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Quien se atiene a los datos del sentido común ve muy claro que no es posible
la armonía del universo sin relaciones reales. La belleza y fuerza de un ejército
depende de la mejor unión de los soldados entre sí y con su jefe; la armonía y orden
del mundo resulta del concierto de las criaturas con sus semejantes y con Dios.
“Hay, sin duda, en la creación relaciones reales; ellas son las que establecen el
orden del mundo”.
Para establecer esta realidad de la relación, basta notar que en los seres de
la naturaleza observamos tres cosas reales. Primeramente, un sujeto real que
establece o determina el orden; luego un término real capaz y digno de responder
o recibir el orden iniciado por el sujeto. En la paternidad tenemos el sujeto real, el
hijo. De aquí se sigue una reciprocidad tal, que afirmado o negado uno de los dos
extremos, se afirma o se niega el otro; no hay padre sin hijo, no hay hijo sin padre.
Por último, además del sujeto y del término, hace falta un fundamento real para
llegar a la relación real. Así vemos que la generación es el fundamento eficaz de la
paternidad y de la filiación.
Las relaciones de la criatura con Dios son reales, pues toda criatura depende
esencialmente de Dios, mas por parte de Dios son únicamente de razón, puesto
que Dios en nada puede depender de la criatura.
“La criatura espiritual es plenamente simple en su esencia. Pero queda en ella una doble
composición, la de la esencia con la existencia y la de la sustancia con los accidentes”.