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Diplomado ITVD
Teología Natural
Lic. Marcela Morilla Torres

¿Existe Dios?1

1. Introducción
La pregunta por la existencia de Dios es tan antigua como la existencia humana. Pero
a diferencia de las respuestas que las ciencias exactas ofrecen a sus preguntas. Esta se
abre a una pluralidad de respuestas que no se limitan al ámbito religioso y que según sea
la perspectiva desde donde se abordan involucran toda la vida de la persona. Con lo cual,
las respuestas se reflexionan y presentan de manera teórica y experiencial a partir del
contexto personal, cultural y temporal de quien se arriesga a presentar una postura ante
esta pregunta fundamental.
Llamamos Teología natural a una rama de la metafísica que aborda directamente la
pregunta por Dios. Presenta las diversas respuestas y posturas con argumentos meramente
racionales. La Teología natural se distingue de la Teología sobrenatural o revelada en la
base sobre la que construye su reflexión. La teología revelada es la ciencia por la cual el
ser humano aplica su capacidad racional a comprender la revelación que Dios ha hecho
de sí mismo. En esta forma de investigación y reflexión el presupuesto es la fe porque la
razón se dispone a comprender los misterios de la fe que ya se posee. De esta manera la
fe se convierte en el auxilio necesario y adecuado para que la razón humana pueda
comprender lo que Dios ha dado a conocer de sí mismo en las Sagradas Escrituras, en la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia. La Investigación racional sobre la existencia o
inexistencia de Dios prescinde de la fe y de la revelación poniendo como base única para
llevar a cabo su cometido la razón. El ser humano busca llegar a Dios elevando el intelecto
hasta Dios. Esta disciplina surgió de la necesidad de algunos pensadores de justificar la
existencia de Dios ante unos interlocutores que negaban su existencia. En consecuencia,
no es una cuya pretensión sea negar que Dios existe, sino todo lo contrario. Pretende
dialogar con quienes no aceptan la existencia de Dios y buscar los presupuestos racionales
de quienes creen y sus diversas propuestas. Entre los siglos vii y viii Leibniz dio a esta
disciplina el nombre de Teodicea.
Las respuestas a la pregunta por la existencia de Dios se presentan en tres vertientes
importantes: la primera afirma (teísmo), la segunda niega (ateísmo) y la tercera que, en la
práctica está más cerca al ateísmo, no niega fehacientemente la existencia de Dios, pero
renuncia a conocerlo si es que existe (agnosticismo). La pluralidad de posturas hunde sus
raíces en la imposibilidad de demostrar que Dios existe. Una reflexión honesta y realista
obliga a reconocer que tampoco es posible demostrar que Dios no existe. Desde el siglo
xix el positivismo sentó las bases de la verdad en la ciencia. Desde esta perspectiva solo
es verdadero aquello que se puede demostrar científicamente a partir de un método
riguroso de análisis y síntesis. La imposibilidad de una demostración científica de la
existencia de Dios obliga a buscar una argumentación seria, sólida, elaborada en un
proceso largo de investigación y reflexión.

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La pregunta que da inicio al desarrollo de este tema, es también el título de un libro de Hans Küng
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2. Negar la existencia de Dios


Tanto el teísmo como el ateísmo son posturas sólidas e integran todas las dimensiones
de la persona. El objetivo de presentar este tema es abrir el mundo de nuestras relaciones
con respeto y descubrir las razones sólidas que mantienen a una persona en la afirmación
de la existencia de Dios o en su negación.
Hans Küng presenta el problema con una claridad admirable y nos introduce en la
reflexión teniendo en cuenta que la afirmación o la negación de Dios están ancladas en
una opción fundamental ante la realidad:
«el ateísmo no puede ser fundamentado racionalmente porque es indemostrable […] El aserto
negativo se basa en una decisión profunda, que depende de la opción fundamental ante la
realidad en general. La negación de Dios no puede refutarse por caminos puramente
racionales. Tampoco se puede rebatir positivamente a quien dice ¡hay un Dios! Semejante
confianza que la realidad insta a tener, no se ve conmovida por el ateísmo. También la
afirmación de Dios descansa en una decisión que, como la otra, depende de una opción
fundamental ante la realidad en general y también es racionalmente irrefutable»2.
El ateo niega a Dios porque no encuentra en quien afirma a Dios una prueba o argumento
discursivo convincente ni un argumento existencial creíble. En algún momento hemos
escuchado hablar de Nietzsche. Filósofo alemán decimonónico, cuyo punto de inflexión
en la manera de pensar de su época fue anunciar la muerte de Dios. Este filósofo pone
una voz de alerta y al mismo tiempo introduce al mundo occidental en una manera nueva
de pensar. Si Dios ha muerto, no existe. Porque si es Dios no puede morir. El profeta
nietzscheano que anuncia la muerte de Dios es un loco que deambula por una plaza a
plena luz del día con una lámpara en la mano. Impresiona que semejante anuncio tenga
como consecuencia la necesidad de llevar una lámpara a plena luz del día. Podemos
pensar que ya el sol no ilumina y que como dice el loco, hemos borrado el horizonte. Una
primera lectura de este texto produce un dolor muy grande en quien afirma a Dios y piensa
que se trata de una tragedia. Sin embargo para Nietzsche se trata de una gran noticia, de
una victoria. El triunfo de la tierra sobre el cielo, del hombre sobre Dios.
Nietzsche critica toda la tradición metafísica y cristiana que durante muchos siglos
había regulado la vida de la gente. Desde Sócrates la metafísica instó a los hombres a
buscar un mundo mejor, supraceleste. A desear las cosas de arriba en detrimento de las
cosas de abajo, de la tierra. Con la tradición cristiana el mundo de arriba es el Reino de
los cielos en el que la justicia de Dios resuelve las injusticias humanas acaecidas en la
tierra y al que hemos de llegar si vivimos en esta tierra con los ojos puestos en el cielo.
Nietzsche considera que esta forma de pensar y vivir cargaron los hombros de los
hombres con un peso demasiado grande. Una vida moral regida por una ley divina
imposible de vivir y que, en lugar de liberar esclaviza. Porque suprime toda pasión, todo
dolor y toda contradicción propia de la existencia humana. Desde esta perspectiva se
puede comprender que la muerte de Dios sea para Nietzsche un acontecimiento liberador.
Invierte los valores y cambia el cielo por la tierra donde la vida humana se desarrolla.

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H. KÜNG, «¿Existe Dios?», p. 774
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Una vida en la que el ideal de una vida moral perfecta, simétrica y ordenada convive con
el sufrimiento, el desenfreno y la embriaguez del dolor y el caos.
Nietzsche piensa que la vida es trágica y que tenemos la tarea de transfigurar el dolor.
Pero ya no es una transfiguración obrada por Dios sino por el hombre. Este es quien debe
asumir su existencia y recorrer la aciaga ruta de cambiar los valores y pasar de ser un
camello cargado por el peso de las tradiciones metafísica y cristiana a ser un león, libre
de la servidumbre del tú debes. Esta libertad posibilita una creación nueva. Pero la gran
hazaña del león consiste en conquistar su libertad. El proceso termina cuando pasa de
león a niño. «Este es inocencia y olvido, un nuevo comenzar y un juego. La nueva
creación requiere su propia voluntad para ganar su propio mundo»3. Este es el proceso
que llevará al superhombre, un hombre con voluntad de poder. Su voluntad y su poder
consisten en hacer una nueva creación con valores nuevos y con la responsabilidad de
asumir, como diría Sartre, su propia existencia en libertad y responsabilidad. El ateísmo
de Nietzsche es muy sólido argumentativa y existencialmente. El punto realmente trágico
es que sin Dios y sin metafísica el fin del superhombre no es la muerte sino la nada y si
es así, siguiendo a Sartre podemos afirmar que la vida es una pasión inútil.
Se trata de un ateísmo agudo y beligerante seriamente pensado y argumentado. Uno
de los pensadores del siglo xx que se inscribe en la corriente atea es Karl Marx. No es
este el momento para evaluar las debilidades y fortalezas del comunismo. Simplemente
propongo acercarnos a la manera de pensar de este filósofo. Marx se encuentra en una
sociedad industrial dividida en dos clases sociales: capitalistas y proletarios. Los primeros
tienen capital para ofrecer a sus trabajadores y los segundos, mano de obra. La manera
industrializada de vivir tiene como consecuencia la injusticia y la alienación de los
hombres porque a medida que progresan la industria y el mercado, los seres humanos ya
no valen por sí mismos sino por lo que producen. En este ambiente, Marx pensó y propuso
la posibilidad de una sociedad sin clases la cual no llegaría sin una revolución. La crítica
al discurso cristiano radica en la imposibilidad de acción que este provoca. Si a una
persona que es explotada se le dice que heredará el Reino de Dios y que Dios quien hace
justicia, se mantiene el statu quo. Por eso es preciso bajar el cielo a la tierra y esta es
nuestra responsabilidad. Hasta aquí una micro presentación de las bases del ateísmo
positivo, argumentativo, reflexionado y sólido en constante conflicto con las posturas
creyentes, sobre todo con el cristianismo.
El ateísmo actual tiene unos matices particulares. Marx pensaba que el ateísmo antes
expuesto es abstracto y que la forma suprema de este sería un ateísmo práctico, el de la
indiferencia. «Si llegamos a este punto, no es necesario beligerar contra Dios porque este
habrá desaparecido totalmente del horizonte de la conciencia humana»4. Hasta casi finales
del siglo xx el ateísmo era concebido como la actitud de unos cuantos que iban contra una
corriente que había nacido y se mantenía en una postura afirmativa de la existencia de
Dios. Para algunos el ateísmo era una forma de pensamiento avanzada y progresista que,
además, con sus argumentaciones se mantenía en pie de guerra. Esta actitud mantenía
viva y despierta la inquietud por el tema. Dios era parte de la reflexión creyente y atea.
En este momento, encontramos muy pocos ateos así y presenciamos, más bien, una época

3
F. NIETZSCHE, «Así hablaba Zaratustra», p. 16
4
C. MARMELADA, «El Dios de los ateos», p.54
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en que la negación de la existencia de Dios más que argumentada es existencial. Donde


la sociedad se construye al margen de un sentido religioso aparente5. A esta forma de
vivir la llamamos ateísmo práctico. No podemos tapar el sol con un dedo y tomar a la
ligera la falta de interés por el tema Dios porque nos encontramos ante un indiferentismo
religioso enraizado en la incertidumbre de la existencia de Dios fruto de la imposibilidad
de percibirlo de manera sensorial. Para este tiempo la forma privilegiada de conocimiento
certero es la experiencia sensorial, si esta no ofrece ni un ápice de información sobre la
existencia de Dios, «el problema Dios, es considerado irrelevante para la vida humana»6.
Desde esta perspectiva el ser humano se cierra de manera práctica a toda trascendencia y
la vida humana queda limitada a la inmanencia de esta existencia, de todas las actividades
que realiza, de todas las cosas que crea, etc. Una vida que es y se realiza solo para este
mundo.
La realidad ha demostrado que uno de los argumentos para mantener una postura atea
o indiferente, se sustenta en el antitestiminio de quienes afirman la existencia de Dios.
Sobre todo de aquellos cuya función es dirigir y servir. Este antitestimonio no es
patrimonio de la Iglesia Católica pero no es lo más ético caer en la tontera de quienes se
consuelan con el mal de muchos. Hemos afirmado párrafos arriba que el ateísmo
nietzscheano borra el horizonte y el sentido de trascendencia y eternidad y ha puesto en
manos de los hombres toda la responsabilidad de una existencia que está abocada a la
nada. Siendo este el panorama ¿tiene sentido seguir preguntándose por la existencia de
Dios?, ¿si Dios existiera qué cambia en el mundo, en la persona, en la realidad? ¿Es
pertinente volverse a preguntar y encontrar las razones personales por las que alguien
admite y afirma que Dios existe? ¿Qué ofrece la existencia de Dios a una humanidad con
indiferentismo religioso varada en la inmanencia?
El agnosticismo no es propiamente ateísmo, pero podría ir junto al ateísmo
contemporáneo. Esta respuesta a nuestra pregunta fundamental no niega la inexistencia
de Dios, pero ha renunciado a conocerlo porque, en principio es una tarea que supera los
límites de la razón. En consecuencia, vive como si Dios no existiera y no lo echa de
menos. En el caso que Dios existiera, no tiene ningún tipo de relación con el mundo, ni
con los seres humanos. El origen de esta postura es el pensamiento kantiano que en su
momento hizo una crítica a la metafísica o mejor dicho, al empeño de algunos por
demostrar que esta es una ciencia. Kant llegó a la conclusión de que la metafísica es
imposible como ciencia ya que su objeto de investigación y sus presupuestos no son
demostrables empíricamente. Sin embargo, reconoce que en el ser humano hay una
estructura metafísica. Algo que lo constituye y obliga siempre a ir más allá de sí mismo
y buscar el sentido del mundo y de la humanidad. Ese más allá de sí mismo es metafísico,
trascendente. En esa búsqueda queda claro el límite de la razón porque busca en función
de unos principios que están a priori en ella7 pero imposibles de alcanzar racional y
empíricamente. Estos son las ideas de alma, mundo y Dios. Tres ideas que al momento
de investigar y definir la razón inevitablemente cae en contradicciones. Si el conocimiento
es contradictorio no es verdadero. En consecuencia, nulo. Kant encuentra que la razón

5
Digo aparente, porque me parace muy drástico afirmar categóricamente que en esta época no hay
sentido religioso. No estoy muy convencida de esto.
6
C. MARMELADA, p. 65
7
Es decir, antes de toda búsqueda y toda experiencia, de manera innata.
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humana es limitada y que piensa algunas ideas cuyo conocimiento es imposible. Cabe
decir, en este momento, que Kant no era agnóstico pero sentó las bases de esta manera de
pensar respecto a Dios. Además, propuso la vida práctica y moral como una vía de acceso
a ese mundo inaccesible para la razón. Dicho de otro modo, la razón práctica (la vida
moral) es la vía de acceso al mundo metafísico y divino que la razón pura no alcanza. Es
necesario considerar que para Kant la vida moral está regida por la razón. Todas las
personas deben someter sus deseos e intenciones al juicio de la razón y en consecuencia
actuar. La razón funciona como un tribunal que establece el deber ser y el deber hacer.
Es un juez con la autoridad necesaria para dictaminar lo que se debe hacer. Finalmente
Kant dirá que el imperativo categórico8 es la voz de Dios en la conciencia o en la razón.
Hemos hecho una sintética presentación del pensamiento kantiano para comprender
que el agnóstico asume la imposibilidad de conocer a Dios y opta por una vida ética regida
por la razón. La diferencia con el pensamiento kantiano está en que el agnóstico no indaga
si realmente Dios habita en la razón humana. Por eso es común ver agnósticos y ateos
muy comprometidos con el mundo en que viven. El sentido de trascendencia no está en
el más allá, más bien se trata de una trascendencia inmanente. Seguramente hemos
escuchado la propuesta bastante difundida de trabajar por este mundo y dejarlo mejor para
las generaciones posteriores. El agnóstico no se permite pasar por este mundo sin hacer
algo por él y encuentra el sentido trascendente de su vida en la huella que deja para los
que vienen después.
3. Afirmar la existencia de Dios
Las personas que han crecido en un ambiente tradicionalmente cristiano y se han
adaptado a él, afirman sin ningún inconveniente que Dios existe. Sin embargo muchos se
mueven todavía en la orilla de ideas que han sido transmitidas en el seno de la familia y
de una tradición que asume algunos principios como obvios y seguros. También hay un
grupo de personas que conciben la fe como un imperativo que prohíbe pensar, buscar y
cuestionar. Jesús de Nazaret, en una ocasión, invitó a Pedro a llevar su barca a la parte
más honda del lago. Afirmar que Dios existe requiere la tarea de remar mar adentro de
las propias certezas, correr el riesgo de la tormenta a medio camino y mantener la
esperanza de encontrar las convicciones más profundas y los pilares de esta afirmación
que envuelve toda la vida como una opción fundamental, inamovible e irrefutable.
A lo largo de la historia del pensamiento occidental varios intelectuales y filósofos han
aceptado este reto y han propuesto el fundamento de sus convicciones creyentes desde la
realidad y contexto en que les ha tocado vivir y a partir de su manera particular de sentir
y entender la realidad y la fe cristiana. De la misma manera que en el ateísmo hay posturas
diversas aunque manen de la misma fuente, en la postura afirmativa existe un abanico
grande de propuestas, cada una con sus aportes y límites pero con el mérito de haber
emprendido una aventura que no los ha dejado con las manos vacías. Cada una de las
propuestas que veremos a continuación constituye una ayuda y una provocación para que
el lector acepte y corra el riesgo de remar mar adentro hasta llegar a sus propias
convicciones.

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El imperativo categórico dice lo que se debe hacer. Es una orden dictada por la razón.
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San Agustín de Hipona en el siglo v, realizó un camino de búsqueda de la verdad.


Después de pasar por diferentes escuelas, doctrinas y algunas decepciones. Descubrió que
la verdad que ofrecía el cristianismo era la Verdad. El principio sobre el que se edifica el
pensamiento agustiniano no está en el contenido de la retórica, ni del escepticismo, ni del
maniqueísmo, ni en sus profundas conversaciones con san Ambrosio9. Agustín descubre
que la verdad no está fuera, ni en la información que ha recibido en todos los lugares que
ha conocido, ni en el cosmos aunque este da pistas de su creador. En las confesiones narra
su biografía desde el inicio de su vida. Un lector distraído de esta obra podría pensar que
se trata de una escritura catártica y terapéutica, sin advertir que en ese ejercicio de recordar
su vida, Agustín hace uso de su capacidad de indagar y descubre que Dio está ahí, en sus
búsquedas incesantes y en su historia. Dios ilumina su entendimiento con la luz de una
verdad que descubre dentro de sí, en su razón y en su historia. De esta manera para el
obispo de Hipona, su biografía se convierte en una historia de salvación que es personal,
la suya. Porque en todos los momentos desde el inicio de su vida Dios lo ha amado y
sostenido.
Varios siglos más tarde, santo Tomás de Aquino propuso cinco vías de acceso al
conocimiento de Dios. Estas no tienen ningún elemento místico como en el caso de
Agustín. Se trata más bien de una forma de acercarse al tema meramente racional. En
ellas al aquinate retoma el principio de causa y efecto aristotélico y a partir de la
observación del cosmos descubre que todo lo que existe en él ha sido causado por algo.
Pero resulta imposible seguir una cadena infinita de causas y efectos, al llegar al límite
encontramos que la causa de todo lo que existe es Dios. Todo lo que encontramos en el
cosmos participa del ser de Dios. Si Dios no da el ser a la naturaleza, al mundo, a los seres
humanos, estos no existen. Es evidente que para Agustín y Tomás el mundo ha sido
creado por Dios y en el caso del segundo el mundo sensible y empírico en el que vivimos
conduce necesariamente a su creador.
Llegados a la Edad Moderna nos encontramos con dos franceses. Descartes y Pascal.
El primero descubrió que la gran verdad invulnerable al ataque de cualquier tipo de
escepticismo era la acción misma de pensar. Pienso, existo. La existencia humana se
actualiza y realiza en la acción de indagar y dudar. Esta acción es una verdad subjetiva
porque la realiza un sujeto concreto: Descartes. Dios siendo Verdad, no puede permitir
que los seres humanos vivan en el error, por tanto, no le ahorra el trabajo de buscar pero
avala la conclusión. Pascal está convencido que a Dios no se llega por una vía meramente
racional. El corazón tiene razones que la razón no conoce: se ve en mil cosas. Esto
significa que él la palabra corazón es mucho más precisa que decir sentimiento no se
reduce a lo emocional en oposición a lo racional como si en el espacio del corazón fuese
todo irracional.
«El corazón es el centro espiritual de la persona humana, su más íntimo centro de actividad,
el punto de arranque de sus relaciones dinámico personales con el otro, el órgano adecuado
por el que el hombre tiene sentido de la totalidad. El corazón es el espíritu humano […] en
cuanto espíritu que está de forma espontánea, que percibe intuitivamente, que conoce

9
Esta parte alude a las escuelas por las que pasó Agustín durante su búsqueda y las conversaciones que
mantuvo con san Ambrosio.
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existencialmente, valora integralmente y ama (u odia) de mil maneras. La lógica del corazón
consiste en que el corazón tiene su propia razón»10.
El aporte pascaliano a este tema tiene que ver con una dimensión antropológica
imposible de suprimir en el proceso de conocimiento y reflexión: la intuición. El ser
humano no llega a afirmar la existencia de Dios solo por convencimiento racional sino
también por intuición, una predisposición que le permite tener la vaga sospecha de que
Dios puede existir. Si sigue la pista que la intuición le presenta de manera afectiva
involucrando todo su ser, aceptará que Dios existe. Pascal piensa que hay en los seres
humanos algo más profundo que la razón y le llama corazón, esa dimensión humana
donde se juegan las opciones más fuertes y radicales y que en muchos momentos son
inexplicables para la razón y no por eso inválidas o absurdas. En algún momento de su
reflexión, Pascal asegura que en la humanidad se ha apostado por razones e intuiciones
que solo fueron probadas después de haber arriesgado mucho. Un ejemplo de eso es el
descubrimiento de América. No había ningún indicio que hiciera pensar que la empresa
que se iniciaba en ese momento llegaría a buen término. Sin embargo arriesgaron. De lo
contrario no sabríamos que América existe. En el caso de la existencia de Dios, tenemos
un panorama parecido con lo cual también toca arriesgar. Si al final se comprueba que
Dios no existe, no habremos perdido nada porque llevamos una vida ética, digna de quien
cree en él. Y, si al final, comprobamos que Dios existe, habremos ganado mucho.
Pareciera que Pascal era un hombre práctico y que sabía exponer el tema en términos
empresariales y de riesgo. Sea como fuere, para él todo el tema de la existencia de Dios,
no se resuelve en la mera razón sino en el corazón.
En el siglo xix un filósofo Danés Sören Kierkegaard sostiene que la afirmación de la
existencia de Dios requiere toda la vida y una opción seria por vivir en consecuencia de
dicha afirmación. La fe empieza donde la razón termina. Una frase kierkegaardiana que
a primera vista da muy mala impresión. Como si la fe prohibiese pensar. Nada más
desacertado para el filósofo danés. Kierkegaard está convencido que quien cree que Dios
existe debe ser un caballero de la fe de la misma manera que Abraham lo fue. El padre de
la fe entendió que Dios lo llamaba y que le pidió en sacrificio a su hijo Isaac. Petición que
aceptó sin objeciones y en silencio. No comenta con Sara, ni con los sirvientes ni con
Isaac lo que va hacer y sube al monte en silencio dispuesto a ofrecer el sacrificio que Dios
le había pedido. Es decir, la opción por Dios y la obediencia él dependen únicamente del
individuo y se juegan en un espacio donde no entra nadie más que Dios. A lo largo de su
reflexión Kierkegaard analiza el sacrificio de Isaac y descubre que todos pasamos por un
momento estético en la vida en el que optamos por aquello que nos hace sentir bien. El
sacrificio de Isaac representa una transgresión al sentido estético porque lo natural es que
el padre disfrute del hijo. Un segundo momento es ético. En éste rige todo lo que la razón
admite y regula. Para este estadio el sacrificio del hijo es un parricidio inadmisible para
cualquiera que use bien la razón. Pero hay un tercer momento: el religioso. Este supera
los momentos anteriores no porque la opción de Abraham sea irracional sino porque va
más allá de todas las explicaciones y razones. En consecuencia, resultan escandalosas
para muchos. Sin embargo, para el caballero de la fe es una opción en la que salta al vacío,
no sin angustia, pero con la confianza en el Dios que provee y con la necesidad de dar un

10
H. KÜNG, P.85
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paso que solo es posible en la fe. La religión es el espacio de la relación con Dios y las
opciones que se hacen aquí van mucho más allá de la razón. Kierkegaard no se limitó a
reflexionar el tema, toda su vida estuvo situada en este terreno. Abraham entendió que
tenía que sacrificar a Isaac, Kierkegaard entendió que por voluntad de Dios debía
dedicarse a la filosofía y renunciar a lo que amaba. Por eso rompió la relación que tenía
con Regina Olsen. Ya que la característica del sacrificio es la renuncia a lo que se ama,
de lo contrario podría ser una liberación pero no un sacrificio. La propuesta
kierkegaardiana abre al lector la posibilidad de pensar sus opciones ante Dios y nadie más
que él. Un punto clave aquí es que un caballero de la fe no puede transmitir a otro su
experiencia ni enseñar a nadie a ser caballero de la fe. Cada uno es un caballero de la fe
desde su situación personal y con toda su existencia.
A mediados del siglo xx Gabriel Marcel pone sobre el tapete la asimetría que se da
entre creer y verificar y sostiene que verificar es una acción que realiza la ciencia pero
esta no puede captar el objeto de la fe: Dios. El creyente tampoco puede dar razón de Dios
por medio de demostraciones verificables debido a que Dios está más allá de todas las
razones verificables. Dios es otro con respecto a la ciencia que verifica y también es otro
el sujeto que cree porque ante Dios toda elección es exclusivamente personal e
irremplazable. Además, el mundo contemplado con los ojos de la fe deja de ser una
especie de inmensa e inflexible contabilidad científica y gramatical. Es importante
destacar que Marcel se refiere principalmente al mundo de las relaciones humanas,
políticas y sobre todo económicas. El hombre religioso considera que la historia religiosa
y el contenido de una acción hecha desde la fe no se pueden leer como una mera
concatenación de hechos causales. Desde esta visión, no es posible un discurso sobre Dios
basado en argumentaciones lógicas. Es necesario descubrir que estamos ante un misterio
que nos envuelve al que no podemos comprender ni dominar. Ante esta realidad lo
primero que se manifiesta es que a Dios no se le demuestra, más bien, se le invoca. Para
invocar a Dios es necesario activar la dimensión espiritual. Esta es la posibilidad de entrar
en el misterio y no se la debe sacrificar en beneficio de la razón y de la ciencia. Esto abre
la posibilidad de pensar que la espiritualidad y la fe también son una forma de
conocimiento. Con todo esto, resulta necesario analizar la manera en que participamos en
la fidelidad, la esperanza y el amor. Cada persona debe descubrirse a sí misma y volverse
disponible ante el misterio y para eso es necesario hacer la diferencia entre ser y tener.
Marcel es crítico con el mundo del tener que cada vez tiene más fuerza en las personas.
Si en la época de Marx el trabajo alienaba a la gente, en esta época es el tener la causa de
la alienación. Los seres humanos ya no se valoran por lo que son sino por lo que tienen.
Es un mundo que causa desesperación porque «bajo la categoría del tener la realidad deja
de ser vida, misterio y alegría creadora y se convierte en una vorágine de objetos que
absorbe a quien los quiere poseer». Entonces, el ser humano debe liberarse de la
concupiscencia del tener y hacerse disponible al misterio que le envuelve11.
4. Conclusión
A través de un somero recorrido por la historia del pensamiento occidental, hemos
presentado algunos filósofos que han propuesto su sí a Dios. No como una respuesta
acabada sino como una pista a seguir. El tema es mucho más extenso pero dada la

11
G.REALE y ANTISERI D., «Historia del pensamiento filosófico y científico», pp. 548-551
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particularidad de esta presentación, nos hemos visto obligados a hacer una selección y
ofrecer una variedad de formas en que se aborda la afirmación de la existencia de Dios.
Hans Küng lanza algunas preguntas válidas para seguir madurando la investigación:
«¿Dónde se encuentra el que cree en Dios? ¿Quién y cómo se pueden interpretar las experiencias
humanas fundamentales, el hombre, el mundo y la realidad en general? »12.
Recurriendo a Martin Heidegger podemos decir que entre todas las cosas y seres que pueblan
este mundo existe un ente preeminente, un sujeto particular, diferente de todo lo demás. El único
que se hace la pregunta por el ser de las cosas, por su ser, por el mundo y el único que se hace la
pregunta por Dios. Preguntar requiere la capacidad de indagar e implica una pre-comprensión de
la respuesta. El ser humano no pregunta de manera arbitraria y desorientada sino guiado por la
intuición de la respuesta. Por eso podemos decir que tiene la capacidad de abrirse y entrar en el
misterio que lo envuelve. También es cierto que entrar en este misterio ofrece a cada persona la
posibilidad de comprenderse a sí mismo desde otra perspectiva. Si renuncia a entrar en el misterio
de Dios también renuncia a entrar y comprender su propio misterio.
Entender que hablar de la existencia de Dios sitúa al ser humano en el terreno del misterio es
de vital importancia, porque desde esta realidad podemos comprender que Dios trasciende nuestra
capacidad racional y que no podemos reducirlo a nuestras experiencias y definiciones. Dios es
inabarcable e inaprehensible. Un océano inmenso del que solo conocemos la orilla. Por lo tanto
afirmar que Dios existe no es una seguridad garantizada siempre estará expuesta al juicio de la
duda, pero implica un compromiso personal.
Finalmente, tanto el ateísmo como la fe en Dios son una aventura y un riesgo. La
afirmación de la existencia de Dios es una decisión vital basada en una confianza radical.
Teniendo en cuenta que cuanto más importante es la verdad en la que afirmamos la vida,
menor es la seguridad y que cuanto más honda es la verdad para la persona, tanto más
debe abrirse y dedicarse a ella con entendimiento, voluntad y sentimiento13.

12
H. KÜNG, p.769
13
H. KÜNG, pp. 775-776

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