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Destinos

encadenados
Sara Wood
1º Las hermanas Evans

Destinos encadenados (1996)


Título Original: Tangled destinies (1996)
Serie: 1º Las hermanas Evans
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Julia 753
Género: Contemporáneo
Protagonistas: István Huszár y Tanya Evans

Argumento:
Quizá, después de todo, István no fuera su hermano. Él así lo aseguraba, y
Tanya quería creerlo porque eso explicaría aquella oscura atracción que
sentía por István.
Habían crecido juntos en Devonshire. Ella lo había idealizado… hasta que
descubrió que él había seducido a su mejor amiga. Ahora, cuatro años
Sara Wood – Destinos encadenados – 1º Las hermanas Evans

después, ambos estaban en Hungría para asistir a una boda, e István


esperaba que Tanya quisiera escuchar su versión de la historia, y aceptar
que el único hombre al que ella había amado, no era un amor prohibido.

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Capítulo 1
—Estás obsesionada con István —exclamó Mariann en tono airado—. ¡Por
supuesto que no va a estar allí! ¿Él, asistir a una boda?
Tanya bajó la cabeza de pelo castaño y se colocó detrás de la cola que avanzaba.
El recuerdo de István le asaltó con más fuerza.
—Quizá —dijo ella y frunció el ceño—. István siente debilidad por Lisa —sus
labios permanecieron cerrados para ocultar ante su hermana que fue algo más serio
que eso: una explosión de pasión momentánea con consecuencias terribles que
dividieron a la familia.
—István jamás ha sentido debilidad por nadie —se burló Mariann.
—Corazón y mente de piedra —estuvo de acuerdo Tanya y trató de convertir
en una broma sus temores—. Bueno, si llega a presentarse, supongo que podré hacer
que cambie su cara de palo por algo más humano.
—¿Tú? —exclamó Mariann riéndose—. ¡Tú no le harías daño ni a una mosca!
Tanya sonrió levemente y el verde de sus ojos castaños claros se intensificó
hasta que el marrón desapareció por completo. No, por lo genera! ella no le hacía
daño a ninguna criatura viviente, pero con István haría una excepción y con gusto lo
aplastaría de un golpe.
—Me niego a pensar más en él —exclamó con decisión y dejó aparecer una
sonrisa—. ¡No cuando hay una boda de cuento de hadas en perspectiva! —Tanya se
animó. Su hermano John se casaba con Lisa, su mejor amiga. ¿Qué podría ser mejor?
—. ¿Te imaginas que den la recepción en un castillo húngaro? ¡Nada podría ser más
romántico!
—O más caro —comentó Mariann en tono seco—. A menos que a él le hagan un
descuento por trabajar allí. Bueno, ya que John tiene tanto dinero con su nuevo
trabajo será mejor que te pague lo que te debe —lanzó una mirada dura a su
hermana—. Tú te apuras demasiado por ayudarnos a todos.
—Eso es lo que se hace por la familia —respondió Tanya con una sonrisa.
—István es «familia». ¿Eso quiere decir que tú… lo recibirás si aparece de
nuevo? —insinuó Mariann con una mueca.
—¡No! Él es diferente —respondió Tanya con seguridad—. Él nos abandonó,
trató a mamá como si fuera basura. A él no lo puedo perdonar.
Los ojos de su hermana relampaguearon.
—No estoy segura de eso. Él era tu ídolo y tú su esclava devota hace algún
tiempo.
—Yo era una niña deslumbrada por su intrepidez. No sabía cómo era en
realidad —respondió Tanya.

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—¿Acaso lo sabía alguien? Todas esas jovencitas llorosas ante nuestra puerta
sólo veían al Heathcliff que galopaba por los brezales. Ninguna de ellas sabía lo
difícil que era en casa.
—¿Por qué hablamos de él otra vez? —se quejó Tanya.
—Tú siempre lo haces —respondió Mariann con delicadeza.
Tanya se ruborizó.
—¡Tonterías! En lo que a mí respecta él no existe —pero pensó que era triste que
la familia no estuviera completa.
—Está bien. Concéntrate en el cuento de hadas. Dales un beso de mi parte a
John y a su novia y empieza a relajarte. Te mereces un poco de diversión.
—Una semana de vacaciones —exclamó Tanya. Le parecía una eternidad—.
Después de la boda de John me la voy a pasar sentada en los cafés comiendo pasteles
y…
—Sonriéndoles a los jóvenes gitanos violinistas.
—No. Fascinando al jefe de John —la corrigió Tanya—. Tengo que apartarme
de los violines y obtener el negocio de la escuela de equitación. Pero quiero
aprovechar al máximo el viaje y explorar Hungría. Oh… la cola se mueve otra vez.
Hasta luego. Te veré en el castillo.
Mariann se inclinó sobre la valla y besó a Tanya con afecto. Dos hermanas tan
diferentes en temperamento y tan parecidas físicamente, con los pronunciados
pómulos húngaros y el abundante pelo castaño.
—¿Sabrán esos húngaros lo que se les viene encima? Espera a que recoja a Sue y
tengan a tres hermanas Evans con quienes lidiar —Mariann hizo un gesto que
provocó que varios ojos masculinos se alzaran—. Ahí vas a estar tú, destrozando
corazones con tus ojos soñadores…
—No con Sue y contigo a mi alrededor —se rió Tanya—. Simplemente dame el
papel de la hermana fea…
La exclamación de Mariann hizo que varios ojos se fijaran en Tanya.
—Mírate en el espejo y observa quién es la más guapa de todas, querida —dijo
Mariann con cariño—. Para cuando Sue y yo lleguemos estoy segura de que ya algún
húngaro muy atractivo te habrá raptado en su caballo blanco. Hasta pronto. ¡Qué
tengas un buen viaje!
La sensación de premonición que había sentido Tanya desapareció ante la
alegría de su hermana. Entonces hizo caso de la promesa que se había hecho a sí
misma y dejó a un lado las preocupaciones. El antiguo romance entre István y Lisa ya
debería de estar muerto y enterrado, pensó ella, de otra manera Lisa no hubiera
aceptado casarse con John, por lo tanto centró sus pensamientos en la boda, dejando
a un lado la molesta idea de que István pudiera aparecer y echar a perder la felicidad
de todos una vez mas.
Al acercarse a Budapest el avión voló por encima de varios edificios de
cemento. El aspecto exterior de estos la hizo pensar en István y en lo frío, duro y

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desalmado que podía ser. Frunció el ceño. Mariann tenía razón… ella estaba
obsesionada con el recuerdo de él.
Le sudaron las manos. Quizá tenía razón en preocuparse. Después de todo
István se fue a Hungría cuando desapareció cuatro años antes. Quizá hubiera visto
algún anuncio acerca de la boda. Y él se vio obligado a dejar a Lisa.
Con un nudo en el estómago. Tanya pasó por la aduana, ocultando sólo lo que
pasaba dentro de su cabeza: ¿István estaría allí? Dos manchas rojas colorearon sus
prominentes pómulos eslavos y su paso se volvió más rápido, casi como si la
posibilidad de verlo la llenara de energía. La multitud estaba parada detrás de la
barrera, agitando las manos, gritando, riendo… pero allí no estaba István.
—¡Gracias Dios! —murmuró ella y después frunció el ceño ante la extraña
sensación de pérdida que siguió a esa comprobación. Ningún par de ojos cínicos se
fijaban en ella. Ninguna boca dura y masculina se torcía con desprecio de hermano.
—¡Tanya! —gritó una voz con alegría.
—¡John! ¡John! —respondió Tanya, aliviada—. ¡Qué alegría me da verte! —
abrazó a su hermano, y los latidos de su corazón volvieron a ser casi normales.
—¡Bienvenida a Hungría, mi querida Tan! ¡Verás que fiesta tenemos para esta
tarde! —exclamó John con entusiasmo.
Una sonrisa dulce iluminó el rostro de Tanya.
—¿Una fiesta? ¡Qué divertido!
—¿Cómo está papá? —preguntó John mientras se hacía cargo del equipaje de su
hermana.
—Mucho mejor de salud, aunque la artritis está peor. Te manda su amor y sus
bendiciones —respondió Tanya.
—¿Estás segura de que puedes hacerte cargo de él?
—Por supuesto —le aseguró ella.
El padre de ellos se convirtió en un alma en pena cuando su esposa murió
cuatro años antes. Era como si la luz lo hubiera abandonado, y Tanya envidiaba pero
a la vez temía un amor como ése.
Su padre se jubiló a edad temprana por motivos de salud y se volvió hacia ella
en busca de compañía y comprensión… quizá de alguna manera como un sustituto
de la madre de ella. El rostro de Tanya se suavizó. Ella había deseado toda su vida
tener una relación estrecha con su padre y aquello también fue un consuelo para ella,
ya que su propia pena era demasiado para sobrellevarla sola. Necesitaba alguien a
quien querer. Un propósito en la vida más allá que simplemente existir. La muerte de
su madre ocurrió sólo tres meses después de la desaparición de István y el doble
golpe la dejó completamente insensible.
Durante una reunión de familia. Tanya convenció a sus hermanas de que tenía
sentido que ellas continuaran sus carreras en Londres dado que ella podía trabajar
desde su casa. Fue ella quien persuadió a John para que siguiera a Lisa a Budapest
para darle su apoyo económico, pues le explicó que sería muy cruel que se
interpusiera en el camino de su hijo.

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John le dio un apretón en la mano a Tanya.


—Más tarde llamaré a papá por teléfono. No hay tiempo que perder, Tan. El
camino es largo… ¿Pasa algo? —preguntó John cuando Tanya titubeó.
—Yo… yo me preguntaba… Es una tontería, pero tenía la horrible idea de que
István iba a aparecer como Drácula de la tumba para clavarnos los dientes —Tanya
se rió al comprender lo tonto que era aquello.
El amable rostro de John palideció.
—Que lo intente —murmuro con tristeza—. Lo golpearía en la cabeza con un
martillo para meterlo de nuevo en el agujero de donde salió. ¡Bastardo!
—¡John! Él es nuestro hermano —intervino ella con delicadeza mientras se
apresuraba para mantenerse a su lado. John odiaba a István. Si él llegaba a saber lo
que éste le hizo a Lisa, quien sabía lo que podía ocurrir.
—¿Hermano? A veces me lo pregunto. Sólo porque papá es vicario y porque
mamá era tan decente no dudo de ese parentesco.
Tanya asintió con gravedad. Ella también sentía que István era distinto. No se
parecía a nadie de la familia.
—Un tanto fuera de lugar, ¿no te parece? —pero más que fuera de lugar era
inquieto, distante. Y un poco salvaje. Tanya sonrió al pensar en lo tentador que fue
todo eso para las chicas de la aldea de Widecombre.
—¿Recuerdas cuando lo llamaron gitano en el colegio?
Tanya hizo un gesto ante la referencia al aspecto moreno, de tipo gitano de
István. En alguna ocasión ella pensó que aquello era una evidencia de que él no era
parte de ellos. Una tontería dado que sus padres eran los mismos, pero él era tan
diferente en su aspecto y en su forma de ser.
—Sí, lo recuerdo. Sólo lo hicieron en una ocasión —le recordó Tanya a su
hermano—. ¡Y qué pelea resultó! Daba miedo ver a István en pleno ataque.
—Él tiene el carácter de un perro rabioso —comentó John con un gesto—.
Bueno. ¿Por qué siempre hablamos de ese bastardo? ¿Qué me cuentas de ti? ¿Cómo
va el negocio?
—Difícil —admitió ella—. Todo el mundo se aferra al poco dinero que tienen y
las vacaciones en Francia no forman parte de sus presupuestos. Pero tengo
esperanzas en ese trato con el administrador de tu hotel. Si logro mantener bajos los
precios… tú me has dicho que el costo de la vida aquí es barato… entonces quizá
tenga una oportunidad de salir adelante.
—Tú no tendrías que estar luchando y yo no hubiera tenido que pedirte dinero
prestado si István no hubiera dejado a mamá sin un centavo —se quejó John y metió
el equipaje en el coche alquilado—. No quiero volver a verlo en el resto de mi vida. Si
él se acerca a Lisa te juro que lo mato —se sentó en el asiento del conductor y Tanya
ocupó el del copiloto—. Tengo miedo —murmuró y miró hacia delante.
Tanya sintió un frío de premonición que le recorría la espalda. También ella
tenía miedo.

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—El matrimonio no es tan malo —comentó ella y le dio un puñetazo de cariño a


su hermano.
—Quiero decir que le tengo miedo a István. Tú sabes cómo él y Lisa anduvieron
juntos —John se aclaró la garganta y buscó las palabras adecuadas mientras sus
dedos tamborileaban sobre el volante—. Tengo miedo a las comparaciones… miedo
de que… de que Lisa…
—¡No! —gritó Tanya con fuerza demostrando una convicción que no sentía—.
¡No seas tonto! Por Dios, las cartas de Lisa estaban llenas de descripciones de
vosotros dos paseando por las calles de Budapest y parados en el puente Chain,
agarrados de la mano a la luz de la luna. ¡Ella te ama, John! ¡Sólo una mujer
enamorada escribe esas cosas!
Pero cuando John sonrió y comenzó a hablar acerca de lo maravillosa que era
Lisa, Tanya se preguntó qué sucedería si Lisa tenía la oportunidad de comparar al
estable John con el devastadoramente guapo y despreocupado István. En una
ocasión, Lisa lo amó tanto que…
Tanya se mordió el labio inferior mientras John seguía hablando. Estaba loca.
Lisa y John llevaban nueve meses comprometidos, suficiente tiempo como para
disipar cualquier duda.
Más allá de Budapest la carretera los llevó a través de una campiña exuberante
y Tanya trató de relajarse y de disfrutar de los maravillosos colores del otoño.
Eventualmente salieron de la autopista y viajaron por carreteras secundarias. El
fuerte olor a leña quemada llamó la atención de Tanya cuando pasaron por un
pueblo donde el nido de una cigüeña adornaba el extremo de un poste de telégrafos
y las bombas de agua estaban pintadas de color azul intenso.
—Kastély Huszár —dijo John con orgullo señalando el hotel donde trabajaba
como gerente.
En lugar del castillo con torres que esperaba, Tanya vio una elegante mansión
del siglo dieciocho cuyo tejado inclinado y pequeñas torres brillaban frente a un
fondo de árboles de color amarillo.
—¡Vaya! ¡Qué impresionante! —exclamó ella con admiración y se inclinó hacia
delante cuando John condujo el coche entre dos verjas de hierro forjado—. De mucha
categoría. ¿Y ellos confían en ti para que administres esto? —preguntó Tanya en
broma.
—Yo mismo me sorprendí cuando me dieron el trabajo —respondió John con
una sonrisa—. Mira, Tan, ahí está Lisa.
El coche se detuvo con un chirrido de neumáticos cuando John pisó el freno. El
cuerpo de Tanya se precipitó sobre el cinturón de seguridad pero ella casi no se dio
cuenta. Shock, odio… no estaba segura de qué sentía… ya le habían sacado el aire de
los pulmones.
Junto a la diminuta y rubia Lisa, en la escalera, estaba la figura inconfundible de
István, su hermano mayor. Tanya se puso tensa y de pronto sintió un deseo
incontrolable de saltar y correr en la dirección contraria.
—Sigue avanzando —gruñó Tanya a través de los dientes apretados.

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—¡Dios mío! ¿Qué ha estado haciendo él con Lisa? —John metió la velocidad y
el coche siguió adelante.
Tanya miró el rostro frío y pálido de su hermano. Éste reflejaba sus propios
temores, pero en nada ayudaría expresar lo preocupada que estaba.
—Supongo que ha venido a enterarse de lo feliz que ella se siente por casarse
contigo —comentó Tanya con segundad—. No hay por qué preocuparse. Mantente
tranquilo —lo decía para convencerse a sí misma tanto como a su hermano menor—.
Él es historia. Lisa y tú os amáis Él no puede hacer nada al respecto —rezó porque
eso fuera verdad y se estremeció ante la idea del desastre que István podía crear. El
caos lo seguía a él tan seguro como el día sigue a la noche.
—¡Será mejor que lo haga! Hazme un favor. Mantente ocupado mientras yo
hablo con Lisa y averiguó qué esta ocurriendo —murmuró John.
—¿Yo? —Tanya abrió la boca por la sorpresa. Había jurado no volver a dirigirle
la palabra a István, nunca más. Lo odiaba. Pero John parecía tan alterado que supo
que tenía que aceptar—. Está bien —respondió con calma—. Déjalo de mi cuenta.
—Mira a Lisa. Jamás la había visto tan emocionada —siseó John.
—¿Y por qué no iba a estarlo? Mañana se casa contigo —comentó Tanya, pero
su explicación sonó vacía. Los ojos de Lisa brillaban de… ¿felicidad? ¿Excitación?
Tanya se llevó una mano al puente de la nariz donde un dolor de cabeza
comenzaba a pulsar. István parecía tan inexpugnable mientras esperaba junto a la
inquieta Lisa que la idea de tener que pasar unos momentos con él le resultaba
completamente espantosa. Pero lo haría por John, por su matrimonio y por la
felicidad de su querida amiga.
Le temblaron las piernas y se detuvo para tranquilizarse antes de bajarse del
coche. Pero se retrasó demasiado. La puerta se abrió e István la sacó de un tirón como
si todavía fuera su hermana pequeña, sin prestar atención a que ya tenía veinticuatro
años.
—Bienvenida —murmuró él y puso manos de hierro debajo de las axilas de ella
para levantarla hasta que Tanya gritó por encima el rostro de su hermano mayor—.
¡Eres toda una mujer! —declaró István con admiración.
Furiosa ante aquel insulto a su dignidad, Tanya mantuvo inexpresivo el rostro y
trató de no dejar que los ojos negros de él la turbaran cuando la examinó lentamente
para ver los cambios que los últimos cuatro años habían producido.
—Por favor —protestó ella—, ¡bájame!
Uno de sus zapatos se le desprendió del pie suspendido en el aire, y los ojos de
ella brillaron con furia por la forma en que él la había puesto en desventaja. ¡Él no
tenía derecho a tocarla con tanta familiaridad!
—Veo que el mal genio todavía arde debajo del exterior tranquilo —observó
István con una calma desesperante.
—¡No es de extrañar! —gruñó ella—. ¿De veras crees que puedes causarle dolor
a toda mi familia y que te vamos a dar la bienvenida como si nada hubiera ocurrido?

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—Tanya sintió que el enfado se le escapaba de muy adentro y lo detuvo—. ¡Por


Dios, bájame! —le ordenó—. No soy una muñeca… o una de tus chicas.
Él la obedeció lentamente y sus ojos la retaron como si tuviera algún plan
terrible para ella. Tanya respondió con una mirada fría, y trató de mantener el
equilibrio en una sola pierna. Era consciente de que el corazón le latía con una
excitación aterradora. Parecía como si de verdad ella deseara verse envuelta en una
batalla campal con su hermano. Aquello no era apropiado para la hija de un vicario.
—Permíteme —murmuró él mientras se agachaba para recoger el zapato y
después ponérselo en el pie—. Vaya, estos no se encuentran en las tiendas de saldos
—dijo István mientras acariciaba la piel.
«¡Pues no!», pensó ella, divertida. «Y tampoco el vestido»: lo había comprado
para impresionar al jefe de John.
En ese momento, le falló el equilibrio y se vio obligada a apoyar una mano en el
hombro de István. Se dio cuenta de que él tenía muchos más músculos que cuando se
marchó… y aun entonces ya tenía muy buen cuerpo.
—¿Y? —preguntó Tanya.
István sonrió levemente.
—Pues que sé que no tienes mucho dinero…
—¿Quién te lo ha dicho? —lo interrumpió ella.
—Lisa —respondió István con una sonrisa cuando Tanya apretó los dientes
para contener una exclamación de sorpresa.
—Habéis estado hablando de mí —dijo ella.
—Entre otras cosas ella me ha dicho que tú le prestaste a John el dinero para
que viniera aquí a buscar trabajo. Supongo que eso te dejó sin ahorros. Espero que no
te hayas endeudado.
—No —Tanya pensó en dejar las cosas así, pero la ceja levantada de él le indicó
que su hermano esperaba una respuesta y se la dio—. Un hombre se mostró generoso
conmigo —explicó ella pensando en el anciano administrador de la tienda de Exeter
que le hizo una rebaja en el traje.
—¿Una relación en serio? —murmuró él.
La verdad era que ella no estaba interesada en nadie.
—Sí, muy en serio —respondió Tanya—. ¿No te lo ha dicho Lisa?
István entrecerró los ojos como si esa noticia lo molestara.
—No, no lo ha hecho. Tengo que admitir que me sorprende que algún hombre
haya logrado traspasar tus defensas.
Él parecía ser mucho más masculino que antes y Tanya frunció el ceño ante
aquel descubrimiento.
—El puente levadizo se baja en algunas ocasiones —comentó y se encogió de
hombros.

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Las largas pestañas de István se agitaron y detuvo la mano un momento sobre


las medias que el padre de Tanya le había comprado, y ella se retorció con
indignación ante el contacto.
—Extravagantes… Espero que también le hayas sacado ropa interior de calidad
—ronroneó István.
Tanya se ruborizó.
—¡Me parece que no es el tipo de preguntas que debe hacerme mi hermano! —
exclamó sorprendida.
—Estoy de acuerdo —respondió él con sospechosa amabilidad—. Tienes razón.
No es de hermanos —hizo una pausa y la contempló con una gran sonrisa en el
rostro.
«Ese secreto una vez más», pensó Tanya intrigada.
—Sólo los vendedores de ropa interior o los amantes hablan de la ropa interior
en voz baja y apasionada.
Los ojos de él se burlaron de la expresión de ella.
—Lo sé, lo sé —murmuró István —, no es correcto que tu hermano se interese
por lo que está escondido debajo de esa barrera de lino azul. Quizá yo no sea tu
hermano después de todo —sugirió él con inocencia.
—¡Vaya esperanzas! —exclamó Tanya con amargura—. Veo al mismo fanfarrón
arrogante, la misma cara burlona, escucho la misma crueldad cínica en tu voz y me
siento avergonzada de que tengamos la misma sangre. Desafortunadamente no has
cambiado.
—Creo que descubrirás que sí he cambiado —dijo István de manera enigmática.
—La esperanza nunca muere. Ahora devuélveme mi pie —exigió ella al sentir
que el contacto de la mano de él en su pierna le resultaba muy molesto. ¿Qué era lo
que le molestaba de él?—. He venido aquí a ver a Lisa y no a quedarme parada como
una cigüeña.
István la estudió impasible durante un momento mientras le acariciaba el
tobillo y Tanya sintió que un leve estremecimiento la recorría aunque no tenía frío.
—Tus pies son más bonitos que los de una cigüeña —comentó él—. Más suaves
y más sexys…
—¡István! —protestó ella.
Él sonrió, le soltó el pie y se levantó lentamente hasta quedar por encima de ella
otra vez.
—Te lleva de regreso al pasado, ¿no es así? Yo desabrochándote las sandalias a
la hora de dormir mientras cantaba alguna canción tonta…
—¡Basta! —lo interrumpió ella, apartando esas reminiscencias.
Tanya no deseaba recordar. István se ganó la adoración infantil de los demás
cuando les cantaba canciones de cuna en un idioma extraño que ellos pensaban que
él se había inventado. Claro que era húngaro. Tanya nunca comprendió por qué su

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madre le enseñó su lengua materna sólo a István. Todos eran mitad húngaros pero su
madre sólo le habló de su pasado a él. A los demás siempre los desanimaba cuando
ellos mostraban interés por su tierra natal. Aquello era un favoritismo, pensaba ella.
Tanya tenía la sensación de que él la tenía acorralada, por lo que dio un paso
hacia atrás y se apoyó en el coche. Volvió la cabeza para ver si John ya había hablado
con su novia, pero para su disgusto vio que aparentemente él y Lisa discutían. Y para
aumentar su ansiedad, István apoyó las manos sobre el coche a ambos lados de ella y
se inclinó hacia delante en lo que parecía ser una intimidad amistosa pero que
produjo en Tanya desconcierto, pues se sintió atrapada.
—Quería recordarte los buenos tiempos —explicó István en voz baja.
—Que no fueron muchos… y que quedaron totalmente eclipsados por los
malos —murmuró ella y se echó hacia atrás—. ¿Por qué recordar cosas que más bien
desearíamos olvidar?
—Estoy tratando de prepararte —dijo István de manera enigmática.
—¿Prepararme para qué? —preguntó Tanya, suspicaz.
—Para los cambios —respondió él—. ¿Interesada?
Ella hizo una mueca.
—¿En ti?
—Pensé que quizá lo estuvieras —comentó él con calma—. Desde el momento
en que pudiste gatear sentiste celos de los secretos que yo compartía con Esther —
añadió István, utilizando el nombre de pila de su madre como hacía siempre.
—A ninguno de nosotros nos gustaba que tú te encerraras con mamá durante
dos horas diarias —comentó ella con frialdad—. ¿Qué es lo que hacíais exactamente?
—Tocar música, hablar.
Ella siempre estuvo en segundo lugar, pensó Tanya con rencor. István siempre
fue el primero para su madre. Eso siempre le dolió a Tanya.
—Mira. István —comentó ella con voz dura—. Debes tener alguna idea del
revuelo que provocaste cuando desapareciste y de lo que le hiciste a nuestra familia.
Esta es una ocasión feliz, no te queremos aquí.
—Tengo una invitación —respondió él y se echó un poco para atrás dándole a
Tanya espacio para moverse—. ¿No es así, Lisa? —gritó entonces—. ¿Verdad que tú
me has invitado?
Tanya lanzó una mirada de incredulidad a su amiga, quien en ese momento se
alejó de lo que parecía ser una gran discusión con John y corrió a abrazarla a ella con
fuerza.
—Oh, Lisa —exclamó Tanya—. Qué alegría volverá verte, pero… ¿por qué
razón lo has invitado a él?
—Espera y lo verás. Por favor, mantén a István ocupado el mayor tiempo
posible —susurró a su amiga—. Estoy tratando de convencer a John de que no lo
golpee —miró a István y se le iluminó la cara antes de correr de vuelta hacia el
furioso John.

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Tanya anotó mentalmente tres hechos desconcertantes: El rostro de Lisa se


había iluminado, István trataba de reprimir una sonrisa y ocultaba un secreto que
Lisa ya conocía. Los presagios no eran buenos.
—Pues con o sin invitación debiste mantenerte alejado —murmuró Tanya con
el rostro tenso por la ansiedad, mientras Lisa alejaba a John cada vez más. La idea de
un buen baño y una taza de té se alejaba cada vez más… pero estaba dispuesta a
soportar las incomodidades si la felicidad de John estaba en peligro—. Eres un
hipócrita por haber venido. ¿Qué te importan a ti las bodas?
—De pronto me siento muy interesado por ellas —respondió István.
—¡Mentiroso! —exclamó Tanya—. Papá tenía razón. A ti te gusta crear
problemas, ver cómo la gente sufre…
—No. Tanya —gritó István—. Papá fue muy injusto cuando dijo eso. No se
mostraba muy racional en lo referente a mí.
Tanya respiró hondo.
—¿Racional? ¿Qué había de racional en la actitud de mamá de darte a ti todo y
nada al resto de nosotros?
El peligroso brillo de los ojos de István se extinguió atando él bajó las pestañas
para ocultar lo que estaba pensando.
—Era… difícil, lo entiendo…
—¡No era difícil, era imposible! —gritó Tanya—, Tú fuiste él primogénito, el
primer varón; quizá exista alguna arcaica costumbre húngara que obligase a mamá a
vaciar su monedero en tu hucha. Pero nosotros lo resentimos mucho —comentó ella
con amargura.
—Mi educación debió costar mucho —estuvo de acuerdo István.
—Cantidades enormes —respondió Tanya con tristeza— Todo exclusivamente
para ti. No en balde éramos pobres. Mamá discutía con papá por la forma en que ella
gastaba su dinero.
—Lo sé. Los oí. ¿Te preguntaste alguna vez de donde sacó tanto dinero Esther?
—preguntó István?
—Ella lo trajo consigo de Hungría cuando era joven —respondió Tanya.
—Y trabajó como ayudante en la vicaría. ¿No te parece que eso resulta un tanto
extraño cuando se tienen tantos ahorros? —murmuró István.
Tanya frunció el ceño. Nunca había pensado en eso.
—A ella… siempre le gustó… estar ocupada…
—Y otra cosa. Ella jamás gastaba el dinero en sí misma. A la única persona a
quien se lo daba era a mí. Todavía más extraño, ¿no te parece?
—¡Eso es injusto! ¿Qué me tratas de decir? —preguntó Tanya un tanto insegura,
preocupada por la actitud extraña de su madre.
—Olvida tu resentimiento. La sensación de injusticia es lo que te dolía. ¿El
dinero era tan importante para ti? —preguntó él.

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—¡No! La injusticia, como dices tú —murmuró ella—, y el hecho de que mamá


estaba fascinada contigo hasta el punto de excluirnos a todos los demás.
—¿Fascinada? —István parecía en desacuerdo—. ¿Alguna vez ella me abrazó o
me besó de la forma en que lo hacía contigo o con John y con tus hermanas?
Tanya frunció el ceño ante la forma en que István se refería a ellos, como si no
se tratara de su familia. Y en cierta manera era cierto. Su padre lo había repudiado.
—Claro que ella… —la voz de Tanya perdió la confianza inicial cuando trató en
vano de recordar algún momento de afecto entre su madre e István—. No —
respondió por fin—. Es más, no puedo recordar ninguna ocasión en que ella te
abrazara.
La sorpresa de ella pareció complacer a István. Algo la hizo pensar que él la
llevaba hacia una conclusión extraordinaria.
—Cada vez tienes más curiosidad —murmuró István.
—No especialmente —respondió Tanya. Pero sí era extraño—. Ningún abrazo
—musitó después de un momento y sintió pena por él.
—¿Por qué crees que eso era así? —preguntó István.
Los grandes ojos de Tanya se levantaron hacia los de su hermano y captaron un
destello de la emoción que éste experimentaba.
—No lo sé. Es inexplicable. Mamá era una mujer muy cálida y cariñosa con el
resto de nosotros. Quizá tú no eras de los que se dejaban abrazar —sugirió Tanya sin
convicción.
—No todos opinaban lo mismo —dijo István en voz baja. Sus ojos se clavaron
en ella pero casi de inmediato cambiaron hacia donde Lisa discutía con John.
Tanya se quedó helada. La implicación era demasiado clara.
—Espero que no vengas a crear problemas —repuso Tanya se alarmó al ver
aparecer una sonrisa malvada en los labios de István—. ¿Lo harás?
—Lo único que he hecho es venir a una boda de la familia —respondió él con
inocencia.
—Tú puedes provocar problemas aun cuando no estas presente —se quejó
Tanya.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Como cuando nunca llegabas a tiempo para las comidas o no regresabas por
las noches a casa —comentó Tanya en voz baja—. ¿No sabías lo que se disgustaba
mama? Nos quedábamos despiertos hasta muy tarde esperándote…
—¡Entonces te preocupabas!
Vaya. Había traicionado la ansiedad que sentía. Lo último que Tanya deseaba
era que István supiera que ella lo había idolatrado.
En otros tiempos la felicidad era hacer todo lo que su hermano mayor hacía.
Como una tonta ella recorrió los maizales, veinte metros detrás de él, víctima de su
propia idolatría por el héroe. Pescaba en el mismo río, cabalgó hasta las mismas

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rocas. Pero, entonces cancelaron sus clases de montar. Y no hay furia comparable a la
de una niña de trece años a quien se le niega su pony.
Y peor aún, István dejó de tolerar aquella adoración y comenzó a gritarle como
si ella lo molestara. Los días de afecto cambiaron casi de un día para otro y se
convirtieron en un rechazo malhumorado. Su propio hermano ya no quería tener
nada que ver con ella y el orgullo hizo que Tanya fingiera que no le importaba.
—¿Yo? ¿Preocuparme por ti? Por Dios —exclamó ella en tono ligero—. Yo sólo
me quedaba para acompañar a mamá —añadió evitando la verdad.
Sabía muy bien lo que su madre debió sentir cuando István no llegaba. Una
ansiedad profunda que era tan dolorosa como un dolor físico. Él muy bien podía
estar tirado en algún barranco después de caer de su moto. O inconsciente al caer de
un caballo. Ahogado en el río. Todavía le molestaban todas aquellas horas de
preocupación innecesaria.
—Todas esas veces que entrabas sin dar una sola explicación o pedir una
disculpa —continuó diciendo Tanya—. Yo jamás pude comprender por qué mamá
toleraba tu falta de consideración, por qué siempre te recibía con los brazos abiertos y
una taza de chocolate y unos bizcochos.
—Bueno, ella me comprendía mejor que el resto de vosotros —comentó István
—. Ella sabía que yo podía cuidar de mí mismo. Y que había veces que yo tenía que
salir y vagar por los brezales o conducir hasta quedar exhausto. No soporto estar
encerrado. Supuse que ya lo sabías. Necesito libertad…
—¿Cómo puedes decir que estabas encerrado? ¡Tenías toda la libertad que
deseabas! ¡Te malcriaron! —gritó ella—. Y tú no nos diste más que dolores de cabeza
a cambio —Tanya miró hacia John y al ver que éste no podía oírla soltó la lengua—.
¡Tú sedujiste a Lisa! ¡Tú pusiste su vida en peligro! ¡Tú!
—¿Sí? Continúa —la aguijoneó István y le brillaron los ojos—. Dilo.
Tanya apretó los dientes. Si hablaba de cuando Lisa perdió el hijo de István
sabía que iba a perder el control de sus emociones. Entonces él tenía veinticuatro
años y debió saber lo que hacía. Lisa diecinueve y tres meses de embarazo. Tanya
tembló.
—¡Tú jamás demostraste el menor sentimiento por la familia! —gruñó ella—.
Por eso no comprendo por qué has venido ahora. No estás aquí para celebrar la boda.
John y tú siempre os habéis odiado —lo que dejaba a Lisa como posible razón, pensó
Tanya con terror—. ¿Qué es lo que te ha hecho presentarte aquí?
—Decidí que tenía que luchar por lo que deseo —dijo István con calma.
A Tanya le dio un vuelco el corazón.
—¡Eso es lo que me temía! —exclamó ella—. István…
—Suplicar no te llevará a ninguna parte. Estoy decido —miró a Tanya fijamente
—. Me niego a dejarme empujar por ti o por nadie más. Yo soy yo. Tanya. Yo decido
ahora y con el tiempo todo se aclarara —se dio la vuelta para marcharse.

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—¿Huyendo una vez más? —gritó ella, casi fuera de control y desesperada ante
las intenciones de él. István se detuvo y Tanya comprendió que había tocado un
punto sensible. Él se dio la vuelta con calma y caminó hacia ella de nuevo.
—Yo no huí —replicó él y la ira subrayó sus palabras— Me fui porque quise.
¿Por qué no lo dices, Tanya? Di lo que tienes que decir de una vez.
Tanya respiró hondo y luchó contra el dolor que destruyó su felicidad.
—Está bien. Tú dices que te fuiste —repitió ella—. Llámalo como quieras, culpa
a quien quieras. Te fuiste sin avisar, sin dejar ninguna dirección… y… y… mandaste
a mamá a la tumba y por eso jamás… te voy a perdonar.
István permaneció inmóvil. Tanya se sintió liberada porque acababa de
pronunciar las palabras que tenía grabadas en el corazón y porque por fin se había
enfrentado a él con la verdad, después de tantos años de tenerla dentro.
Los ojos de István relampaguearon.
—¿Cómo pude yo matarla? —gruñó él—. Yo estaba en Budapest en aquel
entonces.
—¡Pero ella no lo sabía! Tú eras muy especial para ella y desapareciste sin dejar
huellas. Mamá empezó a desmejorar y poco después murió. ¿No te parece obvia la
conexión? —preguntó Tanya.
Los recuerdos hicieron que escapase un sollozo de sus labios. Levantó los ojos
doloridos y vio… compasión.
—Tan… —comenzó a decir él, tenso.
—¡No! ¡No me mires así! ¡No lo quiero! ¡Es demasiado tarde para demostrar
compasión! —gritó ella, ronca—. ¿Qué te importa si mamá se volvió loca porque tú
desapareciste?
—¿Que qué me importa? —rugió él. Y de pronto, con los ojos llenos de fuego.
István la agarró por el brazo y la sacudió con violencia—. ¿.Qué demonios sabes tú
de mí?
Nada, ésa era la pena de todo aquello, pensó Tanya como respuesta silenciosa
antes de que su cerebro dejara de funcionar. El dolor apareció en su cabeza, en sus
brazos magullados, en el cuello que se movía para todas partes.
—¡István, István! —gritó ella.
Afortunadamente István recuperó la calma y se detuvo.
—Veintisiete años… —murmuró con rabia—. Y entre todas las mujeres que
tengo para descargar mi ira, te he elegido a ti.
Así que él quería dañarla. Escuchar que aquel hermano a quien había
idolatrado deseaba atacarla era insoportable. Para su sorpresa las lágrimas
comenzaron a brotar de sus ojos y le corrieron en torrente por las mejillas. Con una
exclamación dura, István gritó algunas palabras en húngaro y después la sorprendió
al estrecharla en sus brazos. Tanya sollozó todavía más fuerte.

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—Yo sé cuánto querías a Esther. Tú hacías lo que podías para querernos a todos
—indicó él. Los hombros de Tanya se estremecieron y él los acarició—. Eres muy
parecida a ella. Leal y con un fuerte sentido del deber.
István le acariciaba el pelo castaño de manera inconsciente y le hablaba con el
mismo tono de voz que utilizaba cuando Tanya era pequeña y necesitaba que la
reconfortaran antes de que, de manera inexplicable, él comenzara a demostrar
disgusto por ella. Deseando recuperar aquellos días y turbada por la delicadeza de él,
Tanya hundió la cara todavía más en el cálido pecho de István.
—Tranquila, Tan. Yo estoy aquí.
Tanya trató de no llorar. Cuando su madre murió ella no derramó una sola
lágrima. Sus hermanas estaban inconsolables y ella las protegió con sus brazos hasta
que se quedaron dormidas, pero Tanya permaneció fría, con sus sentimientos
congelados.
Ella unió las manos sobre el pecho de István. En su cartera tenía fotos de él y de
su madre y le resultó tranquilizador saber que estaban allí. Y ahora él se encontraba
allí y ella estaba en sus brazos, sintiéndose como si hubiera llegado a casa.
La fuerte mano de István le levantó la barbilla y él la miró a los ojos mientras le
secaba la cara con un pañuelo.
—Me alegro de que hayas llorado —comentó él—. Me han dicho que jamás
derramas una lágrima —su mano dudó, su boca se suavizó y Tanya vio en sus ojos
esa luz que no había visto antes—. Estás más etérea que nunca. Jamás te había visto
tan bella, Tanya —murmuró.
A Tanya se le secó la garganta. István tenía un magnetismo animal, una
sexualidad intensa, que hasta ella que era su hermana podía sentir. Lisa sería una
víctima fácil ante aquella fuerza eléctrica que emanaba de él. Sin pensar en las
consecuencias él solía proyectarla para inundar a cualquiera que se cruzara en su
camino con una sorprendente muestra de poder masculino.
La sangre comenzó a golpear en las venas de ella. No hubiera podido moverse
aunque su vida dependiera de ello. István le sostuvo la mirada con la fuerza de su
personalidad y lo único que ella pudo hacer fue observar la increíblemente sensual
boca de él y preguntarse…
«¡Dios mío!», pensó ella con horror. «¿Qué es lo que me pasa con István?»
Y él se lo dijo.
—Yo también lo siento —gruñó él.
—¿Sientes… qué? —preguntó ella con una voz muy aguda y reveladora.
István respiró profundamente varias veces antes de responder.
—Deseo.
—¿Qué estás diciendo…? ¡No! —susurró ella, horrorizada, y su boca apenas
pudo pronunciar las palabras cuando István cerró el espacio entre ellos—. ¡No…
István!
Pero sus palabras fueron incoherentes y él sonrió triunfante.

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—Pobre Tanya —dijo él para tranquilizarla y su cálido aliento le acarició el


rostro—. Creo que será mejor que te libere de tu tortura.
—¡Eres un depravado! Que el cielo te ayude, István —exclamó Tanya y su voz
tembló por la emoción—. Tienes una mente retorcida. ¡Ojalá no estuviéramos
emparentados! Si no hubiera un vínculo entre nosotros… Por Dios, desearía que no
hubieras nacido y que no fueras mi hermano.
—Ese último deseo se te ha cumplido —exclamó él y depositó un ligero beso en
los labios de ella—. No lo soy.
—¿Qué? —rugió Tanya, sorprendida.
—No soy tu hermano —había algo terrible en las profundidades de los ojos de
István, pero su tono de voz era ligero—. Eso abre todo tipo de posibilidades, ¿no es
así?

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Capítulo 2
Los sentidos de Tanya se tambalearon. Por un momento no comprendió lo que
István le estaba diciendo y entonces toda la fuerza de aquella afirmación la golpeó.
Pero para entonces él ya estaba subiendo por la escalera del castillo. Insensible y
paralizada por el shock, Tanya observó la alta figura de él que desaparecía dentro del
hotel.
Pero aquello no era verdad. Era imposible. Era una broma cruel para
atormentarla.
Hubiera corrido tras él si se pudiera mover. Que no era su hermano… qué cosa
tan horrible insinuar… aquello era un ataque a la integridad de sus padres. Y sin
embargo…
Unas voces penetraron en su consciencia. El amargo enfado de John. Los gritos
agitados de Lisa. Tanya comenzó a temblar de rabia cuando se dio cuenta de que
István estaba decidido a echar a perder aquella boda que todos esperaban con tanta
emoción.
Con tristeza, Tanya se obligó a sí misma a descartar la revelación que le había
hecho István como una pura fantasía malévola y a controlar sus sentimientos. Con
Istvan podía tratar más tarde. Esto era infinitamente más urgente. ¡Maldito István!
Odiaba ver a su hermano tan trastornado.
István no se merecía otra cosa que desprecio por su comportamiento. «No soy
tu hermano». ¡Ridículo!, su madre se lo hubiera dicho si él fuera adoptado… ¿o no?
Por lo menos su padre hubiera dicho algo cuando István desapareció. La amargura y
el resentimiento hubieran hecho hablar a su padre. O se lo hubiera dicho
recientemente durante aquellas largas conversaciones.
Tanya apartó todas esas dudas a un lado y ordenó sus pensamientos. Por el
momento Lisa y John la necesitaban. Asegurarse de que la boda siguiera adelante era
el punto más importante de la agenda, aclarar las cosas con István podía esperar…
tenía que esperar.
—Adelante —murmuró Tanya y se dirigió hacia Lisa y John—. Ignora a István
—se dijo en voz baja—. Piensa sólo en la boda.
Pero sonreír le resultó mucho más difícil de lo que esperaba.
—¿Me vas a enseñar el hotel o voy a tener que acampar aquí afuera? —le
preguntó Tanya a John en tono de broma.
—Lo siento… yo… —comenzó a explicar John.
—István y tú no os entendéis —suspiró Lisa y se apoyó en una estatua de
Cupido—. Os he oído discutir.
Tanya la observó con ansiedad. Ahora que István ya no estaba presente, la luz
ya no estaba tampoco en el rostro de Lisa.
—Parece que él y yo vamos a estar siempre con las espadas desenvainadas —
comentó Tanya en tono ligero—. Pero eso no tiene importancia. Haz como si él no

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estuviera aquí. Me muero por enterarme de todos los preparativos. ¿Puedes


encargarte de mi equipaje. John?
Tanya sintió la necesidad de tranquilizar a Lisa, de recordarle a su amiga que
John la amaba, por lo que tomó del brazo a Lisa y la condujo hacia los escalones de la
entrada del hotel. John permaneció muy serio mientras caminaba junto a ellas, así
que Tanya pensó en la manera de romper aquel silencio entre ellos y terminar con
aquel ambiente.
—¡Me encanta la idea de que estéis locos el uno por si otro! —continuó diciendo
ella con entusiasmo—. Me fascinaban tus cartas. Eres una romántica. Las luces en el
Danubio, las cenas a la luz de las velas… ¿No te parece maravilloso casarte con mi
hermano pequeño?
—Maravilloso —respondió Lisa cumpliendo con su deber.
Tanya ocultó una oleada de desesperación. Lisa no parecía muy entusiasmada.
Como si… como si su mente estuviera en otra parte.
—¿Entonces, cuáles son los planes? Yo pensaba ir antes que nada a mi
habitación para deshacer el equipaje —continuó diciendo Tanya, intentando sonar lo
más alegre posible—. Luego os haré a todos un favor y me desliaré de ya sabéis
quién. He pensado que un baño de ácido podría lograrlo, John —comentó en broma.
—No estoy muy seguro —murmuró John con los ojos llenos de preocupación.
Tanya trató de reírse pero no sonó muy convincente. Estaba segura de que Lisa
y John se iban a pelear otra vez cuando estuvieran solos. Y en alguna parte del hotel
ella le iba a estar tirando a la cabeza la vajilla al incorregible István. Vaya reunión de
familia.
—Si no voy a acampar debajo de la estrellas supongo que me vas a instalar en
una oscura bodega —comentó Tanya con fingida alegría.
—Así es. La mejor bodega que tenemos en el primer piso. Lisa está al lado en la
bodega nupcial —respondió John, bromeando y trató de forzar una sonrisa.
—Estupendo —exclamó Tanya con entusiasmo, inspeccionando las ventanas de
arriba. Una figura blanca se retiró de inmediato como si la persona no deseara ser
vista. No era István. Era alguien más pequeño. Probablemente una camarera curiosa,
pensó ella y lo olvidó.
Y mientras subían los escalones del hotel con John tratando de comportarse de
manera normal y enumerando todos los servicios del castillo. Tanya vio que los ojos
de Lisa buscaban algo o a alguien y supuso que debía ser István.
Tanya se estremeció. Él todavía dominaba sus vidas, aun cuando estaba
ausente. Era obvio que Lisa percibía su magnetismo de una manera demasiado
intensa para una mujer a punto de casarse con otro. ¡Pobre John!
—…aquí, en el viejo vestíbulo —estaba comentando John, con orgullo.
Tanya controló sus pensamientos y miró a su alrededor aquella habitación de
techo alto y quedó encantada al ver que su aspecto era justo como el interior de una
exquisita mansión del siglo dieciocho, sin ninguno de los convencionalismos de un
hotel.

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—¡John! —exclamó ella y admiró las paredes cubiertas de espejos—. ¡Estoy muy
impresionada! ¡Qué listo fuiste al conseguir un trabajo aquí! Es bellísimo… sobre
todo las flores y las guirnaldas. ¡Y mira estos muebles! ¡Por Dios, son antigüedades!
—Cada uno de ellos —asintió John—. Todo fue heredado por la condesa, mi
jefa. Es una dama muy agradable. Te caerá bien cuando nos reunamos para hablar
acerca de la escuela de montar. Ella vive en la finca —frunció el ceño. Era obvio que
Lisa buscaba a István—. Voy a buscar la llave y a registrarte —explicó John,
controlando sus emociones.
Tanya esperó a que éste llegara a un escritorio antiguo antes de dirigirse a su
amiga.
—Lisa, no sé qué es lo que pretendes, pero le estás haciendo daño a John —
susurró desesperada—. ¿No puedes ignorar a István ni por un momento?
—¿Puedes hacerlo tú? —respondió Lisa.
—¡No… sí! —Tanya dejó escapar un suspiro de impaciencia—. Me confundes
—murmuró—. ¿Cuánto tiempo lleva István aquí?
—Así que te interesas por mí —le llegó la voz de él desde atrás y de pronto
aparecieron dos docenas de Istváes en el salón, amenazante y tremendamente guapo
desde todos los ángulos.
—Sólo como botones —respondió Tanya de manera cortante, molesta porque
Lisa la abandonó y se dirigió sacia John y porque su corazón cobró vida de pronto.
—¿Botones? No veo ninguno por aquí. Debe ser la hora del café —respondió
István, sin molestarse por el comentario de ella—. ¡Cuánto control tienes de ti misma!
—exclamó él con admiración—. ¿No tienes un par de preguntas que hacerme?
Millones, pensó ella, pero no con Lisa y John cerca. Fingió ignorar a István y
contempló los adornos nupciales que colgaban por todas partes.
—¿Admirando las orquídeas? —preguntó él con calma.
Las flores se hicieron más presentes en la mente de ella. Levantó la cabeza.
—¡Orquídeas! —exclamó Tanya con tristeza.
Un profundo dolor le apretó el corazón. Recuerdos tristes se asociaban con un
ramo de orquídeas blancas que István envió para el entierro de su madre. Su padre
las tiró a la basura, así que el tributo de István jamás ocupó su lugar sobre el ataúd.
Aquello afectó mucho a Tanya.
—Eran las flores favoritas de Esther —murmuró István con calma,
aparentemente sin darse cuenta del drama que se desarrollaba en al cabeza de Tanya.
—Lo sé —respondió ella. Él fue el único que lo recordó. Siempre le regaló
orquídeas a su madre el día de su cumpleaños. En una ocasión ella dijo que le
recordaba las que crecían cerca de su antigua casa en Hungría.
István le tocó el hombro para llamar de nuevo su atención ya que ella miraba
para otra parte. De ninguna manera quería Tanya que él se diera cuenta de que
estaba a punto de llorar.

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—¿Qué te parece Kastély Huszár? ¿Intimidante? ¿Ajeno? ¿Quizá no de tu


gusto?
Contenta de que él hubiera cambiado de tema a algo más mundano. Tanya lo
miró. Si István trataba de infravalorar los atractivos del hotel de John, en ella no iba a
encontrar respuesta.
—Me parece acogedor, agradable y el lugar más bello que he visto —respondió
ella con entusiasmo—. ¿No te parece que John lo ha hecho muy bien?
—Oh, él consiguió un buen trabajo —repuso István.
—Me alegro de que lo admitas —respondió Tanya en tono seco.
—Y yo también me alegro de que tú lo hagas. Quiero que seas muy consciente
de su buena suerte.
La frente de Tanya se arrugó con un gesto de duda.
—Supongo que todas estas afirmaciones profundas y significativas llevan a
alguna parte.
—Eso espero —respondió István y su boca sensual tembló por la diversión—.
Sinceramente eso espero.
Era como si él quisiera que ella lo encontrara seductor, pensó Tanya
sorprendida. Parpadeó, alarmada, dijo lo primero que le vino a la mente:
—Creo que John organizó el vestíbulo muy bien. Un escritorio brillante con
comportamiento para las llaves y personal uniformado estarían fuera de lugar. Con
esos libros, sombreros y otras cosas dispersas por todas partes parece la casa de
alguien —afortunadamente se quedó sin aliento.
—¿Casa? Espero que no como solía ser la nuestra. De ser así habrá lágrimas
antes de la hora de la cena.
Tanya se puso tensa.
—¿Qué es lo que quieres decir exactamente con eso?
—Hablo desde mi punto de vista —respondió István—. Yo encontraba a la
familia muy dividida.
—Tú dividiste a la familia —lo corrigió Tanya.
—Me siento halagado de que pienses que todo fue obra mía —comentó él con
sarcasmo—. Claro que tú eras incapaz de ver los errores de los demás. Todos te
querían, los aceptabas con todos sus fallos y te preocupabas más por los demás que
por ti misma. Tú eras la mediadora.
—¿Lo era? —respondió ella sorprendida.
—Tú hacías un gran esfuerzo por ver el lado bueno de todos y me parece
admirable —le comentó István—. aunque te diste por vencida conmigo.
—No creo que eso sea extraño —respondió Tanya con frialdad. Pero la venció la
curiosidad—. ¿Cuáles eran los defectos de los demás? Los tuyos eran obvios.
—Bueno, a pesar de todas tus insinuaciones jamás lograste modificar la
obsesión que tenía tu madre por mí, o cambiar el hecho de que tu padre favorecía a

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John por encima de vosotras tres. En cuanto a Sue, bueno, nunca cediste cambiar su
pasión por cortar en pedazos cualquier ropa que se encontraba tirada por ahí para
después devolverla completamente rediseñada.
Tanya se rió y después se sintió culpable por haberlo echo.
—¿Y Mariann? —preguntó entonces.
István sonrió.
—Tú te preocupabas demasiado por el hecho de que inconscientemente ella le
enviaba señales a cada hombre dentro de un radio de cien millas. Tenías miedo de
que ella se convirtiera en una mujer caída si tú no la protegías de los jóvenes que la
buscaban. Supongo que jamás se te ocurrió que ellos también estaban impresionados
contigo.
—¡Por supuesto que no lo estaban! —exclamó ella, acalorada—. Mariann es la
belleza, no yo. Y sí me preocupaba por ella, pero parece que ella se toma la
admiración de los hombres como algo natural y no es vanidosa ni promiscua.
A Tanya le sorprendió que él se hubiera fijado en tantas cosas, pues siempre
pareció completamente indiferente a la familia. Todos esos bosquejos de ellos la
hicieron sentirse un tanto incómoda. Era como si István los hubiera observado desde
el punto de vista de un extraño y los juzgará con despreocupación. En todo momento
dijo «tu madre» y «tu padre». ¿Eso sería a propósito o sin querer? De pronto
comenzó a sentir dudas acerca de su parentesco con él.
—¿Tú… tú bromeabas cuando dijiste que no eres mi hermano, ¿verdad? —
preguntó ella con inseguridad.
—No —las palabras vibraron por todo su cuerpo.
De pronto sintió demasiado miedo como para creerlo. Miedo de la forma en que
empezaba a responder, miedo de las emociones que se desataban dentro de ella y
que apartaban a un lado toda cautela.
—¡No puede ser verdad! Mamá nos lo hubiera dicho cuando supo que iba a
morir —exclamó Tanya—. ¡Tú buscas algo! ¿Por qué estás aquí, István? —preguntó
ella con intensidad —. ¡Dímelo!
—Todo a su tiempo. Este no es el momento —le brillaron los ojos—. Cuando te
has separado de alguien y cada cual ha tomado su camino, no apresuras la reunión.
Es una situación que requiere un tratamiento más delicado y menos impulsivo.
Tanya tragó con dificultad ante la amenaza que había en el tono de István. Éste
admitía estar jugando al ratón y al gato y que pretendía ganarse el afecto de Lisa una
vez más. Pero Tanya no pudo protestar como pensó hacerlo porque se dio cuenta de
que John había regresado.
—¿Todo listo? —sonrió ella. Quizá ahora siguiera una discusión fuerte con
István y después ella podría quedarse a solas para tranquilizarse. Tanya le puso una
mano en el brazo a John con afecto—. No te molestes en acompañarme a mi
habitación. Sólo dame la llave. Tú quédate con Lisa mientras este malvado hace algo
útil llevando mi maleta.

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Tanya estaba decidida a lograr que el novio y la novia arreglaran sus


problemas. Mientras tanto, una vez fuera de la vista de todos, ella insistiría en saber
qué hacia István allí.
—Así que ahora empieza la diversión —murmuró István mientras balanceaba
la llave.
—¡Con repique de campanas! —estuvo de acuerdo Tanya mientras hacía
planes.
István tomó la maleta y el maletín de mano y después agarró a Tanya de la
mano con fuerza.
—Vamos arriba a repicar algunas de esas campanas —expresó István con una
sonrisa y tiró de ella a través del suelo blanco y negro con tal velocidad que Tanya
tuvo que agarrarse a él para no caerse.
Iba a torcerse un tobillo si no se soltaba. Con una reacción involuntaria tomó un
delicado jarrón de porcelana de encima de una mesa y se preparó para lanzarlo a la
cabeza de István.
—¡Quieres campanas, pues prepárate a oírlas! —gritó Tanya.
—Error —murmuró él. Ella le había dado tiempo para dejar caer el equipaje al
suelo, agarrar el jarrón y quitárselo a Tanya.
—¿No te parece que se te ha ido la mano? —pregunto István con calma.
Tanya se ruborizó, horrorizada por lo que había intentado.
—Una chica tiene que defenderse —murmuró ella.
—Sí. Pero hazlo de alguna manera que no involucre una de las piezas de
porcelana favoritas de Napoleón —comentó István.
—¿Una qué? —se burló ella—, ¡Basta ya de historias! ¡Tú no puedes saber nada
acerca del contenido de este edificio! Tú sólo has estado aquí… ¿cuánto tiempo?
—El suficiente para conocer el camino —respondió István, evitando la pregunta
de ella—. Espero no haber roto nada dentro de tus maletas —las levantó y las
sacudió un poco—. ¿Un cinturón de castidad? —preguntó él con malicia al escuchar
un ruido—. ¡Dios mío! ¿Qué vas a hacer si está roto? —exclamó y subió deprisa la
escalera dejando a Tanya estupefacta por su comportamiento.
Dado que él tenía su equipaje y la llave de su habitación y que de ella dependía
el deshacerse de él, a Tanya no le quedó otra alternativa que seguirlo. Entonces corrió
por la escalera tan rápido que logró alcanzarlo antes de que él llegara al final.
—¡Tengo el regalo de Lisa ahí dentro! —gritó Tanya, enfadada, señalando la
maleta—. Si lo has roto tendrás que reponerlo. Me ha costado… —se mordió el labio
inferior. Mucho más de lo que en realidad ella podía gastar, pero estaba tan feliz por
su hermano y por su querida amiga. Ahora, preocupada por el descuido de István,
Tanya se sintió más molesta que nunca—. Eres como un huracán —gritó—.
Destruyes todo cuanto hay en tu camino. Destrozas todo lo que tocas…
—Pues a ti te he tocado en varias ocasiones, para sacarte del peligro en que te
metiste y estás bien —observó él, recorriéndola con la mirada de manera ofensiva. Y

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un estremecimiento recorrió el cuerpo de Tanya al ver la profundidad de los ojos


oscuros de István—. Estás entera —comentó él con voz ronca—. Todos los bultos se
encuentran en los lugares apropiados…
—¡István! —protestó Tanya, consciente de que debía estar completamente roja.
Era la primera vez que un hombre la sacaba de su mundo cómodo y ordenado—. ¡No
hables así! —exclamó, molesta.
—Trató de despertarte a la realidad con la mayor delicadeza posible —dijo
István.
—No —respondió ella—. Tú tienes que ser mi hermano. Deja de atormentarme
así.
Los dos dieron la vuelta por el largo pasillo e István le puso un brazo sobre los
hombros a Tanya. Ella se lo sacudió, molesta y en ese momento vio una falda blanca
que desaparecía delante cuando alguien cerró una puerta con fuerza.
—Estás un poco colorada —comentó István.
—Estoy furiosa —respondió Tanya.
—¿Es furia? Pensé que quizá… había tocado algún punto vulnerable en ese
fabuloso cuerpo.
—¡Basta! —rugió ella.
—Cuando lo haga, vas a desear que siga hablando —comentó István con calma.
Tanya se tambaleó. La evidencia se mostraba cada vez más en contra del hecho
de que István era su hermano.
—¡No me toques! —gritó ella, cuando la cálida mano de él la sostuvo. Tanya
apretó las mandíbulas y trató de no pensar en la sensual boca de István.
—Te vas a desgastar los dientes hasta las encías si no desahogas tus
sentimientos —murmuró él.
Los ojos almendrados de ella se volvieron hacia el rostro risueño de él pero se
apartaron una vez más de inmediato. ¡Era demasiado guapo!
Demasiado arrogante. Demasiado… imposible.
—No lo creo —respondió ella con voz fría, decidida a retenerlo—. Para tu
información tengo un armazón de acero dentro de mí.
—El acero es maleable —comentó él y señaló una coraza medieval que colgaba
de una de las paredes para demostrar su afirmación—. Es fuerte y frío al tacto. Pero
caliéntalo lo suficiente y cuando llega al punto de derretirse… —los ojos de István
brillaron—. He ahí una idea —exclamó—. Algún hombre puede llegar y moldearte
de la forma que él desee.
Irritada por la manera en que él siempre retorcía las cosas, Tanya se rió.
—Soy consciente de que eso es lo que tú tratas de hacer con todos nosotros —
gritó ella—. Pero esta vez estamos preparados. Si has venido a…
—Quizá soy un hombre reformado que viene a hacer las paces —comentó
István con calma y lanzó una mirada al perfil de Tanya.

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La mirada sorprendida de ella se encontró con la de él y por un momento


quedó atrapada hasta que reunió suficiente valor para apartarla, incapaz de soportar
el cálido mensaje que vio allí.
Tanya sacudió la cabeza, desesperada por disipar los terribles pensamientos
que se amontonaban en su cerebro. Sus ojos recorrieron los anchos hombros, el pecho
musculoso, las caderas estrechas…
—Y monto a caballo —comentó István de pronto. Tanya saltó, sorprendida.
—¿Debe interesarme? —respondió, molesta.
—Estabas observando mi cuerpo —contestó él—. Pensé que te preguntabas
cómo me mantengo en forma. ¿Me equivoco? ¿Me observabas porque te resulto
atractivo? —sugirió István.
—¡Por supuesto que no! —gritó ella, molesta por esa idea. Las preguntas casi
brotaron de sus labios pero el temor las contuvo. Tenía miedo de saber que sus
padres vivieron una mentira.
—¿Y entonces? —István sonrió y se detuvo todavía sonriendo—. Dado que mi
ropa no es tan especial como para fascinarte y que tú niegas un atractivo sexual, tu
interés debe ser porque te preguntas si soy un fanático de la buena forma física. La
respuesta es que practico todos los deportes que puedo —le comunicó él en tono de
conversación—. Me gusta mantenerme bien porque necesito la fuerza y el vigor.
Quizá sea mejor que no te diga por qué.
—No. Prefiero que no lo hagas —estuvo de acuerdo ella con frialdad.
Fuerza, vigor. Tanya pensó en la facilidad con la que él la levantó cuando se
encontraron fuera del castillo y en otras ocasiones en el pasado cuando él la lanzaba
al aire para quitarle las lágrimas. Él apenas la toleraba cuando ella lo seguía en sus
caminatas como si fuera un perro fiel. Pero si en alguna ocasión ella se hundía en un
pantano en los brezales o se caía al río, István siempre estaba allí para sacarla, curarle
las heridas y cargarla sobre los hombros para llevarla de regreso a donde jugaban sus
hermanas.
Pero entonces ella era más joven y antes de que él comenzara su dominación de
la familia Evans. Aquello le recordó preguntar:
—¿Estás aquí para crear problemas? —insistió mientras István metía la pesada
llave de bronce en la cerradura de la puerta de una habitación que llevaba el nombre
de «Madách».
—Por supuesto —respondió él en tono ligero, como si eso fuera obvio—. Tocar
algunas campanas, exponer viejas heridas al aire…
—Romper uno o dos corazones —se aventuró a decir Tanya.
—Quizá entrar en uno —aceptó él lentamente y Tanya sintió que la columna
vertebral se le convertía en un pilar de hielo al pensar en Lisa y su muy enamorado
hermano—. Tienes suerte. Creo que ésta es una de las mejores habitaciones del hotel
—continuó comentando István cuando abrió la puerta—. Lleva el nombre de un
escritor ramoso…

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—¿El corazón de quién? —preguntó Tanya de pronto sin interesarse en una


explicación acerca de los escritores húngaros.
Hubo un breve silencio mientras él parecía buscar las palabras adecuadas. Dejó
la maleta sobre un estante y Tanya comprendió que István retrasaba la respuesta a
propósito para atormentarla.
Nerviosa, Tanya caminó por la amplia habitación, fingiendo admirar los
muebles de época.
—¿El corazón de quién? —repitió con dureza, incapaz de soportar la espera por
más tiempo.
—Eso depende de cuántas campanas tenga que hacer sonar —respondió István
con una voz llena de sensualidad —. Algunas personas ocultan sus sentimientos con
tanto éxito que nadie sabe si viven angustiadas o si sólo se preguntan si irá a llover.
Otras optan por el peligro de la apertura total…
—Tú no —susurró ella, tratando de controlar los rápidos latidos de su corazón
respirando hondo. Era extraño lo nerviosa que se sentía.
—No, yo no —estuvo de acuerdo István y fue a pararse a pocos centímetros de
ella, lo que hizo que el pulso de Tanya se acelerase.
Desconcertada, Tanya se acercó a sus maletas y las abrió de golpe.
—Algunas personas se preguntarán si de verdad tienes corazón —murmuró
ella.
Él le rompió el corazón a su padre, a su madre, a Lisa y a ella misma, como si
nada los uniera. Sólo sus hermanas, unidas entre sí, resultaron en parte protegidas de
la brutal determinación de István de dominar y aplastar a todos los que le rodeaban.
—¿Se rompió? —preguntó István con delicadeza.
Por un momento y confundida por el tono de él, Tanya pensó que se refería a su
corazón. Se dio la vuelta tan rápido que perdió el equilibrio y él alargó una mano
para evitar que se cayera.
—¡Quítame las manos de encima! —gritó ella, horrorizada por la descarga
eléctrica que la recorrió. «¿Por qué, por qué?», pensó ella.
—Está bien, te pido disculpas por evitar que cayeras sobre tu precioso trasero
—comentó él con calma—. Pensé que querrías conservar esa actitud altiva que has
desarrollado. ¿Está roto? —murmuró él—. ¿Lo rompí?
István se reía de ella. En el fondo de sus ojos Tanya pudo ver destellos de
diversión.
—Si te refieres a mi regalo para Lisa, no, no se ha roto.
—Me alegro. ¿Quieres saber qué le voy a dar yo? —preguntó István con tono
siniestro.
Ante aquella implicación, Tanya sintió que se le detenía el corazón.
—¡No!
—No es ropa interior de seda.

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Tanya apretó los dientes y dijo a través de ellos:


—Espero que no. Deja de insinuar que vas a provocar problemas.
—Antes eras muy curiosa. ¿De veras te es indiferente lo que le voy a dar a Lisa
o tienes miedo de que yo diga algo que no deseas oír?
—Me es indiferente —mintió ella, enfadada—. Y pensé que hasta tú tendrías el
buen gusto de no darle un regalo a Lisa y a John. No creo que quieran acordarse de ti
durante su matrimonio. Y ya que hablamos de esto, es de muy poco tacto el que estés
rondando por aquí en un momento como éste.
—¿Crees que debo marcharme antes de que cause algún daño?
—Sí —exclamó ella.
—Pídemelo de buena manera.
Tanya contuvo una respuesta agresiva. Esa era su oportunidad de suplicar en
nombre de los enamorados.
—Yo… —se mordió el labio inferior. La súplica se le atoró en la garganta.
—Ruégamelo —dijo él lentamente—. Me encantará oír tu orgullo doblegado
por la humildad. Quizá te recuerda tu delicadeza cuando eras más…
—¿Maleable? —sugirió ella con frialdad—. ¡Por Días. István! Lo único que tú
deseas es que las mujeres sean obedientes y que te adoren. Todos tienen que ir detrás
de ti. Sólo porque yo no…
—Me sigues como un perro —añadió István.
Tanya se puso roja y apretó los dientes.
—Cualquier joven que pueda hacer trucos de circo reúne a la gente a su
alrededor, sobre todo en una aldea soñolienta como Widecombe-in-the-Moor, en lo
más profundo de Devon —gritó ella—. En cuanto aprendí a discernir me di cuenta
de que cualquiera que trate de profundizar más allá de tu piel se encontrará con que
no hay nada.
—Divertida, agresiva, incisiva. Muy diferente de la Tanya que yo conocí. ¿Qué
te hace ser tan arisca? —preguntó él.
—La amargura —respondió Tanya. «Me odio a mí misma», pensó entonces.
¿Qué me está sucediendo?
«¿Qué me está haciendo él?»
—Eso te va a destrozar —comentó István—. Acéptalo de alguien que lo sabe.
Experiméntalo pero después sigue adelante con tu vida. No me gusta…
—Bueno —exclamó ella, deseando ser exactamente lo opuesto de cualquier cosa
que a él le gustase—. Me parece bien. ¿Quieres saber qué fue lo que me cambió? ¿En
pocas palabras… tú? —las palabras comenzaron a fluir una vez más; todo lo que ella
sintió y pensó a través de los años pero que le daba vergüenza admitir—. ¡No
soporto la manera en que me siento, me gustaría poder cambiar, pero tú agriaste mi
vida y me volviste amargada! —gritó Tanya.
—Entonces dime cómo —respondió István con el rostro duro y el cuerpo tenso.

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Tanya levantó la cara.


—Me amargué cuando mamá murió. Ella se quedó destrozada cuando tú
desapareciste. ¿No necesito señalar la conexión entre tú y la muerte de ella una vez
más, verdad?
—Ella sabía a donde me había ido —respondió István con suavidad.
Tanya abrió mucho los ojos con incredulidad.
—¿Qué?
—Ella lo sabía —repitió él con seguridad—, y debes de tener cuidado al sacar
conclusiones acerca de la muerte. Verás Tanya, ella se estaba muriendo cuando yo la
dejé.
La reacción compasiva de él golpeó a Tanya con fuerza e hizo difícil que
pudiera ordenar sus pensamientos.
—¡No! —rugió ella—. Si eso fuera cierto querría decir que te lo dijo a ti pero no
a nosotros… —su voz se desvaneció. Sí era verdad, aquello era otro secreto que sólo
él compartió. Tanya se sintió muy herida de que su madre hubiera puesto su
confianza sólo en él.
—Esther no quería preocuparos con su enfermedad hasta que ya no le fue
posible ocultarla por más tiempo. Cuando yo me fui ella se moría de cáncer y ya era
muy tarde para una operación —continuó diciendo él—. Ahora comprenderás que
yo no podría saber la causa de su muerte a menos de que ella me lo dijera antes de
mi partida. Nunca más la volví a ver. ¿No es verdad?
—Lisa te lo pudo decir… —exclamó ella, desesperada por demostrar que estaba
equivocado.
—No —respondió él con calma y algo que vio en sus ojos la convenció.
—Papá no lo supo casi hasta la última semana… ninguno de nosotros lo sabía.
¿Por qué confió sólo en ti? —sollozó Tanya.
—Para convencerme de que me quedara.
Tanya respiró con fuerza.
—¡Oh, Dios! —gimió ella—. ¿Tú lo… sabías y así y todo… te fuiste?
—Tenía que irme. ¿Ahora puedes creer que yo soy tu hermano? —preguntó
István suavemente. Estaba pálido, los altos pómulos eslavos sobresalían debajo de la
cavidad oscura de sus ojos —. Ella quería que yo me quedara y fingiera ser su hijo.
Yo me negué.
Confundida, Tanya caminó hacia la ventana para poder pensar. Su mundo, el
pasado que conoció la asustaba por la forma en que se desvanecía por todas partes.
Apretó las cortinas blancas con fuerza y después se volvió, con los ojos cansados
debajo de las pestañas mojadas.
—Cuando mamá murió yo me volví muy amargada —comentó ella con voz
distante —. Papá perdió el interés por la vida y abandonó todas las cosas por las que
había trabajado… todas las cosas en las que creía como el perdón y el amor por los
demás. Ya no le quedaba energía emocional y perdió su interés por las otras

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personas. Yo también lo amargué —y su odio por István, a quien todos culpaban de


la muerte de su madre, resultó doloroso de presenciar.
—Lo siento mucho —comentó István—. Lisa me ha dicho que tú lo cuidas
ahora.
—Él no da trabajo y además no podemos pagar servicio —Tanya habló sin
resentimiento aunque el cansancio se reflejó en su voz—. Mariann y Sue trabajan en
Londres y envían lo que pueden. La señora Lañe, la esposa del nuevo vicario, cuida a
papá mientras yo estoy fuera.
—La casa es como un enorme mausoleo —indicó István—. Demasiado grande
para que tú la atiendas sola.
—Puedo arreglármelas. Aprendí a manejar mi negocio y la casa por medio de la
organización —respondió Tanya—. Si he perdido la delicadeza, no me sorprende.
Hace falta decisión, valentía e iniciativa… —se detuvo apenada pues vio que István
la observaba con curiosidad.
—Sigue, me interesa tu negocio. Déjame adivinar: ¿Una escuela de equitación?
—No —respondió Tanya—. Vacaciones a caballo. Pensé que Lisa y tú habíais
hablado mucho. Tú sabes muy poco acerca de nosotros —dijo y entonces sintió
deseos de morderse la lengua. ¡Por supuesto que ellos no hablaron acerca de la vida
de Widecombe! István sonrió levemente.
—No tuvimos tiempo. ¿Esas vacaciones son de Dartmoor?
—No —dijo Tanya con orgullo, deseosa de demostrarle que había logrado
triunfar en circunstancias difíciles—. Vendo vacaciones que preparo yo misma…
montando en La Camargue y tours en caravanas de gitanos en Francia.
Nada en el rostro de él indicaba que se sintiera impresionado por aquello o que
lo considerara sin importancia y destinado al fracaso.
—Tengo entendido que es un mal momento para el negocio de las vacaciones
—señaló István en tono casual.
—Yo sigo luchando. Y John está preparando… —cerró la boca de golpe—. No te
diré nada más acerca de mi negocio —indicó Tanya.
—Siempre es buena idea mantener en secreto los planes de uno —estuvo de
acuerdo él.
Entonces, con una leve sonrisa en los labios, István comenzó a revisar entre la
ropa de la maleta antes de que ella pudiera evitarlo. Él levantó unas bragas
diminutas, y arqueó una ceja en señal de incredulidad. Tanya controló su enfado,
pero no pudo reprimir el rubor que apareció en su rostro.
—¿Son tuyas? —preguntó István con fingida sorpresa—. ¿Tú, la hija de un
vicario?
—Déjalas donde estaban —ordenó Tanya, indignada.
—¿Sabes? —comentó él mientras agitaba la prenda de ropa interior en su dedo
—, cualquiera que entrara ahora y nos viera aquí, en tu habitación y a mí con esto en
las manos, se iba a imaginar que tú y yo…

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—¡Oh…! ¡Ni siquiera lo menciones! —gritó Tanya.


—¿Por qué?
—Porque… porque… es…
—Demasiado tremendo como para siquiera pensarlo.
—¡No! —gritó Tanya—. Lo único que quiero es evitar que ni le hagas daño a
John y a Lisa…
—Tú irías hasta el final del mundo por la gente a la que quieres ¿verdad? —
comentó István dejando caer la ropa interior en la maleta. Entonces la agarró a ella de
un brazo y comenzó a frotárselo con la mano de arriba a abajo de una manera muy
turbadora, por lo que Tanya se quedó como paralizada por el miedo—. Tu lealtad es
una característica que puedo aprovechar. Estoy seguro de que estas más que
dispuesta a suplicarme un favor.
—¿Un… favor? ¿Qué tipo de favor? —preguntó ella con sospecha.
—Cualquier favor, con tal de que no eche a perder la boda de Lisa —respondió
István mientras se dirigía hacia la puerta.
Las palabras de él golpearon a Tanya en el estómago con tal fuerza que la
sacudieron.
—¡Espera! —le pidió ella—. ¡No te vayas! István la miró por encima del
hombro.
—¿Estás suplicando?
—No, pero…
—Te vas a arrepentir de ese orgullo increíble —comentó István con calma—. Yo
lo voy a doblegar.
La puerta se cerró antes de que ella pudiera decir nada más.
—¡Maldición! —exclamó ella y abrió la puerta de un golpe—. ¡Vuelve aquí! —le
exigió y le latió el corazón con furia.
—¿Tiene algún sentido mientras tú seas tan intransigente?
—No… no lo soy. Tengo algo que pedirte —murmuró Tanya.
István aceptó mostrando arrogancia en todo su cuerpo, cerró la puerta y se
apoyó en ella.
—Ha llevado menos tiempo de lo que yo esperaba. He esperado este momento
desde hace bastante tiempo —indicó él —. Tú y yo nos vamos a divertir, Tanya. Tú y
yo solos.
—No sé a qué te refieres —respondió ella.
—¿No?
La referencia sexual era bastante clara. Tanya se pasó las manos sudorosas por
las caderas, sintiéndose inmovilizada. En ese momento comprendió que él no podía
ser su hermano.

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—¡No! —la palabra se quebró en pedazos. Luchando por comprender. Tanya se


humedeció los labios resecos y tragó para hacer bajar el horror. Respiró lentamente.
Lo intentó una vez más—. Estás tratando de… de…
La voz de ella se hizo más grave y se desvaneció. Frustrada, se lanzó sobre
István y descargó una serie de golpes sin preocuparle dónde caían…
Hasta que él le agarró las dos manos.
—Creo que lo estoy logrando. ¿Necesitas pruebas? —preguntó István.
Y entonces él la besó. La besó como ella siempre soñó ser besada. Un hombre,
una mujer y fuego. Con sus labios en llamas, como si hubieran sido creados para ese
sólo fin, ese sólo momento, toda su vida centrada en las dos bocas, cálidas y suaves,
delicadas pero ardientes.
Envuelta en la delicia de los brazos de István, Tanya se quejó, luchando contra
su propio deseo. Lo odiaba. Ningún hombre podía compararse con él en lo frío y
calculador.
Los labios de él se movieron suavemente sobre los de ella y Tanya sintió la
desesperación de desear algo que no debía, no podía tener. Él era malvado. No podía
desearlo… eso sería demasiado humillante.
Pero él la mantuvo prisionera y el placer era innegable, la tentación casi
imposible de resistir. István hizo más profundo el beso, apretando su boca contra la
de ella con una pasión que llegó hasta muy dentro de Tanya y despertó todas las
células del deseo sexual en su cuerpo.
Así era como se debía hacer. La boca de un amante debía sentirse así,
totalmente bienvenida, suave como la seda, cálida como el sol… Tanya dejó escapar
un leve gemido de protesta cuando la presión cesó sobre sus labios temblorosos que
formaron un puchero y desearon más.
—Espero que no estés convencida —dijo István —. Estoy listo para darte más
pruebas.
Los ojos de Tanya brillaron con calor. Más pruebas, más besos. Maravilloso.
Con debilidad, ella lo apartó con sus manos y alejó su cara de los labios de él por lo
que el beso cayó inofensivo sobre su cuello. ¿Inofensivo?
Hasta aquel contacto de los labios de István hizo que se le acelerara el pulso y
por fin tuvo que admitir que el calor que había sentido antes fue puro deseo sexual.
Su cuerpo lo comprendió antes de que su mente llegara a esa conclusión.
—¡Basta, basta! —rugió Tanya con voz ronca—. Acepto… acepto que no eres mi
hermano.
—Ah, pensé que estaba demostrando otra cosa —se quejó él hablando sobre el
pelo de ella.
El calor del aliento de István se esparció por el cuero cabelludo de Tanya, quien
apretó los dientes para que el estremecimiento de placer que le recorrió el cuerpo no
dejara ver sus sentimientos. István le volvió la cara y sus ojos la poseyeron una vez
más; la poseyó de una forma tan total que debilitó su decisión.

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Tanya se encontró indefensa y flotando en un mundo de sueños, tan irreal como


los años que pasaron juntos como hermanos. Y ahora… Tanya gimió y luchó en los
brazos de él, sorprendida al ver que István estaba decidido a hacer que aquella
relación fuera todavía más íntima.

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Capítulo 3
El shock y la certidumbre de lo que Tanya temía era demasiado para poder
soportarlo. Y la descarga explosiva de sus sentimientos la pasmó. Ella quería lanzar
la prudencia y el autocontrol al viento. Enterrado su odio por István, parecía existir
un deseo de rendirse al placer de su seducción calculada.
Los besos de él llovieron sobre los labios de Tanya.
—¡Ohhh! —se estremeció ella, indefensa.
—Ya vamos logrando algo —murmuró István con voz ronca—. La eliminación
del primer velo. La seducción siempre debe ser lenta para disfrutarla al máximo. ¿No
te parece?
Tanya casi no escuchó lo que él le dijo. A pesar de su buen sentido ella
abandonó sus labios a él.
—¡Oh, oh, ohhhh! —gimió, sorprendida al ver lo lejos que había llegado él y lo
que le estaba haciendo a su mortificado y a la vez dispuesto cuerpo. Tenía abierta la
chaqueta. István tenía las manos sobre la blusa de ella, tentando a través de la
delicada tela y sosteniendo la redondez de sus senos—, István —protestó Tanya con
voz débil.
—Tranquila —exclamó él, malinterpretando los gritos agónicos de ella. ¿O
quizá él los comprendía mejor que ella?—. Tenemos mucho tiempo.
—¿Tiempo? —murmuró Tanya y echó la cabeza hacia atrás ante el deleite y la
agonía que experimentaba su ansioso cuerpo. István la llevaba hacia el desastre y ella
lo aceptaba. ¿Cómo era posible?—. ¡István! —susurró, deseando que las caricias no
terminaran nunca.
Cada seno se puso tenso bajo las caricias expertas y sutiles de él. La chaqueta de
Tanya pronto cayó al suelo. Ella sabía que debía negarle las libertades que se estaba
tomando. Pero la conexión entre su cerebro y su boca parecía estar bloqueada; sus
manos se ocupaban en palpar la fuerza de los bíceps de István mientras él le
desabrochaba la blusa…
—Oh, no, no —gimió ella cuando reconoció con vergüenza que todo su cuerpo
hambriento conspiraba en su contra.
Con movimientos muy lentos y atormentadores, István abrió la blusa de Tanya
y ella observó la reacción de él ante su cuerpo. En alguna parte de su mente ella se
dio cuenta de que deseaba que él la encontrara bella.
István murmuró algo en húngaro y después exclamó:
—¡Oh, Tanya!
Tanya se sintió halagada. Le causó placer ver que István admiraba su cuerpo.
Sus nervios gritaban «tócame, tócame».
—¡Detente! —exclamó ella con voz ronca.

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—No puedo. ¡Oh, Tanya! —gruñó István con la boca seca por el deseo. Y colocó
sus manos calientes sobre los senos de Tanya.
—¡No debes…! —«apártalo. Rompe el hechizo». ¿Por qué su mente no se
conectaba con su cuerpo? Tanya sabía que se estaba comportando como si no tuviera
moral. István no debía hacer aquello…— ¡Uhhh! —se estremeció.
La presión de los pulgares de István sobre sus pezones hizo que Tanya se
tambaleara. El beso que siguió tembló sobre su boca como si él se sintiera
emocionado por la indefensión de ella.
—¡Demonios! —murmuró István con voz temblorosa.
—No, no, no —murmuró ella de manera poco convincente.
—Es demasiado tarde para jugar —dijo István suavemente.
—¡Yo no estoy jugando! —gruñó Tanya.
—Ni yo tampoco.
—No podemos.
—Claro que sí podemos. No hay nada que nos detenga —replicó él.
Tanya perdió el equilibrio… o más bien él la desestabilizó a propósito y la
suave colcha de la cama los envolvió como en un abrazo cuando los dos cayeron
sobre ésta. Acomodada en aquel calor conspiratorio, Tanya observó asustada y con
los ojos muy abiertos cómo él se inclinaba sobre ella. Su intención fue completamente
obvia cuando István deslizó las manos por los muslos de ella.
—¡No! —gritó Tanya apartándose. Se levantó con piernas temblorosas y buscó
su blusa con desesperación.
Estaba al otro lado de la habitación pero no recordaba haberla arrojado allí. Se
llevó una mano temblorosa a la frente.
István se tumbó en la cama, con una mano detrás de la cabeza.
—¿Tratando de escapar? —preguntó.
La mirada penetrante de István sobre los senos de Tanya hizo que estos se
inflamaran con calor. Demasiado tarde Tanya se dio cuenta de que no estaba cubierta
y cruzó los brazos sobre su pecho al tiempo que se ruborizaba.
—¡Bastardo! —gritó de manera salvaje.
—Ve a buscarla —fue todo lo que él dijo.
Tanya caminó lo más rápido que pudo hasta donde se encontraba su blusa y
trató sin éxito de darle la vuelta al derecho.
—¡Demonios! —exclamó frustrada.
Unos largos brazos la envolvieron. Tanya se puso tensa ante el contacto del
cuerpo de István sobre su espalda desnuda, pero tuvo que permitir que él tomara la
blusa y dejara que la arreglara con calma y se la colocara sobre los brazos, sobre la
espalda y que después le diera vuelta para abrochársela.

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Pero en lugar de hacer lo último, István gruñó y bajó su oscura cabeza. Ella la
tomó entre sus manos y gimió con pasión cuando él cerró la boca sobre un pezón y lo
chupó.
—¡István! —exclamó ella y se estremeció de placer.
—Lo sé —respondió él y se concentró en el otro pecho.
Tanya sintió que sus inhibiciones desaparecían. Su cuerpo tenía vida propia,
una vida alarmante, llena de deseo y deseaba el contacto de István, de su boca, de la
descarga que le prometían sus ojos oscuros. De sus labios brotó un gemido cuando se
dio cuenta de que ya no podía resistir los deseos de su cuerpo por más tiempo, que
las manos, los labios y la lengua de István la llevaban más allá de la cordura.
En el rostro de él había una expresión de felicidad que casi le rompió el corazón
a Tanya.
«Lo deseo», pensó ella, indefensa, «¿cómo puedo culpar a Lisa por dejarse
seducir por este hombre?»
Y llegó a una conclusión más terrible. ¿Cómo podía culpar a István por rendirse
a una pasión incontrolable como la que ella experimentaba? Ahora comprendía
realmente lo que era desear algo… a alguien… más allá de toda cordura. Era la
primera vez que ella comprendía el poder de la pasión.
Lisa, recordó ella. El verdadero propósito de István era seducir a Lisa. A ella
sólo la estaba utilizando. Abrumada, Tanya buscó algo para detenerlo… para
detenerse a sí misma. Y lo encontró.
—¡No sigas, István! ¿Quieres dejarme embarazada a mí también?
La expresión de placer desapareció de golpe del rostro de él. Por un momento
su boca permaneció cerrada sobre el duro pezón. Pero de pronto todo contacto con
ella cesó y cuando levantó la cabeza sus ojos eran duros y fríos.
—Vaya si has cambiado, Tanya —declaró István con voz grave—. Eres una
auténtica arpía.
Descontenta de su comportamiento, Tanya trató de abrocharse los botones que
parecían estar de parte de István al negarse a obedecer.
—¡Sólo porque tú eres un bestia! —gritó ella, sintiéndose desgraciada—. Yo sé
lo que estás haciendo.
—¿De verdad? Entonces supongo que eso me facilita las cosas —respondió
István a punto de perder el control—. Dime qué es lo que estoy haciendo.
—Nada bueno —exclamó ella casi histérica por la humillación—. Estabas
tratando de demostrar algo. ¿No es así?
—Supongo que sí —respondió István lentamente.
—Comprendo —dijo ella—. Veo que eres más peligroso de lo que pensé. Si
puedes vencer rápidamente a alguien que te odia…
—¿Vencer rápidamente? —preguntó István y sus ojos brillaron con una luz
peligrosa. Sus dedos rozaron levemente un pezón y después el otro, haciendo que

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ella se estremeciera, se derritiera—. Sé sincera —murmuró—. El ambiente alrededor


de nosotros ha estado muy caliente desde que sospechaste que yo no era tu hermano.
Tanya se pasó la lengua por los labios resecos. Podría asesinarlo, pensó histérica
mientras lo miraba a la cara. Lo que él necesitaba era algo que le borrara esa sonrisa.
—¡Porque estaba furiosa! —respondió ella de manera desafiante—. Tú te me
acercaste cuando yo apenas estaba enterándome de algo que debía saber mucho
antes. Tú has sido un extraño todos estos años. Me quedé sorprendida y pensaste que
podías tomar ventaja… pero no eres tan listo, István. En cuanto pude pensar con
claridad supe que me estabas besando para demostrar lo irresistible que eres y
después…
—¿Y después qué? —gruñó él—. Bueno, si eres tan telepática léeme el
pensamiento.
—No es difícil —gritó Tanya—. Sé perfectamente que pensabas seducir a Lisa.
—¿De veras? ¿El día antes de su boda? —preguntó él tenso.
—¡Tú eres capaz de cualquier cosa! —respondió Tanya, molesta—. Intentaste
entrar en su habitación…
—La suite nupcial —le recordó él con los dientes apretados—. La misma suite
donde ella y John se quedarán unos días cuando se marchen todos los invitados.
—¿Y eso no le da mucha emoción a tu paladar saciado? —murmuró ella y deseó
no haber ido tan lejos.
La expresión de István permaneció rígida.
—¿De veras crees que podría seducir a Lisa allí, sabiendo que ése será su lecho
nupcial?
A Tanya le palpitó el corazón cada vez más fuerte en los oídos. Miró al
desconocido de ojos duros y boca cruel y trató de compararlo con la persona que en
algunas ocasiones mostró algo de bondad por ella cuando era niña. La ira hacía que
él contrajera los músculos cada vez más.
Tanya recordó la puerta que István derribó de un golpe cuando su padre le
prohibió salir durante una semana.
—Recuerdo los tres días antes de que te fueras —dijo ella con un susurro
tembloroso—. Te peleaste con mamá. No querías hablar ni comer. Te sentabas ante la
mesa como si fueras de hielo y mamá te rogaba y suplicaba, pero no surtía el menor
efecto. Te negabas a responder. Eras indiferente a su sufrimiento a pesar de que
sabías que le quedaba poco tiempo de vida. Sí, creo que eres capaz de cualquier cosa.
István respiró hondo en un obvio esfuerzo por recuperar el control.
—Dios, dame fuerza —una gran cantidad de aire entro y salió de su pecho—,
Tanya —dijo con voz ronca que sonó como una súplica.
—No, no voy a dejar que me arrastres. Vamos a seguir con lo que realmente me
preocupa —exclamó Tanya—. Tú quieres destruir la felicidad de John. Siempre te
molestó que papá lo quisiera tanto. Siempre trataste de hacer que John pareciera un
tonto a tu lado.

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—John trató de ser como yo —respondió István en tono cortante—, y por eso
era un tonto. Él tiene sus propias cualidades y no necesitaba copiar las mías. Nunca
debió tratar de escalar lo que yo escalaba sabiendo que no tenía aptitudes. Jamás
debió intentar domar a los caballos salvajes como lo hacía yo. No en balde se hería
una y otra vez. No en vano Lisa se pasaba la mitad del tiempo limpiándole la
sangre…
—Tú lo hacías parecer poco hombre —se quejó Tanya con amargura.
—Él hizo eso por sí sólo sin ayuda de mi parte. Estaba decidido a jugar mi juego
en vez de encontrar uno propio. ¡Por Dios! ¡Nadie en sus cinco sentidos hubiera
querido cambiarse por mí!
—¿No? ¿El hijo preferido? ¿Idolatrado por todas las mujeres a las que conocía?
¿La envidia de todos los hombres? Bien parecido, inteligente, físicamente hábil y con
todo el dinero que podía desear —señaló Tanya.
El rostro de István denotó sorpresa y Tanya se arrepintió de haber demostrado
sus verdaderos sentimientos al describirlo de manera tan favorable.
—¿Y parecía feliz? —fue lo único que István respondió.
Dolido, admitió Tanya en silencio mirando hacia otra parte. ¿Por qué él siempre
expresó tristeza cada vez que pensaba que nadie lo veía? Había cierta melancolía, un
deseo de algo distante e inalcanzable, un destello del demonio secreto que lo
torturaba. No, él no fue feliz, pero ella no comprendía por qué.
—Me estás manipulando —exclamó ella—. Tratas de llegar a mis emociones.
—Por supuesto. Aunque todo va más lento de lo que pensé porque eres muy
testaruda.
La burla había regresado. Furiosa porque casi la había engañado, Tanya lo
fulminó con la mirada.
—No voy a dejar que me trates como a un peón en tu vida. Y voy a proteger a
Lisa para que no caiga en tus brazos.
—Baja la voz —murmuró István—. Ella está en la habitación de al lado. Te va a
oír.
—¡No me importa! —Tanya por fin logró abrocharse la blusa y fue a por su
chaqueta—. Le voy a decir a Lisa que has intentado hacer. Ella tiene que saberlo.
—¿Por qué no usas sujetador? —preguntó István, ignorando su amenaza.
—¡Ohhh! —furiosa, le arrojó el teléfono—. ¡Fuera! —gritó, y se sintió aliviada
porque István logró esquivarlo.
—Tal nivel de abandono me sorprende —comentó él—. Voy a pensar en eso
durante toda la cena.
—¿Cena? ¿Te vas a quedar a la fiesta? —preguntó Tanya con incredulidad.
—Por supuesto. Lisa me ha dado una invitación. Y pienso sacarle provecho.
Pero mientras tanto, ¿me puedes resolver el enigma de una mujer que trata de
mantener alejados a los hombres y sin embargo va medio desnuda debajo?

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István había recuperado el control de sí mismo y Tanya sabía que ella también
debía hacerlo si quería poder manejar la situación. Frunció el ceño y buscó una
explicación distinta a la verdadera: que le encantaba sentir el roce de los diferentes
materiales sobre su cuerpo, que a pesar de su severidad exterior, le gustaba el hecho
de que la seda o el satén le tocaran la piel.
—Adivínalo —respondió Tanya.
—Ya lo he hecho. La respuesta es el hedonismo —comentó István con calma—.
Las señales siempre han estado presentes. Como… acariciar la crin de tu pony, frotar
la mejilla sobre la suave piel de mi perro, rodar medio desnuda en el campo hasta
quedar cubierta por el polen y por el perfume de las flores.
Tanya se ruborizó de vergüenza.
—Tenía puesto un traje de baño —murmuró—, y sólo tenía trece años.
Trece años. Demasiado joven para saber por qué le gustaba tumbarse en el
campo y sentir la hierba sobre su piel desnuda. Demasiado joven, aun a los catorce,
para saber por qué lo abrazó con tal fuerza cuando István la llevó a pasear en su
moto por primera vez.
Hedonista. ¿De verdad lo era? Eso resultaba preocupante.
—¡Hey!
Tanja se sorprendió al oír el grito de Lisa que venía de fuera.
—Lisa jamás podría ser actriz —comentó István—. Sus entradas están muy mal
calculadas. Entra, Lisa, si es necesario —gritó él.
La puerta se abrió poco a poco.
—Oh —Lisa los miró con ansiedad y le tembló la voz cuando habló de nuevo—.
¿Qué… qué habéis estado haciendo?
—Peleándonos —respondió Tanya con amargura—. No hay nada raro en eso.
—¿Tú usas sujetador? —le preguntó István a Lisa.
—¡Cállate! —gritó Tanya. Con el rostro rojo como un atardecer en verano,
apretó los dientes.
—Tanya no lo usa. ¿Lo mismo sucede contigo, Lisa?
Lisa abrió la boca, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.
—¡Por Dios! —se quejó John apareciendo de pronto en la puerta detrás de Lisa
—. ¡Vamos! ¡La fiesta está a punto de empezar!
—Pensé que ya había comenzado —comentó István y le lanzó una mirada
picara a Tanya—. Nosotros estábamos bien aquí arriba…
—Estaba a punto de ser descalificado por juego sucio —lo interrumpió Tanya.
—Tanya sufre una leve crisis de identidad —explicó István a los demás.
—Sígueme ayudando y el que va a tener una crisis de identidad eres tú, porque
te voy a separar la cabeza del cuerpo —incómoda por el silencio que siguió, Tanya se
pasó una mano por la frente, pero estaba decidida a no culparse—. Estoy un poco

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nerviosa por haberme levantado tan temprano. Necesito lavarme y cambiarme de


ropa.
—Me quedaré a charlar contigo como un hermano mayor —ofreció István.
Tanya le lanzó una mirada fría.
—¿Por qué no te mueres? —gritó ella, sintiéndose tan desgraciada que casi no
sabía lo que decía. Todos la miraron y ella se puso roja de vergüenza.
—Tengo demasiadas cosas que hacer antes —István la miró fijamente—. Pero te
lo advierto. Yo no combato el fuego con fuego. Lo combato con quemadores de
acetileno y cualquier oposición con un mazo —Tanya se estremeció ante aquella voz
suave pero amenazante—. Deja de aceptar sin dudar todo lo que te dicen y pon a
trabajar tu cerebro. Estaré abajo. Supongo que más tarde querrás hablar conmigo.
Hacerme preguntas.
A Tanya la consumía la curiosidad. Todas las preguntas del mundo aparecieron
en su mente ahora que él ya no la distraía con su boca pecaminosa. Pero la vanidad
de él se iba a sentir halagada si ella le preguntaba cerca de su pasado. Iba a parecer
que ella estaba interesada, que le importaba, y eso era lo último que Tanya deseaba.
¿Por qué él siempre la colocaba en situaciones imposibles?
—No te voy a hacer ninguna pregunta —exclamó Tanya con altivez—. Me
importa un bledo quién…
—¡No digas nada más! —le ordenó István de inmediato—. Eso es algo entre
nosotros, así que mantenlo así.
—No hay nada entre nosotros. Ni siquiera sé por qué he perdido el tiempo
contigo.
—Quédate aquí el tiempo suficiente y te quitaré bastantes velos como para que
encuentres la respuesta —respondió él—. Pero mientras tanto lo que te he dicho no
es para que lo divulgues.
—Pensé que todos los miembros de mi familia tenían derecho a saberlo —
comenzó a decir Tanya.
—Pues no. Sólo tú —respondió István en voz baja.
—¿Por qué sólo yo?
Los ojos negros de István brillaron con burla.
—Has sido testaruda y ciega toda tu vida. Sabía que esto era algo que tendrías
que resolver por ti sola, de manera lenta y dolorosa. Por el momento jamás ibas a
creer la verdad si te la digo y te la adorno con guirnaldas.
—No sabía que tú estabas en buenos términos con la verdad —comentó ella y
todos la miraron sorprendidos—. ¡Él me vuelve loca! —gritó Tanya, tratando de
explicar su súbita reacción. John parecía anonadado y Lisa trataba de no sonreír.
István era otra vez el indiferente e indescifrable de siempre.
—Creo que necesitas tiempo para analizar las emociones que has estado
experimentando —comentó István con calma—. Piensa en lo que te he dicho, en las
inconsistencias. Pero te lo advierto, Tanya, si dices una sola palabra de lo que te he

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dicho, voy a provocar problemas como jamás has visto en tu vida. Y sabes que puedo
hacerlo.
El silencio cuando él se marchó resultó ensordecedor. Tanya se quedó mirando
hacia la puerta vacía, y temblando por todo lo que le había ocurrido desde que pisó
tierra húngara.
—¿Qué sucede entre vosotros dos? —preguntó John con el ceño fruncido.
—¡Nada! —murmuró Tanya.
—Tanya… —Lisa se mordió el labio inferior—. No te enfades. Él… grita mucho
pero es inofensivo.
—¡No lo defiendas! —exclamó Tanya—. ¿Cómo puedes hacerlo después de lo
que él…? —se detuvo justo a tiempo, asombrada de que había estado a punto de
recordarle a Lisa su embarazo. Una sensación de náusea le acometió porque casi le
reveló a John el secreto de Lisa. Él no sabía que Lisa perdió un bebé de István—. Mira
lo que él nos está haciendo, Lisa. Ya ha conseguido que nos peleemos.
—Dale una oportunidad —le rogó Lisa—. Pasa algún tiempo con él y…
—¡Tienes que estar bromeando! No soporto estar cerca de él —respondió
Tanya, irritada.
—¡Por favor! ¡Él ha sido muy mal comprendido! —protestó Lisa.
John lanzó una maldición y salió furioso, dejando la puerta meciéndose
violentamente sobre sus bisagras. Tanya se quedó mirando a su hermano con los ojos
muy abiertos, pues comprendió que la influencia maléfica de István ya había
comenzado a tener efecto sobre las vidas de ellos, amargando lo que debían ser horas
felices.
—¡Tonta! ¡Actúas como una idiota! —le dijo Tanya a Lisa—. Vuelve a defender
a István así y te arriesgas a perder a un marido decente y que te ama. Tú sabes cómo
se odian. No puedes ponerte del lado de István sin causarle dolor al hombre al que
amas. ¡István significa proteínas! ¡Echará a perder tu boda simplemente porque no
soporta que alguien sea feliz!
—¡Te equivocas! —replicó Lisa—. Él…
—¡Basta! ¡No soporto que lo justifiques! —gritó Tanya. Parecía que Lisa estaba
decidida a hablar bien de István. Aquello era inexplicable.
—Él fue bueno conmigo…
—¿De veras? Entonces es porque quiere algo. ¡Señor, dame fuerzas! —exclamó
Tanya al ver la expresión triste de Lisa. Sólo había un remedio para eso. Un
recordatorio cruel. Tenía que ser cruel para ser bondadosa—. ¿Ya te has olvidado de
lo que él te hizo, Lisa? —preguntó ella, consciente de que iba a herir a su amiga al
referirse al pasado. Y sin embargo, ¿de qué otra manera iba a poner un poco de
sentido común en aquella cabeza rubia?
—No —suspiró Lisa y le tomó una mano a Tanya—. Es porque recuerdo lo que
hizo por lo que… por lo que te suplico que comprendas que no puedo odiarlo sólo
porque tú piensas que debo hacerlo…

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—¡Tú lo amas! —murmuró Tanya, sorprendida.


—Sí… no… quiero decir… —respondió Lisa, confundida.
—¡No me lo digas! —exclamó Tanya—. Creo que no deseo escuchar nada más
—tragó con dificultad preparándose para la terrible verdad—. ¿Y tu boda con
John…?
—Eso no está en duda —dijo Lisa con tristeza—. Por supuesto que me voy a
casar con él.
Tanya se mordió el labio inferior con fuerza. ¿Un matrimonio sin amor? ¿O de
veras ella amaba a John y era sólo la presencia deslumbrante de István lo que hacía
enloquecer a Lisa? Tenía que hacer todo lo posible para cerrar aquella brecha.
—Escucha —le rogó Tanya con urgencia—. István está metiendo una cuña entre
nosotros… de manera intencionada o no. No puedo permitir que eso continúe. Las
dos estamos exaltadas y él lo sabe. Tú estás a punto de casarte, yo… abrumada.
—¿Por qué? —preguntó Lisa.
No tenía sentido preocupar a su amiga con las revelaciones de István.
—Problemas con el negocio —respondió Tanya—. Estoy muy preocupada.
—¡Oh, Tan, lo siento mucho! —dijo Lisa con un suspiro.
—Estoy segura de que a la larga todo saldrá bien. No se ha perdido todo. Aquí
tengo algunos proyectos maravillosos gracias a John —le confesó Tanya—. Él está
trabajando para conseguirme los derechos exclusivos con una escuela de equitación
de Lippizaner. Pero no lo comentes. No quiero que a alguien más se le ocurra la
misma idea. Pasemos algún tiempo juntas y seremos las mismas de antes —sugirió
ella, tratando de mostrarse alegre y positiva. También sería bueno mantener a Lisa
vigilada—. No podemos permitir que la novia esté disgustada. ¿Verdad? Sue y
Mariann llegarán muy pronto. No dejes que ellas se vean envueltas en este lío que
István está creando. Por favor.
Tanya pensó en la amistad que las había unido desde que eran muy pequeñas.
Esa amistad era lo único que István no había destruido. Pero ahora la atacaba
también. Nadie podía respetar a un tipo así.
—Yo te quiero mucho, Lisa —dijo Tanya en voz baja—. Tú siempre has sido
como una de mis hermanas. Hemos compartido tantas cosas. ¡No dejes que nada
cambie eso!
Lisa la abrazó.
—Por supuesto que no, Tanya —respondió ella con un sollozo—. No me
sorprende que estés alterada. Ponte ese vestido blanco del que me hablaste en tus
cartas e impáctanos a todos. Te prometo que ésta va a ser una noche para recordar —
dijo Lisa en un tono más positivo—. ¡Vamos a divertirnos!
—Claro —Tanya se secó una lágrima y logró sonreír—. Vamos a demostrarles a
los magiares cómo se divierten las chicas de Devon.
A Lisa le brillaron los ojos.

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—Y haz las paces con István —le rogó a Tanya—. Trata de comprender su
punto de vista. Sé que no quieres hablar de él, pero… oh, Tan, él significa mucho
para mi.
—Lisa… —comenzó a decir Tanya a manera de advertencia.
—No. Escúchame hasta el final. Una vez él hizo algo muy generoso que sabía
que le iba a perjudicar.
—¿Qué? —preguntó Tanya. Lisa bajó la cabeza.
—No te lo puedo decir. Eso le corresponde a él.
Un secreto. Lisa e István tenían un secreto. Tanya frunció el ceño.
—Dudo que lo haya hecho de manera desinteresada. Debió tener razones para
hacerlo. Además, nada podría empeorar su reputación. ¡Tonta! Creo que todavía
sientes algo por él.
—Lo admiro —respondió Lisa—. Y te pido este gran favor. Para mí es muy
importante que no os peleéis esta noche. ¿Me lo juras?
—Nada echará a perder esta noche encantadora —le prometió Tanya.
Pero cuando Lisa se fue ella se sentó en la cama y descubrió que era incapaz de
hacer nada. Demasiadas cosas le daban vueltas en la cabeza. Lisa todavía defendía a
István a pesar de que él la sedujo sin pensar en las consecuencias.
Tanya recordó la llamada de auxilio que recibió de Lisa cuatro años antes.
Cuando llegó se encontró con su querida amiga en la cama retorciéndose de miedo y
de dolor. El grito histérico de Lisa resonó en sus oídos una vez más: «¡Voy a perder a
mi hijo! ¡El hijo de tu hermano!»
Tanya apretó los puños hasta que se le clavaron las uñas en la piel. Fue horrible
contemplar la angustia de Lisa y para Tanya aquello fue la gota que colmó el vaso en
lo que a su efecto por István se refería.
Fue ella quien llamó a la ambulancia y a los ancianos padres de Lisa, ahora ya
muertos. Fue ella quien hizo ir a István, quien después de hablar en privado con Lisa
repitió el deseo de ella de que nadie supiera lo ocurrido. John jamás se enteró de
nada.
Los padres de Lisa presionaron a István para que se alejara de allí y Tanya
también presionó en ese sentido. Él se había comportado de manera irresponsable.
Lisa era joven e inocente y él se aprovechó de ella.
En aquellos días Tanya pensó que la posición de su padre como vicario iba a ser
insostenible si aquello era conocido por todos. La ironía era que no hubiera
importado. ¡István no era un miembro de la familia después de todo! ¿Entonces…
quién era él?
Tanya se paseó por la habitación muy inquieta, haciendo lo que István le había
sugerido: pensando las cosas a fondo. Él debía de ser húngaro; todas las señales así lo
indicaban. ¿Podría ser parte del pasado desconocido de su madre?
Pero sin embargo no tenía sentido. Aparentemente su madre se hizo cargo del
hijo de una mujer húngara y lo presentó como suyo. ¿Por qué? Dado que su madre

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debió llegar a Inglaterra con el niño, entonces su padre también tomó parte en el
engaño. Pero lo más extraordinario era que sus padres no le dijeron la verdad
muchos años antes.
Tanya se preguntó cuándo lo supo István y si era por eso por lo que siempre se
mantuvo tan distante. Pero por más que se exprimía el cerebro no pudo explicarse
por que gastaron tanto dinero en su educación.
Tanya se apoyó en la cabecera de la cama, con el cerebro vacío e incapaz de
poder desenredar aquel lío. Estaba demasiado apabullada por todo lo ocurrido para
poder pensar correctamente. Se prometió a sí misma hacerlo más tarde. Cada cosa en
su momento.
Y en cuanto al beso… Tanya se negó a examinar el hecho de por qué se sentía
tan emocionada de saber que no había ninguna relación de sangre con István y se
dispuso a colocar su ropa antes de ducharse.
Con movimientos rápidos, se puso el vestido ajustado que marcaba su cuerpo
de una forma tan atractiva. Sonrío con amargura mientras se ajustaba los tirantes.
Tanya bendijo a Sue por hacerlo tan bien. La tela de algodón blanco favorecía mucho
su piel dorada, las dos aberturas a los lados parecían discretas hasta que ella se
movió y entonces…
—Tonta —exclamó en voz baja—. Él va a pensar que lo estás provocando a
propósito.
Le daba igual, se iba a poner lo que se le antojara, pensó Tanya, y se iba a
divertir mucho. Después de todo sus dos hermanas iban a vestirse de manera
despampanante.
Y en lugar de recogerse el pelo en un moño como tenía planeado, lo hizo de una
manera casual y dejó que algunos mechones cayeran sueltos. Tenía un aspecto muy
sensual. Su risita nerviosa fue interrumpida por una llamada a la puerta.
—¡Entra, Lisa! —gritó Tanya decidida a hacer reír a su amiga también—. Mira
esto… —se interrumpió cuando vio a István. Él la examinó con ojos hambrientos y el
deseo que apareció en su mirada provocó un caos en el cuerpo de ella.
—Lo estoy viendo —exclamó István lentamente—. Con todas las células de mi
cuerpo. Pero es un tanto difícil de soportar.
—Yo… yo…
Tanya lo miró, deslumbrada por su aspecto. Se lo comió con los ojos desde el
pelo sedoso y el bien cortado smoking hasta los zapatos brillantes.
—De pronto hace mucho calor aquí. Hace que se sienta uno débil —comentó
István recorriendo el cuerpo de Tanya con la mirada.
—No especialmente —respondió ella, pero su intento por sonar casual falló por
completo, ya que él contemplaba con interés la parte descubierta de la pierna de ella
como si fuera a… Inmediatamente, Tanya retiró la pierna y adoptó una postura más
apropiada—. Si te imaginas que me he puesto esto para atraerte, estás muy
equivocado —comenzó a decir Tanya, temblorosa.

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—¿Qué otra explicación puede haber? Tú no conoces a ningún otro hombre


disponible aquí —razonó él con burlona arrogancia—. ¿Debo entender que te estás
ofreciendo… a cualquiera? —añadió István con insolencia.
—¡Por supuesto que no! —farfulló Tanya—. Tú eres el promiscuo, no yo. Tú
eres el hombre que dejó embar…
Con dos pasos István llegó junto a ella y la agarró de la muñeca con fuerza.
—¡Por Dios! —gritó él—. Vuelve a decir eso y de veras voy a perder la
paciencia. Ojalá nunca… —se detuvo, irritado.
—¡Yo también! —gritó Tanya.
—¡Maldita seas! —murmuró él entre dientes.
El color castaño claro de los ojos de ella se tomó verde por la angustia.
—¡István, vete de aquí antes de que sea demasiado tarde! —gritó Tanya,
llorando—. ¡Deja a Lisa en paz! ¡Déjame a mí en paz!
—No puedo —murmuró él con voz dura—. Hay algo que debo hacer.
—¡No! —se quejó ella, segura sin lugar a dudas de que él pretendía hacerle el
amor a Lisa esa noche.
Pero István la hizo callar con sus labios. Le echó la cabeza hacia atrás y apretó
su boca sobre la de ella en una demostración de pasión fuera de control. Entonces la
soltó.
Jadeando, Tanya lo miró y se llevó la mano a la boca herida. Un torbellino la
había golpeado una vez más. István.
—¿Fácil, verdad? —se burló él—. Yo hago lo que quiero, obtengo lo que quiero.
Siempre lo he hecho y siempre lo haré. Y muy pronto. De eso puedes estar segura.
Tanya tragó con dificultad y clavó los ojos en los anchos hombros de István,
bien delineados por la chaqueta del smoking.
—Disfruta de la anticipación —añadió él cuando salió por la puerta.

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Capítulo 4
El resto de la tarde y el principio de la noche pasaron como en una nebulosa.
Cualquiera que la viera diría que Tanya se estaba divirtiendo. Bailaba todo el tiempo
con una sonrisa permanente en el rostro.
Pero cuando echaba la cabeza hacia atrás, lo hacía para ocultar sus ojos y el
dolor que de pronto la hacía llorar.
Aquello debió ser la fiesta de su vida. Los amigos húngaros de John y de Lisa
eran cálidos y amistosos. Sin la presencia molesta de István, hubiera sido el cuento de
hadas con el que ella soñó. Bailó en los brazos de hombres fascinantes y continuó
bailando en la pista y en la terraza y entre las mesas del salón. Se vio en los espejos
con la cabeza hacia atrás y enfrascada en animada conversación con un húngaro de
ojos negros que se movía como si la música formara parte de su sangre. Pero por
dentro permaneció fría.
Sus ojos buscaron a István más veces de lo que ella deseaba admitir. Buscaron y
encontraron, ya que parecía que él la vigilaba muy de cerca… y al mismo tiempo
fascinaba a todas las mujeres presentes.
—¿Anticipando el destino? —fue la exclamación burlona de él cuando se
acercaron un momento.
—En lo más mínimo. Me divierto mucho —gritó Tanya y miró con embeleso a
su compañero de baile.
—Pero oh, he ahí la reserva de cosas salvajes en la oscuridad de sus ojos —dijo
István como si recitara un fragmento de poesía.
La sonrisa de Tanya flaqueó un momento pero se recuperó.
—Creo que estás borracho —fue la única respuesta que se le ocurrió.
István le pasó una mano por la cintura pero Tanya se apartó y se acercó a su
sorprendido compañero de baile.
—Y la respuesta a eso es que estoy intoxicado —respondió István en voz baja—.
Y también lo estás tú. ¿Eso hace que las hormonas se aceleren, verdad?
Entonces se rió y se alejó con la mujer que tenía entre sus brazos y que lo
miraba con adoración. Tanya apretó los dientes ante la sensación de celos que sintió
muy dentro.
—¡Tan!
Tanya se volvió a sus hermanas que bajaban por la escalera principal, ataviadas
ya con sus vestidos de fiesta.
—¡Mis hermanas acaban de llegar! Nos vemos en muy pocas ocasiones…
Navidad, los cumpleaños… ¡Por favor, discúlpeme! —declaró Tanya y le sonrió a su
compañero para no herir sus sentimientos—. ¡Sue, Mariann! —gritó y las abrazó a las
dos a la vez.

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—¡Vaya! —se rió Mariann y se apartó un poco dejando ver un vestido corto
muy llamativo—. ¡La ocasión te ha emocionado! ¿Percibo sabor a sal? ¿Ésta es Tan,
mi hermana tranquila y controlada… con lágrimas en los ojos? ¡Te nos has vuelto
muy sentimental!
—¡A mí siempre me verás llorar en las bodas! —comentó Sue con una sonrisa,
vestida de una forma más conservadora con un traje de pantalón dorado—. Yo no
me voy a casar en muchos años. Al menos hasta que sea económicamente
independiente. ¡John está loco para casarse tan joven!
—El amor te vuelve loca —respondió Tanya un tanto insegura. Se secó las
lágrimas y besó a sus dos hermanas una vez más. En aquellos momentos necesitaba a
su familia más que nunca.
—Tienes mucha razón, Tan. Hola, chicas —murmuró István y le puso una
mano en el hombro a Tanya. Ella se puso tensa y él sonrió al ver la sorpresa de las
otras dos hermanas ante su presencia—. La oveja ha vuelto al redil —comentó él a
manera de explicación.
—El lobo —lo corrigió Tanya—, y anda a la caza.
—¡Pícara! —exclamó István—. Debemos mantener la apariencia familiar, por
encima de la verdad.
—¿Por qué? —murmuró Tanya.
—Por Lisa. Este es su gran día —explicó István y aquello sonó incongruente en
sus cínicos labios—. Tan está un tanto nerviosa.
—Ya nos hemos dado cuenta —comentó Mariann con una sonrisa y sus ojos
pasaron de Tanya a István.
—No estoy nerviosa —gruñó Tanya, sabiendo que su comportamiento indicaba
todo lo contrario—. Lo que pasa es que ya estoy de este renegado hasta aquí —se
señaló la barbilla con la mano.
—¿Sólo hasta ahí? Tengo que esforzarme más. Pero todavía nos queda mucho
por delante —prometió István—. Cuando hago algo es siempre un trabajo completo.
Tanya fingió un leve estremecimiento de disgusto para encubrir la fiera
respuesta sexual de sus traicioneras hormonas.
—Me parece un comentario bastante siniestro —repuso Tanya.
István esbozó una deliciosa sonrisa ante el desconcierto de sus hermanas.
—Como podréis ver, Tanya no es la de siempre. Pero sonreíd, chicas, somos el
centro de atención. No me extraña que todos se pregunten quiénes son esas tres
bellezas de pelo castaño y ojos almendrados. ¿Les digo que sois mis hermanas?
Tanya le lanzó una dolorosa sonrisa.
—¿Por qué no vas a molestar a otros? —sugirió con dulzura.
—No está mal —aprobó István—. Ocultas tus sentimientos bastante bien. Sólo
un ligero esfuerzo más… —los dedos de él levantaron las comisuras de los labios de
Tanya un poco más—. ¡Así! —exclamó él, satisfecho, cuando ella se estremeció ante
el contacto—. Eso está mucho mejor.

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—Vuelve a hacer eso —dijo Tanya a través de su sonrisa congelada—, y te clavo


el tacón de mi zapato en el pie.
—No, no —se burló István—. ¿Qué ha pasado con la parábola del hijo pródigo?
El consejo de la Biblia es poner la otra mejilla.
—A mí no me cites la Biblia —exclamó ella de manera cortante. El esfuerzo por
mantener las apariencias comenzaba a hacer estragos en Tanya—. István se está
comportando como un verdadero estorbo —murmuró Tanya a sus hermanas—. No
dejéis que os engañe con sus trucos. Yo jamás lo voy a perdonar. Jamás.
—¿Es ésa la caridad cristiana? —se preguntó István. Su sarcasmo hizo que
Tanya hiciera una mueca. El no perdonar iba en contra de todos sus principios,
pero…
—¡Eres capaz de acabar con la paciencia de un santo! —gritó ella.
—Bueno, vamos progresando. La danza de los siete velos aumenta en velocidad
y las campanas comienzan a moverse —se burló István—. Estoy seguro de que
queréis deshaceros de mí con el menor escándalo posible —continuó, dirigiéndose a
Sue y a Mariann—, así que hagámoslo con calma. Os presentaré a algunos hombres
interesantes y me retiraré.
Y se llevó a las personas que Tanya deseaba tener a su alrededor para calmar
sus nervios.
—¡Sádico! —exclamó ella, enfadada.
István se volvió como si la hubiera oído, pero de pronto se vio rodeado por los
hombres que deseaban bailar con sus hermanas. Tanya también se dio cuenta de que
la invitaban a bailar y aceptó, agradecida ante la posibilidad de olvidarse de István y
de sus intenciones.
—Come, bebe y diviértete, porque mañana… —le comentó él cuando el hambre
llevó a Tanya al salón del banquete.
Ella se detuvo en la puerta, observó el amplio surtido de fuentes muy bien
presentadas y a los camareros con librea y lentamente se volvió hacia István.
—Dudo mucho que mañana pueda ser, peor que hoy.
—Pues no lo dudes. Sí puede serlo —respondió él.
Tanya apretó los dientes.
—Tenemos que hablar —indicó ella con desgana. Decidió obtener una promesa
de buen comportamiento de parte de István. Tocó el brazo de su acompañante y le
dio las gracias. Éste comprendió y después de inclinarse ante ella y besarle la mano,
se apartó de ella de mala gana—. Por lo menos algunos de tus compatriotas sí tienen
buenos modales —le indicó a István.
—Somos gente muy especial.
—Aparte de ti, tendría que estar ciega y sorda para no estar de acuerdo —
respondió Tanya—. Todos son tan amables y tan hospitalarios que han conseguido
que la velada resulte soportable.
—Espero que algo más que eso. Somos la gente más interesante del mundo.

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Tanya sonrió ante aquella opinión. Desafortunadamente él sí era interesante. Se


moría de curiosidad por saber qué hizo él cuando llegó por primera vez a Hungría,
adonde fue, si sabía quién era su familia y cómo se adaptó al estilo tan diferente de
vida.
—Lisa siempre hablaba maravillas de los húngaros —comentó Tanya y se
detuvo. En alguna ocasión su amiga habló de maravillas de István en particular.
—Una mujer de gustos impecables —murmuró él casi riendo.
—¿Por elegir a John? —replicó Tanya—. Por supuesto. Y qué hábil fue mi
hermano al conseguir este trabajo. Alguien debió de reconocer sus cualidades.
—Por supuesto.
Tanya le lanzó una mirada a István, pero éste respondía al saludo de una dama
de pelo gris que se encontraba al otro lado del salón.
Ya que István parecía tan orgulloso de todo lo húngaro mantendría la
conversación en ese tema.
—Lisa debe de estar muy orgullosa de John —se aventuró a decir Tanya—.
Creo que jamás he estado en un lugar tan bello. El castillo es perfecto para una boda
romántica.
—Él eligió bien. No pudieron escoger un lugar mejor —estuvo de acuerdo
István para sorpresa de Tanya—. Esta es una de las mansiones más bellas y famosas
—comentó—. Napoleón comió en este mismo salón —añadió con satisfacción.
—¡Qué emocionante! —pensando en lo que había dicho István, Tanya
permaneció en silencio y trató de imaginarse cómo fue el castillo en el pasado cuando
era la mansión de algún noble húngaro—. ¿Cómo sabes tú todas esas cosas acerca del
castillo? —preguntó de pronto.
—Son cosas que todos saben —respondió István.
—¿De veras? —aquello no la convenció por completo pero no deseaba iniciar
una discusión. Antes tenía que establecer una comunicación entre los dos para
después sugerir de manera sutil que reñir con John no tenía sentido—. Jamás pensé
que me sentiría tan cómoda en un lugar tan lujoso. Debió ser impresionante en el
pasado. Y ahora es un hotel. Debe ser horrible que se te llene la casa de desconocidos
—suspiró Tanya pensando en la condesa.
—Es mejor tenerla llena de personas que viven, respiran, bailan y se divierten a
verla destruida por el abandono —respondió István con apasionamiento—. Supongo
que la condesa disfruta del hecho de que su casa, su finca y el pueblo hayan vuelto a
la vida.
Aquél era un István muy distinto con el que casi podía estar de acuerdo.
—¿Sabes algo acerca de ella? —preguntó Tanya y recordó que debía pedirle a
John la carta de presentación.
István le lanzó una rápida mirada de asentimiento.
—Pertenece a la familia Huszár. Estos descienden de los magiares, los nómadas
que se asentaron en Hungría hace mil años —respondió él.

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—¡Más romance! Este país está repleto de historia. Es fascinante —exclamó


Tanya y para sorpresa suya István no se burló. Quizá porque era su tierra. Tanya
sintió una fuerte sensación de orgullo por ser mitad húngara y una necesidad
urgente de saber más acerca de sus raíces—. Dime más —le rogó—. Quiero saber
más. Ojalá pudiera quedarme más tiempo.
Los ojos de István brillaron y Tanya se dio cuenta de que por fin habían
encontrado algo en común.
—¿Acerca de qué? —preguntó István con indulgencia.
—Empieza por el castillo. Todo lo que sepas acerca de él y su pasado —
respondió Tanya con ansiedad—. ¿Qué le ocurrió durante el comunismo?
—Se me olvida que tú sabes muy poco acerca de Hungría —comentó István con
una sonrisa—. Todas las tierras pasaron a ser parte del estado después de la Segunda
Guerra Mundial —explicó él—. Ésta se dividió en parcelas que se entregaron a los
trabajadores.
—Eso fue bueno, ¿no te parece?
—Sí y no. Las grandes fincas como ésta poco a poco decayeron en su
producción por el exceso de fragmentación. Nadie, ni siquiera el estado, tenía el
dinero necesario para mantener los castillos y las mansiones en buenas condiciones.
Con el tiempo la mano de obra disponible se redujo y todo cayó en el abandono.
—¡Qué lástima que no funcionase! En teoría es una buena idea.
—Yo siento que estas grandes casas y fincas son parte de nuestro pasado, un
pedazo de la historia —comentó István con emoción—. De ser posible deben ser
conservadas. Alguien tenía que cuidar la tierra, administrarla, supervisar todo…
—También dar empleo —lo interrumpió ella—, darles a los trabajadores alguna
seguridad de trabajo.
—Sé lo que estás pensando. ¡Menos mal que yo no estoy a cargo! —dijo él en
broma. La expresión de Tanya mostró desilusión—. Por un momento casi hemos
tenido una conversación normal. ¿No te parece? —murmuró él—. Tengo que vigilar
esa tendencia.
—Ojalá dieras más de ti mismo y de tus opiniones —comentó Tanya con un
suspiro.
—No creo que te importe lo que yo pienso —indicó István—. Además, sabes
que prefiero no exponer mis pensamientos ni mis sentimientos ante la gente.
—Sí, lo sé. ¿Por qué?
—Directa como siempre —indicó István con una mueca—. Quizá te ayude si lo
sabes. Otro velo… Esas eran las reglas de Esther. Es la manera como ella me enseñó a
comportarme.
Tanya abrió mucho los ojos por la sorpresa.
—¿Mamá? ¿Por qué hizo eso?

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—Ella sabía —explicó él con calma— que cuando me dijeran que yo no era su
hijo… ni de tu padre… tendría que marcharme. Quería que yo me fuera sin mirar
atrás.
—¡Cosa que hiciste! —exclamó Tanya con resentimiento.
—Creo que ya no me aceptabais. Tú me hiciste ver de manera muy clara que no
era estimado —explicó István.
—¿Me acusas de obligarte a irte? —preguntó Tanya con los ojos llenos de
desesperación. En su amargura y por la forma en que él trató a Lisa, ella sí quiso que
él se marchara… le dijo que no era apto para vivir en la vicaría. Ahora se horrorizaba
de los insultos que le lanzó. Y cuando István se marchó, lo lloró—. Jamás te importó
lo que yo pensaba o decía. Si querías quedarte podías haberlo hecho.
—Algunas veces otros toman las decisiones por nosotros —dijo István con
calma y la agarró por el codo—. Ven conmigo un momento, Tanya.
Ella se resistió porque no confiaba en sus intenciones.
—No, no quiero hacerlo.
—Sólo hasta la puerta y a las sillas que están dentro —respondió István y con
un gesto de la cabeza indicó hacia la entrada de un invernadero muy bien iluminado
—. Creo que debo hablarte acerca de Esther.
—Muy bien, entonces dímelo aquí —exigió Tanya.
—Necesito toda tu atención y que nadie nos oiga —explicó István—. Si por mí
fuera te lo diría en un lugar completamente privado, pero no voy a perder el tiempo
sugiriéndotelo. Dudo que confíes en mí. Pero si quieres saber acerca de tu madre te
pido que hagas lo que te propongo.
Tanya hizo un gesto de asentimiento y dejó que él la condujera hasta el
invernadero, donde acercó dos sillas de mimbre. Llena de curiosidad se sentó en los
cojines rojos bordados con orquídeas blancas. Inclinó la cabeza hacia István y vio que
él la miraba con intensidad.
—Bien, ¿qué pasa con mamá? —preguntó ella, ansiosa por saber qué tenía que
decirle él.
—Pobre Tanya —exclamó él en voz baja—. Te he llenado la cabeza con
demasiadas cosas, por lo que no puedes ver lo que tienes delante. Pues bien, vamos a
desenredar un poco este nudo. Mi partida estaba planeada antes de que yo naciera.
—¿Por tu verdadera madre? —preguntó Tanya.
—Yo me quedé en Inglaterra más tiempo del debido —explicó István —. Esther
me mantuvo ignorante de mi situación demasiado tiempo. Ella debió hablarme de mi
familia y dejarme ir cuando cumplí los dieciocho años. Si lo hubiera hecho, eso
hubiera evitado muchos sufrimientos.
—Es verdad —admitió Tanya con tristeza—. Pero de eso no se desprende el que
mamá tuviera que negarte cualquier tipo de emoción mientras te criaba.
—Supongo que ella pensó que ayudaría si yo no me sentía atado a ninguna
persona o a ningún lugar.

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Tanya lo miró exasperada.


—Si eso es verdad, mamá hizo muy mal en aislarte de nosotros. Podíamos
haber sido una familia feliz si ella te hubiera criado en medio de los problemas
diarios de nuestra familia en lugar de enviarte a colegios caros. No lo entiendo. No
hay ninguna ley que diga que uno tiene que regresar a la tierra de sus padres. Tú
podías haber ido a visitar a tus padres y haber formado parte de las dos familias, en
vez de cortar todos los lazos —exclamó ella.
—Cálmate —dijo István con voz suave —. Lo que tú sugieres no podía ser.
Esther hizo lo que pensó que era lo correcto para cumplir con su deber. Ella le juró a
mi madre que algún día yo regresaría a Hungría. Me aislaron de vosotros para
asegurarse de que jamás se creara un vínculo muy fuerte entre nosotros.
Tanya se quedó en silencio por un momento.
—¡Mamá te hizo un hombre sin sentimientos a propósito! —su madre había
destruido la capacidad de él para amar, le había negado los placeres de una vida en
familia. Sintió compasión por él—. Estoy segura de que ella no sabía lo que estaba
haciendo.
—Te equivocas. Ella sabía perfectamente lo que hacía. Sentía que era un error
quererme.
Tanya se asombró ante el tono frío de István. Su adorada madre había creado
un monstruo sin corazón. ¡Qué triste que István jamás conociera el amor de su
madre! ¿Sería por eso por lo que ella derrochaba dinero en él a cambio?
—Esto es una lección para mí. Cuando me case —comentó ella temblando—,
será con un hombre sensible, cariñoso, que no tenga miedo de demostrar sus
sentimientos. Y trataremos igual a nuestros hijos desde el primer momento.
—Espero que encuentres a un hombre así —comentó István—. Sé que serás una
excelente esposa y madre.
El piropo inesperado hizo encogerse a Tanya. Entonces se preguntó cuáles
serían sus posibilidades de encontrar al hombre adecuado. Intuía que István y ella se
quedarían solos y sin amor por el resto de sus vidas.
—Gracias —respondió ella—. Se aprende mucho de la manera como lo crían a
uno los padres. De sus errores. ¿Te sorprendió mucho cuando ella te dijo la verdad
acerca de tu origen, o te imaginabas algo? —preguntó Tanya con ansiedad.
—Sí fue muy impactante —respondió István—. Al principio no lo creí. Pero en
cuanto me lo dijo, varias cosas cobraron sentido y mientras yo negaba lo que ella me
decía en mi corazón sabía que era verdad.
Los ojos de Tanya se llenaron de una compasión impotente.
—Eso lo comprendo. Pero pienso que tú de todas maneras hubieras sido
diferente a nosotros, sin importar cómo te educaran. ¿Cuándo lo supiste? —preguntó
Tanya.
—Después de que tú casi me bajaras a tirones de mi caballo en el King Arthur's
Crag y me gritaras como una loca —gruñó István.

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Eso fue inmediatamente después de que Tanya dejó a Lisa en el hospital,


recuperándose de la pérdida del bebé. ¡Qué día tan horrible! Qué coincidencia que su
madre eligiera aquel momento tan difícil para revelarle su secreto a István.
—Yo te grité porque Lisa estaba… —comenzó a explicar Tanya y sintió que él la
agarraba de la muñeca con fuerza.
—Lo sé —respondió István con tristeza—. Lisa pudo quedar dañada tanto
emocional como físicamente por lo que ocurrió. Yo era consciente de las posibles
consecuencias. El médico me dijo que podía haber muerto si no te hubiera llamado.
No tienes que explicarme lo serio que fue todo.
—¡Pero aún así te fuiste a montar en lugar de estar junto a ella! —lo acusó
Tanya.
—¿Qué podía hacer yo? —preguntó István—. El médico me dijo que debía
dejarla dormir. Aproveché la oportunidad para pensar. Me preocupaba por ella.
Jamás dejé de preocuparme.
—Siempre pensé que así era —comentó Tanya.
—Me temo que aquel incidente la afectó —dijo István con el ceño fruncido—.
Ella muestra mucha cautela con el amor, a confiar en alguien.
—Entonces admites que fue una irresponsabilidad el que un hombre de mundo
sedujera a una chica inocente y confiada —declaró Tanya.
—Oh, sí. Desde luego. Ese día está grabado en mi memoria —respondió István
—. Odio pensar en eso. Ojalá pudiera olvidarlo y todo lo que ocurrió.
—Pobre Lisa —exclamó Tanya.
István arrancó una orquídea y se la puso en el pelo a ella.
—Estás pálida. ¿Cuándo fue la última vez que comiste algo?
—En el desayuno y sólo una tostada —admitió Tanya—. No sentí hambre en el
avión —los nervios le habían cerrado el estómago—. Creo que será mejor que coma
algo. Pero quiero que me cuentes el resto de la historia.
—Necesito un poco de tiempo, el momento adecuado, el lugar adecuado —
respondió István con una suave sonrisa.
—¡Pero!
—No. Ahora no, más tarde —repuso István con un tono que no admitía réplica.
Tanya gruñó pero sabía que era inútil insistir, así que aceptó la mano que le
ofreció István y regresó al salón de banquetes.
Tanya pensó que toda aquella comida hubiera hundido a Napoleón y a todo su
ejército. Aquello era una fiesta esplendorosa, mucho más pródiga de lo que John
podía pagar. ¡Aquella boda costaba una fortuna! Él llevaba muy poco tiempo en
aquel trabajo, así que de ninguna manera podía pagar aquel banquete tan
extravagante.
—¿Sabes si este hotel es muy caro? —preguntó Tanya, ansiosa.

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—Es muy exclusivo —respondió István con una sonrisa mientras le entregaba
un plato con un escudo de armas.
Ojalá John no se hubiera endeudado para impresionar a su novia. Quizá la
comida fuera barata. Cada plato llevaba un rótulo en húngaro y en inglés y los
nombres la hicieron sonreír.
—¿Sopa del novio? —la risa borró las arrugas de su frente.
—Un antiguo manjar húngaro —le aseguró István con solemnidad.
—¿Y qué me dices de ése? Cocido atrapa hombres. ¡Alguien tiene buen sentido
del humor!
—Es una costumbre local —respondió él, riéndose—. En los viejos tiempos, las
chicas les demostraban a sus pretendientes sus habilidades en la cocina mostrándoles
platos como estos. Supongo que si a él le gustaban, comenzaba a cortejarla.
—¿Quieres decir que el matrimonio se basaba en si una chica podía o no
preparar un buen guisado?
István se rió.
—Nada ha cambiado. Ahora como entonces las mujeres llevan a cabo la
selección. Los hombres son meros peones en las manos de ellas.
—¿Incluyéndote a ti? —preguntó Tanya con una sonrisa—. Puedo ver cómo
una mujer te dicta todos los movimientos mientras que tú interpretas un papel
menor y obedeces todas sus órdenes.
—Pero el ajedrez es un juego muy sutil —comentó István mientras se servía una
carne en salsa de vino en el plato—. Es difícil saber qué jugada en particular cambia
toda la partida. Un movimiento en falso puede estropear un juego brillante…
—¿El ajedrez es una habilidad muy húngara, no es así? —preguntó Tanya.
—Sí, muy húngara —probó un canapé relleno de pollo—. También lo es esto.
Debes probarlo —le tendió el tenedor.
Sin dudarlo un momento, Tanya dejó que su boca se cerrara alrededor del
bocado.
—¡Mmm! ¡Delicioso! ¡Estos platos no terminan nunca! Espero que John obtenga
un descuento o va a estar rasando esto el resto de su vida —comentó Tanya.
—No —dijo István, distraído—. Ningún descuento. Pero no te preocupes, no ha
pagado ni un centavo.
Tanya se quedó sorprendida.
—¿Y tú cómo lo sabes? Dímelo —le rogó—. Eso me preocupa. No puede haber
sido Lisa… ella ni siquiera ha terminado sus estudios musicales. No tiene dinero
para pagar semejante festín.
—Entonces me pregunto quién —murmuró István—. Los padres de Lisa están
muertos, tu padre nunca ha tenido dinero por sus obras de caridad. Sue metió todo
en su negocio, el estilo de vida de Mariann en Londres es costoso. Me pregunto quién
más se preocupa lo suficiente por Lisa.

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¿Un benefactor? ¿Alguien que sí se preocupa por ella…?


El corazón de Tanya comenzó a latir con fuerza ante la expresión de él.
—¡No… oh, no, István! ¿Tú?
—Me declaro culpable. ¿No te gusta que ayude a tu ¿amiga? —preguntó.
—No, en estas circunstancias, no —respondió Tanya.
—Alguien tenía que hacerlo. Yo se lo ofrecí y ella aceptó.
—Tú no puedes ser tan rico ni tan generoso —comentó Tanya.
—¿No?
Antes ella sólo lo había evaluado en cuanto a su buen aspecto. Ahora lo
evaluaba en cuanto a su riqueza. Observó el aire de confianza en él, su pelo
perfectamente bien cuidado y cortado y su ropa hecha a la medida. La camisa parecía
cara, el reloj era un Rolex de oro y ahora que lo recordaba, los cocineros que estaban
detrás de las mesas se mostraban muy corteses con él.
—Así que eres rico —comentó ella y se preguntó como, durante años él no tuvo
ni un centavo. ¿Su familia? Desechó la idea. Ninguna familia rica dejaría a su hijo en
manos de una mujer sencilla como su madre.
—Hice un buen negocio —respondió él.
—Siempre has sido muy listo —comentó Tanya de mala gana—. A pesar de que
casi no ibas a clase, siempre aprobabas los exámenes cuando te lo proponías.
¿Utilizas tu título en administración de empresas?
—Me mantengo ocupado —la mano de István rozó la mejilla de Tanya en lo
que sería un gesto de afecto en cualquier otra persona, pero en él estaba calculado
para molestarla y ponerle los nervios de punta. Tanya lo sabía muy bien—. Pequeña
soñadora —murmuró István—. ¿Estás pensando en tu adolescencia o en nuestro
apasionado encuentro en tu habitación?
Tanya se horrorizó ante la verdad y se recuperó con dificultad.
—Estaba pensando en lo que habrás hecho para enriquecerte —respondió ella
—. ¿Así que nadas en dinero? ¿Pero por qué ibas a gastártelo en la recepción de Lisa?
—¿Sentido de culpa? —sugirió István.
—¿Y desde cuándo te molesta la culpabilidad? —se burló Tanya, pero una voz
interior le dijo que no había otra explicación. A menos de que él sintiera mucho
cariño por Lisa y deseara demostrarle lo rico que era y lo generoso que podía ser con
una mujer.
En los labios de István había un reflejo de sonrisa.
—Lisa se siente muy agradecida —comentó él —. Tienes la boca abierta.
¿Quieres que te la cierre? Conozco una manera muy divertida.
Tanya lo hizo sola y de inmediato, y sintió un fuerte deseo de darle una
bofetada.
—¡Todo esto debe de haber costado una fortuna! —exclamó ella, preocupada—.
Ni por un momento puedo aceptar que te sientas tan culpable.

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—Tienes razón —respondió él con un suspiro—. Ves a través de mí una vez


más. Está bien. Lo confieso. Tenía otro motivo, pero creo que obtendré una buena
ganancia por mi inversión.
—¿Qué? —gritó Tanya y la comida de su plato casi cayó al suelo por su
agitación.
—Lisa me da las gracias una y otra vez —el cinismo dio paso a la inocencia—.
¡Dice que no sabe qué hacer para corresponder! Yo le he dicho que ya pensaré en
algo.
A Tanya le temblaron las rodillas.
—¿Quieres decir que has hecho esto esperando que Lisa te devuelta el favor? —
chilló ella.
István se encogió de hombros.
—¿Sutil, verdad? Eso depende de ella. ¿Crees que quizá lo haga?
¿Chantaje sexual? Apabullada por la total falta de moral de él, Tanya sintió
cómo su cuerpo era empujado por la gente. Era obvio que aquella noche él pensaba
introducir un poco de diversión en su saciado estilo de vida reclamando la gratitud
de Lisa. Aquello era demasiado horrible para presenciarlo.
Tanya volvió la cabeza y exclamó:
—¿Quieres hacer el amor…?
—A ti, sí —dijo István sin rodeos—. ¿Ahora que ya has dado el primer paso,
por qué no nos llevamos nuestros platos y nos vamos a celebrarlo arriba?
Tanya bajó su plato lentamente mientras todo su cuerpo se volvía loco y decía
que sí. Sorprendida, sintió que la mano de István estaba sobre su trasero…
deslizándose hacia la concavidad posterior, la protuberancia de la cadera, la curva de
su diminuta cintura y tuvo deseos de darse la vuelta, envolver sus brazos alrededor
del cuello de él y sentir la presión de sus labios sobre los suyos.
—¡Detente, por favor, detente! Alguien nos va a ver —susurró Tanya.
—Fogdoss —murmuró él—. Eso quiere decir quítame las manos de encima.
Quizá lo necesites durante las próximas horas.
—¿Por qué? —preguntó Tanya temiendo la respuesta—. Fog… fog… como sea
—gritó ella desesperada, mientras que una niebla le cubría el cerebro.
El cuerpo de István se pegó con fuerza al de ella pero el movimiento quedó
disimulado por la multitud que los rodeaba. Y para disgusto de ella, disfrutó de
aquel contacto, de la dureza de su pecho, su calor y su fuerza, la presión de sus
caderas. Sin quererlo, Tanya inhaló el aroma ligeramente almizclado de István u
sintió la necesidad de apretar su cuerpo apasionadamente contra el de él. Entonces,
para tener otra cosa que hacer, tomó una copa de champán y se la bebió de un trago
antes de que se le ocurriera que podía habérsela arrojado a él.
—¿Nos estamos poniendo un poco tensos? —murmuró István con insolencia.
Unas manos calientes le acariciaron los hombros y le quemaron la piel. Nunca
en su vida se había sentido ella así. Algún demonio la incitaba a que abandonara

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todo decoro y respondiera, pero ella sabía que si daba la menor indicación de que
encontraba agradable aquel contacto, él iba a provocar una explosión dentro de ella
que iba a necesitar una semana para enfriarse.
—Todos piensan que eres mi hermano —murmuró ella, apretándose contra la
mesa del banquete para evitar el contacto de la pelvis de él sobre sus nalgas—, así
que no te comportes como mí amante.
—No puedo evitar tocarte —respondió él mientras le acariciaba la oreja con la
nariz, fingiendo que le decía un secreto de hermano. Tanya se estremeció e István
emitió un gemido de deseo—. La tragedia del hombre y la caída de la mujer —dijo él.
—¿Qué es eso? —preguntó ella, nerviosa porque sabía que él intentaba algo.
István le volvió la cara hasta que ella tuvo que mirar directamente los ojos
burlones de él.
—El sexo —respondió él —. Adán y Eva. Deberíamos leer lo que escribió
nuestro célebre Imre Madách sobre el tema de las aspiraciones del hombre, pero
supongo que no vas a tener tiempo esta noche.
—¿Por qué? —preguntó ella. Los ojos de él brillaron.
—¿Es que no es evidente?
—¡N… no! —respondió Tanya respirando con dificultad y su capacidad de
razonar se detuvo.
—Entonces deja que yo te lo explique. Vas a estar demasiado ocupada tratando
de escuchar los ruidos eróticos procedentes de la habitación contigua a la tuya —le
comentó István—, o haciéndolos tú misma. A Tanya se le contrajo el estómago.
—Ni por un momento he pensado en hacer el amor contigo esta noche y no creo
que Lisa lo haga tampoco —Tanya caminó con altivez por el centro del salón con
István junto a ella todo el tiempo. Tenía los nervios destrozados. No lo soportaba un
segundo más—. ¡Ve a molestar a otra persona!
István suspiró exageradamente.
—No encajo muy bien los rechazos. Eso me hace correr a otra parte en busca de
consuelo, para que otra persona me cure el orgullo herido. Ahí está Lisa. ¿Qué te
parece? —comentó István. Con un brillo malvado en los ojos, él saludó con la mano a
Lisa cuando ésta se dirigió al salón de baile con su violín en la mano. Tanya sintió
que se le retorcía el estómago al ver cómo el rostro de su amiga se iluminaba como
un faro—. Ya que aquí no hay nada que hacer, voy a ver si ella es más amigable.
—¡No! —Tanya apretó los dientes y pensó en cómo retenerlo a su lado —. Yo…
yo quiero que me hables más de mi madre y de ti —comentó, nerviosa, incapaz de
darle otra explicación por su cambio de actitud.
—¿De veras? —preguntó él y Tanya se crispó. La sonrisa de satisfacción de
István sugirió que ella utilizaba aquello como una forma de aceptar su invitación al
sexo—. ¿Quieres que charlemos cómodamente arriba, después de que te haga el
amor con pasión?
—¡Aquí abajo! —explotó Tanya sintiendo que la histeria le volvía otra vez—.
Comemos, escuchamos la música y tú me hablas como un hermano.

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—Y después subimos —añadió István—. No, no protestes. Estoy seguro de que


lo harás si te preocupa la felicidad de John.
Tanya se tambaleó. Se le debilitaron las piernas ante la amenaza de la última
frase.
—¿Qué quiere decir eso? ¿Me estás tratando de chantajear a mí también?
—No. Lo estoy logrando.
Tanya se llevó una mano al pecho.
—¿Qué…? —su voz vibró con fuerza. Él colocó su mano sobre la de ella y le
sonrió directamente a los ojos con un afecto que la conmovió. Sus emociones la
confundían. Eran demasiado profundas para comprenderlas. La idea de hacer el
amor con István la llenaba de alegría y no de vergüenza. Ella sabía que él no era
bueno, pero algo le decía que había mucho más detrás de aquella fachada burlona y
se sentiría contenta si lo podía averiguar.
—Cuidado —murmuró István —. Se te va a caer el faisán al suelo.
—¡Oh, Dios! —exclamó ella y enderezó su plato. Este le temblaba en las manos
y todo porque István le dirigía una de sus sonrisas.
Tanya se dio cuenta de que la música había cambiado en el salón de baile y que
Lisa había empezado a tocar en compañía de un grupo de compañeros del
conservatorio. István condujo a Tanya hasta una mesita y se sentó para escuchar al
cuarteto de cuerda.
—Ya he escuchado esto antes —comentó ella. István se apoyó en el respaldo de
la silla, con la mirada fija en el rostro de Lisa cuando ella empezó su solo.
—Liszt, Bartok y Kodály —explicó él con satisfacción—. Lisa es buena.
Interpreta la música de ellos con el alma de una mujer apasionada.
Tanya hizo un gesto.
—Escuché esta música cuando mamá se encerraba en el estudio contigo.
—Sí. ¿Por qué haría eso? Vosotros sois medio húngaros. Jamás la tocó para
vosotros.
Tanya se encogió de hombros.
—No lo sé. Quizá porque le prometió a tu verdadera madre que tú regresarías a
Hungría. Y tenías que conocer tu verdadera patria —respondió ella con calma—. Lo
mismo que con el idioma… tú aprendiste el idioma, y probablemente la cultura
también. Si ibas a regresar tenían que integrarte…
—¿Por qué? —preguntó István y se inclinó hacia delante.
—Sólo para hacerlo más fácil. ¿Encontraste a tu madre?
—Sí. ¿No te parece que Lisa es muy bella? —comentó István con la mirada fija
en la pequeña figura que se encontraba en la plataforma.
A Tanya le dio un vuelco el corazón.

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—Preciosa y no es libre —le recordó ella con aprensión. El continuó observando


a Lisa con ojos apasionados y el pulso de Tanya se aceleró más y más—. ¡No le hagas
daño! —suplicó Tanya y sintió cómo su mano era atrapada por la de él.
—Esto es una promesa —indicó István —. Te estás desesperando cada vez más.
Tu amiga te importa mucho, ¿verdad? ¿Qué harías para protegerla?
—Mucho… pero —cerró la boca de inmediato.
—Eso suena bien. Dime —dijo él en voz tan baja que ella tuvo que inclinarse
para escucharlo—. ¿Te parece que soy un hombre sensual?
—Demasiado sensual.
—Esa es la reputación de un hombre —murmuró István—. ¿Entonces aceptas
que necesito a una mujer en mi cama esta noche? La pregunta es quién será.
Tanya se quedó paralizada. Abrió la boca pero no produjo ningún sonido y se
dio cuenta de que los ardientes ojos de István le quemaban los labios con su
intensidad.
—¿Quieres decir… que tiene que ser… Lisa… o yo…? —exclamó por fin.
—Eres una chica lista. Piensa en ello. En tus manos está el salvarla de mis
perversas garras. Me da lo mismo cualquiera de los dos. Tú o ella. ¿Te sacrificarías
por ella? Eso sería una prueba de tu lealtad hacia Lisa y John —murmuró István y le
pasó un dedo por la cara.
Luego la dejó sola y atravesó el salón de baile mientras Tanya lo observaba, fría
como el hielo y completamente paralizada por la elección que él le había planteado.

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Capítulo 5
Temblando de los pies a la cabeza, Tanya bebió varios sorbos de su champán y
se encontró con que la copa estaba vacía, por lo que tomó la de István. Las burbujas
le hicieron cosquillas en la nariz y ella se concentró en aquella sensación. Cualquier
cosa antes que pensar en el dilema en el que se encontraba.
Con envidia observó a Mariann que riendo atravesó al salón para reunirse con
un grupo de admiradores. Sue estaba enfrascada en una conversación con un hombre
que llevaba una preciosa chaqueta bordada. Si ella fuera tan despreocupada y feliz
como sus hermanas, con su capacidad para disfrutar de la vida. Nada parecía
preocuparles. Mientras que ella…
Tanya jugó con la copa y las lágrimas le nublaron la visión. István siempre fue
especialmente brutal con ella. ¿Por qué? Miró en dirección a él y se encontró con sus
ojos. Empezaba a reconocer la técnica de él. Le gustaba asestar el golpe, retirarse a un
lugar donde pudiera observarla por un rato y después regresar para golpearla otra
vez.
Con resentimiento, Tanya vio cómo István atravesaba el salón para sacar a
bailar a una dama desconocida. Un violinista gitano había ocupado el lugar del
cuarteto de cuerdas e interpretaba una melodía pegajosa que llevó a todos a la pista
de baile.
Mientras observaba a István desarrollar aquella complicada danza folklórica,
Tanya sintió que el deseo se apoderaba una vez más de su cuerpo. Sabía por qué lo
encontraba tan irresistible. Él la llenaba de energía, la llenaba de pasión y sentía que
por primera vez en su vida podría estar viva si se olvidaba de sus inhibiciones y…
¿Estaba loca? ¡Aquello era imposible!
Pálida por la tensión, Tanya comió los alimentos que tenía delante de ella, pero
los platos llenos de sabor le parecieron como de cartón en su boca. Y después volvió
a bailar y se rió con fuerza para engañar a todos. Pero todo el tiempo fue consciente
de que István había llevado a Lisa a un rincón y le hablaba de manera apasionada,
con su mano sobre la rodilla de ella y los ojos fijos en los suyos.
—Tan, haz algo con István —le pidió John cuando ella regresó exhausta a su
asiento—. Dijiste que te ibas a ocupar de él. Si yo le hablo es muy probable que le dé
un puñetazo y Lisa jamás me va a perdonar.
De mala gana, Tanya siguió la mirada de John hacia donde su futura esposa
charlaba con un István extrañamente tierno. Tanya suspiró y comprendió que John
tenía razón. No debía empujar a Lisa a los brazos de István.
Se dirigió a la fuerza hacia donde estaba la pareja y tocó a Lisa en el hombro.
—Basta de chismes. Ya es hora de que István y yo bailemos —dijo Tanya y se
esforzó por sonreír.
—No, gracias. Quiero hablar con Lisa —respondió István.
Tanya contuvo una respuesta grosera.

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—Lisa tiene que atender a todos sus invitados —comentó y entonces le vino
una idea a la cabeza—. Ya habéis tenido bastantes oportunidades de estar juntos en
el pasado.
—¿Te lo ha dicho él? —exclamó Lisa sorprendida.
¡Tenía razón! ¡Un año juntos! Tanya se puso tensa.
—No nos hemos visto con tanta frecuencia —respondió István con calma—. Soy
un hombre muy ocupado, aunque sí lo suficiente.
Tanya convirtió su sorpresa en un suspiro.
—Ven a bailar, por favor —le rogó con un matiz de desesperación en la voz —.
La gente se va a preguntar por qué no le prestas atención a tu hermana.
István frunció el ceño y Tanya se molestó al pensar que István pudiera preferir
la compañía de Lisa a la suya.
—Supongo que tengo que hacerlo —respondió él con desgana—.
Continuaremos esto más tarde, querida —le dijo en voz baja a Lisa.
—¿Continuar qué? —preguntó Tanya con sospecha cuando él ya la tenía entre
sus brazos. Demasiado tarde se dio cuenta de que bailaban un tango y deseó que
hubiera sido algo con menos contacto físico.
—Creo que a Lisa le está dando miedo la boda —murmuró István mientras
seguían bailando mejilla contra mejilla a lo largo de la pista de baile.
—El miedo es normal. Todas las novias, lo sienten —comentó Tanya tratando
de seguir la conversación. El contacto de la mejilla de él la estaba hipnotizando.
—La pobre está aterrada —comentó István con cariño—. Tiene tantas dudas…
—¿Acerca de qué? —preguntó Tanya, alarmada.
—De sus sentimientos.
—¡No! —gimió Tanya y tuvo que agarrarse a István que acababa de doblarla
hacia atrás entre el ruido de aplausos—. Deja de lucirte —murmuró ella—. No somos
bailarines profesionales. ¿Dónde estaba yo?
—En un ángulo de cuarenta y cinco grados y negando lo buenos que somos
bailando.
—Lisa. Sus sentimientos —dijo Tanya entre dientes.
—Cambia esa mueca por una sonrisa.
Por el bien de Lisa, Tanya le lanzó una sonrisa brillante a István.
—Comprendo lo preocupada que debe de estar —murmuró Tanya—. Supongo
que tú has aumentado sus dudas.
—No. No he tenido que hacerlo. Pero sí pensé que debía llevarla a un lugar
privado para darle calor y quitarle miedo.
—No vas a tener la oportunidad.
—¿Entonces lo nuestro va a seguir adelante? —preguntó István con inocencia.

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—No, no como tú piensas. Me voy a quedar junto a ella toda la noche —


respondió Tanya en tono triunfal—. Eso evitará que tú nos molestes a cualquiera de
las dos.
—Tengo el presentimiento de que a ella eso no le va a gustar —comentó István.
Tanya siguió la dirección de su mirada y vio a Lisa y a John, bastante tenso, que
desaparecían hacia el jardín —. ¿No te parece que el amor es terrible? Placer y dolor.
Me pregunto si vale la pena. Esos dos tienen muchas cosas que aclarar antes de
mañana.
Tanya trató de separarse pero István la sujetó con fuerza.
—¡Serpiente! ¡Eres una serpiente venenosa! Ya te tengo medido —gritó ella.
—Lo dudo. Nadie puede medir a una serpiente viva —respondió él, riéndose—.
No pienses que puedes ser más lista que yo —continuó diciendo István con una
seguridad increíble—. Lo tengo todo planeado.
—¡Y yo voy a estropear tus planes! —exclamó Tanya.
—¡Qué divertido! —murmuró él y ella frunció el ceño y se preguntó por qué
estaba tan complacido—. Estoy encantado. Tu tenacidad es admirable. Tengo que
admitir que me pareces mucho más efervescente y viva que cuando te vi por primera
vez.
—Me gustan los retos —explicó Tanya.
—Lo sé. Por eso te ofrezco uno.
Tanya sonrió con amargura. Sintió que debía alejarse de István antes de que se
despojara de demasiadas defensas, pero sabía que no podía. Además, mientras
bailara con él, Lisa y John estaban a salvo.
—Sonríe así y tendrás a todos los hombres enamorados de ti —comentó István
—. Los gitanos ya están derretidos.
El trío de músicos con sus chalecos bordados y pantalones negros se acercaron
y pronto la rodearon y sus rostros brillaron con malicia cuando intensificaron el
ritmo. Tanya se rió porque aquellos hombres estaban llenos de alegría y dejó que
ellos la envolvieran en un baile salvaje antes de volver junto a István. Llevada por la
necesidad de dejar escapar algunos de sus sentimientos, Tanya los besó a todos bajo
una lluvia de aplausos.
—¡Ha sido maravilloso! —exclamó ella con alegría.
—Y ése ha sido un gesto muy bonito —István dudó por un momento—. ¡Por
Dios, eres la mujer más bella que he visto!
Tanya controló la euforia que sentía y lo miró.
—Yo… me dejé llevar. Me estaba divirtiendo —explicó.
—Son las csárdás —comentó István —. Son bastante salvajes.
—Csárdás —repitió ella, feliz de aprender otra palabra.

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—Se supone que los húngaros tienen un temperamento que va de lo muy alegre
a lo melancólico —le dijo István —. Quédate con lo alegre. Te viene bien. Después de
todo eres mitad húngara.
—Sí… Lo soy, lo soy. ¡Baila conmigo una vez más! No puedo mantener quietos
los pies.
La risa iluminó el rostro de István. Tomó a Tanya en sus brazos y ella se
abandonó a la música que sentía por dentro. Por el momento deseaba bailar hasta
caer exhausta.
—¿Más rápido?
Tanya echó la cabeza para atrás para enfrentarse a los ojos oscuros de István.
—¿Por qué no? —respondió y él la llevó a una serie de movimientos tan
violentos que Tanya ya no pudo pensar en otra cosa que en el ritmo que le recorría
las venas.
—Así se debe vivir —le susurró István al oído.
—¡Sí! Quiero decir… que esto es muy divertido —rectificó y luego explicó—: Mi
mejor amiga se casa con mi hermano… su novio de la infancia. Él va a eliminar todas
sus dudas. Me siento feliz. Mis hermanas y yo estamos conociendo Hungría… de la
que me estoy enamorando. La música es maravillosa. Me encanta la manera tan
auténtica como todos lo celebran, me encanta el castillo, me encanta estar aquí.
—Escucha —dijo István cuando cambió el ritmo, y Tanya se sorprendió por la
expresión de ternura que vio en los ojos de él mientras escuchaba la dulce canción
folklórica—. Cuando los gitanos o los campesinos cantan en Hungría por lo general
utilizan notas de pecho. Eso hace que el sonido sea más intenso y apasionado. Y por
eso nos afecta.
István tenía razón. Quizá fuera su sangre húngara lo que hacía que aquella
música le llegara hasta el corazón. Ahora se sentía triste y emocionada aun cuando
momentos antes se sintió alborozada.
—¡Caramba! —murmuró ella. Una gran lágrima le brotó de cada ojo.
—No te preocupes —le aseguró István tocándole con un dedo la mejilla mojada
—. No eres la única emocionada. Te estás poniendo en contacto con tus raíces. Somos
una nación de extremistas, con la capacidad de sentirnos muy tristes o muy
contentos. Decadentes o frugales, enfadados o felices. Podemos ser todo eso en pocos
momentos. Las emociones nos afectan muy pronto como verás.
—¿A ti también?
—Quizá yo sea una excepción. Después de todo a mí me criaron en Inglaterra
—comentó István con una son risa—. Pero mis compatriotas no tuvieron esa
desventaja. Ellos pasan de la felicidad a la melancolía cuando lo desean. Es un país
de extremos. Entusiasmo o letargo. Aquí tenemos un dicho que te va a gustar.
Nosotros nos caemos del otro lado del caballo.
—Eso me gusta —sonrió Tanya.
—Quizá te ayude a comprendernos a nosotros… y a ti misma —comentó István
y la miró fijamente.

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Tanya se enfrentó a la cálida mirada de él. En su rostro había una dulzura que
le recordó los viejos tiempos.
—Eso explica por qué eras tan cambiante de joven —respondió ella.
—Todo el tiempo que estuve en Widecombe me sentí inadaptado. Me frustraba
ver que todos los demás parecíais estar muy a gusto con la vida que llevabais.
—Mamá se sentía feliz allí —observó ella—. Sin embargo, para ella debió ser
muy duro tener que empezar de nuevo en un país extraño.
—Ella se enamoró poco después de llegar —señaló István.
—Y te tenía a ti. ¿Tú eras un bebé?
—Yo tenía pocos meses de edad.
—¿Y tu verdadera madre estaba muerta?
—No, pero yo estaba en peligro por varias razones. Y ella quería ponerme a
salvo aunque eso significara separarse de mí.
—¡Oh, István! ¡Tu pobre madre! ¡Qué gran sacrificio!
—¿Habrías tú actuado de manera tan desinteresada en beneficio de tu hijo,
Tanya?
—¡Oh, sí, sí! —respondió ella con pasión—. Pero yo hubiera exigido que le
dieran afecto a mi hijo. ¿Dónde está tu madre ahora? Tú has dicho que…
—¡Demonios! —exclamó István en voz baja.
Tanya se alarmó cuando vio qué era lo que lo había hecho tensar todos los
músculos del cuerpo. Lisa acababa de entrar corriendo del jardín, con el rostro
helado como una máscara. Algo andaba muy mal. Reaccionando antes que ella,
István saltó y se abrió paso entre las parejas que bailaban hacia Lisa.
Cuando Tanya logró salir del salón de baile, vio que los dos subían las escaleras
y se dio cuenta de que Lisa estaba en peligro. Corrió hacia ellos.
—¡No, István! —gritó Tanya, horrorizada al verlo detenerse frente a la suite
nupcial—. Lisa, no te arriesgues a que él…
Sintiéndose culpable, su amiga se dio la vuelta y después, con un sollozo, entró
corriendo en su habitación y cerró la puerta de un golpe.
—¡Maldición! ¡Lisa! ¡Déjame entrar, querida! —murmuró István con urgencia.
—¡Aléjate de ahí! ¡Déjala sola! —gritó Tanya, con el corazón a punto de estallar
—. ¿No ves que ya has hecho bastante daño por esta noche?
—¡Márchate! —gritó Lisa.
István lanzó una maldición. Intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con
llave.
—¡Maldición! —repitió mirando la puerta—. Volveré más tarde. Tengo que
llamar por teléfono.
Con la boca abierta, Tanya lo observó alejarse.

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—¡Lisa, Lisa! —gritó ella y golpeó la puerta con fuerza—. Debo advertirte…
—¡Vete! —gritó Lisa, furiosa.
Tanya se dio por vencida. Por lo menos se había evitado un desastre. Entró en
su habitación pero dejó la puerta abierta para poder ver el pasillo. Se acurrucó en la
cama y esperó el regreso de István. Para su sorpresa oyó que sonaba un teléfono y
comprendió que debía ser István hablando con Lisa, quizá convenciéndola de que se
encontrara con él.
Tanya se puso tensa. Lisa estaba llorando. Ella llamó a la puerta una vez más,
pero a pesar de sus súplicas su amiga se negó a abrir. De vuelta en su habitación,
Tanya esperó. Sus ojos permanecieron clavados en el pasillo mientras se preguntaba
si István iba a regresar. Después de un rato los sollozos fueron apagados por las
alegres despedidas de los invitados y después por las voces masculinas de los
participantes en la despedida de soltero de John.
Tanya deseaba dormir pero mantuvo su vigilancia, obligándose a permanecer
despierta. Dadas las circunstancias era lo mejor que podía hacer.
Quizá sí durmió. Algo la despertó y se dio cuenta de que era la campana del
castillo que daba la hora. Las dos de la mañana. Con los ojos medio cerrados, se
dirigió a la ventana para respirar el aire frío de la noche.
Algo salió de la ventana de Lisa y se desenrolló en una nube blanca.
Sorprendida, Tanya vio que era un tramo de cortina de seda, atada en nudos para
formar una cuerda. Su mente cansada luchó con la innegable verdad. Lisa iba a
escapar.

Tanya observó desde detrás del arbusto recortado al final de la terraza, con la
respiración entrecortada por la carrera y el pecho apretado por la desesperación.
Afortunadamente pudo ver que Lisa todavía estaba en su habitación, visible en parte
detrás de la ventana.
Una exclamación de alivio salió de los labios secos de Tanya. Había hecho lo
correcto. Si le gritaba a Lisa a través de la puerta cerrada hubiera despertado a la
mitad de los huésped… y quizá apresurara la fuga de Lisa. Y si le gritaba desde su
ventana cuando la viera bajar, tampoco la hubiera podido detener.
Así por lo menos podría detener a Lisa sin que nadie se enterara. Iba a haber
una tremenda pelea entre ellas… pero cualquier cosa era mejor que la alternativa. Si
Lisa desaparecía la noche antes de la boda, el cielo se iba a desplomar y ella iba a
tener que recoger los pedazos.
¿Cómo podía Lisa hacer aquello? Era algo tan irresponsable. Si se había dado
cuenta de que no amaba a John, debió enfrentarse a él con la verdad en lugar de
escapar.
Los ojos ansiosos de Tanya recorrieron la cuerda. Todo aquello era increíble.
Lisa debía de estar realmente desesperada.
—¡Te odio, István, por meterle dudas en la cabeza! —exclamó Tanya.

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Una figura dentro de la habitación de Lisa se movió y dejó ver unos hombros
mucho más anchos que los de Lisa. Tanya contuvo la respiración y abrió los ojos todo
lo que pudo. ¡Era un hombre! ¡Un nombre en la habitación de Lisa!
John. ¡Era John…! «La esperanza es lo último que se pierde», pensó Tanya,
porque por supuesto que John no era tan fornido. Pero se negó a contemplar la otra
posibilidad. Entonces la voz de un hombre salió de la ventana y apareció una bota de
montar.
Tanya parpadeó. István llevaba puesto un smoking. ¡Era otro hombre! Uno que
subió hasta la habitación de Lisa y la hizo llorar. Un estremecimiento le recorrió la
columna vertebral. Un… violador… a punto de escapar.
Tanya sabía que la ayuda estaba demasiado lejos. El hombre iba a escapar antes
de que ella pudiera avisar a alguien. Todo dependía de ella. Necesitaba algo… un
arma. Sus ojos buscaron con desesperación y se detuvieron sobre un montón de
estacas sobrantes de las utilizadas para levantar la marquesina. Perfecto. Un golpe en
un lugar muy especial y el hombre quedaría imposibilitado.
Tanya caminó de puntillas por la terraza hasta las estacas y se agachó para
recoger una. Pero detrás de ella oyó el siseo de un cuerpo que se deslizaba por la
seda y unos pies que daban contra el suelo y después un silencio tan profundo que
hizo que se le erizaran los pelos de la nuca.
Aterrada, Tanya se enderezó lentamente, agarrando la estaca en sus manos.
Entonces comenzó a sudar cuando sintió el sonido de unas botas que se acercaban a
ella. Se dio la vuelta con la velocidad de un rayo y gritó:
—¡Tírese al suelo o…!
—Después de ti —dijo István con calma.
La estaca cayó de las manos paralizadas de Tanya mientras su cerebro
confundido trataba de comprender la identidad del malhechor.
—¿István? —murmuró ella, sorprendida porque él estaba vestido
completamente de negro y la camisa suelta enfatizaba los apretados pantalones de
montar—. Te has cambiado de ropa.
—Voy a salir —explicó él.
—¿Qué te vas? —Tanya miró hacia la ventana—. ¿Con Lisa? —respiró hondo.
Aquello era peor de lo que imaginó—. ¡Tú… tú…!
István saltó hacia adelante y le puso una mano en la boca. Tanya luchó con
furia, le clavó los codos en el pecho y lo pateó con los pies descalzos. Le dolió.
—¡Estate quieta o te voy a dejar sin aire! —murmuró István y como ella no le
hizo caso, los poderosos brazos de él le apretaron las costillas haciendo que ella
tuviera que respirar con dificultad.
István murmuró algo en húngaro y la empujó a lo largo de la terraza hasta un
lugar más aislado en la parte de atrás de la casa.
—¡Basta! —protestó Tanya, furiosa.

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—Y basta tú también —respondió István, irritado mientras la empujaba contra


la pared y la observaba.
«¡Te aborrezco!», le dijeron los ojos de Tanya en silencio.
—Bueno, debo admitir que eres persistente —comentó István—. Si alguna vez
necesito a un guardaespaldas, ya sé a quién acudir. ¿Qué crees que estabas haciendo?
—preguntó él y retiró la mano un poco, pero no lo suficiente como para que ella
gritara.
—Pensé que iba a capturar a un violador —gruñó Tanya y sus labios rozaron la
palma de la mano de él.
—Muy valiente de tu parte —comentó István con admiración y miró la estaca
—. ¿Eso fue antes o después de que salieras a cazar vampiros?
—¿Vampiros? Uno solo —lo corrigió Tanya, furiosa—, ¡Tú!
—Me pregunto qué he hecho para merecer esa descripción —musitó él y dejó
que su mano se deslizara por la boca de ella, después por la barbilla y el cuello donde
se detuvo sobre la yugular. Tanya echó la cabeza hacia atrás lo más que pudo,
tratando de evitar la presión caliente de aquella mano—. De acuerdo, trabajo mejor
de noche.
—Los vampiros le chupan la sangre a la gente para satisfacer sus necesidades.
¡Los dejan desangrar! —el brillo de los ojos de él la desesperó. Él no tenía derecho a
reírse de aquella situación. ¡Era trágica!—. Los vampiros dejan a la gente medio
muerta —gritó Tanya—. Detrás de ti hay un montón de cadáveres tirados…
—¡Por Dios, Tanya! Estás cayendo en el melodrama —exclamó István—. Esto
no es una película de terror.
—¿No lo es? —gritó ella, acalorada—. ¿Es que no eres tú el villano? Eres un
destructor, István. ¡Un salvaje, bruto e inmoral! Jamás pensé que pudieras caer tan
bajo. Te odio. Ojalá te hubiera clavado la estaca en el corazón.
—Relájate, Tan —respondió István—. Respira hondo y…
—¡No me tranquilices! —gruñó Tanya—. ¿Viene Lisa?
István pareció sorprendido.
—¿Que si viene a qué? ¿Hay alguna fiesta que me he perdido que no sea la
despedida de soltero de John?
—¿Qué si va a bajar por la cuerda? —gritó Tanya articulando las palabras—.
¿Pensabais ir a alguna parte esta noche?
—Supongo que ésa es una manera cautelosa de preguntar si nos íbamos a fugar.
No. Sólo he pasado a visitarla.
—¿A visitarla? —gritó Tanya con incredulidad.
—¿Por qué no? Ella es una vieja amiga de la familia —respondió él.
—Todo era legal. ¿Entonces por qué salir por la salida de emergencia?
La boca de István dibujó una sonrisa y la distrajo por un momento.
—¿Alguna vez he sido convencional? —murmuró él.

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—Puedes dejar a un lado esa mirada de niño inocente. Estamos hablando de


una novia en la noche anterior a su boda. No es normal que una novia reciba la visita
de hombres. ¡Tú la has hecho llorar! Yo la he oído llorar. ¿Qué le has hecho?
Los ojos negros brillaron.
—He clavado los dientes en su cuello blanco y le he sacado uno o dos litros de
sangre —gruñó István—. ¿Cuánto tiempo va a seguir esto? No puedo quedarme
mucho rato… debo regresar antes de que salga el sol. Mi tumba se está enfriando.
—Sigue bromeando así y yo te voy a ayudar a meterte allí —explotó Tanya—.
¡Cerdo! ¿En qué estado se encuentra Lisa ahora? ¿Cómo va a poder casarse con John?
¿No te importa cómo destrozas las vidas de las personas?
—Eso se puede aplicar a ti —repuso István—. En estos momentos tú estás
haciendo un lío de la mía.
—¡Ojalá fuera así! ¡Me encantaría hacerte sufrir!
—Todo es posible —respondió István.
—Me das esperanzas —indicó Tanya—. Ahora dime qué le has hecho para
hacerla llorar.
—Nada —gruñó él—. Olvida que me has visto.
—¿Olvidarlo? ¿Cómo podría hacerlo?
—Porque no debes estropear la boda de Lisa.
—¿Qué no debo estropearla? ¡Vaya descaro! ¿Me vas a decir que has pasado
parte de la noche con ella y que todavía quieres que se case? —preguntó Tanya con
incredulidad.
—Por supuesto.
—¿Por qué? —sólo había una explicación. Porque aquella noche podía haberla
dejado embarazada. ¡Por Dios! Ya había destruido a los tres: John, Lisa y a ella
misma. La idea de su amiga en los brazos de István era insoportable y le dolía más de
lo que jamás pudo imaginar.
—Tanya —dijo István con calma—. Deja que John permanezca en la
ignorancia…
—¿En la ignorancia de qué? —preguntó Tanya—. ¿De la violación fría y
calculada de su esposa?
István dejó escapar un profundo suspiro.
—¡Dios, dame paciencia! Deja de hablar sin sentido y escucha los sonidos que
nos rodean por un momento —le ordenó él.
Temblando, Tanya obedeció. La despedida de soltero seguía en la distancia.
Escuchó también la brisa entre las hojas más allá del lago, el resoplido de los caballos
de las caballerizas cercanas y la respiración de István. Nada más. La noche parecía
envolverlos en secreto.
—¿Qué es lo que se supone que debo oír?

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—Nada especial. Ésa es la cuestión. ¿Si yo he violado a Lisa, por qué no grita
llamando a la policía? Y no montes todo un melodrama y digas que probablemente la
golpeé, o que la amordacé, o alguna otra tontería.
—¿Quieres decir que Lisa estuvo de acuerdo con…?
—¿Con hacer el amor? —indicó István con frialdad.
—Eso no lo voy a creer —murmuró Tanya—. Tienes que haberla obligado en
contra de su voluntad.
—Entonces estamos dejando fuera la posibilidad de una conversación —replicó
István en tono seco.
—¿Por qué te tomaste la molestia de anudar un par de cortinas si lo único que
querías era charlar? —pregunta ella—. ¿No te has enterado de que ya se ha
inventado el teléfono?
—No se puede acurrucar a alguien por teléfono.
Tanya hizo un gesto. Ya se estaban acercando a algo.
—Así que tú, el campeón burlador de mujeres de Inglaterra, necesitaba que
alguien lo acurrucara.
—No exactamente —admitió él—. Vaya que eres cabeza dura cuando se te mete
algo en la cabeza. Ahora préstame atención. ¿Cuándo estabas en tu habitación,
escuchaste algo más que llanto?
—No. ¿Debí hacerlo?
—Te lo explicaré, Tanya. Cuando yo hago el amor, la mujer con la que estoy no
permanece en silencio. Ni tampoco yo.
István le dio tiempo a Tanya para que analizara aquello y ella se lo imaginó
gimiendo y echando la cabeza hacia atrás por el placer. Aquella imagen la molestó,
por lo que se mordió el labio inferior.
—¿Qué es lo que me estás diciendo? —murmuró ella.
—Por supuesto que Lisa me invitó ella misma —explicó István con paciencia—.
Yo la llamé por teléfono para hablar y ella me pidió que fuera. Yo no hubiera podido
trepar hasta su habitación sin su ayuda. ¿Verdad? Es obvio que tuvo que ser ella
quien descolgó las cortinas, las anudó y las ató al poste de la cama.
—¿Pero por qué te tomaste la molestia de trepar hasta su habitación? —
preguntó Tanya.
—Porque cuando subí las escaleras para ir a verla, vi que tenías la puerta
abierta y que esperabas lista para lanzarte tras tu objetivo. Tenías una expresión
soñadora, como si pensaras en algo agradable —explicó István—. Pero sabía que ibas
a despertar y a gritar si yo trataba de llegar hasta la puerta de Lisa.
—Así que la convenciste de que te dejara entrar por la ventana. La engañaste —
comentó Tanya con frialdad—, ¿Y luego qué?
—Sostuvimos una conversación.
—¿Todo ese esfuerzo para una conversación? —se burló Tanya.

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—Ella me necesitaba —respondió István.


Algo dentro de ella reaccionó.
—¿A ti? ¿Por qué iba a querer ella sostener una conversación íntima contigo y
no conmigo? ¿Por qué iba a confiar en ti, conociendo tu historial?
—¿Importa el por qué, Tanya? Así es. Y yo sabía que podía ayudarla. Ya la he
ayudado.
—No te engañes a ti mismo. Tus ayudas, tus arrumacos… —se detuvo. Aquello
no le hacía ningún bien—. Esto puede haber sido un eslabón en una serie de
aventuras de una noche para ti, pero para Lisa…
—Nadie debe saberlo —la interrumpió István—. Y tampoco le digas a ella que
lo sabes. Lisa se sentiría avergonzada si se enterase de que sabes que he ido a verla
esta noche.
Tanya lo observó y deseó que fuera cierto que lo único que habían hecho esa
noche había sido hablar. ¿Tenía él razón? ¿Preferiría Lisa mantener aquella reunión
en secreto?
—No puedo creer que ella te dejara entrar —comentó Tanya—. Ella sabe que a
John le daría un ataque de celos si se enterase de que tú has estado en la habitación
de su novia la noche anterior a la boda.
—Tan, Lisa me dejó verla porque estaba…
—¿Agradecida? —Tanya tragó con dificultad cuando recordó que István le
había dicho que Lisa se sentía en deuda con él—. ¿Por el dinero que te has gastado en
la recepción?
István frunció el ceño.
—Si está agradecida por algo será por la beca de estudios musicales en
Budapest.
—¿Qué tuviste tú que ver con eso? —preguntó Tanya muy tensa.
—Yo lo arreglé todo.
—¿Por qué? —inquirió ella.
—Porque yo sabía que ella tiene mucho talento y decidí presentarle a unos
amigos del conservatorio —explicó István.
—Tú… siempre alentaste sus habilidades musicales —Tanya comenzaba a ver
claro. István mantuvo a Lisa bajo control al conseguirle la beca. ¡No en vano ella le
estaba agradecida!—. Nosotros pensábamos que la había conseguido por su talento…
—Así fue, pero antes fue necesario que algunas personas claves la escucharan
tocar. Esa es la verdad, Tanya. Si no se entra al bosque no se encuentran los árboles.
Yo estoy de acuerdo en darle al destino un empujón de vez en cuando.
Brillante. La oportunidad de estudiar en Budapest no fue más que un complot.
István jamás hacía algo por los demás. Siempre era por sí mismo.
—¿Cuánto tiempo llevas exigiéndole favores sexuales como pago?
—¡No seas ridícula! Yo no demando. Yo recibo ofertas.

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—Entiendo —Tanya se tomó un momento para considerar aquella información.


Y desde luego que era verdad. István tenía ese tipo de efecto en las mujeres—.
Entonces explícame esto. ¿Si ella te está tan agradecida y tan loca por ti, por qué
aceptó la proposición de matrimonio de John?
—Me halaga que pienses que tengo el poder de borrar toda la competencia —
murmuró István.
—¡No lo pienso! —respondió ella—. Pero sé la clase de rata que eres. Entiendo
que algunas mujeres puedan encontrarte excitante y admito que John no es el
hombre más excitante del mundo. Él es decente, bondadoso y convencional y es el
tipo de hombre con el que una mujer se casa cuando desea formar una familia… —
sus palabras se desvanecieron al ver el gesto de István—. ¿Ella… ella está…
embarazada?
István la miró con frialdad.
—¿Perdón?
—Tú quieres que Lisa se case. Ella es infeliz… llora… ¿Estás planeando…
endosarle tu… bastardo a… mi hermano?
—¡Por Dios! —murmuró él—. Qué mente tan sucia tienes.
Los ojos de Tanya se llenaron de lágrimas al recordar la alegría de John cuando
la recibió en el aeropuerto sólo unas pocas horas antes.
—Dímelo —suplicó ella—. ¿Está embarazada? —y esperó aterrorizada la
respuesta que podría cambiar sus vidas.
Con voz casi inaudible, István respondió:
—No que yo sepa.
—¡Eres imposible! —chilló Tanya—. No soporto esto por más tiempo. ¡Déjame
irme! Tengo que ver a Lisa para aclarar toda la verdad…
—¡Maldición! ¡Déjala en paz! Está exhausta y necesita descansar o la gente se
dará cuenta de que…
—De que pasó la noche con su ex amante —gritó Tanya de manera casi
incoherente—. Bueno, pues yo le voy a decir a John que te encontré bajando de la
habitación de ella por una cuerda.
István se acercó a Tanya de manera intimidante.
—¡Por última vez te digo que te olvides de esto! Sólo hemos hablado.
—No puedo creerlo —gritó Tanya.
—¡Pues tienes que hacerlo! —le ordenó él—. Deja que John se case con la chica a
la que siempre amó pero a la que no podía ofrecerle un futuro hasta ahora.
Sería tan fácil. Pero…
—Si hago eso —gritó ella—, tú vas a pensar que puedes meterte en la cama de
Lisa cada vez que quieras.
—Bonita opinión tienes de la moral de tu amiga —comentó István con sarcasmo
—. Y de la mía. ¡Me estás haciendo enfadar, Tanya!

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Él sólo la estaba mirando, pero aun en aquella semioscuridad eso era suficiente
para impactar a Tanya. Había algo diabólico en la intensidad dramática de su
mirada.
Tanya se preguntó qué habría hecho István durante los últimos cuatro años. A
cuántas mujeres habría seducido, y cuántos hijos ilegítimos habría engendrado con
su comportamiento irresponsable. Demasiados, decidió mientras se ahogaba en las
profundidades de la mirada oscura de él. Un dolor le recorrió el cuerpo y la dejó
débil y casi sin defensas.
—No es la moralidad de Lisa la que yo cuestiono —comentó Tanya—. Es la
tuya. Tú sabes perfectamente lo que estás haciendo. Simplemente pones tu expresión
de indiferencia, te paras en una esquina, miras a las mujeres y ellas…
—¿No pueden contenerse? —preguntó él—. Vamos, Tanya. Es asunto de ellas si
aceptan mi reto sexual o no. Por lo general desean un poco de emoción, un poco de
peligro, un breve encuentro con lo desconocido.
—¿Cómo te atreves? Eso es una ofensa a las mujeres… —comenzó a decir ella,
temblando.
—Yo no me hago ilusiones acerca del papel que ellas escogen para mí —
respondió István—. Ellas buscan una descarga de adrenalina directa a la sangre. Yo
soy sexualmente creativo. Soy más barato que saltar en paracaídas, menos dañino
que el alcohol y brindo más emociones y entretenimiento que un buen vídeo.
Diversión, emociones. Eso es lo que ellas quieren.
—¿Es eso lo que le has ofrecido a Lisa? —preguntó Tanya horrorizada. Y luchó
contra la idea de que Lisa, como ya conocía el amor físico de István, deseara una
última noche de pasión antes de casarse con el querido y fiel John.
—La naturaleza humana está llena de misterios. Las mujeres me encuentran
atractivo porque les parezco peligroso —respondió István.
—Bueno, pues te desprecio por comerciar con eso.
—¿Eso hago?
—¿Le has hecho o no el amor a Lisa? —preguntó Tanya—. Tienes que
decírmelo, o… —los dedos de él se clavaron en los hombros de ella y la hicieron
callar.
—O nada, Tanya —dijo István, amenazante—. Olvida que me has visto salir de
la habitación de Lisa por la seguridad del futuro de ella.
Tanya se quejó y él aflojó la presión.
—¿Ella te importa? —susurró Tanya. Él asintió y ella gimió. Eso era peor. Un
István interesado era irresistible para cualquier mujer—. Esto es horrible —se quejó
ella—. Yo también quiero a Lisa y no deseo dañarla de ninguna manera.
—Entonces déjala que se case con John —gruñó István, desesperado.
—¡No sabes lo que me pides! —gritó Tanya—. Yo creo que el matrimonio es
para siempre, que amas y respetas a alguien y construyes una relación sobre eso
hasta el día de tu muerte. Eso es lo que deseo para mí y para todos a los que quiero.
Por mucho que yo aprecie a Lisa, si ella piensa ser desleal a John, no puedo ignorarlo

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y… —Tanya respiró hondo—. Él es mi hermano. Yo lo quiero y también amo la


verdad y la moralidad. Mi primer deber es hacia él y hacia los valores en los que
creo. No puedo dejar que John se case con Lisa con esto en mi conciencia. ¿Crees que
se lo quiero decir? ¿Crees que va a ser fácil? ¡Pero tengo que hacerlo!
—¡El deber! —gruñó István.
—Tú no lo entiendes —murmuró Tanya—, pero yo siento que tengo una
obligación moral con mi hermano. ¡Ojalá yo tuviera la habilidad de herirte como tú
nos heriste a nosotros! Uno de estos días…
István tiró de ella hacia él. Tanya levantó las manos para empujarlo por los
hombros y se encontró con unos músculos tan duros y tensos que se asustó. De
alguna manera aquel contacto físico le produjo un estremecimiento que le recorrió
todo el cuerpo.
István bajó la mirada y sus ojos brillaron con pasión.
—No voy a dejar que me amenaces —dijo él con fuerza—. Y no voy a dejar que
eches a perder la boda de Lisa.
—¿Por qué estás tan decidido a que se lleve a cabo —gritó Tanya con sorpresa
—, cuando dices que tú y ella sois aman…?
—Dilo —le espetó István—. ¿Por qué se te atoran las palabras en la garganta,
Tanya? ¿Por qué te molesta pensar en mí junto a una mujer?
—Porque…
—¿Sí? —murmuró él.
Tanya sacudió la cabeza para eliminar la parálisis que se estaba apoderando de
su cerebro y el pelo rebotó sobre su cara y los hombros, provocando que István
jugara con él, torturándola con sus dedos, tocando su piel desnuda y poniéndola casi
histérica.
—Porque temo por su felicidad, por la de John y por la mía —Tanya echó la
cabeza hacia atrás y gruñó—: ¿Por qué siempre me haces tan infeliz? —sintió cómo
se le acumulaban las lágrimas. Él no sabía lo que eran las emociones profundas, lo
que era el dolor y quería hacerle daño como él se lo había hecho a ella—. Tú dividiste
a nuestra familia en dos. ¡La destruiste! ¡Tú les has hecho daño a todos a los que yo
quiero, István! Papá no ha vuelto a ser el mismo desde la muerte de mamá. La amaba
tanto…
—¡Todos la queríamos! —exclamó István.
Tanya se detuvo ante aquel susurro ronco. Por primera vez ella vio detrás de la
máscara de István la desolación que había en sus ojos. A pesar de su voz tranquila en
realidad él estaba destrozado. ¡Entonces él si quiso a su madre!
—Yo nunca lo supe. Tú jamás lo demostraste —Tanya lo vio tragar con
dificultad y se dio cuenta de que estaba emocionado.
—No.

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Ella dudó un momento confundida por la expresión compungida de él y


recordó que habían enseñado a István a no demostrar sus sentimientos. Entonces se
preguntó por qué lo estaba haciendo ahora.
—Si… si al menos hubieras mandado una carta cuanto te fuiste… alguna
explicación.
—Sí mandé una carta. Supongo que tu padre la rompió —explicó István con
voz entrecortada—. Supongo que era comprensible. Él pensaba que yo me mostraba
como un ingrato ante los sacrificios que él hizo. Envié otra carta cuando murió Esther
—se aclaró la garganta—. Esperaba que él me llamara para decirme que podía ir al
entierro. No quería ir sin ser bien recibido. Ya era suficiente que ella hubiera muerto
de manera tan trágica y no quería provocar más angustias.
—Yo pensé que no te importaba —dijo ella con voz entrecortada. Recordó con
sobresalto que Lisa le había dicho que István era un incomprendido—. No es normal
que papá guarde rencor —murmuró.
—Él resentía mi presencia —respondió István—, y como cristiano se sentía
sorprendido por sentirse así. Se odiaba a sí mismo por sentir celos. Era una emoción
que no podía controlar y eso hacía que las cosas fueran peores entre nosotros.
—Pobre papá. Pobre mamá, atrapada entre vosotros dos.
—Te juro que me hubiera gustado poder ir a su entierro —dijo István con voz
suave. Y Tanya oyó que la despedida de soltero terminaba por fin—. Vamos —
ordenó él.
—¿Qué…?
Para su indignación, István le volvió a poner una mano en la boca.
—No puedo confiar en ti —le explicó István —. Todavía no eres lo
suficientemente manejable. Todavía tienes ideas tontas acerca de detener la boda de
Lisa y eso no te lo voy a permitir. De una manera u otra tengo que asegurarme de tu
silencio, Tanya.

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Capítulo 6
Antes de que Tanya pudiera comprender las palabras de István, él la hizo
volverse y la obligó a avanzar deprisa por la terraza. Tanya trató de resistirse y él la
tomó en brazos y siguió avanzando por el jardín con pasos rápidos y seguros.
Tanya tardó varios segundos en darse cuenta de que tenía la boca libre y que
podía gritar si lo deseaba. Pero para entonces István llegó a uno de los establos, abrió
una puerta y la cerró después de entrar con un golpe del talón. Tanya percibió el
familiar olor de la paja y de los caballos y entonces él encendió la luz que dejó ver
una doble hilera de pesebres ocupados por caballos que resoplaban y se quejaban por
la intromisión.
Y algo evitó que ella hablara: el increíble golpeteo del corazón de István, mucho
más rápido de lo que debería ser y que sonaba como truenos en los oídos de Tanya.
Quizá él no estaba tan en forma física como parecía, pensó Tanya.
—¿Qué… qué vas a hacer? —murmuró ella.
—Convencerte de que cooperes —con una lentitud cruel, István la deslizó a lo
largo de su cuerpo y algo… quizá el miedo… la hizo sentirse mareada. Se tambaleó y
lo agarró del brazo.
—¡István! —exclamó.
—Yo te sujeto —respondió él y la agarró de la cintura.
—No estés muy seguro de eso. A menos de que me cortes la lengua no podrás
evitar que vea a Lisa y que le pida una explicación —respondió ella, liberándose de
su brazo—. Ni tampoco puedes evitar que mi hermano se entere de lo que has hecho.
—Cierto —admitió él—. Por eso necesito un poco de tiempo para convencerte
—explicó István viendo la expresión de horror de ella.
—¡Pero… es medianoche! —aulló Tanya.
—¿Puedes dormir? ¿Podrías dormir ahora? —preguntó él.
—No —admitió ella—. ¿Pero cómo crees que me vas a persuadir?
—¿Te gustaría que te hiciera el amor? —preguntó él y torció la boca con una
sensualidad que la hipnotizó.
Para su sorpresa, Tanya sintió cómo su cuerpo se derretía ante la idea y no
pudo hacer nada para evitarlo. Claro que sí le gustaría.
—¡No! —respondió con voz ronca, desesperada por desear a un hombre que
trataba a las mujeres con tanto desprecio—. ¿Cómo puedes sugerir que yo te deseo
después de lo que le has hecho a Lisa, tanto ahora como en el pasado?
—¿Eso significa que no? —preguntó István. Tanya se agitó por la rabia.
—¡Ohhh! ¡Eres imposible! Eres inmune a todo… insultos, las normas de la
decencia.

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—Paciencia —dijo István—. Todavía no hemos empezado. Resérvate tus juicios


de momento.
En la voz de él había un tono cálido que la desconcertó.
—¿Empezado qué? —preguntó Tanya, preocupada.
En los ojos de él apareció una luz que la derritió una vez más y Tanya no se
explicaba por qué tenía la boca seca. Se pasó la lengua por los labios y vio cómo los
ojos de István seguían el movimiento.
—Una suave revelación, la danza lenta en la cual se eliminan los velos restantes
uno a uno, hasta que por fin todo queda al descubierto. No hay otra manera de
hacerlo.
—István —gimió Tanya.
—Ven a encontrarte con el destino —comentó él con calma y la tomó de la
mano.
El pulso de Tanya comenzó a acelerarse como un aviso de peligro. Ahora
conocía la atracción de lo desconocido, el calor en el torrente sanguíneo cuando
contempló aceptar el reto.
—Yo no voy a ninguna parte contigo —indicó Tanya con seguridad.
—Analiza los hechos, Tanya —comentó István con calma—. Soy mucho más
fuerte que tú. Podría obligarte a hacer lo que yo quiera por la fuerza. Te has dado
cuenta de mi excitación. Este es tan buen lugar para tomarte como cualquiera. Pero
también te habrás dado cuenta de que no te estoy haciendo el amor. No te he
desgarrado el vestido, por tentadora que sea la idea, y por el momento no estás en
peligro.
—¡Por favor, sé razonable! ¡Tienes que dejarme ir! —murmuró Tanya.
—No puedo permitir eso. Por el momento representas un peligro, así que tienes
que venir conmigo. Te doy a elegir: ven por tu propia voluntad o te llevo a rastras,
porque de lo que puedes estar segura es de que vas a venir —indicó István con voz
dura—. Tenemos mucho de que hablar. Necesito tiempo para eso y un lugar caliente
donde puedas estar cómoda para que me escuches y te pueda convencer. Luego
supongo que desearás dormir algunas horas antes de que te vistas para la boda —
inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Cómo va a ser? —le preguntó—. ¿De una forma
pacífica o violenta?
—No voy a ir a ninguna parte contigo. No confío en ti —gritó ella.
—Yo tampoco confío mucho en ti —respondió István con sarcasmo.
A Tanya se le encogió el corazón. Él desconocía las barreras y no tenía límites. Y
haría cualquier cosa por conseguir lo que quería. Tanya se estremeció. István le
estaba acariciando la muñeca con el pulgar alterando su pulso.
—Tendría que estar loca para ir contigo —exclamó Tanya—. Quiero regresar.
—¿Asustada? —se burló István.
—Sí —admitió Tanya, ruborizándose.

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—No vamos lejos. La felicidad de varias personas depende de tu decisión —


señaló él con calma—. Quiero que comprendas mi punto de vista. Lo único que
tienes que hacer es escuchar.
Los ojos de Tanya se volvieron hacia los de él.
—¿Y luego…? —el temblor de sus labios y el temor de sus ojos completaron la
frase.
—Para mí no hay ningún placer en violar a una mujer —explicó István y la miró
fijamente.
Un largo suspiro de alivio escapó del cuerpo tenso de Tanya. Por lo menos eso
tenía sentido. Pero podían hablar allí. Ella lo escucharía y llegaría a una decisión. Si él
intentaba algo ella podía aprovechar la primera oportunidad para salir corriendo.
—Dispones de media hora —indicó Tanya—. Hablaremos aquí.
—Eso es suficiente —entrecerró los ojos al advertir la mirada de satisfacción de
Tanya—. Pero aquí no. Insisto en ello. Y a propósito, si tratas de escapar para avisarle
a John, yo iré directamente a buscar a Lisa. Puedo ver tu cerebro trabajando —
comentó István—. Vamos. No podemos hacer esperar al destino.
—No creo que sea muy probable que me lo encuentre en un establo —gritó ella,
enfadada.
—¿No? —István la condujo a lo largo de la fila de caballos y le levantó la cara
con un dedo—. Te presento a Destino.
Los confusos ojos de Tanya se clavaron en la preciosa criatura que él le
señalaba, negra, esbelta…
—¿Un caballo? —exclamó ella sorprendida mientras examinaba el magnífico
animal.
—¿Esperabas otra cosa?
Ella lo ignoró y fue a acariciar a Destino en el hocico.
—Hola, Destino. ¡Eres precioso! ¿Es un Lippizaner? —aquella raza tenía fama
de ser muy vivaz y difícil de manejar… pero éste era una dulzura. ¡El placer de
montar a un animal como ése! El placer de correr, de sentir el viento en el pelo…
István sonrió.
—Levántate la falda —murmuró y tomó una manta que colgaba a un lado del
pesebre.
Tanya se quedó paralizada. Miró la manta. Entonces se volvió y sus ojos se
transfiguraron por la suavidad de la expresión de István.
—«Un establo, algo de paja y tú» —dijo ella citando el poema de Ornar
Khayyám y cuando él se volvió a reír, se sintió tan furiosa que dejó caer todo el peso
de su mano sobre su cara.
Él no hizo nada, pero para horror de Tanya, la marca de su mano apareció sobre
la mejilla.

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—Esto ya es demasiado. Súbete ahí —le ordenó István indicando al caballo y


arrojó la manta sobre el lomo de éste.
Una mirada de él detuvo la protesta de Tanya. Estaba realmente furioso. Pero
ella dudó demasiado tiempo. István se agachó, agarró el borde de la falda de ella y se
lo subió hasta los muslos.
Sorprendida, Tanya se miró las piernas desnudas y las manos de él que todavía
permanecían sobre su piel.
—¡Salvaje! —gritó ella a punto de llorar.
—Sí —estuvo de acuerdo él—. ¡Ahora súbete!
István no estaba para aceptar negativas. La iba a subir a la fuerza si ella dudaba.
Tanya se subió la falda todavía más mientras que él juntaba las manos, colocó su
pequeño pie en la palma abierta de él y después se impulsó sobre el lomo del caballo.
Sin montura. Él estaba acostumbrado a eso, ella no.
—¿Adónde…? —exclamó ella con dificultad.
—Cállate.
Con el rostro contraído, István le puso la brida a Destino, lo sacó del establo y se
subió detrás de ella con gran facilidad.
—De todas las mujeres que he conocido, tú eres la que me ha dado más
problemas —gruñó István junto a la oreja de Tanya.
—¡Me alegro! —murmuró ella.
István golpeó al caballo con los talones y éste cobró vida. Caminó sobre las
piedras del patio y después galopó por la tierra hacia el bosque.
—Agárrate.
Tanya lo hizo. Los dos se inclinaron hacia delante y la velocidad y la carrera a
través del bosque llenaron a Tanya de una alegría inexplicable.
El cuerpo de István calentaba el de ella, sus brazos la envolvían y le daban
seguridad y la emoción de aquella cabalgada le llenó de vida cada nervio del cuerpo.
Sólo se oía el sonido rítmico de los cascos que volaban sobre la tierra y la respiración
rítmica del caballo, pero aquellos sonidos eran muy queridos para Tanya ya que
montar era uno de sus más grandes placeres.
Durante el tiempo que duró el recorrido, Tanya olvidó sus problemas y disfrutó
de la emoción de sentirse tan llena de vida.
—¿Lo estás disfrutando? —gritó István junto a la oreja de ella.
Era maravilloso. Pero ella no le iba a hablar de la libertad que sentía en su
corazón. István puso su mejilla sobre la de ella y una descarga eléctrica recorrió a
Tanya de los pies a la cabeza. Los músculos de sus muslos se contrajeron.
—Adelante, Destino —exclamó ella.
Los poderosos brazos de István la dominaban tanto a ella como al caballo,
conduciéndolos sin problemas sobre el terreno iluminado por la luz de la luna. Él era

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un jinete innato, pensó Tanya sorprendida. El caballo y él estaban en perfecta


armonía y por unos momentos ella también formó parte de aquella unidad.
—Te encanta —murmuró István—. Siempre te ha gustado y siempre te gustará.
Tú y yo montando juntos y dejando a un lado todas las amarras de la
responsabilidad que generalmente nos envuelven.
Tanya resopló. Él no sabía lo que era la responsabilidad o el deber.
—Allí está. Allá arriba.
István utilizó su habilidad para frenar un poco el galope del caballo que parecía
querer seguir adelante para siempre. Tanya vio un pequeño edificio, largo y bajo
cuyas paredes blancas brillaban en la oscuridad. Cuando se acercaron más a ella vio
que la cabaña tenía el tejado de paja y un balcón de madera a lo largo del edificio.
Cuando estaban a unos pocos metros, István se deslizó del lomo del caballo y
ató las riendas alrededor del poste de un pozo.
—¿Emocionada? —preguntó él.
Aquello era una suposición razonable. Sin darse cuenta Tanya se había estado
riendo. Le brillaban los ojos y tenía las mejillas sonrosadas por la cabalgada. Todo su
ser vibraba.
«¿Emocionada?», pensó ella. «¡No sabe cuánto!» Pero su garganta se cerró. ¿Qué
era aquello? Él iba a asegurarse de su silencio. Evitó los brazos de István y en contra
de todo lo que había aprendido, pasó la pierna por encima de la cabeza del caballo y
se dejó caer al suelo del lado equivocado.
—¿Tan emocionada? —se maravilló István con sarcasmo y calmó a su enfadado
caballo.
Tanya caminó tensa hacia la cabaña. István la alcanzó y abrió la puerta de
madera. Ésta daba a una pequeña habitación dominada por una construcción en
forma de panal de abejas que Tanya supuso era un horno de barro. Para su sorpresa
estaba encendido y resultaba cálido y acogedor.
—¿Es tuya? —preguntó Tanya y se volvió hacia István. Él se agachó para pasar
bajo el dintel y ella se quedó fascinada observando el techo de paja que tenía por lo
menos un metro de espesor.
—Voy a encender las lámparas.
István desapareció dentro de otro cuarto que estaba a la izquierda. Las
lámparas de aceite y las velas cobraban vida y llenaron todo el espacio con su luz. El
rostro de Tanya se suavizó pero ella permaneció junto a la puerta.
—Aquí hace calor.
—No hay nada mejor que las paredes gruesas, los tejados de paja y las estufas
de ladrillo para mantener fuera el frío —comentó István y señaló una estufa enorme,
más alta que él y recubierta de azulejos verdes. Tanya tuvo la impresión de que
estaba caliente.

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—Alguien lo mantuvo encendido. ¿Y quién encendió el horno? ¿Tú? —los ojos


de Tanya recorrieron la habitación en busca de más detalles. Aquélla no parecía el
tipo de casa adecuada para él—. ¿Y quién ha hecho la mermelada…?
—He alquilado la casa —respondió István con calma.
—¿Te pasas las noches preparando mermeladas? —gritó Tanya con
incredulidad.
—Siéntate —le indicó él —. No estamos aquí para hablar de mis
entretenimientos —señaló una mesa y debajo un banco—. La cama o el banco. Elige
—indicó mientras salía—. Voy a poner más troncos en el horno. Discúlpame.
El banco se tambaleó cuando Tanya se sentó. Entonces decidió que necesitaba
algo en que acomodar su cuerpo cansado y miró las dos camas que había junto a la
pared con envidia. Se recostó en una y esperó a István con los nervios de punta.
Aquella habitación la intrigaba. Por fuera parecía una de las casas húngaras
tradicionales que había visto en el camino del aeropuerto al hotel, pero los accesorios
y los muebles no encajaban. Ella ya había advertido que la ropa de cama era de lino
muy fino, con bordados de seda y oro que reproducían el mismo escudo de armas
que estaba tallado en la cabecera. Un escudo de familia, pensó Tanya intrigada. Un
águila bicéfala, flores, maíz.
De pronto se enderezó. Los campesinos no tenían retratos de familia pintados al
óleo, figuritas de porcelana colocadas sobre cómodas de palo de rosa y fotografías en
marcos de plata.
—¡Fotos! —exclamó Tanya y se dirigió directamente hacia ellas.
Él llegó antes que ella.
—Son privadas —exclamó él bloqueándole el paso y con un movimiento rápido
puso los marcos de plata boca abajo.
—Escondes algo —lo acusó ella.
—Algunas cosas —la corrigió István —. Ahora. Lisa…
—Tienes pintura de labios en la cara —lo acusó Tanya de pronto, cuando la luz
de una lámpara le iluminó el rostro.
Él se llevó una mano inmediatamente a la mancha de la mejilla.
—¿Sangre? —sugirió él.
—¿En forma de una boca?
István hizo una mueca.
—¿Me vas a dar mucho trabajo, verdad?
Tanya estaba perdiendo el tiempo. István era tan culpable como el infierno.
—¡No! —exclamó ella sintiéndose más desgraciada que nunca. Estaba viviendo
una pesadilla. Él le había hecho el amor a Lisa—. Me voy —murmuró—. He decidido
que se lo voy a decir a John.
—¿Conoces el camino?

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—Yo… —aterrada, trató de recordar qué dirección habían tomado durante el


viaje hasta allí. Estaba oscuro. István y Destino conocían el sendero pero ella jamás
podría regresar—. Voy a seguir el sendero.
—¿Cuál de todos? ¿El que va a los pantanos, el que va a lo más profundo del
bosque…? —István se inclinó hacia delante con confianza—. Será mejor que te
advierta sobre los jabalíes. Son más peligrosos que los lobos —comentó él.
Tanya cerró los ojos, desesperada.
—Entonces necesito que tú me lleves de regreso.
—Sin lugar a dudas —estuvo de acuerdo István—. Y si no aceptas dejar que
John se case con Lisa como si nada hubiera sucedido esta noche, entonces…
—¿Entonces? —preguntó ella.
—Entonces tengo que mantenerte aquí hasta que la boda haya terminado.
István era perseverante, pensó Tanya. Jamás se rendía, jamás dejaba escapar la
presa, como un lobo desalmado que gruñía y mordía a cuantos lo retaban hasta
establecer su lugar dentro de la manada.
—Déjame regresar. Estoy cansada —suplicó Tanya.
—Lo siento. Pero hablo en serio.
—Entonces dame una buena razón para no decir nada. Pero si me tocas, te juro
que voy a gritar tan fuerte que te reventaré los tímpanos.
—En estos momentos Lisa es mi prioridad. Por ti puedo esperar.
—Pues espera sentado.
István sonrió, tomó una botella y dos copas de un estante y sirvió un vino rojo y
espeso. Tanya aceptó una de las copas esperando que el alcohol le reanimara el
espíritu. Él se sentó con naturalidad en el borde de la cama, bebió un buen trago de
vino y se volvió hacia ella.
—El comportamiento de Lisa no es una sorpresa para mí —comenzó a decir
István con calma—. Ha estado muy preocupada por su boda.
—Eso he visto —comentó ella. Más secretos. Por Dios. ¡Era necesario regresar
para decírselo a John!—. Déjame irme —le imploró a István con voz temblorosa—.
¡Terminemos esta farsa!
—Tienes que escucharme —gritó él—. Me vas a escuchar aunque tensa que
atarte a la cama.
—¡Adelante! —gimió Tanya. Lo que él dijera no iba a cambiar nada. Ella sabía
lo que tenía que hacer.
—Gracias —dijo él con sarcasmo—. Iba a hacerlo. Desafortunadamente Lisa no
pudo hablar de sus dudas conmigo porque yo estuve ausente durante algún tiempo.
—¡Ella tiene a John! —replicó Tanya, enfadada por a suposición de que él era la
única persona a quien Lisa podía dirigirse—. Si le preocupaba la relación que hay
entre ellos es con él con quien debe hablar. A falta de eso, puede telefonearme o

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escribirme y seguro que también tiene amigos más capacitados para hablar de los
sentimientos que tú.
István apretó los dientes.
—Se trata de algo de lo que ella no podía hablar contigo, ni con nadie más. Sólo
conmigo.
—Entiendo —respondió Tanya y levantó la cara—. Ella debe quererte mucho.
—Tontita —le dijo István mientras ella trataba de contener las lágrimas—. Hay
muchos tipos de cariño. Lisa es más mi hermana de lo que tú jamás lo fuiste.
—No se le hace el amor a las hermanas —Tanya dejó su copa en la mesa, pues
le temblaba la mano para sostenerla.
—No —gruñó él y atrapó los dedos de ella en los de él—. No se hace —bajó la
cabeza, le besó la mano con ternura y después se la volvió para rozar con sus labios
la parte sensible de la palma.
—¿Qué es lo que le preocupa a ella? —preguntó Tanya con voz ronca, retirando
la mano.
—Le tiene miedo a dos cosas en particular. Una es que quizá no pueda tener
hijos.
—¡No! —exclamó Tanya, sorprendida—. Pobrecita… eso es terrible… Nunca
me ha dicho una palabra ¿Por qué? ¡Es mi amiga!
—Tenía miedo de que tú se lo dijeras a John —expuso István con calma—. Ella
no quería que él se enterara de la causa y que es la pérdida de su hijo hace cuatro
años.
—Tu hijo —murmuró Tanya con los dientes apretados y bajó la mirada para
ocultar su angustia—. Espero que te des cuenta de que tus acciones pasadas han
provocado problemas desde entonces —murmuró con amargura.
—¿Por qué no nos ceñimos al problema y dejamos a un lado las
recriminaciones? —sugirió István.
—¡Eres un salvaje! —le espetó ella, mostrando sus sentimientos. Pero él tenía
razón. El problema de Lisa era lo primero. Él podía esperar—. ¿Ésa es la opinión de
un médico o la de ella? —preguntó Tanya.
—Un poco las dos cosas. El ginecólogo con el que habló después de perder el
bebé le dijo que estuviera preparada para la posibilidad de no poder tener más hijos.
¿Comprendes el problema? Ella sufre porque no sabe si contarle todo a John…
—¿Qué tú la dejaste embarazada? —gritó Tanya—. ¿Te das cuenta de todo el
daño que has hecho? Yo no puedo sentir respeto por un hombre que no puede
controlar su sexualidad y cuyo único pensamiento es su propio placer y no la
protección de una mujer inocente.
—Eso es lo que yo pensé.
—Un comportamiento así demuestra un carácter débil —gritó Tanya.
—Sí —respondió él con calma—. Me temo que sí.

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Tanya se quedó sorprendida de que él estuviera de acuerdo con ella y lo miró


confundida. Su cerebro parecía estar a punto de dejar de funcionar.
—¿Por qué te muestras humilde ahora? —preguntó ella.
—Hasta la gente más de fiar tiene fallos —señaló István de manera enigmática
—. Nadie es un santo. Tú ves demasiado perfecta a la gente a la que quieres. No te
ciegues ante sus fallos.
—Si estás tratando de disculparte por lo que hiciste insinuando que John es casi
tan malo como tú… —comenzó a decir ella.
—Todos tenemos los pies de barro con relación a algo. Un talón de Aquiles. Eso
—se detuvo como para elegir sus palabras con mucho cuidado—. Esa debilidad hizo
que Lisa se piense las cosas dos veces.
—¿En cuanto a escapar contigo? —murmuró Tanya.
—Respecto al matrimonio, respecto a decirle algo a John.
—No hablas con sentido.
—Hablo con más sentido de lo que te imaginas —respondió István y se pasó
una mano cansada por el pelo—. Lo sabrás todo después de la boda.
—¿Por qué no ahora? —preguntó Tanya con voz dura.
—Porque no puedo confiar en que te quedes callada. Quiero dormir un poco,
Tanya —explicó István—. ¿No podemos arreglar esto antes? Tienes que saber lo que
decidimos. Lisa estuvo eligiendo entre sus posibilidades: no decir más, hacer una
confesión completa o decirle a John que hay posibilidades de que no pueda tener
hijos sin darle una razón específica.
—John quiere tener una familia —exclamó Tanya.
—Lo sé. Eso aumenta el problema. De eso es de lo que hablamos. Por eso
lloraba. Es un dilema que ha tratado de resolver y que la tiene desgarrada. Yo sabía
qué era lo que la torturaba y que quizá pudiera ayudarla. Ella no quería que tú
supieras que yo estaba allí, porque ibas a pensar lo que no es. Cosa que sucedió.
—¿Qué es lo que le has aconsejado? —preguntó Tanya.
—Yo no doy consejos. Yo hago que la gente tome una decisión haciéndoles
preguntas y asegurándome de que conozcan todas las posibilidades. Yo los guío por
el camino que ellos de veras quieren seguir, pero que quizá no se atreven a tomar. Lo
que yo haría en su caso o lo que me gustaría que ella hiciera si yo fuera John es
irrelevante. Lisa tiene necesidades y sentimientos muy diferentes de los míos.
Para sorpresa de Tanya, István le pareció muy sabio y comprensivo. Pero él
estaba muy involucrado en todo eso. El cansancio de Tanya se hizo más intenso y la
soledad de su corazón aumentó.
—¿Qué ha decidido ella? —preguntó Tanya y frunció el ceño.
—Confiar en el hecho de que John la ama y que la seguirá amando con o sin
hijos —respondió István y sus ojos buscaron la reacción de ella—. Esa es su decisión
y debemos respetarla, cualquiera que sean nuestros sentimientos. Espero que ahora
estés de acuerdo en dejarlos seguir adelante sin interferir.

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—No estoy tan segura. Todavía no puedo comprender tu relación con ella…
—Platónica. Nosotros sólo hablamos —insistió él.
—Quizá sea cierto. Pero por otra parte… creo que todavía eres una amenaza
para la felicidad de John. ¿Todavía encuentras atractiva a Lisa? —preguntó Tanya
con miedo.
—Siempre me ha parecido atractiva —respondió István con una sonrisa. Tanya
se mordió el labio inferior y lo miró a los ojos—. Y mi relación con ella es muy
especial. Pero yo no la amo como la ama John y lo que ella siente por mí tampoco es
amor.
Si no era amor, quizá era pasión lo que él sentía. Una obsesión, pensó Tanya
incapaz de soportar mucho más. Las revelaciones la estaban destrozando.
—Tú has dicho que ella tenía miedo de dos cosas —le recordó a István.
—Pareces cansada. ¿Por qué no te tumbas? —preguntó él en tono amable.
Debió ver la mirada de alarma de ella porque suspiró y dijo—: No voy a saltar sobre
ti y a arrancarte el vestido sólo porque estés tumbada en una cama —István sonrió
ante la expresión de ella—. Descansa en la cama si quieres mientras aclaramos este
asunto y después los dos podremos dormir varias horas.
Las manos de Tanya ya sentían la suavidad del gran edredón. Era tentador, ella
estaba cansada. Se detuvo un momento con las manos apoyadas en la cama. Luego,
con un ágil movimiento se arrojó sobre ésta y se acurrucó con gusto sobre el cómodo
colchón mientras acomodaba los almohadones detrás de ella.
—Tienes unos cuantos minutos y luego tendremos que parar —dijo Tanya.
—Hablas como la señorita Lattimer.
—¿La maestra del pueblo? Supongo que sí.
—Es más, ésas fueron sus palabras exactas aquel día que la convencí de que
dejara a los niños montar en mi pony.
La sonrisa de Tanya se volvió cálida cuando recordó la emoción de sus
compañeros de clase y su orgullo porque aquel benefactor era su hermano.
—Lástima que ella fue a preguntarle al director de mi colegio si yo debía estar
en clase —comentó István.
—Ella te regañó y la mitad de los niños lloraron porque no pudieron montar.
Era como si les hubieran mostrado el paraíso y después les cerraran las puertas.
—¿Crees que hubiera sido mejor si yo nunca se lo hubiera ofrecido? —preguntó
István—. ¿Crees que es mejor si la gente jamás ve el paraíso… y se queda en la
ignorancia por el resto de sus vidas?
—¿Ésa es tu filosofía, no es así? Apunta al paraíso, cualquiera que sea el precio,
aun cuando nunca logres llegar.
—Siempre vale la pena intentarlo. Tanya —comentó István.
—Yo no sé qué es lo mejor. Supongo que lo que tú has dicho antes, que todos
tenemos que tomar nuestras decisiones de acuerdo con nuestros caracteres y

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necesidades. Por ejemplo, tú jamás serías feliz haciendo cosas corrientes. Siempre has
buscado el peligro y la aventura. Yo me siento…
—Insatisfecha.
Tanya se puso tensa y alerta. István no se movió pero en sus ojos había una
ternura que la conmovió.
—¿Cómo hemos llegado a esto? Estábamos hablando de Lisa —preguntó
Tanya.
—Me salí del tema. ¿Pero vas a respetar su decisión y a no decir nada?
—Supongo que sí —la sonrisa de István le calentó el corazón. Entonces tragó,
nerviosa y metió los pies debajo de su cuerpo, lista para saltar si él movía un
músculo. Pero István no lo hizo, aunque la distancia entre ellos parecía reducirse por
el intenso deseo que sentía por él. Tanya se estremeció.
—¿Tienes frío? —preguntó István.
Tanya negó con la cabeza sintiéndose desgraciada.
—Estoy muy cansada.
—Seguro que te has levantado muy temprano esta mañana. Después has
recibido el impacto de descubrir que no soy tu hermano y la noche ha sido
interminable, ¿verdad? ¿Quieres que te lleve de vuelta al castillo?
—Hmmm —asintió ella sin mucha convicción—. Si me haces el favor —su
agotado cerebro pareció recordar que algo no estaba terminado y luchó por recordar
qué era.
—Vamos —István se puso de pie con decisión.
—¡Espera un momento! —Tanya frunció el ceño—. ¡No hemos terminado!
Quiero saber cuál es la segunda cosa que le preocupa a Lisa.
—No creo que…
—Dímelo todo o insistiré en que John se entere.
István suspiró con fuerza.
—¡Por Dios! ¡Vaya que eres obstinada! Está bien, pero me disgusta traicionar su
confianza —István comenzó a caminar por la habitación y Tanya se relajó—. Está
relacionado con lo que hemos estado discutiendo. Que las personas piensan y se
comportan de manera muy distinta. Verás, Lisa duda acerca de su amor por John.
Tanya se humedeció los labios secos.
—¿Por qué?
—Ella dice que lo ama y que de entre todos los hombres él es con quien desea
envejecer, pero…
—¡Me lo temía! Ella no siente la pasión que sintió… que quizá siente… por ti.
—No es exactamente eso. Ella… —István dudó un momento para elegir las
palabras con cuidado mientras seguía paseando por la habitación—. Ella conoció una
gran pasión. Sabe lo que es eso, cómo duele y a la vez llena de tal manera que no se

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puede pensar en otra cosa que no sea en satisfacerla. ¿Sabes de qué estoy hablando,
Tanya? ¿Estoy despertando algo dentro de ti?
Los ojos de Tanya se convirtieron en enormes lagunas verdes. Las palabras de
István habían dado en el blanco. ¡Por supuesto que lo sabía! Ella sentía esa pasión. El
corazón le saltaba en el pecho, gritando que lo dejaran salir, la respiración parecía
querer escapar también. Aterrada, pensó que dentro de ella no había lugar para otra
cosa que no fuera aquella imperiosa necesidad que sentía por István.
—Como has dicho, todos somos diferentes —respondió Tanya—. Para algunas
personas puede existir la pasión sin amor —como él y Lisa. Esa idea le dolía. Trató de
aclararse la garganta sin lograrlo—. Discúlpame. Es el cansancio.
—Pasión sin amor. Comprendo.
István estaba de espaldas a Tanya y se servía más vino. Aquello le pareció triste
y entonces ella recordó con amargura cómo cuando eran niños ella luchaba con
desesperación por hacerlo feliz. Pero ahora ella quería ofrecerle… Amor.
Aquél era su deseo más querido. Quería darle su amor y que él también la
amara a cambio. El amor crecía dentro de ella con dolor y temió que explotara.
Dentro de ella había un amor tan grande que jamás pensó que pudiera existir. Y a
juzgar por aquellas sensaciones parecía que su corazón estaba decidido a entregar
todo su amor a un hombre que no se lo merecía.
Mientras István seguía bebiendo, inconsciente de lo que ocurría dentro de ella,
Tanya se recostó sobre las almohadas y aplastó aquel amor. No podía matarlo
porque era demasiado profundo. Pero sí podía ignorarlo. Aquel esfuerzo la dejó más
exhausta todavía.
Todo estaba muy tranquilo. El calor y el cansancio la abrazaron y por fin cayó
en un sueño profundo e impenetrable.

—¡Tanya! ¡Tanya!
Una voz urgente la despertó… eso y la mano tibia que le sacudió el hombro con
delicadeza.
—¿Qué? —murmuró ella y sus ojos se negaron a abrirse.
—Despierta.
Tanya apartó la mano y se dio la vuelta.
—Vete.
—Estás en mi cama.
Abrió los ojos de golpe y en un instante se dio cuenta de lo que la rodeaba. La
cama. La cabaña. ¡Y… István! Tanya volvió la cabeza y quedó frente a los ojos de él.
—¿Qué…?
—Te quedaste dormida. No tuve el valor de despertarte. Pero tienes que
levantarte y vestirte para la boda.

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—¡Dios mío! —exclamó ella, histérica. Alarmada, vio que él tenía puesta una
bata y mostraba más de su cuerpo de lo que ella podía resistir a esa hora de la
mañana—. ¿Qué hora es? ¡Las nueve! ¡Vamos, vamos!
István la observó mientras ella comprobaba que todavía tenía puesto el vestido
debajo del edredón que le llegaba hasta el cuello.
—Antes prométeme —señaló István—, que dejarás que la boda siga adelante
sin revelar nada.
—Bueno… tienes que comprender mi dilema, István.
—Y tú también tienes que comprender que Lisa tiene que vivir su vida —
murmuró él.
—Pero…
Los labios de István cubrieron los de ella suave y dulcemente y él murmuró
cosas agradables entre besos mientras los brazos de ella le envolvían el cuello.
—¿Tengo que retenerte aquí después de todo? ¿Qué haríamos mientras la boda
tiene lugar? ¿En qué nos mantendríamos ocupados?
—¡En hacer mermelada! —respondió ella y se preguntó por qué le había
devuelto sus besos.
Las manos de István se metieron debajo de sus brazos, levantaron el cuerpo
hacia él y éste se movió con alarmante facilidad. Con movimientos ligeros los dedos
de él dieron un masaje a la columna vertebral y avanzaron hacia abajo.
—No, István —exclamó Tanya.
—Podrías mantenerme prisionero aquí —murmuró él y su lengua acarició la
curva de la boca hinchada de ella—. Quizá prisioneros los dos.
Tanya gimió indefensa, pues aquello le daría mucho placer. Y cuando los dedos
de István continuaron jugando con sus huesos y con su piel, despertaron todo el
cuerpo a sus caricias. Ella sintió que todos sus músculos se relajaban, hasta quedar
completamente pasiva y lista para rendirse.
—¡Quiero irme! —exclamó Tanya de pronto, molesta consigo misma.
—No te creo. ¿No te das cuenta de que Lisa no me interesa? ¿De que es a ti a
quien he estado persiguiendo todo este tiempo?
Ella trató de pensar, pero él le besaba con pasión el cuello, los hombros, la
clavícula, y cuando lo miró, vio en sus ojos un deseo que la hizo temblar.
—Yo no… —se detuvo en mitad de la protesta cuando vio la agonía en el rostro
de István.
—Te deseo. Pero no como algo pasajero, sino como algo más. Ahí está la pasión.
Lo sé —su respiración humedeció el oído de Tanya, su rostro y el corazón le latió con
fuerza brutal—. Eso es lo que Lisa desea, lo que quiere conocer —murmuró él y se
apoderó de la boca de ella.
Tanya se estremeció, gimió y deseó responder con sus propios besos salvajes. Y
eso resultaba aterrador.

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—Pero si… —arrancó su boca de la de él y lo apartó—. Si Lisa te desea a ti…


—¡No, mi amor! Lo que he querido decir es que ella desea conocer una pasión
como la mía. Ella sabe lo que siento por ti. Una sensación maravillosa, incontrolable,
que me retuerce las entrañas y me vuelve irracional y deseo tanto hacerte el amor
que haría cualquier cosa por legrarlo —Tanya parpadeó, sorprendida—, Y Lisa se
preocupa mucho porque no siente el mismo deseo por John.
—Que sí siente por ti… —su queja terminó bajo los besos de István. La lengua
de él que se enroscaba en la de ella, la insistente presión de su cuerpo. Y cuando él se
apartó, Tanya deseó acercarlo de nuevo porque su pasión ya estaba fuera de control.
—Tanya —murmuró István—. ¿No lo comprendes todavía? Ella sí ama a John
pero de una manera muy diferente. Ninguno de los dos siente el hambre
desesperada que siento yo. Ellos sienten un amor cálido. Yo le recordé que todos
somos diferentes y que amamos de diferentes maneras. Que sentimos la pasión y el
deseo a diferentes niveles de intensidad. La convencí de que no podía, no debía
juzgar su amor por John comparándolo con mi ardor por ti.
—¿Me estás diciendo que no amas a Lisa?
—No la amo. No la deseo.
—Oh —exclamó Tanya y fue todo lo que pudo decir. Algo comenzaba a
explotar dentro de ella; un brillo de esperanza, alegría. Él la deseaba. Casi podía
creerlo… ¿Pero si no había amor, era eso suficiente?
Poco a poco István se bajó de la cama.
—¡Eres difícil de convencer! Quizá sea mejor que vayamos a la boda.
—¡La boda! —gritó Tanya deseando quedarse y hacer preguntas para averiguar
si él hablaba en serio.
—No parezcas tan deseosa —dijo él—. No puedo soportarlo. Por eso no te dije
mis sentimientos anoche. Sabía que no me iba a poder controlar —Tanya bajó las
piernas de la cama—. Quédate donde estás y olvídate de ser una dama de honor de
la novia, pues pasarás el resto del día en mis brazos.
—¡Por Dios! ¡Si soy una de las damas! Tengo que ir al hotel para vestirme.
—Cuando me di cuenta de que no te ibas a levantar temprano, llamé por
teléfono para que trajeran tu ropa aquí. Llegarás a tiempo para ayudar a Lisa a
vestirse.
—Pero… pero…
—Hay una bañera con agua caliente en la habitación, detrás del horno. Báñate y
te traeré algo de comer. Hay tiempo. No te preocupes.
Confundida, Tanya se dejó llevar hasta una bañera llena de agua caliente
colocada en medio del suele. Su vestido colgaba de una percha.
—Mi maquillaje, el adorno del pelo… —se angustio Tanya.
—Todo está ahí, supongo. El ama de llaves del hotel hizo todo lo que pudo. Si
falta algo tendrás que hacer lo necesario cuando llegues al castillo. Tu vestido es
fabuloso. No puedo esperar a vértelo puesto.

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Allí estaba su vestido. Color de miel, sencillo, pero muy bien cortado y que caía
hasta el suelo como correspondía a una dama de honor. Una guirnalda de orquídeas
para el pelo. Su caja de cosméticos. La ropa interior de seda. Tanya se ruborizó.
—El ama de llaves que ha traído todo esto debe saber que he pasado aquí la
noche —exclamó Tanya.
—No hay nada malo en eso. Tenemos la conciencia tranquila. Ella piensa que
estuvimos hablando hasta muy tarde y perdimos la noción del tiempo. No olvides
que todo el mundo piensa que somos hermanos.
—Ah, sí.
István sonrió.
—¿Lo he hecho mal?
—No, pero… anda, sal y déjame bañarme —le pidió ella.
Antes que nada la acción. Tenía que prepararse. El pensar vendría después. Se
enjabonó con fuerza en el agua fragante y después salió y se envolvió en la toalla. En
pocos minutos se vistió, se aplicó el maquillaje de los ojos y la pintura de labios y se
recogió el pelo en lo alto de la cabeza. Pero necesitaba que alguien la ayudara con la
guirnalda de orquídeas. Esta tendría que esperar hasta que llegara al castillo.
—¿Estás lista? —gritó István.
Tanya se miró en el espejo y se levantó la falda para salir corriendo hacia la
habitación principal. Allí se detuvo de golpe.
—¿Qué sucede? —preguntó ella. István tenía una expresión extraña—. ¿Está
arrugado? ¿Manchado?
—No —István se aclaró la garganta y se volvió para poner pan recién horneado
en un plato de madera—. Estás muy bien. Ven a comer.
—Sí, sí. Me muero de hambre —dijo ella, desilusionada de que él no fuera más
halagador. Y entonces Tanya se rió de su vanidad y de su deseo de halagarlo a él—.
Tú estás muy elegante —comentó. Colocó una servilleta de lino sobre la ropa—.
Supongo que has dormido aquí —añadió mientras mordía una rosquilla.
—He estado aquí, pero no puedo decir que haya dormido. Pero estoy
acostumbrado a no hacerlo.
—¿Es eso cierto? —Tanya comió otro trozo de rosquilla. Los ojos oscuros de
István permanecían fijos en sus labios y ella se los tocó para ver si había restos de
azúcar allí. Él se inclinó y rozó los labios de ella con los suyos. Apartó a un lado su
plato sin tocar y probó el café turco.
—Supongo que la gente pensará que ya hemos arreglado nuestros problemas
cuando nos vean llegar juntos. ¿Y así es, verdad?
—Sí —murmuró ella. Lo amaba tanto que le causaba dolor.
István alargó una mano y apretó la de ella con fuerza.
—¡Gracias a Dios! Lisa se va a sentir muy feliz. Avísame cuando estés lista para
partir —sugirió István y salió afuera.

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Tanya sonrió. István odiaba estar encerrado… tanto en su vida emocional como
en la física. Por eso no se había casado y nunca se había permitido amar a nadie. No
soportaría la sensación de estar atrapado. Y por eso ella tendría que estar loca para
ceder ante la pasión de él, o la suya propia. La pasión desaparece. Sólo el amor
perdura. Podría ser maravilloso durante algún tiempo. ¿Y después qué?
Sólo que… si nunca conoces el paraíso nunca sabrás lo que te pierdes. ¿No era
eso mejor que nada? ¿No valía la pena a pesar de la desilusión final? No estaba
segura. Y no faltaba mucho para que István le pidiera que tomara una decisión acerca
de su relación.

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Capítulo 7
Tanya tomó su bolso y salió a la luz del sol. Su mirada se clavó en István, que
parecía un novio, parado junto a la carretela de colores brillantes y decorada con
flores… seguramente para la boda.
Él la ayudó a subir el asiento de piel y ella acomodó su falda mientras István
tomaba las riendas del caballo.
—Me siento feliz de estar vivo —comentó él y se estiró de placer.
La carretela entró en un camino más ancho, protegido del viento por una larga
fila de álamos. István saludó con la mano a un hombre del pueblo. Un poco más
adelante una mujer se detuvo frente a una bomba de agua y le dirigió una inclinación
de cabeza. István detuvo la carretela y esperó con paciencia a que pasara una manada
de ganado.
—Se han parado —exclamó Tanya y consultó su reloj—. Nos vamos a retrasar.
—Vamos bien. Relájate —el caballo se movió de pronto y a Tanya se le cayó el
bolso de las rodillas. István lo recogió—. Creo que esto es tuyo —dijo y le entregó la
cartera abierta con la foto de él.
Tanya se ruborizó.
—La conservé… la puse ahí…
—Comprendo. ¿Sabes de quién eran las fotos de la cabaña?
—¿De la familia? —sugirió Tanya.
—Algunas. Pero la mayoría son tuyas. Creo que tenemos tiempo para
desviamos.
—¿Fotos mías? ¿Por qué tú…? ¿Adónde vamos? —gritó Tanya cuando István le
dio la vuelta a la carretela en medio del ganado.
—A la iglesia.
—¿Quieres dejar de ser tan impredecible y poco convencional y llevarme al
hotel? Responde a una simple pregunta y compórtate como una persona normal por
esta vez.
—Sólo por esta vez…
La carretela saltaba sobre el camino empedrado en dirección a la iglesia. La
mirada de Tanya se suavizó al ver la pequeña iglesia. Parecía salida de una
ilustración medieval, con sus paredes blancas y tejado inclinado con tejas de madera.
Junto a ella había un campanario independiente, con una curiosa galería a media
altura.
Con todos sus músculos tensos, István saltó y la bajó a ella y casi la empujó
hacia la pequeña iglesia. Tanya casi no pudo ver el interior pintado de rojo y verde
cuando él le tomó la mano.

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—Tanya, mi querida Tanya —dijo István mirándola a los ojos—. Ésta es la


iglesia de los Huszárs… ¡Dios mío! No puedo creerlo. Con toda mi alma y mi
corazón me comprometo contigo.
Una oleada de felicidad invadió a Tanya. ¡István la amaba! ¡Era verdad! Sin
embargo… tenía miedo. Miedo de creer en él.
—¡No! —exclamó ella—. No puedo…
—¿No confías en mí, no me respetas? Hasta después de la boda no puedo ser
completamente sincero contigo. Pero sabes que no te mentiría en una iglesia. Este es
el anillo sigilar de mi familia. Por el momento sólo tómalo —exclamó él y se lo puso
en la mano—. consérvalo hasta que sepas qué ocurrió en el pasado y comprendas.
—¡István! —murmuró ella, temblando. aterrada por su deseo de aceptar su
palabra—. A ti te educaron para negar tus sentimientos. ¿Cómo puedo creer…?
—Esther falló en eso —explicó él —. Tú me salvaste me enseñaste el amor.
Amor de hermana para empezar. Mi propia madre me había enseñado el amor
maternal y desde que estoy aquí he aprendido el amor por mis compatriotas, la
admiración y el respeto por la gente… gente que lucha y que triunfa contra todo lo
imaginable. Pero ahora tú me has enseñado una clase de amor muy diferente. ¡Yo sí
puedo amar, Tanya! Te pido que tengas paciencia hasta que podamos hacer el
juramento.
—¡El juramento! ¿Qué estás diciendo? —preguntó ella, pero en su corazón lo
sabía. Éste volaba hacia el cielo. Sólo su cautela innata la contenía.
—¿Tú me amas? —preguntó István. Le acarició la cara con tanta ternura que
ella gimió—. ¿Me amas? —insistió y la besó.
Confundida y mareada de amor, Tanya suspiró y por fin se rindió a lo
inevitable.
—¡Sí! —susurró—. Sí, te amo… te amo.
—Mi querida Tanya.
El beso envió a Tanya hasta el paraíso. Ella le rodeó el cuello con los brazos y
dejó que sus labios se abrieran debajo de los de él. «Lo amo», pensó. «Para bien o
para mal. No puedo evitarlo». La tragedia de su pasado lo hizo ser el hombre que era
y aun así ella lo amaba. Quizá el amor de ella lo haría feliz.
—La boda —murmuró él.
Entonces sonrió, la agarró de la mano y la sacó corriendo mientras ella
protestaba, medio riendo, medio asustada y completamente sorprendida. Pero tan
enamorada que sentía ganas de cantar.

Todavía temblaba cuando Lisa, el profesor de música de Lisa y ella caminaban


del castillo a la iglesia. La iglesia donde István había jurado casarse con ella. ¿De
verdad lo hizo? Tanya no estaba segura. ¿Eso significaba un intercambio de

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juramentos? Trató de recordar si él le había dicho que la amaba y se preocupó


todavía más porque no pudo recordarlo.
Cuando salieron de la iglesia él la había besado y habló de vivir juntos en un
rancho donde pudieran montar todo el día si así lo deseaban, donde ella podría
dirigir su negocio. István le sugirió que el padre de ella podría vivir con ellos si lo
deseaba o si no se ocuparía de él en Inglaterra. Pero ninguna mención de amor.
Tanya sintió frío en los huesos. Ninguna mención de matrimonio. Quizá en su
mente había un arreglo, un arreglo moderno para vivir juntos donde ninguno de los
dos tendría que dar el paso final. Donde István no se sentiría atrapado.
Tanya había atado el anillo en su ramo. Éste tenía el mismo escudo que la
cabecera de la cama de la cabaña. Después de la boda pensaba preguntarle acerca del
escudo. Las flores temblaron junto con sus manos.
Tenía otra cosa en que ocupar su mente.
Cuando István y ella llegaron juntos al hotel provocaron diversas reacciones.
Sus hermanas se sintieron sorprendidas, Lisa feliz. John, mudo por la rabia. Se negó a
escuchar lo que ella le quiso decir, insistiendo en que no se le debía permitir a István
acercarse a la iglesia… y menos a Lisa.
Le costó mucho trabajo lograr que Lisa se pusiera el vestido de novia, porque la
futura esposa parecía reacia. Incluso ahora que caminaban hacia la iglesia, Tanya no
estaba segura de que su amiga seguiría adelante con la ceremonia.
De pronto Lisa se detuvo en seco y se puso muy pálida.
—¿De veras crees que John me ama, Tan?
Tanya se obligó a sonreír.
—Sí, lo creo —respondió—. Si no, no sentiría tantos celos de István. Está hecho
un manojo de nervios. ¡Los hombres! En realidad no son tan fuertes.
—¡Dios mío! —exclamó Lisa.
Era obvio que lo que había dicho no era lo adecuado. Tanya temía que su amiga
saliera corriendo en cualquier momento.
—En cuanto te vea se le calmarán los nervios. Estás encantadora.
—Como la novia de un príncipe —comentó el profesor de música con
galantería.
—Él nunca va a aceptar el hecho de que István… —insistió Lisa.
—Tú sabes lo que piensa de él —comentó Tanya—. John siempre se sintió
inferior…
—¡Lo sé! —lloró Lisa—. Tú no comprendes…
—Tú lo amas. Te vas a casar con él. ¡Olvídate de István! Ya casi hemos llegado a
la iglesia y es preciosa —comentó Tanya—. ¡Hasta el vehículo nupcial es algo fuera
de este mundo! —miró con admiración el Aston Martin blanco que estaba junto a la
carretela decorada de István.

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Pero las manos de Tanya no se relajaron y siguieron apretando con fuerza el


brazo de Lisa. Quizá tuviera que arrastrar a la novia dentro de la iglesia. Los
aldeanos se habían reunido para dar vivas y aplaudir. Una señora le sonrió y Tanya
recordó que era la mujer que había saludado a István en el salón de banquetes, por lo
que le devolvió la sonrisa.
El profesor de música de Lisa se detuvo para saludar a alguien. Tanya se quedó
con la boca abierta cuando István ocupó el lugar del profesor mientras Lisa,
fascinada, lo miraba como si el mundo brillara en sus ojos.
—Estamos juntos —le comentó él a Lisa—. No falta mucho.
—¡Oh, István! —suspiró Lisa.
Y Tanya sintió que se le helaba la sangre en las venas.
—No te pongas así —le dijo István volviendo la cabeza con una sonrisa—. Tú
eres la siguiente.
Tanya parecía una estatua. ¿La siguiente? ¿Después de Lisa? Se dijo que se
estaba comportando como una paranoica. Pero era poco probable que él hablara de
matrimonio, así que…
Entraron en la pequeña iglesia y el corazón le latía con furia. John se volvió,
sorprendido de ver a István ocupando el lugar normalmente reservado para el padre
de la novia. Tanya sonreía como si nada estuviera mal.
Cada paso le pareció una pesadilla. La música llenó el ambiente y un pequeño
coro cantó al fondo de la iglesia. István se volvió y le sonrió a Tanya como para darle
ánimos, pero ella lo ignoró y miró hacia adelante mientras avanzaban por la
alfombra.
Él no iba a jurar en falso, se dijo ella. No podía. Le había hecho un juramento en
esa misma iglesia.
¿O habría hecho todo aquello para asegurarse del silencio de ella…? Respiró
con dificultad e István le lanzó una mirada preocupada. ¿Preocupado por ella o por
sí mismo? Él le había dicho que la obligaría a guardar silencio sobre su visita a Lisa
de una manera u otra. Sabía lo despiadado que era y que no se detenía ante nada
para obtener lo que deseaba… y quizá por razones propias deseaba que Lisa se
casara.
Tanya cerró los ojos con fuerza. Él la moldeaba a su gusto con promesas vanas.
Hizo un esfuerzo para no gritar. Si él la había mentido y Lisa estaba embarazada,
entonces…

Algo pasó junto a sus piernas. Abrió los ojos y vio a un niño pequeño que
trataba de ver a la novia. John se agachó y tomó al niño en brazos y se le suavizó el
rostro.
—Más tarde, Késóbb —dijo con afecto. Luego le devolvió el niño a la apenada
madre.

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—¡Ohhh! —gritó Lisa. Entonces, ante el asombro de todos, recogió la cola de su


vestido y salió corriendo de la iglesia.
Seguida un instante después por… István.
Hubo un breve silencio. Entonces Tanya corrió tras ellos. Afuera vio a Lisa
subiendo con furia al coche nupcial y a István que saltaba a éste.
—¡Detente, Lisa, detente! —gritó Tanya. Indefensa los vio alejarse; el hombre al
que ella amaba se fugaba con su mejor amiga—. ¡Canalla! —murmuró ella—.
Planeaste todo esto. ¡Villano perverso y degenerado! —sin prestar atención a su
bonito vestido, se dejó caer al suelo y lloró de desesperación.
John corrió a su lado, pálido por la impresión. Tanya se puso de pie con
dificultad y lo abrazó mientras las lágrimas corrían por los rostros de los dos. Y
entonces ella hizo su propio juramento junto a aquella iglesia. Que István iba a pagar
caro lo que había hecho. Si había justicia en el mundo, algún día ella se encargaría de
que él conociera el verdadero dolor, la desesperación.

Ya le habían advertido acerca de la gran planicie. La Puszta era aparentemente


la planicie más grande de toda Europa. La carretera brillaba con espejismos como lo
hizo siglos antes. Era tan recta como decían… y tan caliente.
Aun con las ventanillas del coche de John abiertas y vestida con ropa ligera,
Tanya sudaba de manera incómoda y se alegraba de los tramos sombreados por
entre los álamos.
Revisando el mapa vio que ya casi había llegado a su destino: la dirección
escrita en un sobre dirigido a István. Furiosa, Tanya no sintió ningún remordimiento
de haber registrado la cabaña de él en busca de pistas.
Cuando le enseñó el sobre a John, él se alejó y se negó a hablarle. La culpaba
por lo ocurrido, por no aconsejar a Lisa. Una vez más, István destrozaba su familia.
Tanya dejó que sus hermanas se encargaran de los invitados y de devolver los
regalos. Tomó el coche de John y decidió ir en busca de los dos amantes. István había
ido demasiado lejos esta vez. Se había burlado de ella y ahora no lo iba a perdonar.
Ya no se volvería a dejar engañar.
Tanya miró el espejo retrovisor y vio en él dos ojos brillantes y fieros.
—No sabes lo que te espera, István —murmuró.
Ella también podía combatir el fuego con quemadores de acetileno. Él la
manipuló por medio de su sexualidad. Sería justo poder hacer lo mismo con él.
István era un esclavo de la pasión y Tanya sabía que si de verdad se proponía ser
sensual, a él le iba a resultar muy difícil resistirse.
En un principio pensó hacer que él le propusiera matrimonio para dejarlo
plantado en la iglesia, pero decidió que no podía hacer algo tan vergonzoso.
Pero lo que sí tenía que hacer era demostrarle a Lisa la clase de rata que había
elegido por amante antes de que él la hiriera profundamente.

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Tanya levantó el pie del acelerador. Debía de ser allí. Detrás de unos maizales
se veía un grupo de edificios largos y bajos. El más grande parecía ser la csárda.
Rápidamente se puso un poco de carmín en los labios, se soltó el pelo y se
desabrochó dos botones de la falda para dejar ver una buena parte del muslo.
También se descubrió los hombros. Le latía el pulso aceleradamente.
Las verjas de entrada anunciaban que aquello era una escuela de equitación. Y
allí estaba István, hablando con un hombre junto al Aston Martin. Llevaba puestos
unos vaqueros y la camisa húngara tradicional. Parecía completamente relajado en
aquel ambiente. Ella iba a cambiar todo eso.
Fría por dentro y sudando por fuera condujo el coche a través de una manada
de gansos blancos y se detuvo. Se tomó su tiempo en bajarse para darle a él mucho
tiempo para verle las piernas. Cuando István se recuperó y le tendió la mano, miró
también el valle que se formaba entre los senos.
—Me debes una explicación —comentó Tanya con frialdad.
—Me has evitado un viaje. Estaba a punto de regresar para hacerlo —respondió
István.
—Claro que sí —explicó ella y para sus adentros pensó: «mentiroso».
Se puso la mano en la cadera y trató de ser lo más sensual posible.
István frunció el ceño.
—¿Cómo me has encontrado?
—En tu cabaña había un sobre. Rompí una ventana para entrar.
—Llamé por teléfono, pero me dijeron que te habías ido. Nadie quiso hablar
conmigo. Estaba preocupado…
—Oh —exclamó Tanya—. ¿De veras?
Él la tomó en sus brazos. Ella se resistió justo lo que le pareció correcto.
—No hubo tiempo para las explicaciones —comentó István—. Tuve que actuar
con rapidez. Lisa escapó por que cuando John tomó en sus brazos a aquel niño lo vio
tan feliz y cariñoso que supo que no podía seguir con la boda. Yo no sabía qué iba a
hacer ella, o adonde pensaba ir, pero me subí en el coche con ella y la conduje hasta
aquí para ayudarla a resolver todo.
«Levanta la cabeza. Míralo a los ojos como si estuvieras sorprendida».
—Eso fue pensar rápido —murmuró Tanya—. ¿Bueno, dónde está ella? —y
comenzó el ritual que había planeado. Un leve estremecimiento. Los labios húmedos.
—Escondida. Pensando. Tomando decisiones. ¿No me crees, verdad?
—No estoy segura.
István la miró pensativo y Tanya movió las pestañas un poco.
—Llevas el pelo distinto —comentó él.
—Oh, sí. Tenía calor. Me lo he soltado para que me lo refresque el viento.

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Él alargó una mano y acarició la cascada de pelo castaño. ¡Traicionaría a


cualquier mujer a cambio de sexo!, pensó, furiosa. Pero por lo menos su tarea iba a
ser más fácil de lo que pensaba y deseó que Lisa los estuviera viendo. Cerró los ojos y
adoptó una expresión de felicidad. No le resultó tan difícil. La mano de él estaba
ahora en su cuello.
—Por favor… no —suplicó ella con voz indefensa—. Sabes lo que me produce
tu contacto —lo rechazó y lo animó con una sola frase. ¿Lo estaría haciendo bien?
István parecía drogado por el deseo. Su expresión provocó un dolor interno en
ella que no era parte de su actuación. István respondió con un rugido y su boca cayó
sobre la de ella.
Tanya se había preparado para aquel momento, pero no esperaba que él
respondiera tan pronto y le costó mucho trabajo asumir una actitud de odio. Para
entonces István ya había tomado posesión total de sus labios, su cuello y sus
hombros satinados.
«¡Lo desprecio. Bárbaro, canalla, vampiro!», pensó.
—¡István, no! —protestó ella.
Las manos de él se entrelazaron con el pelo de ella cuando le levantó la cara y la
besó con ternura. Por un momento sintió que pertenecía a sus brazos.
Reaccionó justo a tiempo, y reprimió aquel deseo de permanecer allí con István
para siempre. Sabía que aquello no iba a ser fácil. Pero la angustia de John era
suficiente para darle fuerzas.
—Estás caliente —István le tocó la frente—. Aquí en la Puszta debes llevar la
blusa suelta, no dentro de la falda.
—Yo… —el resto de la frase quedó inconclusa. El contacto de las manos de él
mientras le sacaba la blusa de la falda fue una tortura—. ¡István! —gritó ella cuando
los dedos de él resbalaron por la piel mojada.
Sin hacer caso de la protesta, István la apretó contra él y metió las manos otra
vez debajo de la blusa para acariciar los pezones.
—Oh, discúlpame —comentó como si se diera cuenta de lo que estaba
haciendo. Y para alivio de ella, dejó caer las manos—. No pensaba hacer eso.
Aparentemente István sí podía perder el control. Tanya progresaba.
Se encogió de hombros, asegurándose de que el tirante bajara todavía más y
dejara a la vista la parte superior del seno.
—No podemos negar el extraordinario deseo que sentimos en uno por el otro —
murmuró Tanya.
—No —respondió István y fijó los ojos en las curvas de ella como si estuviera
hipnotizado.
Tanya apretó los dientes y se clavó las uñas en las palmas de las manos para
apartar a un lado aquella sensación de placer de su cuerpo. Tenía que odiar, odiar.
—Me gustaría hablar con Lisa.

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—¡No sabes lo confundida que está! Anda tratando de organizarse, pero no


tengo idea de dónde está.
—Me gustaría quedarme por aquí, si no es problema. Creo que debo dejar que
ella tome sola una decisión, sin interferencias. Pero creo que me va a necesitar en
algún momento.
—¡Tú siempre tienes que cuidar a todos y salvarlos de sí mismos! —se quejó
István—. Piensa en ti por una vez. Déjalos que cometan sus propios errores. ¿Qué es
lo que tú quieres de la vida, Tanya? ¿Cuándo vas a dejar de proteger a todos?
—Cuando ellos ya no me necesiten.
—¿Y quién decide eso, Tanya? ¿Tú? Creo que ya es hora de que vivas tu vida y
dejes que el resto del mundo cometa sus propios errores.
—¿Sabes? —comentó Tanya—, creo que tienes razón. Yo tengo necesidades,
deseos —respiró hondo y eso levantó su pecho hacia él—. Aquí siento que tengo
ganas de correr libremente, como esos caballos —señaló hacia un grupo de caballos.
—Bueno. Pero no corras demasiado rápido. Quiero estar seguro de poderte
alcanzar —le volvió a acariciar un seno.
Tanya contuvo un reproche que cambió por una sonrisa.
—Me parece que tengo las rodillas un poco débiles —comentó ella.
—Mientras esperamos a que Lisa aparezca, ¿por qué no nos entretenemos en
algo? —sugirió él—. Podría enseñarte el rancho.
—Por favor.
István le rodeó con un brazo y la guió hacia el edificio principal. Sus manos
estaban por todas partes: tocando sus nalgas y acariciándole los senos.
Tanya pensó que algunas protestas eran lo adecuado y como éstas no surtieron
efecto, se apartó.
—Los siete velos están siendo rasgados un poco, ¿no te parece? —comentó él—.
Y por lo que se ve ya no faltan muchos. Espero que no quieras recibir mi cabeza en
una bandeja como la de Juan Bautista.
Ruborizada, Tanya se abrochó la blusa.
—Me estás apresurando —lo regañó ella con una mirada de coqueteo para
mantenerlo ardiendo—. ¡Vaya, qué calor hace aquí!
—Mucho. Lo siento, Salomé. Sólo respondí. Me pareció que estabas decidida a
seducirme.
Tanya se quedó quieta y le lanzó una mirada de sospecha, pero él sonreía.
—Más despacio —exclamó ella. Él la estrechó una vez más y Tanya se asustó
ante la mirada de deseo. Tenía que retroceder—. Háblame de tu escuela de
equitación.
—¡Magnífica! ¿No te parece? Todavía no está terminada. Va a ser básicamente
para los turistas… supongo que alemanes en su mayoría, aunque espero recibir
también a otros europeos.

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—¿Se van a hospedar en esas cabañas? —preguntó Tanya señalando unas


construcciones de tipo tradicional.
—Sí, también hay un autoservicio —asintió István—. Quienes desean aprender
a montar, mejorar su técnica o simplemente pasear por la Puszta lo podrán hacer con
instructores expertos —la agarró del codo y la hizo girar un poco—. Más allá, junto al
lago, habrá una piscina para los huéspedes, paseos en barca, pesca, paseos en
carretas para ver las ovejas y los pastores, el museo etnográfico…
A Tanya le latió con fuerza el corazón. Aquello sonaba como el lugar que la
condesa, la jefa de John, había establecido, la escuela de equitación que ella
necesitaba tanto. Buscó alguna clave en los ojos de él, pero no encontró ninguna.
Tenía que averiguar más.
—John me ha dicho que la dueña del hotel Kastéli Huszár también tiene una
escuela de equitación —comentó Tanya—. ¡Te hará la competencia!
—No creo —respondió István mientras abría la puerta de la casa y le mostraba
un amplio vestíbulo—. Ella es mi madre. Tanto el hotel como la escuela me
pertenecen.
—Pero… ¡Pertenecen a una condesa! ¡John jamás trabajaría para ti!
—¡Por supuesto que no! Por eso fue mi madre quien trató con él.
—¿La condesa? —Tanya se preguntó si le estaría diciendo la verdad. István no
era de fiar.
—Así es.
—¡Note creo!
—No es obligatorio. Sin embargo, John no consiguió ese trabajo por casualidad.
Por aquí. Vamos afuera junto a la piscina.
Con la cabeza dándole vueltas, Tanya lo siguió a través del vestíbulo hasta la
parte de atrás de la casa. Ella había basado todo en poder conseguir aquel contrato.
Pero ahora István tenía el futuro de su negocio en sus manos. Y no iba a permitir que
le estropeara eso también.
Tanya miró vagamente el jardín lleno de flores, la piscina que se mezclaba con
el paisaje y que reflejaba el brillo del lago. El escudo de armas en la terraza. Tanya se
puso tensa. Era el mismo que estaba en las servilletas y las cabeceras de las camas del
hotel Kastély Huszár. Esta vez él decía la verdad.
—La cabaña… ¿pertenece a tu madre?
—Exacto. El ama de llaves hace la mermelada —añadió István—. Algunos de
los empleados del hotel me conocen… y los aldeanos, por supuesto, pero por lo
general no suelo aparecer mucho y dejo que sea mi madre quien maneje todo. Yo
visito su cabaña. Ella viene aquí. Creo que ya la has visto una o dos veces.
—¿La señora elegante de pelo plateado?
—Así es. A ella le pareció que eres muy bella.
—Me alegro —respondió Tanya.

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A ella también le agradó la mujer de inmediato. Sintió un fuerte deseo de


conocer a la madre de István y charlar acerca del pasado, pero lo reprimió. Jamás
podrían ser amigas. No después de que ella acabara con él. Pero…
Iba a obtener el contrato. Por las buenas o por las malas. Hizo un esfuerzo por
parecer muy preocupada por la posibilidad de perder el contrato.
—Yo tenía la impresión de que la condesa iba a hablar conmigo acerca de los
derechos exclusivos de la escuela de equitación para Inglaterra. ¿Pero ahora qué voy
a hacer?
—Esa es una pregunta interesante. Estoy seguro de que pensarás en algo.
—Cuando John vino a Hungría, esperando poder cortejar a Lisa —explicó
Tanya—, le resultó difícil encontrar trabajo para mantenerse. Fuiste muy generoso al
darle el trabajo —sobre todo con el sueldo, pensó ella.
—¿Puedes comprender por qué?
—Si él no tuviera el puesto de gerente del hotel, jamás se hubiera atrevido a
declararse a Lisa.
—Supongo que tienes razón —estuvo de acuerdo István y se sentó en el borde
del sofá que ocupaba Tanya—. Yo casi la arrojé en los brazos de John. ¿No es así? Y
les di un futuro prometedor. Qué extraño.
—Pero ellos no se han casado —señaló ella. István se encargó de eso.
—Eso no fue culpa mía. Yo quería que ellos se casaran.
—¿Para que ella estuviera disponible para ti sin que te molestara con el tema
del matrimonio?
István hizo una mueca.
—No. Porque se aman y yo me siento responsable de ellos.
—¡Eso espero después de lo que hiciste hace cuatro años! —en cuanto dijo eso
se arrepintió y cambió de tema—. Respecto a la escuela de equitación. ¿Tomarías en
cuenta…?
—Voy a pedir unas copas —la interrumpió él—. ¡Ferenc! —dijo algo en húngaro
a un joven que no parecía intimidado por István y que intercambió alguna broma con
él antes de retirarse.
El sonido de unas risas y de voces graves salió de la casa, Tanya vio a los
hombres que trabajaban en el jardín y a otros en la distancia que entrenaban caballos.
István parecía haberse olvidado de ella y hojeaba una revista que estaba en la
mesa.
—¿Te importa que meta los pies en el agua? —preguntó Tanya.
—Está bien, mételos.
Tanya sabía que él todavía la observaba, por lo que movió las caderas al andar y
se levantó la falda antes de sentarse en el borde. Sintió el agua fresca en las piernas.
—Tu bebida —le murmuró István al oído—. Néctar.

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—Gracias —Tanya tomó la bebida de frutas—. István, respecto a tu idea de


traer turistas europeos a la escuela…
—¿Mmm? —él estaba justo detrás de ella. No la tocaba pero Tanya pudo sentir
el calor que emanaba de él.
—Yo… yo podría ser tu agente en Inglaterra —exclamó Tanya con entusiasmo y
se volvió ligeramente.
—¿Y qué gano yo con eso?
István movió los labios con sensualidad y Tanya comprendió que iba camino
del éxito. Así que se inclinó un poco más haciendo que él parpadeara.
—Podríamos negociar los términos. Verás. Voy a seguir tu consejo —comentó
Tanya con voz acariciante—. Voy a pensar en mis necesidades —respiró hondo y eso
levantó su pecho de manera espectacular—. Yo necesito… —dudó ante la mirada de
deseo que vio en los ojos de él —. Yo necesito…
—Yo sé lo que tú necesitas —respondió István y la empujó al agua.
Él debió seguirla de inmediato porque sus cuerpos se encontraron en una
fusión de extremidades que se enroscaban una alrededor de la otra.
«Abrázame», pensó Tanya con desesperación. No porque tuviera miedo sino
porque era lo que deseaba. La sensación de la piel de él contra la suya. La dureza de
sus músculos. La fuerza de sus brazos que la sostenían. ¡Cómo podía sentir eso!
Cuando subieron a la superficie del agua, Tanya tenía la cabeza inclinada hacia
atrás y el sol le iluminó el rostro. La boca de István le quemó los labios con su calor,
sus manos buscaron por todas partes y de pronto ella sintió que su ropa desaparecía
y sólo había una sensación: piel contra piel.
—¡Uhhh! —exclamó ella y abrió mucho los ojos. Estaba prácticamente desnuda
—. ¡István, por favor! —murmuró entre besos apasionados.
De manera casi brusca, István la empujó hacia los escalones de la piscina y sin
importarle que alguien los viera, la tomó en brazos y la llevó hasta la hierba donde la
tumbó con ternura.
Tanya cerró los ojos con una anticipación demasiado dolorosa para poder
soportarla. Celebrando forzosamente su femineidad, estiró el cuerpo de forma
lujuriosa, esperando el contacto de él.
—István —susurró Tanya y levantó su cuerpo hacia el de él.

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Capítulo 8
Se oyó una cremallera cuando István se quitó los pantalones mojados y los
calzoncillos. Tanya no podía moverse ni hablar porque el miedo y la anticipación la
paralizaban por completo. Entonces él la reanimó otra vez y ella comenzó a jadear
bajo la pasión de los besos, las caricias, las palabras. Sintió espasmos que no estaba
segura si eran de placer o de dolor cuando se apretó contra el cuerpo de él.
—István… —Tanya se ahogó al pronunciar su nombre, poseída por el deseo,
mientras las extremidades de él se entrelazaban con las de ella y su lengua bañaba las
cumbres de ambos senos mientras que sus manos exploraban las partes secretas de
sus muslos.
—¡Te deseo! —murmuró él—. Sabes que te deseo.
La evidencia se presentaba dura y fiera contra ella que demandaba satisfacción
a su tremenda necesidad.
—¡Por favor, por favor! ¡Hazme el amor, István! —exclamó ella y se abandonó.
István se estremeció. Después se quedó inmóvil. Su respuesta jamás llegó.
Tanya hizo un esfuerzo y levantó los párpados. Él la observaba.
—Puedo detenerme si tengo que hacerlo —dijo él—. Puedo controlarme cuando
es necesario.
—No… no sé qué quieres decir.
—¡Piénsalo! —murmuró él y respiró hondo como si sintiera dolor—. ¿Quién de
los dos crees que ganó la batalla?
—¿Qué batalla?
—La lucha entre el sexo y la mente. Entre la tentación de una mujer y la
resistencia de un hombre. Eva llevando a Adán al problema, la batalla de costumbre.
Tanya abrió mucho los ojos al oír aquello.
—¡Tú… sabías lo que yo estaba haciendo!
—¡Por supuesto que lo sabía! Esperaba que regresaras porque necesitabas una
explicación. Al principio intenté sacarte de lo que pensaba que era un estado de
hostilidad comprensible. Pero entonces comprendí que era en serio. Te seguí el juego
para averiguar qué era lo que buscabas y hasta dónde pensabas llegar. Parecía que
hasta el final —comentó István—. No sólo utilizabas tu cuerpo, sino que también
buscabas una venganza sexual.
—¡Sí! ¡Te odio, te odio! —gritó Tanya y se sentó.
—Habla —la instó István.
—¡Por supuesto que quería vengarme por lo que nos hiciste a todos nosotros!
¡Quería hacerte daño como nos lo hiciste tú! A John, a Lisa, a mí…

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—Entiendo —respondió István. Luego la ayudó a levantarse y la metió debajo


de una ducha de agua fría y se metió con ella bajo el chorro. Después cerró el grifo—.
Quédate ahí. Voy a por una toalla.
Tanya se envolvió en sus brazos y vio su ropa que flotaba en la piscina. Había
fracasado. Y de manera espectacular.
—Toma.
Tanya se envolvió en la toalla y trató de mantenerla así. Pero sus manos se
negaban a funcionar.
—¡Maldición! —exclamó ella.
István le apretó la toalla sobre el pecho.
—Sígueme.
Temblando, Tanya salió de la ducha y esta vez él no trató de ayudarla. Ella se
tambaleó. Y el hecho de que él estaba casi desnudo excepto por un pequeño
rectángulo de tela sobre las caderas la hizo ruborizarse.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Tanya.
—Quizá te parezca raro, pero quiero hablar contigo, primero.
—¿Primero?
—Sí, primero.
István la agarró por la muñeca y la llevó adentro sin hacer caso de sus súplicas
para conducirla a un dormitorio grande con techo de vigas. Allí la arrojó sobre la
cama sin soltarle la muñeca.
—¡Tú necesitas que alguien te desarme y te vuelva a armar! —exclamó István
con furia—. Necesitas que te armen bien el cerebro.
—Gracias.
En alguna parte de la casa un hombre comenzó a tocar el violín y los tonos de
éste casi hicieron llorar a Tanya. Pero contuvo las lágrimas y observó a István
mientras éste cerraba la puerta con llave.
—¡Habla! —rugió ella.
—Eso pienso hacer —respondió él—, y vas a escuchar cada palabra. Vas a
escuchar mi historia y lo que te tengo que decir.
Tanya advirtió que estaba más enfadado que nunca.
—¡Detén esa música! —suplicó ella.
—¿Por qué? ¿Por qué te llega al alma? ¿Te afecta el corazón? ¿Pero estás segura
de que lo tienes?
—¿No lo sabes?
István apretó los dientes y le dio la espalda.
—Esa música es croata —dijo él mientras buscaba dos toallas y le arrojó una a
ella y se secó el pelo con la otra.

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Tanya también se secó el pelo en silencio y se preguntó qué le querría decir


István.
—¿Quién toca?
—Ferenc. Es un refugiado. También lo fue mi padre. Mi padre fue uno de los
caballistas más famosos de Hungría.
Tanya asintió con la cabeza para no interrumpirlo.
—Desafortunadamente había un problema. Mi madre estaba casada con otro
hombre.
—¡Oh! —Tanya se mordió el labio inferior y esperó a que él continuara. István
la odiaba. Parecía como si buscara venganza.
—Mi madre no se casó por amor, sino para preservar su hogar. Kastély Huszár
se convirtió en propiedad del estado y se caía por todas partes. Entonces ella juró que
haría cualquier cosa para conservar su herencia.
—¿Hasta casarse con un hombre a quien no amaba?
—¿Por qué no, dada la alternativa? —exclamó István—. A nosotros nos importa
mucho nuestra herencia, nuestra tierra, el hecho de ser húngaros. Nada ni nadie nos
puede quitar eso, sin importar quién esté en el poder.
—¡Pero eso es inhumano! —y sin embargo a él le parecía admisible. Aquello
explicaba muchas cosas.
—La dinastía Huszár viene de muchos siglos atrás. Está más allá de las
necesidades personales. Tenemos un deber con la familia que está por encima del de
con nosotros mismos. Casarse con un oficial ruso miembro del Politburó y
convencerlo de que gobernara desde el castillo valía la pena para poder conservar la
propiedad para el futuro. Los regímenes políticos van y vienen. ¡La tierra es para
siempre!
—No puedes vivir para siempre pensando en tu deber hacia el pasado. Tu
madre lo descubrió al final. El factor humano intervino —le recordó Tanya—. Ella se
enamoró de otro hombre.
—Loca y desesperadamente.
—Qué triste.
Y para sorpresa suya, había una tristeza en los ojos de él que le llegó a ella con
tal intensidad que sintió deseos de confortarlo. Pero no se atrevió.
—Un amor como ése es peligroso —comentó István—. Te hace actuar sin
pensar. Es como una locura que se apodera de ti cuando… Bueno, mi madre pagó el
precio. Se quedó embarazada cuando su marido estuvo ausente por mucho tiempo.
Mi padre y ella tuvieron un romance desesperado pero muy feliz. Aunque no creo
que tú sepas lo que quiero decir con eso.
—Sí lo sé —la voz de Tanya vibró de emoción—. Supongo que tú naciste antes
de que volviera su marido ¿Por eso te llevaron al otro lado de la frontera?
—Lo hizo Esther, la doncella de mi madre.

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—¡Mi madre! Por supuesto. Eso fue cuando era difícil pasar del este al oeste.
—Era ilegal si no se tenían los papeles adecuados. Mi padre murió en un
accidente cerca de la frontera cuando trataba de pasar a Esther y a mí con la mitad de
las joyas de la familia hacia el oeste. Pero supo que lo logramos.
—¡Todo eso es muy trágico! Lo siento. Tú nunca lo conociste.
—Supe acerca de él. Esther me contó cientos de historias sobre su valor. Yo lo
admiraba y trataba de imitarlo sin saber que era mi padre. Esther estaba encantada
de que yo me pareciera a él en mi amor por los caballos.
—Ella arriesgó mucho por ti —comentó Tanya.
—Su vida. ¿Tienes mi anillo?
—Sí, en mi bolso. Te lo iba a devolver… —en realidad había pensado tirárselo a
la cara.
—¿Lo has mirado? ¿Has visto el escudo de la familia? —Tanya asintió—. ¿Y las
flores? ¿Las orquídeas alrededor del borde?
—No me di cuenta de que eran orquídeas.
—La orquídea se convirtió en el emblema de la libertad. Nosotros las
cultivábamos en el invernadero del castillo. Mi padre… —bajó la voz—. Mi madre
me dijo que una noche él las esparció sobre el césped y le hizo el amor a la luz de la
luna. Esa fue su libertad. Y así yo fui concebido por el amor y la alegría.
—Todo eso es muy triste… y romántico —suspiró Tanya. Sus pensamientos
estaban confusos entre la ternura y el enfado. István siempre le provocaba una
tormenta en la cabeza.
—Esther utilizó el dinero que se había llevado exactamente como se lo
indicaron: exclusivamente para mí. Era su deber asegurarse de que yo creciera digno
de mi padre… y capaz de encargarme algún día de administrar todas nuestras
propiedades —explicó István —. Ella se convirtió en el ama de llaves de tu padre y
cuando se enamoraron se fueron a vivir a Widecombe. Allí le dijeron a todo el
mundo que yo era hijo de ellos.
—¿Pero por qué no te lo dijeron a ti… y a nosotros?
—Quizá lo hubieran hecho. Pero se dieron cuenta de que yo era de sangre
caliente, muy impetuoso y alarmantemente maduro. Aparentemente ellos decidieron
no arriesgar la virginidad de sus hijas manteniendo el secreto de que en realidad no
había ningún parentesco entre ellas y yo. Mantenerme en la ignorancia y enviarme a
un internado les pareció la mejor solución.
—¿Y por qué mamá no te envió de regreso a Hungría?
—Como ya te he dicho —respondió István—, ella sabía que se estaba muriendo
y esperó hasta el último momento. Creo que se dio cuenta de que yo iba a estar
furioso con ella por no decírmelo antes. Me sentí herido. Me sentía traicionado
porque tenía derecho a saberlo. ¡Toda mi vida había sido una mentira, Tanya! En ese
momento sentí que no la podía perdonar. Y pensaba que ella fingía tener cáncer para
retenerme en Inglaterra.

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—Si ella te dejaba ir tú podías regresar… —comentó Tanya.


—Creo que ella sabía lo que me esperaba cuando llegara al castillo y que no iba
a tener tiempo para visitas. Al llegar aquí me enfrasqué por completo en mi tarea.
—La restauración de la casa —indicó Tanya—. ¿Tú eres el responsable de todo
el trabajo que se hizo en el hotel?
István sonrió y extendió las manos.
—Con estas manos. Mi madre vivía en la penuria. El castillo estaba cayéndose
porque a su marido lo habían matado varios años antes. Juntando todos mis ahorros,
me dispuse a la tarea y restauré el castillo con alguna ayuda, pues sabía que la caída
del muro de Berlín iba a traer más turistas occidentales, por lo que podíamos
convertirlo en un hotel. Las pruebas del ADN demostraron mis derechos al título y
pude comprar las tierras al estado.
—Eso fue una gran responsabilidad —dijo Tanya— Yo siempre pensé que tú las
rehusabas. Creía que amabas tu libertad.
—Yo no tenía libertad —respondió István con furia—. ¡Nunca la tuve! Esther
me mantuvo en una prisión creada por ella. Tú me mantuviste en una prisión.
—¿Yo? —protestó Tanya, indignada.
—Esther sabía que conmigo caminaba siempre sobre una cuerda floja. Su deber
era asegurarse de que yo saliera de Inglaterra. Pero supo antes que yo… —István se
volvió para mirarla—. Sabía que tenía que controlar mis deseos sexuales. Pero ya no
tengo que hacerlo. Tú misma me has liberado de cualquier duda que pudiera tener.
—¡No me vas a tocar! —murmuró Taina y se echo hacia atrás.
István avanzó.
—Te voy a tocar por todas partes. En lugares que tú ni siquiera sabes que
existen. Siempre hemos tenido una relación de amor y odio. Parece que tú me odias
lo suficiente como para arriesgar tu sexualidad en beneficio de una venganza. Así
que voy a darle la vuelta a la situación. Tanya. Te voy a hacer el amor y después me
iré sin importarme un comino.
A Tanya se le secó la garganta. Abrió la boca para protestar pero no emitió
ningún sonido. Y él la cubrió con su cuerpo mientras los músculos de sus brazos se
contraían bajo las manos de ella cuyo cuerpo se derritió en el de István.
—Esto no es justo —exclamó Tanya. Sus manos temblaron en un esfuerzo por
no apretarlo más contra su cuerpo cuando él la tomó en brazos.
—¿Justo? —rugió István y la dejó caer sobre el colchón—. Si la vida fuera justo
yo te hubiera hecho el amor en el momento en que Esther me dijo que no éramos
hermanos. Me di cuenta de que te amaba…
—¡Mientes! Tú amabas a Lisa. Ella estaba a punto de perder a tu hijo…
—Yo te amaba. Más que a nada en el mundo. Pero cuando supe que no era tu
hermano, ya era demasiado tarde porque tú me odiabas.

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Un sollozo escapó del cuerpo de ella. Sin saber por qué, él había sentido al igual
que ella aquella llamada del destino. E István retó a sus sentimientos seduciendo a
Lisa.
Contra su voluntad. Tanya sintió cómo su resistencia desaparecía bajo los besos
de él, sus frases amorosas y el tormento de su contacto. Lisa ya era parte del pasado.
Eso había terminado. La boca de él le recorrió con ternura el cuerpo, besando con
pasión cada centímetro de su piel.
Los dos cayeron abrazados al suelo y de pronto aquella pasión explotó y se
convirtió en algo salvaje y feroz, tan salvaje que la asustó, mientras sus gemidos sólo
servían para encender más a István.
—¡Te amo! ¡Te amo tanto! —exclamó Tanya y su boca se deleitó deslizándose
por la piel, satinada del cuello de él.
—¡Tanya! ¡Yo también te amo! —le lastimó el hombro con los dientes y Tanya
agradeció aquella distracción del dolor que sentía dentro.
—¡Tócame, tócame! —su voz sonó ronca. La carne se encontró con la carne. Los
cuerpos temblaron y vibraron como cuerdas de violín. Tanya sintió cómo sus
pezones hinchados respondían al placer del contacto de los dedos de István.
—Tanya —murmuró él y sus manos se cerraron sobre los hombros de ella—.
¡No puedo… tengo que… oh, Dios! No puedo detenerme…
—No, no, por favor… por favor —Tanya levantó las caderas hacia él—. No
tienes que hacerlo… te deseo. Te amo…
—Por favor, deja de decir eso…
—¡No, no! —Tanya deslizó las manos sobre las caderas de él e István se
convulsionó y tensó los glúteos bajo los dedos de ella. Tanya no comprendía. Ella lo
deseaba. Él la deseaba—. ¡Ya no aguanto más! ¡Ahora, István! ¡Ahora!
Por un instante, Tanya sintió la dura masculinidad de él que se movía dentro
de la suavidad líquida de ella. Entonces dejó escapar un grito de placer. Pero de
pronto István ya no estaba allí.
Tanya permaneció allí, temblando, gimiendo. Se negó a abrir los ojos. Trató de
olvidar el vacío que la quemaba por dentro y el hecho de que István la había llevado
hasta el borde de la locura para abandonarla una vez más.
—¿Por qué? —preguntó Tanya—. ¿Cómo puedes ser tan mezquino?
—¿Mezquino? ¡No! Tú me amabas tan poco que podías herirme sin que te
importara un bledo. ¿No puedo hacer yo lo mismo?
Se oyó el ruido de una llave en la cerradura y Tanya abrió los ojos.
—¡Note vayas!
—Tengo que irme. No puedo tomarte… porque te amo demasiado. Así que
después de todo has conseguido tu venganza. Piensa en eso.
La puerta se cerró de golpe.

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Tanya se quedó desconcertada. István había dicho que la amaba. Le había dado
un valioso anillo de su familia. Ya no quería hacerle daño. Lisa ya era cosa del
pasado. De eso estaba segura. La amaba a ella.
—¡István! —gritó Tanya y saltó de la cama. ¡Estaba desnuda! Corrió hacia el
armario y sacó una de las camisas de él y se la puso mientras corría hacia la puerta.
La abrió y salió tambaleándose—. ¡István! ¿Dónde estás?
Tanya corrió por toda la casa, asustando a la servidumbre con sus gritos.
Entonces oyó el ruido de los cascos de un caballo que golpeaban la tierra. Cuando
salió afuera lo único que vio fue una nube de polvo.
Un hombre la observaba en silencio. Un hombre de ojos oscuros con un violín
en las manos. ¿Ferenc?
—Por favor —le rogó Tanya—, ¿Adónde ha podido ir él? Tengo que saberlo.
¡Dígamelo!
Ferenc frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—¡No!
—¡No puede ser tan cruel! —gritó Tanya y cayó al suelo.
Lloró. Tirada sobre la tierra sintió cómo las lágrimas formaban un charco de
lodo alrededor de su mejilla. Varias personas la levantaron mientras hablaban en
húngaro y Tanya sintió una cama bajo su cuerpo.
«Tiene que regresar», se dijo ella. «Va a regresar antes del anochecer». Y de
pronto pensó en Lisa. Tanya se levantó y registró todo el rancho en busca de ella
hasta que una mujer joven le informó que Lisa ya no estaba allí.
Tanya se dejó caer exhausta en un sillón y se quedó dormida. Cuando se
despertó se fue a la ducha para refrescarse. Luego se puso una camisa roja de István
y se dirigió a la cocina donde toda la servidumbre estaba sentada a la mesa.
—¿No ha regresado? —preguntó ella. Todos intercambiaron miradas pero no
dijeron nada—. ¡Lo amo! —exclamó Tanya—. Lo amo y le he hecho daño. Ferenc, si
tú lo aprecias, no dejes que él me ame y que piense que yo lo odio.
—¿Si yo lo aprecio? Lo defendería contra cualquiera… el mismo demonio.
¿Sabe usted lo que él ha hecho por todos nosotros, lo que hace por los demás? —
preguntó Ferenc.
—Él… tiene un hotel y una escuela de equitación…
—No, no. Esas son cosas sin importancia. La condesa se encarga del hotel. La
ocupación principal de István es organizar albergues para los refugiados y darles
trabajo. Él trabaja para quienes han perdido sus hogares y a veces a sus familias. Él
comprende esa situación y siente compasión.
La habitación giró y Tanya se dejó caer sobre una silla. Sí, por supuesto. Él
había dicho que necesitaba fuerza y vigor. Le importaban los desamparados. Su
padre fue un refugiado…
—¡Oh, István! —gimió Tanya y se volvió para mirar a Ferenc con
desesperación.

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Él la observó por varios segundos y después dijo:


—Quizá… sí. Le mostraré dónde puede estar. Vamos a su estudio.
—¡Gracias!
Tanya lo siguió hasta una habitación tapizada de libros y allí Ferenc señaló un
gran mapa de Hungría que estaba colgado en la pared.
—Aquí —indicó él y señaló un punto donde se unían un camino y un río—. Es
aquí donde él suele ir para pensar y estar solo.
—¡Gracias! Préstame un caballo —le iba a decir a István que lo amaba y a
pedirle perdón. Sintió un vacío en el estómago. Se arriesgaba a su rechazo. Iba en
busca del paraíso o del infierno.
Con unos pantalones prestados y la camisa roja. Tanya entró a la Puszta
Hortobágy, el gran parque nacional que había al lado del rancho. Con la esperanza y
el miedo dentro del corazón cabalgó a través de la interminable llanura.
Y la alegría que sintió cuando vio la inconfundible figura de él junto al río fue
casi insoportable.
—¡István! —gritó ella—. ¡István! —casi se cayó del caballo y corrió a sus brazos
sollozando—, ¡Te amo! ¡No lo digo por vengarme o para engañarte! ¡Yo te amo…
tonto… incrédulo…!
—¿Qué? —rugió él y la mantuvo alejada con sus brazos—. Dilo otra vez.
—Una y otra vez. Te amo. ¿Ahora qué vas a hacer al respecto?
Una sonrisa apareció en el rostro de István.
—Te voy a exprimir la vida si no descargo un poco de energía montando.
¡Monta, Tan! ¡Vamos! ¡Monta conmigo!
Sin saber lo que hacía o por qué, Tanya corrió hacia su caballo para alcanzar a
István. Él redujo el paso un poco para que los dos cabalgaran juntos por la planicie.
—¡Fantástico! —gritó ella.
István sonrió y animó a su caballo a seguir adelante. Cabalgaron hasta que
Tanya quedó agotada.
Se detuvieron junto a un gran río, jadeantes e imposibilitados de hablar, por lo
que desmontaron y pasearon a los caballos para refrescarlos.
Tanya miró a István con el corazón lleno de emoción. Aquello era Hungría y lo
amaba. Compartía con él un nexo de sangre y la misma tendencia hacia el amor y la
pasión.
—¡István! —se detuvo. Por un momento sólo se oyó el sonido de los insectos—.
Ya he encontrado mi paraíso —las lágrimas le rodaron por las mejillas—. ¿Por qué
lloro? ¡Soy muy feliz!
István la tomó en sus brazos.
—Mi amor, mi querida y amada Tanya.

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Tanya le rodeó el cuello con los brazos. Levantó la cara y los labios hacia él y
con ese simple gesto se entregó mentalmente en cuerpo y alma. Quería rodearse de
placer. Aquella tierra, el sol, el canto de las aves… István.
—Ven a sentarte junto al Tisza —indicó él separándose con cuidado de la boca
de ella. De la alforja de su silla sacó una cantimplora de cuero y los dos bebieron el
agua, felices, junto al río.
—Soy muy feliz —comentó Tanya—. Más feliz que en los viejos tiempos antes
de que…
—Antes de que yo atacara al mundo en general —dijo István con calma—. Y de
que tú y yo comenzáramos a pelear. Creo que eso fue porque me importabas
demasiado. Me preocupaba mucho el que siempre deseaba estar contigo y que te
encontraba más atractiva que a cualquier otra mujer.
—Mamá también debió preocuparse. Si tú te enterabas de que no estábamos
emparentados podíamos convertirnos en algo más que amigos y eso podía traer
complicaciones.
—Yo no entendía por qué me importaba tanto mi hermana, por lo que me
mostraba desagradable contigo. Y a la vez me odiaba por hacerte daño.
Tanya comenzó a llorar. Aquello era demasiado. Él la había querido y deseaba
protegerla. István estaba derrumbando todas las barreras que ella había levantado
contra él. Casi todas. Quedaba su relación con Lisa.
István la dejó llorar y la abrazó murmurándole palabras tranquilizadoras.
—Te amo —le susurró al oído—. Te amo. Tanya.
—¿De verdad?
—De verdad —István le rodeó el rostro con las manos—. ¡Mi amor!
—En realidad yo no tengo un amante en casa —explicó Tanya—. Yo… nunca…
he estado con un hombre —admitió.
—Bueno, pues se te da muy bien representar el papel de sirena.
Se abrazaron y él la meció en sus brazos.
—Quiero decírselo a papá.
—Y yo al mundo entero —gritó István y le besó la nariz—. No te preocupes por
tu padre. Él te quiere y desea que seas feliz. Y creo que se va a sentir feliz de que todo
salga bien al final. Yo me aseguraré de que él forme parte de nuestra familia y de que
esté bien cuidado. Él me dio un hogar. Nos aceptó a Esther y a mí e hizo todo lo que
pudo por quererme. No debió ser fácil con tu madre manteniendo su promesa de que
el dinero se gastaría en mí y en nadie más.
La cabeza de István se vio delineada por el manto escarlata del atardecer y
Tanya sintió un nudo de emoción en la garganta. Nunca lo había amado tanto.
—Tú lo perdonas. Nos perdonas a todos. Y decidiste no hacerme daño a mí.
Pudiste hacerme el amor y no lo hiciste.
István miró a Tanya con tal adoración que el corazón de ella casi dejó de latir.

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—Aprendí a controlarme de la manera más dura. Desde que nací me enseñaron


a ocultar mis sentimientos y a contener mis emociones. ¿Qué te dice eso? ¿No
encuentras algo raro en eso? ¿No te parece que hice algo que no encaja con mi rígido
control?
Tanya supo que lo deseaba. Para bien o para mal él la había cambiado por
completo. Por amor a István estaba dispuesta a abandonar toda la autoprotección.
Incluyendo la muralla que había construido alrededor de su corazón que evitaba que
ella supiera que…
Su cerebro respondió por fin.
—Lisa…
—Analízalo —respondió él con calma.
—Ella pasaba mucho tiempo contigo. Supongo que un día la tentación fue
demasiado fuerte.
—No, inténtalo de nuevo.
—Tú la oíste tocar el violín, le hablaste de la técnica y escuchasteis juntos
algunos de tus discos.
—Para alentarla. John sentía celos porque Lisa y él eran…
—¡Amantes! ¡John y Lisa! —una sensación fría le recorrió la espalda—. Ella
dijo… por Dios… ella dijo: es de tu hermano. El bebé era de mi hermano John —
Tanya bajó los ojos. No hacía mucho Lisa le dio la clave cuando le dijo que István
hizo algo muy generoso—. Tú aceptaste la culpa. ¿Por qué?
—Vosotros llegasteis a la conclusión de que había sido yo. Me pareció mejor
que no perdierais la fe en John. Vosotros siempre lo defendisteis, quisisteis, lo
protegisteis. Vuestra reacción fue tan dramática que comprendí que os iba a resultar
muy doloroso saber que fue él quien puso a Lisa en esa situación. Dijiste que nunca
podrías respetar a un hombre que sólo pensaba en sí mismo —le recordó István.
—Mi reacción fue extrema porque yo te idolatraba.
István hizo una mueca.
—¡Qué lío! Yo deseaba tu amor y tu admiración, pero me pareció que debía
sacrificar mis necesidades en favor de vuestra relación con John. Sabía que podía
haber repercusiones que destruirían las posibilidades de que John se casara con Lisa.
En ese momento él era demasiado joven para mantener a una esposa. Y como yo era
el chico malo, a mí no me importó lo que pensaran los padres de Lisa. Mejor que me
odiaran a mi que a John, quien algún día podría convertirse en su yerno.
—¿Tú hiciste eso por John? ¿Hasta evitaste que él conociera su error?
—Él se sentía inferior a mí —señaló István—. Su autoestima estaba muy baja.
Lisa lo sabía y como lo amaba me pidió que no se lo dijera. ¿Cómo podía negarme?
Ella estaba conmocionada. Tenía pocos segundos para resolver la situación de forma
que sólo una persona resultara herida. Desafortunadamente no resultó así. Pero yo
no podía revelar lo ocurrido. Eso hubiera perjudicado todavía más a John.

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—¡Oh! —exclamó Tanya—. No en vano Lisa te admira… no en vano dijo que


eras un incomprendido y que tenía una gran deuda contigo.
Tanya sintió que se le quitaba un gran peso de encima.
—Yo te lo iba a decir después de la boda —comentó István—. Lisa y yo no te la
queríamos echar a perder… y pensé que quizá no pudieras ocultar tu sorpresa
delante de John.
—Lisa sabía que tú no eras mi hermano.
—Se lo dije cuando supe que venías a Hungría para la boda. Los cuatro años
pasaron muy pronto. Yo ya estaba establecido. Hice todo cuanto pude para olvidarte,
pero no pude. La idea de volver a verte, me hizo sentirme loco de alegría. Sabía que
tenía que intentar ganarme tu afecto otra vez, pero tenía miedo de echarlo todo a
perder —suspiró—. Le pedí a Lisa que me jurara que guardaría el secreto. Ella estaba
muy emocionada porque pensaba que nosotros por fin nos íbamos a reunir. ¡Era tan
frustrante! Quería apresurarlo todo pero sabía que tú no me ibas a creer si
simplemente te contaba toda la verdad, así que me valí de curiosidad para mantener
tu interés. Mi intención era levantar poco a poco algunos velos dentro de tu mente
hasta que comenzaras a pensar en mí de forma distinta. Creo que debí de haberte
secuestrado hasta que por fin me rindieras el corazón.
—Soy demasiado testaruda. Jamás hubiera cedido —respondió Tanya riéndose.
De pronto se le nubló la mirada—. ¿Qué vamos a hacer respecto a la boda de Lisa?
—Nada —respondió István con seguridad—. Ella se sintió mal cuando John
tomó en brazos a aquel niño. Tenía miedo de confesarle la pérdida de su hijo porque
no sabía cómo iba a reaccionar. Yo le aconsejé que le dijera todo y que se preparara
para una boda doble.
—¿Una boda doble?
—En la iglesia yo me comprometí contigo. Y luego recuerdo haberte dicho que
era tu turno después de Lisa. Pero creo que debemos insistir en tener la prioridad.
Tengo toda una colección de cosas salvajes dentro del corazón y del cuerpo. Mis
necesidades son bastante urgentes.
—Y las mías…
El resto quedó ahogado cuando se unieron en un profundo abrazo. La alegría
llenaba el corazón de Tanya. Él la amaba. Y ella lo amaba con cada fibra de su ser. Se
iban a casar.
István la miró.
—Debemos cabalgar de regreso antes de que oscurezca.
Tanya estuvo de acuerdo. Mientras cabalgaban se agarraron de las manos y
algunas veces sonrieron, otras se detuvieron para observar a los animales cuyas
siluetas se recortaban contra el gran disco del sol poniente. Y cuando llegaron se
encontraron a John y a Lisa tomados de la mano en la oscuridad y abrazados como si
nada pudiera separarlos jamás.
Tanya vio cómo István se adelantaba, como John lo reconocía y cómo los dos
hombres se abrazaban mientras Lisa y ella lloraban de alivio.

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Esa noche los cuatro charlaron, hicieron planes, rieron y se abrazaron hasta el
amanecer. Tanya descansó su cabeza en el hombro de István, orgullosa del hombre
con el que se iba a casar y radiante de felicidad. Estaba con el hombre al que amaba y
eso era suficiente.
¿Suficiente? ¡Lo era todo!

Fin

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