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teoría de la historia
e historiografía 1
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todológico previo, eran más bien las prácticas sobre historia las que
debían manifestar al usuario de relatos históricos el conjunto teórico y
metodológico que las sostenía. Debo confesar también, de una vez, que
en esa época la Historia para mí era, más bien, una práctica discursiva
que producía relatos relativamente efímeros y, por lo tanto, siempre por
cuestionarse. Es claro que no me interesaba mínimamente construir
una “ciencia histórica dura”. Mi modelo no eran las ciencias físicas o
naturales de la época.3 Al contrario, más bien la Historia me parecía una
poética social con la cual las comunidades humanas intentaban cons-
truir consensos identitarios y proponer posibles caminos, más o menos
fraternales, de convivencia para el futuro. Se entenderá mejor esa con-
cepción mía al saber que desde la infancia la historia ha sido siempre
mi pasión. Utilizar la palabra pasión significa también que mi afinidad
a la historia no se sostenía sobre una decisión racional o una apetencia
y curiosidad “científica”, sino más bien sobre el sentimiento de una pro-
funda falta y necesidad de pensar raíces identitarias propias.
Pero olvidémonos del ego de la historia y regresemos a la creación
de la carrera. De hecho, y a pesar de todo lo que acabo de decir, se
puede considerar que la reflexión teórica era el eje formativo de la ca-
rrera, aunque no apareciera ese concepto, sino que estaba reemplazado
por un área general de Historiografías. Con ello, pretendía sensibilizar
a los alumnos en la lógica de composición y argumentación, más que
en los simples referentes históricos presentados por los historiadores de
hoy o de ayer. Como la palabra historiografía lo indica, se trataba de po-
ner en el primer rango la reflexión sobre la grafía de la historia, es decir,
de la lógica y las posibilidades intelectuales y sociales de su escritura.
Supongo que todos ustedes conocen un poco o suficientemente
la obra de Michel de Certeau, La escritura de la historia,4 a partir de la
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Más bien, en mis lecturas había podido entender cómo ciertos principios de la física
cuántica, la más adelantada de la época, empezaba a abandonar el positivismo deci-
monónico y sus enunciados se volvían poéticos, lo que dejaba mucho espacio al azar.
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Esa obra de Certeau, L’Écriture de l’histoire, contenía el famoso texto titulado “La
operación historiográfica”, el cual fue el texto programático de los tres volúmenes pu-
blicados también por Gallimard en 1974, bajo el título Faire de l’histoire, que intentaba
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2. Historia y ficción
Aunque nos faltan muchos trabajos para armar una teoría general de
los géneros literarios, no faltan hoy personajes tramposos que preten-
den jugar sobre las fronteras –a veces tenues y mal delimitadas– entre
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Existen en internet muchas noticias de las producciones audiovisuales sobre Cor-
tés y la Conquista de América, ver por ejemplo Javier Bilbao, “Hernán Cortés en
la pantalla: Lo visto y lo que está por llegar”, donde el autor hace un recuento de
algunas películas antiguas y anuncia futuras superproducciones. Evidentemente, no
nos hacemos responsables ni estamos de acuerdo con algunos comentarios arcaicos
sobre la Conquista, de los cuales, como español, el autor no podía escapar. En 2015,
el rumor que hizo correr más tinta fue la cooperación de Spielberg con Javier Bardem
para una película sobre Cortés en la Conquista de México. Sin embargo, en 2016,
empezó la producción sobre el tema, la cual se presentó en la Cineteca Nacional con
el título, Hernán Cortés. Un hombre entre Dios y el Diablo, producida por la Operadora
del Sistema Universitario de Radio, Televisión y Cinematografía de la Universidad
de Guadalajara, tv unam y el Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexi-
cano, con el apoyo de Fundación unam y Fundación Miguel Alemán; es decir, por el
conjunto de instituciones oficiales, no es nada extraño que los consejeros “históricos”
hayan sido Miguel León-Portilla y Eduardo Matos Moctezuma, aunque se menciona
que también “aconsejó” Bernard Grunberg (cuyo nombre es estropeado, es decir, que
no contó mucho) para dar la ilusión de una pluralidad de voces. Todavía no hemos
visto esa producción, pero la colaboración de las instituciones y el aval de dos santones
universitarios, sólo puede augurar para nosotros algo mínimamente nuevo y en acuer-
do con la importancia de los 500 años de la destrucción de Tenochtitlán.
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Citado por François Hartog, “Introducción”, en Regímenes de historicidad.
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Casi en todas las tradiciones nacionales se encuentran grandes descubridores de tex-
tos antiguos, pero que jamás pueden presentar a la crítica, ya que, por una razón u otra,
han desaparecido. Estos son generalmente descubrimientos que tienden a construir o
apuntalar tradiciones nacionalistas como los famosos Cuentos de Ossian que el escocés
James Macpherson publicó a fines del siglo xviii.
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6. Prácticas historianas
Es claro que si abandonamos la idea de que la Historia mana de “la
fuente”, estamos autorizados para pedir al historiador que nos propon-
ga el camino de su investigación cómo pasó de la lectura documental
a la interpretación y después cómo confirmó con ésta la construcción
de un relato histórico. Es evidente que de esas exigencias mínimas la
forma misma del relato histórico saldría transformada.
Por ejemplo, es probable que el sentido de exposición de todo relato
histórico debiera ser invertido. Si todos estamos de acuerdo hoy que
la historia se escribe en presente, responde a las angustias y cuestiones
de ese presente, deberíamos intentar en la exposición partir de él para
adentrarnos, como un arqueólogo va excavando las diversas capas, hasta
llegar al horizonte escogido. Es probable que esta proposición de cons-
trucción de los relatos históricos chocara a muchos de los especialistas
y nuestros lectores, ya que están acostumbrados al clásico sentido de
exposición del relato histórico, que va de lo más lejano a lo más cercano.
Ya que, como lo hizo notar Roland Barthes,9 hace casi medio siglo, el
sentido de exposición del relato histórico es opuesto al movimiento
intelectual que le dio vida.
Una nueva relación con la idea de fuentes exigiría también el reco-
nocimiento a la modestia del acto historiográfico y, por lo tanto, del
historiógrafo, pero también, paradójicamente, proclamará la unicidad
de la creación de la interpretación en una lectura original y relativamen-
te única de las fuentes. Nadie puede hoy esconderse tras la Historia, sus
leyes, la ciencia, el progreso. El historiador tiene que presentarse sin tapu-
jos, tiene que saber que está desnudo y que deberá enfrentar, sin miedo ni
vergüenza, la mirada del mundo.
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Roland Barthes, “Le Discours de l’histoire.”
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Hartog, Croire en l’histoire, p. 10.
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Ídem. Cita de Pierre Larousse, Grand dicctionnaire universal du xixe siècle, p. 301.
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Hartog, Croire en l’histoire, p. 11.
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Nos recuerda que, por ejemplo, en el siglo ii a. C., fue la ambición del
Polibio en la apertura de su Historia Universal, pues ese griego admira-
dor de la potencia romana quiere explicar a sus contemporáneos cómo
Roma había logrado imponerse en el mundo Mediterráneo en unos
escasos siglos.
Es cierto que entre 1850 y 1950 ocurre lo que se ha podido llamar
La invención de lo social13 y, después, influenciados por las ciencias socio-
lógicas, fueron muchos los que buscaron las causas, las leyes o las inva-
riantes antropológicas, y quisieron mostrar regularidades construyendo
series, encontrando leyes, etc. Evidentemente, al mismo momento, otros
intelectuales desconfiaban de estos “pesados aparatejos”, ya que jamás
dejaron de “creer en los actores, en las acciones y en la contingencia: el
evento en su elemento, el gran hombre su sujeto preferido”.14
Ahora bien, para mostrarnos la radicalidad de Larousse y la evolu-
ción radical de la concepción de la naturaleza de la historia, nos contra-
pone el Discurso Preliminar de la Enciclopedia redactado por D’Alembert
en 1751, en el cual también intentó definir lo que pudiera ser la historia:
La Historia como tal se reporta a dios, encierra o la revelación o la tradi-
ción y se divide bajo estos dos puntos de vista en historia sagrada y en his-
toria eclesiástica. La historia del hombre tiene por objeto o sus acciones o
sus conocimientos; y es por consecuencia civil o literaria, es decir, se reparte
entre las grandes naciones y los grandes genios entre los reyes y la gente de
letras, entre los conquistadores y los filósofos. En fin, la historia de la natu-
raleza es la de las producciones innumerables que ahí se observan y forman
la cantidad de rama casi igual al número de estas diversas producciones.
Entre estas diferentes ramas debe ser colocada con distinción la historia
de las artes, que no es más que la historia de los usos que los hombres han
hecho de las producciones de la naturaleza, para satisfacer o su necesidad
o su curiosidad.15
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Donzelot, La invención de lo social.
14
Hartog, Croire en l’histoire, p. 12.
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Ídem.
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Hartog, Croire en l’histoire, p. 14. También podríamos llamar a colación una frase
que se dice que pronunció un día Fidel Castro: “La Historia me absolverá”.
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sobre historia y contra historia, por lo menos la que triunfaba en ese mo-
mento en la Sorbona y que encarnaba a sus ojos este trio infernal, re-
uniendo Ernesto Lavisse, Charles-Victor Langlois y Charles Seignobos,
los maestros de la historia metódica que persiguió de su vindicta y de sus
sarcasmos.18
Bibliografía
Barthes, Roland, “Le Discours de l’histoire”, en Social Science Informa-
tion, vol. 6, núm. 4, Paris, 1967, pp. 63-75. Disponible en: http://
journals.sagepub.com/doi/abs/10.1177/053901846700600404
Bilbao, Javier, “Hernán Cortés en la pantalla: lo visto y lo que está por
llegar”, 2015. Disponible en: http://www.jotdown.es/2015/04/her-
nan-cortes-en-la-pantalla-lo-visto-y-lo-que-esta-por-llegar/
Certeau, Michel de, L’Écriture de l’histoire, Paris, Gallimard, 1975.
Donzelot, Jacques, La invención de lo social, Argentina, Nueva Visión,
2007.
Harnecker, Marta, Los conceptos elementales del materialismo histórico,
México, Siglo XXI, 1984.
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