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Desde la dictadura de Onganía (1966-1969) y aún más a partir del golpe de estado del 24 de
marzo de 1976 la censura operó sobre el teatro con menos fuerza que sobre otros medios de
difusión masiva como la radio y la televisión aunque se aplicaba de manera encubierta para
preservar los valores católicos y las instituciones nacionales como la familia (Avellaneda: 1986).
Como entre los organismos que se encargaban de vigilar la producción editorial, teatral,
televisiva, musical y cinematográfica no había reglas explícitas que permitieran discernir entre
conductas permitidas y desviadas, gran parte de los productores artísticos pasaron a sentirse
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víctimas potenciales (Gociol e Invernizzi, 2004: 74). Si bien las desapariciones en el ámbito
teatral fueron escasas, durante las funciones fueron frecuentes los estallidos de pastillas o
insecticidas de mano de anónimos y se sabía de la existencia de listas negras de artistas que no
podían ser contratados mientras que muchos otros se exiliaron o se alejaron de la actividad
teatral (Mogliani, 2001). Mientras estuvo en vigencia el estado de sitio que instaba a “evitar
acciones individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en
operaciones”, perseguía reuniones públicas bajo la premisa militar de “tres es reunión” i. Una
contravención a esta norma podía implicar la detención y el encarcelamiento de quienes la
incumplieran.
Por estos años surgieron pequeños espacios de actividad cultural: grupos teatrales, revistas under,
talleres literarios, exposiciones de artistas plásticos que reunieron algunos átomos dispersados
por el embate represivo que no implicaba comportamientos sociales u objetivos políticos
deliberados contra el régimen (Brocato, 1986:152). Dentro de estas iniciativas culturales
sumamente heterogéneas inscribo al TiT y a Cucaño. El primero se fundó en Buenos Aires en
1977 a partir de una tentadora propuesta de Juan Carlos Uviedoii: tres meses de experimentación
teatral que finalizarían con la presentación de un montaje. Al poco tiempo Uviedo fue
encarcelado, luego se exilió en Brasil pero los integrantes del TiT continuaron sin su fundador
con tres subgrupos que exploraron distintas vías de experimentación teatral como el absurdo de
Ionesco, la biomecánica de Meyerhold y el teatro de la crueldad de Artaud. Realizaron ensayos
abiertos, montajes y fiestas en las que participaron centenares de personas.
(Imagen 1) Ensayo del TiT en la sala de Avenida Los Incas (Buenos Aires circa 1978). Cortesía
de Marta Cocco.
Mientras que Cucaño surgió en 1979 en la ciudad de Rosario (provincia de Santa Fe) alrededor
de unas presentaciones organizadas por el músico de jazz Carlos Lucchese y un joven estudiante
de secundaria Guillermo Giampietroiii en las que colaboraron varios de los futuros integrantes del
grupo. Poco tiempo después, Mauricio Kurkbard, un miembro del TiT, comenzó a viajar
periódicamente a Rosario para reunirse con los integrantes de Cucaño, transmitirles algunas
lecturasiv y experiencias de los montajes del grupo porteño. Si bien el intercambio duró solo un
par de meses marcó el inicio de una estrecha relación artística, política y afectiva entre los
colectivos.
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A partir de las entrevistas realizadas a integrantes de los grupos y sus cuadernos de ensayo se ha
podido reconstruir cómo funcionaban los talleresv: trabajaban intensamente la preparación física
incluso hasta sobrepasando el límite del agotamiento corporal, e incentivaban el desarrollo
actoral desde la capacidad de provocación realizando juegos creativos, movimientos plásticos e
improvisaciones. En paralelo investigaban teóricamente sobre varias temáticas (el absurdo, la
decadencia, la locura, la caza de brujas) que debatían y traducían en ejercicios de trabajo
corporal y textos de escritura automática. También realizaron ejercicios en la calle que incluían
desde la observación de comportamientos y reacciones sociales cotidianas, experimentando qué
efectos suscitaban en los transeúntes en la vía pública si se empleaban ciertos objetos, gestos y
movimientos que discutían y podían incorporar en sus acciones artísticas. Sus montajes e
intervenciones urbanasvi eran de creación colectiva y estaban diseñados a partir de bloques o
guiones que solo tenían indicaciones mínimas. El director o provocador iba señalando el ritmo y
la secuencia de las acciones que tenían un desenlace inesperado para todos los presentes. En las
puestas como en las acciones callejeras no estaba delimitado el espacio escénico, los actores
aparecían y se esfumaban entre los espectadores o los transeúntes. El cuerpo semi-desnudo,
cubierto con trapos o vestido con ropa de ensayo, el despliegue de sus movimientos físicos y
acrobáticos, la voz declamando discursos, recitando poesías, ensamblándose con otras para
formar coros o que tan sólo emite sonidos, la palabra tomada de fragmentos de obras literarias,
poesías, discursos políticos o mediáticos, publicidad o de textos en lenguaje inconexo,
ensamblada como un cadáver exquisito eran recursos comunes que circulaban en los talleres para
sus producciones. Ana Longoni- ante la dificultad de reconstruir el argumento de los montajes
del TiT ya que en las entrevistas que mantuvo con los protagonistas y los espectadores de las
acciones del grupo tan sólo rememoraron algunas imágenes (un personaje usaba un calzoncillo
de leopardo) o sensaciones específicas (tenía miedo)- caracterizó estos montajes como una
conmoción o un cimbronazo que afectaba a los presentes, actores y público, generando una
experiencia colectiva (2012:8-9). ¿Qué era lo que sucedía en las presentaciones que hasta los
protagonistas no podían narrarlo?
En este sentido he elaborado la noción de collages performativos como dispositivo de lectura
para dar cuenta de la particular forma de creación de las acciones de estos colectivos y de ciertos
conceptos críticos que emergieron del análisis de sus prácticas. A partir de este concepto me
interesa rescatar el gesto experimental del collage dadaísta de yuxtaponer imágenes logrando
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composiciones incoherentes para el sentido común que creaban la posibilidad de interpretar las
imágenes en sentidos totalmente nuevos para desde esta clave de análisis interpretar los montajes
e intervenciones callejeras del TiT y Cucaño. Entiendo que lo performativo de estas prácticas de
collage radica por un lado, en la transgresión de ciertas normativas sociales sobre el uso del
espacio público, la anulación de gran parte de la simbología y la actividad política impuestas por
el régimen militar; pero también en la recreación de otro tiempo que comenzaba al desplegar y
repetir acciones que interferían en la vida cotidiana. A partir del collage performativo pretendo
indagar en los procesos de creación y puestas en acción de sus dispositivos artísticos como forma
de conocimiento forjada en la crisis social y política que se profundizó durante la última
dictadura militar.
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desenlace del hecho teatral- la mesa, el auto policial de juguete y los cuerpos de los actores, cual
objetos-imágenes componían una conjunción perturbadora entre aquello que se hacía visible y
aquello que permanecía, a modo de insinuación, invisible. En estos montajes se generaron
transposiciones entre los personajes de la ficción y militares, religiosos y empresarios argentinos
dando cuenta de manera no metonímica de la extensa red colaboración civil durante el gobierno
de facto. Cabe destacar que esta imagen se contraponía a la teoría de los dos demonios ix visión
hegemónica de la sociedad en dictadura hasta principios del siglo XXI.
Los montajes del TiT Para cenar: Artaud y Engordando con Ionesco se realizaron en 1979
contemporáneamente en la misma sala teatral. Ambos recrearon escenas cotidianas de violencia del
poder represivo: el primero desde las premisas del teatro de la crueldad, buscando crear un nuevo
lenguaje corporal y vocal, jugando con las tonalidades de las voces, los acentos y los sonidos que
producían los actores, el segundo desde las premisas del teatro del absurdo, desproveyendo de
sentido y de secuencia temporal los distintos bloques del montaje. En Para cenar: Artaud
desplegaron los mecanismos de interiorización del terror y la opresión social que desencadenaba,
durante todo el montaje se escuchaba como trasfondo intermitentemente una voz lúgubre con el
eco de un coro lejano que recitaba lentamente: “en forma de navaja me meteré en tu sueño, para
que veas, para que me sientas...en forma de navaja me meteré en tu sueño...Me meteré…me
meteré… me meteré.” Entre valses de Frédéric Chopin y música electroacústica de Karlheinz
Stockhausen los actores iban ocupando cada vez más espacios de la sala hasta lograr
comprometer al espectador. El conflicto territorial se manifestaba con el ‘espacio pared’ como
infierno, por lo que los personajes y el público cada tanto e individualmente iban a sufrir algún
tormento. En cambio en Engordando con Ionesco las imágenes violentas se construyeron desde
algunos indicios o pistas:
“La sala teatral estaba repleta de escombros, tirantes, sillas rotas, como si fuera un lugar en ruinas
luego de haber sido bombardeado. Algunos actores llevaban palos y hacían entrar a los espectadores
agresivamente a empujones, les sacaban sus documentos de identidad y, a medida que iban
ingresando se escuchaban gritos, llantos y risas histéricas. La escena iba mutando de los corredores de
un hospital, a los pasillos de una cárcel, a un festival”. (Testimonio de Marta Cocco, 2011).
Si bien la asociación con respecto a la complicidad civil y los mecanismos de interiorización del
terror durante la dictadura son inevitables, en los montajes aparecieron no como contenido
manifiesto de su época sino como contenido latente; construyeron una ficción para experimentar
la ampliación de la percepción. De hecho se advierte que la ampliación de la percepción no tenía
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como objeto la denuncia social sino más bien llevar a cabo una representación teatral que
modificase al público con imágenes que lo sacudiesen y le dejasen una cicatriz imborrable.
(Imagen 2-3) Puesta en escena y afiche de Para cenar con Artaud (Buenos Aires, 1979) Cortesía
de Rubén Campitelli.
(imagen 4-5) Intervenciones de Cucaño en una galería comercial y en la peatonal durante Las Brujas.
(Rosario, 1981) Cortesía de El Marinero Turco.
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“… el teatro no es el reflejo de la realidad sino la realidad de un reflejo” comenzaba el programa
de mano de La insurrección de las liendres (Poema Épico) ópera bufa desarrollada durante la II
muestra de Teatro Rosarino en diciembre de 1981 con la que Cucaño se presentó como un grupo
de teatro. Comenzaba con una escena melodramática entre un joven de una villa miseria que se
enfrentaba a su padre porque había dejado a su novia embarazada pero finalmente se
reconciliaban estrechándose en un abrazo. Al finalizar la escena, un hombre corriendo pedía a
gritos que se desalojase el teatro de manera urgente porque en la ciudad había una terrible
insurrección de liendres que querían tomar el poder. Parte del público aplaudía y no se levantaba
de las butacas, pero, quienes se desplazaron fuera del teatro, encontraron que desde las esquinas
se acercaban diecisiete hombres-liendres arrojando panfletos y arengando a los espectadores a
que ingresaran nuevamente al teatro. A lo largo de las dos escaleras que desembocaban en la sala
varios de los hombres-liendres se ahorcaban, otro pedía auxilio.
El TiT no había sido invitado al II Encuentro de las Artesxiii, si bien había participado en la
primera edición. Durante un intervalo irrumpieron en la sala, abriendo las puertas de par en par,
y marchando como en una procesión religiosa. Cuando las luces del teatro se encendieron,
desplegaron banderas y pancartas que transformaron la procesión en una movilización política.
Mientras recitaban el texto: “En el acto cargado de solemne teatralidad, al cumplirse
nuevamente indistintamente ordenado en el tiempo el entierro de la Juventud. Rescatando la
representación y su juego mentiroso, ¡pedimos un minuto de silencio!”, desde los palcos tiraban
mariposas con consignas libertarias. En minutos una lluvia de papeles cubrió el teatro al compás
del bolero de Ravel (Cocco: 2017:87).
Con estas dos acciones los grupos pusieron de manifiesto la tensión entre el adentro y el afuera
del teatro a partir del recurso de la parodia. Detrás del tema de la Revolución Rusa y la anécdota
de la toma del palacio de invierno, Cucaño encubría una burla a los demás grupos de teatro. ¿En
qué consistía la burla? Según los integrantes del grupo planeaban que el primer acto de su
intervención fuese la obra del grupo Arteón que los antecedía, pero como este no se presentó la
recrearon ellos mismos. El objetivo era incitar a que los espectadores fuesen quienes pasaran a la
acción y así hacer estallar la farsa de los otros conjuntos de teatro que buscaban transmitir un
mensaje a la sociedad a partir de sus obras. A través de la sátira realizaron una demostración
política cuya mira estaba puesta en el medio cultural rosarino independiente. El uso que hicieron
del adentro y el afuera de la sala, las alternancias entre la unidad teatral y el quiebre que
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produjeron en la simultaneidad de la acción, daban cuenta de la reinvención de formas de
intervención para generar antagonismo con respecto a las prácticas hegemónicas/convencionales
del “arte comprometido”.
En ese sentido entiendo estas acciones como gestos de desacralización del teatro en general y de
aquel que se pretende político en particular. Parodiaron la estética del realismo socialista o
peronista, manera en que caracterizaban a las agrupaciones de la tradición del teatro
independiente. Intervinieron en el espacio de esas obras utilizando lenguajes propios de la
movilización político-partidaria (corporales, gestuales, de objetos y performativos) e interpelaron
al público para que participasen de una acción política desplazando las porosas fronteras entre
ficción y realidad.
Intervenir en las prácticas artísticas de otros grupos implicaba posicionarse críticamente contra
las formas de representación escénica permitidas por el régimenxiv, es decir contra el
disciplinamiento representacional, el realismo socialista o costumbrista, que era la propuesta que
aglutinaba al TiT y a Cucaño. En medio de condiciones signadas por la derrota de los anteriores
proyectos emancipadores y el repliegue de la militancia a la clandestinidad ante la represión se
autoproclamaron artistas revolucionarios a partir de la consigna “transformar el mundo y
cambiar la vida” dieron cuenta de que existía un doble juego estratégico entre ser artistas para
transformar el mundo y ser políticos para poder ser artistas. Retomaron e hicieron propia la
máxima del maestro y referente de ambos grupos, Juan Carlos Uviedo “el éxito de un montaje no
residía en aparecer en las secciones culturales de los periódicos sino en las páginas policiales”, es
decir provocar un impacto fuera del restringido ámbito artístico, era para ellos la función del
artista en la sociedad.
IV. Enunciar las ausencias de los cuerpos, las acciones y los símbolos políticos.
El enigma del misterio de Las Brujas, que Cucaño había fomentado durante dos meses,
finalmente se resolvía en una convocatoria publicitada a través de volantes que se habían
esparcido por la ciudad. Un cortejo fúnebre se trasladaba desde las calles céntricas hasta las
barrancas finalizando en la confitería Vipxv. Un orador, luego de gritar varias alocuciones,
expresaba que en ése ataúd estaba su generación, que también era la de ellos, una generación
muerta y por lo tanto que el ataúd les pertenecía. Finalmente desplegaban una bandera en la que
se leía: ¡Libertad total a la imaginación!
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(Imagen 6) Volante de la acción final de Las Brujas. (Rosario, 1981) Cortesía de El Marinero
Turco.
Con Las Brujas, se evocaba el emblema de la subversión para la modernidad, aquel que desde
fines de la década del ‘60 en diferentes puntos del planeta, había encarnado por antonomasia la
juventud. Los integrantes de Cucaño, que eran pocos años menores de la generación que había
sido directamente aniquilada por la dictadura, generaron elípticamente una confrontación en la
que homologaron al status de “cadáveres” –el resto del cuerpo humano tras la muerte- a los
jóvenes que se mostrasen anuentes, conformistas, acomodaticios o simplemente obedientes ante
el disciplinamiento impuesto por el régimen castrense y sus colaboradores. El desenlace de Las
Brujas y su farsa de la procesión funeraria, ponía en evidencia aquello que había permanecido en
latencia detrás de los signos y síntomas irradiados en la ciudad: lo indecible. De esta manera, a
través de la ceremonia fúnebre, lograron desplegar recursos para enunciar aquello que
socialmente se silenciaba, una estrategia para señalar la muerte, los muertos y su perturbador
vínculo con los vivos.
El ritual religioso alrededor de un cadáver-objeto se utilizó, contemporáneamente a Las Brujas,
en una intervención del TiT que denominaron Marat-Sade que tomaba el nombre de la pieza de
teatro-documento de Peter Weiss. Pero en el caso de la intervención del grupo argentino al son
de los tambores, un grupo de hombres y mujeres llegaban bailando con un muñeco a una plaza
del barrio porteño de San Telmo, “fueron integrando a los paseantes a la fiesta de disfraces hasta
que el muñeco fue arrojado al suelo y terminó cubierto por un cúmulo de trapos, se acallaron los
tambores y la fiesta culminó rodeando al muñeco en silencio” recordó Rubén Gallego Santillán
un integrante y fundador del grupo (en Cocco 2017:85). En medio de una improvisada fiesta
popular, el baile se interrumpía repentinamente ante la sepultura del muñeco, que había sido uno
de los protagonistas de la celebración. Del carnaval al ritual fúnebre, de la algarabía a la
introspección, emergían como metáforas del tránsito funesto que experimentó el campo popular
durante la dictadura. También operaba como parodia de la fiesta popular, en su contexto cercano
podía referirse al triunfalismo de los medios de comunicación por la obtención del Campeonato
Mundial de Fútbol de 1978 siendo Argentina el país sede de la competiciónxvi. Más allá del
discurso hegemónico que se podía utilizar como referente, en medio de la fiesta -una instancia
reunión colectiva por excelencia- se hizo presente la muerte y el duelo. Inquietante alegoría de
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que - a pesar de los dispositivos oficiales de control (represivos, de censura y autocensura)- no
había encuentro comunitario que pudiera soslayar o evadirse de las ausencias.
Así como insistía Néstor Perlongher en su poema “Hay cadáveres” (1981) en expresar de una y
mil maneras cómo el paisaje urbano se disfrazaba de un enorme cementerio latente, el TiT y
Cucaño encontraron maneras de hacer visible la perturbadora ausencia de los cuerpos que
intentaba negar la dictadura, bajo la anulación de su existencia denominándolos desaparecidosxvii.
Habitar el horror
“Éramos surrealistas porque no se podía decir nada” o “el surrealismo nos conectaba con un
espacio etéreo”, deslizaron algunos de los integrantes del TiT durante un improvisado encuentro
que siguió a un conversatorio sobre prácticas de arte y política en los años ’80xviii. En estas frases
que evocan el silencio y la fuga, el contexto represivo en el que desarrollaron sus acciones se
tornaba texto, no como tema o como alusión explícita sino como táctica, como modo de
expresión ante el silenciamiento, la censura y la autocensura dominantes.
Siguiendo a Pilar Calveiro (1998), si el terror concentracionario se propagó más allá de los
límites de los campos de detención y exterminio, su poder y su capacidad de paralizar al
conjunto de la sociedad no fueron absolutos. Se produjeron fisuras y alternativas, espacios de
negociación, riesgo y confrontación, mutaciones de la acción política. En este sentido, si los
dispositivos de vigilancia utilizados durante el terrorismo de Estado producían un control
abstracto que paralizaban a quienes se sentían vigilados (O’Donnell, 1984) crear colectivamente
expandía las posibilidades de habitar el mundo. Los collages performativos más que comunicar,
narrar o denunciar buscaban infectar el cuerpo de sus actores y de los espectadores para traer
noticias del mundo sumergido, desaparecido desde la experiencia sensorial, corporal y
tridimensional de la performance. Las noticias no referían a personas, ni imágenes, documentos,
pruebas o evidencias. Tanto en la sala teatral como en la calle no denunciaron explícitamente el
accionar del terrorismo de Estado. En la contaminación de prácticas artísticas y consignas
políticas el TiT y Cucaño encontraron maneras hacer visible la perturbadora ausencia de los
cuerpos que la dictadura sistemáticamente negaba, bajo la anulación de su existencia
denominándolos desaparecidos.Crearon desde sus cuerpos imágenes perceptibles de lo siniestro,
de la experiencia de la represión, de la tortura, de la ausencia de personas, de aquello que
supuestamente la sociedad argentina no sabíaxix. Pero también en los montajes y en las acciones
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callejeras construyeron momentos festivos, de goce del cuerpo a través del baile y la música,
exaltando lo absurdo de estar vivos en aquel contexto.
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hacia la capacidad transformadora del arte y en una carta al MSI expresaron “la transgresión
parece absurda y pueril si ella no ayuda al surgimiento de un nuevo estado de cosas, en el cual
ella ya no sea necesaria”. Compartieron con el líder del Partido, Nahuel Moreno, la
caracterización de que la derrota argentina en la Guerra de Malvinas había desatado la crisis
económica y política al interior del régimen cívico-militar y se estaba ante una coyuntura
revolucionaria. También coincidían en la necesidad histórica de construir el partido
revolucionario de masas, el MAS. Algunos integrantes de los colectivos militaron por un breve
período, otros hasta fines de la década, cuando los conflictos internos fragmentaron el Partido.
Si interpretamos las relaciones entre estos grupos artísticos y las organizaciones partidarias en
una secuencia lineal o de retorno cíclico bajo la primacía de la acción política se podría leer el
itinerario del TiT y Cucaño como la adaptación de un grupo de militantes ante la interrupción en
la vida institucional que implicó la última dictadura cívico-militar argentina. Entender la
dictadura como paréntesis o como tiempo político en suspenso reduce la comprensión de
procesos de subjetivación más complejos y sutiles que se gestaron en esos años y que han tenido
efectos y resonancias menos inmediatos. Me refiero específicamente a los efectos disciplinadores
que en la producción de cuerpos, afectos y comportamientos ha tenido el régimen militar y que
están estrechamente vinculados a las prácticas artístico-políticas de los colectivos estudiados a
partir de la noción de collages performativos. En este sentido se han explorado las huellas de la
memoria, no como mera información fáctica sino como recordis -el acto de volver a pasar por el
corazón- para repensar los vínculos entre arte política desde otras aristas que atraviesan la
experiencia sensible de grupos que se expusieron al riesgo modulando lenguajes alternativos para
expresarse y transformar su realidad.
Referencias bibliográficas
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Testimonios
Entrevista a Marta Cocco realizada por Ana Longoni (11-12-2011).
Entrevista a Irene Mozskowski realizada por Ana Longoni (4-5-2012).
14
Entrevista a Gloria Rodríguez realizada por Malena La Rocca (10-8-2011).
Entrevista a Roberto Barandalla realizada por Ana Longoni (6-6-2011).
Entrevista a Carlos Ghioldi realizada por Ana Longoni y Jaime Vindel (10-6-2011)
Entrevista a Marcelo Roma realizada por Malena La Rocca, (9-8-2011).
Entrevista a Luis Alfonso realizada por Malena La Rocca (10-8-2011).
Testimonio escrito de Guillermo Giampietro, (31-8-2011)
Apéndice documental
Programa de mano de Una temporada en el infierno, Rosario, 1980.
Enciclopedia Surrealista, Buenos Aires- Rosario, 1981
Las Brujas. Parámetros de la investigación, Rosario, septiembre 1981
Resumen del G. A. E. Cucaño desde Las Brujas, Rosario, diciembre 1981.
i
Comunicado n°1 y 2 del 24 de marzo de 1976. Publicados en el diario La Razón, pág. 4.
ii
Juan Carlos Uviedo (1939-2009) fue un artista escénico experimental santafesino. Actor, director, escritor,
dramaturgo, formó grupos en España, Portugal, EE.UU., Guatemala, México y Argentina que generalmente
terminaban con su expulsión, deportación o encarcelamiento. En 1977, luego de un intenso periplo por Centro y
Norteamérica, Juan Carlos Uviedo fundó el TiT (Taller de investigaciones Teatrales) en Buenos Aires. Pocos meses
después fue detenido por tenencia de marihuana y, luego de un año de cárcel, se exilió en San Pablo, Brasil. Sobre
Juan Carlos Uviedo, puede consultarse Olivier Debroise et.al., Con la provocación de Juan Carlos Uviedo (2015).
iii Las primeras acciones se realizaron en un festival de arte joven con una banda de música que desarmonizaba el
sonido de sus instrumentos provocando incomodidad en los espectadores, en un ciclo de música contemporánea
donde en medio del recital aparecían sobre el escenario y entre el público distintos personajes que descontrolaban el
lugar, en un balneario de Rosario realizaron una batucada con instrumentos improvisados. Para más info ver, La
Rocca (2012).
iv Entre los pocos textos que circulaban en aquellos años, debido a los dispositivos de control en las editoriales,
librerías y la autocensura, discutieron los manifiestos surrealistas de Breton, trabajaron la teoría teatral a partir de:
Antonin Artaud, Vsévolod Meyerhold, Jerzy Grotowsky y Peter Brook; a los poetas malditos como el Conde de
Lautréamont y Arthur Rimbaud y las novelas y dramaturgia de Jean Genet y Eugène Ionesco, entre otros.
v
Gran parte de esta labor fue realizada junto a Ana Longoni, Jaime Vindel y André Mesquita para la investigación
curatorial que dio lugar a la exposición Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en
América Latina, curada por la Red de Conceptualismos del Sur y organizada por el Museo Nacional Centro de Arte
Reina Sofía (Madrid) entre octubre de 2012 y marzo de 2013.
vi
Mientras que los montajes o hechos artísticos (que podían ser teatrales, musicales o plásticos) los presentaban en
salas, clubes de barrio o en sus propios espacios que denominaban casonas, las intervenciones eran prácticas
callejeras, anónimas y por lo tanto los transeúntes -que ignoraban su condición de espectadores- se convertían en
público en la medida que se sintieran interpelados por la acción.
vii
En el programa de mano de Una temporada en el infierno (1980).
viii
Una institución vinculada a la iglesia católica que abiertamente colaboraba con la dictadura militar en su cruzada
conservadora y moralizante.
ix
Siguiendo el análisis de Drucaroff (2002), el modelo propuesto por los decretos 157 y 158 dictados por el gobierno
de Raúl Alfonsín presidente electo democráticamente en 1983 y por el informe de la Comisión Nacional de
Desaparición de Personas (CONADEP) en 1984, aparecido con el título Nunca Más, supone tres componentes
básicos: un demonio primero Demonio 1 (el de izquierda) que “convulsiona” con su violencia a la sociedad en su
conjunto, provocando la ira de un demonio segundo Demonio 2 (el de derecha), quien aplica una violencia
sistemática e “infinitamente peor” a víctimas que serán jerarquizadas en un doble procedimiento de demonización y
15
angelización. En el medio de esta realidad trágica e insalvable (Demonio 1 versus Demonio 2; Mal versus Mal
Mayor) una sociedad sufriente, pasiva, “inocente” y ajena a todo el proceso.
x
Se trata de un juego infantil en el que los participantes separados por un par de metros doblan la cintura y uno de
ellos los pasa por encima apoyando sus manos en la espalda, al finalizar se ubica al final de la fila y el que quedó
primero realiza la misma acción.
xi
Ante la sucesión de Videla al frente de la Junta Militar eclosionaron las contradicciones internas latentes la
presión internacional de los organismos de derechos humanos, por la crisis económica, la convocatoria de la
dirigencia sindical a la segunda huelga nacional desde 1976, sumado a la conformación de una Asamblea
Multipartidaria con las agrupaciones políticas mayoritarias y el episcopado para presentar un cronograma de
transición a la democracia (Canelo, 2008:171).
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Sobre el discurso de censura y su aplicación a artistas, escritores, editoriales durante la última dictadura. Puede
consultarse Avellaneda (1986) y Gociol e Invernizzi (2002).
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Festival independiente que se realizó el 15 de noviembre de 1981 en el Teatro Margarita Xirgu de la ciudad de
Buenos Aires.
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Según Mogliani como el gobierno militar no encontraba un tipo de teatro válido, que se orientara con su
ideología, se abstuvo de votar en los premios oficiales. No obstante, la despolitización de las puestas teatrales se
hizo evidente -más aún en relación a la radicalización política del período previo- cuando se concebía al arte como
un agente transformador de la sociedad (2001:84).
xv
Espacio que había sido elegido por varias razones, por un lado era un bar frecuentado por grupos económicos
privilegiados rosarinos, que consideraban funcional con aquello que el gobierno militar aceptaba de los jóvenes.
Pero además ocupaba la barranca de una plaza de gran valor simbólico en la ciudad que, con la habilitación de la
confitería, había sido sustraída del espacio público durante la dictadura.
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El Mundial de 1978 tuvo lugar con una estricta censura a la prensa internacional y con la consigna de no cubrir
ninguna noticia por fuera de la competición. En los meses previos al Campeonato el régimen militar había lanzado
una “campaña antiargentina” contra la denuncia de los organismos de Derechos Humanos. Dicha propaganda oficial
se caracterizaba por el uso de argumentos nacionalistas y una lectura en clave conspirativa, donde lo amenazado por
las denuncias internacionales era la Nación misma frente a la “amenaza subversiva externa” (en Franco: 2002: 199).
xvii
“...frente a los desaparecidos en tanto, éste como tal, es una incógnita. Si reapareciera tendría un tratamiento
equis. Pero si la desaparición se convirtiera en certeza, su fallecimiento tiene otro tratamiento. Mientras sea
desaparecido no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad, no está muerto ni vivo (...)”. Diario
Clarín 14/12/79.
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La mesa “El delirio permanente” formó parte del Seminario internacional Perder la forma humana.
Conversaciones sobre arte y política en los años 80 en América Latina que tuvo lugar el 6 de junio de 2014 en el
Centro Cultural Borges de la Ciudad de Buenos Aires. Esta actividad fue realizada en el marco de la exposición
Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina, curada por la Red de
Conceptualismos del Sur y organizada por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid) en colaboración
con el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Buenos Aires) y el Museo de Arte de Lima con el
apoyo de la AECID.
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Parafraseando el título de la obra de León Ferrari, “Nosotros no sabíamos” compuesta por ochenta y cinco piezas
que recompilan de manera incompleta algunas de las noticias que los periódicos de 1976 publicaron sobre la primera
época de la represión desatada por la junta de Videla. “Son las noticias que lograron pasar el tamiz de la censura o
que se dejaron pasar como mensajeras del terror”, escribió Ferrari en el texto de presentación de la serie fechado en
Buenos Aires en 1992. Cabe señalar que los límites de lo decible en esos años no pueden ser definidos desde las
certezas desde las que partimos hoy: lo que se sabía y lo que no sabía eran territorios de fronteras móviles y
endebles.
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Agrupación de izquierda crítica a la lucha armada que surgió en 1972 de la fusión de PRT (Partido Revolucionario
de los Trabajadores)- La Verdad junto a una corriente del Partido Socialista Argentino liderada por Juan Carlos
Coral con una destacable influencia en el movimiento obrero y sindical. Durante la última dictadura cívico-militar el
PST fue proscripto, sumido a la clandestinidad y con sus dirigentes en el exilio en Colombia. Entre 1974 y 1982
fueron fusilados 16 militantes por parte de la Triple A, desaparecidos 80 de sus miembros y 30 militantes fueron
encarcelados “a” disposición del Poder Ejecutivo Nacional” (Osuna, 2015).
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Alterarte I fue el primer festival organizado por el movimiento El Zangandongo en el que reunieron a decenas de
artistas de varias generaciones (desde la vanguardia concreta de los años cuarenta, la vanguardia de los sesenta y el
activismo teatral de la última dictadura) e hicieron presentaciones plásticas, dramáticas, musicales durante tres
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semanas, en una sala a pocos pasos del obelisco porteño a fines de 1979. La segunda edición tuvo lugar en agosto de
1981 en San Pablo, Brasil.
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Fue creado por el TiT y denominado El Zangandongo, publicó en mayo de 1979 su manifiesto y varios boletines
y cuadernos. En el caso de Cucaño, en un primer momento adhirieron a El Zangandongo, pero generaron su
manifiesto que se llamaba “Romper con el arte” y sus publicaciones Acha, acha, Cucaracha (1981), Aproximación a
un hachazo (1982) y el fanzine El Maldito chocho (1981).
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