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Protocolo de lectura: “De la ejercitación”. Montaigne, M.

Rolando Reyes

El presente texto que tienes el placer de leer, busca sintetizar y explicar lo mejor
posible el contenido y finalidad del capítulo VI del libro dos de los ensayos de
Michel de Montaigne. Para esta labor el protocolo trabajara el texto
cronológicamente, citando algunos de los ejemplos y experiencias que el autor va
planteando a medida que éste avanza en su reflexión, esto con el objetivo, de
dilucidar como es que se lleva a cabo esta reflexión, teniendo en cuenta que el
autor siempre vuelve así mismo luego de los ejemplos para concretarla, y que está
tiene un sentido sumamente practico que podría enunciarse en: “Como mirarle la
cara a la muerte y no morir en el intento”.

En su principio el texto recalca la importancia de la experiencia y ejercicio cuando


se quiere afrontar algo, ya sea dolor, vergüenza, indigencia o demás “accidentes”
que en nuestra vida tengamos que vivir, este ejercicio y preparación se nos
ejemplifica con los filósofos de antaño, ellos quisieron ejercitar en estas
situaciones y voluntariamente optaron por dejar ciertas posesiones o partes de su
cuerpo para curtir adecuadamente la firmeza de su alma. Todo lo anterior se nos
menciona para mostrarnos que podemos prepararnos y practicar para afrontar
muchas cosas en esta vida y hacernos excelentes en el arte, pero, aunque por
medio de la práctica podamos ser maestros, todos siempre seremos aprendices
cuando queramos afrontar lo que hay en la culminación de esta vida, la muerte.
“Podemos, por costumbre y experiencia, fortalecernos contra el dolor, la
vergüenza, la indigencia y otros accidentes semejantes; mas por lo que
respecta a la muerte, sólo podemos probarla una vez; todos somos
aprendices cuando nos llega”. (Montaigne, 2010, p.51).

Luego de que se nos deja claro la nula oportunidad del ejercicio reiterado de la
muerte, el autor relata sobre la actitud que tuvo un noble romano al momento de
su ejecución, el noble concentro su atención en percibir algún movimiento del alma
y adquirir algún tipo de conocimiento para comunicar a sus amigos, dejándonos
ver que si hubieron algunos que quisieron ejercitar y reflexionar en la misma
muerte, pero que no pudieron volver a entregarnos esa experiencia y reflexión.
Seguido de esto Montaigne nos plantea que el dormir nos puede acercar un poco
a lo que entendemos por fallecer, y que al mismo tiempo, nos puede ayudar a
acostumbrarnos y perder el temor a la muerte, pues en este estado perdemos la
consciencia y se nos priva de toda acción y sentimiento, exponiéndonos de esta
manera, que el dormir puede ser una forma indirecta de ejercitar lo que sería el
morir; pero en contraste agrega, que las muertes súbitas no podrían considerarse
como experiencias con respecto a la muerte, debido a la falta de sensaciones que
estas ofrecen en su brevedad. Junto con las anteriores ideas, también suma, al
contar su experiencia con la enfermedad, plantea que tememos demasiado a
ciertas dolencias e enfermedades y nos compadecemos mucho de los que las
padecen, cuando en realidad estas no son tan atormentantes ni dolorosas, y que
al momento de vivirlas no se comparan a nuestros antiguos temores sobre ellas,
concluyendo que espera que en la muerte lo mismo le ocurra y todos sus
preparativos sean innecesarios, mas, tampoco tiene seguridad en esto.

“La gran caída”

El autor a continuación comienza a narrar una experiencia personal que tuvo


cercana a la muerte. Esta experiencia fue durante un paseo a caballo cerca de su
casa, que en resumidas cuentas, fue un accidente ecuestre donde Montaigne cayó
del caballo y quedo muy malherido, ante esto, los siervos que lo acompañaban lo
llevaron de vuelta a sus aposentos para atenderlo, aunque él estaba casi medio
muerto y desvanecido, logra sobrevivir, pero, sufre un dolor martirizante durante
los siguientes días debido al accidente.

De este hecho el escritor saca algunas reflexiones con respecto a la muerte,


podría decirse que la primera que postula es que la compasión con los
agonizantes es algo sin sentido, “Creo que aquellos a los que vemos
desfallecidos de debilidad en la agonía de la muerte hállanse en este mismo
estado; y considero que los compadecemos sin motivo, pensado que
grandes dolores los agitan o que penosos pensamientos les atormentan el
alma”. (Montaigne, 2010, p.56), esto lo sustenta relatando que cuando lo
transportaban a su hogar, ordeno que le dieran un caballo a su mujer, pero, no
recuerda haber estado totalmente consciente en ese momento ni menos haber
hecho esa consideración, dándole el protagonismo de esta acción a sus propios
sentidos, casi como un impulso natural ajeno a su razonamiento, también agrega,
que no sentía dolor ni aflicción por la caída ni tampoco cuando lo transportaban,
sino que una: “Languidez y debilidad extrema, sin dolor alguno”. (Montaigne,
2010, p.59).

La segunda reflexión la lleva a cabo luego de considerar y poner de ejemplo a los


prisioneros puestos bajo tortura, planteando que no puede imaginar una situación
más horripilante que estar consciente y padecer aflicción sin poder expresarla,
también relaciona las cortas respuestas que dan los torturados ante sus
martirizadores con los balbuceos al dormir, “Así nos ocurre en los balbuceos
del dormir, antes de que se haya apoderado totalmente de nosotros, el sentir
como en sueños lo que pasa a nuestro alrededor, y seguir las voces con
oído turbio e incierto que parece estar en los límites del alma; y damos
respuestas a las últimas palabras que nos han dicho, con más fortuna que
sentido”. (Montaigne, 2010, p.57).

Al final del texto el autor recalca que todo su escrito tiene énfasis y como principal
objeto de estudio su propia persona, defiende este método durante las últimas
páginas y señala que todo este relato tiene como fin el reflexionar sobre la muerte
y lograr una “lección” sobre ella para y sobre sí mismo.

A modo de conclusión de este protocolo, podemos rescatar de este texto su


sentido práctico y el estudiarse a sí mismo para temas tan complejos como lo es la
muerte misma, así también el no temerle, pues como se evidencia en el escrito, es
algo natural que tenemos que tener siempre presente y no olvidarla, pues aunque
no podamos ejercitarla para hacernos maestros en el arte de morir, siempre
podemos, “Rodear la fortaleza para conocer sus caminos” (Montaigne, 2010,
p.52).

Bibliografía:

Montaigne, M. (2010). Ensayos. Madrid: Cátedra.

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