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III.

Teología de la Eucaristía
Hno. Dr. Alexandre José Rocha de Hollanda Cavalcanti

1. Eucaristía y Encarnación
Como verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo, la Eucaristía guarda una relación intrínseca
con la realidad de la Encarnación. Quien se da a nosotros es Jesucristo hombre, el Verbo de
Dios encarnado.
Con la alegoría de la semilla1, el Señor enseñaba que la palabra de Dios es una, pero las
respuestas de los hombres son diversas. La tierra fecunda elegida para la semilla de la
humanidad del Verbo fue María, que lo recibió con la integridad de la esclava del Señor,
haciéndose el «primer tabernáculo» de la historia, y el «tabernáculo vivo de la divinidad», como
afirma san Luis María Grignion de Montfort.
Se encuentra en esta expresión la consideración de la relación continua entre Jesús y
María durante todo el período de la gestación: durante nueve meses, a cada segundo, era como si
en ella ocurriera una transubstanciación. Habiendo la Virgen Santísima ofrecido su cuerpo
inmaculado a Dios, Él tomaba los elementos maternos y los transubstanciaba, esto es, se volvían
divinos a partir del momento en que pasaban a integrar la naturaleza humana de esta Persona
gestada, que es Dios2.
Jesús eucarístico no entra en relación con el sagrario, objeto material desprovisto de
razón, sin embargo, en María encontraba un «tabernáculo vivo», que respondía con sobrenatural
perfección a esta relación intrínseca madre-hijo, nacida de la Encarnación.
San Atanasio explica que fue de María «que el Verbo asumió como propio aquel cuerpo
que ofreció por nosotros»3. Efectivamente, el ángel utilizó la expresión nacerá de ti y no en ti,
para dejar teológicamente claro que Jesucristo recibió la naturaleza humana en su totalidad de
esta mujer elegida por Dios para este momento síntesis de toda la creación, que fue la
Encarnación del Logos, por acción del Espíritu Santo4.
La eficacia sacramental de la anámnesis encuentra su explicación en el misterio de la
Encarnación: el cambio de sustancia es un misterio real, como la encarnación del Verbo. Por
este motivo, el medio para la realización de la anámnesis es la epíclesis, que invoca al mismo
Espíritu Santo que operó la Encarnación en el seno de María, para que opere la renovación del
sacrificio redentor de Cristo y su presencia real, actuando sobre el pan y el vino, como actuó
sobre la Virgen que sería Madre de Dios5.
Al aceptar ser Madre de Jesús, María lo hizo para la salvación de la humanidad,
involucrándose totalmente en la obra salvífica de su Hijo, evidenciando que Encarnación,
ofrecimiento y sacrificio constituyen una sola realidad que se perpetúa en la Eucaristía. Se
confirma así la fe eucarística de María antes de la institución del Sacramento, como señala san
Juan Pablo II:

1
Cf. Mt 13,3-9 y 18-23; Mc 4,3-20; Lc 8,5-8 y 11-15.
2
Cf. J.S. CLÁ DIAS, Lo inédito sobre los Evangelios, I. Año A. Domingos de Adviento, Navidad, Cuaresma y
Pascua – Solemnidades del Señor del Tiempo Ordinario, 438-439.
3
SAN ATANASIO, Ad Epictetum episcopum Corinthi contra haereticos epistola, 5: PG, 26, 1058.
4
Karl Rahner puntualiza que «La Encarnación se presenta como el fin supremo de toda autocomunicación de Dios
al mundo, fin al que de hecho está subordinado todo lo demás como condición y consecuencia, en tal forma que,
si consideramos desde el punto de vista de Dios la totalidad de su autoparticipación en el ámbito de los seres
espirituales-personales, la Encarnación es un medio, mientras que considerada desde el punto de vista de las
realidades creadas, es la cumbre y meta de la creación». K. RAHNER, María, Madre del Señor, 15.
5
Cf. AUER, Johann. Sacramentos: Eucaristía. Barcelona: Herder, 1975, pp. 174-175.

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La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad
con la Encarnación. María concibió en la Anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física
de su Cuerpo y su Sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente
en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor
(EE 55).
El Papa deja claro que existe una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María
a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor.
Así como el pueblo de la Alianza dijo «Haremos todo cuanto ha dicho el Señor» (Cf. Ex
19,8), María confirma la Alianza definitiva con su «hágase en mi según tu palabra» (Lc 1,38)6,
indicando después el inicio de la acción mesiánica de Jesús con las palabras: «Hagan todo lo
que Él les diga» (Jn 2,5).
Así, es en el claustro virginal de María que se forma el cuerpo y la sangre que son
entregados a los fieles en cada celebración eucarística, que son adorados en el culto al Santísimo
Sacramento. Sin la Encarnación, la Iglesia, como Cuerpo visible de Cristo, no existiría; sin la
Encarnación, los sacramentos, que representan la Iglesia en forma corporal, no existirían. En
este sentido, la Encarnación del Verbo tiene desde su primer momento un sentido salvífico y,
consecuentemente, eucarístico, puesto que el «sí» de María fue un «sí eucarístico»: abrió las
puertas para la futura institución del Sacramento.
Las palabras de la institución de la Eucaristía dejan claro su sentido soteriológico: Jesús
se entrega a la muerte sacrificial para la salvación de la humanidad. Esta unidad entre la
Encarnación, el ofrecimiento de la Cena y la oblación de la cruz, indica que toda la vida de
Jesús se dirige a la redención de la humanidad, acción que se perpetúa en cada celebración
eucarística, donde se pide la venida del reino escatológico prometido por el Señor7.
2. Cuerpo místico de Cristo y Cuerpo eucarístico
Debemos tener en cuenta que la Redención no se reduce a la muerte de Cristo. El misterio
que comienza en la Encarnación, se consuma en la cruz, se confirma con la Resurrección y
continúa en la Iglesia, con el envío del Espíritu Santo en Pentecostés. Así, se puede decir que
en la Encarnación ha comenzado el organismo de la salvación (la Iglesia – Cuerpo místico de
Cristo), por la incorporación al cual nosotros nos salvamos8.
La doble dimensión de la palabra ekklesia: asamblea convocada y asamblea congregada,
deja claro que la Iglesia tiene un aspecto visible y otro invisible. Consecuentemente, si Cristo
es verdadero hombre, su «Cuerpo místico» no puede ser una realidad sólo espiritual, sino que
asume una realidad material que mantiene la comunión con el misterio de Cristo, a través de la
Eucaristía. Por eso Juan Pablo II enseña que «la realidad de la Encarnación encuentra casi su
prolongación en el misterio de la Iglesia-cuerpo de Cristo»9.
Ingresamos en el Cuerpo místico de Cristo por el Bautismo, uno de los sacramentos
constitutivos de la Iglesia, que hace de los cristianos un solo cuerpo mediante el cuerpo de
Cristo inmolado en la Cruz, cuyos méritos justifican al hombre bautizado. Esto determina una
relación íntima entre el Bautismo y la Eucaristía.
La expresión «tomad y comed» indica la relación eclesial:
• La acción de «dar» es ejercida por los ministros sagrados que actúan in Persona
Christi.
• La acción de «recibir» es ejercida por la asamblea.

6
Cf. EE 55.
7
Cf. THURIAN, Max. La Eucaristía. Salamanca: Sígueme, 1965, pp. 195-196.
8
Cf. C. POZO, María, nueva Eva, 14, 22.
9
RM 5.

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Así, en cada celebración eucarística se ratifica la fundación de la Iglesia mediante el
sacrificio y la resurrección de Jesús, de tal modo que, pensar la Iglesia sin celebración
eucarística es tan imposible como una celebración eucarística sin la Iglesia, como explica san
Pablo:
«Puesto que hay un solo pan, todos formamos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo
pan» (1Co 10,16ss).
Así, si hay un solo pan en el cual participamos del único Cristo, también la Iglesia tiene
que ser necesariamente una: un único cuerpo en Cristo10.
La expresión Cuerpo de Cristo es explicada por san Pablo:
«Así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, aunque no todos tienen la misma
función, así también nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo y miembros todos
unos de otros» (Rm 12,4-5).
Sin embargo, el Apóstol no utiliza la expresión místico, que era siempre aplicada a la
Eucaristía. En el año 1303, el Papa Bonifacio VIII, en la Bula Unam Sanctam utiliza la
expresión «Cuerpo místico de Cristo» aplicada a la Iglesia, definiendo magistralmente la
distinción entre las expresiones Corpus mysticum y Corpus Eucharisticum.
3. Eucaristía y Resurrección
La resurrección del Señor es la fuente última de donde dimana la Eucaristía, hasta el punto
que sin la resurrección la Eucaristía no llegaría a existir porque sólo ella puede ser generadora
de la presencia real de Cristo vivo en el sacramento eucarístico11.
Así, encontramos un origen común con tres raíces en la Eucaristía:
• Las comidas de Jesús con sus Apóstoles durante su vida pública.
• La Última Cena, como momento de la institución de la Eucaristía.
• Las comidas con Jesús resucitado.
En su aparición a los «discípulos de Emaús», Jesús come con ellos y es reconocido al
«partir el pan», expresión que evidencia un acto eucarístico, por el cual los discípulos reconocen
a Jesús. La secuencia del relato bíblico guarda una semejanza con la celebración de la Iglesia:
encuentro, palabra, rito eucarístico, envío a la misión. Así, la experiencia de Jesús resucitado
sirve de base a la celebración eucarística de la comunidad primitiva, que era asidua a la fracción
del pan (Hch 2,42)12.
Los Hechos de los Apóstoles indican claramente: «nosotros comimos y bebimos con Él
después de resucitado de entre los muertos, nos mandó que predicásemos al pueblo» (Hch
10,41-42). Atestiguan también que ellos practicaban la fracción del pan «con alegría y sencillez
de corazón» (cf. Hch 2,46). Esta importante declaración indica que los apóstoles no
consideraban la Eucaristía como memoria sólo de la tragedia de la cruz o de la cena de
despedida, sino de la alegría viva y gozosa de Jesús resucitado13.
San Juan, que había anunciado la Eucaristía con la multiplicación de los panes y peces,
indica el gesto eucarístico del Resucitado al comer pan y unos peces — cuya procedencia no es
revelada — con los apóstoles a la orilla del lago de Tiberíades (Jn 21,1-14)14.

10
Cf. GERKEN, Alexander. Teología de la eucaristía. Madrid: Paulinas, 1991, pp. 38-39.
11
Cf. GESTEIRA GARZA, M. La Eucaristía, misterio de comunión. Madrid: Cristiandad, 1983, p. 65.
12
Cf. BOROBIO, Dionisio. Eucaristía. Madrid: BAC, 2000, pp. 7-8.
13
Cf. GESTEIRA GARZA, M. La Eucaristía, misterio de comunión. Madrid: Cristiandad, 1983, pp. 66-67.
14
Cf. BOROBIO, Dionisio. Eucaristía. Madrid: BAC, 2000, pp. 15-16.

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4. Eucaristía y la Iglesia
Como «centro y culmen» de toda la vida cristiana (LG 11), la Eucaristía es al mismo
tiempo la semilla de donde nace la Iglesia y el alimento que perpetúa su vida. Así como el
«árbol de la vida» tenía la capacidad de mantener vivos a los hombres mientras no se separasen
de Dios por el pecado, la Eucaristía mantiene la unidad y la vida de la Iglesia.
San Alberto Magno puntualiza que el Cuerpo eucarístico de Cristo está al servicio del
Cuerpo místico. La Eucaristía comunica a la Iglesia:
1. Su fundamento: Por contener el propio Cuerpo de Cristo, la Eucaristía contiene el
fundamento y base de la Iglesia, que es el propio Cristo, Cabeza del cuerpo eclesial.
2. Su sacrificio: La Iglesia tiene en la Eucaristía el cuerpo de Cristo entregado al sacrificio
de la cruz y su sangre derramada para expiar los pecados de la humanidad, encontrando
ahí el memorial de la pasión, muerte y resurrección de su Fundador, de quien ha recibido
el sacrificio incruento que hoy ofrece al Padre para recordarle a Él el sacrificio de su
Hijo inmolado una vez para siempre (Hb 9,28; 10,14). Este memorial de la Pasión es el
gran tesoro que Jesús dejó a su Iglesia.
3. Su sustento: San Juan explica: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en
mí, y yo en él» (Jn 6,56). Para que Cristo permanezca, sustente a la Iglesia y la mantenga
viva, existe una imperiosa necesidad de comer el pan eucarístico. Este principio que
vale para la Iglesia en general, vale para cada comunidad religiosa en su seno y para
cada cristiano considerado individualmente, puesto que en la sagrada Eucaristía se
contiene todo el bien espiritual de la Iglesia15.
De este modo la Eucaristía es constitutiva de la Iglesia, estando directamente unida al
sacerdocio ministerial, a la comunión jerárquica, a la expresión externa de la fe interna de la
Iglesia, siendo el verdadero eje de su perpetua unidad16. La Iglesia es una por su Fundador, que
la mantiene una con su presencia real en el único pan eucarístico, como afirma Lumen gentium
(3):
«En el sacramento del pan eucarístico se representa y se produce la unidad de los fieles, que
constituyen un solo cuerpo en Cristo (cf. 1Co 10,17)».

15
Cf. S. Th. III, q. 65, a. 3, ad. 1; q. 79, a. 1, c, ad. 1.
16
Cf. NICOLAU, Miguel. Nueva Pascua de la Nueva Alianza. Actuales enfoques sobre la Eucaristía. Madrid:
Studium, 1973, pp. 360-364.

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