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Valentina Saavedra S.

Derecho y globalización
Agosto 08 2019-1 / Módulo 2

¿Derecho a la seguridad o seguridad de los derechos?

Problema 8: Lea con detenimiento el siguiente texto, e identifique si el autor se inscribe en el


enfoque del derecho a la seguridad o, por el contrario, en el enfoque de seguridad de los
derechos. Relaciones dos tesis o argumentos centrales, con los cuales fundamente su respuesta.

Los Estados occidentales le otorgan una importancia cada vez mayor a la defensa policial
de las personas y de sus bienes ante la amenaza de la criminalidad. Y esto, como ha
señalado Paolo Ceri, comporta formas de vigilancia social particularmente intensas,
favorecidas por las tecnologías electrónicas: escuchas telefónicas, videovigilancia, carnet
de identidad electrónico, reconocimiento digital del iris y del rostro, la censura en la Red,
la autocensura demandada a los providers, las backdoors en los programas de
encriptación, las huellas digitales, los controles repetidos de identidad, el acceso a los
datos personales. La administración penitenciaria tiende a ocupar los espacios que dejó
libres la desmovilización institucional de amplios sectores de la vida política y económica
del Welfare State. Según Wacquant, la desregulación económica y la hiperregulación
penal van aparejadas: la desinversión social implica y provoca la sobreinversión policial
y carcelaria, que se convierte en el único instrumento capaz de hacer frente a los
desórdenes causados por el desmantelamiento del Estado social y por la generalización
del miedo y de la inseguridad social que, inevitablemente, se extiende entre los grupos
peor situados en la escala social.1

Desde mi interpretación el autor se está refiriendo al enfoque del derecho a la seguridad de una
manera crítica, es decir, no se inscribe – a mi parecer – en este enfoque, sino en el de seguridad
de los derechos, y lo que hace es desarrollar ciertas ideas que caracterizan el discurso del derecho
a la seguridad. Por ende, explicaré en qué argumentos se basa el autor y señalaré en
contraposición a ellos qué propone el enfoque de la seguridad de los derechos.

Al entablar una relación entre el texto de Alessandro Baratta “Seguridad” que se encuentra en su
libro Criminología y sistema penal, y el aparte aquí planteado del autor Danilo Zolo, se pueden
resaltar dos argumentos fuertes del modelo del derecho a la seguridad:

Por un lado, la primera parte del fragmento hace alusión a aquellas ideas del derecho a la
seguridad que hablan sobre una política privada de seguridad que conlleva a que la seguridad se
vuelva un negocio en el que intervienen agentes privados, convirtiéndose en una competencia
por quién va con el mejor postor, es decir, con aquel que pueda brindar un mejor “servicio”, y es
aquí precisamente cuando se desdibuja por completo la concepción de la seguridad como un
elemento predicable de la concreción y respeto hacia los derechos, y pasa a ser un “privilegio”
disfrazado de “derecho” que, claramente, no va dirigido a todos sino solo a unos cuantos grupos

1 Zolo, Danilo (2009). “Miedo e inseguridad”, Anales de la Cátedra Francisco Suárez. Nº 43, 2009, p. 159.
seleccionados dentro de la sociedad, como se dirá en el segundo argumento. Lo anterior es la
expresión de la mercantilización y privatización de funciones primarias que corresponden al
Estado, como lo es el gobierno de la seguridad y el monopolio de la violencia, llegando a la
conclusión de que el Estado renuncia, en parte, a ellos. Esto lo podemos ver reflejado en las
múltiples empresas de vigilancia privada que existen en la actualidad y en lo que se resalta en el
fragmento acerca de esas nuevas formas de vigilancia que surgen con las tecnologías que a partir
de los procesos de globalización han permeado cada espacio, alimentando así prácticas propias
de una sociedad de control y de un Estado penal (Baratta, 2004).

Frente a lo anterior, el modelo de la seguridad de los derechos plantea también una política de
seguridad pero pública, en el que los policías son ciudadanos y la seguridad es un servicio
público cuya prestación se haya en manos del Estado. Propone, además, la deconstrucción de la
demanda de pena, pues una vez sea esto superado se podrá pensar en la demanda de la seguridad
de los derechos de todos.

Por otro lado, la segunda parte del fragmento nos remite a otro argumento del enfoque derecho a
la seguridad, y es aquel que se refiere a la política criminal actuarial, la cual parte del supuesto
de que existen grupos sociales que se caracterizan por su tendencia hacia la criminalidad. Esto
tiene un alto contenido discriminatorio que repercute directamente sobre la administración de los
derechos fundamentales, pues se implementan mecanismos excluyentes que llevan a brindar la
protección de dichos derechos pero solo para los grupos privilegiados de ciertas categorías
sociales a costa de los excluidos, reduciendo de este modo la seguridad jurídica a la que todos
deberían tener derecho y ocasionando un sentimiento de generalizado de inseguridad.

Así, este modelo configura – y de hecho, busca hacerlo intencionalmente – la criminalización de


la pobreza y la fortalece por medio de la selectividad del sistema represivo, es decir, no solo se
reproduce la desigualdad sino que se presupone desde un inicio. Y dado que se parte de allí, es
válido (para el modelo) que se permita la restricción de los derechos fundamentales de las
personas que pertenecen a los sectores más marginados y vulnerables de la sociedad. Su política
de prevención y de seguridad excesiva y represiva la podemos identificar en el “modelo de
tolerancia cero” frente a la criminalidad y el desorden social, o “teoría de las ventanas rotas”, la
cual dice que si una ventana rota de una casa no es reparada rápidamente, pronto las demás
ventanas también estarán rotas (Baratta, 2004, p. 208).

En contraposición, la seguridad de los derechos se preocupa por generar un modelo en el que


los derechos de todos los seres humanos, independientemente de a qué sector social pertenecen,
sean valorados, respetados, promovidos y protegidos por igual, teniendo en cuenta que no niega
la existencia de la criminalidad sino que se plantea una política de seguridad pública a través de
la cual se sancionen a los que incurren en actos criminales, pero de forma imparcial, es decir, sin
caer en la criminalización de los sujetos, ni disminuir las garantías fundamentales. Este modelo
aboga por la inclusión, la disminución de las desigualdades, la protección de los derechos, la
implementación de “políticas locales, no represivas y participativas”, donde quepan los múltiples
y diversos sujetos de los que se compone el tejido social.

REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
Baratta, A. (2004). Criminología y sistema penal. Seguridad. Buenos Aires: B de F.

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