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La herencia de la Tula puede tomarse como una representación muy acertada de la década
de los sesenta en Guatemala por sus formas y motivos; aunque sin despreciar el contenido.
Por un lado, desde la forma, el lenguaje que Carrillo utiliza permite al espectador
aproximarse a la forma de pensar y sentir común en la época, la inclusión de refranes,
dichos y expresiones populares facilita el reconocimiento de las condiciones sociales y
culturales de la época, desde donde podemos observar la inestabilidad económica y social
propia de la época, desde un sentido común que representa una crisis de valores sociales
y culturales evidentes; lo mismo pasa con la unidad dramática que organiza la puesta en
escena, desde el conflicto central (la relación matrimonio-herencia) y la forma en que salen
y entran los personajes (la relación hombre-mujer) representando desde ese cuadro de
costumbres las limitaciones y posibilidades a las que se enfrentan hombres y mujeres desde
la fuerza de la costumbre. En cuanto a los motivos, la puesta en escena se aleja de los
motivos didácticos y racionales del teatro clásico, para acercarse mas al modelo barroco de
la nueva comedia inspirada por Lope de Vega y que busca asumir una experiencia menos
objetiva pero mas cercana a la condición humana, reflejando al espectador, desde su
subjetividad, un cuadro de costumbres que le acerque a su cotidianeidad, desembocando
en una puesta en escena tragicómica en la que se pueda representar una condición mucho
mas ambigua y concreta, una sociedad en la que cohabitan pobreza-avaricia, pereza-
astucia, santidad-desconsideración, lujuria-amistad, manipulación-verdad y costumbre-
libertad.
Desde La herencia de la Tula, de Hugo Carrillo, se puede hacer una aproximación bastante
cercana a la sociedad actual desde las condiciones sociales, económicas y culturales de
los años sesenta. Una sociedad donde la mujer esta limitada por el lugar que el contexto
social y jurídico le asigna, mientras que las relaciones interpersonales (amistad, iglesia,
matrimonio) están imbuidas en un ambiente de mentiras y manipulaciones, donde el
egoísmo organiza y construye las condiciones sociales, culturales y jurídicas ambiguas e
instrumentalizadas, desde una crisis de los valores colectivos que las mismas costumbres
intentan afirmar, en lo que fallan.

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