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VALORACIÓN DE RIESGO Y PREDICCIÓN DE LA VIOLENCIA JUVENIL

Karin Arbach y Antonio Andrés-Pueyo


Grupo de Estudios Avanzados en Violencia. Departamento de Personalidad de la Facultad de
Psicología. Universidad de Barcelona

Introducción
El problema de la delincuencia juvenil, especialmente la violenta, es motivo de
preocupación pública y política que demanda soluciones urgentes basadas en iniciativas
legislativas, sanitarias, educativas y sociales con el objetivo de lograr una prevención
eficaz de la violencia juvenil (Krug, Dahlberg, Mercy, Zwi, & Lozano, 2002). Las
dinámicas de legislación, intervención y gestión de la delincuencia juvenil se han
normalizado en muchos países y por lo general siguen las directrices establecidas por
organismos internacionales como la ONU, la OMS y la UNESCO. En este marco
destaca el especial interés por la delincuencia infanto-juvenil violenta que en ocasiones
se inicia muy precozmente (es el caso del bullying escolar o las bandas juveniles) y
cuyos efectos son devastadores para el desarrollo y la integración social de los jóvenes.
Una prevención eficaz de la violencia juvenil debería combinar técnicas variadas de
protección social, políticas de integración escolar y socio-laboral y una sólida
intervención sanitaria para evitar, neutralizar o minimizar el impacto de los principales
factores de riesgo sobre los menores. La intervención jurídico penal también debe
acompañar estas prácticas preventivas a fin de lograr la reducción de conducta violenta
y delictiva en los jóvenes. Las iniciativas judiciales y preventivas para combatir la
violencia juvenil implican la participación de agentes policiales, judiciales,
asistenciales, sanitarios y educativos coordinados en un trabajo dirigido y auspiciado
por las autoridades responsables de cada país y otras organizaciones que colaboren en
esta tarea. Los principales objetivos deberían ser aquellos niños o jóvenes en riesgo de
exclusión social y quienes ya han iniciado sus carreras delictivas.

La prevención de la violencia juvenil debe resolver la doble demanda de garantizar


simultáneamente la seguridad pública, es decir evitar la violencia ejercida por los
jóvenes a la vez que garantice la reinserción y rehabilitación de aquellos que ya han
delinquido. Entre las técnicas preventivas, muchas de ellas importadas desde otros
ámbitos profesionales como la Salud Pública o la Epidemiología al contexto
criminológico, destacan las técnicas de valoración y gestión del riesgo de violencia.

La valoración del riesgo de violencia es un componente imprescindible en la


prevención de la violencia juvenil. Esta técnica permite estimar la probabilidad de que
un individuo cometa un comportamiento violento específico en un tiempo futuro y un
contexto determinados. Se ocupa de individualizar (es decir, caracterizar) los riesgos y
adecuar las medidas para eliminarlos o reducirlos y así disminuir la probabilidad de su
ocurrencia. De esta técnica, sus aplicaciones y potencialidades, nos ocuparemos en este
capítulo enfatizando los procedimientos y los instrumentos disponibles para realizar esta
labor en el contexto profesional de la Justicia Juvenil.

Conducta antisocial, delincuencia y violencia infanto-juvenil


El abordaje de la violencia infanto-juvenil ha superado el estricto marco tradicional
de la criminología y la justicia penal, para convertirse en un área de investigación e
intervención de disciplinas tan diversas como la Pediatría, la Psiquiatría, la
Epidemiología, la Sociología, la Psicología e incluso la Economía. Numerosos y
diversos profesionales intervienen sobre los factores que crean, mantienen y potencian
la violencia juvenil. En general coinciden en que el mejor método de resolver este
problema es la prevención en edades tan críticas del desarrollo como lo son la infancia y
la adolescencia. Para ello es fundamental la delimitación conceptual y operativa de
aquello que se pretende prevenir.

Hablar de delincuencia y de violencia juvenil con precisión no es fácil. Comúnmente


nos referimos a las actividades delictivas de los menores de edad en función de las
definiciones legales, pero éstas son cambiantes, incluso los términos “menor” o “joven”
son poco precisos. En términos legales la edad de responsabilidad penal en
Latinoamérica oscila entre 12 y los 18 años aunque con variaciones notables en función
de la legislación vigente en cada país. Pero la preocupación por la conducta violenta no
se circunscribe a estos rangos de edad definidos jurídicamente. Hay menores de 12 años
que por comportarse violentamente son motivo de inquietud en su familia, en la escuela
o aun en sus vecindarios. Para los fines de este capítulo situaremos la categoría de
“menor” o “joven” entre los 10 y los 18 años.

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Hay comportamientos infanto-juveniles que sin ser delictivos son la antesala de la
delincuencia futura, es el caso por ejemplo del mal comportamiento y el absentismo
escolar, los actos de gamberrismo, la crueldad con los animales, las peleas callejeras, los
enfrentamientos grupales asociados a protestas o eventos deportivos o el consumo
colectivo de alcohol y drogas. Pero no todos estos comportamientos son violentos. La
Criminología identifica las distintas conductas antinormativas realizadas por menores de
edad (niños y adolescentes) con tres términos: la conducta antisocial juvenil (a veces
también aparece en niños), la delincuencia juvenil y la violencia juvenil (Andres Pueyo,
2005; Rutter, Giller, & Hagell, 2000). Según T. Grisso (1998) los comportamientos
ilegales son comunes en la adolescencia. Los estudios longitudinales, basados en auto-
informes, indican que la mayoría de los adolescentes realizan en algún momento de este
período, conductas anti-normativas, pero solamente una pequeña proporción que oscila
entre el 6%-9% se convierten en agresores o violentos persistentes (Rechea, 2008).
Algunos autores consideran ciertas conductas delictivas tales como los actos de
vandalismo, las peleas callejeras o los daños contra la propiedad como estadísticamente
normativas (Borum & Verhaagen, 2006; Elliott, Ageton, Huizinga, Knowles, & Canter,
1983; Hirschi, 1969; Moffitt & Lynam, 1994). Es necesario distinguir la violencia
juvenil del resto de sucesos antinormativos para comprender las ventajas y utilidades de
la valoración del riesgo de violencia. En este capítulo se describirán técnicas de
valoración del riesgo de conducta violenta juvenil que no necesariamente son útiles en
la estimación del riesgo de conducta antisocial general o de la delincuencia común (de
consecuencias poco graves o no violenta) entre los adolescentes.

Al estudiar la delincuencia y la violencia en la población juvenil, es crucial tener en


cuenta los cambios físicos, cognitivos, emocionales y sociales que ocurren en el
adolescente durante este período crítico de su desarrollo (Borum & Verhaagen, 2006;
Steinberg & Morris, 2001). La evidencia de estudios longitudinales indica que los
factores principales que aumentan la probabilidad de ocurrencia de la conducta violenta
varían a lo largo del desarrollo (Lipsey & Derzon, 1998). Loeber y otros (2008)
mostraron que los factores con mayor influencia en la temprana infancia son
individuales y familiares, los amigos y la escuela no actúan como factores de riesgo sino
hasta la infancia tardía, y los factores comunitarios tendrán peso solamente en los
adolescentes. La relevancia de familia, amigos y escuela disminuye hacia la juventud.
Debido a que los adolescentes maduran siguiendo un patrón temporal predecible aunque

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variable (Steinberg & Morris, 2001) es difícil saber si una característica observada, por
ejemplo el bajo control de impulsos, refleja una característica innata o simplemente una
fase del desarrollo (Mulvey & Iselin, 2008). La tabla 1 extraída y adaptada del libro de
Borum y Verhaagen (2006) ejemplifica cómo varían ciertos predictores de la violencia
en distintas etapas del desarrollo:

************ Insertar tabla 1 ************

La violencia es una estrategia genérica que se utiliza para resolver conflictos o


problemas reales o imaginados por el propio agresor (Andres Pueyo, 2005), y que
produce consecuencias dañinas para los demás (en ocasiones, también para uno mismo).
Esta estrategia se concreta en comportamientos observables como las agresiones físicas,
sexuales, verbales o la negligencia intencional contra personas que necesitan especial
atención o ayuda como niños, ancianos o personas enfermas. Las conductas violentas no
son "instintivas", ni son respuestas automáticas o involuntarias (como los reflejos o los
síntomas de una enfermedad), sino que son conductas complejas, voluntarias y que
tienen una finalidad determinada como la de hacer daño, controlar, obtener beneficios,
coaccionar o someter a una o más personas. Las consecuencias para las víctimas pueden
ubicarse en un rango de severidad que va desde algunas lesiones menos graves y
pasajeras, hasta lesiones severas y permanentes, psicológicas o físicas, o incluso la
muerte. Por la relevancia de sus consecuencias la mayoría de estas acciones son
consideradas delitos y están recogidas en los códigos penales de todos los países que
comparten este tipo de legislación.

Los jóvenes recurren a la violencia como una estrategia de resolución de conflictos,


al igual que los adultos. Aquellos se enfrentan a diversos conflictos comúnmente
relacionados con la satisfacción de sus necesidades aunque, a diferencia de los adultos,
lo hacen con dos hándicaps importantes: una relativa escasez de recursos disponibles, y
una falta de experiencia para resolver problemas porque en general son novedosos para
ellos (Farrington, 1998). Dado que los conflictos surgen en la mayoría de interacciones
que los individuos tienen con otros individuos, con las organizaciones y con los
sistemas sociales, la violencia puede aparecer en cualquier momento del desarrollo vital
si bien suelen variar los diferentes focos: padres, pares, maestros, parejas, compañeros,
autoridades, etc. Esto explica que la violencia juvenil pueda tener múltiples formatos,

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aunque mayormente se circunscribe al entorno social inmediato del individuo (por
ejemplo pares, escuela o familia).

¿Cómo es y cuánta violencia hay entre los jóvenes? Para formular una respuesta a
esta cuestión es práctico distinguir tipos de violencia juvenil: violencia escolar,
violencia en el ámbito familiar, violencia interpersonal (incluyendo iguales y pareja),
violencia grupal, y la violencia social o comunitaria que agrupa conductas que no se
recogen en las categorías anteriores. En cualquier de ellas los actos violentos pueden
incluir agresiones físicas, uso de armas, amenazas, coacciones, abusos sexuales y actos
vandálicos, entre los más frecuentes.

Según el informe de la Organización Mundial de la Salud sobre el estado mundial de


la relación entre Violencia y Salud (Krug, Dahlberg, Mercy, Zwi, & Lozano, 2002) los
varones jóvenes son tanto los principales perpetradores como las principales víctimas de
los homicidios a nivel mundial. Se calcula que en el año 2000 la violencia juvenil se
cobró la vida de 199,000 jóvenes, lo que representa una tasa global de 9,2 homicidios
por cada 100,000 habitantes. Las tasas más elevadas de homicidio juvenil se registran
en América Latina, seguida de África, y las más bajas corresponden a Europa
Occidental y algunas zonas de Asia y del Pacífico. Con la notable excepción de los
Estados Unidos, la mayor parte de los países con tasas de homicidio juvenil superiores a
10 por 100,000 habitantes son países en desarrollo o países que están sumidos en la
inestabilidad social y económica. Se calcula que, por cada joven que muere a
consecuencia de la violencia, entre 20 y 40 sufren lesiones que requieren tratamiento
hospitalario y a veces con secuelas de por vida.

La tasa oficial de delitos distribuida en función de la edad del agresor muestra un


patrón conocido como la “curva edad-delito” que presenta una forma de U invertida que
aumenta muy rápidamente desde los 10 hasta los 17 o 18 años, aproximadamente,
cuando alcanza el máximo y decrece con menos pendiente a partir de ese momento
(Farrington, 1986), quedando la conducta delictiva claramente asociada al inicio de la
adolescencia y final de la juventud (Rutter, Giller, & Hagell, 2000).

Uno de los patrones más conocidos de las carreras criminales es el de la desistencia,


por el cual, la mayoría de delincuentes juveniles abandonan la carrera criminal al
acercarse a los veinte años (Piquero, Farrington, & Blumstein, 2007). La mayoría de los
adolescentes discontinúan su comportamiento delincuente mientras se acercan a este
período, y aproximadamente un 20 o 30% de los que se han comportado de forma
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violenta antes de los 18 serán arrestados de adultos por actos violentos (Elliott, Ageton,
Huizinga, Knowles, & Canter, 1983). En sus estudios, T. Moffit (1993; , 1997) ha
identificado dos tipos de delincuentes, un grupo reducido (entre el 5 y 10% del total de
delincuentes) que son crónicamente violentos, llamados “delincuentes persistentes a lo
largo de la vida” y aquellos cuya actividad delictiva queda “limitada a su adolescencia”.
Ambos grupos difieren en la temporalidad y la duración de su conducta antisocial y
violenta. La no-intervención en el grupo más reducido de delincuentes juveniles
crónicos favorece la continuidad de sus trayectorias delictivas a etapas posteriores del
desarrollo personal como es la adultez, y por lo tanto deberían ser el principal objetivo
de las políticas de control y de prevención no sólo de la delincuencia juvenil, sino
también de la delincuencia en adultos.

Factores de riesgo y protección de la conducta violenta en jóvenes


Todo acto violento sea improvisado y repentino (por ejemplo, una pelea callejera) o
planificado y ejecutado minuciosamente (por ejemplo, un asesinato realizado siguiendo
un plan detallado) no está provocado por una sola y única causa, sino que es el resultado
de una combinación de factores de naturaleza variada (Rutter, Giller, & Hagell, 2000).
Tanto los resultados de la investigación actual como el propio sentido común, indican
que es muy poco probable que exista un factor único e independiente que motive los
comportamientos violentos o antisociales, sino más bien es la combinación de
características individuales y situacionales la que contribuye a la génesis y desarrollo de
las conductas violentas. Entendemos que en la confluencia entre ciertos factores de
riesgo y de protección se encuentra la justificación real de la violencia.

La clave de la evaluación del riesgo de violencia recae en conocer los factores que
más fuertemente se asocian con la conducta violenta, y de esta manera no solo lograr
una caracterización del nivel de riesgo de los individuos, sino también poder realizar
recomendaciones de tratamiento y rehabilitación que, a su vez, son efectivas en la
medida que se adecúan al nivel de riesgo del individuo, a sus necesidades particulares y
a su nivel de “responsividad” particular (Andrews, Bonta, & Hoge, 1990; Godwin &
Helms, 2002).

Los antecedentes de una conducta violenta pueden ser múltiples factores


encadenados en una secuencia interactiva compleja. A veces en aquella secuencia se

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hace muy difícil “desligar” estos factores y saber su efecto independiente. Esta
combinación cristaliza en un momento concreto, cuando quien delinque decide iniciar
su acción delictiva. En ese momento se combinan múltiples procesos en el individuo
(cognitivos, emocionales, volitivos) que a su vez estarán supeditados a las influencias
de factores situacionales.

Los predictores no son necesariamente causas, de hecho acordamos con J. Arboleda-


Flórez (1998) en afirmar que la atribución de un significado causal a una asociación es
una cuestión de juicio que va más allá de la afirmación de probabilidad estadística, y
que debido a carencias metodológicas y a la complejidad del fenómeno en estudio, no
estamos en condiciones de realizar una interpretación causal de las asociaciones
estadísticamente registradas entre ciertos factores de riesgo (por ejemplo los abusos
físicos en la infancia) y la violencia posterior.

D. Farrington (2002) ha definido los factores de riesgo como los “factores previos
que incrementan el riesgo de ocurrencia, inicio, frecuencia, persistencia y duración de la
conducta antisocial”. Una de las clasificaciones de los factores de riesgo de violencia
más útiles a los fines de la intervención es la que se detalla a continuación y que se basa
en el potencial de cambio de estos factores (Douglas & Skeem, 2005):

 Factores de riesgo estáticos: acontecieron en un tiempo pasado y sus efectos ya


no son modificables aunque mantienen su influencia sobre la probabilidad de
ocurrencia de la conducta violenta. La historia delictiva de la familia de origen o
los antecedentes violentos de la persona pertenecen a esta categoría.

 Factores de riesgo dinámicos agudos: actúan de forma inmediata, brusca y son


pasajeros en su efecto sobre la aparición de la conducta delictiva, pueden cambiar
en el lapso de horas o días. La intoxicación alcohólica, el síndrome de abstinencia
a opiáceos o la aparición de ciertos síntomas psicóticos son algunos ejemplos.

 Factores de riesgo dinámicos estables: actúan de forma habitual, generalmente


con poca intensidad. Es improbable que cambien en cortos períodos de tiempo,
pero pueden cambiar gradualmente. Son ejemplos en esta categoría las actitudes
antisociales y los rasgos de impulsividad u hostilidad.

Numerosas investigaciones empíricas realizadas a lo largo del siglo XX sobre las


causas de la delincuencia han permitido reunir una enorme cantidad de información
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sobre qué factores psicosociales se asocian estadísticamente a la delincuencia (Rutter,
Giller, & Hagell, 2000). Uno de los análisis empíricos más rigurosos de los predictores
de reincidencia delictiva de menores es un meta-análisis de 22 estudios con jóvenes en
el sistema de justicia juvenil (Cottle, Lee, & Heilbrun, 2001). Los autores identificaron
23 factores estadísticamente significativos para la predicción de la reincidencia, de ellos
los 10 principales fueron la edad en la primer sentencia judicial, la edad en el primer
contacto con la ley, psicopatología no severa (por ejemplo, estrés y ansiedad),
problemas familiares, problemas de conducta, uso antisocial del tiempo libre, amigos
delincuentes, duración del primer encarcelamiento, el número de residencias fuera de su
hogar y el número de sentencias en el pasado. Así, en la actualidad se ha alcanzado un
consenso razonable sobre los predictores específicos de la reincidencia delictiva juvenil
(Miller & Lin, 2007). A continuación se presenta una relación de los factores de riesgo
mayormente aceptados a partir de los estudios empíricos y agrupados según los
dominios de influencia que éstos abarcan (para profundizar ver Borum & Verhaagen,
2006; Farrell & Flannery, 2006; Grisso, 1998):
 Factores individuales
o Género masculino
o Problemas conductuales en la infancia
o Violencia previa
o Exposición a la violencia (como víctima o testigo)
o Inicio temprano de la conducta violenta o delictiva (especialmente antes
de los 12 o 13 años)
o Actitudes o creencias antisociales
o Ciertos rasgos de personalidad1 como ira, hostilidad, impulsividad y falta
de empatía
o Ciertas condiciones psicopatológicas como el déficit atencional con
hiperactividad
o Problemas con el uso de sustancias
o Baja respuesta a los tratamientos
 Factores familiares
o Bajo nivel socioeconómico
o Padres antisociales

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Se debe contemplar que sean rasgos más bien duraderos de la personalidad, es decir caracterológicos, y no solamente la
presentación de fenómenos del desarrollo de aparición común durante la adolescencia.

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o Relaciones paterno-filiales empobrecidas
o Agresiones entre miembros de la familia
 Factores escolares
o Baja motivación y absentismo
o Rendimiento escolar deficitario
 Factores socio-comunitarios
o Asociación con pares antisociales
o Vínculos sociales débiles o ausentes
o Pobre apoyo social e institucional
o Vivir en barrios con tasa de criminalidad elevada (por ej. con fácil acceso
a armas o drogas)
o Desorganización del entorno social inmediato
 Factores de oportunidad, por ejemplo el acceso a víctimas potenciales

Por su parte, los factores protectores han recibido mucha menos atención en la
literatura hasta recientemente. Desde hace pocos años la investigación ha comenzado a
enfocarse sobre aquellos individuos que dejan de delinquir después de un período de
participación en actividades delictivas. Así, se han comenzado a estudiar los factores de
protección, tanto individuales como ambientales, que ayudan a que los jóvenes desistan
de estas conductas (Fougere & Daffern, 2011). Los factores protectores son aquellos
aspectos de un individuo y de su situación que contribuyen a una disminución en la
probabilidad de ocurrencia de la conducta delictiva o violenta por tener un efecto
directo sobre los problemas de comportamiento o por moderar la relación entre los
factores de riesgo y las conductas delictivas (Fougere & Daffern, 2011; Godwin &
Helms, 2002; Jessor, Van Den Bos, Vanderryn, Costa, & Turbin, 1995). La resiliencia
es uno de los factores de protección potencialmente más importantes (Godwin & Helms,
2002), aunque su conceptualización y medición no es del todo consistente a lo largo de
los estudios (Fougere & Daffern, 2011).

El SAVRY (Borum, Bartel, & Forth, 2000), que será descrito más adelante en este
capítulo, es la primera herramienta de evaluación del riesgo que incorpora éste y otros
factores de protección, además de los factores de riesgo habituales en estos protocolos.
En este instrumento los indicadores de los “rasgos de personalidad resiliente” son: un
cociente intelectual superior al promedio, sólidas habilidades de resolución de

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problemas, adaptabilidad, buenas habilidades de afrontamiento y una autoestima
saludable (Borum, Bartel, & Forth, 2000). Los otros factores protectores que incorpora
son: la participación en ámbitos pro-sociales, un apoyo social fuerte, vínculos y
patrones de apego sólidos, actitud positiva hacia la intervención y la autoridad y un
compromiso sólido con la escuela. En términos generales podemos afirmar que el
compromiso con la escuela, el buen rendimiento escolar, la motivación para continuar
la educación, un “temperamento resiliente”, los vínculos positivos con familiares u otros
modelos pro-sociales y la asociación con pares convencionales, son posibles
mecanismos que permiten a los jóvenes contrabalancear el impacto negativo de los
factores de riesgo (Godwin & Helms, 2002).

La relación entre los factores de riesgo, los factores de protección y la conducta


violenta es compleja, en el sentido de que es difícil determinar las vías de influencia de
unos factores sobre otros y de éstos sobre el resultado. No obstante, existe un acuerdo
relativamente amplio en que ningún factor de riesgo, conexión o combinación de
factores puede predecir con total precisión quien será violento en un futuro. Es decir, los
errores pronósticos (falsos positivos y falsos negativos) siempre estarán presentes en
toda evaluación del riesgo de violencia y lo que el profesional debe decidir es qué error
desea minimizar en función de un análisis de costos y beneficios sobre las
consecuencias de su decisión. Asimismo, la alta covariación entre los factores y la
variabilidad a lo largo del proceso evolutivo agregan cierta dificultad a la hora de
evaluarlos. Recordemos que las revisiones de los factores de riesgo y de protección,
relacionados a la violencia juvenil han indicado que estos factores pueden tener un rol
diferente en determinadas etapas del desarrollo (Lipsey & Derzon, 1998).

Nos interesa destacar algunas propiedades y características de los factores de riesgo y


de protección a tener en cuenta:

a) Son fenómenos variables y complejos: en general estos factores son una


combinación de variables más acotadas que se asocian al mismo criterio (en
este caso: la violencia juvenil) pero con tamaños del efecto diferentes. Por
ejemplo, el desarrollo en una familia desestructurada puede descomponerse
en variables más simples como una infancia con el padre o la madre ausentes
o con adicción a drogas o alcohol, el bajo control parental sobre la educación
o el tiempo libre del niño o carencias por escasez de recursos económicos, y
todas o algunas de ellas asociarse con la violencia.

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b) Los factores de riesgo no son independientes, sino que suelen presentar una
alta correlación entre ellos. Por ejemplo el recibir castigos paternos y el
inicio precoz de conducta violenta son ambos factores de riesgo de la
delincuencia juvenil y a su vez covarían entre ellos (Straus & Mouradian,
1998).

c) Las asociaciones con el criterio o resultado (la conducta violenta) pueden ser
de carácter genérico (por ej. la historia de violencia en la infancia es un buen
predictor de la violencia en la adolescencia) o específico (por ej. los abusos
sexuales sufridos de parte de un hombre adulto puede incrementar en las
víctimas de sexo masculino el riesgo de futuros delitos de pedofilia).

¿Para qué sirven los factores de riesgo si no nos permiten explicar de forma causal el
comportamiento antisocial? El estudio de los factores de riesgo y de protección es útil
porque solo conociendo estos factores podremos evaluar el riesgo (estimar la
probabilidad) de que se produzca en el futuro una conducta delictiva determinada y
actuar en consecuencia. La utilidad de los predictores de la conducta violenta es esencial
en la Criminología porque permite intervenir antes de la ocurrencia del delito y por
tanto permite realizar intervenciones preventivas que, paradójicamente, se pueden
desarrollar desconociendo las “verdaderas causas” de la delincuencia (Andres Pueyo &
Redondo-Illescas, 2007).

Evaluación del riesgo de violencia


Los profesionales que trabajan en salud mental y en la justicia penal, se enfrentan
cada día a situaciones que requieren la evaluación del riesgo de violencia de los
individuos para facilitar un proceso de toma de decisiones conducente tanto al
tratamiento y rehabilitación de los delincuentes, como a la prevención de la conducta
criminal. Progresivamente la evaluación del riesgo de violencia ha ido cobrando un rol
central en el proceso de toma de decisiones en el sistema de justicia en relación a temas
diversos como la detención preventiva, el ingreso a prisión, el nivel de supervisión
durante la libertad condicional, el tratamiento y el nivel de seguridad dentro de la
institución, el alta de un servicio o la libertad definitiva (Borum & Verhaagen, 2006;
Grisso, 1998). Se han diseñado muchas herramientas para ayudar a los profesionales a

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identificar riesgos, no solo de reincidencia violenta, sino también de suicidio, de
autolesiones o de violencia dentro de la institución. Estas herramientas son útiles para
adaptar los recursos, los tratamientos y las intervenciones al nivel de riesgo de cada
individuo y así prevenir decisiones basadas solamente en el tipo de delito que se ha
cometido (Redondo-Illescas, 2008).

El proceso de evaluación y los datos a contemplar variará en función de los objetivos


que se persigan. Por ejemplo, previamente a la sentencia se espera que la evaluación
esté disponible rápidamente después de la detención y los datos más probablemente
provendrán de los registros juveniles existentes, de una entrevista breve y tal vez de
alguna herramienta de cribado. En momentos posteriores se deberá profundizar en la
evaluación y complejizar las fuentes de datos consultadas (Grisso, 1998).

Aunque este capítulo profundiza sobre la evaluación del riesgo en el contexto de la


justicia juvenil, la evaluación del riesgo de violencia puede llevarse a cabo en otros
contextos institucionales, como el escolar o el psiquiátrico, generalmente bajo petición
de profesores o profesionales en contacto con el adolescente, o en contextos privados
como puede ser una consulta psicológica particular, donde la petición de la evaluación
suele estar motivada por la preocupación de padres o tutores ante la evidencia de signos
de alerta (Grisso, 1998).

Dada la diversidad de contextos donde puede surgir la demanda de evaluar el riesgo


de violencia juvenil T. Grisso (1998) propone unas consideraciones generales a tener
presente en cualquiera de estos contextos:

a) Basar la evaluación en la consideración de los factores de riesgo

b) Conocer la tasa base de violencia en la población específica, esto es conocer


la prevalencia de un comportamiento, en una población y para un período de
tiempo determinado (Borum, 2000).

c) Hacer estimaciones de riesgo probabilísticas, no predicciones.

d) Considerar el riesgo en relación a contextos o “escenarios” específicos.

En el proceso de evaluación del riesgo es importante reconocer la relevancia del


contexto social. La conducta agresiva, como la mayoría de otras conductas, es una
función de la interacción entre las predisposiciones de una persona y las circunstancias

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ambientales en que se encuentra. También es importante tener en cuenta el plazo de
tiempo para el cual se realiza la estimación pronóstica, los profesionales deben
reconocer la diferencia entre las estimaciones a corto y a largo plazo (Grisso, 1998), y
recordar que la mayoría de los jóvenes desisten en su conducta delictiva con el paso de
los años.

A los pasos antes mencionados deben sumarse algunas consideraciones sobre las
fuentes de datos a utilizar. El examen de los factores de riesgo y la información
necesaria, para hacer una estimación del riesgo, se nutrirá no sólo de la entrevista con el
joven (donde las habilidades de entrevista del profesional serán cruciales para entablar
una relación de confianza), sino también de otras fuentes de información, como por
ejemplo los registros policiales y penales si los hubiera, escolares y de salud mental, u
otros registros oficiales que aporten información sobre la conducta del joven. Asimismo
se debe apelar a informantes colaterales (por ej. padres, maestros, tutores u otros
profesionales) que conozcan bien al individuo y puedan brindar información fiable y
verosímil (Grisso, 1998). Seguramente el acceso a estos datos variará en función de las
diversas jurisdicciones y el profesional estará condicionado por las normativas de sesión
y uso de datos confidenciales vigentes en su ámbito de acción. No obstante, es
recomendable que el profesional se esfuerce por obtener la información suficiente y
necesaria para alcanzar una evaluación confiable y emitir un informe de valoración del
riesgo verosímil a sus interlocutores.

Uno de los debates más prolíficos sobre la predicción de la violencia es el debate


clínico-actuarial. El abordaje clínico o de “juicio profesional no estructurado”, es
familiar al lector porque es el más frecuentemente utilizado en la actualidad a estos
fines. Mediante el juicio clínico el profesional estima la probabilidad de un evento
futuro considerando cómo diferentes características de un individuo y de su situación
incrementan o disminuyen la oportunidad de que aquello suceda. En esta consideración
lo guían la pericia, su formación teórica y técnica e incluso los sesgos cognitivos
comunes en que recaen los profesionales (por ej. sesgos confirmatorios, efecto de
anclaje o de primacía, la sobre-confianza o las correlaciones ilusorias). Por el contrario,
las técnicas actuariales2 puntúan y agrupan individuos de acuerdo a la probabilidad de
ocurrencia de un evento específico en el futuro alcanzada de forma estadística. Para ello

2
Actuarial es sinónimo de cuantitativo, matemático y hace referencia a un conjunto de técnicas
predictivas basadas en el cálculo cuantitativo de los riesgos futuros.

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utilizan un método consistente y sistemático para recoger y combinar la información y
obtener un nivel total de riesgo. Los datos que se recogen deben haber demostrado una
correlación estadística con la conducta a predecir. Los árboles de decisión y las redes
neuronales son ejemplos de estos abordajes. Un método alternativo para la evaluación
del riesgo de violencia es el llamado “juicio profesional estructurado” que permite a los
profesionales obtener, pesar y combinar la información de acuerdo a su propio juicio, a
la vez que les proporciona unas directrices sobre los factores de riesgo a considerar y
cómo valorarlos.

El proceso de evaluación del riesgo de violencia puede ser diferenciado en cuatro


pasos: la identificación de los factores de riesgo (y de protección), la valoración de estos
factores, la combinación de los datos y la producción de una estimación final de riesgo
(ver tabla 2). Hasta la actualidad es posible identificar cinco enfoques o aproximaciones
para la evaluación del riesgo según cuáles de estos componentes estructure. La tabla 2
los expone mediante ejemplos de los instrumentos derivados para ser utilizados en la
valoración del riesgo de violencia en población juvenil.

************ Insertar tabla 2 ***************

De estos cinco enfoques, el juicio clínico (no estructurado) es el que tiene un soporte
empírico más débil aunque, como se mencionó previamente, es el más familiar a
profesionales y jueces. Aunque este enfoque ha demostrado un precisión mayor que el
simple azar, la baja sensibilidad y especificidad de estos juicios indica que los
profesionales cuando únicamente utilizan el juicio clínico predicen la violencia futura
de forma relativamente imprecisa (Hoge & Andrews, 2003). En los últimos años
numerosas investigaciones han demostrado que los juicios profesionales sobre el riesgo
alcanzados con instrumentos que estructuran y orientan al profesional en el proceso de
la evaluación son más precisos que los juicios clínicos no estructurados y que la mera
suma de los factores de riesgo (para un resumen ver Borum & Verhaagen, 2006).

Instrumentos para la evaluación del riesgo de violencia en jóvenes


Durante las últimas dos décadas se han publicado una variedad de instrumentos que
mejoran la habilidad de los profesionales para valorar la probabilidad de que un
14
individuo adulto se comporte de forma violenta en el futuro (Skeem & Monahan, 2010).
De varios de ellos se han realizado adaptaciones para la población juvenil con especial
consideración a aspectos del desarrollo que como hemos dicho son de suma importancia
en estos sujetos (Olver, Stockdale, & Wormith, 2009). La tecnología de la evaluación
del riesgo de violencia busca estructurar, organizar, asistir y mejorar las evaluaciones de
riesgo de violencia o de comportamiento criminal. Estas herramientas se ubican en un
continuo que va desde los abordajes exclusivamente actuariales (por ej. CATS) hasta las
guías de juicio profesional estructurado como el SAVRY. La tabla 3 expone los
instrumentos más citados en la literatura sobre el riesgo de violencia juvenil, se resumen
algunos aspectos relacionados con su uso más frecuente, la población a la que van
dirigidos y su estructura principal.

**************** Insertar tabla 3 ****************

En este contexto merecen una mención aparte los instrumentos y herramientas


específicos para evaluar el riesgo de violencia sexual. Dadas las características
particulares de este tipo de violencia se presentan en la tabla 4 los instrumentos que han
sido diseñados específicamente para ser utilizados en los casos de agresores sexuales.

**************** Insertar tabla 4 ****************

En términos generales, el uso de estas herramientas aumenta la precisión del juicio


de los profesionales sobre el riesgo futuro de comportamiento violento de un joven o
menos delincuente. No obstante, la investigación indica que su implementación en un
contexto diferente al que fue construido debería contemplar un proceso de validación
del instrumento en la población local, antes de aceptar un uso generalizado del mismo
(Miller & Lin, 2007). Esto es importante especialmente para el lector de Latinoamérica
porque la mayoría de estas herramientas provienen del contexto anglosajón. Los autores
afirman que “la tendencia a considerar un modelo universal de reincidencia juvenil
puede realmente desviar la atención de predictores, tal vez idiosincráticos, que son
localmente importantes” (Miller & Lin, 2007; pp. 574). Para evitar esto, los autores
proponen dirigir los esfuerzos a adaptar los ítems de las herramientas genéricas a la
información y las prácticas localmente disponibles.
15
La investigación sobre estas herramientas varía en calidad metodológica y fortaleza
de los resultados psicométricos, pero los hallazgos actuales sugieren que los
instrumentos de evaluación del riesgo en jóvenes son capaces de predecir la reincidencia
de los jóvenes delincuentes con un grado de precisión al menos similar a los
instrumentos para adultos (Olver, Stockdale, & Wormith, 2009). Asimismo, los estudios
que comparan la eficacia de varios enfoques estructurados muestran evidencia de que
los instrumentos tienen una eficacia predictiva comparable. Por ejemplo, en un meta-
análisis con datos de 44 estudios que incluían un total de 8,746 jóvenes delincuentes, la
eficacia predictiva de tres herramientas de evaluación del riesgo para población juvenil
(LSI-YV, PCL:YV y SAVRY) fue significativa en la predicción de reincidencia
general, no violenta y violenta, y ningún instrumento demostró una predicción superior
sobre los otros (Olver, Stockdale, & Wormith, 2009). Estos resultados van en la misma
dirección que los hallazgos de la investigación en las versiones para adultos, y se
explicarían por el solapamiento de contenidos y el alto grado de convergencia (por ej.
Singh, Grann, & Fazel, 2011; Wormith, Olver, Stevenson, & Girard, 2007; Yang,
Wong, & Coid, 2010).

Conclusiones
La demanda dual de asegurar la seguridad pública a la vez que se promueve una
desarrollo positivo del delincuente juvenil requiere a los profesionales del sistema
judicial tomar complejas decisiones sobre el riesgo de violencia futura y la adecuación
de sus intervenciones sobre estos jóvenes (Grisso, 1998; Mulvey & Iselin, 2008). La
relevancia de la tarea de evaluar el riesgo futuro de violencia reside en las
consecuencias que las decisiones a las que asiste pueden tener sobre el individuo y sobre
la seguridad pública (Borum & Verhaagen, 2006). En el caso de que el profesional
decida que el niño, adolescente o joven tiene un riesgo bajo de comportarse
violentamente hacia sí mismo o hacia los demás, las actuaciones subsecuentes serán
mínimas y seguirán las pautas que se aplican en la mayoría de los casos. Pero a medida
que aumenta el riesgo estimado, también lo hace la complejidad de las intervenciones a
implementar para gestionar este riesgo a fin de minimizar la ocurrencia de la conducta
violenta o de reducir el impacto de su efecto.

16
La evaluación del riesgo debe ser contrastada con la gestión del riesgo3, y estos
conceptos se complementan entre sí. La gestión del riesgo se refiere a un proceso que
implica también la evaluación de los cambios en el riesgo inmediato de un delincuente y
la elaboración de métodos para reducir ese riesgo. Siguiendo la propuesta de Andrews y
Bonta la evaluación del riesgo servirá para emparejar el nivel de gestión (por ej. el nivel
de supervisión dentro y fuera de la prisión) con el nivel de riesgo del joven o menor
evaluado. Por otro lado, se ha demostrado que si las evaluaciones de riesgos no están
bien hechas esto puede dar lugar a que un delincuente de bajo riesgo reciba el mismo
nivel de supervisión que un delincuente de alto riesgo o viceversa, lo que no es un modo
eficaz de asignar los recursos limitados y puede, casi inadvertidamente, aumentar el
riesgo para la comunidad.

3
Conjunto de acciones dirigidas intencionadamente a reducir el riesgo de que sucedan comportamientos
violentos en el futuro.

17
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20
Tabla 1. Factores de riesgo de violencia juvenil en distintas etapas del desarrollo
Factor de riesgo Presente en Predice violencia Referencia
en:
- Comportamiento antisocial Niñez Adolescencia y Loeber &
temprano (delincuencia, uso de (6 a 12 años) adultez temprana Farrington
sustancias, agresión) (12-25 años) (2000)
- Padres antisociales (delincuentes,
violentos o con psicopatologías)
- Pares antisociales Adolescencia Adolescencia tardía Lipsey &
- Comportamiento antisocial previo (12 a 15 años) y adultez temprana Derzon
(delincuencia, agresión y violencia (15-25 años) (1998)
física)
- Actitudes y desempeño escolar
- Condiciones psicológicas
- Relaciones padre-hijo

21
Tabla 2. Enfoques de la evaluación del riesgo y sus componentes estructurados
Adaptado de Skeem & Monahan (2010)
Componentes estructurados del proceso de
evaluación del riesgo de violencia
Enfoques y herramientas* Identificar Medir factores Combinar Estimación
factores de riesgo de riesgo factores de riesgo final de riesgo
Juicio clínico no-estructurado
DSM1 (por ej: tr. disocial) X
SAVRY, EARL-B/G X X
YLS, YLS/CMI X X X
CATS, ASSET X X X X
*Para una descripción de las herramientas ver tabla 3
1
DSM= Manual estadístico y diagnóstico de los trastornos mentales

22
Tabla 3. Instrumentos de evaluación del riesgo de violencia juvenil

Nombre y autor Objetivo Población blanco Estructura


Antisocial Process Detecta precursores de psicopatía o de personalidad Adolescentes de 20 ítems inspirados en el PCL-R, tres dimensiones
Screening Device antisocial previos a la adolescencia. muestras normativas (no (insensibilidad, narcisismo e impulsividad). Hay
(APSD; Frick & Hare, Ver adaptación en población española en Graña institucionalizados) entre formatos para que la cumplimenten diferentes
2001) Gomez, Garrido Genovés & González Cieza (2011). 6 y 13 años. informantes (por ej. padres o profesores).
ASSET Se utiliza para determinar la probabilidad de Jóvenes entre 10 y 17 Contiene 12 secciones principales (por ej. educación,
(Youth Justice Board, reincidencia delictiva y de daño severo a otras años que se encuentran vecindario, estilo de vida, uso de sustancias, actitudes),
2000) personas. También sirve para medir cambios en las en el sistema de Justicia una sobre factores positivos, otras para el cribado del
necesidades y el riesgo de reincidencia a lo largo del Juvenil de Reino Unido. riesgo de daño severo hacia otros, y una de
tiempo. autoevaluación.
Childhood and Es una adaptación del VRAG (Harris, Rice, & Niños y adolescentes. Consta de 8 ítems (por ej. desajuste escolar, alcoholismo
Adolescent Taxon Scale Quinsey, 1993) para adultos. Indica la probabilidad parental, agresión infantil)
(CATS; Harris, Rice, & de que un individuo se encuentre en lo que han
Quinsey, 1994) denominado “clase psicopática” (psychopathy class).
Child and Adolescent Identifica jóvenes que están en riesgo de violencia y Niños de 2 a 19 años Inventario estandarizado que considera 57 factores de
Risk Evaluation determina las intervenciones específicas necesarias riesgo asociados con la violencia juvenil y factores
(CARE-2 Assessment; para prevenir cualquier riesgo de comportamiento protectores. Las áreas que cubre son: características del
Seifert, 2009) agresivo futuro. joven, relaciones pobres, escuela y educación, y
dinámica familiar.
Early Assessment Risk Ayuda al profesional a hacer estimaciones predictivas Niños hasta 12 años con Guía de evaluación estructurada con 20 ítems sobre
List for Boys (EARL- sobre la futura conducta antisocial y a conducir y un comienzo temprano dominios relacionados con el niño (problemas del
20B; Augimeri, Koegl, planificar las intervenciones clínicas, basándose en de problemas de desarrollo, abuso, impulsividad, socialización pobre), la
Webster, & Levene, las necesidades identificadas, con el fin de reducir el conducta familia (estilo parental, valores y conducta antisocial,
2001) riesgo. soporte) y la responsividad (del niño y de la familia).
Early Assessment Risk Idem anterior. Niñas hasta 12 años con Ídem anterior. Suma un ítem específico para niñas
List for Girls (EARL- un comienzo temprano (desarrollo sexual).
21G; Levene et al., 2001) de problemas de
conducta
The Hare Psychopathy Valora características de personalidad y Adolescentes y jóvenes 20 ítems que componen 4 factores (afectivo,
Checklist Youth comportamientos de la psicopatía. interpersonal, conducta impulsiva y conducta antisocial)
Version (PCL_YV; Ver adaptación en población española en Graña
Forth, Kosson, & Hare, Gomez, Garrido Genovés & González Cieza (2011)
2003)
Structured Assessment Evalúa el riesgo de reincidencia general y violenta. Jóvenes de ambos sexos Cuenta con 30 factores de riesgo: 10 históricos (por ej.
of Violence Risk in Fue el primero en incluir factores protectores. de 12 a 18 años violencia previa, bajo rendimiento escolar), 6 socio-
Youth (SAVRY; Es considerado una versión adaptada del HCR-20 contextuales (por ej. pares delincuentes, falta de soporte),
Borum, Bartel, & Forth, para adultos. 8 individuales/clínicos (por ej. ira, actitudes negativas,
2000) baja empatía), y 6 factores protectores (por ej.
participación pro-social, fuerte soporte social).

Youth Assessment and Evalúa riesgo, necesidades y factores protectores en Adolescentes entre 14 y Incluye una versión breve de “pre-cribado” que arroja un
Screening Instrument jóvenes y ayuda a desarrollar planes de intervención. 21 años. Diseñado para nivel de riesgo global y una evaluación completa extensa
(YASI; Orbis Partners, Clasifica a los jóvenes en función de la probabilidad su uso en jóvenes dentro que genera puntuaciones de riesgo y de protección para
2006) de tener futuros arrestos y/o delitos violentos. del Sistema de Justicia 10 dominios (por ej. historia legal, familia, escuela,
Juvenil (en el Estado de comunidad y pares, alcohol y drogas, tiempo libre, etc).
Virginia [EUA]).
Youth Level of Al igual que la versión de adultos (LSI-R) se dirige a Niño/as de 12 a 17 años Cuenta con 42 ítems
Service/Case detectar niveles de riesgo de reincidencia general y agrupados en ocho áreas criminogénicas (historia
management necesidades criminógenas sobre las que intervenir. delictiva, familia/padres, educación/empleo, relaciones
4
Inventory (YLS/CMI; Ver adaptación en población española en Graña con pares, abuso de sustancias, ocio/recreación,
Hoge & Andrews, 2003) Gomez, Garrido Genovés & González Cieza (2011) personalidad/comportamiento y actitudes/orientación).

4
Diversas herramientas derivadas del LSI han sido desarrolladas para los jóvenes. Dada la gran superposición entre sus contenidos aquí se describe solo una como un ejemplo representativo de estas adaptaciones.

24
Tabla 4. Herramientas específicas para evaluar el riesgo de violencia sexual en jóvenes
Nombre Objetivo Población Estructura
Juvenile Risk Assessment Es una versión modificada del RRAS (Registrant Jóvenes que han Cuenta con 13 ítems que se agrupan en tres áreas:
Scale (JRAS; New Jersey Risk Assessment Scale) para adultos. Ha demostrado cometido delitos historia de delitos sexuales, comportamiento antisocial y
Attorney General's Office, validez predictiva tanto para el riesgo de reincidencia sexuales. características ambientales.
2006) sexual, como no sexual. El factor de conducta
antisocial general se ha mostrado como el de mayor
capacidad predictiva (Hiscox, Witt, & Haran, 2007).
Juvenile Sex Es un listado de chequeo que revisa de forma Adolescentes entre 12 Cuenta con 28 ítems que componen cuatro factores:
Offender Assessment sistemática los factores de riesgo asociados con los y 18 años con o sin impulso/preocupación sexual, comportamiento
Protocol-II (JSOAP-II; delitos sexuales y la criminalidad en general. antecedentes de impulsivo/antisocial, intervención clínica y
Prentky & Righthand, 2003) delitos sexuales. estabilidad/ajuste de la comunidad.
Estimate of Adolescent Sex Listado de chequeo empíricamente guiado que estima Adolescentes entre 12 Cuenta con 25 ítems (16 dinámicos y 9 estáticos) que
Offense el riesgo de reincidencia o delito sexual a corto plazo. y 18 años con o sin abarcan cinco dominios:
Recidivism (ERASOR; antecedentes de Intereses/actitudes y comportamientos sexuales, historia
Worling & Curwen, 2001) delitos sexuales. de agresiones sexuales, funcionamiento psicosocial,
funcionamiento familiar/contextual y tratamiento.
Juvenile Sexual Offense Herramienta para evaluar el riesgo de reincidencia Adolescentes varones Evalúa 12 variables pertenencientes a siete dominios:
Recidivism Risk sexual. entre 12 y 18 años al historia de delito sexual, características del delito,
Assessment Tool-II momento del delito historia de tratamiento, historia de abuso, educación
(JSORRAT-II; Epperson, base. especial, disciplina escolar, delitos no-sexuales.
Ralston, Fowers, DeWitt, &
Gore, 2006)

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