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Algunas reflexiones sobre la familia


Oración de inicio
SAGRADA FAMILIA DE NAZARET, que nuestras familias sean un reflejo suyo. Que cada
integrante de mi familia sea instrumento de paz, paciencia y gratitud. Concédenos que el
amor sea más fuerte que las debilidades y las pruebas que nuestra familia atraviesa. Que
siempre tengamos a Dios en el centro de nuestros corazones y hogares. Jesús, María y José,
escuchen y acojan nuestra súplica. Amén.
Introducción
La familia tiene diversas tareas educativas, entre las cuales se destaca la formación ética de los hijos, los padres son los
primeros catequistas. La familia debe ser fuente de valores humanos y cristianos. Es cierto que el colegio, la Iglesia, y
la sociedad complementan en los hijos la vivencia de los valores; pero la familia es la primera y principal fuente, pues
es un lugar de sostén, de acompañamiento y de guía.
En la familia se aprende a: salir de uno mismo y a colocarse frente al otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a respetar,
a ayudar, a convivir y a “habitar”, más allá de los límites de la propia casa. En el ambiente familiar se enseña a recuperar
la cercanía, el cuidado, el saludo, los detalles para con nuestros seres queridos; se aprende a reconocer que vivimos
junto a otros y con otros que, son dignos de nuestra atención, de nuestra amabilidad, de nuestro afecto.
Algunos puntos que pueden ayudar en una reflexión para fortalecer la misión que se tiene como padre o madre, son:

Preocuparse por dónde están los hijos


Saber dónde están los hijos, no se trata de dominar sus espacios sino de tener un sano conocimiento del día a día de
los hijos, educarles en la libertad y hacerles sentir acompañados.
Entonces la gran cuestión no es dónde está el hijo físicamente, con quién está en este momento, sino dónde está en
un sentido existencial, dónde está posicionado desde el punto de vista de sus convicciones, de sus objetivos, de sus
deseos, de su proyecto de vida. Por eso, pregúntate: ¿Intento comprender “dónde” están mis hijos realmente en su
camino? ¿Dónde está realmente su voluntad? ¿Qué llena su corazón? Y, sobre todo, ¿Quiero saberlo?
Los padres y madres necesitan plantearse a qué quieren exponer a sus
hijos. Para ello, también deben preguntarse quiénes se ocupan de darles
diversión y entretenimiento, quiénes entran en sus habitaciones a través
de las pantallas, a quiénes los entregan para que los guíen en su tiempo
libre. Se tiene que reconocer que es más fácil dejarles una pantalla (sea de
televisión o celular), que pasar tiempo con ellos después de un día de
trabajo o una semana pesada; pero que el cansancio no gane: Sólo los
momentos que se pasa con ellos, hablando con sencillez y cariño de las
cosas importantes y de las no tan importantes, les acercarán más a
ustedes.
Por ello decimos que el encuentro familiar puede ser facilitado o perjudicado por las tecnologías de la comunicación.
Cuando son bien utilizadas pueden ser útiles para conectar a los integrantes de la familia a pesar de la distancia. Pero
debe quedar claro que no sustituyen ni reemplazan la necesidad del diálogo más personal y profundo que requiere del
contacto físico, el abrazo de un familiar, las palabras que se dicen mirando a los ojos de los pequeños y la mirada llena
de compresión a los adolescentes. Sabemos también que, a veces estos recursos alejan en lugar de acercar, como
cuando en la hora de la comida cada uno está concentrado en su teléfono móvil, o como cuando uno de los cónyuges
se queda dormido esperando al otro, que pasa horas entretenido con algún dispositivo electrónico. Estas situaciones
deben ser motivo de diálogo y de acuerdos.
Valor de la paciencia
Una tarea importantísima de las familias es educar para la capacidad de esperar. Se debe encontrar la forma de generar
en ellos la capacidad de tener un horario equitativo y de no aplicar la velocidad digital (tan normal para los niños y
adolescentes de ahora) a todos los ámbitos de la vida. Cuando los hijos no son educados para aceptar que algunas
cosas deben esperar, se convierten en atropelladores, y crecen con el vicio del «quiero y tengo». En cambio, cuando
se educa para aprender a posponer algunas cosas y para esperar el momento adecuado, se enseña a respetar la libertad
de los demás y a ser dueño de sí mismo. Por supuesto sin que esto implique exigirles a los niños que actúen como
adultos, sino enseñarles a esperar de acuerdo a sus capacidades.

Valor de la sanción como estímulo


Es innegable que una función que los padres realizan como parte de su misión
educativa, es corregir a los hijos. La corrección es un estímulo cuando también
se valoran y se reconocen sus esfuerzos y cuando los hijos sienten que se tiene
confianza en ellos. La corrección debe ser hecha, de tal manera que los hijos
entiendan que por amor a ellos se les educa para hacerles mejor persona y que
son valiosos para sus padres, aunque no sean perfectos.
Un niño corregido con amor se siente tomado en cuenta, percibe que es
alguien, advierte que sus padres reconocen sus posibilidades.
Hay que saber encontrar un equilibrio entre dos extremos igualmente malos:
uno sería pretender construir un mundo a medida de los deseos del hijo, que
crece sintiéndose la única persona con derechos y sin responsabilidades. El otro extremo sería llevarlo a vivir sin
conciencia de su dignidad, de su identidad única y de sus derechos, torturado por los deberes y pendiente de realizar
los deseos ajenos; esta persona en un futuro puede dejarse manipular fácilmente.
Uno de los testimonios que los hijos necesitan de los padres cuando corrigen, es que no se dejen llevar por la ira. El
hijo que comete una mala acción debe ser corregido, pero nunca como un enemigo o como aquel con quien se descarga
la propia agresividad. Además, los padres deben tener criterio para reconocer que algunas malas acciones tienen que
ver con los límites propios de la edad.
Hablando de cuidar la ira y el enojo, aprovechemos de reflexionar sobre algo que sucede a veces, en medio de peleas:
cuando se toma al hijo como un rehén. Tanto los padres separados como los matrimonio que pasan por dificultades,
deben poner especial cuidado en que no sean los hijos quienes carguen el peso de la separación o los problemas
pasajeros, que no sean usados como rehenes contra el otro cónyuge. Que crezcan escuchando que la mamá habla bien
del papá, aunque no estén juntos, que el papá habla bien de la mamá, y que se puede seguir siendo familia a pesar de
una separación o de las dificultades que todo matrimonio tiene.
Es una irresponsabilidad dañar la imagen del padre o de la madre con el objeto de acaparar el afecto del hijo, para
vengarse o para defenderse, porque eso afectará a la vida interior de ese niño y provocará heridas difíciles de sanar.

Preguntas para la reflexión


Primaria. Dialoga con la persona de al lado para que después compartas en el grupo grande:
- ¿De qué manera puedes mejorar el acompañamiento que le das a tu hijo/a, mientras está frente a una pantalla?
(Compartir las reglas que tienes en casa con respecto a la televisión y el celular/internet)
- ¿Cuáles son las mayores dificultades para educar a los niños en el valor de la paciencia?
- Considerando la edad de tu hijo/a, ¿Cuáles son los comportamientos que más necesitan de una corrección? (se
puede compartir la manera en cómo se corrige en casa)
Secundaria. Dialoga con la persona de al lado primero, después comparte en el grupo grande:
- ¿Le has preguntado a tu hijo/a cuáles son los sueños/objetivos que tiene en su vida?
- ¿Qué comportamientos tuyos, has visto reflejado en tu hijo/a, cuando debe practicar la paciencia? (Comparte
la reflexión a la que esto te lleva).
- ¿Cuáles crees que son las consecuencias en los hijos de aquellos padres que acostumbran a hablar mal del otro
cónyuge o progenitor?

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