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COLOQUIO

CULTURAS CIENTÍFICAS Y SABERES LOCALES

Colección Ciencia, Tecnología y Cultura


*
Roberto Pineda
Mauricio Nieto
José Antonio Amaya
Pablo Kreimer
Olga Restrepo Forero
Fernando Zalamea
Jorge Arias de Greiff
Diana Obregón
Alvaro León Casas
Cristina Barajas

*
Diana Obregón
(Editora)

Culturas científicas y saberes locales:


asimilación, hibridación, resistencia

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA


Programa Universitario de Investigación
en Ciencia, Tecnología y Cultura
© de los artículos:
Los respectivos autores
© de esta edición:
Universidad Nacional de Colombia
Facultad de Ciencias Humanas
Centro de Estudios Sociales

Programa Universitario de Investigación


en Ciencia, Tecnología y Cultura
y
Facultad de Medicina

primera edición:
julio del 2000
ISBN-958-8051-959

Todos los derechos reservados.


Prohibida su reproducción total o parcial
por cualquier medio sin permiso del editor.

Portada:
Hugo Ávila, sobre u n afiche de Nobara Hayakawa
Edición, diseño y armada electrónica:
Sánchez & Jursich
Impresión y encuademación:
Litocamargo
Impreso y hecho en Colombia
índice

7 Diana Obregón
PRESENTACIÓN

21 Parte I
SABERES INDÍGENAS, CIENCIA Y POLÍTICA EN LA COLONIA

23 Roberto Pineda Camacho


DEMONOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA EN LA NUEVA GRANADA
(SIGLOS XVI-XVII)

89 Mauricio Nieto Olarte


REMEDIOS PARA EL IMPERIO:
de las creencias locales al conocimiento ilustrado
en la botánica del siglo XVIII

103 José Antonio Amaya


UNA FLORA PARA EL NUEVO REINO
Mutis, sus colaboradores y la botánica madrileña
(1791-1808)

161 Parte II
CIENCIA MODERNA: CENTROS Y PERIFERIAS

163 Pablo R. Kreimer


¿UNA MODERNIDAD PERIFÉRICA?
La investigación científica,
entre el universalismo y el contexto
índice I 362

197 Olga Restrepo Forero


LA SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
o de cómo huir de la "recepción" y salir de la "periferia"

221 Fernando Zalamea


E L CASO PEIRCE Y LA TRANSCULTURACIÓN
EN AMÉRICA LATINA: modalidades de resistencia

245 Parte III


CULTURA NACIONAL EN COLOMBIA:
HIBRIDACIONES Y RESISTENCIAS

247 Jorge Arias de Greiff


SABERES LOCALES DIVERSOS GLOBALIZADOS
POR UNA NECESIDAD LOCAL

258 Diana Obregón


DEBATES SOBRE LA LEPRA:
Médicos y pacientes interpretan lo universal y lo local

283 Alvaro León Casas Orrego


LOS CIRCUITOS DEL AGUA Y LA HIGIENE URBANA EN LA
CIUDAD DE CARTAGENA A COMIENZOS DEL SIGLO XX

328 Cristina Barajas S.


HIBRIDACIÓN CONSTANTE:
manejo de la enfermedad en una comunidad
rural colombiana
Diana Obregón

PRÓLOGO

El bioquímico e historiador británico Joseph Needham, en su em-


peño por ofrecer una imagen no eurocéntrica de la historia de la cien-
cia, usaba una hermosa metáfora para ilustrar la emergencia de la
llamada ciencia occidental. Decía Needham que las ciencias medie-
vales de las diferentes civilizaciones del Este y del Oeste eran como
ríos que fluían en el gran océano de la ciencia moderna (Chemla,
1999: 220). Con esta imagen pretendía mostrar que no solamente
Grecia y Roma antiguas, sino también el mundo árabe, China, In-
dia (y habría que añadir América precolombina) habían contribui-
do de manera fluida e indistinguible a conformar una herencia de la
cual la humanidad todavía podía sentirse orgullosa. En efecto, a partir
de los años treinta del siglo XX, Needham y John D. Bernal, junto
con otros científicos británicos y europeos, compartían su preocu-
pación por las relaciones demasiado estrechas de la empresa cientí-
fica con regímenes antidemocráticos e intereses militares (Petitjean,
1999; Halleux, 1995). En consecuencia, estos científicos, socialis-
tas unos y liberales otros, dedicaron sus vidas a luchar por una cien-
cia que se mantuviera fiel a los, según ellos, ideales originales de la
ciencia como una empresa para el bienestar y la felicidad públicas.
El humanismo científico de Needham, así como el de George Sarton,
uno de los primeros historiadores que se propuso una historia de la
ciencia que incluyera a toda la humanidad, estaba marcado por la
creencia en la unidad de la naturaleza y en la unidad de la humani-
dad, que se reflejaban a su vez en la unidad de las ciencias (Raina,
8 / Diana Obregón

1999: 2). De ahí el proyecto histórico que se propuso Needham:


demostrar que la antigua civilización china había producido un cú-
mulo de sofisticados conocimientos científicos y técnicos que pos-
teriormente habían ido a parar en el gran océano de la ciencia occi-
dental moderna.
Como se ha indicado (Elzinga, 1999: 91), el empeño de Needham
rindió ampliamente sus frutos. El que en culturas diferentes de la
europea hubiera importantes tradiciones científicas antes y después
de la llamada revolución científica del siglo XVII es, hoy en día, un
hecho familiar para muchas audiencias, particularmente para aque-
llas con acceso a la televisión. Entretanto, la historiografía de la cien-
cia sufrió lo que se denominó el "giro social" en los años sesenta y
setenta del siglo XX; esto es, las dimensiones sociales del crecimiento
y del cambio científicos comenzaron a ser examinadas de manera
sistemática. Muchos han querido derivar estas transformaciones de
la obra de Kuhn, pero sin duda este viraje tiene sus raíces en obras
anteriores: por ejemplo, y de manera notable, en el estudio sobre la
sífilis del médico y microbiólogo polaco Ludwik Fleck (1935-1979),
en quien Kuhn no solamente se inspiró, sino de quien tomó ideas
centrales (Obregón, 1999; Restrepo, 1995). De manera aún más ra-
dical, la sociología del conocimiento científico ha examinado el ca-
rácter local y socialmente contingente de todo conocimiento cientí-
fico y los estudios culturales y feministas han enmarcado el análisis
de la ciencia dentro de una crítica más general de la modernidad.
La universalidad aparece entonces como construida a partir de
saberes circunscritos a laboratorios, talleres y a situaciones especí-
ficas. La universalidad de la ciencia no hubiese sido posible sin la
internacionalización de las actividades científicas y ésta a su vez no
hubiese sido posible, entre otros factores, sin la estandarización de
pesos, medidas, nomenclaturas y unidades, proceso que consiguió
un considerable avance a finales del siglo XIX (Crawford, 1992: 40).
Este proceso de construir sistemas de conocimiento a través de es-
trategias para crear equivalencias y conexiones que permiten que
Prólogo I 9

saberes aislados y heterogéneos sean movidos en el tiempo y en el


espacio para ser aplicados en otros tiempos y lugares, como han in-
dicado Latour (1987) y más recientemente Turnbull (1993/1994),
ha sido la estrategia fundamental de la construcción de la ciencia
contemporánea. La elaboración de teorías científicas implica la re-
conciliación y la integración de puntos de vista disímiles. Cada ac-
tor, grupo, lugar o laboratorio ostenta un punto de vista local, una
verdad parcial conformada por prácticas locales, creencias locales,
recursos locales, constantes locales, resultados locales que no pue-
den ser completamente verificados en todos los lugares. En la agre-
gación de todos estos puntos de vista radica la fuerza y el poder de
la ciencia (Turnbull, 1993/1994). De esta manera se devela el mis-
terio de las grandes teorías totalizadoras, universales, patrimonio de
la ciencia occidental.
A la luz de estos análisis, el célebre dilema planteado por Need-
ham, a saber, por qué la ciencia moderna no se originó en China, o
en cualquier otro lugar del planeta, resulta innecesario o incluso
carente de sentido (Elzinga, 1999: 76; Cueto, 1995: 10). La revolu-
ción científica aparece como un acontecimiento histórico particu-
lar, ligado a circunstancias sociales peculiares, y la idea determinista
de una humanidad caminando en una misma dirección hacia el pro-
greso bajo la égida de la superioridad europeo-occidental ha sido
también datada históricamente. En nuestros tiempos, la ciencia ya
no encarna los ideales de verdad, bondad, racionalidad y libertad que
le adjudicó no solamente el credo positivista y liberal, sino también
el marxista. En estas circunstancias, proyectos como el de escribir
una gran historia general de la ciencia que incluyera a toda la hu-
manidad, tal como en sus tempranos años propuso la Unesco bajo
el liderazgo de Julián Huxley y la orientación de Lucien Febvre, han
cedido el paso a análisis más localizados de la ciencia en diferentes
temporalidades y geografías.
En América Latina, a falta de un proyecto de inspiración needha-
miana que estudiara en su totalidad las grandes civilizaciones ame-
10 / Diana Obregón

rindias, los estudiosos de estos temas hemos asumido una cómo-


da división del trabajo: los antropólogos se han encargado de exa-
minar las llamadas etnociencias, siendo incas y mayas los más es-
tudiados, mientras que los historiadores y los sociólogos (también
las historiadoras y las sociólogas, desde luego) hemos preferido ex-
plorar temas como la introducción de las ciencias modernas a partir
de la obra de los ilustrados viajeros y naturalistas del siglo XVIII y la
construcción de las ciencias nacionales vinculadas al surgimiento
de los estados nacionales en los siglos XLXyXX. Quizás por ello, los
temas han girado en torno a la asimilación de los paradigmas mo-
dernos, sea linneano, newtoniano, darwiniano o relativista, con fre-
cuencia escamoteando el análisis del problema del colonialismo y
del imperialismo cultural ligado a estas transferencias de conoci-
miento, o de los intereses de clase nacionalistas de las burguesías
locales patrocinadoras de los proyectos nacionales de ciencia. Por
lo demás, como indican Cueto y Cañizares (1999: 49), a América
Latina no puede colocársele sin más el rótulo de "no-occidental"
sin introducir muchos matices, en lo cual se encuentra un llama-
do a abordar el problema en toda su complejidad. Visiones dema-
siado negativas de la historia de la ciencia en América Latina han
cedido el paso a la indagación de ejemplos históricos de "excelen-
cia científica" (Cueto, 1989), que permiten no sólo a los historia-
dores sino a los científicos que ejercen cargos de política científi-
ca conseguir legitimidad para el ejercicio de hacer historia de la
ciencia, en un caso, y, en otro, trazar estrategias para el desarrollo
científico. La legitimidad del tema de la historia de la ciencia en
América Latina ha sido lograda, y el modelo de desarrollo (o más
bien de subdesarrollo) basado en la imitación de los países in-
dustrializados y en la premisa de la importación de ciencia y tec-
nología ha sido seriamente puesto en cuestión (Escobar, 1995). De
tal manera que las condiciones están dadas para que los científi-
cos sociales asumamos una actitud menos cientificista a la hora de
abordar estos temas.
Prólogo / 11

El conjunto de ensayos que conforman este libro corresponde a


una selección de las ponencias presentadas en el coloquio que con
el nombre de Culturas científicas y saberes locales: ¿asimilación, hi-
bridación, resistencia? organizó el Programa Universitario de Inves-
tigación en Ciencia, Tecnología y Cultura de la Universidad Nacio-
nal de Colombia, en noviembre de 1997. Estos trabajos, aun siendo
bastante diversos en temporalidades, temas y puntos de vista, tra-
tan el problema de las tensiones entre las culturas científicas con
sus pretensiones de universalidad y los saberes locales que por de-
finición estarían limitados a circunstancias particulares de tiempo
y de lugar. Esta colección de ensayos contempla el problema de la
correlación entre la expansión europea y norteamericana y la mundia-
lización de la ciencia y la tecnología para el caso de algunos países
latinoamericanos. La mayor parte los artículos se refieren a Colom-
bia, pero también se incluyen algunos análisis de Argentina, Chile,
Perú y México. Asimismo, se examina aquí cómo las modalidades
que la mundialización de la ciencia ha adoptado históricamente in-
fluyen en la forma y contenido de la ciencia y de las instituciones y
representaciones de la ciencia contemporánea. Los tres artículos de
la primera parte se refieren a las diversas percepciones que los eu-
ropeos tenían de los saberes locales indígenas del Nuevo Reino de
Granada, así como a la imbricación entre ciencia y política en el
periodo colonial. Roberto Pineda describe el encuentro de los con-
quistadores españoles con las creencias religiosas de los indígenas
a partir del siglo XVI y su interpretación de las religiones amerindias
como obra del demonio. Por tanto, los objetos indígenas eran vistos
como símbolos satánicos a los que había que destruir, y los caciques
eran percibidos como la materialización del mismo diablo. En estas
circunstancias, los colonizadores españoles no desarrollaron un in-
terés coleccionista, actitud que impidió a los españoles fundar tem-
pranamente una antropología moderna. A partir de la obra del pa-
dre José Domingo Duquesne, de finales del siglo XVIII, la percepción
demoníaca de los objetos indígenas fue sustituida por el interés
12 / Diana Obregón

estético o de coleccionista. Esta nueva mirada, sin embargo, no re-


emplazó a la anterior sino que se sobrepuso a ella como en un pa-
limpsesto. En el temprano siglo XIX, los objetos previamente sa-
tanizados hicieron su tránsito hacia el Museo de Historia Natural,
donde fueron sacralizados como antigüedades y reliquias de la nue-
va historia patria, sin que, de otra parte, se modificara la percepción
del indígena como salvaje y pobre a quien era preciso educar y dis-
ciplinar. Del trabajo de Pineda se desprende la continuidad de la
percepción de conquistadores y colonizadores españoles de los si-
glos XVI hasta comienzos del XVIII con la mirada ilustrada y racional
de los criollos de finales del siglo XVIII y del XLX. Mientras que, para
unos, los saberes religiosos locales eran demoníacos y debían ser
destruidos a toda costa, para los otros, aquéllos se convirtieron en
objeto de un culto petrificado que ha contribuido, aún hoy, a man-
tener en el margen a las poblaciones indígenas.
Mauricio Nieto explora el caso de la historia natural española de
finales del siglo XVIII como una empresa central en el empeño euro-
peo de conquistar el mundo, donde ciencia, política y economía fue-
ron inseparables. A través del análisis de la descripción de algunas
plantas medicinales americanas por parte de Hipólito Ruiz, uno de
los naturalistas españoles a cargo de la Real Expedición al Nuevo Rei-
no de Perú y Chile, Nieto explica el descubrimiento de nuevas es-
pecies como un proceso de traducción de saberes locales indígenas
a la botánica ilustrada española. Los viajeros, con el nombre de des-
cubridores, se hicieron portavoces de un conocimiento ya existente.
De la visión de los románticos y heroicos naturalistas en las selvas
americanas se pasa a la de los hábiles recolectores de plantas y de
saberes que, a diferencia de los habitantes de América, tienen el
interés y están en capacidad de enviar su información a Europa, de
cotejarla con una taxonomía ya establecida y de difundir los benefi-
cios que de tales plantas se derivan. Todo este complejo proceso por
supuesto se adelantó sin reconocimiento alguno de quienes habían
sido los originales portadores de estos conocimientos, para cuyas
Prólogo I 13

tradiciones estuvieron reservados los calificativos de irracionales,


salvajes y supersticiosas.
José Antonio Amaya, quien sitúa su análisis en el mismo perío-
do y en el mismo tema de la historia natural, examina las complejas
relaciones de la expedición de José Celestino Mutis con la botánica
española entre 1791 y 1808, lapso rico en acontecimientos políticos
y científicos tanto en Santafé como en Madrid y Cádiz. A diferencia
de lo que muchos han afirmado, en este artículo se describe a un
Mutis sin mayor talento como maestro que, no obstante, estuvo al
tanto y estimuló las actividades políticas de su adjunto Francisco
Antonio Zea y de su sobrino Sinforoso Mutis Consuegra. Aún más,
la posterior deportación de estos jóvenes aprendices a Cádiz por ra-
zones políticas le acarrearon ciertos beneficios al mismo Mutis,
apurado por la demora de su envío a Madrid de la Flora de Bogotá.
Las contrariedades de Mutis en sus difíciles relaciones con la botá-
nica española del momento, le hicieron concebir la idea de una cien-
cia autónoma respecto de la metrópoli, proyecto que no alcanzaría a
culminar. Lo cierto es que la expedición de la Nueva Granada, a
diferencia de aquellas enviadas al Perú, Chile y México, estuvo prác-
ticamente ausente de la publicación de nuevas especies en Madrid
y de la contribución con semillas americanas a las siembras del Jar-
dín Botánico del Prado. Cabría señalar, como ha indicado Amaya en
otra parte (Amaya, 1992) y como señala Olga Restrepo en este mis-
mo libro, que la autonomía que deseaba Mutis para la botánica neo-
granadina lo era respecto de España, pero no lo era respecto de la
sistemática linneana, que gracias a corresponsales como Mutis se
convirtió en saber "universal".
La segunda parte de esta colección explora más de cerca el tema
insinuado en la primera parte sobre las relaciones entre centro y pe-
riferia en la historia de la ciencia. A partir del análisis de tres labo-
ratorios de biología molecular ubicados en Londres, París y Buenos
Aires, Pablo Kreimer propone el concepto de tradición científica que
permitiría analizar en el largo plazo generaciones de científicos que
14 / Pablo R. Kreimer

construyen sistemas colectivos de identificación. La idea de la "ex-


celencia científica en la periferia" de Cueto (1989) resulta adecuada
para examinar casos puntuales de científicos que habrían contribui-
do al avance de los conceptos en un tema específico de investigación,
como en los casos de Monge en el Perú o de Bernardo Houssay en la
Argentina. En cambio, cuando se examina el nivel institucional no
puede dejar de percibirse tanto el carácter periférico de tales prácti-
cas, como las rupturas generacionales que ponen en entredicho la
construcción de verdaderas tradiciones investigativas en América
Latina. En el caso de la biología molecular argentina, Kreimer seña-
la dos características: se trata de una ciencia hipernormal en el sen-
tido de que se circunscribe a la investigación de un fenómeno parti-
cular hasta en sus más mínimos detalles, perdiendo la visión de
conjunto del problema. En segundo lugar, esta práctica científica
resulta funcional para el laboratorio inglés que investiga sobre el mis-
mo tema, con quienes los argentinos mantienen estrechas relacio-
nes que permiten a la ciencia central ir elaborando el mapa comple-
to del problema bajo investigación.
Por el contrario, Olga Restrepo coloca el énfasis del análisis
en los contextos locales del conocimiento y rechaza las categorías
empleadas por muchos historiadores, según los cuales la ciencia de
América Latina no puede ser sino "periférica", "atrasada", "simple
reproducción" o "copia" del original. La ciencia no puede ser sino
local o, más bien, las investigaciones, antes de convertirse en cien-
cia, no pueden ser sino locales, se mueven en el terreno de lo inse-
guro, lo probable, lo dudoso, lo contingente. Adoptando una pers-
pectiva reflexiva, Restrepo advierte que las construcciones que
hacemos los historiadores acerca de la ciencia se convierten en "ca-
jas negras", en verdades que se vuelven como bumerangs contra
nosotros mismos al ser convertidas en política científica.
Algunos de los problemas planteados por Kreimer y por Restrepo
pueden ser resueltos a la luz de la pragmática peirceana como ad-
vierte Fernando Zalamea. En efecto, Zalamea examina el caso de
Prólogo I 15

Charles Sanders Peirce (1839-1914), creador del pragmatismo nor-


teamericano, cuya obra fue calificada en su momento de "extrava-
gante", "dispersa" y "desordenada" y fue relegada como periférica
porque contrariaba importantes intereses profesionales de los círcu-
los académicos norteamericanos. Durante mucho tiempo la difusión
de la obra lógica de Peirce encontró resistencias de orden concep-
tual y metodológico; en las últimas dos décadas, sin embargo, se ha
empezado a publicar y a considerar seriamente. De otra parte, Za-
lamea argumenta que el realismo peirceano admite la unificación de
lo diverso, pero al mismo tiempo permite incorporar esta heteroge-
neidad en un sistema coherente que recupera la universalidad. De
esta manera, con la lógica peirceana se superaría la disgregación
localista y los relativismos extremos típicos de muchos discursos
postmodernistas. En particular, la pragmática peirceana se eviden-
cia como una perspectiva fértil para comprender los problemas de
las resistencias e hibridaciones de la transculturación en América
Latina.
Los cuatro artículos de la tercera parte de este volumen se refie-
ren a la formación de una cultura científica nacional en Colombia.
Jorge Arias de Greiff, en un interesante trabajo, muestra (literalmen-
te) cómo diversos saberes locales (inglés, alemán, belga, norteameri-
cano) confluyeron en la elaboración de los sofisticados diseños de lo-
comotoras para trochas de vía angosta con destino a los formidables
Andes colombianos. Arias de Greiff trastoca las concepciones al uso
acerca de centro y periferia en materias tecnológicas: el ingeniero
inglés Paul C. Dewhurst diseñaba estas locomotoras desde Colom-
bia, país que se convirtió así en el centro del conocimiento tecnológi-
co ferroviario de vía angosta a comienzos del siglo XX. Los diseños de
Dewhurst influenciaron aquellos de las locomotoras que se constru-
yeron en la India y Suráfrica en esos años.
Los últimos tres artículos tratan de médicos, medicina, enfer-
medades y salud pública. En cuanto a mi propio trabajo, a través de
una serie de debates que adelantaron los médicos colombianos y los
16 / Diana Obregón

pacientes de lepra a finales del siglo XKy comienzos del XX, explico
cómo se formó un saber científico "universal" en torno a la lepra y
cómo los pacientes argumentaron en contra de ese saber desde sus
propias perspectivas locales. Centrándose en el mismo período del
trabajo anterior, Alvaro Casas examina el problema del abastecimien-
to y evacuación de las aguas en la ciudad de Cartagena y el conflicto
entre los médicos higienistas, que monopolizaban el tema de la sa-
lubridad pública y ostentaban un fuerte poder local, y los ingenie-
ros sanitarios que podían argumentar la posesión de un conocimien-
to más novedoso, pero eran menos poderosos en el juego local de
intereses.
Finalmente, la cuestión de la hibridación entre las culturas cien-
tíficas y los saberes locales no es un problema del pasado, sino que se
presenta constantemente en las sociedades latinoamericanas. Por ello
se ha incluido en esta colección un artículo de Cristina Barajas que
describe cómo los conocimientos médicos locales se combinan con
los saberes médicos occidentales en una comunidad rural colombia-
na. En una forma constante y compleja, se establecen hibridaciones
de las denominaciones, los signos, los significados y las acciones en
un intento por buscar respuestas frente a los dilemas que plantean
las enfermedades.
Por último, es preciso reconocer a las instituciones y personas
que colaboraron tanto en la organización del coloquio como en la pu-
blicación de este libro. En primer lugar, a los miembros del comité
académico, José Antonio Amaya, Jorge Charum, José Granes, Olga
Restrepo y Clemencia Tejeiro, quienes en las reuniones del Semi-
nario Permanente sobre Ciencia, Tecnología y Cultura concibieron
la idea de llevar a cabo este tercer coloquio, después de un primer
encuentro general sobre el tema (Restrepo y Charum, 1996) y de una
segunda reunión sobre ciencia y representación (Amaya y Restrepo,
1999), libro publicado en esta misma colección. Deseo también agra-
decer en el antiguo CINDEC de la Universidad Nacional a Carmen
Alicia Cardozo de Martínez y a Afife Mrad de Osorio, quienes fue-
Prólogo I 17

ran directora y subdirectora respectivamente, y a Diógenes Campos


y a Felipe Lanchas, quienes las reemplazaron en esos cargos; todos
ellos (y ellas, por supuesto) apoyaron decididamente la puesta en
marcha de este evento. Asimismo, agradezco al ICFES el auxilio fi-
nanciero que hizo posible la presencia de Pablo Kreimer en Bogotá,
y a Mónica Brijaldo y a Nydia Cardona por su invaluable colabora-
ción para superar con éxito los diversos obstáculos que suelen pre-
sentarse en estos casos.
En segundo lugar, debo agradecer a Fernando Zalamea, direc-
tor de la División de Investigación de la sede de Bogotá de la Uni-
versidad Nacional, a Alvaro Camacho y a Rodrigo Pardo, decano y
vicedecano de la Facultad de Medicina respectivamente, a Telmo
Peña, decano de la Facultad de Ciencias Humanas, y a Jaime Arocha,
director del Centro de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias
Humanas, por su apoyo a la edición de esta colección.

Referencias

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de laNouvelle-Grenade 1760-1783". Tesis de nuevo régimen en
Historia de las Ciencias sustentada en la Escuela de Altos Estu-
dios en Ciencias Sociales de París. Próxima a aparecer publica-
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Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales).
Turnbull, David. 1993/94. "Local Knowledge and Comparative
Scientific Traditions", Knowledge and Policy (3/4): 29-54.
Parte I

Saberes indígenas, ciencia y política en la Colonia


Roberto Pineda Camacho

DEMONOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA
EN EL NUEVO REINO DE GRANADA (SIGLOS xvi-xvm)

Introducción

El descubrimiento de América hizo tambalear ideas fundamentales


de la antropología europea medieval, basadas en las tradiciones
aristotélica y tomista. Los conquistadores, misioneros, teólogos y
otros doctores se interrogaron acerca de la naturaleza de este Nue-
vo Mundo y sus extraños seres y hombres. Los hombres, en parti-
cular, ¿eran gente o "monas"? ¿De dónde provenían? ¿Eran también
descendientes de Adán? ¿Tenían orígenes diversos? Sus interrogantes
y discusiones comprendieron otros apasionantes temas sobre el ver-
dadero lugar del paraíso y la naturaleza de las religiones americanas
y los monumentos aborígenes: ¿se encontraba el paraíso en Améri-
ca? ¿Las religiones americanas eran una mimesis diabólica de la cris-
tiana?
La nueva experiencia fue, como era de esperarse, leída a partir
del Génesis y de la etnología mosaica. Entonces se pensaba que Adán
había sido creado por Dios, a su imagen y semejanza, en un período
histórico reciente; se creía firmemente en la historicidad del Dilu-
vio, el Arca de Noé y la dispersión de sus hijos (Cam, Sem, Jafet)
por toda la tierra. Se pensaba que la diversidad lingüística era con-
secuencia de la caída de la Torre de Babel, y que la dispersión de
lenguas fue un verdadero castigo divino por las vanas pretensiones
humanas de alcanzar el Cielo, en la muy humana tendencia de com-
petir con la Divinidad. A pesar de la unidad en torno al modelo mí-
24 / Roberto Pineda Camacho

tico, las interpretaciones tuvieron variaciones y hubo grandes des-


acuerdos acerca de los pormenores y los detalles.
A finales del siglo XV, la idea de la omnipresencia del Diablo se
apoderó de Europa y en particular de los reinos de Castilla y de
Aragón: la creencia en la presencia del Ángel Caído no era en reali-
dad nueva, pero la lucha contra los infieles de Granada y Andalucía
la convirtió en una verdadera obsesión. Algunas de las mentes más
ilustres de su época se dedicaron a pensar y representar al Maligno.
La gente convivía con el Demonio, lo palpaba, lo sentía; el Mal se-
ducía a hombres y a mujeres, los cuales pactaban con el diablo cier-
tos beneficios. Lucifer era una verdadera peste, de la que no era fácil
escapar o al menos permanecer indiferente. La Iglesia debía estar
alerta ante su insidiosa e imprevisible influencia.
La España del siglo XVI enfrentó al Demonio y a la modernidad de
manera simultánea. Su antropología expresa esta doble tensión que
se reflejó en sus pensadores, ingenieros navales, matemáticos, cro-
nistas y misioneros. Pero su obstinada lucha contra la Reforma y los
príncipes heréticos propició que su antropología se convirtiese cada
vez más en una demonología, al menos en algunos de sus reinos ame-
ricanos. Sostenemos que en el siglo XVI los españoles pudieron haber
fundado la antropología moderna, y de hecho se avanzó en este senti-
do pero los constreñimientos ideológicos la orientaron en otra direc-
ción porque el Nuevo Mundo se percibió en el ámbito -como se men-
cionó- del problema del Mal. Se desarrolló en España y en América
una "ciencia" del Mal apasionante que merece aún ser estudiada en
profundidad, porque constituye un objeto legítimo al cual consagra-
ron sus fuerzas algunos de los mejores hombres.
Este ensayo se concentra en la descripción y el análisis de las
representaciones y actitudes de los españoles y criollos letrados con
relación a las religiones amerindias en la Nueva Granada, y en par-
ticular respecto a los diversos objetos producidos por las culturas
indígenas, encontrados en sus templos, casas y sitios funerarios. De
manera similar a otras regiones de América, estos objetos fueron
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 25

resignificados como "ídolos del diablo", y sometidos a un discurso


y práctica que los percibió como la manifestación misma del Mal, y
en cuanto tal fueron sistemáticamente destruidos, exorcizados, fun-
didos y confiscados a sus propietarios y antiguos poseedores. Aun-
que algunos de ellos no dejaron de ser admirados, esta actitud difi-
cultó que se formasen no sólo colecciones sino que se constituyese
en la Nueva Granada un espíritu coleccionista, lo cual, a su vez, im-
pidió la conformación de un saber positivo sobre los "colonizados".
Solamente hasta finales del siglo XVIII encontraremos en los pa-
sillos de la Casa Virreinal de Santafé de Bogotá algunas momias
provenientes de Ocaña, las mismas que prefiguran los Gabinetes de
Curiosidades y la existencia de un tenue espíritu coleccionista que
por entonces se apoderaba de Europa. Esta situación coincide, tam-
bién, con la primera defensa del patrimonio histórico de la ciudad,
por parte del criollo Moreno y Escandón. El polémico oidor se opu-
so a la demolición de la ermita del Humilladero argumentando que
se trataba de una "memoria" de la Conquista; los dominicos pre-
tendían, por su parte, demolerla para construir allí su iglesia (Du-
que, 1996: 43).
Los discursos y las prácticas frente a las "antigüedades" no fue-
ron, sin embargo, uniformes. La antropología colonial no se reduce
a un discurso sobre el diablo, sino que se "inventaron" otras narra-
ciones que simultáneamente coexistieron y circularon en los cole-
gios y monasterios. En el Nuevo Reino tomó fuerza la idea de que el
Paraíso estuvo en América, en particular en nuestro territorio, y la
convicción de que gran parte de los monumentos indígenas - e in-
cluso parte de sus costumbres- fueron las huellas de la peregrina-
ción de santo Tomás y el fruto de sus enseñanzas. A finales del siglo
XVIII, estas ideas no habían perdido fuerza todavía, aunque se esta-
ba forjando una nueva concepción de nuestros orígenes y de la iden-
tidad americana.
En las postrimerías del siglo XVIII, en efecto, el padre José Do-
mingo Duquesne y el sabio Caldas promovieron los primeros estu-
26 / Roberto Pineda Camacho

dios sobre las antigüedades neogranadinas mediante la recolección y


representación de ciertos objetos indígenas. Duquesne coleccionó di-
versos objetos votivos que la comunidad indígena de Gachancipá guar-
daba en una cueva sagrada próxima a dicha localidad; entre ellos, se
destaca un supuesto calendario de los muiscas que fue utilizado por
Alejandro von Humboldt en sus especulaciones sobre los calendarios
americanos. Por su parte, Caldas resaltó el interés de estudiar las "rui-
nas de San Agustín" y describió algunos de los monumentos incas
localizados en el Ecuador. Inmediatamente después de la Indepen-
dencia, Matiz y Céspedes asumieron la tarea de describir con más
detalle los monumentos agustinianos y se albergaron diversas anti-
güedades neogranadinas en el Museo Nacional.

Las tumbas y los bohíos del diablo

Corría el año de 1514, cuando las huestes de Pedrarias de Ávila se


internaron en la tierra firme de Santa Marta, antes de dirigirse a San-
ta María la Antigua del Darién. Entonces, de acuerdo con Pascual
de Andagoya, los expedicionarios excavaron algunas tumbas y pro-
cedieron a extraer ciertas piezas con figuras de animales:

Quiso saber el secreto de la tierra y entrando cierta capitanía


de gente dieron en cierto pueblo, desamparando los indios sus ca-
sas: se les tomó algún despojo y se halló cierta cantidad de oro en
una sepultura. La gente desta tierra son casi a la manera de los de
la Dominica; son flecheros y de yerba. Aquí se hallaron ciertos pa-
ños y las sillas en que se sentaba el demonio, figurado en ellas de
la manera que a ellos les parecía y hablaban con ellos, tomaban la
figura de él y la ponían en sus paños (Andagoya /l547/1986: 84).

Asimismo, desde los primeros años de la fundación de Santa Mar-


ta, en 1526, su gobernador, García de Lerma, implantó un ventajoso
intercambio con los indios de la región, en particular con sus caciques:
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 27

al visitarle le traían "mucho oro u joyas", las cuales -de acuerdo con
Juan Cueto y otros vecinos de Santa Marta, sus contradictores- "ama-
saba solo para sí", sin compartir con sus huestes y vecinos.
En 1530, el gobernador ordenó que las sepulturas taironas "po-
drían sólo abrirse con su permiso personal", para salvaguardar pre-
suntamente los derechos del rey (Reichel-Dolmatoff, 1997: 7). Pero
García de Lerma, según la Memoria redactada por Juan de Cueto y
otros vecinos en 1537, también promovía subrepticiamente el saqueo
de las tumbas de forma desaforada "y antes que nadie supiese el aviso
de las sepulturas, él sacó secretamente muchas y las mas rricas de
todas porque truxo dos canteros de Castilla que se las sacaban con
otros muchos criados suyos que el tenya y gente que él alquilaba, y
desta manera saco mas de quinze días que lo trayan a costales" (Cueta
/1537/, en Relaciones, 1916: 47).
Con este proceder, el gobernador profanó, en pocos años, casi
todas las sepulturas "a la redonda,... porque no las avya syno a medya
legua de aquí de Santa Marta, porque heran enterramientos anti-
guos, porque en toda la tierra no se ha hallado cosa semejante..."
(Cueta/1537/, enRelaciones, 1916: 47).
Unos pocos años después, al sur de Santa Marta, en los alrededo-
res de Cartagena, las huestes de Heredia asaltaron y destruyeron gran-
des pueblos nativos, apoderándose de sus mujeres y pertenencias. En
1534, cuando Pedro de Heredia recorrió por primera vez la región del
Sinú, hizo circular, de manera astuta, el rumor de que sus caballos
comían oro, obteniendo de esta manera que algunos caciques - t e m e -
rosos ante la presencia de este insaciable caníbal- le entregasen
"chagualas" - o figuras orfebres- para sus animales. En las tierras del
cacique Finzenú, Heredia y sus hombres encontraron grandes tem-
plos llenos de "ídolos" revestidos con oro, y descubrieron enormes
túmulos funerarios, claramente visibles en el paisaje.

[...] Al cabo de aver pasados grandes arcabucos y ciénagas


fyimos a dar en un pueblo que se dezia el Cenú, a donde se tomó
28 / Roberto Pineda Camacho

un yndio que tenya cargo del oro del cacique, y pidiéndole que
nos diese oro mostrónos en el arcabuco dos habas de oro que
nosotros llamamos caxas, en las quelas hallamos mas de XX mil
de oro fino, sin mas de xv mil pesos que hallamos en un buhío
que ternya mas de cien pasos en largo, que eran de tres naves,
que llamaban los yndios el buhio del diablo, a donde estaba una
hamaca muy labrada, colgada de un palo que estaba atravesado,
el qual sostenía en los hombros quatro bultos de personas, dos
de hembras y dos de machos, y encima de la hamaca donde dezian
que se venya a echar el diablo, estaban las dichas havas, y en este
bohío avia sus guardas para que no entrara todos los yndios en el,
y verdaderamente hablan los yndios con el diablo, y por hay en
los pueblos buhíos para ello e yndios que se llaman piaches, para
hablar con ellos (Heredia/1533/, en Relaciones, 1916: 13-14).

Los españoles no quedaron satisfechos; interrogaron a un nati-


vo sobre los lugares donde presumiblemente se encontraba el oro,
el cual "dixonos que cavásemos en un montón de tierra que era
sepoltura dellos, de las quales avía gran cantidad, y sacamos del mas
de X mil pesos de oro fino, y dezianos el yndio que cavásemos y que
sacaríamos mas" (Heredia/1533/, en Relaciones, 1916: 14).
Entonces comenzó el saqueo sistemático de las tumbas de Gran
Cenú, verdaderas, a juicio de los españoles, sepulturas del diablo,
cuya riqueza orfebre despertó aún más la codicia de los peninsula-
res, enloqueció a los pobladores de Cartagena y produjo una cala-
mitosa inflación en los precios de la recién fundada ciudad de
Cartagena de Indias.
Los sucesos del Sinú abrieron serias e irreparables heridas en-
tre los conquistadores. Se acusó, posiblemente con fundamento, a
Heredia de apoderarse de gran parte del tesoro, mediante diversas
triquiñuelas, y de burlar los derechos del rey al no pagar los debidos
quintos del oro fundido. Desde entonces la suerte de Heredia cam-
bió: fue sometido a un severo juicio de residencia y enviado a Espa-
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 29

ña. Durante su viaje de regreso, su nave naufragó y nuestro triste-


mente célebre fundador de Cartagena sucumbió en la mar. No faltó
gente que atribuyese esta desgracia a su codicia excesiva y a la pro-
fanación de las sepulturas del diablo, según enseñaban la misma tra-
dición cristiana y diversos doctores de la Antigüedad que condena-
ban la avaricia y codicia de los ladrones y saqueadores de los difuntos.
Pero los peninsulares también advirtieron la presencia e influen-
cia del diablo en las costumbres, prácticas religiosas, casas y aldeas
de los indios, e incluso en sus propios cuerpos u atuendos. Por ejem-
plo, cuando las huestes penetraron en el río Cauca, encontraron nu-
merosas aldeas, cuyas casas principales estaban rodeadas de cala-
veras, manos y otros restos humanos.
Según Cieza de León, por ejemplo, "a la puerta de las casas de
los caciques (de la Provincia de Picara) hay plazas pequeñas, todas
cercadas de las cañas gordas, en lo alto de las cuales tienen colgadas
las cabezas de los enemigos, que es cosa temerosa de verlas según
están muchas, y fieras con sus cabellos largos, y las caras pintadas
de tal manera que parescen rostros de los demonios" (Cieza de León,
1962: 83-84). Asimismo, el cronista nos indica la presencia de bo-
híos del diablo, en los cuales el demonio se revelaba a los hombres
en la figura de un gran gato.
Con relación a las sociedades de Anserma, Cieza anota:

Casa de adoración no se la habernos visto ninguna. Cuando


hablan con el demonio dicen que es a oscuras, sin lumbre, y que
uno que para ellos esté señalado habla por todos, el cual da las
respuestas (Cieza de León, 1962: 82).

De otra parte, Cieza insertó una interesante "imagen de salva-


jismo" en la primera edición de su obra L a crónica del Perú, la cual
acompaña el capítulo XLX titulado "De los ritos y sacrificios que es-
tos indios tienen y quan grandes carniceros son de comer carne". La
ilustración representa dos posibles víctimas del canibalismo, colga-
30 / Roberto Pineda Camacho

das, cubiertas con ropa, esperando su turno para ser "sacrificadas"


por un "carnicero" que abre su pecho con un cuchillo. A un lado,
sobre una pequeña columna, está una figura del diablo que preside
la escena. En la fe de erratas, Cieza anota que las personas que es-
peraban su turno, colgadas de una cabuya, estaban en realidad des-
nudas, en vez de vestidas como el pudoroso grabador las había des-
crito. Al lado, en la página siguiente de la edición original, se lee:

Cuando los descubrimos, la primera vez entramos en diha


provincia con el capitán Jorge Robledo, me acuerdo yo, se vieron
indios armados de oro de los pies a cabeza; y se le quedó hasta oy
la parte donde los vimos por nobre la loma de los armados (Cieza
de León, 1985: Capítulo xvm). (Véase lámina 1).

Durante la toma de la provincia de Pozo, Robledo fue gravemente


herido, lo que lo decidió a hacer guerra cruel a sus habitantes. El
mariscal y sus huestes, aliados con otros indígenas -los indios
carrapa y picara-, asaltaron las casas de los pozos, localizadas en las
partes altas de los cerros:

Los indios amigos -refiere Cieza en Las guerras- mataron


algunos de los enemigos, a los cuales comieron aquella noche, y
nosotros nos aposentamos en las casas que estaban en la loma;
eran grandes y estaban en ellas gran cantidad de ídolos de made-
ra, tan grandes como hombres, en lugar de cabezas tenían cala-
veras de muerto y las caras de cera; sirvieron de leña... -comenta
tajantemente el cronista- (Cieza de León, 1985: 167).

De acuerdo con la Descripción de Tenerife (19 de mayo de 1580),


los indios de la región tenían cierto tipo de señores, llamados moanes,
aunque también había moanas, "que saben curar con yerbas que
ellos saben que tiene birtud, que quitan las calenturas y otras el dolor
de cabeza y otras los dolores que tienen. Ay otros... que curan con
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada / 31

soplos trayéndole la mano por los brazos y cuerpo y soplando..."


(Tovar, s.f.: 331-332). Entre los diversos moanes, se destacan aque-
llos que controlaban las lluvias, a través de su contacto con el dia-
blo. Asimismo, los moanes amenazaban, según la relación, a sus
gentes si aceptaban la fe cristiana:

[...] Y les dicen que no se bauticen, que se enoxa el diablo


con ellos sino que se estén como sus pasados, dánles a entender
que quando byene alguna enfermedad en los pueblos quel dia-
blo está enoxado por alguna cosa quel ynbenta dediles y que para
que desenoje el diablo que agan una borrachera solene, la qual
acen en el buyo del diablo que tienen echo para él aparte en el
monte, y es más galano que nynguno porque todos los estantes y
estantillos los labran y les pintan allí sapos y culebras... y otras
sabandixas y figuras mal echas (en Tovar, s.f.: 333).

De otra parte, la discusión sobre la legitimidad de la expropiación


y del saqueo se planteó desde los primeros años de la Conquista. Des-
de el punto de vista legal, se consideraba como hurto el apropiarse de
joyas, oro y otros bienes de los indios que éstos hubiesen escondido
por miedo a la presencia española o por temor a su despojo. La discu-
sión era, en realidad, más compleja cuando estos tesoros se encontra-
ban en bohíos y templos, cuevas, labranzas, ollas, a manera de ofren-
das. Fray Bartolomé de las Casas consideraba que si dichos bienes
estuviese en posesión de indígenas a los cuales no se les pudiese de-
clarar "guerra justa" o que fuesen gentiles y se convirtieren a la fe ca-
tólica, era ilegítimo hacerlo porque la ofrenda no es, en palabras del
padre Simón, "hacienda derrelicta, desamparada y sin dueño, pues es
su dueño el que la ofreció"1.

1
En México y en Perú la situación no había sido tampoco muy distinta. Allá los peninsula-
res saquearon templos y tumbas, ídolos y momias, cuyas existencia era un buen motivo para
legitimar la conquista, así fuese a sangre y fuego, argumentando su naturaleza diabólica.
32 / Roberto Pineda Camacho

El mismo padre Simón, basado en algunos pasajes de la Biblia


(v.g., "Dijo Jacob a su suegro Labán cuando buscaba los ídolos que
le habían hurtado su hija Raquel y criados: Búscalos y si los halláis,
llévatelos pues son tuyos"), concluía: "hallándose esos santuarios y
que tengan dueños, si no son cosas de precio se deben disipar y des-
truir, y si lo son, deben volver a sus dueños, declarándoles no ser
aquello a quien deben adorar" (Simón, 1991, t. V: 183).
De acuerdo con Simón, este acto era legítimo cuando hubiese
guerra justa, en cuanto que "así como las personas, vidas y demás
bienes están sujetos al vencedor, también lo estará lo ofrecido a los
ídolos" (Simón, 1991, t.V: 183); asimismo cuando fuesen indios cris-
tianos y con suficiente conocimiento de Dios, ya que en este caso se
trata de un verdadera idolatría, "en castigo de su apostasía e infide-
lidad".
La profanación de los sepulcros estaba sancionada en la tradi-
ción cristiana y en las mismas leyes de Castilla. Por lo general se con-
denaba a los saqueadores de tumbas, en cuanto se consideraba que
los bienes depositados tenían el propósito de honrar la "memoria
de los difuntos". El robo de una sepultura era una falta grave de

En México, por ejemplo, se registraron saqueos sistemáticos de las tumbas desde 1522 en
la isla Sacrificios y en el río Tonalá; en 1533 se le concedió al conde de Osorio, presidente del
Consejo de Indias, una licencia para excavar tumbas, con el requisito del pago del quinto real.
En 1587, el virrey de la Nueva España expidió una licencia con el mismo propósito: esta polí-
tica se mantuvo, según Alcina Franch, hasta 1774 (Alcina, 1995: 21).
Algo similar ocurrió en el Perú. La Huaca de Lamayahuana fue saqueada con la compli-
cidad del cacique local, quien la señaló a los españoles con la condición de que se le parti-
cipase en las ganancias "para aliviar la pobreza de su pueblo, encontrándose grandes canti-
dades de oro". Entre 1577 y 1578, el virrey Gutiérrez de Toledo desenterró por lo menos
ocho mil kilogramos de oro (Alcina, 1995: 22). Algunas huacas, como la excavada por
Gutiérrez de Toledo, produjeron oro durante más de 50 años, y se evaluó su producción "en
un millón de pesos".
Anorte, enlngapirca, en el Ecuador, Juan de Salazar Vills excavó, en 1560, diversas tum-
bas de pozo, encontrando piezas de oro, hachas, monedas de cobre, etc. (Salomón, 1987,
citado en .Alcina, 1995:22).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 33

codicia y avaricia, o un verdadero hurto. Pero en América estas dis-


posiciones tuvieron excepciones que por lo general se convirtieron
en regla. En primer término, en muchos casos -como el del Sinú-,
la presencia de ricos tesoros no podía tomarse -aseveraban- como
un propósito de honrar la memoria del muerto, sino como un "acto
de avaricia" para que no lo gocen o usufructúen sus parientes.
Con frecuencia, los sepulcros eran tan antiguos que aparente-
mente no tenían ya propietarios que pidiesen su restitución. En los
otros casos, argumenta Simón, sus dueños tendrían derechos a la
devolución.

Tesoros de las Indias y cámaras de maravillas

Pero los objetos de los indios no sólo fueron objeto de saqueo y des-
trucción. Aunque fueron resignificados como ídolos, símbolos de la
presencia del diablo o de la existencia de una religión de idólatras,
sabemos que también fueron objeto de una relativa admiración. El
arte plumario, en particular, llamó poderosamente la atención de los
peninsulares, y algunos de sus mejores logros fueron a parar a ma-
nos de las cortes europeas.
Los grandes descubridores y conquistadores enviaron parte de
sus tesoros a los reyes y magnates. El mismo Colón remitió diver-
sos cemíes ("ídolos" de los tainos), bancos, guacamayos, etc., a Es-
paña. También envió indios "caribes", algunos de los cuales fueron
empleados (posiblemente no sin aprehensión) como esclavos o sir-
vientes. Cortés, por su parte, remitió diversos objetos plumarios,
máscaras, etc., de la corte de Moctezuma. El Tesoro de Moctezuma
"inventariado y recibido por los procuradores Montejo y Hernández
Portocarrero..." salió hacia España el 10 de julio de 1519. Fue exhi-
bido, ante el asombro de sus contemporáneos, en Sevilla, Toledo y
Valladolid. Cuando Carlos I se desplazó a Bruselas, en el año de 1520,
donde fue entronizado como Sacro Emperador Romano, el tesoro
fue expuesto en la gran plaza del Ayuntamiento de la ciudad. En 1522,
34 / Roberto Pineda Camacho

el mismo Cortés remitió 260 piezas a España (plumería, mantas,


instrumentos de cuero y jade, etc.), que aún se encuentran en los
museos europeos (Alcina, 1995: 24 y ss.).
Pizarro tampoco escapó de esta conducta. Del rescate pagado por
el infortunado Atahualpa, guardó una parte para sí (entre otros, un
gran banco de oro plano) y remitió una proporción considerable al
rey.
De acuerdo con Alcina Franch, los "regalos de las Indias" (ca-
sabe, hamacas, cemíes, etc.) que recibió el cardenal Cisneros - e n
los primeros lustros del siglo XVI- de manos del padre Francisco Ruiz,
fueron depositados por su "eminencia" en el Colegio de la Univer-
sidad de Alcalá de Henares. (Alcina, 1995: 22); con estos objetos se
constituyó uno de los primeros museos etnográficos del mundo. En
este contexto, también a mediados del siglo XVI, el virrey De Toledo
del Perú sugirió a Felipe II organizar un museo en el palacio, reunien-
do los objetos de las Indias 2 .

2
La idea de constituir un Gabinete de Curiosidades se remonta a Felipe V, el primero de
los monarcas españoles de la Casa de los Borbones. Probablemente, siguiendo el ejemplo
de los monarcas franceses, organizó —en 1712- la Biblioteca Pública, en la que se coleccio-
naron "libros y objetos raros y curiosos de la naturaleza".
En una real orden del 9 de enero de 1713, instruyó a los virreyes, gobernadores, corregi-
dores y otras autoridades, eclesiásticos o seculares, "pongan con muy particular cuidado
toda su aplicación, en recoger cuanto pudiesen de estas cosas singulares bien sean piedras,
minerales, animales o partes de animales, plantas, frutas o de cualquier otro género, que no
sea muy común, sino extraordinario o por su especie o por su tamaño o por sus propieda-
des..." (citado en Alcina, 1995: 74-75). En 1752, Antonio de Ulloa propuso a Fernando VI
conformar un Gabinete de Historia Natural, en el marco de un proyecto mayor de crear un
Estudio Universal de las Ciencias, el cual abarcaba un Gabinete de Historia Natural, de
Geografía y Antigüedades (Alcina, 1995: 75). Aunque Ulloa fue nombrado primer director
de este Gabinete de Historia Natural, el proyectó fracasó; en 1755, renunció de manera
categórica a su cargo.
Dos años más tarde, en 1757, Mutis propuso al rey la creación de un Gabinete de Histo-
ria Natural, pero al parecer la idea tampoco logró concretarse, entre otras razones porque
Mutis viajó a América como médico del nuevo virrey Mesía de la Zerda. Desde Santa Fe, el
sabio reiteró a Carlos III la conveniencia de la creación del Gabinete de Historia Natural y
de un Jardín Botánico (Alcina, 1995: 77).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 35

De todos modos, los regalos de las Indias, los botines de los sa-
queos, etc., conformaron, junto con plantas, piedras, animales, ar-
tefactos y toda clase de bizarrerías y curiosidades de la misma Eu-
ropa o del resto del mundo bárbaro, las "cámaras de maravillas",
localizadas con frecuencia en corredores y salones de los palacios y
castillos de la nobleza, para el goce de su sensibilidad, mientras que
el pueblo las admiraba en los muelles, las tabernas y quizás en sus
propias casas. Estos objetos no eran meras curiosidades, sino que
estaban revestidos de una áurea mágica. Y a no ser por la Sagrada
Inquisición y la Reforma, posiblemente la misma Europa se hubie-
ra inundado de lo que podríamos llamar hoy bienes chamánicos, cuya
difusión hubiese sido paralela a la del tabaco, el cacao, la papa y otros
productos que tanto bien hicieron por mejorar la calidad de vida
europea y transformaron sus sistemas agrícolas, sus dietas y sus cos-
tumbres.
En efecto, como se dijo, los habitantes de las principales ciuda-
des costeras españolas se agolpaban en los muelles para escuchar
las noticias de las Indias y admirar las curiosidades que de esta nueva
y maravillosa tierra llegaban en los barcos: piedras, animales, ban-
cos, plantas, "caribes", etc. Algunos de ellos decidieron su viaje a
América motivados por esas primeras exposiciones públicas que ex-
hibían los tesoros de las Indias. El ya mentado Pedro Cieza de León,
por ejemplo, probablemente encontró allí su primer acicate para des-
plazarse a América. Y en los años sucesivos los indianos no dejaron
de sorprender a sus familias y amigos con fantásticos regalos prove-
nientes de las tierras americanas.

"Lapestilencia de las idolatrías"

Cuando Gonzalo Jiménez de Quesada invadió el país de los muiscas


-guiado por la ruta de la sal- sus hombres buscaron afanosamente
multiplicar su botín, que fue inventariado de forma detallada; des-
contada la parte correspondiente al rey, el fruto del saqueo se repar-
36 / Roberto Pineda Camacho

tió entre las huestes según su jerarquía, mérito y codicia. El balance


no fue malo, de manera que esto sirvió de estímulo para proseguir
el saqueo, pese a la reacción tardía del Adelantado, que comprendió
la quimera de El Dorado.
Quesada y sus colaboradores no dudaron en aplicarle implacables
torturas al sagipa para que confesase la localización del gran tesoro
que el zipa supuestamente había escondido de los españoles.
En los años subsiguientes, y una vez establecida la Audiencia en
Santa Fe de Bogotá, por allá en el año de 1550, el interés por los te-
soros y bienes de los indios se intensificó y mantuvo. Por una parte,
los frailes franciscanos veían en las piezas orfebres, el arte plumario,
los caracoles y otras piezas votivas verdaderas idolatrías, a través de
las cuales intervenía el demonio; las consideraban serios obstácu-
los para la evangelización de los indios. De otra parte, muchos con-
quistadores las estimaban, sobre todo, en cuanto fuente de riqueza
y consideraban que, a toda costa, debían de ser fundidas.
En 1556, las constituciones del sínodo de Santa Fe, expedidas
por el arzobispo fray Juan de los Barrios, ordenaron que todos los
santuarios existentes en los pueblos de indios, y en particular don-
de ya hubiese indígenas cristianos, fuesen "quemados y destruidos",
y suplantados por una iglesia o por lo menos una cruz; algunos años
más tarde el arzobispo Zapata de Cárdenas criticó la medida, por-
que de alguna forma conservaba la memoria de los santuarios o de
las idolatrías.
El sopor de la Colonia y sus intrigas fue sacudido en 1578 cuan-
do los frailes franciscanos descubrieron que los indios continuaban,
con vigor, sus demonolatrías. En Fontibón no sólo existía una ver-
dadera legión de jeques, sino que los hombres en trance de morir
sostenían con una mano una cruz, pero con la otra se aferraban a
sus figuras de Bochica. Y poco valían las amenazas de cortarles el
cabello -que tanta vergüenza causaba a los indios- porque de todas
manera en las goteras de Santa Fe y Tunja aquellos proseguían con
sus "supercherías".
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 37

Como reacción, se expidió una orden perentoria para que los ca-
ciques entregasen de manera compulsiva -so pena de azotes y casti-
gos- todas sus idolatrías. Cerca de Tunja, los misioneros registraron
minuciosamente las "idolatrías" de los indios. Ante el estupor de los
nativos, una multitud de tunjos, plumas y guacamayos disecados, "ído-
los" de madera y piedra, topos, tejuelos, tejidos y otros objetos cubier-
tos con hilo de algodón, etc., fueron quemados y destruidos.
En este caso -como ha sido señalado por Vicenta Cortés- los ob-
jetos fueron clasificados en dos clases: aquellos susceptibles de ser
echados al fuego y destruidos in situ y aquellos remitidos a la capital
para ser fundidos (como el oro) o para ser tasados, v.g., las esmeral-
das. El oro fue avaluado en 1.724 pesos y 4 tomines; se recogieron
250 piedrecitas de esmeraldas (Cortés, 1959: 399). Las piezas orfebres,
al parecer, fueron fundidas también.
Los objetos no sólo eran satanizados, sino que sobre ellos se "im-
ponía una práctica eucarística". Los "ídolos" hallados en Sogamoso,
por ejemplo, fueron quemados después de una "misa mayor" entre
los indios (Serna, 1996: 74).
A lo largo de la segunda mitad del siglo XVI, los españoles, enca-
bezados por los oidores, acusaron a los frailes de implementar una
perversa estrategia para apoderase de las "huacas" de los indios. En
realidad, lo que más les dolía era su reducida participación en el fruto
material de la extirpación; los oidores eran particularmente sensi-
bles, ya que la legislación colonial no les permitía tener negocios ni
otras granjerias, pero, de hecho, las obtenían por "otros medios".
Por la relación del padre jesuita Alonso de Medrano, escrita a fi-
nales del siglo XVI, sabemos que los muiscas tenían numerosos sacer-
dotes y santuarios, donde hablaban al "demonio" y en los cuales te-
nían tantos "ofrecimientos" en oro que "los hombres [tienen] mañas
para sacárselo aun al demonio de las uñas" (en Lloreda, 1992: 61).
Los jesuitas, que habían entrado tardíamente (1598) al Nuevo
Reino, durante el arzobispado de Bartolomé Lobo Guerrero, se vie-
ron pronto confrontados con las idolatrías. En alguna ocasión "su-
38 / Roberto Pineda Camacho

cedió, pues, que llegase a noticia de los dichos padres de nuestra


Compañía que una yndia traya, en las manos, un ydolo abominable,
hecho de algodón, que para el mesmo demonio, cuya figura era, la
qual, dijo, averio tomado a otra yndia que lo adorava. Y, dejándolo en
sus manos, se escapó sin ser vista" (en Lloreda, 1992: 67).
En relación con este suceso, un domingo por la tarde "sacaron
los padres dicho ydolo a la placa; y, predicando contra aquel error
uno dellos, fue grande el espanto que causó, así en los yndios como
en los españoles. Y se remató el sermón con entregar el ydolo al braco
seglar de los muchachos, que lo pisaron, escupieron y echaron en el
lodo; y después lo quemaron, con espanto y no poco provecho de in-
numerables yndios que avían concurrido a la doctrina y a aquel es-
pectáculo" (en Lloreda, 1992: 66).
Este acontecimiento causó de nuevo un gran revuelo entre las
autoridades del Reino y seguramente entre los jeques, mohanes y
gentes del común muisca. Se resolvió que el mismo arzobispo y uno
de los oidores saliesen a "averiguar, castigar y estirpar esta tan pesti-
lencial ydolatría", en el área de la jurisdicción de Santa Fe. En Fon-
tibón, a las puertas de Santa Fe, encontraron otra vez que se practi-
caban "idolatrías" por todas partes:

[...] los ordinarios ydolos déstos, eran de oro; apenas no huvo


casa donde no se hallasen otros ydolos. Se hallaron de plumería
de varios colores, hechos con grande artificio: sacáronse aquí más
de tres mil ydolos; los de pluma se quemaron; los de oro se deshazían,
aplicando lo que se dispone por las reales leyes al real fisco; y los
demás, empleándolo en adorno de las yglesias y altares y culto de
nuestro verdadero Dios, según la determinación de San Agustín
(en Lloreda, 1992:68).

Como en otros casos, los frailes organizaron una procesión, por


todas las ermitas y cruces levantadas en Fontibón, "llevando delan-
te los penitenciados".
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 39

Después pasaron a la localidad de Bosa, donde también descu-


brieron "más de diez mil ídolos de oro, fuera de otros innumerables
de pluma, madera y palo. Y aquí, por medio de un cacique, se vino a
entender que en la plumería de esta tierra, de que ay grande copia y
riqueza entre los yndios, estava gran parte de sus ydolatrías y supers-
ticiones. Y así, todo este género se condenó a fuego" (en Lloreda, 1992:
71), a pesar de que algunos españoles e indígenas estaban dispuestos
a pagar hasta 4.000 escudos, y que las plumerías parecían ser un pro-
metedor negocio.
La comisión no sólo penetró en las ermitas (templos) de esta
población, destruyendo y quemando sus ídolos, sino que también
desenterró las raíces de los viejos árboles, donde habían sepultado
a algunos de sus antepasados "Cavóse por sus rayzes, y halló dos
vultos grandes, de oro maciso, hombre y mujer, sentados en sus si-
llas de oro; quellos dezían ser la diosa Baque y su hijo; que no poco
espanto dio a los indios averse descubierto. Y otro ydolo semejante
a los pasados, se halló también en otro árbol. Y comenzaron a dezir
los yndios, que ya echaban de ver quienes eran sus dioses mentiro-
sos, pues no se avían podido ocultar ni defender de nuestros sacer-
dotes" (en Lloreda, 1992: 72).
Finalmente, los extirpadores se desplazaron a Bojacá, Caxica,
Chía, Suba y otros lugares, quemando los "ídolos" y castigando a los
"sacerdotes del demonio".
El diablo se las ingeniaba de diversas formas para engañar a los
españoles. Según Simón, un español necesitado de oro se dirigió a
un paraje -aconsejado por una mujer india-, donde localizó un bo-
hío en el cual se hallaba un hombre anciano de más de cien años,
rodeado de 4 o 5 muchachos muyjóvenes, no mayores de diez años,
aprendices del oficio de jeque. El anciano les ofrece llevarlos a un
santuario donde podrían satisfacer su apetito. Después de recorrer
agrestes montañas y paisajes, el sacerdote decide rociar al viejo con
agua bendita que ha preparado con algunas plantas que ha recogido
en los alrededores:
40 / Roberto Pineda Camacho

Quiero echarle agua bendita a este viejo para que tengan buen
corazón en darnos mucho oro [había pensado]; mojó las yerbas
en el agua bendita y rociándolo, cosa maravillosa, al punto cayó el
cuerpo del viejo en el suelo y comenzó a rodar cuesta bajo como
si fuese un madero seco. De que quedaron admirados los espa-
ñoles, y volviéndolo a mirar echaron de ver había muchos años
que era muerto, según estaba seco y que lo había poseído el de-
monio por instrumento en quien hablaba y hacía las demás ac-
ciones del hombre que vieron y también consideraron la burla que
les había hecho el demonio (Simón /1627/, 1981, t. III: 418).

L a triste historia del mercader que quiso ranchear Guatavita

La laguna de Guatavita fue el mayor santuario que llamó la atención


de la codicia de los españoles. En ella, como se sabe, los caciques
realizaban diversas ofrendas con motivo, sobre todo, de la consagra-
ción del cacique; dicho cacique, montado en una balsa, revestido con
polvo de oro, se sumergía en la laguna, mientras que sus ofrendas y
las de sus coetáneos se lanzaban al agua, todo con el propósito de
"ofrendar y sacrificar al demonio que tenía por su dios y señor".

[...] En aquella laguna se hiciese una gran balsa de juncos,


aderezábanla todo lo más vistoso que podían... Desnudaban al he-
redero en carnes vivas, lo untaban con una lijia pegajosa y espolvo-
riaban con oro en polvo y molido, de tal manera que iba cubierto
todo de este metal.
[...] Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el
oro que llevaba a los pies en medio de la laguna y esmeraldas que
llevaba en el medio de la laguna, y los demás caciques que lo acom-
pañaban hacían lo propio, lo cual acabado, batían la bandera que
en todo el tiempo que gastaban en el ofrecimiento la tenían le-
vantada, y partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y
fototutos con muy largos corros de baile y danzas a su modo, con
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 41

la cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba reconocido


por señor y príncipe... De esta ceremonia se tomó aquel nombre
tan celebrado de el Dorado, que tantas vidas y haciendas ha cos-
tado (Rodríguez Freile /1636/, 1988: 103-104).

El cacique Guatavita era famoso por sus grandes "riquezas


orfebres", las que decidió esconder cuando le llegaron noticias de los
españoles:

Dijéronle al Guatavita cómo los españoles había sacado el


santuario grande del cacique de Bogotá que tenía en su cercado
junto a la Sierra y que eran muy amigos de oro. Que andaban por
los pueblos buscándolo y lo sacaban donde lo hallaban, con lo cual
Guatavita dio orden de guardar su tesoro, llamó a su contador que
era el cacique de Pauso y diole cien indios cargados de oro con
orden que lo llevase a las últimas cordilleras de los cerros que dan
vista a los llanos... (Rodríguez Freile /1636/, 1988: 147).

El cacique cumplió la orden a cabalidad: de regreso este conta-


dory sus quinientos hombres fueron "pasados a cuchillo" para guar-
dar el secreto.

Parece que este fue consejo del diablo por llevarse todos aque-
llos y quitarnos el oro, que aunque algunas personas han gastado
tiempo y dinero en buscarlo, no lo han hallado (Rodríguez Freile
/1636/, 1988: 147-148).

Además, se narraba que cuando llegaron los españoles los abo-


rígenes ofrendaron grandes cantidades de oro en ésta y otras lagu-
nas, para protegerse de esta verdadera calamidad:

Cuando se fue divulgando que entraban unos hombres bar-


budos y buscaban con cuidado el oro entre los indios, sacaron
42 / Roberto Pineda Camacho

mucho del que tenían guardado, llevándolo y ofreciéndolo en la


laguna o rogando con aquel sacrificio que les librase la cacique
de aquellos hombres que entraban en sus tierras como las de-
más les solían venir, o queriendo más tenerlo ofrecido en su san-
tuario que en sus casas y a peligro que lo hubiesen a la mano los
españoles. Hicieron esto algunos en tanta cantidad de oro, que
sólo el cacique del pueblo de Simijaca echó en esta laguna cua-
renta cargas que llevaron cuarenta indios desde el pueblo a la la-
guna, como se verificó de ellos mismos y del cacique, sobrino y
sucesor en el cacicazgo el que lo envió [...] que cuando menos
seria cuarenta quintales de oro fino... (Simón, 1981, t. III: 329).

Éstas y otras historias motivaron, sin duda, a los españoles a in-


quirir sobre la riqueza de la laguna. Según Duque Gómez, fue el
mentado Cieza de León el primero que habló de su existencia. De
otra parte, se cuenta que el capitán Gonzalo de León Venero per-
suadió -quizás sea mucho decir así- a su cacique para que le indi-
case la existencia de los santuarios "pues era mejor servirse del oro
que tenerlo sin provecho ofrecido al Diablo" (Simón, 1981, t. III, 329).
El indio respondió, en señal de amistad y con secreto, que si des-
aguaba la laguna de Guatavita obtendría una infinita riqueza.
Al parecer, el capitán Lázaro Fonte, capitán de las huestes de
Gonzalo Jiménez de Quesada, intentó desaguar la laguna, pero no
tuvo mayor éxito; el hermano de Quesada bajó los niveles de la la-
guna en tres metros y obtuvo 3.000 a 4.000 pesos de oro (Lleras,
1998). Un mercader de Santa Fe de Bogotá, Antonio de Sepúlveda,
probó también suerte: obtuvo la aprobación de su empresa median-
te real cédula: por medio de ella tenía derecho a obtener todo el apoyo
de la Real Audiencia y a contar con la mano de obra de los indios 3 .

3
Una transcripción de la capitulación entre Antonio Sepúlveda y el rey, del año 1562, se
encuentra en el Boletín de Historia y Antigüedades, Academia Colombiana de Historia, 8:
235 y ss.
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 43

Sepúlveda levantó casa alrededor de la laguna; mediante una


barca sondeaba las profundidades de la misma. Al cabo del tiem-
po, y con la ayuda de ingenieros y de los nativos, "abrió una boca al
desaguadero, vaciando parcialmente las orillas de la laguna, y po-
niendo al descubierto "algunas joyas de oro de mil hechuras, cha-
gualas o patenas, sierpezuelas, águilas, espemalada que sacaban de
entre la lama y el cieno que iban descubriendo" (Simón, 1981, t. III,
330).

Porque a cada desagüe que se iban dando, se iban hallando


mayores y más ricas piezas de oro y esmeraldas, y tal vez saca-
ron una como un huevo (una ni otra báculo de obispo) hecha
de planchas de oro, y el báculo formado de las mismas canillas
de oro y otros joyas, que fue por todo hasta la cantidad de cinco
y seis mil ducados que se iban metiendo en la caja Real, por
haber sido una de las condiciones con que se había dado la li-
cencia, para que se partiesen después de todo junto lo que se
sacase por la mitad el mercader y la Caja, habiéndole pagado la
costa, de la cual no había de poner el Rey alguna (Simón, 1981,
t. m, 330).

A medida que sus obras avanzaban, en efecto, se descubrieron


otras piezas, que a su vez estimulaban la codicia del mercader. Pero
sus esfuerzos se vieron truncados con la llegada de las aguas de in-
vierno, que desbarrancaron las orillas y dieron al traste con sus obras
taponando las salidas del desagüe. Sin los recursos suficientes y cada
vez más agotados, el mercader tuvo que darse por vencido: "Y así le
fue forzoso dejar la ranchería y labor e irse a morir a un hospital, sin
haberle quedado caudal para otra cosa, no haber después quién se
atreva a tomar entre manos la empresa de propósito", pese a que lo-
gró extraer doce mil pesos de oro, equivalentes a 55,2 kg de oro (Lle-
ras, 1998).
44 / Roberto Pineda Camacho

Los huesos endemoniados del mohán

Los españoles encontraron, en diversas regiones, que las culturas


aborígenes practicaban la momificación —o disecación- de sus ca-
ciques o principales. Los cueva del Urabá, por ejemplo, preserva-
ban el cadáver de sus principales, que mantenían en sus bohíos; los
muiscas, los indígenas del Cauca y de otras regiones de Colombia
también tuvieron diversas prácticas de momificación, y sus "cadá-
veres vivientes" jugaron un rol destacado en la vida social. La situa-
ción, como se sabe, no era exclusiva de Colombia. Algo similar ocu-
rrió entre los incas y otros pueblos andinos.
Desde un comienzo, los misioneros se ensañaron contra las mo-
mias y demás restos disecados. En el Perú, por ejemplo, se destru-
yeron sistemáticamente las momias de las diversas dinastías incas.
En la Nueva Granada, la relación con los restos momificados ge-
neró también una gran tensión entre los peninsulares y los indios.
A este respecto es, sin duda, notable la actitud de fray Luis Beltrán
con relación a los "huesos de un mohán" que veneraban los indios
en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Fray Luis Beltrán, el santo patrono de la Nueva Granada, era real-
mente un hombre excepcional. Perteneció a la orden dominica; se
encontraba como maestro de novicios en Valencia, España, cuando
llegó a sus puertas "un indio en hábitos de fraile de la misma orden,
con recados falsos, que todos entendieron fue permisión divina"
(Simón, 1981, t.V: 421). Se dice que en la conversación con este su-
puesto fraile surgió en san Luis un ánimo misionero infinito, fomen-
tado en gran medida por el martirologio que la vida misionera en
América deparaba a los sacerdotes; era vox populi que a "muchos
ministros del Evangelio les quitaban la vida con tormentos y se los
comían" (Simón, 1981, t.V: 421).
Beltrán pasó a América y en 1562 pisó la tierra de Cartagena; el
futuro santo poseía el don de lenguas, una capacidad profética que
aterrorizaba y un excepcional poder de sanación. Se cuenta que el
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 45

demonio lo maltrataba, lo golpeaba, lo tentaba y perseguía, "furio-


so" por su labor y la destrucción de ídolos.
Al cabo del tiempo, pasó a predicar en la jurisdicción de Santa
Marta, desafiando, se dice, al diablo y a todos los peligros derivados
de la naturaleza y de los hombres.
En alguna ocasión, el fraile se enteró que los indios de la monta-
ñas de la Sierra Nevada:

[...] veneraban los huesos de un mohán, antiguo sacerdote en


el mayor caney del Diablo, a quien hacían grandes fiestas en días
señalados y embriagueces, y guardaban con infatigable vigilancia
por haberles el demonio certificado que si les faltaban aquellos
huesos, se les caería el cielo encima, tuvo traza el santo de entrar
con secreto en el templo y haber a las manos los huesos y trans-
portarlos dos o tres leguas de allí... (Simón, 1981, t. V: 425).

Enterados los indios, y bajo conseja de uno de sus más podero-


sos mohanes, envenenaron su comida, colocándolo al borde de la
muerte. Beltrán, lejos de desesperarse, asume su muerte "con mu-
cha alegría", con el consuelo de su crucifijo y rosario, al cual enco-
mendaba su alma. Cuenta Simón que el poder de Dios quiso que el
santo vomitara el veneno en forma de serpiente, salvando en reali-
dad su vida. Los indios intentaron, entonces, matarlo con la fuerza
de las armas, pero Beltrán -oponiéndose a las acciones de sus "guar-
daespaldas" (dos grandes negros horros)- calmó a sus adversarios,
haciéndoles ver la necedad de sus creencias, fruto del engaño del
demonio.
No obstante, sus interlocutores ("gente obstinada en su infide-
lidad") inquirían con insistencia o "empleaban todo su conato en
pedirle los huesos del sacerdote".
De manera desconcertante para sus contemporáneos, Beltrán
retornó los "huesos del mohán" a los indios, lo que sin duda concitó
serias reflexiones teológicas entre los religiosos y sus sucesores acer-
46 / Roberto Pineda Camacho

ca de la legitimidad de su acción, en contravía de la política de la ex-


tirpación de la demonolatría.
Simón recuerda que san Luis quedó profundamente impresio-
nado por este suceso:

Quedóle al santo tan estampada en la memoria la reverencia


con que llegaba a los huesos el mohán que los llevaba cuando se
los volvió a entregar, que lo predicaba muchas veces diciendo: que
era tanto el respecto que les tenía, que arrodillándose delante de
ellos y cruzando las manos sobre el pecho, temblaba como azo-
gado. Y estaba tan turbado que, preguntándole el santo si había
algún remedio para curar del todo aquel veneno de que padecía,
no le pudo responder palabra, ni quitaba los ojos de aquellos
endemoniados huesos (Simón, 1981, t. V: 426-427).

Pero el dominico Zamora interpreta - a finales del siglo XVII- de


otra manera los acontecimientos y explica que el mismo fray Luis
habría declarado en su casa en Valencia, una vez de regreso a casa,
que si hubiese estado en buenas condiciones de salud habría impe-
dido que los indios se llevasen por la fuerza sus huesos:

Si yo estuviera alentado [decía] que pudiera ponerme en pié,


para defenderlos, hubiese perdido mil veces la vida, antes quien
dejarlos llevar a los idólatras (Zamora /1701/, 1980, t. II: 109).

Empero, el mismo Zamora anota inmediatamente después las


mismas acotaciones de Simón:

Muchas veces predicó este suceso porque le quedó tan es-


tampado en la memoria la reverencia con que el mohán y los in-
dios veneraban los huesos de aquel falso sacerdote, que arrodi-
llándose ante su presencia, no apartaban de ellos los ojos. De que
se fervoriza predicando a los católicos la veneración y reverencia
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 47

en que debemos estar en la presencia de Cristo Sacramentado


(Zamora/1701/, 1980, t. II: 109).

En 1578, el arzobispo fray Luis Zapata propuso desenterrar los


cuerpos de los indios difuntos, para examinar si habían fallecido en
condición de idólatras, lo que levantó una fuerte oposición de parte
del presidente y de los oidores de la Real Audiencia: el arzobispo se
defendió, aduciendo que se trataba de "escándalo pasivo y que no
cae en consideración mayormente que a los indios en quitarles esto
no se les quita cosa suya, pues se desapoderaron de ello el día que lo
dieron y ofrecieron al demonio" (Lara, 1988: 31).
No obstante, la negativa de la Audiencia fue tajante; le prohibie-
ron "desenterrase los cuerpos de los indios que están sepultados en
las iglesias y constase que habían apostatado e idolatrado después
de convertidos... porque no pareciese que esto se hacía por buscar
si tenían algún oro o joyas en las dichas sepulturas para tomárselo"
(Lara, 1988:31).
La disputa por los cadáveres continuó durante el resto de la cen-
turia. En 1595, según el licenciado Egas de Guzmán, los indios de
Iguaque exhumaron los huesos de un cacique, a cuyos restos rendían
culto en una cueva. En este caso, los españoles exhumaron sus restos
y les dieron sepultura en la iglesia, mientras que los indios eran acu-
sados de idolatría (Lara, 1988: 33)4.

4
En contraste con diabolización de los huesos y cuerpos de los difuntos indígenas, el
cuerpo de monseñor Almanza, arzobispo del Nuevo Reino, fue venerado, por algunos años,
como una verdadera reliquia. El ilustre arzobispo murió el 27 de septiembre de 1633, en
Villa de Leiva, víctima de una "calentura". A pesar de que se preveía una descomposición
rápida de su cadáver, éste no sólo se preservó sino que "olía a pina", a "perfume de pina".
Después de diversas exhumaciones fue trasladado a Bogotá y objeto de honras fúnebres en
la catedral. En el oratorio, los frailes lo trataban como si fuese un ser vivo, y luego sus des-
pojos mortales se tuvieron en la capilla de Pedro de Valenzuela, donde también se conserva-
ron sus restos. Éstos fueron trasladados a un convento en Madrid de las hermanas de Jesús,
María y José, que reclamaban su cadáver (Groot, 1889: 290 y ss.).
48 / Roberto Pineda Camacho

Sin embargo, a pesar de las campañas contra la "idolatría", el


culto a los antepasados y sus huesos subsistió por lo menos hasta
finales del siglo XVII. De acuerdo con Valcárcel, por ejemplo, que es-
cribe en 1687, "en el pueblo de Onzaga, el año 85, halló el doctrinero
algunos indios retirados en un bosquecillo donde un viejo dogmatista
instruía en... los ritos de sus antepasados haciéndoles adorar un
hueso de un mohán antiguo, diciendo que aquél era su dios y no el
de los cristianos, que por él vivían, tenían salud y cogían frutos; te-
nían un santo sacrificio debajo del hueso y hacía irisión de él" (en
Langebaek, 1995).

L a omnipresencia del Ángel Caído

El encuentro con las religiones amerindias desencadenó, como se


ha comentado, diversas reacciones y consideraciones acerca de su
naturaleza y la legitimidad de las creencias religiosas amerindias. Los
primeros discursos relacionados con los incas y aztecas reconocie-
ron en sus sistemas de representación y acción social verdaderos
complejos religiosos, al señalar la existencia de sacerdotes, templos,
ídolos y la práctica del sacrificio. Las Casas, en particular, enfatizó
en la legitimidad de su práctica religiosa, en función de dichas con-
sideraciones, en gran parte derivadas de santo Tomás de Aquino. En
realidad, los europeos no pudieron dejar de sorprenderse con la in-
tensidad de la vida religiosa amerindia y la similitud de algunos as-
pectos de la misma con la religión cristiana: no sólo el sacrificio era
relativamente común, sino que en algunos casos se trataba del sa-
crificio de hombres "divinos", vale decir, de "hombres dioses": con
frecuencia las religiones amerindias incluían las prácticas de ayu-
nos, la confesión, etc., tan caras a la tradición cristiana.
De manera similar a la Nueva España y al Perú, los más conno-
tados cronistas del Nuevo Reino reconocen en gran medida en las
prácticas religiosas muiscas los signos fundamentales del compor-
tamiento religioso, marcado por la existencia del sacrificio. Gonza-
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 49

lo Jiménez de Quesada presenta, en el Epítome del Nuevo Reino de


Granada, las prácticas de sacrificio muisca de una manera escueta,
sin mayores juicios de valor, como si en alguna medida estuviese des-
cribiendo una institución propia de la vida religiosa de la gente pa-
gana, o similar a las prácticas de los hombres civilizados, mas no
cristianizados, de la antigüedad clásica.
Sin embargo, como se dijo, paralelamente se implemento un dis-
curso que interpretó las religiones amerindias como la obra del dia-
blo y, en consecuencia, se definió a sus sacerdotes como "sacerdo-
tes del diablo"; los diversos acontecimientos sobre los cuales se
basaban la creencias de los nativos fueron interpretados como "mi-
lagros del Maligno". En efecto, los misioneros y demás españoles
estaban firmemente convencidos de la intervención del Ángel Caí-
do en la vida cotidiana de los hombres, y en particular en la de los
indígenas.
Según los misioneros franciscanos de la segunda mitad del si-
glo XVI, el demonio mismo intervenía para evitar la conversión de los
aborígenes. Por ejemplo, se narra que a un indio infiel, al que un sa-
cerdote en vano había intentado persuadir de bautizarse, se le apa-
recía el demonio, en figura de un hombre negro, amenazándole si
prestaba atención a las demandas del hombre de la Iglesia. Éste, ad-
vertido de lo sucedido en la noche anterior

[...] le dijo que pusiese, a la cabecera, un santo crucifijo, que


allí le dio y estaría seguro del demonio... El qual bolvió otra no-
che; y, diziéndole que entraze, respondió, que no podía, mientras
estuviese allí aquella cruz. Aquí alumbró el spíritu Sancto al po-
bre Yndio y dijo: pues tú temes a éste questá en la cruz, sigúese
ques mayor que tú; a él quiero servir. Llamando al sacerdote, le
pidió que le hiziese cristiano. Fué informado en las cosas de la
fee en quatro días que vivió; y al cabo dellos, fue bautizado: y lue-
go murió con tan dichosa prenda de su predestinación (Lloreda,
1992: 72).
50 / Roberto Pineda Camacho

Cuenta el mismo Medrano, a finales del siglo XVI, que en otra


oportunidad un indio que aparentemente era tenido por muerto, y
estaba incluso ya amortajado, se levantó y confesó

[...] aver visto tres hornos de fuego, bocas de ynfierno, en


aquel pueblo, a los quales llevavan los demonios encadenados los
yndios, por treys géneros de vizios que reynan mucho entre ellos;
en el uno entraban los ydólatras; en el segundo los incestuosos;
en el tercero, los dados a la embriagues (Lloreda, 1992: 72).

Esta experiencia no sólo enmendó al supuesto difunto sino que


influyó de forma ostensible en el comportamiento de los indios de Bosa.
Durante el siglo XVII, la presencia del diablo se multiplicó e in-
cluso algunos caciques fueron percibidos como la misma materiali-
zación del Malo. De acuerdo con Simón, los tres gobernadores de
las provincias del Senú eran, asimismo, demonios; Goranchacha, uno
de los últimos grandes caciques muiscas (a quien se le atribuía una
naturaleza divina pues era hijo del mismo Sol), tenía también esa
misma condición, de igual forma que su pregonero ya que ambos
poseían una cola posiblemente de felino. Poco años antes de llegar
los españoles profetizó la llegada de los extranjeros:

[...] hizo un día juntar toda su gente y por su pregonero, a


quien ponían muchas mantas en rollo dejando en medio, hubo
donde entrase la cola que tenía, que era como de león, y se sen-
tase. Les hizo una larga plática en que les adivinó había de venir
una gente fuerte y feroz... y despidiéndose que se iba por no ver-
los padecer que después de muchos años volvería a verlos, que
los había de maltratar y afligir con sujeciones e trabajos, se entró
en su cercado y nunca más lo vieron. El pregonero, por desenga-
ñar más del todo y dar más claras muestras de quién era, delante
de todos dio un estallido y se convirtió en humo hediondo, que
fue la última despedida (Simón, 1981, t. ni: 422).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 51

A medida que avanzaba la colonización de los pueblos nativos,


los misioneros se obsesionaron por la extirpación de toda clase de
idolatrías, vigilando y castigando celosamente no sólo a los mesti-
zos sino también a los mismos españoles pertenecientes a los sec-
tores populares.
Los catecismos, en particular, expresaron esta preocupación. El
primer catecismo de Santa Fe de Bogotá, escrito por fray Luis Zapata
de Cárdenas, segundo arzobispo del Reino de Granada, contiene ins-
trucciones precisas en el capítulo 14, relativo al "Remedio contra la
idolatría", para que los santuarios sean destruidos y se borre toda
memoria de ellos; en cuanto a los objetos de oro y de valor se plantea
que se "distribuyan en utilidad de la iglesia do el tal santuario se hallare
y lo mismo sea de lo que se hallare en las sepulturas por aviso del sa-
cerdote, y lo que sobrara, distribuido en las Iglesias, se gaste en la en-
fermería y en obras pías tocantes al mismo pueblo". El capítulo 18,
relativo a los materiales de los sacrificios y sahumerios, ordena que se
queme el moque -con que momificaban sus muertos-y otros objetos
que vendan en los mercados que puedan ser asimilados a idolatrías.
No hay que olvidar que, durante casi un siglo, los indios, aunque bau-
tizados, tuvieron una condición de catecúmenos. Solamente hasta 1634
los jesuitas se decidieron a darles la primera comunión, lo que de he-
cho implicaba que antes de esta fecha los indios debían salir del recin-
to de la capilla doctrinera cuando se iba a celebrar la santa eucaristía.
La llegada de los esclavos africanos incrementó la preocupación
por la propagación de falsas religiones y supercherías. La Inquisi-
ción se encargaría de extirpar el dominio del diablo y de la brujería
de los negros y españoles.
En este contexto, no nos debe extrañar que prácticamente no
hubiese ninguna inquietud entre los hombres de esa época por con-
servar las que serían llamadas después reliquias de los indios. De
acuerdo con Duque Gómez, la única excepción fue la del licenciado
Juan Vásquez, gran aficionado a la conservación de las antigüeda-
des de los indios (Duque, 1965: 88).
52 / Roberto Pineda Camacho

Los ídolos en Roma

A finales del siglo XVII, el misionero franciscano Romero pisó por


primera vez la Sierra Nevada de Santa Marta, aunque conocía ya parte
del territorio de la Nueva Granada. Según Giraldo Jaramillo, era una
sacerdote agustino, nacido en Lima, Perú. Había sido ordenado des-
de muy joven; trabajó en la evangelización de los indios tamas, en el
alto Magdalena, y luego se trasladó, ante las dificultades para la evan-
gelización de este pueblo del alto Amazonas, desplazado a las inme-
diaciones de Timaná mediante prácticas de rescate y esclavitud, al
Valle de Upar, en el norte de Colombia. Su experiencia está conden-
sada en un bello libro titulado Llanto sagrado de la América meri-
dional, publicado en Milán en 1693, cuya parte correspondiente a la
Sierra Nevada y Valledupar ha sido analizada de manera interesante
por nuestro colega Carlos Uribe, sobre la base, además, de un do-
cumento hasta ahora inédito, redactado por el licenciado Melchor
de Espinosa, párroco de Río Hacha, que fuera comisionado como
notario de la expedición de Romero a la Sierra (este documento, en-
contrado por Cari Langebaek en Sevilla, aún inédito, relata también
su experiencia entre los arhuacos de la Sierra, dándonos una ver-
sión complementaria del libro).
Romero penetró también a sendos templos de los indios de la
Sierra Nevada y combatió con el fervor de sus antecesores lo que él
considera eran verdaderas idolatrías y "obras del demonio". Pero la
novedad de su discurso no descansa, como veremos, en la condena-
ción de las supersticiones de los indios y la destrucción de sus "ído-
los", sino en la recolección de algunas máscaras que después de tres
siglos fueron redescubiertas por el arqueólogo alemán H. Bischof
en el mismo Museo del Vaticano, en Roma (1972).
Las piezas fueron traídas por el sacerdote peruano en su viaje
de regreso a Europa en 1692: posiblemente las entregó al Colegio
de Propaganda Fide en Roma, con ocasión de su visita a esa ciudad,
en búsqueda de apoyo para su labor misional entre los tamas. El
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 53

mismo sacerdote cedió su manuscrito a los editores de Milán, y


presumiblemente contribuyó también a la descripción visual de las
cansamarías que ilustran el texto. En efecto, la primera edición de
su obra está acompañada de una serie de ilustraciones que descri-
ben el templo y sus actores y registran las mentadas máscaras del
diablo, como si su visión fuese en alguna medida neutralizada, ya
sea por la imprenta o, al menos, como si la fuerza en las creencias
de la brujería se hubiese debilitado.
El padre Romero se define, con razón, como un extirpador de
idolatrías. De hecho, la leyenda que acompaña la lámina reza: "La
idolatría de los Indios de la Nación Aruacos, que habitan en la Sie-
rra de S. Martha; destruida, por un religioso Del orden de S.Agustín
de la Provincia de Lima, el año de 1691, con diez templos, en que
daban abominables cultos al Demonio".
La ilustración representa la casa sagrada coronada por un tem-
plo griego: a diferencia de laya mencionada lámina de Cieza, no apa-
rece la figura de Satanás, y sus personajes tienen un fisonomía eu-
ropea; uno, en particular, se encuentra arrodillado, como si estuviese
adorando a sus dioses (véase lámina II).
Tenemos, como dijimos, dos versiones del texto. La primera, la
relación del sacerdote incluida en Llanto sagrado de la América
meridional; la segunda, el documento encontrado por Langebaek en
Sevilla, que se refiere a esta experiencia, y estudiado parcialmente
por Carlos Uribe (1996).
En el primero, Romero relata que el visitador general del obis-
pado había percibido que en lo encumbrado de la montaña existía
un templo de la nación aruaca, donde los indios sacrificaban vícti-
mas al demonio; como resultado de esta convicción, escribe un auto
a fray Francisco Romero, en el cual le encomienda la destrucción y
aniquilación de dichas "iglesias" (sic), donde los indios no solamente
practicaban idolatrías, sino también tenían "ásperas penitencias y
ayunos". Pero el auto no sólo le solicita amorosamente que estirpe
las idolatrías, sino que también traiga los ídolos ante su presencia y
54 / Roberto Pineda Camacho

dé testimonio de todos los actos y acontecimientos que en dicho


tránsito le sucedieren (Romero /1693/ 1955: 80).
En este marco, entonces, los aruacos son calificados como idóla-
tras; sus templos son denominados "cansamarías, los cuales están
dedicados al demonio", y en ellos, se dice, realizaban diversos "sacri-
ficios de piedras labradas, de ropas y de alhajas y de horribles morti-
ficaciones, como era ayunar quince días, sin otro mantenimiento que
un grano de maíz deshecho de agua fría, y no comer sal"... Asimismo
"sabía que entre los detestables ídolos que tenían sus templos, vene-
raban por principales dioses tres abominables cuyos nombres era
Cabisurí, Dunuma y Moatama..." (Romero/l693/ 1955: 82-83). De
otra parte, Romero poseía por arma un crucifijo para vencer los ído-
los paganos.
Entre los objetos encontrados se destacan, sobre todo, "figuras
incógnitas", flautas, etc.; en efecto, recoge una gran cantidad de ob-
jetos, mientras que quema -como en los primeros años de la Con-
quista- otros a la vista de los indios. Los que guarda tienen como
objeto "aclarar más en ambas curias la gran necesidad de operarios
en algunas partes principales de la América".
El segundo documento denomina a los templos "cansamarías";
sostiene que el demonio les habla a los indígenas a través de los ídolos
y que éstos representan la figura del diablo. En algunos templos en-
contraron tres ídolos de madera que se componían de dos figuras
de formas no conocidas y una cara horripilante, con diversos bone-
tes llenos de plumas, y otros instrumentos de idolatrías como flau-
tas y chirimías. En otros cuatro templos halla ídolos y otros instru-
mentos de idolatrías, como plumas, flautas y macanas esculpidas.
Las idolatrías recibidas por el padre Cuadrado, en Valledupar,
fueron quemadas en la plaza pública el 3 de agosto de 1691, con ex-
cepción de las ya mencionadas llevadas por Romero. Como ha sido
señalado por Carlos Uribe, en un auto final expedido por el mismo
Cuadrado, se ordenaba detener a uno de los mamas encontrados por
Romero, "el mayor idólatra", para que fuese condenado a cadena
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 55

perpetua. En cumplimiento de lo dispuesto en el sínodo organiza-


do por el arzobispo Bartolomé Guerrero en 1606, debía darse cárcel
perpetua a los zeques y maestros comprometidos en la idolatría o
que se "hallaren comprendidos en perjudicial enseñanza" (Uribe,
1996: 32).
Es probable que los ecos de un nuevo pensamiento religioso, fun-
dado en la crítica del racionalismo europeo del siglo XVTI, y la consi-
guiente secularización del discurso respecto a la religión, ya estu-
viese calando en la mente de este limeño, de manera que los antiguos
bohíos del Diablo cedieron su paso a los templos o cansamarías, y a
una nueva percepción del ídolo como fetiche.

Historia del diablo y de la América paradisíaca

Desde los primeros años del descubrimiento de América, Colón,


Vespucciy otros hombres tuvieron una compleja y contradictoria idea
respecto a las tierras del nuevo mundo. La idea de sentirse en una
tierra paradisíaca no dejó de rondar en sus mentes de una forma u
otra, aunque a menudo quedaba sepultada por interpretaciones com-
pletamente opuestas. Vespucci, por ejemplo, quedó profundamen-
te impresionado por los bosques del Brasil, su exuberante flora y fau-
na, que lo hace "sentirse en el Paraíso terrenal" (Pereira, 1994: 51).

[...] y vimos tantos animales, que creo que dificultosamente


tantas especies entrasen en el arca de Noé y animales domésti-
cos no vimos ninguno (Pereira, 1994: 51).

Como se ha mencionado, en la segunda mitad del siglo XVI exis-


tía una fuerte tradición que pensó lo americano -y en particular su
vida religiosa- como consecuencia de la acción del diablo. En 1590,
el padre jesuita José Acosta, considerado como uno de los fundado-
res de la antropología moderna, resaltó en su Historia Natural y
Moral de las Indias la similitud entre la religión cristiana y las reli-
56 / Roberto Pineda Camacho

giones amerindias. Acosta señaló la presencia de templos, de mo-


nasterios, de la comunión, de dioses hechos hombres sacrificados,
e incluso de la confesión como un fenómeno muy extendido en
América. Pero, a diferencia de Las Casas, calificaba esta situación
como una perversa actuación del demonio; según su concepto, la
conquista fue "un acto de liberación mediante el cual los naturales
del Nuevo Mundo quedaron libres del dominio de Satanás y de los
tiranos humanos, y se les ofrecieron los medios de salvación (Bra-
ding, 1993:218). Los indios, en general, eran considerados víctimas
o "hijos de Satanás" irrevocablemente sentenciados a la condena-
ción eterna (Brading, 1993: 219).
En ese sentido, las sociedades americanas estaban profundamente
"corrompidas hasta el meollo por el dominio del demonio" (Brading,
1993) y la conquista española era un acto providencial que permitiría
su salvación. No obstante, el mismo Acosta se preguntó de forma casi
heterodoxa sobre el origen del hombre americano, y llegó incluso a
sugerir que era más antiguo que el Diluvio o incluso que el mismo
Adán.
Amediados del sigloXVIH, el jesuitaAntonio Julián, cuya actividad
intelectual es sobre todo recordada por su famoso trabajo sobre la
Nueva Granada titulado La perla de América, Provincia de Santa
Marta (1787), retomó esta temática en el recientemente publicado
libro Monarquía del Diablo. En la gentilidad del Nuevo Mundo ame-
ricano. Su tesis general es que América había sido el escenario de la
acción del demonio y que éste se había confabulado aquí para imitar
el Reino de Cristo. Es realmente -como ha sugerido monseñor Ro-
mero- una verdadera Historia del Diablo, cuya idea le vino -al pare-
cer- de la lectura de Acosta. El objeto del libro es demostrar que
América estuvo cautiva por el Demonio y que, gracias a la acción de la
Iglesia y de España, el Nuevo Mundo se pudo liberar de sus dominios.
Pero el mismo Julián escribió un texto, aún perdido, titulado E l
paraíso terrestre en la América meridional y Nuevo Reino de Gra-
nada. Según Ezequiel Uricochea, el último que tuvo el manuscrito,
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 57

Julián intentó demostrar que el Paraíso estuvo localizado en Améri-


ca, en particular en Colombia, y que Adán y los primeros hombres
salieron de nuestro territorio. De hecho, Julián argumenta en \aMo-
narquía del Diablo que Cristo evangelizó a los indios americanos,
durante los cuarenta días antes de su resurrección.
La idea no era, como se sabe, totalmente nueva. Desde los pri-
meros años de la Conquista la condición paradisíaca de América ha-
bía rondado ya -como vimos- a varios autores. En 1650, el ilustre León
de Pinelo sostuvo algo semejante, en un fascinante tratado sobre el
Paraíso, al cual localizaba en el río Amazonas: "la existencia de los
cuatro grandes ríos, el Amazonas, el Orinoco, el Cauca o el Magdale-
na y el río de la Plata", que regaban el corazón del continente demos-
traban la verdad de esta tesis. Era una región que gozaba de "eterno
verano y perpetua primavera". Si también se encontraban gran nú-
mero de cactos, espinas y serpientes que se criaban en los lodazales,
todo esto no era más que un recordatorio de la expulsión de Adán,
argumento confirmado por la presencia de una cadena de volcanes que
rodeaban la región, como las bíblicas espadas de fuego que expulsa-
ron del paraíso al primer hombre (Brading, 1993: 226).
Según León de Pinelo, el río Magdalena se identifica con el Tigris
bíblico: los volcanes y montañas propios de los Andes son símbolos
del Ángel guardián que con una tea encendida impedía el regreso
de Adán o de sus descendientes al paraíso; en América habrían vivi-
do los primeros hombres hasta el diluvio, cuando Noé se embarcó y
al cabo del tiempo llegó a Armedina. Los grandes monumentos del
Perú y de la Nueva España fueron construidos por esos primeros ha-
bitantes descendientes de Adán (Brading, 1993: 227).
El autor "peruano" considera que la granadilla fue el fruto del
pecado, el árbol de la culpa; su capacidad de seducción no sólo se
fundaba en su olor, color y sabor, sino que exhibía en sí misma los
signos de La Pasión de Cristo: lanza, esponja, escalera, cruz y coro-
na de espinas, como si Dios hubiese en la misma "fruta del pecado
ofrecido los signos del perdón".
58 / Roberto Pineda Camacho

La obra de Pinelo es sin duda un texto extraordinario que bien


valdría la pena analizar en detalle. Por ella, por ejemplo, sabemos
exactamente cuánto medía el Arca: 300 codos de largo, 50 de ancho
y 30 de largo; era capaz de contener 350 bueyes y llevó, en una gran
carga de heno, 600 ovejas para sustentar a los carnívoros y una cis-
terna llena de peces".
Pinelo se oponía a la tesis del dominico Gregorio García, quien,
en su famoso libro Origen de los indios del Nuevo Mundo (1607),
sostenía que los indios descendían de las diez tribus perdidas de
Israel y consideraba que, en realidad, América -que denomina Ibé-
rica- había sufrido la maldición de Dios desde la época del Diluvio
hasta la encarnación de Cristo, con el resultado de que los indios
únicamente había resurgido en los primeros siglos de la era cristia-
na (Brading, 1993: 227).

La lluvia de venados-
De acuerdo con Bernard y Gruzinski (1992), durante el siglo XVIII
el discurso de las idolatrías en América cedió su paso a una visión
moderna de la religión y de los indios. Lo que antes se percibía como
un síntoma de la acción del diablo o del demonio, ahora era conce-
bido, sobre todo, como una consecuencia de la ignorancia y de la falta
de educación. Aquellos que eran definidos anteriormente como "idó-
latras" comenzaron, paulatinamente, a ser vistos como "pobres". El
ídolo cedió su campo al "fetiche".
No obstante, el rompimiento con la percepción de los siglos an-
teriores no fue tajante ni absoluto. Sobre todo en el territorio de lo
que es hoy Colombia, en el cual los libros circulaban con gran difi-
cultad y la imprenta no llegaría sino hasta 1737, casi dos siglos des-
pués de su instalación en México o el Perú.
En la Nueva Granada la convicción de la actividad del diablo
no sólo estaba, todavía a mediados del siglo XVIII, en la mente de
los teólogos, sino que el mismo padre Julián expone diversos ca-
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 59

sos de brujería motivados por pactos diabólicos, y las autoridades


eclesiásticas intervenían en ciertas regiones en el control de la mis-
ma. En efecto, la brujería era una práctica presente en diversas co-
munidades. El 14 de noviembre de 1764, por ejemplo, en el pueblo
de Silos, en la provincia de Pamplona, las autoridades indígenas
aplicaron la pena de muerte, en la horca, a tres mujeres acusadas
de hechicería. Se les acusaba de haber dado muerte a distintas per-
sonas, usando yerbas, bebidas, contras, polvos. Las tres mujeres
confesaron ser "moanas públicas y haber dado venenos" (Tovar, s.f.:
83):

[...] Juana Mogotocoro le puso veneno al cura para que se mu-


riera "desansiéndose", a otros yndios para que murieran "secos",
o estropeados por vacas. Su maestra Juana Rimualdo tenía pode-
res como para hacer que le creciera una culebra en la barriga a
"Dominga Curtidora" o a Lauriana, y para que una lluvia de ve-
nados espantara el caballo a Juan Villamizar y lo matara. Pero Juana
Canuta no era menos imaginativa, ya que ella era capaz de dar
veneno para que alguien muriera de puses o invocar espíritus que
formaran "una nube para tempestade". Eufemia Delgado del co-
mité de hechiceras de Silos dejó siete enfermas con ratones, tába-
nos, cangrejos, lagartos metidos en sus cuerpos" (Tovar, s.f.: 83).
Porque creían en la realidad de la brujería, los indígenas actuaban
de esta forma tan severa.

Pero, como advierte Tovar, la actitud de la autoridad española fue


contraria a la actuación de los indígenas, en cuanto consideró que
carecían de autoridad para azotar o imponer la pena de muerte a las
moanas. El teniente y sus alcaldes fueron condenados a pagar una
severa pena, "a ración y sin sueldo", en las fábricas del Castillo de
San Carlos, en Maracaibo, durante un año, al cabo de los cuales se-
rían enviados en calidad de tributarios a otros pueblos de la juris-
dicción de Pamplona (Tovar, s.f.: 85).
60 / Roberto Pineda Camacho

Unos años antes, también se habían presentado diversos juicios


y actos de ajusticiamiento por brujería. Por ejemplo, en 1747, una
mujer fue azotada hasta morir en Tabio, acusada por este mismo
delito; en 1755, en la misma localidad, otras tres mujeres fueron
muertas por esta misma razón.
En el territorio de la Nueva Granada no sólo las antiguas reli-
giones se habían transformado, sino que la evangelización había fo-
mentado nuevos cultos religiosos y promovido nuevas reliquias. Al-
gunos sacerdotes sospechaban de la presencia de los antiguos cultos
tras la fachada de las nuevas reliquias y santos cristianos.

Cuando las momias se exhiben en palacio

Durante el siglo XVIII prosiguió el saqueo de las antiguas tumbas de


los indios. En la costa caribe, por ejemplo, los habitantes de Santa
Marta continuaron excavando las "huacas" con cierto temor a la po-
sible intervención del Diablo. Pero algunas de las creencias en torno
a los " santuarios", como ahora se les denominaba en gran parte de la
Nueva Granada, habían, al parecer, cambiado entre los saqueadores y
la gente en general.
El padre Julián describe, en La perla de América, con algo de
incredulidad, las aseveraciones sobre existencia de "ruidos extraor-
dinarios" o luces como indicio de la presencia de un santuario. Piensa
no sólo que ello puede ser un engaño, sino que posiblemente se deba
a una "exhalación" u otra causa natural. Y aunque advierte que siem-
pre ha tenido por fábula la idea de la intervención del diablo, no la
descarta del todo. Ya sea por razones de la Divina Providencia o por
la acción del diablo, o porque no se profundiza en la excavación, lo
cierto -advierte- es que con frecuencia los excavadores encuentran
ciertos indicios del tesoro, pero no lo encuentran.
Pero lo que más admiración le produce es la calidad de ciertas
figuras orfebres -tairona-, generalmente representaciones de ani-
males, y los retos tecnológicos que debieron enfrentar sus ejecutores
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada / 61

para fraguarlas: "basta decir que eran [refiriéndose a unos leoncillos


y pequeñas columnas propias de un sagrario] unas y otras piezas dig-
nas de un Museo, por su antigüedad, por su belleza, y primor"
(Julián, 1980: 66); el citado sacerdote piensa que los indios de la
provincia de Santa Marta poseían una hierba para fundir el oro, lo
que corrobora con algunos sucesos similares en Italia.
En el capítulo XXI de su obra, titulado "De los muertos incorruptos
que se hallan en los montes de la provincia de Santa Marta", Julián
describe la existencia, en los alrededores de Ocaña, de

[...] ciertas cavernas donde se halla indios muertos sin co-


rrupción alguna. A más de los cuerpos, se hallan mantas y con-
chas de cama, aptas todavía al servicio, como pudo constatar en
una casa de Ocaña, a las que considera como antigüedades (Julián,
1980: 224).

Según su testimonio, el virrey Messia de la Zerda ordenó traer


uno de esos cadáveres incorruptos

[...] y lo mostraba á las personas de su cariño, como también


mostraba una punta de oro del valor, á lo que me parece, de qui-
nientos escudos, hallada en río Negro, y un pedruscon hermosísi-
mo de las minas de esmeraldas de Muzo, con los almendrones de
esmeraldas enteras que tenía: alhajas que guardaba su majestad,
no por interés, sino por el gusto de poderlas presentar a su mo-
narca por cosa raraypreciosa de sus Reales dominios (Julián, 1980:
225)5.

5
Las aficiones del virrey no nos deben sorprender. En primer lugar, porque Carlos III,
entonces rey de España, había sido el patrocinador de las primeras excavaciones propia-
mente arqueológicas, en Pompeyay Herculano, como anterior rey de Ñapóles; el mismo rey,
fundó el "llamado Gabinete de Antigüedades de Portici... 'el primer museo de sitio' que se
62 / Roberto Pineda Camacho

Julián caracteriza la "momia", a la que los médicos del virrey lla-


maban "carne de momia", por una contextura "lenificada"; dice que
se hallaba en cuclillas y tenía al parecer una mortal herida en el cue-
llo provocada por una espada o sable. Consideró que su naturaleza
"lenificada" se debía a la influencia del frío, como ocurría en otras
regiones de los Andes y de Europa.
Sin duda, la mirada sobre los cadáveres y los objetos de los indios
se había desplazado. El carácter satánico del ídolo o del cadáver fue
sustituido por una percepción estética o de coleccionista. El ídolo ce-
dió su paso -como en toda América y en España- a la curiosidad.
Sin embargo, esta tendencia tuvo sus matices y excepciones. Fray
Juan de Santa Gertrudis, por ejemplo, fue testigo de la actividad lleva-
da a cabo por un clérigo y seis mestizos popayanejos en San Agustín,
quienes -armados con buenos instrumentos para "cavar guacas", se-
gún su propia expresión- "buscaban extraer el oro de las tumbas",
y encontrado apenas "un zarcillo muy chico, y los demás tiestos, mu-
ñecos y chucherías de indios antiguos" (Santa Gertrudis, t. II: 97).
El mismo clérigo advierte a Santa Gertrudis la existencia de otros mo-
numentos, esta vez de piedra, vale decir, las estatuas de San Agustín.

halla creado nunca, al tiempo que Pompeya y Herculano son las primeras grandes excava-
ciones de ciudades exhumadas enteramente" (Alcina, 1995: 68).
"El Museo, obra de Carlos vil, nunca fue considerado por éste como propiedad privada;
por eso y aunque con ciertas limitaciones se abrió al público y era posible visitarlo mediante
un billete del ministro, muy fácil de conseguir. Solamente quedaba reservado para visitas
más limitadas el grupo del sátiro y la cabra, considerado obsceno" (Represa, en Alcina, 1995:
68-69).
En realidad en la segunda mitad del siglo xvm, los museos o Gabinetes de Curiosidades
se habían puesto de moda en Europa. Un ciudadano guayaquileño, don Pedro Francisco
Dávila, hizo entre 1740 y 1771 un verdadero gabinete conformado por piedras, plantas y
objetos, como bronces, figuras de barro, medallas, miniaturas. En 1767 le propuso a Carlos
II su venta, acompañada de un catálogo. En 1771, Carlos III compró la colección y nombró al
mismo Dávila como su primer director. En 1776 el Real Gabinete abre sus puertas; ese mismo
año, el director redactó una Instrucción dirigida a las diversas autoridades españolas y co-
loniales, solicitándoles que provean de objetos y otras "curiosidades" al museo.
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 63

El fraile interpreta las tres primeras estatuas que encuentra como


representaciones de obispos y halla otras cinco que presume que son
imágenes de frailes franciscanos observantes {Ibid, 99-100). Anota
que el conocimiento de su existencia data desde la conquista de
Timaná, pero expresa que está persuadido de que

[...] el demonio los fabricaría, y me fundo en que en la India


los indios no tenían fierro, y por consiguientes tampoco instru-
mentos para poderlos fabricar. Ellos tenían noticias por oráculos
e ídolos que habían de venir los hijos del Sol, esto es del Oriente,
y habían de conquistar aquella tierra ; y asi creo que el demonio
les fabricaría aquellas estatuas y les diría: Hombres como éstos,
o de este traje, serán los que gobernarán esta tierra. Y esto me
parece que es lo más verosímil {Ibid, 100-101).

L a tradición de los Santos Apóstoles

La convicción de que América había sido visitada por emisarios de


Cristo con anterioridad a la conquista española es relativamente tem-
prana. Por ejemplo, en la Crónica del Reino de Chile, de Jerónimo
de Vivar, terminada en 1558 pero publicada por primera vez en 1966,
se sostiene que los apóstoles visitaron la zona comprendida entre el
Atacama y la Costa de Chile, "... y que ellos (los indios) por ser tan
malos no quisieron entender aquello que les decían" (Vivar, 1558,
en Pereira, 1994: 128).
Con la presencia de la Compañía de Jesús se reafirmó un dis-
curso que percibió en las religiones amerindias (en lo que respecta
a sus semejanzas con la cristiana) las huellas de una antigua pre-
sencia del hombre blanco en América, anterior a Colón, y sobre todo
el signo de la actividad del antiguo apóstol santo Tomás, quien - s e
decía- había evangelizado a los gentiles (véase lámina III).
Desde Norteamérica hasta el sur del continente la historia de santo
Tomás se repite de varias formas; se le atribuye la presencia del sím-
64 / Roberto Pineda Camacho

bolo de la Cruz y las huellas de la "civilización" entre los indios; se


asevera que el apóstol santo Tomás anunció la venida de Colón y de
los misioneros a América, razón por la cual muchos pueblos recibie-
ron con un verdadero interés la llegada de los europeos; las huellas de
su predicación se evidenciaban en diversos indicios: estatuas de pie-
dra, marcas en las rocas, caminos abiertos, cuevas, cruces, etc.
Los principales cronistas del Nuevo Reino asumieron este dis-
curso, llamando la atención sobre la posible identidad de Bochica,
el dios civilizador chibcha, con santo Tomás.
En el Nuevo Reino corría la tradición de que el virtuoso Nemque-
teba, de la tradición muisca, era en realidad el apóstol santo Tomás
o san Bartolomé, cuyas huellas de los pies se habían grabado en di-
versas piedras y rocas.
A finales del siglo XVI, en efecto, el ya citado jesuita Alonso de
Medrano sostenía:

Bolbiendo a lo de dentro de el Nuevo que vino a esta su tie-


rra, de la parte del oriente, un hombre sancto, blanco, con vesti-
do blanco y cabello rubio, hasta los hombros; el qual les predicó
y enseñó el camino de su salvación. Éste caminava en un camello
que trujo consigo, que no se a visto otro por acá; y ellos le pintan
por señas; y les enseñó a baptizar los niños, en naciendo. Y de
aquí les quedó la costumbre, que oy tienen de llevar las criatu-
ras, rezien nacidas a lavar al ryo. Este hombre sancto, fue tenido
en grande veneración entre ellos. Y, quando yva a predicar de unos
pueblos a otros, dizen que se le abrían los caminos y se allanavan
las sierras... (en Lloreda, 1992: 60).
Puede ser que esta historia sea patraña, como otras que cuen-
tan los yndios; pero si fue verdad, se puede creer, como algunos
historiadores quieren, que viniesen a estas partes algunos de los
apóstoles, o de los del apóstol Santiago, como se refiere de los
yndios del Cuzco, en el Pyrú, que tienen otra semejante tradi-
ción (en Lloreda, 1992: 61).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada / 65

Muerto el sobredicio sancto varón, refieren los yndios viejos,


por traddición de mano en mano, de sus mayores, que luego vino
deste Reyno uno dizen que fue demonio, y en figura de muger
anciana, a quienes ellos llaman la diosa Baque, madre de todos
sus dioses, como otra Juno. Les entró predicando contra la doc-
trina de sobredicho sancto varón, procurando deshacer y borrar
de su ánimos, lo quél les avía enseñado... Y de aquí se fueron
estendiendo a adorar a sus caciques y señores muertos, con tan-
tas ceremonias y supersticiones, ques cosa de espanto (en Lloreda,
1992: 61).

En el siglo XVII, Simón retoma dicha tradición en su conocida


crónica del Nuevo Reino; según su conocimiento, Bochica penetra
por el Oriente:

Desde allí vino al pueblo de Bosa, donde se le murió un ca-


mello que traía, cuyos huesos procuraron conservar los natura-
les, pues aún hallaron algunos los españoles en aquel pueblo
cuando entraron, entre los cuales dice que fue la costilla que
adoraba en la lagunilla llamada Baracio los indios de Bosa y Soacha
(Simón /l625/1981, t. ni: 374).
Enseñóles a hacer cruces y usar de ellas en las pinturas de
las mantas con que se cubrían y por ventura, declarándoles sus
misterios y los de la encarnación y muerte de Cristo, les diría al-
guna vez las palabras que él mismo dijo a Nicodemus tratando
de la correspondencia que tuvo la Cruz con la serpiente de metal
que levantó Moisés en el desierto, con cuya visa sanaban los
mordidos de serpientes. De donde pudo ser la costumbre que
hemos dicho de poner las cruces sobre los sepulcros de los que
morían picados de serpientes. También les enseñó la resurrec-
ción de la carne, el dar limosna y otras muy buenas cosas, como
lo era también su vida (Simón /l625/ 1981, t. ni: 375).
66 / Roberto Pineda Camacho

De otra parte, en algunos símbolos reconocía el misterio de la


Trinidad:

Los indios pijamas y algunos del distrito de Tuna, han teni-


do figuras en sus santuarios con tres cabezas humanas o con tres
rostros en un solo cuerpo, que dicen ser tres personas en un sólo
corazón (Simón /l625/1981, t. ni: 374).

Empero, el misionero franciscano se muestra particularmente


cauto sobre la veracidad o verosimilitud de la identidad de Bochica:
"La cual tradición ni apruebo ni repruebo, solo la refiero como la he
hallado admitida como cosa común entre los hombres graves y doc-
tos de este Reino" (Simón /l625/ 1981, t. III: 375).
Simón tenía la certidumbre de que la luz del evangelio había
penetrado por algún camino ya que, según su opinión, los indígenas
creían en la ocurrencia de un juicio universal, la inmortalidad del
alma y la resurrección de los muertos.
A lo largo del siglo XVII esta creencia se perpetuó en el Nuevo Reino
de Granada. El padre Zamora, cronista de la orden de los predicado-
res, asevera, en su conocida crónica de la orden de San Antonio:

Con que de este sagrado apóstol se verificarán las señales que


se halla en todo este Nuevo Reino de Granada. En la provincia de
Cartagena hallaron los españoles algunos ídolos con mitras y bá-
culos. En el cerro de Itoco de los muzos, se halla una losa y en
ella impresas huellas de pie humano. En la de Guane, en los in-
dios de tocaregua está una losa de dos varas y media de alto y dos
de ancho, algo encajada en la tierra en que están tres figuras
humanas de hombres de medio relieve con un mismo género de
vestidos, como indios o apóstoles. El que está en medio tiene
barba, sandalias y un libro y a los pies cinco renglones que no se
entienden por ser letras no conocidas. A estas noticias verdade-
ras que dieron al padre presentado fray Gregorio García (que las
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 67

refiere) los religiosos fundadores de esta provincia, solo faltó la


que una quebrada de aguas saludables que pasa por donde está
la losa, se llama la quebrada de los Santos.
En el valle de Ubaque. De jurisdicción de esta ciudad de San-
ta Fe, cerca a una quebrada llamada Zaname se halla en una pie-
dra estampado un pie humano. Y cuando la tradición de los na-
turales no asegurara ser vestigio del pie del apóstol que predicó
en este Reino, lo acreditaran los continuos milagros que dicen a
obrado los polvos de aquellas piedra que los indios dan a beber a
los enfermos (Zamora/1701/, 1.1: 195, 274).

Y, más adelante, agrega:

Entre los sagrados Apóstoles se halla que Santo Tomás dejaba


estampadas en las piedras señales de su cuerpo y gloriosas plan-
tas... Y habiendo determinado la Iglesia que predicó a las Indias
orientales en que se han hallado estas señales, hallándose en estas
occidentales del Nuevo Reino las de las plantas de pie humano de
este glorioso apóstol, se puede asegurar que fue el sol resplande-
ciente, que derramó los primeros rayos del Evangelio en este Nuevo
Reino... Como un abismo llama a otro abismo... solo tocaba a este
abismo de la predicación llamar á los misterios del Evangelio a este
abismo del Nuevo Mundo (Zamora /1701/, s.f., 1.1: 276).

A finales del siglo XVII, asimismo, Lucas Fernández de Piedrahita,


obispo de Santa Marta, y calificador del Santo Oficio de la Inquisi-
ción, consideraba también irrefutable la presencia de san Bartolomé
en el Nuevo Reino, como lo ponían de presente sus huellas encon-
tradas en diversos parajes. Siguiendo un documento manuscrito de
Quesada, Fernández de Piedrahita anota:

Esperan el juizio universal, y creían la resurrección de los


muertos, pero añadían, que en resucitando avían de bolver a vi-
68 / Roberto Pineda Camacho

vir, y gozar de aquellas mismas tierras en que estavan antes de


morir, porque se avían de conservar en el mismo ser, y hermosu-
ra, que tenían entonces. Tenían alguna noticia del diluvio, y de la
creación del mundo, pero con tanta adición de disparates, que
fuera indecencia reducirlos a pluma (Fernández de Piedrahita, /
1668/1987: 17).
[...] y siendo tan corriente en los Autores modernos (a que
dieron luz los antiguos) que entre las demás partes que predicó
el bienaventurado Apóstol S. Bartolomé, fue una de ellas estas
Yndias Occidentales: es muy verosímil, que el Bochica, de quien
hazen esta relación, fuese este glorioso Apóstol... (Fernández de
Piedrahita,/l 668/1987: 19).

Entre las pruebas de su naturaleza apostólica se encontraban su


túnica, manta y cabello similares al Nazareno, el haber recibido el
mismo nombre (Zuhe) con que los chibchas designaron a los espa-
ñoles y, sobre todo, sus enseñanzas; además de las mencionadas evi-
dencias, se destaca "la veneración a la Santísima Cruz poniéndola...
sobre algunos sepulcros".
De otra parte, la prueba material de su existencia "se halla es-
tampada en una piedra de la provincia de Ubaque, fue señal del pie
del Apóstol, que dejó para prueba de su predicación, y tránsito por
aquellas partes, como por las de Quito, donde se halla otra en la
misma forma" (Fernández de Piedrahita, /1668/ 1987: 19).
La tradición se proyecta aún en el siglo XVIII de diversas formas.
El sacerdote José Domingo Duquesne no duda, en 1790, de la pre-
sencia del apóstol santo Tomás en los primeros tiempos.
No obstante, como hemos mencionado, una nueva mirada ge-
neral sobre la naturaleza de la religión penetró lentamente en la se-
gunda mitad del siglo XVIII. En efecto, a través de Feijoó y otros au-
tores españoles, los estudiantes de teología y de derecho pudieron
forjar una nueva sensibilidad frente a la vida religiosa, que se reflejó
en la comprensión de las "idolatrías" y en su transformación en
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 69

antigüedades. Pero estas nuevas ideas no sustituyeron las anterio-


res ideologías, sino que se superpusieron como un verdadero pa-
limpsesto.

Un almanaque sagrado

El mérito de José Domingo Duquesne, en la tradición de los estu-


dios sobre las antigüedades en Colombia, es doble. Por una parte,
Duquesne respeta las creencias religiosas de los muiscas y, por otra,
recopila y efectúa sus propias interpretaciones sobre el simbolismo
de diversas piezas votivas que conservaban los indios de Gachancipá,
con singular sigilo, en un cueva. Duquesne era párroco de dicho pue-
blo y fue llevado por las autoridades aborígenes a visitar este sitio
sagrado. Este sacerdote, nacido en Bogotá en 1748, transitó y obtu-
vo todos los honores académicos disponibles en la Santa Fe de en-
tonces, y fue uno de nuestros primeros hombres formados en gran
medida bajo el espíritu de la Ilustración. Desempeñó un papel des-
tacado en diversos sucesos durante los años turbulentos de la Inde-
pendencia, y elaboró una gramática muisca, lamentablemente aún
perdida.
Entre los diversos escritos de Duquesne sobresalen su Diserta-
ción sobre el calendario de los muyscas. Indios naturales de este
Nuevo Reino de Granada, y su no menos interesante Sacrificio de
los moscas y significado o alusiones de los nombres de sus víctimas
(1795).
Como su nombre lo indica, la Disertación sobre el calendario tie-
ne como objeto demostrar, con base en diversos elementos votivos,
que los muiscas poseían un complejo calendario, equiparable al que
por entonces también se había descubierto en México. Duquesne
define los objetos votivos como antigüedades y precisa, además, su
naturaleza de imágenes o figuras sagradas. Asimismo destaca la re-
levancia del número veinte en la cosmología muisca y la estrecha re-
lación del calendario con el sacrificio; encontró una gran similitud
70 / Roberto Pineda Camacho

entre la astronomía egipcia y la indígena, y destacó la complejidad


de su "zodíaco" (véase lámina IV).

Se ve también una gran conformidad entre los signos de los


Egipcios y los símbolos de los Indios. No pretendemos de que
los caracteres que hoy usamos en la astronomía sean los mismos
originales que inventaron los antiguos pero todos conocen que
retienen alguna semejanza de los elementos sobre que se forma-
ron. Como también que los Egipcios no fueron sus primeros in-
ventores, habiéndose propagado desde el valle de Senaar, junto
con los primeros conocimientos astronómicos. Pero los Egipcios
y los Indios que son descendientes de Can en la más probable
opinión, como aquellos, cultivaron la escritura simbólica, con más
aplicación que otras naciones, hasta hacerla propia (Duquesne,
1795:414).

Según Duquesne, el "portentoso" Tomagata, "fuego que hier-


ve", se transformó en un famoso cometa. Aquél fue uno de sus más
notorios zaques: tenía un solo ojo, cuatro orejas y una gran cola si-
milar a la de un tigre, o león, que arrastraba por el suelo. Pero po-
seía ciertos poderes extraordinarios y una gran capacidad de trans-
formación en otros seres, que se representaban con ocasión de
ciertos rituales.
El barón Alejandro von Humboldt obtuvo, a través del sabio Mu-
tis, copia del manuscrito del calendario de Duquesne. Acogiéndose a
su interpretación, comparó el calendario y su sistema de numeración
con el mexicano y los de otras regiones del mundo. Humboldt no
dudaba de que la piedra "adornada con símbolos" representaba un
calendario lunar, con sus respectivas estaciones o períodos.
Más allá de si se trata o no de un calendario, el aspecto aquí re-
levante es la manera como ambos leyeron la pieza. Para Duquesne y
Humboldt los signos tienen una significado propio, cuya interpre-
tación debe hacerse en gran parte en el mismo marco de su cultura
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 71

y sociedad, casi como lo haría cualquier arqueólogo moderno. Estos


objetos no son ni ídolos ni fetiches, sino antigüedades; la mirada ar-
queológica de Duquesne es, en realidad, más profunda. Se trata de
hieroglifos, de símbolos sagrados, cuyo sentido profundo se alcan-
za solamente a través de la conciencia religiosa. Su ensayo sobre el
sacrificio, basado en el análisis etimológico de ciertos vocablos
muiscas, refleja una nueva dimensión de su pensamiento, en la que
el sacerdote se dedica a tratar de comprender el sentido de la des-
trucción de la víctima sacrificial y su relación con la casa sagrada y
otras dimensiones de la cosmología aborigen.
Duquesne es, sin duda, el verdadero padre de la antropología
moderna en Colombia, por su actitud tolerante frente a otros pen-
samientos y por su espíritu crítico y comparativo.

Guacas que arden y bienes sagrados de la Patria

Con relación a las prácticas religiosas y sus objetos se tejieron -como


se advirtió en la introducción y se expuso a lo largo de este ensayo-
diversos discursos hegemónicos. Los ídolos fueron percibidos como
símbolos de la acción del diablo y en cuanto tales fueron considera-
dos fuentes del Mal. Esta satanización del pasado les confirió po-
der, y seguramente las comunidades indígenas, mestizas y españo-
las los consideraron focos de maleficios, brujería o magia.
Las imágenes mágicas afectaban de una forma u otra la vida de
los hombres. El discurso religioso cristiano relegó a los "infieles",
sus espíritus y bienes, y en particular sus restos funerarios, al "tiem-
po del paganismo"; los "antiguos", o sea los infieles o paganos de
los tiempos prehispánicos o sus "dioses", se convirtieron - e n vir-
tud de la misma ideología católica, como bien lo ha advertido Taussig
refiriéndose a la situación de Sibundoy, al sur de Colombia-, en ver-
daderos Anticristos (Taussig, 1988: 373). En este contexto, sus ído-
los, instrumentos, etc., fueron "imágenes del diablo" y mecanismos
mnemotécnicos de su historia (Taussig, 1988: 375).
72 / Roberto Pineda Camacho

Simultáneamente, las comunidades indígenas coetáneas fueron


representadas bajo epítetos como "caribes", "antropófagos", "sal-
vajes "idólatras", que mediatizaban ideas y poderes similares. Los
infieles del pasado y los salvajes del presente se convirtieron en las
fuentes de grandes males o de grandes bienes, según la situación y
el contexto. Las brujas de Silos o las visiones de los letrados como
el padre Julián o santa Gertrudis ponen de presente que en el siglo
XVIII seguían con fuerza gran parte de las mismas ideas que anima-
ron la mentalidad medieval y los grandes procesos de brujería lleva-
dos a cabo en España y también en los países reformistas durante
los siglos XVI y XVII.
Esto no nos debe extrañar, máxime cuando en la misma época,
en la Europa ilustrada, se adelantaban juicios de brujerías, por par-
te de la Inquisición, incluso contra ciertos animales (cerdos, perros,
gallinas, etc.) acusados y juzgados formalmente como demoníacos.
La convicción de que los territorios indios se identificaban con
los dominios del diablo se proyectó, en efecto, a lo largo de toda la
Colonia. Por ejemplo, santa Gertrudis asevera que el pueblito de Po-
tosí, en Nariño, estaba controlado por el diablo, hasta que fue insta-
lado en sus inmediaciones el Santuario de la Virgen de las Lajas: sus
habitantes "eran gentiles y gentiles se conservan, y el demonio los
tenía ilusos con sus idolatrías que tenían; y cauteloso de conservar
y perpetuar allí su culto y adoración, y que nunca entrase allí la luz
del evangelio, arbitró la traza de aparecerse en una forma horrorosa
a todos los que querían acercarse a bajar al Guáitara, y si iban a ca-
ballo, se les ponía sentado en la grupa. Era esto de manera, que ate-
morizaba la gente no había quien se atreviese a ir al dicho paraje"
(santa Gertrudis, 1970, t. III: 82).
De manera simultánea, las "memorias de las figuras de salva-
jismo", para utilizar la expresión de Taussig, también fueron ad-
quiriendo otro sentido desde finales del siglo XVII, pero sobre todo
en las postrimerías del siglo XVIII: con un Duquesne, un Caldas, o
un Humboldt, iniciaron su tránsito hacia su transformación en an-
Demonología y antropología en el Nuevo Remo de Granada I 73

tigüedades, o sea en piezas de museo. De hecho, el lenguaje utili-


zado en la descripción de una guaca efectuada por Santa Gertrudis,
a mediados del siglo XVIII, ya ponía de presente un cambio en este
sentido:

Este pueblo [de Pedregal] fue muy rico antes de la Conquis-


ta, y lo advierto que los indios entonces enterraban todo cuanto
tenían. Y estos entierros o sepulcros llaman guacas: y cuando
moría algún cacique, todos los del pueblo le tributaban oro, ya
labrado o sin labrar, y lo echaban en la guaca; y como había in-
dios ricos y pobres, de aquí es que hay guacas ricas donde se ha-
lla mucho oro, y guacas pobres donde no se hallan sino juguetes,
como son platillos, ollitas, jarras, muñequitos y varios pájaros de
animales. Pero todo de un barro muy fino y la figura con una total
perfección. El día que fui en La Plata al trapiche de doña Manuela
Flórez, ahí junto al trapiche había cavado una guaca. Era una
concavidad hecha de propósito en una peña, por una boca por
donde la fabricaron y después se cavó. Y la vi, y según lo grande y
primorosa que está, hubo de ser guaca de algún cacique. Así lla-
maban a los que gobernaban los pueblos, o de algún indio de gran
nombre. La guaca se descubrió por las llamas que echaba de
noche. La cavaron y no hallaron sino tiestos y muñecos. Lo que
digo que arden las guacas es cosa cierta, especialmente y los vier-
nes y los cuartos de luna. Y por estas llamas se han descubierto
muchísimas (Santa Gertrudis, 1970, t. II, Cap. 5).

Como bien lo ha advertido Serna (1996), el proceso se invirtió:


los objetos satanizados se transformaron de manera lenta y sinuosa
en "bienes sagrados", consagrados en el Museo Nacional, ese ver-
dadero, al decir de muchos de sus visitantes, "altar de la patria", sin
que desaparezcan los seculares discursos sobre el salvajismo ni tam-
poco las visiones sobre los hombres de Antigua y sus memorias
materiales entre la élite, los viajeros y el pueblo.
74 / Roberto Pineda Camacho

Este proceso de "santificación" alcanzó una primera expresión pú-


blica con la apertura del Museo de Historia Natural en 1824, en Bo-
gotá, que exhibía, además de muestras de piedras y otros minerales,
un meteorito, un momia muisca, huesos de animales antediluvianos
de Soacha, el manto de la mujer de Atahualpa y, luego, la corona que
Bolívar recibió de la comunidad del Cuzco en reconocimiento a su
labor libertaria6.
Uno de sus directores, el coronel Joaquín Acosta, publicó pos-
teriormente una de las primeras Historias de la Conquista y coloni-
zación de la Nueva Granada, que dedica parte de su atención a la

6
De acuerdo con Boussignault, en la Capuchina, un monasterio de Bogotá, los frailes
conservaban ciertas reliquias humanas. El científico francés visitó el monasterio, en los años
veinte del siglo pasado: los frailes habían sido expulsados, con excepción de uno que mon-
taba guardia.
"Por fuera, la Capuchina es un bonito monasterio y al golpear vino a abrir una pesada
puerta, como de fortaleza, un fraile bien encapuchado... Lo que me llamó especialmente la
atención fue una colección de reliquias artísticamente arregladas, con sus respectivas eti-
quetas, guardadas en armarios, vitrinas, cuyas llaves pedí. Mi cicerone, quien conocía muy
bien las preciosas reliquias, me explicó su origen y su poder: se veían dientes, maxilares,
tibias y omoplatos de una gran cantidad de santos y el cura me los presentaba, pidiéndome
que los mirara muy de cerca: me parecía estar en un museo paleontológico en presencia de
osamenta de fósiles...
"Al día siguiente recibí la visita del señor cura cicerone:
"—Y bien, qué piensa de las reliquias?
"-Nada, usted sabe muy bien, mi querido cura, que yo no creo en porquerías.
"-Porquerías, porquerías, de acuerdo, pero valen mucha plata: i no se ha dado usted cuen-
ta que esas santas osamentas tienen un aspecto muy diferentes de las que no son santifica-
das?"
Según Boussignault, el fraile le propuso falsificar las osamentas, por medio de procedi-
mientos químicos, con lo cual harían un pingüe negocio:
"Podríamos hacer dinero; yo le traería osamentas y Ud. la santificaría por medio de la
química. En cuanto a venderlos, no se preocupe, se venderían más de los que Ud. pudiera
santificar".
El científico francés, indignado, rechaza la supuesta oscura oferta del fraile, ya que la
asimila a una proposición de robo:
"-Así que no hay negocio?
"-No y salga de aquí" (Boussignault /1892/ 1994; 375-376).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 75

historia indígena prehispánica. Asimismo, en su obra transformó las


representaciones del padre Romero sobre el templo de los "idólatras
aruacos" -que visitó a finales del siglo XVII- y algunas ilustraciones
de los objetos muiscas recogidos por Duquesne (véase lámina V).
De ahí en adelante el Museo Nacional albergará, con múltiples
altibajos, los nuevos objetos sagrados, entre los cuales se mezclan
minerales, las antigüedades de los indios, memorias de la Colonia,
retratos de los héroes de la Independencia, espadas, pinturas, etc. A
finales del siglo XIX, por ejemplo, allí estaban depositados, entre otros
objetos, según el testimonio de Rosa Carnegie-Williams, "la calavera
del virrey Solís, un taburete de fusilamiento, huesos de un mastodonte,
terneros de dos cabezas conservados en alcohol, algunos tigres dise-
cados, una viejo baúl, raros minerales, una reliquia de las pirámides
de Egipto, muestras de flora y fauna, un reloj solar, retratos de Hum-
boldt y Caldas, y... también estaban expuestas lanzas, espadas y otras
armas pertenecientes a los antiguos indígenas..."; frente a la cama de
Bolívar en la noche septembrina, "había un cofre que contenía ídolos
indígenas de piedra, así como un así llamado almanaque, muy curio-
so, labrado en piedra y cubierto con símbolos y ranas, el cual era uti-
lizado por los indios muiscas" (citado en Serna, 1996: 105).
Las momias, el calendario muisca, la cama de Bolívar, los retra-
tos de virreyes y de Felipe II, de monjes y sacerdotes, grandes cua-
dros de escenas religiosas {Magdalena moribunda, La resurrección
de Lázaro, E l apedreamiento de Esteban, entre otros), estaban to-
dos reunidos en un mismo albergue, en un gran montaje que debía
ser leído de forma múltiple por sus visitantes. Mientras tanto, se ur-
día una nueva historia sobre el pasado aborigen y la nación, cons-
truida, en gran medida, como bien lo advierte Serna, en los esfuer-
zos intelectuales, en las prácticas de extirpación de idolatrías, en las
formas de apropiación del pasado por los sectores populares, etc.,
de los hombres de Antigua, de la Colonia.
Pero la santificación fue parcial, y los tesoros de los indios fue-
ron también objeto de la codicia de la élite criolla y de los guaqueros,
76 / Roberto Pineda Camacho

con un fin exclusivo de lucro. A los pocos años de la conformación


de la República de Colombia, algunos de los hombres más prestantes
de Bogotá -entre ellos, el general Santander- conformaron una ver-
dadera sociedad para desaguar -otra vez- la laguna de Guatavita, el
lugar por excelencia de El Dorado. De acuerdo con el propio testi-
monio del viajero inglés Stuart Cochrane, el desagüe de Guatavita
era una tema corriente de conversación en aquella época, y él mis-
mo ofreció al señor "Pepe" París, director del proyecto de desagüe,
sus conocimientos técnicos con este propósito. Con motivo de una
fiesta que el inglés ofreció a lo más selecto de la sociedad bogotana,
aquel instaló "en el jardín de la casa un gran sifón, a través del cual
el agua era llevada de una alberca a otra ubicada a considerable dis-
tancia, para mostrarles a los colombianos que, aun cuando fracasa-
ra el actual desagüe de la laguna, éste sería posible con la ayuda de
un sifón. Al mismo tiempo repartí un grabado en cobre de la laguna
y una hoja con los cálculos de costos para desaguarlo y el tiempo ne-
cesario para lograrlo. Cuando me di cuenta de que mi ayudante rea-
lizó mal el experimento, me dispuse yo mismo a la tarea y, por fin, el
experimento resultó exitoso".
No obstante los esfuerzos y análisis técnicos del viajero inglés,
el proyecto fracasó, y fue retomado con relativo éxito a principios del
siglo XX por una compañía inglesa'. Una década después, en 1933,
el gobierno expidió una ley que legalizó el saqueo de los "tesoros de
los indios", reconociéndoles el derecho de propiedad a los guaqueros
y excavadores de tumbas. Bajo este amparo legal, la República im-

' En 1911 la empresa inglesa Contractors Ltd. de Londres desecó casi completamente la
laguna. La piezas se remataron por parte de la Casa Sotheby's. La Casa mencionada elabo-
ró un catálogo de las piezas, que contiene las primeras descripciones y fotografías de las
piezas halladas en la laguna. Se estima que de la laguna se extrajo multitud de piezas de oro
durante los diversos intentos de desagüe, con un jieso total de por lo menos 100 kg. Lleras
menciona, a manera de comparación, cómo 800 piezas actuales del Museo del Oro, en Bo-
gotá, pesan 9 kilogramos, de manera que de esta forma podemos presumir la gran diversi-
dad y variedad de piezas de allí extraídas y representadas en los 100 kg. (Lleras, 1998).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 77

pulsó también la profanación de las huacas de los indios, cuyos ob-


jetos y piezas orfebres serían fundidos en las Casas de Oro, o ini-
ciarían un tortuoso tránsito, junto con otros objetos arqueológicos y
etnográficos, hacia los museos locales o extranjeros.
ANEXO

Lámina I
Demonología y antropología en el Suevo Reino de Granada I 79

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Lámina II
80 / Robería Pineda Camacho

Lámina III
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Lámina TV
82 / Roberto Pineda Camacho

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Lámina V
Demonología y antropología en el Suevo Reino de Granada I 83

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Mauricio Nieto Otarte

REMEDIOS PARA EL IMPERIO:


de las creencias locales a l conocimiento ilustrado
en la botánica del siglo XVIII

Toda ciencia es necesariamente local; el conocimiento, en cualquiera


de sus expresiones, tiene su origen y adquiere credibilidad dentro de
grupos sociales, lugares geográficos y momentos históricos específi-
cos. La historia y la sociología de la ciencia deben dar cuenta de los
procesos que hicieron posible que ciertas formas de conocimiento
perdieran su localidad y adquirieran la categoría de universales. La
idea de "ciencia moderna", que con tanto entusiasmo se convirtió en
la bandera de la Ilustración europea, tiene un carácter global y uno de
sus más destacados atributos es el de no pertenecer a ningún lugar
en particular, lo cual le dio al conocimiento un sentido político sin pre-
cedentes en la historia de Occidente. La Ilustración es un período en
el cual los europeos viven un creciente sentimiento de poder sobre la
naturaleza y sobre otros seres humanos. El éxito de la física newtoniana
se convierte en una convincente muestra del triunfo de la razón so-
bre la naturaleza, que parecía dejar claros los criterios de demarca-
ción entre conocimiento y creencia.
La historia natural y los sistemas de clasificación del siglo XVIII,
como es el caso de la taxonomía linneana, pretenden ser la expre-
sión del único orden posible en la naturaleza y, por lo tanto, se con-
vierten en la expresión de una empresa política de control global.
La historia natural durante el siglo XVIII fue una empresa políti-
ca con la cual los europeos buscaron apropiarse del mundo entero.
El propósito de los viajeros naturalistas durante la Ilustración era
entonces el de poder reconocer, nombrar, clasificar y, en la medida
90 / Mauricio Nieto Otarte

de lo posible, transportar a Europa cada uno de los objetos natura-


les sobre el planeta. La historia natural es un conjunto de prácticas
cuyo fin es hacer familiar, domesticar y estar en control de todo lo
que parece extraño y ajeno.
Las expediciones científicas de la Ilustración europea fueron, a
su vez, parte de un proyecto económico en el que los imperios euro-
peos competían por el monopolio de la comercialización de plantas
útiles. Carlos III y sus ministros parecían coincidir en que la solución
a los problemas económicos de España estaba en una explotación más
eficiente de los recursos naturales de América, pero ya no solamente
del oro y la plata, sino de la riqueza vegetal del Nuevo Mundo. Su mayor
interés estaba en las virtudes medicinales que parecían tener nume-
rosas plantas americanas 1 .
Hipólito Ruiz fue uno de los viajeros españoles a cargo de la Real
Expedición al Nuevo Reino del Perú y Chile. Fue uno de los pocos
españoles que logró publicar sus trabajos sobre plantas medicina-
les, los cuales nos servirán de guía para examinar la relación entre
los saberes locales y la ciencia ilustrada.
Como lo veremos con algunos ejemplos, las investigaciones de
los naturalistas españoles tenían como prioridad aquellas plantas que
podían substituir productos que llegaban a Europa del Oriente y que
España se veía obligada a comprar. El interés español por las espe-
cies americanas es el reflejo de una política económica de substitu-
ción de productos importados, los cuales, eventualmente, España
estaría en capacidad de exportar. Algunos ejemplos importantes son
los estudios sobre la canela, el té, el bejuco de la estrella, la raíz china
u otras plantas que se suponía podrían cultivarse en América para
acabar con el monopolio de ingleses y holandeses sobre éstos y otros
productos importados de colonias orientales.

1
Mauricio Nieto, "Políticas imperiales en la Ilustración europea: historia natural y la apro-
piación del Nuevo Mundo", en Historia Crítica, N° 11, 1995, pp. 39- 51.
Remedios para el Imperio I 91

El papel central que tiene la medicina dentro de las empresas


científicas españolas durante el reinado de Carlos III debe ser en-
tendido como parte de un proyecto político que pretende recobrar
la salud del imperio.
Mostraremos aquí cómo el "descubrimiento" de nuevas espe-
cies o de plantas medicinales debe ser explicado como un proceso
de traducción de saberes locales propios de los habitantes de Amé-
rica a la ciencia de la Ilustración europea. Para entender este proce-
so de traducción por medio del cual los viajeros se hacen portavo-
ces y se proclaman descubridores y dueños de la naturaleza, de las
plantas y sus virtudes medicinales, debemos abandonar la románti-
ca idea del explorador que en medio de la selva encuentra, "descu-
bre", una nueva medicina por primera vez. Los logros de los natu-
ralistas serán explicados en términos de un proceso de traducción
de conocimientos locales y testimonios populares a un lenguaje que
pretende perder su localidad y ser presentado como universal. La
taxonomía linneana y la medicina de la Ilustración europea son cla-
ros ejemplos de dicho proceso. Como es obvio, los exploradores no
estaban en capacidad de probar las virtudes medicinales, culinarias
o industriales de cada una de las especies americanas, y su primera
fuente de información no era, como repetidamente se afirma, la
observación directa de la naturaleza. El conocimiento de las virtu-
des medicinales de las plantas americanas generalmente depende
de tradiciones locales.
El gobierno español había promovido la incorporación de reme-
dios americanos mucho antes del siglo XVIII. Desde 1570, cuando
Felipe II nombró los Protomédicos para las Indias, éstos tenían como
una de sus principales funciones recopilar información sobre la
medicina local y el conocimiento de hierbateros en América, y to-
mar nota de cada hierba, árbol, raíz o semilla que pudiera tener al-
guna utilidad médica. Una cédula real firmada por Felipe II en 1570
muestra el interés del Estado en las plantas medicinales de Améri-
ca: "... todas las hierbas, árboles, plantas o semillas que puedan ha-
92 / Mauricio Nieto Olaríe

liarse en aquellos lugares y que tengan alguna utilidad médica de-


ben ser enviadas a este reino..." 2 .
Cuatro años más tarde aparecería otra cédula real en la cual se
ordena la recolección y traducción de todos los reportes sobre las
prácticas medicinales de los nativos. Buena parte de éstos se publi-
caron en 1577 bajo el título Instrucciones y memorias de la descrip-
ción de las Indias que su majestad manda h a z e r p a r a el buen
govierno y para el enoblecimiento de ellas.
Además de estos reportes, antes del siglo XVIII aparecerían otras
publicaciones sobre plantas medicinales que alimentaron las expec-
tativas sobre el poder curativo de las plantas americanas. Tenemos
por ejemplo el trabajo de Nicolás Bautista Monardes, Dos libros, el
uno que trata de todas las cosas que traen de nuestras Indias Occi-
dentales que sirven al uso de la medicina... traducido y publicado
en varios idiomas en 1572; la Historia natural de las Indias... del pa-
dre José de Acosta, publicada en 1590; los escritos de Garcilaso de
la Vega y Bernardo Cobo; el trabajo del francés Louis Feuille, Histo-
ria de las plantas medicinales mas usadas en los reinos del Perú y
Chile en la América meridional... de 1714.
Todos estos autores coinciden en suponer que América es un
enorme jardín de plantas medicinales y que muchas de ellas han sido
usadas con éxito por los nativos americanos. Sin embargo, las cul-
turas americanas y sus conocimientos son descritos como salvajes,
irracionales y supersticiosos. El sacerdote jesuita Bernardo Cobo
escribe:

[...] los tratamientos médicos de estos indios del Perú están


acompañados de magia y superstición... son bárbaros con poco
conocimiento... y su ignorancia es tal que ninguno de ellos sabe

2
Francés María del Carmen Causape, "Estudio de la especialidad farmacéutica en Espa-
ña", enBoletín de la Sociedad Española de Parmacia, 94 (1973), p. 49.
Remedios para el Imperio I 93

cómo informar a un doctor sobre sus dolencias ni cual podría ser


la causa de éstas. Sin embargo... poseen numerosas hierbas para
curar sus enfermedades y entre ellos encontramos hierbateros,
de ellos nosotros hemos aprendido sobre el poder curativo de
muchas de las hierbas usadas hoy en la medicina3...

Se resalta también la falta de conocimiento entre los nativos de


los principios básicos de una medicina racional, como es la teoría
hipocrática de los cuatro humores.
Las fuentes que existen para investigar las prácticas médicas de
los nativos americanos son escasas y en su mayoría se limitan a tes-
timonios de cronistas europeos, quienes coinciden en suponer que
hay mucho que aprender de los indígenas, pero que sus conocimien-
tos no tienen ninguna justificación racional y, por lo tanto, es nece-
sario que estas plantas sean incorporadas a los sistemas de clasifi-
cación europeos y que sus virtudes terapéuticas sean interpretadas
a la luz de las doctrinas de la medicina tradicional europea.
Los diarios, correspondencia y reportes de los exploradores es-
pañoles en América contienen cientos de referencias sobre plantas
medicinales que llamaron la atención de los viajeros por sus simili-
tudes botánicas con otras plantas útiles ya conocidas o porque eran
utilizadas por los nativos. En la Relación histórica del viaje a los rei-
nos del Perú y Chile, de Hipólito Ruiz, se presenta un índice de nom-
bres populares y científicos de 170 plantas. La gran mayoría de és-
tas son remedios para enfermedades venéreas o tienen propiedades
febrífugas, las enfermedades con mayor impacto sobre la población
del Imperio español.
Dentro de los programas para el fortalecimiento de la Corona y
centralización del gobierno, los ministros de Carlos III buscaron un

3
Bernardo Cobo, Inca Religión and Customs, trad. Ronald Hamilton, Austin: University
of Texas Press, 1979, pp. 220-222.
94 / Mauricio Sieto Olarte

control más efectivo sobre la farmacia y la medicina a través del


protomedicato. Uno de los resultados de estas políticas se puede ver
en las publicaciones de las distintas ediciones de \aPharmacopeia,
que se publican en España entre 1739 y 1860. La Pharmacopeia no
son más que listas de drogas que tienen un reconocimiento legal y
que pueden ser comercializadas con el permiso y el control de la
Corona española. Desde su primera edición ya aparecen remedios
extraídos de plantas americanas como la quina, pero uno de los pro-
pósitos de las Reales Expediciones Botánicas del siglo XVIII, tal y
como lo expresa su principal organizador, Casimiro Gómez Ortega,
era el fortalecimiento de la industria farmacéutica española, que se
haría conocer en Europa a través de dichas publicaciones 4 .

De creencias nativas a conocimiento científico

Parece obvio suponer que las civilizaciones del Nuevo Mundo depen-
dieron en buena medida del conocimiento, cultivo y recolección de
plantas útiles, y como lo podemos corroborar en múltiples casos, las
prácticas de los nativos se convirtieron en la principal fuente del co-
nocimiento médico y botánico de los europeos ilustrados. Sin embar-
go, los diarios de los viajeros europeos dejan ver una pobre opinión
de las culturas y creencias de los nativos americanos. Es común en-
contrar referencias sobre los nativos americanos como gente "pere-
zosa", "malvada", "rateros", "belicosos", "supersticiosos" y "decla-
rados enemigos de los europeos".
Debemos tener claro que los exploradores científicos no pudie-
ron haber descubierto una nueva droga en las selvas americanas. Las
tareas de los expedicionarios son parte de un proceso de traducción
y apropiación de las prácticas locales a una ciencia ilustrada. Su fun-

4
Casimiro Gómez Ortega, Instrucción sobre el método más seguro y económico de trans-
portar plantas vivas, Biblioteca de Clásicos de la Farmacia Española, pp. 1-12.
Remedios para el Imperio I 95

ción consistió en desplazar objetos naturales y hacer públicos sus


usos medicinales y su valor comercial, pero pensar en los viajeros
naturalistas como autores de descubrimientos específicos, por ejem-
plo, decir que Mutis descubrió la Cinchona officinalis, o que Ruiz
descubrió las propiedades curativas de la raíz de yallhoy contribuye
a crear una visión incorrecta de los viajes de exploración científica.
Todos los casos que discutiremos enseguida presentan patro-
nes similares, y todos ellos nos permiten reconocer la importancia
de los saberes nativos y muestran la función que tiene la taxonomía
como un mecanismo de traducción y apropiación de plantas medi-
cinales, al igual que nos permiten ver que el estudio de la naturale-
za es inseparable del comercio y de la política.
La planta americana de mayor importancia para los científicos
viajeros del siglo XVIII es el árbol de la quina, cuya historia está llena
de leyendas sobre su descubrimiento y sobre los diferentes usos que
les daban los indígenas americanos 3 .

Calaguala

haPharmacopeia Matritensis de 1762, mucho antes de que Hipólito


Ruiz partiera para América en 1777, incluía la calaguala como des-
coagulante y sudorífico. Aparece también en la Instrucción sobre el
modo más seguro y económico de transportar plantas vivas, de Casi-
miro Gómez Ortega, como una de las plantas para ser estudiada por
los naturalistas españoles.
En 1796 Ruiz publica su Memoria sobre la legítima calaguala y
otras raíces que con el mismo nombre nos vienen de la América me-
ridional. Éste, como muchos otros de los escritos sobre plantas de
los viajeros españoles, era un intento por establecer las diferencias

5
Ver por ejemplo Jaime Jaramillo Arango, "A Critical Review of The Basic Facts in The
History of Cinchona", en: Journal ofthe Linnaean Society, N° 53, 1949, pp. 272-311.
96 / Mauricio Sieto Otarte

y reconocer una única y genuina especie dentro de un grupo de plan-


tas que se vendían bajo el mismo nombre.

Entre los traficantes, droguistas y profesores de la medicina


se conocen baxo el mismo nombre de Calaguala las tres espe-
cies de raíces que nos vienen del Perú, pero los indios y natura-
les de aquel reyno distinguen estas tres especies con nombres
muy diferentes derivados con bastante propiedad de las mismas
plantas. A la primera y legítima Calaguala la llaman Ccallahuala,
a la segunda Puntu-puntu y a la tercera Huacsaro6.

De manera similar, Mutis, en su trabajo sobre quinas, presenta


cuatro especies distintas, las cuales corresponden a criterios de los
recolectores americanos.
Ruiz es enfático en que el propósito de su escrito es hacer clari-
dad para el reconocimiento de la especie genuina. Pero, ¿cuáles son
los criterios y fundamentos de sus conclusiones? La especie genui-
na es la originalmente usada por los indios, la cual, según él, era co-
nocida por los habitantes de estas regiones mucho antes de la llega-
da de los europeos. En cuanto a los usos de la planta, también busca
respaldo en la experiencia de los nativos:

Los indios y demás naturales del Perú creen que las virtudes
descoagulante, anti-reumática, sudorífica, antivenérea y febrífuga
de esta raíz son reales y verdaderas, y disputárselo parecería te-
meridad cuando la experiencia de tantos años se las tiene com-
probados'.

6
Hipólito Ruiz, Disertaciones sobre la raíz de la ratánhia, de la calaguala y de la china y
acerca de la yerba llamada cachalagua, Biblioteca de Clásicos de la Farmacia Española,
pp. 20-21.
' Hipólito Ruiz, Ibid., p. 31.
Remedios para el Imperio I 97

Ruiz explica las diferencias taxonómicas linneanas de las tres


plantas que pertenecen al género Polipodium, y que son en su con-
cepto tres especies distintas. También se incluye, como es común
para cualquier descripción botánica, un dibujo de la planta que per-
mita apreciar sus caracteres específicos para una clasificación acorde
con el sistema linneano.
A pesar de que el argumento principal que nos presenta Ruiz a
favor de las virtudes de la calaguala, al igual que para el adecuado
reconocimiento de la especie, se basa en las costumbres y tradicio-
nes locales, que son presentadas como antiguas y confiables, éste
parece presentarse más tarde como mera anécdota. La legitimidad
de sus descubrimientos no podía sustentarse sobre las creencias de
salvajes que suelen ser vistos como supersticiosos e inútiles.
Los nativos americanos no compartían con los europeos del siglo
XVIII categorías linneanas como género o especie, ni tampoco concep-
tos propios de la medicina europea, como antirreumático, sudorífico,
descoagulante, antivenérea o febrífuga.
Se requiere entonces un proceso de traducción en el cual el ex-
pedicionario español, como botánico y médico de la Ilustración euro-
pea, sea el verdadero portavoz y autor de dichos descubrimientos.
Un principio importante, que se repite en los escritos sobre plan-
tas medicinales, es la idea de que especies emparentadas taxonómi-
camente deberían presentar virtudes similares, de manera que se
proclaman descubrimientos de especies nuevas que por su familia-
ridad podrían reemplazar a otras plantas con un comercio ya esta-
blecido. Ruiz señala las múltiples propiedades medicinales de otras
plantas de la familia de los heléchos, citadas por Linneo en su Ma-
teria médica, los cuales además crecen en condiciones similares a
las de la calaguala.
La traducción de costumbres y creencias populares a un conoci-
miento ilustrado requiere de una serie de acciones: referirse a la planta
con un nombre en latín, lo que le da a ésta un lugar en el sistema de
clasificación linneano; elaborar una representación gráfica adecuada,
98 / Mauricio Nieto Otarte

en la cual se hagan visibles los caracteres necesarios para su recono-


cimiento botánico; explicar sus efectos curativos en términos de en-
fermedades europeas e indicar formas de preparación de los reme-
dios utilizando métodos familiares en la farmacia del siglo XVIII.

Ratánhia

En su memoria sobre la ratánhia, Ruiz explica:

En todos los tiempos el hombre para el alivio de sus enfer-


medades ha procurado indagar los usos y virtudes, tanto de las
plantas y de sus partes, como las de las demás producciones na-
turales. Las naciones bárbaras y las gentes menos cultas, como
dice Brunn, han sido seguramente las que han dado mayor au-
mento en esta parte de la medicina. Los chimicos y físicos han
puesto su mayor atención y conato en realizar y adelantar los
descubrimientos, hechos por aquellas naciones y gentes poco o
nada civilizadas... Son muy pocos los profesores de medicina que
se han dedicado al descubrimiento de las virtudes de algún pro-
ducto natural; pero muchos los que se han ocupado de propagar-
los... Las primeras virtudes y usos de las raíz de la ratánhia de-
ben también contarse entre los descubrimientos hechos por
naciones bárbaras y gentes poco cultas, pues que los indios del
Perú usaban desde tiempo inmemorial de esta raíz como un re-
medio y un específico poderoso para afirmar la dentadura...8.

La raíz de la ratánhia fue uno de los pocos remedios que se in-


corporaron en la Pharmacopea hispánica como resultado de las in-
vestigaciones de las Reales Expediciones Botánicas. Fue incluida en
la cuarta edición de 1817 como astringente.

Hipólito Ruiz, ibid., pp. 9-10.


Remedios para el Imperio I 99

En 1799 Ruiz publica en Madrid su trabajo Disertación de la


ratánhia, específico singular contra losfluxos de sangre... Ruiz ex-
plica que él no tenía conocimiento de las propiedades de esta raíz
hasta no haber visto a una mujer cepillándose los dientes con un tro-
zo de la raíz de la misma ratánhia, Krameria triandra, que él había
descubierto en 1780. Ruiz cuenta cómo el sabor ácido y austero de
la raíz lo hizo suponer que, al igual que otras substancias de similar
sabor, podría tener propiedades astringentes. Ruiz se refiere a al-
gunos incidentes en los cuales la medicina fue utilizada con éxito
como antihemorrágico: la hemorragia nasal de un herrero, la mens-
truación prolongada de una esclava y otros episodios en que él había
sido testigo o había escuchado de su eficacia.

Yallhoy

Otra de las publicaciones de Hipólito Ruiz sobre plantas medicina-


les es su Memoria sobre las virtudes y usos de la raíz de la planta
llamada "Yallhoy" en Perú..., donde una vez más se cuenta cómo el
primer indicio que tienen los doctores españoles de sus virtudes
proviene de costumbres de los nativos americanos. Ruiz nos cuenta
cómo en la provincia de Huanuco los doctores lograron controlar una
epidemia de disentería gracias a un remedio preparado con la cor-
teza de la raíz de una planta llamada yallhoy, la cual era usada entre
los nativos para limpiarse los intestinos cuando sufrían de diarrea.
Todos los escritos de Ruiz sobre plantas medicinales están acom-
pañados por una detallada descripción botánica que incorpora la
planta dentro del sistema linneano de clasificación, determinando los
nombres latinos de su clase, género y especie: Octandria, Monnina
polystachya. De igual manera, no puede faltar una elaborada ilus-
tración.
En ocasiones, se hacen referencias a análisis químicos y a rece-
tas con cantidades específicas para preparar los remedios, infusiones,
pildoras, polvos o lavados.
100 / Mauricio Nieto Otarte

Podríamos extendernos con muchos otros ejemplos similares,


como es el caso de la planta conocida como bejuco de la estrella,
sobre la cual Ruiz afirma que el gran aprecio del que goza dicha plan-
ta entre los indios despertó en él interés por conocerla, planta que
más tarde será considerada por Ruiz como una poderosa droga con-
tra la disentería, las fiebres inflamatorias, los resfriados, los dolores
reumáticos y varias enfermedades causadas por la fatiga.

Conclusiones

Las publicaciones, manuscritos y diarios de los viajeros españoles


que durante el siglo XVín viajaron a América en busca de plantas útiles
sugieren patrones comunes en la introducción y certificación de los
nuevos remedios.
En primer lugar, es evidente que los botánicos españoles desa-
rrollan sus investigaciones dentro de un proyecto de fortalecimien-
to económico y político del imperio. Con algunas excepciones, to-
das las plantas que llamaron la atención de los naturalistas ibéricos
eran, o se asumía que podrían ser, especies que podrían remplazar
medicamentos ya conocidos. Los botánicos asumían que especies
emparentadas taxonómicamente deberían tener propiedades simi-
lares, de manera que la taxonomía y en particular el sistema linneano
de clasificación se convirtieron en una herramienta fundamental de
legitimación.
También es evidente que las prácticas médicas y el uso de plan-
tas medicinales entre los nativos americanos tuvieron un impacto
importante sobre las investigaciones de los expedicionarios españo-
les. El conocimiento médico de los americanos nunca fue reconoci-
do como tal, y fue, por el contrario, visto como una serie de creen-
cias irracionales y, sin embargo, podemos ver que dichas creencias
eran reinterpretadas y traducidas a un lenguaje y a un estilo más
acorde con los intereses y las creencias de la Ilustración europea. Se
trata de un proceso de traducción en el cual no sólo los viajeros to-
Remedios para el Imperio / 10)

man parte: en Europa, farmaceutas, químicos y médicos cumplen


con la suya.
Para la percepción del europeo las creencias de los nativos pare-
cen ser útiles, pero no tienen ninguna credibilidad; la credibilidad está
en la forma como se presentan estas creencias, no en su contenido.
El lenguaje utilizado para describir las virtudes de las plantas,
términos como "astringente", "diurético", "febrífugo", o la referen-
cia a órganos específicos en la anatomía humana, hacen de los doc-
tores europeos portavoces y les dan control sobre los nuevos reme-
dios que ya parecen logros y propiedad de la medicina ilustrada.
Traducir es desplazar, transferir, remover de una persona, lugar
o condición a otro; es también expresar en nuestra propia lengua,
en nuestros propios términos, lo que otro dice o hace. El resultado
de este proceso, diría Callón, es una situación en la cual unas per-
sonas adquieren control sobre otras 9 .
Hay un desplazamiento de los bosques americanos a los labora-
torios del Palacio Real en Madrid. En el Real Jardín Botánico de Ma-
drid, en el gabinete de historia natural o en los laboratorios de la Real
Botica es donde los europeos ganan total control sobre la vegetación
americana. Es dentro de las paredes de estos edificios en el centro
de Madrid donde la complejidad, variedad y exotismo del mundo
natural de América es domesticado.
Para resumir, podríamos identificar tres fases en el proceso de
traducción. Una primera en la cual los viajeros reportan conocimien-
tos de tradiciones locales, y en la cual se recrean historias de descu-
brimiento. Con esto no sólo se despierta el interés y la curiosidad
de la comunidad científica, los comerciantes y el público en gene-
ral, sino que se le da cierta credibilidad a los hallazgos de los expe-

9
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Scallops and Fishermen of St. Brieuc Bay", en Johon Law (ed.), Power Action and Belief,
London: Routledge and Kegan Paul, 1986, pp. 196-233.
102 / Mauricio Síeto Otarte

dicionarios. En una segunda fase los botánicos elaboran una identi-


ficación taxonómica dentro de un orden ya familiar a los europeos,
el cual, en el caso de plantas medicinales, es una práctica indispen-
sable para la certificación de una especie genuina. Finalmente, po-
demos ver una tercera etapa en la cual las plantas no solamente son
incorporadas en un sistema de clasificación, sino que reciben un
nombre binario y en latín que denota el género y la especie, son di-
bujadas y disecadas y en ocasiones reducidas y analizadas en sus
componentes químicos.
El resultado de las prácticas descritas es que el conocimiento
médico, las drogas y su comercialización se convierten en propie-
dad exclusiva de una comunidad cuyos intereses están centraliza-
dos en Europa.
Los intereses comerciales y científicos de la Corona española
estaban a su vez atrapados en una red de poder político, económico
y científico sobre la cual España no tenía control. El conocimiento y
el comercio parecían estar, cada vez más, bajo el control de otras na-
ciones y los remedios americanos no curaron los males del Imperio
español.
J o s é Antonio A m a y a

UNA FLORA PARA EL NUEVO REINO


Mutis, sus colaboradores y la botánica madrileña (179I-1808) 1

Nuevos planes p a r a la Expedición

El 11 de noviembre de 1791 el virrey José de Ezpeleta (1742-1823)


accedía a la petición elevada por el director de la Expedición Botá-
nica, José Celestino Mutis (1732-1808), en el sentido de vincular a
aquel centro en calidad de adjuntos científicos a Francisco Antonio
Zea (1766-1822), a los hermanos José (1772-18 ? ?) y Sinforoso Mu-
tis Consuegra (1773-1822) y a Juan Bautista Aguiar 2 . Casimiro
Gómez Ortega (1741-1818), director del Real Jardín Botánico del
Prado, jefe inmediato de Mutis, había objetado, ya desde 1783, no
poder aprobársele a éste nuevos adjuntos sin que mediara el envío a
Madrid de avances de su obra 3 . No se sabe si el virrey Ezpeleta se
hallaba enterado de esta objeción, lo cierto es que optó por acatar la
voluntad de Carlos IV, que había dispuesto deber franqueársele a

1
Este artículo forma parte de un trabajo en preparación que podría titularse Mutis, su
expedición y la historia natural española (1749-1816). Las dos primeras entregas del mis-
mo aparecieron en Amaya (1992a y 1994), y tratan de los períodos 1749-1760 y 1760-1765;
el estudio correspondiente a los años 1766-1790 se halla inédito. Lo que ahora se presen-
ta es un avance relativo al lapso 1791-1808, de carácter preliminar, en razón del espacio
que se le ha ofrecido generosamente al autor, y de que la investigación se halla en proceso
de realización.
2
La solicitud de Mutis fue fechada en Santafé el 27 de octubre de 1791; las respuestas
del virrey Ezpeleta, en la misma ciudad, el 27 de octubre y el 11 de noviembre del mismo
año. Todos estos documentos se hallan publicados en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo
2: 65-70 y tomo 3: 266-269.
3
Al respecto J. C. Mutis le comentaba en carta a A. J. Cavanilles, director del Jardín Bo-
tánico del Prado: "No podrán ocultarse los perjuicios irreparables que se me han seguido.
104 / José Antonio Amaya

Mutis todos los auxilios necesarios para dar impulso a sus obras,
según real orden de 27 de enero de 1790 reiterada en 25 de enero de
1791 4 .
Mutis había justificado su petición aduciendo varias razones. In-
vocó en primer lugar la necesidad de depositar sus conocimientos en
jóvenes capaces de sucederlo. Frisaba los sesenta años y sus acha-
ques de salud, que habían hecho temer lo peor en 17875, tendían a
complicarse. La vinculación de nuevos auxiliares no prometía resul-
tados inmediatos en lo referente a montaje de herbarios, clasifica-
ción de plantas o preparación de memorias. Había que comenzar por
impartirles la enseñanza del abecé de la botánica. Esta formación
únicamente podía ofrecerla el propio Mutis, habida cuenta de que
en los centros universitarios neogranadinos de entonces, como se
sabe, todavía no se ofrecían cátedras de Historia Natural.
Instalado en la capital desde 1791, Mutis no veía la hora de re-
cogerse en su gabinete y entregarse al aprontamiento de la edición
de la Flora de Bogotá. Los materiales de esta obra consistían, para
entonces, en un herbario, el primero que había sido formado en el

[Casimiro Gómez Ortega] cometió la maldad de extender a su arbitrio la real orden [del Io-
XI-1783] en que se aprobó esta Expedición dejándome sin los tres adjuntos de que ahora
me hace cargo [ca. 1792], y con la precisa condición de no entrar ya al goce del miserable
sueldo hasta que hubiese remitido todos mis manuscritos y dibujos... (Santafé, 19-VII-1802,
en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 184-185). Mutis se refiere, sin duda, a los ad-
juntos que había propuesto para su Expedición en 1783, es decir, a los botánicos discípulos
suyos, Bruno Landete y Eloy Valenzuela, así como al geógrafo José Camblor. Únicamente se
le aprobó el nombramiento de Valenzuela. Ver oficio del virrey A. Caballero y Góngora a J.
de Gálvez, Santafé, 31-111-1783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 120.
4
Oficio del virrey J. de Ezpeleta aj. C. Mutis, Santafé, 1 l-XI-1791, en Hernández de Alba,
1968 & 1975, tomo 3: 268.
5
Fue en 1787 cuando el virrey Caballero y Góngora, en razón del "estado deplorable" de
la salud de Mutis, le ordenó "abstenerse absolutamente de todo género de trabajo" y "reti-
rarse por seis meses o más al lugar que acomode mejor a sus pensamientos, y tenga todas
las proporciones para el restablecimiento de [...] su salud [...] por lo mucho que la necesi-
tan el Rey y el Estado" (Cartagena, -IV- 1787, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3:
71-72).
Una flora para el Suevo Reino /IOS

virreinato, más de seiscientas láminas y otros tantos diseños 6 , y un


conjunto de más de quinientas descripciones, unas trescientas se-
senta y cuatro de ellas en latín y unas ciento cincuenta en español,
sin contar una serie de observaciones cuyo número se aproximaba a
ciento diez y ocho 7 .
Las descripciones se referían a la flora de unas contadas locali-
dades y sus contornos más o menos inmediatos: Cartagena e itine-
rario de Cartagena a Santafé, La Montuosa (Cácota de Suratá, Girón,
Pamplona), Sapo y Mariquita (Bocaneme, Guaduas, Honda, Mesa
de Juan Díaz). Lejos de constituir una Flora del Nuevo Reyno de
Granada (aproximadamente la Colombia actual), este trabajo era el
resultado de incursiones en floras microrregionales. De hecho, Mutis
nunca había dirigido una expedición itinerante propiamente dicha
a lo largo y a lo ancho de espacios considerables, ni tampoco había
recibido de forma sistemática plantas de las diversas provincias del
virreinato.
Se trataba de un trabajo comenzado desde su llegada al Nuevo
Reyno en 1760, de carácter muy irregular, con alternativos períodos
de producción y largos ciclos de interrupción. Es indudable que su
proyecto hacía gala de una cierta continuidad, pero también es evi-
dente que no se había desarrollado en un eje determinado sobre una
estructura perfectamente clara. Puede asegurarse que sus Apunta-
mientos diarios se habían interrumpido definitivamente hacia 1786
(Amaya, 1992: 41), y su última descripción botánica conocida había
sido fechada en Mariquita el 5 de octubre de este mismo año {Ibidem:
431). La totalidad de sus descripciones estaba lejos de ser un con-

6
Se refiere quizá a las anatomías de flores y frutos que se dibujaban en tiras de papel
separadas para ser incluidas luego en el dibujo de la planta (oficio de Mutis al virrey J. de
Ezpeleta, Mariquita, 2S-VHI-1790, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 48).
7
Todos estos materiales se hallan catalogados en Amaya, 1992, Apéndice N° 1: Catalogue
des descriptions et observations pour la "Flore de Bogotá" [...] conservées au Jardin
Botanique de Madrid, pp. 378-477.
106 / José Antonio Amaya

junto publicable, aunque revelaba un esfuerzo significativo en ma-


teria de recolección y observación de las plantas vivas.
Podría pensarse que a partir de 1783 Mutis habría avanzado en la
edición de sus trabajos anteriores, conforme a lo dispuesto en la real
cédula de creación de la Expedición (ver infra), lo que no fue así.
La penuria en materia bibliográfica que había tenido que pade-
cer durante cerca de un cuarto de siglo (1760-1783), y la imposibi-
lidad de consultar otros herbarios explican, en parte, el carácter
prolijo de sus descripciones, cuya debilidad más notoria radica en
la falta casi completa de clasificación. La mayor parte de ellas no
presenta determinación de rango específico y con frecuencia falta
incluso el rango genérico; se echa de menos en ellas ei aporte del
botánico propiamente dicho, quien frente a una planta debe saber
si ésta es conocida o no por la ciencia. Para las plantas conocidas,
basta con indicar su nombre, mientras que para las otras es preciso
describirlas como nuevas para la ciencia y proceder a determinar-
las. Ayer como hoy, la satisfacción de estas exigencias requiere del
esfuerzo sostenido por mantenerse al día en materia de bibliogra-
fía, además de una consumada facultad de discernimiento para des-
envolverse con éxito en medio de una profusión de informaciones.
Mutis había llegado al Nuevo Reyno con una colección restrin-
gida y un tanto anacrónica de libros de historia natural 8 . Con moti-
vo de la creación de la Expedición Botánica había emprendido la for-
mación de una biblioteca de historia natural, cuyos pedidos más
importantes fueron solicitados a partir de 1783. La posibilidad de
consultar con provecho la Real Biblioteca Pública era nula por decir
lo menos. Este depósito, abierto al público en 1777, se hallaba abas-
tecido con un fondo de cerca de trece mil ochocientos volúmenes
expropiados a los jesuitas en 1767, ninguno de los cuales trataba te-

8
Amaya (1992: 232-238) describe ia biblioteca botánica de Mutis para el período 1760-
1783.
Una flora para el Suevo Reino I 107

mas relacionados con la botánica sistemática 9 . Para 1791 Mutis ha-


bía logrado formar, con sus propios recursos, una importante colec-
ción de libros que le permitía plantearse el dilema de clasificar sus
manuscritos o concebir una obra enteramente nueva10. La consulta
de las mejores obras del momento pudo contribuir a mitigar su
entusiasmo, haciéndole tomar conciencia del retardo de sus cono-
cimientos y de las dificultades que tendría que afrontar para editar
una flora según las exigencias del Siglo de las Luces. En este senti-
do le manifestaba al virrey Ezpeleta en 1790:

Habiéndome entregado [...] a la inmoderada lección de las


obras botánicas [...], descubrí el dilatado campo que me faltaba
recorrer para ordenar la multitud de notas que había ya recogi-
do, sin las cuales no podían manifestarse mil equivocaciones de
los predecesores y viajeros coetáneos11.

Sus palabras no ocultaban la sensación de escepticismo que co-


menzaba a embargarlo: todavía no me aflige poco la incertidumbre
de poder concluir con toda la proyectada extensión la Flora de Bo-
gotá {Ibidem). Es indudable que para un ojo ilustrado los manus-
critos de Mutis podían aparecer como un trabajo preliminar. Sin
embargo, dado que pertenecían a una obra emprendida y en proce-
so de realización en la Nueva Granada de la época, expresaban una
voluntad y un espíritu de independencia muy novedosos.
Mutis esperaba delegar en sus colaboradores las salidas de cam-
po destinadas a colectar material fresco para el dibujo y alternar con

9
Ver índice General de los Libros que tiene esta Real Biblioteca Pública de la Ciudad de
Santafé, establecida en el año 1776 (sic)..., Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Li-
bros Raros y Curiosos, manuscrito 308.
111
Ver nuestro trabajo en preparación La colección de libros de Historia Sutural de J. C.
Mutis.
11
Oficio fechado en Mariquita el 2S-VIIM 790, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo
110/ José Antonio Amaya

A raíz del fallecimiento de su hermano Manuel, ocurrido el 24


de octubre de 1786, Mutis hubo de asumir la responsabilidad de
cabeza de familia de sus sobrinos, los Mutis Consuegra, integra-
dos por cuatro mujeres: Dominga, Micaela, Justa y Bonifacia, y tres
varones: José, Sinforoso y Facundo. Su responsabilidad consistía en
contribuir, en compañía de su cuñada María Ignacia Consuegra, a
su educación, colocación y casamiento.
Nacido en Cádiz en 1745, Manuel había muerto repentina y pre-
maturamente en Mompós, en un viaje de negocios. Llegado al Nuevo
Reyno en 1760, pasó en estas tierras una gran parte de su edad tute-
lar, que prolongaba entonces hasta los veinticinco años, bajo la pro-
tección cuasipaternal de su hermano Celestino. Nunca fue a la uni-
versidad. Ocupó la alcaldía de Bucaramanga en 1769, sin haber
cumplido la mayoría de edad, gracias a los buenos oficios de su her-
mano, médico a la sazón del virrey Pedro Messía de la Cerda (1700-
1783); luego se dedicó a los negocios; murió sin dejar a ninguno de
sus hijos encarrilado en la universidad.
El tío debía contribuir a la educación de los huérfanos porque la
herencia paterna no alcanzaba p a r a completar sus estudios^. La
ayuda económica de Mutis a sus sobrinos varones debió ser muy con-
siderable. Baste señalar que durante los treinta y cuatro meses que
corrieron desde el I o de marzo de 1789 hasta finales de 1791, su apoyo
alcanzó la cifra nada despreciable de dos mil cuarenta pesos 16 , can-
tidad equivalente a 36% del sueldo devengado durante este mismo
período por Mutis, cuyos emolumentos en el real servicio ascendían
a la cifra de dos mil pesos anuales; sin contar sus desvelos en pro de
la colocación de algunas de sus sobrinas en los conventos de la ca-
pital.

15
Carta de J. C. Mutis a Ignacia Consuegra, Santafé de Bogotá, 6-X-1793, en Hernández
de Aba, 1968 & 1975, tomo 2: 94.
111
Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 &
1975, tomo II: 81.
Una flora para el Suevo Reino I 107

mas relacionados con la botánica sistemática 9 . Para 1791 Mutis ha-


bía logrado formar, con sus propios recursos, una importante colec-
ción de libros que le permitía plantearse el dilema de clasificar sus
manuscritos o concebir una obra enteramente nueva10. La consulta
de las mejores obras del momento pudo contribuir a mitigar su
entusiasmo, haciéndole tomar conciencia del retardo de sus cono-
cimientos y de las dificultades que tendría que afrontar para editar
una flora según las exigencias del Siglo de las Luces. En este senti-
do le manifestaba al virrey Ezpeleta en 1790:

Habiéndome entregado [...] a la inmoderada lección de las


obras botánicas [...], descubrí el dilatado campo que me faltaba
recorrer para ordenar la multitud de notas que había ya recogi-
do, sin las cuales no podían manifestarse mil equivocaciones de
los predecesores y viajeros coetáneos11.

Sus palabras no ocultaban la sensación de escepticismo que co-


menzaba a embargarlo: todavía no me aflige poco la incertidumbre
de poder concluir con toda la proyectada extensión la Flora de Bo-
gotá {Ibidem). Es indudable que para un ojo ilustrado los manus-
critos de Mutis podían aparecer como un trabajo preliminar. Sin
embargo, dado que pertenecían a una obra emprendida y en proce-
so de realización en la Nueva Granada de la época, expresaban una
voluntad y un espíritu de independencia muy novedosos.
Mutis esperaba delegar en sus colaboradores las salidas de cam-
po destinadas a colectar material fresco para el dibujo y alternar con

9
Ver índice General de los Libros que tiene esta Real Biblioteca Pública de la Ciudad de
Santafé, establecida en el año 1776 (sic)..., Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Li-
bros Raros y Curiosos, manuscrito 308.
10
Ver nuestro trabajo en preparación La colección de libros de Historia Natural de J. C
Mutis.
1
' Oficio fechado en Mariquita el 2S-VIII-1790, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo
2:47.
108/ José Antonio Amaya

ellos la dirección de los pintores. No manifestó voluntad alguna de


conformar un equipo encargado de ordenar y clasificar sus consa-
bidas descripciones. A mediano plazo proponía enviar un par de estos
adjuntos a la Corte madrileña para que asistieran allí al grabado e
impresión de su Flora.
La idea de Mutis de editar en América la Flora de Bogotá no era
nueva. Ya en 1783, al momento de proyectar la Expedición Botánica,
en cierto modo se había comprometido a preparar la edición de su obra
en el Nuevo Reyno y a enviarla lista para su publicación en Madrid.
Ello suponía que era aquí en América donde se iba a realizar la totali-
dad del trabajo científico, es decir, la recolección y la preparación de
los materiales, su descripción, dibujo y clasificación. En este esque-
ma se le reservaban de forma tácita a la metrópoli funciones puramen-
te técnicas relacionadas con el grabado, la iluminación, la impresión,
la encuademación y quizá la distribución. Era Mutis quien adelanta-
ría la edición científica propiamente dicha; el director del Prado asu-
miría el papel de coordinador de la publicación.
En 1783 Mutis había asegurado a la Corona ser inminente la pu-
blicación de su obra. El virrey Antonio Caballero y Góngora (1723-
1796) había rubricado este compromiso garantizándole al ministro
de Gracia y Justicia, José de Gálvez, que los manuscritos de la His-
toria Natural del Nuevo Reyno estaban prácticamente listos para ser
publicados 12 . Bajo este supuesto la Corona le acordó su auspicio a
Mutis. Hay que recordar que durante los últimos diez años, en Es-
paña nada se había publicado en materia de botánica, en un momento
en que las ediciones de historia natural conocían una edad de oro
en toda Europa. Es cierto que en la real cédula de creación de la Ex-
pedición (I o -XI- 1783) se dispuso que antes de salir de viaje, es ne-
cesario que Mutis concluya y perfeccione sus trabajos p a r a enviar-
los al ministerio de Gracia y Justicia. Pero al momento de promulgarse,

12
Oficio del virrey A Caballero y Góngora a J. de Gálvez, Santafé, 31-III-l 783, en Hernández
de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 119 y 120.
Una flora para el Nuevo Reino / 109

este despacho ya había sido desobedecido. De hecho, Mutis había em-


prendido su Expedición seis meses antes, el 29 de abril. Aun así, Ca-
ballero y Góngora no se tomó el trabajo de exhortarlo para que re-
gresara a Santafé a cumplir con lo dispuesto por Carlos III. Unos años
más tarde, en 1787, Mutis se había comprometido ante el ministro
Gálvez a entregar, en el curso de aquel año, tres volúmenes de su
Flora 13 , promesa que tampoco pudo cumplir.
Nótese que en los nuevos planes de 1791 se ignoraba por com-
pleto a Gómez Ortega; era a los adjuntos a quienes se les asignaba
la coordinación de la publicación. Otro aspecto novedoso de estos
planes era la reducción de la obra a la parte botánica. En el proyecto
de 1783 se pretendía investigar todos los ramos de la historia natu-
ral, incluidas, aparte de la botánica, la zoología y la mineralogía.
También Mutis se había obligado, sin que nadie se lo hubiese pedi-
do, a levantar un mapa del virreinato, e incluso una historia comple-
ta en lo geográfico, civil y político, acompañada de todas las obser-
vaciones físicas correspondientes de la América septentrional 14 .

Los adjuntos

¿Por qué Mutis había permanecido sin colaborador científico algu-


no, durante más de siete años, desde el retiro de Juan Eloy Valenzuela
(1756-1834), subdirector de la Expedición durante el breve lapso de
trece meses, desde abril de 1783 hasta mayo de 1784? Quizá este
retraimiento se explique por el hecho de que ninguno de los sobri-
nos varones del director de la Botánica se hallaba en edad de ser vin-
culado a la Expedición, al menos entre 1786 y 1791.

13
Oficio del virrey A. Caballeroy Góngora a Mutis, Cartagena, 3-III-1787, en Hernández
de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 70.
14
Oficio de J. C. Mutis al virrey A Caballero y Góngora, Santafé, 27-111-1783, en Hernández
de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 114.
110/ José Antonio Amaya

A raíz del fallecimiento de su hermano Manuel, ocurrido el 24


de octubre de 1786, Mutis hubo de asumir la responsabilidad de
cabeza de familia de sus sobrinos, los Mutis Consuegra, integra-
dos por cuatro mujeres: Dominga, Micaela, Justa y Bonifacia, y tres
varones: José, Sinforoso y Facundo. Su responsabilidad consistía en
contribuir, en compañía de su cuñada María Ignacia Consuegra, a
su educación, colocación y casamiento.
Nacido en Cádiz en 1745, Manuel había muerto repentina y pre-
maturamente en Mompós, en un viaje de negocios. Llegado al Nuevo
Reyno en 1760, pasó en estas tierras una gran parte de su edad tute-
lar, que prolongaba entonces hasta los veinticinco años, bajo la pro-
tección cuasipaternal de su hermano Celestino. Nunca fue a la uni-
versidad. Ocupó la alcaldía de Bucaramanga en 1769, sin haber
cumplido la mayoría de edad, gracias a los buenos oficios de su her-
mano, médico a la sazón del virrey Pedro Messía de la Cerda (1700-
1783); luego se dedicó a los negocios; murió sin dejar a ninguno de
sus hijos encarrilado en la universidad.
El tío debía contribuir a la educación de los huérfanos porque la
herencia paterna no alcanzaba p a r a completar sus estudios1^. La
ayuda económica de Mutis a sus sobrinos varones debió ser muy con-
siderable. Baste señalar que durante los treinta y cuatro meses que
corrieron desde el I o de marzo de 1789 hasta finales de 1791, su apoyo
alcanzó la cifra nada despreciable de dos mil cuarenta pesos 16 , can-
tidad equivalente a 36% del sueldo devengado durante este mismo
período por Mutis, cuyos emolumentos en el real servicio ascendían
a la cifra de dos mil pesos anuales; sin contar sus desvelos en pro de
la colocación de algunas de sus sobrinas en los conventos de la ca-
pital.

15
Carta de J. C. Mutis a Ignacia Consuegra, Santafé de Bogotá, 6-X-1793, en Hernández
de Aba, 1968 & 1975, tomo 2: 94.
!6
Carta dej. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 &
1975, tomo n: 81.
Una flora para el Nuevo Reino / 111

Se dispuso que los sobrinos estudiarían derecho en el Colegio


Mayor de Nuestra Señora del Rosario de Santafé. Simultánea o su-
cesivamente Mutis se propuso impartirles o seguirles impartiendo
una formación privada en botánica, medicina y astronomía. Por lo
tocante a la mineralogía, deseaba confiar la educación de uno de ellos
al mineralogista vasco Juan José D'Elhuyar (1754-1796), quien ha-
bía seguido la química en París con Rouelle (1772-1777), la meta-
lurgia y la geología en Freiberg, con Abraham Werner (1778), pasando
luego a la Universidad de Upsala, donde estudió bajo la dirección
de Tobern Bergman (1781-1782). Al llegar al Nuevo Reyno en 1784
con el cargo de administrador de las Minas de Santa Ana (hoy mu-
nicipio de Falan, Tolima), localidad ubicada cerca de Mariquita
(Glick, 1983, vol. 1: 297-299), sede de la Expedición Botánica (1783-
1791), D'Elhuyar trabó una gran amistad con Mutis, quien hubo de
renunciar a sus planes para uno de sus sobrinos, en razón de su tras-
lado definitivo a Santafé en 1791.
El contacto de los sobrinos con el tío no había sido particular-
mente cercano, al menos geográficamente. Los niños habían naci-
do y crecido en la provincia de Pamplona, mientras el tío llevaba la
vida itinerante de un minero y de un expedicionario, en Santafé
(1770-1776), en El Sapo (1777-1782) y en Mariquita (1783-1790).
Pese a ello y al menos para el caso de Sinforoso, puede entreverse
una precoz iniciación a la botánica bajo la dirección del tío. La pri-
mera descripción botánica conocida de Sinforoso data del 8 de agosto
de 1785 (¿vacaciones escolares?) y corresponde a una supuesta es-
pecie del género Pterocarpus; fue preparada probablemente en
Honda, como lo deja suponer el hecho de que su segunda descrip-
ción identificada, referida a un "Espino de Cruz", hubiese sido ela-
borada en esta localidad dos días después, el 10 de agosto (Amaya,
1992: 432). Resulta interesante constatar que para agosto de 1785
Sinforoso contaba sólo 12 años de edad, y que su tío José Celestino
se hallaba en esta villa el 18 de agosto de aquel año (Hernández de
Alba, 1983, tomo 2: 661).
112 I José Antonio Amaya

La primera vez que el director de la Botánica insinuó oficialmen-


te su deseo de ver colocados a sus sobrinos en el real servicio se pro-
dujo el 3 de enero de 1789, en una comunicación al virrey Caballero
y Góngora:

Si alguna esperanza me queda, si sobrevivo al feliz éxito de


mis principales comisiones, la tengo reducida a traer a mi lado
tres sobrinos míos, que a mis expensas se están educando y a
quienes podré manejar con los derechos que sobre ellos me ha
dado la naturaleza, para depositar en ellos por herencia mis tales
cuales conocimientos en Historia Natural, Medicina y Astrono-
mía; y por mi pasión al importante ramo de minería dedicar al-
guno de ellos a esta ciencia al lado del sabio director don Juan
José D'Elhuyar17.

La temprana influencia del tío sobre Sinforoso aparece confir-


mada cuando se consulta otra descripción de este último, referida a
una especie de Cestrum, conocida popularmente con el nombre de
"Ubillo", fechada en Santafé el 12 de agosto de 1789: justo por es-
tos días Mutis se hallaba en la capital18.
La determinación de Mutis de colocar a su parentela en la Ex-
pedición estaba relacionada, según decía, con la frustración que le
había ocasionado su intento de ganar talentos para la historia natu-
ral en el Colegio del Rosario. Hay que tener en cuenta, sin embargo,
que durante su penúltima residencia en la capital (1770-1776) sólo
había dictado un curso de matemáticas en las aulas rosaristas {ca.
1774). Por lo demás, a partir de 1777 y hasta 1791 había vivido lejos
de la capital. El hecho es que para este último año no estaba en ca-

17
Oficio de J. C. Mutis al virrey A. Caballero y Góngora, Santafé, 3-1-1789, en Hernández
de Aba, 1968 & 1975, tomo 1: 438.
18
Esta permanencia de Mutis en la capital se prolongó al menos desde el 15 de junio hasta
el 27 de agosto de 1789 (ver Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo l:487y495).
Una flora para el Nuevo Reino I 113

pacidad de recoger fruto alguno de su magisterio. En 1789 apoyaba


la colocación de sus sobrinos con el argumento de

[...] no haber tenido por conveniente pedir al Rey otros ad-


juntos. Nadie podrá entrar ya en mi empeñadísimo modo de pen-
sar; ni yo puedo acomodarme ya al modo de pensar aun de los
jóvenes más aplicados, que mirarían siempre por premio de su
elección y talento para disfrutarla con algún descanso, y no por
carrera, la dotación de su destino.

En esta temprana declaración de intenciones no se incluía en la


plantilla de personal de la Expedición a ningún extraño al linaje del
director. Los sobrinos del Primer Botánico y Astrónomo de Su Ma-
jestad Católica debían brillar sin sombra en el panorama de las cien-
cias de la Nueva Granada. El plan consistía en dejaren carrera a los
herederos no forzosos. La cuestión se reducía a aguardar la ocasión
para concertar la mudanza de los sobrinos de Santafé a Mariquita.
Al ser trasladado a Santafé en 1791, presionado por el virrey
Ezpeleta para entregar su obra19, Mutis sintió que había llegado el
momento de comenzar a encarrilar a sus sobrinos en el real servicio.

19
En 1789 Sebastián José López Ruiz (n. 1741) se había trasladado de Santafé a Madrid
con el fin de insistir en sus litigios a los pies de la Corona sobre su envejecida pretensión de
ser el descubridor de las quinas de Santafé. En esta ocasión no halló mejor arbitrio que alertar
al Consejo de Indias acerca de la dilación de Mutis en el envío de avances de la Flora de
Bogotá. El Consejo previno al virrey Ezpeleta para que le tomara cuentas a Mutis. Aquél
cometió un abuso de poder conminando al director de la Botánica a que se trasladase a la
capital con todo su equipo a título definitivo, con el fin de poder controlar mejor el avance
de la Flora. Aunque hizo creer lo contrario, a don José le produjo no poco alborozo la mu-
danza de la infeliz Mariquita: "Estoy ciertamente complacido con mi resolución (sic) de
haber salido finalmente de aquellos países cálidos, que tanto han desmedrado mi anterior
robusta salud. No son aquellas tierras al propósito para entregarse a la escritura y a los li-
bros [...] Aquí [en Santafé] lo paso mejor, pero siempre achacoso, y sujeto a una severísima
vida, con el disgusto de no poder atarearme cuanto quisiera y cuanto podía prometerme de
mi antigua robustez y buen régimen" (carta de Mutis a I. Consuegra, Santafé, 14-X-1791,
en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo III: 63).
114/ José Antonio Amaya

José había nacido en 1772, Sinforoso en 1773 y Facundo en 1775, de


modo que para 1791 frisaban respectivamente los 19, los 18 y los 16
años de sus edades. José y Sinforoso se habían trasladado de su natal
provincia de Pamplona a Santafé en 1787, año en el que vistieron la beca
del Colegio del Rosario (Guillen, 1994, tomo 2: 521). Facundo había
ingresado poco tiempo antes al claustro rosarista en 1790 {Ibidem: 547).
En estas condiciones Mutis se limitó a proponer a Ezpeleta la
designación de José y de Sinforoso al lado de Francisco Antonio Zea;
también solicitó la ratificación del nombramiento del cirujano ro-
mancista Juan Bautista Aguiar, vinculado informalmente a la Expe-
dición 20 hacia mayo de 1791. Por lo que toca a las asignaciones, a Zea
se le fijó un sueldo anual de quinientos pesos. Aguiar y los sobrinos
ingresaron como agregados meritorios, es decir, sin más gratificación
que la enseñanza [de la botánica] 21 . Se suponía que una vez apren-
dieran los principios de esta ciencia la administración les asignaría
un sueldo según su aplicación y desempeño.
Resultaría anacrónico censurar a Mutis de nepotismo. Como se
vio más arriba, éste comunicó sin reserva alguna, tanto al virrey Caba-
llero como al virrey Ezpeleta, sus designios con sus consanguíneos.
Las pretensiones de Mutis no eran nuevas, al menos en el ámbito
de la botánica europea. Baste recordar las aspiraciones de Gómez
Ortega a la dirección del madrileño Jardín de Migas Calientes, fun-
dadas parcialmente en el parentesco que lo unía con su tío carnal
José Hortega ¿2 (1703-1761), alma de la fundación de aquel centro, y
quien había educado al sobrino con esta mira. Joseph Quer (1695-
1764), por su parte, también intentó, sin éxito, colocar a su hijo pu-
tativo, Dionisio Androver, en la dirección de Migas Calientes, funda-

20
Oficio de J. C. Mutis al virrey J. de Ezpeleta, Santafé, 27-X-1791, en Hernández de Alba,
1968 & 1975, tomo 2: 66,
21
Ibidem, tomo cit., p. cit.
22
Nótese que de una generación a otra hubo un cambio en la grafía del apellido Hortega,
que con Casimiro pierde la H. En relación con el uso dado por Casimiro Gómez al apellido
Ortega, ver Puerto, 1992: 29.
Una flora para el Suevo Reino I 115

mentándose en la preparación botánica de éste a su lado durante veinte


años, en sus méritos como auxiliar de cirujano en las campañas ita-
lianas, en la asistencia durante ellas a las universidades de aquel país
y en la necesidad de obtener alguna ayuda para poder concluir la Flo-
ra española (Puerto, 1992:41). En Suecia, Linneo (1707-1778) le legó
a su hijo la dirección del Jardín Botánico de Upsala; para no hablar de
la familia de los Jussieu que dominó la escena botánica francesa des-
de finales del siglo XVII hasta mediados del siglo XDC
Lo que resulta claro es que durante la segunda mitad del siglo
XVIII el honor de la familia prevalecía sobre el mérito personal y las
simpatías individuales, sobre todo tratándose de una progenie como
la de los Mutis Consuegra, primera generación criolla por el lado
paterno. Bien conocido es que entre Mutis y Sinforoso no media-
ban afectos profundos, ni siquiera una mediana afinidad. Mutis le
reprochaba a su sobrino su indisciplina y su negligencia para estu-
diar las matemáticas 23 ; Sinforoso, por su parte, debía considerar al
tío como un viejo perfeccionista y gruñón. El hecho fue que a su
muerte, Mutis le transmitió a su sobrino la dirección de la parte bo-
tánica, la más importante de la Expedición. Como veremos, Sinforoso
hubo de desplegar mucho celo y no poca maña para salvar el honor
de su tío, comprometido por la falta de edición de la Flora de Bogotá.
La solución alcanzada con el nombramiento de los agregados re-
sultaba poco onerosa para el real erario. En medio de repetidas di-
laciones para entregar su obra, Mutis no podía permitirse solicitar
la aprobación de una plantilla de auxiliares con asignaciones que en
conjunto podían equivaler a la de su propio sueldo anual. Además,
en la medida en que el equipo de adjuntos se hallaba integrado úni-
camente por neogranadinos en Santafé desaparecían los sueldos
elevados y los costos de desplazamiento desde la metrópoli.

23
"[Sinforoso] sabe tanto de matemáticas como su hermano [¿José?] porque ambos no
hicieron más que perder el tiempo y pensar en divertirse". Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra,
Santafé, 6-X-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 93.
116/ José Antonio Amaya

Oriundo de Medellín, F r a n c i s c o Antonio Z e a (1766-1822) era


egresado del Real Colegio Seminario de San Francisco de Asís en
Popayán, donde había tomado el conocido curso de filosofía que allí
impartía José Félix de Restrepo (1760-1832). El programa de este
curso seguía los derroteros fijados por Mutis en su cátedra de Ma-
temáticas y Filosofía Newtoniana inaugurada en el Rosario en 1762.
Figuraban en el contenido del curso, al lado de la dialéctica racio-
nal, la aritmética, la astronomía, la mecánica, la hidráulica, la estéti-
ca y la óptica. En cierto modo Mutis recogía el fruto de su acción,
puesto que Restrepo había aprendido la filosofía newtoniana de uno
de los discípulos del propio Mutis. Restrepo también habría inicia-
do a Zea en el estudio de la botánica 24 .
¿Por qué un hombre como Zea, que aspiraba a ser abogado, se
mostraba tan atraído por la ciencia en general y por la historia natu-
ral en particular? Haciéndose eco de los nuevos tiempos, Mutis sos-
tenía el criterio de incluir el estudio de las matemáticas y la física
en la formactón rlp todo orofesional En el caso neogranadino la
universidad se ocupaba casi exclusivamente de la preparación de
sacerdotes y abogados. Los criollos de avanzada se acantonaban en
las facultades de derecho, pues en el país prácticamente no existie-
ron durante la época colonial estudios modernos de medicina dota-
dos de cátedras de botánica, zoología o mineralogía.
En 1786 Zea marchó a Santafé, donde inició sus estudios univer-
sitarios en el Colegio de San Bartolomé. Sin haber concluido su for-
mación en leyes, se lo invitó a regentar la Cátedra de Humanidades

24
"Don Félix de Restrepo, mi maestro de Filosofía, que la había aprendido de un discípu-
lo de Mutis, tiene el mérito de haber ido a propagarla en Popayán y es el primero que en
aquellas partes atrajo la juventud al estudio de la Naturaleza. Mutis lo consideraba digno de
una estatua [...], habiendo sido este estudio el que más promovió, aunque no logró le per-
mitiesen introducir en la física sino lo concerniente a vegetación, nutrición, etc." (Carta de
F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 26 de abril de 1799. Original en el Real Jardín Botánico de
Madrid (RJBM), Archivo del Iltmo. Sr. Dn. Antonio Joseph Cavanilles (AAJC), Correspon-
dencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N a 4.
Una flora para el Suevo Reino I 117

de su alma máter, cátedra que regentaba todavía hacia 1792. El pro-


pio virrey Ezpeleta no tardó en nombrarlo preceptor de sus hijos.
Pocos meses antes de su nombramiento, en abril de 1791, Zea
comenzó a publicar en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé
de Bogotá (1791-1797), el único que circulaba cada semana en el
virreinato, una serie de artículos titulada "Avisos de Hebéphilo";
ocultó su nombre tras el pseudónimo de Hebéphilo, que significa
"amante de la juventud". Con estilo más bien incendiario, sostuvo
que los sabios (intelectuales se diría hoy en día) son en las repúbli-
cas lo que el alma en el hombre. Ellos son los que animan y ponen en
movimiento este vasto cuerpo de mil brazos [¿la nación?] que ejecu-
ta cuanto le sugieren, pero que no sabe obrar por sí mismo, ni salir
un punto de los planes que le trazan. Sostenía que la función pri-
mordial de los sabios consistía en llevar las luces filosóficas, es de-
cir, los principios de la economía, de la agricultura, de la industria,
de la política, etc., a l taller, al campo, a la oficina ([Zea], 1791: 61).
Esta nueva función asignada a los intelectuales se hallaba asociada
con el descubrimiento de la noción de patria y de naturaleza ame-
ricanas por parte de los criollos. El novísimo concepto de ciudada-
nía, calidad que Zea se adjudicaba, no podía definirse sin el ingre-
diente de la educación en la nueva filosofía, basado en el ejercicio
de la razón y en la observación de la naturaleza, la educación del gusto
y el culto de la lengua española 25 . En este esquema de pensamiento
se le asignaba a la monarquía la tarea de garantizar a sus subditos
una universidad pública acorde con los nuevos tiempos. Aseguraba
que sin la reforma de la educación no podía concebirse una explo-
tación racional de la naturaleza ni el aumento de la riqueza. Adver-
tía el fracaso de Francisco Antonio Moreno y Escandón y de J. C.

25
A partir de su nombramiento como director de la Expedición Botánica (1783), Mutis
abandonó el latín y adoptó el español en la redacción de sus descripciones botánicas; sus
colaboradores, E. Valenzuela, J. B. Aguiar, S. Mutis yj. T Lozano, utilizaron sistemáticamente
el castellano en sus descripciones y en sus trabajos para la Expedición.
118/ José Antonio Amaya

Mutis en sus intentos de reformar la educación superior en la déca-


da de los 1770, y puntualizaba que la existencia de criollos cultos en
el Nuevo Reyno no era en modo alguno producto de una política
oficial en materia de educación:

Los filósofos y naturalistas criollos se han formado por sí mis-


mos [aludía a casos como el de Restrepo y el de Valenzuela] en
su retiro y en sus libros. Y esto, que a ellos les hace tanto honor,
es lo que más desacredita la enseñanza pública. Ésta se debe re-
formar porque sólo está reservado a los genios sublimes mudar
de doctrina y formarse en los autores. El resto de los hombres
sigue constantemente el camino que les enseñaron ([Zea], 1791:
59).

El amor de Zea por la naturaleza americana y la curiosidad por


su estudio, que no parecen haber sido fruto del contacto directo con
Mutis, se revelan en sus palabras:

Este Reyno que veis sumergido en la última barbarie y a pe-


sar de su vasta extensión habitado solamente de millón y medio
de hombres miserables, sin ciencias ni artes, agricultura ni co-
mercio, en medio de su miseria es el favorito de la naturaleza. Aquí
es en donde ella se muestra en toda su magnificencia. Aquí puso
su jardín y su gabinete. Aquí ha expuesto a los ojos más indife-
rentes y menos reflexivos el brillante espectáculo de sus maravi-
llas. ¡Que no tenga yo tiempo de recorrer con vosotros nuestras
fértiles provincias para iros mostrando por todas partes las más
bellas producciones de la tierra, las más abundantes riquezas,
tantos primores que a lo menos merecen una mirada reflexiva!
Los bosques están llenos de plantas aromáticas y medicinales, a
cada paso se encuentran bálsamos, gomas y aceites exquisitos
([Zea], 1791:68).
Una flora para el Suevo Reino I 119

Como se ha dicho, el artículo apareció bajo pseudónimo. Pero no


hay que olvidar que el editor del Papel Periódico, Manuel del Socorro
Rodríguez, era persona muy cercana de la Expedición, en particular
de su director, a quien llegó a componerle una Oda a la Flora de Bo-
gotá. Zea era perfectamente consciente de que su discurso podía ser
interpretado como el intento defomentar una sedición literaria {[Zea],
1791: 63). Y no se equivocaba, pues ante la queja de algunos sujetos
encargados de la enseñanza pública, el editor Rodríguez se vio obli-
gado a intentar, sin éxito, retirar de la imprenta el segundo Aviso, y a
renunciar a seguir publicando el resto del manuscrito en razón de su
mucho a m o r a la p a z y buena armonía con todos los hombres
(Rodríguez, 1791: 1). Quizá el silencio al que Zea fue sometido deba
ser interpretado como el inicio en el Nuevo Reyno de la ofensiva con-
tra la expansión de la influencia de la Revolución Francesa.
Así, al momento de su nombramiento, Zea era conocido, al me-
nos en la capital, como el líder de la lucha contra el ergotismo y la
escolástica. Se le veía constantemente paseándose por los claustros,
estudiando siempre. Su desgreño y su gusto por lucir abrigos viejos
y raídos eran un síntoma de rebeldía antes que de pobreza. El esta-
blecimiento de Mutis en la capital, hacia mayo de 179126, coincidió
con el desencadenamiento de la polémica. La selección de Zea re-
vela una complicidad del director de la Botánica con el contenido de
los Avisos, y también un intento de reparar el silencio al que el joven
Francisco Antonio había sido sometido.
¿En qué circunstancias conoció Mutis a Zea? La iniciativa del
nombramiento parece que provino de Mutis, quien se habría dirigi-
do al Colegio de San Bartolomé a conquistarlo p a r a la botánica 1 ''. Al

26
Es seguro que Mutis se hallaba de nuevo establecido en Santafé en mayo de 1791, como
lo demuestra la primera descripción conocida de J, B. Aguiar para la Expedición Botánica,
fechada en Santafé el 10 de mayo de 1791 (Amaya, 1992: 443).
27
Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz 20-VI-1798. Original en RJBM, A\JC, Co-
rrespondencia Científica, Cartas de F A. Zea, Legajo 24, Carpeta N2 4.
120 / José Antonio Amaya

ingresar a la Expedición, Zea estaba muy próximo a alcanzar la mayo-


ría de edad, puesto que había sido bautizado el 23 de noviembre de
1766 (Botero, 1969, tomo 1: 25). Venía a reemplazar a Eloy Valenzuela
en la subdirección de aquélla y, conforme a las razones que Mutis adujo
ante el gobierno, sería Zea quien habría de sucederlo en la dirección
de la Expedición.
Se le acordó sueldo teniendo en cuenta su sobresaliente instruc-
ción. El reducido monto del mismo (quinientos pesos al año, como
se ha dicho), que equivalía a la partida autorizada por la administra-
ción para el pago de un pintor calificado, hizo temer que Zea desis-
tiera, tanto más cuanto que se hallaba obligado a trabajar tiempo
completo al servicio de la Expedición, como todos y cada uno de los
demás adjuntos.
Como se ha dicho, J u a n Bautista Aguiar se vinculó a la Expe-
dición de modo informal pocas semanas después del establecimiento
de Mutis en Santafé. Para finales de 1792 tenia estudiada y entendi-
da la Philosophia Botánica1*, texto con el cual Mutis iniciaba a sus
discípulos, sin que se sepa si la edición utilizada fue el original lati-
no publicado en primera edición en Estocolmo en 1751 o la traduc-
ción española, Explicación de la filosofía y fundamentos botánicos
de Linneo, preparada por Antonio Palau y Verdera (1734-1793) en
Madrid en 1778.
Aguiar formó un herbario cuyas muestras no han sido identifi-
cadas y que seguramente fue integrado al Herbario de la Expedición
Botánica, que hoy por hoy se conserva en el Jardín Botánico de Ma-
drid 29 . Preparó no menos de treinta y tres descripciones botánicas

2!í
Carta de J. B. Aguiar a J. C. Mutis [¿Fusagasugá, 1792-1793?], en Hernández de Alba,
1968 & 1975, tomo 3: 3.
29
Carta de J. B. Aguiar a J. C. Mutis, [¿Fusagasugá?], 22-1-1793. Original en RJBM, Fondo
Documental de José Celestino Mutis (FDJCM), Correspondencia aj. C. Mutis, III, 1, 1, 2.
M. P. De San Pío (1995) coordinó la preparación del FDJCM.
Una flora para el Suevo Reino / 121

que se conservan en el Archivo de aquel centro 30 y en el Instituto de


Francia (l) 3 1 . Todas ellas fueron elaboradas a partir de plantas co-
lectadas en Santafé (29), en Fusagasugá (3) y en la Parroquia de San
Antonio (1); no presentan correcciones ni comentarios de J. C. Mu-
tis, aunque sí anotaciones de su sobrino Sinforoso, inscritas después
de 1808. Del análisis de las fechas límite de estos manuscritos -mayo
de 1791 y junio de 1793- puede inferirse que Aguiar trabajó en la
Expedición aproximadamente dos años. Su nombre ya no figura en
la plantilla de personal de la Expedición correspondiente a 1794. A
partir del análisis de las localidades de las descripciones y de su
correspondencia con Mutis, se puede observar que realizó un viaje a
Fusagasugá entre finales de 1792 y principios de 1793, quizá entre
noviembre y enero (ver Amaya, 1992:445), en búsqueda de Cinchonas,
Melastomas y Passifloras.
Nada indica que Aguiar ni sus compañeros Zea y S. Mutis hu-
biesen trabajado y ni siquiera conocido los manuscritos mutisianos
para la Flora de Bogotá, que permanecieron para ellos como un ar-
cano. Además, Aguiar y Zea se desempeñaron independientemente
el uno del otro, de modo que no hubo trabajo en equipo, ni entre los
adjuntos ni, como se ha dicho, en relación con la obra manuscrita
del director. Francisco José de Caldas (1768-1816) y Sinforoso Mu-
tis accedieron a estos manuscritos sólo después de la muerte de
Mutis en 1808, y quedaron perplejos ante el desorden y la pobreza
de los mismos 32 . Lo que resulta claro es que para 1791 Mutis había

30
Los originales de las descripciones botánicas de J. B. Aguiar se conservan en el RJBM,
FJCM, 4. Botánica, 4. 11. Escritos, III, 4, 11, 73. La descripción de estos materiales con re-
lación a nombre científico, vernáculo, localidad y fecha puede consultarse en Amaya, 1992:
443-445 y 459.
1
' Biblioteca del Instituto de Francia, Fondo Joseph Decaisne. Aparece publicada en Amaya,
1992.
32
AI respecto, Caldas le informaba a José Ramón de Leyva, secretario del virreinato y juez
comisionado para los asuntos de la Expedición Botánica de Santafé: "Ahora he penetrado las
lagunas y los vacíos que encierra la Plora de Bogotá, ahora he visto que no existen dos o tres
122 / José Antonio Amaya

abandonado la elaboración de descripciones y la continuación de sus


Apuntamientos diarios. A partir de esta fecha delegó en sus adjun-
tos la parte descriptiva, aunque el trabajo de éstos resultó ser de corta
duración, irregular y precario.
Se ignora la fecha y el porqué del retiro de Aguiar de la Expedi-
ción, pero se sabe que para 1804 se hallaba enredado en litigios con
Mutis, quien le inició un juicio que condujo al embargo de su caja
de cirujano, de su biblioteca y de algunos de sus enseres 33 . Se sabe
que colaboró con materiales para la preparación de la Historia de los
árboles de la quina, de Sinforoso Mutis (ver De San Pío, 1995, en-
trada 3315).
Pese a su nombramiento, es probable quejóse Mutis C o n s u e g r a
nunca trabajase efectivamente para la Expedición. José necesita ha-
cer todos los esfuerzos para manifestar aplicación, sermoneaba el tío34.
Justo en 1791 desapareció la posibilidad de verlo hecho abogado. Aban-
donó el Colegio, luego de haber cursado la gramática (1787-1790) e
iniciado la filosofía (1791), sin alcanzar a recibirse de bachiller. Para
1793 José y Facundo habían regresado a su provincia de Pamplona, cuya
capital, Bucaramanga, contaba para entonces con una población de
escasos ciento cincuenta habitantes (Alcedo, 1967, tomo I: 179). Allí
tomaron la carrera del comercio, perpetuando la tradición del padre,
del abuelo Julián Mutis y del bisabuelo materno, Damián Bosio, li-
breros estos dos últimos en Cádiz. Pese a todo, el tío no perdía las

palmas, que la criptogamia casi está en blanco enteramente [...]; que los manuscritos se ha-
llan en la mayor confusión; que no son otra cosa que borrones; que cuarenta y ocho cuaderni-
llos hacen el fondo de la Flora de Bogotá; que las demás obrillas que [Mutis] ha emprendido
durante su vida no son sino apuntamientos; que el tratado de la quina no está concluido sino
en la parte médica; que las descripciones de estas plantas importantes se hallan en borrado-
res miserables..." (Santafé de Bogotá, 30-IX-l 808, en Lniversidad Nacional de Colombia (ed.),
1966: 353). La reacción de S. Mutis puede consultarse en Amaya, 1992: 35-36.
33
RJBM, FJCM, Correspondencia a Salvador Rizo, III, 1, 3, 2-6.
34
Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 &
1975, tomo 3: 81.
Una flora para el Suevo Reino / 123

esperanzas de educar a José en el espíritu de las ciencias y acaricia-


ba la idea de ponerlo bajo la guía de E. Valenzuela, a la sazón cura de
Bucaramanga 3,> .
Quedó únicamente Sinforoso M u t i s C o n s u e g r a a la sombra
del tío. Desde 1790 había comenzado sus estudios de bachillerato
en filosofía luego de cursar el latín y la gramática (1787-1790)
(Guillen, 1994, tomo 2: 521-522). Se esperaba verlo litigando en 1798,
al completar la mayoría de edad, una vez hubiese concluido sus estu-
dios de derecho, con escolaridad de cuatro años seguidos de una pa-
santía al lado de un abogado titulado, que duraba otros cuatro años.

Entre la ciencia y la política

Zea y Sinforoso tenían un pie en la Expedición y otro en la tertulia


de Antonio Nariño (1765-1824), elArcano de la Filantropía. Como
se ha visto, el pie de Sinforoso en la Expedición era más formal que
real. El líder estudiantil y su seguidor estaban perpetrando un ma-
ridaje entre política y ciencia. En política encarnaban los ideales de
Independencia que los Estados Unidos habían alcanzado en 1776 y
los de la Revolución Francesa de 1789: algo inédito para los terrícolas
de la Nueva Granada.
Las reuniones del Arcano se habían iniciado justo en 1789 y te-
nían lugar en la residencia de Nariño, siguiendo la moda de los sa-
lones de París. Zea figuraba entre los miembros fundadores. Poseía
Nariño una espléndida biblioteca familiar y personal provista con las
últimas novedades políticas (Montesquieu, Voltaire, Rousseau, etc.)
y se hallaba suscrito a los mejores periódicos del momento. Entre
sus proyectos se contaba el de mandar construir un salón de reunio-
nes adornado con frescos representando, entre otros, a Linneo y a
Buffon. Conspiraban contra el absolutismo y por las formas repu-

35
Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 <
1975, tomo 2: 81.
124 / José Antonio Amaya

blicanas, la división tripartita del poder y la representación popular.


Pregonaban que ya era tiempo de sacudir el yugo del despotismo y
fundar una República Independiente a ejemplo de la de Filadelfia.
Sinforoso Mutis, por ejemplo, protestaba diciendo que de buena
gana tiraría el manto [de colegial del Rosario] y tomaría el fusil.
Figuraban entre los habituales de aquel cenáculo, periodistas,
profesores, comentaristas, viajeros, hombres de ciencia y estudio y
hasta un cura. Puede citarse al médico francés Louis de Rieux, gra-
duado en Montpellier, de confesión masónica, en quien las autori-
dades identificaron, con razón, a un agente al servicio del gobierno
revolucionario francés. Su misión en estas tierras consistía en pro-
palar los Derechos del hombre y del ciudadano. Pedro Fermín de
Vargas, Zea, Sinforoso Mutis, José María Cabal y Enrique Umaña,
entre otros, se contaban entre los incondicionales de Nariño.
Conocidas son las relaciones de Mutis con Pedro Fermín de
Vargas. El señor director fue durante un tiempo su protector, le con-
siguió su primer puesto en el real servicio, como administrador del
estanco de la quina. Le abrió su corazón y los detalles de su vida. Ya
en el exilio, Pedro Fermín publicaría en Londres, hacia 1805, una
biografía muy informada y laudatoria del Primer Botánico y Astró-
nomo de su Majestad (ver Kónig & Sims, 1805). Produce perpleji-
dad la lectura de esta biografía, cuando se piensa que fue escrita por
uno de los conspiradores más temidos y buscados por las embaja-
das españolas en el mundo.
Nariño, hombre rico, culto y de familia distinguida, era propie-
tario de la Imprenta Patriótica, ubicada en la Plaza de San Carlos,
frente al Colegio de San Bartolomé, el sitio de reunión de la pobla-
ción estudiantil. A mediados de 1794 se dio a la tarea de traducir clan-
destinamente del francés la Declaración de los derechos del hombre
y del ciudadano. Le ordenó a su impresor, Bruno Espinosa de los
Monteros, tirar ochenta copias. La maquinación incluía la fijación
de pasquines sediciosos, un plan de toma del Batallón Auxiliar de
Santafé, y el posterior derrocamiento del gobierno. Entre las acusa-
Una flora para el Nuevo Reino I 125

ciones que pesaban contra Sinforoso Mutis figuraba la de mante-


ner correspondencia con P. F. de Vargas, revolucionario prófugo de
la justicia a la sazón en Filadelfia, y que habría ofrecido entrar por
los Llanos con un ejército de diez y ocho mil hombres. Las autori-
dades descubrieron la conspiración antes de que la edición de los
Derechos saliera de los límites de la tertulia. Destruyeron todas y cada
una de las copias, al punto de no dejar ni un ejemplar para uno de
nuestros museos actuales. Mutis se hallaba puntualmente informado
de lo que acontecía detrás de las puertas de la casa de Nariño y de
las personas que frecuentaban el círculo de éste. Cuando sintió que
la tensión llegaba a un momento culminante, le ordenó a Zea tras-
ladarse a Fusagasugá.
Los desvelos de Sinforoso en pro de la ciencia amable de las plan-
tas no parecen haber sido particularmente sostenidos, al menos para
esta primera época, que se extiende desde el 11 de noviembre de
1791, fecha de su nombramiento, hasta agosto de 1794, cuando fue
aprehendido por las autoridades. Tío y sobrino vivían entre regaños
y contestaciones. No le sale la inclinación del amor a las letras, ase-
guraba el tío 36 . Hay que precisar que Sinforoso vivió bajo el mismo
techo con su tío en la santafereña sede de la Expedición únicamen-
te veinte meses, desde el consabido 11 de noviembre de 1791 hasta
el día de San Juan (24 de junio) de 1793, cuando decidió internarse
en el Colegio del Rosario, desertando de las clases informales que
el tío le prodigaba. Nada indica que Mutis informara a las autorida-
des acerca del abandono del puesto por Sinforoso.
Zea permaneció veintidós meses en la santafereña sede de la Ex-
pedición instruyéndose en la botánica 31 , desde noviembre de 1791,
fecha de su nombramiento, hasta agosto de 1793, cuando, como se

36
Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 6-X-1793, en Hernández de Alba, 1968 &
1975, tomo 2: 93.
37
Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 20 de junio de 1798. Original en RJBM, AAJC,
Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N" 4.
126 / José Antonio Amaya

ha dicho, Mutis determinó enviarlo a Fusagasugá 38 . Las razones del


alejamiento no fueron científicas. La finalidad era liberarlo de la
quema, es decir, de la persecución de las autoridades 39 . Ha de notarse
que el hecho ocurrió un año antes de que Zea fuese privado de la
libertad, lo que sugiere hasta qué punto Mutis se hallaba puntual-
mente informado acerca de las actividades y de los peligros deMr-
cano de la Filantropía.
En el Fondo Mutis del Jardín Botánico de Madrid no se conser-
va ningún vestigio del trabajo de Zea en materia de recolecciones ni
de descripciones para el período comprendido entre 1791 y 1794,
aunque es seguro que Zea recolectó y preparó descripciones desti-
nadas a la Flora de Mutis.
Veinte son las descripciones fechadas que se conservan de puño
y letra de Sinforoso Mutis en el Botánico de Madrid y que fueron
preparadas durante su desempeño como adjunto de la Expedición;
la mayor parte de éstas fueron elaboradas en Santafé entre el 10 de
mayo de 1792 y el 5 de junio de 179340.
A mediados de 1794, en Santafé se armó la de san Quintín. Nariño,
Zea y Sinforoso, entre otros, fueron acusados de alta traición a la Co-
rona. Hechos prisioneros, fueron deportados a España en 1795. Lle-
garon a Cádiz el 18 de marzo de 1796 y allí permanecieron confina-
dos hasta finales de agosto de 1799.

38
Sobre el trabajo de Zea en Fusagasugá, puede consultarse la biografía de Enrique Umaña
Barragán que actualmente prepara el autor de este trabajo para la obra de Mauricio Umaña
Blanche, intitulada Los Umaña.
39
Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 21-IV-1794, en Hernández de Alba, 1968 &
1975, tomo 2: 100.
40
También se conserva en el Archivo del RJBM una descripción de Sinforoso Mutis ela-
borada en La Habana, seguramente entre 1803 y 1808. Otras catorce descripciones suyas
corresponden al período durante el cual tuvo bajo su dirección la Parte Botánica de la Expe-
dición (1808-1816); las fechas límite de estas últimas son 13-111-1809 y 28-VI-1815 y se re-
fieren a plantas de tierra fría y de tierra caliente en la Nueva Granada. Ciento tres descrip-
ciones suplementarias carecen de fecha y no siempre presentan determinación de localidad
(ver Amaya, 1992: 432-443 y 459).
Una flora para el Nuevo Reino I Vil

Con el destierro de los adjuntos se pusieron a la orden del día,


una vez más, los asuntos del adelantamiento de la Flora de Bogotá y
de la sucesión de Mutis. La solución lograda en 1791, más mala que
buena, se vino abajo en 1794. Mutis se hallaba rodeado de un verda-
dero enjambre de pintores y de aprendices de este oficio que cum-
plían sus obligaciones puntualísimamente, pero seguía careciendo
de colaboradores científicos. Los cartapacios de láminas botánicas
y los pliegos de herbario se abultaban día tras día haciendo cada vez
más acuciantes los problemas de la adquisición y consulta biblio-
gráficas, de la clasificación científica y de la publicación.
El trabajo de Mutis relacionado con la descripción y la clasifica-
ción botánicas no fue prolífico en absoluto durante su quinta y últi-
ma residencia en Santafé que, como se sabe, se prolongó desde mayo
de 1791 hasta su muerte en septiembre de 1808. Puede asegurarse
que con posterioridad a 1794 las actividades se concentraron en la
ilustración botánica y en el acrecentamiento de la biblioteca.

E l exilio en Cádiz

Aparentemente Mutis volvió a quedar solo en la santafereña sede de la


Expedición con su confidente y mayordomo Salvador Rizo Blanco
(1762-1816) y con los pintores. Aparentemente, porque el Primer Bo-
tánico de Su Majestad continuó comunicándose regularmente con
Zea41 y con Sinforoso -acusados de alta traición, como se sabe-, y se
guardó de solicitar a la Corona nuevos adjuntos. Por lo demás, ni ésta
ni el gobierno virreinal volvieron a ocuparse del asunto de la publica-
ción de la Flora de Bogotá, ni de la sucesión de Mutis. Todo parece
indicar que éste se hallaba determinado a continuar formalmente con
sus adjuntos, guardándoles sus posiciones en la Expedición, mientras

41
En sus cartas a Cavanilles, las alusiones de Zea a su correspondencia con Mutis son fre-
cuentes, y ello a través de toda la relación epistolar Zea-Cavanilles, que se prolongó desde
el 20 de junio de 1798 al menos hasta el 14 de junio de 1802.
128 / José Antonio Amaya

se producía el fallo de los tribunales. Lo que sugiere que el presidio


de Zea y de Sinforoso no alteraba en lo sustancial los planes de 1791.
Nariño fue separado de sus cómplices, mientras que Zea, Sinfo-
roso, José María Cabal (1769-1816) y Enrique Umaña (1772-1854)
compartieron la cárcel en Santafé, el viaje de destierro y la prisión
en Cádiz. Se mantenía viva una parte del "cogollito" que había lo-
grado germinar en casa de Nariño.
Mutis practicaba una estrategia múltiple. Por una parte se que-
jaba con acritud de las andanzas políticas de Sinforoso, ante su cu-
ñada, Ignacia Consuegra. Por la otra, se aprestó a recomendar a éste
y a Zea ante Antonio José Cavanilles (1745-1804), reputado botánico
residente en Madrid, con entradas en la corte, muy favorable a Mu-
tis. Le exponía lo ocurrido en Santafé en los siguientes términos:

La inconsiderada precipitación de estos ministros [¿del vi-


rrey Ezpeleta?, ¿de la Real Audiencia?], que nos hicieron creer
alborotos intestinos de la mayor consideración, y últimamente nos
hemos desengañado de la falsedad de aquel concepto. Quisiera
dilatarme algo sobre este punto, porque por allá [en la Corte de
Madrid] habrá sonado demasiado este acontecimiento y sería
razón desengañar con mi acostumbrada sinceridad las personas
de alto carácter con quienes tenga vuesamerced alguna amistad
[...] Más debemos temer en las actuales circunstancias de todo
el mundo revuelto [por la Revolución Francesa y sus consecuen-
cias] de los imprudentísimos procedimientos de estos deslum-
hrados ministros, por su notoria pasión contra los patricios [es
decir los criollos sindicados] que de la sospechada infidencia
americana [...] A la verdad que la buena política del día pide que
las provindencias de la Corte satisfagan completamente el honor
vulnerado de los patricios [la nobleza criolla]42.

42
Carta de J. C. Mutis a A. J. Cavanilles, Santafé, 19 de enero de 1795, en Hernández de
Alba, 1968& 1975, tomo 2: 112-113.
Una flora para el Nuevo Reino I 129

El ideario revolucionario que en Santafé era juzgado como delito


de lesa majestad, en Cádiz hacía el rigor de la moda. La Revolución
Francesa había ganado el alma de aquel pueblo eminentemente cos-
mopolita, comercial y liberal. Los sindicados fueron tratados con be-
nevolencia. Pronto se les mejoró su situación, permitiéndoseles cir-
cular por la ciudad sin custodia alguna, cultivar relaciones de amistad
y, hasta cierto punto, utilizar el tiempo a su arbitrio.
Es en Europa donde nuestros jurisconsultos en ciernes reafir-
man unos, descubren otros, su inclinación por la historia natural.
Advirtiendo la importancia creciente de la ciencia en la administra-
ción del Estado, van trocando su deportación en viaje de estudios,
con el apoyo de Mutis, de Cavanilles y de las autoridades metropo-
litanas. Las ciencias les abrían un camino seguro para la continua-
ción y para la promoción de sus carreras. ¿Más política que ciencia
en Santafé y más ciencia que política en Cádiz? El hecho es que el
viaje a Europa se concretó sin la intermediación familiar, muy im-
probable por lo demás en el caso de Zea, dados los recursos limita-
dos de sus progenitores. En los casos de Umaña y Cabal, vastagos
de poderosas familias en Santafé y en Buga, no se sabe que éstas hu-
biesen previsto, con anterioridad a 1794, viajes de estudio para sus
hijos. Sea como fuere, los costos de los cinco años de presidio ha-
brían sido cubiertos en alguna medida por las familias de los sin-
dicados.
Zea y Sinforoso, al lado de Cabal, asistieron a los cursos de bo-
tánica que impartía por aquellos días Francisco de Paula Arjona en
Cádiz. Se sabe que Zea tomó el curso en el Hospital de la Marina,
probablemente durante el primer semestre de 179843. Cabal habría
seguido, además, sendos cursos de anatomía y de diseño botánico
(Tascón, 1930: 31).

43
Carta de F. A, Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 30-VII-1798. Original en RJBM, AAJC, Co-
rrespondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
130/ José Antonio Amaya

Arjona había sido discípulo de Cavanilles en Madrid hacia 179444


y su cátedra se hallaba integrada al plan de estudios médico-quirúr-
gicos del Colegio de Cirugía de Cádiz, en el cual Mutis había cur-
sado su carrera cuarenta años atrás (1749-¿1757?). Tomó posesión
de la gaditana cátedra de Botánica en 1797 que regentó hasta 1799,
cuando fue trasladado al Colegio de Medicina y Cirugía de Burgos.
Murió en Cádiz en 180045. Con razón o sin ella, Zea se permitió cali-
ficar el curso de Arjona de demasiado elemental^, lo que podría indi-
car la calidad de su formación botánica adquirida al lado de Mutis.
Por lo que toca a la afición de Cabal y de Umaña por las ciencias
naturales, hoy por hoy ésta no ha sido documentada como un hecho
surgido en Santafé.
Cabal y Sinforoso se aplicaron a la tarea de montar sus herbarios
respectivos. En relación con el herbario de Sinforoso, cuyo Catálo-
go"'1 se conserva en el Fondo Documental J. C. Mutis del Jardín Bo-
tánico de Madrid, se trata de un huerto seco formado [¿en Madrid?]
en 1801 por un principiante. Variopinto, con especies bastante co-
munes, europeas en su mayoría o susceptibles de cultivarse en Eu-

44
Cavanilles (1797, tomo 4: 57, plancha 383) celebró a don Francisco de Paula consagrán-
dole el género Arjona que apareció publicado con la dedicatoria: "In honorem Domini
Francisci Arjona, qui Gadibus Botanicem summa cum laude publice docet". ["En honor de
Don Francisco Arjona quien regenta en Cádiz la Cátedra Pública de Botánica de la manera
más laudable"],
45
Ver Galán, 1988: 244, 328, 330, 399, 400, 401, 403, 405.
46
Al respecto Zea le comentaba por carta a Cavanilles, a cuya protección aspiraba: "Cuan-
do he asistido, como discípulo, al curso que acaba de darse en el Hospital y estudiado los
principios más triviales, como si no tuviera algún conocimiento botánico, juzgue vuestra
merced del anhelo que tendré por las lecciones de un Sabio, que miro como el único que en
España puede dirigirme en esta carrera, en que veo extraviados y perdidos a todos los de-
más" (Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo
24, Carpeta No 4).
47
Catálogo de las Plantas que existen en el Herbario de Don Sinforoso Mutis Consuegra-
Año de 1801. Pinto (1989) publicó un artículo en el que figura un estudio de las Gramíneas
incluidas en este Catálogo.
Una flora para el Nuevo Reino / 131

ropa, muchas de ellas no precisamente de Cádiz 48 . Lo que sugiere


que fue en Europa donde Sinforoso se formó botánico propiamente
dicho pues, como se sabe, su permanencia al lado del tío, breve, in-
termitente y obstaculizada por motivos familiares, personales y po-
líticos, fue más bien precaria en contenido científico.
La formación histórico-natural se hallaba en Cádiz inscrita en
el programa de un centro universitario con una tradición de casi me-
dio siglo en la enseñanza de la medicina y de la cirugía, dotado de
una biblioteca y de un jardín botánicos. Además, los estudiantes rea-
lizaban sus prácticas en el Hospital de la Marina de Cádiz 49 . Este
hecho colocaba a nuestros criollos en una situación bien distinta de
aquella que habían tenido que observar en Santafé, donde la botá-
nica era todavía objeto de enseñanza privada, con un alto ingredien-
te autodidacta y dirigida a abogados en trance de formación.
Todos estos datos conducen a restringir el papel de Mutis como
maestro y a descubrir una nueva dimensión de su personalidad como
alguien más apto para integrar talentos a su Expedición que para for-
marlos. El exilio exponía a los neogranadinos a una influencia cul-
tural imprevista por Mutis, pero que éste trataría de reforzar y apro-
vechar con el tiempo.
En 1798 Zea tomó la iniciativa de escribirle a Cavanilles, cuyo
nombre había llegado a oídos suyos por intermedio de Mutis, co-
rresponsal del naturalista valenciano desde 1786. Las biografías de
Mutis y de Cavanilles presentan afinidades notables. Compartían la
sotana de sacerdotes seculares. Defendían las ideas de Newton (1642-
1727), Christian Wolff (1679-1754) y Pieter van Musschenbroeck
(1692-1771). Sus formaciones botánicas nada tenían que ver con

48
A solicitud del autor, Félix Muñoz Garmendia, investigador del Jardín Botánico de Ma-
drid, se pronunció en estos términos sobre el Herbario de S. Mutis (comunicación perso-
nal, 1989).
49
Sobre la historia del Colegio de Cirugía de Cádiz, ver los documentados trabajos de Ferrer,
1963 y Galán, 1988.
132 / José Antonio Amaya

Migas Calientes ni con el Prado. La vocación de naturalista de Cava-


nilles, un tanto tardía, se había despertado en París en 1777, a la edad
de 32 años. Vivió en la capital francesa durante los doce años siguien-
tes, desempeñan dose como ayo de los hijos del duque del Infantado.
En París había sido discípulo de Antoine-Laurent de Jussieu (1748-
1836), justo por los años en que éste maduraba el sistema natural
de clasificación que terminaría sustituyendo al de Linneo, a partir
de 1789, con la publicación del Genera plantarum.
Cavanilles mereció la amistad de su maestroy de la familia de éste;
en todos ellos dejó un recuerdo entrañable que perduró en una nutri-
da correspondencia que ambos supieron cultivar después del regreso
de Cavanilles a Madrid 50 . Cavanilles había consolidado su prestigio
en París como propietario de un rico herbario, como botánico de ga-
binete y como reformador del sistema de Linneo. Se propuso adelan-
tar una obra con marcado carácter universal y acumulativo, que se
proyectó con rasgos en extremo novedosos en la tradición botánica
española51.
Fue Cavanilles quien tomó la iniciativa de escribirle a Mutis en
Mariquita, desde París, en mayo de 1786. Para entonces el nombre
de Mutis circulaba en París, como lo demuestra la honrosa alusión
que Cavanilles había hecho del Mutis naturalista en sus Observa-
ciones sobre el artículo España de la Nueva Encyclopedia (1784).
En 1786 le solicitaba materiales para su ohraMonadelphia, en la cual
acometió una revisión y actualización de la Clase XVI del Sistema de
Linneo.

Nadie puede contribuir como vuesamerced -le aseguraba-,


que se halla en el centro de la vida; aquí son los herbarios los que

50
La formación botánica de Mutis se halla documentada en Amaya, 1992: "Mutis amateur
de botanique, son approche de Linné á Cadix puis á Madrid", pp. 170-186.
51
Para un estudio bibliográfico de A. J. Cavanilles, ver López & López, 1983: 51-80.
Una flora para el Nuevo Reino / 133

debo consultar con frecuencia, pero vuesamerced lee en el gran


libro de la naturaleza que se manifiesta sin sombras ni equivoca-

Desde París le envió al menos dos cartas. Ya en Madrid y sin lo-


grar satisfacer su deseo de recibir colecciones de Santafé, retomó la
correspondencia con Mutis en 1794 y la continuó hasta 1803, el año
anterior a su muerte, enviándole un total de siete cartas. Mutis por
su parte le remitió a Cavanilles un total de unas cinco cartas desde
Santafé (1794-1803) 53 .
Zea optó por omitir la mediación de Mutis para entrar en co-
municación con Cavanilles. Se presentó como discípulo del gaditano,
solicitando de Cavanilles sus luces y consejos para adelantar mis co-
nocimientos botánicos 5 \ La correspondencia de Zea con Cavanilles
llegó a ser más frecuente que la de Mutis con este último, como lo
demuestran las treinta y una cartas conocidas de Zea a Cavanilles
escritas entre el 20 de junio de 1798 y el 14 de junio de 1802. Ofre-
cía para un futuro cercano sus servicios como recolector en Nueva
Granada, propuesta que no podía sino despertar vivamente el inte-
rés de Cavanilles. Al momento de recibir la misiva de Zea, Cavanilles
carecía de corresponsal en América, si se exceptúa a Mutis, quien
se había mostrado más que parco en el envío de plantas neogranadinas
para el valenciano.
Zea no tardó en recibir respuesta de Madrid. Por aquellos días
Cavanilles se hallaba empeñado en adelantar su obra botánica no
menos que en arruinar la carrera del director del Prado, Casimiro

52
Carta de A. J. Cavanilles a Mutis, París, P-V-1786, en Hernández de Alba, 1968 & 1975,
tomo 3: 200.
33
La totalidad de estas cartas puede consultarse en Hernández de Alba, 1968 & 1975, to-
mos 2 y 3.
54
Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 30 -vil- 1798. Original en el RJBM, AAJC,
Correspondencia Científica, Legajo 24, Carpeta N" 4.
134/ José Antonio Amaya

Gómez Ortega. Para 1798 la obra de Cavanilles alcanzaba cerca de


una docena de títulos de botánica, los últimos de los cuales habían
salido de la Imprenta Real (ver López & López, 1983). La República
de las Letras (comunidad de científicos se diría hoy por hoy) asistía
al hecho paradójico de que los costos de impresión de los recientes
fascículos publicados por el director del Jardín Real, contestación de
factura modesta, hubiesen debido ser cubiertos por el propio autor 55 .
La Corona y la comunidad científica internacional mostraban un
creciente descontento con la gestión de Gómez Ortega al frente del
Prado. Gómez Ortega padecía de una gordura desfigurante que lo
inhabilitada día tras día. Varios viajeros europeos que visitaron el Pra-
do a finales del siglo dejaron testimonios incontrovertibles acerca del
estado de abandono de las siembras, de la pobreza de los herbarios,
del ausentismo de las directivas y de los profesores. Uno de aquellos
testimonios pertenece al propio Zea, quien tuvo ocasión de conocer
el Prado en 1800, en vísperas de la caída de Gómez Ortega. No vaciló
en calificarlo desde París, en 1801, de ridículo56. Comparada con su
institución de tutela, la Expedición de Santafé resultaba ser un cen-
tro modelo en miras científicas, organización y disciplina.
A medida que la correspondencia entre Zea y Cavanilles fue ha-
ciéndose más frecuente y personal comenzó a perfilarse un reorde-
namiento de las alianzas en el horizonte de la botánica española. Por
un lado estaba el bloque dirigido por Gómez Ortega y conformado
por los expedicionarios al Perú y Chile, Hipólito Ruiz López (1752-
1816) y José Antonio Pavón Jiménez (1754-1840), sin olvidar al ma-
logrado Sebastián José López Ruiz en Santafé. Este grupo había
venido orientando los destinos de la botánica oficial española desde
1770, año en que Gómez Ortega accedió a la dirección del Real Jardín

55
Puerto (1992) es autor del mejor estudio biográfico que existe en la actualidad sobre C.
Gómez Ortega.
56
Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Ibiza, -vil- 1801. Original en RJBM, AAJC, Corres-
pondencia Científica, Cartas de F. A Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
Una flora para el Nuevo Reino / 135

de Madrid. Por otro lado, se perfilaba con creciente nitidez el grupo


dirigido por Cavanilles y conformado por Mutis y Zea; Salvador Rizo
también llegó a cartearse con Cavanilles.
La situación de los deportados comenzó a aclararse. España se
mostraba cada día más solidaria con la política exterior y los hom-
bres de la Revolución Francesa. El tratado de Basilea, firmado en
1795, había establecido la paz entre las dos naciones. Dos años más
tarde, en 1797, Carlos IV aliado con Francia le declaraba la guerra a
Inglaterra. El embajador de Francia en la Corte de Madrid no tardó
en aprovechar la coyuntura para intervenir en favor de su conciuda-
dano Louis de Rieux, cuya liberación apuró la de los neogranadinos.
En 1799 el Consejo de Indias declaró concluida la causa de Zea,
de Sinforoso Mutis, de Cabal y de Umaña, entre otros. Ordenó su
libertad completa y la restitución de sus bienes, como si no se hu-
biera procedido en modo alguno contra ellos. A Sinforoso se lo rein-
tegró a la Expedición Botánica de Santafé el 23 de octubre de 1799.
A éste y a Zea se les indemnizó por brazos caídos y se les brindó la
posibilidad de continuar en sus empleos y profesiones. Sinforoso
supo arreglárselas para justificar un cargo que había abandonado y
un salario de quinientos pesos anuales que nunca se le había asig-
nado. Todas estas providencias favorecían a los excarcelados, cuya
situación profesional era, como se sabe, por lo menos incierta.
Concluido el juicio, Zea, Sinforoso y Cabal expresaron su inten-
ción de regresar cuanto antes al Nuevo Reyno, no sin antes pasar a
conocer la Corte y en ella a la persona de Carlos IV y, claro está, a
Cavanilles. Zea no tardó en manifestar su deseo de despedirse de la
Expedición de Santafé y tratar de manejarse por sí mismo. Si no lo-
gro algunas ventajas más, no me contento con el empleo que tenía 51 ,
le revelaba a Cavanilles. Se decía dispuesto a organizar una expedi-

57
Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, [i?] -vm- 1799, Original en RJBM, AAJC,
Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
136/ José Antonio Amaya

ción por su natal Provincia de Antioquia, una idea que había sido con-
cebida en realidad por Mutis, por los días en que Zea fue encarcela-
do; en los planes originales se entreveía incluso la posibilidad de asig-
narle un par de pintores a Zea.
Mutis, quien desde 1794 se había mantenido fiel a sus discípu-
los, no estuvo de acuerdo con el regreso inmediato de éstos. Movido
por el afán de contar con colaboradores idóneos para editar los cen-
tenares de láminas y plantas secas que seguían acumulándose sin
cesar en su gabinete, les sugirió permanecer dos años en Madrid
perfeccionando su formación botánica al lado de Cavanilles. Se
mostró incluso dispuesto a asumir los costos de la estada, con la
condición, claro está, de que Sinforoso fuese aceptado por Cavanilles.
Como se sabe, el compromiso adquirido por Mutis con la Coro-
na en 1783 consistía en preparar el manuscrito de la Flora de Bogo-
tá en Santafé y, una vez editado, enviarlo para su publicación en
Madrid. Ahora, en las postrimerías del siglo, parecía determinado a
realizar las dos operaciones en América. Con el fin de asumir el reto
de la publicación habría negociado una imprenta en 179858, y se ha-
llaba empeñado en la conversión de algunos dibujantes suyos en gra-
badores (Humboldt, 1846). La envergadura del desafío no era de
poca monta y ello en cualquier país de América. En el Nuevo Reyno
este reto resultaba inédito por completo. Zea y Sinforoso eran pie-
zas claves en esta estrategia. El tiempo empezaba a mostrar que el
destierro de los adjuntos había terminado por beneficiar a la Expedi-
ción. Podía esperarse que en un futuro cercano este centro contaría
con colaboradores de excelencia. La cooperación de Zea y Sinforoso
era lo único que podía sacarlo de la situación bochornosa en que se
hallaba al seguir dando largas a la entrega de su obra. Mutis había

18
Al respecto F. A. Zea le comentaba A. J. Cavanilles: "Dentro de un año comenzará a
publicarse la Plora de Bogotá. Ya estaba la imprenta cerca de Santafé" (carta fechada en
Cádiz el 4-XII-1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A.
Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4).
Una flora para el Nuevo Reino / 137

venido aprovechando el destierro de sus discípulos para acopiar un


verdadero arsenal bibliográfico al tiempo que concentraba el traba-
jo de la Expedición en una iconografía botánica, zoológica y antro-
pológica única en el mundo por su calidad y cantidad 59 . Se trataba
de preparar sin apuros pero sin tregua los recursos humanos y ma-
teriales para la ansiada síntesis científica. Hay que puntualizar,
sin embargo, que el resultado logrado con la formación de Zea y
Sinforoso no era únicamente el producto de una política trazada
desde Santafé.
En Madrid, Cavanilles les abrió sin reservas las puertas de su ga-
binete, herbario y biblioteca. Es muy probable que los neogranadinos
se beneficiaran no sólo de sus lecciones privadas, que ganaban fama
en toda Europa, sino de sus orientaciones científicas, no menos que
de su atrayente personalidad. Cabal, en particular, llegó a ser discí-
pulo suyo, muy aventajado. ¡Qué mozo tan sobresaliente! ¡Qué talento
tan despejado y apto p a r a las ciencias naturales!, le comentaba
Cavanilles a Mutis en carta de 18 de agosto de 1801 (publicada por
Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 210).
El plan de Mutis enderezado a que sus agregados culminaran
su formación botánica al lado de Cavanilles no tuvo éxito. Lo que
sucedió fue que Cavanilles optó por apoyar en 1800 a Zea, Sinforoso
y Cabal para que éstos se trasladaran a París a conocer mundo y a
completar allí sus estudios de ciencias naturales. Respaldo similar
le había acordado, por ejemplo, al botánico peninsular discípulo suyo
Simón de Rojas Clemente (1777-1827). Las miras de Cavanilles
parecían puestas en la formación de una escuela metropolitana con
proyección en las colonias. Les extendió cartas de recomendación
para Rene Louiche Desfontaines (1750-1830), A-L. de Jussieu, Nicolás

•l9 Para un estudio de la iconografía mutisiana, ver Amaya (1986), y el trabajo en prepara-
ción de J. A. Amaya y de Beatriz González, "Diccionario de pintores, aprendices y alumnos
de la Expedición Botánica", con un capítulo introductorio titulado "Los pintores de la Ex-
pedición Botánica bajo el poder del número".
138/ José Antonio Amaya

Louis Vauquelin (1763-1829), Etienne-Pierre Ventenat (1757-1808)


y otros connotados naturalistas franceses. Influyó para que la Coro-
na española le concediera a Zea una beca que le permitió prolongar
su permanencia en París hasta 1802.
La aprobación del viaje de estudios de Zea tuvo que tener un tras-
fondo político, como lo sugiere el hecho de que las autoridades le
negaran el permiso que solicitó, en 20 de mayo de 1800, para incor-
porarse a la Expedición de Santafé. La Corona favorecía y hasta ob-
sequiaba a quienes habían conspirado contra ella, pero se mostraba
remisa a permitir el regreso de Zea. Más tarde Cavanilles logró que
Cabal fuera becado por el gobierno español durante tres años em-
pleados en París en el estudio de la química.
Zea estuvo a punto de no poder cumplir con el objetivo de llegar
a París al ser obligado a guardar cuarentena en la frontera francesa,
con motivo de una epidemia de fiebre amarilla que azotaba por en-
tonces a España. Por esta razón Sinforoso no alcanzó a remontar los
Pirineos y aprovechó la oportunidad para regresar de inmediato a
Santafé.
Es de lamentar el regreso de Sinforoso, pues era probablemente
quien más precisaba de la experiencia parisina. En repetidas ocasio-
nes, como se sabe, Mutis se había quejado de la desaplicación e in-
disciplina de su sobrino; Zea nunca dio por verdadera la vocación por
la botánica de su antiguo contertulio; Cavanilles, por su parte, no
manifestó particular entusiasmo por el talento del criollo, al menos
no el mismo entusiasmo que le produjeron Zea y sobre todo Cabal60.
Llegado a París, Zea se apresuró a comunicarle a Cavanilles que

[...] los profesores a quienes vuestra merced tuvo la bondad


de recomendarme, me han recibido con todo el aprecio que Vd.

60
Carta de A. J. Cavanilles a J. C. Mutis, Madrid, 18 -VIII- 1801, en Hernández de Alba,
1968 & 1975, tomo 3: 210.
Una flora para el Nuevo Reino / 139

sabe inspirar a los que le tratan, adelantándose a mis deseos me


han proporcionado cuantos medios puedo desear para desempe-
ñar con gloria el encargo que traigo61.

El encargo tenía varios aspectos por lo que se refiere a la Expe-


dición de Santafé. En primer lugar, como se ha dicho más arriba,
Zea debía enriquecer su formación con miras a asumir las funcio-
nes de editor de la Flora de Mutis. El apoyo y las consideraciones
de que fue objeto en la capital francesa se hallan asociados con su
condición de recomendado de Cavanilles y, ante todo, con su cali-
dad de discípulo de Mutis y de agregado de la Expedición de Nueva
Granada, calidad con la que el naturalista de Medellín solía presen-
tarse oficialmente. Detrás del encargo se movía la mano de Cava-
nilles, en quien Zea identificaba a su amado favorecedor. Otro as-
pecto de la misión de Zea consistía en adquirir la bibliografía más
reciente para la preparación de la Flora de Bogotá. En este sentido
supo asesorarse de Ventenat, curador a la sazón de la Biblioteca de
Santa Genoveva, muy al corriente de todo lo relacionado con el co-
mercio del libro. Zea había venido colaborándole a Mutis en la con-
secución de libros de historia natural desde sus días de presidio en
Cádiz, y en este desempeño había merecido la invaluable asesoría
de Cavanilles. Operaba no como un intermediario cualquiera, sino
que se beneficiaba con la lectura de los libros antes de remitirlos a
Santafé. Como agente librero de la Expedición de Santafé llegó a
reemplazar al diplomático sueco Hans Jacob Gahn (n. en 1748),
muerto en Cádiz en 1800, víctima de la epidemia de la consabida
fiebre amarilla, en desempeño del cargo de cónsul de Suecia. Nada
indica que se haya puesto en contacto con los neogranadinos en
aquella ciudad durante el presidio de los mismos. Zea también ope-
raba como agente en la venta de quinas de Santafé, negocio que re-

61
Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, París, -XII- 1800. Original en RJBM, AAJC, Corres-
pondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
Una flora para el Nuevo Reino / 139

sabe inspirar a los que le tratan, adelantándose a mis deseos me


han proporcionado cuantos medios puedo desear para desempe-
ñar con gloria el encargo que traigo61.

El encargo tenía varios aspectos por lo que se refiere a la Expe-


dición de Santafé. En primer lugar, como se ha dicho más arriba,
Zea debía enriquecer su formación con miras a asumir las funcio-
nes de editor de la Flora de Mutis. El apoyo y las consideraciones
de que fue objeto en la capital francesa se hallan asociados con su
condición de recomendado de Cavanilles y, ante todo, con su cali-
dad de discípulo de Mutis y de agregado de la Expedición de Nueva
Granada, calidad con la que el naturalista de Medellín solía presen-
tarse oficialmente. Detrás del encargo se movía la mano de Cava-
nilles, en quien Zea identificaba a su amado favorecedor. Otro as-
pecto de la misión de Zea consistía en adquirir la bibliografía más
reciente para la preparación de la Flora de Bogotá. En este sentido
supo asesorarse de Ventenat, curador a la sazón de la Biblioteca de
Santa Genoveva, muy al corriente de todo lo relacionado con el co-
mercio del libro. Zea había venido colaborándole a Mutis en la con-
secución de libros de historia natural desde sus días de presidio en
Cádiz, y en este desempeño había merecido la invaluable asesoría
de Cavanilles. Operaba no como un intermediario cualquiera, sino
que se beneficiaba con la lectura de los libros antes de remitirlos a
Santafé. Como agente librero de la Expedición de Santafé llegó a
reemplazar al diplomático sueco Hans Jacob Gahn (n. en 1748),
muerto en Cádiz en 1800, víctima de la epidemia de la consabida
fiebre amarilla, en desempeño del cargo de cónsul de Suecia. Nada
indica que se haya puesto en contacto con los neogranadinos en
aquella ciudad durante el presidio de los mismos. Zea también ope-
raba como agente en la venta de quinas de Santafé, negocio que re-

61
Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, París, -XII- 1800. Original en RJBM, AAJC, Corres-
pondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
140 / José Antonio Amaya

portaba jugosas ganancias que permitían comprar libros y hasta un


laboratorio de química que Mutis pedía con insistencia. El asunto
de las quinas conforma todo un capítulo de la Expedición Botánica
del cual no nos ocuparemos en esta ocasión.
El 17 de junio de 1801, Cavanilles fue nombrado para gobernar
y dirigir el Real Jardín Botánico, en reemplazo de Gómez Ortega, a
quien la Corona determinó jubilar de modo fulminante. En Europa
hasta los rusos se alegraron de la reforma, según le comunicaba Zea
a Cavanilles en carta del 10 de julio 62 .
El ministro Pedro Cevallos se aprestó a enviar una instrucción el
17 de junio de 1801, justo en la fecha de la nominación de Cavanilles,
definiendo la vocación centralista del Real Establecimiento de Botá-
nica de Madrid, en relación con sus satélites en el imperio:

Es la voluntad de Su Majestad que el Real Establecimiento


de Botánica en Madrid sea el centro de los demás de la Penínsu-
la y de los que existan [...] en todos sus dominios [...] Para el
mutuo fomento en bien todos, cada año [deberán presentar] un
estado circunstanciado de las plantas vivas que tengan, herbarios,
bibliotecas, enseñanza y discípulos; otro de los fondos y gastos; y
una noticia de los descubrimientos que hayan hecho y de las obras
que quieran imprimir; para que vistas y aprobadas por el profe-

62
" [...] había suspendido dar a vuestra merced el parabién de su nuevo destino [de direc-
tor del madrileño Jardín del Prado] y participar la satisfacción que ha causado a los amigos.
Aun los que no son, se han alegrado por amor de la ciencia y del bien público. Yo no sé cómo
habían acertado los ex profesores a dar en toda Europa tan malas ideas de su manejo como
de su enseñanza. Aquí hay millares de extranjeros y hasta los rusos tienen el mismo con-
cepto, se alegran de la reforma y se prometen mil felicidades. Considero a vuestra merced
muy ocupado no sólo en la enseñanza, sino tirando ya sus líneas para engrandecer nuestro
ridículo Jardín y hacerlo como debe ser, el primero de la Europa. Ahora se puede con gusto
concurrir a su adelantamiento y la ciencia se propagar entre la gente civilizada" (la carta fue
fechada en Ibiza. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea,
Legajo 24, Carpeta N° 4).
Una flora para el Suevo Reino / 141

sor de Madrid, se den al público para hacer constar en honor de


la nación los adelantamientos de la botánica63.

Mutis recibió el instructivo y tampoco en este caso dio señales


de cumplir con las obligaciones que allí se le fijaban.
Para entonces Zea se hallaba en París ocupado en la preparación
de un proyecto de reforma de la Expedición neogranadina. Que el
gobierno español debía hacer efectiva la sucesión de Mutis. Que la
Expedición de Santafé debía articular su acción con aspectos prác-
ticos relacionados con la agricultura del país y abandonar su carác-
ter prioritariamente botánico (taxonomía) o más bien pictórico. Que
la Expedición debía diversificarse integrando a sus investigaciones
de botánica, la agricultura, estudios de zoología, mineralogía y quí-
mica. Que la acción científica en Santafé debía estar vinculada de
modo orgánico con la política científica de la metrópoli. Que Cabal
debía ocuparse de una proyectada sección de química, mientras que
a Umaña se le confiaría la de mineralogía (el proyecto fue publicado
en Zea, [1802]).
La curiosidad que experimentaba Cavanilles por la Flora de Bo-
gotá no conocía límites. Y es que la obra tuvo en vilo a toda la comu-
nidad científica europea a lo largo de la segunda mitad del siglo
XVIII64. Cavanilles supo aprovechar la correspondencia de Zea para
explorar e inquirir al criollo sobre el asunto. El testimonio de Zea
era invaluable, en la medida en que éste había trabajado cerca de dos
años en el santuario (nombre con el que se designaba el gabinete
de Mutis) donde se guardaban los materiales de la obra. Zea res-
pondió a Cavanilles en los siguientes términos:

63
Oficio de Pedro Cevallos a J. C. Mutis remitido por intermedio de A. J. Cavanilles, jefe y
único profesor del Real Establecimiento de Botánica de Madrid, Madrid, 17 de junio de 1801.
La carta de Cavanilles tiene por fecha el 18 de agosto de 1801. Uno y otra fueron publicados
por Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 209.
64
Sobre las expectativas que generó la Plora de Bogotá en Europa, ver Amaya, 1992: 16-25.
142 / José Antonio Amaya

Diré a vuestra merced todo lo que sé de las obras del señor Mu-
tis. De hFlora de Bogotá, que está para publicarse, hay sobre 3.000
láminas en colores y otras tantas en negro [...] A la descripción de
las plantas acreditadas en el Nuevo Reyno precede la historia de su
descubrimiento y aplicaciones, despreciando unas, adaptando otras,
que Mutis ha comprobado e indicando algunas nuevas que pudie-
ran hacerse. Muchas maderas preciosas, muchísimas resinas y
anices, varios tintes, la manteca y cera de palmas, cortezas aromá-
ticas, multitud de plantas medicinales, una especie de cacao en cuya
lámina apuró Rizo todos los primores del arte, una especie de Clusia
que da incienso comparable al de Arabia, otras muchas drogas, unas
nuevas y otras conocidas, pero cuyas plantas están mal determina-
das o se ignoran, harán esta flora útilísima a nuestras artes y co-
mercio así como preciosa y singular en la botánica. Tiene también
multitud de flores hermosísimas que encantarán a los aficionados.
Los botánicos encontrarán en ellas fructificaciones singulares y aún
partes desconocidas en las plantas a que ha sido preciso dar nue-
vos nombres. Sus prolijas observaciones sobre el sueño y poliga-
mia de las plantas, sobre sus fructificaciones y otras partes, sobre
las fecundaciones recíprocas y las especies híbridas o mestizas, le
darán a la ciencia luces inesperadas. Me olvidaba de advertir que
la obra en mi tiempo pasaba de 30 volúmenes de a 100 láminas; pero
hoy en día creo llegue a 40, porque se han añadido muchas lámi-
nas, cuyo total no bajar de 4.000. Es de notar que con todos los co-
lores con que están dibujadas son tomados de las mismas plantas.
El negro que parece tinta de china es el jugo de las bayas de la
Ubilla, especie de Cestrum, que acaso debe reducirse a Lisium.
Esta misma planta da otros dos o tres colores descubiertos por Rizo
sobre las ideas del señor Mutis [...]6S.

65
Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 27-XII-1798. Original en RJBM, AAJC, Co-
rrespondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4. Cavanilles utilizó
estas informaciones en su trabajo publicado en 1800.
Una flora para el Suevo Reino I 143

Nótese que Zea no se refiere en su detallada comunicación al


texto de la Flora de Bogotá, del que no parecía tener mucho conoci-
miento, pues su jefe había mantenido en la más absoluta reserva este
aspecto de su obra, como ocurrió con Caldas, e incluso con el propio
Sinforoso. Cuando Mutis murió en 1808, ninguno de sus discípulos
conocía los manuscritos de la Flora de Bogotá.
La descripción por Zea de la obra de Mutis no podía sino aguzar
aún más el interés de Cavanilles, como autor y como editor. Y es que
el campo de estudio de Cavanilles abarcaba la extensión del Imperio
español, sin distinción de fronteras provinciales. Tenía acumulada
experiencia en el tratamiento de plantas americanas, particularmente
gracias a las colecciones que le había transmitido Louis Neé, viaje-
ro francés al servicio de la Corona española 66 . Desde finales del si-
glo XVIII, venía publicando sus Icones, obra en la que figuran géne-
ros y especies de múltiples latitudes de las posesiones españolas. La
autoría de esta serie de amplio espectro geográfico contribuía a que
Cavanilles fuese reconocido como el Linneo español. Justo en aquella
obra apareció la única planta de Mutis publicada en España metro-
politana: el Caryocar amigdaliferum (Cavanilles, 1797, tomo 4: 37,
grabados 361 & 362). ¿Acaso no fue el interés por la Flora de Bogo-
tá lo que movió a Cavanilles a acordarle protección a Zea? Sea como
fuere, es preciso puntualizar que la relación de Cavanilles con el
equipo de Mutis no le significó al naturalista valenciano ninguna
ventaja para el adelantamiento de su obra botánica.
Resulta improbable que Mutis, condecorado con el título de Pri-
mer Botánico del Rey y honrado con el cargo de director de una Ex-
pedición Botánica, para no hablar de su condición de veterano de
los naturalistas españoles, estuviese dispuesto a aparecer ante los
ojos de la República de las Letras como colector de su colega Cavani-

66
Los trabajos en los que Cavanilles utiliza o menciona la recolecciones de Neé aparecen
descritos por Muñoz, 1989: 64-68.
144 / José Antonio Amaya

lies. Sobre todo cuando se tiene en cuenta su arraigo e identifica-


ción con la tierra neogranadina, que le hacía preferir la práctica de
una ciencia autónoma con respecto a la metrópoli.
La calidad de Cavanilles de cofundador y coeditor de los Anales
de Historia Natural (editados en facsímil por Fernández, 1993), ma-
drileña revista que comenzó a aparecer en 1799, revela otra dimen-
sión de su interés por la Flora de Bogotá. Cavanilles invitó e incluso
requirió las contribuciones de Mutis. El ofrecimiento de publicar
en la metrópoli iba asociado con la ventaja de poder incluir ilustra-
ciones que serían grabadas por los más destacados artistas de la
Península. La revista incluía, entre otros, artículos de botánica, de
mineralogía, de geología, entre otras. Aparecía regularmente y per-
mitía ir publicando memorias y artículos de corta extensión, sin las
exigencias de un libro. Brindaba una oportunidad excelente para ase-
gurar la prioridad de los géneros y especies descubiertos en Nueva
Granada. A Mutis y a su equipo les faltó diligencia para aprovechar
esta oportunidad que sencillamente nunca existió durante la direc-
ción (1771-1801) de Gómez Ortega y su equipo.
Ha de recordarse que durante su desempeño como profesor del
Real Jardín de Madrid, Gómez Ortega se cruzó con Mutis una car-
ta; de la correspondiente respuesta de Mutis (1784), sólo se conoce
el borrador incompleto (que aparece en Hernández de Alba, 1968 &
1975, tomo 1: 179-185). Probablemente no hubo más intercambio
epistolar. En realidad la Expedición neogranadina perdió poco de esta
falta de relación. La asistencia que el Prado podía ofrecer era men-
guada cuando no improbable. Reducidísimo era el número de estu-
diantes que asistían a las lecciones de botánica que allí se impartían
y, por lo demás, ninguno de éstos fue propuesto para ser enviado a
colaborar con Mutis. Seguían el Curso de Botánica publicado por
Gómez Ortega en 1785. Este manual, impreso bajo los auspicios de
la Corona y utilizado como texto oficial de la botánica metropolita-
na, no conoció éxito alguno en la Nueva Granada. Mutis lo habría
tildado de monumento de vergüenza (carta de Zea a Cavanilles,
Una flora para el Nuevo Reino I 145

Cádiz, 14-K-1798) para la botánica española; Zea lo encontraba


desatinado en el plan y erróneo en el método {Ibidem); Caldas lo
calificaba de miserable en el arte. Todo apunta a que los naturalistas
en el Nuevo Reyno prefirieron aprender la botánica en las fuentes
de laPhilosophia botánica de Linneo (1751). Por otra parte, el Jar-
dín botánico metropolitano estuvo lejos de ofrecerle a Mutis la po-
sibilidad de clasificar y publicar sus colecciones. Éste siempre per-
cibió con aprehensión la posibilidad de enviar los materiales de su
obra a Madrid, alimentando sus recelos con el ingrediente de algu-
nos comentarios de Cavanilles:

[Gómez Ortega] prometía y vendía favores, como si tuviese


a los ministros en la mano; pero si alguno cayó en el lazo y se des-
prendía de sus obras, podía darse por olvidado. Aparentando celo,
instaba continuamente a los oficiales para que forzasen los auto-
res a enviar sus trabajos. Vuesamerced era uno de los destinados
al sacrificio [...]67.

Mutis se guardó de solicitar cualquier tipo de asistencia científi-


ca del Prado de Madrid, en lo relacionado con el personal de natura-
listas y el pedido de libros. Y se mantuvo inconmovible en esta deter-
minación, hasta 1801, cuando Gómez Ortega fue jubilado. Se limitó a
requerir dos dibujantes de la Real Academia de San Fernando, centro
independiente de Migas Calientes. Gómez Ortega, por su parte, tam-
poco ofreció ningún tipo de apoyo y dictaminó dejar al arbitrio de Mutis
todo lo correspondiente a su expedición6*3. La creación y existencia de
la Expedición neogranadina poco y nada significó para salvar las dis-
tancias entre Madrid y Santafé. Baste evocar sólo un aspecto. Está

67
Carta de A.J. Cavanilles aj. C. Mutis, Madrid, 28-IV-1795, en Hernández de Alba, 1968
& 1975, tomo 3: 204.
68
Carta de J. C. Mutis a E. Valenzuela, Santafé, 31-XII-1783, en Hernández de Alba, 1968
& 1975, tomo 1: 150.
146 I José Antonio Amaya

documentado que los expedicionarios del Perú y Chile, junto con los
de México, contribuyeron activamente con semillas americanas a las
siembras en el Jardín del Prado. En este sentido la Expedición de
Nueva Granada brilló por su ausencia, a pesar del título de asociado
correspondiente del Real Jardín Botánico que se le extendiera a Mu-
tis en 1784, condición que obligaba al gaditano a mantener correspon-
dencia e intercambio de plantas y semillas con Madrid.
Ha de saberse que la Expedición neogranadina cerró sus puer-
tas sin que ninguno de sus miembros publicara una sola planta en Ma-
drid. La oferta de Cavanilles incluía, claro está, la edición del trabajo,
como lo habían hecho en sus días Linneo y sus discípulos con las co-
lecciones remitidas por Mutis69. Todas estas realizaciones nos indi-
can que la crisis española de finales del siglo XVIII y principios del
siglo XK era de carácter político y económico, pero no científico, al
menos en el campo de la botánica.
Todo indicaba que una vez finalizada la estadía de Zea en París,
éste regresaría sin tardanza a ocupar la subdirección de la Expedi-
ción neogranadina. La suposición se mantuvo hasta que el criollo,
camino de Santafé, fue notificado de su nombramiento, el 13 de
enero de 1803, como segundo profesor, pero del Jardín Botánico del
Prado, y de segundo redactor de los periódicos madrileños la Gace-
ta y él Mercurio. El gobierno le asignó una renta anual de veinticua-
tro mil reales por el ejercicio de estos cargos (Arias, 1973). La mo-
narquía se mantenía inconmovible en la decisión de impedir el
retorno de Zea al Nuevo Reyno.
La nominación revestía un inocultable carácter político, pues a
pesar de sus merecimientos Zea se hallaba lejos de ser reconocido
como figura descollante en el campo de la botánica. Se trataba de
un arma de doble filo para el elegido; éste no despertaba las simpa-
tías de los discípulos de Cavanilles, quienes le declararon una oposi-

69
El conjunto de las colecciones de Historia Natural que J. C. Mutis envió a Suecia fue
catalogado por Amaya, 1992, Apéndice N° 2, pp. 478-683.
Una flora para el Nuevo Reino / 147

ción formidable mientras permaneció en el equipo de dirección del


Prado. Ha de saberse que Cavanilles no apoyó la candidatura del
antioqueño, a pesar o en razón de los lazos de amistad que a él lo unían
desde 1798. Por otra parte, la aceptación del cargo por Zea compro-
metió el futuro del vínculo de éste con Mutis y con la Expedición Bo-
tánica. Como subdirector, Zea podía aspirar a la dirección del Prado,
en modo alguno a la subdirección, ni siquiera a la dirección de la Ex-
pedición neogranadina. Ascender era posible, y bajar de cargo, inde-
coroso, y esto fue lo que comprendió y utilizó el gobierno español.
La noticia de que Zea no regresaría a Santafé puso al anciano
Mutis a punto de romper con aquél 70 . A partir de ahora el gaditano
quedaba bajo la subdirección de su antiguo discípulo, a quien se le
acordó, como se sabe, una asignación anual ampliamente superior
a la del maestro. Mutis y Zea nunca volvieron a cartearse. El nom-
bramiento de Zea contribuyó más que otra cosa a alejar a la Expedi-
ción neogranadina de su institución de tutela, el Prado de Madrid.
El gobierno español hacía gala de astucia política y, al mismo tiem-
po, de una irritante cortedad de miras en lo relativo a política cultu-
ral y científica. De un plumazo se echaron por la borda ocho años de
espera e inversión en dinero de Mutis, a quien no se le pidió con-
cepto sobre el nombramiento.
La muerte repentina de Cavanilles en 1804, a la edad de 59 años,
determinó el nombramiento de Zea como director del Prado, el 25
de mayo de aquel año (Arias, 1973: 211), cargo en el que permane-
ció hasta 1807, cuando abandonó Madrid para fugarse con las tropas
napoleónicas de las que era seguidor y agente.

70
J. I. de Pombo le comunicaba a J. C. Mutis la noticia del nombramiento de Zea como
subdirector del Prado en los siguientes términos: "Me han asegurado que a Zea lo han des-
tinado con un sueldo regular en el Jardín Botánico de Madrid [...], y por consiguiente ya no
vendrá a este reino. Lo siento, pues además de la falta que hará a vuesamerced actualmen-
te, ésta ser mayor después de sus días" (Cartagena, 10-VI-1810, en Hernández de Aba, 1968
& 1975, tomo 4: 108-109).
148 / José Antonio Amaya

El regreso de Sinforoso Mutis a Santafé se produjo en 1803. La


expectativa era que ahora sí el sobrino se consagraría a la edición de
la Flora de Bogotá. Pero no fue así, lo que vino a multiplicar los efec-
tos catastróficos de los nombramientos de Zea. A Sinforoso se le
ocurrió un negocio más o menos confuso con las quinas del rey al-
macenadas en Honda y puestas bajo la responsabilidad del tío 71 .
Mutis accedió, pues la propuesta se produjo en medio de los cre-
cientes apuros económicos generados por la construcción del Ob-
servatorio Astronómico en los jardines de la Expedición Botánica.
Ante la administración virreinal, Mutis encubrió la finalidad comer-
cial del desplazamiento de Sinforoso con el ropaje de una expedi-
ción científica a Cuba, en donde Sinforoso permaneció durante el
nada despreciable lapso de cinco años (1803-1808). Regresó en vís-
peras de la muerte del tío, quien al permitir el desplazamiento del
sobrino dio muestras de una enorme incoherencia en materia de
política científica.

Conclusiones

Cuando se observa la preparación de la Flora de Bogotá durante el


cuarto de siglo que transcurre entre el establecimiento de la Expe-
dición Botánica (1783) y la muerte de Mutis (1808), puede percibirse
el cambio de papel que se les asignó y que adoptaron efectivamente
las instancias colonial y metropolitana en la elaboración de esta obra.
La erección de la Expedición puso en evidencia un período de cre-
ciente protagonismo virreinal, que corrió parejas con el desdibu-
jamiento y la casi desaparición del desempeño de la metrópoli, y que
se prolongó hasta la jubilación de Gómez Ortega en 1801. La pro-
pensión autonomista de la Expedición fue estimulada desde Madrid,

71
Sobre las circunstancias del viaje de S. Mutis a Cuba véase el oficio de S. Rizo fechado
en Santafé, 16-111-1810, en Hernández de Alba, 1986: 157-160.
Una flora para el Nuevo Reino / 149

a través de Gómez Ortega, quien dejó a Mutis en libertad para lle-


var adelante su empresa. Luego se produjo un breve y fallido inten-
to de centralización, promovido por Cavanilles desde la dirección del
Jardín Botánico del Prado (1801-1804), y uno de cuyos objetivos
consistió en integrar efectivamente la Expedición a la órbita de la
botánica madrileña. Finalmente se observa, de nuevo, una autono-
mía casi absoluta de la colonia con respecto a su metrópoli, durante
el período que se extiende desde la muerte de Cavanilles en 1804
hasta la de Mutis.
Conforme a los planes del director de la Expedición, expresa-
dos en 1783, serían las instancias madrileñas las que se encargarían
de coordinar la publicación de la Historia Natural del Nuevo Reyno.
Poco tiempo después se mostraba decidido a trabajar la parte cien-
tífica de esta obra en la Nueva Granada, dejando los detalles técni-
cos para ser ejecutados en España. En 1791 aseguraba que, incluso
estos detalles, serían adelantados por sus adjuntos, quienes viaja-
rían a Madrid a ocuparse del grabado e impresión de la obra, mien-
tras él en Santafé se ocuparía de la edición científica, no ya de una
Historia Natural que abrazase los reinos mineral, vegetal y animal,
sino únicamente de la Flora de Bogotá. En este nuevo esquema se
ignoraba por completo al Prado de Madrid.
De regreso a la capital en 1791, Mutis obtiene del virrey el nom-
bramiento de cuatro colaboradores; desde 1784 había venido traba-
jado sin adjunto científico. Quizá no se consultaron los nombramien-
tos con las instancias científicas metropolitanas. Sea como fuere, a
través de la administración virreinal, la Corona continuaba auxiliando
a Mutis, a pesar de su tardanza en entregar la Flora de Bogotá, pro-
metida para mediados del decenio de 1780. Como puede verse, la
autonomía de la Expedición también era tolerada y estimulada por
la autoridad política del virreinato.
Integraban el nuevo equipo jóvenes estudiantes universitarios
(abogados en ciernes en su mayoría), pertenecientes a la nobleza
criolla, y un cirujano de origen modesto, todos de condición civil.
150 / José Antonio Amaya

Mutis logró colocar a dos de sus sobrinos, aunque sólo uno perduró
en la Expedición, lo que puso en evidencia el fracaso relativo de su
estrategia enderezada a ubicar a sus tres sobrinos en los puestos
científicos más importantes del Nuevo Reyno. Se optó por no soli-
citar asistencia científica de Madrid, a pesar de que todos los agre-
gados necesitaban aprender el abecé de la botánica. El costo del nue-
vo equipo se reducía a quinientos pesos anuales, cuando una plantilla
de cuatro naturalistas importados de la Península hubiera costado
no menos de cuatro mil pesos anuales.
Zea, el adjunto más cualificado, era el líder de los estudiantes.
En un artículo suyo aparecido en el periódico del virreinato evocó
las obligaciones de la monarquía con la educación de la nobleza
americana, y definió el compromiso de la intelectualidad criolla fren-
te a la educación popular. Postulaba que la formación en la Nueva
Filosofía era la condición básica del novísimo concepto de ciudada-
nía, además de ser un factor de incremento de la productividad en
la explotación de la naturaleza americana y en la producción de ri-
queza para la patria neogranadina. ¿No fue acaso el nombramiento
de Zea un intento de desagravio frente al silenciamiento de que éste
fue víctima por sus opiniones políticas ? No hay que olvidar que el
criollo figuraba entre los fundadores del Arcano de la Filantropía
(1789) ni que, hacia 1791, era, con Sinforoso Mutis, uno de los ha-
bituales de aquel círculo. Uno y otro encarnaban los ideales de la
Independencia de los Estados Unidos y los principios de la Revolu-
ción Francesa.
La vida del equipo en Santafé fue breve, intermitente y obsta-
culizada por motivos políticos y personales. Los logros botánicos al-
canzados durante los años 1791-1794 fueron más bien modestos. No
podía ser de otra manera teniendo en cuenta la condición de ama-
teur éclairé de su mentor. Los agregados trabajaron cada uno por
su cuenta y no se implicaron orgánicamente los unos con los otros,
ni con la preparación de la Flora de Bogotá, cuyos manuscritos pre-
paratorios no les fue dado conocer en toda la vida de Mutis. El equi-
Una flora para el Nuevo Reino / 151

po no pudo consolidarse en Santafé. Aguiar quedó por fuera de la


Expedición antes de 1794, y motivos políticos condujeron a la prisión
de Zea y de Sinforoso, en Santafé y en Cádiz, desde 1794 hasta 1799.
Las acusaciones de alta traición a la Corona que pesaban sobre
Zea y sobre Sinforoso no fueron ápice para que el Primer Botánico
del Rey continuara en correspondencia y activa colaboración con
aquéllos. Esta colaboración se materializó en la compra de biblio-
grafía, adquirida con la asesoría de naturalistas europeos. Zea pasó
a ser el principal proveedor de libros de la Expedición, durante los
años que corren entre 1796 y 1802, lo que significó una mayor auto-
nomía para Mutis, quien dejó de depender de extranjeros en este
aspecto estratégico.
Zea y Sinforoso fueron trocando su deportación en viaje de estu-
dios, con el apoyo de Mutis, de Cavanilles y de las autoridades metro-
politanas, logrando ganar para la causa científica a Cabal y a Umaña.
La formación gaditana que adquirieron en historia natural se hallaba
inscrita en el programa del Colegio de Cirugía, centro universitario
con tradición de casi medio siglo, y que hacía contraste con aquella
impartida en Santafé, de carácter privado, con un alto ingrediente de
autodidaxia y dirigida a abogados en trance de formación. La deuda
de Sinforoso Mutis con España, en lo relativo a formación botánica,
es sin duda mayor que aquella que contrajo con su tío.
La presencia del equipo de Mutis en España, sin olvidar la de
Cabal y la de Umaña, apasionados de la Expedición de Santafé, vino
a reforzar la oposición del grupo de Cavanilles contra el de Gómez
Ortega. Zea adhiere a Cavanilles en 1798 en un momento en que la
controversia se aproximaba a su desenlace. La correspondencia de
Zea con Cavanilles llegó a ser más frecuente y copiosa que la de Mutis
con Cavanilles. Ha de notarse, sin embargo, que Zea se cuidó de
hacer público su rechazo a Gómez Ortega, mientras éste se sostuvo
en la dirección del Prado.
Zea y Sinforoso, junto con Cabal y Umaña, son liberados en 1799;
a los dos primeros se los restituye en sus empleos en la Expedición.
154/ José Antonio Amaya

hallaba fundado en un análisis realista de las condiciones científi-


cas del virreinato, comparadas con las reinantes para entonces en la
península. Semejante argumento tampoco justificaba la negligen-
cia para cultivar correspondencia e intercambio con la metrópoli,
desaprovechando posibilidades de edición y publicación inéditas
hasta entonces. Quizá el decano de los botánicos españoles no de-
seaba aparecer como colector de su colega Cavanilles.
El interés de Mutis por sistematizar la Flora, aunque sincero,
no era parte esencial de su política científica. De hecho no supo apro-
vechar el regreso de Sinforoso, optando por consentirle un viaje de
negocios de quina camuflado en una prolongada expedición cientí-
fica a Cuba (1803-1808); así se perdieron cinco años preciosos para
el adelantamiento de la edición de la obra. Como se verá en la con-
tinuación de este trabajo, la instrucción adquirida por Sinforoso en
España será un elemento básico en su desempeño como continua-
dor de la Flora de Bogotá (1808-1816). Lo que resulta incompren-
sible es que Mutis le hubiese dado prelación al beneficio económi-
co sobre la producción científica.

Referencias

Archivos y colecciones

Biblioteca Nacional de Colombia (Santa Fe de Bogotá).


. Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Libros Raros y Cu-
riosos, manuscritos.
Real Jardín Botánico de Madrid
. Fondo Documental de José Celestino Mutis y de la Real Ex-
pedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada.
.Archivo del Iltmo. Sr. Dn. Antonio Joseph Cavanilles (AAJC),
Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Car-
peta n§ 4.
Una flora para el Suevo Reino / 151

po no pudo consolidarse en Santafé. Aguiar quedó por fuera de la


Expedición antes de 1794, y motivos políticos condujeron a la prisión
de Zeay de Sinforoso, en Santafé y en Cádiz, desde 1794 hasta 1799.
Las acusaciones de alta traición a la Corona que pesaban sobre
Zea y sobre Sinforoso no fueron ápice para que el Primer Botánico
del Rey continuara en correspondencia y activa colaboración con
aquéllos. Esta colaboración se materializó en la compra de biblio-
grafía, adquirida con la asesoría de naturalistas europeos. Zea pasó
a ser el principal proveedor de libros de la Expedición, durante los
años que corren entre 1796 y 1802, lo que significó una mayor auto-
nomía para Mutis, quien dejó de depender de extranjeros en este
aspecto estratégico.
Zea y Sinforoso fueron trocando su deportación en viaje de estu-
dios, con el apoyo de Mutis, de Cavanilles y de las autoridades metro-
politanas, logrando ganar para la causa científica a Cabal y a Umaña.
La formación gaditana que adquirieron en historia natural se hallaba
inscrita en el programa del Colegio de Cirugía, centro universitario
con tradición de casi medio siglo, y que hacía contraste con aquella
impartida en Santafé, de carácter privado, con un alto ingrediente de
autodidaxia y dirigida a abogados en trance de formación. La deuda
de Sinforoso Mutis con España, en lo relativo a formación botánica,
es sin duda mayor que aquella que contrajo con su tío.
La presencia del equipo de Mutis en España, sin olvidar la de
Cabal y la de Umaña, apasionados de la Expedición de Santafé, vino
a reforzar la oposición del grupo de Cavanilles contra el de Gómez
Ortega. Zea adhiere a Cavanilles en 1798 en un momento en que la
controversia se aproximaba a su desenlace. La correspondencia de
Zea con Cavanilles llegó a ser más frecuente y copiosa que la de Mutis
con Cavanilles. Ha de notarse, sin embargo, que Zea se cuidó de
hacer público su rechazo a Gómez Ortega, mientras éste se sostuvo
en la dirección del Prado.
Zea y Sinforoso, junto con Cabal y Umaña, son liberados en 1799;
a los dos primeros se los restituye en sus empleos en la Expedición.
152/ José Antonio Amaya

Movido por el afán de contar con colaboradores idóneos para editar


los centenares de láminas y de plantas secas que seguían acumu-
lándose en su gabinete, Mutis les sugiere a Zea y a Sinforoso per-
manecer dos años en Madrid perfeccionando su formación botáni-
ca al lado de Cavanilles. Después de una breve asesoría en Madrid,
Cavanilles opta, en 1800, por apoyar a Zea y a Cabal para que viajen
a París, con recomendaciones suyas para los naturalistas franceses,
y mediante el apoyo financiero del gobierno español; Umaña tam-
bién se traslada a París. Cavanilles se inclinaba por la formación de
una escuela metropolitana con proyección en las colonias. Zea per-
manece en París hasta 1802, perfeccionando su formación al lado de
A.-L. de Jussieu, con el fin de regresar a Santafé a ocuparse de la
edición de la Flora de Bogotá. En París, también actúa como agente
de Mutis en el comercio de las quinas de Santafé, realizando varias
operaciones cuyo monto no ha sido calculado con exactitud.
El nombramiento de Cavanilles como sucesor de Gómez Orte-
ga hizo prever el inicio de una nueva época en las relaciones de la
Expedición Mutis con la botánica oficial metropolitana. Cavanilles
y el ministro Pedro Ceballos diseñaron una política centralista de
dimensiones imperiales para el establecimiento botánico madrile-
ño. Durante los últimos treinta años, Mutis había venido operando
como un satélite suelto en la órbita botánica española. Sin el con-
curso científico de Madrid, había logrado concebir y adelantar uno
de los proyectos botánicos más ambiciosos de su tiempo, dotando a
la Expedición con una biblioteca de historia natural que mereció ser
comparada con la de Joseph Banks, la mejor reputada del mundo de
entonces; con uno de los herbarios más ricos del mundo (20.000
ejemplares) y con una escuela de iconografía que había logrado pro-
ducir la colección más importante de Occidente en la materia.
A principios del siglo XTX, Mutis tenía puesta la atención en va-
rios frentes. Se empeñaba en continuar favoreciendo el incremento
de la iconografía, en particular la botánica, mientras estimulaba la
formación de criollos en Europa, con el fin de asegurar la sistema-
Una flora para el Suevo Reino I 153

tización de su Flora, tarea que él no podía asumir en razón de los


vacíos de su formación como naturalista y de los achaques de su edad.
Para encarar el desafío de la publicación, negoció una imprenta y se
aplicó a la conversión de algunos pintores en grabadores.
Estos eran precisamente los recursos que Cavanilles tenía al
alcance de la mano. La situación científica de la metrópoli se había
transformado radicalmente, con respecto a la coyuntura que había
presidido Gómez Ortega. Su formación y experiencia le permitían
a Cavanilles sistematizar en poco tiempo y con un éxito previsible
una obra como la Flora de Bogotá. Desde un punto de vista prácti-
co, los artistas grabadores que trabajaban para los Anales de Histo-
ria Natural podían asegurar la publicación de la obra, fuese por en-
tregas en aquella revista o fuese de modo independiente. La crisis
española de finales del siglo XVIII y principios del XIX era de carácter
político y económico, en modo alguno de naturaleza científica, al
menos por lo que toca a la botánica. En pocas palabras, Cavanilles
reunía todas las condiciones para practicar con éxito una política
imperial. En su Proyecto de Reforma de la Expedición Botánica (Pa-
rís, 1802), Zea se mostraba incondicional de los planes de Cavanilles,
aunque no pudo convertirse en agente de ellos en Santafé, en razón
de sus nombramientos como subdirector y luego como director del
Prado. Estos nombramientos pusieron en evidencia la incoherencia
de la Corona en materia de política científica con Santafé -recuér-
dese que desde 1794 el gobierno se había desentendido por com-
pleto del control sobre los avances de la Flora de Mutis. No era ima-
ginable que la presencia de Zea frente al Prado coadyuvase al
mejoramiento de las relaciones entre Madrid y Santafé. Con estos
nombramientos, las autoridades políticas echaron por la borda al
menos ocho años de espera e inversión de Mutis, para no hablar de
los esfuerzos realizados por la propia Corona.
Mutis se resistió a integrarse a la política de Cavanilles, con la
convicción de que la Flora de Bogotá era una obra que debía editar-
se y publicarse enteramente en el Nuevo Reyno. Este criterio no se
154 / José Antonio Amaya

hallaba fundado en un análisis realista de las condiciones científi-


cas del virreinato, comparadas con las reinantes para entonces en la
península. Semejante argumento tampoco justificaba la negligen-
cia para cultivar correspondencia e intercambio con la metrópoli,
desaprovechando posibilidades de edición y publicación inéditas
hasta entonces. Quizá el decano de los botánicos españoles no de-
seaba aparecer como colector de su colega Cavanilles.
El interés de Mutis por sistematizar la Flora, aunque sincero,
no era parte esencial de su política científica. De hecho no supo apro-
vechar el regreso de Sinforoso, optando por consentirle un viaje de
negocios de quina camuflado en una prolongada expedición cientí-
fica a Cuba (1803-1808); así se perdieron cinco años preciosos para
el adelantamiento de la edición de la obra. Como se verá en la con-
tinuación de este trabajo, la instrucción adquirida por Sinforoso en
España será un elemento básico en su desempeño como continua-
dor de la Flora de Bogotá (1808-1816). Lo que resulta incompren-
sible es que Mutis le hubiese dado prelación al beneficio económi-
co sobre la producción científica.

Referencias

Archivos y colecciones

Biblioteca Nacional de Colombia (Santa Fe de Bogotá).


. Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Libros Raros y Cu-
riosos, manuscritos.
Real Jardín Botánico de Madrid
. Fondo Documental de José Celestino Mutis y de la Real Ex-
pedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada.
.Archivo del Iltmo. Sr. Dn. Antonio Joseph Cavanilles (AAJC),
Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Car-
peta n§ 4.
Una flora para el Nuevo Reino I 155

Bibliografía

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Nouvelle-Grenade 1760-1783, tesis doctoral leída en la Ecole des
Hautes Etudes en Sciences Sociales (54 Bd. Raspad, 75006 Pa-
rís) el 10 de abril de 1992, ante un jurado integrado por los pro-
fesores Jean-Pierre Berthe (presidente), Guy Chaussinand-
Nogaret, Jean-Pierre Clément, Bernard Vincent, Claude Sastre
y Jeanne Chenu. 805 p. ilus. Esta tesis presenta tres apéndices:
Apéndice N° 1: "Catalogue des descriptions et observations pour
la 'Flore de Bogotá' de don José Celestino Mutis, conservées au
Jardin Botanique de Madrid", pp. 376-477. Apéndice N° 2: "Ca-
talogue General des Collections d'Histoire Naturelle envoyées
par don José Celestino Mutis en Suéde", pp. 478-683. Apéndice
N° 3: "Inédits divers", pp. 684-805. En prensa, RevistaFontque-
ria (Madrid).
. 1992a, "Mutis y la Historia Natural Española (1749-1760).
Contribución al catálogo y a la exposición que sobre Mutis y la
Real Expedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada prepa-
ró el Real Jardín Botánico con ocasión del Vo Centenario del
Encuentro de Dos Mundos. Madrid, octubre-diciembre. Edita
M a E de San Pío Aladren. Madrid, Villegas Editores/ Lunwerg
Editores, vol. 1, pp. 90-119. Existe traducción al inglés: "Mutis
and Spanish Natural History (1749-1760)", en Mutis a n d the
156/ José Antonio Amaya

Roy a l Botánica! Expedition of the Nuevo Reyno de Granada.


Madrid, octubre-diciembre. Edita M a P. de San Pío Aladren.
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el 48° Congreso Internacional de Americanistas (Estocolmo, 4-
9 de julio de 1994). Apareció publicada en los OccasionalPapers
del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad
de Estocolmo, marzo de 1995. Artículo reeditado en Historia
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buen gusto en los que deben abrazar", en Papel Periódico de la
Ciudad de Santa Fe de Bogotá, N° 8 (viernes 1°-IV-1791) y N° 9
(viernes 8-IV-1791), pp. 58-70.
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2o, enero-junio de 1917, pp. 18-25; 58-69; 112-123; 160-165; 204-
209; 232-241.
Parte II

Ciencia moderna: centros y periferias


Pablo R. Kreimer

¿UNA MODERNIDAD PERIFÉRICA?


La investigación científica, entre el universalismo y el contexto

Estudiar la ciencia: los pioneros

El estudio de la ciencia desde las perspectivas de las ciencias sociales,


si bien es relativamente reciente (si se lo compara con otros objetos
de estudio de las ciencias sociales), tiene ya varias décadas de desa-
rrollo. En efecto, el campo de los estudios sociales de la ciencia reco-
noce dos antecedentes fundamentales, ambos en la misma época: por
un lado, los trabajos de inspiración funcionalista y normativa formu-
lados originalmente por Merton, en Estados Unidos, a partir de los años
cuarenta y cincuenta -algunos años más tarde de lo que había sido su
primera incursión en la temática: la publicación de su tesis doctoral, a
finales de los años treinta, y que tuvo el doble mérito de poner por pri-
mera vez en relación los términos "ciencia, tecnología y sociedad", en
su caso, en el análisis de estas relaciones en la Inglaterra del siglo XVII.
La otra vertiente que problematizó tempranamente estos temas
fue la que surgió del planteo de los "grandes problemas" señalados
en la relación ciencia-sociedad y sobre todo en la relación ciencia-po-
lítica, por el cristalógrafo, historiador y militante marxista John Bernal
en Inglaterra, curiosamente en los mismos años en que Merton co-
menzaba sus trabajos en Estados Unidos. En 1939, Bernal publica La
función social de la ciencia, en donde analiza polémicamente lo que
hoy llamaríamos la apropiación diferenciada (bajo el imperio de la
sociedad capitalista) del conocimiento científico producido por inves-
tigadores y técnicos.
164 / Pablo R. Kreimer

Tanto Merton como Bernal aportaron una preocupación funda-


mental para las ciencias sociales: comprender la ciencia como un
producto de las sociedades modernas, consecuencia de interacciones
sociales; productora y transformadora, a su vez, de las sociedades
en las cuales la investigación científica se despliega. Si bien los ho-
rizontes teóricos que inspiraron los trabajos de uno y otro diferían
notablemente, y cada uno de ellos centraba su preocupación sobre
diferentes aspectos del problema, resulta interesante notar que
ambos autores tenían una percepción similar de la racionalidad que
gobernaba al conjunto de la comunidad científica. Así, mientras
Merton dirigió su esfuerzo a la descripción y al análisis de las nor-
mas que rigen las relaciones entre los científicos, y que componen
lo que él llamó el ethos de la ciencia, Bernal se interesó por los efec-
tos de la ciencia como conjunto (como producto, como medio de
producción) sobre la sociedad que se la apropia. El problema, para
Bernal, no se halla en los procesos de producción de conocimientos
ni en las relaciones entre los científicos, ya que este espacio repre-
senta para él un conjunto de relaciones en las cuales es la racionali-
dad lo que predomina; es en la apropiación que hacen de esos tra-
bajos las clases sociales dominantes donde se encuentra el problema.
En ambos esquemas de pensamiento, por lo tanto, el proceso
"real" de producción de conocimientos aparecía como un tema que
no era, en sí mismo, problemático. Se aceptaba que dicho proceso
es necesariamente "social", en la medida en que se desarrolla en el
marco de instituciones sociales, pero en el interior de los espacios
reales de producción de conocimientos -los laboratorios, los obser-
vatorios, el terreno mismo- las relaciones que gobiernan están des-
pojadas de los intereses (soberanía de la irracionalidad), y los suje-
tos parecen limitarse a la correcta aplicación del "método" científico.
De hecho, es con estas palabras que Merton establece la divisoria
de aguas: "se trata de incursionar en la sociología, y no en la meto-
dología", puesto que esta última (la producción de conocimiento
como producto de la correcta aplicación de un método) debe ser
¿Lna modernidad periférica? / 165

estudiada por otras disciplinas, como la epistemología o la historia


-internalista- de la ciencia.
De este modo, y mientras estos dos modelos teóricos fundado-
res mantuvieron su dominio, se fue construyendo lo que un núme-
ro creciente de investigadores denominó la caja negra de la cien-
cia, es decir, todo aquello que ocurre desde que se administran (y
se otorgan) recursos que se emplean para la investigación científi-
ca hasta que se publican resultados (verdaderos, cabe aclarar). En
este esquema blackboxista, según la célebre definición de Richard
Whitley1, son dejados de lado todos aquellos aspectos que se refie-
ren a los procesos que ocurren "intramuros" y que dan cuenta de
cómo el conocimiento es producido y validado. Quedan fuera del
análisis, además, todos aquellos procesos cuya conclusión no da
como resultado la obtención de conocimiento "certificado", pues-
to que lo que se imponía era un análisis ex-post de las prácticas cien-
tíficas 2 .

Las nuevas corrientes

Desde los años setenta, estos estudios conocieron una transforma-


ción fundamental: como consecuencia de las lecturas sociológicas
de la obra de Kuhn 3 , los investigadores en ciencias sociales (soció-
logos, antropólogos, historiadores) comenzaron a centrar su pers-
pectiva en los aspectos de las prácticas reales de los científicos en
sus lugares de trabajo.

1
Ver Whitley (1972).
2
Latour (1989) muestra a la ciencia "hecha" como contraparte de la ciencia "haciéndo-
se": ambas son las dos caras de Jano, anciana la primera, joven la segunda.
1
Es necesario remarcar, para evitar posibles malos entendidos, que me refiero a la lectu-
ra de la obra de Kuhn y no necesariamente a sus formulaciones stricto sensu. En efecto, el
concepto de paradigma fundamenta parte de su riqueza en su polisemia, lo cual ha permi-
tido que diversos grupos de lectores encuentren allí las justificaciones que mejor se adecúan
a sus propósitos cognitivos.
166 / Pablo R. Kreimer

Se produjo así un doble viraje: del análisis de los aspectos norma-


tivos, e incluso morales o políticos de los científicos, se pasó al estu-
dio de las relaciones sociales concretas. Postular que la ciencia es, fun-
damentalmente, relaciones sociales, puede hoy parecer banal, pero no
lo era en la época dominada por los modelos de análisis que descri-
bíamos más arriba. Así, de los estudios acerca de la "ciencia hecha"
se postuló que debía formularse una crítica de la ciencia "mientras
se hace". Y, por otra parte, de los procesos relativos a la ciencia anali-
zados en el nivel macro se pasó a un nivel micro mucho más acotado:
luego de que algunos investigadores (entre los que sobresale Harry
Collins) se dedicaran al estudio de las controversias, como aquel
momento privilegiado para observar la formación (sociocognitiva) de
consensos, se llegó al estudio de las unidades más pequeñas en las
cuales el conocimiento era producido, en particular, el nivel de los
laboratorios e institutos de investigación. Es el proceso que se cono-
ce como la emergencia de una nueva sociología del conocimiento cien-
tífico (en contraposición con un mero estudio de los científicos), o
del giro cognitivista en los estudios sociales de la ciencia.
El paso fundamental que las lecturas sociológicas de la obra de
Kuhn permitieron dar se organiza alrededor de varias claves, una de
las cuales es, sin dudas, el concepto de paradigma. El punto funda-
mental que permitió la emergencia de nuevas perspectivas se centró
en la interpretación (polisémica) del paradigma como aquello que es
establecido y legitimado a través de dispositivos que son, a la vez e
indisociablemente, sociales y cognitivos. La comunidad científica
sería, así, el colectivo de actores sociales que legitiman el conocimiento
que será aceptado como consecuencia del imperio de los consensos a
los que se ha llegado en un momento histórico determinado. Dos de
los autores más representativos de las nuevas corrientes, Bruno Latour
y Michel Callón, lo señalan en un pasaje que vale la pena citar entero,
y cuyo título -por demás elocuente- es "Al fin llegó Thomas Kuhn":

Hay obras que tienen la virtud de juntar, en algunos concep-


tos bien elegidos, modos de análisis y problemáticas que todo
¿Una modernidad periférica? / 167

parecía tornar incompatibles. Es el tour de forcé del libro de


Thomas Kuhn [...] que propone una síntesis que parecía impro-
bable y que se sostiene en un término mágico, portador de todas
las ambigüedades, el de paradigma.
Primera síntesis lograda por Kuhn, aquella que vuelve com-
patibles la explicación por las estructuras de pensamiento y la ex-
plicación por las estructuras sociales, que reunifica las dos tras-
cendencias. Esta unificación parecía tan difícil como la aparición,
en un Torneo de Grand Slam, de un jugador capaz de jugar desde
el fondo de la cancha y de subir a la red, de estar tan cómodo so-
bre el césped de Wimbledon como sobre el polvo de ladrillo de
Roland Garros. Cuando uno lee La estructura de las revoluciones
científicas, uno se pregunta qué prejuicio había podido volver esas
tesis antagónicas. Para hacerlas compatibles, basta decidir que
todo grupo tiene una doble existencia: social y cognitiva. La ma-
gia un poco molesta de la palabra "paradigma" se sostiene en esta
doble significación: designa una cierta manera de concebir y de
percibir el mundo, arbitraria, coherente e irreductible a toda otra
manera, pero también una organización social con sus reglas, sus
formas de solidaridad propias. ¿Por qué haber separado durante
tanto tiempo lo social y lo cognitivo? Los dos son indisociables, y
el grupo no podría definirse si no es a través de las concepciones
del mundo que sus miembros comparten y que estructuran los
conocimientos que aquél produce; a cambio, sin los mecanismos
sociales de integración, de aprendizaje, de transmisión de la ma-
triz cultural, ésta desaparecería y no tendría ninguna consisten-
cia. Con esta solución, todo se vuelve inextricablemente sociocog-
nitivo: los argumentos, las pruebas, los problemas de investigación
no pueden ser separados del juego social del cual son parte sus-
tantiva. No sirve de nada distinguir las dos dimensiones. La cien-
cia es heterogénea4.

M. Callón y B. Latour (1991), pp. 17-18.


168 / Pablo R. Kreimer

Las lecturas que los sociólogos e historiadores hicieron de la obra


de Kuhn operó como una verdadera "llave" para abrir la puerta que
permitió investigar, sistemáticamente, la producción de conocimien-
to científico, tomando en cuenta los contenidos implicados en dicha
producción y, especialmente, en su lugar específico de producción,
los laboratorios.
Es como consecuencia de este cambio radical de enfoque que, a
partir de los años setenta^, se comienza a postular un "nuevo pro-
grama" para la sociología del conocimiento. El primero en formu-
larlo fue David Bloor, quien en su libro Knowledge a n d Social Ima-
gery, de 1976, postula los hoy famosos cuatro principios del programa
fuerte {Strong Program): causalidad, simetría, imparcialidad y re-
flexividad.
A decir verdad, los trabajos posteriores al programa fuerte no
siguieron al pie de la letra los cuatro postulados, sino que fueron en-
fatizando, en particular, en algunos de los principios y dejando de
lado los otros. Así, el "programa empírico del relativismo", postula-
do por Harry Collins (de la Universidad de Bath), hace hincapié en
el problema de la imparcialidad en el análisis sociológico de las con-
troversias científicas, en particular acerca de la ruptura y de la pos-
terior reconstrucción de consensos en ámbitos particulares de la
investigación científica. Barry Barnes (quien, como Bloor, trabaja en
Edimburgo) se preocupa en particular por el principio de causalidad,
y desarrolla su explicación de la producción del conocimiento en don-
de predomina la noción de intereses, naturalmente contrapuesta a
la de racionalidad. Steve Woolgar, por su parte, desarrolla la mayor
parte de su trabajo intentando poner en práctica el principio de refle-

5
Como punto de referencia se pueden tomar algunos textos "fundacionales": King (1971)
y Whitley (1972), quienes avanzan en la superación del paradigma mertoniano imperante y
sobre todo en la apertura de la "caja negra" del conocimiento científico. Por otro lado, un
artículo de Bloor de 1973 y, particularmente su libro de 1976, sientan las bases de un nuevo
programa de investigación.
¿Una modernidad periférica? / 169

xividad en los estudios de la ciencia. Y los trabajos posteriores de


Bruno Latour y de Michel Callón trabajan sobre una extensión ra-
dical de la idea de simetría, en donde, según estos autores, no se trata
ya sólo de establecer una explicación simétrica entre factores "so-
ciales" y factores "del mundo natural" en la producción de conoci-
miento (tal como había sido originalmente formulado por Bloor),
sino que se pretende abolir la distinción misma entre lo natural y lo
social en toda explicación acerca del conocimiento científico, pues-
to que consideran que todos los objetos son -y deben ser conside-
rados— híbridos de naturaleza y de cultura.
De un modo paralelo con esta producción teórica, estas corrien-
tes han desarrollado -y este aspecto constituye tal vez la mayor fuente
de interés- una gran cantidad de investigaciones empíricas acerca
de los procesos de producción de conocimiento. Este conjunto de
trabajos, en donde los investigadores en ciencias sociales lograron
franquear las barreras de los laboratorios y otros terrenos en los
cuales la investigación científica se desarrolla (observatorios, hos-
pitales, empresas, redes, etc.), tienen la ventaja de haber construi-
do una nueva "biblioteca" en dónde buscar fragmentos de procesos
y relaciones sociales que se nos presentaban como espacios vírge-
nes e inexplorados unos años atrás.

Las críticas y las nuevas propuestas

Son numerosas las críticas que la nueva sociología de la ciencia ha


venido recibiendo en los últimos años y, gracias a los cuestionamien-
tos y a una nueva dinámica, los estudios han ido avanzando y diversi-
ficándose, tanto en la formulación teórica como en la indagación
empírica. Sin embargo, numerosos problemas se nos presentan hoy
a quienes pretendemos avanzar en una mejor comprensión de los
procesos sociales de producción de conocimiento científico. En efec-
to (y podríamos agregar, afortunadamente), nuevos desafíos pare-
cen plantearse para los estudios sociales de la ciencia a casi cincuenta
170 / Pablo R. Kreimer

años de sus primeros trabajos pioneros. A modo de resumen de las


críticas que se les pueden dirigir a estas corrientes querría avanzar
que, desde mi perspectiva, la mayor parte de los autores inscritos
en ellas han desarrollado un conjunto de herramientas conceptua-
les de gran interés para la comprensión del objeto. Sin embargo, en
ese mismo movimiento, fueron dejando de lado categorías de análi-
sis que podríamos considerar como "clásicas" en las ciencias sociales
y que, lejos de presentarse como agotadas, podrían ser hoy recupe-
radas y fortalecidas a la luz de los numerosos estudios empíricos que
ampliaron nuestro conocimiento sobre el problema 6 . Intento presen-
tar brevemente algunos de los problemas actuales en la investiga-
ción social de la ciencia, para presentar luego algunas estrategias
posibles para su abordaje.
Se nos presenta hoy, en la comprensión social de la ciencia, un
primer problema que, stricto sensu, no es privilegio de este tipo de
estudios, sino que puede extenderse como una antigua pretensión
del conjunto de las ciencias sociales: ¿cómo dar cuenta, al mismo
tiempo, de los macroprocesos y de las prácticas observables a nivel
micro, de modo que ambos niveles no aparezcan desvinculados en-
tre sí? Y, por otro lado, ¿cómo vincular, desde una perspectiva histó-
rica, el largo - o mediano- plazo y el acontecimiento?
Segundo problema que surgió con la "nueva ola" de estudios
empíricos desarrollados desde los años setenta: desde un universa-
lismo postulado como "dogma central" de la ciencia, tanto desde el
discurso de los propios científicos como desde los modelos norma-
tivos antes aludidos, se postuló la causación social de la producción
de conocimiento. En este sentido, ya no se pensaba que la ciencia

6
Diversos estudios se han publicado en los últimos años para el mundo hispanoamerica-
no. Para una exposición de la "nueva sociología del conocimiento", se pueden consultar
Vessuri (1994), Prego (1992) y el completo trabajo de Lamo de Espinosa y Cristóbal Torres
(1995). Un análisis en profundidad de las críticas a los nuevos modelos interpretativos se
puede leer en Kreimer (1997a).
¿Una modernidad periférica? / 171

era una actividad que podía desarrollarse en cualquier contexto so-


cial, sino que su ocurrencia no es independiente del conjunto de re-
laciones (internas y externas) del marco socioinstitucional en el cual
se produce. De modo que llegamos al segundo nudo conceptual para
el estudio de las prácticas científicas: ¿cuál es el peso particular de
los determinantes generales que implican a la ciencia como una ac-
tividad universalizada? Y, recíprocamente, ¿cuál es el peso que tie-
nen las determinaciones de un contexto social, político, institucional,
económico, cultural, particular?
En tercer lugar, ¿cómo relacionar ambos niveles del análisis?, es
decir, ¿cómo estudiar los aspectos micro y los aspectos macro de las
prácticas de la investigación científica, de sus productos -el cono-
cimiento-y de las relaciones con una sociedad en particular, tanto en
los aspectos universales como contextúales? Éste es el desafío que se
le plantea hoy a los estudios sociales de la ciencia y, bien mirado, no
es completamente diferente de problemas similares que otros inves-
tigadores sociales pueden encontrar en la construcción y el aborda-
je de sus propios objetos.
Para hacer más complejo este marco analítico, agregaré que la
ciencia puede ser (y ha sido) entendida además como un sistema
de creencias, en el doble sentido que le da De Ipola en un libro re-
ciente 7 : la creencia como confianza acordada, y la creencia como sis-
tema de ideas (como ideología), las dos dimensiones que surgen de
la expresión "creer en". Ambas están, naturalmente, presentes en
el universo de la ciencia y de las prácticas científicas.
Resumiré brevemente la propuesta que quisiera formular en
estas líneas y que, en su mayor parte, es consecuencia de un estu-
dio sociológico comparativo, realizado en tres laboratorios de biolo-
gía molecular ubicados respectivamente en Inglaterra, Francia y
Argentina.

De Ipola (1997). Ver, en particular, el estudio introductorio.


172 / Pablo R. Kreimer

1. En primer lugar, propongo como un articulador de buena parte


de los problemas reseñados antes el concepto de tradición científi-
ca. Renuncio de antemano a la idea de ofrecer una definición unívoca
del concepto de tradición, puesto que éste, como el de cultura (del
cual es naturalmente deudor), acepta tantas definiciones como
abordajes y problemas puedan postularse. Diré, por el contrario, que
en su polisemia (y en este sentido podría trazarse un paralelo con el
concepto de paradigma) reside buena parte de su fuerza explicati-
va. Naturalmente, la idea de trabajar sobre las tradiciones científi-
cas no es nueva. En un excelente artículo pionero publicado en 1970
(y que fue luego injustamente olvidado), M. D. King hacía referen-
cia, en una particular lectura de Kuhn, a que éste dejaba entrever
que la ciencia está gobernada por tradiciones concretas de investi-
gación, por "leyes de vida", más que por reglas, valores o esencias
abstractos. Aunque muchas veces se ha opuesto "tradición" a "ra-
cionalidad", en una lectura crítica podemos afirmar que, finalmente,
más que racionalidad, lo que la ciencia instituye son " racionalidades",
lógicas apropiadas a determinados contextos y, si avanzamos en esta
dirección, podemos suponer con razón que estas racionalidades son,
finalmente, un componente más de las tradiciones, de esas "leyes
de vida".
2. La definición que propongo de las tradiciones científicas es,
por el contrario, aquella que remite a las dimensiones que compone
cada una de ellas, y que habrán de ser consideradas para su estudio:
se trata de identificar cada una de ellas e intentar comprenderlas y
explicarlas.
3. El concepto de tradición científica es aquello que se pone en
juego en las relaciones interpersonales entre las diferentes genera-
ciones de científicos. En este sentido, las relaciones entre maestros
y discípulos ocupan el centro de la escena. Así, el estudio de las tra-
diciones, entendidas de esta manera, nos remite a largo plazo a la
construcción de sistemas colectivos de identificación que trascien-
den el alcance de una simple cohorte de investigadores.
¿Una modernidad periférica? / 173

4. Hay una característica particular de la investigación científica:


sus prácticas se producen en dos niveles que, aunque diferentes para
la comprensión analítica, son indisociables en la práctica: el nivel de
lo social, de las relaciones sociales, y el nivel de lo cognitivo, de la pro-
ducción de conocimiento. Por lo tanto, entendemos a las tradiciones
científicas como la construcción de aquellos espacios de producción
simbólica y material en los cuales se ponen en juego, se construyen y
reconstruyen los procesos cognitivos y los procesos sociales.
Expondré brevemente algunas de las dimensiones que consti-
tuyen el "nudo" de las tradiciones científicas:
a) En primer lugar, como ya señalamos, un conjunto de identi-
ficaciones culturales. En este sentido, el proceso de formación de
investigadores resulta crucial: aquellos laboratorios en los cuales los
investigadores han dado sus primeros pasos en el campo de la in-
vestigación científica operan como verdaderas "marcas de fábrica"
en lo que respecta a la concepción que se tiene de la práctica cien-
tífica, y remiten, en cierto modo, a lo que Polanyi (1966) ha denomi-
nado como el "conocimiento tácito".
b) En segundo lugar, este concepto nos permite recuperar un con-
junto de categorías de análisis de las ciencias sociales que están pre-
sentes en los procesos de investigación científica: formas de organi-
zación, jerarquías, relaciones de poder, posicionamiento respecto del
resto de la comunidad científica, red de relaciones internacionales,
preocupaciones temáticas, posicionamiento político, relaciones con
contextos institucionales, la concepción del uso de lo técnico en la
investigación científica, relaciones entre científicos y técnicos. Cada
una de estas dimensiones de la tradición (que son, strícto sensu, va-
riables que explican las prácticas científicas) se va construyendo, ade-
más, en espacios de interrelaciones sociales que exceden el marco
estricto de las paredes de los laboratorios, aunque uno pueda leer allí
{intra muros) todo este sistema de relaciones y de representaciones.
c) Algunos ejemplos: en un laboratorio inglés, John Bernal (que
además de ser un historiador de la ciencia era, sobre todo, un desta-
174 / Pablo R. Kreimer

cado cristalógrafo, formador de una generación entera de brillantes


discípulos) hacia los años cuarenta había incorporado el uso de cier-
tos aparatos de cálculo por computadora, que eran revolucionarios para
la época, no sólo porque los investigadores no estaban habituados a
su uso, sino porque estos aparatos eran vistos como "excéntricos" para
la investigación en biología, en particular en la determinación de las
estructuras de las proteínas. Dos décadas más tarde, su discípula
Dorothy Hodgkin utilizó las grandes computadoras que había aban-
donado la armada inglesa luego de la Segunda Guerra Mundial para
hacer cálculos de estructuras tridimensionales de proteínas que hu-
bieran llevado varias décadas si hubieran sido realizados en forma
manual. Fue gracias a esas investigaciones que recibió el premio Nobel
años más tarde. Su discípulo y actual sucesor al frente del laboratorio
ha construido hoy un laboratorio "virtual", en donde los modelos de
estructuras de las proteínas no se obtienen en los laboratorios me-
diante la difracción a través de rayos X, sino que se modelan a través
de complejos programas de computación, interconectados en red entre
todos los investigadores del laboratorio. Además, producen y venden
software a laboratorios públicos y a instituciones privadas. Se pueden
rastrear allí los elementos articuladores de una tradición que no se
limita a ello (a un particular uso de lo técnico), sino que se remonta al
conjunto de identificaciones interculturales entre las tres generacio-
nes analizadas 8 .
d) Un ejemplo latinoamericano: en el laboratorio argentino se
"construyó", desde los años setenta, una cierta tradición en biolo-
gía molecular. Uno podría pensar que esto implica, de hecho, un
quiebre con la tradición biomédica en Argentina, a la cual se adscri-
be en forma emblemática el director del laboratorio, fundada en gran
medida por Houssay y la fisiología, y continuada por Leloir. Éste, a
su vez, en otra ruptura, desarrolló la investigación bioquímica en el
país, tradición particular en la cual se reconoce el laboratorio al cual

Ver Kreimer (1997a), cap. 6.


¿Una modernidad periférica? /175

me refiero. Sin embargo, el estudio del desarrollo de la biología


molecular resulta indisociable de dicha tradición: un componente
central de ella ha sido el compromiso, largamente expresado por los
diferentes exponentes de ella, con el desarrollo de una ciencia "de
excelencia", pero localizada en Argentina. Esta expresión, que po-
dría parecer banal, no lo es. Veamos la primer parte de ella: hacer
ciencia de excelencia significa hacer ciencia (producir conocimien-
tos) de un modo particular, es decir, del modo sancionado por los
parámetros de excelencia establecidos por la comunidad científica
internacional. En segundo lugar, elegir temas de investigación (y éste
es un tema central) que sean evaluados como relevantes por esa mis-
ma comunidad internacional. Dejamos para la segunda parte el aná-
lisis de las profundas implicaciones que tienen estas afirmaciones
en un contexto de lo que se puede llamar ciencia periférica o, como
lo ha denominado un historiador peruano, la excelencia científica en
la periferia. Pero pasemos al segundo término del problema: hacer
ciencia en Argentina. Y esto implica una toma de posición particu-
lar, no necesariamente alineada con la primera, porque el hacer cien-
cia en Argentina, más allá de la declaración patriótica que esta afir-
mación puede acarrear, podría tener (según como se interpretara)
consecuencias importantes desde el punto de vista de la elección de
los temas de investigación, de la organización del laboratorio, del uso
de los recursos disponibles y, last but not least, del uso que Argenti-
na puede hacer de los conocimientos allí producidos.
En consecuencia, hemos pretendido mostrar cómo, a través del
despliegue de las diferentes dimensiones que conforman una tra-
dición científica, es posible recuperar algunas categorías de análisis
de las ciencias sociales, que ninguna razón válida podría haber he-
cho descartar, puesto que los problemas a los cuales dichas catego-
rías aludían siguen hoy tan presentes como varias décadas atrás.
Agregaremos, para finalizar esta parte, un problema al cual no po-
demos pretender escapar. Me refiero a la propia ciencia como aquel
objeto particular del conocimiento social, diferente de todo otro
176 / Pablo R. Kreimer

objeto de las ciencias sociales. En la medida en que uno suponga


que las actividades de los científicos pueden resumirse en la "bús-
queda de la verdad", entonces no existiría ningún punto de contac-
to entre los estudios de la ciencia y los de otros grupos de la socie-
dad. Sin embargo, en la medida en que uno considere (siguiendo,
por ejemplo, a De Ipola) que la ciencia, como toda otra práctica so-
cial, se basa en la institución de un sistema de creencias, entonces
las categorías del análisis social serán pertinentes para el estudio de
las prácticas científicas.
Podría argüirse con razón que el hecho de considerar las dife-
rentes dimensiones de las creencias que fundamentan las prácticas
científicas nada dice acerca del estatus de dichas creencias. Es allí,
precisamente, donde pretendemos distinguirnos de los estudios de-
sarrollados bajo los principios (o alguno de ellos) del programa fuer-
te, puesto que si bien es cierto que las prácticas de producción de
conocimientos pueden ser estudiadas como cualquier otra práctica
social, ello no invalida nuestra capacidad para reconocer los aspec-
tos específicos del conocimiento, entendido como elproducto de los
procesos sociales involucrados en la investigación científica. Yes ne-
cesario establecer allí un límite significativo en lo que respecta a los
contenidos de dicho conocimiento, puesto que los procesos por los
cuales aquél se construye implican, en última instancia, un "núcleo
duro" de alto contenido técnico, cuya explicación nos remitiría al es-
tablecimiento de relaciones causales altamente riesgosas o, en el
peor de los casos, directamente impertinentes. De hecho, las com-
petencias de las ciencias sociales han sido desarrolladas para la com-
prensión de los actores (individuales y colectivos) y las relaciones
que ellos establecen, así como los productos de dichas relaciones.
Pero pretender inferir de allí explicaciones acerca del contenido
"duro" del producto de dichas interacciones, cuando se desconoce
el alto contenido técnico que aquél implica, puede llevar a (por lo
menos) exageraciones difíciles de sostener.
¿Una modernidad periférica? / 177

La dimensión periférica

¿Cómo medir, cómo estudiar, los elementos presentes en las prác-


ticas científicas que nos permiten hablar de una "ciencia periférica" ?
Más allá de los condicionantes de tipo general expuestos en la pri-
mera parte de este artículo, numerosos aspectos de la investigación
científica que dan cuenta de esta condición pueden -y deben- ser
investigados a partir del estudio de las prácticas concretas de los
científicos y técnicos en sus lugares de trabajo. Por ello, buena par-
te de las reflexiones que comporta esta sección son el producto del
trabajo de campo que mencionamos, realizado en tres laboratorios
de biología molecular, ubicados en Londres, París y Buenos Aires 9 .
Hemos dicho que la ciencia, según es entendida tanto por cier-
ta epistemología "clásica" como por la sociología de la ciencia de ins-
piración mertoniana, se define, entre otros aspectos, por la univer-
salidad de sus prácticas, de sus objetos, de sus métodos y por la
aplicabilidad universal de los conocimientos por ella producidos.
Desde el punto de vista de los autores más lúcidos que sostienen
esta perspectiva 10 , el contexto social en el cual se desarrollan dichas
prácticas ejerce, por cierto, una influencia sobre las prácticas cien-
tíficas. Pero difícilmente se puede reconocer que el contexto social,
es decir, el conjunto de variables socioinstitucionales en las cuales
el conocimiento es producido, así como la organización propia de la
actividad científica, ejercen una influencia decisiva sobre el conte-
nido de los conocimientos producidos 11 .

9
Kreimer (1997a), en particular, capítulos V al VIII.
10
Entre los cuales cabe mencionar a Merton mismo (1973) o aBenDavid (1969) entre los
más representativos de las corrientes sociológicas, y a un autor como Polanyi (1966) desde
el punto de vista epistemológico. Naturalmente, otro autor que comparte este enfoque,
aunque con matices muy particulares, ha sido Kuhn (1970, 1977).
11
El siempre controvertido Mario Bunge (1993) hace un análisis simplista del problema,
resumiendo sus componentes centrales según se postule un relativismo moderado (que
acepta que existe cierta influencia de los factores sociocontextuales en la producción de
178/ Pablo R. Kreimer

Como hemos señalado, desde las corrientes que se han desarro-


llado de un modo más reciente, en especial aquellas que surgen lue-
go de que David Bloor enunciara los "cuatro principios" del progra-
ma fuerte 11 , la determinación social del contenido del conocimiento 13
ha sido un eje fundamental de la investigación. En este sentido, pare-
ce evidente que diferentes orígenes sociales, en cuanto al contexto par-
ticular en el cual se desarrollan las prácticas científicas, habrán de
determinar ciertos y determinados productos de conocimiento. Esto
se explica con mucha mayor razón como consecuencia de que han sido
precisamente estos autores quienes han pretendido penetrar en la
"caja negra" 14 del conocimiento científico, a través de un importante
conjunto de investigaciones empíricas en los lugares en los cuales el
conocimiento era producido. Probablemente, el estudio más conoci-
do sea el de Bruno Latour, publicado junto con Steve Woolgar, con el
título L a vida de laboratorio.
Sin embargo, en ninguno de estos casos se consideraron espa-
cios de producción de conocimiento que pertenecieran a contextos
alejados de lo que comúnmente se denomina mainstream science, o
"ciencia central", producida mayormente en los laboratorios de Eu-
ropa occidental y de Estados Unidos. En efecto, la casi totalidad de
los llamados estudios de laboratorio han sido desarrollados no sólo
en países con tradiciones centrales en cuanto a sus sistemas de in-
vestigación, sino también que los laboratorios mismos que han sido

conocimiento) y un relativismo radical, que supone que dicho contexto resulta fundamen-
tal para la determinación del contenido del conocimiento producido.
12
Ver, en especial, Bloor (1973 y, sobre todo, 1976).
13
Ver, por ejemplo, el conocido "enfoque de los intereses" desarrollado por Barry Barnes
(1974).
14
Se trata de un concepto propuesto, para su uso en la sociología de la ciencia, original-
mente por Richard Whitley (1972), y que ha sido luego utilizado por la mayor parte de las
corrientes "postkuhnianas" en esta disciplina. Alude, en líneas generales, al carácter "os-
curo" o "misterioso" del contenido mismo de la producción del conocimiento científico o,
en otras palabras, a las especificidades técnicas propias del conocimiento científico que es-
capaban, hasta entonces, a la comprensión del sociólogo.
¿Una modernidad periférica? / 179

objeto de estudio pertenecen a los grupos más relevantes en dichos


contextos 15 . En el trabajo empírico que citamos más arriba, resulta
particularmente interesante notar que la dimensión periférica sur-
gió, en el caso del estudio del laboratorio argentino, luego de que el
autor hubiera realizado investigaciones paralelas en Francia y en In-
glaterra.
Una discusión, sin embargo, parecería abrirse cuando Marcos
Cueto -posiblemente el autor que, junto con Hebe Vessuri, más ha
trabajado las dimensiones de la ciencia en un contexto periférico,
en referencia a América Latina- establece la distinción entre "cien-
cia periférica" y "ciencia en la periferia". La segunda de las acep-
ciones parece hacer más bien referencia al contexto nacional en el
cual tienen lugar las prácticas científicas y, sobre todo,

[...] resaltar que no toda la ciencia de los países atrasados es


marginal al acervo del conocimiento y que el trabajo científico
tiene en estos países sus propias reglas que deben ser entendi-
das no como síntomas de atraso o de modernidad, sino como parte
de su propia cultura y de las interacciones con la ciencia interna-
cional16.

Cueto enfatiza, en esta definición, en el hecho de que la distin-


ción es útil para la historia de la ciencia, "porque es necesario re-
cordar que la presente distancia que existe entre la ciencia de los
países desarrollados y la de algunos países subdesarrollados, no fue
tan amplia en el pasado, y que más bien esta separación ha tendido
a crecer en los últimos cuarenta años" 17 .

15
Sólo como ejemplo, se puede mencionar que los estudios de Latour (1979), Lynch (1985)
y Karin Knorr-Cetina (1982), han sido elaborados a partir de la observación en sendos la-
boratorios "de excelencia" situados en California.
16
M. Cueto (1989), p.28.
17
Ibid.,p.29.
180/ Pablo R. Kreimer

La toma de posición de Cueto está, sin dudas, bien fundamen-


tada. En especial, como él mismo lo admite, desde el punto de vista
de la historia de la ciencia. Sin embargo, en la medida en que uno
comienza a organizar esa misma historia a través de la construcción
de verdaderas tradiciones que se establecen y transmiten como un
conjunto de representaciones culturales -al mismo tiempo e indiso-
ciablemente sociales y cognitivas-, es posible argumentar que, aun
lo que Cueto denomina excelencia científica en la periferia, es decir,
aquellas prácticas científicas que han dado lugar a productos que
obtuvieron un importante reconocimiento de parte de la comuni-
dad científica internacional, aun en aquellos casos, decimos, es po-
sible rastrear las particulares condiciones de periferialidad presen-
tes en dichas prácticas. Si podemos demostrar que esto es así, la
distinción aludida carecería de sustento, al menos para la indaga-
ción sociológica acerca de las condiciones y particularidades socia-
les y político-institucionales y la producción de determinados pro-
ductos del conocimiento.
Analicemos brevemente las dimensiones presentes, entonces, en
la construcción de una ciencia periférica. Vessuri (1983), quien se
apoya en Papón (1978), distingue tres niveles de análisis en los cua-
les se manifiesta la condición periférica: el nivel de los conceptos
científicos, el nivel de los temas de investigación y el nivel de las ins-
tituciones. Respecto del primero de ellos, afirma Vessuri que

El desarrollo conceptual tiene menos posibilidad de ocurrir


en América Latina, por los riesgos que supone la creación de co-
nocimiento verdaderamente nuevo, tanto en términos de su cos-
to económico como intelectual. Las comunidades científicas de
la periferia son más conservadoras que en los centros, trabajan
casi exclusivamente dentro de los parámetros de la ciencia "nor-
mal", en la resolución de rompecabezas cuya concepción funda-
mental se da en otras partes. (Vessuri, 1983, p. 17).
¿Una modernidad periférica? / 181

En el nivel de los temas de investigación, Vessuri comenta que,


en las disciplinas fundamentales, el aporte que están en condicio-
nes de hacer los científicos de la periferia, especialmente en disci-
plinas "maduras", está más en la aplicación, orientada por necesi-
dades sociales, que en una verdadera "ciencia pura", percibida como
"más científica".
El nivel de las instituciones científicas parecería, desde la pers-
pectiva que hemos ido desarrollando, el que podría ser percibido de
un modo más evidente, en la medida en que se ponen en juego las
relaciones de poder y, según Papón, "son la expresión concreta de
las estructuras y las mentalidades sociales que en gran medida dan
forma al modo de producción de los conocimientos científicos".

Investigación científica en Argentina: ¿una modernidad periférica?

Con respecto al primero de los niveles, cuando uno pretende anali-


zar tradiciones que, como en el caso de Argentina, han conocido un
desarrollo relativamente importante en algunas disciplinas par-
ticulares 18 , debe resolver el problema que plantea el hecho de con-
siderar como periféricas tradiciones que han obtenido, por sus
"aportes" a la comunidad científica internacional, diversos niveles
de reconocimiento. En el caso particular de Argentina, dicho reco-
nocimiento podría estar claramente representado por la obtención
de dos premios Nobel, uno en Medicina (Bernardo Houssay), otro
en Química (Luis F. Leloir).
En este sentido, si nos formulamos la pregunta acerca de la "cen-
tralidad" o "periferialidad" de las contribuciones de Houssay en el

18
Entre las sociedades que exhiben esta característica, podemos citar los casos típicos de
India y Brasil, en donde el desarrollo de ciertas disciplinas ha alcanzado un grado conside-
rable, y la dinámica y la complejidad de sus comunidades científicas los distinguen clara-
mente de otros países periféricos. Ver, para el caso de India, Raj (1988), pp. 317-339, y Krishna
(1992). Para el caso de Brasil, ver Botelho, A. J. (1990), pp. 473-502, y Botelho, A. J. (1992),
182 / Pablo R. Kreimer

nivel de los conceptos (en especial sus trabajos acerca de la función


de las glándulas suprarrenales), resulta evidente que constituían, en
su época, una preocupación que no sólo ocupaba un espacio impor-
tante en el repertorio de los temas de investigación (nivel II), sino que,
sobre todo, representaba una innovación sustantiva en el orden de los
conceptos (nivel I). No cabe duda de que si consideramos el proble-
ma desde este punto de vista, la definición acordada por Cueto -ex-
celencia científica en la periferia- parece adecuarse perfectamente.
La escena parece transformarse, sin embargo, cuando exami-
namos el tercer -y fundamental- nivel socioinstitucional. Uno no
puede dejar de representarse, por ejemplo, la imagen de un Houssay
que es dejado cesante de su puesto en la Universidad de Buenos
Aires por motivos estrictamente políticos, en un contexto de ruptu-
ra que, contrariamente a lo que pueda suponerse, no es ajeno al
contexto periférico en el cual se desarrolla la investigación, sino que
es absolutamente central: lo que está en cuestión es una determi-
nada articulación de las relaciones ciencia-Estado-sociedad que, a
diferencia de lo que ocurre por esos años en las sociedades "centra-
les" -estamos entonces en la época de la segunda postguerra-, se
halla plenamente en desarrollo la idea de una valoración altamente
positiva de las prácticas científicas y de sus utilizaciones por parte
de diferentes actores sociales. Por otro lado, ha comenzado ya una
transformación de las prácticas científicas mismas, el paso de la
"pequeña ciencia" a la "gran ciencia" {little science, big science, para
citar el título del célebre libro de Solía Price) y las empresas de tipo
individual se van haciendo cada vez más dificultosas para investiga-
dores que no cuentan con los medios disponibles. Volveremos so-
bre este punto.
Agreguemos a lo anterior que la continuidad de lo que se ha lla-
mado "estructuras de filiación" en la investigación - y que hace re-
ferencia al modo como se despliegan, fundamentalmente, las rela-
ciones intergeneracionales- es un factor fundamental para la
construcción de tradiciones científicas "exitosas". Lo que podría pa-
¿Una modernidad periférica? / 183

recer una verdad de Perogrullo adquiere, sin embargo, un valor esen-


cial si consideramos que este tipo de rupturas generacionales han
sido, en la mayor parte de los países de América Latina, tan frecuen-
tes como para poner en cuestión la construcción misma de dichas
tradiciones. Unos años más tarde del alejamiento forzado de Houssay
de su puesto en la Universidad, en 1966, él mismo (gran defensor
de la autonomía de la ciencia frente a cualquier irrupción "exter-
na") habrá de adoptar una actitud por lo menos ambigua frente a
una nueva irrupción del poder político en el ámbito de la investiga-
ción universitaria.
Como un modo de reforzar la afirmación anterior, es necesario
insistir en la importancia del proceso de formación de científicos, en
la medida en que a través de ese verdadero proceso de socialización
se van conformando las estructuras de filiación, pilar fundamental de
las tradiciones científicas. Y este proceso comporta dos niveles de
análisis: por un lado, los aspectos formales, desde los mecanismos de
reclutamiento de jóvenes investigadores hasta los dispositivos de tipo
institucional para el financiamiento de la formación de nuevos cien-
tíficos (sistemas de becas internas y externas, oferta de financiamiento
de proyectos de investigación), junto con el carácter "abierto" o ce-
rrado" en la incorporación de científicos al mundo de las prácticas de
la ciencia. En efecto, resulta difícil la conformación de tradiciones
científicas cuando la modalidad de incorporación de jóvenes investi-
gadores se encuentra "bloqueada" (por diversas causas) por las ge-
neraciones mayores, y sin posibilidades de ampliar el espectro del
ingreso a verdaderas "carreras" científicas, proceso que nos remite
por completo al carácter "periférico" de las instituciones.
Pero la conformación de estas tradiciones comporta también
aspectos informales, que nos remiten a las interacciones sociales en
el interior de los laboratorios de investigación científica, a la matriz
cultural en el interior que se va actualizando en las prácticas coti-
dianas de la investigación científica. Un componente central de es-
tas relaciones es el hecho de que buena parte de los investigadores
184 / Pablo R. Kreimer

sénior han realizado sus estudios de especialización en centros más


o menos prestigiosos del extranjero, generando, de este modo, un
espacio de encuentro de diversas culturas científicas, en lo que res-
pecta tanto a los dos primeros niveles de periferialidad (de los con-
ceptos y de los temas de investigación) como a las relaciones entre
los investigadores, entre éstos y los técnicos, y del conjunto de ellos
con otros actores significativos del contexto en el cual el laboratorio
se encuentra inserto.
Karin Knorr-Cetina (1981 y 1982) ha propuesto un concepto que
ha sido elaborado como consecuencia de un estudio desarrollado en
un laboratorio de California, el de "relaciones de recursos", como
modo de dar cuenta de lo que esta autora denomina las arenas
transepistémicas de investigación. Estas arenas, como su nombre lo
indica, exceden el espacio particular de lo puramente epistémico
para incorporar diferentes niveles de relación. Es así que las rela-
ciones de recursos son propuestas como aquellas que los científi-
cos establecen para la movilización de los recursos de diferente or-
den que son necesarios para el desarrollo de las investigaciones, pero
que al mismo tiempo van generando un marco que inflexiona, que
produce interacciones complejas en el espacio más restringido del
laboratorio. En consecuencia, la idea de analizar las relaciones de
recursos desplegadas por los científicos nos parece una herramien-
ta de gran utilidad para intentar comprender la dinámica de la pro-
ducción de conocimientos en contextos periféricos, en la medida en
que nos permite integrar, precisamente, los diferentes niveles del
análisis, tanto las determinaciones de orden institucional como las
que remiten en mayor medida a los contenidos de los conocimien-
tos producidos.
Cuando uno se propone estudiar la conformación de tradicio-
nes ajenas al mainstream de la ciencia internacional, adquiere es-
pecial relevancia el análisis del grado de madurez de las disciplinas
consideradas, tanto en sus países de origen, como en el comienzo
de las investigaciones en la periferia. Es allí en donde se puede ha-
¿Una modernidad periférica? / 185

blar de recepción de una disciplina o de un campo particular de co-


nocimientos. Cuando el desarrollo de dicha disciplina se produce,
como en el caso de Houssay y la fisiología, con un escaso tiempo
relativo de retraso respecto de las tradiciones centrales, entonces es
posible que los aportes realizados desde un contexto periférico lo-
gren una mayor inserción en el corazón de la ciencia central.
La idea de la recepción, sin embargo, es necesario complemen-
tarla con la observación acerca de la época particular en la cual aqué-
lla tiene lugar, puesto que el conjunto de determinaciones contextúales
han variado a lo largo del tiempo, y no de una manera lineal. Dicho de
otro modo, parece difícil de aceptar que un grupo de investigadores
que han recibido dos premios Nobel puedan ser pensados como prac-
ticantes de una ciencia "periférica". Sin embargo, es necesario con-
siderar que la práctica científica a principios de siglo, en las épocas
en que Houssay comienza sus trabajos, tenía características sustan-
tivamente diferentes del desarrollo que iban a adquirir las investiga-
ciones en las décadas posteriores. Nos referimos, naturalmente, a
conocidas transformaciones que no podemos aquí más que enunciar,
como la enorme ampliación en la cantidad de investigadores, los cam-
bios de escala y de costos de la investigación en la mayor parte de las
disciplinas, y al desarrollo, en especial en los países centrales, de gran-
des laboratorios privados de investigación y, naturalmente, al "salto
cualitativo" que se habrá de producir luego de la Segunda Guerra
Mundial. La segunda consideración la debemos hacer en el sentido
de que la Argentina de las primeras décadas de este siglo formaba
todavía parte de un conjunto de países relativamente ricos, y contaba
con una élite cultural y política con lazos muy estrechos con sus se-
mejantes, en especial en los países de Europa occidental. No se nos
escapa, como ya lo hemos señalado, que quienes se dedicaban a la
ciencia en Argentina eran aquellos hijos de familias acomodadas que
no tenían necesidad de trabajar para su propia subsistencia.
Leloir, discípulo de Houssay, había desarrollado buena parte
de sus investigaciones sobre los azúcares en condiciones de una
186 / Pablo R. Kreimer

gran precariedad. Así, por ejemplo, el laboratorio en el cual comienza


sus investigaciones la luego célebre Fundación Campomar, se instaló
hacia fines de los años cuarenta en una vieja casa llena de goteras (en
donde había que utilizar cacerolas para recoger el agua los días de llu-
via), y la primera cámara refrigerada la construyeron los colaborado-
res de Leloir con viejas cubiertas de autos llenas de cubos de hielo.
Estábamos, todavía, en la época del "científico bricoleur", puesto que
la industria de producción de instrumentos para la investigación cien-
tífica apenas se estaba desarrollando: buena parte de los investigado-
res se veían obligados a fabricar sus propios instrumentos, en la me-
dida en que sus investigaciones así lo requerían.
Cuando el actual director del laboratorio comienza sus investi-
gaciones en biología molecular a finales de los años setenta, dife-
renciándose de la "rama bioquímica" desplegada por Leloir hasta
entonces, los tiempos, sin duda, ya han cambiado. Varios premios
Nobel han sido otorgados a varios científicos por las investigacio-
nes en biología molecular, entre ellos los propios Watson y Crick, o
el equipo de Lwoff, Monod y Jacob en el Instituto Pasteur. Esto nos
habla de una disciplina que conocía ya un grado considerable de
desarrollo, o en todo caso nos dice que su desarrollo había sido legi-
timado por las más altas instancias de la comunidad científica in-
ternacional. Para el director actual del laboratorio ya no resulta po-
sible fabricarse sus propios instrumentos: es necesario recurrir a los
proveedores instalados en un verdadero mercado internacional de
producción de equipamiento para la investigación. Por otra parte, la
cantidad de grupos de investigación se ha ampliado en unos pocos
años, en particular en Estados Unidos (en buena medida, como con-
secuencia de lo atractivo que se presentaba el campo luego del des-
cubrimiento de la estructura doblemente helicoidal del ADN, y de
las posibles aplicaciones, en particular, referidas a la manipulación
genética), y los temas de investigación se van haciendo más especí-
ficos, más especializados, por lo cual se van haciendo cada vez más
difíciles las "barreras de entrada".
¿Una modernidad periférica? / 187

Sin embargo, aun cuando esas barreras de entrada logran ser


atravesadas, la participación cualitativa de los científicos, en lo que
Collins (1981b) llamaría el core-set de los especialistas del campo,
no es equivalente para los investigadores de diferentes latitudes. En
los casos de excelencia científica en la periferia, se produce, efecti-
vamente, una integración en el seno de dicho core-set, es decir, los
investigadores de países periféricos pueden, y de hecho lo hacen,
participar activamente en las investigaciones más avanzadas que se
desarrollan en el seno de la élite de una disciplina. En una primera
mirada, no parece haber grandes diferencias entre investigadores de
distinto origen. Sin embargo, es necesario detenerse en una inves-
tigación con mayor detalle para observar que los modos de integra-
ción de los científicos de la periferia suelen ser, en la mayor parte
de los casos, diferentes. Para ilustrar este problema puede ser útil
mostrar el desarrollo de un tema de investigación que constituye en
la actualidad la línea más importante del laboratorio que hemos es-
tudiado en Buenos Aires.

La modernidad periférica: un ejemplo de integración hipernormal

En los comienzos de los años ochenta, el director de uno de los gru-


pos del laboratorio que estudiamos se encontraba en la Universi-
dad de Oxford, Inglaterra, como parte de sus trabajos de posdoc19.
Había llegado allí un tiempo antes, por recomendación de un anti-
guo profesor suyo, que había tenido que exiliarse como consecuen-
cia del golpe militar que se instaló en Argentina en 1976. Mientras
trabajaba en dicho laboratorio, este investigador argentino tuvo una
importante participación en el descubrimiento delgen de lafibronec-
tina. Este gen resultaba especialmente interesante, porque mostra-

19
He intentado mostrar en otra parte cómo las migraciones científicas constituyen un
aspecto fundamental para la introducción de nuevos temas y de nuevas líneas de trabajo en
contextos periféricos. Ver Kreimer (1997b).
188 / Pablo R. Kreimer

ba un fenómeno desconocido hasta entonces: se trataba de lo que se


conoce como alternative splicing, que es la expresión de dicho gen en
más de una proteína. La importancia fundamental que dicho proceso
adquiere estriba en el hecho de que este descubrimiento contradecía
(y de hecho así fue luego demostrado) el dogma central de la biología
molecular, enunciado por primera vez por Francis Crick. Este dogma
establecía que había un flujo unidireccional de la información, al mis-
mo tiempo que se produce una colinealidad entre ADN y proteínas:
"En los sistemas biológicos, la información genética transita siempre
de los genes hacia los ácidos ribonucleicos mensajeros, y de estos ARN
hacia las proteínas. Esto tomó rápidamente la forma de un esquema
A D N + ARN -I- proteínas, en donde, por el principio de colinealidad,
a un gen particular le correspondía siempre una proteína particular" 20 .
Sin embargo, en las investigaciones desarrolladas en Oxford, se
descubrió que el gen de la fibronectina se expresaba en más de una
proteína, de modo que los artículos que el grupo inglés publicó en
esos años -con la participación del investigador argentino- tuvieron
una gran r epercusión y fueron inmediatamente citados por una gran
cantidad de artículos escritos por otros investigadores pertenecien-
tes al core-set de la disciplina, en particular aquellos que se dedica-
ban al estudio de la expresión de la regulación genética.
Cuando, a mediados de los años ochenta, el investigador en cues-
tión retorna al país y se incorpora al laboratorio que nosotros estu-
diamos, organiza un equipo de trabajo con jóvenes investigadores y
estudiantes de doctorado para continuar investigando las distintas
particularidades del gen de la fibronectina. Pero, mientras tanto, en
el laboratorio inglés ya se ha descubierto un puñado de genes que
responden a las mismas características de expresión en más de una
proteína. De este modo, los investigadores de dicho laboratorio pue-
den ir juntando una enorme cantidad de información acerca de las

20
Ver la excelente historia escrita por Francois Gros (1986), así como el libro de Morange
(1994).
¿Una modernidad periférica? / 189

diferentes modalidades que adquiere el fenómeno en cada uno de


los genes estudiados, constituyendo una base de datos que les per-
mite hacer indagaciones sustantivas acerca del problema conceptual
fundamental, el "splicing alternativo".
Mientras tanto, en el laboratorio de Buenos Aires, las investiga-
ciones se dirigen cada más a profundizar el conocimiento de un gen
particular, perdiendo de vista todo el fenómeno conceptual en su
conjunto. Se trata de un proceso que Lemaine (1980) ha denomi-
nado como "ciencia hipernormal", es decir, el hecho de indagar hasta
los más mínimos detalles de un fenómeno particular, sin poder rea-
lizar un aporte sustantivo, pero haciendo realidad la proposición de
Kuhn acerca de penetrar en cada uno de los intersticios que va de-
jando abiertos el imperio de un paradigma. Lemaine, que ha inves-
tigado esta actitud en países centrales, le atribuye el carácter de una
estrategia de tipo conservador por parte de los propios investigado-
res. Habría que hacer las correcciones necesarias, puesto que este
mismo fenómeno en un contexto periférico puede resultar más bien
una estrategia de avance sustantivo de los conocimientos, puesto que
la alternativa estratégica que Lemaine supondría más riesgosa re-
sulta simplemente imposible de practicar, como consecuencia de la
falta de equipamiento, de investigadores suficientemente formados,
de una tradición que socialice una cantidad suficiente de jóvenes
investigadores para la reproducción del propio modelo, de incenti-
vos institucionales más vigorosos y, en la mayor parte de los casos,
de una casi total indiferencia del sector privado de producción de
bienes y servicios (sobre todo en la medida en que las investigacio-
nes en cuestión no evidencien una aplicación inmediata al sistema
productivo).
Una de las consecuencias de lo que venimos afirmando es que
el grupo de investigación de Buenos Aires continúa ligado a los otros
grupos internacionales que trabajan sobre la misma temática (en
particular el equipo inglés), brindando la información sobre sus
avances en la "hiperespecificación" de su línea de investigación. Y esto
190 / Fabio R. Kreimer

es así porque, para los otros grupos, dicha especificación resulta fun-
damental para ir completando el "tablero de a bordo" del conjunto
del problema teórico involucrado, y para hacer avanzar sus propias
investigaciones. De hecho, un equipo italiano desempeña, respecto
del laboratorio de Oxford, un papel parecido al del equipo argentino.
Otra consecuencia se hace visible para el estudio de la ciencia
periférica. Así como la relación del equipo argentino con sus pares
ingleses podría ser pensada en términos de una "integración subor-
dinada", al mismo tiempo debemos resaltar el fenómeno mismo de
la integración, puesto que, gracias a él, el científico argentino cuen-
ta con un alto grado de información y discute permanentemente
acerca de la marcha del conjunto de las investigaciones en dicha
temática. Lo cual nos señala, al mismo tiempo, una línea de dife-
renciación respecto de otros grupos (la mayor parte) en el país que,
al no contar con esos mecanismos de integración, se encuentran
aislados o, en el mejor de los casos, reproducen las relaciones de in-
tegración subordinada, pero esta vez en el interior del país.
Así, como consecuencia del último aspecto que señalamos, pue-
de argumentarse con razón que una marca particular de la ciencia en
la periferia resulta ser el hecho de que sus comunidades científicas
se encuentran, por lo general, profundamente segmentadas entre
aquellos grupos que tienen la capacidad de integrarse al core-set de
un campo disciplinario particular (aunque las más de las veces esta
integración se produzca de un modo subordinado) y aquellos más
reconcentrados en la comunidad científica local. Es por lo menos fre-
cuente que la comunicación entre ambos tipos de grupos sea menos
fluida que aquella que los grupos más integrados suelen establecer
con sus partenaires de la comunidad científica internacional.
Debemos agregar que el tipo de estrategia a la cual hemos de-
nominado "integración subordinada" posibilita, sin embargo, que
grupos como el estudiado tengan la posibilidad de acceder a finan-
ciamientos de origen internacional a los cuales de otro modo difí-
cilmente podrían acceder. Desde el punto de vista de los investiga-
¿Una modernidad periférica? / 191

dores que componen el grupo de investigación argentino (y este


punto de vista parece ser un denominador común en este modo de
integración), la práctica cotidiana es percibida casi como una acti-
vidad "heroica" que se esfuerza por producir conocimiento en un
nivel de excelencia, pese a las condiciones adversas producidas por
un contexto local que es percibido como hostil o, por lo menos, como
indiferente a los esfuerzos que ellos creen estar realizando. En este
sentido, la tradición fundada por los antecesores ilustres, Houssay
y Leloir, que reivindicaban la idea de una excelencia científica, pero
desarrollada en Argentina, en América Latina, parece funcionar con
plenitud, más allá de que las condiciones se vayan modificando cada
día de un modo más evidente.
Para finalizar, creo que estoy en la obligación de explicar el títu-
lo del artículo. En efecto, el mismo ha sido tomado de un libro de la
analista y crítica cultural Beatriz Sarlo (1988), en donde la autora
analiza la conformación de una cultura urbana en la Buenos Aires
de los años veinte y treinta, en muchos casos con un ojo en la propia
ciudad y con el otro en las otras ciudades diferentes que expresaban
el ideal de modernidad, y que casi siempre era París. Sería fácil para
mí retomar la inspiración de aquellas décadas, puesto que aquéllos
son los mismos años en que Houssay daba nuevo ímpetu a sus in-
vestigaciones, al tiempo que Jorge Luis Borges, Roberto Artl, Raúl
González Tuñón y otros intelectuales argentinos modelaban aque-
lla modernidad periférica.
Me interesa, sin embargo, internarme en un aspecto del título
que seguramente Sarlo intuyó, pero no ha desarrollado, esto es, el
doble par de oposiciones que la propia enunciación trae consigo en
forma implícita: moderno-arcaico; central-periférico. Este doble
juego es interesante, en la medida en que es, precisamente, en la
correspondencia no esperable (central-moderno; arcaico-periféri-
co) donde se encuentran, precisamente, la riqueza, los matices y los
intersticios en donde nuestra investigación tiene lugar. Si toda la
ciencia periférica fuera arcaica y atrasada (tal como ha sido bien
192 / Pablo R. Kreimer

discutido por Cueto), el orden de las cosas parecería imponérsenos


de un modo natural. Es precisamente por ello que encontramos una
riqueza particular en la indagación de la conformación de tradicio-
nes científicas en la periferia, partiendo del supuesto implícito de
que su carácter periférico resultaba sólo una puerta de entrada a
nuestra investigación, pero cuyo estudio debía mostrarnos el punto
de intersección de un tercer par de oposiciones sin el cual el estu-
dio de nuestra modernidad periférica se vería debilitado en su fuer-
za explicativa: el carácter universal de la ciencia versus el peso de
los contextos locales.
En este sentido, querría, para finalizar, hacer mía la diferencia-
ción extremadamente útil que ha propuesto Terry Shinn (1983), sin
duda uno de los investigadores que mejor ha sintetizado una pro-
puesta de investigación desprovista de los prejuicios muchas veces
dominantes, en cuanto a distinguir una universalidad radical (o glo-
bal), como la que ha sido propuesta, por ejemplo, por la escuela
mertoniana, de una universalidad restringida. Según Shinn:

Si el discurso y las prácticas científicas privilegian generalmen-


te una categoría de saber basada en las características geoglobales
de las entidades y en las condiciones de las interacciones, indepen-
dientemente de las variaciones especiales y temporales, esta ex-
presión de la universalidad no es la única forma de saber que existe.
Otra universalidad (igualmente comprensible, coherente y riguro-
sa) se dirige en cambio a las manifestaciones locales de los fenó-
menos; reflejando las dimensiones locales de acontecimientos
globales, pone el acento no sobre una representación idealizada,
sino sobre los detalles, los particularismos y las anomalías de los
objetos y de las acciones. Esta clase de universalidad, la universa-
lidad restringida, tiende a prevalecer en la comunidad de los expe-
rimentadores, en donde el objeto de la investigación engendra cier-
tas restricciones cognitivas y sociales.
¿Una modernidad periférica? / 193

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Olga Restrepo Forero

LA SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO


o de cómo h u i r d e la " r e c e p c i ó n " y s a l i r d e la "periferia"

Debo comenzar por hacer una aclaración que acaso sirva para des-
ilusionar a unos y congraciarme con otros. Por supuesto, en un evento
de estos no puedo dejar de hacerle unos cuantos guiños a mis ami-
gos y colegas más cercanos, si bien quiero igualmente establecer una
comunicación más amplia. Los primeros deben saber que el título
de mi ponencia no anuncia una suerte de receta o pócima mágica
que apropiadamente preparada y suministrada produzca un cambio
en los modos de vida, las prácticas, las creencias y las acciones de
los científicos colombianos y la política de ciencia y tecnología que
se hace en nuestro país. Ellos, mis amigos y colegas, saben que le-
jos de mí, pobre y singular socióloga, intentar tamaña empresa. Creo
que más allá de su amistad, los ha reunido aquí la expectativa de
escuchar un comentario crítico sobre una manera de afrontar el
estudio social de la ciencia en Colombia, una mirada ampliamente
extendida también en los enfoques tradicionales sobre la ciencia en
muchos otros países de América Latina. A estas alturas debería, pues,
para evitar equívocos, cambiar el subtítulo de este texto y acompa-
ñarlo de signos de interrogación. Así nadie tendría razón para sen-
tirse defraudado. Sin embargo, poco se adelantaría con ello, porque
la pregunta misma entonces presupondría una respuesta. En fin,
baste por el momento con aclarar que más que recetas vamos a tra-
tar aquí de explorar de manera mínimamente reflexiva ciertos inte-
rrogantes y problemas que seguramente nos inquietan a muchos de
quienes hacemos sociología de la ciencia en Colombia.
198 / Olga Restrepo Forero

Pero no se trata sólo de la actitud narcisista que se les atribuye a


quienes defienden una sociología del conocimiento reflexiva. Se tra-
ta, más allá de ello, de recordar que nuestras maneras de investigar
y describir los procesos de desarrollo, desenvolvimiento, evolución
(o involución) de la ciencia en nuestro país producen efectos reales
sobre las políticas públicas, que eventualmente se apoyan sobre
nuestras formas de representar la ciencia. Una crítica de nuestra ma-
nera de concebir la ciencia y el conocimiento científico en nuestro
país, por supuesto, no se hace sin una visión política. Quiero hacer
explícitas una y otra, porque el problema del conocimiento y parti-
cularmente de las clasificaciones que aplicamos al mundo social son
un problema político. Somos actores involucrados activamente en
un espacio de producción y consumo de clasificaciones, de repre-
sentaciones que después se ponen en juego cristalizadas, endure-
cidas, en los espacios sociales que transitamos. Aquí voy a examinar
algunas de estas clasificaciones que no son neutras, por más que lo
parezcan, por más que se empleen de manera ordinaria y aparente-
mente ingenua expresiones como "ciencia periférica", "recepción
de la teoría X, Y o Z", "consumo pasivo", "simple reproducción". Cla-
ro que podemos decir que estas maneras de hablar simplemente re-
velan algo que está en "la naturaleza de las cosas"; al fin y al cabo no
somos "productores" sino "receptores" de conocimiento, y no es-
tamos en el "centro" de la producción científica sino en la "perife-
ria"; así como no somos "modernos" sino "premodernos" (este úl-
timo término es quizás uno de los peores ejemplos de la pobreza de
una categoría residual que además lleva implícita una lógica del de-
sarrollo) o "modernos periféricos", es decir, sólo a medias moder-
nos, o "híbridos". Todas éstas son clasificaciones que nosotros con-
tribuimos a construir, clasificaciones que después se vuelven parte
de nosotros y nos abruman, puesto que adquieren la dureza de los
hechos, la consistencia de las cosas.
Bastante sabemos cómo, en historia natural, los europeos se afa-
naron por encontrar sistemas para clasificar los seres vivos hallados
La sociología del conocimiento científico / 199

en América con el conocido "truco" de la analogía con lo conocido


en el Viejo Mundo. No importa cuántas veces esa extraordinaria di-
versidad de la naturaleza se escapara por entre los múltiples vacíos
de esos rudimentarios sistemas de clasificación construidos para dar
cuenta de otra naturaleza, de otros mundos, no sé si más estrechos
o menos diversos, pero al fin y al cabo completamente distintos. Ocu-
rrió lo mismo con la descripción de los hombres y las sociedades,
un problema más sensible, pues al fin y al cabo la distancia emocio-
nal parecía menor, frente a otro hablante, que frente a una planta,
un árbol o un puma (Pagden, 1988: 29-34). Aunque en la descrip-
ción de las cosas se ponía en evidencia la distancia emocional con
los seres humanos, como también hace mucho tiempo Víctor Ma-
nuel Patino nos enseñó cómo, en ese proceso de nominación y cla-
sificación de los seres y las cosas que formó parte de la "invención
de América", una sorda batalla se libró en torno al significado, cul-
tivo, uso, preparación, formas de consumo y denominación de la
"vegetación natural" (al menos la que había a la llegada de los euro-
peos) y las plantas introducidas en América con posterioridad a la
Conquista. En ese proceso parecía como si la calidad de inferior que
se le quería aplicar a los pueblos "bárbaros" también se proyectara
en ocasiones sobre las cosas. Así ocurrió, de acuerdo con la minu-
ciosa indagación de Patino, en general con las frutas, que parecían
insulsas al paladar de los europeos: "ni tienen sabor ni olor ni efec-
to de bondad", según el dictamen final de algún viajero. Un enfren-
tamiento que en no pocas ocasiones, según describe Patino siguiendo
a los cronistas, llevó a los indígenas a destruir sus cosechas como
medio para oponerse a la dominación española o, siguiendo la misma
lógica, a los españoles a arrasar con los cultivos de maíz como medio
para someter a los pueblos indígenas. (Patino, 1977).
En el siglo XVIII, problemas similares continúan presentándose.
La naturaleza americana debe ser aprisionada en el corsé (esa pren-
da de la cual pronto las mujeres comenzarían a liberarse) del sistema
de Linneo, y la sociedad en los moldes de los discursos ilustrados. El
200 / Olga Restrepo Forero

"hombre" americano debe ser comprendido como degradado, al igual


que los animales, débil, enfermizo y poco capaz de desarrollar el in-
telecto, las ciencias o las artes. Éste es el discurso de muchos enciclo-
pedistas y de autores como De Paw, Buffon, Robertson y tantos otros
que participan en las clasificaciones europeas sobre América, frente
a las cuales se pronuncian, es cierto que de manera débil, nuestros
científicos, en la llamada polémica del nuevo mundo (Gerbi, 1982). Y
la disputa fue débil porque nuestros criollos sólo querían defenderse
de las que sentían como increpaciones de los sabios europeos, pero
defenderse mostrándose tan europeos como sus detractores y, en
consecuencia, tan capaces como ellos de entrar por el camino de la
civilización y el progreso. A un lado quedaban los nativos de América
y todos aquellos que tenían rostros claros, es decir, rasgos físicos visi-
bles, de poseer "sangre de la tierra". Éstos, se daba por descontado,
no poseían las aptitudes para el trabajo intelectual, ni la ciencia, y le-
jos estaba a comienzos del siglo XIX cualquier idea de sus posibilida-
des de participación como ciudadanos. Con el correr del siglo la ima-
gen del mestizo, a pesar de lo avanzado del proceso de mestizaje, se
degrada, al punto que a comienzos del presente, en la nueva polémi-
ca sobre el progreso de Colombia, la degeneración de la raza se pre-
senta como un problema que debe ser examinado y combatido por
medio del recurso a la inmigración masiva (Jiménez López, 1920). Una
vez más, las clasificaciones sociales señalan las causas de los límites
que en punto de civilización y progreso material y cultural se obser-
van en la comparación del país, ya no sólo con Europa sino, cada vez
con mayor frecuencia, con Estados Unidos.
Precisamente, quienes se afanaban en los años veinte del pre-
sente siglo por mostrar indicadores de la decadencia de la raza pro-
curaban señalar la menguada "producción intelectual de verdadero
valor" y la tendencia nacional a seguir "corrientes venidas de fue-
ra", que se explicaba por una aptitud para "seguir y un poco para
asimilar la gran labor universal" sin colaborar "en ella de manera
sensible y eficiente". "El balance de nuestro esfuerzo científico in-
La sociología del conocimiento científico / 201

dustrial y artístico en el último siglo transcurrido", anotaba en 1920


el médico y educador Miguel Jiménez López, "da resultados prácti-
camente negativos para la civilización universal y de muy restringida
significación para nosotros mismos". Y añadía, citando en su auxilio
los conceptos emitidos por el astrónomo Julio Garavito Armero:

Para este eminente maestro hay una especie de deformación


en los jóvenes cerebros, operada por el estudio esencialmente teó-
rico y verbalista de los primeros años. El individuo a quien se le
enseña tan solo por el dictado y por el libro va perdiendo gradual-
mente su poder intuitivo; acostumbrado a recibir todo conoci-
miento científico en lo que otros han descubierto y escrito, llega
a ser incapaz de observar la naturaleza y de anotar nada por sí
mismo (Jiménez López, 1920: 26-27).

Tal era la situación de los jóvenes universitarios y de las cien-


cias en el país, limitados como estaban a la simple condición de re-
ceptores de ideas producidas en otras latitudes. Lo que aquí se tra-
taba como síntoma y causa a la vez de la degeneración de la raza, en
momentos de mayor optimismo político se vería como seguro ca-
mino hacia el progreso. Abrir paso a las nuevas ideas, recibir con
prontitud las teorías científicas constituirían los seguros indicios del
camino de la civilización.
Alo largo del siglo XIX, como he mostrado en otro lugar (Restrepo
Forero, 1998), los intelectuales colombianos debatieron fuertemente
en torno al problema de establecer si en el país había habido activi-
dad científica y cómo debía caracterizarse ésta, en una lucha de ver-
siones sobre el pasado que de algún modo contribuye a la constitu-
ción de un orden social o de una "interpretación pública de la realidad"
sobre lo que es hacer ciencia en un país como Colombia, y quiénes la
han desarrollado y pueden contribuir en la empresa científica de
modo legítimo. En relación con el origen de la ciencia, de manera
unánime se señala que ésta proviene de Europa, en el período co-
202 / Olga Restrepo Forero

nocido como de la "Ilustración"; el momento culminante coincide


con la enseñanza de José Celestino Mutis de las teorías de Copérnico
y de Newton. Hay aquí versiones diferentes, acentos y matices se-
gún se quiera destacar la figura benemérita del médico y sacerdote
gaditano al servicio de la Corona y, en consecuencia, el origen espa-
ñol y colonial de la ciencia en Colombia (esta versión tiene una va-
riante entre quienes le atribuyen la hazaña copernicana a los jesui-
tas como educadores más legítimos en todos los tiempos), o se quiera
presentar la imagen laica y nacionalista de los criollos que se ilus-
traron "de contrabando", gracias a la lectura de libros entrados ile-
galmente al Nuevo Reino de Granada (la variante de esta versión
muestra el papel de Mutis como educador de esta juventud y la ac-
titud progresista de algunos virreyes ilustrados, no representativos
de la "España negra", quienes abrieron el paso a nuevas ideas que a
la postre significaron el alumbramiento de una nueva era).
En cualquiera de las dos versiones o sus variantes, que enfren-
taron a historiadores e intelectuales durante el siglo pasado y que
todavía nos ocupan a unos cuantos en el presente, una cuestión está
clara: el origen de la ciencia en nuestro país, que se presenta como
una "feliz revolución" (y la expresión es del propio Mutis), debe
rastrearse hasta los años finales de la Colonia. El panorama no cam-
bia sustancialmente si el actor principal en este drama es el propio
Mutis o si se definen fechas más tempranas u otros actores. Es un
hecho para los científicos del siglo XIX como del XX, tanto como para
los historiadores, que la ciencia en Colombia tiene un origen exter-
no que se puede precisar en el tiempo, un evento que puede tener
una fecha, sea ésta la del arribo de Mutis, su cátedra inaugural en el
Colegio del Rosario, la fundación de la Expedición Botánica, la posi-
ble enseñanza de los jesuitas, las polémicas con los dominicos, la lle-
gada de libros que ingresan de contrabando, las reformas educativas
impulsadas desde la metrópoli, una u otra acción de los virreyes ilus-
trados o una decisión política borbónica de control y dominio de sus
posesiones de ultramar. Con interpretaciones más personalistas o más
La sociología del conocimiento científico I 203

institucionales, el hecho se mantiene incólume. En el Nuevo Reino


la sombra se disipa cuando se "recibe" un tipo de saber producido
en la metrópoli o en otros países de Europa, una forma de conoci-
miento superior que es "científica" y se impone a los espíritus de
manera natural.
Se opera con ello una doble exclusión: se niega todo interés al es-
tudio del período de la Colonia, que con posterioridad a la Indepen-
dencia - o a la "revuelta de patricios", para usar la clasificación de mi
amigo Jorge Arias de Greiff— empieza a ser considerada por los ven-
cedores como la "noche oscura", en todo opuesta al período que lle-
gará a ser conocido como el de la Ilustración. Pero también se niega o
se expropia, y de manera bastante clara, la condición de conocimien-
to con carácter de verdad a los llamados "saberes locales" de los indí-
genas y los sectores populares. Con Mutis y sus discípulos estos
saberes son asimilados a "supercherías" y "supersticiones" que po-
nen en peligro cualquier "entendimiento bien alumbrado", según las
palabras que usara el propio Mutis, o "saberes" que pueden contener
algún fondo de verdad, siempre y cuando los criollos realicen experi-
mentos y eventualmente "validen" algunas formas de conocimiento
alcanzadas por los naturales del país, gracias al "azar" y a una dilata-
da "práctica". Ya señalé atrás cómo en este juego de representacio-
nes y polémicas con los europeos a propósito del Nuevo Mundo, los
criollos novan precisamente a romper sus lanzas por las capacidades
intelectuales de los indígenas.
Quien se refiere al origen externo de la ciencia no se limita a
aceptar la momentánea superioridad de la ciencia europea que des-
pués de un primer momento de recolección echa por fin raíces y,
una vez producida la " revolución copernicana", sigue su propio cami-
no "nacional" o "independiente", como si se ajustara al camino "nor-
mal" de la secuencia de la ciencia recolectora, colonial y nacional anun-
ciado en el clásico modelo de expansión-difusión de Basalla (1967).
Los escritos de historia de la ciencia abundan en descripciones de
sucesivos procesos de modificación y renovación de ideas, progra-
206 / Olga Restrepo Forero

situación menos desamparada, menos pasiva, menos irracional, es


preciso sacudir esa mirada que concibe a la ciencia como una forma
de conocimiento universal, por excelencia, y a los científicos como
individuos cosmopolitas que deben escapar de cualquier contexto
local para producir conocimiento.
Para ello quiero pensar que es preciso contrastar los enfoques
de la sociología de la ciencia y la sociología del conocimiento cientí-
fico a la luz de lo que estos programas adaptados de diversas mane-
ras a las circunstancias locales han significado y pueden llegar a sig-
nificar desde el punto de vista de nuestra manera de entender cómo
se desarrollan, practican y elaboran la ciencia y el conocimiento cien-
tífico en Colombia y cómo evaluamos el tipo de ciencia que se prac-
tica en nuestro país y qué alternativas podemos proponer.
Con la perspectiva de la sociología mertoniana de la ciencia, den-
tro de la cual se inscribe perfectamente el modelo difusionista de
Basalla, la investigación sobre la ciencia en países como el nuestro
debe examinar los nexos entre la ciencia y la sociedad en cuanto se
relaciona con los procesos de institucionalización que incluyen la
valoración social de la actividad científica, la formación y la sociali-
zación en los valores y prácticas de la ciencia, la creación de institu-
ciones para la actividad científica (institutos, universidades, asocia-
ciones, premios, publicaciones). También es posible estudiar los
cambios en los focos o temas de interés para los científicos, cam-
bios que pueden tener directa relación con los valores y las deman-
das sociales, y que a su vez inciden sobre el ritmo y la dirección que
toma la actividad científica en un determinado país o época 1 . Por últi-

1
Al respecto, en su clásico ensayo "Paradigma para una sociología del conocimiento", apun-
taba Merton que ya se estaba "disipando todo vestigio de la tendencia a considerar el desarro-
llo de la ciencia y la tecnología como totalmente autónomo y como progresando indejiendien-
temente de la estructura social". Lo cual no era en verdad, a la altura de 1945, adelantar mucho.
Y añadía que el caso alemán era una "virtual prueba experimental de la estrecha dependencia
de la dirección y el alcance de la labor científica con respecto a la estructura de poder preva-
leciente y a la visión cultural asociada con ella". (Merton, 1977: 85).
La sociología del conocimiento científico I 203

institucionales, el hecho se mantiene incólume. En el Nuevo Reino


la sombra se disipa cuando se "recibe" un tipo de saber producido
en la metrópoli o en otros países de Europa, una forma de conoci-
miento superior que es "científica" y se impone a los espíritus de
manera natural.
Se opera con ello una doble exclusión: se niega todo interés al es-
tudio del período de la Colonia, que con posterioridad a la Indepen-
dencia - o a la "revuelta de patricios", para usar la clasificación de mi
amigo Jorge Arias de Greiff- empieza a ser considerada por los ven-
cedores como la "noche oscura", en todo opuesta al período que lle-
gará a ser conocido como el de la Ilustración. Pero también se niega o
se expropia, y de manera bastante clara, la condición de conocimien-
to con carácter de verdad a los llamados "saberes locales" de los indí-
genas y los sectores populares. Con Mutis y sus discípulos estos
saberes son asimilados a "supercherías" y "supersticiones" que po-
nen en peligro cualquier "entendimiento bien alumbrado", según las
palabras que usara el propio Mutis, o "saberes" que pueden contener
algún fondo de verdad, siempre y cuando los criollos realicen experi-
mentos y eventualmente "validen" algunas formas de conocimiento
alcanzadas por los naturales del país, gracias al "azar" y a una dilata-
da "práctica". Ya señalé atrás cómo en este juego de representacio-
nes y polémicas con los europeos a propósito del Nuevo Mundo, los
criollos no van precisamente a romper sus lanzas por las capacidades
intelectuales de los indígenas.
Quien se refiere al origen externo de la ciencia no se limita a
aceptar la momentánea superioridad de la ciencia europea que des-
pués de un primer momento de recolección echa por fin raíces y,
una vez producida la "revolución copernicana", sigue su propio cami-
no "nacional" o "independiente", como si se ajustara al camino "nor-
mal" de la secuencia de la ciencia recolectora, colonial y nacional anun-
ciado en el clásico modelo de expansión-difusión de Basalla (1967).
Los escritos de historia de la ciencia abundan en descripciones de
sucesivos procesos de modificación y renovación de ideas, progra-
204 / Olga Restrepo Forero

mas y paradigmas científicos que siguen más o menos desfasados


en el tiempo, más o menos fieles en el contenido, los movimientos
de ideas que tienen siempre un origen externo. Así que no es sólo
del exterior el primer impulso, el primer motor de la actividad cien-
tífica en el país; también provienen de fuera los procesos de cam-
bio, los ciclos de renovación.
Si el origen de las ideas, de las teorías o los paradigmas es exter-
no, ése es también el epicentro de las recompensas simbólicas, de todo
reconocimiento. No importa qué tan asimétrica sea la relación con los
sabios del "Primer Mundo", todo vínculo personal genera un efecto
de imposición de manos, un "toque mágico" que le confiere al autor
local una mayor legitimidad frente al conocimiento. Quien esté más
cerca de la fuente de la eterna juventud será considerado más fiel in-
térprete de las ideas que transmite y, en consecuencia, más autoriza-
do para enunciarlas. Las comparaciones, elogios y críticas se harán
con la métrica universal de la "ciencia-mundo". Los ejemplos abun-
dan en el pasado y en el presente. Reputaciones científicas se cons-
truyen sobre la base de tener una carta, aunque sea una postal, escri-
ta de puño y letra del científico X, haber sido alumno o alumna de Y,
tener una foto con Z: la cercanía social convertida en sinónimo de igual-
dad científica es el rasgo distintivo de ese "toque mágico" o acto su-
premo de asimilación, que borra las penosas asimetrías porque sim-
plemente se resiste a verlas y concebirlas como problema. Veamos
cómo, por ejemplo, los historiadores del siglo pasado y del presente
aluden a la correspondencia entre Mutis y Linneo siempre en los
mismos términos, como confirmación de la importancia de Mutis que
se expresa en su contacto personal con el naturalista sueco. A través
de los escritos de estos historiadores casi se escuchan los ecos de las
voces de los contemporáneos de Mutis cuando comentan, admirados,
cómo "nuestro" médico, don José Celestino, sostiene corresponden-
cia "nada menos que con Linneo, el príncipe de la botánica", una re-
lación que con un enfoque completamente distinto podría verse como
un medio que le sirve al botánico de Upsala para construir y validar
La sociología del conocimiento científico I 205

su sistema de la naturaleza y extender sus redes hacia territorios que


le son directamente inaccesibles. En una versión, que tanto se parece
a las notas de la página social, Linneo "honra" a Mutis al establecer
correspondencia con él; en la otra, Mutis sería uno de tantos corres-
ponsales-informantes necesarios para una red que se mundializa. (No
hace falta meditar mucho para encontrar ejemplos más recientes). En
esta versión, Mutis resulta ser uno de tantos actores en una compleja
red que colabora en el proceso de convertir en universal una forma de
clasificación como la sistemática de Linneo, elaborada localmente (en
Suecia) y que gracias a él, entre muchos otros, deviene ciencia uni-
versal. En esta versión más compleja, Mutis es a la vez agente en la
validación de una caja negra, la sistemática linneana, y simultánea-
mente su incompetente "usuario". Convertida en caja negra, la siste-
mática linneana llenará de dudas al mismo Mutis, que en adelante ya
no sabrá cómo hacer para que la naturaleza tropical encaje en aquel
sistema. Y, por supuesto, conocemos el drama personal que lleva a
Mutis por el camino de dibujar, claro está que de modo selectivo y
constructivo, las especies linneanas que él mismo fabrica en el pro-
ceso, precisamente porque no se atreve a cuestionar el sistema que
también él contribuye a solidificar. Como científico individual no tie-
ne más remedio que sentir su impotencia y convertirse en "recolector
de datos" que debe interpretar frecuentemente como excepciones en
el sistema o, peor aún, como índices de su incapacidad como botáni-
co sistemático, igual que ocurre con naturalistas situados en lugares
tan remotos como Australia, donde las leyes de la naturaleza parecen
"estar invertidas", según lo ha documentado ampliamente Roy
MacLeod (1987).
En este orden del discurso sobre el desenvolvimiento de la cien-
cia en Colombia, la clasificación de qué actividades merecen ser con-
sideradas científicas y cuáles no, cuándo y cómo aparece en el país
la ciencia y quiénes son sus portadores legítimos, hay demasiados
supuestos que no han sido cuestionados. En esta lucha por cuestio-
nar las clasificaciones, y ojalá proponer unas que nos ubiquen en una
206 / Olga Restrepo Forero

situación menos desamparada, menos pasiva, menos irracional, es


preciso sacudir esa mirada que concibe a la ciencia como una forma
de conocimiento universal, por excelencia, y a los científicos como
individuos cosmopolitas que deben escapar de cualquier contexto
local para producir conocimiento.
Para ello quiero pensar que es preciso contrastar los enfoques
de la sociología de la ciencia y la sociología del conocimiento cientí-
fico a la luz de lo que estos programas adaptados de diversas mane-
ras a las circunstancias locales han significado y pueden llegar a sig-
nificar desde el punto de vista de nuestra manera de entender cómo
se desarrollan, practican y elaboran la ciencia y el conocimiento cien-
tífico en Colombia y cómo evaluamos el tipo de ciencia que se prac-
tica en nuestro país y qué alternativas podemos proponer.
Con la perspectiva de la sociología mertoniana de la ciencia, den-
tro de la cual se inscribe perfectamente el modelo difusionista de
Basalla, la investigación sobre la ciencia en países como el nuestro
debe examinar los nexos entre la ciencia y la sociedad en cuanto se
relaciona con los procesos de institucionalización que incluyen la
valoración social de la actividad científica, la formación y la sociali-
zación en los valores y prácticas de la ciencia, la creación de institu-
ciones para la actividad científica (institutos, universidades, asocia-
ciones, premios, publicaciones). También es posible estudiar los
cambios en los focos o temas de interés para los científicos, cam-
bios que pueden tener directa relación con los valores y las deman-
das sociales, y que a su vez inciden sobre el ritmo y la dirección que
toma la actividad científica en un determinado país o época 1 . Por últi-

1
Al respecto, en su clásico ensayo "Paradigma para una sociología del conocimiento", apun-
taba Merton que ya se estaba "disipando todo vestigio de la tendencia a considerar el desarro-
llo de la ciencia y la tecnología como totalmente autónomo y como progresando independien-
temente de la estructura social". Lo cual no era en verdad, a la altura de 1945, adelantar mucho.
Y añadía que el caso alemán era una "virtual prueba experimental de la estrecha dependencia
de la dirección y el alcance de la labor científica con respecto a la estructura de poder preva-
leciente y a la visión cultural asociada con ella". (Merton, 1977: 85).
La sociología del conocimiento científico I 207

mo, la sociología de la ciencia a la Merton examina qué tipos de or-


ganización social y de sistema político resultan más favorables al de-
sarrollo de la ciencia (y sobre todo señala la compatibilidad funda-
mental entre los valores de las sociedades "modernas" con sistemas
políticos democráticos y los que integran el ethos del científico, com-
puesto de las normas de universalismo, comunalidad, humildad, es-
cepticismo organizado, originalidad y desinterés), lo cual implica
analizar, igualmente, los obstáculos que a ella se oponen, que en
ocasiones inciden para que determinadas teorías científicas sean
aceptadas y rechazadas otras, algunas ideas reciban un rápido im-
pulso (aun tratándose de ideas falsas o fraudulentas) y otras se vean
relegadas e incluso prohibidas. Para nosotros la tarea de investiga-
ción del desenvolvimiento de las ciencias en el país se convierte en
la resolución de una serie de acertijos, entre los cuales está recono-
cer todos los obstáculos locales que se oponen al progreso de las
ciencias y eventualmente indagar por las situaciones felices en que
ha sido posible en el contexto local desarrollar trabajos de excelen-
cia científica, es decir, trabajos que escapan a las contingencias lo-
cales, trabajos que por sus mismas pretensiones "universales" sólo
pueden ser desarrollados por científicos cosmopolitas o extrañados
de su sociedad.
Para esta versión de la sociología de la ciencia - q u e algunos han
preferido llamar sociología de los científicos, puesto que se ocupa
más de sus interacciones que de sus productos y desvincula unas
de otros, o aun sociología del error, como que sólo se aviene a exa-
minar contenidos conceptuales cuando trata de explicar por qué
ideas erróneas o fraudulentas han llegado a ser admitidas en deter-
minados momentos y contextos sociales-, la ciencia es una forma
de conocimiento superior y acumulativa, y los descubrimientos, aun-
que hijos de un determinado tiempo social y cultural, son inevita-
bles, en lo que constituye un argumento fuerte a favor de la objeti-
vidad y verdad de éstos. Si de hecho no todos los descubrimientos
son múltiples, ello se debe a que los mecanismos de publicación y
208 / Olga Restrepo Forero

difusión impiden que otros lleguen a la fase final de un trabajo que


(al parecer de modo inevitable) conduciría al mismo punto, a esta-
blecer los mismos hechos, idénticas leyes, iguales resultados. He-
chos, leyes y resultados que esperan pacientemente al investigador,
que aguardan su tiempo, en un camino que conduce gradualmente
al progreso del conocimiento.
Los científicos más productivos, dice Merton, se caracterizan
por ser menos locales y más cosmopolitas; esto es, "viven y trabajan
en medios sociales culturales más vastos que sus milieux locales".
Por este camino no se descarta, pero sí se minimiza cualquier inda-
gación que se centre en los procesos de producción del conocimiento
en tanto están fuertemente articulados con las "relaciones locales
interpersonales y la organización formal de sus lugares de trabajo".
Si alguna utilidad tiene, en criterio de Merton, el concepto de "co-
munidad de los científicos" es precisamente este acento sobre el ca-
rácter disperso de este grupo (1977:481-482). Y e s también gracias
a esta imagen que se refuerza la idea de que sus productos típicos
son ideas y teorías científicas independientes de las situaciones lo-
cales de su producción. Y del mismo modo son juzgadas y evalua-
das de acuerdo con criterios impersonales de validez "la consonan-
cia con la observación y el conocimiento anteriormente confirmado"
(1977: 359). Así, pues, que si la verificabilidad o la falsación son po-
sibles en esta versión neopositivista de la ciencia, se encuentra fácil
establecer una coincidencia entre un canon metodológico y una
norma moral socialmente sustentada que impone juzgar con crite-
rio universal toda contribución individual.
Por los mismos años en que Merton comenzaba la carrera que
habría de convertirlo en el "padre fundador de la sociología de la cien-
cia", como ha sido unánimemente llamado en esos eventos canóni-
cos tan comunes en la autocelebración de las disciplinas científicas,
Ludwik Fleck, un médico polaco-judío, escribía una obra sobre la
producción de hechos científicos, situado tan en la "periferia" -¿de
qué?: ¿de la filosofía de la ciencia?, ¿de las preocupaciones del Cír-
La sociología del conocimiento científico I 209

culo de Viena?, ¿de las respuestas de los neokantianos?, y en cual-


quier caso, sería mejor decir, en la "frontera" o el "borde"- como
para tener la capacidad de dar respuestas originales a problemas que
parcialmente interesaban a psicólogos, filósofos, antropólogos, so-
ciólogos e historiadores. Este médico escribía en 1935 una extraor-
dinaria obra sobre la producción de hechos, que hoy en día es un
clásico de la sociología del conocimiento científico, en la cual se
señala de manera contundente cómo las condiciones sociales no son
el obstáculo que hay que romper en el proceso de conocimiento
puesto que, como él escribía, en una muy temprana propuesta de
epistemología social y genético-evolutiva,

El conocer representa la actividad más condicionada social-


mente de la persona y el conocimiento es la creación social por
excelencia [...] sin la condicionalidad social, no es posible nin-
gún conocer en absoluto, ya que la palabra "conocer" sólo tiene
significado en relación con un colectivo de pensamiento (Fleck,
1986:89-90).

Y, para redundar en la cita, en una expresión que preocuparía a


quienes definen el contexto, la localidad, la especificidad como el
obstáculo, la barrera que se opone al "progreso", al conceptualizar
la ciencia como cultura y como práctica se pierde toda ilusión de una
ciencia "libre de contexto": "En la ciencia como en el arte y en la
vida, sólo aquello que es realidad para la cultura, es realidad para la
naturaleza" (Fleck, 1986: 81). Y no se trata sólo de que los descu-
brimientos sean "hijos del tiempo" en una sucesiva aproximación a
la verdad y a la correcta interpretación o descripción de la "naturale-
za" o de la "sociedad". Más bien resulta que aquello que sea conside-
rado como la "naturaleza", la "sociedad", es un producto de nuestros
procesos de construcción de conocimiento. Si se acepta esta prima-
cía de la cultura desaparece, en estricto sentido, esa diferenciación
entre ciencias naturales y ciencias sociales, como era concebida
210 / Olga Restrepo Forero

cuando fue categorizada por los pensadores clásicos. Las ciencias


naturales hablan (al menos) tanto de nosotros como de la "natura-
leza". Se expresa en ellas nuestra construcción de sentidos, nues-
tra producción (fabricación la llaman algunos autores para poner el
acento tanto en la creación de algo no natural, como en la forma es-
pecífica de organización contemporánea del trabajo), de hechos,
nuestro proceso de sintonizar sin saber de antemano cuál es la se-
ñal (una vez más, distinguir "ruido" y "señal" no es un proceso na-
tural, sino uno de creación de sentido).
En cualquiera de las opciones hoy corrientes de estudio social
de la ciencia, a partir de algunos problemas formulados primeramen-
te por Fleck y después retomados por Kuhn en su famosa obra de
1971, se puede encontrar un campo de consensos que define una
agenda de investigación común a muchos programas de investiga-
ción: cómo se genera nuevo conocimiento, en primer lugar, sobre el
estado de los conocimientos previamente validados por una comu-
nidad; cómo se producen hechos científicos y descubrimientos, que
no están ahí fuera, listos para ser recogidos, sino que constituyen
productos sociales y resultados de determinadas maneras de ver que
se integran en estilos de pensamiento o paradigmas; cómo avanza
la ciencia no merced a la lenta acumulación de hechos, cada vez más
cercana a la verdad, sino por la sustitución de paradigmas o estilos
de pensamiento inconmensurables; cómo no es posible decidir ob-
jetivamente, con base en la evidencia empírica, entre dos paradigmas
rivales; en fin, de qué forma los criterios de validación y significa-
ción, y la interpretación de valores como simplicidad, coherencia y
precisión, cambian también históricamente.
Y una vez caracterizados los estilos de pensamiento al modo de
Fleck, "por los rasgos comunes de los problemas que interesan al
colectivo de pensamiento, por los juicios que el pensamiento colec-
tivo considera evidentes y por los métodos que emplea como medio
de conocimiento" (1986: 145), no parece apropiado hablar de "re-
cepción de paradigmas" o estilos de pensamiento como de actos pa-
La sociología del conocimiento científico I 211

sivos, que consisten en elegir libremente una serie de ideas, no ma-


neras de ver el mundo, sistemas de conceptos o teorías. Redefinidos
los paradigmas, o pensados como "estilos de pensamiento" o como
culturas científicas, la indagación se hace más problemática, ya que
no parece posible que los individuos perciban por fuera de un estilo o
que cambien o seleccionen un estilo a voluntad. Sin embargo, antes
que proceder normativamente, sería preciso plantearse como proble-
ma éste de la traducción o adaptación de ideas y teorías y, más aún, el
de concebir y comprender la ciencia como práctica y los problemas
que implica concebirla como cultura.
Si la ciencia es una forma de conocimiento "local", situada en
un contexto y un tiempo que una mirada sociológica exige especifi-
car claramente, se puede invertir la pregunta para indagar más bien
cómo una actividad, una práctica y una cultura como ésta parece des-
prenderse de todo el ámbito de su producción local para atravesar
no sólo el tiempo, en la metáfora de la ciencia como edificio en per-
manente construcción al cual se le van sumando paulatinamente,
ladrillo tras ladrillo, nuevos pisos, nuevas estructuras, sino también
el espacio, esto es, cómo amplían esos colectivos de pensamiento sus
redes, de suerte que una vez extendido un estilo de pensamiento no
hay forma de ver por fuera de él. La "trampa" o, digamos más bien,
la seducción, consiste precisamente en que, al extender sus redes,
estos estilos de pensamiento y las cajas negras que ellos construyen
justifican el proceso como la "natural" difusión de ideas, teorías o
datos que poseen una validez intrínseca y una superioridad que tras-
ciende y explica el hecho mismo de su expansión. La situación es
precisamente la inversa: lo que las valida es el proceso mismo de
ampliar la red, así adquieren esa apariencia de consistencia y soli-
dez que después les reconocemos como cualidad intrínseca (Latour,
1992). En los contextos locales la producción de conocimiento es,
por definición, una práctica, la de la investigación, adaptada a las
circunstancias, a los problemas que hay que resolver, a los interro-
gantes del momento, a las condiciones del laboratorio, del trabajo
212/ Olga Restrepo Forero

en el campo. Aquí las interpretaciones fluyen, se fabrican "hechos",


se fijan las imágenes, se crean las evidencias que antes de ser ciencia
(caja negra) carecen del aura de superioridad de esas teorías que dan
la impresión de viajar desprendidas del mundo, gracias a tantas obras
de historia y filosofía, y sobre todo a tantos manuales, textos y escritos
de divulgación que las presentan como obras puras, teorías, produc-
tos sin referencia a lo local. Cuál sea la dinámica de relación entre la
investigación y la ciencia (como caja negra), y particularmente cómo
se convierte una en otra, es una cuestión "abierta al debate" 2 .
Un asunto importante es saber cómo se configura el balance que
hay en diferentes sociedades entre investigación y ciencia. Y, por su-
puesto, otra cuestión aún más central para nosotros es la de indagar
cómo se llega a creer que en unas sociedades hay ciencia e investi-
gación, mientras que en otras, si mucho, hay ciencia (cajas negras)
importada. Una pista para abordar el asunto tiene que ver con el
proceso de definición de lo local como secundario, fuente de datos,
lugar de recolección, medición y "aplicación" de esta manera de ver
el mundo que es independiente de todo tiempo y lugar. En esta pers-
pectiva los científicos en nuestros países sólo se limitarían a exten-
der el campo de lo conocido, por medio de la "aplicación", y está claro
que el nombre del juego no es el de contrastar o falsar teorías o de
hallar sus inconsistencias; el proceso de "asimilación" más bien
consiste aparentemente en seguir unas reglas 3 . Precisamente con la
definición misma de "aplicar", en estrecha relación con el carácter

2
Bruno Latour -que en reciente entrevista expresa esta línea divisoria entre ciencia e in-
vestigación, una cuestión que ya había expuesto claramente en La ciencia en acción- plan-
tea que no hay ninguna conexión entre una y otra actividad, que la ciencia es una "cosa to-
talmente política", pero una política que es la de "deshacerse de la consulta política".
(Boczkowski, 1997: 147).
3
La situación se asemeja a la relación social maestro-alumno y al proceso de transmisión
de ideas y reglas que se supone le es propio, según el análisis de Wittgenstein. Cuando el
alumno hace lo que el profesor espera de él se dice que entendió y siguió "la regla". Cada
vez que se aparta de la respuesta esperada la situación es descrita como de "no compren-
La sociología del conocimiento científico I 213

"universal" de la ciencia, se define que un fallo no invalida la teo-


ría, sino simplemente muestra la incompetencia del investigador
(local) 4 . Su trabajo simplemente se presenta, por tanto, como sub-
sidiario, un trabajo rutinario de escaso valor. Sólo si esta investiga-
ción llega a convertirse en ciencia (caja negra), adquiere importan-
cia; de no ser así no existe, forma tan sólo la cola del cometa del
paradigma bajo el cual se inscribe. Así se devalúa todo proceso de
investigación que no conduce a la "prioridad", la recompensa acor-
dada después de un largo proceso de lucha, miradas retrospectivas,
negociación y reconstrucción para los "autores" de las cajas negras.
Si no hay prioridad que reclamar, hay poco que valga la pena recor-
dar. Así se invisibilizan los trabajos de investigación que se produ-
cen ordinariamente en nuestros países y que, a pesar de la impor-
tancia que pueden tener desde la perspectiva del conocimiento local,
dejan de ser significativos si se juzgan con la pretensión de evaluar
"nuestras contribuciones a la ciencia universal". Empiezan a ser con-
siderados trabajo "prácticos", "empíricos", de "corto vuelo", nada
que valga la pena destacar, precisamente porque los degradamos al
autodefinirlos como insignificantes "aplicaciones". En una crítica
de corte etnometodológico seríamos algo así como la versión periférica
de los "idiotas-culturales-normativos-seguidores-de-reglas" que no
existen ni aquí ni en ninguna otra parte.
Casi completamente descartadas las prioridades del tipo de las
cajas negras, queda la prioridad de estar cerca del cometa, de ob-
servar su paso radiante por el horizonte local. De ahí que haya tan-
tos trabajos sobre la "difusión" de paradigmas y la enseñanza tor-

sión". Así, el papel activo resulta ser el del maestro, y el alumno es un simple recipiente que
capta o no, acepta o no unas fórmulas atemporales, "las reglas" que parecen estar situadas
por encimay aparte de la situación social, de los "modos de vida", de las prácticas. (Wittgenstein,
1988: § 185).
4
De un modo análogo al caso del investigador que procura resolver los enigmas ordina-
rios de la ciencia "normal", al que alude en su obra Kuhn (1971).
214 / Olga Restrepo Forero

mal de las ciencias, y comparativamente menos sobre los procesos


de investigación locales, esos que comúnmente se llaman de "apli-
cación". Las primeras hablan de la ciencia, de la "recepción" de las
últimas teorías, y de este modo se introducen en los circuitos inter-
nacionales de la "investigación sobre las ciencias"; las segundas
hablan o deberían hablar de los pequeños trabajos de "rutina" que
sólo interesan (si es que llegan a interesar) en el contexto, a menos
que se construya un "modelo" (situacional) para comprender la di-
námica de lo local. (Aquí el giro reflexivo me obliga a señalar que
escribo con conocimiento de causa, ocupada como estoy en estu-
diar el proceso de "recepción" del darwinismo en Colombia).
En este modelo de la ciencia como conocimiento local que se ex-
tiende y se valida simultáneamente es preciso que pongamos en cues-
tión la caracterización no problemática de los "centros" y las "perife-
rias" de la ciencia, no sólo porque ahora sabemos que aquellos
llamados centros son móviles en el tiempo, y porque estas dicotomías
dejan de lado las relaciones horizontales, "descentradas", sino por-
que esta forma de entender la ciencia hace a un lado la interrelación
que necesariamente existe entre el contexto local (por ejemplo, del
occidente de Europa durante el siglo XIX) y la producción, la valida-
ción y la circulación del conocimiento científico. En la perspectiva de
caracterizar lo "local" no como el lastre o el obstáculo que hay que
romper, se propone un enfoque simétrico que supere las anteriores
connotaciones evaluativas de centro-periferia, que tanto recuerdan a
los modelos de culturas/>recientíficas (y aun prelógicas) y culturas
científicas (Chambers, 1990: 616).
Así como se puede problematizar el papel de los contextos loca-
les en esta nueva tríada analítica -que no representa una concep-
ción de los tres procesos de invención, validación, aculturación, como
necesariamente independientes-, otro tema de investigación tam-
bién deben ser las representaciones del "centro" y la "periferia" en
las imágenes que tienen los científicos mismos sobre su papel so-
cial, como en los imaginarios que circulan sobre los procesos de in-
La sociología del conocimiento científico I US

vestigación y conocimiento en nuestro país. Así, convertidas en cues-


tiones para ser investigadas, deberán quedar atrás como recursos ana-
líticos, como categorías para comprender nuestros procesos, es de-
cir, no pueden ni deben ser naturalizados, convertidos en "así son las
cosas", "así es como funcionan", sin someterlos a una inspección ri-
gurosa sobre las jerarquías que se ponen enjuego. De otra parte, este
giro hacia lo local es necesario porque permite contrarrestar la ten-
dencia a concebirlo como un lastre en el proceso de investigación cien-
tífica, idea que permea, por lo demás, toda la política científica que se
hace en países como el nuestro. Sería muy difícil entender el surgi-
miento del darwinismo sin tener en cuenta el contexto cultural, so-
cial y económico de la Inglaterra del siglo XIX Hacer a un lado lo local
o concebirlo como obstáculo en el desarrollo de la ciencia sólo con-
tribuye a confundir aquello que se quiere entender (Anderson y Buck,
1989). Una política científica construida sobre tales cimientos pare-
ce estar condenada a elegir entre producir, si sólo dependiera de su
gestión, científicos "alienados" o "periféricos".
Y las jerarquías que se cristalizan en tales discursos están bien
claras. Hay aquí una marcada asimetría en el tratamiento de la cien-
cia3 que es necesario comprender. En la historia de la ciencia, a los
actores locales sólo se les construyen aquellos intereses que los con-
ducen a negar las teorías científicas. Cuando las ideas son rápida-
mente aceptadas en el espacio universitario se produce una "feliz
revolución" que aparentemente se explica por sí misma, por la cali-
dad científica de las ideas que se defienden. El caso es igual si se
habla de Copérnico y Newton que si se trata de la acogida que tu-
vieron en el mundo universitario las obras de Pasteur, Darwin o en
el siglo presente Freud o Einstein. Si las ideas expresan leyes uni-
versales, la resistencia se equipara con el error y éste debe ser ex-

5
Asimetrías asociadas al modelo difusionista han sido examinadas por Latour (1992: 128-
139) y por Chambers (1993: 610-611).
216/ Olga Restrepo Forero

plicado. Es natural, entonces, que se examinen las causas sociales o


psicológicas del rechazo, pero se entienda que la aceptación sólo
muestra la cientificidad, racionalidad o la modernidad de los "re-
ceptores". Valdría la pena encaminar nuestros esfuerzos a construir
visiones históricas y sociológicas más simétricas y más caritativas
con el trabajo de los distintos actores en el escenario científico.
La simetría está de moda, ciertamente, en los estudios sociales
de la ciencia. Basta consultar algunos números recientes de los So-
cial Studies of Science, para encontrar largas discusiones al respec-
to. Una de ellas, e interesante por cierto, se refiere al problema de la
neutralidad que algunos consideran va asociada a este principio
metodológico. Yo creo, por el contrario, que podemos aplicar cierta
simetría en la indagación sobre los procesos de la ciencia en nues-
tro país, sin por ello pretender cualquier "defensa" a ultranza de
nuestros científicos o intelectuales simplemente porque son nues-
tros, en un chauvinismo de nuevo cuño, aunque sin recurrir por ello
a la imparcialidad que no parece ser otra cosa sino un nuevo nom-
bre para la tan criticada "neutralidad valorativa"6. Podemos ser si-
métricos cuando, si esa es nuestra opción teórica, construimos (creo
que nuestro colega José Antonio Amaya preferiría decir "descubri-
mos") intereses sociales para el rechazo tanto como para la adapta-
ción o traducción local de los estilos de investigación científica. Esto
no significa que tengamos que ser imparciales o neutrales con res-
pecto a los actores locales. Por ejemplo, cuando Caldas se opone dé-
bilmente a las clasificaciones de los europeos en la polémica del
Nuevo Mundo a la que antes aludí, lo hace en defensa de las élites a
las cuales pertenece, como criollo que es y como se define conscien-
temente a sí mismo. La simetría en el análisis no significa necesa-

6
Al respecto véanse, por ejemplo, como parte de la interesante polémica que se compiló
en un número monográfico de la revista arriba mencionada, Ashmore, 1996: Collins, 1996:
Pels, 1996.
La sociología del conocimiento científico I 217

riamente nuestra defensa o nuestro silencio en relación con su po-


sición de interés, salvo que hablemos efectivamente como criollos o
como defensores a ultranza del cientificismo como expresión máxi-
ma de la racionalidad y la modernidad. (Y, dicho sea de paso, a esta
tarea se ha dedicado una buena parte de la nueva historia de la cien-
cia en América Latina, en abierta contradicción con los principios
teóricos y metodológicos que propone.) Por supuesto, si la compa-
ración la hacemos con los aún más racistas discursos europeos de
finales del siglo XVIII, puede que la imagen de Caldas, situado en esta
esquina del mundo, se presente con una luz un poco más favorable.
Sin embargo, esto ocurrirá si se hacen a un lado las condiciones de
la traducción y extensión de esos discursos en el contexto histórico,
condiciones que no están determinadas de antemano, ni se pueden
predecir o anticipar por un cuidadoso análisis del contenido de los
propios discursos. Podemos mostrar a Caldas como un ejemplo tí-
pico de la ciencia nacional, a condición de que entendamos la na-
ción como empezaban a entenderla los criollos7, una nación inven-
tada por una pequeña burocracia viajera y un grupo de letrados,
periodistas y comerciantes (Anderson, 1993), o podemos plantear-
nos el problema del significado social que en su contexto local y no
en un pretendido sentido universal tenían sus discursos. Aunque no
seamos "neutrales", con esa simetría habremos ganado mucho si
adoptamos el principio de la caridad interpretativa, tan estimado por
los antropólogos, según el cual podemos hacer más o menos racio-
nal, más o menos coherente el comportamiento y los sistemas de
creencias de los actores que investigamos. En el ejemplo que con-
sideramos esto implicaría estudiar cuidadosamente las condiciones
locales que Caldas expresaba en su discurso, un discurso legitima-
dor de una nueva dominación, antes de proceder a calificar su in-

7
En mi criterio éste es el programa propuesto y efectivamente seguido, por ejemplo, en
Saldaña (1992).
218/ Olga Restrepo Forero

competencia o su "mala lectura" 8 de las fuentes ilustradas que cita


en sus textos. Me parece que habremos ganado mucho en compren-
sión si ocurre que, en este conflicto o lucha por las clasificaciones
(y debe tratarse, en efecto, de una "lucha por las clasificaciones"),
nuestros sujetos (los científicos del presente y del pasado y sus pú-
blicos) no resultan sistemáticamente calificados de irracionales e
incoherentes,/>relógicos o/)remodernos. Pero aun habríamos avan-
zado más si al prestar cuidado a los contextos locales estuviéramos
también atentos a examinar con mayor detenimiento la medida en
que los sujetos que estudiamos, y también nosotros como investi-
gadores o (¿hay que recordarlo?) investigadoras, contribuimos a
profundizar tendencias sociales de dominación y subordinación en
el marco de las cuales cada día producimos nuevos sentidos.

8
Éste es otro tema que resuena aquí y allá. ¿Cuáles cuentan como buenas lecturas y cuáles
como malas? ¿Una lectura obediente es una buena lectura? Quienes se autodefinieron como
darwmistas en América Latina, por ejemplo, ¿leyeron bien o mal a Darwin? El historiador o,
para el caso, la historiadora, ¿debería hoy medir con un mejor rasero, el de la "correcta lectu-
ra" (¿pero, cuál escoger, para citar sólo un ejemplo, entre la de los biólogos de hoy o la de los
biólogos del siglo XIX?), a los actores del pasado para definir retrospectivamente cuáles, en
efecto, califican para el cielo reservado a los darwinistas y cuáles caen en el abismo de los malos
lectores, los defensores del creacionismo, los que confundieron a Darwin con Lamarck o a
Darwin con Haeckel o a Darwin con Spencer? ¿Quién tiene el poder para cerrar las múltiples
interpretaciones? ¿En nombre de qué o de quién se ejerce ese poder?
La sociología del conocimiento científico I 219

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220 / Olga Restrepo Forero

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Fernando Zalamea

EL CASO PEIRCE Y LA TRANSCULTURACIÓN


EN AMÉRICA LATINA: MODALIDADES DE RESISTENCIA

E l lugar de Peirce

Charles Sanders Peirce (1839-1914) es uno de los últimos espíritus


genuinamente universales de la modernidad. Peirce produjo contri-
buciones importantes en física, geodesia, economía, matemáticas,
historia de la ciencia, psicología, lógica, filosofía, semiótica 1 ; en es-
tos tres últimos campos, sus aportes renovaron completamente las
disciplinas. La singularidad de Peirce puede verse reflejada en el

1
Acerca de las contribuciones de Peirce en estos diversos campos, véanse, respectivamente,
las siguientes introducciones: Demetra Sfendoni-Mentzou, "The Role of Potentiality in
Peirce's Tychism and in Contemporary Discussions in Quantum Mechanics and Micro-
physics". En: E. C. Moore (ed.), Charles S. Peirce and the Philosophy ofScience, Tuscaloosa,
The University of Alabama Press, 1993, pp. 246-261; Victor F. Lenzen, "Charles S. Peirce as
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Relevance of Peirce for Psychology". En: E. C. Moore (ed.), Charles S. Peirce and the
Philosophy of Science, Tuscaloosa, The University of Alabama Press, 1993, pp. 333-349;
Nathan Houser (ed.), Studies in the Logic of Charles S. Peirce, Bloomington, Indiana
University Press, 1997; Christopher Hookway, Peirce, London, Routledge, 1985; James Jakób
Liszka, A General Introduction to the Semeiotic of Charles Sanders Peirce, Bloomington,
Indiana University Press, 1996.
222 / Fernando Zalamea

tamaño descomunal de su obra: 100.000 (!) páginas manuscritas 2 ,


de las cuales 12.000 fueron publicadas en vida3. Sin embargo, a pe-
sar de la riqueza conceptual y material de su obra, la figura de Peirce
es aún poco conocida por la comunidad científica.
En buena medida, esto se debe a varios clichés que quedaron
asociados con Peirce, y a una edición muy fragmentada de su obra.
El carácter iconoclasta de Peirce, su agudeza crítica y su soberbia
produjeron muchos rencores en la aún incipiente y frágil comuni-
dad científica norteamericana; ésta no le perdonó sus modos de vida
divergentes (divorcio, concubinato, drogas) y lo separó de los cen-
tros investigativos y docentes en los que Peirce pudo haber influido
(Harvard, Johns Hopkins) 4 . Peirce vivió asidos décadas muy produc-
tivas de su vida (1890-1910) en la periferia de la academia, recluido
en Arisbe, su casa de campo en Pensilvania.
Peirce fue reconocido por su brillantez, pero tildado de "extrava-
gante", "disperso", "desordenado", "desperdiciado". Estos prejuicios
fueron repetidos y reforzados en el primer intento de edición de par-
te de sus obras, realizado por dos inexpertos estudiantes de docto-
rado (Hartshorne/Weiss), en Harvard, en los años treinta. La obra

2
C. S. Peirce, The Charles S. Peirce Papers, microfilm edition, Cambridge, Harvard
University Library, Photographic Service, 1966 (edición microfilmada de las 100.000 pági-
nas, aproximadamente, de manuscritos peirceanos; la edición fue acompañada de un catá-
logo razonado: Richard S. Robin, Annotated Catalogue ofthe Papers of Charles S. Peirce,
Amherst, The University of Massachusetts Press, 1967; la identificación cronológica de los
manuscritos, comenzada por Max Fisch, ha sido ya terminada en el Peirce Edition Project,
que se realiza desde los años setenta en la Universidad de Indiana).
1
C. S. Peirce, The Puhlished Works of Charles Sanders Peirce, microfiche edition, Bowling
Green, Philosophy Documentation Center, 1986 (edición microfilmada de las 12.000 pági-
nas, aproximadamente, publicadas por Peirce en vida; la edición va acompañada de un catá-
logo razonado: K L. Ketner,/! Comprehensive Bibliography ofthe Published Works of Charles
Sanders Peirce with a Bibliography ofSecondary Studies, Bowling Green, Philosophy Docu-
mentation Center, 1986, second edition revised).
4
Max Fisch, Peirce, Semeiotic and Pragmatism, Bloomington, Indiana University Press,
1986; Joseph Brent, Charles S. Peirce: A Life, Bloomington, Indiana University Press, 1993.
El caso Peirce: modalidades de resistencia / 223

de Peirce fue desmembrada, recortada y repartida arbitrariamente;


quedaron las ruinas de "un castillo en el aire" 5 . Harvard produjo,
entre 1930 y 1950, seis volúmenes de los CollectedPapers de Peirce
(2.500 páginas), que fueron complementados y enmendados en 1958
con dos volúmenes adicionales (ed. Burks) 6 . Aunque la edición de
Harvard hizo conocer más ampliamente a Peirce, ésta incorporó
graves deficiencias y arbitrariedades que, a la larga, redundarían en
detrimento del legado peirceano.
Dada esta situación, desde 1980 se está realizando una ingente
labor para recuperar justa y plenamente el lugar de Peirce. Una edi-
ción cronológica y meticulosa de sus escritos más importantes se
encuentra en curso (5 volúmenes publicados, edición proyectada en
30 volúmenes) 7 ,y se realizan numerosas monografías -basadas en
los manuscritos originales peirceanos- que estudian en detalle los
más variados aspectos de su obra. Aunque el volumen de estudios
dedicados a Peirce es ya bastante notable 8 , la recuperación del lugar
de Peirce ha tenido que ir en contra de muchos intereses creados,
como lo precisamos a continuación.

5
Murray G. Murphey, The Development of Peirce's Philosophy, Cambridge: Harvard
University Press, 1961, p. 407.
6
C. S. Peirce, Collected Papers, 8 vols. (Eds. Hartshorne, Weiss, Burks), Cambridge:
Harvard University Press, 1931-1958. Edición electrónica en CD-ROM, Intelex Corporation,
1992.
' C. S. Peirce, Writings (A ChronologicalEdition), 5 volúmenes hasta la fecha, Bloomington,
Indiana University Press, 1982-1993. El sitio de la edición (PEP: Peirce Edition Project) puede
visitarse vía Internet: http://www.iupui.edu/~peirce.
8
Otros dos útiles instrumentarios para los estudiosos de Peirce son las Transactions of
the Charles S. Peirce Society, revista que se publica trimestralmente desde 1964, y el sitio
"Arisbe", sede central de conexiones sobre Peirce en Internet, sitio coordinado por Joseph
Ransdell, en Texas Tech University (http://www.door.net/arisbe/). También en Texas Tech
se encuentra el Institute for Studies in Pragmaticism, que dirige K L. Ketner, y que provee
amplias facilidades de trabajo para los estudios peirceanos.
224 / Fernando Zalamea

Las resistencias a Peirce

La mala comprensión de la obra de Peirce se debe a una conjugación


de factores circunstanciales y materiales, por un lado, y metodológicos
y conceptuales, por otro lado. El primer bloqueo importante se debe
al rechazo con que la sociedad puritana de New England sentenció
las circunstancias personales de Peirce. Al separarse de su primera
esposa, y vivir luego en concubinato con su segunda mujer, Peirce
contravino públicamente los esquemas sociales de la buena sociedad
puritana, y ésta no tardó en cobrarle cuentas 9 : fue alejado, en circuns-
tancias dudosas, de la cátedra de lógica que había ganado en Johns
Hopkins y que ya empezaba a rendir notables frutos10. Si a este dudo-
so rechazo moral se le añade el repudio que originó, en algunos
casos 1 ,1a intransigencia y la severidad crítica del mismo Peirce, se
explica por qué algunos administradores académicos de poca altura
hicieron lo posible por cerrarle a Peirce las puertas de la Universidad
(ya fuera Harvard o Johns Hopkins). Con el apoyo de su padre, sin
duda el más importante matemático norteamericano del siglo XIX y
muy influyente científico en su época, Peirce pudo trabajar muchos

9
Véanse los textos de Brent y Fisch ya citados, en los que se estudian en detalle el am-
biente puritano de la época y los odios personales a los que Peirce dio lugar.
10
El volumen Studies in Logic by the Members of the Johns Hopkins University (1883),
que incluye contribuciones de Peirce y sus alumnos, fue reeditado un siglo después
(Amsterdam, John Benjamins, 1983) como primer volumen de la prestigiosa colección
"Foundations of Semiotics" (Benjamins). Los Studies se constituyen en el primer texto
moderno de lógica editado en el continente americano.
11
El caso más patético es el de Simón Newcomb, científico de estatus en la época -hoy
olvidado-, a quien Peirce acudió constantemente, solicitándole cartas de apoyo para sus gran-
des proyectos en lógica. Peirce confió equivocadamente en la supuesta amistad de Newcomb.
Los detallados estudios de archivo de Fisch y Brent han demostrado posteriormente que
Newcomb detestaba a Peirce; sus influyentes opiniones cerraron el camino de Peirce en Johns
Hopkins y en la Carnegie Institution. Es un hecho documentado que el rencor y la envidia
de engranajes menores en el establishment académico impidieron el adecuado reconocimien-
to del más incisivo genio que ha surgido en los Estados Unidos.
E l caso Peirce: modalidades de resistencia I 225

años en el United States Coast Survey, donde realizó gran cantidad


de mediciones geodésicas y gravimétricas. Sin embargo, Peirce fue
finalmente echado del Survey y debió vivir los últimos veinte años
de su vida -tal vez los más originales y productivos- recluido en su
casa de campo, en condiciones económicas asfixiantes.
Luego de haberse bloqueado un justo reconocimiento de Peirce
envida, hubiese sido fundamental reconocer la excelencia de su obra.
Al morir Peirce, su viuda legó la biblioteca de Peirce y las cien mil
páginas de manuscritos peirceanos al Departamento de Filosofía de
Harvard; entre 1914 y 1930, los manuscritos fueron apilados, orde-
nados y desordenados varias veces, hasta quedar en un caos difícil-
mente asimilable 12 . Harvard estuvo a punto de contratar a Bertrand
Russell para que organizara los manuscritos peirceanos; por circuns-
tancias políticas (a Russell se le negó la visa), su estancia en Harvard
no pudo llevarse a cabo, perdiéndose así una espléndida oportuni-
dad de encauzar adecuadamente el legado peirceano. Entre 1931 y
1935, el Departamento de Filosofía de Harvard contrató a Charles
Hartshorne (reciente postdoctorado) y a Paul Weiss (estudiante del
doctorado) para que editaran parte de los manuscritos. La edición
Hartshorne/Weiss fue temática; los temas centrales escogidos (cos-
mología, lógica, filosofía) dieron a conocer la originalidad y profun-
didad del pensamiento peirceano. Sin embargo, la edición en sí fue
sencillamente desastrosa; los editores recortaron y pegaron (literal-
mente) pedazos de los manuscritos, y los reordenaron según sus
criterios (apropiados o defectuosos, no eran en todo caso los de
Peirce). Con la edición Hartshorne/Weiss surgió entonces un Peirce

12
Las vicisitudes de los manuscritos peirceanos han sido recordadas en varios artículos:
Víctor F. Lenzen, "Reminiscences of a Mission to Milford, Pennsylvania", Transactions of
the Charles S. Peirce Society I (1965), pp. 3-11; W. F. Kernan, "The Peirce Manuscripts and
Josiah Royce -A Memoir: Harvard 1915-1916", Transactions ofthe Charles S. Peirce Society
I (1965), pp. 90-95; E. C. Moore, A. Burks, "Three Notes on the Editing of the Works of
Charles S. Peirce", Transactions ofthe Charles S. Peirce Society, xxvill (1992), pp. 83-106.
226 / Fernando Zalamea

brillante, extremadamente original, pero a menudo incoherente y


oscuro 13 . A los bloqueos sociales en vida, se le sumó un bloqueo más
pernicioso al legado peirceano.
En los años cuarenta, la figura de Peirce quedaba catalogada así
como la de un excéntrico, individuo difícil, que había producido una
obra genial, pero llena de oscuridades y contradicciones. Peirce, ple-
namente ex centrado, quedaba asociado con preocupaciones perifé-
ricas que, supuestamente, no deberían tener incidencia en los pro-
blemas centrales de la cultura.
Más allá de las circunstancias personales y editoriales que blo-
quearon un mejor acceso a Peirce, existieron (y aún existen) resis-
tencias metodológicas y conceptuales de fondo que han limitado la
influencia de la obra peirceana. Peirce fue reconocido por sus pa-
res, y siguió siendo reconocido, como el creador del pragmatismo
norteamericano 14 , tal vez la única escuela filosófica de talla que ha
producido hasta ahora el continente. Sin embargo, las variedades del
pragmatismo, desde sus mismos comienzos, fueron muy diversas y
poco congruentes entre sí. Algunos aspectos fundamentales de las
formulaciones peirceanas no fueron en su momento comprendidos
y, luego, sencillamente olvidados, y se impuso una variedad de
pragmatismo conductista (William James, John Dewey), que Peirce
rechazó constantemente en las últimas décadas de su vida. Algunos
enunciados de la máxima pragmática peirceana son los siguientes:

13
Ha llegado a pensarse seriamente que existieron intereses personales en el Departamento
de Filosofía de Harvard, entre 1920 y 1940, para que la obra de Peirce se olvidara o resultara
oscura y secundaria. Sencillamente, algunos profesores de filosofía habrían "recuperado"
ideas de los manuscritos peirceanos (los manuscritos son fuente inagotable de ideas origi-
nales) y hubieran preferido que éstos no se hicieran públicos. El debate, muy subterráneo,
está aún por darse y demostrarse. Se pueden encontrar indicaciones en los archivos elec-
trónicos de la lista de discusión "peirce-1" coordinada por Ransdell en Texas Tech University
(http://www.door.net/arisbe/).
14
Acerca de los orígenes del pragmatismo, véanse los artículos de Max Fisch, reunidos en
M. Fisch, Peirce, Semeiotic andPragmatism, Bloomington, Indiana University Press, 1986.
El caso Peirce: modalidades de , stencia I 227

[ 1878]: Consider what effects which might conceivably have


practical bearings we conceive the object of our conception to
have. Then, our conception of these effects is the whole of our
conception of the object.
[1898]: Pragmatism is the principie that every theoretical
judgement expressible in a sentence in the indicative mood is a
confused form of thought whose only meaning, if it has any, lies
in its tendency to enforce a corresponding practical maxim
expressible as a conditional sentence having its apodosis in the
imperative mood.
[1905]: The entire intellectual purport of any symbol consists
in the total of all general modes of rational conduct which,
conditionally upon all the possible different circumstances, would
ensue upon the acceptance of the symbol.

Representación
Contexto i

Contexto j

Dimensión
pragmática

Actual (Posible) Contexto k


228 / Fernando Zalamea

Según el pragmatismo peirceano, el conocimiento debe ser con-


textual, relacional, modal, sintético. Se conoce mediante signos,
contextualizados adecuadamente; la interrelación sintética de signos
y contextos da lugar al conocimiento. La máxima pragmática peirceana
enfatiza una diversidad de contextos y una múltiple experimentación.
El pragmatismo es, así, esencialmente dinámico; rompe con un ab-
soluto fijo y con la creencia en representaciones privilegiadas.
Debe distinguirse aquí el pragmatismo peirceano del pragmatismo
"vulgar" de sus sucesores (James, Dewey, Rorty), quienes redujeron la
multiplicidad peirceana de contextos a contextos utilitarios o psicoló-
gicos, y quienes redujeron los ámbitos de posibilidad no determinista
peirceanos a ámbitos de actualidad determinista. Para distinguirse de
esos usos restringidos del pragmatismo, Peirce trató (sin éxito) de de-
nominar "pragmaticismo" a su filosofía más amplia.
Así, por derroteros conceptuales muy diferentes de coyunturas
biográficas y editoriales, Peirce fue una vez más ex centrado y situa-
do en la periferia. La influencia pasada de James y Dewey, y la in-
fluencia actual de Rorty (social, institucional, política) relegaron a
un lado, inconscientemente al comienzo, consciente y encarnizada-
mente al final15, las modalidades pragmaticistas de Peirce. La recu-
peración del lugar de Peirce va en contra de muy fuertes intereses
creados en la cultura norteamericana. Mientras Rorty, en su varie-
dad del pragmatismo, enfatiza aspectos retóricos, psicológicos y so-
ciales, tendientes a modificar la actualidad, Peirce enfatiza aspec-
tos lógicos, científicos y metafísicos, tendientes a comprender los
ámbitos de lo posible. El choque no puede ser más fuerte. Es difícil
que dentro de un mismo vocablo ("pragmatismo") quepan dos vi-
siones del mundo tan distintas. Rorty ha optado sencillamente por
eliminar a Peirce. Por supuesto, la situación es injusta y equívoca: el

15
Acerca de la incomprensión de Peirce por Rorty, y acerca de lo que podría llamarse su
"mala fe" en la interpretación peirceana, véanse los archivos electrónicos en la lista de dis-
cusión "peirce-1".
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 229

pragmatismo peirceano es mucho más general y amplio que las va-


riedades delimitadas de James (énfasis psicológico), Dewey (énfasis
institucional-educacional) y Rorty (énfasis político-sofista), que no son
más que casos particulares de la máxima general peirceana.
Más allá de las circunstancias biográficas, editoriales y autoritarias
que han limitado un adecuado reconocimiento de Peirce, existen otras
razones de fondo que explican por qué Peirce fue necesariamente de-
jado de lado por los cauces normales de la cultura (en el sentido
kuhniano) en el siglo XX, Por un lado, opuestas a la construcción
peirceana de un sistema arquitectónico global, en el que se conjugan e
interactúan naturalmente lógica, metafísica y experimentación cientí-
fica, se encuentran las prácticas metodológicas del siglo XX, que sepa-
ran cada una de estas empresas del conocimiento, enfatizando a ultranza
las especializaciones. Por otro lado, opuesto al realismo peirceano, que
busca y encuentra realidades generales en ámbitos conceptuales y ex-
perimentales, luchando aún por conseguir una unidad global en el co-
nocimiento, se encuentra un nominalismo difuso en los modelos con-
temporáneos del conocimiento, que acentúa juegos particulares de
lenguaje y delimita sus expectativas a relativismos locales.
Los primeros trabajos de Peirce estuvieron muy fuertemente
influenciados por intensas lecturas de Kant. Peirce dedicó los pri-
meros veinte años de su vida intelectual (entre una multitud de ac-
tividades que desarrollaba paralelamente) a una profunda revisión
de las categorías kantianas. En las dos últimas décadas de su vida
(paralelamente con el refinamiento de la máxima pragmática y con
la creación de sus gráficos existenciales -sistemas lógicos que in-
corporarían, entre otros aportes, una lógica precisa de las modali-
dades-), Peirce sistematizó sus tres categorías generales, que reco-
rren todos los ámbitos de la experiencia y del conocimiento. La
descripción de las categorías es, necesariamente, vaga, general; se-
gún la máxima pragmática, las categorías se van precisando poste-
riormente. Las categorías peirceanas se describen con palabras clave
y conceptos fundamentales, de la manera siguiente:
230 / Fernando Zalamea

(1) PRIMERIDAD ("Firstness"): inmediatez, impresión primera,


frescura, sensación, predicado unitario, azar, posibilidad.
(2) SECUNDIDAD ("Secondness"): otredad, reacción, efecto,
resistencia, relación binaria, hecho, actualidad.
(3) TERCERIDAD ("Thirdness"): continuidad, mediación, orden,
conocimiento, relación ternaria, ley, generalidad, necesidad.
Las tres categorías peirceanas se imbrican constantemente. El
conocimiento y una (progresiva) precisión se van generando al ir
definiendo contextos y enfatizando en ellos una determinada cate-
goría peirceana.
El método produce novedades. Por ejemplo, Peirce propuso una
muy interesante clasificación de las ciencias, en la que las matemá-
ticas son la base ideal del edificio. Después de más de 100 (!) inten-
tos esquemáticos de clasificación producidos a lo largo de su vida,
en 1903 Peirce propuso una clasificación triádica y modal (clasifica-
ción "perenne"), cuyo comienzo se indica a continuación 16 :

1. MATEMÁTICAS
2. FILOSOFÍA
2.1 FENOMENOLOGÍA
2.2 CIENCIAS NORMATIVAS
2.2.1 ESTÉTICA
2.2.2 ÉTICA
2.2.3 LÓGICA
2.3 METAFÍSICA
3. CIENCIAS ESPECIALES

16
Para un detallado estudio de las clasificaciones de las ciencias según Peirce, véase Beverley
Kent, Logic and the Classification of Sciences, Montreal: McGill-Queen's University Press,
1987.
El caso Peirce: modalidades de resistencia / 231

Las matemáticas (1) estudian los ámbitos de posibilidad abstrac-


tos (primeridad), sin restricciones o contrastaciones en los ámbitos de
lo imaginario. La filosofía (2) estudia los fenómenos comunes en los
ámbitos generales de la experiencia (acción-reacción: secundidad). Las
ciencias normativas (2.2) estudian los fenómenos comunes en los ám-
bitos generales de la experiencia, enfatizando la acción (secundidad)
de los fenómenos sobre nosotros y la acción de nosotros sobre los fenó-
menos. La lógica (2.2.3) estudia el ámbito general de las representa-
ciones (manejo general [terceridad] de la acción semiótica). La máxi-
ma pragmática se encuentra en el lugar 2.2.3.3 de la clasificación, un
punto de equilibrio muy interesante: soporta los haceres generales de
las ciencias que quedan por encima de ella, y se vale de las observacio-
nes particulares de las ciencias específicas que quedan por debajo.
Las tres categorías peirceanas se encuentran sumergidas en una
tríada básica del conocimiento:

Intérprete (3)

(1) Signo
A Objeto (2)

La contribución peirceana fundamental consiste en asegurar que


sólo conocemos mediante signos y en enfatizar la dimensión del in-
térprete en los manejos del conocimiento 17 . Se integran así, de ma-

1
' En realidad, en el diagrama mencionado, la noción fundamental es la de "interpretante"
(signo dentro del intérprete). La semiótica peirceana es mucho más sofisticada de lo que,
vagamente, se indica aquí. Para una buena introducción a la semiótica de Peirce, véase James
Jakób Liszka,^4 General Introduction to the Semeiotic of Charles Sanders Peirce, Bloomington:
Indiana University Press, 1996. Para un estudio a fondo, véase Robert Marty, L'algébre des
signes, Amsterdam, Benjamins, 1990. Vale la pena resaltar que fueron algunos semiólogos
(Jakobson, Eco, etc.) quienes, entre los años cuarenta y sesenta, insistieron primero en la
extraordinaria originalidad de la obra peirceana.
232 / Fernando Zalamea

ñera natural, las tres dimensiones básicas de la lógica: sintaxis (va-


riaciones de lo signos), semántica (variaciones de los objetos), prag-
mática (variaciones de los intérpretes). El uso permanente de las cla-
sificaciones triádicas es recursivo: puede aplicarse sucesivamente
en varios estratos o contextos. La recursividad del método lo vuelve
particularmente fecundo.
Dentro de una arquitectónica y una metodología que tratan de
propender por la unificación de lo diverso, una incorporación de
problemáticas de vaivén controladas lógicamente entre lo local y lo
global, lo particular y lo universal, lo actual reactivo y lo real general,
va explícitamente en contra de muchos intereses de poder en la
cultura contemporánea. Los énfasis nominalistas, sicologistas, po-
líticos, retóricos, localistas, relativistas a ultranza, presentes en
muchos enfoques influyentes en las ciencias humanas y, más exten-
samente, en muchos de los haceres culturales actuales, explican que
una empresa como la de Peirce haya sido relegada a la periferia. La
isotopía actual de los valores culturales (todo tiende a ser igualmente
válido) va en contra de una ordenación jerárquica del conocimiento
como la propuesta por Peirce (en la cual habría verdades generales
más fecundas que las particulares). La ruptura, pretendidamente
"postmoderna", de las cosmovisiones del mundo va en contra de la
arquitectónica general peirceana.
Sin embargo, curiosamente, muchos de los énfasis "postmo-
dernos" (fronteras vs. centro, conjunción vs. disyunción, otro vs. yo,
problemas vs. dilemas, singularidades vs. regularidades, etc.) coin-
ciden con extensas elaboraciones en la obra de Peirce. La diferencia
esencial consiste en que las elaboraciones locales peirceanas son lue-
go incorporadas en un sistema coherente global, que recupera la uni-
versalidad, mientras que el "postmodernismo" tiende, intrínsecamen-
te, a la disgregación de sus propias elaboraciones. A continuación
elaboraremos el diseño de un retículo peirceano de fuerzas cultura-
les -basado en la máxima pragmática, las modalidades y las catego-
rías peirceanas-, en el cual caben adecuadamente resistencias e
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 233

hibridaciones, sin que se pierdan fundamentales valores universales.


Tendremos en cuenta, de manera específica, el problema de la
"transculturación" en América Latina (independencia / originalidad
/ representatividad; regionalismo / modernización).

Un retículo peirceano de resistencias e hibridaciones culturales

De la creencia clásica en valores de verdad fijos, únicos, eternos, se


pasa con la contemporaneidad a un relativismo extremo, donde la
multiplicidad de valores se disgrega en un caos aparente. De la creencia
en modelos naturales, estables, se pasa al manejo de múltiples mo-
delos a d hoc, evolutivos. De un centro omniabarcador se pasa a
descentramientos y periferias. De lo universal, global, regular, se pasa
a lo particular, local, singular. Todos estos énfasis (que pueden leerse
muy claramente, por ejemplo, en Broch, Musil o Bajtin, sin necesi-
dad de acudir a dudosos y estériles "postmodernos") abren grandes
campos de visión y de conocimiento, que son los propios del siglo XX
Sin embargo, la honda apertura de la visión hace que ésta haya tendi-
do a dispersarse y, a menudo, a perderse en sus nuevos dominios. El
incisivo carácter parcial de la visión contemporánea ha incentivado el
auge a ultranza de las especializaciones -donde un pedazo de la mi-
rada, en su ámbito restringido, puede dar la ilusión de totalidad- y ha
dejado de lado, por utópicas e irrealizables, las ambiciones de univer-
salidad propias de los grandes sistemas arquitectónicos en filosofía.
La multiplicidad, y aparente incoherencia, de lo local y lo particular
rechaza la posibilidad de lo global y lo universal.
Uno de los aspectos de profundo interés que puede tener el
pragmaticismo peirceano, en las circunstancias actuales, consiste -en
cambio- en permitir y fomentar la especificidad de lo local, ligándolo
estrechamente con principios universales. La máxima pragmática
peirceana indica explícitamente que, en un determinado proceso de
conocimiento, se deben estudiar las acciones-reacciones de ese
proceso, en todos los ámbitos concebibles. Cada ámbito es contextual,
234 / Fernando Zalamea

local, regional, determinado, horizontal; pero es sólo una lectura ver-


tical, pragmaticista, que compara constructivamente los diversos
ámbitos locales, la que permitirá detectar de manera más fiel ese pro-
ceso del conocimiento. En la máxima pragmática peirceana se entre-
lazan las modalidades fundamentales con las cuales se aprehende el
conocimiento: comprendemos lo que es (actual), a través de sus re-
presentaciones en una amplia gama de contextos (posibilidad), ob-
servando en cada contexto cómo reaccionan experimentalmente esas
representaciones (necesidad). La máxima pragmática incorpora in-
mediatamente la parcialidadefectiva del conocimiento (nunca podre-
mos abarcar en la práctica todos los contextos de posibilidad) y, sin
embargo, permite su universalidad ideal (en teoría, podemos discu-
rrir acerca de todos los contextos posibles, aunque jamás seamos ca-
paces de actualizarlos). Intrínsecamente, el pragmaticismo peirceano
involucra una metodología lógica que liga lo local con lo universal,
permitiendo la especificidad de lo local y, a su vez, reconstruyendo lo
universal como un "pegamiento untorial" de lo local18.
Según Peirce,

Philosophy should heed the multitude and variety of its


arguments, not the conclusiveness of any one. Its reasoning
should not form a chain which is no stronger than its weakest link,
but a cable whose fibers may be even so slender, provided they
are sufficiently numerous and intimately connected19 (1868).

18
La modelización matemática fundamental detrás de estas ideas consiste en la teoría ma-
temática de categorías (no confundir con las tres categorías peirceanas). A partir de con-
ceptos sintéticos y relaciónales (versus analíticos y descriptivos), la teoría permite redescribir,
en cada ámbito local de la experiencia matemática, construcciones aparentemente muy di-
versas que, en realidad, obedecen a un mismo patrón universal. Aún no se han establecido
conexiones explícitas y cuidadosas entre los conceptos globales que subyacen tras la máxi-
ma pragmática peirceana y tras la teoría matemática de categorías, aunque algunos de mis
trabajos apuntan a esa dirección. Por otra parte, el trabajo de Robert Marty ya citado utiliza
la teoría matemática de categorías para presentar sistemáticamente la semiótica de Peirce.
19
C. S. Peirce, Collected Papers, 5.265.
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 235

Las tres categorías peirceanas permiten explicitar las íntimas


conexiones de la realidad y aseguran la solidez de las fibras con que
se construye el cable de la razón. La multiplicidad de las fibras es
de nuevo fundamental, así como el entrelazamiento unitario de ellas.
Las tres categorías peirceanas permean todos los ámbitos de la ex-
periencia; los énfasis y las modalidades de cada categoría en cada
contexto difieren, y resulta necesario poder traducir e interpretar sus
procesos de osmosis; de allí surge la importancia fundamental de la
semiótica en el sistema peirceano.
La combinación de la máxima pragmática peirceana (como haz
metodológico que engloba particularidad, universalidad y modali-
dades lógicas) y de las tres categorías peirceanas (como haz recursivo
fenomenológico que incorpora multiplicidad, unidad y modos de la
experiencia) nos proporciona un útil instrumentario para examinar
las aparentes incoherencias del mundo contemporáneo. Cien años
después de la muerte de Peirce, su obra empieza apenas a rescatarse.
Aunque aún no tengamos la perspectiva suficiente, no es difícil in-
tuir que esa recuperación no es sólo casual: el comienzo del siglo
XXI parece necesitar a Peirce.
Supóngase que un cierto proceso a del conocimiento (llámese
obra artística, producción científica, intuición mística, etc.) ha sido
elaborado en un contexto dado C (histórico, geográfico, cultural,
etc.). Según la máxima pragmática, el sentido de a no está restrin-
gido a C sino que también incorpora sus traslados a', a" a diversos
contextos C , C"... 20 . En cada uno de esos traslados, la traducción

20
Así, por ejemplo, la comprensión de una pintura española del siglo XVII no sólo debería
apoyarse en una lectura de sus características internas, sino que debería rastrear los mode-
los (a menudo flamencos) que la originaron, e involucrar también sus posteriores deforma-
ciones realizadas en la colonia hispánica. La obra no sería tanto una colección de trazos y
colores en sí, sino más bien un índice dentro de un proceso de deformaciones artísticas. La
ruptura con las valoraciones usuales de original y copia es aquí evidente y corresponde tam-
bién a rupturas importantes del arte contemporáneo.
236 / Fernando Zalamea

originará resistencias, hibridaciones o mimesis dentro de su medio


ambiente. Entonces, una deshilvanación de cada una de esas accio-
nes-reacciones por medio de un análisis recursivo categórico peir-
ceano (lecturas de tipo 1, 2, 3, 1.1, 1.2, 1.3, 2.1, 2.2, 2.3, 3.1, 3.2, 3.3,
1.1.1,1.1.2,..., cuando sea el caso de aplicar útilmente una tal decons-
trucción) permitirá distinguir los niveles de resistencia de la traduc-
ción.
Obtenemos así un retículo peirceano de fuerzas, desequilibra-
do en un principio (I), al haber escogido un punto de partida (C(a))
de las osmosis semióticas, equilibrado y polivalente al final (II), al
permitir una circularidad ideal 11 de la acción cultural:

(I)

/ \
1.1 1.21.3 2.12.2 2.3 3.13.2 3.3

21
Por supuesto, en general, el retículo es desequilibrado, pues los procesos efectivos de
transmisión distan mucho de ser circulares [o han distado mucho hasta el momento; posi-
blemente, el rápido acceso isotrópico a la información en que se encuentra embarcado este
final de siglo -vía redes como Internet- nos acercará en el futuro a un retículo del tipo (II) ].
La historia de la ciencia estudia en buena medida la formación de esos desequilibrados.
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 237

(II)

Siempre existirán resistencias (históricas, geográficas, cultura-


les) a la plena consumación de osmosis del tipo (II). Entre los datos
factuales [de tipo (i)] y la tendencia a subsumirlos en modelos
explicativos [aproximándose a un tipo (II)], varias distinciones
contextúales y categoriales pueden ser útiles 22 . El resultado neto así
obtenido acentúa, por supuesto, una visión estructural y compara-
tiva de la cultura, que corresponde a las mismas enseñanzas, por
ejemplo, que las que impulsaron en la primera mitad del siglo un

22
En un estudio posterior, que refine estas indicaciones someras, habría que incorporar
el instrumentario de los gráficos existenciales de Peirce, que consiste, explícitamente, en
un cálculo de marcas, resistencias y traslados sobre una hoja de aserción. Los gráficos
existenciales de Peirce incorporan, con todo rigor técnico, axiomatizaciones alternativas
(completas) del cálculo proposicional clásico, de la lógica clásica de primer orden (pura-
mente relacional, con igualdad) y de algunos cálculos modales. Los gráficos existenciales
deben verse como un instrumentario analítico, local, reflejo de las preocupaciones sintéti-
cas, globales, presentes en la máxima pragmática. Acerca de los gráficos existenciales de
Peirce pueden consultarse Don Roberts, The Existential Graphs of Charles S. Peirce, The
Hague, Mouton, 1973, Pierre Thibaud, La lógica de Charles Sanders Peirce, Madrid, Para-
ninfo, 1982, o Fernando Zalamea, Lógica topológica: una introducción a los gráficos
existenciales de Peirce, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1997.
238 / Fernando Zalamea

Marc Bloch, un Aby Warburg o un Walter Pagel23. Sin embargo, el


énfasis obtenido con la metodología peirceana proporciona además
un útil instrumentario de control.
En la historia de las ciencias en América Latina, la recuperación
de problemáticas intermedias ligadas a los cauces de transmisión
del conocimiento científico ha dado lugar a varios aportes compa-
rativos y analíticos, que acentúan particularmente un externalismo
sociológico y/o económico, y que rompen con tradiciones meramente
hagiográficas, descriptivas o miméticas 24 . La historia de las ciencias
en América Latina ha impulsado así un estudio de diversas resis-
tencias e hibridaciones sociales en las que se han insertado aportes
originales, copias y reflejos de los haceres científicos. Para llegar a
ello, fue necesario superar muchas décadas previas de despiste cul-
tural; la valoración excesiva de las tradiciones centralistas (desde
rígidos manejos políticos de poder hasta autoritarias implantaciones
de sistemas filosóficos caducos) dificultó enormemente el encuen-
tro de un lugar natural para situar la producción latinoamericana y
la domiciliación de los aportes europeos. Creo estar convencido de
que si el pragmaticismo peirceano hubiese sido comprendido y ex-
plotado a fondo dentro de nuestro continente, en las primeras dé-
cadas del siglo XX25, entonces ese lugar de enlaces 16 , brillos y refle-

23
Un extenso estudio acerca del interés de estos autores por cauces estructurales de la cultura
puede encontrarse en Fernando Zalamea, Estructura y dinámica: una lectura interdisciplinaria
de aspectos del pensamiento europeo de entreguerras (Cassirer, Panofsky, Pagel; Braudel,
Francastel, Lautman; Bajtin), Bogotá, Mención de Honor, Concurso Nacional de Ensayo,
Colcultura, 1992 [aceptado para publicación (1995) en Editorial Anthropos, Barcelona, España].
24
Véase, a este propósito, la reciente recopilación Historia social de las ciencias en Améri-
ca Latina (Juan José Saldaña, coordinador), México, UNAM / Porrúa, 1996.
25
Como una obra aislada que trató de afianzar el pragmatismo, vale la pena mencionar la
cátedra del uruguayo Carlos Vaz Ferrei ra, ahora recopilada en Lógica viva, Moral para intelec-
tuales, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979. Vaz fue maestro del extraordinario cuentista
Felisberto Hernández. La asombrosa originalidad y frescura de Felisberto ganan mucho al
ser situadas en la primeridad peirceana.
26
El término, en otro contexto, se debe a Pierre Francastel.
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 239

jos en que se ha constituido América Latina, habría sido reconoci-


do y apreciado, en su justa dimensión, con mucha anterioridad.
En 1940, el cubano Fernando Ortiz proponía resolver parcial-
mente el problema de la identidad latinoamericana por medio del
concepto acuñado de transculturación:

Entendemos que el vocablo transculturación expresa mejor


las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra,
porque éste no consiste solamente en adquirir una cultura, que
es lo que en rigor indica la voz anglo-americana de aculturación,
sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida
o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decirse
una parcial desculturación, y, además, significa la consiguiente
creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denomi-
narse neoculturación1''.

En el vaivén de asimilación, rechazo y apropiación de las cultu-


ras europea y norteamericana se construye el lugar de enlaces lati-
noamericano. Muchos de los largos debates que se dieron en Amé-
rica Latina acerca de las bondades y defectos del regionalismo o el
internacionalismo, del tradicionalismo o el vanguardismo, debates
dualistas y, a menudo, absolutistas, pueden aprovecharse mejor des-
de una perspectiva que involucre el retículo peirceano de fuerzas.
El retículo peirceano, desde su misma concepción, abre la po-
sibilidad de apreciar obras marcadamente locales que, sin embar-
go, alcanzan también extraordinarios visos de universalidad (como
la obra de Juan Rulfo, que conjuga vivencias muy particulares y deter-

27
Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Caracas, Biblioteca
Ayacucho, 1978, p. 86. Citado en Ángel Rama, Transculturación narrativa en América La-
tina, México, Siglo XXI Editores, 1982, pp. 32-33. La obra de Ángel Rama estudia meticulo-
samente las problemáticas de la transculturación, ejemplificándolas con discusiones de
sociología del conocimiento e impecables análisis de crítica literaria.
240 / Fernando Zalamea

minadas, con un laconismo sintáctico extremo y con traslapes y


transmutaciones generales de sentido), así como permite señalar tam-
bién la incrustación de obras que no alcanzan a superar sus propios
límites residuales (como la obra de Guayasamín, donde un estático
indigenismo nunca logra ir más allá de anecdotarios políticos de poca
monta) 28 . Metodológicamente, al desaparecer los dualismos en el re-
tículo peirceano, surge la importancia de aquellas obras en la fronte-
ra que se empeñan en precisar aspectos de la transculturación. La
osmosis, la re-creación, la transmisión, son fundamentales. América
Latina busca, y encuentra, parte de su identidad en esas mediaciones
entre lo local y lo universal. El gran problema abierto consiste en tra-
tar de caracterizar alo latinoamericano, en sus rasgos generales, como
una adecuada variedad de lo tercero peirceano, y en tratar de descri-
bir a lo latinoamericano, en sus rasgos particulares específicos, como
subvariedades híbridas de ese tercero general.

Lógica y terceridad en Alonso de la Veracruz

Varios aspectos de terceridad genuina y terceridades degenera-


das 29 pueden encontrarse en la obra de fray Alonso de la Veracruz
(Toledo, 1504-México, 1584). Desde su obra evangelizadora (esen-
cialmente tercera, mediadora, incorporando apartes de la filosofía

28
En efecto, dentro del retículo peirceano, se observa inmediatamente que la obra de Rulfo
se colorea de muy diversas maneras en diversos contextos interpretativos e involucra, siem-
pre, una gran multiplicidad de lecturas. En contraste con el dinamismo semiótico de la obra
de Rulfo (obra plenamente simbólica -en el sentido peirceano, tercero, de símbolo-), los
iconos estáticos de Guayasamín son intraducibies más allá de su rígida connotación fácil-
mente protestataria y folclórica.
29
Peirce distinguía terceridades "genuinas" (relaciones ternarias irreducibles a combi-
naciones de predicados y relaciones binarias) de terceridades "degeneradas" (relaciones
ternarias reconstruibles a partir de primeridades y secundidades). Por ejemplo, "1 está entre
Oy 2" es una terceridad degenerada (se reduce a la conjunción de "1 es mayor que 0" y "1
es menor que 2"), mientras que "1 + 2 = 3" es una terceridad genuina (la suma es una
relación ternaria irreducible).
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 241

jurídica de su maestro Vitoria, sensible a buscar modos de defensa


para los indígenas) hasta su obra lógica (de la cual nos ocupamos en
lo que sigue), pasando por su obra fundadora (creador de las prime-
ras cátedras y bibliotecas novohispanas, y autor de las primeras obras
filosóficas editadas en el Nuevo Mundo (1555-1557) 30 , la labor de
Veracruz puede verse como paradigmática de esa terceridad, media-
dora, con la que se iría construyendo América Latina.
El transplante de la cátedra escolástica a las tierras americanas ha
sido a menudo considerado como uno de los factores que influirían
en el retraso posterior de la ciencia colonial. Aunque esta valoración
parece ser correcta en lo que concierne a las ciencias experimentales,
resulta ser muy discutible si nos atenemos al desarrollo de la lógica.
Con la perspectiva que nos ofrece el siglo XX, se ha reconocido ade-
cuadamente la importancia de los lógicos escolásticos medievales,
sobre todo en lo que se refiere a aspectos semióticos, cuantificacionales
y modales 31 . Sólo a fines del siglo XIX se proporcionaría (con Frege y
Peirce) un cálculo de cuantificadores; sin embargo, las bases se en-
contraban sentadas en la escolástica medieval. Los trabajos de

30
Acerca de Veracruz pueden consultarse el excelente resumen de Mauricio Beuchot,
Historia de la filosofía en el México colonial, Barcelona, Herder, 1996, pp. 124-135, o las
contribuciones detalladas de Beuchot, Walter Redmond y Bernabé Navarro, en M. Beuchot,
B. Navarro (compiladores), Dos homenajes: Alonso de la Veracruz y Francisco Xavier
Clavígero, México, UNAM, 1993, pp. 13-68. Sobre los datos extraídos de estos autores
propongo mi análisis interpretativo, pues la consulta directa de la obra de Veracruz es bas-
tante más difícil.
31
Véanse, por ejemplo, Ernest A Moody, Studies in Medieval Philosophy, Science and Logic,
Berkeley, University of California Press, 1975, Simón Knuuttila, Modalities in Medieval
Philosophy, London, Routledge, 1993, o Mauricio Beuchot, Signo y lenguaje en la filosofía
medieval, México, UNAM, 1993. Vale la pena observar que Peirce, a fines de! siglo pasado,
realizó extensos estudios de los lógicos medievales. Dos siglos antes, la influencia de los
lógicos medievales sobre Leibniz había sido también considerable. Dado que la explosión
de la lógica en el siglo XX puede verse como la realización parcial de los sueños de Leibniz
(característica universal) y de Peirce (teoría general de las representaciones), puede intuirse
cómo muy ricos filones lógicos medievales se encuentran incrustados en muchos de los
haceres de la lógica contemporánea.
242 / Fernando Zalamea

Veracruz exhiben esas bases y las extienden, a la manera tercera de


un tema con variaciones; puede decirse, en ese momento, que Veracruz
precede, por varios siglos, preocupaciones fundamentales de la lógi-
ca. Su valor es el de una obra que, catalogada como periférica en la
Ilustración, resulta ser central en las preocupaciones de nuestro si-
glo. El lugar de Veracruz cambia de contexto en contexto. Una visión
pragmaticista, peirceana, de la cultura permite detectar la originali-
dad de Veracruz, donde otro enfoque dualista sólo detectaría (como
sucedió en América Latina entre 1750 y 1950) repetición y estanca-
miento.
Dos de los tres ámbitos en los que se mueve la lógica de Veracruz
se denominan "lógica menor" y "lógica mayor". El primero trata de
aspectos técnicos, precisos, de la lógica (que hoy entrarían en el
campo de la lógica matemática); el segundo se ocupa de la compren-
sión categorial de la realidad (hoy más propio de los departamentos
de filosofía). Dentro de la lógica menor, Veracruz realizó importan-
tes contribuciones a la teoría de la "suposición" medieval: una teo-
ría de lo que actualmente llamaríamos sentido y referencia, teoría
esencialmente tercera que involucra la tríada básica de la semiótica
peirceana (objeto, signo, interpretante). Por ejemplo, Veracruz se
pregunta acerca de si "un término de primera intención es un tér-
mino de primera intención" 32 : según Veracruz, lo sería si recurrimos
al principio de identidad, pero no lo sería si recalcamos que el tér-
mino "término de primera intención" es de segunda intención (es
decir, metalingüístico). Esto lo resuelve el mismo Veracruz por me-
dio de una precisión metalingüística, que corresponde a un uso cate-
gorial peirceano: la frase es correcta cuando "tanto el sujeto como el
predicado se toman en suposición personal" (es decir, como signos,
se identifican en la categoría 2), y es incorrecta cuando "el sujeto se

32
W. Redmond, "Lógica y existencia en Alonso de la Veracruz" en M. Beuchot, B. Navarro
(compiladores), Dos homenajes: Alonso de la Veracruz y Francisco Xavier Clavígero, México,
UNAM, 1993, p. 42.
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 243

toma en una suposición material y el predicado en una suposición


personal" (el sujeto es un interpretante -signo del signo-, en la ca-
tegoría 3, mientras que el predicado es un signo en la categoría 2;
en este caso, el salto de categorías puede representarse por una adi-
ción de comillas ("): la frase "un 'término de primera intención' es
un término de primera intención" resulta ser falsa).
Ligados con los manejos de referencia y sentido, se encuentran
otros tres aspectos fundamentales de la teoría de la suposición, que
Veracruz enfatiza y que serían recuperados con creces en la lógica
moderna: la introducción de cuantificadores, los manejos relaciónales
y la semántica modal. Veracruz, siguiendo a los nominalistas medie-
vales, introdujo signos de cuantificación. Por otro lado, analizó rela-
ciones lógicas, sintáctica, semántica y ontológicamente. Finalmente,
indicó que un término T tenía una suposición (un sentido) si T era
modelable (realizable) en algún mundo posible. Aunque la cuantifi-
cación nominalista puede verse como una terceridad degenerada, los
manejos relaciónales y las realizaciones modales son esencialmente
terceros, ya que involucran de manera fundamental mediación y con-
tinuidad.
En la lógica mayor, los aportes de Veracruz se encuentran tam-
bién muy específicamente ligados a la terceridad. Veracruz intenta
ajustar la tabla de categorías aristotélica. La tabla aristotélica,
involucrando diez subcategorías ad-hoc, resultaba ser muy artificial.
Como sabemos, la labor de ajuste resultaría ser extremadamente
difícil (dando lugar, por ejemplo, al sistema kantiano y a sus múlti-
ples revisiones posteriores). Veracruz intenta sistemáticamente si-
tuarse en una posición intermedia (tercera), entre los platónicos (que
abogaban por una realidad categorializada de por sí) y los nominalistas
(que insistían en la arbitrariedad de todas las categorializaciones).
En América Latina, la resistencia al andamiaje cultural escolás-
tico hará que los estudios de lógica se estanquen y desaparezcan
(hasta resurgir a mediados de este siglo, por otros cauces técnicos
completamente diferentes). La terceridad, mediatizadora, relacional,
244 / Fernando Zalamea

típica de los estudios lógicos, será mal comprendida como "copia" o


"repetición", dejando así de lado un importante campo de estudio,
donde tenues traslados de significación habrían podido dar lugar a
aportes significativos. Con la imposición de los modelos activos-
reactivos (esencialmente segundos) de las ciencias experimentales,
muchos derroteros del pensamiento latinoamericano, marcados por
el positivismo, anularán el interés de lo intermedio, dificultándose así
una conformación posible de nuestra identidad cultural.
Parte III

Cultura nacional en Colombia:


hibridaciones y resistencias
Jorge Arias de Greiff

SABERES LOCALES DIVERSOS


GLOBALIZADOS POR UNA NECESIDAD LOCAL

1. No nos queda duda de que estamos en Berlín, en 1927, para


más señas, treinta años después del Congreso sobre la Lepra que se
mencionó hace unos minutos 1 , dieciocho años antes de que este dis-
trito industrial quedara arrasado por el cañoneo del mariscal Zuchow.
La locomotora está en el patio de la fábrica BMG (Wildau), lista para
tomarle las fotografías de rigor. Es la primera de un lote de cuatro que
sale de la sala de montaje. Alguien con buen conocimiento locomotivo,
que acompaña al fotógrafo, exclama: "Espectacular".

1
Se hace referencia a la ponencia: "Debate sobre la lepra: Médicos y pacientes interpre-
tan lo universal y lo local", presentada por la profesora Diana Obregón y publicado en este
mismo libro.
248 / Jorge Arias de Greiff

2. La ve por el otro costado: "¡Qué máquina más extraña! Esa ca-


silla tan aireada... no parece un saber local europeo. Tiene un solo
domo y los areneros en los pasillos... esto es un saber local inglés".

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3. Se acerca más a "
la locomotora: nota
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barras: "Eso no suele WWifc m


tsi¿».
fabricarse en Europa;
ése es un saber local
norteamericano ".

4. "¡Es una loco-


motora de vía angos-
ta con tres cilindros!
N u n c a había visto
nada parecido".
Sabeies locales diversos globalizados por una necesidad local I 249

5. Pasa ahora a mirarla de frente:


"La caja de humos no tiene nada de
Europa... la tapa de la caja es saber
local americano... ¡la chimenea es sa-
ber local inglés!".

6. "El compresor... Westing-


house... otra vez saber local de
los Estados Unidos de Norte-
américa".

7. "¡Pero la suspensión pendular del vastago de la válvula que


reemplaza las guías es un saber local alemán!".
250 I Jorge Arias de Greiff

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8."Y este puente en acero fundido para soportar el sector y de-


más piezas del mecanismo de reversa ¡es saber local alemán!". En
ese momento se le acerca un empleado de la fábrica que ha visto la
persistente perplejidad del acompañante del fotógrafo, y le dice:
"Ésta no es la primera locomotora de vía angosta y tres cilindros que
se fabrica: es la tercera... las dos primeras las fabricamos, una aquí
y la otra en Bélgica por Haine St. Pierre, hace como dos años, tam-
bién para el Ferrocarril del Pacífico, también para Colombia: ésas sí
fueron en el mundo las primeras, y son también las primeras loco-
motoras con cilindros externos e internos y bastidores exteriores,
para cualquier trocha. Y en cuanto a los bastidores externos, ellos
dan mayor estabilidad dinámica a la masa sobre resortes pudiéndo-
se diseñar una máquina grande y poderosa en una vía angosta, con
centro de gravedad más alto. El material rodante colombiano que
resulta de esta optimización al máximo es de los más poderosos que
existen en vías angostas en el mundo. Y los tubos de fuego se solda-
ban a la placa del lado del fuego, para evitar fugas de la caldera al
recorrer vías especialmente difíciles, entre las más difíciles del
mundo, como la Girardot, que someten a la locomotora a sobrees-
fuerzos". Esta práctica, que fue objetada por los colegas del
diseñador, en la "periferia" inglesa, a comienzos de 1930, acabó por
ser practicada por ellos hacia mediados del siglo.
Saberes locales diversos globalizados por una necesidad local I 251

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9. "Y mire cómo se toma el movimiento de la válvula del cilin-


dro central, por una manivela excéntrica en el último eje motriz, ésa
es otra novedad tecnológica". Ese sistema, especificado... "He no-
tado también su perplejidad ante la caja de humos: la caja es bási-
camente un saber local americano, pero las proporciones son dife-
rentes para albergar un tamiz para cenizas proporcionalmente mayor,
para adecuarlo a los carbones locales de Colombia. La chimenea
tiene u n aro de bronce, saber local inglés, que el diseñador incluye
para dejar su marca personal. Eso le da a la locomotora el Colom-
bian Look, que así se designa en la literatura el aire de familia de las
máquinas que se están diseñando en Colombia" 2 .

2
Para detalles sobre estos diseños de material rodante adecuado a la necesidades de la
realidad concreta local, véase J. Arias-de Greiff, 1989, "Un momento estelar de la ingenie-
ría mecánica en Colombia: los diseños de locomotoras de R C. Dewhuist". En Boletín Cul-
tural y Bibliográfico N° 21 (Bogotá).
272 / Diana Obregón

Leprólogos que trabajaban en lugares tan disímiles como Colom-


bia, Noruega, Hawai, India, Alemania y Sudáfrica habían intentado
durante dos decenios cultivar el bacilo de Hansen y así ofrecer la prue-
ba de que este microrganismo era el agente causal de la lepra 33 . Todos
esos intentos se consideraban fallidos: los investigadores no conse-
guían replicar los cultivos que otros anunciaban como exitosos. El
bacilo de Hansen se resistía a cumplir los famosos postulados de
Henle-Koch (aislamiento, cultivo, inoculación y producción en ani-
males de experimentación de una enfermedad cuyos síntomas de-
bían ser idénticos a aquellos de la enfermedad inicial). El congreso
de Berlín fue el escenario en el cual fueron examinados en conjunto
los experimentos de solitarios investigadores y de médicos de las po-
sesiones coloniales europeas. Este fue un momento de acumulación
en cuanto al conocimiento de la lepra y Berlín se convirtió en un
centro científico en el cual se unificarían los diversos puntos de vis-
ta sobre la etiología de la lepra 34 . Hasta allí trasladó Carrasquilla la
información acerca de sus cultivos y de sus experimentos de se-
roterapia 33 . Otros como él, también lo hicieron. Pero como la bacte-
riología, en sentido estricto, no podía proporcionar la prueba de que
la lepra era una enfermedad microbiana, la epidemiología vino en
su ayuda. Médicos coloniales de India, Hawai y las Guayanas, entre
otros, habían acumulado durante años evidencia de la naturaleza con-
tagiosa de la lepra. Pero sobre todo, el caso de las islas Sandwich (Ha-
wai), cuyo descenso poblacional desde el arribo de los europeos en el
siglo XVIII por la introducción de microorganismos para los cuales la
población nativa no tenía defensas, fue considerado paradigmático.
La población hawaiana fue devastada por la lepra a mediados del si-

33
Sobre el tema del cultivo del bacilo de Hansen, véase McKinleyy Verder, 1933.
31
Véase el análisis de Bruno Latour (1987: 215-257) sobre los centros de cálculo, donde se
concentra y se acumula el conocimiento para luego volver a las llamadas periferias.
35
Juan de Dios Carrasquilla, "Memoria sobre la Lepra Griega en Colombia", en.Mittheilungen
und Verhandlungen der internationalen toissenschaftlichen Lepra-Conferenz zu Berlin im
October 1897, vol. 1 (Berlin, Verlag von August Hirschwald, 1897), pp. 81-124.
Saberes locales diversos globalizados por una necesidad local / 251

9. "Y mire cómo se toma el movimiento de la válvula del cilin-


dro central, por una manivela excéntrica en el último eje motriz, ésa
es otra novedad tecnológica". Ese sistema, especificado... "He no-
tado también su perplejidad ante la caja de humos: la caja es bási-
camente un saber local americano, pero las proporciones son dife-
rentes para albergar un tamiz para cenizas proporcionalmente mayor,
para adecuarlo a los carbones locales de Colombia. La chimenea
tiene un aro de bronce, saber local inglés, que el diseñador incluye
para dejar su marca personal. Eso le da a la locomotora el Colom-
bian Look, que así se designa en la literatura el aire de familia de las
máquinas que se están diseñando en Colombia" 2 .

2
Para detalles sobre estos diseños de material rodante adecuado a la necesidades de la
realidad concreta local, véase J. Arias-de Greiff, 1989, "Un momento estelar de la ingenie-
ría mecánica en Colombia: los diseños de locomotoras de E C. Dewhuist". En Boletín Cul-
tural y Bibliográfico N° 21 (Bogotá).
252 / Jo?ge Arias de Greiff

10. La locomotora
estándar colombiana:
una doce ruedas clase
norte, fabricada por
BMG, de Berlín.

11. La locomoto-
ra estándar colombia-
na: una doce ruedas
de la clase Tolima, fa-
bricada por Skoda, de
Pisen, Checoslovaquia.

12. La locomotora están-


dar colombiana: una doce
ruedas de tipo Pacífico, fa-
bricada por Leslie-Hawthor-
ne, de Newcastle, en Inglate-
rra, para el ferrocarril de La
Dorada.
Saberes locales diversos globalizados por una necesidad loca! / 253

13. Una Kitson 260+062, fa-


bricada por Kitson, de Leeds,
Inglaterra, para el ferrocarril de
Girardot.

14. La locomoto-
ra estándar colombia-
na: una doce ruedas
del tipo Tolima, fabri-
cada por Baldwin de

wíM3i mw - •
m
Filadelfia.

15. Locomotora de tren cilindros Pacific, fabricada por BMG


(Schwartzskopft) de Berlín, para el ferrocarril del Pacífico, servicio
de pasajeros.
254 I Jorge Arias de Greiff

16. "La cabina lo desconcertó... ciertamente no es un saber lo-


cal europeo, ni muy americano... aquí en la frialdad de Berlín se ve
desapacible... nosotros somos sólo una desapacible periferia de fa-
bricantes de locomotoras, que realizamos los diseños que nos im-
ponen desde el centro, que me dicen que queda en un antiguo
convento dominico, en el Ministerio de Obras Públicas... allá un in-
geniero inglés con vastísima experiencia en ferrocarriles surame-
ricanos y del Caribe, diseña el material rodante para ese país en una
escalada racional de los ferrocarriles de Colombia. Por ese antiguo
convento pasa hoy la frontera del conocimiento tecnológico ferro-
viario de vía angosta. Pasa por ese lugar porque allá con esos dise-
ños se resuelven los problemas tecnológicos que genera una reali-
dad concreta: el saber local potencial que encierra una realidad
concreta se pone de manifiesto al trabajar esa realidad... quien la
trabaja es entonces la autoridad mundial en la materia, en este caso
en la tecnología de ferrocarriles de vía angosta. Ya en una ocasión le
hicimos aquí en Berlín trampa a esos diseños, con la complicidad
de nuestros representantes, la comercializadora Hugo Stinnes de
Cali, y desde luego de las directivas del Ferrocarril del Pacífico, pero
el presidente de ese momento en esa república nos amenazó con de-
jarnos a un lado en las contrataciones. Amenos que respetemos esos
diseños. Aprendimos a respetar a P. C. Dewhurst como la autoridad
del momento en ferrocarriles de vía angosta. Por ello, y naturalmente
Saberes locales diversos globalizados por una necesidad local i 255

por la excelencia de nuestro trabajo local, aquí en Berlín, nos encar-


garon de la construcción de estas Montañas de tres cilindros, las que
lo impresionaron tanto hace algunos minutos".

17. "Ahora vea la cabina en el cálido y colorido contexto de su


'centro': así la veían pasar desde los portales de las quintas veranie-
gas, al pie de la carrilera, del otro lado de la estación de San Javier".

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¿»H 'a"i« r-y- 1 "-T" 1 - 1 '" ———

18. Si por allá pasó la frontera del conocimiento ferroviario de


vía angosta, miremos ahora lo que alcanzó a irradiar. La 2-6-0 + 0-
6-2 Kitson de Girardot: Éste fue otro famoso diseño que incorporó
muchas de las características de los diseños colombianos 3 .

3
Las especificaciones técnicas de las locomotoras de vapor utilizadas en Colombia, que desde
luego incluyen las que diseñó P. C. Dewhurst, se encuentran en Gustavo Arias-de Greiff,
1986, La muía de hierro. Bogotá.
256 / Jorge Arias de Greiff

19. La Kitson de la India. Unas locomotoras para el ferrocarril


de Kulka, en la India, manifiestan la influencia del diseño de las
Kitson para Girardot.

20. Un desarrollo monumental para el Southern Pacific de 1930.


Otra derivación del diseño para Girardot, que no pasó del papel por
la crisis mundial de 19294.

4
Diseño preparado por American Locomotive Company para Southern Pacific. Véase D.
Binns, 1981. Kitson Meyer ArticulatedLocomotives, Blackpool, p. 127.
Saberes locales diversos globalizados por una necesidad local I 257

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21. Y durante la crisis del petróleo: Sudáfrica. Otro diseño, esta


vez propuesto para los ferrocarriles del África del Sur: una respues-
ta al alza del petróleo que refleja de nuevo la escalada de las Kitson
colombianas 5 .

22. Paul C. Dewhurst, nuestro héroe, en comida de ingenieros,


1925. Sentados, de izquierda a derecha: Alvarez Lleras, Félix Salazar,
gerente del Banco de la República, Pedro Nel Ospina Vásquez, pre-
sidente de la República, Laureano Gómez Castro, y Darío Botero Da-
za. De pie: Dewhurst, primero a la izquierda; Jorge Triana, tercero.

5
Diseño presentado en 1981 por A. E. Durrand para los ferrocarriles sudafricanos durante
la crisis del petróleo. D. Binns, op. cit., p. 128.
D i a n a Obregón

DEBATES SOBRE LA LEPRA:


médicos y p a c i e n t e s interpretan lo u n i v e r s a l y lo local

Desde hace por lo menos una década, los historiadores de la ciencia


en países no europeos, en particular en los latinoamericanos, argu-
mentan en contra de las teorías difusionistas sobre la ciencia, espe-
cialmente en la versión del artículo "The Spread of Western Science"
publicado por George Basalla en 1967 (Basalla, 1967 y 1993). En
consecuencia, se cita a este autor en forma casi ritual para asumir
una postura teórica que parta de lo "local", definido con frecuencia
como lo "nacional". Esta literatura hace énfasis en los actores loca-
les y examina los contextos sociales, culturales y políticos en los
cuales se desarrollaron las teorías y las prácticas científicas 1 . Sin
embargo, aunque estos trabajos suponen una posición crítica fren-
te a la noción de la recepción pasiva del conocimiento científico, no
siempre adoptan una posición crítica frente a la ciencia misma. Se
asume que el nacionalismo ha sido favorable al desarrollo de la cien-
cia, afirmación con frecuencia válida, pero se elude el análisis de los
grupos sociales impulsores tanto del nacionalismo como de la cien-
cia2. Asimismo, se acepta sin mayor crítica la idea de la universali-

1
Existe una abundante literatura latinoamericana de crítica a la idea de la difusión del
conocimiento científico desde el centro hacia la periferia. Quizás algunos de los trabajos
más significativos son: Stepan, 1981 y 1992; Vessuri, 1987y 1993;LafuenteySala, 1989;Cueto,
1989 y 1994; Saldaña, 1992 y Chambers, 1993.
2
Ésta es, por ejemplo, la posición de Saldaña (1992).
Debates sobre la lepra I 259

dad de la ciencia 3 . Al hacer énfasis en los actores locales que hicie-


ron posible la institucionalización de la práctica científica en Amé-
rica Latina, sin examinar los contenidos de tales ciencias ni sus re-
laciones con intereses sociales, se corre el riesgo de escamotear el
análisis de la ciencia como dominación. Por lo demás, la historia de
la ciencia nacional se convierte fácilmente en justificación de polí-
ticas científicas contemporáneas y en validación de proyectos nacio-
nales o nacionalistas. En éste como en otros casos, la descripción
corre el riesgo de tornarse en prescripción.
A través del examen de algunos debates sobre la lepra que pro-
tagonizaron médicos y pacientes a finales del siglo XTXy comienzos
del siglo XX en Colombia, me propongo mostrar que el carácter "uni-
versal" del conocimiento científico ha sido históricamente construi-
do por comunidades científicas organizadas, y cómo se formó una
cultura científica con pretensiones de universalidad en torno a un
problema particular definido como médico. Asimismo, resulta per-
tinente destacar que históricamente los actores mismos han inter-
pretado los componentes universales y locales del conocimiento
científico, y que no siempre la ciencia "nacional" ha proporcionado
una respuesta positiva a demandas sentidas de la población.

La etiología de la lepra: ¿herencia o contagio?

La lepra apareció como problema para la sociedad neogranadina por


lo menos desde la época de los informes que sobre la población
enviaban funcionarios virreinales e ilustrados a la Corona española
a finales del siglo XVIII. Pero fue en las postrimerías del siglo XTX, al
organizarse los médicos colombianos como profesión, cuando la le-
pra comenzó a concebirse como una seria amenaza para la integra-

3
Importantes excepciones son: Vessuri, 1987 y 1993; Stepan, 1992; Chambers, 1993 y
Cueto, 1994.
260 / Diana Obregón

ción de Colombia al mundo de la civilización y del progreso. Los mé-


dicos, agrupados en la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales
de Bogotá, y posteriormente en la Academia Nacional de Medicina,
condujeron una serie de debates acerca del origen de la enferme-
dad. En otra parte he mostrado cómo estos debates y la exageración
del número de leprosos en Colombia fueron motivados por la nece-
sidad de medicalizar la enfermedad que había estado tradicional-
mente en manos de instituciones filantrópicas (Obregón, 1996a,
1996b, 1996c y 1998). En este artículo me ocuparé, más bien, de
algunos aspectos del contenido de esos debates, que giraron sobre
todo en torno al problema de si la lepra era una enfermedad heredi-
taria, como afirmaban desde 1847 las primeras autoridades en el
tema, los médicos noruegos Daniel Danielssen y Cari Boeck, o con-
tagiosa, como sostenían desde 1873 el noruego Gerhard A. Hansen
y el alemán Albert Neisser.
Durante el siglo XIX en Colombia los estudios de medicina se
encontraban dispersos y el cuerpo médico desorganizado. El oficio
de médico no era una profesión en el sentido moderno. Una alusión
rápida a dos hechos permite mostrar algunas características de la
práctica médica antes de su etapa de profesionalización. El primer
acontecimiento es el siguiente: en 1847, el doctor Esteban Pardey
de Barranquilla exhibió frente al entonces presidente de la Repú-
blica, general Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849), dos pa-
cientes de lepra supuestamente curados por él. Quizás, este médi-
co esperaba la sanción presidencial que legitimaría sus métodos
curativos frente a posibles clientes. El segundo hecho es la apari-
ción en la Nueva Granada en 1858 de un manuscrito anónimo titu-
lado Régimen que debe observar todo enfermo atacado de elefancía
o lepra, en cualquier estado de la enfermedad. Una nota al final del
texto anunciaba que el doctor Ricardo de la Parra, probablemente el
autor del manuscrito, preparaba y vendía los remedios descritos.
Aunque eran pocos, 174 médicos acreditados por la Facultad de
Medicina de Bogotá para atender 1'200.000 habitantes, la demanda
Debates sobre la lepra / 261

por servicios médicos profesionales también era escasa. Por lo tanto,


las carreras de los médicos, graduados o no, dependían de los pacien-
tes y no de un grupo de colegas. Quizás por ello, la mayoría de trata-
dos sobre la elefantiasis anunciaban el descubrimiento de curas in-
falibles contra la enfermedad. Los médicos necesitaban asegurar una
clientela para sus remedios específicos y buscaban legitimidad para
sus acciones terapéuticas, no en un cuerpo científico-médico orga-
nizado, sino en la autoridad política.
Al fundarse en 1867 la Universidad Nacional de los Estados
Unidos de Colombia, a la cual se incorporó la escuela privada de
medicina del doctor Antonio Vargas Reyes, se inició un proceso de
profesionalización de la medicina en Colombia. En ese mismo año
de 1867, el estudiante José María Ruiz presentó, para la revalida-
ción de su grado en medicina de la Universidad Nacional, una te-
sis sobre la elefantiasis de los griegos, nombre antiguo de la lepra.
Ruiz indicaba la razón por la cual decidió estudiar el problema de
la lepra:

La plena convicción que tenemos de que nuestra misión


como médicos es la de procurar la curación o el alivio de las do-
lencias de nuestros semejantes, nos ha obligado a emprender el
estudio de una de las enfermedades más temibles que afligen a
la especie humana: la elefantiasis de los griegos [...] que desgra-
ciadamente es una de las reinantes en nuestro país4.

Por razones comparativas con estudios posteriores, resulta in-


teresante destacar los motivos que impulsaban a Ruiz a asumir el
estudio de la lepra: no solamente porque era una de las enfermeda-
des que más afectaban a la población, como lo habían señalando

4
José María Ruiz, "De la elefantiasis de los griegos", Tesis para la revalidación del grado,
1867, Biblioteca Nacional, Fondo Pineda, Nfl 399.
262 / Diana Obregón

diversos autores, sino porque su deber como médico era curar los
padecimientos humanos.
Ruiz se ubicaba en el horizonte de la teoría miasmática sobre
las enfermedades y establecía un complejo cuadro de causas predis-
ponentes y determinantes de la lepra. Entre las predisponentes dis-
tinguía cósmicas como el clima, los alimentos, la atmósfera y la cons-
titución del suelo, e individuales como la herencia, la constitución,
el sexo y la edad. Las causas determinantes se dividían en propia-
mente dichas y ocasionales, entre las cuales estaban las emociones
vivas, las vigilias prolongadas y la ingestión excesiva de alimentos; a
su vez, las propiamente dichas se dividían en comunes y específi-
cas, entre las cuales estaba el contagio. Entre las comunes estaban
la ingestión de bebidas frías estando el cuerpo en transpiración y la
transición brusca de temperatura. Como se ve, las causas de la le-
pra podían ser de muy diversos tipos, casi cualquier actividad, pa-
sión o alimento podía producir la enfermedad.
En cuanto al contagio, Ruiz indicaba que médicos antiguos como
Areteo y Galeno, y médicos posteriores como Darwin y Pinel creían
en el contagio de la lepra. En cambio, según él, los modernos creían
que la lepra no era contagiosa, o bien, que había dejado de serlo
después del siglo XVI. Al examinar el caso colombiano, concluía que
"la elefantiasis ha sido y es una enfermedad contagiosa, pero que no
se transmite de esa manera sino mediante ciertas condiciones de
naturaleza no conocida" 5 . Su trabajo incluye referencias a Danielssen
y a Boeck, autores de la primera descripción anatomopatológica de
la lepra y considerados por el patólogo alemán Rudolf Virchowcomo
los iniciadores del conocimiento científico de esta enfermedad 6 .

5
Ibidem.
6
Daniel C. Danielssen and Cari W Boeck, Traite de la Spedalsked ou Eléphantiasis des
Grecs, Monograph (Paris, J. B. Balliére, 1848); también:/irte de la LépreparD. C Danielssen
et C W. Boeck, Bergen en Sorvéege, ¡847, Edition commemorative du centenaire. Ed. by
Héraclídes-Cesar de Souza-Araujo (Rio de Janeiro, 1946).
Debates sobre la lepra / 263

Ruiz, además de presentar sus propias observaciones en pacientes de


lepra, también debatía con los autores colombianos que habían trata-
do el tema, como Ricardo de la Parra e Ignacio Pereira, entre otros 7 .
Siete años más tarde, las ideas centrales sobre la enfermedad no
habían cambiado, pero en cambio se habían producido algunos vira-
jes institucionales que serían significativos para el desarrollo de la vida
intelectual del país. En 1874, el periódico institucional de la Univer-
sidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, los Anales de la
Universidad, publicó la tesis para el doctorado en medicina y cirugía
de Samuel Duran con el nombre de "Elefantiasis de los griegos".
Duran, al igual que Ruiz, indicaba las razones por las cuales había
escogido la lepra como tema de tesis. A diferencia de Ruiz, la cura-
ción de la dolencia no aparece como primera motivación de su tra-
bajo, pues no se trata de "preconizar un método curativo infalible".
Más bien su elección respondía al "deseo de contribuir en algo al
establecimiento del edificio científico en nuestra patria" 8 . Al no es-
tar interesado en asegurarse las ganancias de un "específico", Duran
pretendía diferenciarse de los charlatanes. Mientras que para Ruiz
lo importante era ofrecer alguna esperanza de curación a los enfer-
mos, para Duran una posible solución del problema pasaba por la
construcción del "edificio científico de la patria". De esta manera,
Duran reflejaba el clima cultural de la Universidad Nacional, bas-
tión político-científico de los liberales radicales en la organización
de la nación y de la ciencia. Para entonces, la escuela de medicina
de la Universidad Nacional ya había graduado a por lo menos seis
promociones de médicos y la profesión comenzaba a organizarse en

' Ricardo de la Parra, Ensayo sobre el Zaarah de Moisés o espécimen de una obra seria
sobre la elefantiasis de los griegos (París, Imprenta de Bonaventure I Ducessois, 1864) y del
mismo autor, La elefantiasis de los griegos (Bogotá, Imprenta de Gaitán, 1868); Ignacio
Pereira, Elefantiasis de los griegos (Bogotá, Imprenta de Poción Mantilla, 1866).
8
"Elefantiasis de los griegos", tesis para el doctorado en medicina y cirugía, presentada a
la Universidad de los Estados Unidos de Colombia por Samuel Duran, enAnales de la Uni-
versidad, 1874, 8 (67-72), 455-501, p. 478.
264 / Diana Obregón

la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales fundada en Bogotá


en 1873. El público al cual se dirigían los trabajos científicos eran
los futuros colegas, profesores de la Universidad y miembros de la
Sociedad. A tono con las exigencias de construir una medicina na-
cional, Duran subrayaba que había decidido "escribir lo que mi pro-
pia observación me enseñara, prescindiendo de todo lo que han
podido escribir los sabios de más allá del mar", puesto que la ele-
fantiasis existía en la mayor parte de las regiones del globo, pero en
cada una de ellas presentaba características particulares; el cuadro
de la elefantiasis india, afirmaba, no era aplicable en Turquía o en
Noruega. De esta manera, para Duran existía un imperativo:

[...] escribamos para nuestra patria, que la vida y el tiempo,


quiera Dios, nos permitan hacerlo para la humanidad en general
[...] pongamos enjuego nuestros sentidos y aprovechémonos del
resultado de nuestro criterio para deducir con verdad; describa-
mos la elefancía de nuestra patria, establezcamos su diagnósti-
co, su cuadro sintomático [...] su marcha, su terminación [...]9.

Es decir, Duran abogaba por el estudio de la situación local, con-


vencido de que las enfermedades eran el producto de condiciones
particulares de tiempo y de lugar. Se trataba de construir saberes
locales para situaciones locales. En este caso, lo local respondía a lo
nacional.
Para Duran, la buena observación y el uso de los sentidos eran
garantía de cientificidad. De ahí que su tesis incluyera la observa-
ción de varios casos clínicos. No obstante, Duran no podía olvidar del
todo lo que "los sabios de más allá del mar" habían escrito y por ello,
al realizar la descripción de la anatomía patológica de la enferme-
dad, citaba a las autoridades en la materia: Danielssen, Boeck y otros.

Ibid., pp. 478-479.


Debates sobre la lepra I 265

En cuanto a la etiología, indicaba las causas que predisponían al


organismo a contraer la lepra, que dividía en causas orgánicas - q u e
dependían de la constitución del individuo-y causas cósmicas. En-
tre éstas se encontraban el aire, el agua, los vientos, la humedad, la
temperatura, la topografía y la constitución geológica del terreno.

El aspecto físico de las comarcas, así como su clima, tiene con


las habitaciones de los hombres, con sus costumbres, su manera
de vestirse, con su régimen alimenticio, con la construcción de
sus hogares y con su régimen alimenticio en general, mil varia-
das influencias sobre el desarrollo de la enfermedad10.

Así como en el caso anterior, Duran también postulaba la existen-


cia de una multitud de causas como productoras de enfermedad.
Duran descartaba "el bárbaro principio del contagio, atroz inventi-
va, hija de la brutal maledicencia y del terror con que miraban esta
enfermedad ..." n .
Por lo demás, la principal causa predisponente individual de la
lepra era, para Duran, la herencia. Argumentaba que en los casos
estudiados por él, en el lazareto de Agua de Dios, el contagio no
existía y que por el contrario la mayoría de los casos de elefancía
ocurrían por herencia. Según Duran, si el contagio fuese causa de
la elefancía, toda la población de Tocaima ya sería elefancíaca por
causa de los enfermos que desde hace más de 300 años se refugian
allí12. Añadía que el pueblo de Agua de Dios, en donde vivían desde
hacía cuatro años de 300 a 400 personas sanas "en roce íntimo" con
150 o 200 elefancíacos, constituía otro ejemplo de que el contagio
no era causa de la propagación de la elefancía13.

10
Ibid., p. 468. El subrayado es mío.
11
Ibid.,pA60.
12
/te/., p. 470-1.
13
Ibid., p. 472.
266 / Diana Obregón

Las ideas de D u r a n correspondían a una concepción neo-


hipocrática según la cual cada enfermedad correspondía a un tiem-
po, lugar y paciente específico, y que consideraba el clima y en ge-
neral los factores atmosféricos como causas de epidemias y de
enfermedades 14 . Ahora bien, el año de publicación de la tesis no
contagionista de Duran, 1874, fue justamente el año en que otro mé-
dico noruego, Gerhard Armauer Hansen (1841-1912), en su infor-
me anual a la Sociedad Médica de Christiania, mencionaba por pri-
mera vez sus observaciones de un bacilo que sospechaba era la causa
específica de la lepra15. La idea de seres vivos microscópicos que pro-
ducían enfermedades circulaba entre algunos médicos y veterina-
rios, pero aún no se había iniciado la que con posterioridad sería con-
siderada la "revolución bacteriológica" 16 . En Colombia, por ejemplo,
el médico homeópata Ignacio Pereira planteaba, por lo menos des-
de 1866, la idea de que la lepra, así como la tuberculosis y la sífilis,
era una enfermedad transmisible, producida por parásitos. Para
Pereira, la homeopatía ofrecía tratamientos más eficaces para los
elefancíacos que las terapias alopáticas; sin embargo, sus ideas no
tuvieron mayor resonancia 17 . En ese momento en Colombia la m e -
dicina homeopática empezaba a ser convertida en marginal, debido
al empuje de la medicina alopática organizada 18 .
Mientras que las complicadas teorías neohipocráticas y miasmá-
ticas postulaban una multitud de causas responsables de las enfer-

14
Sobre este tema ver DeLacy, 1993.
15
Gerhard Armauer Hansen, "Undersogelser angaaende Spedalskhedens Aarsager", en
Sorsk Magazín for Laegevidenskaben, 1874, 9:1-88, reimpreso en 1955 como "Causes of
Leprosy", en International Journal ofLeprosy 23 (3): 307-309.
16
Sobre este tema véase el estudio clásico de Bulloch, 1938/1979; véase también Cunningham
y Williams, 1992.
17
Ignacio Pereira, Elefantiasis de los griegos: carta dirigida al señor Ricardo de la Parra
(Bogotá: Imprenta de Foción Mantilla, 1866).
18
Sobre la medicina homeopática y sus conflictos con la medicina alopática, que ya se per-
filaba como la medicina oficial, véase Guzmán Urrea, 1995.
Debates sobre la lepra / 267

medades infecciosas, la teoría bacteriológica resultaba relativamente


sencilla: un agente específico producía una enfermedad específica.
Gabriel J. Castañeda fue uno de los primeros adeptos a las teorías
"pastorianas" en Colombia. Su posición es un ejemplo de hibridación
de teorías científicas de las más variadas procedencias. A la par que
aseguraba, citando a Pasteur, que la lepra era una enfermedad "para-
sitaria", creía resolver de una manera muy sencilla el problema de la
transmisión de lo que él llamaba "el parásito". Para Castañeda, los
cambios súbitos de temperatura del calor al frío daban lugar a que los
parásitos existentes en la atmósfera se introdujeran por los poros abier-
tos y, en consecuencia, se produjera la infección19. Castañeda mez-
claba teorías de origen miasmático con ideas de corte bacteriológico.
En cuanto al debate entre herencia o contagio, Castañeda afirmaba
con ligereza que la herencia no era "más que un modo o una forma
del contagio". Esta afirmación provocó una contundente arremetida
del médico Juan de Dios Carrasquilla, el representante más lúcido del
punto de vista microbiológico para explicar la etiología de la lepra.
Carrasquilla dejó sin argumentos a Castañeda y a cualquiera que es-
tuviera dispuesto a creer que las enfermedades se transmitían por
herencia 20 .
En un trabajo que publicó en 1889 el órgano oficial de la Socie-
dad de Medicina y Ciencias Naturales de Bogotá, la Revista Médica,
Carrasquilla argumentaba en contra de quienes habían afirmado en
reuniones anteriores de la Sociedad de Medicina que la herencia, así
como la inoculación o la infección, era un modo de transmisión de la
lepra21. Basándose en su propia experiencia como innovador científi-
co de las técnicas agrícolas en Colombia, Carrasquilla afirmaba:

19
Gabriel J. Castañeda, Causa y tratamiento racional de la lepra de los giiegos hallados
por inducción. (Bogotá, Imprenta de Echeverría Hnos., 1882), especialmente pp. 38-41.
20
Juan de Dios Carrasquilla, "Disertación sobre la etiología y el contagio de la lepra", en
Revista Médica, 1889, 13 (137) pp. 441-484.
21
Ibid, p . m .
268 / Diana Obregón

Biológicamente es inconcebible la transmisibilidad de las en-


fermedades por heredad, y los hechos experimentales han demos-
trado que, ni las mutilaciones accidentales o intencionales ni nada
de lo que se agregue al individuo reproductor puede transmitirse
hereditariamente. [...] No hay pues, enfermedades hereditarias,
fisiológicamente hablando, por la razón de que no puede haberlas;
y no puede haberlas porque a ello se oponen las leyes de física,
de química y de biología [...]2Z.

Mostrando su conocimiento del estado de la cuestión, Carrasquilla


citaba al biólogo alemán August Weismann, cuyas ideas formuladas
por esta época desafiaban la teoría, relacionada con el biólogo francés
Lamarck, de la herencia de los caracteres adquiridos 23 . Así continua-
ba Carrasquilla:

Con los recientes experimentos de morfología se demuestra [...]


que las enfermedades no pueden transmitirse hereditariamente y,
por tanto, lo que se ha dicho hasta ahora de influencias hereditarias
tiene tanto valor como lo que en la antigüedad se dijo del influjo pla-

En su comunicación, Carrasquilla continuaba analizando las


enfermedades para las cuales se había propuesto con mayor fuerza
la teoría hereditaria: la sífilis, la tisis pulmonar y el cáncer. Consi-
deraba que "ya no se discute la existencia del bacilo de la tuberculo-
sis, ni la naturaleza infecciosa de la sífilis" y que "todo tiende a con-
firmar la naturaleza parasitaria o microbiana del cáncer". Carrasquilla
era un hombre de su tiempo: como muchos otros bacteriólogos de esta

22
/te/., p. 448.
3
Sobre las teorías evolucionistas en Colombia, véase: Restrepo Forero y Becerra Ardila,
1995a y 1995b.
24
Carrasquilla, "Disertación", p. 451.
Debates sobre la lepra I 269

época creyó que el cáncer era producido por un microorganismo. La


heredad no era pues "más que una de tantas palabras inventadas para
ocultar la ignorancia de la verdadera causa de la lepra" 25 . Tomaba una
cita de la Revue Scientifique de diciembre de 1888 que, según
Carrasquilla, señalaba

[...] las vías de nuestra ciencia, la cual fue primero nosológica


y sólo anotaba los síntomas, después anatomopatológica y bus-
caba lesiones, y hoy se ha vuelto resueltamente etiológica y halla
en la experimentación una serie de causas patógenas26.

La referencia a la experimentación no era casual, puesto que


Carrasquilla fue uno de los pocos, entre sus contemporáneos, que
asumió los riesgos de la experimentación científica27. La discusión
de Carrasquilla era no solamente contra los partidarios de la heren-
cia, sino también contra teorías, como la de los influjos planetarios,
que él atribuía a la antigüedad, pero que en realidad habían tenido
vigencia en la cultura médica colombiana hasta hacía muy poco.

Saberes locales: el punto de vista de los pacientes

Más allá de la discusión sobre su origen, los médicos estaban de


acuerdo en que la lepra era un problema serio, puesto que se estaba
extendiendo rápidamente entre la población colombiana 28 . Fuese
contagiosa o hereditaria, para los médicos sólo había una respuesta
para el problema de la lepra: aislamiento. La expansión de la enfer-

25
/te/., p. 457.
26
Ibid.,p. 458 (nota).
27
En otro trabajo (Obregón, 1998) me he referido ampliamente a la seroterapia Carrasquilla,
que él concibió como una terapia específica para la lepra, aplicando los principios de lo que
entonces se llamaba la "inmunidad".
28
'Actas de las sesiones de los días 24y 31 de agosto de 1886"',Revista Médica, 1886,10 (107):
241-243; y Gabriel J. Castañeda, en "La lepra en el estado de Antioquia", Ibid., 258-259.
270 / Diana Obregón

medad se detendría por la segregación, que impediría el contagio, o


por la separación de sexos, que impediría la herencia.
Los pacientes de lepra aborrecían las medidas de aislamiento
obligatorio, por tanto, eran decididos adversarios de las teorías del
contagio y de la herencia. El escritor Adriano Páez, quien aparente-
mente había descubierto que estaba enfermo de lepra siendo cón-
sul de Colombia en Francia, escribió en 1878 una serie de cartas al
abogado Ramón Gómez, presidente de la Junta de Beneficencia,
institución encargada de los lazaretos. Gómez creía que la enferme-
dad era heredada. En consecuencia, afirmaba que una absoluta se-
paración de sexos debía ser impuesta entre leprosos y que el matri-
monio entre ellos debía ser prohibido. Páez se oponía a estas teorías
en nombre de los derechos individuales que garantizaba la consti-
tución liberal radical de 1863, pero, ante todo, Páez confiaba en la
ciencia 29 . En sus memorias, publicadas después de su muerte por
Carrasquilla, Páez clamaba por el estudio científico de la cuestión
de la lepra por médicos colombianos, puesto que las conclusiones
de investigaciones realizadas en otros países no eran adecuadas para
Colombia. Solamente a través de la experimentación científica se-
ría posible decidir si la lepra en el país era o no contagiosa 30 .
Luis Carlos Pradilla, otro escritor enfermo de lepra, argumen-
taba en 1878 contra la teoría del contagio. Pradilla explicaba que la
variedad de elefancía común en Colombia era endémica, puesto que
era producida por condiciones telúricas particulares. En otras pala-
bras, la lepra era peculiar a ciertas regiones debido a circunstancias
geográficas y climáticas específicas. Para Pradilla, la política de se-
gregación practicada en la Europa medieval había causado la extin-
ción de la enfermedad en ese continente debido a que este tipo de

29
Véanse las cartas de Páez en Antonio Gutiérrez Pérez, Apuntamientos para la historia
de Agua de Dios (Bogotá, Imprenta Nacional, 1925), pp. 161-165.
30
Adriano Páez, "Viaje al país del dolor" (fragmentos) en Gutiérrez, Ibid., pp. 270-295,
pp.293-295.
Debates sobre la lepra I 271

lepra era "importada" de Asia; la lepra europea había sido contagio-


sa antes que endémica. Pero la lepra colombiana era endémica; por
lo tanto, el aislamiento de enfermos de lepra, de acuerdo con Pradilla,
era completamente inútil 31 .
Estos ilustrados pacientes enfatizaban en la necesidad del es-
tudio de las condiciones locales de la enfermedad. Sin embargo, la-
mentablemente para ellos, argumentaban desde un punto de vista
que muy pronto se convertiría en anticuado. La teoría de la influen-
cia de las numerosas condiciones climáticas, atmosféricas y geográ-
ficas como causas de enfermedad se consideraba superada por par-
te de la medicina científica. En su reemplazo, se erigía el modelo
simple de la bacteriología: a cada agente etiológico correspondía una
enfermedad específica. De esta manera, el saber de los pacientes,
por ilustrados que fuesen, se convirtió en "saber local".

De cómo se construye una cultura científica

Evidentemente, los enfermos perdieron la batalla contra el aisla-


miento y contra la idea de que la lepra era una enfermedad conta-
giosa. Hacia finales del siglo, la noción de que la lepra era produci-
da por un microorganismo y se transmitía de individuos enfermos a
sanos se convirtió en lugar común entre la comunidad médica y entre
el público que tenía acceso a esta información. El Primer Congreso
Internacional de la Lepra que se celebró en Berlín en 1897, al cual
asistió Carrasquilla, aceptó oficialmente que la lepra era producida
por el bacilo de Hansen, aunque todavía faltaba la prueba experimen-
tal del cultivo e inoculación del microorganismo, y determinó que
el aislamiento obligatorio de los enfermos era la única manera de
evitar la propagación del contagio 32 .

31
Montoya, Contribución, pp. 86-88.
32
Donald H. Currie, "Resolutions Adopted by the Berlin Conference of 1897", en Public
Health Reports, 1909, 24 (38): 1361.
272 / Diana Obregón

Leprólogos que trabajaban en lugares tan disímiles como Colom-


bia, Noruega, Hawai, India, Alemania y Sudáfrica habían intentado
durante dos decenios cultivar el bacilo de Hansen y así ofrecer la prue-
ba de que este microrganismo era el agente causal de la lepra33. Todos
esos intentos se consideraban fallidos: los investigadores no conse-
guían replicar los cultivos que otros anunciaban como exitosos. El
bacilo de Hansen se resistía a cumplir los famosos postulados de
Henle-Koch (aislamiento, cultivo, inoculación y producción en ani-
males de experimentación de una enfermedad cuyos síntomas de-
bían ser idénticos a aquellos de la enfermedad inicial). El congreso
de Berlín fue el escenario en el cual fueron examinados en conjunto
los experimentos de solitarios investigadores y de médicos de las po-
sesiones coloniales europeas. Este fue un momento de acumulación
en cuanto al conocimiento de la lepra y Berlín se convirtió en un
centro científico en el cual se unificarían los diversos puntos de vis-
ta sobre la etiología de la lepra 34 . Hasta allí trasladó Carrasquilla la
información acerca de sus cultivos y de sus experimentos de se-
roterapia 35 . Otros como él, también lo hicieron. Pero como la bacte-
riología, en sentido estricto, no podía proporcionar la prueba de que
la lepra era una enfermedad microbiana, la epidemiología vino en
su ayuda. Médicos coloniales de India, Hawai y las Guayanas, entre
otros, habían acumulado durante años evidencia de la naturaleza con-
tagiosa de la lepra. Pero sobre todo, el caso de las islas Sandwich (Ha-
wai), cuyo descenso poblacional desde el arribo de los europeos en el
siglo XVIII por la introducción de microorganismos para los cuales la
población nativa no tenía defensas, fue considerado paradigmático.
La población hawaiana fue devastada por la lepra a mediados del si-

33
Sobre el tema del cultivo del bacilo de Hansen, véase McKinley y Verder, 1933.
34
Véase el análisis de Bruno Latour (1987: 215-257) sobre los centros de cálculo, donde se
concentra y se acumula el conocimiento para luego volver a las llamadas periferias.
35
Juan de Dios Carrasquilla, "Memoria sobre la Lepra Griega en Colombia", enMittheilungen
und Verhandlungen der internationalen wissenschaftlichen Lepra-Conferenz zu Berlin im
October 1897, vol. 1 (Berlin, Verlag von August Hirschwald, 1897), pp. 81-124.
Debates sobre la lepra I 273

glo XIX y se convirtió así para los médicos coloniales en la prueba


epidemiológica viviente del carácter contagioso de la enfermedad. Los
médicos europeos, en cambio, creían, con Danielsen y Boeck, que la
lepra era una discrasia (alteración de la sangre) de origen heredita-
rio. Los científicos reunidos en Berlín, encabezados por Hansen (y a
pesar de la oposición del patólogo e higienista alemán Rudolf Virchow,
que exigía la prueba experimental), acordaron que el bacilo era el
agente etiológico de la lepra. En las conclusiones de este congreso
se lee: "una parte considerable de la discusión ha estado relaciona-
da con el Bacillus leprae, que la conferencia acepta como el virus de
la lepra". Y también: "la teoría de la herencia de la lepra ha mostrado
en mayor grado haber perdido fundamento en comparación con la
ahora generalmente aceptada teoría de su contagiosidad" 36 .
De esta manera se comenzó a construir un conocimiento cien-
tífico "universal" sobre la lepra, unido a la conformación de una co-
munidad científico-médica que se hacía cada vez más "internacio-
nal". A la formación de esta comunidad contribuyeron de manera
importante las academias y sociedades científicas, las revistas cien-
tíficas y los congresos científicos internacionales, una invención de
finales del siglo XK37. La profesión médica colombiana, con el res-
paldo de esa comunidad internacional, propaga en Colombia los
saberes científicos oficiales y por definición excluye otros saberes.

Médicos y pacientes se rebelan

Ahora bien, tanto en Berlín como en otros foros nacionales e inter-


nacionales, Carrasquilla se opuso a las medidas gubernamentales
que imponían el aislamiento obligatorio para los leprosos. En el
Tercer Congreso Científico Latinoamericano llevado a cabo en Rio

36
Donald H. Currie, "Resolutions Adopted by the Berlin Conference of 1897", en Public
Health Reports, 1909, 24 (38); 1361.
37
Sobre este tema, véase Crawford, 1992 especialmente, pp. 14 y 38-43.
274 / Diana Obregón

de Janeiro en 1905, Carrasquilla dio un interesante giro respecto de


su posición de 1889 sobre la etiología de la lepra. En 1889 había afir-
mado, citando a Robert Koch, que

[...] las enfermedades infecciosas no provienen, como se creía


antes, de cuerpos fluidos, es decir, gaseosos, de miasmas, sino
de cuerpos sólidos, de polvos [...] Las enfermedades infecciosas
no son jamás producidas por el desaseo, por la viciación del aire
que proviene de la aglomeración de hombres, por el hambre, la
pobreza, las privaciones, ni por la suma de todos estos factores,
que es lo que se ha llamado miseria social, ni por las influencias
climatéricas. Sus.gérmenes específicos son los únicos que pueden
producirlos (sic)38.

En 1905, en cambio, Carrasquilla afirmaba que la propagación


de la lepra se producía por circunstancias sociales, como la pobre-
za, y no por condiciones climáticas o telúricas; y que la lepra era una
enfermedad de evolución lenta, apenas ligeramente contagiosa. En
más de dieciséis años de estudio continuo de la cuestión, este cien-
tífico había hecho las asociaciones pertinentes. Carrasquilla se opo-
nía a la segregación de los enfermos en colonias remotas como pro-
ponía la mayoría de los médicos colombianos y abogaba por la
creación de hospitales que debían estar localizados en las ciudades
donde hubiese médicos, asistentes y medicamentos, y donde la le-
pra fuese tratada como cualquier otra enfermedad. El propósito de
los hospitales para los pacientes de lepra era buscar su cura a través
de la higiene, estudiar la enfermedad e investigar sobre tratamientos
científicos, como se había hecho en Noruega 39 . Además, Carrasquilla

38
Juan de Dios Carrasquilla, "Disertación sobre la etiología y el contagio de la lepra", en
Revista Médica, 1889, 13 (137): 441-484, en p. 465.
39
Juan de Dios Carrasquilla, "Los sanatorios y la lepra", en Revista Médica, 1905,26 (306):
65-71.
Debates sobre la lepra I 275

sugería adoptar el modelo de los sanatorios para la tuberculosis, cuyo


tratamiento higiénico y racional se puso de moda en Europa y en los
Estados Unidos a principios del siglo XX40.
Por esta misma época, el departamento del Cauca comisionó al
leprólogo francés, Dom Sauton, para que estudiara el problema.
Sauton, al igual que Carrasquilla, propuso el establecimiento de
hospitales municipales, de acuerdo con el ejemplo de Noruega. Sin
embargo, estas propuestas se encontraron con la formidable oposi-
ción de la comunidad médica. Por ejemplo, Juan Bautista Montoya
y Flórez, médico graduado de la Facultad de Medicina de París y
quien sería uno de los más importantes leprólogos colombianos de
la primera mitad del siglo XX, consideraba que este sistema era de-
masiado costoso para el presupuesto colombiano y manifestó su re-
chazo a los expertos extranjeros y a la imitación de modelos impor-
tados 41 . Teniendo en cuenta que la mayoría de los pacientes eran
campesinos, el gobierno decidió mantener los lazaretos ya existen-
tes, adoptando lo que entonces se llamaba un sistema mixto de co-
lonias agrícolas con hospitales 42 .
La lepra debía ser erradicada, pero debido a que el modo de
transmisión del bacilo de Hansen era desconocido, la mayoría de los
médicos justificaba casi cualquier medio para controlar la expansión
de la enfermedad. Éste era uno de los argumentos de Montoya, quien
invocaba la autoridad del Segundo Congreso Internacional sobre la
Lepra, celebrado en Bergen (Noruega) en 1909 y presidido por el
propio Hansen. De hecho, este congreso ratificó las decisiones to-
madas en la reunión de Berlín de 1897: notificación obligatoria de

40
Sobre los sanatorios para la tuberculosis, ver el estudio clásico de Dubos, 1952. Véase
también: Bryder, 1988, y Rothman, 1994.
41
Montoya, Contribución, pp. 356-357.
42
Pablo García Medina, "Profilaxia de la lepra en Colombia", Repertorio de Medicina y
Cirugía, 1909, 1-1 (1): 52-59, pp. 55-56.
276 / Diana Obregón

la enfermedad y estricto aislamiento de los pacientes 43 . Otras dolen-


cias "tropicales" habían sido controladas atacando a los agentes de
la enfermedad. Pero en el caso de la lepra, la aplicación de este mé-
todo degeneró en ataque a los leprosos mismos, ya que éstos eran
los únicos vectores de infección conocidos.
Montoya, por lo demás, proclamaba que las masas colombianas
no estaban preparadas para una política de segregación moderada
como había sido practicada en Noruega. Justificando su oposición
al establecimiento de hospitales municipales para los pacientes de
lepra y explicando la razón por la cual el gobierno colombiano había
eliminado el aislamiento a domicilio en 1907, Montoya sostenía:

[...] se comprende que en Noruega se puedan vigilar por los


médicos oficiales unos pocos enfermos blancos y educados, pero
¿quién vigila a un indio en Fúquene o a una negra de Lloró?... y
aun suponiendo que nuestra raza fuera toda blanca, no hay que
hacerse ilusiones, pues en Bogotá mismo se vio que gentes dis-
tinguidas, a quienes se les permitió aislarse en sus casas, por
negligencia y desidia no cumplían con lo ordenado, y seguían su
vida de siempre, infectando la población... Para europeizarnos,
como lo está haciendo Argentina, necesitaríamos una fuerte in-
migración de razas del Norte, que contrarreste nuestros elemen-
tos étnicos inferiores y los eduque, pues, como todos saben, aquí
predominan las gentes de color o los mestizos de las razas blan-
ca, indígena y negra, y son precisamente estos mestizos los que
presentan más casos de elefancía'''''.

Es interesante notar que, según Montoya, los leprosos, aunque


fuesen de clases "distinguidas", de inmediato por el hecho de ser le-

43
Juan Bautista Montoya y Flórez, "Profilaxis de la lepra en Colombia (Segundo Congreso
Médico Nacional)" en Revista Médica, 1913, 31 (375): 321-331, p. 327.
44
Montoya, Contribución, pp. 336-337.
Debates sobre la lepra I 277

prosos se igualaban a las "razas inferiores". Otros médicos también


compartían esta mirada racista hacia los enfermos de lepra que, por
lo demás, era usual en algunos países europeos y en los Estados
Unidos en esta época.
Todavía a comienzos del siglo XX, los pacientes insistían en que
la lepra no era contagiosa; sin embargo, sabían que las teorías conta-
gionistas estaban en boga. Los médicos, por otra parte, eran cons-
cientes de estas creencias, y en sus cruzadas contra la propagación
de la enfermedad, consideraban estas opiniones como obstáculos
que debían ser removidos. Los enfermos seguían escribiendo so-
bre la lepra. Poco antes de imponerse una estricta política de segre-
gación en los lazaretos colombianos, el paciente José F. Correal es-
cribió varias cartas al ministro de Gobierno argumentando contra
las teorías del contagio y de la herencia como causa de la lepra. Co-
rreal protestaba en contra del aislamiento obligatorio de las víctimas
de lepra afirmando que la única razón para la discriminación de que
eran víctimas era su aspecto feo y repugnante 43 . Correal resumía las
opiniones de autores europeos que consideraban la lepra sólo lige-
ramente contagiosa, incluidas citas de La Presse Medícale. Para
demostrar la escasa contagiosidad de la lepra, Correal expuso argu-
mentos tomados de médicos leprosos que como pacientes habían
vivido en Agua de Dios y ejercido allí la medicina. Además, Correal
presentaba numerosos testimonios autenticados de pacientes de
Agua de Dios que narraban diversas circunstancias con el fin de
probar que el contagio o la herencia no habían desempeñado un pa-
pel importante en su condición y que tampoco habían infectado a
nadie durante el curso de sus vidas. Correal, quien era miembro de
la sociedad homeopática Hahnemann de Colombia, también publi-
có algunos folletos sobre este tema, pero la comunidad médica, desde

45
José F. Correal, "Carta al Ministro de Gobierno", Mayo 15, 1909, en Gutiérrez, Apun-
tamientos, pp. 325-326, p. 326.
278 / Diana Obregón

luego, los ignoró46. Correal no era sino un "leproso". Como una prue-
ba de que los leprosos habían perdido no sólo sus derechos civiles,
sino también su libertad de sentir y de pensar, el paciente Antonio
Gutiérrez observó con cierta ironía:

[...] nuestro gran leprólogo colombiano, el doctor Juan B.


Montoya y Flórez, dice con franqueza, y quizá interpretando el
sentimiento unánime de nuestros compatriotas, que tales escri-
tos no tienen ningún valor por ser procedentes de enfermos (!!)47.

No sólo los médicos, sino también los funcionarios gubernamen-


tales menospreciaban las experiencias e ideas de los pacientes. Por
ejemplo, Adolfo León-Gómez, prestigioso periodista, abogado y ex
consejero del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, que
había llegado a Agua de Dios como paciente de lepra en 1919, pu-
blicó numerosos artículos en la prensa colombiana sobre las condi-
ciones del lazareto, incluidas sugerencias sobre cómo mejorar la
institución para el beneficio de los pacientes. Sin embargo, las au-
toridades los ignoraron por completo. El ministro del ramo admitió
una vez haber leído uno de los artículos escritos por León-Gómez
por pura coincidencia mientras viajaba en un tren 48 .
La medicalización de la lepra significó represión para los pacien-
tes sin la compensación de un tratamiento efectivo. Como una ins-
tancia más de la afirmación de su autoridad cultural, los médicos
rechazaron el conocimiento y la experiencia de los pacientes. Los
pacientes de lepra y sus familiares sabían que la enfermedad no era
altamente contagiosa, como lo sabía también Carrasquilla, pero el
gobierno, actuando con base en la opinión dominante de la comu-
nidad médica, convertida en conocimiento científico universal, im-

José F. Correal, "El contagio de la lepra" en Ibid., pp. 325-348.


Ibid., p. 54.
Léon-Gómez, La ciudad del dolor, p. 284.
Debates sobre la lepra I 279

puso una política de aislamiento estricto, que significó abierta opre-


sión y persecución para los leprosos.

Conclusión

En este artículo he mostrado el papel activo que desempeñaron cien-


tíficos tanto europeos como no europeos en la producción de cono-
cimiento científico universal sobre la lepra. La comunicación a tra-
vés de revistas científicas y de foros internacionales hizo posible la
unificación de criterios en torno al problema de la etiología de esta
enfermedad. Desde el momento en que se adoptó el punto de vista
de Hansen en cuanto a que la lepra era transmitida por contagio y
no por herencia, cualquier idea contraria a ésta fue tenida como no
científica. En consecuencia, se despreciaron las posibles contribu-
ciones de los más interesados en que se resolvieran las incógnitas
en torno a esta enfermedad: los pacientes mismos. Por definición,
la experiencia de los pacientes con su enfermedad fue convertida en
"saber local". De esta manera se formó una comunidad médica que
podría en adelante "opinar" en forma legítima sobre la lepra puesto
que poseía una cultura científica universal.
Ahora bien, en los debates tempranos sobre la lepra, antes de
imponerse la teoría contagionista, los médicos tenían en cuenta las
condiciones locales. Las enfermedades correspondían a lugares y a
condiciones climáticas y topográficas específicas. Una enfermedad
podría tener una causa en un lugar, y una diferente en otro lugar. El
paradigma bacteriológico, con su especificidad, borró las causas
predisponentes e inmediatas, con lo cual hizo desaparecer las con-
diciones locales de la producción de enfermedades. La idea de que
cada enfermedad parasitaria es producida por un microorganismo y
cada microorganismo produce una enfermedad específica se con-
virtió en un credo único en la comunidad médica. No solamente el
conocimiento bacteriológico pasó a ser universal, sino que las en-
fermedades se convirtieron también en entes universales.
280 / Diana Obregón

En cuanto al problema de la relación entre ciencia y nacionalis-


mo, es claro que los médicos colombianos de este período se encon-
traban construyendo una ciencia nacional. Sin embargo, en el caso
de las investigaciones sobre la lepra, esta ciencia nacional no siem-
pre estuvo atenta a los intereses de los pacientes. Los médicos en-
frentaron el problema de la lepra desde el punto de vista de sus in-
tereses sociales y profesionales. El discurso nacionalista, que fue
esgrimido en varias ocasiones en relación con la discusión sobre las
estrategias para combatir la expansión de la enfermedad, sirvió
mayoritariamente para justificar medidas represivas en contra de los
pacientes.

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Alvaro León Casas Orrego

LOS CIRCUITOS DEL AGUA Y LA HIGIENE URBANA EN LA


CIUDAD DE CARTAGENA A COMIENZOS DEL SIGLO XX

Introducción

La falta de un acueducto suficiente y de buena calidad para el abaste-


cimiento doméstico e industrial de la ciudad de Cartagena, y la ca-
rencia de un sistema de evacuación de aguas usadas, fueron dos de
los más importantes obstáculos para el progreso material de la ciu-
dad en el penúltimo cambio de siglo. En pleno comienzo de la mo-
dernización de las estructuras urbanas de las principales ciudades de
Colombia y en un momento en el que Cartagena enfrentaba retos como
el del aumento de población y el crecimiento de su perímetro urbano,
la ciudad tenía la enorme desventaja de no contar con agua suficiente
para ofrecer mínimas condiciones de salubridad para sus habitantes
y visitantes, y las aguas usadas contaminaban calles y espacios públi-
cos, estancándose junto con las basuras en pestilentes muladares. Esta
situación, que se mantuvo durante casi cuarenta años (1890-1930),
provocó un sinnúmero de discursos, discusiones y proyectos formu-
lados desde distintas instancias científicas, técnicas y políticas, que
traemos a consideración para ayudar a la comprensión de problemas
viejos que son aún hoy motivo de preocupación, como el de las condi-
ciones medioambientales y su grave deterioro.

Antecedentes

Desde 1533, Pedro de Heredia lo había advertido al elegir el lugar


para la fundación de la ciudad y verificar que no había agua en la isla
284 / Alvaro León Casas Orrego

de Calamarí; en consecuencia, los habitantes de Cartagena debie-


ron abastecerse todo el tiempo, hasta comienzos del siglo XX, de
aguas lluvias colectadas en aljibes y jagüeyes.
El almacenamiento de aguas lluvias en aljibes y un sistema de
evacuación "natural" que dependía de las épocas de lluvia eran los
dos componentes del "sistema de aguas" ideado por los primeros
pobladores. En las dos últimas décadas del siglo XK, se ve aparecer
una nueva conciencia entre las autoridades civiles y los médicos
higienistas de Cartagena; el sistema de aguas de Cartagena se ha-
bía vuelto caduco y peligroso, ya no llenaba las necesidades de una
ciudad que día a día ampliaba sus términos por fuera de la ciudade-
la amurallada. Médicos y autoridades comenzarán diálogos y discu-
siones en la búsqueda de soluciones al estado de constante insalubri-
dad de la ciudad: aguas estancadas, permeabilidad de las conducciones
construidas en cal y ladrillo, filtrajes de suciedades desde las cañe-
rías porosas que conducían aguas usadas hacia los depósitos subte-
rráneos de agua potable son algunos de los problemas que empiezan
a ser denunciados por médicos y periodistas, en plena época del auge
de la higiene pasteriana.
Un primer intento de buscar una solución con recursos locales
se expresa en la comunicación del gobernador José Manuel Goenaga
G. al empresario Ramón B. Jimeno, en 18881. Según él, la solución
no podía ser individual y dejarse en manos de los particulares, "que
no tienen recursos suficientes para la construcción de cisternas
como las que abastecían las necesidades de los pocos pobladores en

1
Ramón B. Jimeno había establecido en 1886 una compañía privada de abastecimiento
de agua para la ciudad de Bogotá y Chapinero, reemplazando el sistema de acequias por el
de tubería de hierro. (Vargas, J. y Zambrano, F. 1988: 11-94). No se tiene evidencias de la
participación del señor Jimeno en alguna propuesta para la construcción del acueducto en
Cartagena, pero sí sabemos, por las memorias de Eusebio Grau, que este empresario natu-
ral de Ciénaga (Magdalena) había iniciado el primer acueducto moderno establecido en la
ciudad de Barranquilla, aproximadamente en 1875 (Grau, 1896: 47); una pequeña nota bio-
gráfica sobre Jimeno, en Conde (1995: 92-93).
Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Cartagena I 285

tiempos de la colonia". Además, reconocía que ese sistema de cister-


nas presentaba dos serios inconvenientes: primero, su dependencia
de la estación de lluvias; y segundo -lo que el gobernador considera-
ba más grave-, que podía constituirse en origen de algunas de las en-
fermedades endémicas que azotaban la ciudad, toda vez que se trata-
ba de aguas estancadas en depósitos subterráneos de cal y ladrillo2.
El propósito del gobernador Goenaga de interesar a Jimeno en
la solución del problema del agua en Cartagena no tuvo los resulta-
dos esperados. En consecuencia, al no encontrar las autoridades ci-
viles soluciones con recursos colombianos, la historia del sistema
de distribución de agua potable domiciliaria de la ciudad estuvo mar-
cada por la intervención técnico-financiera de empresas extranje-
ras. En general, en las primeras cuatro décadas del siglo XX, el pro-
ceso de construcción, administración y usufructo del equipamiento
de servicios públicos de la ciudad fue responsabilidad de compa-
ñías foráneas, al principio inglesas y luego norteamericanas.

E l acueducto de Russell: entre la modernidad y el fraude

En la ciudad de Cartagena, luego del acueducto de canal propuesto


por los primeros españoles y al que los comerciantes y encomenderos
llamaron irónicamente el canal fantasma (Gómez, 1996: 287), no
hubo otra propuesta de acueducto hasta 1892, cuando la goberna-
ción de Bolívar contrató a una compañía inglesa, representada por
Arturo J. Russell, para la construcción de un acueducto que sumi-
nistrara "agua potable a la ciudad", con una proyección futura para
30.000 habitantes 3 . A partir de esta fecha, se presenta en Cartagena

2
AHC, Registro de Bolívar, Cartagena, 12 de marzo de 1888, p. 78.
3
El texto completo del contrato con el señor Russell había sido aprobado en el Concejo
por el acuerdo número 8 de 12 de agosto de 1892, y se publicó en una compilación de Con-
tratos, Ordenanzas y Resoluciones Expedidos por la Asamblea de Bolívar ¡892-1894,
Cartagena, Tipografía Araújo, 1894, p. 78.
286 / A l v a r o León C a s a s Orrego

una serie de compañías extranjeras interesadas en establecer y/o ex-


plotar en la ciudad, sus barrios y cercanías4 un acueducto moderno
en tubería de hierro. La contratación de las firmas europeas o nor-
teamericanas implicaba la incorporación de nuevas técnicas y la uti-
lización de ingenieros extranjeros.
El acueducto Russell, de acuerdo con el contrato firmado en 1892
entre este empresario y el gobernador del departamento, debía sumi-
nistrar agua potable a la ciudad de Cartagena, sus barrios y sus agre-
gaciones5. La conducción del agua debía efectuarse a través de tubos
de hierro fundido con un diámetro suficiente para proveer a toda la
población con una cantidad de quince galones diarios por cabeza, y
todo el sistema enterrado a una profundidad de uno y medio a dos pies.
Una verdadera maquinaria hidráulica se instalaría debajo de la ciu-
dad. En la superficie, la gobernación ponía a disposición del empre-
sario, previo permiso del gobierno nacional, la parte necesaria del
Fuerte de San Felipe, conocido entonces con el nombre de "El Ce-
rro", para el establecimiento de un tanque con suficiente capacidad
para mantener las reservas de agua que garantizaran la regulación del
servicio. Como fuentes, señalaba los arroyos de Turbaco, Matute,
Colón o Torrecilla.
Todo estaba aparentemente muy calculado para ofrecer una so-
lución "moderna" a las carencias de agua de consumo doméstico e
industrial de la ciudad. Sin embargo, en el contrato Russell de 1892
no se menciona la necesidad de construir simultáneamente un siste-
ma de cañerías subterráneas para la evacuación de aguas usadas. ¿Se

4
En estos contratos, se ve aparecer una transformación del concepto tradicional de ciu-
dad en la administración oficial: dado el crecimiento de finales del siglo XK, la ciudad de
Cartagena ya comprende también sus barrios extramuros y los nuevos espacios urbanos lla-
mados por los cronistas de la época "cercanías". Sobre la expansión de la ciudad de
Cartagena, ver Casas, 1994: 39-68.
5
Contratos, Ordenanzas y Resoluciones expedidos por la Asamblea de Bolívar 1892-1894.
Cartagena, Tipografía de Antonio Araújo, 1894, p. 288-296.
Los circuitos del a g u a y la higiene u r b a n a en C a r t a g e n a I 287

trataba acaso de una particular idea de la higiene urbana que com-


partían las autoridades civiles de la ciudad, los médicos higienistas
y los contratistas extranjeros? ¿Era por falta de recursos? ¿Había ne-
gligencia de las autoridades? o ¿hubo segundas intenciones por parte
de los contratistas ingleses?

El transporte y alejamiento de las inmundicias, según lo in-


dica la "ciencia sanitaria", debe hacerse mediante el sistema de
alcantarillado o de cloacas, consistente en la construcción de al-
cantarillas o tubos por donde pasan las aguas que llevan en solu-
ción o suspensión las excretas (Chivas, 1905: 309).

A finales del siglo XK, estos sistemas de evacuación de las aguas


sucias que arrastran inmundicias se conocían y aplicaban bastante bien
en Europa y los Estados Unidos. Inglaterra había acumulado una ex-
periencia de casi un siglo en la construcción de redes de acueducto y
alcantarillado, lo que la convertía para ese momento, junto con los Es-
tados Unidos, en los países vanguardia de estas tecnologías 6 . En ese
momento, un empresario inglés como Arturo J. Russell debía saber
que para lograr el saneamiento de una urbe era necesario un circuito
de tuberías de hierro que abasteciera de agua las viviendas, estableci-
mientos fabriles, comerciales y fuentes públicas, pero además debía
saber también que ese circuito de agua potable tenía que ser articu-
lado con un sistema de evacuación rápida e invisible, para evitar acu-
mulaciones que pusieran en peligro la salud de los habitantes 7 .

6
El sistema se utilizaba en Inglaterra en su forma combinada (aguas lluvias y aguas su-
cias) desde 1838, y en los Estados Unidos, en la ciudad de Memphis, se había propuesto,
por primera vez, desde 1880, un sistema de evacuación que separaba las aguas lluvias de las
cloacas, haciéndolas correr por otros conductos o por las cunetas de las calles (Chivas, 1905);
(Vigarelo, 1991: 225).
7
Según el sistema de aguas inglés de comienzos del siglo XTX, éstas riegan las casas antes
de volver a los circuitos subterráneos.
288 / A l v a r o León C a s a s Orrego

En 1890 no existía en la ciudad de Cartagena un "sistema" sub-


terráneo de evacuación de aguas residuales. Todavía a finales del si-
glo XIX las evacuaciones en la parte amurallada de la ciudad se rea-
lizaban mediante dos técnicas establecidas por los españoles durante
el periodo de la Colonia, aprovechando las aguas torrenciales que
corrían por las pendientes de las calles y salían por los "husillos" de
las murallas que servían como conductos de evacuación de los "de-
sechos líquidos", arrastrándolos hacia el mar. Igualmente, el caño
de San Anastasio, que se consideraba desde el siglo XVII como la
"alcantarilla natural" de la ciudad, dependía también de las lluvias
para ser eficiente en su función. A finales del siglo XIX, este canal se
había convertido en uno de los peores "focos de infección" y en un
obstáculo para la expansión urbana de la ciudad.
Un sistema de evacuaciones que dependía de la temporada de llu-
vias no garantizaba la higiene de la ciudad. En el verano, el polvo y la
escasez de agua afectaban considerablemente la salud de sus habi-
tantes, pues el consumo de las pocas aguas de aljibe era causa de
disenterías, y las basuras que se acumulaban, verdaderos focos de
contaminación. En el invierno, por su parte, las primeras lluvias en-
contraban casi siempre obstruidos los desagües y, en consecuencia,
los desechos líquidos se acumulaban en las cunetas de las calles y se
formaban charcas que se constituían en criaderos de mosquitos.
Con la reactivación de las actividades comerciales y el despegue
de los primeros ensayos industriales a finales del siglo XK8, las condi-
ciones sanitarias de Cartagena se deterioraban día a día, en la medida
en que su población aumentaba y se incrementaban las demandas de
servicios utilizando las viejas estructuras del equipamiento urbano.
En estas condiciones, el acueducto de Russell, además de no solucio-
nar el abastecimiento de agua, se había convertido en un atentado a la
higiene de la ciudad.

8
Sobre diferentes aspectos del desarrollo económico y empresarial de Cartagena, ver
Bossa, 1967, y Restrepo y Rodríguez, 1986.
Los circuitos del a g u a y la higiene u r b a n a en Cartagena I 289

Otros acueductos

En estas circunstancias, en 1905 el gobernador de Bolívar, Henrique


Luis Román, firmó otro contrato con el ingeniero y empresario
jamaiquino James T Ford9, para el establecimiento en la ciudad de
un acueducto, utilizando las mismas fuentes de agua que anterior-
mente se habían indicado para el contrato Russell. El acueducto en-
tró en funcionamiento a comienzos de 1907 y en menos de un mes
el señor Ford transfiere los derechos de explotación a la compañía
inglesa denominada Cartagena (Colombia) Water Works Ltda., que
ofreció 20% de sus acciones a empresarios cartageneros, asumien-
do todas las responsabilidades y privilegios adquiridos por J. T Ford.
Pero esta vez, la falta de una alternativa diferente con respecto a
las fuentes de agua, que tuviese en cuenta las nuevas dimensiones
de la población a comienzos del siglo XX, trajo consigo problemas
de insuficiencia del líquido y generó situaciones conflictivas con los
hacendados de Matute y Turbaco, quienes se quejaban de perder
agua para sus ganados 10 .

9
James T. Ford (1864-1907) llegó a Cartagena como ingeniero y empresario para encar-
garse de la construcción del acueducto, en la que sería su última actividad empresarial. Este
ingeniero caribeño, nacido en Jamaica, tenía a sus 43 años de edad una reconocida expe-
riencia empresarial y profesional en varios países del Caribe: había participado en las obras
de irrigación de Guantánamo en Cuba, fue ingeniero consultor del gobierno de Colombia
en lo relacionado con la empresa del canal de Panamá, tuvo a su cargo las empresas de fe-
rrocarriles de Cartagena, Girardot y Antioquia y fue socio de la empresa de vapores Carta-
gena-Magdalena Steamboat Company. El Porvenir, Cartagena, mayo 10 de 1907, citado en
el inédito de Ripoll, M. T. (1992: 5).
10
Los propietarios de tierras en Turbaco: Toribio Marrugo, Juan Carrillo, Eliodoro Chico,
Eloy Castellón y Antonio Araújo, beneficiarios de la fuente de Coloncito, promovieron un
pleito ante el fiscal del Tribunal para obligar a la empresa del acueducto de Cartagena a
proveer de agua a sus predios, el cual se resolvió favorablemente para los propietarios en
1912, gracias a la intervención de la gobernación, que contrató con el ingeniero Dickin la
construcción de albercas en dichos predios. Memoria que presenta el Secretario de Gobier-
no al Señor Gobernador de Bolívar (1913: 101).
290 / A l v a r o León C a s a s Orrego

Luego del litigio de las aguas de Turbaco entre la empresa del


acueducto y los dueños de las tierras, y con la intervención directa del
ministro de Obras Públicas, Aurelio Rueda, el ingeniero inglés William
Eduard Hughes Dickin adquiere en 1916 los derechos de propiedad
del Acueducto de Cartagena 11 . En esta ocasión, el propósito es pro-
longar la tubería existente hasta un punto adecuado del río Magdale-
na, con el fin de conducir al tanque de reserva de Matute, por medio
de bombas y filtros, una cantidad de agua suficiente para abastecer a
una población hasta de 80.000 habitantes, y suministrar además las
cantidades necesarias para riego de calles y fuentes públicas.

Crisis del acueducto

Sin embargo, la falta de agua potable seguía constituyendo uno de los


más grandes problemas que tenía la ciudad de Cartagena, y que dete-
nía su crecimiento a principios del siglo XX. Desde finales de la déca-
da de 1910, el acueducto que tomaba agua de Matute se había hecho
insuficiente e ineficiente. La población había aumentado considera-
blemente y, lo más grave, la carencia de un tratamiento complemen-
tario para eliminar el alto tenor de calcio que poseía, provocó grandes
incrustaciones en su tubería, con la consiguiente reducción del diá-
metro de ésta, y de su capacidad de transporte (Lemaitre, 1983: 580).
En consecuencia, el agua no llegaba a las "cercanías" de Cartagena.
"Barrios excéntricos como el de Manga" -según ElPorvenir 1 2 -
"que en un principio tuvieron un desarrollo a saltos asombrosos, han
quedado paralizados desde que se hizo difícil, casi imposible, la con-
secución del agua a los pobladores de escasos recursos". Los barrios
de los extramuros, agregaba el artículo, eran abandonados en un mo-
vimiento de retorno a los barrios centrales de La Catedral y San

11
Mensajes e Informes del Gobierno Departamental de Bolívar, 1916 (1916:28-38).
12
AHC, El Porvenir, Cartagena, abril 18 de 1916, p. 2.
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena / 291

Diego. Las aglomeraciones seguían constituyendo un serio peligro


para la higiene pública. El cálculo de una ciudad con 80.000 habi-
tantes dependía directamente de las posibilidades de un crecimiento
urbano que garantizara un buen abastecimiento de agua.
Todavía en 1920, en el marco de la Sexta Conferencia Sanitaria
Internacional Panamericana celebrada en Montevideo en el mes de
diciembre, el director nacional de Higiene, delegado de la Repúbli-
ca de Colombia, Pablo García Medina, insistía en señalar con mu-
cha puntualidad que las dos más urgentes necesidades del puerto
de Cartagena eran la provisión de agua y la lucha contra el mosqui-
to. Al identificarse con las memorias presentadas por otras delega-
ciones panamericanas, García Medina reconoció que una vez aten-
dido el problema del abasto de agua, "se resolverán fácilmente los
problemas de letrinas y alcantarillados que de ella dependen" (Gar-
cía, 1922: 64-80).
El interés del director nacional de Higiene en el saneamiento de
la ciudad de Cartagena estaba ligado directamente con la preocupa-
ción por la sanidad de los puertos. Desde 1914, cuando estaba próxi-
mo el servicio de navegación interoceánica a través del canal de Pana-
má, el mismo Pablo García Medina, entonces presidente del Consejo
Superior de Sanidad, advertía ante el Senado de la República que, en
cumplimiento de las convenciones sanitarias internacionales, a las
autoridades sanitarias de la Oficina Central de Washington no les
bastaba

[...] para considerar saneado un puerto... el que no haya en


él enfermedad alguna de las llamadas pestilenciales (peste, fie-
bre amarilla y cólera) u otras infecciones, como tifo, fiebre tifoi-
dea, etc. Ellas exigen, y con razón desde el punto de vista de la
higiene, que los puertos y las poblaciones que estén en rápida y
constante comunicación con éstos, tengan agua potable, debida-
mente vigilada, acueducto bien construido, excusados higiénicos
y alcantarillas (García, 1914: 289-293).
292 / A l v a r o León Casas Orrego

El 29 julio de 1916, el general norteamericano William Crawford


Gorgas, jefe de la oficina sanitaria del canal de Panamá, al mando
de una expedición sanitaria norteamericana, compuesta de 27 per-
sonas, con destino a varios puertos de Suramérica, fondeo la bahía
de Cartagena en el vapor "Zapara". Según su itinerario, debía per-
manecer varios días en esta ciudad, pero tuvo la precaución, antes
de saltar, de pedir datos sobre los hoteles y otras cosas. En respues-
ta, fue informado de que "en los principales hoteles de la ciudad no
se conseguía agua suficiente para el aseo de inodoros, etc.". Con esta
información, el importante higienista resolvió no quedarse, siguien-
do viaje en el mismo buque para Puerto Colombia. De inmediato,
E l Porvenir, principal exponente de la prensa local, muy interesado
en conservar la buena imagen de la ciudad y el puerto, máxime cuan-
do se trataba de una persona de cuyos informes podía depender el
levantamiento de las cuarentenas, propuso que los jefes de sanidad
tomaran cartas en el asunto de los hoteles y casas de asistencia y se
cerciorasen si efectivamente tenían agua suficiente para la limpieza
y demás servicios de este tipo de establecimientos. Se encargó tam-
bién este periódico de hacer aparecer el hecho como desinformación
malintencionada de "alguien empeñado en presentar nuestro puerto
y ciudad como inadaptados de la vida moderna y desprovistos de las
más elementales cosas necesarias 13 . La verdad era que el general
Gorgas había padecido la escasez de agua cuando en junio de 1904 se
organizaba el Hospital de Ancón como una de las medidas sanitarias
para el saneamiento de la zona del canal de Panamá (Gorgas, 1918:
229), y la realidad de Cartagena en aquella época era que no tenía ni
agua limpia suficiente ni un sistema de cloacas.
La posición del doctor García Medina se hallaba en abierta con-
tradicción con la memoria sobre las condiciones higiénicas de Car-
tagena que en 1918 había presentado el doctor Manuel Pájaro

13
AHC, El Porvenir, Cartagena, 31 de julio de 1916, p. 2.
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 293

H. 14 ante los delegados al Tercer Congreso Médico Nacional. García


Medina insistía en que Cartagena sufría de manera creciente las con-
secuencias de una deficiente provisión de aguas "siempre defectuosa
por su calidad". Denunciaba en la Conferencia Panamericana que
en Cartagena

Una parte del agua se obtiene de dos quebradas que distan


más o menos cinco millas de la población, y que, conducida por
tubería metálica, se distribuye a los habitantes acomodados de la
ciudad; la mayor parte de la población hace uso de agua llovediza
recogida en cisternas construidas en general dentro de las anti-
guas murallas, sujeta por consiguiente a una segura contamina-
ción; o bien recogida en aljibes que se encuentran en los solares
y en otros lugares de la ciudad, sujetos también a contaminacio-
nes provenientes de las basuras o de las muy defectuosas letri-
nas. La calidad del agua que suministra el acueducto deja mu-
cho que desear: son aguas que tienen un sabor salado y dureza
marcada; por otra parte, se proveen en cantidad relativamente
escasa. Las aguas de aljibe y cisterna son escasas, porque las llu-
vias han disminuido considerablemente en los últimos años. Si a
esto se agrega el aumento visible de la población y el desarrollo
de las industrias fabriles, se verá la urgencia de cambiar esta si-
tuación, que coloca a Cartagena en la categoría de los puertos
peligrosos, porque es terreno favorable para las infecciones que
como la disentería, la fiebre tifoidea, el paludismo, nacen fácil-
mente en semejantes condiciones (García, 1922:76).

De otro lado, si bien la idea del ingeniero W. E. Hughes Dickin


de utilizar como fuente del acueducto las aguas del río Magdalena

14
Manuel Pájaro (1855-1943). Médico de la ciudad de Cartagena, además de muy activo
en política, fue miembro de las directivas locales del Partido Nacional, y concejal y diputado
en varias5i oportunidades (Restrepo, 1989: 25-39).
294 / A l v a r o León Casas Orrego

carecía de un estudio técnico preliminar, contó con el respaldo del mi-


nistro de Obras Públicas Aurelio Rueda, muy interesado en la mejora
del acueducto para Cartagena, y quien al parecer había atendido a la
gestión de Pablo García Medina ante el gobierno nacional para que se
lograse la aprobación del nuevo contrato de acueducto 15 . El ministro
Aurelio Rueda consideró que los estudios necesarios para el estable-
cimiento de un acueducto con agua del río Magdalena estaban ya con-
tenidos en los trabajos que la empresa Pearson & Son 16 había elabo-
rado en 1915 para el saneamiento del puerto de Cartagena. Realmente,
esta firma londinense había limitado sus estudios al diseño de diver-
sos planos urbanos -como lo había hecho para Bogotá-y a unas cuan-
tas recomendaciones para el más ágil e higiénico funcionamiento de
la navegación en el puerto de la Bahía17. Sin embargo, la que parecía
ser la única alternativa confiable para una fuente de agua con la que
se pudiese abastecer las necesidades higiénicas de la ciudad no con-
tó con el concepto favorable del doctor Pablo García Medina, quien
proponía para remediar la escasez de agua en la ciudad de Cartagena
que se prolongase el acueducto hasta el canal del Dique o hasta el río
Magdalena.
El primero de estos proyectos sería el menos costoso, pero ten-
dría varios inconvenientes, entre los cuales resalta la inferioridad de

15
En 1915, el obstáculo más grave para mejorar las condiciones de salubridad de Cartagena
seguía siendo la falta de agua potable. En este sentido, el 7 de junio de 1915, el Dr. Pablo García
Medina, presidente de la junta central de Higiene, dirigió una comunicación a la dirección
departamental de Higiene de Bolívar, en la que ofrecía su gestión ante el gobierno nacional
para lograr la aprobación de un nuevo contrato de construcción de acueducto. AHC. El Por-
venir, 9 de junio de 1915.
16
El Informe presentado por la Pearson & Son para la ciudad de Cartagena fue publicado
en Memorias del ministro de Obras Públicas al Congreso de 1916, Bogotá, Imprenta Nacio-
nal, 1916. Sobre la Pearson & Son véase también \&Memoria del ministro de Obras Públicas
al Congreso de 1915, Bogotá, Imprenta Nacional, 1915, p. 23.
17
Antes de ser contratada para Cartagena por el Ministerio de Obras Públicas, la casa
Pearson & Son realizó estudios de saneamiento urbano para Bogotá en 1907 (Puyo, 1992:
214).
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 295

la calidad de esta agua respecto a la del Magdalena y el temor fun-


dado de que en épocas de gran sequía no pudiese suministrar el canal
del Dique la cantidad necesaria. El segundo proyecto no presentaba
estos inconvenientes, pero resultaba mucho más costoso. En este
sentido, en su calidad de representante de Colombia a la Conferen-
cia Sanitaria Panamericana, García Medina hizo un llamado urgen-
te al gobierno nacional y al gobierno departamental para que apoya-
ran eficazmente al municipio de Cartagena en la solución de su
problema de agua, toda vez que se trataba del "puerto marítimo más
importante" del país (García, 1922: 76).

Médicos e ingenieros: ¿diálogo científico?

En Colombia, a finales del siglo XIX, se oficializó el papel regulador


de la medicina en materia de ordenamiento urbano, sobre todo en el
momento de la constitución de sociedades científico-médicas como
cuerpos consultivos de los gobiernos. A partir de esta alianza entre
medicina y autoridades, en las principales ciudades comienza un pro-
ceso de medicalización de la función de distribución del agua y se la
convierte en un problema que involucra el saber de la higiene.
En las diversas sociedades médicas que se formaron en las prin-
cipales ciudades colombianas a finales del siglo XK (Bogotá, Mede-
llín, Cali, Cartagena, Bucaramanga, Barranquilla), es muy notoria
la preocupación por la higiene urbana, y en sus respectivas revistas
se publicaron artículos sobre el tema. Se trata de discursos en los
que la higiene ya no es un adjetivo (del griego hygeinos, lo que es
sano), sino un saber definido como el conjunto de los dispositivos y
de los conocimientos que favorecen el mantenimiento de la salud;
se trata también de un nuevo campo abierto como materia del saber
médico (Vigarello, 1991: 210). La aparición de la figura del médico-
higienista en Colombia tiene que ver con la de estas sociedades, pues
ellas serían los cuerpos consultivos del Estado para los asuntos de
higiene y salubridad. Ser médico higienista era desempeñar una fun-
296 / A l v a r o León Casas Orrego

ción social nueva dentro de una institución que era el "cuerpo mé-
dico de la ciudad" (Obregón, 1992: 63 18 ). Es la higiene pública, como
rama de la medicina, el lugar en el que los médicos colombianos de
finales del siglo XIX y comienzos del XX van a reclamar su compe-
tencia científica como autoridades reguladoras del orden urbano, y
lo harán ya con fuerte convencimiento y optimismo inéditos, pues
consideran que a partir de los descubrimientos pasterianos la me-
dicina ha dejado de ser ciega y ha comenzado por primera vez a curar
y prevenir las enfermedades colectivas.
Este auge del higienismo médico en las dos últimas décadas del
siglo XK, contemporáneo del primer intento de organización de una
política sanitaria nacional 19 , no llegó a ser en esa época una solución
a los problemas de insalubridad que afectaron a las poblaciones co-
lombianas y, por supuesto, tampoco a los que padecieron las ciuda-
des de la costa atlántica. Todavía en 1913, en el marco de los traba-
jos del Segundo Congreso Médico de Colombia, el ingeniero civil
Lucio Zuleta (1917: 7-22) señalaba que en materia de saneamiento
urbano "Colombia está apenas en sus principios" 20 .
La mala calidad de las aguas, y su denuncia como causa de en-
fermedades frecuentes en la época del verano, era tema común en
los discursos de los médicos higienistas y de la prensa comercial de

18
También fueron tareas de estas sociedades científico-médicas la reglamentación legal
del ejercicio profesional de la medicina, la vigilancia de la conducta de los médicos y su
unificación en un gremio que defendiera sus intereses.
19
Ley 30 de 1886 (20 de octubre) que crea las juntas de higiene en la capital de la Repúbli-
ca y en las de los departamentos o ciudades principales, Repertorio oficial, Medellín, Año I,
N°47, 10 Ene., 1887, p. 371.
20
"En Bogotá, con una Oficina de Higiene bien establecida, algunas alcantarillas, bastan-
tes calles pavimentadas con asfalto y un servicio bastante bueno de aseo en las calles" el
acueducto constituía un verdadero "foco de infección". "Cali hasta ahora se ha venido a
preocupar por el asunto y actualmente hay ingenieros elaborando un proyecto de saneamiento
de la población, que piensan llevar a efecto antes de la llegada del ferrocarril. En Cartagena,
con ocasión del centenario, se hicieron algunas obras, y de resto en las demás ciudades nada
se ha hecho".
L o s circuitos del a g u a y la higiene u r b a n a en C a r t a g e n a I 297

Cartagena. La disentería y la fiebre disentérica eran asociadas en ellos


a la ausencia completa de las lluvias. En un interesante "trabajo ori-
ginal" sobre el estado sanitario de Cartagena en 1897, el doctor Ra-
fael Pérez C. (1897, 330-33821) admite como causa de la disentería la
mala calidad de las aguas, reconociendo también para las fiebres
disentéricas, además del problema del agua, al paludismo como
endemia constante de la ciudad22. Sobre el consumo de aguas, anota
en el mismo trabajo la manera como casi todos los habitantes de la
ciudad hacen uso del agua de aljibes, en los que

[...] en ocasiones nos ha sorprendido observar, por la prolon-


gación del verano, cierta coloración anormal del agua y la presen-
cia de vegetales en descomposición que le comunican aveces un
olor y un sabor más o menos desagradables.

De lo anterior concluye el doctor Pérez que "fácilmente se com-


prende la participación considerable que esta agua así alterada podría
tomar en la génesis de ciertas perturbaciones de las vías digestivas".
Por otra parte, la creencia de que el agua obraba como causa efi-
ciente en la producción de enfermedades como la elefantiasis árabe,
el hidrocele y los vermes intestinales mantenía divididas las opinio-
nes de los médicos de Cartagena: mientras unos eran partidarios del
papel del agua en la producción de dichas enfermedades, otros pre-

21
El Dr. Rafael Pérez, miembro de la Academia de Medicina de Medellín, realizó estudios
de medicina en la Universidad Nacional de Bogotá, para luego completarlos en París, don-
de obtuvo el título de doctor en medicina y cirugía. Allí conoció al Dr. Lascario Barboza,
miembro activo de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar, con quien sos-
tuvo una corta pero fecunda amistad hasta el día en que murió Pérez. De esta relación cien-
tífica quedaron varios escritos, de los cuales dos fueron publicados en la revista de la misma
Sociedad (Barboza, 1897: 298-299).
22
Vieja noción de las fiebres palúdicas como condición climatérica de los lugares, Cartagena
era considerada como lugar palúdico o malario (de malos aires).
298 / Alvaro León Casas Orrego

ferian asignar a estos estados patológicos causas diferentes. Como


miembro de la Academia de Medicina de Medellín, el Dr. Pérez pre-
firió adoptar una posición prudente: "Nosotros, sin adherirnos a nin-
guno de los dos bandos, aguardamos a que el tiempo y, sobre todo,
la experimentación, nos indiquen claramente de qué lado está la ver-
dad" (Pérez, 1897:330-338).
Pero cualquiera que fuese la posición de los médicos con res-
pecto a la incidencia del agua en aquellas enfermedades, lo que más
llama la atención en la postura del Dr. Pérez, así como en la de otros
higienistas de su tiempo, es la ausencia del tema de las evacuacio-
nes de detritus. Al tratar del saneamiento de las poblaciones, su pre-
ocupación no va más allá de garantizar el abastecimiento de agua,
con la convicción de que las evacuaciones se producen gracias a un
sistema "natural" determinado por el régimen de lluvias. Se eviden-
cia aquí un discurso higienista que caracteriza la manera médica
como, a finales del siglo XK en Colombia, se enfrenta el tema del
agua para consumo humano, tratándolo sin tocar para nada el asun-
to de la evacuación de aguas usadas. Es una insólita manera "mo-
derna" de concebir la higiene de las ciudades, visible también en el
"trabajo original" del médico Manuel Prados (1894: 145-154) sobre
las condiciones higiénicas de Sincelejo.
Con la única diferencia de un punto en el que trata el tema del
Hospital de Cartagena, el artículo de Pérez (1897) parece seguir en
todo el esquema adoptado por Prados (1894). Los dos artículos des-
criben la "ciudad" y la "población" "desde el punto de vista higiéni-
co". El modelo usado en ambos llena los siguientes apartados: ubi-
cación geográfica, clima, cementerio, abastecimiento de agua,
alimentación e "índole de sus habitantes", mercado público y ma-
tadero, nosología de la región y su relación con los cambios atmosfé-
ricos, demografía (nacimientos y defunciones) y condiciones de vida
de los pobladores. En los dos, el apartado del agua queda incomple-
to; su preocupación por el agua limpia deja en el olvido el problema
de las aguas sucias que deben evacuarse como factor indispensable
Los circuitos del a g u a y la higiene u r b a n a en C a r t a g e n a / 299

para la conservación de la salubridad urbana 23 . Opuestos a una for-


ma de limpieza que arroja las inmundicias a la calle, los discursos
higienistas de finales del siglo XKy comienzos del XXparecen acep-
tar el sistema natural de las evacuaciones por medio de la lluvia, y
en todas las viviendas, la construcción de letrinas: esos depósitos se-
cos en los que se pueden arrojar "las aguas sucias procedentes de la
limpieza de ropas, vajillas y el lavado corporal" 24 .
La necesidad de dar solución a los problemas de insalubridad, que
se agravaban con el crecimiento paulatino de la población —hacinada
dentro de la ciudad amurallada- y con la construcción de un acue-
ducto moderno que no se complementaba con un adecuado siste-
ma de alcantarillado, constituyó la circunstancia que definió la par-
ticipación de la "ciencia sanitaria" como saber técnico-científico en
las instancias reguladoras del orden urbano. Al lado de médicos como
Rafael Calvo, Manuel Pájaro, Manuel R. Pareja, Rafael Pérez, Miguel
A. Lengua, Camilo S. Delgado, etc., la ciudad de Cartagena, en el
cambio de siglo, contó con la presencia e influencia de ingenieros
civiles y sanitarios como J. M. Tobías, Ricardo Arango, Eduardo
Chivas, Pearson, Geo Bunker y Umberto Bozzi, que en distintos
momentos y circunstancias propusieron nuevos puntos de vista,
diferentes a los de los médicos-higienistas.

23
Sólo en 1918 aparece una tímida alusión al asunto en el Tercer Congreso Médico Nacio-
nal, que se reunió en Cartagena y consignó en sus Resoluciones y votos la necesidad de or-
ganizar el estudio de las aguas minerales en Colombia, pedir al gobierno nacional el cum-
plimiento de las leyes referentes al saneamiento de los puertos marítimos y fluviales,
especialmente la ejecución de las obras de sanidad en los puertos de Cartagena, Barranquilla
y Buenaventura, como por ejemplo la construcción de una estación sanitaria en Cartagena,
la pavimentación de calles, el establecimiento de alcantarillas y la fundación de laboratorios
para los tres puertos; se solicitaba también hacer las gestiones diplomáticas necesarias para
obtener la supresión de la cuarentena a que estaban sometidos los buques que atracaban en
los puertos colombianos del Atlántico y del Pacífico (Buenaventura y Tumaco). (Tercer Con-
greso Médico Nacional de Colombia. 1918, pp. 42-43).
24
Un ejemplo de esta concepción sobre la higiene urbana se contiene en la reseña biblio-
gráfica de Santero (1886: 67-73).
300 I Alvaro León Casas Orrego

El proceso de construcción del equipamiento urbano moderno


a comienzos del siglo XX requirió la presencia de otro saber, más téc-
nico pero no por eso menos científico, que planteaba una solución
integral a la insalubridad urbana, garantizando circuitos de agua con
suficiente abastecimiento y eficiente evacuación. En el último cam-
bio de siglo, el médico ya no es la única autoridad en los asuntos de
regulación de la vida urbana, y las obras que exigen al ingeniero y lo
involucran en la salubridad pública producen una clara distinción
entre la "higiene" y la "ciencia sanitaria". De esta manera, el médi-
co halla nuevos interlocutores, pero al mismo tiempo su autoridad
científica, en materia del abastecimiento de agua potable, se ve des-
plazada por la del ingeniero, quien se ocupará en adelante de la cons-
trucción de los acueductos y particularmente de los alcantarillados.
La entrada en escena de este nuevo personaje sugiere la compren-
sión de la necesidad de las evacuaciones, como complemento im-
prescindible de los circuitos urbanos del agua. La gran novedad de
los circuitos del agua, en la Cartagena de comienzos del siglo XX, con-
sistió pues en involucrar un nuevo saber que se agregaba a las re-
flexiones médicas sobre el agua de finales del siglo XKy su relación
con la higiene de las ciudades: el saber del ingeniero.

E l ingeniero y la ciencia sanitaria

En un texto del ingeniero civil Ricardo M. Arango (1903: 189-193),


redactado en Panamá en 1903, aparecen las medidas que deberían
adoptarse "para el mejoramiento del estado sanitario de la ciudad".
Su publicación oficial en Cartagena constituyó la difusión por pri-
mera vez de un nuevo tipo de saber científico-técnico, aplicable al
saneamiento urbano. Dice el ingeniero Arango:

La higiene es la conservación de la salud individual confor-


me a las indicaciones del médico. La ciencia sanitaria, más am-
plia que aquélla, tiene por objeto primordial la preservación y
Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Cartagena I 301

protección de la salud de la comunidad, mediante la acción com-


binada del médico, del ingeniero y de las autoridades civiles [...].

Comprende además "todos los principios y todos los métodos


que tienden al mejoramiento de la salud de los asociados y a contra-
rrestar el desarrollo de gérmenes genitores de enfermedades" 2 5 .
Desde el punto de vista del ingeniero sanitario, la higiene es domi-
nio del médico y es sólo una parte de la ciencia sanitaria. En la com-
petencia de saberes, es aquí el ingeniero quien reclama para sí la au-
toridad científica en la higienización de la ciudad.
No hay gran dificultad en evidenciar los motivos de la publica-
ción oficial del informe de Arango en la ciudad de Cartagena: sus
recomendaciones para Panamá podían aplicarse casi todas en esta
otra ciudad, pues ninguna de las dos poseía en ese momento "siste-
ma de distribución de aguas"; además, en 1903, Cartagena sufría una
terrible escasez de agua, aumentada por la presencia de tropas na-
cionales y por la especulación comercial con el costoso líquido. A raíz
de la grave situación, el gobernador del departamento de Bolívar
expidió un decreto 26 en el que se restringía el uso del agua de "los
aljibes pertenecientes al Gobierno" o "aljibes públicos", para "con-
sumo de las tropas acantonadas en esta ciudad y para las personas
enteramente pobres"; creaba el empleo de "celador de aljibes pú-
blicos", entre cuyas funciones se contaban la de asearlos por dentro y
en sus canales, procurarles puertas y vigilar que se mantuvieran ce-
rradas. El uso del agua limpia era un privilegio en la Cartagena de fi-

25
El informe del ingeniero Ricardo M. Arango, presentado en cumplimiento de un decre-
to gubernamental expedido por el jefe civil y militar del departamento de Panamá, com-
prende tres amplios capítulos: el primero, dedicado a los abastecimientos municipales de
agua; el segundo, destinado a tratar el problema de la colección y disposición de los desper-
dicios, y el tercero, al tema de la protección de la salud (1903: 189).
26
Gobernación del departamento de Bolívar, Decreto N° 523 del 24 de julio de 1903, Re-
gistro de Bolívar, N° 2161, Cartagena, 30 de julio, 1903, p. 257.
302 / A l v a r o León C a s a s Orrego

nales del siglo XKy comienzos del siglo XX, pues había que comprarla
y los aljibes públicos, por su mal estado, constituían un verdadero pe-
ligro para la salud. La salud era, pues, otro privilegio de las gentes pu-
dientes. Nada diferente de la situación del puerto colombiano en el
Pacífico, donde el dinamismo comercial y las obras de construcción
del canal interoceánico hacían aún más grave la falta de agua.
Otro rasgo común entre las ciudades de Cartagena y Panamá era
la carencia de los elementos más necesarios y sobre todo del con-
trol de los mismos para garantizar la salud de la comunidad. "Agua
abundante y de buena calidad, factor indispensable para mejorar la
salubridad pública" constituía la divisa del ingeniero civil Ricardo
M. Arango (1903:189).
También llama la atención en Arango la clasificación de las aguas
aptas para consumo humano (aguas lluvias, aguas subterráneas, po-
zos y fuentes) y los medios pasterianos de purificación, considerados
por el autor como el más importante objetivo de todo sistema de lim-
pieza del agua, debido al peligro que las bacterias representan en la
transmisión de enfermedades infecciosas. Hay aquí un cambio res-
pecto a la higiene del siglo XK que atacaba los depósitos de aguas
estancadas, sin tener en cuenta este nuevo peligro de lo invisible,
puesto en evidencia por el químico Louis Pasteur y sus seguidores
médicos.
Con Arango, estamos ante el caso de un ingeniero pasteriano por
la doctrina y por la técnica: entre los sistemas de filtros domésticos
que recomienda, se cuenta el inventado por Chamberland 27 , el exi-
toso alumno de Pasteur que ideó filtros para el agua y para el labora-
torio y aparatos de esterilización como el autoclave.
La importancia del informe del ingeniero Arango consiste en que
va más allá de las preocupaciones, que en cierto modo compartía con

27
Entre los diferentes filtros destinados al uso doméstico, Arango recomienda el conocido
con el nombre de "Pasteur Chamberland y Berkefeld" para contribuir a la purificación de
las aguas (Arango, 1903:190).
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 303

los higienistas, sobre los abastecimientos municipales y la higiene del


agua. Para la ciencia sanitaria, la "colección y disposición de desper-
dicios" constituyen también factores indispensables de la sanidad
urbana, que distingue entre desechos sólidos y líquidos, y la "protec-
ción de la salud" en la vida colectiva de las ciudades, saber que se ocupa
de la "reglamentación de las construcciones de edificios, las desin-
fecciones, las vacunas, los baños públicos, las lavanderías y los lava-
deros" (Arango, 1903: 191).
Arango advierte que "los desperdicios humanos son perjudicia-
les para la salud" y distingue dos clases entre los desperdicios lí-
quidos: las llamadas "aguas de albañal", que son las "infectadas por
el jabón, por materias vegetales y animales, orines y materias feca-
les", y los "residuos de cocina". Desde el punto de vista de la cien-
cia sanitaria, el ingeniero deja establecido que

[...] cualquier sistema que se adopte para la remoción y dis-


posición de estos desperdicios deberá obedecer a las reglas sani-
tarias que exigen: Io) que las aguas de albañal sean conducidas
de la manera más rápida al punto escogido para su tratamiento
final, y 2°) que su disposición sea tal que queden incapacitadas
para hacer daño al hombre. Sin duda alguna el sistema que me-
jor llena estas condiciones es el conocido con el nombre de cloa-
cas. Es esencial al funcionamiento regular de éste, una red de
cañería y una abundante cantidad de agua que por gravedad con-
duzcan con toda rapidez las aguas de albañal (y los residuos de
cocina) al lugar donde deben recibir el tratamiento final. Sin agua
no debe existir un sistema de cloacas, desde luego que la base
sobre que descansa es agua y agua en abundancia. Toda separa-
ción de este principio es un error que trae graves consecuencias
para la comunidad, porque las cloacas quedan convertidas así en
focos inmundos de infección peligrosa para la salud pública, y las
autoridades municipales, sin dicho elemento, carecen de medios
de control indispensables sobre las aguas de los amáñales que en
306 I Alvaro León Casas Orrego

Nacional en Cartagena, el Dr. Manuel Pájaro28 sostuvo que Cartagena


podía ser considerada como una ciudad y un puerto higiénicos, pues
tenía desde la época colonial una distribución suficiente de aguas para
consumo y una evacuación eficiente de las aguas usadas, que se man-
tuvo hasta la segunda mitad del siglo XK, época en que, debido al
aumento de la población y a la expansión urbana, se comenzó la des-
trucción de parte de las murallas y de las obras de evacuación que
habían sido construidas por los españoles:

Construyeron los colonizadores grandes cisternas públicas en


las murallas y castillos de la histórica ciudad para el servicio espe-
cial del ejército. En gran número de casas existen también aljibes
más o menos capaces, que recogen las aguas de lluvia que se con-
servan más o menos bien aireadas y bajo la influencia depuradora
del calor solar directo o reflejo. Hay además en cada casa, grande o
pequeña, uno, dos o tres pozos de agua procedente de excavaciones
y filtraciones. Todo esto según un antiguo sistema español, que ha
prestado y presta a la población incalculables beneficios en el ramo
de aguas. Las de aljibe se han considerado potables, y en este con-

2S
El doctor Manuel H. Pájaro (1855-1943) fue un afamado médico cartagenero. Cuando
inició los estudios profesionales de medicina en 1875 tuvo como sus profesores a los médi-
cos Rafael Calvo, José Manuel Vega y Manuel D. Montenegro. Luego de recibir su diploma
en Medicina y Cirugía, es nombrado como profesor en ia Escuela de Medicina de Cartagena.
Fue miembro fundador de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar y de la
Academia de Historia. Ocupó una curul en el Concejo de Cartagena y presidió el mismo
desde 1888 hasta 1891. También fue diputado a la Asamblea del estado soberano de Bolívar
desde 1884, y le correspondió presidir la misma corporación cuando ésta tenía carácter
departamental en 1903. En 1904 fue elegido representante primer suplente del Congreso
de la República. En 1910 el ejecutivo nacional lo nombró director general de Instrucción
Pública del departamento de Bolívar, desde donde, entre otras iniciativas, ideó la de dar el
nombre permanente de Universidad de Cartagena al antiguo Colegio del Estado. Ocupó la
presidencia honoraria del Tercer Congreso Médico Nacional celebrado en Cartagena en 1918,
evento en el que se destacó por su intervención en la defensa de las condiciones sanitarias
del puerto, evidenciando una postura más política que científica. El Porvenir, N° 6.063,
Cartagena, agosto 14 de 1918, p. 2.
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 303

los higienistas, sobre los abastecimientos municipales y la higiene del


agua. Para la ciencia sanitaria, la "colección y disposición de desper-
dicios" constituyen también factores indispensables de la sanidad
urbana, que distingue entre desechos sólidos y líquidos, y la "protec-
ción de la salud" en la vida colectiva de las ciudades, saber que se ocupa
de la "reglamentación de las construcciones de edificios, las desin-
fecciones, las vacunas, los baños públicos, las lavanderías y los lava-
deros" (Arango, 1903: 191).
Arango advierte que "los desperdicios humanos son perjudicia-
les para la salud" y distingue dos clases entre los desperdicios lí-
quidos: las llamadas "aguas de albañal", que son las "infectadas por
el jabón, por materias vegetales y animales, orines y materias feca-
les", y los "residuos de cocina". Desde el punto de vista de la cien-
cia sanitaria, el ingeniero deja establecido que

[...] cualquier sistema que se adopte para la remoción y dis-


posición de estos desperdicios deberá obedecer a las reglas sani-
tarias que exigen: Io) que las aguas de albañal sean conducidas
de la manera más rápida al punto escogido para su tratamiento
final, y 2°) que su disposición sea tal que queden incapacitadas
para hacer daño al hombre. Sin duda alguna el sistema que me-
jor llena estas condiciones es el conocido con el nombre de cloa-
cas. Es esencial al funcionamiento regular de éste, una red de
cañería y una abundante cantidad de agua que por gravedad con-
duzcan con toda rapidez las aguas de albañal (y los residuos de
cocina) al lugar donde deben recibir el tratamiento final. Sin agua
no debe existir un sistema de cloacas, desde luego que la base
sobre que descansa es agua y agua en abundancia. Toda separa-
ción de este principio es un error que trae graves consecuencias
para la comunidad, porque las cloacas quedan convertidas así en
focos inmundos de infección peligrosa para la salud pública, y las
autoridades municipales, sin dicho elemento, carecen de medios
de control indispensables sobre las aguas de los albañales que en
304 / Alvaro León Casas Orrego

estado pútrido contaminan el suelo, las aguas subterráneas y el


aire (Arango, 1903: 192).

Sin embargo el ingeniero Arango, al reconocer las dificultades


que algunas ciudades tienen para lograr un abundante y constante
abastecimiento de agua, proponía un "sistema de disposición de des-
perdicios domésticos" que consistía en "dotar a la población de
cubos de metal de convenientes dimensiones para la facilidad de su
remoción periódica". Los desperdicios se depositarían sobre una ba-
se de arcilla pulverizada en el interior de los recipientes y una ca-
rreta del municipio los recogería cada dos o tres días, "en atención
a nuestras condiciones climatológicas", remplazándolos por otros
limpios (Arango, 1903: 192). En 1903 éste era un sistema adaptable
a ciudades sin agua como Panamá y Cartagena.
Ésta era la primera vez que se daba a conocer en Cartagena un
discurso teórico coherente con exposición de los conceptos de la
"ciencia sanitaria" aplicables a ciudades puerto con graves proble-
mas de insalubridad y falta de agua. Con la publicación del informe
del ingeniero Ricardo Arango en el Registro de Bolívar en 1903, el
conocimiento sobre la necesidad de las alcantarillas como comple-
mento para cerrar los circuitos del agua quedaba constituido públi-
camente en Cartagena.
Dos años más tarde, en mayo de 1905, la Revista Médica de Bo-
gotá, bastante conocida por los médicos de Cartagena, publicó un
artículo del ingeniero civil cubano Eduardo J. Chivas, quien, recor-
dando un precepto hipocrático -"la vida saludable exige al hombre
aire puro para respirar, agua pura para beber y suelo puro donde vi-
vir"-, explicaba la necesidad de

[...] evitar que se vicie la atmósfera y establecer una buena


ventilación en las habitaciones;... impedir que se infecten los arro-
yos o los depósitos de donde tomamos el agua, y... establecer un
buen sistema de drenaje en los lugares húmedos y evitar que se
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena / 305

formen pozos de aguas estancadas donde las materias orgánicas


que contengan puedan entrar en estado de putrefacción e infec-
tar la atmósfera y el suelo (Chivas, 1905: 307-308).

La ciencia sanitaria había hecho su presentación en sociedad, y


para ello utilizaba justamente los eventos y publicaciones médicas
o las publicaciones oficiales, y sin embargo, en una ciudad como
Cartagena, cuyo saneamiento interesaba a toda la nación, por tra-
tarse de uno de sus más importantes puertos marítimos, el discur-
so de los ingenieros apenas si tendrá algún eco a mediados de la dé-
cada de 1920.
Se supone que, por lo menos desde esta fecha, las autoridades
civiles de Cartagena, el Ministerio de Obras Públicas y el cuerpo
médico de la ciudad debían comprender que era imposible el sanea-
miento de las poblaciones sin tener en cuenta los tres factores ex-
puestos por el ingeniero Arango: garantía de un abastecimiento con-
tinuo de agua limpia, construcción de una red de cloacas para las
evacuaciones y reglamentación de la higiene pública para protección
de la salud de los habitantes o, en su defecto, obligarse a la utiliza-
ción de ese "sistema de disposición de desperdicios domésticos".
Sin embargo, en Cartagena no existió un proyecto específico para
dotar a la ciudad de un sistema de cloacas o cualquiera otra alterna-
tiva para la colección y disposición de las excretas. Durante todo el
periodo de nuestro estudio (1880-1930), observamos una ciudad con
estancamientos de agua, amontonamientos pútridos, basuras, pol-
vo, lodo y mosquitos, factores insalubres todos éstos, causantes de
permanentes endemias que azotaban la ciudad.

E l médico, el político

En 1918, en una intervención tendiente a desvirtuar la imagen insa-


lubre de Cartagena ante las naciones con las que Colombia sostenía
relaciones comerciales, en el marco del Tercer Congreso Médico
306 ¡Alvaro León Casas Orrego

Nacional en Cartagena, el Dr. Manuel Pájaro28 sostuvo que Cartagena


podía ser considerada como una ciudad y un puerto higiénicos, pues
tenía desde la época colonial una distribución suficiente de aguas para
consumo y una evacuación eficiente de las aguas usadas, que se man-
tuvo hasta la segunda mitad del siglo XK, época en que, debido al
aumento de la población y a la expansión urbana, se comenzó la des-
trucción de parte de las murallas y de las obras de evacuación que
habían sido construidas por los españoles:

Construyeron los colonizadores grandes cisternas públicas en


las murallas y castillos de la histórica ciudad para el servicio espe-
cial del ejército. En gran número de casas existen también aljibes
más o menos capaces, que recogen las aguas de lluvia que se con-
servan más o menos bien aireadas y bajo la influencia depuradora
del calor solar directo o reflejo. Hay además en cada casa, grande o
pequeña, uno, dos o tres pozos de agua procedente de excavaciones
y filtraciones. Todo esto según un antiguo sistema español, que ha
prestado y presta a la población incalculables beneficios en el ramo
de aguas. Las de aljibe se han considerado potables, y en este con-

28
El doctor Manuel H. Pájaro (1855-1943) fue un afamado médico cartagenero. Cuando
inició los estudios profesionales de medicina en 1875 tuvo como sus profesores a los médi-
cos Rafael Calvo, José Manuel Vega y Manuel D. Montenegro. Luego de recibir su diploma
en Medicina y Cirugía, es nombrado como profesor en la Escuela de Medicina de Cartagena.
Fue miembro fundador de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar y de la
Academia de Historia. Ocupó una curul en el Concejo de Cartagena y presidió el mismo
desde 1888 hasta 1891. También fue diputado a la Asamblea del estado soberano de Bolívar
desde 1884, y le correspondió presidir la misma corporación cuando ésta tenía carácter
departamental en 1903. En 1904 fue elegido representante primer suplente del Congreso
de la República. En 1910 el ejecutivo nacional lo nombró director general de Instrucción
Pública del departamento de Bolívar, desde donde, entre otras iniciativas, ideó la de dar el
nombre permanente de Universidad de Cartagena al antiguo Colegio del Estado. Ocupó la
presidencia honoraria del Tercer Congreso Médico Nacional celebrado en Cartagena en 1918,
evento en el que se destacó por su intervención en la defensa de las condiciones sanitarias
del puerto, evidenciando una postura más política que científica. El Porvenir, N° 6.063,
Cartagena, agosto 14 de 1918, p. 2.
Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en C a r t a g e n a I 307

n cepto se las ha venido usando sin graves reparos de la higiene y


n sin daño apreciable para la salubridad pública (Pájaro, 1919: 170).
a
c Era evidente que el doctor Pájaro no diferenciaba entre las solucio-
d nes que los países europeos daban a los problemas de higiene urba-
s na en sus colonias y los proyectos para sus propias ciudades. Gra-
c cias a un reciente estudio sobre el agua en el siglo XVIII (Calatrava,
li 1995: 193-196), conocemos una muy interesante reflexión sobre la
estrecha relación histórica de las ciudades con el agua como un "pro-
í blema urbanístico en su triple vertiente del abastecimiento, el sa-
lizad neamiento y el ornato", en el que se puede apreciar que la preocu-
las d pación en la España de Carlos III por el ordenamiento de las ciudades
la de produjo iniciativas para la construcción de acueductos y sistemas de
tagei evacuación que se copiaban de Francia 29 y que superaban en tecno-
dad ( logia y eficiencia a los sistemas de aguas y evacuación construidos
COS.J en los puertos americanos en aquella centuria.
de Vi Para este año de 1918, no sería extraño encontrar un diálogo en-
ro el tre dos maneras diferentes de plantear soluciones a la higiene pú-
Cau blica, la del médico y la del ingeniero. Sin embargo, en el Tercer
aire Congreso Médico Nacional, Manuel Pájaro exalta las ventajas de las
25). ciudades construidas a la orilla del mar, afirmando que, por tanto,
pueden utilizar una abundante provisión de agua de mar, que es "an-
El d tiséptica poderosa", como complementaria del agua lluvia recogida
en cisternas. Ni las cisternas ni esa expresión sobre el agua de mar
Si s<
forn
29
civil Uno de los más conocidos proyectos realizados en España durante el reinado de Carlos
J i III fue la "nueva traída de aguas a Pamplona mediante la realización del acueducto de Noaín".
A esta obra se le dio tanta importancia que en ella intervinieron sucesivamente los dos ar-
" ' quitectos más importantes del siglo XVIII en España, Juan de Villanueva en 1776 y Ventura
el ir Rodríguez en 1782. En materia de evacuaciones, concretamente en Madrid, desde 1761 se
dictaron normas para el empedrado de las calles, y el arquitecto Francisco Sabatini "dictó
míe una serie de instrucciones bastante detalladas que preveían la construcción de conductos
pre< para evacuar, separadamente, las aguas pluviales, las de cocina 'y otras menores de limpie-
tild; za' y las fecales" (Calatrava, 1995: 194).
310 I A l v a r o León C a s a s Orrego

donde no había acueducto ni sistema de purificación de aguas, pre-


cisamente por falta de recursos. Según el ingeniero Arango, desde
el punto de vista pasteriano, las aguas lluvias, por su composición
de polvos, carbón y materias orgánicas acompañadas de bacterias,
no son "dignas de desconfianza". Esta advertencia la hace con el pro-
pósito de que se tomen precauciones en los sistemas de abasteci-
miento de la ciudad, para evitar los peligros de una contaminación
que sería vehículo de un sinnúmero de enfermedades. El predomi-
nio de una opción política en un médico higienista como el doctor
Manuel Pájaro lo colocaba en 1918 en la posición de defender el
ineficaz y peligroso sistema de aguas de Cartagena, para mostrar,
ante las naciones del Caribe y los Estados Unidos, la imagen de un
puerto sano, ignorando así el detallado estudio del ingeniero Arango,
quien había denunciado en 1903 las condiciones de insalubridad de
las ciudades que debían abastecerse de las sospechosas aguas llu-
vias y de pozo. El seguimiento del sistema de recolección de las aguas
lluvias hecho por Arango (1903: 189) describe con detalle los facto-
res de la contaminación 31 .
Por otra parte, la débil presencia de los ingenieros en la toma de
decisiones de la administración de la ciudad se debía a que las au-
toridades civiles (los gobiernos departamental y municipal), ante la
poderosa presencia de un cuerpo médico organizado en la Sociedad
de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar, no los tenían en cuen-
ta como cuerpo consultivo en la búsqueda de una solución sanitaria
urbana. Por esta razón, todos los trabajos de construcción del acue-

31
"... los techos de las casas que forman el área de recolección de las aguas que van a es-
tanques y aljibes... recogen gran cantidad de polvo que el viento levanta de las calles, y es
bien sabido que el polvo es uno de los mejores conductores de infinidades de bacterias
patogénicas; además... nuestros techos son rendez vous de los gallinazos, que el alimento
principal de estos animales constituyen cuerpos en putrefacción; que los instintos glotones
de estas aves los llevan a repletarse de modo tal que les provocan contracciones de
regurgitación y entonces riegan los techos con ese alimento que no pueden contener en el
estómago;... las aguas arrastran luego estas inmundicias lo mismo que los excrementos de
Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Cartagena / 311

ducto para Cartagena se hicieron sin que las compañías de ingenie-


ros extranjeros que tuvieron presencia en la ciudad se comprome-
tieran a realizarlo con todas las especificaciones modernas.

Condiciones higiénicas de Cartagena: aguas estancadas y mosquitos

El sistema de aguas de Cartagena a comienzos del siglo XX conti-


nuó siendo mayoritariamente el de aguas estancadas en aljibes o
pozos, que con el crecimiento de la población se hacía cada vez más
insuficiente, pero además constituía un verdadero peligro para la
salud pública por la gran cantidad de mosquitos que en ellos se de-
sarrollaban.
La atención de las autoridades sanitarias se orientó, en este sen-
tido, hacia la vigilancia del agua. Con este objetivo, la junta departa-
mental de higiene ordenó en 1908 cerrar con tela de alambre los al-
jibes, los tanques y demás depósitos de agua, porque estando al
descubierto se convertían en "criaderos de mosquitos". La policía
sanitaria fue encargada de recorrer todas las calles de la ciudad im-
pidiendo que las personas derramaran agua, formando charcos que
favorecían la reproducción de dichos mosquitos. El gobierno nacio-
nal comenzó a estudiar el problema de la pavimentación y alcantari-
llado de la ciudad para evitar la gravedad de los males provenientes
de la multiplicación de los insectos. Esa vigilancia de las aguas es-
tancadas es una nueva práctica de higiene que, aunada a la de la des-
trucción de los reservorios de dichos animales, constituía la nueva
prescripción profiláctica predicada por los médicos especializados
en los estudios de patología tropical. La medicina tropical y la
entomología médica habían cambiado el panorama de la higiene
como práctica y como saber, pues las investigaciones y las medidas

aquellas aves y de otros animales, para depositarlos en los estanques donde el agua impro-
piamente aireada se convierte en caldo de cultivo para el microbio de un sinnúmero de en-
fermedades como la tifoidea, la malaria, etc.".
312 ¡Alvaro León Casas Orrego

sanitarias se habían enfocado desde 1899 en el mundo hacia la perse-


cución de los llamados vectores de las enfermedades tropicales, tan-
to las endémicas como las epidémicas. Y este movimiento revolucio-
nario de la medicina a nivel mundial no era extraño en una ciudad
como Cartagena, donde desde 1911 el doctor Miguel Antonio Len-
gua había propuesto la idea de anexar a la Escuela de Medicina una
de "Medicina Tropical"32, inspirada en modelos suramericanos, pro-
bablemente el de la Escuela Tropicalista Bahiana de Medicina que
funcionó entre 1869 y 1890; y las demandas sanitarias de los países
colonialistas europeos (Peard, 1996: 31-52), alentadas desde el Insti-
tuto de Medicina Colonial de París y la Escuela Londinense de Hi-
giene y Medicina Tropical33.
Sin embargo, la lucha contra el mosquito aparece tímidamente
en la Cartagena de comienzos de siglo como iniciativa de las autori-
dades locales y nacionales. Sanear la ciudad consistirá ahora tam-
bién en evitar que los mosquitos tengan criaderos en las aguas es-
tancadas. Esto convierte a los aljibes privados y públicos en los
lugares más sospechosos y, por ende, los más perseguidos. Esta per-
secución creó conflictos entre los particulares y los agentes de la
policía sanitaria, que eran acusados de atacar la propiedad privada e
intentar, a la fuerza, dejar sin agua al pueblo.
Mientras eso sucedía entre las instancias encargadas de velar por
los intereses públicos -según las críticas publicadas en la prensa lo-
cal-, la compañía del acueducto, la Cartagena Water Works, "sin re-
comendarse a nadie, abre llaves de agua públicas y privadas". En
efecto, "de manera intempestiva, y cuando menos se espera, se lle-

32
AHC El Porvenir, N° 3.893, Cartagena 9 de marzo de 1911. Sobre la Escuela de Medici-
na Tropical, A. Casas y J. Márquez, "Medicina regional, medicina nacional y medicina tro-
pical en Cartagena en el cambio de siglo". XCongreso de Historia de Colombia, Medellín,
agosto de 1997.
33
Sobre médicos colombianos que se especializaron en Europa en patología tropical, cf.
Abel, 1996: 39-40.
L o s circuitos del a g u a y la higiene u r b a n a en C a r t a g e n a / 313

nan las calles de agua", actuando abiertamente en contra de las ele-


mentales medidas profilácticas, mostrando un "menosprecio noto-
rio por la salubridad, por la higiene, por las leyes y por las ciencias".
Como consecuencia de esto, los charcos y los mosquitos se convir-
tieron en una constante causa de enfermedad, incluso en los meses
de verano. "La presión del agua del acueducto era tan fuerte", se-
gún dice Daniel Lemaitre en sus "Corralitos de Piedra", "que las
tuberías se reventaban, y la compañía administradora del acueduc-
to aconsejaba dejar las plumas abiertas por la noche donde fuera
posible, por cuyo servicio nada se cobraba..." (Lemaitre, 1983: 470).
En estas circunstancias, el saneamiento de la ciudad -decía un co-
lumnista de E l Porvenir- "resulta tela de Penélope en que el Go-
bierno teje y la Compañía del Acueducto deshace el fruto de la la-
bor". Los casos de fiebres palustres aumentaron considerablemente
por aquellos años, y crecieron los temores por la epidemia de fiebre
amarilla 34 .
En 1909, el director de sanidad municipal, doctor Antonio Mer-
lano, considerando que "es verdad científica indiscutible que los
mosquitos son agentes vectores de varias enfermedades, como el pa-
ludismo, la fiebre amarilla, etc." y

[...] que en esta ciudad existen muchos pozos y depósitos de


agua estancada que son criaderos de mosquitos, que el agua de
pozos no es potable, y por lo tanto es a todas luces inconveniente
para la salud, pues están en directa comunicación con los excusa-

34
En 1908, en El Porvenir se ventilaba que uno de los problemas más sentidos de la ciu-
dad de Cartagena era la extirpación de los mosquitos, que se identificaban como el medio
con que la ciencia reconocía la transmisión de algunas enfermedades como "la malaria, la
fiebre amarilla y quién sabe cuántas más". En el mismo año, un columnista de ese mismo
periódico se pronuncia sobre la Compañía del Acueducto: " i Por qué se permite a la compa-
ñía [...] que encharque las calles? [...] ¿Qué ha hecho la policía a este respecto? [...] ¿Por
qué no cumplen estas compañías los reglamentos de sanidad?", AHC, El Porvenir, Cartagena,
junio 4, 1908.
314 I Alvaro León Casas Orrego

dos y reciben infiltraciones subterráneas, define como la tarea fun-


damental de la salubridad pública, la lucha contra el mosquito33.

En este sentido, el I o de septiembre de ese mismo año, el go-


bernador José María de la Vega expidió una resolución mediante la
cual se dispuso que la dirección de sanidad procediera al cierre de
los pozos públicos y privados, y a desecar por los métodos conoci-
dos (rellenos, etc.) los lugares de la ciudad donde existieran aguas
estancadas. Se aprobaba el "petrolaje de las aguas", o la utilización
de cualquier otra sustancia que hiciese posible la asfixia de las ba-
suras donde la medida del cierre no fuera aplicable. La medida obli-
gaba a los individuos poseedores de aljibe o tanque a mantenerlo ce-
rrado, cuando no se estuviera haciendo de ellos uso inmediato, por
una puerta de alambre de cobre, labor que sería inspeccionada di-
rectamente por la dirección de sanidad, que quedaba autorizada para
imponer multas de $5 a $50 pesos oro, en caso de oposición o in-
cumplimiento 36 .
Pero estos intentos de la dirección de sanidad para cegar los po-
zos de la ciudad no pudieron ejecutarse, pues con las deficiencias
del acueducto de Matute, en 1909, los pozos y aljibes representaban
la única fuente para la mayoría de los pobladores de bajos recursos.
La resistencia justificada de la población no permitió clausurar po-
zos, cisternas o aljibes y además la gente no tenía recursos para ga-
rantizar rejillas antimosquitos en sus fuentes de agua. En este sen-
tido, fueron notorias las gestiones hechas por el general D. Eloy Porto
para mantener el servicio de agua tradicional de la ciudad hasta que
se garantizara el eficiente funcionamiento del acueducto.
Sin embargo, la defensa de los pozos era apenas una parte del
saneamiento que debía realizarse en la ciudad. La dirección de sa-
nidad procedió a la desinfección de las alcantarillas y a adoptar otras

AHC, El Porvenir, Cartagena, septiembre 4, 1909.


Ibid.
L o s circuitos d e l a g u a y la higiene u r b a n a en C a r t a g e n a I 315

medidas que contribuyeran a erradicar aquellos "terribles focos de


infección" 37 .
Otras medidas complementarias de gran importancia se adopta-
ron por parte de la dirección de sanidad. El doctor Merlano anunció a
través de la prensa que los expendedores de agua estaban bajo vigi-
lancia de la sanidad y que se hallaban obligados a lavar semanalmente
los depósitos de agua, interior y exteriormente, en presencia de un
empleado de esa oficina. Se prohibió vender "agua impotable" como
la de los pozos, y sólo era permitido su uso para el lavado de ropa. Tam-
bién fueron reglamentados los excusados: éstos debían construirse
por el sistema de pozos sépticos, de conformidad con el diseño, pla-
no y dimensiones que determinara el ingeniero municipal 38 .

E l agua urbana, entre la caridad y el privilegio

La precariedad del abastecimiento de agua en la ciudad de Cartagena


constituyó no sólo un factor de insalubridad urbana, sino que ade-
más fue un elemento de diferenciación social. Entre finales del si-
glo XKy las primeras décadas del XX, las tres empresas que se com-
prometieron a suministrar agua potable a la creciente población
cumplieron sólo parcialmente con su deber, pues como se eviden-
cia en toda la documentación científica y comercial revisada, ade-
más de que no incluían en los contratos la construcción simultánea
de un sistema de alcantarillado, que garantizara cerrar los circuitos
del agua, no superaron las dificultades que presentaban las fuentes
y por consiguiente el acueducto llegaba solamente a los domicilios
de las familias que podían pagarlo. En este sentido, se entiende que
el sistema de aguas en Cartagena no constituyó en esa época un "servi-
cio público", sino un privilegio de los ricos. Los pobres de la ciudad,
por su parte, dependían del agua de aljibe que se vendía en las calles o

37
AHC, El Porvenir, Cartagena, septiembre 11, 1909.
38
AHC, Acuerdos, Acuerdo 20 de 28 de marzo, 1919.
316 I Alvaro León Casas Orrego

de las fuentes públicas que se dejaban abiertas en ciertos lugares. En


las épocas de crisis, calmar su sed dependía de la caridad de los miem-
bros de la élite y de los empresarios que regalaban el líquido a los po-
bres de solemnidad.
El año 1915 presenta una particular preocupación de las autori-
dades civiles, las autoridades sanitarias, médicos e ingenieros, por
solucionar los graves problemas que en materia de salubridad man-
tenían azotada a la población con permanentes epidemias y fuertes
endemias. No en vano, la alarma sobre la epidemia de "peste bubónica"
que se había presentado durante los años anteriores de 1913 y 1914,
y que en el mejor de los casos se admitía como una fuerte afección
neumónica, o "peste neumónica", había servido de advertencia a
todos sobre los peligros y consecuencias de que se presentara real-
mente una epidemia que impidiera la apertura del puerto y la libe-
ración de las cuarentenas. Tal vez por eso, en 1915 se comienza a
reconocer como el problema fundamental en la higiene de la ciu-
dad, además de la falta de agua potable, la falta de un sistema de
cloacas. Los acueductos que se habían contratado y construido en
1892 con la compañía de Russell y en 1905 con Ford -la misma que
en 1915 "administraba" la Cartagena (Colombia) Water Work-no
habían alcanzado a superar la falta de fuentes de agua para el acue-
ducto de la ciudad. Ya en ese año se discutía la solución de traer agua
desde el río Magdalena o desde el canal del Dique, mediante unos
canales que empataran con las aguas de Turbaco. Es en este mo-
mento cuando comienzan a tener presencia las observaciones de los
ingenieros que se contrataban para que emitieran conceptos sobre
la viabilidad de las propuestas. Sin embargo, el problema del abas-
tecimiento de agua potable domiciliaria en Cartagena debió espe-
rar hasta más allá de la década de 1930 para consolidar lo que serían
la empresas públicas de Cartagena.
Aunque en 1915 el acueducto que construyera James Ford fun-
cionaba administrado por la compañía inglesa, éste no constituía un
servicio público, sino que se había convertido en un privilegio para
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena / 317

las pocas personas adineradas que podían pagarlo, y en instrumen-


to de poder con el que se ejercía la caridad pública organizada por
la comisión sanitaria municipal como un acto de beneficencia que
debía agradecerse públicamente.
La cadena de distribución de las fichas que daban derecho a los
pobres a tomar las cantidades de agua asignadas funcionaba de modo
paralelo a otras formas de asistencia alimentaria como la de la leche
y, desde luego, se hacía de ello un acto digno de toda la publicidad
que resaltara las virtudes cristianas de los miembros particulares de
la junta sanitaria municipal. El 28 de mayo de 1915, por ejemplo, la
dirección de sanidad anunciaba enElPorvenir que, en todos los lu-
gares donde se repartía gratis la leche a los pobres, se habían depo-
sitado las fichas que daban derecho a los necesitados a sacar gratui-
tamente el agua del gran tanque de la Estación del Ferrocarril.
Para el 5 de junio, la campaña "filantrópica" había dado muy
buenos resultados. En las páginas de E l Porvenir de ese día, se pre-
sentaba el siguiente reporte:

Distinguidísimas damas de refinada cultura no han esquiva-


do ir de puerta en puerta solicitando una limosna destinada al so-
corro de los desvalidos; el comercio ha concurrido con su óbolo al
mismo caritativo fin, la Compañía del Ferrocarril se ofreció para
traer agua del Magdalena para regalar a los necesitados; la empresa
del acueducto regala a los mismos dos mil quinientos galones
diarios, los médicos contribuyen con sus conocimientos a hacer
menos dura la suerte de los infelices, y todas aquellas personas a
quienes de uno u otro modo se les ha pedido su concurso, lo han
prestado voluntaria y decididamente. Esto habla muy en alto de
los magnánimos sentimientos de la sociedad Cartagena y es un
timbre de orgullo más para esta ciudad por mil títulos notable.

En el proceso de transformación urbana, el acceso a un sistema


de agua y alcantarillado u otro sistema de evacuación de los detritus
318 I A l v a r o León C a s a s Orrego

era limitado para la mayoría de la población, que vivía en medio de


la más absoluta falta de condiciones higiénicas. Las descripciones
de las viviendas de pobres son buen testimonio del acceso a la hi-
giene como privilegio de las clases acomodadas. En la habitación de
la clase pobre,

[...] combatida por la miseria fisiológica [...], habitaciones que


apenas merecen el nombre de tales, [...] verdaderas zahúrdas en
donde a veces ni siquiera existen letrinas, ni hay desagües, ni pi-
sos, ni ventilación, ni nada [...] lugares donde hasta las enferme-
dades más benignas se agravan39.

Lo que los médicos e ingenieros recomendaban como "vivien-


das higiénicas" con letrinas y desagües, en una ciudad carente de
sistema de alcantarillado, resultaba prácticamente imposible para
la clase pobre, tal como lo parece ahora.
La solución propuesta en las páginas de E l Porvenir consistía
en una intervención directa de las autoridades de la ciudad, para que
los propietarios de las viviendas las acondicionen, mejorando su hi-
giene, aunque los costos de la inversión al final los paguen los in-
quilinos. El aumento de los alquileres de vivienda se compensaría
con el mejoramiento de la salud de los habitantes.

La ciudad sin agua

La preocupación de las autoridades civiles por resolver con la ac-


ción caritativa la sed de los pobres de la ciudad dejaba al descubier-
to las deficiencias del sistema de aguas que desde la Colonia tenía
Cartagena y que no habían sido superadas por ninguna de las pro-
puestas de acueducto contratadas con las compañías extranjeras.

AHC, El Porvenir, Cartagena, 22 de mayo, 1915, p. 2. "Transformación urbana"


Los circuitos del a g u a y la higiene u r b a n a en Cartagena / 319

Todavía en 1921, algunos miembros de la élite cartagenera -que pro-


yectaban una ciudad nueva, sin la estrechez de sus calles coloniales y
el encierro de las murallas, tan "contrarias al progreso" y que se im-
ponían como un rígido obstáculo, incómodo y perjudicial para la acti-
vidad comercial de la ciudad y el puerto 4 0 - reclamaban la solución del
abastecimiento de agua como una necesidad imperiosa.
La Cartagena (Colombia) Water Works Ltd. continuaba, aún en
la década de 1920, intentando soluciones diferentes a la propuesta con-
tenida en el contrato del ingeniero Dickin (conectar el área del reser-
vorio a un punto en el río Magdalena). La empresa buscaba aumen-
tar la cantidad de agua, sin atender a su calidad, e insistía en utilizar
las aguas del arroyo de Aguas Vivas.
El agua de Aguas Vivas presentaba un serio peligro para la conta-
minación del acueducto, y en esto hasta el doctor Pájaro, apologista
del servicio de agua de Cartagena, estaba de acuerdo en que el agua
del acueducto procedente del arroyo de Matute no sólo era insuficiente
para la población,

[...] sino que no es del todo potable, mayormente en la época


en que no llueve, y que por lo mismo se reduce su volumen y se
precipitan en mayor cantidad los elementos calcáreos insolubles
en que abundan dichas aguas (Pájaro, 1919: 172).

Con esta consideración, Pájaro propone la filtración41; aunque,


frente a la propuesta de cambio de fuente, insiste en señalar las bon-
dades del agua lluvia recogida y conservada en tanques de hierro como
el agua ideal para el consumo doméstico en Cartagena y otros pue-

40
AHC, El Porvenir, Cartagena, enero 10, 1921.
41
Muy apegado a lo tradicional, el doctor Pájaro señala las desventajas del agua de Matute
para resaltar las buenas cualidades del agua de cisterna: "Ua filtración de estas aguas [de
Matute] se impone pues de un modo imperioso, si han de emplearse esas aguas para bebi-
da, como la usa la clase pobre, pues la acomodada sigue usando sin inconveniente, antes
320 ¡Alvaro León Casas Orrego

blos del departamento de Bolívar. En este sentido, resulta pertinente


e interesante la siguiente observación de higiene pública:

[...] es de notar que la población vecina de Turbaco, en donde


quince años atrás se bebía exclusivamente agua de los arroyos próxi-
mos, agua calcárea y casi impotable, esa risueña población era azo-
tada sin intermisión por la disentería. Hoy se consume allí agua de
cisternas o de tanques de hierro, y es palpable que la enfermedad
disentérica que la diezmaba ha perdido desde entonces su anti-
gua frecuencia y gravedad mortífera (Pájaro: 1918, 172).

Finalmente, el médico aceptará como acertado el proyecto de pro-


longar el acueducto hasta el Dique o el Magdalena, siempre y cuando
esta agua "sea bien filtrada y se la someta a la purificación necesaria
para evitar futuros peligros a la población" (Pájaro: 1918, 173).
Años más tarde, el ingeniero sanitario norteamericano Geo C.
Bunker reportaba en el estudio que presentó ante la empresa - p u -
blicado en E l Porvenir en enero de 1924- que el problema no resi-
día solamente en encontrar una fuente de agua abundante para la
ciudad, sino que era preciso procurar la buena calidad de la misma.
En este sentido, el análisis científico de las aguas de la corriente del
arroyo Aguas Vivas fue el primero de ese orden en la ciudad, y ponía
a disposición de las autoridades urbanas el conocimiento necesario
para adoptar las medidas más convenientes en materia de la higie-
ne de las aguas (Casas, 1996: 87).
El resultado de los análisis del ingeniero Bunker (Cartagena,
1924) coincide con los del ingeniero Arango (Panamá, 1903) en el
sentido de que las aguas arrastran gran cantidad de inmundicias, las
cuales, depositadas en los estanques, se convertían en el principal
factor de contaminación. En la inspección del área de recolecta del

bien con placer, el agua de cisternas, por ser delgada y agradable y reunir muchas de las
condiciones del agua verdaderamente potable" (Pájaro, 1919: 172)".
Los circuitos del a g u a y la higiene u r b a n a en Cartagena I 321

reservorio proyectado en el arroyo de Aguas Vivas y en los estudios


sobre varios datos relativos a ella, Bunker proscribió esta agua como
no conveniente para la Cartagena (Colombia) Water Works Ltd. y
por eso habría que represar las aguas lluvias en esta área por medio
de la construcción de una represa en el nombrado arroyo42.
La gran dificultad para la higienización del puerto y de la ciudad
de Cartagena, tal como lo había expresado Pablo García Medina en
su informe de Montevideo en 1920, consistía en la ausencia de una
fuente propicia para el abasto. Cartagena, ciudad sin agua, se con-
vertía así en espacio de los análisis de médicos e ingenieros, que con
espíritu cívico o contratados procuraban una solución duradera.

Circuitos abiertos: la constante insalubridad

Mientras los funcionarios de la junta sanitaria se ocupaban de la ca-


ridad pública, en Cartagena se seguían viviendo los rigores de la falta
de saneamiento.
Durante la década de 1920, los circuitos del agua seguían sien-
do abiertos o, mejor, cerrándose en presencia de los habitantes, tal
y como se habían conocido desde la Colonia y en el siglo XK Tanto
en E l Porvenir, como en el Diario de la Costa, los dos más impor-
tantes periódicos de la ciudad, se multiplicaron constantes y nume-
rosas denuncias sobre focos de insalubridad. Las críticas y deman-
das a las autoridades sanitarias fueron igualmente frecuentes.
El problema de los desagües de Cartagena constituyó en la pri-
mera mitad del siglo XX un problema permanente y estructural. Aún
en 1925, E l Porvenir muestra en una nota publicada el 21 de enero
que este problema sigue sin solución:

En la época de invierno, es explicable y hasta tolerable que


en las calles se formen lodazales por la constante lluvia, pero que

AHC, El Porvenir, Cartagena, 2 de enero de 1924.


322 / Alvaro León Casas Orrego

en pleno verano existan en algunas calles aguas estancadas, no


hay motivo alguno que lo justifique y las autoridades encargadas
de la sanidad, deben proceder a impedirlo. En la Plaza de los
Mártires hay una corriente permanente que pasa por la Calle
Larga y desagua en el mar.

La topografía del espacio urbano, con depresiones por debajo del


nivel del mar, permitía, y permite aún, la acumulación de aguas que
permanecen incluso en épocas de prolongado verano. Hoy lo sufri-
mos, y hasta nos acostumbramos a vivir con ello, pero se trata de un
problema estructural, crónico y de muy vieja data, origen de numero-
sas endemias y epidemias. En las primeras décadas del siglo XX este
problema era denunciado por muchas voces interesadas en mostrar-
le al mundo un puerto y una ciudad sanas; por otra parte, en ese mo-
mento, el interés del Estado se centra como nunca antes en tener una
población apta para el trabajo, fuera nativa o inmigrante; esto explica
en parte el nuevo auge de la higiene urbana y la argumentación médi-
ca oficial en favor de inversiones en saneamiento y salud.
La documentación y la realidad de los servicios públicos de
Cartagena de todo el siglo XX dejan ver una lentitud característica
en el proceso de saneamiento de la ciudad. El juego de circunstan-
cias y procesos históricos paralelos se repite en el transcurso del
tiempo. Cuando se termina de ejecutar una obra proyectada para
cierto crecimiento de la ciudad y de la población, aparece insuficiente
y pareciera como si hubiera que comenzar de nuevo. Ha sido el eter-
no retorno de los mismos problemas e insuficiencias que aparecen
en momentos distintos. En 1929 se autorizó al alcalde del distrito,
Enrique Grau, para que adelantara las gestiones necesarias para la
pavimentación general de las calles de Cartagena, Getsemaní y otras
avenidas extramuros 43 . Y, paradójicamente, las disposiciones ten-

A H C , Acuerdos, Acuerdo 6 de 23 de enero de 1929.


Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 323

dientes a la construcción del alcantarillado de toda la ciudad apare-


cen sólo al año siguiente cuando, por acuerdo del Concejo, se esta-
bleció una junta compuesta de tres ciudadanos y el personero mu-
nicipal para realizar los estudios pertinentes en colaboración con el
ingeniero municipal u otro profesional especializado, teniendo en
cuenta "la topografía y necesidades de Cartagena".
Al cerrar el siglo XX-aunque Cartagena se perfila como una de
las ciudades más importantes, como sede de eventos internaciona-
les y como "capital alterna de Colombia"-, la problemática urbana
de los circuitos del agua continúa. No solamente es insuficiente el
abasto, sino que las aguas sucias se derraman o simplemente bro-
tan de las alcantarillas, formando charcos con malos olores y focos
de contaminación y de enfermedades endémicas que afectan a to-
dos los barrios de la ciudad, incluso a los más elegantes o dedicados
al turismo. Esta visión histórica del problema debe llevar a una re-
flexión más profunda sobre el futuro de la ciudad y el desarrollo de
una planificación urbana que, sin desconocer los intereses particu-
lares, haga efectiva la interlocución entre médicos, ingenieros y au-
toridades civiles.

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Cristina Barajas S.

HIBRIDACIÓN CONSTANTE:
manejo de la enfermedad en una comunidad rural colombiana

Cada vez que hay un encuentro entre la sabiduría tradicional local


de atención a la salud y los conocimientos científicos facultativos,
hay un encuentro cultural. Cada parte aporta a ese encuentro un uni-
verso simbólico susceptible de cambio. Tal contacto es una ocasión
enriquecedora pues genera intercambios de los que resultan adop-
ciones de creencias, técnicas e interpretaciones que en mayor o me-
nor grado transforman las concepciones y acciones que se tengan
de los eventos de enfermedad.
Desde esta perspectiva, en este documento se analizan los pro-
cesos de hibridación en el manejo de la enfermedad en la vereda El
Carreño del municipio de Sotaquirá, altiplano de Boyacá, en los An-
des colombianos, a la luz de la interacción de las influencias autóc-
tonas locales y del saber médico formal.
El análisis muestra la existencia de una hibridación constante
entre conocimientos transferidos de forma parcial desde la institu-
ción médica, de una parte, y la adopción también parcial de algunos
términos clasificatorios, de estrategias curativas y de cuadros clíni-
cos por parte de los campesinos. En última instancia, lo que se pre-
senta es una mezcla, una hibridación.
Este trabajo forma parte de uno más amplio que indaga sobre la
significación social y cultural de enfermarse para los habitantes de
dicha localidad. Para su desarrollo se utilizó como metodología la et-
nografía1.

1
El acercamiento etnográfico permite buscar la estructura de las relaciones detrás del
hecho observable. Es un acercamiento en el que las estructuras no son cosas del mundo
Hibridación constante I T>7A

1. Algunos aportes de la antropología médica

En Colombia, la mayoría de los trabajos de antropología médica que


hablan de sociedades campesinas se pueden agrupar bajo dos es-
quemas: los que manejan la dicotomía entre lo tradicional y lo mo-
derno y los que buscan, con una perspectiva histórica, las raíces, los
legados étnicos o sus persistencias para explicar la formación de los
sistemas médicos vigentes en la actualidad.
Dentro del primer grupo se encuentran etnografías y estudios
dispersos en trabajos de grado de estudiantes del área de la salud y
de ciencias sociales (Herrera y Loboguerrero, 1982) y otros que re-
copilan prácticas y conocimientos médicos y etnobotánicos popula-
res de diversas zonas rurales del país (Zuluaga, 1994 y 1992).
Muchos de estos estudios están basados en la conceptualización
que Foster (1964) expone en Las culturas tradicionales y los cambios
técnicos, en donde la polaridad de lo campesino como tradicional o
popular, con lo urbano como lo moderno, es el eje del análisis, y don-
de éstos se consideran como estadios consecutivos.
Para Foster los rasgos culturales y la tradición campesina cons-
tituyen un obstáculo para el desarrollo en términos generales, es-
pecialmente en medicina, y para que los campesinos adopten for-
mas médicas más eficaces.
La posibilidad de la transformación de lo tradicional en moder-
no radica en el proceso de desarrollo, "creando oportunidades eco-
nómicas y de otro tipo que estimulen al campesino a abandonar su
tradicional y progresiva orientación cognoscitiva irreal, en favor de
una nueva que refleje las realidades del mundo moderno" (Foster,
1964).
Los trabajos con perspectiva histórica, como los de Virginia Gu-
tiérrez de Pineda, manejan además de esa polaridad tradicional mo-

físico, sino productos sociales, cuyo conocimiento es el fruto de interacciones, del diálogo
entre el conocedor y el objeto conocido.
330 / Cristina B a r a j a s

derna, el esquema de sistemas médicos con base en el legado de las


tres etnias, india, negra y española, que se consideran generadoras
del patrimonio cultural colombiano, haciendo énfasis en los apor-
tes de cada una de ellas en la formación de los sistemas médicos po-
pulares que persisten en la actualidad (Gutiérrez de P, 1985).
Para otros autores, es la búsqueda de la continuidad de las raí-
ces indígenas lo que le da cuerpo a los análisis del comportamiento
médico de algunos grupos campesinos. Faust, por ejemplo, afirma
la existencia de un sistema cognitivo que presenta continuidad en-
tre lo indio y lo campesino y que puede ser entendido como una for-
ma de pensamiento altamente estructurado (Faust, 1990).
Pinzón y Suárez, y Urrea, quienes reconocen las persistencias de
algunos rasgos en el manejo de la salud y la enfermedad, se pregun-
tan por esa continuidad en el tiempo y la interpretan como una forma
de resistencia cultural ante el poder hegemónico que ejerce la medi-
cina occidental institucionalizada sobre las formas médicas de otras
culturas (Pinzón y Suárez, 1992; Urrea, 1992; Taussig, 1987)2.
La preocupación de la descripción etnográfica se ha dirigido en-
tonces, en términos generales, a dos frentes: las prácticas curativas
y la génesis histórica de las mismas, identificando sus fuentes o se-
ñalando sus mezclas y permanencias culturales.
Considero que es necesario un enfoque nuevo para entender
ahora el papel que desempeña el manejo de la enfermedad y su cu-
ración en las culturas campesinas. En este trabajo considero la po-
sibilidad de hablar más bien de una adaptación dinámica. Haremos
un esbozo de sus principios teóricos más adelante en este mismo
capítulo.

2
Los análisis de Taussig, si bien se inscriben dentro de los estudios sobre chamanismo,
permiten una visión mas amplia del fenómeno de la mezcla y la permanencia de formas
médicas, bajo la óptica de! colonialismo y la resistencia que éste puede producir en los gru-
pos colonizados y oprimidos (Taussig, 1987).
Hibridación constante / 331

Otro planteamiento frecuente en los trabajos sobre formas mé-


dicas populares y/o campesinas ha sido el de sistema.
Se ha planteado el sistema médico de la sociedad campesina
como un sistema abierto, que permite la inclusión de elementos de
todo tipo. A diferencia de otros sistemas médicos, como el biofísico
o científico, el campesino entendido como popular o folclórico no
se basa en un solo paradigma y está abierto a otras posibilidades. Es
un sistema adaptativo, que responde a cambios (Press, 1978).
Este mismo esquema es utilizado para otros muchos estudios
(Gutiérrez de E, 1985; Foster y Anderson, 1978; Young, 1976), y aun-
que ese modelo ha sido de gran utilidad como herramienta teórica,
parece insuficiente, pues se considera que ese sistema una vez es-
tablecido se transmite a las generaciones siguientes, de manera que
se permite su permanencia.
De acuerdo con lo visto en el terreno, considero que, lejos de per-
manecer, cambia de manera tan rápida y constante que no da tiem-
po a que se sedimente como estructura consistente. Incluso cabe el
interrogante acerca de si hay un sistema como tal en las sociedades
campesinas. A continuación haremos el acercamiento conceptual a
esta temática.

2. Sistemas médicos o rasgos estructurantes

Por medio del conjunto de significaciones socialmente construidas,


el ser humano trata de explicarse lo que le rodea. Los elementos que
utiliza para ese fin son de muy diversa índole, de acuerdo con la di-
námica constante que acompaña a su actividad en todos los frentes.
Entre otros, el concepto de sistema ha sido el utilizado por la
ciencia occidental en los últimos tiempos como una forma de darle
orden a su mundo objetivado. Ello no significa que sea el único, ni
que otras sociedades expliquen su mundo teniendo en cuenta ese
mismo esquema, ni que pueda ser universalmente aplicado a las
formas como ordenan el mundo otras culturas. Existen otras mu-
332 / Cristina Barajas

chas posibilidades. Sin embargo, aquí lo analizaremos por ser la


forma usual de análisis para los fenómenos de salud.
Se considera al sistema como un conjunto de elementos en
interrelación. Para que su interacción sea posible, es necesario que
cumpla con una serie de requisitos adicionales, como la existencia
de un orden en los elementos y en la forma de relacionarse, una fun-
ción específica de cada uno de ellos, una finalidad común, casi que
entendida como un propósito, la posibilidad de un funcionamiento
armónico y, en últimas, que el conjunto forme una unidad (Bertalanffy,
1986).
Así esbozado, el sistema permite analizar tanto la estructura como
la función, que en últimas corresponden al orden en las partes y al
orden en los procesos, respectivamente.
Este ordenamiento del mundo se analiza según dos posibilida-
des: el nexo con el entorno, a través del intercambio de materia y/o
energía, lo que se analiza como sistema abierto, o la inexistencia de
ese intercambio (en los sistemas cerrados).
En las ciencias sociales el concepto ha sido de gran utilidad para
el desarrollo de algunas temáticas, como las relacionadas con enfo-
ques cognoscitivos y simbólicos. La aplicación de este modelo a las
formas de salud y enfermedad es lo que se ha denominado sistema
médico. Éste comprende entonces el conjunto de conceptos, conoci-
mientos, habilidades y acciones para el manejo de la salud y la enfer-
medad producidos por un grupo humano específico. Aunque el con-
cepto ha sido introducido desde hace mucho tiempo, por Clark en
1959, ha tenido variaciones según diferentes autores, que han hecho
diferentes énfasis. Por ejemplo, para Foster y Andersen, ante todo es
una construcción intelectual, un cuerpo teórico, constitutivo de la
orientación cognoscitiva de los miembros del grupo (Gutiérrez de E,
1985). Para Kleiman, quien le da más importancia a sus componen-
tes, el sistema médico está formado por un sistema de cultura local,
integrado por tres partes sobrepuestas: el popular, el profesional y los
sectores folclóricos (Gutiérrez de R, 1985).
Hibridación constante I 333

Para el caso colombiano, el mayor aporte al analizar los sistemas


médicos quizás sea el de Virginia Gutiérrez de Pineda, para quien
lo fundamental radica en el triple legado étnico, que se plasma pro-
duciendo dos sistemas, el facultativo y el tradicional; este último pre-
senta dos componentes, el mágico-religioso y el curanderismo (Gu-
tiérrez de Pineda, 1985).
Bibeau y Pedersen, en un acercamiento más reciente al tema (Bi-
beau, 1993; Pedersen, 1993), entienden como componentes del sis-
tema tres subsistemas: uno de signos, que identifica y clasifica el
evento de enfermedad; otro compuesto por significados, y un tercero
definido por las acciones.
Uno de los interrogantes que nos planteamos en el desarrollo
de esta investigación surge de la base misma de esta concepción de
sistema y de su aplicación al caso del manejo de la enfermedad en
sociedades campesinas. Por encontrar inconvenientes en su aplica-
ción, utilizaremos más bien algunos de los elementos que caracte-
rizan a los sistemas complejos.
El modelo de los sistemas complejos o caóticos es más pertinen-
te para los fines de la presente investigación, puesto que tiene en
cuenta la dinámica y continua transformación de los elementos y de
sus relaciones. Algunas de sus características son (Hayles, 1993):
a. Los sistemas complejos no obedecen a una linealidad: la re-
lación causa-efecto es incongruente; una causa pequeña, un cam-
bio, por ejemplo, puede producir un efecto de diferente magnitud.
b. Son sensibles a las condiciones iniciales; son al mismo tiem-
po deterministas e impredecibles.
c. Poseen mecanismos de realimentación que crean circuitos en
los que la salida revierte hacia el sistema como entrada.
d. Poseen alta diversidad en fuentes y flujos de información; cada
nueva información pone severos límites a la predictibilidad, pero ase-
gura la constante variedad y riqueza de la estructura.
e. En los sistemas complejos el orden y el caos se relacionan de
dos formas: sea porque del caos emerjan estructuras organizadas o
334 / Cristina Barajas

porque exista un orden oculto dentro del sistema, que contiene es-
tructuras profundamente codificadas. Éstas se caracterizan por com-
binar azar y orden; se constituyen en tendencias organizadoras en
el interior del sistema.
Aquí denominaremos rasgos estructurantes a esas tendencias
organizadoras en el interior de un sistema y hablaremos de estruc-
tura profundamente codificada sólo cuando esos rasgos son tan fuer-
tes y tan arraigados que persisten a lo largo del tiempo con modifica-
ciones pequeñas, hasta el punto de constituir una forma generalizada
de pensamiento.

3. Lo evidente: el manejo de la enfermedad y la curación

En los cuadros 1, 2, 3 y 4 se recogen los datos de lo que en primera


instancia se podría llamar el sistema médico. Aparecen enfermeda-
des o dolencias padecidas por los diferentes miembros de las fami-
lias con las que se trabajó en terreno, y además algunas referidas por
ellos, pero que fueron padecidas por otras personas de la región.
Para facilitar el análisis consideramos que el sistema está for-
mado por tres subsistemas, a saber:
• Sistema de signos: formado por los síntomas que se manifies-
tan en el cuerpo como cambios que producen el paso desde un esta-
do de salud hacia el de enfermedad, como un continuum. General-
mente, dentro de este sistema se agrupan descripciones del fenómeno
que da inicio a la enfermedad y su ubicación en el cuerpo.
• Sistema de significados: el cuadro recoge los caracteres bási-
cos de interpretación de los síntomas. Generalmente, a lo que se hace
alusión es a las causas o motivaciones que permiten la presencia de
la discontinuidad en la salud.
• Sistema de acciones: aquí se reseñan tanto los agentes médi-
cos a los que se acude, como el tratamiento utilizado. Algunas veces
también las formas de prevención, aunque éstas se analizarán en con-
junto con los otros sistemas.
Hibridación constante I 335

Cuadro 1
Denominaciones locales: generalmente describen síntomas
Algunas enfermedades y disfunciones percibidas por los
campesinos de la vereda El Carreño, Sotaquirá.

Significados
Denominación Signos (Síntomas) Acciones (Acción preventiva)
(Interpretaciones)

El miedo o susto que sentía


Piel brotada, no engorda, " Ir a un médico llanero.
Susto (en niños) la mamá cuando cl niño
se paraliza. • Baños con hierbas.
era pequeño.

Dolor de estómago,
• Masaje en el vientre.
Embuche (en niños) vómito, diarrea, desaliento, Por comer en exceso.
• Agua de hierbabuena.
inapetencia.

Depende de los alimentos


* l o m a r agua de malva,
Dureza de estómago No poder defecar. consumidos (guayaba,
jugo de calabaza.
papayuela).

Lastimadura o descuaje Se escurre el intestino • Ir al sobandero,


Dolor en el vientre.
(en niños) por algún sacudón o caída. éste soba y pone venda

• Ir a comadrona.
Le entró frío de difunto por ir
Enteco o tocado Palidez, • Baños con suero de leche.
a un funeral o por estar en el
de difunto (en niños) inapetencia, raquitismo. • Meterlo desnudo en vientre
sitio donde estuvo un muerto.
de vaca recién muerta

• Baños con aguas de


Fiebre (en niños) Calor. Diversas causas.
hierbas aromáticas no cálidas.

Por bañarse cuando le llegó • Ir a hospital (no sobar


Hemorragia por ¡a boca Cólicos fuertes. la monarquía, la sangre salió porque se detiene
por arriba y nn por abajo. el flujo sanguíneo).

Por la presencia de alguien • Masajes.


Contracciones irregulares, indeseado, generalmente " Presión en vientre.
Parto pasmado
no sale el niño. un hombre; o por angustia, " Tomar agua de manzanilla
preocupación. o agua de ramo santo.

Por transición de cálido


* Tomar infusiones de
Tos Tos. a frío; por acostarse en pasto ;
hierbas cálidas y aromáticas.
por recibir frío.

• Bañarse con barro de los


Dolor en articulaciones, Por tomar mucho licor, pozos termales de Paipa.
Romaíís
gordura. por comer mucho. • Agua de bretónica.
" Ir a médico.

• Poner hojas de arbolnco en


Coger frío Picadas o dolores. Entra el frío al cuerpo,
la zona, producir calor.

Por el humo, por transición


Ceguera No ver. de cálido a frío, por un "mal
viento".

• Colocar panela rallada v


Algo entra bajo la piel; cebolla larga, para que
cuando sale en las nalgas se "llame" la materia (pus).
Sacido o vejigón Inflamación, dolor en el sitio.
debe a sentarse en piedras • Amarrar lana roja,
calientes. delimitando zona
para (¡uc no se extienda.

Por bañarse con agua fría • Aplicar compresas calientes


Contracción
Tercedura estando acalorado, o por en la zona afectada.
muscular sostenida.
transición de cálido a frío. • Evitar transiciones.

Desaliento y dolor de Por hacer oficio cuando se " Ir a sobandera, que soba y
Matriz caída estómago, suspensión de levantó del parto. Por alzar al suministra un compuesto
menstruación. bebe después del parlo. de hierbas y vitaminas.
336 / Cristina Barajas

Cuadro 2
Denominaciones locales que aluden al órgano enfermo
Algunas enfermedades y disfunciones percibidas por los
campesinos de la vereda El Carreño, Sotaquirá.

Significados
Denominación Signos (síntomas) Acciones (acción preventiva)
(interpretaciones)

Rebote, mareos, ojos


Por consumir * Tomar aguas
Mal del hígado (niños v adultos). amarillos, palmas de manos
grasas en exceso. de hierbas amargas.
quebradas y ajadas.
Fiebres altas, vómito, Envidia por belleza del niño,
Mal de ojo (niños). • Ir a la comadrona.
convulsiones. mirada fuerte de un adulto.

Inflamación de cabeza y pies. • Ir al hospital


Mal del corazón Exceso de calor.
"Vistas" afectadas. • Infusión de upacón.

Dificultad al orinar, dolor en Frío en los ríñones ' Agua de parielaria.


Mal del riñon la parte baja de la espalda, (por andar descalzo o • Colocarse "cuero de fara"
fiebre. sentarse en sitios fríos). en ¡a zona del dolor.

Cuadro 3
Denominaciones tomadas de la medicina institucional
Algunas enfermedades y disfunciones percibidas por los
campesinos de la vereda El Carreño, Sotaquirá.
Significados Acciones
Denominación Signos (síntomas)
(interpretaciones) (acción preventiva)

Por "aguantar hambre" • Ir al hospital


Hepatitis (niños y adultos). Ojos amarillos.
o por comer muchos huevos. o a la droguería.

Calor c inflamación Inicialmente,


Pielitis (mujer e m b a r a z a d a ) . • Ir al hospital.
en la pierna. como "orines de araña".

• Poner cuajada.
• Delimitar la zona
Inflamación en la pierna Pensaron que era
Gangrena amarrando lana roja.
después del golpe. materia (pus) acumulada.
" Fue al hospital,
murió por ampicilina.

• Por ser muy fuerte


El dolor se despertó
Apenaicitis Dolor al lado derecho. el dolor, fue al hospital.
al "hacer una mala fuerza".
Allí ¡o operaron.

Dolor de cabeza Se le subió • Operado en el


Trombosis
y "picada" en la coronilla. la sangre a la cabeza. hospital, murió.

• Ir a hospital,
Por sacarse una muela
Cáncer de boca Infección en la boca. le pusieron sonda.
con alicates oxidados.
Murió.

' Ir al hospital, la sonda


Tos y ahogadera no le sirvió, murió "de
Cáncer (?)
al comer "de sal". pura h a m b r e " en el
hospital.

Enfermedad que • Murió en


Glicemia o leucemia
"le seca la sangre a uno". el hospital en Bogotá.

Fiebres altas, vómito, Inicialmente se pensó en


Fiebre reumática convulsiones, "mal de ojo", excepto por • Ir al médico.
sangrado por e! oído y el ojo. el sangrado.
Hibridación constante / 337

Cuadro 4
Transformación de. algunas denominaciones locales
Algunas enfermedades y disfunciones percibidas por los
campesinos de la vereda El Carreño, Sotaquirá.

Significados Acciones
Denominación Signos (síntomas)
(interpretaciones) (acción preventiva)
• Alka-Seltzer, Sal de
Rebote de bilis Por tomar tres sorbos
Vómito amarillo y agrieras. frutas, y si no sirven, aguas
(niños y adultos). de guarapo.
de hierbas amargas.
Rebote, mareos, ojos
Por consumir grasas • Tomar aguas
Mal de hígado. amarillos, palmas de las
en exceso. de hierbas amargas.
manos quebradas, ajadas.
Por "aguantar hambre" o por • Ir al hospital
Hepatitis Ojos amarillos.
comer muchos huevos. o a la droguería.
•Bañarse con barro de los
Dolor en articulaciones, Por tomar mucho licor, pozos termales de Paipa.
Romatís
Gordura. por comer mucho. Agua de bretónica. Ir al
médico.
• Bañarse con barro de los
Dolor en articulaciones, Por tomar mucho licor, pozos termales de Paipa.
Artritis
Gordura. por comer mucho. Agua de bretónica. Ir al
médico.

Inicialmente haremos un análisis vertical del cuadro, luego una lec-


tura horizontal tratando de relacionar unos elementos con otros, y
buscando los puntos que le den coherencia. A éstos les denomina-
remos núcleos de causalidad.
En cuanto a las denominaciones, se nota la presencia de nombres
autóctonos que describen directamente parte de la sintomatología que
les caracteriza (Ver cuadro 1). Por ejemplo, el embuche, la dureza de
estómago, coger frío, parto pasmado, etc.
Por otra parte, son frecuentes las denominaciones muy genera-
les, como por ejemplo "mal de... (tal órgano)" (Ver cuadro 2). A dife-
rencia de otras formas médicas que dividen el cuerpo en órganos y
éstos a su vez en otras unidades menores (biomédica), aquí se consi-
dera la dolencia del órgano en general, sin considerar la posibilidad
de que esté integrado por otras subunidades. Así, también se actúa
para restablecer su función normal, sin mayores especificidades.
En el cuadro 3, si comparamos la columna del nombre de la en-
fermedad con la del conjunto de acciones, es interesante ver cómo las
338 / Cristina Barajas

denominaciones menos autóctonas son las de las dolencias ante las


cuales el individuo ha asistido al centro hospitalario, como si esa de-
nominación fuera utilizada a partir de la experiencia de ir al hospital.
Posiblemente, en él se adquiere el conocimiento de un nuevo nom-
bre. Ejemplos de este fenómeno son trombosis, pielitis, apendicitis,
gangrena, cáncer.
En el caso de los problemas hepáticos recogidos en el cuadro 4
aparecen tres denominaciones diferentes con síntomas semejantes,
pero sólo se toma el nombre hepatitis cuando se ha dado el recono-
cimiento de la enfermedad en el hospital.
La lectura vertical de los cuadros nos da una visión muy super-
ficial. Es necesario cruzar esa lectura con la horizontal, a manera de
matriz, para tener un acercamiento más integral al sistema médico.
A pesar de que se haga, las relaciones entre uno y otro no aparecen
completamente claras, pues la dinámica, los procesos de cambio, son
difíciles de aprehender en este tipo de esquema.
A continuación analizaremos algunas conclusiones acerca de lo
evidente en ese manejo del enfermarse.

3.1 Opciones de atención en salud

Las opciones de atención en salud con que cuentan los habitantes


de la vereda son muy variadas.
• En las tiendas de la vereda se venden algunos fármacos que
son utilizados con las recomendaciones de quienes las expenden.
En esta modalidad es importante la labor e influencia de una de las
maestras de la escuela, que tiene su tienda cerca de la misma, y que
aconseja qué tomar en caso de enfermedad; además, siempre pre-
gunta si la persona está en "tratamiento", es decir, si ya está toman-
do alguna droga formulada por otra persona, y recomienda "no to-
mar guarapo".
El tipo de fármacos que se venden son principalmente para con-
trarrestar los síntomas de gripa (Dristan, Dristán caliente), los do-
Hibridación constante I 339

lores (Aspirina, Mejoral, Mejoralito, Novalgina, Neurosán, Conmel)


y las indigestiones (Alka-Seltzer, Sal de Frutas Lúa).
• En el mercado de Paipa se encuentra un vendedor reconocido
en la vereda por su sabiduría. Según Mireya,

[...] él sí sabe, porque por ejemplo para sacar lombrices es


muy bueno, aveces las muestra en un frasco.

Ante esa evidencia, la credibilidad en sus métodos parece au-


mentar.
Este vendedor es llamado El Califa. Tiene su puesto en la plaza
los miércoles, día de mercado, y cada día de la semana está en un
mercado diferente, en pueblos cercanos: Samacá, Villa de Leiva,
Ramiriquí, Duitama, Sogamoso. Su toldo cubre muy diferentes artí-
culos, además de los remedios: jarabes, linimentos (negro o Caribe,
que "es muy bueno para todo", y que es el único que lo trae), pildoras
del Dr. Witt's (para el sistema urinario), hojas de boldo y otras hier-
bas secas, pomadas y cremas para diferentes dolencias, junto con ta-
chuelas, condimentos, tijeras, cáñamo, repuestos para olla a presión.
Al mismo tiempo, y en el mismo toldo, vende venenos para ra-
tas, cucarachas y otros animales. El Califa aconseja a las personas
acerca de la clase de remedio y su forma de aplicación.
• Hay otro recurso de reciente aparición en la vereda, consis-
tente en un carro que con un altavoz va anunciando la clase de re-
medios que puede vender. El vendedor es un personaje como el que
comúnmente se ha llamado "culebrero", y que hasta el momento se
ha encontrado en las plazas de mercado, pero que ahora se desplaza
a las veredas buscando la clientela.
La primera vez que se presentó fue en diciembre de 1994. Al in-
dagar entre los habitantes, parece que no tuvo mucha acogida, por
lo menos en su primera incursión.
• También en Paipa, se encuentran varias droguerías, en las que
sin necesidad de poseer un título de farmaceuta se atiende y se
340 / Cristina Barajas

"aconseja" ante la enfermedad. No todas las drogas necesitan de fór-


mula médica para ser vendidas, de manera que es posible adquirir-
las fácilmente, obteniendo además instrucciones de su uso por parte
de quien las expende.
• Los agentes médicos, que se podrían llamar curanderos, es-
tán presentes enveredas o pueblos cercanos, no en El Carreño espe-
cíficamente.
El llamado Kamay viene desde Bogotá, a atender dos días a la
semana en Paipa. Inicialmente atendía en Duitama. Parece que puede
curar, pero también enfermar. Daniel y Carmen lo llaman El profe-
sor, y una de ellas narra su forma de diagnosticar de la siguiente
manera:

Él le pone a uno a escoger un tabaco, lo prende, y sin que uno


le cuente qué le ha pasado, él le va diciendo a uno exactamente.
Ayo me dijo todo, y me dijo quién me había hecho el mal. El pro-
fesor cobra $7.000 la consulta, y la droga es por aparte, uno pue-
de negociar con él, por el tratamiento completo; él da plazo para
pagarle, no pone problema, pero si uno no le paga, le vuelve a
mandar la enfermedad.

El Cucho de Metalúrgica es otro personaje que vive en cerca-


nías de la empresa siderúrgica de Boyacá. Es quien atendió el parto
de Esther inicialmente, pues luego, como se le "pasmó", hubo que
llevarla al Hospital de Duitama.
• Otro agente de la salud se relaciona con lo religioso. Se consi-
dera que cuando un niño sin bautizo está enfermo, es el sacramen-
to lo que lo sana. Lo mismo sucede con los santos óleos, pues mejo-
ran al moribundo. El cura párroco reafirma en este sentido lo dicho
por sus feligreses; según él ha observado, es cierta tal mejoría.
Es posible también que objetos que han sido santificados cum-
plan la función de mejorar la salud; por ejemplo, el "ramo" que se
bendice el Domingo de Ramos, en Semana Santa, "agiliza" el parto.
Hibridación constante I 341

• La última opción en caso de enfermedad es acudir al hospital.


Preferiblemente que no sea al de Paipa, porque es muy generalizada
la opinión de que es muy malo, y de que "dejan morir a la gente".
Para una de las familias analizadas, la mejor opción es la de acudir
al Seguro Social, pues les cubre el gasto de hospitalización y de dro-
ga. En este caso, la institución más utilizada es "la clínica de Dui-
tama, y ésa sí es buena".
La diferenciación que se ha establecido aquí no es hecha por la
gente de la vereda de igual manera. Para ellos cualquiera de los perso-
najes enunciados es denominado médico, no exclusiva o necesaria-
mente los del hospital. Alguno de ellos habla del médico cirujano, para
referirse a quien atiende en el hospital, y del médico para el de la dro-
guería o el de metalúrgica, o para el profesor Kamay, indistintamente.
Esther dice:

[...] para cuando estoy enferma prefiero los médicos que no


son del hospital porque me dan más confianza [...].

Aveces también se refiere al "médico particular", queriendo re-


ferirse a quien la atiende en metalúrgica, que no es graduado ni per-
tenece a ninguna institución (curandero tradicional).

3.2 L a institución en tela de juicio

Si analizamos los casos de decesos narrados por los campesinos de


la vereda y reseñados en el cuadro, vemos una relación muy directa
entre asistencia al centro hospitalario y muerte. Así perciben el fe-
nómeno los campesinos. En el hospital se muere.
Una posibilidad para entender el fenómeno es saber cuándo y
por qué se va al hospital. Las respuestas ante tal interrogante son:
• "cuando ya no se aguanta más".
• "cuando se está bien malo".
• "cuando uno se ve enfermo de verdad".
342 / Cristina Barajas

Esto parece explicar por qué el ir al hospital es la última opción,


y se hace cuando ya no hay otra solución al problema. Seguramente,
cuando ya nada se puede hacer.
Pero además se cree que en ese sitio "lo dejan morir a uno" o
incluso "lo matan", como sucedió a la comadre Carmen; no es sólo
el descuido, hay intencionalidad en el hecho: "Los médicos la mata-
ron aprovechando que fue a que le operaran una hernia, porque ella
era competencia para ellos. Ella sabía mucho".
Marta, al referirse al problema de su hija, comentó:

Los doctores dicen que hay que operarla, que abrirle la cabe-
za, pero aquí la gente me dice que eso no la deje porque me la ma-
tan o me la dejan loca; yo prefiero dejarla así, después de todo ahí
anda... lo malo es la plata que hay que pagar para los controles [...].

No sólo se habla mal del hospital, también se dice que las en-
fermeras regañan e incluso "golpean" a los enfermos. Esther cuen-
ta, con respecto al único parto que le han atendido en el hospital:

[...] ayo me habían dicho que allá a uno le pegaban si gritaba


o lloraba con los dolores del parto; pero a mí nadie me pegó, sólo
que la enfermera se me sentó encima para que el niño saliera li-
gero.

En ese aspecto coincide con Mireya; según ella, el sentarse en


el vientre de la parturienta es una de las formas de acelerar el parto,
y es práctica frecuente en el hospital.

3.3 Algunas etiologías locales

Como vimos en el cuadro 1, dentro de las entidades que producen


enfermedades están algunas relacionadas con el entorno, básicamen-
te relacionadas con el estado "frío" y/o su opuesto, lo "cálido". Es-
Hibridación constante I 343

tos términos no denotan un grado de temperatura, sino cualidades


inherentes a las cosas y a su efecto en los seres vivos.
Una de las entidades que pueden enfermar en asocio con esta-
dos fríos o cálidos es la lluvia. Según Esther:

[...] al caer a la tierra y producir vapor que sube cuando hace


sol, produce enfermedades; ese vapor es muy malo.

Según otros, es la humedad la productora de la enfermedad o


aun el quedarse mojado después de la lluvia. En términos genera-
les, eso es "lloviznarse", y en general se asimila a coger frío.
• El sereno, que comienza a caer desde las 7 p. m. y que es muy
fuerte en la madrugada, también es dañoso. Para algunos hay dife-
rencia entre sereno, nocturno y la "aurora", que se siente a la ma-
drugada y que enferma también. Sin embargo, hay un aire benéfico,
el que se puede respirar entre las 5 y las 6 de la mañana, "es puro y
saludable", por lo que se recomienda.
• El exceso de sol, que produce "picadura de sol", por ejemplo,
por no usar sombrero.
• El agua empozada: afecta la piel, produciendo brotes o erup-
ciones.
• El barro: produce ulceraciones en los pies, cuando no se usan
zapatos.
• Cambios bruscos de temperatura, como el baño del cuerpo
después de haber comido, o pasar de un ambiente cálido a uno frío.
• Las piedras frías o húmedas, o las que han recogido calor so-
lar, también pueden ser causa de enfermedad, si alguien se sienta
en ellas.

3.4 Herbología, terapia local

Es muy frecuente el uso de hierbas en El Carreño, y en general en


Sotaquirá. Existe una serie de conocimientos muy generalizados
344 / Cristina Barajas

dentro de la población, acerca de las propiedades de los vegetales.


Estos saberes son poseídos tanto por hombres como por mujeres.
Parece haber básicamente tres tipos de hierbas: las aromáticas,
las calientes y las amargas, según Mireya (esta recolección y clasifi-
cación no es en ningún momento completa, y consideramos que es
sólo una aproximación que merecería más estudio y análisis):
• las hierbas aromáticas, como el poleo, el cidrón, la albahaca,
la verbena, el toronjil o la menta parecen estar asociadas a "lo frío".
Son utilizadas para estados febriles y, en general, estados cálidos de
las enfermedades, ya sea en infusiones o en baños del cuerpo.
• las hierbas calientes, como el eucalipto, el arrayán, el pino, son
utilizadas para las gripas o estados producidos por frío.
• las amargas: manzanilla amarga o matricaria, ajenjo, marrubio,
que poseen ese sabor amargo y que son específicas para problemas
hepáticos o digestivos en general.

3.5 E l uso humano de droga veterinaria

Dentro de las posibilidades de acción ante la enfermedad, además


de la asistencia de un agente de salud informal o institucional, los
campesinos de la vereda utilizan remedios que podrían considerar-
se de uso veterinario. Ellos creen que:

[...] si son buenos para el animalito, ¿por qué no para los hu-
manos? (Pablo).

El "linimento Caribe o linimento Negro", que es reconocido por


su eficacia entre las familias de la vereda, sirve para muchas dolen-
cias: olerlo para desinfectar las narices en caso de gripas, aplicarlo
sobre la picadura de abejas u otros insectos, colocar una gota de él
en heridas de animales o contra los gusanos en ovejas y terneros.

[...] sirve para la peste de todos los animales (Pedro).


Hibridación constante I 345

En su etiqueta se advierte que el uso puede ser tanto para hu-


manos como para animales.
Esto no sucede solamente con este producto; es frecuente que
se utilicen otros de igual manera. Es el caso del sulfato de magne-
sia, que se usa para restablecer la digestión de las vacas después del
parto y que, en algunos casos, también se recomienda para proble-
mas de estreñimiento en el postparto de las mujeres.
En el caso de problemas de dolor muscular, es posible aplicar
alguna "pomada caliente" que haya sido recetada a animales, como
la Mamitolina o el Bálsamo de terebene.
También existe la posibilidad de "comer pólvora, para volverse
más bravo", práctica frecuente con los perros para que cuiden me-
jor la casa.
Pero el uso de este tipo de sustancias no se refiere solamente a
las ingeridas por animales como remedios; también existe la posi-
bilidad de utilizar sustancias tóxicas, como insecticidas, para pre-
servar por más tiempo el maíz seco en el granero. Eso hace don Pedro
con el Nuván, que es un garrapaticida para fumigar al ganado; él lo
diluye bien y lo aplica al maíz, para que no le caiga gorgojo. Al mes
de haberlo aplicado, se puede comer sin peligro, según él.

3.6 La prevención en salud

Las normas de prevención son numerosas y se repiten, sobre todo


con las enfermedades que se originan en la polaridad frío-cálido. Para
este caso, la norma básica es evitar las transiciones de lo cálido a lo
frío, o su equivalente, evitar los cambios bruscos de temperatura.
El agua, en su calidad de fría, es tratada con mayor cuidado y más
aún si se trata de la procedente de la lluvia.
Para el caso de algunos estados como gravidez, menstruación o
postparto en las mujeres, los cuidados se extreman, pues parecen
ser más susceptibles. En el caso de los hombres, el estado de em-
briaguez es el que requiere de más cuidados.
Hibridación constante I 345

En su etiqueta se advierte que el uso puede ser tanto para hu-


manos como para animales.
Esto no sucede solamente con este producto; es frecuente que
se utilicen otros de igual manera. Es el caso del sulfato de magne-
sia, que se usa para restablecer la digestión de las vacas después del
parto y que, en algunos casos, también se recomienda para proble-
mas de estreñimiento en el postparto de las mujeres.
En el caso de problemas de dolor muscular, es posible aplicar
alguna "pomada caliente" que haya sido recetada a animales, como
la Mamitolina o el Bálsamo de terebene.
También existe la posibilidad de "comer pólvora, para volverse
más bravo", práctica frecuente con los perros para que cuiden me-
jor la casa.
Pero el uso de este tipo de sustancias no se refiere solamente a
las ingeridas por animales como remedios; también existe la posi-
bilidad de utilizar sustancias tóxicas, como insecticidas, para pre-
servar por más tiempo el maíz seco en el granero. Eso hace don Pedro
con el Nuván, que es un garrapaticida para fumigar al ganado; él lo
diluye bien y lo aplica al maíz, para que no le caiga gorgojo. Al mes
de haberlo aplicado, se puede comer sin peligro, según él.

3.6 La prevención en salud

Las normas de prevención son numerosas y se repiten, sobre todo


con las enfermedades que se originan en la polaridad frío-cálido. Para
este caso, la norma básica es evitar las transiciones de lo cálido a lo
frío, o su equivalente, evitar los cambios bruscos de temperatura.
El agua, en su calidad de fría, es tratada con mayor cuidado y más
aún si se trata de la procedente de la lluvia.
Para el caso de algunos estados como gravidez, menstruación o
postparto en las mujeres, los cuidados se extreman, pues parecen
ser más susceptibles. En el caso de los hombres, el estado de em-
briaguez es el que requiere de más cuidados.
346 / Cristina Barajas

Para los problemas digestivos las prescripciones tienen que ver


con evitar algunos alimentos por sus características o por la hora de
consumo; por eso se habla de algunos alimentos como "pesados",
si su ingestión se hace a altas horas de la tarde o de la noche.
La otra forma de prevención corresponde a los contras o dijes
de diferentes materiales, que sirven para evitar algunas enfermeda-
des como el mal de ojo. Por su parte, los escapularios con imágenes
religiosas también protegen.

3.7 La brujería

[...] es que hay brujas, dicen que no, pero que las hay las hay...
por la noche se convierten y vuelan y chillan. Son como quien ve
un pisco, así saraviadas; vuelan, y si uno las ve y les echa pepas de
mostaza, ahí las encuentra al día siguiente estiradas por comerse
las pepas, las muy sinvergüenzas... Hacen fiestas las tres o cuatro...
si uno las ve, no le hacen nada, pero uno no puede ni decir palabra
porque el miedo lo deja mudo, con la lengua paralizada [...].

Pero no se queda sólo en el susto, se asegura que además pue-


den matar con sus hechizos, y se habla de alguien en la vereda

[...] que tiene más de un muerto a su cargo, entre otros los hi-
jastros, a los que trataba como perros, los ponía a comer en platones
en el suelo... por eso está tan enfermo el esposo, por alcagüete [...].

Sin embargo, la brujería pasa de ser un concepto o una creencia


a tener una identidad propia. En efecto, se señala como bruja a una
mujer a quien le gusta conversar, y de cuya madre se decía que tam-
bién lo era.
Las siguientes acusaciones vienen de hombres y fueron adver-
tencias que ellos le hicieron a otra mujer, temerosa de tener esa ca-
lidad de vecina:
Hibridación constante I 347

• X es una auténtica bruja, que ya ha pasado a más de uno a


mejor vida.
• Es bruja por pura raza, porque la mamá era así.
• X sabe mañas feas.
• Delante del marido se va con otros, seguramente le da algo
a él.
• Un vecino tuvo problemas con ella, le gritó bruja y ella se
quedó callada.

Es tan generalizada la creencia en la brujería, que hasta una


enfermera del hospital de Sotaquirá habló de cómo fue afectada por
la brujería de una mujer celosa, y cómo la única forma de curarse
fue por la intervención de otra más poderosa, habiendo agotado cuan-
to recurso de salud le fue posible por parte del hospital, sin efecto
positivo.
Otro testimonio recogido en la vereda alude a la enfermedad pro-
ducida por una ex novia del entrevistado, la cual los embrujó a él y a
su esposa, a través de frutas que envió de regalo a su casa. Los efec-
tos fueron tan amplios que no sólo les enfermó, sino que además
les produjo malestar en las relaciones intrafamiliares, hasta el pun-
to de producir agresión física de uno de los hijos a su padre, de tal
gravedad, que casi le produce la muerte.
Veremos ahora lo que subyace tras estas prácticas y conocimientos.

4. E l orden oculto

Si es considerado el sistema como un conjunto de elementos que


interactúan y si esta interacción necesita un orden expreso, especí-
fico y estable, no es eso lo que se da en la forma como un grupo con-
creto - e n este caso el de la vereda El Carreño- actúa frente a la en-
fermedad.
En efecto, no hay una premisa única, básica y constante que le dé
coherencia a las prácticas de salud y que estructuren lo que se pudie-
348 / Cristina B a r a j a s

ra llamar un sistema médico, con los caracteres de interrelación,


linealidad y unidad que caracterizan la visión clásica de sistema apli-
cada en antropología médica. Aparentemente no existe tal coheren-
cia, ni siquiera para actuar frente a una misma enfermedad.
Es como si la dinámica fuera tan fuerte, los cambios tan acelera-
dos, las influencias de agentes institucionales tan eficaces, que no
se alcanza a estructurar un sistema como tal, cuando ya el cambio
llega. No se logra ni una homogeneidad en criterios y acciones, ni una
relación directa lineal entre síntomas, interpretaciones y acciones.
Los significados de los síntomas que pueda presentar el inicio
de una enfermedad son tan rápidamente cambiados, tan móviles,
que no se da tiempo a que se sedimenten formando un cuerpo com-
pleto con todos los caracteres que implica esa noción de sistema
médico.
La estructura del manejo de la salud y la enfermedad que se da
entre los habitantes de El Carreño obedece a un orden de otra na-
turaleza, a un sistema complejo. Veamos sus caracteres.

5. Diversidad en flujos y fuentes de información

Para los habitantes de la vereda de El Carreño son tantas y tan diver-


sas las formas de información, atención y/o ayuda médica, que tienen
la posibilidad de jugar con todas a la vez o sucesivamente, según cir-
cunstancias muy particulares, sin un esquema prefijado, más bien
casi que aleatorio, en donde juegan muchas otras formas decisorias.
Así, por ejemplo, dentro de lo que podemos llamar agentes de
salud institucionalizados, formal o informalmente 3 , existen los
farmaceutas y/o vendedores de las droguerías de las poblaciones cer-

3
Consideramos aquí lo institucional como lo aceptado socialmente y sometido a control
social. Será formal si tiene la aceptación y control de manera explícita mediante un título
legal, por ejemplo, médicos, enfermeros. Será informal cuando es aceptado socialmente,
sin que necesariamente sea aprobado oficialmente por instancias diferentes de las de la co-
munidad inmediata.
Hibridación constante I 349

canas, los médicos y enfermeras que atienden las consultas exter-


nas de los hospitales y centros de salud, los tenderos de la zona que
no sólo venden, sino que también aconsejan para qué usar las dro-
gas, los vendedores ambulantes del mercado del pueblo, y los que
van a las veredas, la maestra de la escuela, el cura, los curanderos, la
partera, el "profesor" que adivina y cura.
Además, las mujeres y hombres adultos o jóvenes que tienen
conocimientos sobre salud, y que hablan de ella y aconsejan a fami-
liares y amigos. Es este el caso de los que tienen un nexo mayor con
la ciudad, nexo que les permite conocer posibilidades diferentes para
manejar la salud y que, debido al contacto con el ámbito rural, pue-
den transmitir esos conocimientos a sus moradores.
Se da el caso de que, al interior de un mismo grupo familiar, ante
enfermedades similares, cada individuo actúe de diversa forma, se-
gún criterios particulares que no siempre son compartidos por los
demás miembros del grupo familiar. Estos comportamientos ocu-
rren cuando el conocimiento personal, individual, es más tenido en
cuenta que el colectivo, porque se ha enriquecido de muy diferen-
tes fuentes. La constante introducción de nueva información pone
fuertes límites a la predecibilidad, pero asegura la constante varie-
dad y riqueza de las experiencias.

5.1 Rasgos estructurantes o estructuras profundamente codificadas


como núcleos de causalidad

Lo señalado en el anterior numeral no significa, sin embargo, que


no haya un sustrato que ordene o dé forma a la manera como se ha
de actuar ante la enfermedad. Significa que no es un ordenamiento
como el que exige la conceptualización tradicional de sistema, y que,
en cambio, se puede hablar de rasgos estructurantes que permiten
que en torno a ellos se organice el conjunto de significados que pue-
dan regir la forma de interpretar y, por consiguiente, de actuar fren-
te al evento de la enfermedad.
350 / Cristina B a r a j a s

Estaremos hablando entonces de un sistema complejo, no lineal,


dinámico (en los términos usados por Hayles, 1993), que cuenta con
la existencia de unos criterios mínimos o básicos que permiten al
grupo estructurar su forma de entender y de conocer lo que sucede
en sus cuerpos cuando los órganos rompen el silencio que caracte-
riza la salud, cuando aparece la no salud, la enfermedad.
Según lo visto en la vereda El Carreño, esos rasgos se eviden-
cian en torno a las causas de la enfermedad, conformando lo que
denominamos "núcleos de causalidad" o estructuras profundamente
codificadas, que son básicamente tres:
• La disfunción del órgano: Obedece a criterios muy semejan-
tes a los utilizados por la medicina biomédica o facultativa. El órga-
no es el enfermo, y sobre él se actúa para aliviarlo.
En este tipo de disfunción es en donde más fácilmente se en-
cuentran denominaciones semejantes o tomadas de la medicina
biomédica: hepatitis, pielitis, artritis, gangrena, cáncer, apendicitis,
trombosis, glicemia o leucemia.
• La polaridad frío-cálido: Estas "calidades" o entidades no son
observables directamente, pero se relacionan con el manejo del en-
torno natural en gran medida, y cubren criterios más extensos que
los aplicados a la salud y la enfermedad.
Algunos ejemplos de enfermedades causadas por este tipo de agen-
tes son la ceguera, la tos, el mal del riñon, terceduras, los nacidos.
• La alteración de las relaciones sociales y/o la acción o moviliza-
ción de entidades no corpóreas o físicas: para este tipo de etiología
aparecen aún más inexactas las condiciones, pues tanto los móviles
como las formas de curación obedecen a conocimientos particulares
de las redes de poderes que se mueven en el orden de lo social.

4
Aquí nos referimos a estructura como un modelo cognitivo. Este acercamiento teórico
se hace con base en los estudios de Faust, quien ha demostrado que tanto la polaridad frío-
cálido, como la presencia de entidades no corpóreas en el pensamiento nativo americano,
son elementos bien estructurados y profundamente codificados, hasta el punto de persistir
arraigados colectivamente mucho tiempo (Faust, 1990a).
Hibridación constante I 351

La acusación de brujería, por ejemplo, pesa sobre alguien como


forma de control social y a la vez se relaciona con la envidia.
Otros ejemplos de este tipo pueden ser: el "pasmo de parto",
que se produce frente a algunas personas ante las que la parturien-
ta es "recelosa" (la suegra o la presencia de un hombre, en el mo-
mento del parto); el mal de ojo producido por algunas personas de
"mirada fuerte" o a quienes les da envidia la belleza o los atributos
físicos de los demás; la codicia que alguien sienta por cualquier ser
u objeto también es peligrosa, pues puede hacer daño a lo deseado,
en caso de no poderlo obtener.
Dada la especificidad de este tipo de alteraciones, se debe acu-
dir a personas especializadas para manejar ese tipo de problemas.

6. La hibridación: un mestizaje conceptual


en constante construcción

Los cuadros 1, 2, 3 y 4 nos dan una visión sincrónica de los procesos


de manejo de la enfermedad; esto significa que sólo nos muestran un
momento de tal proceso, como si hiciéramos un corte en el tiempo.
En estos cuadros se evidencia que no siempre hay coherencia
entre los elementos de un subsistema y los de otros frente a una mis-
ma enfermedad. De modo que el nexo entre signos, significados y
acciones no es constante, sino que, por el contrario, permite mezclas
entre los diversos rasgos estructurantes. Es posible entonces que las
denominaciones no siempre coincidan con las interpretaciones ni con
las acciones de una misma categoría. En ese sentido, hablamos de que
no hay linealidad. Por ejemplo, las denominaciones adquiridas por el
contacto con el sistema de salud formal (instituciones médicas) son
incorporadas sin que las acompañe necesariamente todo el conjunto
de conocimientos de origen que implican.
Es el caso del denominado "romatís" (cuadro 4) por las perso-
nas de mayor edad, llamado ahora "artritis", por otros, a la cual se le
atribuye, además del dolor de articulaciones, la gordura, y se inter-
352 / Cristina Barajas

preta como asociada a tomar o comer en exceso. Ante ella se actúa


ingiriendo agua de bretónica (planta labiada), bañándose con barro
de los pozos termales de Paipa, e ingiriendo droga recetada por el
médico, indistintamente.
En este ejemplo se ve fácilmente cómo, desde la denominación
misma, se mezclan criterios de la medicina biomédica con los de la
que se ha llamado tradicional. La interpretación, que aún tiene mu-
chos rasgos no biomédicos, también maneja un grado alto de mez-
cla, lo mismo que las acciones. No se ha mantenido un solo criterio,
sino que se encuentran combinados los dos.
Pueden existir también varias denominaciones para lo que des-
de la perspectiva biomédica puede ser un mismo problema, la he-
patitis. Entre la mayoría de las familias de la vereda, es denominada
sencillamente "mal del hígado", haciendo alusión a la disfunción del
órgano como totalidad, y también "rebote de bilis".
El término hepatitis se encontró relacionado con la asistencia al
hospital, en donde fue denominada así la enfermedad e incorpora-
da al léxico de la familia. Aparece, en este caso, claridad con respec-
to al modo como se incorpora conocimiento en la familia campesi-
na, a partir de su contacto con la institución hospitalaria, pero un
conocimiento parcial, pues en este caso se hablaba de hepatitis, cuya
causa era aguantar hambre, o comer muchos huevos, causas éstas
que no corresponden a las determinadas por la medicina biomédica.
Como se ve en los ejemplos anteriores, la transferencia de co-
nocimientos y de técnicas para el cuidado de la salud no pasan sin
modificaciones al grupo receptor. Al contrario, éste los une a los co-
nocimientos y prácticas que ya maneja, y produce una nueva forma,
que a su vez cambia rápidamente. Parece más pertinente entonces
el modelo de sistema complejo o no lineal para entender el manejo
de la enfermedad en esta sociedad campesina.
Con una apariencia caótica en la forma como se actúa ante la en-
fermedad, existe de todas maneras un orden oculto, no evidente, en
torno a unos núcleos de causalidad muy generales, provenientes de
Hibridación constante I 353

muy diversos ámbitos a los que llamamos rasgos estructurantes. Es


un modelo que permite la entrada de mucha información de diver-
sas fuentes, como lo hemos visto, ante cuya heterogeneidad no hay
posibilidad de predicción. El azar también juega en él. Esto lo hace
complejo, y de una gran riqueza y dinamismo.

7. A manera de conclusión

En el manejo que los habitantes de la vereda El Carreño hacen de


las enfermedades, se producen lo que podemos llamar cruces so-
cioculturales, en los que lo tradicional y lo moderno se mezclan; en
ese proceso se dan tanto persistencias como cambios.
Localmente, se mezclan todas las posibilidades de acción tera-
péutica, no se reemplazan completamente, se combinan. Por ejem-
plo, se usan recursos de las institucionales formales (Instituto de
Seguros Sociales, clínicas, hospitales) y al mismo tiempo recursos
informales (redes de parentela, vecinaje, compadrazgo). En ese sen-
tido, el enfermarse sirve socialmente para construir y reafirmar re-
laciones solidarias y de reciprocidad.
En el encuentro cultural de la institución médica con el pacien-
te campesino, se produce una transferencia parcial de conocimien-
tos, y una adopción también parcial de ellos. En El Carreño se han
adoptado términos clasificatorios médicos, algunas estrategias cu-
rativas, pero también nuevos cuadros clínicos, nuevas formas de in-
terpretar las enfermedades.
Falta ahora analizar hasta qué punto la medicina instituciona-
lizada ha aceptado la influencia de los conocimientos médicos loca-
les (hierbas medicinales, formas médicas denominadas alternativas,
que tienen su raíz en conocimientos informales tradicionales).
¿Se habrá dado un diálogo de saberes?
354 / Cristina Barajas

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Zuluaga, G. 1992. Memorias del Primer Simposio sobre Plantas Me-
dicinales. Bogotá, PUJ, Fundación Joaquín Pineros Corpas.
Colaboradores

José Antonio Amaya, sociólogo de la Universidad Nacional y Doctor


en Historia de la École des Hautes Études en Sciences Sociales. En
la actualidad se desempeña como profesor del Departamento de
Historia de la Universidad Nacional de Colombia, ocupando el car-
go de director de Programas Curriculares. Tiene en prensa su tesis
doctoral "Mutis, Apotre de Linné en Nouvelle-Grenade. Histoire de
la Botanique dans la vice-royauté espagnole de la Nouvelle-Grenade
1760-1783", que será publicada por la Revista Fontqueria de Madrid.

Cristina Barajas es antropóloga de la Universidad Nacional, licen-


ciada en Biología y MA en Desarrollo Rural de la Universidad Jave-
riana. Se ha desempeñado como docente en la Universidad Nacio-
nal y en la Universidad Javeriana, en donde trabaja en la actualidad.
Su campo de estudios abarca los procesos sociales y culturales de
las sociedades campesinas de los Andes colombianos.

Alvaro León Casas es magister en Historia de Colombia. Actualmen-


te se desempeña como director del Programa de Historia de la Uni-
versidad de Cartagena. El trabajo publicado en este libro es resulta-
do de la investigación financiada por Colciencias "Prácticas y
discursos de medicalización e higiene en la formación de la salud
pública en las ciudades del Caribe colombiano, 1880-1930". El au-
tor quiere agradecer a las estudiantes del Programa de Historia de
la Universidad de Cartagena Indita Vergara, Estela Simancas y Elsy
Sierra por su colaboración en la investigación y, muy especialmen-
te, al historiador Jorge Márquez Valderrama por su valiosa ayuda en
la redacción definitiva del texto.
358 / Colaboradores

Jorge Arias de Greiff es profesor honorario en la Facultad de Cien-


cias de la Universidad Nacional de Colombia. Entre otros textos, ha
publicado el libro La muía de hierro (1986).

Pablo Kreimer es doctor en Ciencia, Tecnología y Sociedad del CNAM


de París. Hoy en día trabaja como profesor e investigador del Insti-
tuto de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología de la Univer-
sidad Nacional de Quilmes, Argentina.

Mauricio Nieto es profesor en el Departamento de Historia de la


Universidad de Los Andes. En la fecha prepara un amplio estudio
sobre historia de la malaria.

Diana Obregón es profesora asociada en el Departamento de His-


toria de la Universidad Nacional de Colombia. En 1992 el Banco de
la República editó su libro Las sociedades científicas en Colombia.

Roberto Pineda Camacho es profesor asociado en los Departamen-


tos de Antropología de la Universidad Nacional y la Universidad de
los Andes. El autor quiere expresar un especial reconocimiento a An-
drés Barragán, cuyo interés y paciente labor contribuyó de forma os-
tensible al mejoramiento del texto. De igual modo, extiende sus agra-
decimientos a Germán Ferro, quien gentilmente le llamó la atención
sobre las observaciones del fraile Santa Gertrudis en relación con
la supuesta actividad del diablo entre algunos pueblos del altiplano
nariñense, a Cari Langebaek por sus sugerencias sobre textos per-
tinentes al tema y a Carlos Uribe por sus comentarios al texto.

Olga Restrepo Forero, graduada como socióloga, con un Máster en


Historia, se desempeña como profesora del Departamento de So-
ciología de la Universidad Nacional de Colombia. Investiga sobre la
historia del conocimiento científico y el desarrollo de la ciencia ins-
titucional en Colombia, específicamente sobre la constitución del
Colaboradores I 359

campo de investigaciones de la Historia Natural, desde la Expedi-


ción Botánica hasta su institucionalización en el presente siglo; el
surgimiento de un pensamiento geográfico y la elaboración de una
geografía y cartografía del país durante el siglo XTX; el desarrollo de
las ideas evolucionistas y del darwinismo en Colombia; las asocia-
ciones científicas y la conformación de una comunidad científica
alrededor de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas
y Naturales.

Eduardo Zalamea es físico de la Universidad Nacional de Colombia


y Máster en Enseñanza de la Física de la Universidad Pedagógica
Nacional. Fue profesor de física en las universidades Javeriana,
Distrital y Nacional de Colombia. Su interés por los problemas re-
lativos a la docencia de la física, a nivel universitario y de bachillera-
to, lo ha motivado a participar en grupos de investigación, como el
Programa Re-Creo y el Proyecto Universitario de Investigación en
la Enseñanza de las Ciencias, que tienen por objetivo la capacita-
ción de maestros. De allí sus numerosos libros escolares de física,
publicados por Educar Editores y Editorial McGraw-Hill.
índice

7 Diana Obregón
PRESENTACIÓN

21 Parte I
SABERES INDÍGENAS, CIENCIA Y POLÍTICA EN LA COLONIA

23 Roberto Pineda Camacho


DEMONOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA EN LA NUEVA GRANADA
(SIGLOS XVI-XVII)

89 Mauricio Nieto Olarte


REMEDIOS PARA EL IMPERIO:
de las creencias locales al conocimiento ilustrado
en la botánica del siglo XVIII

103 José Antonio Amaya


UNA FLORA PARA EL NUEVO REINO
Mutis, sus colaboradores y la botánica madrileña
(1791-1808)

161 Parte II
CIENCIA MODERNA: CENTROS Y PERIFERIAS

163 Pablo R. Kreimer


¿UNA MODERNIDAD PERIFÉRICA?
La investigación científica,
entre el universalismo y el contexto
índice I 362

197 Olga Restrepo Forero


LA SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
o de cómo huir de la "recepción" y salir de la "periferia"

221 Fernando Zalamea


E L CASO PEIRCE Y LA TRANSCULTURACIÓN
EN AMÉRICA LATINA: modalidades de resistencia

245 Parte III


CULTURA NACIONAL EN COLOMBIA:
HIBRIDACIONES Y RESISTENCIAS

247 Jorge Arias de Greiff


SABERES LOCALES DIVERSOS GLOBALIZADOS
POR UNA NECESIDAD LOCAL

258 Diana Obregón


DEBATES SOBRE LA LEPRA:
Médicos y pacientes interpretan lo universal y lo local

283 Alvaro León Casas Orrego


LOS CIRCUITOS DEL AGUA Y LA HIGIENE URBANA EN LA
CIUDAD DE CARTAGENA A COMIENZOS DEL SIGLO XX

328 Cristina Barajas S.


HIBRIDACIÓN CONSTANTE:
manejo de la enfermedad en una comunidad
rural colombiana

Este libro,
que recoge algunas de las ponencias del coloquio
CULTURAS CIENTÍFICAS Y SABERES LOCALES,
realizado en Santafé de Bogotá,
se terminó de imprimir
en el mes de julio del 2000,
compuesto en caracteres Dutch 766.

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