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Lozano, José,
“Códigos éticos en las
Administraciones Públicas”,
en Códigos éticos para el mundo
empresarial, Madrid: Trotta, 2004
(pp. 113-122).
Guía de Lectura
En este texto se analiza cuál es la especificidad de una ética de la función pública, enfatizando
en la finalidad primordial de servir a los ciudadanos y ciudadanas. Además de apuntar algunos
desafíos importantes para esta ética aplicada, el autor presenta algunos criterios que permitirían
a las entidades públicas contar con códigos de ética que representen las convicciones de quienes
ejercen funciones públicas.
La ética pública estudia el comportamiento de los funcionarios en orden a la finalidad del servicio
público que le es inherente; no se trata de aumentar su conocimiento técnico, ni de las leyes, ni
de los procedimientos; se trata de interiorizar valores. Como decía Aristóteles, hace más de
veinticinco siglos, se estudia la ética no para saber qué es la virtud, sino para aprender a
hacernos virtuosos y buenos. En este sentido, la ética pública debe ayudar en el proceso de
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comportamiento del funcionario o gestor público a través del autocontrol y del uso correcto de
la razón a partir de la idea de servicio a la colectividad. Así pues, el objetivo de la ética en la
Administración Pública es fomentar la sensibilidad de los funcionarios hacia esos valores del
servicio público.
Compartimos esta opinión y creemos que es un error tremendo confiar demasiado en los
sistemas y poco en las personas. El compromiso personal para lograr el buen servicio es
fundamental. Y este compromiso no se consigue con recompensas externas, sino compartiendo
unos valores. Valores que pueden ser explícitos o no, pero que deben ser asumidos y vividos.
Tal y como apuntábamos más arriba cuando presentábamos los códigos deontológicos
profesionales, Ia ética cívica debe realizarse y concretarse en ámbitos específicos de acción. Para
ello, debemos explorar cuáles son los fines y las metas de cada actividad o praxis, y sólo desde
ahí podremos desarrollar los principios de la ética cívica:
La esencia de la Función Pública es el servicio a los ciudadanos. Esto requiere prestar servicios con
calidad y promover el ejercicio de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Es en este
sentido en el que la ética de la Administración Pública tiene por valores irrenunciables le honradez,
Ia laboriosidad, la eficacia y la transparencia (Cortina, 1997 c: 69).
Reflexionar sobre la ética en la Administración Pública exige empezar por pararse a pensar cuál
es la finalidad de dicha organización y cuáles son los valores que se deben potenciar y desarrollar
para conseguir con éxito ese fin. Valores que serán la esencia de cualquier documento de
autorregulación que se quiera dar la Administración Pública.
El artículo 103 de la Constitución Española dispone que «la Administración Pública sirve con
objetividad los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía,
descentralización, desconcentración y coordinación con sometimiento pleno a la Ley y el
Derecho». Creo que en este artículo está recogida la esencia de lo que debe ser la ética de la
Administración Pública. Servir al interés general y al bien común es el fin que debe orientar el
actuar profesional.
Cuando alguien ingresa en la Administración Pública se encuentra ya con esta finalidad, que esa
persona no inventa, sino que le viene ya dada por la actividad misma, y que tiene que aceptar y
desarrollar en su trabajo diario.
Para alcanzar esos bienes internos, es esencial que todos los que participan en esa actividad,
independientemente de su nivel, desarrollen unos hábitos, a los que aquí llamamos virtudes,
porque capacitan para obrar en el buen sentido, y que traten de encarnar unos valores
específicos de cada actividad.
Sin lugar a dudas, uno de los problemas es la tensión entre las costumbres adquiridas a lo largo
del tiempo y las nuevas exigencias sociales. Evidentemente todo ello dentro de un contexto de
permanente cambio político, social y económico.
La ética privada y la ética pública. Otro de los aspectos más problemáticos para los
políticos y los administradores públicos es la división entre la ética en la vida privada
y la ética en la vida pública. Es obvio que toda ética pretende publicidad y que no
hay ética absolutamente privada, en el sentido de que la mayoría de nuestras
acciones tienen un impacto público. Pero esto no quiere decir, ni puede
pretenderse, que la vida privada de los políticos y Ios administradores públicos
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pueda ser regulada desde la Administración, ni que se pueda utilizar como criterio
de juicio a la hora de valorar el quehacer profesional. En palabras de Adela Cortina:
«En este sentido, me parece desacertada la costumbre anglosajona de equiparar las
conductas privadas y las públicas, y de considerar inadmisible desde una ética de la
Administración Pública tanto que alguien haga uso de información privilegiada o
desvíe los fondos públicos hacia su interés privado como los casos de adulterio,
por poner un ejemplo. A la ética de la Administración Pública competen los casos de
cohecho, información privilegiada, corrupción en sentido amplio, no las actuaciones
de vida privada” (Cortina, 1997c: 62).
Éstos son algunos de los problemas que se le presentan hoy a la Administración Pública y que
un código ético debe tener presentes si de verdad quiere ser de utilidad y no quedarse en una
mera declaración de buenas intenciones o en un instrumento de imagen.
Trabajar en el servicio público por la consecución del interés general y del bien común, salvando
los problemas enumerados anteriormente, significa desarrollar y vivir unos valores
determinados. Y aquí es donde de verdad se encuentra la esencia de la ética en la Administración
Pública, más que en el conjunto de prohibiciones o de limitaciones que marcan el trabajo de los
funcionarios públicos.
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Según Lord Nolan, «hay unos valores universales del servicio público, aplicables a diversos países
y culturas, valores que todos comprendemos y aceptamos de forma instintiva, (Nolan, 1996:30).
Según ese famoso informe, los principios de la vida pública (políticos y funcionarios) son: el
altruismo, la integridad, la objetividad, la responsabilidad, la transparencia, la honestidad y el
liderazgo.
En este sentido nos parece más completa la lista formulada por Cortina (1998). Para ella los
valores específicos de una ética de la Administración Pública serían, entre otros, la
profesionalidad, la eficiencia, la eficacia, la calidad en el producto (o servicio) final, la atención
y el servicio al ciudadano, la objetividad, la transparencia, la imparcialidad y la sensibilidad
suficiente para percatarse de que el ciudadano es el centro de esa actividad, quien da sentido
a su existencia.
Según el informe de la OCDE La ética en el servicio público (INAP, 1997) el acuerdo respecto a
los valores es bastante alto, y cabe destacar quizá la nueva emergencia de valores relacionados
con la eficacia y la eficiencia de la gestión junto a los valores tradicionales de servicio público.
Otra propuesta de listado de valores son los citados en la conclusión de las Jornadas sobre ética
pública (lNAP, 1997). Tales valores son primordialmente: el respeto al interés general, el ideal
de servicio público, la honestidad, la integridad, la imparcialidad, Ia neutralidad, el sentido del
deber, la responsabilidad creativa, Ia lealtad, la transparencia, el desinterés, la fiabilidad, el
respeto al pluralismo, la tolerancia y la apertura a la sociedad y a los ciudadanos.
A nuestro juicio, antes de elaborar ningún documento hay que aclarar don asunciones básicas:
la primera es el reconocimiento de que los valores éticos son activos esenciales que influyen en
las actividades nucleares de la organización, y la segunda es que crear un consenso en torno a
esos valores es una tarea necesaria y difícil.
La realización de estos valores no es cosa fácil, ni nada que se consiga de hoy para mañana. El
empeño de que la Administración Pública sea cada vez más eficiente y más ética ha hecho que
algunos políticos y algunos funcionarios excelentes reflexionen sobre posibles caminos para
desarrollar y potenciar la ética en la Administración. Los elementos que han encontrado más
apropiados para la institucionalización de la ética en la vida pública son: el liderazgo moral, el
trabajo bien hecho, el entrenamiento en el comportamiento ético, el establecimiento de un
código ético, y un sistema de detección de causas de comportamiento no éticas.
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Según Victoria Camps (1997), las directrices que debería tener en cuenta un código ético para la
Función Pública en nuestro país se- rían las siguientes:
Estas directrices se pueden apreciar claramente en la carta deontológica del servicio público
portugués. Esta parte de la dignidad de los funcionarios públicos que en un sistema democrático
están al servicio del Estado y deben asumir elevados valores éticos que configuran su conducta
profesional. Estos profesionales deben desarrollar los siguientes valores fundamentales: el
servicio público al Estado y a los ciudadanos; la legalidad y la neutralidad política, económica y
religiosa; la responsabilidad y competencia profesional; y la integridad.
Las condiciones críticas que podemos hacer a los códigos éticos desarrollados para la
Administración Pública son en gran parte coincidentes con las que hemos presentado para los
códigos profesionales. Creemos que el desarrollo de códigos éticos en las Administraciones
Públicas es un buen mecanismo para recordar las metas de la Función Pública y definir los
valores que queremos poner en juego para conseguirlas. Coincidimos con Rodriguez-Arana
cuando afirma:
La codificación, por tanto, me parece necesaria y, lejos de constituir una reacción ante algo
negativo, debe siempre presentarse como una manera de mejorar la calidad de los servicios
públicos y como una forma de garantizar la rectitud ética de los funcionarios públicos (Rodríguez-
Arana, 1996: 190).
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En este sentido, un código para la Administración Pública debe centrarse más en valores que en
normas y debe dejar margen de actuación para el sujeto autónomo; aunque evidentemente no
debemos olvidarnos de los mecanismos que faciliten y controlen el cumplimiento del código.
Las observaciones que cabría hacer a los códigos éticos de la Administración Pública serían: