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LOS BEBES POSEEN EL LENGUAJE

Los primeros años de vida son como los primeros movimientos de una partida de
ajedrez, dan la orientación y el estilo de toda la partida, pero, mientras no haya jaque
mate, aún pueden hacerse bellas jugadas.
Anne Freíd

La palabra es, en efecto, un don de lenguaje, y el lenguaje no es inmaterial. Es cuerpo


sutil, pero cuerpo al fin. Las palabras están atrapadas en todas las imágenes corporales
que cautivan al sujeto.
Jacques Lacan

Los lactantes confiados a la Ayuda Social a la Infancia vivieron una prueba


relacional, una ruptura más o menos grave que se expresa, a su edad, en
perturbaciones funcionales. Este “lenguaje orgánico”, “no es orgánico más
que a causa de no ser lenguaje”. Puede escucharse el funcionamiento del
organismo como se escuchan las palabras de un analizante o la producción
gráfica de un niño: es el efecto del inconsciente de quien lo produce y
concierne a la experiencia del sujeto.

La escucha del lactante pone en guardia todos los sentidos del psicoanalista
para que resuenen, en el silencio de sí. Esta resonancia, (como la escucha
flotante) debe necesariamente suspender todo juicio pero no prohíbe, sino
todo lo contrario, la actividad fantasmática; sólo su liberación permite la
“traducción” de lo sentido, que es incomprensible en un primer momento
(como también lo son las primeras sesiones del análisis de un adulto, un
dibujo infantil o el relato de un sueño). Cuando “traduzco” (puesta en
palabras), digo que pongo subtítulos: como en el cine, éstos dan el sentido
general con una pérdida en la riqueza del vocabulario, un poco irritante
para quienes son perfectamente bilingües , pero el subtitulado sigue siendo
superior al doblaje, que borra la lengua original que uno prefiere escuchar
aun cuando no la comprenda.
La cura psicoanalítica del lactante permite, antes que nada, contar a éste el
origen de la ruptura , poner en palabras lo que vive, entrañando todo lo no
dicho una falla en el proceso de simbolización , falla que se expresa en un
primer momento mediante el síntoma. Las palabras lo tienen como
destinatario directo, lo designan como sujeto y le ofrecen la posibilidad de
habitar su cuerpo: no se trata de consolar, menos aún de reparar, sino de
simbolizar el sufrimiento al reordenar la historia para asegurar al niño su
identidad a través de sus orígenes, y permitirle asumir sus prerrogativas
como sujeto. Así pues, no es cuestión de tocar al niño sino, solamente, de
hablarle.
Olivier, los pulmones a flor de piel.

Olivier viene a verme por primera vez a la edad de dos meses y medio,
acompañado por una educadora de la Ayuda Social a la Infancia y una
asistente maternal [maternante] (así es como se denominan a las ayudantes
de puericultura que hacen el papel de madres sustitutas).
Me presento: “Me llamo Caroline Eliacheff, soy psicoanalista, vienes a
verme a pedido de la guardería para que tratemos de comprender juntos lo
que anda mal”. La educadora me cuenta entonces la siguiente historia,
frente a Olivier:
Este llegó a la guardería a los doce días. La madre, encinta por enésima
vez, decide, durante el embarazo, dar a luz como X (*). Le dice a la
asistente social que no podrá criar un niño más, y que le desea un mejor
porvenir. Al término de su embarazo, no tiene tiempo de llegar a la
maternidad y da a luz en la ambulancia. Se le muestra al niño antes de
separarlos. Abandona la maternidad al cabo de veinticuatro horas, no
pudiendo soportar el llanto de los otros bebés, pero todos los días llama por
teléfono para enterarse de las novedades de su hijo. Cuando Olivier llega a
la guardería para pasar el periodo legal de tres meses antes de ser declarado
oficialmente adoptable, la madre pide ver a la asistente social para anunciar
unos deseos precisos con relación a la futura familia adoptiva. No se sabe
nada del padre, fuera del hecho de que es el progenitor de los otros niños de
la madre.
Hasta las cinco semanas, Olivier se portó muy bien. En ese momento , su
estado físico se deterioró bruscamente, lo que, después del examen médico,
es el motivo de esta consulta: en el rostro y el cuero cabelludo han
aparecido unas costras impresionantes y una descamación; además, una
obstrucción bronquial importante hace que su respiración sea
especialmente difícil y sonora en la inspiración y la espiración, pero no
tiene fiebre.
Miro a Olivier, que me devuelve la mirada. Se encuentra en un estado
físico lamentable, desfigurado por su piel dañada, respirando con mucha
dificultad y poniéndose a llorar. Mientras llora, la educadora me cuenta que
el personal de la maternidad, y luego el de la guardería, tenía una impresión
tan buena de la madre que todo el mundo pensaba (¿deseaba?) que
reconsiderara su decisión. Todo el mundo lo pensaba, nadie lo decía. En el
transcurso de una reunión, las asistentes maternales pudieron hablar de ello,
comprendiendo al unísono que tal vez se habían equivocado. Es

(*)El artículo 47 del Código de la Familia y la Ayuda Social acuerda a toda mujer el derecho de
dar a luz sin dar a conocer su identidad, a fin de asegurar el secreto del nacimiento. Esta
disposición se denomina “parto como X”, porque una “X” figura en el lugar del patronímico en
el expediente del niño. Los progenitores tienen la posibilidad, durante tres meses, de retractarse.
Pasado ese periodo, el niño se convierte en pupilo del Estado y puede ser adoptado.
Inmediatamente después de esa reunión cuando Olivier cayó enfermo, si
bien no había asistido a ella.
Hasta ese momento yo no había dicho nada todavía, escuchaba, tomaba
notas, miraba a Olivier que también me miraba y lloraba. Al final del relato
de su corta vida, ya no llora, y lo encaro directamente: “Tienes una madre
muy buena que tiene mucho valor: sabe que no puede criarte como lo
desearía y ha tomado una decisión que considera buena para ti: que seas
criado por otra familia, que será tu familia de adopción. Las personas que
se ocupan de ti, esperaron, sin decírtelo, que tu madre cambiara de opinión
y tal vez hicieron que tú esperaras lo mismo. Ahora se dan cuenta de hasta
qué punto tu madre es una persona de bien: lo que dijo es verdad. Quiere,
para tu bien, que seas criado en otra familia, a la que adoptarás. Ha deseado
que esta familia no tenga el mismo color de piel que tú, que la tienes negra.
Aún no se sabe si ése será el caso. Pero no tienes necesidad de cambiar de
piel. Siempre serás el hijo del hombre y la mujer que te han concebido, tus
padres biológicos, ellos permanecerán en ti. Adiós, hasta la semana que
viene”.
Una semana más tarde, Olivier llega en brazos de la asistente maternal
que lo acogió desde su llegada a la guardería. A primera vista, veo que su
piel está perfectamente sana, lo que me sorprende mucho. No digo nada de
ello, la asistente maternal tampoco. La respiración, en cambio, está más
ruidosa que antes, al punto que el médico tiene la intención de practicar
unos exámenes más profundos. Mientras la asistente maternal me habla,
Olivier se duerme, siempre respirando ruidosamente. Me dice que llora
muy fuerte, que toma sus mamaderas muy rápido, que le sigue bien la
mirada y le sonríe después de comer. Me informa que próximamente debe
realizarse una primera reunión del consejo de familia, al no haber
reconsiderado la madre biológica, finalmente, su decisión. En ese instante ,
Olivier abre los ojos, su mirada es vaga y vuelve a dormirse, respirando
igualmente fuerte, pero esta vez por la boca. Le hablo mientras le acaricio
con una mano el ombligo, a través de la ropa. (*) “Cuando estabas en el
vientre de tu madre, no respirabas. Tu madre te alimentaba por la placenta a
la que estabas unido por el cordón umbilical. Ese cordón llegaba hasta
donde tengo puesta la mano; te lo cortaron al nacer. Lo que toco se llama
ombligo, es la cicatriz de ese corte. Cuando naciste, respiraste, cortaron el
cordón y fuiste separado de tu madre, que había decidido que así sería. Tal
vez respiras muy mal para recuperar a tu madre de antes de la separación,
cuando estabas con ella y no respirabas. Pero si decidiste vivir, no puedes
hacerlo sin respirar. Tu madre de antes la tienes en tu interior, en tu
corazón. No es porque hayas respirado que te separaron de ella, no es no

(*)Después de haber escrito que no tocaba a los niños, este gesto puede parecer curioso. Se
trata de un gesto preciso, asociado a un comentario, acompañando una percepción de su cuerpo.
respirando más como vas a reencontrarla”.
Hablo a un adormecido Olivier durante apenas unos minutos.
Progresivamente, los ruidos de la obstrucción del aparato pulmonar se
esfuman. Cuando dejo de hablar compruebo, muy conmovida y más bien
asombrada, que respira por la nariz, las vías respiratorias liberadas, sin
ningún ruido salvo el del soplo del aire. Experimento la necesidad de
decirlo y de hacer que también lo compruebe la asistente maternal, como si
ya no estuviera segura de mis propias percepciones (en otros términos: no
creo en mis oídos).
El mes siguiente me entero de que Olivier no tuvo más problemas
respiratorios. Se ha propuesto una familia adoptiva y el primer encuentro
está previsto para algunos días más tarde: acaba de cumplir tres meses y
una semana.

Al redactar esta observación ( una de las primeras) , mis pensamientos , las


emociones, las percepciones corporales vuelven intactos a mí: el comienzo
de la consulta, mis dudas sobre mi capacidad de dar un sentido a los
síntomas de Olivier, de ser un “practicante de la función simbólica”, como
decía Lacan, y no un simple sanador de síntomas ( una especie de temor,
dado que, si la teoría proporciona los principios generales de la lectura del
inconsciente , cada sesión es siempre la primera) ; la tensión intensa,
muscular y psíquica, mientras me hablan ; la puesta en palabras , casi fácil,
de lo que suscita en mí el relato de su vida, sostenida por la reafirmación
interior de la certidumbre de que me comprende; el cansancio, la sensación
de vacío que me invade después de la consulta , el recuerdo omnipresente
de Francoise Dolto recibiendo a los niños con su equipo respiratorio, tan
próxima a la muerte, tan viva. Otra separación.

La madre de Olivier le dio vida según su deseo. La separación de los


cuerpos, querida, programada, realizada en la intimidad de la ambulancia y
no en el hospital, la asistencia maternal de buena calidad dieron cuerpo al
niño, lo entronizaron como sujeto deseante. El personal de la guardería no
pudo sostener ese discurso a causa de la estima que la mujer suscitó , y por
sus prejuicios, bien comprensibles, sobre lo que es una madre estimable ( la
que “no abandona” a su hijo). Cuando por fin las asistentes maternales
expresan sus pensamientos, comprenden al mismo tiempo que,
probablemente, tomaron su deseo por la realidad. Olivier presenta entonces
un mal en la piel (que no recibió diagnóstico preciso) que me da la
impresión de conformarse rigurosamente al deseo materno: que sea
adoptado por una familia de otro color, con la cual él pueda identificarse.
Se sabe que los niños pequeños creen tener el mismo color de la piel que la
primera persona que se ocupó de ellos. Pero para que Olivier pueda adoptar
sanamente, y no de manera regresiva, un padre y una madre, es preciso que
sepa que padre y madre biológicos (o arcaicos) están en él, integrados de
un modo no reversible en su cuerpo.
Mientras las asistentes maternales creyeron que la madre biológica
volvería, Olivier, positivamente incorporado a ellas, no sintió el vacío que
provoca toda separación de la madre. Pero desde el momento en que ellas
toman nota de ese vacío, Olivier intenta restablecer la plenitud corporal tal
como la conocía cuando no estaba solo: antes de su nacimiento, antes de
que los pulmones sustituyeran a la placenta, órgano que durante este
periodo asegura los intercambios con el exterior, antes del corte del cordón
umbilical que significa siempre la separación de los cuerpos pero que , para
él, va a significar también que nunca más estará unido a aquel cuerpo de
otra manera que en sí mismo. La puesta en palabras de este corte podrá, lo
esperamos, permitir a Olivier vivir en su cuerpo y en una relación con el
otro.

(Capítulo 1 del libro:


EL CUERPO Y LA PALABRA. Ser psicoanalista de los más pequeños.
Caroline Eliacheff.
Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires. )

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