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El misterio de Cristo, fue confiado por el mismo a quienes estuvieron cerca de él, a
sus apóstoles, y estos después de su muerte y resurrección, asistidos por el Espíritu
Santo y cumpliendo el mandato del Señor, se convirtieron en los testigos que
anunciaron a todo el mundo la realidad del reino de Dios manifestada en Cristo Jesús.
Este anuncio apostólico, cuyo contenido es la Revelación misma, tiene como única
fuente el misterio de Cristo y fue trasmitida en primer lugar por la tradición
apostólica concretándose luego en las escrituras inspiradas y en las tradiciones no
escritas que contienen el depósito de la Palabra de Dios y como tales son
aceptadas y veneradas con igual respeto por la comunidad creyente (la Iglesia).
Este nuevo pueblo de Dios, en quienes participan de diversa manera sus
miembros, como comunidad escatológica (peregrina) está guiada por quienes han
recibido la tarea de desempeñar el ministerio apostólico (El magisterio episcopal) con
la asistencia constante del Espíritu Santo conservando, protegiendo contra todo error,
interpretando y exponiendo el único depósito Revelado a los hombres de todos los
tiempos y de todas las edades.
TEMA 2: Dios Uno y Trino
La revelación cristiana además nos hace entender, dentro de la unidad del misterio
de salvación, que la obra de la creación tuvo desde el principio un carácter trinitario.
Todo procede del Padre, por medio del Hijo en el Espíritu Santo. Como lo afirma el
Nuevo testamento, el misterio de la creación alcanza su Pléroma en la encarnación.
Esto es así porque el proyecto salvífico de Dios sobre todo el creado tiende, en el
ámbito de la dinámica del amor eterno, a la recapitulación de todas las cosas en
Cristo, quien es imagen del Dios invisible y a la vez, el primogénito de toda la
creación…(Ef 1, 3ss;Col 1,12ss).
Somos justificados sin lugar a dudas objetivamente por Jesucristo, verdadero Dios y
verdadero hombre. El amor de Dios manifestado en Él ha alcanzado para nosotros
sin ningún merecimiento el don gratuito de la filiación divina, participándonos de esta
manera su naturaleza Divina, elevando nuestras capacidades naturales nos posibilita
realizar obras meritorias, predisponen nuestro ser al recibimiento de las virtudes
teologales, de los dones del Espíritu Santo y de todos los auxilios que permiten al
hombre dar una respuesta a la vocación sobrenatural a la que ha sido llamados, que
se concreta en la participación desde ya del estado de comunión de vida y amor con
Dios. La Gracia creada es por tanto el resultado de la habitación de la Santísima
Trinidad en nosotros, don gratuito, inmerecido, que nos abre las puertas del paraíso
y nos prepara, si estamos dispuestos siempre con el auxilio divino a conservarla,
cultivarla, fomentarla, alimentarla y defenderla, a participar en la suerte de los
bienaventurados que encontrarán al final de los tiempos su morada preparada en el
reino de los cielos.
Tema 13: Escatología
La razón lógica nos hace deducir que lo que es contingente y está en el tiempo
tiene un principio y como tal tendrá también un final. La realidad el cosmos,
todo lo que somos, nuestro pasado y nuestro presente como cristianos no tendría
sentido si las fuerzas del amor y la victoria de Cristo no fuera la última palabra
sobre los acontecimientos de la historia.
La venida del Hijo de Dios en la Carne inauguró una nueva economía que, según la
fe, tendrá su culmen y aspecto mas relevante en el momento de la victoria final de
Cristo. El mismo Cristo que vino, murió, y resucitó por nosotros y nuestra salvación
volverá de nuevo con poder y gloria, para manifestar sin ningún velo a los hombres
su juicio sobre la historia y sobre la humanidad. Mientras llega ese momento,
vivimos el tiempo de la Iglesia, el pueblo de Dios peregrino en la tierra que camina
hacia la plenitud en espera constante de la venida gloriosa de nuestro Señor. La
Parusía (literalmente: presencia, estar presente, llegar) de nuestro Señor Jesucristo
será el momento definitivo de la victoria de Dios sobre el mal, y de la participación
de “los que son de Cristo” de la plenitud misma de su gloria.
Esta segunda venida de Cristo, que revelará a los hombres el sentido de la historia y
los juzgará en el amor, será al momento que Dios tenga destinado en el ámbito de
su plan universal de salvación. Sin embargo, es claro que ciertas realidades sobre ese
momento nos han sido reveladas por el mismo Dios. Tal es el caso de la resurrección
final de los muertos y el juicio final. Todos los hombres participaremos al final de
los tiempos de la victoria de Cristo sobre la muerte. Será una resurrección en la
carne, tal como fue la de Cristo, primogénito entre los resucitados. El Juicio final, será
el juicio definitivo de los hombres y de la historia: será el triunfo de la justicia y de
la misericordia Divinas.
La Bioética es una nueva ciencia que trata de dar respuesta objetivamente cierta a
los problemas que tienen que ver en ámbito médico y social a la generación,
conservación y fin de la vida humana. La persona humana en la antropología
cristiana no es un complejo de células, ni un organismo independientemente separado
de una dimensión espiritual. No es tampoco solamente espíritu. La Persona humana
posee una dignidad intrínseca, no reductible a factores de limitación internos ni a
juicios de valoración externos. Es una realidad totalizante, que entra en relación con el
mundo y con el ambiente a través de su cuerpo, pero con una vocación y apertura
ontológica que se supera los límites del tiempo y del espacio. Esa dignidad personal
es de por si inviolable, y por tanto debe ser conservada de todo tipo de violencia que
atente contra la grandeza del ser humano.
El ser humano solo existe como hombre y mujer. La identidad personal de cada uno de
nosotros esta determinada por dos modos distintos de ser, masculino y femenino, que
impresos en la naturaleza sexuada del ser humano, se muestran complementarios el
uno al otro en una dinámica relacional que comprende no solo el aspecto biológico
y fisiológico, sino también el psíquico y espiritual. Es decir, el ser humano, que
existe en lo concreto como hombre o como mujer, está determinado por un modo
específico de relacionarse: su cuerpo, su psicología, el modo como recibe los
estímulos y manifiesta su genio y sus sentimientos son elementos que comprenden
una identidad sexuada impresa en la naturaleza de cada individuo.
Desde esta perspectiva, el ser humano es un ser en relación, con Dios, en primer lugar,
y con los otros. De manera particular, el designio creador determino una particular
relación de complementariedad entre el hombre y la mujer. Es una complementariedad
que no se reduce al plano físico, aunque este sea evidente y necesario, sino que se
adentra en la dinámica profunda de la manifestación del amor. El ser humano, es un
ser para el amor, su corporalidad (que no es algo externo como una pertenencia, sino
parte de sí mismo), tiene por así decirlo, en palabras de Juan Pablo II, un carácter
esponsal.
El sacramento del matrimonio, como unión irrevocable entre un hombre y una mujer
en el amor recíproco, es el lugar propio en donde se ejercen justamente los actos
propios de la vida conyugal. Esto es así por el hecho de que es en el contexto
matrimonial en donde de manera especial, responsable y maduramente seria se da
una elevación sobrenatural del amor humano al ámbito de la alianza de Cristo y su
Iglesia. Es el contexto que exige la donación recíproca del uno al otro, en la totalidad
de sus dimensiones corporales, psíquicas y espirituales, de manera constante y de por
vida. Y es también un amor que por su naturaleza intrínseca es fecundo y está abierto
a la vida.
Cualquier uso de la facultad sexual fuera de los límites del matrimonio y puesta al
servicio de una finalidad de orden distinto a aquel de la vida unitiva, de
complementariedad, reciprocidad y fecundidad, es intrínsecamente desordenado.
Tema 16: Doctrina Social de la Iglesia
Ahora bien, para que este hombre inmerso en el mundo llegue a una realización de
todas sus potencialidades, necesita de los otros. Toda comunidad necesita de un
orden social que sea regulado desde el interno favoreciendo a los individuos en
cuanto la satisfacción de sus necesidades físicas, psíquicas y, aún, espirituales. La
virtud de la Justicia, que presupone la alteridad, indica precisamente el principio de
ser un hábito, según el cual uno, con constante y perfecta voluntad da a cada cual su
derecho. En este sentido, el término de justicia es uno de los pilares básicos que
permiten hacer un discurso sobre el compromiso social de los individuos de favorecer
el bien común de la sociedad (Justicia legal), de la sociedad con relación a los
individuos ( Justicia distributiva), y de los individuos entre si (justicia conmutativa).
El Bien Común es otro término clave para entender la reflexión de la doctrina social de
la Iglesia. Este es entendido como el conjunto de condiciones sociales que permiten
a los grupos y a las personas en singular alcanzar la propia perfección de manera
mas plena (GS 26). Como verdadero bien, busca la perfección del hombre, lo que por
su naturaleza excluye todo tipo de apropiación exclusivista. Es un bien para
nosotros, por un lado no es para unos pocos, y por otro, no está encaminado a
satisfacer uniformente las necesidades generales de los individuos sin tener en cuenta
sus particulares. Fundado en el respeto de la persona humana en cuanto tal, debe
ser favorecido por el orden jurídico de las sociedades, en orden a la tutelación y
defensa de los derechos (que deben estar en orden a lo que verdaderamente
perfecciona al hombre) de cada individuo en particular.
Ahora bien, a cada individuo, se le debe garantizar su existir y su ser persona con
dignidad. La función de los derechos obedece a este fin. Se tiene derecho a aquellos
bienes que le garanticen al ser humano su verdadero perfeccionamiento y la
realización de su vocación en el plano temporal y eterno.
Otros temas que han ocupado la reflexión de la doctrina social de la Iglesia, además de
los mencionados, son el trabajo, la libertad religiosa, la propiedad privada y el destino
universal de los bienes, el amor preferencial por los pobres, política, democracia, en
fin, todos aquellos asuntos temporales que necesiten ser iluminados por la luz de la
verdad que no es otra que la del evangelio.