como largos inviernos! De nuevo oigo estas aguas rodar desde su fuente con un suave murmullo. Otra vez veo estos riscos abruptos y empinados, que en un lugar salvaje y solitario sugieren el retiro más profundo y conectan el cielo y el paisaje. Llega el día y reposo aquí de nuevo bajo este oscuro sicomoro y miro estas manchas de chozas y de huertos que, en la estación, sin madurar sus frutos, se visten de un matiz verde, y se pierden entre sotos y bosques. Veo de nuevo estos setos, más bien breves hileras de bosque juguetón hecho silvestre; granjas, hasta la misma puerta, verdes, y espirales de humo entre los árboles, que se eleva en silencio. Con dudosa vigilancia, según puede esperarse de errantes moradores de los bosques o de algún ermitaño que, en su cueva, se sienta solitario junto al fuego.
Estas formas, en una larga ausencia,
no han sido para mí como un paisaje a los ojos de un ciego; con frecuencia en espacios aislados y entre el ruido de pueblos y ciudades, me han traído en horas lasas sensaciones dulces, sentidas en la sangre y aun pasadas del corazón hasta la misma mente, con un tranquilo alivio; sentimientos de placer olvidado, quizá tales como tener influjo no liviano en la vida mejor de un hombre bueno, sus pequeños, sin nombre, y olvidados actos de amor y de bondad. No menos a ellas debo otro don aun más sublime; ese bendito humor en el que el peso del misterio, la carga áspera y dura de este ininteligible mundo todo, se ilumina; ese humor bueno y sereno en el que los afectos nos conducen casi a la suspensión de nuestro aliento e incluso del fluir de nuestra sangre, nos echamos dormidos en el cuerpo y somos un espíritu viviente, mientras, con ojos hechos a la calma por el poder de la armonía y el gozo, escrutamos la vida de las cosas.
Si esto es vana creencia, sin embargo,
a oscuras o a la triste luz del día en sus múltiples formas, cuántas veces, cuando la inútil y molesta brega, y la fiebre del mundo están pendientes del palpitar del corazón, mi mente ha vuelto a ti, silvestre Wye, que vagas a través de los bosques, cuántas veces he vuelto a ti en espíritu. Y ahora, con chispas de muy tenues pensamientos, con recuerdos borrosos y apagados, y una perplejidad un poco triste, la imagen de la mente resucita, mientras estoy aquí de pie, sintiendo no sólo el gran placer presente, sino que en este instante hay vida y alimento para futuros años. Y así espero, aunque distinto del que fui, sin duda, cuando llegué primero a estas colinas; cuando saltaba, corzo, en las montañas, junto a ríos profundos, junto a arroyos, con la naturaleza como guía; más como hombre que escapa a lo que teme que el que busca las cosas que él amaba. Pues la naturaleza entonces era (idos todos los ásperos placeres de la niñez y sus alegres brincos) para mí todo en todo. Yo no puedo pintar lo que era entonces. Me atraía la rugiente cascada. La alta roca, la montaña y el hondo, oscuro bosque, sus colores y formas me incitaban un deseo, un amor y un sentimiento que no necesitaba de otro encanto del pensamiento, ni interés alguno salvo el de la visión. Pasó ese tiempo, y ya no están sus goces dolorosos y sus éxtasis locos. No por esto me duelo, ni murmuro, que otros dones han seguido a esa pérdida; los creo recompensa abundante. He aprendido a ver el mundo, no como en la hora de alegre juventud, sino escuchando la suave y triste música del hombre, sin asperezas, aunque con poderes de castigar y someter. Y siento una presencia que me mueve al goce de nobles pensamientos, un sentido de algo que está unido fuertemente, cuyo albergue es la luz de los ocasos, y el arqueado mar, y el aire vivo, y el cielo azul, y la razón del hombre; una moción y espíritu que impulsa a los seres pensantes y pensados y que rueda a través de toda cosa. Por tanto soy amante todavía de praderas, y bosques, y montañas; y de todo cuanto hay que conozcamos en esta tierra verde; del gran mundo del oído y la vista, que crean ambos lo percibido. Reconozco a gusto en la naturaleza y los sentidos el ancla de mis más puras ideas, la guía y el guardián de mis afectos, y el alma de mi ser moral entero.
Ni por azar, aun no aprendido esto,
decaería mi talante afable, porque tú estás conmigo en las orillas de este río, mi más querida amiga, querida amiga, y en tu voz percibo el resonar de mi pasión antigua; leo en la luz de tu mirar salvaje mis placeres antiguos. ¡Aún un poco pueda yo ver en ti lo que yo fuera, querida hermana! Y hago esta plegaria sabiendo ya que la naturaleza nunca traiciona el corazón que la ama; es privilegio suyo conducirnos de goce en goce en toda nuestra vida; pues puede así inspirar la mente nuestra, así inculcar tranquilidad, belleza, y alimentar los altos pensamientos, de modo tal que ni las malas lenguas, ni juicios imprudentes, ni sarcasmos egoístas, ni hipócritas saludos, ni el triste curso de la vida diaria prevalezca jamás contra nosotros o nuestra alegre lealtad perturbe, que todo aquello que miramos lleno está de bendiciones. ¡Que la luna te alumbre en tu paseo solitario; que los brumosos vientos de montaña te soplen en el rostro, y otros años, cuando estos locos éxtasis maduren en un sobrio placer, cuando tu mente sea mansión de toda forma amable, tu memoria será como un albergue para todos los sones y armonías! ¡Si el miedo, o el dolor, o el estar sola reclaman su porción, con qué alegría te acordarás de mí y de mis consejos! ¡Y si estuviera donde ya no pueda oír tu voz ni ver en tu mirada reflejos de mi ayer, recuerda entonces que a orillas de esta plácida corriente hemos estados juntos, que, devoto de la naturaleza, aquí me vine tenaz en su servicio; mejor dices con un ardiente amor, con hondo celo del más sagrado amor. Recuerda entonces que, tras mucho vagar y mucha ausencia, estos abruptos bosques y altos riscos y este paisaje pastoral los amo también por la presencia tuya en ellos!
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