesos en la edificación y la a rq u itectu ra, el paisaje,
los m odales sociales, la preparación y p resentación de los ali­
m entos y las bebidas y las variadas funciones del vestido. El
a u to r acuerda que existen

«—dentro y fuera del arte— objetos que, en virtud de su orga­


nización, están encaminados a tener un efecto estético. Ésta es
verdaderamente la propiedad fundamental del arte. No obstan­
te, una capacidad activa para la función estética no constituye
una propiedad real de un objeto, aun cuando el objeto haya sido
deliberadamente compuesto teniendo in mente la función estética.
Antes bien, la función estética se manifiesta solamente bajo cier­
tas condiciones, es decir, dentro de cierto contexto social» (p. 3).

¿Qué és entonces la función estética? E l argum ento deli­


b eradam ente diferenciado de M ukarovsky finaliza en la radi­
cal diversificación de lo que habían sido térm inos singulares
y que él todavía conserva. El a rte no es u n tipo especial de
objeto, sino un objeto en que la función estética, habitual­
m en te m ezclada con o tras funciones, es dom inante. El arte,
ju n to con o tra s cosas (con m ayor evidencia el p aisaje y el ves­
tido) otorga placer estético; sin em bargo esto no puede ser
tran sliterad o com o un sentido de la belleza o u n sentido de
la form a adm itida, desde el m om ento en que, m ien tras éstas
son fundam entales en la función estética, aquéllas son histó­
rica y socialm ente variables y concretas en todas las instan-
cías verdaderas. Al m ism o tiem po, la función estética «no
constituye u n epifenóm eno de o tra s funciones», sino una «co-
determ inante de la reacción hum ana ante la realidad».
La im portante, o b ra de M ukarovsky es considerada adecua­
dam ente como el penúltim o estadio de la disolución crítica
de las categorías especializadoras y controladoras de la teo­
ría estética burguesa. P rácticam ente todas las ventajas origi­
narias de esta teoría han sido m uy adecuadam ente, y sin duda
necesariam ente, abandonadas. E l «arte» como dim ensión ca­
tegóricam ente separada o como cuerpo de objetos y «la esté­
tica» como fenóm eno extrasocial aislable, han sido fracciona­
dos p o r un reto rn o a la variabilidad, la relatividad y la m ul­
tiplicidad de la v erdadera p ráctica cultural. P or lo tanto, es­
tam os en condiciones de observar m ás claram ente la función
ideológica de lás abstracciones especializadoras del «arte» y
«la estética». Lo que rep resentan, de u n m odo abstracto, es
u n estadio p a rticu la r dé la división del trab ajo . E l «arte» es
un tipo de producción que debe ser com prendida separada- ;
m ente de la n o rm a pi'oductiva burguesa dom inante: la p ro ­
ducción de m ercancías. P o r;ta n to , debe ser separado total­
m ente de la «producción»; descrito m ed ia n te 'e l nuevo térm i­
no de «creación»; distinguido de sus propios procesos m ate­
riales; y distinguido, finalm ente, de los dem ás pro d u cto s de
su propio tipo o de tipos estrecham ente relacionados con él:
el «arte» de lo que «no es arte»; la «literatura» de la «para-
literatu ra» o «literatu ra popular»; la «cultura» de la «cultura
de m asas». La abstracción lim itacionista es en consecuencia
ta n poderosa que, e n su nom bre, hallam os m edios de negar
(o de d e sca rta r como periférica) la inexorable transform ación
de las obras de a rte en m ercancías dentro de las fo rm as do­
m inantes de la sociedad capitalista. E l arte y el pensam iento
so bre el arte deben separarse, p o r una abstracción cada vez
m ás absoluta, de los procesos sociales en que todavía se h a ­
llan contenidos. La teoría estética es el principal in stru m en to
de esta evasión. E n su dedicación a los estados receptivos, a
las respuestas psicológicas de un tipo abstractam ente dife­
renciado, rep resen ta la división de trab ajo en una consunción
que se corresponde con la abstracción del a rte como la divi­
sión del tra b a jo en la producción.
E stando dentro de esta tradición, M ukarovsky la destruyó.
R estauró las verdaderas conexiones m ientras conservaba los
térm inos en una desconexión deliberada. La función estética,
las norm as estéticas, los valores estéticos: cada uno en su
m om ento fue escrupulosam ente seguido en relación con Ja
p rá c tic a social histórica, aunque cada uno, en ta n to que ca­
tegoría, fue conservado casi con desesperación. La razón es
evidente. M ientras los elem entos dom inantes de la práctica
hum ana, d e n tro de u n a fo rm a de sociedad específica y dom i­
n an te, excluyen o m enosprecian los elem entos conocidos y
ap rem ian tes de la intención y la resp u esta hum anas, u n área
especializada y privilegiada —el «arte» y «la estética»— , com o
puede observarse, debe ser definida y defendida incluso m ás
allá del p u n to en que se com prende que la in terrelación y la
in te rp en e tra c ió n son fundam entalm ente inevitables: el p unto
en que el «área» es redefinida com o u n a «función».
D entro de la argum entación es necesario d a r ah o ra el paso
siguiente. Lo que M ukarovsky a b stra jo como u n a función debe
se r com prendido, m ás bien, com o una serie de situaciones en
que las intenciones y las resp u estas específicas se com binan,
d e n tro de form aciones discem ibles, p a ra p ro d u c ir to d a una
gam a d é 'h e c h o s y efectos específicos. R esulta obvio que uno
de los rasgos p rim a rio s de tales situaciones es la u tilid ad que
m anifiestan las obras específicam ente diseñadas con el p ropó­
sito de ocasionarlas, y de las instituciones específicas que se
p ro c u ra co nstituyan esas ocasiones (una ocasión, sin em bargo,
es só lo 'p o te n c ia lm e n te una función). No obstante, tal como
d e m u e stra la h isto ria, tales situaciones todavía son sum am en­
te variables y se hallan com únm ente m ezcladas, y las obras y
las in stituciones su fre n variaciones de acuerdo con ellas. E n
este sentido debem os reem plazar la categoría especializadora
de «la estética» y sus categorías circulantes y dependientes de
«las artes» p o r el vocabulario radicalm ente d iferen te de «lo
dom inante», lo «asociado» y lo «subordinado», que, en la ú lti­
m a fase de una rig u ro sa especialización, necesariam ente desa­
rro lla ro n los fo rm alistas y los form alistas sociales. Lo que
los fo rm alistas entendieron com o una je ra rq u ía de p rácticas
específicas debe extenderse al área en que estas jera rq u ía s
so n a .lá vez determ in ad as e im pugnadas: el p ro p io y to ta l
proceso m ate ria l social.
Prescindiendo de las com plicaciones que p rese n ta la teo­
ría ad m itida esto no es verdaderam ente difícil. C ualquiera
que esté en contacto con la verd ad era m ultiplicidad de la es­
c ritu ra y con la no m enos v erdadera m ultiplicidad de las for­
m as de e sc ritu ra especializadas, com o la litera tu ra , es cons­
ciente de la escala de intenciones y respuestas que son conti­
n u a y v ariab lem en te m anifiestas y latentes. La h o n e sta confu­
sión que surge ta n a m enudo es consecuencia de la presión
e jercid a p o r los dos extrem os de u n a escala de teo rías adm i­
tidas e incom patibles. Si se nos dice que cream os que toda
litera tu ra es «ideología», en el crudo sentido de que intención
dom inante (y p o r ta n to n u e stra única respuesta) es la com uni­
cación o la im posición de los significados y valores «políticos»
y «sociales», en últim a instancia sólo podem os volver la es­
palda. Si se nos pide que cream os que to d a lite ra tu ra es
«estética», en el crudo sentido de que su intención dom inante
(y p o r ta n to n u e stra única respuesta) es la belleza del len­
guaje o de la fo rm a podem os p erm anecer dubitativos d u ran te
un corto período, p ero en ú ltim a instancia volverem os la es­
palda. Algunas gentes irá n vacilantes de u n a posición a la
otra. Y es m ás, en la p ráctica se refugiarán en u n indiferente
reconocim iento de su com plejidad o afirm arán la autonom ía
de su p ro p ia resp u e sta (habitualm ente consensual).
Sin em bargo, es m ucho m ás sim ple a fro n ta r los hechos
que p rese n ta la escala de intenciones y efectos y a fro n tarla
com o una escala. Toda e scritu ra acarrea referencias, signi­
ficados y valores. S u prim irlos o desplazarlos es definitivam en­
te im posible. Sin em bargo, decir «toda e scritu ra acarrea» es
sólo u n m odo de d ecir q u e el lenguaje y la form a son proce­
sos constitutivos de referencias, significados y valores, y que
éstos no son necesariam ente idénticos a, o se agotan con, los
tipos de referencia, significado y valor que corresponden o
pueden se r agrupados con las referencias, significados y va­
lores generalizados que tam b ién resu ltan evidentes, en otro
sentido, en todas p a rte s. E ste reconocim iento se pierd e si
está especializado en la «belleza», aunque su p rim ir o despla­
zar la verd ad era experiencia a que apunta aquella abstracción
en definitiva es tam bién im posible. Los verdaderos efectos
de m uchos tipos de e sc ritu ra son en realidad físicos: a ltera­
ciones específicas de los ritm o s físicos, la organización física,
las experiencias de rapidez y len titu d , de expansión y de in­
tensificación. E ra a e sta s experiencias, m ás variadas y m ás
in trin cad as de lo que cualquier denom inación puede indicar,
a la que parecía refe rirse la categorización de «la estética», y
a la que la reducción a la «ideología» intentó, y fracasó en el
intento, n eg ar o h a c er p a re c e r incidental. Sin em bargo, la
categorización estab a com plicada con una sociedad delibera­
dam ente divisora y p o r lo tan to no pudo a d m itir lo que tam ­
bién resu lta evidente: el em botam iento, el adorm ecim iento, el
entrom etim iento, el som etim iento, que tam bién son, en térm i­
nos reales, experiencias «estéticas», efectos estéticos, pero
tam bién intenciones estéticas. Lo que podem os reconocer
p rácticam en te aunque de m odo variable en las obras especí­
ficas, debe vincularse con las form aciones, situaciones y .o ca-ji^
siones com plejas en que tales intenciones y respuestas s e jl
posibilitan, se m odifican y son alentadas o desviadas.
P o r lau to debem os rechazar «lo estético» com o una dim en-^
sión ab stra cta separada y como una función a b stra c ta separa7;p
da. Debemos rechazar la «Estética» en la gran m edida en queVf'
se halla asentada sobre estas abstracciones. A la vez, d e b e > ||p
m os reconocer y acentuar las intenciones específicas y v a ria -^ fp l
bles y ias respuestas específicas y variables que h a n sid o ^ ||g ||
agrupadas como estéticas a diferencia de o tras intenciones y>^& |
respuestas aisladas, y en p a rticu la r de la inform ación y la ;J ||§ |
persuasión en sus acepciones más sim ples. C iertam ente, nOí$$J¡p
podem os d escartar —desde una perspectiva teórica— la posi-;|¡
bilidad de d escubrir ciertas com binaciones de elem entos in-"|
variables dentro de este agrupam iento, aun cuando reconoz-l¡
cam os que tales com binaciones invariables, tal com o han;'|
sido descritas h a sta aquí, dependen de evidentes procesos de>||¡|
apropiación y selección suprahistórica. P or o tra p arte, el$$
agrupam iento no constituye un m edio de asignar valor, n i si-M |É
q u iera u n valor relativo. Toda concentración de lenguaje ojff6
form a, de una p rio rid ad sostenida o tra n sito ria sobre otros;;,f|
elem entos y sobre otro s m edios de com prender el significado-.j||||
y el valor, resu lta específica: a veces, una experiencia intensa’
e irrem plazable en que estos elem entos fundam entales del¡--<|M;
proceso.hum ano son directam ente estim ulados, reforzados
extendidos; o tras veces, en un extrem o diferente, una evasión<'':\$j|f
de o tras conexiones inm ediatas, una evacuación de una s itu a -^ .|||
ción inm ediata o una privilegiada indiferencia con respecto'- ''ÉM'.
al proceso hum ano en su totalidad. («Si un hom bre m uere a ||l |,
tus pies no es de tu incum bencia- ayudarle, sino observar el? $§£|
color de sus lab io s.» )1
El valor no puede resid ir en la concentración, en la prio-' |p i
rid a d o en los elem entos que provocan estas condiciones. E l 'Éfí-jj
argum ento de los valores se halla en.los encuentros variables
de intención .y resp u esta en las situaciones específicas. La cla­
ve para cualquier análisis, y del análisis de regreso a la teoría,
es en consecuencia el reconocim iento de situaciones precisas
en que h a tenido lugar lo que había sido aislado y desplazado
como «la intención estética» y «la respuesta estética». Tales
«situaciones» no son sólo «momentos». D entro del variado
desarrollo histórico de la cu ltu ra hum ana éstas se hallan casi

1. John Ruskin en el manuscrito editado como un Appendix to Mó­


dem Painiers (Library Edition, Londres, 1903-19J 2), II, pp. 388-389.
continuam ente organizadas y desorganizadas ju n to con for-
inaciones precisas pero sum am ente variables que las inician,
sostienen, encierran y destruyen. La historia de tales form a­
ciones es la específica y sum am ente variada h istoria del arte.
Sin em bargo, p ara acceder a cualquier m om ento de esta his­
to ria de u n m odo activo, debem os aprender a com prender
los elem entos específicos —convenciones y notaciones— que
constituyen las claves m ateriales p ara la intención y la res­
pu esta y, m ás generalm ente, los elem entos específicos que de­
term inan y significan histórica y socialm ente la estética y
o tras situaciones. .
3. Del medio a la práctica social

f
T oda descripción de «situaciones» es m anifiestam ente so­
cial; p ero en ta n to que descripción de la p ráctica cultural es
todavía evidentem ente incom pleta. Lo que habitualm ente se
agrega (o lo que en u n tipo de teoría a n te rio r y persistente"
se ha aceptado com o definitivo) es u n a especificación de ía
p rác tic a cu ltu ral e n térm inos de su «medio». La litera tu ra , se!
dice, es un tipo de tra b a jo p a rtic u la r en el m edio del lenguaje.
Toda o tra cosa, aunque im p o rtan te, es p eriférica a e sta no-t
ción: u n a situación en que se h a com enzado u n tra b a jo real
o en que este tra b a jo es adm itido. E l tra b a jo m ism o e stá en
«el medio».
R ealm ente, es necesario h a c er hincapié en ello; sin em­
bargo; debem os observar cuidadosam ente su definición como
tra b a jo en un «medio». H em os visto con a n te rio rid a d el dua­
lism o in h eren te a la idea de «m ediación», aunque en la ma­
yoría de sus usos continúa denotando una actividad: u n a re­
lación activa o, m ás in teresantem ente, u n a específica tra n s­
form ación de lo m aterial. E n relación con el «medio» resulta
in te resa n te o bservar que com enzó com o u n a definición de una
actividad a través de u n a fuerza o de u n ob jeto aparentem en­
te autónom os. E sta noción se hizo p a rticu la rm e n te clara cuan­
do la p a la b ra ad q u irió el p rim e r elem ento de su acepción mo­
d e rn a a principios d el siglo x v ii . E n consecuencia, «para la
Visión se requieren tre s cosas, el O bjeto, el O rgano y -el Me­
dio». En este punto, u n a descripción de la actividad práctica
de ver, que es todo u n com plejo proceso dé relación e n tre los
órganos desarrollados de la visión y las propiedades accesibles
de las cosas que se ven, es característicam en te in terru m p id a
p o r Ja invención de u n te rc e r térm ino al que se adjudican
propiedades que le son propias, abstracción hecha de la rela­
ción práctica. E sta noción general de las sustancias intervi-
nientes y causales, de las que se creía que dependía una serie
de operaciones prácticas, había tenido un largo recorrido den­
tro del pensam iento científico desde la te o ría 'd e l «flogisto» y
el m edio «calórico». Sin em bargo, en el caso de una sustancia
hipotética, en alguna operación n atu ral, era accesible y sus­
ceptible de ser corregida m ediante una observación continua.
La situación e ra diferente cuando la m ism a hipótesis era
, aplicada a las actividades hum anas y especialm ente al lengua-
’ je. Bacon escribió sobre pensam ientos «expresados p o r el Me­
dio de las Palabras», y esto constituye u n ejem plo de la po­
sición fam iliar, ya exam inada, según la cual los pensam ientos
. existen antes que el lenguaje y luego son expresados a través
de su «medio». P o r lo tanto, una actividad hum ana constituti­
va es ab straíd a y objetivada. Las palabras son consideradas
objetos, cosas que los hom bres eligen y arreglan de m aneras
particulares p a ra expresar o com unicar u n a inform ación que
ya poseen con a n te rio rid a d a este tra b a jo en el «medio». De
m aneras diferentes, esta noción h a persistido incluso en al­
gunas teorías de la com unicación m odernas, y alcanza su ex­
trem o en el supuesto de las propiedades independientes del
«medio», que, en cierto tipo de teoría, es considerado no
sólo com o d eterm in an te del «contenido» de lo que es com uni­
cado, sino tam b ién de las relaciones sociales dentro de las
cuales tiene lugar la com unicación. D entro de este tipo in­
fluyente de determ inism o tecnológico (por ejem plo en McLu-
han) el «medio» es (m etafísicam ente) el amo.
Deben considerarse asim ism o o tras dos elaboraciones en
to rn o a la idea de u n «medio». A p a rtir del siglo x v iil se u tili­
zó a m enudo p a ra d e scrib ir lo que ahora llam aríam os corrien­
tem ente u n m edio de com unicación. Se utilizaba particu lar­
m ente en relación con los periódicos: «a través del m edio...
de su publicación»; «siendo su diario uno de los m ejores
m edios posibles». E n el siglo xx la descripción de un periódico
como u n «medio» p a ra la publicidad se hizo corriente y esto
afectó a la difundida descripción de la prensa y la radiodi­
fusión com o «los m edios». «Un medio» o «los medios» es p o r
una p a rte un térm ino que se refiere a u n órgano o institución
social de com unicación general —un uso relativam ente neu­
tra l— y, p o r o tra p a rte , u n térm ino que se refiere a u n uso
secundario o derivado (com o ocurre en la publicidad) de un
órgano o institución con o tro propósito aparentem ente p rim a­
rio. Sin em bargo, en cada caso el «medio» es una form a de
organización social, algo esencialm ente diferente de la idea de
u na sustancia com unicativa interm edia.
No obstante, la noción de una sustancia interm edia tam ­
bién fue extensa y sim ultáneam ente desarrollada, especial­
m ente en las artes visuales: «el m edio de los óleos» o «el m e­
dio de la acuarela»: en realidad, como un desarrollo de un
sentido científico relativam ente n e u tra l del conductor de al­
guna sustancia activa. El «medio» eñ la p in tu ra había sido
todo líquido con el cual pudieran ser m ezclados los pigm en­
tos; m ás tard e fue extendido a la mezcla activa y de este
m odo a la práctica específica. Se produjo entonces una utili­
zación m uy difundida del térm ino en todas las artes. El
«medio» se convirtió en el m aterial específico con que trab a­
jab a un tipo particu lar de artista. Com prender este «medio»
era obviam ente una condición que requería una p ráctica y
una habilidad profesionales. H asta aquí no existía, y no existe,
ninguna verdadera dificultad. Pero se produjo un proceso ha­
bitual de reificación reforzado p o r la influencia del form alis­
mo. Las propiedades del «medio» fueron ab straíd as como si
definieran la práctica en lugar de ser su medio. En consecuen­
cia, esta interpretación suprim ió el pleno sentido de la prác­
tica, que debe se r siem pre definida como el tra b a jo sobre un
m aterial con un propósito específico dentro de ciertas con­
diciones sociales necesarias. Sin embargo, esta práctica real
es fácilm ente desplazada (con frecuencia solam ente a través
de una pequeña extensión a p a rtir del énfasis necesario imr
puesto sobre el conocim iento de cómo m an ejar el m aterial)
hacia u n a actividad definida, no a través del m aterial, que
sería dem asiado tosco, sino a través de la proyección y reifi-
cación p articulares del tra b a jo sobre el m aterial que es de­
nom inado «el medio».
No obstante, esto todavía es una proyección y u n a reifica-
ción de una operación práctica. Incluso en esta form a dism i­
nuida, la concentración sobré «el medio», al m enos como la
ubicación de un proceso de trabajo, es m uy preferible a las
concepciones del «arte» que se habían casi totalm ente divor­
ciado de su sentido general originario de tra b a jo experto
(como la «poesía», que tam bién había sido exonerada de un
sentido que involucraba un hincapié fundam ental en la «crea­
ción» y «el creador»). De hecho, los dos procesos —la ideali­
zación del a rte y la reificación del m edio— se hallaban conec­
tados a través de un desarrollo histórico extraño y específico.
El arte fue idealizado con el propósito de distinguirlo del tra ­
bajo «mecánico». Un m otivo fue, sin duda, un sim ple énfasis
de clase p a ra se p ara r las cosas «elevadas» —los objetos de
interés de los hom bres libres, las «artes liberales»— de las
tareas «ordinarias» («mecánicas» como tra b a jo m anual y
m ás ta rd e como el tra b a jo con m áquinas) del «m undo de to­
dos los días». Una fase p o sterio r de la idealización, no obs­
tante, fue una form a de p ro testa indirecta (y a veces directa)
contra aquello en que se había convertido el trab ajo dentro
de la producción capitalista. Un tem prano m anifiesto del ro ­
m anticism o inglés, el escrito C onjectures on Original Compo-
sition (1759), de Young, definía el arte original como surgido

«espontáneamente de la raíz vital del genio; crece, no es produ­


cido. Las imitaciones son a menudo una especie de manufactura
perturbada por la mecánica del arte y el trabajo actuando fuera
de los materiales preexistentes que les son propios».

Desde una posición sim ilar, Blakc arrem etía contra

«el comerciante monopolista que m anufactura el arte valiéndose


de las manos de jornaleros ignorantes hasta que... es considerado
el genio más grande que puede vender una mercancía inservible
a un precio elevado».

Todos los térm inos tradicionales presentan hoy úna efec­


tiva confusión b ajo la presión de los cam bios ocurridos en el
m odo de producción general y la firm e prolongación de estos
cam bios á la producción del «arte» cuando tan to el arte como
el conocim iento, tal com o indicaba Adam S m ith con m ucho
realism o, eran

«comprados, del mismo modo que los zapatos o los calcetines,


a aquellos cuya tarea consiste en producir y preparar esa espe­
cie particular de bienes para su incorporación al mercado».

La definición burguesa dom inante del tra b a jo entendido


com o la producción de m ercancías y la estable inclusión
p ráctica de las obras de arte como m ercancías, en tre otras,
condujeron a e s ta form a especial de p ro testa general.
Se había experim entado radicalm ente una alienación p rác­
tica en dos niveles interconectados. Existía la pérdida de co­
nexión en tre los p ropósitos propios del trab ajad o r, y p o r lo
ta n to de su identidad «original», y el verdadero tra b a jo que
debía realizar p a ra el cual era contratado. Asimismo, existía
la p érd id a del propio «trabajo», que una vez producido dentro,
de este m odo de producción, se convertía necesariam ente en
u n a m ercancía. La p ro te sta en nom bre del «arte» era enton­
ces, a cierto nivel, la p ro te sta de los artesanos —siendo la
m ayoría de ellos literalm en te artesanos m anuales— contra
un m odo de producción que los excluía firm em ente o que al­
te ra b a p rofundam ente su status. Sin em bargo, a otro nivel,
era la exigencia de u n sentido significativo del tra b a jo —el
sentido de u tilizar la energía hum ana sobre lo m aterial con
un propósito autónom o— que había sido fundam entalm ente
desplazado y negado en la m ayoría de los tipos de producción,
pero que podía s e r m ás in m ediata y confiadam ente afirmado,
en el caso del arte, p o r asociación con la «vida del espíritu»
o «nuestra hu m an id ad general».
E l argum ento fue en ocasiones aplicado a conciencia y ha­
bitu alm en te p o r W illiam M orris. Sin em bargo, el desarrollo
ortodoxo de la percepción originaria fue u n a idealización en
la cual el a rte fue exim ido de, y constituyó una excepción en
relación con, lo que el «trabajo» h ab ía querido significar. Al
m ism o tiem po, no obstante, ningún a rtista podría prescindir
de sus habilidades operativas. Todavía, com o en el caso ante­
rio r, la creación del a rte era experim entada, tangiblem ente,
com o u n a pericia, una habilidad, un largo proceso de trabajo.
Los -sentidos especiales de «medio» fueron p o r tan to excep­
cionalm ente reforzados: el m edio como u n a operación in ter­
m ed ia e n tre un «im pulso artístico» y u n a «obra» com pleta;
o el rriedio com o las propiedades objetivadas del propio pro­
ceso de tra b a jo . H ab er visto de u n m odo diferente el proceso
d e tra b a jo , no con los sentidos especializados del «medio»,
sino com o un caso p a rtic u la r de p ráctica consciente, y por
lo ta n to de «conciencia práctica», p o d ría h a b e r puesto en
peligro la preciosa preservación del a rte de las condiciones,
n o solam ente del tra b a jo p ráctico de todos los días —relación
que h ab ía sido aceptada una vez d en tro de u n o rden social
diferente— , sino del sistem a cap italista de la producción m a­
terial p a ra el m ercado.
No o b stan te, los pin to res y los escultores continuaron sien­
do tra b a ja d o re s m anuales. Los m úsicos continuaron involu­
crados en la realización o el desem peño y notación m aterial
de los in stru m e n to s que eran los productos de habilidades
m anuales prolongadas y conscientes. Los dram aturgos ..siguie­
ro n estando com prom etidos con las propiedades m ateriales
de los escenarios y las físicas de los actores y sus voces. Los
e scrito res, de un m odo que debem os exam inar y distinguir,
m anipulaban sobre el papel las notaciones m ateriales. D entro
de todo a rte existe necesariam ente esta conciencia física y
m aterial. Solam ente cuando el proceso de tra b a jo y sus re­
su ltad o s son com prendidos o in te rp re ta d o s en las form as de­
g rad an tes de la producción m aterial de m ercancías, la pro­
testa significativa —la negación de la m aterialidad a través
de estos tra b a ja d o res necesarios y su m aterial— se produce
y se proyecta en form as a b stra c ta s «elevadas» o «espirituales».
La p ro te sta resu lta com prensible, pero estas «elevadas» for­
m as de producción, personificando m uchas de las form as m ás
intensas y m ás significativas de la experiencia hum ana, son
com prendidas m ás claram en te cuando son reconocidas como
objetivaciones específicas d e n tro de organizaciones m ateriales
relativam ente d u rad eras, de las que de otro m odo constitu­
yen los m om entos hum anos m enos duraderos aunque con
frecuencia son tam b ién los m om entos hum anos m ás podero­
sos y efectivos. La ineludible m aterialidad de las obras de
a rte es entonces la irrem plazable m aterialización de ciertos
tipos de experiencia, incluyendo la experiencia de la produc­
ción de objetos que, a p a rtir de n u e stra m ás pro fu n d a socia­
bilidad, van m ás allá no sólo de la producción de m ercancías,
sino tam bién de n u e stra experiencia corriente de los objetos.
Al m ism o tiem po, y m ás allá de esto, la producción cultu­
ral m aterial tiene u n a h isto ria social específica. G ran p a rte
de la evidente crisis de la «literatura», d u ran te la segunda
m itad del siglo xx, es resu lta d o de procesos y relaciones mo­
dificadas en la producción m aterial básica. No m e refiero so­
lam ente a los cam bios m ateriales fundam entales producidos
en la im presión y la publicación, aun cuando estos cam bios
h a n tenido efectos d irectos. Me refiero tam bién al desarrollo
de nuevas form as m ateriales de teatralización y n arrativ a den­
tro de las tecnologías específicas del cine, la radiodifusión y
la televisión, involucrando no sólo nuevos procesos m ateria­
les intrínsecos, que en las tecnologías m ás com plejas traen
consigo nuevos problem as de notación y realización m aterial,
sino tam bién nuevas relaciones de tra b a jo de las cuales de­
p en d en las tecnologías com plejas. E n una fase de la produc­
ción lite ra ria m aterial, so b re todo desde el siglo xvii hasta
m ediados del siglo xx, el a u to r era un solitario tra b a ja d o r m a­
nual, sólo con su «medio». Los procesos m ateriales subse­
cuentes —im presión y d istrib u ció n — p odrían se r vistos en
consecuencia com o sim ples accesorios. Sin em bargo, en o tras
fases, m ás tem p ran o o m ás tard e, el tra b a jo fue em prendido
desde un prin cip io en relación con otros (por ejem plo, en el
te a tro isabelino o en el cine o en la u n idad radioem isora) y
el proceso m aterial inm ediato fue, m ás que u n a notación,
com o un estadio de la tran scrip ció n o la publicación. Fue, y
es, una producción m aterial cooperativa que involucra m uchos
procesos de tipo m aterial y físico. La preservación de la «li­
te ra tu ra » en relación con la técnica exclusiva de la plum a y
el papel, vinculada al lib ro im preso, constituye en consecuen­
cia una fase h istó rica im p o rtan te, p ero no ningún tipo de
definición absoluta en relación con las num erosas prácticas
que ofrece rep re sen ta r.
No obstante, y con excepción de un tipo de taquigrafía,
éstos no son problem as del «medio» o de los «nuevos medios». 'j^ É s
Cada arte específica se h a disuelto en él, en cada nivel de sus
operaciones, no solam ente en lo que se refiere a las relacio-
nes sociales específicas, que en una fase dada lo definen
cluso en la fase aparentem ente m ás aislada), sino tam bién e n “§|jj|$
lo que se refiere a los específicos m edios de producción m ate- l^jspf
ríales, de cuyo gobierno depende su producción. Debido al
hecho de que son disueltas no son «medios». La form a de re- $ |f !Í
lación social y la form a de producción m aterial se hallan es-
pecíficainente vinculadas. Sin em bargo, no siem pre se hallan
vinculadas en alguna identidad sim ple. La contradicción en tre
una .producción crecientem ente colaboracionista y Jas habili-
dades y los valores aprendidos de .la producción individual es
hoy especialm ente aguda en varios tipos de e scritu ra (con ma-
y 01* evidencia en la escritu ra dram ática, aunque tam bién en lo "’WM:
que respecta a la n arrativa y los argum entos), y no solam ente
como un problem a de publicación o distribución, que resul-
ta n a m enudo m ás identificablés, •sino más atrás, en los-pro- ¿ f |||
:pios procesos de la escritura. .
Significativam ente, desde las postrim erías del siglo xix, |§ ||
las crisis de la técnica —qué pueden ser aisladas como pro- '
blem as del «medio» o de la «form a»— han sido directam ente
vinculadas a cierto sentido de la crisis de la relación del a rte ;.í
con la sociedad, o de los sim ples propósitos del a rte que ha-
bían sido previam ente acordados o dados p o r garantizados.
A m enudo una nueva técnica h a sido considerada, desde una
óptica realista, como una nueva relación o com o dependiente ■
de una nueva relación. P o r lo tanto, lo que h ab ía sido aislado
com o u n m edio, correctam ente en cierto sentido, como u n :■
m odo de acen tu ar la producción m aterial que. debe constituir
todo arte, llegó a ser considerado, inevitablem ente, como una
p ráctica social; o, eñ la crisis de la producción c u ltu ral m o­
derna, como una crisis de la práctica social. É ste es el factor
com ún fundam ental, de io que de otro m odo serían tenden­
cias diferentes, que vincula la estética radical del m odernis­
m o y la teoría y la p ráctica revolucionarias del m arxism o.
4. Signos y notaciones

El lenguaje, p o r lo tanto, 110 es u n m edio; es un elem ento


constitutivo de la p ráctica social m aterial. Pero si esto es así,
tam bién es evidentem ente u n caso especial, ya que es a la
'vez una p ráctica m aterial y u n proceso en el que m uchas ac­
tividades com plejas, de u n tipo m aterial poco m anifiesto
—desde la' inform ación h a sta la interacción, desde la repre­
sentación hasta la im aginación y desde el pensam iento abs­
tracto h a sta la emoción inm ediata—, son com prendidas de
u n m odo específico. E l lenguaje es en- realidad u n tipo espe­
cial de p ráctica m aterial: la práctica de la sociabilidad hum a­
na. Y en consecuencia, en la m edida en que la p ráctica m ate­
rial e stá lim itada a lá producción de objetos, o en:<Jue la
práctica social es adoptada en oposición o p a ra excluir a la
p ráctica individual, el le n g u a je puede volverse irreconocible
en sus form as reales. D entro de esta falta de reconocim ien­
to, los inform es alternativos y parciales del lenguaje se cons­
tituyen, en tre o tra s cuestiones, en la base de tipos a ltern ati­
vos de la teoría literaria. E n nu estra p ro p ia cu ltu ra los dos
tipos alternativos principales son p o r una p a rte el «expresi-
vism o », en sus form as sim ples del «realism o psicológico» o
la e scritu ra de la «experiencia personal», o en sus form as
encubiertas consistentes en el naturalism o y el sim ple realis­
m o —que expresan la verdad de una situación o hecho ob­
servado— y p o r o tra p a rte el «form alismo», en sus variantes
de instancias de una form a, conjuntos de artificios literarios
o «textos» de un «sistem a de signos». Cada una de estas teo­
rías generales'com prende verdaderos elem entos de la prácti­
ca d e la escritura, aunque norm alm ente de u n m odo que niega
otros elem entos reales e incluso los hace inconcebibles.
P or lo tanto, el form alism o cen tra n u e stra atención sobre
. aquello que es. evidentem ente presen te y p o d ría m uy bien ser
exam inado en la escritura: los usos específicos y definitivos
de las form as litera ria s.d e varios tipos, desde el m ás general
hasta el m ás local, que deben considerarse siem pre como
<algo m ás que, sim ples «vehículos» o «arm azones» en relación
con la expresión de una experiencia independiente. Al m ism o
tiem po desvía n u e stra atención, y haciéndolo se to rn a increí­
ble m ás allá de ciertos círculos lim itados, a p a rtir de los sig­
nificados y valores m ás que form ales, y en este sentido, de
las experiencias d eterm in an tes de casi to d as las obras verda­
deras. La reacción im paciente que m anifiesta el «sentido co­
m ún», de que la litera tu ra , evidentem ente, describe aconteci­
m ientos, reseñ a situaciones y expresa las experiencias de los
h om bres y m u jeres reales, resu lta com prensible y persuasiva
d en tro de este contexto. No obstante, la reacción no es to­
davía u n a posible teo ría literaria, es decir, u n a to m a de con­
ciencia de la v e rd ad era p ráctica litera ria . Debem os a p ren d er
a o b se rv a r d e n tro del espacio que existe e n tre la desviación
y la reacción si hem os de co m p ren d er la significación de la
p rác tic a com o u n a totalidad. Lo que hallam os entonces es que
nos hem os estado ocupando de erro res com plem entarios.
E l e rr o r fundam ental de la teo ría expresivista —u n e rro r
com ún a las descripciones del n a tu ra lism o y del realism o sim­
ple y a las descripciones del realism o psicológico o de la lite­
r a tu r a considerada com o una experiencia personal (descrip­
ciones q u e con frecuencia se oponen efectivam ente las unas
a las o tra s y que com piten en busca de la significación y la
p rio rid a d )— es n o h a b e r reconocido el hecho de que el signi­
ficado es siem pre producido y no es jam ás expresado sim ­
plem ente.
C iertam ente, existen variaciones fundam entales en los mér
todos de su producción, desde u n a confianza relativam ente
com pleta en significados e in terrelacio n es de significados ya
establecidos, h a sta u n a recom posición relativam ente com pleta
de significados aprovechables y el descubrim iento de nuevas
com binaciones de significados. E n realidad, ninguno de estos
m étodos es ta n com pleto, ta n autosuficiente com o pueden
p a re c e r a sim ple vista. E l tra b a jo «ortodoxo» todavía sigue
siendo u n a producción específica. E l tra b a jo «experim ental»
depende, incluso de u n m odo p redom inante, de u n a concien­
cia c o m p a rtid a de significados que ya son. aprovechables, ya
q u e éstas son las características d eterm in an tes y m ás tard e
las verd ad eras determ inaciones del proceso del lenguaje
com o tal. N inguna expresión, es decir: nin g ú n relato, ninguna
descripción, ninguna reseña, ningún re tra to , es «natural» o
«sincero». Se p ro d u cen en térm inos que., resu lta n sum am ente
relativos desde u n a óptica social. E l lenguaje no es u n m edio
p u ro a trav és del cual pueda «fluir» la realidad de u n a vida,
la realid ad de u n acontecim iento o experiencia o la realidad
de u n a sociedad. E s una actividad social y recíprocam ente
c o m p a rtid a que se halla enclavada en relaciones activas den­
tro de las cuales cada m ovim iento constituye u n a activación
de lo que ya es com partido o recíproco o puede convertirse
en u n a actividad com partida o recíproca.
E n consecuencia, ap licar u n rela to es, explícita o poten­
cialm ente, com o ocurre en cualquier acto de expresión, evo­
car o p ro p o n er u n a relación. Y a través de ello, es asim ism o
evocar o p ro p o n er una relación activa a la experiencia que
e stá siendo expresada, ta n to si e sta condición de relación es
considerada com o la verdad de un acontecim iento real o
com o el significado de u n acontecim iento imaginado, la rea­
lid ad de una situación social o el significado de u n a respues­
ta a dicha situación, la realidad de una experiencia privada
o el significado de su proyección im aginativa, la realidad de
alguna porción del m undo físico o el significado de algún
elem ento, percepción o resp u esta a dicho m undo.
Cada expresión pro p o n e e sta com pleja relación de la cual
depende, aunque en proporciones variables de conciencia
y de atención consciente. P o r lo tan to , es im p o rtan te que la
com pleja relación im plícita en to d a expresión no sea red u ­
cida a factores categóricos o generales (por ejem plo, políticos
o económ icos ab stracto s), com o p roponen algunas de las teo­
ría s m arx istas m ás sim ples. No obstante, sigue siendo esen­
cial co m p ren d er la plena significación social que se halla
siem pre activa e inherente en cualquier relato aparentem ente
«natural» o «sincero». Los supuestos y las proposiciones fun­
dam entales, no sim plem ente d en tro de la ideología o en una
posición consciente, sino en el flujo y reflujo del sentim ien­
to hacia y desde los dem ás, en situaciones y relaciones su­
p u estas, y en las relaciones involucradas o propuestas dentro
de los usos inm ediatos del lenguaje, se hallan siem pre p re ­
sentes y son siem pre d irectam en te significativos. E n num e­
rosos ejem plos, y especialm ente en las sociedades divididas
e n clases, es necesario h a c er explícitas estas proposiciones y
estos supuestos p o r m edio del análisis, y d em o strar en de­
talle que no se tra ta del caso de ir «m ás allá» del tra b a jo
o la o b ra litera ria , sino de incorporarse m ás estrecham ente
d e n tro de su plena (y no a rb itra ria m e n te protegida) significa­
ción expresiva.
La p ro p u esta de u n a de las tendencias del form alism o fue
u n a versión de este procedim iento. O tras variantes del form a­
lism o su b ray aro n las form as generales d en tro de las cuales
ten ía n lugar las expresiones p articu lares, o a tra ía n la atención
hacia los artificios, considerados com o elem entos activos de la
fo rm a o form ación a través de los cuales se llevaba a cabo la
presentación de la expresión. Un form alism o m ás radical, reac­
cionando co n tra las nociones del lenguaje y la expresión con­
siderados «naturales», redujo todo el proceso a lo que dicho
form alism o consideraba sus com ponentes básicos: a «sig­
nos» y luego a u n «sistem a de signos», conceptos éstos que
había tom ado prestados de cierto tipo de lingüística (véase
anteriorm ente, I, 2).
El sentido de una p ro d u cció n de significados fue entonces
notablem ente fortalecido. Puede dem ostrarse p o r m edio del
análisis que toda unidad de expresión depende de los signos
form ales que constituyen las palabras y no las personas o
las cosas, y que depende asim ism o de la ordenación form al
de las m ism as. Puede dem ostrarse convincentem ente que la
expresión «natural» de la «realidad» o la «experiencia» es un
m ito que oculta esta actividad real y dem ostrable. Sin em­
bargo, lo que entonces ocurría habitualm ente era la produc­
ción (no escudriñada e n sí m ism a) de un nuevo m ito, basado
en los siguientes supuestos: que todos los «signos» son arbi­
trarios; que el «sistem a de signos» está determ inado p o r sus
relaciones form ales internas; que la «expresión» no sola­
m ente no es «natural», sino que constituye una form a de
«codificación»; y que la respuesta apropiada a la «codificaión»
es la «decodificación», la «des-construcción». Cada uno de
estos supuestos es en realidad ideológico, sin duda com o una
respuesta a o tra ideología m ás penetrante.
No obstante, el «signo» es «arbitrario» solam ente desde
una posición de alienación consciente o inconsciente. Su apa­
ren te arb itra rie d a d es una form a de distancia social; es en
sí m ism á u n a form a de relación. La h istoria social de la fi­
lología y de la lingüística com parativa, am pliam ente basada
en form aciones residuales o colonizadoras, preparó el cam ino
p ara esta alienación e, irónicam ente, la naturalizó. Cada ex­
presión, cada pronunciación es, dentro de sus procedim ien­
tos, un hecho «extraño». La cualidad form al de las palabras
como «signos», que fue correctam ente com prendida, fue ca­
racterizada de «arbitraria» m ediante una retira d a privile­
giada a p a rtir de las relaciones vividas y vivientes que, den­
tro de toda lengua nativa (los idiom as de las verdaderas so­
ciedades a que pertenecen todos los hom bres), hacen signi­
fic a tiv o s y su sta n cia les to d o s los significados fo rm a le s en un
m undo de referencias recíprocas que se mueve, com o debe
; hacerlo, m ás allá de los signos. R educir las palabras a sig-
r nos «arbitrarios» y red u cir el lenguaje a u n «sistema» de
signos es, p o r lo tanto, una alienación verificada (la posición
del observador extranjero del lenguaje de o tra s gentes o de
las form as lingüísticas conscientes, vividas y vivientes, deli­
beradam ente ab straíd as en función del análisis científico) o
u n a alienación inveriñcada, en la que un grupo específico, p o r
razones que son com prensibles, exam ina su relación privi­
legiada con el lenguaje real y activo y la sociedad que lo rodea
y que de hecho se halla d en tro de él, y proyecta p o r encim a
de las actividades de los dem ás sus propias form as de alie­
nación. Existe una variante respetable de esta últim a posi­
ción, en la cual la sociedad o la form a de la sociedad dentro
de la cual opera el grupo privilegiado es considerada como
«alienada», en térm inos m arxistas o postm arxistas, y en la
que los signos y los «códigos» que integra son considerados
com o form as de la sociedad burguesa. Sin em bargo, incluso
esto resu lta inaceptable debido a que los supuestos teóricos
d en tro de los cuales se produce la diagnosis —la a rb itra rie ­
dad de todos los «signos», p o r ejem plo— son fundam ental­
m en te incom patibles con el reconocim iento de cualquier tipo
específico de alienación. De hecho, lo que realm ente se des­
p ren d e de e sta situación es la universalidad de la alienación,
la posición de una form ación idealista burguesa estrecham en­
te asociada que deduce sus supuestos a p a rtir de u n a psicolo­
gía universalista (principalm ente freudiana).
P o r o tra p a rte , si u n «sistem a de signos» tiene solam ente
reglas form ales internas, no pueden existir form aciones so­
ciales específicas, en térm inos históricos o sociológicos, que
tengan la finalidad de in stitu ir, v ariar o a lte ra r este tipo
de p ráctica (social). Y finalm ente, tam poco puede existir una
p rá c tic a social plena de ningún tipo. La descripción de
la p ráctica activa en el lenguaje com o «codificación», m ien­
tra s parece a p u n ta r a las relaciones y referencias que oculta
la descripción de la expresión «natural», tam bién las oculta
a su propio m odo, desviando la atención de una p ráctica
social m aterial variada y continua e in te rp re ta n d o toda esta
p ráctica en térm inos form ales. El «código» involucra una
ironía m ás, ya que im plica, en alguna p arte, la existencia del
m ism o m ensaje «en claro». E sto sin em bargo, incluso como
descripción form al del lenguaje, es fundam entalm ente e rró ­
neo, y la sim ple noción de «decodificar» los m ensajes de los
dem ás es en consecuencia una fantasía privilegiada. La refe­
rencia (alienada) a la «ciencia» de tal des-construcción cons­
tituye un desplazam iento a p a rtir de la situación social, en
el que las form aciones específicas, y los individuos específi­
cos, de un m odo discernible aunque altam ente diferenciado,
todos (incluyendo a los decodificadores) utilizan, ofrecen, en­
sayan, enm iendan y a lteran este elem ento central y su stan ­
cial de su s propias relaciones m ateriales y sociales. O b stru ir
estas relaciones m ediante la reducción de sus form as expre­
sas a u n sistem a lingüístico constituye u n tip o de e rro r que
se h a lla estrech am en te relacionado con aquel e rr o r en que
in cu rrió el teórico de la expresión «pura», p a ra quien, asi­
m ism o, tam poco existía un universo m aterial y socialm ente
diferenciado de u n a p ráctica vivida y viviente; u n universo
h u m an o en que el lenguaje, dentro y a través de sus propias
form as, es siem pre en sí m ism o una form a.
P a ra com prender la m aterialidad del lenguaje debem os
distinguir., sin duda, en tre las palabras habladas y las n o ta­
ciones escritas. E sta distinción, que se ve oscurecida funda­
m en talm en te p o r el concepto de «signo», debe relacionarse
con el desarrollo de los m edios de producción. Las palabras
h ab lad as constituyen u n proceso de la actividad hü m an a que
utiliza solam ente recursos físicos, inm ediatos y constitutivos.
Las p a la b ras escritas, ju n to con su relación continua aunque
no necesariam ente d irecta con el habla, constituyen u n a for­
m a de producción m aterial q u e ad ap ta recursos n o hum anos
a u n a finalidad hum ana.
A ctualm ente existen casos interm edios, en el reg istro m e­
cánico y electrónico de reproducción y com posición del ha­
bla; sin em bargo, éstos no constituyen notaciones, aun cuando
en su p rep a ra ció n se hallen involucrados a veces difíciles p ro ­
blem as de notación. N o obstante, la característica fundam en­
tal de la e scritu ra es la producción de notaciones m ateriales,
au n cuando los propósitos y p o r consiguiente los m edios de
producción sean variables. E n consecuencia, la pieza tea tra l
escrita es una notación del h ab la o el lenguaje deseado y a
veces tam b ién de un m ovim iento y u n a escena deseada (he
analizado estas variaciones en Drama in Perfom ance). Al­
gunas fo rm as escritas son u n registro del habla o u n texto
p a ra se r hablado (discursos, conferencias, serm ones). Sin
em bargo, la fo rm a «literaria» característica es la notación
escrita p a ra la lectura. Es característico de tales notacio­
nes, en la im presión sin d uda pero tam bién en la tra n s­
cripción, el hecho de que son reproduciblcs. Son form as
n orm ales diferentes de objetos m ateriales producidos, inclu­
yendo form as asociadas com o las p in tu ras, ya que su exis*-
tencia m aterial esencial se halla en las notaciones reprodu-
cibles que son p o r lo ta n to fundam entalm ente dependientes
del sistem a c u ltu ral d en tro del cual las notaciones son h a ­
bituales, del m ism o m odo que, secundariam ente, dependen
del sistem a social y económ ico dentro del cual son distri­
buidas. E n consecuencia, es dentro del proceso com plejo y
to ta l de notación donde hallam os la realidad de este proceso
social y m aterial específico. U na vez m ás, los elem entos lin­
güísticos no son signos; son las notaciones de verdaderas
relaciones productivas.
E l tip o de notación básico es desde luego el alfabético.
E n las cu ltu ras altam ente alfabetizadas este m edio de p ro ­
ducción e s tá naturalizado; sin em bargo, cuanto m ás apren­
dem os sobre los procesos de lectu ra m ás com prendem os la
relación activa e in teractiva que involucra e ste tipo de nota­
ción ap arentem ente establecida. P or lo ta n to la notación, in-
cluso a e ste nivel, no es u n a sim ple transferencia; depende
de la com prensión activa, a m enudo a través de la repeti­
ción de ensayos y e rro res, de configuraciones y relaciones que
la notación prom ueve pero que no garantiza. E n consecuen­
cia, la lec tu ra es ta n activa como la escritura, y la notación
com o m edio de producción depende de estas dos actividades
y de su relación efectiva. A este nivel, lo que es verdadero
p ero general continúa siendo verdadero aunque sum am ente
específico en las form as m ás específicas de notación dentro
de este proceso general.
P o r ejem plo, considérense las com plejas notaciones de
fuente: las indicaciones, a veces m uy directas, a veces su­
m am ente indirectas, de la identidad del e scrito r en todos sus
sentidos posibles. Tales notaciones se hallan a m enudo es­
trech am en te com prom etidas con indicaciones de situación, y
las com binaciones de situación e identidad constituyen con
frecuencia notaciones fundam entales de p a rte de la relación
a la cual p ro cu ra in co rp o rarse la escritura. E l proceso de
lectu ra, n a d a m ás que en su sentido m ás literal, es funda­
m en talm en te dependiente de estas indicaciones; no sólo como
u n a resp u esta al necesario in terro g an te de «¿quién habla?»,
sino como, resp u estas a la necesaria gam a de interrogantes
asociados: «¿a p a rtir de qué situación?»; «¿con qué autori-
da?»; «¿con qué intención?».
E stos in terro g an tes se responden a m enudo m ediante aná­
lisis técnicos: la identificación de los «artificios». Sin em bar­
go, las observaciones técnicas —producidas analíticam ente
o, com o es m ás habitual, producidas m ediante la com pren­
sión de indicaciones convencionales dentro de u n a cu ltu ra
c o m p artid a— son siem pre m étodos p a ra establecer, dentro
de lo que es realm ente u n m ovim iento sim ultáneo, la n a tu ra ­
leza del proceso productivo específico y de la relación inhe­
ren te que propone. Las indicaciones pueden ser m uy gene­
rales con el objeto de m o strar si estam os leyendo una no­
vela, una biografía, una autobiografía, una m em oria o u n
relato histórico. No obstante, m uchas de las notaciones m ás
significativas son particulares: indicaciones del lenguaje, del
lenguaje y el diálogo relatados; indicaciones de procesos de
pensam iento im plícitos y explícitos; indicaciones de u n mo­
nólogo, un diálogo o u n pensam iento desplazado o suspen­
dido; indicaciones de la observación directa o «caracteriza-
. da». Toda la lectu ra com unicada y toda la e scritu ra desarro­
llada dependen de la com prensión de la esfera de actividad
de estas indicaciones, y las indicaciones dependen tan to de
las relaciones adm itidas como de las relaciones posibles, lo­
calm ente m aterializadas m ediante procesos de com pleja no­
tación. Y esto significa com prender la cuestión solam ente
en el nivel de la especificación de las personas, los aconteci­
m ientos y las experiencias. Algunas de las notaciones m ás
im p o rtan tes constituyen indicaciones de la e scritu ra p a ra la
lectura de u n a form a sum am ente inm ediata d e n tro del p ro ­
pio proceso productivo. N otaciones de orden, de d istrib u ­
ción y de la relación m u tu a en tre las p artes; notaciones de
pausa, de ru p tu ra , de transición; notaciones de énfasis: to­
das ellas puede decirse que controlan, aunque son m ejo r des­
critas com o m odos de com prender, el proceso de la especí­
fica relación productiva que constituye a la vez, en su ca­
rá c te r com o notación, u n m odo de e scritu ra y u n m odo de
lectura.
É sta fue la contribución específica de los estudios fo rm a­
listas, así com o de u n a tradición de la retó rica m ucho m ás
antigua, p a ra identificar y dem o strar la operación de tales
notaciones. Al m ism o tiem po, reduciendo tales notaciones a
elem entos de u n sistem a form al, obstruyeron las vastas re ­
laciones de q u e estos elem entos son, siem pre e inevitable­
m ente, m edios productivos. P or o tra parte, los estudios ex-
presivistas red u je ro n las notaciones —en la m edida en que
se percataro n de ellas— a elem entos m ecánicos —m edios
p a ra otros fines—- o a elem entos decorativos o a las sim ples
form alidades de la alocución. E n la m edida en que esto pue­
de conservar la atención sobre todas las experiencias plenas
y relaciones hum anas que de hecho se hallan siem pre en
proceso d en tro y a través de las notaciones, puede p a re c e r
el e rro r m enor. Sin em bargo, los erro res de cada tendencia
son com plem entarios y pueden corregirse solam ente a trá-
vés de una teo ría de la lite ra tu ra en teram en te social, ya que
las notaciones constituyen relaciones expresadas, ofrecidas,
ensayadas y corregidas dentro de u n proceso social to tal en
el que el artificio, la expresión y la esencia de la expresión
son en definitiva inseparables. P ara observar esta conclusión
desde o tra perspectiva debem os exam inar la naturaleza de
las convenciones literarias.
5. Las convenciones

E l significado de convención era originalm ente el de asam ­


blea y luego, p o r derivación, el de acuerdo. Más adelante, la
acepción de acuerdo se extendió a la de acuerdo tácito y por
consiguiente a la de costum bre. Se desarrolló asim ism o un
sentido opuesto en el que una convención era considerada
n a d a m ás que u n a antigua ley, o ley de algún otro, que era
necesario o adecuado desconocer. E l significado de «conven­
ción» en el a rte y la lite ra tu ra e stá todavía radicalm ente afec­
tado' p.or e sta h isto ria variable que sufrió la. palabra.
S in : em bargo, el p u n to clave no es elegir en tre los senti­
dos relativam ente favorables y desfavorables que presenta.
D entro de to d a teo ría social del arte y la litera tu ra , u n a con­
vención es u n a relación establecida o el fundam ento de una
relación a través de la cual una p ráctica específica com par­
tid a —la producción de las palabras reales— puede se r com­
p ren d id a. Es el indicador local o general tan to d e las si­
tuaciones y las ocasiones del a rte como de los m edios de un
a rte . U na teoría social, ju n to con su hincapié eñ tradiciones,
instituciones y form aciones diferentes y -contrastantes, rela­
cionadas —p ero idénticas— con clases sociales diferentes y
opuestas, e stá e n consecuencia bien ubicada p a ra com pren­
d e r las cam biantes evaluaciones de las convenciones y de la
realid ad de las convenciones. N egativam ente, puede revelar
la ca ra c te rístic a creencia de ciertas clases, instituciones y
form aciones de q u e sus intereses y procedim ientos no son
artificiales y lim itados, sino válidos y universalm ente aplica­
bles, .siendo sus m étodos, p o r tanto, «reales», «verdaderos»
o «naturales» en oposición a las «convenciones» lim itadas y
lim itan tes de los dem ás. Positivam ente, pu ed e m o stra r los
verdaderos fundam entos de las inclusiones y exclusiones, de
los estilos y los m odos de observación que personifican y
ratifican las convenciones específicas, ya que una teoría so­
cial in siste en exam inar, dentro de la to talid ad de las rela­
ciones y los procedim ientos establecidos, la sustancia espe­
cífica y sus m étodos antes que una certeza m anifiesta o una
universalidad asu m id a o reclam ada.
E n e ste sentido, las convenciones son inherentes y p o r
definición son históricam ente variables. Sin em bargo, esto
no significa que ciertos tipos de convención no se extiendan
m ás allá de su período, de su clase o de su form ación. Al­
gunas convenciones literarias fundam entales se extienden
efectivam ente y son cruciales en cuanto a los problem as del
género y la form a. P o r o tra parte, es necesario definir la
com pleja relación existente en tre las convenciones y las no­
taciones, ya que m ien tras todas las notaciones son conven­
cionales, no todas las convenciones son notaciones específicas.
Las notaciones, en ta n to son obviam ente m ás específicas, son
tam bién m ás lim itadas que las convenciones, que pueden
incluir, p o r ejem plo, convenciones de la ausencia o del des­
ca rte de ciertos procedim ientos y principios que incluyen
o tra s convenciones. Ciertam ente, sin este tipo de convencio­
nes, m uchas notaciones serían incom pletas e incom prensibles.
Ciertas convenciones básicas se naturalizan dentro de
u n a tradición cu ltu ral particular. E sto es así, p o r ejem plo,
e n la convención básica de la representación d ram ática con
su asignada distrib u ció n de actores y espectadores. D entro
de u n a c u ltu ra en la que el teatro es hoy convencional, la
distribución parece te n e r u n a evidencia m anifiesta y las res­
tricciones son n orm alm ente respetadas. F uera de tal cultura,
o en su área m arginal, la acción d ram ática rep resen tad a pue­
d e ser considerada com o un acto «real», o los espectadores
pueden tra ta r de in te rv en ir m ás allá de las restricciones con­
vencionales. Incluso d e n tro de u n a cu ltu ra con una larg a tra ­
dición dram ática, som etiendo las convenciones a presión, son
habituales las resp u estas com parables, ya que el desarrollo
dram ático es u n a convención in stitu id a en períodos especí­
ficos d en tro de cu ltu ras específicas antes que cualquier es­
pecie de com portam iento «natural». Convenciones profundas
sem ejantes, que involucran relaciones acordadas, son aplica­
das a la m ay o r p a rte de los tipos de n arrativ a oral o alo­
cución. La identificación de la autoría, en las piezas dram á­
ticas y en los libros im presos, está su jeta igualm ente a las
convenciones h istóricam ente variables que d eterm in an en su
to talidad el concepto de composición.
Por o tra p arte, d en tro de estas convenciones fundam en­
tales, cada elem ento de la com posición es tam bién conven­
cional y p rese n ta variaciones históricas significativas en pe­
ríodos y cu ltu ras diferentes, tan to e n tre las convenciones
com o e n tre su unid ad relativa y su diversidad relativa. P or
lo tanto, los m odos básicos del «habla» —desde el canto coral
al individual, h a sta la conversación recitativa, declam ativa o
repetitiva— o de la escritura —desde la esfera de actividad
de las form as del verso hasta las form as de la prosa, y desde
lo «monológico» hasta lo «colectivo»— y m ás ad elan te.la di­
versidad de cada uno de ellos en relación con las form as ha­
bladas contem poráneas de «todos los días», son fundam ental­
m ente convencionales. En m uchos casos, aunque no en la
totalidad, son indicados m ediante notaciones específicas. To­
dos estos casos son separables como elem entos «formales»;
aun cuando las convenciones de las form as reales se extien­
des m ás allá de ellos m anteniendo relaciones significativas
aunque no regulares con dichos elem entos.
P or lo tanto, la presentación de personajes («caracteres»)
presenta convenciones significativam ente variables. E n tal
presentación deben considerarse dos variantes habituales: la
apariencia personal y la situación social. P rácticam ente toda
com binación concebible de estos elem en to s/au n q u e tam bién
la exclusión de uno de ellos o de am bos, ha sido convencio­
nalm ente practicada en el arte escénico y la n arrativa. Ade­
más, dentro de cada una de ellas existe u n a esfera de acti­
vidad convencional significativa que se desarrolla desde una
presentación sum aria típica hasta un análisis exhaustivo. Más
aún, las variaciones convencionales en la presentación de la
«apariencia personal» corresponden a profundas variaciones
en la percepción y evaluación efectivas de los dem ás, a m e­
nudo en estrecha relación con las variaciones en la efectiva
significación de la fam ilia (linaje), el status social y la his­
toria social, que constituyen contextos variables de la defi­
nición esencial de los individuos presentados. La diferencia
de presentación en tre el hom bre m edieval no delienado y el
carácter novelesco del siglo xix, cuya apariencia, h isto ria y
situación son descritos con el detallism o sostenido y signifi­
cativo, constituye un ejem plo obvio. Lo que puede re su lta r
m enos obvio es el tipo de ausencia, ratificado p o r la conven­
ción, en la literatui'a próxim a a nu estra época, en la que las
convenciones pueden d ar la im presión de no ser «literarias»
o incluso de no ser convenciones en absoluto, sino criterios
autodeterm inantes de la significación y la im portancia. En
consecuencia, la inclusión o exclusión de u n a fam ilia o u n a
h istoria social específica, o de cualquier identidad detalláda
«antes del acontecim iento», representa las convenciones b á­
sicas de la naturaleza de los individuos y de sus relaciones.
La selección de individuos, presentada en cualquiera de
estas form as, es otra vez claram ente convencional. E xiste una
selección jerárq u ica p o r status, como en la antigua lim ita­
ción del status trágico a las personas de rango, una conven­
ción conscientem ente descartada en la tragedia burguesa. En
las sociedades de clases m odernas, la selección de caracte­
res indica casi siem pre una posición, de clase consciente o
asum ida. Las convenciones de la selección son m ás intrinca­
das cuando la jera rq u ía es m enos form al. Sin una ratificación
form al, todas las' dem ás personas pueden ser convencional­
m ente p resentadas como agentes instrum entales (criados,
chóferes, cam areros), como agentes sim plem ente contextúales
(otras personas en las calles) o efectivam ente como agentes
esencialm ente ausentes (que no son vistos, que carecen de
im portancia). Toda presentación de este tipo depende de la
aceptación de su convención, pero es siem pre algo .más que
una decisión «literaria» o «estética». La je ra rq u ía social o
las norm as sociales que se asum en o invocan constituyen tér­
m inos de relación fundam entales que se pretende sean in­
cluidos p o r las convenciones (con frecuencia confiando in­
conscientem ente en u n a form a). Del m ism o m odo, son tér­
m inos de relación social cuando la je ra rq u ía o lá selec­
ción no es m anifiestam ente social, sino que está, b asada en
la asignación de órdenes diferentes de existencia significativa
a los pocos seleccionados y a los m uchos descartados o irr e ­
levantes. El relato satírico de Gogol sobre este problem a fun­
dam ental del escritor, la conciencia in tern a m oderna —donde,
si el problem a es tom ado literalm ente, nadie puede m overse
sin c o n tactar con o tro ser cuya conciencia en tera exige una
p rio rid ad sim ilar y q u e p o r lo tan to suprim irá la elegida
p rim era persona del singular— pone de relieve la conven­
ción in tern a selectiva a través de la cual este problem a se
resuelve tem poralm ente, aunque m ás allá de la convención
la cuestión b ásica de la significación del ser persiste.
O tras convenciones controlan la especificación de cuestio­
nes tales com o el tra b a jo o el ingreso. E n ciertas presen­
taciones, estas cuestiones son fundam entales y en todas las
relaciones constituyen evidentem ente hechos aprovechables.
La convención que les p erm ite ser tratad o s com o carentes
de im portancia, o ciertam ente como si se hallaran ausentes,
en el interés de lo que es considerado com o la identidad p ri­
m a d a o un c arácter social alternativam ente significativo,
resu lta ta n obviam ente general com o aquella convención
opuesta m enos corriente pero todavía im p o rtan te según la
cual las gentes son especificadas solam ente en el nivel de
los hechos sociales y económicos generales que no p resentan
m ás allá de ellos ningún tipo de individuación.
P o r lo tan to , los hechos significativos de las verdaderas
relaciones se hallan incluidos o excluidos, asum idos o descri­
tos, analizados o enfatizados m ediante convenciones varia­
bles, que pueden se r identificadas p o r m edio del análisis for­
m al pero que sólo pueden ser com prendidas p o r m edio del
análisis social. Las convenciones variables de la p o sició n na­
rra tiva (desde la «omnisciencia» hasta el relato «personal» ne­
cesariam en te lim itado) in teractú an con estas convenciones de
selección y exclusión de m odos sum am ente com plejos. Asi­
m ism o, in te rac tú an con las significativas convenciones de la
to ta lid a d d e u n relato, que involucra cuestiones fundam enta­
les en relación con la naturaleza de los acontecim ientos. Cier­
tas h isto rias requieren, convencionalm ente, u n a pre-historia y
u n a h isto ria proyectiva («después» o «siem pre después»), si
h a de com prenderse su lectura en relación con la causa, el
m otivo y la consecuencia. La exclusión de tales elem entos,
comO su inclusión, no es u n a elección «estética» el «modo
de re la ta r u n a historia»—, sino u n a convención variable que
involucra supuestos sociales fundam entales de causación y
consecuencia. (Com párese el capítulo final de «establecim ien­
to» en las p rim e ra s novelas inglesas victorianas —p o r ejem-
plo án la o b ra de Gaskell, M ary B a rto n — y el capítulo final de
« ru p tu ra» en las novelas inglesas en tre los años de 1910 y
1940 —p o r ejem plo en la o b ra de Law rence S o n s a n d L overs.)
De igual m odo, las convenciones variables de secuencia tem ­
poral, aunque al servicio de otro s fines —p o r ejem plo, p e r­
cepciones alterad as de incidentes y de la m em oria—, están
entrem ezcladas con estos supuestos básicos de causación y
consecuencia, y p o r lo tan to con los procesos convenciona­
les a trav és de los cuales éstos son com prendidos y se evi­
dencian los criterios convencionales de im portancia.
N uevam ente, la presentación del lugar depende d e .c o n ­
venciones variables que van desde una deliberada desubica-
ción a una sim ple denom inación, a un bosquejó sum ario, a
u n a descripción variablem ente detallada; h a sta el p u n to en
que, com o se afirm a, el propio lu g ar se convierte en un «per­
sonaje»* o en «el personaje». Los supuestos radicalm ente va­
riables de las relaciones e n tre las gentes y los Jugares y en tre
el «hom bre» y la «naturaleza», son com unicados p o r m edio
d e estos m odos ap arentem ente m anifiestos. O tras convencio­
nes asum en o indican relaciones variables e n tre los lugares
y las sociedades —los «medio am bientes»— dentro de una
e sfe ra qúe se d esarrolla desde la abstracción del lu g ar con
respecto a las gentes, a través de la percepción de las gentes
com o síntom as de los lugares, h a sta la aprehensión activa de
los lugares considerados com o producto de las gentes. Las
descripciones de las casas im portantes, de los paisajes ru ra ­
les, de las ciudades o de las fábricas constituyen ejem plos evi­
dentes de estas convenciones variables, donde el «punto de
vista» puede ser experim entado como una elección «estética»,
pero donde cualquier p u n to de vista, incluso el que excluye
a las personas o las convierte en u n paisaje, es u n punto de
vista social.
Existen convenciones sim ilares p a ra la descripción de la
acción. Las variaciones en la presentación directa e indirecta
y las variaciones de foco d e n tro de la presentación directa se
hallan especialm ente señaladas en tre s tipos de acción h u ­
m ana: el hom icidio, el acto sexual y el trabajo. Se asegura a
m enudo que éstas son cuestiones de gusto o de m oda. Sin
em bargo, en cada caso la convención adoptada involucra u n a
relación específica (si bien a m enudo com pleja) del aconteci­
m iento con respecto a los dem ás acontecim ientos y a las o r­
ganizaciones de significado m ás generales. P or lo tanto, la
m uerte violenta es fundam ental en la tragedia griega aunque
nunca es presentada, sino que es relatad a o exhibida con pos­
terioridad. Existen o tra s presentaciones q u é son relativam en­
te form ales, d en tro del lenguaje o el canto o en situaciones
form ales que p ro cu ra n definir el acto. E n el extrem o opuesto,
el detalle del acontecim iento es predom inante. No es una
cuestión de «adecuación». Con frecuencia es una cuestión de
si el hom icidio es significativam ente p rim ario en su m otiva­
ción o en su consecuencia, o si esto es irrelevante o secunda­
rio con relación al acontecim iento y a la experiencia del p ro ­
pio acontecim iento. (C om párense las descripciones del cadá­
v er en las novelas policiales, donde la convención indica la
ocasión p a ra una investigación y n a d a m ás —dentro de un
contexto de control racional antes que com o referencia gene­
ral o m etafísica— y donde sin em bargo se em plea con fre ­
cuencia u n a convención contradictoria, u n a contigüidad san­
grienta. Como o cu rre en todos los casos de convenciones con­
fusas o solapadas, en este p u n to existe u n terren o propicio
p ara la investigación de los problem as de conciencia que no
pueden se r reducidos a los m étodos ab stracto s de u n tipo de
h isto ria particular.) P o r o tra p a rte los niveles cam biantes de
la descripción de la cópula sexual y de sus prelim inares y sus
variantes involucran convenciones generales del discurso so­
cial y de sus inclusiones y exclusiones, p ero tam bién im plican
convenciones específicas que provienen de las relaciones va­
riables que presenta el acto según las relaciones y las in stitu ­
ciones cam biantes. En consecuencia, las convenciones especí­
ficas de la experiencia «subjetiva» (el acto considerado como
experim entado p o r un m iem bro de la pareja con el o tro m iem ­
bro convencionalm ente excluido; el acto considerado como
consum ado; el acto considerado como verbalizado con el p ro ­
pósito de una pseudoconsum ación) pueden oponerse a las
convenciones dentro de las cuales el acto es h ab itual o inclu­
so indiferente, abstracto, distanciado o sim plem ente sinteti­
zado o im plícito al lim itarse a su efecto social «objetivo». Los
niveles variables de la descripción física pueden se r com pa­
rados de un m odo in teresan te con los niveles variables de la
descripción del trabajo. Existe una esfera de actividad sem e­
ja n te de convenciones «subjetivas» y «objetivas», desde el tra ­
bajo experim entado desde u n a perspectiva física o desde al­
gún otro detalle hasta el tra b a jo considerado como u n sim ple
indicador de la posición social. Sin duda, en gran p a rte de
n u e stra lite ra tu ra adm itida se había operado u n a convención
originaria: las personas elegidas eran relevadas de la necesi­
dad de tra b a ja r; la situación de clase corresponde a su selec­
ción p o r su cualidad de interesantes. En consecuencia, en un
nivel m ás m anifiesto que el que corresponde a la sexualidad,
la distinción no se produce solam ente entre los puntos de vis­
ta «objetivos» y «subjetivos» abstractos. En últim a instancia,
las convenciones descansan sobre las variaciones existentes en
la percepción del tra b a jo como un agente o u n a condición de
conciencia general, y p o r tanto, no sólo en el tra b a jo sino en la
sexualidad y en la acción pública, sobre los supuestos rad i­
calm ente variables de la natu rale2a y la id en tid ad hum anas:
supuestos que norm alm ente no son argum entados sino que,
a través de las convenciones literarias, son p resentados como
«naturales» o como m anifiestam ente evidentes.
La esfera de actividad de las convenciones en la presen­
tación del discurso h a sido estrecham ente estudiada, espe­
cialm ente p o r los form alistas (y es significativo que el dis­
curso haya recibido una atención m ayor que el personaje, la
acción o el lugar). Se han form ulado análisis im portantes so­
b re los m odos form ales de presentación, representación, de
relato directo o indirecto y de reproducción. La relación exis­
ten te e n tre los estilos de la n arrativ a y del discurso directa­
m ente representado resulta especialm ente im portante en las
convenciones novelescas. Una distinción social significativa se
produce en tre una integridad de estilo, basada en una iden­
tid ad real o social asum ida e n tre el n a rra d o r y los personajes
(como ocurre en el caso de Jane Austen), a través de varias
diferenciaciones jerárquicas, h asta la ru p tu ra o incluso la opo­
sición form al en tre el lenguaje n arrado y el lenguaje hablado
(como ocurre en los casos de George E liot o Hardy). Las o rto ­
grafías convencionales de variación, en relación con el habla
regional o extranjera, fundam entalm ente en la lite ra tu ra b u r­
guesa como indicadores de clase, constituyen ejem plos loca­
les de una esfera de actividad que establece relaciones socia­
les am plias o, con frecuencia, desplazadas y disim uladas que,
excepto en estas form as «aislables», norm alm ente no son con­
sideradas como p a rte s de la com posición hum ana sustancial.
E xiste una im p o rtan te variación en tre los períodos histó ri­
cos dentro de la esfe ra de acción de las convenciones aprove­
chables. Algunos períodos, com parativam ente, cuentan con
m uy pocas; otros, com o el nuestro, tienen com parativam ente
m uchas de estas, convenciones y p erm iten variaciones sustan­
ciales, relacionadas en últim a instancia con posiciones y for­
m aciones diferentes y reales. En ciertos períodos de relativa
estabilidad, las convenciones son en sí m ism as estables y pue­
den se r consideradas nada m ás que form ales: las «leyes» de
un arte particu lar. E n otro s períodos la variación y la inse­
guridad de las convenciones deben asociarse a los cam bios,,
divisiones y conflictos producidos en la sociedad, todos ellos
m ás profundos (más allá de lo que, en ciertos casos privile­
giados, todavía son consideradas «leyes» o m étodos estéticos
neutralm ente variables) de lo que puede observarse sin hacer
uso del análisis, ya que concierne a la esencia de una conven­
ción el hecho de que se ratifique un supuesto o un p u n to de
vista de m odo que el trab ajo pueda se r producido y recono­
cido. La controversia m oderna sobre las convenciones, o los
casos de deliberada exposición o anulación de convenciones
actuales o m ás antiguas en un intento de crear nuevas rela­
ciones con las audiencias, se relacionan directam ente con la
totalidad del proceso social, en su perm anente y vivido flujo
y controversia. Sin em bargo, la realidad de las convenciones
como m odo de conexión de la posición social y la práctica
literaria, sigue siendo u n a cuestión fundam ental. P or lo tanto,
dentro de la esfera de actividad indicada, es necesario consi­
derar la relación de las convenciones con los conceptos de
género y de form a.
¿ jta

6. Los géneros
'JJSí-.v

n '- 'V t

•Wr.&V

E l esfuerzo m ás sostenido p o r a g ru p ar y organizar la m ul­


tiplicidad de las notaciones y las convenciones, que es evidente
en la escritu ra actual, en ciertos m odos específicos de prác­ ■M?.
tica literaria es Ja teo ría de los géneros o de los tipos. E sta
teo ría tiene u n a h isto ria enorm e. Se halla presente de un
m odo p a rtic u la r en A ristóteles, donde las «especies» de la 'f e -
poesía son definidas en función -de u n a definición «genérica»
i*
del a rte de la poesía com o tal. C onstituye un tem a fundam en­
ta l d en tro de los com plejos conflictos intelectuales, del Rena­
cim iento y sus consecuencias. Es nuevam ente u n tém a funda­
sa
ir*»*:.

m ental en los com plejos conflictos modernos* é n tre los dife­


ren tes tipos de teoría y los diferentes tipos de em pirism o.
E n p rim e r térm ino, es im p o rta n te identificar un estadio
Ala
; del problem a que h a proporcionado el fundam ento de gran
p a rte dé las p o stu ra s m e jo r expuestas y que, sin em bargo, des­
de una perspectiva intelectual, es relativam ente trivial. Es la
oposición existente e n tre una teo ría de géneros fijos, como
e ra la fo rm a neoclásica de las m ás com plejas clasificaciones
del pensam iento griego y del renacim iento y de un em pirism o •
smJ -1
opuesto, que dem ostró la im posibilidad o la ineficacia de redu­
c ir todas las obras literarias reales y posibles á estos géneros
fijos. E n e sta controversia reducida y periférica difícilmente .'ató'
nos enfrentam os con la teoría del género, sino con versiones
conflictivas de la p rác tic a expuestas p o r form aciones cultu­
rales diferentes y opuestas. Una form ación se basaba firme­ •V
m ente en la p ráctica pasada, en lo q u e ab straía como las «nor­
m as» de la literatura-«clásica». E sto surgió en su form a más
influyente y endeble com o la definición de «reglas» p a ra cada
«género», ilu stra d a s a p a rtir de las obras existentes y prescri­
ta s a las -obras nuevas. R esulta significativo, aunque secunda­
rio, que g ran p a rte de estas leyes no hayan alcanzado ni si­
quiera la au to rid ad «clásica» que reivindicaban. Tal elábora-
ción pertenecía al feudalism o y ál postfeudalism o en decaden­
cia, y las definiciones tienen una relativa rigidez form al en if*
t
.VW.H
la idealización de la p ráctica pasada, y puede dem ostrarse “•■es-.'

-
—com o en el caso notorio de las leyes de la «unidad» en el
te a tro —que no e ra idónea y que incluso contradecía la prác­ M i
tica a que parecía e s ta r asociada. P or lo tanto, era inevitable
alguna resp u esta em pírica, aunque la h isto ria fundam ental no
se hallaba a este nivel. Lo que realm ente destruía esta form a
residual de teo ría del género e ra el desarrollo irresistible y
poderoso de nuevos tipos de tra b a jo s que no convenían a las
clasificaciones o que no resp etab an las «leyes». Indudable­
m ente, las nuevas clasificaciones y las nuevas leyes podían ser
ideadas, aunque en la sociedad burguesa en desarrollo el im ­
pulso dom inante no e ra de esta índole. La teoría del género,
en su form a a b stra c ta m ás fam iliar, fue reem plazada p o r las
teorías de la creatividad individual, del genio innovador y del
m ovim iento de la im aginación individual m ás allá de las for­
m as restringidas y restrictiv as del pasado. Podem os com parar
esto con el fracaso y el reem plazo de la teoría social de los
«estados», con funciones y reglas fijas, p o r u n a teoría de la
axitorrealización, del desarrollo individual y de la m ovilidad
de las fuerzas prim arias. Los cam bios producidos dentro de
la Teoría literaria, y e n m enor extensión dentro de la p ráctica
literaria, llegaron después dé los cam bios en la p ráctica y la
teoría social, aunque las correspondencias son evidentes y re ­
su lta n significativas.
Sin em bargo, del m ism o m odo que la teoría social burgue­
sa no culm inó en el liberalism o individual sino en u n a serie
de nuevas definiciones p rácticas de las clases de individuos
(el térm ino clase reem plaza al de estado y orden de un m odo
desigual y com plejo aunque con u n acento nuevo y necesario
sobre su flexibilidad y m ovilidad), la teo ría literaria burguesa
no culm inó en teorías relacionadas con el genio y la creativi­
dad individual. Tal como ocu rrió en el caso del liberalism o
individual, éstas no fueron abandonadas, aunque fueron p rác­
ticam ente com plem entadas. E l género y el tip o perdieron su
generalidad y su abstracción neoclásicas y perdieron asim is­
m o sus sentidos de regulación específicos. No obstante ello, se
hizo h ab itu al una serie de nuevos tipos de agrupam iento y cla­
sificación de tendencia em pírica y relativista. Indudablem en­
te, estos nuevos tipos a p o rtaro n , de u n m odo novedoso, ele­
m entos prescriptivos en las m odalidades de la respuesta crí­
tica e im plícitam ente en la v erdadera producción.
E n consecuencia, una novela es u n a obra de im aginación
creativ a y la im aginación creativa en cuentra su form a adecua­
da; p ero todavía existen algunas cosas que uña novela «pue­
de» o «no puede» lograr: no com o una cuestión de leyes, sino
com o una cuestión vinculada a las características ahora espe­
cializadas de la «form a». (La novela, p o r ejem plo, «no puede»
incluir ideas irreconciliables, «porque» su tem a son los «in­
dividuos» y sus relaciones.) Al m ism o tiem po, dentro de estos
agrupam ientos m ás generales, la variedad de la p ráctica era
reconocida, de un m odo lim itado, p o r la proliferación de «gé­
neros» y «subgéneros» de un nuevo tipo: no las generalizacio­
nes form ales de la épica, la lírica y el teatro, sino (para citar
una enciclopedia corriente) «la novela, la novela picaresca, la
novela rom ántica, el cuento corto, la com edia, la tragedia, el
m elodram a, la lite ra tu ra infantil, el ensayo, la lite ra tu ra h u ­
m orística, el periodism o, el verso ligero, las historias de m is­
terio y policiales, la o ratoria, la parodia, la lite ra tu ra bucó­
lica, el proverbio, el enigm a, la sátira, la ciencia ficción». In ­
dudablem ente, es la reducción de la clasificación al absurdo.
Sin em bargo, a su m odo, es el desecho de este tipo de em ­
pirism o, representando la com binación de, al menos, tre s ti­
pos de clasificación: p o r la fo rm a literaria, p o r la m ateria y
p o r el tipo de público lector (siendo este últim o u n tipo en
desarrollo considerado en térm inos de sectores de m ercado
especializados), p a ra no m encionar'las clasificaciones que son
com binaciones de éstas o que rep resen tan intentos tardíos,
desesperados, de incluir algún tipo heterogéneo aunque po­
pular.
Considerada estrictam ente, ésta no es en m odo alguno una
teoría del género, aunque involucra la fuerza y la debilidad
de este tipo de em pirism o. E stá vinculada a las diferencias
prácticas en la producción real y al descubrim iento de algu­
nas orientaciones indicativas dentro de la absoluta vastedad
de la producción. Como tal, resu lta u n a respuesta m ás sig­
nificativa que aquella que consistía en la im posición residual
de categorías ab stractas, como en el caso del neoclasicism o
redivivo! D iferenciar categorías em píricas locales y tran sito ­
rias tales com o la «comedia sensacionalista» o el «western
m etafísico» no es m ás ridículo que clasificar las novelas de
los siglos x ix y xx, a priori, com o variantes de la novela «épi­
ca» o «romántica». La p rim era tendencia representa un em­
pirism o inquieto aunque desarraigado; la últim a representa
norm alm ente un idealism o decaído, regido p o r categorías
«esenciales» y «perm anentes» que han perdido incluso su
status m etafísico y se han convertido en categorías técnicas,
considerando toda p ráctica com o variantes de form as «idea-,
les» ya establecidas. E l único m érito de esta últim a, a dife­
rencia de la prim era, es que provoca, al m ism o tiem po que
desplaza, ciertas necesarias cuestiones generales. "■
La relación del m arxism o con una teoría de los géneros
está sujeta a estas variaciones de tendencia. Nos enfrentam os
nuevam ente con el problem a habitúa] de una com pleja rela ­
ción en tre el análisis social ab ierto y el análisis histórico que
involucra el análisis social e histórico de las categorías adm i­
tidas y la «transform ación del idealism o», en las tendencias
posthegelianas, que conservan las categorías (presum iblem en­
te) en form as m odificadas. P or lo tanto, algunas consideracio­
nes m arxistas sobre el género conservan una categorización
académ ica a la que agregan, en una dim ensión trascendental,
notas y «explicaciones» sociales e históricas. O tras considera­
ciones, de índole m ás hegeliana, como es el caso de Lukács,
definen los géneros en función de sus relaciones intrínsecas
con la «totalidad». Esto conduce a im portantes apreciaciones,
pero no supera el problem a de la m ovilidad de la categoría
de totalidad en tre un estado ideal (no alienado) y una totali­
dad social em pírica (aunque entonces tam bién diferenciada).
P ara cualquier teoría social adecuada, la cuestión está defini­
da p o r el reconocim iento de dos hechos: prim ero, que exis­
ten relaciones sociales e históricas evidentes en tre las form as
litera ria s particu lares y las sociedades y períodos en que se
originaron o practicaron; segundo, que existen indudables
continuidades de las form as literarias e n tre —y m ás allá
de— las sociedades y los períodos con que m antienen tales
relaciones. E n la teoría del género todo depende del carácter
y del proceso de tales continuidades.
Podem os distinguir, en p rim e r térm ino, en tre la continui­
dad nom inal y la continuidad sustancial. La «tragedia» p o r
ejem plo h a sido escrita, si b ien in te rm ite n te y desigualm ente,
en lo que aparentem ente puede re su lta r una clara línea entre
la Atenas del siglo v a. de C. y la actualidad. Un facto r de
im portancia de esta continuidad es que los autores y o tras
gentes describían las obras sucesivas com o «tragedias». Sin
em bargo, considerar que éste es un sim ple caso de continui­
dad de un «género» resu lta inútil. Conduce a la categorización
a b stra c ta de una supuesta esencia única, reduciendo o supe­
rando las extraordinarias variaciones que el nom bre de «tra­
gedia» m antiene unidas; o bien conduce a definiciones de «ver-,
dadera tragedia», «tragedia com binada», «falsa tragedia» y así
sucesivam ente, que cancelan la m encionada continuidad. E ste
m odo de definir el género constituye u n caso fam iliar que
otorga p rio rid ad a la categoría sobre la sustancia.
De hecho, y h a sta épocas recientes, el «género» ha cons­
tituido u n térm ino de clasificación que h a reunido, y m ás ta r ­
de confundido a m enudo, m uchos tipos diferentes de descrip­
ción genérica. La teoría del Renacim iento, que definía las «es­
pecies» y los «modos» d en tro de una teo ría general de los
«tipos», e ra m ucho m ás particu lar, aunque p o r o tra p a rte re ­
su ltab a insuficientem ente histórica. En realidad, con la fina­
lidad de lo g ra r u n acuerdo con las com binaciones históricas
de diferentes niveles de organización se adoptó el concepto
m ás holgado de «género». Sin em bargo, y especialm ente en
sus estadios recientes, esta única v en taja fue desechada y la
teoría del género fue abandonada ju n to con disposiciones su­
m am ente. a b stra cta s y diversas.
E n p rim e r térm ino, es necesario se p a ra r estas disposicio­
nes en sus com ponentes básicos, que son: a) la posición; b) el
m odo dé com posición form al; c) el tem a adecuado. La «posi­
ción» fue tradicionalm ente definida en las tre s categorías de
la narrativ a, el te a tro y la lírica. E stas categorías ya no tienen
vigencia p e ro señalan la dim ensión que estam os consideran­
do: un m odo de organización (social) básico que determ ina un
tip o de p resentación p a rticu la r —la narració n de una h isto­
ria, la p resentación de u n a acción a través de los personajes,
la expresión unívoca, etcétera. Todo esto puede ser consi-
_derado razonablem ente (a veces tam bién en la práctica) como
fo rm as de com posición y expresión generales y distintas. Su
extensión socio-cultural e h istó rica es indudablem ente m uy
am plia. E xisten num erosas cu ltu ras y períodos que disponen
de o bras relacionadas con toda esta gam a de posiciones posi­
bles, y la significativa variación social e histórica, en este ni­
vel, es en g ran p a rte o to talm ente una cuestión de.grado. El
«m odo de la com posición form al» es m ucho m ás variable:
cada una de fas posiciones posibles puede vincularse a uno o
m ás tipos específicos de escritura: verso o prosa, form as p a r­
ticulares del verso y así sucesivam ente. E l verdadero conte­
nido social e histórico es con frecuencia evidente en estas
vinculaciones particu lares, aunque ciertos tipos de solución
técnica a,p ro b lem as de com posición p e rsiste n tes pueden p er­
d u ra r m ás allá de sus períodos originales: en algunos casos
específicos (form as particu lares del verso; licencias narrativas
p articu lares) y en num erosos casos m ás generales (los tiem ­
pos de la n a rra tiv a , p o r ejem plo, o el procedim iento del re­
conocim iento en el dram a). E l «tem a en cuestión» es todavía
m ás variable. Las vinculaciones e n tre u n a posición y /o un
m odo de com posición form al y la esfera de acción (seleccio­
nada una referen cia social, histórica o m etafísica) o la cuali­
dad (heroísm o, sufrim iento, vitalidad, entretenim iento) de
cualquier tem a p articu la r, aun cuando a veces sean p ersisten ­
tes (a m enudo residualm ente persistentes), están especialm en­
te su jetas a la variación social, cultural e histórica.
E n cualquier teoría histórica, p o r tanto, es im posible com ­
b in a r estos diferentes niveles de organización conform ando
form as definitivas. Sus verdaderas com binaciones tienen una
im portancia histórica irreductible y deben ser siem pre reco­
nocidas em píricam ente. S in em bargo, y desde u n principio,
toda teoría del género debe se r distinguida de ellas. ¿Es ne­
cesaria una teo ría de este tipo? Puede d a r la im presión de
que el análisis histórico de vinculaciones específicas y de sus
específicas conexiones con form aciones y form as de organi­
zación m ás generales, es suficiente en sí m ism o. Sin duda esto
constituye u n tra b a jo que en gran p a rte todavía debe reali­
zarse, de un m odo adecuado, e n función de un núm ero sufi­
ciente de ejem plos. No obstante, sigue siendo cierto que in­
cluso este análisis exige el reconocim iento de la gam a com ­
p le ta de variantes que com ponen las organizaciones específi­
cas. Las variantes de posición, profundas y con frecuencia de­
term inantes, p o r ejem plo, son h abitualm ente descuidadas o
se les otorga una im portancia suficiente en los análisis his­
tóricos locales. P o r o tra p arte, si hem os de in te n ta r com pren­
d e r la e scritu ra com o una p ráctica h istó rica dentro del p ro ­
ceso m aterial social, debem os exam inar nuevam ente, m ás allá
de la teoría genérica tradicional, to d a la cuestión de los de­
term inantes. La teo ría form alista m oderna, com enzando en el
nivel de los m odos de com posición form al, los convirtió en
cuestiones de posición que luego podía in te rp re ta r solam ente
en térm inos de variantes perm anentes. E sta posición condu­
jo d irectam en te al idealism o: disposiciones arquetípicas de la
condición o la m ente hum ana. Por o tra p arte, y com enzando
en el nivel del tem a en cuestión, la teoría sociológica derivó
solam ente de este nivel la posición y la com posición form al:
en algunas oportunidades de u n m odo convincente, ya que la
elección del tem a incluye verdaderas determ inantes, pero en
general de un m odo que todavía resu lta insuficiente, pues lo
que debe reconocerse en últim a instancia es que la posición,
en p a rticu lar, es u n a relación social, dada u n a form a p articu ­
la r de organización socio-cultural, y que los m odos de com ­
posición form al, d en tro de la escala que se desarrolla desde
lo tradicional a lo innovador, constituyen necesariam ente for­
m as de u n lenguaje social.
La clasificación del género y las teorías creadas p ara sus­
te n ta r los num erosos tipos de clasificación pueden, en reali­
dad, d ejarse a cargo de los estudios académ icos y form alistas.
Sin em bargo, el reconocim iento y la investigación de las com­
plejas relaciones existentes en tre estas form as diferentes del
proceso m aterial social, incluyendo las relaciones existentes
e n tre los procesos que tienen lugar en cada uno de estos nive­
les dentro de las diferentes artes y las form as de trabajo,
constituyen necesariam ente una p a rte de cualquier teoría
m arxista. E l género, dentro de e sta concepción, no es un
tipo ideal, ni un orden tradicional ni una serie de leyes téc­
nicas. Es en la com binación práctica y variable e incluso en
la fusión de lo que, en abstracto, son los niveles del proceso
m aterial social, donde lo que hem os conocido como género
se convierte en un nuevo tipo de evidencia constitutiva.
7. Las formas

D entro de la teoría litera ria m ás im portante de los ú lti­


m os dos siglos el género ha sido reem plazado, en la práctica,
p o r la form a. Sin em bargo, el concepto de form a, contiene
una am bigüedad significativa. A p a rtir de su desarrollo en el
latín, que se repitió en el inglés, adquirió dos sentidos p rin ­
cipales; una configuración visible o exterior y u n im pulso
. configurativo inherente. E n consecuencia, la form a se extien­
de a lo largo de to d a una extensión que va desde lo exterior
y superficial h a sta lo esencial y determ inante. E s ta escala se
repite, obvia aunque no siem pre conscientem ente, dentro de
la teoría literaria. En sus extrem os se halla fundam entada en
las teorías neoclásicas y académ icas, acentuando las carac­
terísticas externas y las norm as evidentes p o r las cuales pue­
den distinguirse las form as y según las cuales las obras p a r­
ticulares pueden catalogarse como perfectas o im perfectas; y
luego, en las teorías rom ánticas, en las que la form a es consi­
derada com o la realización única y específica de un im pulso
vital particu lar, siendo consideradas todas las características
y ciertam ente todas las norm as como elem entos irrelevantes
o, e n el m ejo r de los casos, como una ¡simple corteza ubicada
sobre el dinám ico im pulso form ativo interno. D entro de esta
serie de teorías constituye u n a ventaja que todos podam os
observar obras en relación con las cuales unas u o tras resul­
tan apropiadas: o bras en que la form a es fielm ente respetada
y las norm as cuidadosam ente observadas, y o tra s o bras en
que u n a form a eventualm ente discernible parece no ten er
precedentes: una configuración única a p a rtir de u n a expe­
riencia particular. E ste reconocim iento ap u n ta a ún sencillo
eclecticism o pero deja de lado los verdaderos problem as teó­
ricos de la form a, ya que, como ocurre a m enudo, la extensión
y la am bigüedad de u n concepto, lejos de constituir u n a in­
vitación a la m era inclusión en una lista, o u n a tolerancia
ecléctica, constituye la clave de su significación. Ya hem os
observado esta situación en los conceptos de cultura y de
determinación. E l caso de la form a constituye ta l vez un
ejem plo incluso m ás sorprendente.
Podem os com enzar p o r acordar que las características a
que p re sta atención cada tipo de teoría —la definida im por­
tancia de Zas form as aprovechables p o r una parte, y la insis­
tencia fundam ental en la activa producción de form as p o r la
otra— son ciertam ente las verdades de la práctica. Lo que
resu lta verdaderam ente significativo es la com pleja relación
que existe e n tre estas verdades. Es esta relación la que rehú-
yen las teorías enfrentadas e n tre sí en sus térm inos corrien­
tes. E sta evasión es significativa porque repite algunas o tras
evasiones estru ctu ralm en te com parables que en el curso del
tiem po se han hecho habituales: las cátegorías firm em ente
sostenidas, aunque son p ráctica y lógicam ente incom patibles,
del «individuo» y la «sociedad» constituyen u n caso estrecha­
m ente unido a este análisis. E l pensam iento que se origina a
p a rtir .de categorías de este tipo y luego se m oviliza en la
construcción de teorías de valor en to rn o a uno u otro polo
proyectado, no logra oto rg ar u n reconocim iento adecuado al
proceso constantem ente interactivo, y en' este sentido dialéc­
tico, que es la verd ad era práctica. Cualqüier producto cate­
górico de este proceso constituye a lo sum o una estabilización
relativa y tem poral: u n reconocim iento de grado que es siem­
p re im p o rta n te en sí m ism o p ero que siem pre h a de se r re ­
m itido a la to talid ad del proceso generador si h a de se r ple­
n am en te com prendido incluso en sus propios térm inos.
P o r lo tanto, las teorías neoclásicas de Ja form a, norm al­
m en te expresadas en alguna versión de la teoría del género,
reconocen y describen incuestionablem ente ciertas form as
artísticas, e incluso identifican correctam ente sus norm as,
a la vez que lim itan la com prensión tan to de las form as como
del sta tu s de estas «norm as» debido a su fracaso e n recono­
cer que las form as fueron producidas y las norm as alcanza­
das a través de u n largo y activo proceso de configuración
activa, de ensayo y e rro r, que puede se r descrito en los tér­
m inos de la teo ría opuesta com o un im pulso configurativo in­
terno. P or o tra parte, las teorías rom ánticas de la fo rm a reco­
nocen y describen incuestionablem ente Jos. procesos del des­
cubrim iento de ciertas form as b ajo las presiones de la expe­
riencia y la práctica, aunque fracasan al rio,reconocer, dentro
de esta acentuación de la unicidad, las nuevas form as sum a­
m ente generales que surgen. Las teorías neoclásicas hipos-
tatizan la historia, m ien tras que las teorías rom ánticas red u ­
cen la h isto ria a u n flujo de m om entos.
P a ra una teo ría social de la lite ra tu ra el problem a de la
form a es el problem a de las relaciones e n tre los m odos so­
ciales (colectivos) y los proyectos individuales. P ara una teo­
ría histórica y social es un problem a que consiste en la con­
sideración de estas relaciones com o necesariam ente variables,
t a r a u n a teo ría histórica y social basada en la m aterialidad
del lenguaje y en la m aterialidad asociada de la producción
cultural, es u n problem a que consiste en la descripción de
estas relaciones variables dentro de prácticas m ateriales espe­
c ific a re s.
Por lo tan to , u n a teoría social puede dem ostrar, inevita­
blem ente, que la form a es una relación. Es decir, que la for­
m a depende de su percepción tan to como de su creación.
Como o cu rre con todo elem ento com unicativo, desde el m ás
local al m ás general,, es siem pre —en este sentido— u n p ro ­
ceso social que, en las condiciones de extensión de la conti­
nuidad de que el propio proceso es absolutam ente dependien­
te, se convierte en un producto social. P or lo tanto, las for­
m as son pro p ied ad com ún, con indudables diferencias de gra­
do, de escrito res y audiencias o lectores antes de que tenga
lugar cualquier tipo de composición com unicativa. E sta situa­
ción es m ás fácil de reconocer en el caso de las form as esta­
bles tradicionales, donde una relación específica de tipo co­
lectivo o relativam ente general es proclam ada y activada en
los m ism os procesos de com posición y ejecución. E n tales
casos los dos procesos se hallan significativam ente próxim os
y con frecuencia son indistinguibles. R esulta im posible so-
b re stim a r la significación que entonces se siente y se com par­
te. La audición de ciertas composiciones tradicionales de pa­
labras; el reconocim iento y la activación de ciertos ritm os; la
percepción, con frecuencia p o r m edio de tem as que ya son
com partidos, de ciertos flujos y relaciones básicos y, en este
profundo sentido, las verdaderas com posiciones, las verdade­
ra s ejecuciones: todas ellas form an p a rte de algunas de nues­
tra s experiencias culturales m ás profundas. E n sus form as
accesibles, desde luego, son creadas y recreadas dentro de
tradiciones culturales específicas qué ciertam ente pueden ser
difundidas y tom adas en calidad de préstam o. E n algunas de
sus form as básicas, que son obviam ente difíciles de se p ara r
de las form as accesibles com partidas, pueden asociarse a cier­
tos procesos de vida com partidos —activos— «físicos» y
«m entales» de u n a organización hum ana evolucionada.
R esulta evidente que estas participaciones reconocibles
de la form a constituyen la finalidad m ás colectiva de todo
co n tinuum social. Es com prensible que cierto m arxism o co­
loque el acento p rincipal sobre esta realidad colectiva y re ­
conozca en ella el origen del a rte en todos sus tipos. E sta po­
sición se continúa a m enudo con polém icas e n contra del
a rte «individualista» que conlleva la consecuencia de to rn a r
inaccesible desde el punto de vista teórico la m ayor p a rte de
las obras y teorías m odernas (y no sólo la obra burguesa y la
teoría burguesa). A m enudo está com binada con deducciones
arb itra ria s de este proceso social básico a p a rtir de un proce­
so de tra b a jo «original» separado (véase el análisis de las
fuerzas productivas en la página 108). Sin em bargo, es evi­
d ente que el m odo colectivo que puede sostener y contener
todos los proyectos individuales es solam ente u n a dentro de
la serie de relaciones posibles. Las variantes individuales so­
b re las form as básicam ente colectivas de esta índole, tales
como las historias heroicas, los «romances» y los «mitos»,
son casi siem pre posibles. Las variantes individuales de las
form as teatrales com partidas y ya conocidas son am pliam en­
te evidentes, y los efectos de tales variantes sobre ciertas for­
m as esperadas —p o r ejem plo, la variación consciente del r it­
m o o del p u n to de p a rtid a en función de un final esperado—
todavía pertenecen al proceso prim ario com partido; el efec­
to de la variante dependiendo del reconocim iento tan to de la
form a esperada como del cambio. E stos casos interm edios
dan cuenta de una p a rte relativam ente am plia de la com po­
sición, especialm ente en la m edida en que tracem os el desa­
rrollo de form as adecuadam ente colectivas, relacionadas con
com unidades totales, con form as grupales m ás específicas,
relacionadas con frecuencia con una clase social en que las
m ism as cualidades form ales del reconocim iento y la activa­
ción com partidas —y dentro de ellas, la variación com parti­
da— resu ltan evidentes.
Sin em bargo, son casos que están m ás allá de estas for­
m as descritas. Existen los casos significativos que han preo­
cupado a la teoría rom ántica y postrom ánticá, en que la form a
todavía no es com partida y aprovechable y la o b ra nueva es
m ucho m ás que uña variación. Indudablem ente, en este pun­
to, las nuevas form as todavía son creadas, delineadas a m e­
nudo sobre elem entos sum am ente básicos de la activación .
del reconocim iento y la respuesta, aunque de un m odo que,
en u n principio o d u ran te un período m uy prolongado, no
p resen ta coherencia dentro de una m anera que pueda resul­
ta r fácilm ente com partida. En estos casos, la creación de for­
m as es sin duda tam bién una relación, pero u n a relación que
es diferente de su extrem o opuesto, consistente en form as to­
talm ente com partidas y repetidas de m odo estable. Como en
el caso del lenguaje, las nuevas posibilidades form ales, que
son posibilidades de percepción, reconocim iento y conciencia
nuevam ente com partidas, son ofrecidas, verificadas y acepta­
das en m uchos casos aunque no en la totalidad. Sin duda es
un lugar com ún observar que las generaciones posteriores no
encuentran ninguna dificultad con u n a form a, hoy extendida,
que alguna vez fue virtualm ente inaccesible y am pliam ente
considerada inform e.
E sta escala de las relaciones variables inherentes a las
form as asum e un aspecto diferente cuando le sum am os una
dim ensión histórica. Es evidente que generalm ente existen
correlaciones significativas e n tre la relativa estabilidad de
las form as, las instituciones y los sistem as sociales. Las for­
m as m ás estables, del tipo adecuadam ente reconocible como
colectivo, perten ecen a sistem as sociales que tam bién pue­
den ser caracterizados como relativam ente colectivos y esta­
bles. Las form as m ás experim entales, innovadoras y móviles
pertenecen a sistem as sociales e n los que estas nuevas carac­
terístic a s-so n evidentes o incluso dom inantes. Los principa­
les períodos de transición e n tre sistem as sociales e stá n habi­
tualm ente caracterizados p o r el surgim iento de form as ra ­
dicalm ente nuevas que eventualm ente se establecen y llegan
a ser com partidas. E n tales períodos de transición fundam en­
tal e incluso de transición m en o r es habitual en co n trar, como
ocurre en el caso de los géneros, continuaciones ap aren tes o
incluso supervivencias conscientes de form as m ás antiguas
que sin em bargo, cuando son verdaderam ente exam inadas,
pueden se r consideradas form as nuevas. E l d ram a trágico,
coral griego (caracterizado en sí m ism o p o r un desarrollo y
variación in tern o s significativos d u ran te su período «clásico»)
h a sido, en épocas diferentes, am pliam ente im itado e incluso
conscientem ente revivido, pero nunca reproducido. Dos re­
sultados de este proceso, la ópera clásica y la tragedia neo­
clásica, m u estran con m ucha claridad esta dinám ica h istó ri­
ca; y el u lte rio r desarrollo interno, al m enos de la prim era,
ejem plifica activam ente el proceso de relativa innovación y
relativa estabilización. P or o tra p arte, la nueva form a de la
novela, variación fundam ental de form as m ás antiguas de la
p ro sa rom ántica y la historia, h a sido a lo largo de su desa­
rrollo u n a form a experim ental, innovadora y móvil, desafian­
do todos los intentos de red u cirla a una «form a» de u n tipo
anterior, m ás estable y colectivo. La form a radicalm ente nue­
va de la p ro sa te a tra l contem poránea, a p a rtir del siglo x v i i ,
h a m ostrado una profun da variación, innovación y desarrollo
interno, ju n to con períodos subsecuentes de estabilización y
experim entos m ás allá de la estabilización, en m ó dos carac­
terístico s de p rác tic a form al e histórica dentro de u n a socie-
da en desarrollo. Por lo tanto, no exista ninguna relación
teórica abstracta en tre los m odos colectivos y los proyectos
individuales. E l grado de distancia entre ellos, dentro de la
realidad continua de cada m odo de conciencia, es histórica­
m e n te variable com o función de relaciones sociales verdade-
ras, tanto generales com o específicas.
E stos m odos de conciencia son m ateriales. Cada elem ento
de la fo rm a tiene u n a base m aterial activa. E sto resu lta sen­
cillo de o b serv ar ta n to en los «m ateriales» de las form as: pa-
labrás, sonidos y notaciones, com o en el habla y la escritura,
elem entos físicam ente producidos en las dem ás artes. Sin
em bargo, siem pre es m ás difícil observar c ie rta s . propieda­
des esenciales de la fo rm a —p ropiedades de relación e n un
sentido am plio— p o r m edios m ateriales. Es especialm ente
difícil cuando «m ateria» y «conciencia» se hallan separadas,
com o o c u rre en el idealism o o en el m aterialism o m ecánico,
ya que el proceso v erd ad eram en te form ativo no és la disposi­
ción pasiva de elem entos m ateriales. C iertam ente, esto es a
m enudo reconocido e n la descripción (a veces exacta) de cier­
ta s disposiciones com o «azar». Lo que e s tá en cuestión én la
fo rm a es la activación de relaciones específicas e n tre hom ­
b res y h om bres y e n tre hom bres y cosas. E sta situación pue­
de se r reconocida, com o o cu rre a m enudo en la teoría m oder­
na, p ero luego distan ciad a en la abstracción del ritm o o la
prop o rció n o incluso de la «form a sim bólica». Lo q u e estas
abstracciones indican son procesos verdaderos, pero siem pre
procesos de relación físicos y m ateriales. E sto re su lta tan
cierto con resp ecto a los m om entos generativos n iás «subjeti­
vos» —el poem a «oído» p rim e ro com o u n ritm o desprovisto
de p alab ras, la escena d ram ática «visualizada» p rim ero como
u n específico m ovim iento grupal, la secuencia n a rra tiv a «com­
prendida» p rim e ro com o u n a figura móvil d en tro del cuer­
po— com o con resp e c to a la m ayoría de los m om entos «ob­
jetivos» —la interacción de las p alab ras posibles con un
ritm o ya co m p artid o y establecido, la plasticidad de u n acon­
tecim iento «tom ando form a» en su adaptación a u n a form a
conocida, la selección y reelaboración de secuencias p a ra re­
p ro d u cir u n orden n a rra tiv o esperado.
E sta am plia escala de configuración consciente, semicons-
ciente y a m enudo ap aren tem en te instintiva —d en tro de un
in trin cad o com plejo de form as ya m aterializadas y en estado
de m aterialización— es la activación de una sem iótica social
y un proceso com unicativo m ás deliberado, m ás com plejo y
m ás sutil d en tro de la creación literaria que lo que ocurre en
la expresión cotidiana, au n q u e tiene continuidad con ella p o r
m edio de un á re a fundam ental de habla y e scritu ra directas
(específicam ente consignadas). D entro de los térm inos de esta
escala, desde la adopción m ás indiferente de una form a lin­
güística de relación establecida hasta la form a m ás elabora­
da y reelaborada posible, finalm ente el m om ento form ativo es
la articulación m aterial, la activación y generación de sonidos
y p alab ras com partidos.
Los form alistas, p o r tanto, ten ían razón cuando otorgaban
p rio rid ad a la específica articulación m aterial que es u n a obra
literaria. Sin em bargo, se equivocaban al canalizar este én­
fasis hacia el «lenguaje literario». Tenían razón cuando ex­
p lo rab an la articulación de u n m odo concreto, com o ocurría
con la d o ctrin a de los «artificios» específicos. No obstante,
no es necesario lim ita r el análisis de la articulación a la im ­
p o rta n te idea de los «dom inantes», que determ inan organiza­
ciones específicas. Con frecuencia tales dom inantes resultan
obvios (el h éro e único, p o r ejem plo, e n la tragedia renacen­
tista), p e ro otro s tipos de organización m u estran relaciones
m ás com plejas de elem entos conductores o acentuados cuya
función no es ta n to su b o rd in a r a otro s elem entos como de­
finirlos (como o c u rre p o r ejem plo e n la tra m a h ered ad a en la
novela del siglo xix, a m enudo caracterizada p o r sus comple­
jas relaciones con el descubrim iento de la id en tid ad a través
de nuevas relaciones). E l hincapié form alista so b re el «arti­
ficio» com o elem ento «enajenante» (que enajena) es ú n a ob­
servación c o rrecta sobre u n tip o de arte d u ran te u n período
experim ental necesario e in q u ie to c o n tra las form as fijas (he-
gem ónicas), p ero no puede s e r extendido a la calidad de u n
principio de la fo rm a com o tal: la m aterialización del reco­
nocim iento constituye u n evidente elem ento de g ran p a rte
del a rte su p erio r del m undo. Sin em bargo, es en este tipo de
atención p re sta d a a la a c titu d de p rec isar articulaciones m a­
teriales —en la cual, y sólo e n la cual, se com prende la con­
ciencia específica, el sentim iento específico— donde debe co­
m enzar la v erd ad era p rác tic a social y el análisis del arte.
8. Los autores

Desde varios ángulos, y dentro de una perspectiva social,


la figura del a u to r se vuelve problem ática. E n ten d er la in ­
dividuación com o u n proceso social significa establecer lí­
m ites al aislam iento, pero tam bién, tal vez, a la autonom ía
del a u to r individual. E n ten d er la form a como form ativa p re ­
senta un efecto sim ilar. El interrogante corriente dentro de
la h istoria literaria: «¿qué hizo este au to r con esta form a?»
es a m enudo revertido, convirtiéndose en: «¿qué hizo esta
form a con este autor?». E ntretan to , dentro de estos in te rro ­
gantes, existe el difícil problem a general de la naturaleza del
«sujeto» activo.
La p a la b ra «autor», m ucho m ás que los térm inos «escri­
tor», «poeta», «dram aturgo» o «novelista», lleva consigo el
sentido específico de una respuesta a estas cuestiones. Es
cierto que hoy es utilizado con m ayor frecuencia como tér­
m ino general conveniente con el propósito de abarcar a escri­
tores de diferentes tipos. Sin em bargo, en su raíz y en algunas
de sus asociaciones supervivientes, lleva consigo u n sentido
de origen decisivo antes que la sim ple descripción de una ac­
tividad, com o ocurre con el caso de «escritor» o con los té r­
m inos m ás específicos. Sus aplicaciones generales m ás tem ­
pranas incluían una referencia regular a Dios o a C risto como
autores de la condición hum ana, y su asociación continua
con «autoridad» es sum am ente significativa. Su utilización li­
teraria, en el pensam iento m edieval y renacentista, se hallaba
estrecham ente conectado con una acepción de los «autores»
considerados como «autoridades»: los escritores «clásicos»
y sus textos. E n el período m oderno existe u n a relación obser­
vable e n tre la idea de un a u to r y la idea de la «propiedad li­
teraria»: es sum am ente notable en la organización de los
autores con la finalidad de proteger su obra m ediante el de­
recho de a u to r y el registro de la propiedad intelectual y m e­
dios sem ejantes, dentro del m ercado burgués.
H ay dos tendencias dentro del pensam iento m arxista que
se relacionan con estas cuestiones. Existe el m uy conocido
hincapié sobre la situación social cam biante dcí escritor. En
su form a m ás accesible esto apunta a cam bios como los del
patrocinio o auspicio del m ercado de la venta de libros: una
historia continua, significativa y complicada. Sin em bargo,
esta h istoria de las condiciones cam biantes puede com pren­
derse como u n problem a de segundo orden: cómo el au to r
distribuye su obra. La indicación m ás interesante evoca las
relaciones sociales activas en uno o m ás estadios atrás, m os­
trando en p rim er term ino el efecto de la dem anda sobre lo
que se produce de u n m odo viable dentro de u n m ercado
particular; y en segundo térm ino, los efectos m ás internos
—los lím ites y las presiones específicas— dentro de la verda­
dera composición. E l m uestrario existente en relación con
ambos tipos de efectos es sum am ente am plio y jam ás puede
ser razonablem ente descuidado. Sin em bargo, incluso donde
es plenam ente adm itida, la idea del autor, en todas excepto
en sus form as m ás rom ánticas, perm anece esencialm ente in­
tacta. El a u to r tiene «su» tra b a jo que hacer, pero encuentra
dificultades p a ra financiarlo y venderlo o no puede conse-
. guirlo exactam ente como él lo hubiera deseado debido a las
presiones y lím ites de las relaciones sociales de que depende
como p ro d u cto r de la obra. E sto es, en un sentido m uy sim ­
ple, la econom ía política del hecho de escribir: u n a adición
necesaria a cualquier verdadera h isto ria de la litera tu ra , aun­
que no sea m ás que una adición.
La segunda tendencia transform a todo el problem a. Apun­
t a a la figura del a u to r individual, del m ism o m odo que a la
figura asociada del tem a individual, como una fo rm a carac­
terística del pensam iento burgués. Ningún hom bre es autor,
de sí m ism o en el sentido absoluto que im plican estas des­
cripciones. En tan to es un individuo físico, es desde luego
específico aunque dentro de una herencia genética determ i­
nante. E n tan to es u n individuo social tam bién es específico,
aunque dentro de las form as sociales de su tiem po y de su
contexto. El argum ento fundam ental se vuelve entonces ha­
cia la naturaleza de esta especificidad y estas form as y hacia
las relaciones existentes e n tre ellas. E n el caso del escritor,
una de estas form as sociales es fundam ental: su idiom a. Ser
u n e scrito r en el idiom a inglés es hallarse ya socialm ente es­
pecificado. Sin em bargo, el argum ento se moviliza m ás allá:
a un nivel, hacia un hincapié en las form as socialm ente here­
dadas en un sentido genérico; a otro nivel, hacia u n hincapié
en las notaciones y convenciones todavía activas y sócialmen-
te heredadas; en un últim o nivel, hacia un hincapié en un
proceso continuo en el que no solam ente las form as, sino los
contenidos de la conciencia son producidos socialm ente. La
figura co rrien te del a u to r puede com patibilizarse con los dos
prim eros niveles. É ste es el idiom a, éstas son las form as, éstas
son las notaciones y las convenciones de las que depende
fundam entalm ente pero de las cuales, sin em bargo, comienza
a ser autor. E s solam ente en el últim o nivel donde aquello que
parece ser el custodio del concepto —su autonom ía indivi­
dual— es fundam entalm ente atacado o destruido.
M ucha gente reacciona ab ru p tam en te cuando se alcanza
e ste p u n to de la exposición. Incluso su expresión teórica es
rápidam ente relacionada con m edidas adm inistrativas contra
los autores, ju n to con directivas a u to rita ria s y el ejercicio de
u n a verdadera censura y una efectiva supresión, y esta situa­
ción no siem pre es gratu ita. La debilidad que en trañ a el con­
cepto burgués de «el autor», ta n to como de ;«el individuo»,
radica en su ingenuidad, que a su m anera, y especialm ente en
el m ercado, puede convertirse e n la p ráctica en u n concepto
cruel y m aligno. Toda versión de una autonom ía individual
que fracase en reconocer, o que desplace radicalm ente, las
condiciones sociales inherentes a to d a individualidad p rác­
tica, aunque entonces y en o tro nivel tiene que rein tro d u cir
e sta s condiciones sociales com o el «negocio práctico» decisi­
vo del m undo cotidiano, puede conducir e n el m ejo r de los
casos a una contradicción inherente, y en el peor a la hipo­
cresía o a la desesperación. Puede com plicarse en un proce­
so que rechaza, deform a o v erd ad eram en te destruye a los
individuos en n om bre del.propio individualism o. Sin em bargo,
y correspondientem ente, el concepto exprersa c ierta fortaleza.
D entro de sus lím ites expresos se halla m u y bien ubicado
p a ra defender un sentido de la autonom ía individual contra
ciertas form as de lo social que se han vuelto deform adas en
sí m ism as. D entro de la trad ició n m arxista, los conceptos se­
parados de «individuo» y «sociedad» se h allan radicalm ente
unificados, aunque ello o cu rre recíproca ,y dialécticam ente:

«Es necesario sobre todo evitar postular una vez más a la


"sociedad" como una abstracción que se enfrenta al individuo.
El individuo es un ser social. La manifestación de su vida —in­
cluso cuando no aparece directamente en la form a de una mani­
festación social, realizada en asociación con otros hombres— es
en consecuencia una manifestación de la vida social... Aun cuan­
do el hombre es un individuo único —y es precisamente su par­
ticularidad la que lo convierte en un individuo, un. ser social
realmente individual—, es igualmente la totalidad, la totalidad
ideal, la existencia subjetiva de la sociedad tal como es pensada
y experienciada» (Ma2\x, Manuscritos..., p. 105).
No obstante ello, en algunas versiones y aplicaciones de
la trad ició n m arx ista esta relación recíproca y dialéctica ha
sido deform ada. Lo «social», podríam os decir, h a sido defor­
m ado en lo «colectivo», del m ism o m odo que, dentro de la
tradición burguesa, lo «individual» ha sido deform ado en lo
«privado». En am bas existen verdaderos peligros de índole
práctica, y cualquier pensam iento m arxista debe a fro n tar el
hecho de que u n a sociedad, exigiendo su autoridad, h a con­
vertido la deform ación teórica en u n a p ráctica pasm osa, p re­
cisam ente en e sta área de la relación en tre los escritores y
su sociedad. P or o tra p arte, m ás allá de esta área desapaci­
ble de la práctica, existe una tendencia teórica m ás m oderna
(la varian te m arx ista del estructuralism o) en que las relacio­
nes vividas y recíprocas de lo individual y lo social han sido
suprim idas en in terés de u n esquem a ab stracto p a ra deter­
m in a r las e stru c tu ras sociales y sus «agentes». Afrontando
tan to la p ráctica com o esta versión de la teoría no resulta
sorp ren d en te el hecho de que gran núm ero de personas re­
gresen vertiginosa y tem erariam ente a las instituciones, for­
m as y conceptos individualistas-burgueses, que consideran
com o su tínica protección.
P o r lo tan to , es necesario b u sc ar posiciones teóricas más
adecuadas y precisas. (Más precisas desde el m om ento en que
algunos elem entos incluso de la definición de Marx, p o r ejem ­
plo «la to talidad ideal», resu ltan insatisfactorios y parecen
se r efectivam ente elem entos residuales de form as de pensa­
m iento niás antiguas, no m aterialistas.) En p rim e r térm ino,
debe decirse que el reconocim iento de todos los niveles de
sociabilidad —desde las form as externas de la econom ía po­
lítica de la lite ra tu ra , a través de las form as heredadas de
los géneros, las notaciones y las convenciones, h a sta las for­
m as constitutivas de la producción social de la conciencia—
es inevitable. Sin em bargo, es a nivel de lo constitutivo don­
de la precisión es especialm ente necesaria. La contribución
m ás in teresan te en este p u n to es el análisis del «sujeto co­
lectivo» de G oldm ann (1970, pp. 94-120). Es u n térm ino difí­
cil y en p rim e r lu g ar debem os definir su distinción de otros
usos de lo «colectivo». G oldm ann se m ostró sum am ente cui­
dadoso al distinguirlo de las ideas rom ánticas sobre el «ab­
soluto colectivo» (del cual el «inconsciente colectivo» de
Jung constituye un ejem plo m oderno), y en relación con el
cual lo individual es solam ente un epifenóm eno. Asimismo,
G oldm ann lo distinguía de lo que podem os denom inar el «re­
lativo colectivo» de D urkheim , en que la conciencia colectiva
se sitúa «afuera, p o r encim a o al costado» de la conciencia
individual. Lo que verdaderam ente se e stá definiendo no es
tan to un sujeto «colectivo» como un sujeto «transindividual»
en dos sentidos.
Existe el caso relativam ente sim ple de la creación cultural
p o r dos o m ás individuos que m antienen relaciones activas
los unos con los otros y cuya obra no puede ser reducida a la
m era sum a de sus contribuciones individuales separadas. E sta
situación es tan com ún en la h isto ria cultural, en casos en
los que resu lta claro que algo nuevo e stá ocurriendo en el
preciso proceso de la cooperación consciente, que no parece
p rese n tar ninguna dificultad seria. Sin em bargo, es a p a rtir
precisam ente de esta com prensión de u n a experiencia relati­
vam ente bien conocida cuando se desarrolla el segundo y m ás
difícil sentido de un su jeto colectivo. E sto va m ás allá de la
cooperación consciente —la colaboración— h a sta alcanzar
relaciones sociales efectivas en las que, incluso m ientras se
p ro cu ran realizar proyectos individuales, lo que se está de­
lineando es lo transindividual; no sólo en el sentido de for­
m as y experiencias com partidas (iniciales), sino e n el sentido
específicam ente creativo de nuevas respuestas y una nueva
form ación. Obviamente, resu lta m ucho m ás difícil h allar p ru e­
bas de esta situación; sin em bargo, la cuestión práctica es
si la hipótesis alternativa de autores categóricam ente separa­
dos o aislados resulta com patible con la creación m uy eviden­
te, en sitios p articulares y en épocas p articulares, de nuevas
y específicas form as y estru ctu ras del sentim iento. Desde lue­
go, cuando éstas son identificadas, son «solam ente» form as y
estru ctu ras. Las obras individuales se clasifican a p a rtir de
lo que parecen ser perfectos ejem plos de estas.fo rm as y es­
tru ctu ras, a través de instancias convincentes o sugerentes
h a sta alcanzar variaciones significativas y a veces decisivas.
C ualquier procedim iento que reduzca e sta clasificación es
sim plem ente reductivo: lo «colectivo» se convierte en absolu­
to o externo. P or o tra p arte, no obstante, con frecuencia se
da el caso cuando consideram os la to talidad de la obra de
autores individuales, y especialm ente cuando la consideram os
como un desarrollo activo en el tiem po, de que los diferentes
elem entos de la clasificación parecen aplicarse m ás o m enos
estrecham ente en las diferentes fases.
Se p lan te a entonces abiertam ente la cuestión de si la re­
lación significativa, en cualquier punto, se vincula con la
form a o e stru c tu ra «transindividual» o con el individuo abs­
tracto. O, p a ra decirlo de otro m odo, el «desarrollo» de un
a u to r puede se r (subsecuentem ente) sintetizado como sepa­
rad o p ara ser relacionado con otro s «desarrollos» com pletos
y separados solam ente cuando se halle com pleto. A lternati­
vam ente, este verdadero proceso de desarrollo puede ser
com prendido como un com plejo de relaciones activas dentro
del cual el surgim iento de u n proyecto individual y la verda­
d era h isto ria de otro s proyectos contem poráneos y de las
form as y e stru c tu ras en desarrollo, son continua y fundam en­
talm ente interactivos. E ste últim o procedim iento constituye
el elem ento m ás significativo e n tre las consideraciones m ar-
xistas m odernas de la creación cultural, a diferencia tan to
de la versión m arxista m ejo r conocida en que u n a u to r es
el «representante» de una clase o tendencia o situación a que
el a u to r puede ser fundam entalm ente reducido, como de la
h isto ria cultural burguesa en que, co n tra un «antecedente»
de hechos, ideas e influencias com partidos, cada individuo (o
según su form a burguesa m ás corriente, cada individuo sig­
nificativo) crea su obra de índole m uy separada con la finali­
dad de se r subsecuentem ente com parada con o tras vidas y
o bras separadas.
El c a rácter del problem a puede ser claram ente visualizado
en u n a form a literaria: la biografía. Leyendo la biografía de
u n individuo selecto, en una época y u n sitio dados, resu lta
u n a experiencia corriente de observar no solam ente su desa­
rro llo individual, sino un desarrollo m ás general en que, den­
tro de las convenciones de la form a, o tra s gentes y aconteci­
m ientos se form an a su alred ed o r y en este sentido funda­
m ental son definidos p o r él. É s ta es u n a experiencia de lec­
tu ra relativam ente satisfactoria h a sta que leemos o tra s bio­
grafías de la m ism a época y lu g ar y tom am os conciencia de
los desplazam ientos de interés, de perspectiva y de relación
de que ahora debem os ser conscientes, pero que, en relación
con la p rim era biografía habíam os tom ado inconscientem ente
com o naturales. La figura m om entáneam ente m enor o secun­
d a ria constituye ahora el verdadero centro de atención; los
acontecim ientos claves aparecen y desaparecen; las relaciones
decisivas se sustituyen. P or lo tan to , no nos es factible rem i­
tirnos voluntariam ente a algún acontecim iento general en
que todas estas identidades enfáticas se hallen sum ergidas
d en tro de una clase o grupo «impersonal». Sin em bargo, tam ­
poco podem os p erm anecer tal com o estam os, dentro de una
verdadera m iscelánea o incluso dentro de una v erdadera con­
tradicción de identidades. Lentam ente, y yendo m ás allá de
verdaderos lím ites de la form a, podem os alcanzar el verda­
dero sentido de los individuos vivientes en todo tip o de re­
lación y en ciertas situaciones significativam ente com unes,
y llegam os a la conclusión de que no nos hallam os en con­
diciones de com prender la to talidad de sus vidas exclusiva­
m en te p o r m edio de la sum a de u n a vida a o tra. E n este
p u n to com enzam os a ver las relaciones —nó sólo las relacio­
nes in terpersonales, sino tam bién las relaciones verdadera­
m en te sociales— d e n tro de las cuales (aunque n o necesaria­
m en te sujetas a ellas) se desarrollan las identidades y las
fases de identidad discernibles.
E ste procedim iento puede se r sintetizado com o u n descu­
b rim ie n to :recíproco de lo realm ente social d e n tro de lo
individual y de 16 realm ente individual d en tro de lo social.
E n el significativo caso de la profesión de a u to r conduce a
acepciones- dinám icas de la form ación social, del desarrollo
individual y de la creación c u ltu ral que deben se r com pren­
didos cféntro de u n a relación fundam ental desprovista de
todo tipo de supuestos de prioridades, sean categóricos o de
procedim iento. C onsideradas en su conjunto, e sta s acepciones
p e rm ite n u n a p len a definición constitutiva de la p rofesión de
a u to r; y su especificación, p o r lo tanto, constituye uii in terro ­
gante abierto; es decir, un grupo de cuestiones históricas es­
pecíficas que o to rg a rán diferentes tipos de resp u estas de
acu erd o con las diferentes situaciones reales.
E n este aspecto, ésta es m i única diferencia con Gold-
m ann, quien, siguiendo a Lukács en lo que se refiere a su
distinción e n tre la conciencia «real» y la conciencia «posible»,
considera grandes escritores a los q u e integran u n a concep­
ción al nivel de la conciencia posible («completa») de una
form ación social, m ientras que la m ayoría de los escrito­
res rep ro d u cen los contenidos de la conciencia real («incoriir
pleta»). E sto puede se r cierto y una teo ría de e ste tipo cuen­
ta con la v en taja de que la integración puede se r dem ostra­
da de u n m odo relativam ente sim ple a nivel de la form a. Sin
em bargo, no es im prescindible qiie siem p re sea cierto, ya que
involucra una presuposición sum am ente clásica. Las verda­
d eras relaciones de lo individual, lo transindividual y lo so­
cial pueden involucrar u n a p erturbación y u n a tensión fun­
dam entales, incluso contradicciones reales e irresolubles de
u n tip o consciente con la m ism a frecuencia con que involu­
cran u n a cualidad de integración. Las nociones a b stra cta s de
la fo rm a integral no deben ser utilizadas con el propósito
de rech azar e sta ú ltim a afirm ación de u n m odo arb itrario .
E n consecuencia, debem os in teresam o s necesariam ente en
la creación c u ltu ral considerada com o to talidad y no solam en­
te en los casos significativos de la hom ología de la form ación
y la fo rm a (ideal). Sin duda, cualquier procedim iento que
excluya categóricam ente la especificidad de todos los in­
dividuos y la relevancia form ativa de todas las relaciones
verdaderas, no im p o rta la fórm ula o la significación asigna­
da que se invoque, es en últim a in stan cia u n procedim iento
reductivo. No es necesario que nos procurem os casos espe­
ciales con la finalidad de p ro b a r una teoría. La teo ría que
im porta* d en tro de las variaciones conocidas e irreductibles
de la h isto ria, es la com prensión de lo socialm ente constitu­
tivo que nos p erm ite observar u n a específica profesión de
a u to r en su v erd ad era dim ensión: a p a rtir de lo genuina-
m en te reproductivo (donde la form ación es el autor), a tra ­
vés de lo to ta l o p arcialm en te articulativo (donde los autores
son la form ación), h a sta los casos no m enos im portantes de
innovación o articulación relativam ente distanciada (relacio­
nados a m enudo con form aciones residuales, em ergentes o
preem ergentes) en que la creatividad puede hallarse relativa­
m en te sep arad a o puede darse en el extrem o m ás rem o to del
co n tin u u m viviente e n tre el grupo o la clase plenam ente for­
m ada y (el proyecto individual activo. D entro de e s ta pers­
pectiva a la vez social e histórica, la figura a b stra cta de «el
autor» es entonces re tro tra íd a a estas variantes y en princi­
pio variables situaciones, relaciones y respuestas.
9. Alineación y compromiso

N uestras intensas y continuadas consideraciones sobre las


relaciones que m antienen los escritores con la sociedad asu­
m en con frecuencia la form a de un aserto sobre lo que se
denom ina diversam ente como «alineación» o «compromiso».
En este aserto, sin em bargo, se hace rápidam ente m anifiesto
el hecho de que se está exam inando una serie de cuestiones-
diferentes y que las variaciones fundam entales sobre lo que
se supone que significa la «alineación» y el «comprom iso»
provocan álguna confusión.
Es una proposición fundam ental del m arxism o, si bien
expresada en la fórm ula de base y su p e re stru c tu ra o e n Ja
idea alternativa de una conciencia sócialm ente constituida,
la de que la escritura, como otras prácticas, se halla siem pre
alineada en un sentido que resulta im portante; es decir, que
expresa diversam ente, explícita o im plícitam ente, u n a expe­
riencia específicam ente seleccionada a p a rtir de u n punto de
vista específico. Desde luego, esta noción da lugar a argum en­
ta r acerca d e la naturaleza p re c isa .d e tal «punto de vista».
P or ejem plo, no debe ser separable de una obra com o ocu­
rría con la antigua noción de un «mensaje». Analizada en
un sentido m uy estricto,: no tiene p o r qué ser específicam en­
te política o incluso social. Finalm ente, no tiene p o r qué ser
com prendida como una noción que en principio es separable
de cualquier com posición específica. Sin em bargo, estas cali­
ficaciones no están destinadas a debilitar la exigencia original
sino sim plem ente a clarificarla. En éste sentido, la alineación
no es m ás que un reconocim iento de hom bres específicos
dentro de específicas relaciones (relaciones de clase, en tér­
m inos m arxistas) con respecto a situaciones y experiencias
específicas. Desde luego, un reconocim iento de esta n a tu ra ­
leza resulta fundam ental en contra de las exigencias de «ob­
jetividad», «neutralidad», «simple fidelidad a la verdad»,
que debem os reconocer como fórm ulas que ratifican las o tras
fórm ulas que ofrecen sus propias acepciones y procedim ien­
tos com o acepciones y procedim ientos universales.
Sin em bargo, si en este sentido to d a la e scritu ra está ali­
neada ¿cuál es el objeto, en cualquier caso, de reclam ar un
com prom iso? ¿Acaso no es siem pre una exigencia de escri­
b ir desde u n p u n to de vista an tes que desde otro s y en este
sentido u n a exigencia de afiliación, conversión e incluso obe­
diencia? C ontra esta exigencia se h a producido con suficiente
frecuencia una serie de p ro testas p o r p a rte de los enemigos
del m arxism o que suponen, equivocadam ente, que solam ente
el m arxism o y sus m ovim ientos asociados han elaborado tal
exigencia. P erm ítasem e exponer o tra p ro te sta , de u n m ar-
xista: la p ro te sta de B recht co n tra Lukács y sus colegas de
M oscú en la década de 1930:

« E llo s so n , p a r a e x p re s a rlo d r á s tic a m e n te , e n e m ig o s d e la


p ro d u c c ió n . L a p ro d u c c ió n los h a c e s e n tir s e in c ó m o d o s. U n o n u n ­
c a s a b e e l s itio q u e o c u p a e n re la c ió n c o n la p r o d u c c ió n : la
p ro d u c c ió n es im p re v is ib le . U no n u n c a sa b e q u e h a d e d e s c u ­
b r irs e . Y s o n e llo s m is m o s q u ie n e s n o d e s e a n p r o d u c ir . E llo s d e­
s e a n j u g a r e l r o l d e apparatchik y e je r c e r su c o n tro l s o b r e la s
d e m á s g e n te s . C a d a u n a d e su s c r ític a s e n c ie r r a u n a am en a za .»
(C itad o e n la " o b r a d e W. B e n ja m ín : Talking to Brecht, en. la
« N ew L e ft R eview », 77, 55.)

É s ta es una p ro te sta verdadera en una situación verdade­


ra, en la cual, en nom bre del socialism o, num erosos, escri­
tores fueron engatusados, reprim idos e incluso destruidos.
Sin em bargo, tam bién es sim plem ente un ejem plo de. las in­
num erables p ro te sta s de m uchos escritores en m uchos pe­
ríodos c o n tra los verdaderos o supuestos controladores de la
producción, en la Iglesia, el E stado o el m ercado.
N o obstante, e sta presión p ráctica o teórica ejercid a so­
b re los escritores ¿tiene alguna relación, necesariam ente, con
el «com prom iso»? E l com prom iso, si significa algo, es segu­
ram en te consciente, activo y abierto: una tom a de posición.
Toda idea puede se r violada p o r una au to rid ad autoasignada
y controladora. La «libertad de publicar», p o r ejem plo, pue­
de se r redefinida prácticam ente como la «libertad de publi­
car con beneficios». La cuestión clave, éñ lo que se refiere al
tem a de la alineación y el com prom iso, es la naturaleza de la
transición a p a r tir del análisis histórico, donde cada tipo de
alineación y cada tipo .dé com prom iso puede observarse en
la v erdadera escritura, h asta la práctica contem poránea en
que las alineaciones y los com prom isos son activam ente cues­
tionados y considerados. Obviamente, esto últim o resu lta per­
tu rb ad o r. M uchas posiciones pueden tolerarse cuando están
m u ertas. Un m arxism o salvador se adhiere al análisis histó­
rico y en su adaptación a los estudios académ icos m anifiesta
todos los signos de h allarse en esta posición. S in em bargo, la
fuerza fundam ental del m arxism o se h alla en la conexión exis­
ten te en tre la teo ría y la práctica. ¿Cómo opera esto realm en­
te, n o sólo en el caso del com prom iso sino e n el caso apa­
ren tem en te m enos controvertido de la alineación?
M arx y Engels dijero n cosas m üy d uras co n tra la «litera­
tu ra tendenciosa»:

«Cada vez es mayor el hábito, particularm ente entre los tipos


inferiores de íiterati, de compensar la carencia de ingenio en
sus producciones mediante alusiones políticas que seguramente
atraerían la atención. La poesía, las novelas, las revistas, el dra­
ma, cada producción literaria está llena de lo que se dio en
llam ar "tendencia"» (Engels, octubre de 1851; citado en Marx
and Engels on Literature and Art, p. 123). . •
«... un sujeto inservible que, debido a la carencia de talento,
ha llegado al extremo del disparate tendencioso para demostrar
sus convicciones, aunque realmente funciona bien en el propó­
sito de ganar a la audiencia» (Engels, agosto de 1881; citado en
Marx and Engels on Literature and Art.)

E stos .com entarios, sin em bargo, dejando de lado su agre­


sividad característica, se vinculan con lo q u e p o d ría deno­
m in arse «tendencia aplicada» —la sim ple adición de opinio­
nes o frases políticas, o com entarios m orales desvinculados
del tipo que M arx en co n trab a en Eugéne Sue, e n tre «los m ás
m iserables desperdicios de la lite ra tu ra socialistá» (La sa-
grada fam ilia, 1845, citado en M arx and Engels o n Literature
and A rt, p. 119). E l caso es diferente en lo que. resp ecta al
profundo análisis y crítica histórica y social que encom iaban
en otro s escrito res, aunque se h a lla ra im plícita, com o en el
caso de Balzac, o explícita, com o en el Caso de lo que M arx
denom inaba «la espléndida herm an d ad actu al de los escrito­
res de ficción ingleses», y ofrecía en calidad de ejem plos a
Dickens y T hackeray, a M iss B ronté y M rs. Gaskell,

«cuyas páginas gráficas y elocuentes han proclamado al mundo


más verdades políticas y sociales de las que han aportado en su
conjunto todos los moralistas, los publicistas y los políticos pro­
fesionales» {La clase media inglesa, p. 184; citado en Marx and
Engels on Literature and Art, p. 105).

Los análisis de M arx y Engels sobre la pieza de Lasalle


titu la d a Franz von Sickingen (M arx and Engels on Literature
and A rt, pp. 105-111) subrayaron la necesidad de u n a profun­
da com prensión de la crisis histórica y social en oposición a
los tra tam ie n to s reducidos y sim plificadores a que era some­
tida. Sin em bargo, el hecho de que u n a com prensión de este
tipo sea «estéticamente.» necesaria y se halle fundam ental­
m ente conectada con la com prensión social e histórica (in­
cluyendo la com prensión política) no se ha puesto en duda
ni p o r un solo m om ento. E n realidad, la crítica a la «literatu­
r a tendenciosa» no va co n tra el «compromiso», sino que abo­
ga en favor de un com prom iso serio: el com prom iso con la
realidad social.
La controversia surgida en to rn o al com prom iso no po­
d ría lim itarse a este nivel general. En num erosas situaciones
históricas y sociales diferentes se convirtió en u n a contro­
versia activa cuando el com prom iso se to m ó práctico e inclu­
so program ático. En consecuencia, los estudios de S a rtre so­
b re el .com prom iso, en las condiciones específicas de la E uro­
p a de posguerra, descansaban sobre una creencia en su ine-
vitabilidad:

«Si la literatura no lo es todo, no vale nada. Esto es lo que


quiero decir con "compromiso". Se m archita si es reducida a
la inocencia o a simples canciones. Si una frase escrita no rever­
bera en cada nivel del hombre y la sociedad entonces no tiene
sentido. ¿Qué es la literatura de una época sino la época pose­
sionada por su literatura?» (The Purposes of Writing, 1960; en
Sartre, 1974, pp. 13-14).
Los escritores, necesariam ente, se com prom eten con los
significados, «revelan, dem uestran, representan; después de
ello, las gentes pueden m irarse, unos a otros, cara a cara y
a c tu a r com o desean» (Ib id , 25). S a rtre estaba argum entando
c o n tra las nociones del «arte puro», que cuando son serias
siem pre constituyen form as de com prom iso social (aunque en­
cubierto), y cuando son triviales constituyen sim ples evasio­
nes. Al m ism o tiem po, S a rtre com plicó esta posición m edian­
te u n a distinción artificial e n tre poesía y prosa, revirtiendo
la inevitabilidad del com prom iso en los «significados» del
e sc rito r de p ro sa y observando significado y em oción en el
poem a en ta n to que es tran sfo rm ad o en «cosas» m ás allá de
e sta dim ensión. La crítica elaborada p o r Adorno c o n tra esta
posición re su lta convincente. La separación artificial de la
p ro sa reduce la e scritu ra, m ás allá del área rev ertid a de la
poesía, a u n sta tu s conceptual y deja sin respuesta todos los
in terro g an tes sobre el com prom iso en el escribir. (Es p o r
supuesto un aspecto del com prom iso de S a rtre con la liber-
la d el que queda sin respuesta). Por o tra p arte, dentro de
esta definición general, como Adorno analiza m ás adelante,
«el com prom iso... continúa siendo políticam ente polivalente
en la m edida en que no es reducido a la propaganda».1
É stas son las calificaciones y form ulaciones flexibles de
u n estilo del pensam iento m arxista, relativam ente próxim o,
en su espíritu, a lo que M arx y Engels indicaron incidental­
m ente. Las cuestiones m ás difíciles, y con ellas las form ula­
ciones m ás difíciles, surgieron en relación d irecta con la
p ráctica revolucionaria abierta: en la Revolución R usa y nue­
vam ente d u ran te la Revolución China. Tanto Lenin como
T rotsky veían a los escritores, ju n to a otros artistas, como
necesariam ente libres p ara' realizar su tra b a jo a su propio
m odo: «para crear librem ente de acuerdo con sus ideales,
con independencia de todo» (Lenin, Collected W orks, 1960,
IV, 2, p. 114); «para p e rm itir... una com pleta libertad de auto­
determ inación en el cam po del arte» (Trotsky, Literatura y
revolución, p. 242). Sin em bargo, am bos m anifestaban sus
reservas; Lenin, en relación con la política cultural de la re­
volución que no podía «perm itir que el caos se desarrollara
en ninguna dirección»; T rotsky sujetando la autodéterm ina-
ción a «la norm a categórica de esta r a favor o contra la re­
volución». Fue a p a rtir de las reservas, y no a p a rtir de las
afirm aciones, como una versión del «compromiso» se volvió
práctica y poderosa, extendiéndose desde eí nivel de la polí­
tica cultural general hasta la especificación de la form a y el
contenido de la e scritu ra «com prom etida» o «socialista» (tér­
m inos que en la p ráctica actual resu ltan intercam biables).
Por tanto, lo que se escribía no era en absoluto, o no era
sim plem ente, « literatu ra tendenciosa», sino que la form a m ás
pública de la argum entación era de ese tipo: «comprom iso»
como afiliación política en una estrecha serie de definiciones
(con frecuencia fusionadas polém ica y adm inistrativam ente):
desde la causa de la hum anidad a la causa del pueblo, a la
revolución, al p artido, a la (cam biante) línea del partido.
E n consecuencia, la crisis provocada dentro del pensa-r
m iento m arxista, obviam ente, todavía no tiene solución. Re»
sultó ú til, después de tal experiencia, encontrarse con que
Mao Tse-tung dice: «Es nocivo p a ra el crecim iento del a rte
y la ciencia si las m edidas adm inistrativas son utilizadas p ara
im poner una escuela de pensam iento y un estilo p a rticu la r
de arte y p ro h ib ir otro» (Mao Tse-tung, 1960, p. 137). Sin

1. Commitment, «New Lcft Review», 1974, pp. 87-88.


em bargo, esto no significaba u n reto rn o al liberalism o; era
una insistencia en la realidad de la lucha abierta en tre for­
m as de conciencia -nuevas y antiguas y tipos de tra b a jo nue­
vos y antiguos. Nuevam ente, esto se hallaba sujeto a algunas
reservas: «En la m edida en que atañe a los contrarrevolucio­
narios inequívocos y a los d estru cto res de la causa socialista,
Ja cuestión es sim ple: les privam os sim plem ente de su li­
b e rta d de expresión» (ibid, 141). Pero esto, al m enos en p rin ­
cipio, no im plica ninguna equivalencia do ctrin aria e n tre el
hecho de escrib ir en una sociedad revolucionaria y cualquier
estilo específico: «El m arxism o involucra el realism o en la
creación a rtística y litera ria pero no puede reem plazarlo»
(ibid, 117). Más b ien se hace hincapié en los im pulsos crea­
tivos «arraigados en el pueblo y el proletariado»; y 'lia y una
correspondiente oposición a los im pulsos creativos em ergen­
tes de o tra s clases e ideologías. N o debe olvidarse que ésta
es u n a definición del tra b a jo de los escritores socialistas.
' Las form ulaciones de e sta índole, dentro de las com pleji- .
dades que m anifiesta la práctica, pueden se r desarrolladas en
varias direcciones diferentes. No obstante, lo que resu lta •
m ás in teresan te e n el argum ento de Mao desde u n a perspec­
tiva teórica, cotejado con las fam iliares posiciones previas,'
es el hincapié hecho sobre la transform ación de las relaciones
sociales en tre los escritores y el pueblo. E sto puede reducirse
al fam iliar hincapié sobre ciertos tipos de contenido y estilo;
pero esto tam bién h a sido desarrollado en térm inos que m o­
difican todo el problem a. El «comprom iso» es un movimien*
to realizado h a sta el m om ento p o r una escritu ra separada,
distanciada social y políticam ente o p o r u n a escritu ra alie­
nada. El hincapié teórico y práctico alternativo que ofrece
Mao recae sobre la integración: no solam ente la integración
de los escritores dentro de la vida popular, sino un m ovim ien­
to que va m ás allá de la idea del escrito r especialista hasta
alcanzar él nivel de nuevos tipos de e scritu ra popular, inclu­
yendo la e scritu ra e n colaboración. N uevam ente, las com ple­
jidades de la p ráctica son severas, pero al m enos teórica­
m ente éste es el germ en de u n a reform ulación fundam ental.
La m ayoría de los prim eros análisis realizados sobre el
com prom iso constituyen u n a efectiva variante del form alism o
(una definición a b stra cta o im posición de un estilo «socialis­
ta») o una versión tard ía del rom anticism o en que u n escri­
to r se com prom ete (como hom bre y como escritor, o con
m atices e n tre am bos papeles) con una causa. La posición
m arxista m ás significativa es el reconocim iento de. la radical
e inevitable conexión existente entre las verdaderas relaciones
sociales de un escrito r (considerado no sólo «individualm en­
te» sino en térm inos de las relaciones sociales generales de
«escribir» d en tro de una sociedad y un período específicos, y
d en tro de ellos, las relaciones sociales incorporadas en tipos
particu lares de escritura) y el «estilo», las «form as» o el «con­
tenido» de su obra, considerados ahora no abstractam ente,
sino com o expresiones de estas relaciones. E ste reconoci­
m iento es inepto si es en sí m ism o ab stracto y estático. Las
relaciones sociales no son solam ente adm itidas; tam bién son
producidas y pueden se r transform adas. Sin em bargo, en la
m edida decisiva en que son relaciones sociales existen ciertas
presiones y dim ites reales —genuinas determ inaciones— den­
tro de las cuales la perspectiva del com prom iso com o acción
y gesto individuales debe ser definida.
El com prom iso, estrictam ente, es una alineación conscien­
te o u n cam bio de alineación consciente. Sin em bargo, en la
p ráctica social m aterial del acto de escribir, como ocurre con
cualquier o tra práctica, lo que puede realizarse e intentarse
e stá su jeto necesariam ente a las relaciones reales existentes
o que pueden se r descubiertas. La realidad social puede en­
m endar, desplazar o deform ar cualquier p ráctica sim plem en­
te propuesta, y dentro de esta situación (a veces trágicam ente,
a veces de un m odo que condujo al cinism o o a una verda­
dera repugnancia), el «com prom iso» puede o p e ra r poco m ás
que com o una ideología. La «ideología» y la «tendencia» cons­
cientes, sustentándose la u n a a la otra, pueden p o r tan to ser
consideradas con frecuencia como síntom as dé específicas
relaciones sociales y fallos de relación. E n consecuencia, la
posición m arx ista m ás interesante, debido a su hincapié en
la práctica, es la q u e define las condiciones opresivas y ,li­
m itan te s d en tro de las cuales, y en cualquier m om ento, pue­
den producirse tipos específicos de com posición escrita; y
que en consecuencia acentúa las necesarias relaciones invo­
lucradas en la com posición escrita de otros tipos. Las ideas
chinas de integración con el pueblo, o del m ovim iento que
trasciende la exclusividad del e sc rito r especialista, son sim ­
ples consignas a m enos que la tran sfo rm ad a p ráctica social
de que deben depender tales ideas sea genuinam ente activa.
Es decir que en sus form as m ás serias no constituyen posicio­
nes ideológicas sim ples y abstractas. E n cualquier sociedad
específica, en u n a fase específica, los e scrito res p u ed en descu­
b r ir en sus. escritos las realidades de sus relaciones sociales y
en este sentido, rev elar su alineación. Si ellos determ inan
m odificar estas relaciones, la realidad de todo el proceso so­
cial es inm ediatam ente cuestionada y el escrito r d en tro de una
revolución se h alla necesariam ente en u n a posición diferen­
te de la que ocupa el escrito r b ajo el fascism o, en el capita­
lism o o en el exilio.
E sto no significa, o no es necesario que signifique, que u n
e sc rito r pospone o abandona su com posición h a sta el mo­
m ento en que haya ocurrido algún cam bio deseado. Tam poco
debe significar que el e scrito r se resigne a la situación en que
se h alla inm erso ta l com o la encuentra. Sin em bargo, toda
p ráctica es todavía específica y en el acto de escrib ir m ás
serio y . genuinam ente com prom etido, en el cual todo el ser
del. escrito r y p o r lo tan to necesariam ente su v erdadera exis­
tencia social se h a lla inevitablem ente em peñada, en todo ni­
vel, desde el m ás m anifiesto h a sta el m ás intangible, resulta
literalm ente inconcebible que la p ráctica pueda se r separada
de la situación. Desde el m om ento en que todas las situacio­
nes son dinám icas, tal p ráctica es siem pre activa y puede
llevar a cabo u n desarrollo radical. Sin em bargo, ta l como
hem os observado, las verdaderas relaciones sociales están
p rofund am ente engastadas en la p ro p ia p ráctica del acto de
escribir, del m ism o m odo q u e en las relaciones d en tro de
las cuales lo escrito es leído. E sc rib ir de m odos diferentes
significa vivir de m odos diferentes. Significa asim ism o se r
leído de m odos diferentes, d en tro de relaciones diferentes,
y a m enudo p o r gentes diferentes. E sta área de posibilidad,
y p o r lo tan to de elección, es específica, no a b stra cta , y el
com prom iso en s u única acepción o sentido im p o rta n te es
específico p recisam en te en estos térm inos. Es específico den­
tro de las relaciones sociales reales y posibles de u n escrito r
considerado com o u n a especie de p roductor. Asimismo, es
específico en lo que se refiere a las form as m ás concretas de
estas m ism as relaciones reales y posibles, en las notaciones,
convenciones y form as del lenguaje reales y posibles. P o r lo
tan to , reconocer la alineación significa aprender, si así lo ele­
gimos, las difíciles y absolutas especificidades del com pro­
m iso.
10. La práctica creativa

E n el centro m ism o del m arxism o se acentúa de m odo ex­


traordinario la creatividad hum ana y la autocreación. De
m odo extraordinario debido a que la m ayoría de los siste­
m as con que se enfren ta acentúan la derivación de la m a­
yoría de la actividad hum ana a p a rtir de una causa externa:
de Dios, de una naturaleza ab stracta o de una naturaleza h u ­
m ana, de sistem as instintivos perm anentes o de u n a heren­
cia anim al. La noción de la autocreación, extendida a la so­
ciedad civil y al lenguaje p o r los pensadores prem arxistas,
fue extendida radicalm ente p o r el m arxism o a los procesos
de tra b a jo básicos y p o r lo tanto a u n m undo físico p rofun­
dam ente (creativam ente) alterad o y a una hum anidad auto-
creada.
La noción de creatividad, decisivam ente extendida al arte
y al pensam iento p o r los pensadores del Renacim iento, de­
b e ría ten e r entonces, indudablem ente, una específica afinidad
con el m arxism o. De hecho, a lo largo del desarrollo del m ar­
xismo, ésta h a sido u n área extrem adam ente difícil que he­
m os procurado esclarecer. No es solam ente que algunas im ­
p o rtan tes variantes del m arxism o se hayan m ovilizado en di­
recciones opuestas, reduciendo la p ráctica creativa a la repre­
sentación, la reflexión o la ideología. Se da tam bién el caso
de que el m arx ism o 'en general ha continuado com partiendo,
de un m odo abstracto, una indiferenciada y en esa form a una
m etafísica celebración de la creatividad, incluso paralelam en­
te a estas reducciones prácticas. Finalm ente, p o r tanto, nunca
h a tenido éxito en su propósito de h acer específica la creati­
vidad dentro de la to talid ad del proceso m aterial histórico
y social.
La utilización am bigua del térm ino «creativo» p a ra des­
crib ir toda y cada clase de práctica dentro del agrupam iento
artificial (y la m u tu a autodefinición) de las «artes» y las «in­
tenciones estéticas» enm ascara estas dificultades, tan to p a ra „
los dem ás com o p a ra los propios m arxistas. R esulta obvio
que las diferencias y los diferenciales de estas p rácticas e
intenciones específicas sum am ente variables deben ser des­
critas y distinguidas si se pretende que los térm inos adquie­
ran algún contenido verdadero. Incluso los m ejores análisis
elaborados sobre el «Arte» y «la Estética» dependen en una
extraordinaria m edida de la selección predicada, produciendo
convenientem ente una serie de respuestas selectivas. Debemos
rechazar el a ta jo propuesto con tan ta frecuencia según el
cual lo «verdaderam ente creativo» se distingue de o tra s cla­
ses y de otros ejem plos de p ráctica m ediante una apelación
(tradicional) a su «perm anencia eterna» o, p o r o tra parte,
m ediante su afiliación, consciente o dem ostrable, al «desa­
rrollo progresivo de la hum anidad» o «al rico fu tu ro del hom ­
bre». C ualquier proposición de este tipo debería, eventual­
m ente, ser verificada. Sin em bargo, conocer sustancialm ente
incluso una m ínim a p a rte de lo que indican estas frases, den­
tro de las variaciones y enredos de la verdadera autocreación
hum ana, significa com prender las propias frases, d en tro de -
su s contextos habituales, com o gestos ab stracto s incluso
cuando no son, com o lo h a n sido con ta n ta frecuencia, una
sim ple cu b ierta retó ric a p a ra algún valor o precepto dem os­
trablem ente local o tem poral. Si la totalidad del vasto pro­
ceso de creación y de autocreación es lo que, e n abstracto, se
dice que es, debe conocerse y sentirse desde el principio en
form as m enos a b stra cta s y a rb itrarias y m ás com prom etidas,
m ás respetadas, m ás específicas y m ás convincentes desde una
perspectiva práctica.
S er «creativo», «crear», significa evidentem ente cosas m uy
diferentes. Podem os considerar u n ejem plo fundam ental en
el que se dice de un escrito r que «crea» personajes en una
pieza de te a tro o en una novela. E n el nivel m ás sim ple esto
es obviam ente u n tipo de producción. A través de notaciones
específicas y utilizando convenciones específicas, se logra que
una «persona» de este tipo especial «exista»; en consecuen­
cia, una persona a la que podem os sen tir que conocem os tan ­
to ’ o m ejor, que a las personas vivientes que constituyen
nuestras relaciones, n u estro grupo de conocidos. E n conse­
cuencia, e n un sentido simple, algo h a sido creado: de hecho,
los m edios de notación p a ra conocer a u n a «persona» a tra ­
vés de las palabras. Entonces es cuando se suceden inm edia­
tam ente todas las verdaderas com plejidades. La persona pue­
de h ab er sido «copiada» de la vida en una transcripción ver­
bal tan cabal y apropiada com o sea posible de una persona
viviente o que alguna vez tuvo existencia. La «creación» es
entonces el descubrim iento de la «equivalencia» verbal de
lo que fue (y en algunos casos, alternativam ente, puede toda­
vía ser) una experiencia directa. Sin em bargo, se halla lejos
de e sta r claro el hecho de que esta p ráctica «creativa», tom a­
da sólo h a sta este punto, difiere de u n m odo significativo, ex­
cepto tal vez en sus limitaciones* de lo que significa encon­
tra rse con alguien y conocerlo. A m enudo se establece que
esta práctica «creativa» nos p erm ite llegar a conocer gentes
interesantes que de o tro m odo jam ás hubiéram os esperado
en co n trar, o gentes m ás interesantes de lo que jam ás hu­
biéram os esperado conocer. Sin em bargo, esta situación, aun­
que im p o rtan te en m uchas circunstancias, constituye u n tipo
de extensión social de accesibilidad privilegiada antes que
u n a «creación». C iertam ente, la «creación» de este tipo no
parece se r m ás que la creación de oportunidades (reales o
aparentes).
R esulta in teresan te observar cuánto podría extenderse este
p u n to m ás allá de los casos sim ples y de hecho relativam ente
ra ro s de una persona «copiada de la vida». La m ayor p a rte
de tales «transcripciones» son necesariam ente simplificacio­
nes p o r m edio de la m era selección, supuesto que no lo sea
p o r alguna o tra cosa (tra n sc rib ir la vida m ás plácida y caren­
te de acontecim ientos exigiría u n a biblioteca entera). Los
pasos m ás . com unes consisten en «copiar» ciertos aspectos
de u n a persona: la apariencia física, la situación social, las
experiencias y acontecim ientos significativos, los m odos de
h a b la r y de com portarse. E stos aspectos son proyectados m ás
ta rd e en situaciones im aginarias siguiendo un elem ento dé la
p ersona conocida. O si no, aspectos de u n a p ersona pueden
s e r com binados con aspectos de o tra u otras, en u n nuevo
«personaje». Aspectos de u n a p ersona pueden se r separados
y contrapuestos, produciendo tan to u n a relación in te rn a o un
conflicto como u n a relación o conflicto e n tre dos o m ás p er­
sonas (la p ersona conocida, en este caso, puede m uy b ien ser
el escrito r). ¿Son «creativos» estos procesos, m ás allá de' la
acepción sim ple de ía producción verbal?
N o p o r definición, com o podría parecer. Solam ente en la
m edida eñ que los procesos de com binación, separación, p ro ­
yección (e incluso transcripción) se convierten .en procesos
m ás allá de la desnuda producción de personajes, su descrip­
ción como «creativo» se vuelve plausible. Existe el caso, re­
g istrado con ta n ta frecuencia, de u n escrito r que comienza
con alguna persona conocida u observada, a quien p ro cu ra
rep ro d u cir, sólo p a ra e n c o n trar que en Cierto estadio del p ro ­
ceso está ocurriendo algo m ás: algo que norm alm ente se
describe como el p ersonaje «encontrando u n a voluntad (una
vida) propia». Entonces, ¿qué e stá ocurriendo en realidad?
¿ E stá adquiriendo su plena im portancia percibido como una
sustancia «externa», de alguna com prensión hum ana, aun
en el sentido m ás sim ple de reg istra r o tra vida? ¿Se está lle­
gando a conocer la plena im portancia de las relaciones im a­
ginadas o proyectadas? Parece ser u n proceso activo sum a­
m en te variable. A m enudo es in terpretado, m ientras dura, no
com o «creación», sino com o un contacto, con frecuencia mo­
desto, con alguna o tra fuente (externa) de conocim iento.
A m enudo e sta situación es descrita m ísticam ente. Yo m ism o
la describiría com o una consecuencia de la m aterialidad in­
heren te (y p o r lo tanto, la sociabilidad objetivada) del len­
guaje.
No puede suponerse que, incluso perm itido p o r las com­
plejidades, el proceso «creativo» norm al sea un m ovim iento
de alejam iento respecto de las personas «conocidas». P or el
contrario, p a ra una p ersonaje es al m enos ta n com ún ser
«creado» a p a rtir de otro s personajes (literarios) como de
tipos sociales conocidos. Aun cuando existen otro s puntos
de p a rtid a reales, norm alm ente es esto lo que ocurre, even­
tualm ente, en una gran m ayoría de piezas teatrales y novelas.
Y entonces, ¿en qué sentido puede hablarse de «creación» en
relación con esto s procesos? En realidad todos estos m odos
p rese n tan u n a sim ilitud esencial desde el m om ento en que la
«creación» de personajes depende de las convenciones litera­
ria s de caracterización. Sin em bargo, existen evidentes dife­
rencias de grado; E n la m ayoría de la lite ra tu ra te a tra l y de
ficción los p ersonajes ya se hallan preform ados com o fun­
ciones de ciertos tipos de situación y acción. P o r lo tanto,
la «creación» de p ersonajes es efectivam ente u n tip o de ro­
tulación: nom bre, sexo, ocupación, tip o físico. E n num erosas
piezas teatrales y novelas, dentro de ciertos m odos de clase,
la rotulación todavía es evidente, al m enos en relación con
los personajes «menores», de acuerdo con las convenciones,
sociales de distribución de significación (por ejem plo, la «ca­
racterización» de los sirvientes). Incluso en la caracterización
m ás sustancial, el proceso consiste con frecuencia en la acti­
vación de u n m odelo conocido. Sin em bargó, no debe supo­
n erse que la individuación es la única intención de caracteri­
zación (atin cuando la tensión o la fra c tu ra e n tre esa tensión
rete n id a y el uso selectivo de m odelos resulte significativa).
Con respecto a una am plia gam a de intenciones, el verdadero
p roceso literario consiste en una reproducción activa. E sta
situación es especialm ente clara d e n tro de los m odos hegemó-
nicos dom inantes y e n los m odos residuales. Las «personas»
son «creadas» p a ra dem ostrar que las gentes son «como
ésta» y sus relaciones son «como las de ésta». E l m étodo
puede extenderse desde la reproducción cruda de u n modelo
(ideológico) h asta la aten ta personificación de un m odelo con­
venido. Ninguno de los dos es «creación» en el sentido popu­
lar, pero la gam a de los procesos verdaderos, desde la ilus­
tración y los diferentes niveles de tipificación h a sta lo que
efectivam ente .es la realización de u n m odelo, resu lta signi­
ficativa.
La realización de un m odelo conocido, detallado y sustan­
cial, de «gentes como ésta, relaciones com o ésta», es de hecho
el verdadero logro alcanzado p o r las piezas teatrales y las
novelas m ás serias. Sin em bargo, existe tam bién evidente­
m ente u n m odo que trasciende la realización reproductiva.
Pueden existir nuevas articulaciones, nuevas form aciones de
«carácter» y de «relación», y están señaladas norm alm ente p o r
la introducción de diferentes notaciones y convenciones esen­
ciales q u e se extienden m ás allá de estos elem entos específi­
cos h a sta alcanzar una com posición total. A su vez, u n a gran
p a rte de estas nuevas articulaciones y form aciones se con­
vierten en m odelos. Sin embargo,, m ien tras están form ándose
son creativas' en el sentido em ergente, a diferencia de los
sentidos o acepciones de lo «creativo» que son habitualm entc
apropiados p ara la gam a que se extiende desde la reproduc­
ción a la realización.
En este sentido em ergente lo creativo es com parativam en­
te raro. E stá necesariam ente relacionado con los cam bios en
la form ación social; no obstante, es necesario hacer dos p re ­
cisiones. En p rim er lugar, que éstos no son necesariam ente,
y con seguridad no sólo directam ente, cam bios en las insti­
tuciones. El área social excluida p o r ciertas hegem onías p rác­
ticas constituye a m enudo una de sus fuentes. En segundo
lugar, que lo em ergente no es necesariam ente lo «progresivo».
P o r ejem plo, el personaje como un objeto inerte, reducido a
u n a serie de decadentes funciones físicas, como ocurre en el
caso del últim o B eckett,. puede se r in terp retad o como «alie­
nado» y vinculado a u n m odelo social, y de hecho delibera­
dam ente excluido. Sin em bargo, la tipificación no es solam en­
te articulativa, sino tam bién com unicativa. Especialm ente en
la im itación, el nuevo tipo se ofrece con el propósito de con­
vencer; y así com ienza la incorporación.
E n consecuencia, la producción literaria es «creativa» no
en el sentido ideológico de una «nueva visión» que tom a una
pequeña p a rte p o r la totalidad, sino en el sentido social m a­
terial de u n a p ráctica específica de autoproducción, que en
este sentido es socialraente neutral: la autocomposición.
Com prender la gam a de procesos existentes dentro de esta
p ráctica general constituye la función p a rticu la r de u n a -teo­
ría social. Debemos esclarecer las distinciones específicas que
tienen lugar e n tre sus num erosos ejem plos, p o r encim a de
las especializadas descripciones alternativas que lim itan, con­
tro lan y a m enudo excluyen estas distinciones decisivas. Den­
tro del área vital de la p ráctica social contem poránea no pue­
den existir áreas reservadas, ni tam poco es solam ente una
cuestión de análisis y descripción de alineación. Es cuestión
de reconocer los asuntos com o p a rte s de u n proceso social
to tal que, en tan to es vivido, nó es solam ente u n proceso, sino
u n a h isto ria activa constituida p o r las realidades de form a­
ción y de lucha.
La realización m ás aguda de esta h istoria activa, una: rea­
lización q u e lleva ap arejad a a la vez las inevitabilidades y las
necesidades de la acción política y social, debe incluir la
realización de las variables realidades de e sta p ráctica que
-con ta n ta frecuencia son som etidas a presión o, a p a rtir de
u n a teo ría falsa o deform ada, son relegadas a u n plano secun­
dario o m arginal, desplazadas com o lo superestructura!, pues­
tas en d uda como producción aparentem ente independiente
e incluso controladas o silenciadas p o r m andato. Com prender
la plena dim ensión social de e ste tipo de producción es to­
m arla con u n a m ayor seriedad, y con u n a m ayor seriedad
en sí m ism a, de lo que h a sido posible en.las perspectivas es­
téticas o políticas m ás especializadas. Cada m odo en su cla­
sificación, a p a rtir de la reproducción y la ilustración a través
de la personificación y la realización h a sta la nueva articula­
ción y form ación, constituye un elem ento fundam ental de la
conciencia práctica. Sus m edios específicos, ta n poderosa­
m ente desarrollados y practicados, son totalm ente indispen­
sables: la capacidad p a ra rep ro d u cir e ilu s tra r en lo que pa­
rece ser el extrem o inferior de la clasificación; la capacidad
p a ra personificar y realizar una pro fu n d a activación de lo que
puede conocerse aunque de este m odo resu lta fundam ental­
m ente conocido, en detalle y en esencia; y luego l a . ra ra
capacidad de a rticu la r y form ar, de h acer verdaderas las la-
tencias y perm anentes los atisbos m om entáneos. Lo que ge­
neralizam os como a rte dentro de u n a teo ría social, es a me­
nudo reconocido y respetado a p a rtir de sus funciones co­
lectivas originarias. N ecesita todavía un m ayor respeto verda­
dero —un respeto de principio— en todas sus funciones sub­
secuentes y m ás variadas dentro de las sociedades com plejas
y en las sociedades todavía m ás com plejas en que se visualiza
el verdadero socialism o.
Finalm ente, la creatividad tiene m ás relaciones que las de
sus m edios locales y variables. Inseparable como lo es siem­
p re del proceso social m aterial, se o rdena a lo largo de nu­
m erosas form as e intenciones diferentes que, en las teorías
parciales, se hallan separadas y especializadas. Es inherente
a la p rác tic a relativam ente sim ple y d irecta de la comunica-
. ción de todos los días, piies el propio proceso significante es
siem pre activo, p o r naturaleza pro p ia: es a la vez el área de
todo lo que es social y l a .p ráctica renovada y renovable de
las situaciones y relaciones experim entadas y cam biantes. Es
inherente a lo q u e a m enudo es d istin g u id a . de ella como
autocom posición, com posición social, a m enudo descartada
com o ideología, ya que éstos son tam bién siem pre proce­
sos activos, dependientes de form as específicas inm ediatas y
renovables. Es inherente, con m ayor evidencia, aunque no
exclusivam ente, a ¡as nuevas articulaciones y especialm ente
a las que, dada su d urabilidad m aterial, llegan m ás allá de su
- época y ocasión.
La com posición escrita, el hecho d e e s c r ib ir , és u n arte
social m aterial ta n fundam ental que h a sido utilizado y con­
tin ú a utilizándose en todas estas form as e intenciones. Lo
que hallam os es u n verdadero co ntinuum correspondiente al
proceso a la vez ordinario y ex trao rd in ario de lá creatividad
hu m an a y la autocreación en todos su m odos y sus m edios.
Y debem os llegar m ás allá de las teorías y los procedim ientos
especializados que dividen este continuum . E scrib ir es siem ­
p re com unicación, p ero no siem pre puede red u cirse a la sim ­
ple com unicación: el envío de m ensajes e n tre personás cono­
cidas. E sc rib ir es siem pre en algún sentido autocom posición
y com posición social, pero no siem pre puede ser reducido
p recip itad am en te a la personalidad o la ideología, e incluso
cuando és reducido de este m odo todavía debe ser considera­
do com o activo. La lite ra tu ra bu rg u esa es sin duda lite ra tu ra
burguesa, pero no es u n bloque o u n tipo; es u n a conciencia
p ráctica inm ensa y variada a todo nivel, desde le cruda re ­
producción h a sta la p erm anentem ente im p o rta n te articula­
ción y form ación. Del m ism o m odo, en- tales form as la con­
ciencia p ráctica de una sociedad alte rn a tiv a ja m á s puede ser
reducida a u n bloque general del m ism o tip o descartado o ce­
lebrado. La com posición escrita, escribir, es a m enudo una
nueva articulación y efectivam ente u n a nueva form ación que
se extiende m ás allá de sus propios m odos. Sin em bargo, se­
p a ra rla com o arte, que en la p ráctica involucra siem pre p a r­
cialm ente y a veces totalm ente elem entos de cualquier p a rte
del coníinuum , significa p e rd e r contacto con el proceso crea­
tivo sustantivo y luego idealizarlo; ubicarlo p o r encim a o p o r
debajo de lo social cuando en realidad constituye lo social en
u n a de sus form as m ás distintivas, duraderas y totales.
P o r lo tanto, la p ráctica creativa es de m uchos tipos. Es
desde ya, y activam ente, n u e stra conciencia práctica. Cuando
se convierte en lucha —la lucha activa en pos de u n a nueva
conciencia p o r m edio de nuevas relaciones que constituyen
el énfasis inextirpable del sentido m arxista de la autocrea­
ción— puede a d o p ta r num erosas form as. Puede consistir en
la reelaboración prolongada y difícil de u n a conciencia p rác­
tic a h ered ad a (determ inada): un proceso descrito a m enudo
com o desarrollo p ero que en la p rác tic a es una lucha en las
raíces de la m ente, no abandonando u n a ideología o apren­
diendo frases sobre ella, sino confrontando u n a hegem onía en
las fibras del yo y en la difícil sustancia p ráctica de las rela ­
ciones efectivas y continuas. Puede ex istir u n a p ráctica m ás
evidente: la reproducción e ilustración de lo que h a sta este
p u n to han sido m odelos excluidos y subordinados; la perso­
nificación y la realización de experiencias y relaciones cono­
cidas pero excluidas y subordinadas; la articulación y for­
m ación de u n a conciencia latente, m om entánea y nuevam ente
posible.
D entro de las presiones y los lim ites reales, u n a p rác tic a
de este tipo es siem pre difícil y a m enudo desigual. Es la
función especial de la teo ría explorando y definiendo la n a­
tu raleza y la variación de la p rác tic a p a ra d esarro llar u n a
conciencia general d en tro de lo que es repetidam ente experi­
m entado com o u n a conciencia especial y a m enudo relativa­
m en te aislada. -Y -por ello la creatividad y la autocreación
social son acontecim ientos conocidos y desconocidos y es a
p a r tir de ía com prensión de lo conocido com o lo desconoci­
do —el próxim o paso, el próxim o tra b a jo — es concebido.
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Sumario

P r ó l o g o ....................................................................................... 7
In tro d u c c ió n ................................................................................. U

I. Conceptos b á sic o s.................................................. 19


1. C u l t u r a ...........................................................................21
2. L e n g u a j e .................................................................... 32
3. Literatura . ........................................................ 59
4. I d e o l o g í a .....................................................................71

II. Teoría c u ltu ra l.....................................................................91


1. Base y s u p e re stru c tu ra ............................................93
2. La determ inación........................................................ 102
3. Las fuerzas productivas . . . . . . . . 109
4. De la reflexión a la m ed iació n............................... 115
5. Tipificación y hom ología........................................... 121
6. La hegem onía.............................................................. 129
7. Tradiciones, instituciones y formaciones . . . 137
8. Dominante, residual y e m e rg en te......................... 143
9. Estructuras del sentim iento..................................... 150
10. La sociología de la c u ltu r a ..................................... 159

III. Teoría literaria . . ......................... .....................................165


1. La multiplicidad del acto de escribir . . . . 167
2. La estética y otras situaciones................................ 174
3. Del medio a la práctica s o c ia l............................... 182
4. Signos y n o ta c io n e s..................................................189
5. Las convenciones............................... ...... 198
6. Los g é n e r o s ...............................................................206
7. Las f o r m a s .............................................................. 213
8. Los a u t o r e s .............................................................. 220
9. Alineación y c o m p r o m i s o ..................................... 228
10. La práctica c re a tiv a ..................................................236

Bibliografía 245

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