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OIKOS Y POLIS: LA REPÚBLICA LIBRO X

Autor: J. Villamizar
Fecha: junio de 2019

En el libro X de la República Platón sugiere que el plan para el Estado perfecto ya está

completo. De todas las consideraciones que se han expuesto en los libros anteriores, considera

que la de no admitir a los poetas es la más importante, ya que las reproducciones imitativas son

la perdición del alma de los ciudadanos.

Resistiéndose a su acostumbrada admiración por Homero, Sócrates comienza a detallarle

a su interlocutor, Glaucón, los aspectos por los cuales la poesía debe ser rechazada en la

República. Parte de un par de objetos, que son la mesa y la cama, para destacar que el obrero que

las construye, si bien se basa en una idea para transformar la naturaleza y llegar a ambos objetos,

no puede crear las ideas en sí. El artista, a pesar de que reproduce todas las camas y mesas

posibles; las plantas, los seres vivos, el Hades, los dioses y a sí mismo, se comporta simplemente

como un espejo, pues refleja la apariencia de las cosas.

Se dan entonces tres tipos de camas: la primera es la cama real, construida, en todo caso,

por Dios; la segunda es la cama que fabrica el ebanista, y la tercera la que hace el pintor. Si la

auténtica realidad es el mundo de lo inteligible, y el mundo que habitan los hombres, el sensible,

es una copia de esa realidad, entonces la re-producción que hace el obrero, en tanto que parte de

un objeto de esa naturaleza sensible, está alejada en segundo grado de la verdad. Como el artista,

al hacer una cama, necesariamente parte de esa re-producción y no de la naturaleza, entonces el

objeto que produce está alejado en tres grados.

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Más aún, el artista no imita ese producto del artesano tal cual es, sino que lo re-produce

según lo que le permiten captar sus sentidos; esto es: sus apariencias. Porque aunque quiera

pintar una cama, la pintará dependiendo de la imagen que observe en determinado instante,

según una perspectiva y bajo la influencia de los factores ambientales. En otras palabras, su

producto es lo que Sócrates equipara a un fantasma (Platón, 2000).

Al pintar la mesa, el artista, si consigue que su representación sea altamente realista,

puede hacer creer a los jóvenes y a los hombres ignorantes que conoce la técnica del ebanista. En

este sentido puede hacerse pasar por un sabio, ya que al imitar los objetos aparenta que conoce

toda técnica. Y es esto básicamente lo que sucede con poetas como Homero, quien, como se

plantea también en el Ion, reproduce a través de la palabra al médico, al auriga y al adivino, y a

sus respectivas técnicas. Pero como lo sugerirá más tarde Aristóteles, “la cantidad de cosas que

en la palabra –hablada o escrita– están tan sólo presentes sin hacer lo que son llega a su máximo”

(García, 1982, p. 27).

En consecuencia, Homero y los demás poetas son reproductores de las imágenes de la

virtud, pero se quedan allí, en la mera imagen, y no ascienden al segundo grado para perseguir la

verdad adentrándose en la técnica. A pesar de que el artista está separado de tal modo de la

realidad, aquí se sugiere una relación con lo divino, pues permanece en la imagen como en el

aquí y el ahora de la naturaleza virgen. Queda en medio de una contemplación, en la pura

percepción sensorial, y no pretende construir más vínculos entre los objetos que representa y la

realidad más que la semejanza por apariencia.

Pero el conocimiento que viene de la técnica no necesariamente se debe al arte de la

fabricación, sino al uso. Porque, como dice Sócrates, para cada objeto hay tres artes, y son: el

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uso, la fabricación y la imitación. La más cercana a la virtud es el uso, porque toda creación, sea

divina o artificial, está guiada por un valor de utilidad.

Es necesario que el que use un objeto sea el más experimentado en él, y que por ello le

informe al fabricante las virtudes y los defectos que se originan en su uso. El flautista, por tanto,

será el que guíe al fabricante de flautas en la elaboración de las mismas.

No sucede lo mismo con el imitador, puesto que los objetos que reproduce no pueden

proporcionarle los estímulos necesarios para establecer relaciones que le permitan determinar si

el objeto que ha imitado es bello o está bien hecho. Entonces puede llegar a imitar tanto lo bello

como lo feo.

Ahora bien, esta posibilidad también se da en el carácter mismo del hombre. Sócrates

argumenta que la poesía imitativa representa a hombres actuando según su voluntad o según una

fuerza que los obliga, y que cada una de ellas puede llevarlo al júbilo o al dolor. Si alguien

afronta una desgracia, será más fácil para esa persona controlar sus emociones estando en

público más que estando en privado, porque la razón y la ley de alguna forma lo obligan a

resistir. Pero estas dos fuerzas opuestas que, por lo que se asoma, inquirimos se tratan del

raciocinio y la sensibilidad, hablan de dos partes que conviven en el hombre.

A través de esta idea parece darse pie a las teorías freudianas sobre esa parte del

individuo que es sublimada y reprimida ante la polis en pro de la belleza y el orden. Aquello

mismo que se sublima nos mantiene en shock, por ejemplo, al momento de recibir un golpe

(Platón, 2000), pero la forma de mitigarlo es mediante la razón. La razón es lo que “cura” la

cobardía y el mal obrar.

Si el imitador no conoce técnica ni ciencia porque actúa por orden directa de la divinidad,

como en medio de un impulso que libera una potencia sin oposición, entonces se mantiene como

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iluminado, en una contemplación a la que no acude la razón sino solamente lo sensible. Y como

es capaz de “imantar” a todo aquel que perciba su reproducción, entonces el espectador también

suspende el raciocino al quedarse en la imagen o mera apariencia que él ha creado, alejado de los

objetos reales y convencido de que conoce su ciencia sin tener en realidad la mínima noción de

esta. El ciudadano entonces puede, en el engaño, mantenerse en la ignorancia, en la cobardía y en

lo malo.

Este efecto persuasivo es lo que llevará a Sócrates a criticar diversas manifestaciones de

la poesía como la tragedia, la comedia o la epopeya, ya que, atraído por la carga de realidad de

esas imágenes, el espectador puede adoptar actitudes malas o vergonzosas, habiendo sido llevado

al extremo del terror o de la conmiseración. Es por esto por lo que en el Estado sólo deberán

admitirse los himnos a los dioses y los elogios a los buenos hombres como formas de poesía, ya

que las tres antes expuestas, en cambio, traerían consigo el predominio de las emociones, a través

del dolor y el placer.

Tales consideraciones permiten trasladar la idea del bien y del mal tanto a la carne como

al alma. La enfermedad es el mal del cuerpo, lo que lo deteriora hasta hacerlo perecer, pero

ninguna afección de la carne, en tanto que material y perecedera, puede afectar el alma, que es

inmortal. Son en cambio los vicios, la injusticia, el desenfreno, la cobardía y la ignorancia lo que

la hacen mala, pero al momento de separarse del mundo sensible, lo que en ella prevalece es la

cercanía que alcanza respecto a lo divino a través del amor y el conocimiento.

En este diálogo Platón sugiere que, si bien es cierto que la poesía –en especial la de

Homero– proviene de una divinidad, esta no conduce al hombre hacia ella, hacia el bien, la

sabiduría y la verdad, y la razón de ello tal vez se encuentre en el hecho de que el hombre se

convierte en un simple recipiente que queda desprovisto de toda potencia propia, como

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desinhibido, aturdido. El individuo que entra en contacto con la poesía se queda

permanentemente en lo contemplativo, incapaz de ascender más allá del escalón de lo sensible.

Con la poesía, el hombre se convierte en el polo opuesto al de la divinidad, es decir, pasa a ser un

simple animal, y olvida aquello para lo que su alma fue enviada al mundo sensible: recobrar su

divinidad a través del recuerdo –el pensamiento–. Al entrar en contacto con la poesía el hombre

se queda estático, manteniendo una distancia constante entre él y Dios, y nunca se pone en

movimiento como la Musa que lo ha inspirado.

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REFERENCIAS

Aristóteles (1982). Poética (trad. Juan David García Bacca. 4a ed.). Caracas: Universidad Central

de Venezuela.

Platón (1988). Diálogos I (trad. J. Calonge Ruiz, E. Lledó Íñigo, C. García Gual. 1a ed.

reimpresa). Madrid: Gredos.

Platón (2000). Diálogos IV. República (trad. Conrado Eggers Lan. 1a ed.). Madrid: Gredos.

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