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ciudadana
La seguridad ciudadana
Secretaría de Seguridad Interior - Cuadernos de Seguridad
Colección Manuales y protocolos - 1a ed. - Buenos Aires - 2010 - 82 p. - 16 x 24 cm.
ISSN 1853-0850
1. Educación.
LA seguridad ciudadana
Compilador
–– Cristián Varela
Autores
–– Victoria Rangugni
–– Daniel Russo
Corrección
–– Calamus
Diseño gráfico
–– Vladimir Merchensky
ISSN: 1853-0850
Esta investigación y su publicación se han desarrollado en el marco de un acuerdo entre la Secretaría de Seguridad Interior y
la Universidad Nacional de Lanús. La información contenida en este libro no refleja necesariamente las opiniones y puntos
de vista de las instituciones auspiciantes.
Presidenta de la Nación
Vicepresidente
rectora
Dra. Ana Jaramillo
Vicerrector
Mg. Nerio Neirotti
Presidente
Dr. Julio César Alak
Secretario Ejecutivo
Dr. Julio Massolo
Directora
Lic. Amalia Villalustre
Director de la colección
Héctor Masquelet
Editor
LA SEGURIDAD CIUDADANA
Compilador
Cristián Varela
Autores
Victoria Rangugni
Daniel Russo
Índice
Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Por Cristián Varela
INTRODUCCIÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
BIBLIOGRAFÍA.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
INTRODUCCIÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
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CONFORMACIÓN ACTUAL DEL CAMPO DE LA SEGURIDAD.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
»» Herramientas penales en materia de seguridad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
»» Herramientas extrapenales de control del delito. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
BIBLIOGRAFÍA.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64
INTRODUCCIÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
BIBLIOGRAFÍA.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80
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Prólogo
Cristián Varela
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iguales formas delictivas. ¿Qué ocurrió en el mundo para que estas formas de
inseguridad hayan ganado la escena?
En el primer capítulo de este manual,Victoria Rangugni explica el proceso me-
diante el cual cobraron forma las nuevas inseguridades y la consecuente preocu-
pación por la seguridad. Se trata de un proceso histórico, inscripto dentro de otro
más amplio, ligado al fenómeno de la globalización. Dentro de él, se produjeron
profundas transformaciones en el rol del Estado y en el campo de las seguridades
sociales y laborales. El papel regulador y pacificador de las relaciones colectivas, que
a lo largo de un siglo asumieron las instituciones públicas, en pocos años se resintió.
El mundo del trabajo se precarizó y las seguridades sociales comenzaron a adquirir
el sesgo de seguridades privadas e individuales.Todo ocurrió como si en el mundo
se hubiera olvidado que la provisión de seguridades es una tarea que solo se logra
de manera mancomunada y colectiva; que si tal cosa es uno de los objetivos prin-
cipales de la cultura, es porque su logro requiere del esfuerzo común y sus alcances
deben llegar a todos. En un mundo abierto, como es el mundo moderno, si unos
están asegurados y otros no, nadie está seguro.
Los cambios ocurridos en la organización del Estado y en el mundo del trabajo
se tradujeron en una nueva configuración del campo de la seguridad humana y del
campo más restringido de la seguridad pública o ciudadana. En la segunda parte del
capítulo I se abordan las nuevas formas que adquirieron las políticas de seguridad;
tanto las denominadas “de la ley y el orden”, como las de “la nueva prevención”.
En el segundo capítulo, en colaboración con Daniel Russo, la autora se aboca al
modo que adquirió el problema de la seguridad en la Argentina. Si en gran parte
del mundo las transformaciones de la modernidad tardía significaron una reduc-
ción del papel del Estado y su retracción en la provisión de seguridades, en el caso
argentino se vivió su colapso. La crisis del año 2001, con sus serias secuelas sociales,
mal podría no incidir en el plano de las violencias y los delitos entre personas y
contra los bienes. Ahí están como elementos de análisis los datos estadísticos que
exponen los autores.
El hombre, además de colaborador, ha sido siempre –aunque en menor me-
dida– competidor del hombre y, en no pocas ocasiones, también su predador y
victimario. En épocas en que la competencia se enaltece como valor, al tiempo
que se minimizan y resienten las funciones reguladoras y protectoras del Estado, la
paz social entra en riesgo. Pero cuando esas funciones públicas entran en colapso
y emergen los síntomas de la desocialización, no debería resultar extraño el incre-
mento de los conflictos penales y la violencia.
Una Justicia y unas policías estructuradas en otro tiempo y para otros tiempos
¿pueden dar cuenta de las nuevas situaciones? La segunda parte de este capítulo
está dedicada a exponer las herramientas penales y extrapenales del sistema jurí-
dico, así como la conformación del sistema de seguridad interior en la Argentina.
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Pero ya se adivina que en el espíritu de este Cuaderno se intenta plantear que la
judicialización y el policiamiento de los problemas de seguridad no acarrearán
las respuestas que la sociedad reclama. Basta con otorgar el mínimo crédito a las
exposiciones de los autores –y a los datos que exponen– para darse cuenta de que
con más penas y policías –y con policías y penas más duras– no se reconstituye una
paz resentida por otras causas.
En el tercer capítulo de este manual se incluyen conceptos y definiciones pro-
pios del campo de la seguridad. En la medida en que esta se presenta como una de
las preocupaciones urgentes de las sociedades actuales, se impone la necesidad de
consolidar y difundir un campo de conocimiento académico sobre el tema. Esto
permitirá la profundización del problema en búsqueda de soluciones, el estable-
cimiento de un lenguaje común para su tratamiento y la superación de la mera
opinión infundada, a la hora del debate que el problema de la seguridad demanda.
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Capítulo I.
NUEVO CAMPO DE LA SEGURIDAD EN LA MODERNIDAD TARDÍA
Victoria Rangugni
INTRODUCCIÓN
Para ampliar el concepto de modernidad, véase el manual Sociedad, Estado y seguridad de esta colección.
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
de transformación, que se inician en la segunda mitad del siglo XX, tienen impacto
en casi todas las áreas de la vida social, política, económica y cultural. Así, es posible
destacar modificaciones en:
–– la organización del Estado, que pasó de ser un Estado de bienestar a definirse
como un Estado mínimo;
–– el proceso de acumulación y de producción de bienes;
–– las relaciones laborales, que fueron crecientemente desreguladas o flexibili-
zadas;
–– las formas en que se administraban y compartían los riesgos sociales, que ten-
dieron a remitirse a la esfera individual y no a resolverse a través de mecanismos
colectivos;
–– las formas de representación política, cuyo indicador más visible fue el debilita-
miento del sistema de partidos políticos;
–– los modos de organización colectiva, que paulatinamente vieron debilitarse los
canales institucionales previos, por ejemplo los sindicatos;
–– el lugar que la tecnología, las comunicaciones y los medios de transporte ocu-
pan en los sistemas económicos y en la vida cotidiana de buena parte de la
población mundial;
–– los modos de organización familiar y doméstica y los roles de sus integrantes;
–– la conformación demográfica de las grandes ciudades.
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Capítulo I. Nuevo campo de la seguridad en la modernidad tardía
Para un abordaje amplio del neoliberalismo véase: EZCURRA, Ana María (2008).
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
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Capítulo I. Nuevo campo de la seguridad en la modernidad tardía
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Capítulo I. Nuevo campo de la seguridad en la modernidad tardía
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Un quintil es la quinta parte de una población estadística ordenada de menor a mayor en alguna característica de esta
(corresponde a dos deciles, o a veinte percentiles).
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
Se sugiere releer las características del Estado de bienestar presentadas al inicio del capítulo.
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Capítulo I. Nuevo campo de la seguridad en la modernidad tardía
Despacificación social
Se caracteriza por:
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
El derecho penal entiende que delito es todo acto que, estando previamente
definido por la ley, es susceptible de ser punido. De este modo, el delito debe ser
detectado, perseguido y castigado por las agencias del sistema penal.
El campo de la seguridad durante la modernidad se ha caracterizado por un
modelo de gestión del delito que giraba de modo invariable en torno a la centrali-
dad de las instituciones penales como instrumentos orientados a reprimir y reducir
los delitos. A su vez, ese modelo planteaba como finalidad inequívoca la futura
integración de las personas que eran castigadas. Para ello se desarrolló durante más
de cien años un conjunto de instituciones cuyo fundamento era la intervención
sobre los condenados y sus familias, para favorecer su reintegración social. Esta
modalidad de organización del campo de la seguridad o del control del delito fue
definida por David Garland (2005) como Penal Welfare Complex, expresión que fue
traducida como welfarismo penal en evidente relación con el modelo de Estado de
bienestar al que se hacía referencia en las páginas anteriores.
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Capítulo I. Nuevo campo de la seguridad en la modernidad tardía
motor de las políticas penales y como instrumento válido para disminuir los
delitos. Menos de veinte años fueron suficientes para erosionar y redefinir los
fundamentos de un modelo de gestión de la seguridad que tenía casi doscientos
años y que había sido hegemónico, lo cual no significa que haya sido eficiente.
Pues desde sus inicios se ha mostrado incapaz de cumplir con sus objetivos: las
cárceles y sus poblaciones crecieron cada vez más. De todos modos, el fundamen-
to correccionalista persiste, aunque muy debilitado. Lo que prevalece, más bien,
es un consenso en torno al fracaso de la cárcel a la hora de reintegrar socialmente
a los condenados.
A su vez, nuevas formas de pensar el delito, la seguridad y la prevención han
dominado el escenario en los últimos años en casi todos los países occidentales.
La llamada nueva prevención aparece como elemento novedoso en el campo de la
seguridad, al poner el énfasis en evitar que ciertos delitos ocurran, más que en
perseguirlos y castigarlos una vez que han tenido lugar. La idea de nueva prevención
responde a que el modelo tradicional de gestión del delito pensaba la pena como
un elemento ex-post de prevención de delitos a futuro. Es decir que el castigo de
un delito ya cometido serviría a su vez para prevenir delitos futuros. La nueva pre-
vención, en cambio, parte de la idea de una intervención ex-ante, es decir que se
motoriza sin que el delito tenga lugar, para evitar –desde cero– que ocurra. Para
ello, se proponen una serie de medidas que se caracterizan por ser ajenas al sistema
penal y por invocar la participación de la comunidad en su desarrollo5 (Feeley y
Simon, 1995; Crawford, 1998; O’Malley, 2005).
Se vislumbran, entonces, dos grandes nuevas tendencias en el campo de la se-
guridad. Por un lado, el abandono del ideal integrador de las políticas penales y
la redefinición del castigo en términos de retribución, incapacitación e, incluso,
venganza. Por otro, la aparición de políticas preventivas, orientadas a evitar que
los delitos ocurran a través de medidas extrapenales, es decir en las que no tiene
participación protagónica el sistema penal.Tal como plantea David Garland (2005),
es posible definir estas dos tendencias como criminologías del otro y criminologías de
la vida cotidiana, respectivamente, cuyas características principales se abordarán en
las páginas siguientes.
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
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Capítulo I. Nuevo campo de la seguridad en la modernidad tardía
Las políticas de tolerancia cero o mano dura se apoyan en una retórica punitiva,
pero carecen de un respaldo sólido para justificar las propuestas que plantean. Par-
ten de una definición sesgada, e incluso equívoca, del problema de la seguridad, al
que conciben solamente como un tema de incivilidades y delitos callejeros. Esto
quiere decir que lo definen a partir de un recorte que sobredimensiona ciertas
conductas consideradas indeseables –aun cuando no sean delito– y pretenden erra-
dicarlas del paisaje urbano a cualquier precio. Al mismo tiempo, queda excluida de
la definición del problema y, por tanto de las acciones a emprender, la comisión
de otros delitos que también atentan contra la integridad física de las personas.
Ejemplo de estos últimos son, entre otros, los vinculados con la seguridad vial y la
violencia doméstica.
Ese recorte, que asocia inseguridad con delito callejero, comporta una fuerte
criminalización de la pobreza y una escasa o nula problematización de la in/seguri-
dad en los términos que realmente impacta en el ejercicio de derechos de todos los
ciudadanos. Además, propone solucionar el problema incrementando los niveles de
violencia que se supone quiere revertir.
A partir de la década del ’80, en diferentes países comienza a surgir con fuerza
todo un campo de ideas e intervenciones que defienden la utilización de herra-
mientas no penales para reducir el delito. Al describir este proceso, Máximo Sozzo
(2000) plantea que se trata de un “gran cambio de paradigma” respecto de la mo-
dernidad penal. Inglaterra, Francia, Nueva Zelanda, Australia, Estados Unidos y
más tarde Italia comenzaron a desarrollar y fundamentar en términos teóricos una
serie de políticas de prevención del delito en las que no participaban las agencias
del sistema penal. Recién en la década del ‘90, la nueva prevención comenzará a ex-
pandirse en los países latinoamericanos.
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
Nueva prevención
Rasgos fundamentales:
Creciente delegación
Incorporación
de funciones en Novedosa convocatoria
de empresas privadas
materia de seguridad, a la participación
en las estrategias de
antes centralizadas ciudadana
prevención del delito
en instituciones públicas
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Capítulo I. Nuevo campo de la seguridad en la modernidad tardía
Diversos autores (Crawford, 1998; Garland, 2005; Sozzo, 2000; 2008a) distin-
guen tres tácticas alternativas de prevención del delito, tal como fueron desarro-
llándose en los distintos países. Vale referirse a la prevención situacional-ambiental, la
prevención social y la prevención comunitaria. Una vez más, la distinción es analítica,
pues estas estrategias de intervención se mezclan en el terreno y se combinan de
diversas maneras.
Para abordarlas aquí, se exponen sus características distintivas. Se mencionan,
además, ejemplos concretos de intervención, señalándose los supuestos de los que
parten y los puntos débiles que presentan.
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
La prevención situacional asume que ciertos delitos forman parte de la vida co-
tidiana de las grandes ciudades y, más que erradicarlos, se busca disminuirlos en
ciertos lugares y/o momentos. Desde esta perspectiva, un riesgo puede ser previsto
según patrones estadísticos (propios de las aseguradoras) y su impacto se puede
evitar o reducir. El objetivo principal no es atrapar al infractor y, si se lo atrapase,
lo importante es evitar/reducir el daño que el delito hubiese ocasionado, recupe-
rando lo sustraído, por ejemplo; pero sin que la rehabilitación del infractor sea un
tema a atender.
Además, la prevención situacional se apoya en la idea de un potencial infractor
que es racional, que sabe lo que hace. Por lo tanto decide actuar o se abstiene de
la comisión de un delito en virtud de las oportunidades que se le presentan. Fren-
te a una situación, ese actor racional evalúa los costos y los beneficios que puede
acarrear su decisión y actúa en consecuencia. Si el medioambiente en el que pre-
tende cometer un delito le presenta dificultades de acceso o altas posibilidades de
ser descubierto, se abstendrá de cometer el delito y, por tanto, la prevención en ese
ambiente/situación habrá sido exitosa. Esta presunción de un actor racional se liga
a la idea (neo) liberal del Homo economicus, un sujeto que actúa según sus intereses.
Sin embargo, como señala Adam Crawford (1998), más allá de los delitos contra
la propiedad, hay otros que no parecen estar motivados por el interés económico.
La violencia de género o los delitos de tránsito, para volver a mencionar casos que
suelen estar excluidos de las definiciones e intervenciones de la in/seguridad, no
suelen tener motivaciones económicas.
Si bien las estrategias situacionales son muy bien ponderadas en las propuestas
actuales del campo de la seguridad, y pueden brindar resultados positivos a la hora
de reducir determinados delitos y ambientes o situaciones, distintos analistas coin-
ciden en destacar los puntos débiles que la modalidad de prevención presentaría.
Puntos débiles
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Capítulo I. Nuevo campo de la seguridad en la modernidad tardía
ganizados, los delitos de tránsito, etcétera. Este recorte y focalización no solo deja
de lado hechos altamente lesivos, sino que contribuye a una definición sesgada del
problema de la seguridad y refuerza la criminalización de la pobreza al considerar
como relevantes solo los delitos de los más débiles.
Por otra parte, la prevención situacional y su perfil pragmático se orienta a los
efectos de determinados delitos y no a las causas, priorizando criterios empresa-
riales como los de reducción de riesgos y costos del delito contra la propiedad, la
eficacia de las acciones, el resultado a corto plazo, etcétera. Esta centralidad en el
corto plazo y la respuesta focalizada –el aquí y ahora–, si bien puede redundar en
los resultados buscados, no suele tener en cuenta los efectos de desplazamiento del
delito que se pretende controlar. Es decir que las estrategias situacionales pueden
reducir el delito “aquí y ahora”, pero trasladándolo “un poco más allá” en donde
las estrategias no han sido desplegadas, sin solucionar el problema de fondo: la calle
siguiente, el barrio de al lado, otros bancos o negocios, y así sucesivamente.
Muchas veces las estrategias situacionales son intrusivas y excluyentes: una vigi-
lancia excesiva y omnipresente y una defensa casi militar de los ambientes frente a
la presencia de extraños que son repelidos. Esto genera la proliferación de espacios
amurallados a los cuales no pueden ingresar los extraños, habitados por personas
que viven cada vez más encerradas y aisladas del mundo (Crawford, 1998; Sozzo,
2000;Young, 2003; De Giorgi, 2005).
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
En términos generales, entre los factores de riesgo que identifican los programas de
prevención social de distintos países, están la pobreza, la exclusión, las condiciones
de vida, la falta de inserción en el sistema educativo, la edad en contextos de margi-
nación, las dificultades vinculares, la escasa integración cultural, entre otras variables.
Entre los factores protectivos identificados por estas estrategias, se incluyen recu-
rrentemente: la capacitación laboral, la integración cultural, la reinserción en el
sistema educativo, la recreación, el apoyo psicológico-vincular, etcétera. Por ello, las
intervenciones de tipo social en materia de prevención del delito suelen centrar-
se en desplegar estos factores protectivos. El contexto norteamericano, el francés
y también el argentino brindan ejemplos claros de este tipo de intervenciones
(Crawford, 1998; Sozzo, 2000; Rangugni 2004).
Al igual que la estrategia situacional, la prevención social enfatiza la necesidad de
una intervención multiagencial con predominio local. Esto quiere decir que, tanto
en el diseño como en la implementación de dicha estrategia, pueden y deben par-
ticipar actores gubernamentales de diversas áreas. Por ejemplo, de política criminal,
política social, trabajo, seguridad social, educación, etcétera, tanto de nivel nacional,
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Capítulo I. Nuevo campo de la seguridad en la modernidad tardía
Puntos débiles
Respecto de los puntos débiles de la prevención social es posible afirmar que una
de sus falencias más preocupantes es la asociación entre delito y pobreza de la que
parte. Además, esa criminalización de la pobreza se refuerza sobre los jóvenes y,
en contextos particulares, sobre los inmigrantes y las minorías étnicas. Sobre este
recorte se extienden intervenciones generalizadas (a todos los jóvenes pobres de
un barrio, por ejemplo) dando por sentado que se trata de potenciales infractores.
Estas intervenciones son estigmatizantes en tanto definen a priori a la población
como proclive al delito. Esto es muy cuestionable desde el punto social y político.
Por otra parte, la focalización que la táctica social realiza sobre las poblaciones
mencionadas, las configura como población amenazante sobre la que hay que in-
tervenir, por una necesidad de defensa social frente al riesgo que representarían
esos potenciales infractores. Pero no parte del supuesto que esa población se en-
cuentra vulnerada en el ejercicio de ciertos derechos, y que es preciso paliar esa
situación (considerando que son ciudadanos como el resto de los habitantes).
Esto quiere decir que en esta lógica, la estrategia social tiene como objetivo
proteger a ciertos sectores sociales de la potencial peligrosidad de los grupos a los
que define como amenazantes. No se enfoca sobre estos últimos para garantizar su
bienestar, sino para neutralizarlos frente al resto de la población. En esta línea, se ha
acusado a la prevención social del hecho de criminalizar la política social. Al hacerlo,
invade terrenos que son propios de las intervenciones sociales que buscan paliar
situaciones de vulnerabilidad, ampliando los márgenes de ciudadanía sin crimina-
lizar a las poblaciones sobre las que intervienen.
Finalmente, hasta hoy no ha habido estimaciones serias sobre los efectos que es-
tos tipos de intervención tienen sobre los índices de delito que se pretende atenuar.
Prevención comunitaria
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Capítulo I. Nuevo campo de la seguridad en la modernidad tardía
Puntos débiles
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Capítulo I. Nuevo campo de la seguridad en la modernidad tardía
41
Capítulo II.
EL PROBLEMA DE LA SEGURIDAD EN LA ARGENTINA
INTRODUCCIÓN
Hay que comenzar por decir que en la actualidad la seguridad encabeza la lista
de las preocupaciones de los ciudadanos de la Argentina. Este posicionamiento
obedece a un proceso histórico, en el cual este tema fue desplazando otras cues-
tiones, tales como la desocupación, los procesos hiperinflacionarios, la cuestión
militar, la salud pública y la educación, entre otros.
El primer tema a abordar en este capítulo será la implementación local de polí-
ticas neoliberales en la década de 1990 y sus consecuencias, analizando su impacto
en el campo de la seguridad. Sobre fines de esa década el país presentaba un cuadro
de situación sin precedentes: vastos sectores de la sociedad por debajo de la línea de
pobreza, altos índices de desocupación, precarización de las condiciones de trabajo
y crisis de confianza en el sistema institucional. En ese contexto, el aumento de los
hechos delictivos, como así también de la violencia con que se cometen, comen-
zaron a instalar la inseguridad como un problema de política pública. Para poder
comprender este fenómeno es preciso despejar los supuestos del sentido común
que dificultan el análisis.
En segundo lugar, se presentará aquí un esquema de la organización del sistema
de seguridad en el país, señalando sus principales características, así como las ins-
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
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Capítulo II. El problema de la seguridad en la Argentina
El nivel de pobreza a fines de la década de 1990 había llegado a una cifra récord,
que alcanzaba al 30% de la población. Como resultado de la crisis de fines de 2001,
ese nivel trepó al 50% (mayo de 2002). Si bien este cuadro era general para todo
el país, existieron marcadas disparidades regionales en la distribución del ingreso.
En la jurisdicción más rica del país el ingreso per cápita era 4,1 veces superior al
de la más pobre.
En lo que respecta al empleo, los meses previos a la crisis de 2001 presentaban
altas tasas de desocupación (18,4% en octubre) y de informalidad laboral (del total
de trabajadores solo el 40% se encontraba en relación de dependencia). La precari-
zación laboral y el creciente desempleo hicieron que el trabajo dejase de ser el eje
estructurante de la vida social, tal como lo había sido desde mediados del siglo XX.
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
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Capítulo II. El problema de la seguridad en la Argentina
ner en los medios de comunicación. Del mismo modo, en el ámbito político surge
la temática de la seguridad como nunca antes, desplazando aspectos importantes
como la salud o la educación, que eran ineludibles en los discursos políticos desde
la recuperación democrática en 1983.
“En 1995, el delito es poco elegido entre las múltiples opciones que tienen los
entrevistados para señalar cuál es el principal problema del país. Las mayores
preocupaciones están ligadas al desempleo, luego la pobreza e inestabilidad
económica y solo el 2,1% considera la delincuencia en primer lugar. Esto
cambia en poco tiempo: en 1997 es elegido como principal problema por el
8,7% de los entrevistados. La preocupación por el delito sigue su tendencia
ascendente hasta el 2002, cuando con la caída de la convertibilidad, las pre-
ocupaciones vuelven a concentrarse en la situación socioeconómica. Pasado el
pico de la crisis, el delito como problema vuelve a ser importante en el 2003 y
el 2004” (Kessler, 2007: 82).
Muchas veces se afirma que la centralidad del tema de la seguridad se dio a partir
de los años 1990 y que responde únicamente al aumento del delito. Sin embargo,
es importante analizar estas transformaciones y vincularlas con los cambios en el
modelo de Estado que comienza a instalarse en la Argentina por aquellos años y las
modificaciones en la estructura económico-social que se producen a partir de 1990.
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
y reducir el delito a través de las agencias del sistema penal: policía, justicia y pri-
sión. Esas instituciones eran las encargadas de definir las líneas a seguir y casi las
únicas autorizadas a hablar y actuar en materia de control del delito.
Durante ese período, que se extiende desde finales del siglo XIX a finales del
siglo XX, la centralidad del sistema penal en el control del delito fue defendida
también como una forma de prevenir los futuros hechos, y no solo de reprimir los
ya ocurridos.
El dispositivo carcelario adquirió enorme importancia en este modelo ya que
era el encargado, al mismo tiempo, de castigar los delitos ocurridos y de prevenirlos
en el futuro. En la Argentina el sistema carcelario comienza a desplegarse a finales
del siglo XIX: la Penitenciaría Nacional, inaugurada en 1877, fue un baluarte de
esos comienzos, sucedida por el célebre penal de Ushuaia. Ambas cárceles mostra-
ron rápidamente no cumplir con las misiones encomendadas.
No obstante, por mucho tiempo no hubo discusión al respecto: la pena de pri-
sión era considerada una herramienta para evitar delitos en varios sentidos. Por un
lado, se buscaba que la pena disuadiera a los potenciales infractores de cometer un
delito por temor a ser castigados y, por otro, se argumentaba que serviría al con-
denado para rehabilitarse y, por tanto, no cometer otros delitos en el futuro. Estos
objetivos siguen siendo fuente de justificación de la pena, aunque cada vez son más
débiles, entre otros motivos porque la prisión se mostró ineficaz para cumplirlos. Es
evidente que no logra disuadir a potenciales infractores, ya que los índices de deli-
tos crecen y las tasas de encarcelamiento también: cada vez se registran más delitos
y cada vez hay más personas presas por cometerlos. Además, también está probado
que la cárcel nunca ha servido para evitar que las personas que pasaron por ella no
vuelvan a cometer hechos ilícitos: las tasas de reincidencia son muy altas en todos
los países occidentales.
A pesar del fracaso de las herramientas penales en la búsqueda de seguridad
frente al delito, estas no han dejado de utilizarse, antes bien, ha ocurrido lo
contrario.
En la Argentina, por ejemplo, entre 1990 y 2006 la cantidad de personas presas
se duplicó. Mientras que en 1990 había 4.473 presos en cárceles federales, en 2006
llegaron a ser 9.495: es decir que la población pasó a ser más del doble en un perío-
do de 16 años. Además, el porcentaje de presos sin condena llegó a ser del 58% en
2002. Esta situación no ha variado significativamente, ya que en 2006 la población
de presos sin condenas en cárceles federales se mantenía en un 56%, según datos
de la Procuración Penitenciaria de la Nación. Este cuadro es preocupante, ya que
refleja que en la Argentina se utiliza de manera generalizada el encierro sin que
haya una condena. Esto contraría el principio constitucional de inocencia, el cual
indica que nadie podrá ser castigado si no se demuestra que es culpable a través de
los procedimientos jurídicos establecidos.
48
Capítulo II. El problema de la seguridad en la Argentina
5000
0
1994 1999 2000 2005 2007
49
Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
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Capítulo II. El problema de la seguridad en la Argentina
Se sugiere la relectura del apartado Nueva configuración del campo de la seguridad del capítulo 1.
6
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
52
Capítulo II. El problema de la seguridad en la Argentina
También en 1997 surgió una iniciativa que no provino de una agencia estatal
y que tuvo mucha repercusión, convirtiéndose en un modelo de prevención co-
munitaria que se replicó en distintos lugares: el Plan Alerta de vecinos de Saavedra.
Esta propuesta surgió por la iniciativa de un grupo de vecinos, que reclamaron
entre diversas instituciones estatales medidas de seguridad a partir de una serie de
delitos contra la propiedad que habían tenido lugar en poco tiempo. Ese grupo
comenzó a implementar medidas solidarias de protección mutua. En resumidas
cuentas, se trataba de generar actividades de vigilancia y reportes informales entre
los vecinos para prevenir la presencia de cierto tipo de delitos y disminuir los mie-
dos que tenían ante la posibilidad de ser víctima de esos delitos. El plan se llevó a
otros barrios de la Ciudad de Buenos Aires y del conurbano, por ejemplo a Villa
Urquiza, Núñez, Palermo, Villa del Parque, Martínez, Beccar, y obtuvo de a poco
apoyo estatal (Ciafardini, 2006).
Sin embargo, la cristalización de una política preventiva de alcance nacional que
instaló la necesidad de pensar el delito y la seguridad de otro modo, se produce
con la creación del Plan Nacional de Prevención del Delito (PNPD). Se trata de
un plan que el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos y el Ministerio del
Interior de la Nación ponen en marcha conjuntamente en el año 2000, quedando
a cargo de su ejecución la Dirección Nacional de Política Criminal, dependiente
del primero de los ministerios mencionados.
Derogado en 2008, el PNPD reunía los principios básicos de la nueva prevención
definiendo como objetivos principales:
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
El mismo año en que se crea del PNPD (2000) se realiza un acuerdo formal
con el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que determina la creación del Pro-
grama de Prevención del Delito local en la Secretaría de Seguridad y Justicia del
Gobierno de la Ciudad. Este organismo diseña e implementa desde entonces las
políticas de prevención del delito de Capital Federal. Otros gobiernos –provincia-
les y municipales– hicieron acuerdos e implementaron políticas de prevención del
delito en el marco del Plan Nacional.
El PNPD tuvo características similares a iniciativas desarrolladas en otros países,
definiendo un modelo de prevención –que llamó “integrada”– con dos áreas de
intervención diferenciadas:
–– la prevención situacional-ambiental y
–– la prevención social del delito.
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Capítulo II. El problema de la seguridad en la Argentina
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
Es así que la posterior ley 24.059, de Seguridad Interior, sancionada a fines de 1991,
se convirtió en el instrumento legal para la coordinación interjurisdiccional en segu-
ridad pública. Como el gobierno central no puede obligar a los Estados provinciales a
implementar políticas específicas, la ley de Seguridad Interior se elaboró con carácter
de convenio. Las provincias fueron invitadas a adherir y coordinar las acciones que en
ella se establecen. Ejemplo de la complejidad que todo esto supone es que recién en
el año 2004 se alcanzó la adhesión de la totalidad de los Estados provinciales.
La diversidad de modelos de organización de las policías provinciales y de las
fuerzas federales se expresa de distintas formas. Por ejemplo, en aspectos tales como
los modos de agrupamiento del personal y el sistema de ingreso, formación y titu-
lación que brinda cada institución.
Policías provinciales.
Modos de agrupamiento y de formación policial
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Capítulo II. El problema de la seguridad en la Argentina
subalterno. En algunas provincias el curso para ser agente de policía tiene una du-
ración anual, en tanto que en otras oscila entre los dos y los tres meses.
Por su parte, en la formación de los oficiales no existe un criterio único para la
adopción del régimen de internado. Algunas provincias prescinden de él, otras lo
mantienen y algunas planean retomar su uso.
En algunas jurisdicciones la educación policial brinda títulos reconocidos por
los ministerios de educación provincial y/o nacional, por lo que los alumnos, ade-
más de obtener el estado policial, alcanzan una titulación de nivel terciario. Esto
ha posibilitado que los egresados de los institutos puedan continuar su recorrido
académico en estudios universitarios de grado8.
8
En los últimos años la oferta de estudios superiores para policías se ha ampliado notoriamente. Algunas provincias
han establecido convenios con universidades nacionales y privadas para que sus egresados continúen su formación.
57
Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
Cabe destacar que la intención de todas las policías provinciales apunta a alcan-
zar cada vez mayores niveles de formalización en sus procesos de formación inicial.
Por eso es posible que entre el estudio tomado como referencia y el presente es-
crito, la situación educativa de cada provincia se haya modificado.
25.000 40.000
Gendarmería Policía Federal
Nacional Argentina
30% 47%
Fuente: VARELA, Cristián (2008). La educación policial. Estudio de los sistemas educativos policiales de la Región
NEA y de las fuerzas de seguridad y cuerpos policiales federales. Secretaría de Seguridad Interior - PNUD,
Buenos Aires, ISBN 978-987-24181-2-0.
9
En el año 2008, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sede administrativa del gobierno central, planteó la necesidad
de instituir su propia policía. A fines de 2009, al momento de la redacción de este manual los primeros cuadros de la
Policía Metropolitana completaron su formación académica. Su despliegue operativo se espera para principios del 2010.
58
Capítulo II. El problema de la seguridad en la Argentina
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Capítulo II. El problema de la seguridad en la Argentina
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
mación continua. Con esto se corre el riesgo de que los funcionarios dediquen
parte de sus capacidades a la consolidación de vínculos personales, restándola a su
desempeño profesional.
Si bien el modelo tradicional de agencia policial pareció capaz de regular el
orden público durante décadas, resulta insuficiente para afrontar los nuevos esce-
narios producidos por las transformaciones sociales acontecidas desde la década de
1990 en el plano nacional. El cuadro de creciente desintegración social vio surgir
nuevas conflictividades sociales y modalidades delictivas. A este aumento de la cri-
minalidad debe sumársele la crisis institucional que devino en el estallido social de
2001, con la consecuente deslegitimación de los organismos del Estado, tal como
se planteó al inicio de este capítulo.
El deterioro de las condiciones de vida de los sectores medios y bajos y la des-
integración de los vínculos de solidaridad comunitaria produjeron una ruptura de
los lazos sociales. Los niveles de vulnerabilidad y marginación social dieron lugar a
la exclusión de vastos sectores de la población de la posibilidad de ser parte de un
mismo proyecto social.
Esta crisis fue generadora de hondas transformaciones culturales. Dentro de ellas
el aumento del delito y la violencia constituyen un elemento de la constelación de
fenómenos que marcan un cambio en el modo de vida de la sociedad actual.
La distancia de la policía respecto de la comunidad la priva de la participación
activa del principal agente de la seguridad pública: el ciudadano. Numerosas expe-
riencias han demostrado que la seguridad pública es más efectiva cuando es mayor
la proximidad entre la policía y la comunidad11. Por el contrario, la distancia como
característica del vínculo entre la institución policial y la comunidad obliga a au-
mentar indefinidamente la presencia policial en terreno: la policía está obligada a
cubrir cada rincón, lo cual es materialmente imposible.
En el modelo de policía tradicional la participación de la comunidad es percibi-
da como un elemento de importancia secundaria en la seguridad pública. El saber
sobre la seguridad pertenece al funcionario policial. Esta distorsión plantea un
escenario imposible: cargar sobre una única institución una función que requiere
de la totalidad de las instituciones sociales.
En este capítulo se ha expuesto una ajustada síntesis de los hechos que mar-
caron la vida social, económica, política y cultural de nuestro país en los últimos
treinta y cinco años. El proceso de constricción del Estado nacional y la regula-
ción de las relaciones económicas por parte del mercado han modificado la na-
turaleza de las relaciones sociales. La pérdida de las protecciones que garantizaba
el modelo del Estado benefactor ha dado paso a la indefensión de un importante
sector de la población.
Para mayor precisión en este tema se sugiere la lectura del manual Comunidad y seguridad de esta misma colección.
11
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Capítulo II. El problema de la seguridad en la Argentina
No debe olvidarse lo ya expuesto: los delitos producidos por las clases acomodadas, conocidos como delitos de cuello
12
blanco, producen consecuencias económicas de mayor magnitud que los delitos menores. Basta traer como ejemplos la
corrupción, las estafas, la evasión impositiva, los delitos ambientales, entre otros.
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
BIBLIOGRAFÍA
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Capítulo II. El problema de la seguridad en la Argentina
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Capítulo III.
EL CAMPO DE LA SEGURIDAD. CONCEPTOS Y DEFINICIONES
Victoria Rangugni
INTRODUCCIÓN
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
Por lo anterior, el afán contemporáneo de seguridad –en los más diversos contex-
tos– es tema de análisis para las ciencias sociales. El problema que esta preocupación
trae aparejado es que tiende a avasallar otros valores deseables como pueden ser la
igualdad entre los ciudadanos, la libertad, la cooperación, la protección mutua entre
miembros de una comunidad. La prioridad que hoy adquiere la pretensión de segu-
ridad opaca la importancia de otros valores indispensables para la vida democrática.
Justamente, la idea de una seguridad democrática fija un límite respecto a aque-
llo que podrá hacerse y lo que no podrá llevarse adelante para obtener seguridad.
Esto quiere decir que para obtener seguridad no se puede “pagar cualquier pre-
cio”. Hay derechos que no deberían nunca ser vulnerados en nombre de la seguri-
dad, aunque sea usual reconocer reclamos de seguridad en los que se pide resignar
derechos fundamentales, como por ejemplo el derecho a la vida.
Un elemento importante para poder definir qué puede y no hacerse en nom-
bre de la seguridad es precisar qué significa este concepto poniendo el énfasis en
elementos específicos. Es así que hoy es posible oír hablar, a veces indistintamente,
sobre la seguridad humana, seguridad ciudadana, seguridad pública, seguridad urbana,
seguridad comunitaria, por mencionar solo las nociones más recurrentes.
En las siguientes líneas se presentan definiciones sobre seguridad humana, seguri-
dad pública y seguridad ciudadana, entendiendo que estas nociones engloban las re-
cién mencionadas. De todos modos, es preciso alertar sobre la escasa precisión con
que estos términos son utilizados y la frecuente superposición entre unos y otros.
Seguridad humana
La idea de seguridad humana remite a una idea cuyo foco principal es la seguri-
dad integral del ser humano. De este modo, la noción de seguridad humana abarca
el desarrollo pleno de las personas, entendiendo que el acceso a ella es un derecho
de todos los habitantes, individuos y comunidades. Esta dimensión de la seguridad
incluye el logro de un desarrollo sostenible que mejore la calidad de vida de los in-
dividuos y comunidades, así como las posibilidades de integración y participación
social de las personas. En 1994, el Informe de Desarrollo Humano, del Programa
para el Desarrollo de la Organización de Naciones Unidas (PNUD), incorpora
explícitamente el concepto de seguridad humana planteando que se deben llevar
adelante acciones de promoción, protección, prevención y mitigación de los dis-
tintos riesgos presentes en la vida social (PNUD, 1994; Fernández Pereira, 2006).
De este modo se sostiene que no alcanza con ampliar los niveles de ingreso, educa-
ción y salud, si esa ampliación no se produce en un entorno que permita el acceso
equitativo en condiciones de paz social, equidad y solidaridad.
La noción de seguridad humana apunta a construir un valor tendiente a reducir
la incertidumbre a nivel individual y colectivo en el contexto de la sociedad actual,
68
Capítulo III. El campo de la seguridad. Conceptos y definiciones
Para la ONU, entonces, seguridad humana significa que la gente pueda disfrutar
de una creciente gama de opciones de desarrollo de forma segura y libre y que
pueda tener confianza en que las oportunidades de hoy no desaparecerán mañana
(PNUD, 1994). Una aspiración ciertamente optimista en contextos de alta volati-
lidad e incertidumbre como lo es el de la modernidad tardía.13
La seguridad humana resulta asimilable a lo que otros autores han denominado
“seguridad de los habitantes”. Pues este último término ha sido empleado para
hacer también referencia a un concepto amplio de las protecciones, tendientes no
solo a reducir las posibilidades de ser víctima de un delito, sino a la “tranquilidad
de vivir en un Estado constitucional de derecho y participar en los beneficios del
desarrollo en materia de salud, educación, vivienda, recreación o todos los ámbi-
tos del bienestar social. Esto es desarrollo humano sostenible que tiene la equidad
como principio” (Carranza, 1997: 15). Se trata por lo tanto de la ampliación de
derechos y del acceso a ellos en contextos de estabilidad política y social. En los
últimos años la noción de seguridad humana ha ganado protagonismo frente a la de
seguridad de los habitantes, si bien son asimilables.
Seguridad pública
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
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Capítulo III. El campo de la seguridad. Conceptos y definiciones
Seguridad ciudadana
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Capítulo III. El campo de la seguridad. Conceptos y definiciones
una condición social de tranquilidad y paz como un fin inmutable, sin im-
portar necesariamente que se dé en un régimen democrático o autoritario. La
seguridad ciudadana responde siempre a la existencia del libre ejercicio del
juego democrático, y responde a la idea de canalizar el conflicto. Las ideas
convencionales de seguridad pública responden a la búsqueda de eliminación
del conflicto.
Fuente: GONZÁLEZ, Patricia (2003). Cuaderno nº 2, Seguridad ciudadana. Guatemala: Flacso, 2003.
Desde hace algunos años trabajar sobre aquello que conforma el problema de la
in/seguridad implica hacer una distinción indispensable entre inseguridad objetiva e
inseguridad subjetiva. Estos dos elementos presentan cada uno su propia especificidad
y complejidad, lo cual obliga a tomarlos en cuenta por separado, si bien conforman
un problema común.
La noción de inseguridad objetiva remite a los delitos efectivamente ocurridos.
Aunque no solo eso, sino que además deben ser denunciados de modo que se
tenga registro de su existencia. En este sentido, no basta con que se produzca un
delito, este además debe visibilizarse y conformar el universo de delitos registrados
(formar parte de las estadísticas criminales).
Por eso mismo, cuando se habla de inseguridad objetiva no se hace referencia a
la inseguridad real (criminalidad real o delito efectivamente ocurrido), como mu-
chas veces se supone, ya que la gran mayoría de los delitos no son denunciados y,
en algunos casos, ni siquiera son percibidos como tales (por ejemplo la violencia
doméstica). Por tanto, al hablar de la inseguridad en términos objetivos se debe
siempre tener en cuenta que se habla de determinados delitos, los que a su vez han
sido denunciados (Sozzo, 2003). Con estos elementos se conforma la denominada
“cifra blanca de la criminalidad”.
La noción de inseguridad subjetiva, en cambio, remite a la sensación de insegu-
ridad. Refiere al temor experimentado por los sujetos frente al delito; temor que,
a su vez, no es monolítico, pues tiene diferentes características. Así, los niveles de
inseguridad subjetiva que puedan registrarse en determinada comunidad no están
necesariamente ligados ni a la cantidad de delitos efectivamente ocurridos, ni a los
riesgos efectivos de victimización.
A continuación se analiza cómo se abordan de modo diferente los problemas
de inseguridad objetiva y de inseguridad subjetiva pues, al constituir problemas con
entidad propia, requieren de mediciones e intervenciones específicas, atendiendo a
la complejidad que cada uno presenta.
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
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Capítulo III. El campo de la seguridad. Conceptos y definiciones
ministerio público y los tribunales. Por lo tanto, solo se muestran los delitos que
llegan a denunciarse y que además pasan el filtro de la agencia policial y/o judicial
que los procesa y de las representaciones sociales frente al crimen.
De lo anterior se desprende que la estadística oficial tampoco representa una
proporción del total de delitos ocurridos. Es decir, los delitos denunciados no
son necesariamente una muestra reducida de los delitos efectivamente ocurridos,
pues la estadística oficial no tiene la misma distribución de casos que la crimi-
nalidad real. Los niveles de denuncia de los delitos varían por múltiples motivos.
En ocasiones las variaciones tienen que ver con su tipología, con el perfil de
las víctimas, con las expectativas sobre resultado de una denuncia, etcétera. Hay
delitos que se denuncian más, sin que esto quiera decir que ocurren con mayor
frecuencia que otros.
Además hay que tener en cuenta que la información recabada –como se dijo
antes– muestra algo, pero deja elementos importantes en las sombras. En delitos
con altos niveles de denuncia, por tanto con bajo subregistro, la información que
se brinda puede resultar limitada. Por ejemplo, suele decirse que el homicidio tiene
altos niveles de registro, tanto por la gravedad atribuida al hecho como por la difi-
cultad para encubrirlo. Pero no hay datos oficiales sobre la cantidad de homicidios
producidos por la violencia de género. La estadística oficial no discrimina, entre los
homicidios, cuáles son fruto de la violencia contra las mujeres, de modo que no
es posible conocer la dimensión de este fenómeno. Esto sirve para ver que, incluso
cuando hay un registro alto de ciertos hechos, no hay un cuadro preciso a partir del
número relevado, con lo cual, a veces, puede ser escasa la información disponible
para la toma de decisiones en la materia.
Otro ejemplo lo constituyen los robos de autos. Este delito muestra también al-
tos niveles de denuncia, ya que las compañías aseguradoras lo requieren para el co-
bro de las sumas aseguradas. Pero no ocurre lo mismo con el robo de motocicletas
de baja cilindrada y de bicicletas, que son escasamente denunciados. Tal vez se los
asuma como un hecho cotidiano, sin considerar que la denuncia pueda contribuir
a la aparición del bien robado. Esto no permite, sin embargo, afirmar que hay más
robos de autos que de ciclomotores y bicicletas.
Del mismo modo, son escasamente denunciados los delitos sexuales producidos
en el ámbito doméstico o laboral, cuando el victimario es familiar o conocido de
la víctima, hecho frecuente en este tipo de delitos. Estos casos no suelen ser tenidos
en cuenta a la hora de “hacer hablar a los números” de la inseguridad. Sin embargo,
queda fuera de duda la lesividad de estos delitos y el modo en que afectan la segu-
ridad de las mujeres y de los menores.
Por lo anterior, es indispensable tener en cuenta que si se pretende dimensionar
la inseguridad, se encontrarán ciertos recortes que no pueden ser ignorados. En la
Argentina, las formas en que los datos son relevados carecen, aún hoy, de patrones
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
Las formas en que se mide el delito y el conjunto de delitos que son medi-
dos nunca son elementos neutrales, sino que determinan la manera en que será
definido el problema de la seguridad en un contexto determinado. En muchas
ocasiones se observa que los delitos contra la propiedad y los homicidios son
las preocupaciones centrales de las estadísticas oficiales. Sin embargo, como se
dijo antes, una serie de delitos que perjudican seriamente la seguridad de las
personas y que tienen una ocurrencia importante no son siquiera medidos.
Teniendo en cuenta todos estos elementos, es posible ver que en el período
1990-2001, las estadísticas policiales registraron un incremento del 83% del to-
tal de delitos denunciados. Los delitos contra la propiedad marcan la tendencia,
en tanto representan alrededor del 80% de los delitos denunciados.
La información referida a homicidios dolosos resulta también interesante.
Como se mencionó, este dato suele citarse como indicador de in/seguridad,
ya que los homicidios tienen una alta tasa de registro, en tanto es difícil que
no salgan a la luz (ya sea porque son denunciados o porque el cuerpo de la
víctima aparece). Las estadísticas de la Dirección Nacional de Política Criminal
(DNPC) muestran que no hay variaciones significativas en el periodo 1990-
2001; la tasa de homicidios dolosos cada 100.000 habitantes para todo el país
fue de 8% en 1990; registra una suba importante en 1997 con 9,02%, y cierra
el período con 8,41%.
Resulta llamativo que mientras la Argentina tiene una de las tasas de homi-
cidios dolosos más bajas de Latinoamérica, la sensación de inseguridad es una
de las más altas de la región (LTBD, 2006; Kessler, 2007). Esto confirma que la
inseguridad objetiva –aquella que remite a los índices de delito– y la inseguridad
subjetiva –la sensación de inseguridad que padecen los habitantes de un lugar–
no van de la mano.
Fuente: Datos brindados por la Dirección Nacional de Política Criminal. Véase también Ciaffardini (2006).
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Capítulo III. El campo de la seguridad. Conceptos y definiciones
dirla e intervenir sobre ella. Este punto interesa por cuanto, a la hora de hablar
de seguridad, se ha convertido en un elemento tanto o más importante que la
dimensión objetiva.
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
extendió su utilización: España las aplica desde 1995; Nueva Zelanda, desde 1996,
e Italia, a partir de 1998 (Sozzo, 2008a).
En la Argentina la sensación de inseguridad se convirtió en tema de discusión en
el campo de la seguridad recién a finales de la década de 1990. A partir de entonces
pasó a ser uno de los ejes centrales del problema opacando, incluso, los datos sobre
delitos efectivamente ocurridos. De este modo, aquello que se entendía como una
política orientada a reducir los delitos comienza a pensarse también como una
intervención sobre aquello que genera inseguridad, tanto objetiva como subjetiva.
Ante esta realidad, las encuestas de victimización ganaron terreno. Además de pro-
curar conocer lo que las estadísticas oficiales no lograban, se orientaron a medir
la dimensión subjetiva de la inseguridad. En la Argentina, la primera encuesta de
victimización la realizó el Ministerio de Justicia de la Nación en 1996, aunque
no tuvo alcances a todo el territorio nacional. Desde entonces, las ha repetido en
diversos centros urbanos. Por su parte, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
realiza su propia encuesta por primera vez en 2006 (GCBA, 2007).
Al igual que las estadísticas policiales y judiciales, las encuestas de victimización
mantienen ciertos recortes sobre el problema que buscan dimensionar. Especial-
mente lo hacen por su énfasis en ciertos delitos contra la propiedad que, como se
dijo antes, se ubican en el centro del problema de la in/seguridad tal como este
viene construido. Como plantea Gabriel Kessler, las encuestas de victimización se
orientan casi exclusivamente a los pequeños delitos callejeros, no indagan sobre
delitos de cuello blanco, contaminación, homicidios o lesiones culposas por deli-
tos de tránsito o fraude fiscal (Kessler, 2007). Además abundan en preguntas sobre
delitos contra la propiedad (vivienda, auto, robo con arma, etcétera) y desatienden
completamente otros tipos de victimización14.
Para un análisis detallado de las distintas mediciones realizadas por la DNPC, véase Guemureman, 2002; Sozzo, 2008ª.
14
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Capítulo III. El campo de la seguridad. Conceptos y definiciones
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Manuales y protocolos 5 / La seguridad ciudadana
BIBLIOGRAFÍA
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Capítulo III. El campo de la seguridad. Conceptos y definiciones
• SOZZO, Máximo (2008a). Inseguridad, prevención y policía. Serie libros Ciudadanía Segura,
Volumen 4. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) Sede Ecuador).
• VARELA, Cecilia (2004). El concepto de ‘sensación de inseguridad’ y su utilización en las
encuestas victimológicas. Ponencia presentada en la II Jornadas Nacionales de Sociología, Mesa:
Control Social y Sistema Penal. Universidad de Buenos Aires.
• VARELA, Cecilia (2005). ¿Qué significa estar seguro? De delitos, miedos e inseguridades entre
los adultos mayores. En Cuadernos de Antropología Social Nº 22, Facultad de Filosofía y Le-
tras, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.
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