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Jesús Palacios González

Los procesos de cambio psicológico a lo largo de la vida humana

Jesús Palacios González

Los procesos de cambio psicológico a lo largo de la vida humana

Jesús Palacios González


Catedrático de Psicología Evolutiva
y de la Educación.
Universidad de Sevilla

Universidad de Sevilla
Jesús Palacios González
Los procesos de cambio psicológico a lo largo de la vida humana

Ideas Fuerza

1.- Psicología evolutiva


2.- Punto de partida
3.- El camino hacia ser bípedos
4.- La respuesta cerebral de un neonato
frente distintos estímulos
5.- Niveles de alerta y atención
6.- Adaptación y aprendizaje
7.- Frágiles, pero competentes y activos
8.- El desarrollo cerebral en la adolescencia
9.- Sistema socioemocional: el papel de la dopamina
10.- Sistema de control cognitivo
11.- Los dos mecanismos del cerebro en la adolescencia
y su funcionamiento
12.- Procesos de maduración en adolescencia
13.- Genes y vulnerabilidad al riesgo
14.- Sócrates y Shakespeare
15.- La madurez
16.- ¿Por qué nos emparejamos?
17.- La llamada molécula del amor
18.- Conductas parentales y vasopresina
19.- Prolactina y norepinefrina y la formación de vínculos
20.- El apego
Jesús Palacios González
Los procesos de cambio psicológico a lo largo de la vida humana

Ideas Fuerza

21.- Gen receptor de dopamina DRD2 y el gen receptor


de serotonina 5-HT2A
22.- La vejez: deterioro
23.- El proceso del envejecimiento
24.- A más esfuerzo intelectual menos riesgo de Alzheimer
25.- Mecanismos psicológicos en los ancianos (El apego)
26.- Pautas para un envejecimiento activo
Jesús Palacios González
Los procesos de cambio psicológico a lo largo de la vida humana

ARGUMENTO

Desde muy pequeños percibimos, atendemos, discriminamos y recorda-


mos, creando en nuestro interior complejas redes neuronales que regis-
tran experiencias y aprendizajes y la psicología evolutiva nos ayuda a
entender los procesos de cambio psicológico a lo largo de nuestra vida,
ya que nuestro desarrollo no es lo mismo en la adolescencia que en la
madurez o en la vejez.

Así en la pubertad encontramos que los cambios hormonales activan en


el cerebro zonas mesolímbicas, filogenéticamente muy primitivas rela-
cionadas con el placer y la búsqueda de sensaciones en la que la dopa-
mina es el principal neurotransmisor. Por eso cuando un joven se impli-
ca en actividades placenteras, con sensaciones intensas, la dopamina
liberada en su celebro produce un intenso placer que le anima a inten-
tar la repetición.

El catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación en la


Universidad de Sevilla, Jesús Palacios González, ayuda a entender las
distintas claves en el desarrollo psicológico a lo largo de las distintas
etapas de la vida.

Conocemos, que el sistema de control cognitivo, localizado en la corte-


za prefrontal, lateral y parietal del cerebro, que encierra precisamente el
control de nuestros impulsos y emociones, la planificación de nuestra
conducta y la previsión de sus consecuencias, así como el sentido de la
responsabilidad y la capacidad empática, sólo se desarrolla años des-
pués pasada la adolescencia.

Por otro lado, la atracción y el contacto físico activan la secreción de


dopamina pero también hay otras hormonas que intervienen en la fisio-
logía del vínculo emocional, como la oxitocina, conocida como la molé-
cula del amor, siendo la hormona de los vínculos emocionales intensos
y duraderos que se activa en la madurez donde estamos genéticamen-
te predispuestos al emparejamiento.

Ya en la vejez hay un encogimiento cerebral, “el cerebro anciano pesa


un 10 por ciento menos que el adulto, la corteza cerebral adelgaza y la
materia blanca subcortical disminuye” deteriorándose nuestro funciona-
miento cognitivo que baja la velocidad de respuesta ante los estímulos,
a la vez que tendemos al aislamiento pero también y por el contrario, a
una mayor satisfacción vital.
Jesús Palacios González
Los procesos de cambio psicológico a lo largo de la vida humana

CONFERENCIA

Señor Rector Magnífico de la Universidad de Sevilla, Excelentísimo


señor Consejero de Economía, Innovación y Ciencia, autoridades aca-
démicas y no académicas, claustro de profesorado, personal de admi-
nistración y servicio, alumnado, señoras y señores.

Psicología evolutiva
Imaginemos, para empezar, una foto tomada con ocasión de la fiesta
familiar para celebrar la llegada de un bebé, en el centro de la imagen
lo sostiene en brazos su bisabuela nonagenaria. En la foto hay, además,
niños y adolescentes, tíos y tías, los padres y abuelos del bebé, todo el
recorrido vital humano en una sola imagen.

Este grupo podría ser estudiado desde muchas disciplinas: la sociolo-


gía, la antropología, la medicina, la economía, pero hoy lo vamos a ana-
lizar aquí desde la psicología, y dentro de ella el grupo, a su vez, podría
ser visto desde varias perspectivas: la psicología social, la clínica, la psi-
cobiológica, la metodológica, la de los procesos de aprendizaje o de
educación. Pero yo voy a analizarlo desde la perspectiva de la psicolo-
gía evolutiva o psicología del desarrollo, que estudia los procesos de
cambio psicológico a lo largo de la vida humana.

Qué difícil reflejar una disciplina en apenas media hora, ante un audito-
rio tan heterogéneo y cuajado de personas con las más altas cualifica-
ciones académicas y profesionales.

La dificultad se compensa por el raro privilegio de hablar desde esta


cátedra, labrada en el siglo XVIII en madera de ébano y por el honor del
encargo que mucho agradezco al señor Rector y que tomo en realidad
como un honor que se hace al Departamento de Psicología Evolutiva de
la Educación y a la Facultad de Psicología.

Punto de partida
De la foto de que he partido he elegido cuatro momentos: el recién naci-
do, adolescentes, adultos, abuelos y bisabuela, cada uno de los cuales
ilustraré por paradojas que den idea de su complejidad. La paradoja es
una figura retórica en la que dos ideas contrapuestas se presentan
como una invitación a la reflexión. Tiene una larga tradición en el mundo
de la lógica, de Zenón de Elea a Bertrand Russell. En literatura el térmi-
no paradoja nos sugiere enseguida a Chesterton, a Pessoa, a Machado
o a Borges, y en pintura a René Magritte, el pintor de los juegos de sig-
nificaciones trastocadas.
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CONFERENCIA

Para cada paradoja voy a intentar usar el truco del prestidigitador, agita-
ré ante ustedes el argumento en el que quiero que fijen su atención ini-
cial, mientras con la otra iré preparando el efecto final. Háganme el favor
de acompañarme. Les voy a hablar de ustedes mismos, les voy a hablar
de sus hijos o de sus nietos. Empieza la función.

El camino hacia ser bípedos


Primera paradoja, el recién nacido: un gran cerebro en una cabeza muy
pequeña. En la evolución que configuró nuestra especie, el plazo del
desplazamiento a cuatro patas al andar bípedo, tuvo una importancia
trascendental.

Con la bipedestación el canal del parto de se hizo muy estrecho, para


atravesarlo el bebé tuvo que reducir sus proporciones al máximo, inclui-
do el cráneo y el cerebro en él alojado. Si el de un adulto pesa entre
1.300 y 1.400 gramos, el cerebro de un recién nacido está en torno a los
350.

La cría humana recién nacida es de una clamorosa fragilidad, necesita


continuos cuidados para su supervivencia, su dependencia es absoluta,
su madurez radical.

La respuesta cerebral de un neonato frente distintos estímulos


Vamos a empezar por una neonata dormida, porque los pequeñitos
duermen mucho, casi 18 horas al día, la mitad del tiempo es lo que lla-
mamos sueño activo.

Estudiándola con potenciales evocados vemos que si se le hace oír una


voz grabada, por ejemplo la de su madre, su cerebro se activa, lo que
indica que aún dormida está alerta. Si la grabación se repite una y otra
vez va bajando su interés y el cerebro deja de responder. Basta con
introducir una voz diferente, por ejemplo la del padre, para que el cere-
bro vuelva a activarse. Dormida ha reconocido la diferencia.

Veamos ahora a un colega suyo, otro neonato también dormido. Al


soplar sobre sus párpados los contrae. Si antes del soplido introducimos
siempre un determinado sonido, se da el típico condicionamiento, el
sonido acabará dando lugar por sí solo a la contracción de párpados ini-
cialmente sólo ocasionada por el soplido. Una vez despierto la sola pre-
sencia del sonido lleva a la contracción de los párpados, es decir, que
dormido hizo un aprendizaje que le sirvió cuando estaba despierto.
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Ya que está despierto, entremos con el bebé en el laboratorio para medir


con precisión el rastro de su mirada mientras explora estímulos visua-
les. A su izquierda y a su derecha tenemos dos cartulinas, una con una
fotografía de un objeto cualquiera y otra con la fotografía de un rostro
humano. Sistemáticamente los bebés eligen mirar y explorar el rostro. Y
si les damos a elegir entre una cara en posición normal y otra invertida,
sistemáticamente prefieren mirar la primera. Además prefieren mirar
caras que miran de frente más que las que miran de soslayo, lo sabe-
mos porque pasan más tiempo mirándolas y porque exploran más su
interior.

Si en días sucesivos les vamos mostrando siempre la misma cara, ya


saben lo que ocurre, su interés va disminuyendo, lo que significa, entre
otras cosas, que guardan memoria de lo ya conocido.

Pero los bebés no se limitan a mirar pasivamente. Ya que estamos en el


laboratorio, pongamos en la boca de una niñita un chupete algo espe-
cial conectado a unos altavoces. Si lo chupa normalmente no pasa
nada, pero si lo chupa con rapidez, y todos los bebés espontáneamen-
te chupan con rapidez en algún momento, si lo chupa con rapidez se
activa una grabación de la voz de su madre. Muy pronto aprende que
chupando rápido se oye a la madre a voluntad. Si la grabación no cam-
bia, como siempre, se aburre y el chupar rápido va disminuyendo, pero
una nueva grabación, por ejemplo el padre cantándole una nana, activa-
rá lo ya aprendido: chupando rápido se oyen cosas interesantes.

Niveles de alerta y atención


Por si lo han olvidado, les recuerdo que estoy hablando de bebés de
menos de diez días. En estas edades ya reconocen la voz, el tacto y el
olor de sus cuidadores habituales. No crean que estas capacidades se
ponen en marcha automáticamente, como lo ilustra la investigación con
bebés cuyas madres sufren depresión. En ellos, ya en su primera sema-
na, se encuentra que presentan un menor nivel de alerta y menos aten-
ción a los estímulos sonoros y visuales, incluidos los rostros humanos.

Pero en nuestros bebés hay algo más profundo, más interesante; si lo


pasan mal lloran. Afortunadamente la mayoría tiene cerca cuidadores
diligentes y eficaces; el bebé llora y alguien acude y resuelve su proble-
ma. A base de infinitas repeticiones de esta situación, el bebé asocia la
presencia de sus cuidadores con la sensación de bienestar, al poco esa
presencia es por sí misma fuente de tranquilidad, de manera que des-
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arrolla una fuerte preferencia por esas personas, emociones positivas


en su presencia y emociones negativas, ansiedad, tristeza, cuando se
marchan.

Por su conducta sabemos que el bebé se ha apegado, pero hay algo


más, es en su piel donde recibe las caricias, pero en el fondo de su psi-
quismo, se va grabando una lección mucho más profunda y duradera:
está siempre cerca y disponible, me alivia y me quiere, con esta perso-
na me siento seguro y feliz. Y se graba otro mensaje más, igualmente
relevante: soy importante para ellos, merezco su cuidado y su cariño.

Adaptación y aprendizaje
No todos los bebés cuentan con cuidadores adecuados y algunos de
sus cuidadores no interpretan su llanto como “me necesita”, sino como
·”me molesta”, o como “trata de controlarme”, o como “es insoportable”.
El bebé se adapta porque su biología se lo impone y no puede no hacer-
lo. Si cada vez que llora se le grita, muy pronto aprende a no llorar para
garantizarse los cuidados de la persona de la que depende para todo.
Por eso no todos los bebés desarrollan apegos seguros, existiendo una
variedad de apegos inseguros y hasta patológicos, que son el resultado
de la forzosa adaptación a las circunstancias de crianza.

La capacidad de la pequeña cabeza es, por tanto, extraordinaria. Desde


su primer día los bebés perciben, atienden, discriminan, aprenden y
recuerdan, creando en su interior complejas redes neuronales que regis-
tran experiencias y aprendizajes. A los seis meses se han apegado
intensamente, al año dicen sus primeras palabras, al poco caminan
solos, a los tres años el cerebro pasa de los 350 gramos iniciales, a
1.100. La cabeza, nacida pequeña para atravesar el estrecho canal del
parto, se convierte en una de las partes más grandes del cuerpo infan-
til.

Frente al tamaño de cuatro cabezas en los bebés, el Apoxiomeno de


Lisipo, en la Grecia Clásica, estableció el canon del cuerpo humano
adulto en ocho cabezas, la medida, retomada luego por Vitrubio, y siglos
más adelante por Durero y Leonardo Da Vinci.

Frágiles, pero competentes y activos


Nuestra primera paradoja es pues, la de recién nacidos tan extremada-
mente débiles y dependientes como extraordinariamente dotados para
la relación, frágiles pero muy competentes, activos hasta durmiendo,
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con una poderosa capacidad para atraernos, para implicarnos en su cui-


dado, para hacernos disfrutar y para trastornarnos.

Porque, como dijo Bronfenbrenner, para desarrollarse normalmente


todo niño necesita que alguien esté loco por él. En nuestra locura radi-
ca su felicidad, en las relaciones seguras que con ellos establezcamos,
el fundamento de su salud mental posterior.

El desarrollo cerebral en la adolescencia


Segunda paradoja, desarrollo cerebral en la adolescencia: una bicicleta
con problemas de diseño.

Nuestra segunda paradoja requiere distinguir entre pubertad y adoles-


cencia, así como un rápido viaje al interior del cerebro.

Pubertad: cambios biológicos, que aproximadamente entre los 11 y los


17 años, transforman el cuerpo infantil en cuerpo adulto, dotándolo de
capacidad reproductiva. Adolescencia: cambios psicológicos, que en la
transición de la infancia a la adultez, tienen una cronología más prolon-
gada y mayor complejidad.

Sistema socioemocional: el papel de la dopamina


Respecto al cerebro nos interesa distinguir entre el sistema socioemo-
cional y el de control cognitivo. Respecto al sistema socioemocional, los
cambios de la pubertad activan en nuestro cerebro zonas mesolímbicas,
filogenéticamente muy primitivas, relacionadas con el placer y la bús-
queda de sensaciones en las que la dopamina es el principal neuro-
transmisor.

Cuando un chico o una chica se implica en actividades placenteras, con


la comida, con el sexo, con el consumo de alcohol u otras drogas, con
sensaciones intensas, la dopamina liberada en su cerebro produce un
intenso placer que le anima a intentar la repetición.

Además, en estas edades, la inmediatez es muy importante y si hay que


elegir entre lo inmediato y sus consecuencias para el futuro, lo inmedia-
to suele tener preferencia.

Sistema de control cognitivo


Por su parte, el sistema de control cognitivo se localiza en zonas filoge-
néticamente mucho más recientes, en la corteza prefrontal, lateral y
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parietal del cerebro, donde radican funciones como el control de nues-


tros impulsos y emociones, la planificación de nuestra conducta, la pre-
visión de sus consecuencias, el sentido de la responsabilidad y la capa-
cidad empática.

Mi colega de facultad, el profesor José León Carrión, ha mostrado las


mejoras que en estos años afectan a la inhibición de conductas y al cál-
culo de riesgos y beneficios en situaciones de duda e incertidumbre.

Los dos mecanismos del cerebro en la adolescencia


y su funcionamiento
Así es que nuestro cerebro tiene dos mecanismos diferentes pero rela-
cionados, uno nos lleva a buscar el placer y a asumir riesgos, otro nos
permite pensar en las consecuencias, planificar, sujetar los impulsos.
Como en una bicicleta, tenemos al mismo tiempo los pedales, para
correr y buscar las sensaciones ligadas a la velocidad, y el manillar y los
frenos para elegir la dirección correcta y frenar a voluntad.

Si a ustedes les parece que este es un sistema bien diseñado, sepan


que hay un detalle que complica un poco las cosas. En una situación
ideal los dos sistemas cerebrales estarían disponibles simultáneamente,
de manera que pudiéramos, a voluntad, elegir entre activar el uno u el
otro, los pedales o el manillar y los frenos. El problema en la adolescen-
cia es que los dos sistemas maduran de manera muy asincrónica, pues
primero aparece uno, los pedales, el sistema socioemocional, y sólo
años después se desarrolla el otro, el manillar y los frenos, el sistema de
control cognitivo.

Como ha indicado mi colega, Alfredo Oliva, la maquinaria biológica que


alimenta los impulsos es más precoz que la que los controla. Lo que
ocurre es que la maduración de ambos sistemas sigue una lógica bioló-
gica diferente, el de búsqueda de sensaciones y asunción de riesgos se
activa con los cambios hormonales de la pubertad, al principio de la ado-
lescencia, pero el de control cognitivo tiene una maduración más lenta y
prolongada que no se completa hasta algún momento entre los 20 y los
30 años.

Procesos de maduración electroencefalográfica en la adolescencia


Mi colega, el profesor Carlos Gómez, ha mostrado los progresos en la
maduración electroencefalográfica cerebral a lo largo de estos años. Así
es que, al principio de la adolescencia, los pedales están mucho más
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desarrollados que el manillar y los frenos y hay una mayor vulnerabili-


dad respecto a conductas de riesgo, consumo excesivo de alcohol u
otras drogas, conductas sexuales no protegidas, implicación en situacio-
nes agresivas o peligrosas.

Unas cifras de mi colega, la profesora Mari Carmen Moreno, referidas a


2006, sirven como ilustración.

De las chicas españolas que tuvieron relaciones coitales, el coitus inte-


rruptus fue usado por el 22% de las que tenían entre 15 y 16 años y por
el 11% de las que tenían entre 16 y 17. Y en los chicos ocurre algo simi-
lar. Otro ejemplo, los accidentes de tráfico, primera causa de muerte en
los jóvenes españoles, son significativamente más frecuentes entre los
de 15 a 19 años, que entre los de 25 a 29.

Los genes y su papel en la vulnerabilidad al riesgo


La vulnerabilidad al riesgo es mayor cuando hay ciertas predisposicio-
nes genéticas, por ejemplo a conductas agresivas o a hiperactivación
fisiológica. La vulnerabilidad es también mayor en chicos y chicas con
escasa o incoherente supervisión parental durante la infancia, también
en los que tuvieron experiencias traumáticas que alteraron su desarro-
llo, en los sometidos a estrés crónico, en los que tienen pubertad muy
precoz.

Decía, la vulnerabilidad es mayor cuando hay ciertas predisposiciones


genéticas, en chicos y chicas con escasa o incoherente supervisión
parental durante la infancia, en los que han tenido experiencias traumá-
ticas que han alterado su desarrollo, los sometidos a estrés crónico, los
que han tenido pubertad muy precoz. Y el desequilibrio entre el deseo y
la razón se acentúa más cuando chicos y chicas se encuentran ante
situaciones con mucha carga emocional y también cuando están en
compañía de sus amigos, lo que es muy frecuente por el aumento de las
conductas afiliativas a estas edades.

Si hubiera tiempo, volveríamos a las circunstancias en que se formó el


genoma del género humano para explicar por qué las cosas son así. En
parte para evitar el empobrecimiento genético ligado a la endogamia,
era importante que al activarse, las hormonas puberales se alejaran,
explorando, asumiendo riesgos, buscando pareja para reproducirse,
uniéndose a otros en la aventura.
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Nuestro problema es que el estilo actual de vida está muy lejos de aquel
en el que se configuró nuestro genoma, pues los adolescentes ahora
siguen mucho tiempo bajo la dependencia de sus padres y no forman
una nueva familia hasta muchos años después de su pubertad, circuns-
tancias para las que sería más lógica una configuración, en la que las
conductas ligadas a la reproducción, ocurrieran no al principio de la ado-
lescencia, sino bien entrada la adultez.

Sócrates y Shakespeare
Pero no crean que el problema es exclusivo de nuestro tiempo. Ya
Sócrates afirmó que “la juventud actual es maliciosa y malcriada, se
burla de la autoridad y no tiene ningún respeto por los mayores”. Siglos
después, en “The Winter's Tale”, Shakespeare dejó escrito: “mejor fuera
que no hubiese edad entre los 13 y los 20 años, o que la juventud se
aletargara, porque no hay otra cosa en ella que cargar a las mozas con
niños, perjudicar las costumbres, robar y pelear”.

La asincronía entre el desarrollo de las pulsiones y el de su control


causa muchos dolores de cabeza a quienes crían a adolescentes. Los
hay con suerte, porque en sus hijos o hijas el desequilibrio es menor y
las conductas de riesgo y placer son más moderadas, otros tienen que
hacer frente a más tensiones y dificultades, pero casi todos acaban vien-
do cómo la corteza prefrontal madura y va tomando el control del siste-
ma límbico, de manera que la acción de los pedales, poco a poco va
modulándose, desde el control del manillar y los frenos.

La mayor parte de chicos y chicas navegan por esas aguas sin ahogar-
se, aunque es cierto que a sus padres les cuesta a veces salir a flote de
sus turbulencias, y todo por no haber tenido la oportunidad de diseñar la
bicicleta de otra manera.

La madurez
Tercera paradoja, por fin adultos, por fin libres, o casi. Un tiempo hubo en
que se llegaba pronto a la adultez, a veces tras superar algún rito de tran-
sición: ceremonia de caza, puesta de largo, servicio militar. La elección
de pareja estaba muy condicionada, muy limitada, por condicionamientos
geográficos, culturales y sociales, se tenían hijos muy pronto y se actua-
ba con ellos como los padres siempre habían actuado con sus hijos.

Todo eso es ya para nosotros pasado remoto, ahora se es adulto mucho


más tarde y tenemos una libertad inusitada para decidir con quién nos
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unimos, durante cuánto tiempo, cómo vivimos nuestra relación, si que-


remos tener hijos, o cómo queremos relacionarnos con ellos.

Ante esta libertad sin precedentes, nuestra tercera paradoja se sitúa con
dos interrogantes: ¿somos totalmente libres para decidir si elegimos o
no una pareja o para permanecer luego junto a ella? ¿Tenemos libertad
total para definir el estilo de relación emocional que queremos mantener
con esa pareja y luego con nuestros hijos e hijas?

¿Por qué nos emparejamos?


Gran parte de la clave de que los humanos tendemos a formar pareja y
a mantenerla es de nuevo filogenética. En los inicios de nuestra espe-
cie, con una muy alta mortandad infantil, con la necesidad de muchos
embarazos para lograr la supervivencia de apenas unos pocos hijos,
que las parejas permanecieran unidas durante los años de generación y
crianza de la prole suponía una ventaja evolucionista muy importante.

Como en otras cosas, era esencial que ese beneficio no quedara al


albur de la libertad individual sino que se grabara en el código genético
común a todos. La solución fue una neurofisiología que nos predispone
al emparejamiento, preferiblemente de duración prolongada. Como en
otros animales, también en nosotros la atracción y el deseo se relacio-
nan con hormonas sexuales activas a partir de la pubertad.

La llamada molécula del amor


La atracción y el contacto físico activan la secreción de dopamina, el
neurotransmisor asociado con la sensación de intenso placer, pero otras
hormonas intervienen también en la fisiología del vínculo emocional. En
primer lugar la oxitocina, secretada por hombres y mujeres en el contac-
to físico y como parte de la neuroquímica del placer sexual, lo que
aumenta la preferencia mutua, refuerza la relación y el deseo de estar
juntos, además la oxitocina se activa en la mujer para facilitar el parto y
con la secreción de leche estimulada por el chupeteo de las crías, lo que
produce en ella sensaciones placenteras.

También se activa la oxitocina en situaciones de cuidado, aumentando


su liberación al torrente sanguíneo cuando la madre, amamante o no,
atiende a su bebé y lo acaricia, proporcionándole una sensación de
intenso bienestar. Además de recibirla por la vía de la leche materna, el
bebé secreta su propia oxitocina cuando mama y con las caricias y con-
tactos piel a piel, lo que aumenta también en él el placer de la proximi-
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dad. Llamada la molécula del amor, la oxitocina es la hormona de los


vínculos emocionales intensos y duraderos, la que hace disfrutar de
estar juntos a los inundados por ella precisamente estando juntos.

Conductas parentales: el papel de la vasopresina


Contra lo que se creía cuando se asociaba sólo con el parto y la lactan-
cia, la oxitocina se activa también en el hombre con el contacto y las
conductas de cuidado. Además, en el varón, la vasopresina, que tam-
bién está activa en la madre y el bebé, juega un papel importante en la
reorganización del cerebro de cara a la realización de conductas paren-
tales, aumentando el deseo de proximidad y de protección. Si la oxito-
cina es la del vínculo emocional, la vasopresina es llamada la hormona
de la monogamia, pues aumenta la tendencia a la proximidad y el deseo
de permanecer juntos.

Prolactina y norepinefrina y la formación de vínculos


Otras hormonas, como la prolactina o la norepinefrina, intervienen tam-
bién en la formación de vínculos. En la relación madre-padre-bebé, hay,
por tanto, una orquesta de opiáceos, secretados endógenamente por el
cerebro, que aumentan el deseo de estar juntos y el disfrute al estarlo.

Es muy expresivo que aparte del componente sexual que se añade en


la pubertad, las hormonas son las mismas y funcionan de forma pareci-
da en los adultos y el bebé, aumentando la probabilidad de vinculación
entre los miembros del grupo familiar, endógenamente entrelazados por
mecanismos biológicos que están fuera del control voluntario.

Así es como esta libertad para emparejarnos, para desear estar juntos
y para implicarnos en el cuidado de la prole, es una libertad hormonal-
mente vigilada. Además, como si no quisiera dejarlo todo en manos de
la invisible biología, la cultura superpone lazos de unión a través de las
leyes y costumbres que rigen la formación de hogares, el mantenimien-
to de la estabilidad conyugal y la permanencia de las relaciones padres-
hijos. Libertad, por tanto, también cultural y socialmente controlada.

¿Qué ocurre respecto a nuestra libertad como adultos para relacionar-


nos como mejor nos parezca con nuestra pareja y con nuestros hijos e
hijas? Vimos antes que en nuestras primeras relaciones desarrollamos
unos estilos emocionales, unos estilos de apego más o menos seguros;
esos estilos se trasladan luego a las nuevas relaciones, en especial a
las que implican mayor intimidad.
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El apego
La investigación ha mostrado que nuestra historia de apego previo
marca el estilo de las relaciones emocionales posteriores. Nuestra his-
toria emocional no queda escrita para siempre en nuestro primer apego,
porque lo que importa no es sólo la vinculación inicial, sino su grado de
continuidad o discontinuidad a lo largo del tiempo. Lo que suele ocurrir
es que las relaciones iniciales no solo son las primeras, sino que se pro-
longan luego durante mucho tiempo dejando en nosotros una huella
muy importante.

Las relaciones de apego posteriores tienden a reescribir una historia


similar a la inicial, lo que no hace sino consolidar ese estilo de relación,
haciéndolo cada vez más probable.

En resumen, el estilo de relación con nuestras figuras de apego adulto


y con nuestros hijos e hijas no es una decisión libre y racional que toma-
mos desde una ilimitada capacidad de elección, sino que está en línea
de continuidad con lo que ha sido nuestra historia emocional previa,
empezando por la de los primeros años. Son de nuevo mecanismos que
operan fuera del ámbito de la conciencia racional, teniendo mucho de
actividad no consciente.

Gen receptor de dopamina DRD2 y el gen receptor


de serotonina 5-HT2A
Pero la biología no es ajena a estos mecanismos psicológicos. La
reciente investigación neuropsicológica muestra distintos patrones cere-
brales asociados a los diferentes estilos de apego, con diferencias en la
regulación fisiológica del estrés y del control emocional. Y la reciente
investigación en genética molecular está cerrando más el círculo,
habiendo encontrado asociaciones entre perfiles genéticos y estilos de
apego, por ejemplo el polimorfismo del gen receptor de dopamina DRD2
en el caso del apego inseguro ansioso y el del gen receptor de seroto-
nina 5-HT2A en el caso del apego inseguro evitativo.

Pero nuestro estilo de apego no está prescrito ni en nuestros genes, ni


en nuestro cerebro, ni en nuestra fisiología, ni en nuestra infancia. Se
configura, se conforma y cambia con nuestras experiencias, y nuestro
estilo de apego adulto es el que es como consecuencia fundamental-
mente de nuestra historia de relaciones emocionales. Pero ni ese estilo
ni su historia se escriben sobre el vacío, sino que parten de unas predis-
posiciones biológicas y evolutivas, que si luego se dan determinadas cir-
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CONFERENCIA

cunstancias relacionales, encontrarán confirmación y se afianzarán o


cambiarán.

En conclusión, la libertad para formar pareja y mantenerla, para relacio-


narnos con ella y nuestros hijos de una cierta forma, resulta estar hor-
monalmente regulada, culturalmente controlada y evolutivamente condi-
cionada. Es una libertad tan relativa que también respecto a ella parece
cumplirse aquella afirmación del poeta Schiller, según la cual la libertad
sólo existe en la tierra de los sueños.

La vejez: deterioro y fortalecimiento


Cuarta paradoja, vejez, entre el deterioro y el fortalecimiento.
Presumimos de vivir cada vez más años, pero en el origen de las cosas,
descrito con minuciosidad diaria en el libro del Génesis, encontramos
que Adán tuvo su primer hijo a la edad de 130 años, viviendo después
800 años más. Matusalén, unas líneas más abajo, Génesis 5:25, murió
con 969 años, se lo pensó mucho y tuvo su primer hijo con 187 años,
dándole luego tiempo a verlo bien crecido, porque vivió 782 años más.

Pero ya entonces, además de varones, nacían mujeres, sigo citando el


Génesis, que además eran hermosas, lo que llevaba a que los hombres
las tomaran eligiendo entre ellas, Génesis 6:2. Tal desorden irritó tanto
al creador que decidió limitar a 120 años la duración de la vida humana,
Génesis 6:3.

Quizá las cifras anteriores son un error de traducción, en el que los


ciclos lunares se confundieron con los solares, lo que llevaría a dividir
todas las cifras anteriores por 13,5. Matusalén habría vivido en realidad
72 años, que tampoco hubiera estado nada mal para la época.

Mientras la biología molecular encuentra el gen Matusalén y cómo acti-


varlo, envejecemos sin remedio. La muerte de las células está tan pre-
vista en nuestra biología como su regeneración. El ADN de todas nues-
tras células se deteriora y los telómeros que están situados en los extre-
mos de los cromosomas se van acortando, limitando la capacidad de
regeneración celular, y las células se ven también afectadas por radica-
les libres que llevan al envejecimiento de los tejidos.

El proceso del envejecimiento


Envejece todo nuestro organismo y empieza a hacerlo muy pronto, una
vez alcanzada la edad con mayor vitalidad y salud, situada en torno a
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Los procesos de cambio psicológico a lo largo de la vida humana

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los 30 años, pero con amplísimas variaciones en la edad biológica de


dos personas con igual edad cronológica. Hay además diferencias sis-
temáticas ligadas al género, por cada 1.000 mujeres de más de 80 años,
quedan sólo 550 hombres. Hay también diferencias sistemáticas ligadas
al nivel educativo: a mayor educación mejor estilo de vida, más cuidado
de la salud, más esperanza de vida.

Al envejecer hay un encogimiento cerebral, las circunvoluciones pierden


volumen y se agrandan los surcos entre ellas. El cerebro anciano pesa
un 10% menos que el adulto, la corteza cerebral adelgaza y la materia
blanca subcortical disminuye, las regiones temporal y posterior del cere-
bro se deterioran menos que la prefrontal, más marcadamente afectada
en la última parte de la vida, lo que es importante dada su enorme rele-
vancia en nuestro funcionamiento intelectual, como vimos a propósito de
la segunda paradoja.

Envejece nuestro cerebro y se deteriora nuestro funcionamiento cogniti-


vo, baja la velocidad de respuesta ante los estímulos, pierde eficacia la
memoria de trabajo que utilizamos continuamente y la habilidad para
regular los procesos de atención fina se resienten. Además el envejeci-
miento reduce las relaciones sociales, siendo el aislamiento una de las
amenazas que se ciernen sobre los más mayores y más si contribuyen
a aumentarlo dificultades sensoriales como la sordera.

Con frecuencia la pérdida de la figura de apego fundamental durante


muchos años supone otro hito en estos procesos que afectan negativa-
mente a los sentimientos de bienestar emocional y de felicidad. Pero por
fortuna todo lo anterior es sólo la primera parte de nuestra paradoja
postrera. Con ese nivel de deterioro cerebral, ¿cómo es que muchas
personas de edad bastante avanzadas son capaces de tener una activi-
dad cognitiva satisfactoria? ¿Cómo cerebros que el análisis post mortem
muestra muy deteriorados, habían estado dando soporte hasta unos
días antes a un funcionamiento intelectual adecuado?

La respuesta está en el apuntalamiento compensatorio con que el cere-


bro responde al deterioro neurológico.

Si volvemos a la corteza prefrontal, vemos que su deterioro se compen-


sa con la activación bilateral, de modo que tareas que antes se hacían
con un solo hemisferio cerebral, tienen ahora más probabilidad de afron-
tarse por los dos hemisferios conjuntamente, al deterioro local se res-
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ponde con el fortalecimiento de una acción más global, viniendo de una


acción más global, viniendo otras partes del cerebro a andamiar, a apun-
talar o a compensar funciones antes realizadas por localizaciones espe-
cializadas.

A más esfuerzo intelectual menos riesgo de Alzheimer


El apuntalamiento se ve facilitado en las personas cuya actividad inte-
lectual más rica e intensa a lo largo de su vida ha ido creando una reser-
va cognitiva de gran utilidad de cara a usar redes neuronales compen-
satorias. Estas personas con historias intelectuales más largas, más
prolongadas, más activas, tienen menos riesgo de Alzheimer y una
mayor resistencia en los primeros estadios de la enfermedad.
Felicidades, pues, colegas académicos. Me refiero, naturalmente, a
aquellos con vida intelectualmente activa.

¿Qué ocurre en otros ámbitos del deterioro? La reducción de relaciones


sociales afecta sólo a las más periféricas y el número de personas emo-
cionalmente relevantes es estable o incluso aumenta algo con la edad, en
concreto las personas mayores suelen hallar en las relaciones con miem-
bros de su familia el más alto nivel de emocionalidad positiva. La cantidad
de relaciones disminuye, pero se fortalecen las más significativas.

Mecanismos psicológicos en los ancianos


Respecto a los problemas con los sentimientos de felicidad, la investiga-
ción muestra que a más edad hay tendencia a una menor emocionali-
dad negativa, a más baja ansiedad, a más satisfacción vital. Los meca-
nismos psicológicos implicados son varios, por una parte las personas
mayores tienden a valorar las cosas con un sesgo que presta más aten-
ción a lo positivo, como lo muestra que en su memoria autobiográfica los
ancianos tienden más a recordar episodios favorables.

Pero no son sólo sesgos cognitivos, pues los ancianos parecen también
más capaces de encontrar soluciones positivas cuando surgen conflic-
tos, con una mayor tendencia a evitar la escalada de la tensión y con
soluciones que facilitan la armonía más que el enfrentamiento.

A todo lo anterior hay que añadir, inevitablemente, las diferencias inte-


rindividuales, algo que hace más de 2.000 años no se pasó por alto a
Cicerón en su tratado De Senectute, donde dejó escrito que “mientras
que el carácter dulce y apacible soporta fácilmente el envejecimiento, el
carácter áspero y difícil hace intolerable cualquier edad”.
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Pero no sería adecuado trazar un cuadro sólo positivo del envejecimien-


to. Llega un momento en que el deterioro cerebral compromete la acción
compensatoria.

La regulación emocional, el sesgo positivo, exige una capacidad cogni-


tiva que en algún momento empieza a fallar, las relaciones emocionales
con los más próximos, tan importantes, causan a veces más sufrimien-
to que satisfacción, enfermedades con un alto nivel de padecimiento físi-
co comprometen seriamente el bienestar emocional.

Lo que nos ocurra al envejecer depende en gran parte de nosotros mis-


mos.

Pautas para un envejecimiento activo


El envejecimiento activo, del que les ofrezco una leve guía de urgencia
al final de texto impreso de esta lección, que les será entregado a la sali-
da, nos permite fortalecernos frente al deterioro, algunas claves son la
práctica regular de ejercicio físico moderado, el cuidado de la dieta y la
salud, el mantenimiento de la actividad intelectual y de relaciones emo-
cionales y sociales significativas.

Con toda probabilidad, a lo largo de su vida la bisabuela de la foto inicial


hizo cosas que le permitieron enfrentarse con éxito al deterioro inevita-
ble ligado a la edad.

Incluso si nació con el gen Matusalén, seguramente su estilo de vida


propició que su potencial vital se expresase durante tanto tiempo, per-
mitiéndole, casi 100 años después, sostener en brazos, en el centro de
la foto, a su bisnieto recién nacido, el que vino al mundo con un gran
cerebro en una cabeza muy pequeña, el mismo al que luego se le des-
arrollaron los pedales antes que la dirección y los frenos, la misma per-
sona que en su adultez buscaría una identidad emocional y relacional,
en parte hipotecada por su pasado y condicionada por la biología, la
misma que en sus años últimos desarrollaría mecanismos de fortaleci-
miento, resistiéndose a la irremediable ausencia en las fotos del álbum
familiar.

Rector Magnificus, lectio inaugularis dicta est.

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