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PROYECTO DE BIOESTADÍSTICA I

Esta narración construida a partir de los personajes de la obra de Gabriel García Márquez, “Cien
años de Soledad”, contiene relatos de algunos personajes en los que se incluyen datos clínicos. Estos
serán el punto de partida para la realización de estudios epidemiológicos, en los que se aplicarán
los métodos estadísticos revisados durante el curso de Bioestadística I.
Los estudiantes desde la segunda semana harán un seguimiento de la historia y serán capaces de
extraer la información relevante de acuerdo a su campo del conocimiento en Ciencias de la Salud.
Al final del curso, entregarán un informe y elaborarán un poster, que será presentado y sustentado
a sus compañeros, dando a conocer la problemática de Macondo en su campo de trabajo.

NARRACIONES DE LA HISTORIA DE MACONDO

Autora:
MARIA CRISTINA SARMIENTO RUBIANO
Docente Bioestadística I.

En los tiempos de García Márquez escritor colombiano famoso por su estilo de contar historias, bien
fueran reales e inventadas, nos heredó cuentos y novelas en las que presenta de manera muy
particular su familia y su región Caribe. Narraciones en las que recuerda la riqueza cultural de los
pueblos bendecidos por las aguas del Rio Magdalena y sus afluentes. Esta composición muestra
algunos de sus personajes más icónicos y sus experiencias más sentidas.

Nos traslada de un punto a otro de Macondo, sin tiempos ni fechas establecidos, sin una secuencia
clara de cuando sucedió cada evento, simplemente nos recuerda las pasiones y las contradicciones
de algunos de sus protagonistas en un medio discordante y lleno de locura.

Dentro de tantas preocupaciones que aquejaron a don Aureliano Buendía con el paso de los años,
bien fuera en sus tierras, o en las haciendas y pequeños caseríos que rodean y entretejen toda la
alegría y la desdicha de los hombres y mujeres que tuvieron el privilegio de ser parte de su vida.
Hoy nos deleitamos con algunos de sus secretos familiares, de los tesoros representados en los hijos
que nacieron o en los que no pudieron nacer y fueron interrumpidos en su camino, no porque no lo
merecieran, sino porque iban a convertirse en la vergüenza de la familia del patrón…… ¿Qué van a
decir las gentes cuando sepan que preñaste a la hija de la cocinera o del jardinero? .....
Pues bien, han pasado unas cuantas fiestas de semana santa para cuando estos hechos sucedieron,
lo que queda claro, y bien claro para todos, es que no hay secreto entre el cielo y el infierno, y por
venganza de los dioses, o porque los malos comportamientos de los hijos de Adán lo han merecido,
algunas de las gentes se han mostrado enfermas y han tenido que ir a sacudir sus miserias en los
oídos del señor boticario o del médico del pueblo que posee más secretos que el cura de la capilla
mayor.
Comencemos con doña Úrsula Iguarán, prima y esposa del patriarca José Arcadio Buendía, que en
sus tiernos 20 años pierde 4 dientes con todo y los demonios que vio antes de perderlos. Dicen que
el dolor fue brutal, y que cuando el dentista del pueblo vecino le curo sus 4 caries, el pueblo
descanso de sus gritos noctámbulos y de los amaneceres trágicos en medio de yerbas y bebedizos.

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Ella tiene 3 recuerdos vivos de sus noches de amor y de pasión con su marido, tantas como pudo
disfrutar, siempre y cuando él no estuviera luchando en sus aventuras con la alquimia y la mecánica.
Cuentan las malas lenguas que en sus entrañas se guardaban los recuerdos de dos angelitos que no
quisieron nacer y que en aquella época se ocultaba celosamente esta información, por vergüenza,
o por temor a creer que la familia estaba maldita por ese suceso. Pero como el tiempo pasa factura,
más allá de sus primaveras, cuando esta próximo el invierno de su vida, llega a ponerse tan flaca y
desgalamida, que una de las doctoras que visito Macondo dijo que su IMC era de 18, ve tú a saber
qué era eso, quizá un mal espíritu que la rondaba, como también que padecía de depresión y
ansiedad y que fue atendida uno de los tantos días en que un brillante “loquero” visito el pueblo.

Qué decir del niño José Arcadio, como le llamaba la servidumbre en la hacienda al primer hijo de
Úrsula. En medio de sus amores escondidos con Pilar Ternera, una mujer mucho mayor que él,
recuerda que, en sus noches de huida de la cama equivocada, perdió 2 dientes por encontrarse con
diablillos en forma de roca, que en cada caída le recordaban su atrevimiento. Él, después de muchos
años de aventura y de recorrer el mundo, vuelve con 4 dientes de oro de la raíz a la punta y contado
por el mismo… son parte de sus trofeos casi perdidos, que, gracias al encuentro con los amos del
conocimiento de la boca, pudo recuperar y hoy luce con orgullo.
Esa vida que llevo con los gitanos, sin una ducha diaria y sin aseo en los dientes como dios lo manda,
le dejo 6 días de duelo con su ser, 6 días en los que maldijo al verdugo de bata blanca que le dejo
como nuevos esos dientes llenos de puntos amarillos y negros.
Como el tiempo es el mejor remedio, todo vuelve a la calma después de sus escándalos con aquella
mujer llamada Rebeca, y ahora no le queda más remedio que dedicarse al trabajo. Esto lo hace de
tal manera, que se olvida de sí mismo y como una maldición vuelve el demonio a sus entrañas,
perdiendo una vez más, dos de los tesoros blancos que dios nos ha puesto para masticar las delicias
de la carne y los frutos de la tierra.
Nada de raro sería que todo esto pasara, si los curiosos de las riberas del pueblo cuentan que cuando
regreso era tan gordo y seboso, que el canoso y huraño de bata blanca que nos dice si estamos mal
o no, le informo que su IMC era de 45, sabrán los mil demonios que era eso. Tanto se asustó que
fue 5 veces en el mismo día, y las mismas cinco quedaron registradas en el libro de visitas médicas.
Y todos pasamos por las manos de las batas blancas, eso dizque buscando quienes teníamos
problemas o estábamos locos, lo que nunca se cuenta, es que muchos acabaron de enloquecer con
sus yerbas y sus medicinas extranjeras.

Ni que decir del Coronel Aureliano Buendía, aquí la historia se divide en muchas partes, sus batallas,
sus guerras infinitas y sus historias épicas de héroes que cabalgan por sabanas y campos de guerra
ensangrentados. Todo esto se cuenta con tal estupor y sin medida, que, en 6 caídas de su caballo
pierde dolorosamente 2 muelas… así serían de trágicos los golpes.
Más allá de sus batallas fuera, eran más gloriosas sus batallas dentro, allí en su cabeza donde sueña
con un continente libre de aquellos gobiernos conservadores. Tanto fue su empeño en pensar en
soluciones, que termino por ir 3 veces de un mismo día a la consulta del loquero, el mismo loquero
que fue muchas veces a atender la gente de Macondo y que termino diciéndole que si no controlaba
su ansiedad, iba a terminar igual de loco a los que perseguía.
Pero tanta lucha cobra parte de la vida y eso lo vio representado en 6 idas al dentista en las que
tuvieron que amarrarle de pies y manos para salvar 8 dientes y evitar perder 1 que ya estaba a punto
de sellar su destino fuera de su boca.
Al final de sus días termina flaco y sin ganas de vivir, con la frustración en el entrecejo y seis visitas
en un mismo día, todas debidamente registradas, pidiendo al cuidador de los ojos, que le diera unas
antiparras que le hicieran ver las cosas más grandes, porque esas letras que hacían los periódicos

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eran tan insignificantes, que casi parecía que se robaban las noticias. Todas esas penas fueron
suficientes para que el famoso IMS le bajara a 32, todavía no sabemos ¿32 que?, pero eso dijo el
que decía saberlo todo.

Macondo es tierra de vírgenes y demonios de caras hermosas, ya decían los viejos que, en las riberas
del Magdalena, las mujeres de la vida fácil se llevaban a los hombres jóvenes y los devolvían
maltrechos con olor a licor, bien revolcados de tierra y lodo en las sabanas de las tierras sembradas.
No fue así la historia de Amaranta, una mujer que por miedo al amor nunca dio su brazo a torcer ni
su tesoro escondido, con una vida llena de amoríos frustrados y enamorada del amor, fue tan pulcra
consigo misma que nunca tuvo un diente amarillo siquiera, escribió en el libro de consultas el sabio
de los dientes, que nunca había visto una boca tan pulcra. Lo mismo dijo la partera del pueblo, que
a todas las mujeres les recibió hijos y que Amaranta nunca le dio el gusto de recibirle un hijo. Pero
como el diablo es puerco, la pobre Amaranta de tanto desvivirse por los demás, padeció de
estrabismo y tres veces visito al médico de los ojos, para que en un mismo día le dijera tres veces
que era lo que ella tenía. Tan desvalida y triste se vio tantas veces, que el IMC le quedo en 16 y era
una más de la lista de aquellas tres letras que nadie supo nunca que eran. Además de las veces que
fue atendida por el loquero, en un solo día le dijo 4 veces que tenía depresión y a los ocho días en
un mismo domingo triste y de tormenta, en el que el loquero no sabría si tendría pacientes,
nuevamente Amaranta fue 4 veces para escuchar que su problema era la ansiedad. Ya no quedan
en el pueblo aquellos jardines de plantas medicinales que conservaba en las afueras de su casa, ella
los acabo con tanta poción y tanto brebaje para su mal del amor.

Nada más triste que la historia de Rebeca, una pobre huérfana que padeció de males en el cuerpo
y en el alma, comía tierra y cal de las paredes. Muchas veces parecía un engendro, en las noches se
ocultaba para satisfacer estos dos vicios, que quizá, le daban momentos de desahogo a sus penas
del corazón y su desnutrición. Las consecuencias no se hicieron esperar y a causa de estos placeres
tan poco apetecibles, perdió los 3 dientes que se veían ausentes cuando sonreía, ¡¡ no solo eso…!!
El sabio de los dientes tuvo que atarla de pies y manos para salvar los dos dientes que le quedaban
al sonreír y curarle 5 más que apenas dejaban huellas en su frágil estructura; y todo por aquellos
mordiscos despiadados contra los muros de la hacienda.
Las malas lenguas dicen que cuando desaparecía se estaba ahogando en su dolor, porque nunca sus
entrañas fueron capaces de darle un nuevo ser. Cuentan que la partera paso dos veces a través de
sus jardines, con una lámpara y sus instrumentos para menesteres poco católicos, en medio de la
profunda oscuridad de la noche. Eso paso porque le aseguraban que los dos hijos que alguna vez
estuvo esperando, eran hijos del pecado, por sus andanzas y su poca moral, y que eso... ¡¡ la vida se
lo iba a cobrar!! Y bien que se lo cobraba, porque en cada vez, al día siguiente su sirvienta corría de
un lado a otro buscando yerbas medicinales para las hemorragias de su patrona.
Pobre Rebeca, su niñez y su vida adulta no dejan buenas historias, por poco enloquece al médico de
los ojos, cuando llegaron instrumentos de la capital para ver de qué se enferma uno cuando no ve
bien. Rosenda la del centro de salud cuenta que el día que se estrenaron esos aparatos nuevos,
Rebeca fue 3 veces en el día porque creyó que de tanto hacerle pruebas, sus ojos verían más grandes
los diminutos números que escribían en los periódicos. Después de su última desaparición, muchos
años después, estaba irreconocible, su IMC fue de 15, y el loquero dijo que los últimos días que él
estuvo en el pueblo, ella fue un día tres veces con ataques de ansiedad, otro día la llevo dos veces
al boticario para buscar algo para su depresión y el ultimo día, lo visito en la mañana, al medio día y
en la tarde, porque pensaba que no iba a poder con tanto desespero.

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El coronel Aureliano Buendía no podía ser menos, por aquellos tiempos las mujeres jóvenes eran
enviadas con elixir de amor a devolver la paz y la tranquilidad a los soldados, a cambio, ellos daban
la oportunidad a estas hermosas doncellas, de ser las portadoras de semillas de buena calidad que
traerían al mundo soldados fuertes para mejorar la estirpe. Una noche bastaba para lograr su
cometido, y así, por los azares de la vida y del placer, 17 nuevos hijos serían bautizados por la vieja
Úrsula, con el estigma de que llevarían por nombre Aureliano y tendrán el apellido de sus madres,
17 varones que seguirían la tradición y algunos pagarían con su vida la osadía de llevar el nombre
de Aureliano. Pero no solo eso les depararía el destino, serían también los primeros en ir al centro
de salud recién llegado, en ser los conejillos de indias que probarían los saberes de sabios diferentes
a Rosendo el boticario, y a Gerundio el curandero que ha pasado sus conocimientos de generación
en generación.
Cuentan las gentes que en el pueblo fue carnaval cuando los médicos de los dientes, de los ojos y
de los males del cuerpo, llegaron con sus inventos a sacarnos el alma de nuestro ser, a decir que
tenían que sacarnos la esencia de la vida con agujas para decirnos de que males padecemos, como
si fueran pocos los males de este pueblo y como si Gerundio y Rosendo no supieran nuestras
historias y nuestros secretos. Llegada la noche ya el carnaval había terminado y cada quien con sus
pancartas y con las heridas de las riñas del día, fue desapareciendo como sombra en la noche
dejando tras de sí, una estela de olor nauseabundo a licor y amoríos mal habidos.
Días después nos trajeron unas hojas escritas por lado y lado con números y números y letras
pequeñas que nadie logro entender. Allí quedaba consignada la vida de los 17 Aurelianos, los
conejillos de indias de la llegada de los nuevos curanderos de bata blanca. Decían que el primer
número era el azúcar, que el segundo una cosa que llaman Triglicéridos, o algo así y que el último el
ácido úrico, y que además estaban en los tres las letras mg/dl. Hasta el día de hoy nunca nos
explicaron que era esto. 1)67, 78, 1,2; 2)73, 92, 1,8; 3)69, 85, 1,2; 4)102, 98, 1,7; 5)95, 79, 2,1;
6)89, 95, 1,5; 7)106, 103, 2,8; 8)100, 110, 1,9; 9)85, 89, 1,7; 10)140, 130, 3,1; 11)198, 109, 2,
9.
Pero allí no termino la historia más sonada del pueblo por muchos años, los sabios de los dientes
dieron su veredicto y los 17 Aurelianos deberían asistir en ceremonia a la observación profunda de
sus alientos malolientes y perversos con resultados casi inimaginables: el primero en 3 dientes, el
segundo en 2 dientes, el tercero en 4 dientes, el cuarto en 3 dientes, el quinto en 1 dientes, otro en
4 dientes, uno más en 2 dientes, y el último no tuvo recuerdos de sus batallas en los dientes, estas
eran manifiestas en manchas negras y a veces un poco dolorosas. Tres de ellos tenían 2,3, y 4 muelas
por ser recuperadas de su dolorosa agonía y para ello el de bata blanca usaba unos artilugios
bastante extraños y delgados; por último, cinco de ellos definitivamente habían perdido 2, 2, 2, 3, y
3 de estas valiosas piezas blancas en sus batallas con la vida. Se recuerda también que aquel dueño
de los dientes, decía que uno de los Aurelianos no había perdido ni una de estas valiosas joyas.
Pero como nada es eterno, los ojos también habían sido presa del tiempo y dos de los Aurelianos
atendidos el primer día, veían mejor cuando los barcos venían de lejos en el Magdalena, al igual que
otros cinco que fueron atendidos en alguno de esos tantos días. Pero cuatro días fueron suficientes
para saber porque algunos de los Aurelianos pareciese que tuvieran la facultad de mirar a dos
puntos distintos a la vez, un día lo comprobaron en 4 de ellos, al tercer día en otros 4 y el penúltimo
día en dos de ellos. Por suerte uno de los Aurelianos no padecía de este misterioso mal, suerte
porque fue el único atendido en ese último día de las batas blancas.
El misterio de los IMC nunca se aclaró, lo cierto fue que a los Aurelianos les dijeron que tenían estos
puntos 42, 50, 26, 25, 22, 26, 27, 23, 45, 28. Vaya usted a saber si tener muchos o tener pocos era
lo mejor para los males del cuerpo.
Después de tantas penurias y un padre ausente, además de la ignominia de tener 16 hermanos
llamados Aurelianos, todos con el mismo padre y sin explicación ninguna, era de esperarse que los

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males del alma hicieran su aparición en forma de depresión y así fueron atendidos en diferentes
días los Aurelianos, cada uno de esos días el loquero dio su veredicto de depresivos a 4, 3, 4, 2, 3, 2,
de todos ellos, y otros tres días dijo que 4, 6 y 7, tenían muchas preocupaciones y necesitaban
calmarse.

Los tiempos transcurrían en Macondo como también los nuevos frutos de amores prohibidos o
vistos con recelo por Úrsula, la matriarca de la familia Buendía. Ella siempre vio mal los amores de
su primer hijo José Arcadio, con Pilar Ternera, una mujer mayor que él y con experiencia en cuestión
de amores. Y para no romper el estilo aventurero de los hombres de esta familia, José Arcadio hijo
embarazó a Pilar y se marchó, su fruto se llamaría Arcadio. En esos vaivenes que tiene el destino
este varón sería aceptado como un Buendía ¡¡como lo manda la ley de Dios!! decía el patriarca en
una de sus tantas discusiones con Úrsula. Y este hijo del infortunio jamás sabrá la verdad de sus
orígenes.
Años después se convierte en un impulsivo profesor de escuela y convencido de que ha nacido para
grandes cosas, ayuda a los padres de un estudiante con retraso mental. Estos padres nacieron el
siglo pasado y presos de sus últimas pasiones tienen este hijo cuando su padre tiene el azúcar en 95
y los triglicéridos, o como se llamen, en 101, y un examen que en el hombre era de 2,4 y en su madre
de 3,6, que además le tenía desesperada por los dolores del dedo más gordo del pie, sobre todo en
épocas en que aumentaban los manjares de puerco y las grandes bacanales de licor y de comidas
grasientas. Además, ella, la madre del retrasado mental, cuentan las vecinas que tenía muy dulce su
sangre, con 160 puntos y 140 en los triglicéridos. Ve tú a saber si aquellos puntos eran el resultado
de tanto bebedizo de su juventud, para atraer a sus brazos a los hombres de la región.
Este profesor en un tiempo de su escandalosa vida asume el liderazgo de Macondo, cuando el
coronel Aureliano Buendía se marcha y le encomienda esta misión, por eso y creyendo tener la
solución para todos, trae médicos de la capital, pero eso sí, el será el primero en ser atendido como
lo manda la ley. Es allí cuando descubren que el hedor de su aliento venía de 3 muelas que perdió y
dos que alcanzaron a ser rescatadas bajo gritos de dolor y agujas diminutas, y todo bajo amenazas
de muerte a estos pobres sabios de la ciencia de los dientes.
Corrían por aquellos tiempos los rumores de guerra de conservadores y liberales por estas tierras y
en esas luchas que confunden enemigos y amantes, se consumaron encuentros que dieron
resultados 9 meses después, en 2 mujeres atendidas un viernes santo, otras 3 en una noche de
carnaval y la última, una semana después de la muerte del bobo del pueblo. Pero como el pecado
acobarda, se rumora que las muchachas que venían a atender a los soldados de aquel nuevo
dictador, terminaron en abortos, una en un lunes de lluvia torrencial, otras 3 en noche de domingo,
2 un lunes a la madrugada y las dos últimas, una en viernes y la otra en jueves, la semana siguiente
a las fiestas del pueblo de enseguida.
En otro de esos años de profesor con ansias de mejorar su pueblo, lleva a los niños, unos más
crecidos que otros, y unos más retrasados que otros, dicen que, por las culpas de sus padres, porque
son hermanos o primos, y eso lo pagan los inocentes. Pero los aparatos nuevos de aquellos de bata
blanca, los iban a atender como debe ser. Es así como estos niños se acercan y se alejan de la pizarra
como angelitos que buscan la luz. En un día se atienden 2, al siguiente día 7, el que sigue 5 y el último
de esa semana 6, y todos…todos, dicen que las letras eran invisibles y de repente, con el vidrio
nuevo, ahora parecen haber crecido sin control.
Pero la vida es impredecible y una semana después, los dioses cambian de rumbo los males de las
criaturas, y un lunes 4, al martes 5, el miércoles 3, el jueves 6, al viernes 3, y el sábado 4, y cada
quien decía que la vida se veía muy lejos y de pronto, con los aparatos nuevos, parece que las cosas
por fin eran alcanzables. Ya cansados de tanto médico los últimos parece que no se ponen de
acuerdo a donde mirar, eran los que más se notaban y los que hacían reír al viejo de la venta de pan,

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porque no sabías si te miraban, o si miraban la caja de donde escapaba el aroma a pan caliente. La
semana empezó el domingo con 3, el lunes 5, el martes 2, y el jueves 3, el miércoles no se trabajó
porque era el día de la cruz de mayo. Y estos últimos, los pobres, aguantaban hambre, o comían
hasta reventar, porque se dice que no veían bien el plato, miraban dos platos a la vez, uno para un
lado y otro para el otro, cosas del demonio, decía la vieja Antonia en la botica.
Por eso los llevaron a los curanderos, porque eran gordos o muy flacos y los de bata blanca dijeron
que con los números nuevos del IMC se podría saber si estaban mal o peor, y esos números fueron
36, 22, 38, 18, 42, y 39, pero continuamos sin saber esas letras para que sirven.

Por último y para completar las desgracias de estos pobres desarrapados, sin madres bien
aposentadas y padres poco conocidos por sus labores en casa, son llevados al loquero, y este con
sus sabios veredictos acuerda con puño y letra que un día atendió 3, otro día 4, el siguiente día 2, y
el último de la semana 5, con lo que llaman ansiedad. Pero a la semana siguiente 4 el lunes, 3 el
martes, y 5 el jueves, fueron bautizados con el nombre de depresión, mientras que los últimos, el
sábado 4, el domingo 5, el lunes 3 y el último día del mes 4, fueron agobiados por la preocupación
de no aprender a leer, aunque pasaban las horas pegados a las hojas amarillentas y desgastadas de
una cartilla, en la que apenas se distinguían los colores. Y el tirano Arcadio, que era en lo que se
había convertido, deja sus días de líder y de maestro de escuela, fusilado por el capitán Roque
Carnicero, en los días en que el régimen conservador asume el poder de Macondo.

En esta familia de excesos y desastres, el nombre de José Arcadio, está condenado a repetirse
generación tras generación. Ya en la quinta generación cuando han pasado muchas temporadas de
lluvia y épocas de secano en esta tierra de dios; este Arcadio, con la personalidad de los anteriores
y con los excesos que le deja un tesoro descubierto en su casa después de dar vueltas y querer ser
cura, eso sí, solo por la sotana, porque por lo demás era el mismo demonio suelto. Sus aventuras
sexuales con niños y mayores no eran secreto en el pueblo, y en poco tiempo la partera tendría
conocimiento por sus propios ojos de estos excesos... en tres meses, la pobre no descanso de
atender cesáreas, porque los tiempos han cambiado y los adelantos de la ciencia ya están a pocos
kilómetros de Macondo, donde llegan las parturientas con gritos de dolor y llanto, ella cuenta con
asombro que hubo días en los que atendió 3, 5, 3, 4, 1, 2, 6, 5, y hasta 4 mujeres por día, y que al
cual más gritaban todas el mismo nombre, el del padre de su hijo,….¡¡ que desvergüenza para los
Buendía !!.
Pero no es solo eso, desfilaban como hijas de la noche, las sombras de mujeres ya preñadas que,
para ocultar su falta de pudor en días anteriores, tocaban a las puertas de Josefina, una mujer de
pocos escrúpulos que había estudiado unos meses en la capital y se presumía partera, para de una
vez por todas, ocultar la falta de respeto de estas doncellas por su cuerpo, ahora revolcado y
enlodado en los placeres de los patios traseros de los Buendía, y todo por culpa del mismo José
Arcadio, el mismo de la quinta generación.
La Josefina muy descarada contaba, que en dos semanas atendió en una noche 2, la siguiente 1, y a
la semana siguiente 2, y ese fin de semana 3, el domingo 1, y el último domingo 2, sin saber que tan
pecadoras eran ellas por busconas, como ella misma por permitir tanto desafuero, sacando de sus
vientres el producto de una noche de licor y lujuria.
Pero como el demonio no se queda quieto, algunos de los hijos de estas gentes padecerían del mal
de los ojos desobedientes, que miran para dos partes a la vez, quizá una para dios y otra para el
diablo. Se cuenta que cuando atendían los niños que educaba el profesor, también llegaron 5 niños
una tarde, no mayores de 6 años, y al siguiente 3 mayorcitos de 7 años, y al sábado de esa semana
3, como si este número fuera de mal agüero, y después 4, y al día siguiente 2, y 1 a la mañana

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después y por último 4, y cada quién con un ojo más desobediente que el otro, que maldición para
estas pobres criaturas.
Ese último mes y aprovechando que en los días de mercado los médicos trabajaban y terminaban
agotados de tanto enfermo y tanta miseria humana, les contaron el IMC a estos niños, porque
parecía que no acababan de crecer, o que crecían mucho, así que hecha la faraónica tarea de
tenerlos quietos, los famosos números dieron 19, 27, 34, 41, 14, 37 y 41. Era tanta la desidia de
estas madres, que sin querer habían llegado a tener que cumplir una de las tareas más difíciles de
ser mujer. Fueron estos hijos no queridos y a veces ignorados, con el propósito de que escaparan y
se perdiera para siempre el lastre de José Arcadio y sus excesos. Cuentan que en un día de mercado
se atendieron 3, y al día siguiente 4, con el mal de la ansiedad, y ese fin de semana 4, y 2 más el
lunes, acusados de la famosa depresión, ¡¡pero si son unos niños!! gritaba Lucinda la enfermera del
pueblo, ¡¡si apenas son unas criaturas indefensas!!, y sí, ya con males en el alma y en el cuerpo.
Pero en la vida todo se paga, y con creces cuando el alma es soberbia y sin escrúpulos, el infeliz de
José Arcadio fue ahogado en la alberca por cuatro perros a quienes había maltratado previamente,
cuentan que después de asesinarle, regaron por toda la casa sus haberes y sus ropas rasgadas, todo
ello encontrado tiempo después junto a sus sacos de oro. Para que tanta riqueza si tienes el alma
sucia y el cuerpo enfermo…decía la vieja Abigail.

Remedios es la hija de Arcadio y Sofía de la Piedad y entre historias y desgracias ya han pasado tres
generaciones, esta es la cuarta, y los genes de los Buendía siguen su destino, abriéndose camino por
las polvorientas calles de Macondo, igual que las mariposas amarillas que acompañaban siempre a
Mauricio Babilonia.
Remedios heredo la belleza de su madre y también las expresiones de angustia, esa fue la huella
que dejo en la memoria del dentista en una visita para quitar una mancha negra de su hermosa
dentadura. Y después otra visita para desaparecer otras tres manchas amarillas que comenzaban a
doler un poco. Este pobre infeliz que, hacia su pasaje obligatorio por el centro de salud, perdía todo
control cuando ella pasaba por frente de su sitio de trabajo, y perdía de las manos las pinzas y todos
aquellos artilugios para curar los dientes…es cierto, ha quedado prendado de Macondo gracias a
Remedios la bella.
Alguna vez fue dos veces a los médicos en el mismo día, así quedo registrado, ella decía que veía el
mundo mejor de lejos que de cerca y a pesar de modernos aparatos, el problema no se resolvió.
Tenía épocas de estar más delgada y otras de una mejor apariencia, pero eso no enturbiaba su
belleza. Los hombres de Macondo y de la plantación bananera curioseaban cuando apareció en el
centro de salud para que le hicieran el famoso IMC, eran las ferias del pueblo y llegó por segunda
vez en una semana santa, aquellos valores fueron 17 y 24.
Cuando tuvo la idea de dibujar animalitos en las paredes con sus propias heces, delineados con una
varita de forma cuidadosa y con mucho esmero, fue llevada al loquero dos veces en un mismo día,
dos veces que fueron bien registradas en los libros y a la semana siguiente una vez más, pero el
pronóstico fue siempre el mismo, ella padecía de ataques de ansiedad. Días después en una mañana
lluviosa, Remedios asciende en cuerpo y alma al cielo y ante la mirada atónita de Fernanda, lleva
consigo las flores y las aves de colores que cantaban a su alrededor cada nuevo amanecer.

Cuando llega el tiempo de las bananeras todo el pueblo al unísono es una sola fiesta, se encuentran
en el mismo punto la prostitución disfrazada de buenas maneras para ayudar a las doncellas, como
también los ríos de licor y de sangre de las riñas y peleas de gallos. Es en estos encuentros donde
los hombres bajo el embrujo del alcohol se sienten poderosos y titanes, conquistan el mundo y las
mujeres; mujeres que tiempo después los recuerdan con un grito al momento de alumbrar.
Rudesinda la partera que reemplazo a Josefina, dice que en un mes por poco se va a vivir al centro

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de salud, en una sola noche se atendieron 3 cesáreas, quién diría tanta modernidad a pocos pasos
de Macondo, en el hospital que estaba a 6 kilómetros de allí. En esa misma semana fueron 6 el lunes,
2 el miércoles, 7 el jueves, 4 el viernes y 5 a la madrugada del sábado. Pero también recuerda con
tristeza cuatro criaturas de no más de 12 años, que llegaron en cuatro tardes distintas a que les
sacaran de sus entrañas el producto de una violación, hecho doloroso en medio de tragos y riñas,
todo ocurrido un día de pago en las bananeras.

Pero allí no solo se cocía un amasijo de placeres y dolores en la historia de los jornaleros, era
condición que pasarán por los médicos para trabajar allí, la empresa bananera no necesitaba
enfermos ni mal nacidos con problemas que afectarán la producción del oro que venía en racimos.
Fue allí donde al comienzo de un mes cualquiera, el gerente llamo al médico de los ojos para que le
asegurara que sus obreros si veían bien los racimos al empacarlos, porque estaban saliendo mal
hechos y las aduanas siempre molestaban por eso. Aquella semana no se paró de trabajar en el
consultorio y 7 trabajadores atendidos el lunes, 5 atendidos el martes, 8 el miércoles y 4 el jueves,
sentían la necesidad de subirse a las cintas que transportaban los racimos para verlos bien, esa era
la causa de quedar mal empacados.
Con esas respuestas, la empresa decidió revisarlos a todos y la sorpresa fue que en la semana
siguiente 5 el primer día, 9 el segundo día, 4 el tercer día y 7 el sábado padecían del mismo mal.
Pero el trabajo no podía parar y se vio la necesidad de hacerlo dos semanas cada mes, por supuesto
al mes siguiente la familia de Gerónimo se sorprendió porque de los 8 que fueron atendidos, a él ya
se le había encontrado la causa de porque tenía que pegarse a las hojas de la biblia en la misa
dominical. Igual les paso a 5 vistos el miércoles y a 9 vistos el viernes.
Pero las cosas no pararon ahí, había otros que habían nacido al revés, necesitaban alejarse lo más
posible de los racimos para ver como los empacaban y eso estorbaba a la cinta de la otra fila. Así
que con ese mal aparecieron 7 el lunes, 6 el jueves y 3 el sábado, de una semana cualquiera durante
las visitas que se hicieron al centro de salud.
Se recuerda que con el embeleco de la bananera las mujeres del pueblo se animaron a buscar
marido, ahora los hombres trabajaban y tenían dinero, y eso daba para pensar que los hijos no
vendrían con hambre y por conveniencia de los unos y de las otras, comenzaron los nacimientos en
Macondo. Hubo 3 cesáreas un domingo y dos cesáreas un lunes, en un mes de lluvias en el hospital
cercano, donde había modernidades para eso.
Pero no todas tenían esos privilegios, algunas fueron atendidas por sus parteras de siempre, y como
la vida es cruel, algunas también murieron porque sus hijos no venían como lo dice la biblia, sino
que se habían atravesado para desgracia familiar. Otras en cambio, tuvieron la partera de la mano
de dios y un fin de semana Jacinta y Leonora tuvieron sus hijos en casa, a la semana siguiente 4
recién llegadas al pueblo daban a luz a otros hijos de las bananeras, 1 lo tuvo a escondidas porque
su amante era el patrón de alguna hacienda cercana, 4 llegaron un día de farolitos, y 5 se esperaron
para nacer un día antes de la nochebuena del pueblo. Con tanto trabajo las parteras necesitaron del
loquero para recuperar la calma, 3 fueron atendidas por ansiedad un fin de semana y dos la semana
siguiente, ya no podían con tanto nacimiento.

Se sabe que cuando hay dinero y poca educación, los pueblos son presa fácil del despilfarro, la
corrupción y la desidia y en eso... la bananera y Macondo no iban a ser la excepción. Tristemente
como pasa en las tierras descubiertas por mi señora la Reina Isabel, las doncellas guardan todas sus
esperanzas en los músculos sudorosos y el jornal de fin de semana de los trabajadores. Es así como
ellas intercambian sus encantos y sus secretos, por las mieles de una noche de promesas
incumplidas, por un vestido color rosa y una peineta a juego. Ya lo decía la vieja Úrsula Iguarán en
sus tiempos mozos, la deshonra se paga con dolor y vergüenza, y así, durante varios meses y por

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efecto de las bananeras, hubo un alumbramiento un viernes santo de cualquier año, 3 más, unos
meses después de fiestas; y siguiendo esta cadena 4 un domingo de calor asfixiante, 3 en una noche
torrencial, 2 en plena época de cosecha, 5 en época de siembra y 2 nacimientos más cuando la
patrona del pueblo, la virgen pura y bendita, fue llevada en procesión hasta la iglesia del pueblo
vecino.

Pero los excesos no eran solo de amor y promesas no cumplidas, las grandes bacanales incluían en
épocas decembrinas los dulces de la vieja Magola. Los viejos y viejas del pueblo comenzaban a
perder sus dientes como parte de pago a la vida por sus dichas y tristezas y serían las víctimas
certeras del recién graduado dentista que llego a Macondo. Y llego con el ánimo de robar de sus
bocas el aliento nauseabundo por culpa de sus dientes enfermos, y los céntimos de sus bolsillos.
¡¡ porque ya han pasado muchos años guardando debajo del colchón esas riquezas y alguien tiene
que hacer buena cuenta de ello!! …era lo que este joven decía limpiando sus artilugios y la vieja silla
de la dentistería del pueblo. Así la vieja Carmina y el viejo Josué terminaron en la silla evitando que
dos piezas se dañaran más allá de lo evidente, y de sopapo a Carmina le cobro 4 muelas rescatadas
de la muerte y 5 en iguales condiciones al viejo, nunca se supo si esto era necesario o eran embustes
de aquel joven que duro poco en el pueblo, y se supo que buscaba era el dinero de los vecinos de
los Buendía.

Más adelante cuando llego la modernidad al pueblo de enseguida, los de bata blanca y máscaras de
papel que ocultaban sus intenciones con los dientes, enfrentaron a las pobres y somnolientas
mujeres de Macondo, cansadas ya de bebedizos para calmar su dolor. Las mismas a las que les fue
obligatorio aparecer para que aquellos sabios les salvaran de la muerte con las agujitas cortas,
algunos de esos tesoros blancos. Fue así como en una semana se salvaron 1 muela de doña
Milciades, 3 dientes de Asunción, 7 de la vendedora de queso fresco, 5 de la vieja Inés, 1 de la
Imelda, y 2 de Justina la mujer del carnicero. Pero esto fue solo el principio, los hombres, que
siempre fueron más cobardes para los menesteres del cuerpo y más valientes para la guerra,
tuvieron que perder con que mascar. Cuenta la que trabajaba en ese sitio llevando y lavando los
artilugios que se usaban, que el viejo Agustino fue una vez a esos dentistas y se llevó de recuerdo la
causa de sus dolores nocturnos en una hoja con restos de sangre y una perforación de principio a
fin. Al igual que Valentín que también perdió 1 muela, Galimatías perdió otra, y el dueño de la gallera
del pueblo fue al que peor le fue, porque dejo 3 dientes como constancia de que si se trabajó ese
día.

Ni que decir de cómo era visto el mundo por algunos, tanto en Macondo como en las bananeras.
Muchos se quejaban de ver llegar las mercancías a lo lejos, pero no ser capaces de distinguir las
letras de los avisos de la iglesia en tiempos de procesión, el cura nunca se lo creyó, él pensó que
eran artimañas de los parroquianos para no pagar las donaciones de pintar la iglesia y de paso la
casa de la familia del cura. Pero, en fin, la historia demostró en una semana, de un mes que no se
recuerda, que primero 5 jornaleros, al martes siguiente 4, después en otra visita otros 4, luego 6 y
por último 7, si estaban diciendo la verdad, veían más de lejos que de cerca.

Algunas muchachas del pueblo con claridad meridiana de lo que buscaban con los de bata blanca,
porque no todas apetecían a los jornaleros, iban sin parar para que les hicieran el IMC y dos de ellas
tuvieron 31 y la otra 29. Y otras apostaban a que era mejor el loquero, porque como en una feria de
mercancías al mejor postor, los de bata blanca se los feriaban en los corrillos de aquellas doncellas.
Ellas soñaban con la idea de disfrutar de los dineros que los pobres no les quedaba tiempo de gastar,
convencidas de que, embrujados por sus encantos y su elixir de amor puesto en el café de la

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mañana, eso sí, con la complicidad de la cocinera Briseida, las iban a sacar de ese pueblo polvoriento
y lleno de historias extravagantes.
Así fueron atendidas y diagnosticadas con mal de amores, con recetas de descanso para disminuir
la agitación de sus cuerpos y de sus hormonas. Quedo en aquel tiempo registrado que el martes
atendieron a 4 de ellas, el miércoles llegaron 3, el viernes 5, el sábado 4, y el domingo día de
mercado 6 probaron suerte, a ver si tenían mejores resultados con sus amores platónicos
aprovechando los barullos del mercado.

Con tanta cosa por vivir y experimentar, el viejo patriarca José Arcadio Buendía se le fue pasando la
vida a punta de tragedias y alegrías, con la carga a cuestas de la herencia de su apellido en sus hijos
y nietos. Pero ya era suficiente, ya no podía más con sus huesos y los recuerdos de los años mozos
se le estaban yendo de las manos, tal como el agua de la fuente de su patio trasero.
Cuando empezó a sentirse cansado y con ganas de ir al más allá para visitar sus muertos, la vieja
Úrsula lo llevo al centro de salud para que le hicieran la prueba de azúcar 71 mg/dl, de “trigliceros”
o como se llamarán esos 130 mg/dl, y de lo que le producía el dolor en el dedo gordo de su pie
izquierdo 1,9 mg/dl.
Años después cuando el mal le invadía el cuerpo sin explicación ninguna, le volvieron a medir
aquello, y el azúcar iba por 160 mg/dl, los “trigliceros” en 190 mg/dl y la causa del dolor de su dedo
gordo en 4,7 mg/dl, todo iba a peor, habían quedado atrás los recuerdos placenteros de sus noches
de amor con la vieja Úrsula Iguarán.
Ya era tiempo de descansar, sus miserias le pesaban mucho, quizá menos que sus recuerdos y
nostalgias, y después de reír y llorar en conversaciones noctambulas sobre lo humano y lo divino,
sus demonios lo poseen y enloquece, … sí enloquece, y lo atan a un árbol, porque no se quiere que
el mal de uno les afecte a todos. Con angustias y pesares termina muriendo en su habitación y
durante dos días y dos noches seguidas, las flores amarillas y minúsculas de su Macondo le hicieron
compañía.

Esta historia sucedió en unos años en los que no se recuerda fecha ni calendario, solamente
nostalgia de los tiempos vividos.

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