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Creo que al hablar de derechos humanos debemos ser conscientes de una serie de
hechos históricos y sociales. Celebramos en 2008 los 60 anos de la Declaración
Universal de Derechos Humanos (1948); pero, asimismo, los 42 anos de su ruptura
en dos Pactos Internacionales (1966): el de derechos civiles y políticos y el de
derechos sociales, económicos y culturales. Si la estructura de la Declaración era
unitaria, qué razones fundamentaron y, lo que es más importante, siguen
fundamentando la visión dualista de los derechos? Si leemos con atención los
Informes de Desarrollo Humano que anualmente publican las Naciones Unidas y
observamos que cada ano que pasa aumenta el abismo entre ricos y pobres, y que
no hay modo de contener la pobreza y la mortalidad por hambre en los países
empobrecidos por las políticas coloniales y globales del modo de acumulación
capitalista. Y, por poner un punto final, si accedemos al último informe de Amnistía
Internacional en el que de un modo directo se cuestionan los avances en derechos
civiles y políticos en el mundo después de seis décadas de la firma de la
Declaración. Si hacemos estas lecturas, creo que todos y todas percibiremos la
necesidad de “reinventar los derechos humanos” desde una perspectiva más atenta
a lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Creo sinceramente que ha llegado el
momento de redefinir una categoría tan importante para comprender los desafíos
con los que se enfrenta la humanidad a inicios del siglo XXI. En ese sentido,
nosotros definimos los derechos humanos como “procesos de lucha por la
dignidad”; es decir, el conjunto de prácticas sociales, institucionales, económicas,
políticas y culturales llevadas a cabo por movimientos y grupos sociales en su lucha
por un acceso igualitario y no jerarquizado a priori a los bienes que hacen digna la
vida que vivimos.
Del mismo modo que no podemos separar los derechos sociales, económicos y
culturales de los derechos civiles y políticos, tampoco debemos entender los derechos al
margen de las condiciones políticas e institucionales que sirvan para su efectiva
implementación y garantía. Para nosotros es muy importante reivindicar la
interconexión entre la igualdad y la libertad: sin condiciones materiales de ejercicio
será completamente imposible la puesta en práctica de la libertad. Pero, al mismo
tiempo, sin condiciones políticas e institucionales comprometidas con una concepción
positiva de la libertad, la consecución de la igualdad se aleja como el horizonte. Cada
vez que nos acercamos a ella, más dificultades encontramos para su realización fáctica.
Libertad e igualdad son las dos caras de la misma moneda. De ahí la importancia de
una consideración “política” de los derechos que se aleje de visiones esencialistas de
los mismos. Los derechos no son productos de esencias. Son el resultado de luchas
sociales por la dignidad. Luchas que van dirigidas al empoderamiento de los seres
humanos aumentando su potencia de actuar y de reaccionar frente a sus entornos de
relaciones. Como defendía Baruch Spinoza en pleno siglo XVII la política debe
servirnos para reforzar nuestra capacidad genérica de acción y reacción frente al
mundo. Si lo político se entiende como algo separado de esta “decisión ética” de
fortalecimiento de las capacidades y potencialidades humanas, se convierte en puro
autoritarismo o en mera legitimación del orden hegemónico. Los derechos humanos
requieren, pues, de lo político para su efectiva implementación y no quedarse en meros
ideales abstractos. Y, asimismo,, lo político requiere la interacción con los derechos
para no abandonar su naturaleza de construcción de condiciones para garantizar el
despliegue y la apropiación de las capacidades humanas.
3. Usted ha sido con frecuencia invitado por diferentes sectores del sistema
judicial brasileño para reflejar sobre la práctica de los operadores de
derecho con relación a las exigencias de acceso y de realización de la
Justicia. ¿Lo qué más llama su atención en esos encuentros? Están los
operadores de derecho en condiciones de construir, teorética y
políticamente, ¿alternativas institucionales qué recobren la fuerza
normativa del derecho?
Como es sabido, soy defensor de una teoría crítica del derecho y de los derechos
humanos. El hecho de ser invitado a participar en encuentros con operadores
jurídicos en Brasil demuestra la inquietud de los mismos por encontrar una forma
nueva de mirar el derecho en general y los derechos humanos en particular. Es muy
normal encontrarme con juristas que me dicen que a ellos las cuestiones de los
derechos humanos o de la dignidad humana no les interesa. Ellos, afirman, se
dedican a la dogmática. Esto es un fenómeno curioso, pues parece que las tareas
clásicas de la dogmática como son las de clarificar, sistematizar y proponer pautas
para la interpretación de las normas constituyen una actividad al margen de
cualquier contexto ético o socio/político. Parece que los juristas realizan su labor
científica sin partir de algún horizonte ideológico que les sirva de marco para su
tarea. Para una teoría crítica del derecho, una norma no es más que el conjunto de
procedimientos que establecen un modo de acceder a los bienes. Estos
procedimientos no son neutrales ni asépticos. Están condicionados por sistemas de
valores y por procesos de división del hacer humano que hacen que unos tengan un
acceso privilegiado a tales bienes y otros encuentren más dificultades para la
misma tarea. Una dogmática jurídica que oculte tales valores y tales procesos es
una dogmática pasiva que legitima y reproduce el sistema ideológico, político y
económico dominante. Cabe otra dogmática que recupere esa fuerza normativa de
la labor jurídica. Una dogmática que 1) visibilice los contextos en los que se sitúan
las normas; 2) desestabilice las creencias y las certezas establecidas al denunciar
su complicidad con la ideología dominante; y 3) que tienda a proponer
transformaciones en el pensamiento y la práctica jurídicas en función de valores
alternativos y de situaciones sociales más acordes con aquello que Luigi Ferrajoli
denomina “los sectores más débiles” de la sociedad. De ahí, la enorme importancia
de estos encuentros entre defensores y militantes de derechos humanos y los
operadores jurídicos que se sienten incómodos con la teoría y la práctica
tradicional del derecho. Expresando las diferentes opiniones, articulando los
horizontes de sentido, debatiendo las cuestiones que nos parezcan conflictivas y
contextualizando nuestras respectivas posiciones estoy seguro que construiremos
caminos, no de servidumbre, sino de dignidad humana y de transformación social.
En esto consiste la recuperación de la fuerza normativa de nuestra profesión.