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Adoracion y Testimonio

Isaías 6:1-8

1 En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.

2 Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos
volaban.

3 Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.

4 Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.

5 Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que
tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.

6 Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas;

7 y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.

8 Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí,
envíame a mí.

Introducción:

El pasaje de nuestra reflexión se encuentra en un momento de crisis nacional para el pueblo de


Israel: El rey Uzías, uno de los mejores reyes que había tenido la nación, había muerto.
Podemos entender que el corazón de cada habitante de la nación israelita se encontraba
conturbado, y no es para menos, pues la misma Biblia nos dice que este rey tenía una gran
capacidad para la administración pública. Durante su administración la economía había
prosperado y el pueblo tenía abundancia de pan; pero, además, el rey había dado seguridad
pública por su genialidad para el diseño de armamentos militares sofisticados para aquella
época. Entonces el hombre que había dado pan y seguridad a la nación, había muerto.
Tragedia nacional! ¿Qué hacer? ¿A quién acudir en nuestras crisis? El joven Isaías acudió a la
persona correcta que lo podía socorrer en su terrible necesidad. Cuando el dolor o la pena
toquen a nuestra puerta, acudamos al Dios del cielo que nos puede socorrer y sacarnos
adelante de cualquiera dificultad que afrontemos en la vida. En este pasaje aprendemos, por lo
menos, tres cosas que el profeta Isaías experimentó y que pueden ser la experiencia, también,
de cada uno de nosotros.

I. El Profeta Adoro A Dios. (V.1)

Cuando todos miraban la crisis, el profeta buscó la presencia del Señor en su santo templo. Allí
adoró al que le podía socorrer y por lo que vemos, Dios se complació con la adoración del
profeta. ¿Cuál es la adoración que Dios recibe?

 La adoración en Espíritu y en verdad. (Juan 4:24).

Adoración en espíritu es la que surge de lo más profundo del corazón, una adoración
no determinada ni por el lugar, ni por el tiempo, ni por las circunstancias, sino una
adoración determinada por la actitud reverente y humilde del adorador. La Biblia nos da
muchos ejemplos de adoradores que fueron rechazados por Dios porque trataron de
agradar a Dios en una actitud orgullosa y altanera como sucedió en el caso de Caín, el
fariseo, etc.

Adoración en verdad. Es decir, conforme a la naturaleza del Dios que adoramos. Dios
nos ha dejado su santa Palabra para orientarnos en cuanto a cómo debemos rendirle
adoración. No basta ser sincero. Debemos someternos a la indicación que Dios nos da
en la Biblia para que conforme a la guía divina adoremos a nuestro glorioso Dios en
Espíritu y en verdad.

 La adoración reconociendo la grandeza de Dios. (Salmo 100).


o Nuestro creador. (v. 3a).
o Nuestro pastor. (v. 3b) –provee:
o Fuente de misericordia y verdad. (v. 5).
 La adoración reconociendo nuestra necesidad espiritual. (Lucas 18:13).

II. El Profeta Vio A Dios.


 Vio su gloria. La gloria de Dios es literal. La gloria de Dios no es ninguna ilusión o
alguna experiencia mística como en las religiones orientales u ocultistas. El profeta
tuvo percepciones con los sentidos físicos. La Biblia dice que él vio, oyó, sintió y fue
testigo cuando los quiciales de las puertas del templo se estremecieron ante la
presencia gloriosa de Jehová, el Dios glorioso de Israel.
 Vio su poder –vió un trono. El trono terrenal del pueblo hebreo había quedado vacío,
pero el trono glorioso de Dios es eterno, nunca queda vacío. Isaías vio a Dios sentado
sobre su trono eterno.
 Vio su santidad. (v. 3) (Levíticos 19:2; Salmo 24:3-6; Apocalipsis 21:23-27). Una de las
enseñanzas fundamentales de la Biblia en cuanto a la naturaleza divina es que Dios es
santo; su trono permanece sobre fundamentos de justicia y santidad. Este Dios santo
reclama que los que acercan a El manifiesten en su vivir la virtud de la santidad de la
misma manera que es santo el Dios que adoran. Cuando contemplamos la santidad de
Dios ella pone de relieve nuestra condición pecaminosa; sólo contemplando la santidad
de Dios podemos ver lo sucio que somos y la necesidad del perdón de pecados.
Miremos la santidad de Dios!

Esta experiencia lleva al profeta a la confesión de su pecado (v.5), el reconocimiento de


su pecado en la presencia del Señor le lleva a otra experiencia: El perdón. (vs. 6,7).
Sólo Dios puede perdonar nuestros pecados porque El es la primera persona que
nosotros ofendemos cuando pecamos y sólo de El puede venir el perdón porque en
Dios hay abundante misericordia.

 El profeta vió el amor de Dios por los perdidos (v. 8).


o El profeta después de adorar a Dios, después de experimentar el privilegio de
ver su gloria y después de experimentar el perdón, recibe una comisión divina:
Anunciar las buenas nuevas de salvación. El pueblo de Israel gozaba de
prosperidad económica y de seguridad en todos los sentidos, pero esta
situación había afectado al pueblo en el plano espiritual. El culto que el pueblo
ofrecía era un culto vacío de la presencia de Dios; no había temor de Dios; el
pueblo sólo estaba manteniendo una tradición, pero no había una experiencia
genuina de conversión y adoración. El ministerio de anunciar las buenas
nuevas de salvación era para el profeta un testimonio constante hasta terminar
sus días en esta tierra. No era un ministerio temporal, sino para toda la vida.
Igual que el profeta, Dios también nos comisiona a nosotros para anunciar las
buenas nuevas de salvación por la fe en Cristo:
o No sólo en tiempo de campaña, sino en un ministerio perenne.
o No sólo ministerio de ciertos individuos, sino de toda la iglesia.
o El deseo del cristiano genuino y comprometido es el obedecer las demandas
de Dios para llevar el mensaje a los perdidos. En 1ª. Timoteo 2:4 aprendemos
que el deseo divino es que toda la raza humana, sin excepción, sea salva.
Debemos apoyar todo esfuerzo misionero de la iglesia local para alcanzar a los
perdidos; y si la iglesia no tuviere visión misionera, entonces sin necesidad de
que haya un programa de trabajo, cada creyente en lo particular debe tomar la
iniciativa de compartir a Cristo en los momentos que Dios nos permita hacerlo.
III. El Profeta Se Comprometio Con Dios. (V.8)
El profeta tomó la decisión de someterse a la voluntad divina. Dios le dijo claramente a qué tipo
de personas les iba a ministrar, pero no estaría solo, pues la promesa del Señor es que Él
estará siempre con el pueblo que le obedece. También el mensaje que el profeta iba a predicar
no era suave, sino de juicio, pues Dios tenía preparado al Imperio Asirio que sería azote en las
manos soberanas de Dios. O se arrepentían o el juicio divino caería sobre la nación. Como
sabemos, la mayoría no obedeció la palabra que Isaías predicó y en el s sexto antes de Cristo
la nación sucumbió bajo la tiranía del Imperio Asirio.
Conclusión:
Dios llama a sus siervos para que prediquen su Palabra a un mundo en crisis, crisis en todos
los sentidos; puesto que con una simple observación nos damos cuenta que la situación
mundial no mejora, sino que por el contrario, empeora cada día. Antes de llegar a la debacle
final, Dios llama a sus siervos comprometidos para que anuncien el único mensaje que trae
esperanza al pecador: Arrepentimiento para con Dios y fe en el Señor Jesucristo.

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