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Los Alemanes
f I I * 'l N U EV A
> ln lc e
Elias Norbert
Los Alemanes
ISBN 978-987-24976-3-7
1.Sociología
© 2009, N u e v a T r il c e E d it o r ia l
www.nuevatrilce.com.ar | info@nuevatrilce.com.ar
PRÓLOGO
Introducción................................................................................................................23
CUARTA PARTE
Conclusión........................................................................................................ 399
QUINTA PARTE
diferentes estratos sociales, notará que rara vez ocurre que la manera en que
los estratos se clasifican entre sí es independiente del equilibrio objetivo y real
de poder que existe entre ellos. Es decir que la imagen del nivel de estatus que
se forman los diferentes estratos que componen una sociedad, lejos de constituir
una mera irrealidad es un síntoma bastante confiable de la distribución real
del poder entre ellos. Así, Elias no combate sino que recupera lo que otras
perspectivas llamarán el "subjetivismo”, pero no lo hace de un modo unilateral
sino como un complemento necesario de lo que aquellos mismos excesos verbales
etiquetarán como “objetivismo”. La verdad de la estratificación no está en las
clases económicas ni en la imagen que ellas se forman de sí mismas, sino en
éstas como indicadoras y constitutivas de aquéllas. Una clase no se forma sin
una distribución simbólica del poder, así como una distribución tal sólo es real
si impacta en la constitución de relaciones de clases.
Ahora bien, ¿tiene este libro algo que decirle al resto de la humanidad, o ha
sido escrito específicamente para ‘lo s alemanes”? Lejos de esto, estamos refi
riéndonos a un texto sobre el devenir de la humanidad, que bien podría leerse
como el reverso de la obra inaugural de Elias, El Proceso de la Civilización. De
algún modo, en la dedicatoria de aquel gran libro se anunciaba ésta otra parte,
maldita, al evocar en la m ás profunda reflexión sobre la pacificación social
el fantasma de Auschwitz y las atrocidades que en carne propia testimonió
su autor. Así que no debe sorprender que estos dos grandes textos muestren
una íntima vinculación: uno de los destinos posibles de la civilización es su
“bancarrota”, y cuando ella se pierde, el resultado es atroz.
Lamentablemente, llegó a ocurrir que lecturas apresuradas de Elias le
objetaran una supuesta incapacidad por dar cuenta del conflicto social, del poder
y el “lado oscuro del corazón” del hombre. Lejos de ello, Elias, como otros grandes
pensadores judíos (entre quienes quiero nombrar a Levinas) nos ha regalado
páginas preciosas sobre la paz que no surgen del olvido ni del resentimiento
sino de una meditación profunda sobre su propia biografía personal y social.
Conmueve hasta las lágrimas ver que vidas marcadas por el horror puedan
todavía buscar la paz.
Lo hemos visto a Elias, en las páginas iniciales de este Prólogo, asombrarse
no de la barbarie sino de la convivencia de hoy entre un enorme número de seres
humanos. Esta sorpresa no es ingenua sino que, como mostramos, se sustenta en
elucubraciones sociológicas de fuste, una de cuyas consecuencias es precisamente
el llamado a abandonar la ingenuidad y correr de los ojos la venda de los dogmas
racionalistas de Occidente.
Elias nos enseña a ver con anticipación, es decir, a prever. Esa es justa
mente una de las lecciones que nos ha dejado su interpretación sociológica del
18 N o e b e r t E lia s | Los A le m a n e s
relativamente extenso llevado a cabo por el editor bajo la supervisión del autor.
La “Introducción” fue redactada especialmente para esta colección.
La Primera parte es el producto de una conferencia dictada en la Universidad
de Bielefeld el 18 de diciembre de 1978. La sección A reproduce esencialmente la
ponencia presentada en aquella ocasión (con una conclusión nueva), mientras que
la B representa la elaboración posterior de uno de los planteamientos importan
tes de aquélla, ambas con subtítulos del editor. El manuscrito original contiene
versiones y pasajes diferentes. Aquí se presenta una selección global ligada por el
editor; el texto fue dividido en secciones, a veces también en párrafos, se condensó
cuidadosamente y se sometió a correción de estilo. Este trabajo persiguió el
objetivo de presentar en forma coherente un máximo de sustancia.
La Segunda parte se escribió, probablemente, durante la segunda mitad de
los años sesenta, con la intención de ampliar el primer capítulo de Über den
prozefi der zivilisation para una edición inglesa en forma de una investigación
conceptual sociológica independiente. La traducción al alemán realizada por
el editor se basó en una copia bastante limpia del texto original. Algunos
pasajes correspondientes a continuaciones fragmentarias fueron integrados
a las notas. Los subtítulos y la división de las secciones (desde la 16) fueron
agregados por el editor.
La Tercera parte se produjo en relación con un discurso pronunciado el 18 de
septiembre de 1980 en el XX Día Alemán del Sociólogo. El texto corregido fue
publicado en Lebenswelt und soziale Probleme. Verhandlungen des 20. deutschen
Soziologentages zu Bremen 1980, editado por Joachim M atthes, Frankfurt/
Nueva York, 1981, pp. 98-122. Aquí se reproduce el texto ligeram ente con-
densado por el editor, con una nueva división en secciones y una redacción
que pulió las huellas del estilo de conferencia que el autor conservó en un
principio. En las primeras dos secciones se agregaron versiones posteriores,
en algunas partes, y al final de la tercera, una anterior. De las distintas
versiones así como de los pasajes cortados del m anuscrito original se
extrajeron, además, los apéndices (con títulos del editor) y un gran número
de notas al pie. La base de este trabajo y su realización fueron las mismas
que para la Primera parte.
La Cuarta parte se escribió en 1961-1962 (ver la nota 1). El texto original
en inglés, dividido en secciones (desde la 7) y traducido por el editor, fue pro
porcionado en copia limpia con pocas correcciones y adiciones hechas a mano.
La penúltima sección proviene de un fin incompleto; la última, de un borrador
previo.
La Quinta parte es de 1977-1978 (ver la nota del título). Excepto unas
cuantas tachaduras, se publicó en Merkur, año 39 (1985), pp. 733-755, y aquí se
reproduce completa.
Michael Schróter
INTRODUCCION
con un manto de silencio. Pero tal vez por esta misma razón sea aconsejable
llevar, tanto este como otros temas, al ámbito de una tranquila reflexión por
parte de las ciencias humanas. Uno puede ver con rapidez, en tal caso, que el
carácter nacional de un pueblo no es algo biológicamente determinado de manera
definitiva, sino que se encuentra muy vinculado al proceso correspondiente
de formación del Estado. No es necesario, por supuesto, dudar de que existan
también diferencias hereditarias, biológicas, entre los pueblos de la Tierra. Pero
aun aquellos con una mezcla racial similar o igual pueden ser de una gran
diversidad en lo que se refiere al trato entre las personas. También en Holanda
o en Dinamarca es posible encontrar individuos que, sin lugar a dudas, habrían
sido considerados como prototipos del homo germanicus en la época de Goebbels.
Pero el carácter nacional de los holandeses y el de los daneses es notablemente
diferente al de los alemanes.
segunda guerra mundial, las fronteras entre Alemania y los dos estados eslavos,
Rusia y Polonia, y hacia Occidente.
El proceso de constitución del Estado alemán sería influido profundamen
te por su posición como bloque interm edio en la configuración de estas tres
unidades étnicas. Los grupos latinizados, al igual que los grupos eslavos, se
sentirían, una y otra vez amenazados por un Estado alemán demográficamente
mayoritario. Cada una de las partes aprovechaba, sin escrúpulos de ningún
tipo, cualquier oportunidad de expansión que se le presentaba. Las presiones
resultantes de esta configuración de Estados conducirían, en el bloque inter
medio, a un desmoronamiento constante de los territorios marginales, a su
separación de la unión estatal alemana y a su establecimiento como Estados
independientes. El desarrollo de Suiza y Holanda es un ejemplo temprano, el de
la República Democrática Alemana un ejemplo tardío de ese proceso. La creación
de esta última pone, además, de manifiesto el temor permanente de los Estados
vecinos a una posición hegemónica del Estado alemán que la guerra de Hitler
contribuiría a alimentar.
Vogdweide formaba parte, a fines del siglo XII, de la corte de los Battemberg. Es
evidente que, en este caso, el desarrollo está lleno de rupturas.
Otro ejemplo de esta característica es el hecho de que las formas de vida
y los logros de las ciudades medievales alemanas con gobierno prácticamente
propio, no son vistos como una parte importante del desarrollo nacional con
la que los alemanes actuales pudieran identificarse. En su obra, Los maestros
cantores de Nürem berg, Richard Wagner se esfuerza por dar algo de realce
a estos estratos urbanos. Sin embargo, el éxito de su ópera cambió poco el
hecho de que, en la imagen que tienen de sí mismos los alemanes, la cultura
urbana de la edad media juegue un papel más bien insignificante. Haciendo
caso omiso de excepciones como las ciudades hanseáticas, la tradición se trunca.
Las dimensiones de esta interrupción pueden quizá reconocerse mejor cuando
se compara el desarrollo alemán con el que tiene lugar en un país donde una
tradición similar pero continua de ciudades autogobemadas, ha permanecido
viva hasta nuestros días. Me refiero a Holanda.
6) Aún hoy en día resultan evidentes, a pesar de las similitudes físicas, las
grandes diferencias que existen entre el carácter de los holandeses y el de los
alemanes. En este último se han incorporado en gran medida, sobre todo a
partir de 1871, modelos de origen militarista. Sin embargo, la penetración de
tales modelos en la burguesía alemana —algo tan peculiar en el caso prusiano—
no ocurrió de una vez por todas, sino que es el resultado de un proceso, del
cuarto proceso parcial de la constitución del Estado alemán, que es importante
considerar en este contexto.
El periodo clásico de la literatura y de la filosofía alemana constituye una
etapa en el desarrollo social de Alemania, en que se da un gran antagonismo
entre la burguesía y la nobleza cortesana y en la que es correspondientemente
agudo el rechazo de las actitudes y de las valoraciones militaristas por parte de
esta burguesía. A ello se agrega el hecho de que, a la gran masa de la burguesía
civil, le estaba vedado por completo el acceso a la milicia, excepto en el caso de
desempeñar el cargo de consejeros civiles en una de las numerosas y pequeñas
monarquías que conformaban el imperio alemán.
La pugna entre estratos burgueses y cortesanos en la Alemania del siglo
XVIII —de la que me he ocupado con bastante detalle en el primer capítulo
de mi libro E l proceso civilizatorio- es expresión de un conflicto real entre
estamentos sociales. En la actualidad, esto se pasa a veces por alto, debido a
que las pugnas económicas entre la burguesía y el proletariado en los siglos
XIX y XX siguen teniendo una fuerte influencia en las ideas acerca de este
conflicto. Sin embargo, en el primer caso resulta menos fácil desentenderse del
choque de intereses económicos en el complejo problema de la oposición entre
nobleza y burguesía, puesto que este es, con toda seguridad, un elemento real
e importante. En el marco de las monarquías absolutas del siglo XVIII, estas
oposiciones tienen, al mismo tiempo, un carácter político, civilizatorio y también
económico. Es bien conocido el rechazo y menosprecio que Federico II sentía
por la literatura burguesa de su época. Gótz von Berlichingen de Goethe le
provocaba verdadero horror. Es posible también que, el Goethe más maduro, el
clásico, haya recordado con reprobación las obras de su juventud. Goethe es uno
de los pocos exponentes de la élite burguesa de su tiempo que logró alcanzar
un puesto en la corte de un príncipe, en una corte bastante pequeña y en un
Estado que también lo era. Sin embargo, en general, las puertas de acceso a los
puestos clave de la política permanecerían cerradas para los representantes del
clasicismo alemán. Su idealismo refleja esta posición exógena.
Durante algún tiempo, el humanismo idealista del clasicismo determinaría
las metas políticas de la burguesía alemana en la oposición. En general, pueden
reconocerse dos grandes corrientes de política burguesa a lo largo del siglo
XIX y principios del XX: una corriente idealista-liberal y una conservadora-
nacionalista. Durante la primera mitad del siglo XX, entre los puntos pro
gramáticos más importantes de ambas tendencias se encontraba la unidad
alemana, el fin de la multiplicidad de Estados. Resulta, por lo tanto, de gran
I n tro du c ció n 35
importancia para el desarrollo del carácter alemán, el hecho de que tales planes
hayan fracasado. El shock que esto provocó se profundizaría aún más cuando
uno de los príncipes, el rey de Prusia, y su consejero von Bismarck lograran dar
satisfacción a este deseo de unidad —al que no le había sido dado cumplirse de
manera pacífica— con ayuda de vina victoria bélica, esto es, por la vía militar.
La victoria de los ejércitos alemanes sobre Francia es, al mismo tiempo, una
victoria de la nobleza sobre la burguesía.
El Estado de los Hohenzollem exhibe todos los rasgos característicos de un
Estado m ilitarista surgido gracias a una cadena de guerras llevadas a cabo
con éxito. Sus dirigentes eran absolutamente receptivos en lo que se refiere a
la necesidad de una industrialización cada vez m ás intensa, lo mismo que a la
de una modernización en u n sentido amplio. Pero n i la burguesía industrial
ni los capitalistas conformaban el estrato superior del país. La posición tanto
de la nobleza m ilitar como de la nobleza burocrática, en su calidad de estrato
hegemónico de la sociedad, fue no sólo conservada sino reforzada por la victoria
obtenida en 1871. Y una buena parte de la burguesía, aunque no su totalidad, se
adaptaría con relativa rapidez a las nuevas condiciones. Se insertaría en ellas
como representante de una clase de segundo orden, como súbditos en el orden
social del imperio. La fam ilia de Max y Alfred Weber ofrece un ejemplo muy
ilustrativo de que la tradición liberal-burguesa no había desaparecido del todo.
No debemos olvidar que, antes de 1914, era difícil imaginar qué tipo de régimen
podía reemplazar al imperial. Sin embargo, amplios círculos de la burguesía se
incorporarían al Estado militar y adoptarían sus modelos y normas.
Hace su aparición así, en escena, un tipo característico de burgués: un civil
que hace suyas las actitudes vítales y las normas de la nobleza militar. A ello se
añade un alejamiento evidente de los ideales del clasicismo alemán. El fracaso
del estrato propio de la misma burguesía, de sus intentos de realizar el ideal de
la unidad del país unido a la experiencia de que se llevara a cabo gracias a y bajo
la dirección de la nobleza militar, conducen a un proceso que puede describirse
como el de una capitulación paulatina y creciente de círculos muy amplios de la
burguesía ante la nobleza. La burguesía se vuelve ahora con decisión en contra
del idealismo clásico burgués, para favorecer un pseudorrealismo del poder. Este
es también un signo de la fragilidad del desarrollo alemán, y una modificación
de su carácter con la que puede hacerse corresponder, de manera muy precisa,
una fase determinada del desarrollo del Estado. En este caso, la ruptura es
tanto más grave cuanto que la adopción de los modelos de la nobleza descansa,
con frecuencia, en una interpretación errónea de ellos. Los funcionarios nobles
habrían surgido como consecuencia de un origen civilizatorio bastante peculiar.
Y la sensibilidad para evaluar qué tan lejos podía llegarse en la aplicación
práctica de los modelos nobles se pierde con mucha frecuencia en la apropiación
que hacen de ellos los grupos burgueses, quienes se convierten en paladines de
un recurso irrestricto a la prepotencia y a la violencia.
36 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
legado hitleriano. Sin embargo, el pasado de un pueblo señala siempre más allá
de sí mismo. Su conocimiento puede ser también de utilidad en relación con la
actitud que haya que adoptar respecto a un futuro común.
Hitler encaja todavía en los problemas de la vieja Europa y sus luchas por el
poder y la hegemonía. Con las mandíbulas apretadas y rechinando los dientes trató
de establecer el predominio hegemónico de Alemania en Europa, en un periodo
en que resultaba ya evidente que la hegemonía misma de Europa sobre el resto
del mundo había llegado a su fin. El continente se veía sometido entonces y en
medida creciente a las presiones provenientes de otras regiones del globo. De haber
triunfado Hitler, la opresión de las naciones circunvecinas y las casi inevitables
guerras de liberación que ello hubiera desencadenado habrían disminuido mucho la
fuerza del continente. En nuestros días, tal fuerza puede manifestarse plenamente
gracias a que se trata de una región integrada por naciones libres. Sin embargo,
el equilibrio entre la solidaridad y la competencia en las relaciones, tanto de las
naciones europeas entre sí como con el resto de los pueblos de la Tierra, no es fácil de
conseguir. En la actualidad es claro que entre tanto, la humanidad misma como un
todo se encuentra en peligro a causa de la destrucción del entorno biológico y de la
posibilidad de un conflicto nuclear. Todo ello plantea problemas de vital importancia
que superan con mucho las dificultades relacionadas con el nazismo.
Los problemas del pasado son importantes. En muchos sentidos este es
todavía algo no resuelto, pero hoy hemos llegado a un punto de transformación
radical, frente al cual muchos de los viejos problemas, entre ellos los del carácter,
pierden actualidad, además de que por todas partes surgen nuevas tareas, para
las cuales no existe nada similar en el pasado.
PRIMERA PARTE
CIVILIZACIÓN E
INFORMALIZACIÓN
1. En los años setenta del presente siglo Japón se convirtió en un ejemplo de rápida transición
de la primera fase de industrialización, orientada a una gran acumulación de capital —en
42 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
parte lograda gracias a una restricción del consumo masivo— a la segunda: para sostener
el crecimiento de la economía en esta fase tuvo que recurrir a una no fácil elevación del
mercado interno de consumidores, es decir, de las necesidades de consumo de las masas.
2. Puede decirse, en general, que la República de Weimar fue el escenario de una lucha
interna entre dos diferentes estam entos por la hegem onía política. No es falso, aunque
sí bastante impreciso, decir que se trató de una lucha entre un estam ento burgués y uno
obrero. En la actualidad, sin embargo, una afirmación de ese género puede entenderse con
facilidad en el sentido de que se trataba de estam entos cuyos directores eran, de acuerdo
con su origen social, burgueses por una parte, y obreros por otra. Pero esta inclinación a
considerar como criterio determinante —y con frecuencia único— para la inclusión de una
persona en un estrato social dado su origen social, eso es, la pertenencia estam entaria de
su familia y, en particular, la de su padre, no hace del todo justicia a los hechos. Es bien
C ivilización e inform alizació n 43
como aliada de ciertos grupos burgueses, si bien seguía detentando los puestos
más elevados del ejército y la diplomacia. Serán precisamente los dirigentes
del experimento nacionalsocialista los que den la puntilla a este último resto
de influencia social de la nobleza, poniendo al mismo tiempo, tal vez sin propo
nérselo, punto final a una lucha secular, desde la edad media, entre la nobleza
y la burguesía. E ste es, por lo tanto, el gran movimiento emancipatorio del
siglo XX, con el cual, el ascenso de un estrato que había sido marginal conduce
prácticamente a la desaparición del antiguo estamento de poder, proceso de gran
importancia para la modificación de los cánones de comportamiento.
sabido, por ejemplo, que m uchos dirigentes del m ovim iento obrero eran de origen burgués.
Tanto en A lem ania como en otros países, los jefes de los partidos burgueses y obreros, que
com petían en tre s í por ocupar las instituciones fundam entales del poder del Estado, se
diferenciaban principalm ente por la norm a de com portamiento y de sentir y pensar de que
eran a la vez portadores y representantes. In dependientem ente de su extracción social,
los jefes de los partidos obreros en cam ab an otra tradición de pensam iento y conducta
que los de los partidos burgueses. Su filiación, su s objetivos de acción y su s ideales eran
com pletam ente diferentes a los de los partidos burgueses.
E sta diferencia es tanto m ás notable cuanto que, en A lem ania, el canon de comportamiento
y forma de sentir y pensar de los políticos burgueses seguían determinados, en gran medida,
por la tradición de la conducta y forma de sentir y pensar de la nobleza alem ana, especial
m ente la prusiana. D e hecho, algunos aspectos del canon guerrero alem án sustentado por la
nobleza, su b sisten como m odelos d e com portam iento en épocas de paz en am plios sectores
de la población. U n elem en to característico de la tradición noble y abu rgu esada tien e
que ver con la exclusión — en la que la nobleza ponía particular énfasis— de los estratos
inferiores. E sta exclu sivid ad se expresaba, en tre otras cosas, por m edio de u n a cadena
genealógica intachable. Todo el árbol fam iliar resultaba m anchado y se perdían algunos
privilegios y derechos, s i entre los ancestros había alguien de origen burgués o, tam bién,
una sola m ujer de rango inferior — aunque alguna de esta s cosas hubiera ocurrido cuatro
o cinco generaciones antes. La peculiaridad de esta tradición noble alem an a resulta muy
notoria cuando se la compara con la in g lesa El prestigio y el rango de un noble inglés entre
su s pares se veía n poco afectados, por ejemplo, por la existen cia de una mujer burguesa o
incluso jud ía en su línea familiar, con tal de que su s descendientes cumplieran a satisfacción
las e xigen cias d el canon aristocrático en lo relativo a su com portam iento y form as de
pensar y sentir. E l sello personal en el sen tid o de e ste canon era decisivo. Por lo dem ás,
los descendientes de un a fam ilia in glesa de la alta aristocracia pasaban a formar parte,
con el tiempo, aunque gradualm ente, de la burguesía. E sto favorecía la preservación de la
riqueza familiar. Por e l contrario, en A lem ania, todos los hijos e hijas de nobles llevaban
el título distintivo y el rango de su s ascendientes. Había, en consecuencia, muchos nobles
pobres que sólo podían legitim arse gracias a su linaje, esto es, a su “sangre”. Como criterio
de p ertenencia esto era m ucho m ás im portante que su conducta.
El exam en genealógico reaparecerá en forma aburguesada en el canon nacional*ociaJjsta
de com portam iento y form a de pensar y sentir, extendiendo tam bién a todo el pueblo la
idea de la “pureza de san gre”, esto es, de un origen im pecable h asta la cuarta u quinta
generación. E l pu eb lo a lem á n , lim p io, en la m edida de lo posible, de toda m ezcla con
grupos socialm ente inferiores, debía asum ir ahora, como una especie de nobleza europea,
el dom inio de los pueblos de raza inferior. E l hecho de que esto tuviera que ocurrir por
medio de la conquista de otros países expresa, asim ism o, una continuidad de la tradición
guerrera, e sta vez envuelta en un ropaje pequeñoburgués.
44 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
C) En todos los demás movimientos de ascenso social del siglo XX, de con
secuencias notables para el tipo de convivencia entre las personas y, asimismo,
para su conducta y sensibilidad en el trato comunitario, el grupo establecido
no había desaparecido, sino que se había dado solamente una reducción en las
diferencias de poder entre los grupos más fuertes y los más débiles. En relación
con ellos no intentaré aquí otra cosa que un breve listado. Lo que en el siglo XX
ha disminuido es la diferencia en la escala de poder:
2) Como tal vez sea evidente, no estoy intentando aquí una consideración
aislada, en el sentido de las teorías de la conducta hoy dominantes, del com
portamiento de las personas. Las modificaciones de los patrones de conducta,
a las que me refiero en seguida, se encuentran indisolublemente ligadas a los
cambios estructurales masivos de las sociedades respectivas. Las clasificaciones
tradicionales, que asignan la tarea de investigar la conducta de las personas
a los psicólogos y los problemas del poder a los politicólogos, no coinciden, en
mi opinión, con los hechos observados. Consideremos, a manera de ejemplo, el
tipo de comportamiento que asumen las personas que se encuentran en una
relación de gobernantes y gobernados, tal y cómo se pone de manifiesto en una
fuente del siglo XVIII.
En agosto de 1778, Leopold Mozart, padre de Wolfgang Amadeus Mozart,
que había sido durante muchos años vizekapellmeister3 en la corte de Salzburgo,
presentó al arzobispo una solicitud de promoción, al quedar vacante el puesto
de kapellmeister por la muerte el año anterior de quien ocupaba el cargo. El
tenor es el siguiente:4
Leopold Mozart
guardaba silencio sobre ellos porque no eran com patibles con la im agen ideal de un genio
alem án y porque, tal vez, habrían perturbado e l gozo de u n a m úsica considerada siem pre
encantadora y bella. E n la literatu ra m ás reciente, por e l contrario, e l proceso social
de inform alización resulta evidente. E l tabú que prohibía hablar de aqu ellas regiones
oscuras de la existen cia hu m ana h a perdido m ucho de su peso. U na con secu en cia de
ello es que el interés en las bromas acerca de m aterias fecales y partes an ales de la vida
hum ana con las que uno se topa, en especial, e n las cartas a B asle del joven M ozart son
objeto de m ención y análisis, pero se las considera, en lo esencial, como un a peculiaridad
personal, una especie de fijación neurótica de este gran personaje en la fase en que a los
niños m uy pequeños se les enseña a hacer coincidir su s necesidades n aturales con ciertos
espacios y ocasiones. E sta interpretación puede o no ser correcta. Pero la verdad e s que los
biógrafos se ocupan en la actualidad, todavía con m ucha frecuencia, de las características
peculiares de un personaje, como si se desarrollaran en u n vacío social. M ie n tra s e sto
siga haciéndose, no es posible distinguir claram ente e n tre aquellos modos de co n d u cta,
pensam ientos y sentim ientos que constituyen rasgos propios de un individuo y aquellos
otros que re su lta n com unes y propios de su época y que esa persona com parte, por lo tan to ,
con otros m iem bros de s u sociedad. De hecho, es nece sa ria u n a teoría de la civilización que
nos p e rm ita diferenciar, c la ra m e n te en ta le s casos, aquello que en el co m p o rtam ien to y
las form as de s e n tir y p e n sa r de u n individuo es re p re se n ta tiv o del patrón v ig en te en su
sociedad, es decir, del grado de desarrollo del canon en cuestión y aquellos otros elem entos
que conforman una síntesis m uy personal de ese canon.
48 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
en su ensayo “Informalisierung und der prozess der zivilization”, publicado nuevam ente en
P. Gleichmann, J. Goudsblom y H. Kort (comps.), M aterialien zu N orbert E lias Z ivilisation s
theorie. F Lankfurt a. M. 1979, pp. 279-298. El tem a se continua en “Inform alisiurung und
formalisierung der geschlechterbeziehungen in den Niederlanden”, aparecido en la K dhw r
Zeitschrift fü r Soziologie un d Sozialpsychologie, año 38 ,1 9 8 6 , pp. 510-528. V éase también
Christien Brinkgreve y M ichael Korzec “M argriet w lit raad”. Gevoel, g ed ra g , marcial in
Nederland 1938-1978, Antwerpen, Utrecht, 1978 (Resumen en alem án en: M aterialien. op.
it., pp. 299-310). Los tres autores se sirven de su m aterial tam bién para una contrastanon
y desarrollo ulterior de mi teoría de la civilización.
50 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
8. N. Elias, tJ&er den prozess der zivilisation, Frankfurt a.M., 1976, vol. 1, p. 107. [El proceso
d e la civilización, Fondo de Cultura Económica, México, 1989.]
9. De hecho, el problema de la civilización se me planteó en un principio como un problema
completamente personal en conexión con el gran colapso del comportamiento civilizado, con el
impulso a la barbarie que tuvo lugar ante mis propios ojos en Alemania y que había resultado
algo absolutamente inesperado e inimaginable. En realidad, en la época del nacionalsocialismo,
una tendencia latente a “soltarse las riendas”, a “dejarse ir” y al relajamiento de la propia
conciencia, a la rudeza, a la grosería y a la brutalidad —que mientras se mantuvo intacto
el aparato constrictivo heterónomo del control estatal podía ponerse de manifiesto, en el
mejor de los casos, sólo de manera informal en los resquicios privados de la red de control del
Estado— se formaliza y se convierte en un tipo de comportamiento estatalmente estimulado
y exigido. Cuando el problema del impulso a la barbarie en Alemania se convirtió en mi
preocupación principal, cuando empecé a escribir mi libro sobre la civilización, me pareció ya
muy insatisfactorio analizar esta gravísima ruptura de los controles civilizatorios como un
problema de politología en el sentido de doctrinas partidarias, es decir, como hoy se expresaría
con un poco de vergüenza, como un problema de fascismo. Con ello resultaba muy difícil
explicar algunos de sus aspectos centrales. Estaba convencido de que esto sólo podía lograrse
si, como científico social, uno podía distanciarse suficientemente de la grave situación, si uno
no sólo preguntaba de manera cronológicamente muy restringida: ¿por qué en el segundo
cuarto del siglo XX tiene lugar en un pueblo civilizado en alto grado un colapso de la norma de
la conciencia civilizada? Me pareció que, en realidad, no sabíamos en absoluto cómo y por qué
tienen lugar las modificaciones del comportamiento y la forma de pensar y sentir, en el sentido
de un proceso de civilización en curso del desarrollo, en primer término, de la humanidad y
C ivilizac ión e inform alizació n 51
luego, restringiendo un poco nuestra visión, en el caso del desarrollo europeo en particular. En
una palabra: no puede entenderse el colapso del comportamiento y de las formas de sentir y
pensar civilizados m ientras no se haya comprendido y explicado cómo es que se llegó en las
sociedades europeas a la conformación, al desarrollo de un comportamiento y formas de pensar
y sentir civilizados. Los antiguos griegos, que con tanta frecuencia se nos presentan como
el paradigma de conducta civilizada, pensaban todavía que resultaba enteram ente natural
perpetrar actos de exterminio m asivo que, si bien no pueden identificarse con los llevados a
cabo por los nazis, sí son, no obstante, sim ilares a ellos. La Asamblea ateniense decidió, por
ejemplo, exterminar a toda la población de Melos debido a que esa ciudad no quería integrase
al imperio colonial de Atenas. En la Antigüedad se dan, además de esta, decenas de formas de
lo que hoy llamaríamos genocidio. A primera vista, la diferencia con el genocidio que se intenta
en la tercera y cuarta décadas de nuestro siglo no es fácilmente detectable. Y, sin embargo, es
completamente clara. En la antigüedad griega este comportamiento guerrero era considerado
algo normal. Correspondía a la norma. La construcción de la conciencia humana, su estructura
de personalidad estaba conformada de tal manera, que un proceder de este tipo se presentaba
como algo del todo normal. En el siglo XX, la construcción de la conciencia de las sociedades
europeas , por el contrario —y, e n realidad, de grandes porciones de la hum anidad—
distinta, establece un criterio para el comportamiento humano. Es precisamente de acuerdo
con este que la conducta de los nazis suscita repulsa y se ve con horror. El problema que se me
planteaba era, por lo tanto, el de explicar y hacer comprensible el desarrollo de estructuras de
la personalidad y, en especial, de la conciencia o del autocontrol que representan una norma d<
humanidad que va mucho m ás allá de la que existía en la antigüedad y que, en consecuencia,
reacciona espontáneam ente con horror y consternación ante un comportamiento como ei de
los nazis o ante acciones parecidas en otros pueblos.
52 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
A) Las restricciones a que se ven expuestas las personas debido a las peculia
ridades de su fisiología. La restricción del hambre o la impuesta por el instinto
sexual constituyen los ejemplos más evidentes de los de este tipo. Pero entre
ellas se cuentan también el envejecimiento, la necesidad de cariño y amor o
también el odio y la enemistad.
incluso en el trato con las de una posición social inferior, estamos obligados a
desarrollar un alto grado de autocontrol.
5) Cuando no se tiene una clara idea sociológica del pasado, resulta inevitable
tener también una imagen deformada de las relaciones sociales del presente.
Esto es válido tanto en lo que se refiere a la relación entre los sexos, como
entre las generaciones de la pre y la posguerra. Las transformaciones en el
canon de comportamiento y de percepción, tal y como se pone de manifiesto
en la comparación de dichas transformaciones, pueden ser mejor entendidas,
en lo esencial, en un plano reducido, limitándonos en principio a las de las
generaciones universitarias, esto es sobre todo, a los estudiantes.
Cuando comparo la vida estudiantil de mis años de juventud con la de los
estudiantes en la actualidad, lo primero que me viene a la mente es la forma de
comportamiento notoriamente jerárquica de la época imperial y la actitud no
menos notoriamente igualitaria de las generaciones posteriores a la segunda
guerra mundial. La diferencia resulta más que evidente cuando se piensa en
que, antes de la primera guerra mundial, la mayoría de los estudiantes formaba
parte de asociaciones o cuerpos estudiantiles; en ese tiempo, y tal vez aún en la
actualidad, tales asociaciones educaban para una actitud claramente marcada
de subordinación y de supraordenación. El novicio tenía la obligación de realizar
toda clase de tareas para su tutor en el cuerpo, si no es que, tal y como ocurría en
una relación similar en las public schools inglesas, de limpiar y dar brillo todos
los días a sus zapatos. La regla sobre la cerveza era que el más joven bebiera con
el más antiguo tantas veces como este lo exhortara a hacerlo, pudiendo retirarse
a los sanitarios cuando finalmente se sintiera mal. Como por tradición, puesto
que se suponía que un estudiante estaba dedicado al “espíritu” y no tenía tiempo
para nadie, la universidad alemana no disponía de ningún tipo de instalación
para la vida social de los jóvenes, las asociaciones estudiantiles jugaban un
papel nada despreciable y complementario.
A ello se agrega el hecho de que la absoluta mayoría de los estudiantes
hasta la primera guerra mundial estudiaba, hasta donde sé, a costa de sus
padres. Esto condicionaba una selección social muy específica. Aún sin contar
con documentos estadísticos puede estimarse que, antes de la primera guerra
mundial, los estudiantes de las universidades alemanas provenían en un 90%
de las clases medias adineradas. En contraposición, observemos la división
15. Véase a este respecto N. Elias, “W andlungen der m achtbalance zwischen den geschlechtem ”
/ Cambios en el equilibrio de poder entre los sexos], y Kólner Zeitschrift fü r Soziologie und
Soziaipsychologie, año 38, 1986. pp. 425-449; en especial pp. 425-427.
C ivilización e inform alización 59
Obrero 18.1 %
Empleado 34.6 %
Empleado oficial 19.5 %
Profesional libre 20.5 %
Otros 7.3 %
18. Véase N. E lias, “Die Fürw orterserie ais F ig u ra tio n sm o d el”, Was ist soziologie0 M unich/
1970/, pp. 132-139
64 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
tal vez más rico, pero sin estudios. Podríamos tener asimismo la impresión
de que, un capitalista con finanzas fuertes pero no profesional, era también
socialmente más poderoso que uno que disponía de menos capital; pero esta es
una idea que tendría que manejarse con mucho cuidado. Rara vez ocurre que
la manera en que los estratos se clasifican entre sí, es decir, su imagen de la
jerarquía social, sea independiente del equilibrio objetivo, y real de poder que
existe entre ellos. Por supuesto, hay periodos de transición, en los cuales, el rango
de los estratos en la escala de jerarquía ya no coincide o todavía no coincide
con la distribución de poder. Pero si pasamos por alto las discrepancias de tales
periodos de transición, encontraremos que la imagen del nivel de estatus que
se forman los diferentes estratos que componen una sociedad constituye un
síntoma bastante confiable de la distribución real del poder entre ellos.
Entre los criterios que determinaban el rango social de una persona en “la
buena sociedad” de la Alemania imperial, contaba su origen en mucha mayor
medida que en la actualidad, es decir, el nivel social de los padres o abuelos. En
el caso de las autoridades y entre los militares con toda seguridad; entre los
profesional más bien se pasaba por alto, considerándose tal vez como algo de
lo más natural, que sólo una familia adecuadamente acomodada estuviera
en condiciones de enviar a sus hijos a la Universidad. Y, a pesar de que
el padre mismo no hubiera formado parte de los círculos superiores, el hecho
de que alguien hubiera superado las barreras de los ritos de iniciación de las
asociaciones juveniles y de las asociaciones corporativas de estudiantes y, que
más tarde, hubiera alcanzado el grado de doktor; borraba el recuerdo de un
origen no particularmente distinguido. Pero en las “buenas sociedades” no se
olvidaba nunca del todo que los comerciantes y empresarios enriquecidos, que no
habían pasado por el bautismo de sangre estudiantil o militar, tenían el detecto
de venir de uabajo”, de ser “arribistas”, parvenüs.
Las cosas no eran de ninguna manera como sugiere el uso bastante des
preocupado del concepto de “sociedad capitalista”, que ya en la época posterior
a 1871, los grandes capitalistas constituían también el estrato socialmente más
poderoso y, en consecuencia, el de mayor jerarquía social en la sociedad alemana.
Como corresponde a su desarrollo tardío como Estado nacional, Alemania era
un país donde también la riqueza de la gran burguesía se desarrollaría en la
época moderna relativamente tarde. Tomando en cuenta el estado actual que
guardan nuestros conocimientos de ese periodo, no es fácil decir cuántos de
los comerciantes y empresarios ricos de la segunda parte del siglo XIX eran
“arribistas”, es decir, grandes burgueses de la primera generación. Pero no es
exagerado suponer que se trataba de un elevado porcentaje. De cualquier modo,
en la estructura social de la Alemania imperial hasta 1918, los representantes de
las ‘Viejas” familias, que prácticamente tenían el monopolio absoluto de los altos
cargos en el gobierno, de la oficialidad militar y de la diplomacia ocupaban, sin
duda alguna, un lugar más elevado en la jerarquía social que los “capitalistas”.
Heinrich Mann, en su novela Der untertan [El súbditoJ ha caricaturizado la
relación de un empresario con los representantes nobles del Estado. No obstante,
C ivilización e informalización 65
19. Walter Bloem , D er k ra sse fuchs, B erlín, 1910, pp. 73 y ss. / F uchs significa literalm ente
2orm E sta era la denom inación que los estu d ia n tes corporativos u tilizaban para designar
a alguien que h ab ía alcanzado a lgú n n ivel en la jerarquía de la asociación. Todo miembro
del cuerpo tenia, adem ás, s u fuchs, a qu ien estab a obligado a prestar servicios. [N. del T |
66 N orbert E l ia s | Los A l e m a n e s
romano de la primera época, las mujeres de aquellos pueblos con los que
Roma no mantenía ningún tipo de commercium et connubium.
señalaba a una persona como alguien de fuera, esto es, como alguien a quien le
estaba impedido el acceso tanto a las posiciones de poder como a los círculos de
relaciones y am istades de las clases superiores.
estas dos formas de reglamentación era la reducción de la lucha privada con otra
persona al duelo.
El canon tanto de los estudiantes como de los oficiales del ejército, de acuerdo
con su función, aunque no de acuerdo con su sustancia, era el equivalente
alemán del canon del gentlem an inglés. Sin embargo, este último se había
extendido gradualmente, a través de siglos de existencia, entre los grupos
de terratenientes y aristócratas, aunque con algunos matices claramente
reconocibles, a otras capas de la población. Esta expansión y transformación
de lo que originalmente era un patrón de comportamiento de los grupos más
encumbrados, gracias a su absorción por parte de amplios sectores del pueblo,
resulta bastante característico del grado relativamente alto de permeabilidad
entre las clases sociales que habría de marcar el desarrollo de la sociedad
inglesa. Lo que aquí se pone de manifiesto, en comparación con Alemania, es la
diversidad en la diferencia formalidad/informalidad del canon del gentleman
inglés. En el siglo XIX, esta escala no era tan vertical como en el caso del patrón
alemán correspondiente. En general, para decirlo con brevedad, la formalidad
inglesa se haría más informal con el tiempo que su contraparte alemana, a
la vez que un proceso similar, aunque en sentido contrario, tenía lugar con la
informalidad. En parte, este hecho se relaciona con la circunstancia de que, el
canon guerrero de los oficiales de los ejércitos de tierra, una de las raíces del
patrón nacional, jugó un papel menor en el desarrollo de Inglaterra que en
el de Alemania. La obligación de batirse en duelo ya había desaparecido en
Inglaterra, incluso del canon de los oficiales de tierra, a mitad del siglo XIX, es
decir, en los tiempos del príncipe Alberto, lo que influiría en alguna medida en
ello. El hecho de que “la armada marítima” —l ‘armée navale, the Navy— haya
cobrado primacía sobre el ejército de tierra como arma de ataque y de defensa
en Inglaterra, tiene en este contexto una importancia fundamental.
En Alemania, como en casi todas las naciones continentales, el desarrollo
tomaría otro curso que tiene que ver, más bien, con su fragmentación como
Estado y con su papel repetido de escenario de guerra en Europa. En especial
en Prusia y en Austria, el patrón de honor de los guerreros y, por tanto, la
reducción del duelo a asunto privado, como signo de pertenencia a los estratos
con “honra”, a las capas establecidas, conserva su papel determinante hasta
entrado el siglo XX. Como en otros países continentales, por ejemplo Francia, la
costumbre noble de batirse en duelo, como un recurso de los estratos superiores
para defender su honor individual a .l margen de las leyes y los tribunales
estatales y con la exposición misma de la propia persona, contagia a los círculos
más elevados de la burguesía. De este modo, el código de honor, lo mismo que el
duelo, adquieren la función de un medio correctivo, de un símbolo de pertenencia
entre los estudiantes, visible en las cicatrices como un signo que proclamaba su
expectativa de ser aceptados en los estamentos de poder, de ocupar una posición
importante en la sociedad imperial alemana.
Como ya hemos dicho, las asociaciones corporativas estudiantiles, al igual
que las asociaciones juveniles adquirirían una función unificadora de considera'
C iv il iz a c ió n e in f o r m a l iz a c ió n 69
ción en el II Reich alemán, que aún después de 1871 mostraba una integración
bastante dispar y porosa. Gente de las más diversas regiones de Alemania
adquirían en ellas» a pesar de los distintos niveles jerárquicos entre los estu
diantes corporativos mismos, una impronta relativamente uniforme. En un país
cuya unificación ocurre tardíamente, en un país sin una sociedad capitalina que
sírva como modelo, ni institutos de educación que formen unitariamente al estilo
de las public schools inglesas, las asociaciones corporativas de estudiantes, con
su proclividad a la violencia física, junto con las cantinas-clubes para oficiales,
adquirirían la función de sitios formativos del patrón común de comportamiento
e ideología de los estratos superiores alem anes. Sin embargo, el modelo de
comportamiento que buscaban inculcar era m uy peculiar. D e hecho, puede
decirse que estas capas superiores, diversas como eran en los numerosos Estados
y ciudades de Alemania, conformaban una sola y gran sociedad com puesta por
quienes estaban facultados para la satisfacción del honor, es decir, por aquellos
que gozaban del privilegio de exigir a cualquier otro miembro de esta sociedad,
una satisfacción con las armas en la mano, en caso de sentirse ofendidos y que, a
su vez, estaban obligados a batirse en duelo con otros elementos de esa sociedad,
cuando estos creyeran que su honor había sufrido mácula de su parte.
De este modo, en la sociedad alemana, como en algunas otras, conservaron su
fuerza, hasta ya entrado el siglo XX, formas de relación que siempre habían sido
características de las sociedades guerreras, pero que el creciente monopolio de la
violencia por el poder había desplazado lenta y, en ocasiones, titubeantemente a
muchas otras esferas de la vida comunitaria. El patrón guerrero subsistiría, en
la forma del duelo, hasta la época de la generación de quienes son hoy abuelos.
Este canon permite a quienes son físicamente más fuertes o se sirven con mayor
astucia de los m edios violentos, imponer su voluntad a quienes son menos
diestros que ellos en el uso de las armas y, al mismo tiempo, cosechar mayores
honores. En la actualidad, sobre todo en los países altamente industrializados,
la fuerza física o la habilidad en el manejo de las armas ha perdido en gran
medida su importancia para el estatus de una persona, para su respetabilidad
en el trato social. En general, el pendenciero, con o sin armas, que se sirve de su
superioridad combativa para someter a otros a su voluntad no goza ya de ningún
respeto particular. Anteriorm ente no ocurría esto. En todas las sociedades
guerreras —y un ejemplo de una sociedad de ese tipo es también la de la antigua
Atenas— probarse en una batalla física con otras personas, obtener la victoria
sobre ellas y, en su caso, su muerte, ha sido un elem ento imprescindible del
respeto que ha de mostrarse un hombre a sí mismo. La tradición militar actual
intenta limitar el entrenamiento para aplicar la violencia física, hasta donde
esto es posible, a personas que no pertenecen a la propia sociedad estatal. El
duelo era un remanente de los tiempos en que también en la propia sociedad
resultaba dominante el recurso a la violencia en caso de conflicto, de la época en
que el más débil o menos diestro se encontraba a merced de los más fuertes.
La tradición del duelo como medio de resolver un conflicto, se remonta a la
época en que los poderes centrales del Estado intentaban pacificar su dominios y
70 N o rbert E l ia s | Los A l e m a n e s
apertura hacia las personas de origen burgués. Sin embargo, los aceptados eran,
sobre todo, funcionarios de alto nivel, entre ellos, profesores universitarios y en
particular escritores y científicos conocidos. La circunstancia de que hayan sido,
en primer lugar los académicos, los considerados socialxnente aceptables, explica
la importancia de las destacadas conexiones a este respecto.
De este modo, durante el tiempo relativamente breve de su existencia se iría
formando de manera gradual, en el II Reich alemán reunificado, ese estrato
superior tan peculiarmente estructurado del que hemos hablado. El desarrollo
específico de Alemania haría que, prácticamente, cada región y ciudad contara
con su propia “buena sociedad”. Pero aunque los criterios de pertenencia se
unificaban y abarcaban cada vez más tanto a elem entos burgueses como de
la nobleza, preservaban íntegramente, al mismo tiempo, el orden estatutario
tradicional que concedía a los nobles, en todos los casos, preeminencia sobre la
burguesía. Una condición necesaria para ello era la capacidad del burgués de
defender su honor, esto es, su disposición y su destreza para, en caso de recibir
una ofensa, exigir satisfacción con las armas en la mano. Como regla general, eso
era posible únicamente cuando la persona era militar, tal vez oficial de reserva
o miembro de alguna asociación proclive a la violencia. El criterio unitario de
la capacidad de dar satisfacción y de reconocimiento de los mismos patrones de
honor y duelo no eran los únicos signos de la constitución de un estrato superior
de la sociedad alem ana —relativam ente integrado y ampliado gracias a la
inclusión de personas de origen burgués—, cuya unificación seguiría de manera
gradual a la de la política del II Reich alemán, pero sí los principales.20
La sociedad cortesan a que se agrupaba en torno de la corte im perial
representaba el centro de integración de más alto rango de esta sociedad de
quienes eran considerados honorables.21 Era del todo natural, entonces, habida
20. La unificación del código de honor, de las reglas de duelo y de todo aquello relacionado
con esto entre los e stu d ian tes y los oficiales, es un síntom a de e ste proceso form ativo de
esa “buena socied ad” que tien e la capacidad de dar y exigir la satisfacción de su honor.
La unificación progresó a pesar del rechazo de e sta reglam en tación oficial por parte de
los m inistros de G uerra, a q u ien es hab ían dirigido su s peticiones en contra los jefes de
las asociaciones proclives a la violencia. E l rechazo se ju stificab a argum entando que el
duelo estaba oficialm en te prohibido. D e cualquier manera» por la v ía social se daría una
aproximación entre am bos grupos en lo relativo a las leyes de honor y las reglas del duelo.
Las transformaciones del canon de comportamiento y la forma de pensar de los estudiantes
corporativos — sobre las cu ales tendrem os aú n algun as cosas que decir—■constituyen no
sólo transform aciones de u n a “subcultura”, sino que el desarrollo de tales patrones, ante
los cuales se sie n te n obligados tan to los jóven es burgueses como nobles, era en la época
sintom ático del carácter de un estrato superior alem án en formación, esto es, de un estrato
que u n ía en el orden jerárquico a grupos de n ob les y grupos burgueses.
21. En un sentido amplio, a la sociedad cortesana im perial pertenecía todo el grupo de personas
facultadas para ir a la corte, es decir, no sólo aqu ellas que detentaban puestos en ella, sino
todas las que regu larm en te o d e cuando en cuando, recibían la orden de presen tarse en
ella o las que, d esp u és de la en trega de su tarjeta de presentación al m aestro im perial de
cerem onias y tras u n e x a m en cuidadoso por parte del equipo en tom o a el, se les perm itía
el ingreso a alg u n a de la s recepciones im periales, tal v ez, a un baile.
74 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
cuenta del papel tan importante que jugaban los m ilitares en la sociedad
cortesana, que todos los miembros varones de ella se sintieran obligados por
el canon de honor y que hubiera un acuerdo básico en lo relativo al trato entre
ellos. Normalmente, quienes formaban parte del círculo amplio de la corte se
conocían, por lo menos, de nombre o por la reputación de que se gozaba.
Algo sim ilar ocurría en el caso de la nobleza alem ana en general. Si
bien no todos sus elem entos se conocían personalmente, sí podían identi
ficarse con exactitud en toda Alemania para su relación con otros nobles. Los
oficiales, incluyendo a los de reserva, legitimaban su pertenencia a esta clase por
medio de sus regimientos. Los profesionales se legalizaban, si no por sus puestos
y títulos, por sus relaciones. Por lo demás, las cicatrices daban testimonio
patente de su pertenencia. Todas estas personas, desde el noble encumbrado
hasta los oficiales de reserva y los profesionales provincianos se consideraban
personas honorables. Los comerciantes no “lo eran, independientemente de la
gran riqueza que pudieran haber acumulado, puesto que se trataba de alguien
de diferente categoría. Entre los grupos que no debían contar como personas
de honor se encontraban, además, los propietarios de pequeños negocios, los
artesanos, los obreros, los campesinos y los judíos. Durante el siglo XIX, algunos
de ellos lograron tener acceso a las asociaciones corporativas, pero a finales de
dicho siglo fueron excluidos de ellas de manera formal.
La posición social del emperador proporcionaba al ocupante de esta dignidad
no sólo las posibilidades de ejercer el poder reservadas a una figura represen
tativa, sino la de ser un símbolo de unidad nacional, una figura paternal para
las masas. Había también otras facultades que le correspondían, como la de ser
comandante supremo del ejército, ya que el emperador tenía a su disposición
una parte considerable del monopolio estatal de la violencia. Sin embargo, le
resultaba no obstante difícil, desde la perspectiva que le ofrecía su elevada
La sociedad cortesana era b astante amplia. También los miembros leales de la nobleza
provinciana fueron reconocidos como su scep tib les de adm isión en la corte. La saison
se convertiría en la época im perial, en una práctica regular, a sem ejanza de la antigua
season lon d in en se, cuyos orígenes se rem ontan al siglo XVII. La gran variedad de
b ailes, de g ala de e sa tem porada daba tam bién a la nobleza de provincia la oportu
nidad de presen tar a su s hijas a la pareja im perial en la corte y de introducirlas en
sociedad. E l cerem onial que a partir de ello se crearía era una versión alem ana del
cerem on ial tradicional de las grandes cortes europeas. En B aviera, en Sajonia y en
m uchas otras regiones existían durante el II Reich pequeñas cortes. Pero como centro
de integración del estam en to superior alem án en creación y de su s formas de trato
y relacion es, resu ltab a m ás im portante la radiante corte im perial. Si bien es cierto
que la n ob leza constituyó el núcleo m ism o de la sociedad cortesana, lo es también,
evid en tem en te, que era política de la corte im perial invitar a funcionarios de mérito
de alto rango a participar en algunos actos específicos. Personalm ente, recuerdo que
el director de mi bachillerato tomó parte en uno de los viajes anu ales del emperador
en su yate, gracias a una invitación de esa especie. E s posible que esto no haya sido
sino una de las formas de comunicación, a través de las cuales, los elem entos del canon
de los estratos superiores llegaron a las escuelas superiores.
C iv il iz a c ió n e in f o r m a l iz a c ió n 75
22. Sin duda, cada año se producían u n par de m atrim onios entre person as six ia lim iU?
desiguales, particularm ente en los niveles m ás altos de la nobleza, y la sociedad hablaba
mal de ello. Sin embargo, la absoluta mayoría de la nobleza alem ana se casaba entre si
76 N orbert E l ia s | Los A l e m a n e s
En el rango de la escala social, los nobles eran seguidos por los altos funciona
rios burgueses, normalmente formados como juristas. Aquí, en la administración
de alto nivel, había con frecuencia un estrecho contacto entre los nobles y los
burgueses que, en muchos casos, ocupaban puestos de la misma jerarquía. El
desplazamiento gradual del poder en la relación entre la nobleza y la burguesía,
una de las consecuencias no previstas de la creciente urbanización e industria
lización, se pondría de manifiesto en el progresivo número de miembros de la
burguesía que ocuparían cargos oficiales.23 Como antes, entre los funcionarios
burgueses que seguían en rango social a los miembros de la nobleza se contaban
los profesores universitarios, los maestros de carrera de todas las facultades.
Más o menos al mismo nivel social se encontraba el alto clero protestante y, con
algunas excepciones, el católico. Después de ellos, seguían todos los funcionarios
burgueses con algún tipo de calificación académica, probada por el título de
doctor, es decir, no sólo los funcionarios de los tribunales y de la adminis
tración, sino también los maestros principales del bachillerato, además de los
profesionales libres de éxito, cualquiera que fuera su rama.24
Algunos rep resentantes de la alta aristocracia se aliaron con em presarios y hubo, por
ejemplo, un conde que al asum ir la dirección de una gran fábrica, abdicó de su título como
concesión a la otra parte. Pero tales casos eran relativam ente raros. La nobleza m ás pobre
temía, particularm ente, la hum illación inevitable que ante sus congéneres significaba el
ingreso a un a em presa comercial.
23. H ans Ulrich Wehler, D as deutsche Kaiserreich, Gotinga, 1977, p. 76 da los siguientes dalos:
“D espués de 1871 puede afirmarse que h a pasado la época en que, como en 1848,42% de
los cargos oficiales medios y superiores en el gobierno prusiano era aparentemente ocupado
por personas de origen noble. E n 1910, de 11 miembros del Ministerio prusiano de Estado
9 eran nobles, de 65 consejeros, 38; de 12 presidentes superiores. 11; de 36 presidentes
de gobierno. 25; de 467 consejeros provinciales, 271. En 1914 había en los altos cargos
del servicio exterior 8 príncipes, 21 condes, 20 barones, 54 nobles sin título y tam bién 11
miembros de la burguesía. En ese mism o año 55.5 % de todos los funcionarios prusianos
de nivel medio y alto era noble (en 1890, -40.4; en 1900. 40.6); todavía en 1918, 5^ % de
todos los asesores del gobierno tenía ese origen”.
24. Todavía a principios del presente siglo, estos grupos de nobles y burgueses conformaban en
conjunto a pesar de las no escasas tensiones internas, el cuerpo de gobierno alemán, el estrato
con mayores oportunidades de poder, el más rico y de mayor estatus, es decir, precisamente, el
estamento formado por quienes se consideraban honorables. En comparación con este centro de
dirección primario de la sociedad, la economía era aún, como diríamos, un centro de dirección
secundaria. Sólo tomando en cuenta la dinámica de esa sociedad, podemos percatamos de que
las posibilidades de poder de ambos grupos sociales, es decir, de todos los grupos profesionales
vinculados —incluyendo a los adversarios entre sí— y especializados en la producción y
distribución de bienes, eran cada vez más grandes en relación a las de las clases superiores.
Si consideramos superficialmente la sociedad cortesana de la Alemania impenal, podríamos
tener la impresión de que la época de Luis XIV no es, en realidad, algo muy lejano En esta
retrospectiva lo importante es considerar justamente las posibilidades de poder de los estratos
superiores alemanes del periodo, es decir, no pensar que eran mayores ni menores de lo que
eran. Por una parte, tales estratos eran todo menos los órganos ejecutivos de los empresarios,
los funcionarios de la burguesía. Sin embargo, por la otra, su posición privilegiada se vería
extraordinariamente más sujeta a presiones y más amenazada por el ascenso de dos grupos
sociales, los obreros y los empresarios, que de los altos estratos monárquicos de los siglos
C ivilizac ión e inform alizació n 77
anteriores. U na pregunta que aquí se plantea es la de en qué medida los actores principales
de estos estratos superiores —y tal vez la mayoría de su s miembros— eran conscientes de
este debilitamiento de su posición de poder y de su creciente funcionalización.
25. El hecho de que en A lem ania a diferencia, digam os, de Francia, las fam ilias nobles envia
ran, desde m uchos años atrás, a algunos de sus hijos a la U niversidad como preparación
para una carrera de funcionarios del gobierno, tendría una im portancia decisiva para el
desarrollo del canon e stu d ian til alem án.
78 N orbert E l ia s | Los A l e m a n e s
26. Véase N. E lias, Die hofische, op. cit., ver nota 11. IHay traducción al español. N. del T.)
C iv il iz a c ió n e i n f o r m a l iz a c ió n 79
27. N. Elias, Über, op. cit., vol. I, op. cit. (nota 8), cap. 1. (Hay traducción al español. N. del T.J
Véase tam bién, del m ism o autor, “D as schicksal der deutschen barocklyrik. Zwischen
hbfischer und bürgerlicher tradition”, Merkur, año 4 1 , 1947, pp. 451-468.
28. Soy consciente de que he indicado aquí de m anera dem asiado fugaz, un patrón de de
sarrollo social que, en realidad, merece una consideración menos breve. El siglo XVIII
alem án, en el que algunos m ovim ientos m arcadam ente burgueses alcanzan un grado
relativam ente alto de autonom ía frente a la tradición específicam ente cortesana de la
época, se contrapone aquí al curso que sigue la sociedad alemana en la época imperial; en
ella, partes de la burguesía alemana se subordinan a la dirección de los grupos cortesanos
y nobles, absorbiendo al m ism o tiem po elem entos de su tradición cultural. No ha sido
considerado, por lo tanto, el periodo interm edio, es decir, el lapso que va de principios
del siglo XIX al año de 1871. El desarrollo de las relaciones entre nobleza y burguesía en
este periodo requeriría, sin duda, de un análisis mas cuidadoso y exacto. Y, sin embargo,
el contraste es evidente: en el siglo XVIII, batirse en duelo no era, con tocia seguridad,
una costumbre que formara parte de los usos de la sociedad burguesa; después de 1871
adquiriría im portancia en la sociedad de los considerados honorables como elem ento
constitutivo de la tradición nacional de la cultura alem ana.
C iv il iz a c ió n e in f o r m a l iz a c ió n 81
29. A diferencia de esto, en F ra n c ia , en general, la fuerza de los ejércitos de tie rra , ju n to con
el m onto de los ingresos reales d a ría n al rey y a sus generales la posibilidad de dirimir
los d estructivos conflictos m ilita res por a lc an z a r la su p rem acía en E uropa, fuera de su
propio país. D u ra n te to d a la se g u n d a m ita d del siglo XVII y todo el siglo siguiente, el
territo rio c en tra l de F ran cia, en especial París, no fue nunca am enazado seriam ente por
alguna potencia e x tranjera enemiga.
C iv iliza c ió n e inform alizació n 83
30. Entre los aspectos que lim itaban e l m argen de maniobra de los principes alem anes frente1 a
84 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
En 1848, un señor von Hinckeldey, casado con una dama cuyo nombre de
soltera era Freiin von Grundherr, era el director de la policía de la ciudad de
Berlín. Se trataba de un hombre rígido y honrado que, haciéndose eco de los
31. Allí donde a la estrategia de trato con las personas, consistente en m andar y obedecer, se le
asigna un valor particularm ente alto en e l canon de relaciones de una sociedad de acuerdo
con las estru ctu ras de poder v ig en tes en ella, tam bién se le asigna, com prensiblem ente,
un valor reducido a la e stra teg ia de persuasión y convencim iento q u a discusión. En un
enlomo así, el arte de la discusión no tien e m uchas oportunidades de desarrollarse y. al
mismo tiempo, la hab ilidad en la utilización de la estra teg ia correspondiente resiente los
efectos de esta situ ación . E n la tradición alem an a es basta n te notoria esta habituación a
estrategias de orden y obediencia — con frecuencia tam bién acom pañada del uso directo o
indirecto de la fuerza física— a l igual, h asta hace poco, que la relativa falla de habilidad
en estra tegias de discu sión , como h eren cia de los m uchos años de som etim ien to a una
estructura de gobierno y dom inio a b so lu tista o p rácticam en te ab solu tista. Todavía en
nu estros d ías p u ed e c o n sta ta r se , en A lem an ia, un m a lesta r producido por la reserva
relativam ente com pleja con que se m anifiestan los afectos, una reserva hacia las soluciones
de los conflictos exclusivam ente con ayuda de la discusión y, tam bién, en el sentido opuesto,
el agrado con que son v ista s las estrategias sim p les de orden y obediencia.
En mi libro Ü ber d e n P roze d e r Z iviliza tio n , vol. 2, loe. cit. Iver nota 7J ilustro las diferen
cias entre las e stra te g ia s de trato correspondientes, tom ando como ejem plo a do? nobles»
franceses opuestos a esto s principios a fines del siglo XVII. E l duque de M ontmoreney se
indigna públicam ente contra el rey y busca reali 2ar su s objetivos a la manera guerrera en
una lucha física; por el contrario, el duque de Sain t Sim ón lo hace a la manera cortesana de
la conversación, por m edio de la persuasión y el convencim iento del aspirante al trono.
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32. Ludwig H assel. Die letzten studen des polizeidirektor von Hinckeldey, B eitrag zu seinew
Nekrolog von einem Augenzeugen, Leipzig, 1856. La descripción que sigue h a sido tomad3
de: Fedor von Zobelm tz, Chronik, op. cit. La cita se en cu en tra en el vol. 1. pp. 208-210.
C iv il iz a c ió n e infor m a liza c ió n 87
Sin embargo, el duelo era un tipo de acción violenta formalizado en alto grado,
un acto que atentaba contra el monopolio estatal de la violencia y reservado,
ante todo, a los nobles, sobre todo, a los oficiales, y luego también a los civiles
burgueses de un estatus social suficientemente alto. La gente de los rangos
inferiores de la sociedad podía golpearse sin necesidad de guardar ninguna
forma si entraba en conflicto con alguien, y el Estado no se preocupaba de
ello, con tal de que nadie resultara herido de gravedad. Si tales individuos se
enfrentaban entre sí con las armas en la mano, se los enviaba, siempre que
resultara posible, a prisión. Si en uno de tales litigios, alguien disparaba y hería
de muerte a otra persona, era probable que él mismo fuera condenado a muerte
y ejecutado en nombre del Estado. Sin embargo, en el duelo, las autoridades
estatales aceptaban que los delitos de este tipo eran una especie de delitos de
caballeros y que, por tanto, no podían ser castigados de la misma manera que
las acciones violentas de otras clases sociales. En correspondencia con ello,
los duelistas no eran condenados por los tribunales a ir a la cárcel, sino a una
detención en alguna fortaleza, por un tiempo que variaba de acuerdo con la
gravedad de las heridas causadas. En caso de muerte del rival, era común que
quien lo sobrevivía se trasladara por algún tiempo al extranjero.
Un episodio como el que acabamos de presentar es representativo de cierto
tipo de sociedad. Su estructura es también la de esta, en especial, su estructura
de poder; aquí, en primer término, la distribución de poder entre los elementos
de la sociedad real prusiana y de su heredera, la sociedad imperial alemana.
Resulta impresionante v er la naturalidad con que el canon social de las clases
superiores activa la solidaridad de sus m iem bros frente a la violencia estatal,
aún cuando poco antes se h a b ía n enfrentado, con u n a seriedad mortal, como
enemigos. El código de h onor de la nobleza tien e prioridad a n te la s leyes del
Estado. El rey mismo estab a obligado a acatarlo. Aun los guardianes de las leyes
del Estado se esforzaban de m an era autom ática por evitar que el homicida hiera
castigado por los gu ard ian es de la ley, que recibiera u n castigo que un homicida
de menor rango social h a b ría recibido de inm ediato.
El consenso que se d a ría aquí, como tam b ién m ás ta rd e por las cicatrices
y los duelos e s tu d ia n tile s, e n tre todos los p a rtic ip a n te s p a ra e v ita r que los
trib u n a le s del E sta d o y su s leyes in te rv in ie ra n cuando se h a c ía uso de las
arm as y se produjeran consecuencias penales, expresa una convicción que puede
e n c o n tra rse no sólo en los e stra to s su p erio res alem anes, pero cuyos efectos
se sie n te n de m a n e ra p a rtic u la rm e n te in te n sa en el desarrollo de la nueva
A lem ania y pueden a ú n casi constatarse en la actualidad. E sta es la idea de las
clases superiores que vuelve a ad q u irir fuerza después de 1871, la convicción
de que los que realm en te constituyen A lem ania son los grupos relativam ente
poderosos —en la época, por ejemplo, el em perador, la sociedad cortesana y la
de un seño suprem o, p ueden las personas d istin g u ir la diferencia e n tre un acto violento
declarado form alm ente desde la a lta atalaya del jefe de un E stado y el acto violento de nivel
inferior, esto es el declarado y organizado de m an e ra privada como el duelo.
C iv il iz a c ió n e in f o r m a l iz a c ió n 89
nobleza, seguidos por los sostenes civiles y militares del Estado— En relación
con ellos, los otros estratos de la sociedad aparecen si no como comparsas, sí
como inferiores, subordinados y como elem entos externos. Exactamente esa
misma idea encierra la identificación de este estamento con el “pueblo” o con
la “nación”. Por lo menos, en tiempos de paz, estos conceptos abarcaban a toda
la población sólo como abstracción, como símbolo de una fantasía fuertemente
cargada de afectos positivos; en la práctica, sin embargo, se incluía en esas
designaciones solamente al propio estamento social.
A todo ello correspondía, como representación consecuente, la imagen
tradicional que, en la m asa del pueblo alemán, existía acerca del Estado. Sus
representantes tenían la experiencia del Estado no como algo que ellos mismos
conformaran, sino como algo externo, constituido por los altos gobernantes, los
que forman parte del poder instituido, los que mandan. En la época imperial,
esta imagen coincidía mucho menos con la realidad —en el sentido de una
distribución realmente observable del poder entre el gobierno y los gobernados,
entre el estamento dominante y estos externos dominados— que anteriormente,
en la Prusia monárquica. En correspondencia con esta situación especial de un
régimen más o menos absolutista y autocrático y un canon tradicional de orden
y obediencia, la estructura de la personalidad de los individuos se ajustaba,
en gran medida, en los Estados alem anes, a un orden social estrictam ente
autocrático y jerárquico. El arraigo de una forma de dominio autocrático crea,
en el carácter de los individuos, una necesidad constante de una estructura
social que corresponda a esta estructura de personalidad, es decir, la necesidad
de una jerarquía sólida de supra y subordinación que se m anifieste, entre
otras cosas, en las formas estrictamente ritualizadas de distanciamiento social
ya que, en realidad, en el caso de una estructura de personalidad constituida
de esta manera, la formaiización social establecida como orden y obediencia,
facilita la orientación del trato y las relaciones sociales con otras personas, así
como la solución de los problemas que en ello puedan surgir. Una formaiización
de ese tipo lim ita de manera precisa el margen de decisión de cada individuo,
pues le ofrece, gracias a los lineam ientos de responsabilidad y competencia,
un apoyo firme en sus propias decisiones, haciendo posible a la vez un control
relativamente fácil de las tensiones personales. Estas, en efecto, crecerían de
inmediato, si esta jerárquica armazón social se debilitara o si fuera sacudida
en sus fundamentos.
6) El episodio que hemos citado puede, por lo tanto, servir con provecho como
punto de partida para la investigación adicional del problema de la formali-
zación. El ejercicio de la violencia que permitía el estrato superior prusiano
y al que obligaba a sus miembros no era simplemente de un tipo arbitrario;
se trataba de una forma de acción violenta formalizada de manera extrema.
Sin duda, las pasiones y los miedos intervenían en ello, pero se encontraban
sometidos a un “férreo control” por medio de un ritual social minuciosamente
elaborado. El duelo Hinckeldey-Rochow nos permite tener una idea de ello.
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Era del todo evidente que el director de la policía berlinesa temía a su rival.
Además, no es raro que el miedo de quien maneja un instrumento contribuya
al surgimiento de problemas técnicos, a que las a m a s fallen. No cabe duda que
Hinckeldey sabía que su oponente era un notable tirador, y que presentía que se
había propuesto matarlo. Pero la presión social ejercida sobre él, la restricción
heterónoma para autorrestringirse, no le dejaba otra opción. Abandonar el duelo
no sólo hubiera tenido como consecuencia la pérdida de su puesto, sino también
de todo aquello que daba sentido a su vida.35 Es posible que von Rochow hubiera
sabido que él era el mejor tirador. Tal vez lo alegraba —una alegría vinculada a
su enojo— mostrar al director de policía que lo había distraído de sus juegos de
casino cuál era su lugar. Disparó al pulmón, así que es evidente que su intención
era matar a Hinckeldey sabiendo que nada le podía pasar.
Se descubre aquí, con gran claridad, la restricción en las formas de trato a
que se sujetaban esos estratos superiores. Cuando hablamos de un abanico de
formalidad/informalidad, nos estamos refiriendo no sólo al ámbito de lo que, en
un sentido estrecho, se podría llamar maneras. No nos referimos solamente a
hábitos como el de dar la mano a cada uno de los presentes al llegar a una casa
o decir simplemente “¡hola!”, o al de llevar o no flores a la señora de la casa
cuando se visita a una familia. Con ello queremos referirnos, más bien, al grado
y la fuerza de los rituales sociales ligados al comportamiento de las personas
en el trato con la gente, hasta el fin de sus días.
Por otra parte, en esta historia resalta la relación entre estructura social
y estructura de la personalidad. Las sociedades en que, si bien en una forma
extremadamente formalizada, el uso de la violencia física en el trato se tolera o,
como en este caso, prácticamente se fomenta, favorecen el desarrollo de formas
ideológicas, perceptivas y prácticas que permiten, a quien es físicamente más
fuerte, “comportarse groseramente”y sin consideración con otras personas, tan
pronto creen percibir en ellas alguna debilidad. La dinámica inmanente de los
grupos humanos en que se concede al uso de la violencia física un papel deter
minante en el trato y las relaciones sociales, aunque sea en la manera altamente
formalizada del duelo y de las cicatrices entre los estudiantes corporativos,
los conduce constantemente al ascenso en ellos de un tipo de personas que se
35. Tal vez sea ú til agregar aquí que a lo largo del siglo XIX, sobre todo con la integración
de los funcionarios burgueses de alto nivel y los profesores a la sociedad cortesana del
imperio, el m anejo arbitrario del honor hizo posible una interpretación más tolerante
del código, en especial, en el caso de los civiles. Cuando, a principios de 1894, el mordaz
Freiherr von Stumm -Hallberg desafió a duelo al conocido consejero secreto Adolf Wagner.
este últim o lo buscaría para establecer un jurado de honor. Se declaró dispuesto a retirar
las afirmaciones que von Stumm consideraba ultrajantes si mostraba la misma disposición
en lo relativo a sus propias ofensas. H asta donde puede constatarse, el jurado decidió de
acuerdo con él, el duelo no se realizó. La buena sociedad cortesana en la que se movía von
Stumm no estuvo muy de acuerdo con el comportamiento del estudioso pero, habiéndose
apegado a las reglas del código de honor, no se le podía, en rigor, echar nada en cara.
ejemplo se debe a Zobeltitz, op. cit., vol. 1, p. 10.
C iv il iz a c ió n e in f o r m a u z a c ió n 91
distinguen, no sólo por su fuerza o habilidad físicas, sino por experimentar placer
y alegría al someter, siempre que se presenta la oportunidad, a otras personas
con las armas o con las palabras. Tal y como ocurre en sociedades más simples
y menos pacificadas, los enclaves de la acción violenta formalizada dan al más
fuerte o al más hábil, al más agresivo, al golpeador y pendenciero, incluso en las
sociedades m ás pacificadas, la oportunidad de tiranizar a otros y de recibir con
ello, al mismo tiempo, una gran atención social. El acto violento formalizado del
duelo no era, como hemos dicho antes, un hecho social aislado, sino sintomático
de ciertas estructuras sociales; tenía una función específica para las clases socia
les de cuyas estrategias de comportamiento formaba parte; era característico de
un tipo específico de estrategias de trato entre las personas, del tipo dominante
en tales círculos, y, también, de una valoración específica de ellas
Cuando hablamos de las funciones que tiene el batirse en duelo para los
estratos dominantes de la sociedad, esto no debe entenderse como que tales
funciones sean reconocidas por las personas que constituyen estos grupos
y declaradas expresam ente como el objetivo claro y unívoco de tal ejercicio.
Entre las peculiaridades de estas funciones, hay una que merece ser estudiada
con mayor detenimiento, aunque no precisamente en este contexto. Quienes
formaban parte de estos estratos eran conscientes, de alguna manera, de que
instituciones como el duelo tenían una función específica para su existencia
social. Pero su reconocimiento de esta función no encontró ninguna expresión
directa en la comunicación entre ellos ni con otros grupos, si bien no faltan
manifestaciones indirectas de ella. Había además legitimaciones directas del
duelo que, en general, servían más para ocultar sus funciones sociales reales
que para sacarlas a la luz. Se hablaba, por ejemplo, de la necesidad de que un
oficial demostrara su valor cuando fuera necesario y de estar siempre dispuesto
a defender con las armas en la mano su nombre y el de su familia de cualquier
mácula ocasionada por los chismes de otros. Se hablaba del gran valor educativo
del duelo, no sólo para los oficiales del ejército, sino también para los civiles,
como una preparación para las tareas a cumplir al servicio de la nación.
Las funciones ocultas bajo estas y otras legitimaciones expresas eran de otro
tipo. Tal vez se vean con mayor claridad si se compara de nuevo el duelo, como
medio para dirimir conflictos entre personas del mismo rango en los estratos
superiores, con los medios de solución de los conflictos personales entre las clases
inferiores. Consideremos las palizas, el darse de golpes. Más allá de las razones
profundas que haya en la enem istad de dos personas que llegan a los golpes,
lo que aparece normalmente es, en rápida sucesión, discusión y acciones. La
espontaneidad de los sentimientos, el enojo, la rabia, el odio, toda la fuerza de
las pasiones entra aquí. Tal espontaneidad es poco amortiguada por un entrena
miento social que prescriba a las personas determinados patrones de lucha física
en caso de conflictos no armados pero violentos. En comparación con el duelo, la
riña espontánea a golpes posee, aún en el caso de estar influida por patrones de
competencia deportiva como la lucha y el box, un carácter altamente informal.
Por el contrario, el duelo constituye un ejemplo de un tipo altamente formalizado
92 N o rbert E l ia s | Los A l e m a n e s
7) Son fenóm enos del tipo que acabam os de m encionar, los que se producen
a consecuencia de d e te rm in a d o s d esp lazam ien to s sociales de poder y a los
q u e se a lu d e c u a n d o se h a b la de u n a fo rm alizació n o de u n im p u lso a la
inform alización. E n los ú ltim o s tiem pos, se h a discutido con frecuencia, en
p a rtic u la r u n proceso de e ste g énero al que se alu d e con expresiones como
“sociedad permisiva". Sin embargo, es muy difícil que pueda hacerse justicia
al fenómeno en discusión recurriendo a conceptos de esta especie. Sin duda se
trata, en lo esencial, de u n desmontaje parcial de usos y costumbres formali
zado tradicionalmente. De acuerdo con esto, el carácter y las dimensiones del
proceso de informalización, producidos con múltiples retrocesos y avances a lo
largo del siglo XX, sólo resultan claramente conscientes cuando se observan las
dimensiones y el carácter de la formalización peculiar al equilibrio de poder
relativo a los estratos medio y superior. Sólo entonces está uno en condiciones
de precisar el problema que presenta al investigador la disolución de muchas
reglas anteriormente canonizadas de la vida comunitaria.
En otras palabras, para aclarar los fundamentos y la estructura del impulso
contemporáneo a la informalización, es necesario analizar el impulso formali-
zador de la fase anterior, es decir, el avance que se da en Alemania durante la
unificación de los territorios de gobierno alemanes por el estamento cortesano-
imperial. Sólo con una visión ampliada de este tipo, puede uno aproximarse
a una conclusión acerca de si, en el impulso a la informalización de nuestros
días lo que tenemos es simple y sencillamente un colapso de los mecanismos
civilizatorios de autocontrol o si se trata, más bien, de un desmontaje de for-
malizaciones que han perdido parcial o totalm ente su función a consecuencia
de las transformaciones sociales.
Si tenemos presente el desarrollo de los patrones de comportamiento de
los estratos superiores y medios en Alemania, en una sociedad hasta hacía
poco monárquica-prusiana y ahora cortesana-imperial, podremos constatar
cierto endurecimiento y rigorización de las formas de trato, un énfasis en la
etiqueta y el ceremonial. No se trata, sin embargo, de un proceso abrupto. La
transformación en este sentido era todavía relativamente poco perceptible en
vida del emperador; se reforzaría en el periodo de gobierno de Guillermo II.
Mientras que el viejo emperador, por ejemplo, se hacía presentar a personas
desconocidas en los bailes a que se asistía y charlaba animadamente con ellas,
Guillermo II prefería la distancia. En su época, las ceremonias se harían cada
vez más precisas y lujosas, los movimientos de las personas más mecánicos y
rígidos, los arreglos de las damas más elegantes, sus joyas más ricas. Al mismo
tiempo se hace más agitada la competencia por el estatus en la “buena sociedad”
en un sentido amplio: sus miembros compiten en la decoración de sus casas y
en la exquisitez de los banquetes ofrecidos a sus huéspedes, al igual que en el
monto de lo que se arriesga en los casinos o en las apuestas en el caso de las
carreras de caballos. Como Luis XIV, Guillermo II ama también las grandes
ceremonias como m anifestaciones de su dignidad y grandeza. En Alemania
como en la Francia de finales del siglo XVII y principios del XVIII, esta forma
de autoexhibición sirve como símbolo visible del poder y de la distancia social,
como instrumento de dominio.
Con demasiada frecuencia se olvida en la actualidad que en Alemania hubo
todavía, durante las dos primeras décadas de este siglo, una superior y poderosa
sociedad cortesana compuesta por los considerados honorables, que extendía sus
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gran maestro, colocó en su cuello las cadenas, hizo la acolada y, una vez que
hubieron juramentado sus deberes de caballeros, los saludó de mano...
Menos rígido y solemne, pero más animado y no menos grandioso en
su colorido, fue el gran desfile el miércoles. Para el oficial joven que por
primera vez tiene la oportunidad de pisar el tablado de la corte, este es un
día de especial alegría. Como en estos días la cantidad de invitados a palacio
suele ser enorme, la oficina de ceremonial tiene no poco trabajo regulando
las llegadas y las reuniones. Aún los espacios del archivo que se encuentran
en la planta baja tienen que utilizarse. Esta vez, el recorrido comenzó en
los apartamentos imperiales. A la llamada gran avanzada, integrada por la
totalidad de los funcionarios de la corte y encabezados por el chambelán
supremo, el príncipe heredero de Hohenlohe-Oehringer, la seguían la pareja
imperial, las princesas y príncipes. Todo el cuerpo de pajes estaba también
formado; los pajes personales de la emperatriz y de las princesas llevaban
la cola de sus vestidos lo que, por lo demás, parecería más fácil de lo que era
en realidad, pues requería de una atención constante, además de una gran
habilidad para seguir cada movimiento de la dama respectiva. En otros
tiempos, quienes iban a ocupar ese cargo practicaban en el cuerpo de cadetes
el arte de llevar la cola de los vestidos, en general sirviéndose de sábanas
que los “mochilas”, esto es, los cadetes novicios debían sujetarse alrededor de
la cintura. Una vez que sus majestades habían ocupado el trono en la Sala
de los Caballeros y que habían ocupado también sus lugares a su derecha e
izquierda los príncipes y las princesas, la corte y los huéspedes extranjeros,
comenzó con un acompañamiento musical el propio desfile.”
Una de las fiestas más importantes del II Imperio alemán era el cumpleaños
del emperador. Durante el gobierno de Guillermo II, este día, 29 de enero, se
convirtió en una celebración cargada de cerem onias en todo el país. Tanto
oficiales como estudiantes lo festejaban en sus campamentos y en sus casas, la
escuela se suspendía, se izaban banderas en todas las grandes ciudades, y en
Berlín se realizaba el ascenso a palacio para felicitar al emperador. Las calles
que conducían al castillo —adornado esta vez con numerosas banderas— se
cerraban para no perder el control de la masa popular, pues resultaba para esta
una gran atracción ver pasar las pesadas y lujosas carrozas y los altos dignata
rios que iban en ellas. Después del desfile de felicitación en palacio tuvo lugar
todavía una ceremonia militar, el gran pronunciamiento solemne militar. Con
frecuencia nevaba y, por esta razón se hablaba mucho del “clima Hohenzollem”.
En ceremonias al aire libre se esperaba, en atención al emperador, a que el cielo
aclarara. Este es un informe del pronunciamiento hecho en el cumpleaños del
emperador en el año de 1897:38
3 8 . Ibid., v o l. 1. p . 1 4 4 .
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palacio había dado inicio el desfile de felicitación. Sim ultáneam ente y con
ruidoso paso acompasado, avanzó una compañía del Regimiento de Granaderos
de la G uardia del Emperador, Francisco II, apostándose frente a la Armería.
El público se inquietó. Se acercaba la hora del pronunciam iento solemne.
La m ultitud se arremolinó; los policías, con la cortesía de siempre, apenas si
podían contener el asalto del pueblo... Se escucharon entonces vivas y gritos
de júbilo in crescendo. Del castillo y en dirección a la arm ería se acercaba una
pomposa comitiva. M archaba adelante el festejado, el emperador, enfundado
en un abrigo gris de am plias solapas de piel, con la banda anaranjada del
águila negra y el chal encima, cubriendo su cabeza con u n yelmo emplumado.
Su rostro, ligeram ente sonrosado, resplandecía de salud y bienestar. A su
lado iba el general que comandaba el Cuerpo de Guardia, h err von Winter-
feld, con quien el emperador hacía comentarios ocasionales; tras él iban los
comandantes del cuartel principal, los generales y ayudantes, una multitud
de altos oficiales. El emperador pasó revista a la prim era fila de la compañía,
saludando luego al comandante de la Armería. D urante el pronunciamiento
solemne —que era, como siempre en tales ocasiones, “¡Viva el emperador y
rey!”—, el Cuerpo de Música de los Alejandrinos entonó una serie de alegres
m archas. Después redoblaron los tambores, se escucharon los cornos y los
piccolli —había dado inicio el desfile... Nuevas aclamaciones; la ceremonia ha
term inado y la procesión acompañó al emperador de vuelta a palacio...
Un individuo sarcástico dijo que eran las cruces ante las cuales el caballero
h ab ía olvidado vencer su orgullo. Que n uestros tiem pos era n los de los
uniformes era algo que quedaba claram ente de manifiesto con la apariencia
de gran cantidad de los consejeros gubernamentales: el prim er consejero, el
segundo consejero, el consejero secreto y otros que habían aparecido vestidos
de corte con bordados de rados y cintas de igual calidad en las medias. En
otros tiempos, ningún consejero de gobierno se habría vestido de uniforme,
el frac resultaba suficiente; pero los tiempos cambian y con ellos también los
consejeros de gobierno.
La Comisión de Trabajo parecía h ab er esperado algo m ás de cordialidad
Aquí podemos verlo con toda claridad: en la corte está en curso un impulso
a la formaiización y es precisamente la burguesía comercial e industrial la que
no lleva el paso. Es posible que ni siquiera entre los representantes más activos
y capaces de la industriosidad burguesa se hubiera difundido que el emperador,
como supremo señor, exigía que cualquier encuentro con él fuera acompañado
de los debidos ceremoniales y que al mismo tiempo uno se quitara también de
la nariz los quevedos como muestra del debido respeto. En señal de desagrado
no invitaría luego a los evidentemente confundidos miembros de la comisión a
desayunar a su yate. Quitarse los quevedos al saludar a alguien que ocupa un
lugar más alto en la jerarquía social: aquí tenemos en miniatura un síntoma
del impulso a la formaiización, al mismo tiempo que podemos percatarnos de la
pequeña prueba de fuerza que se esconde tras ello. El emperador tiene el poder de
otorgar o rehusar muestras de gracia o favor. Para una burguesía de comerciantes
y empresarios que, en cuanto a poder y estatus, constituía, en comparación con
la sociedad imperial cortesana, un estrato subordinado de segunda clase, esta
muestra de insatisfacción del emperador tenía un gran significado. Tendrían,
siguiendo los consejos de Zobelitz, que recurrir a una personalidad apropiada,
esto es, a alguien de la corte, para solicitar previamente consejo.
El creciente impulso a la formaiización se hace también igualmente evidente
durante la época de Guillermo II, aunque de otro modo, en que en una ocasión
festiva tuvieran que presentarse todos los funcionarios de alto rango, los conse
jeros de gobierno, los consejeros superiores de gobierno, los consejeros secretos,
los consejeros secretos reales, con el uniforme con bordados de oro de la corte.
En la sociedad cortesana aristocrática del II Imperio alemán y, particularmente
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bajo Guillermo II, los uniformes adquieren un prestigio especial. Su falta misma
entre las personas vestidas de frac, de los civiles, permitía ya identificarlas como
individuos de segunda clase. Por tanto, como muestra de gracia, el emperador, al
igual que otros príncipes reinantes, concede a los altos funcionarios de la ad¿j.
nistración civil, que, en realidad, no tenían ningún derecho a llevar uniforme, por
lo menos el de vestir un uniforme de corte correspondiente a su cargo. Zobelitz
que, particularmente a este respecto, posee un ojo bastante agudo, observa que
estos costosos uniformes recamados de oro de la aristocracia cortesana eran
cada vez de peor gusto, y que algunas personas vestidas con ellos provocaban
en ocasiones la impresión de ser porteros de algún hotel elegante de París.
La “trenza de la corte”, de que habla Zobelitz, o la vida en una época que
“concede gran importancia a los modales” son también indicadores del impulso
a la formalización de un régimen que, quizá, en mayor medida y habilidad
por parte de sus dirigentes, se habría transformado en una monarquía cons
titucional, por la creciente presión de las clases industriales. Pero el canon de
los grupos dominantes estaba imbuido, de manera decisiva, por la inflexible
tradición militar de orden y obediencia. En la visión que el emperador tenía
de sí mismo, eran su persona y su círculo cortesano los elementos que, en
realidad, constituían Alemania. Se encontraba ya demasiado sometido a la
crítica pública, como para poder decir abiertamente lo que es posible que Luis
XIV no haya dicho nunca de manera explícita, la frase que se le atribuye: L ‘Étai
c'est moi. Sin embargo, la tradición de la que provenía, así como el aparato de
gobierno cuasi autocrático a su disposición, hacían posible que pensara lo que
muchos dictadores contemporáneos parecen creer sinceramente: que la oposición
contra los gobernantes equivale, en realidad, a una traición a la patria. No es
posible entender la rigidez característica de las estrategias imperiales y, por lo
tanto, tampoco el impulso a la formalización que tiene lugar durante la época
guillermista, si no se toma en cuenta que se trataba de un régimen que se sentía
amenazado, es decir, de un régimen que carecía de seguridad en sí mismo. La
marcada y acelerada industrialización que tuvo lugar desde 1871 en todas
direcciones, con el objeto de lograr el equilibrio del país, debilita el predominio de
los estratos tradicionalmente privilegiados agrupados en la corte, en el ejército
y en todo el círculo en tomo al emperador. Por otra parte, la unión nacional que
la dinastía imperial había impulsado y de la que el emperador, el ejército y la
corte se habían convertido en símbolos, reforzaba su régimen.
La imagen de este impulso a la formalización no estaría equilibrada sin una
referencia, aunque sea breve, a la latente oposición al régimen y a la completa
incomprensión de ella por los círculos superiores. No quiero privarme de citar
o tro extracto de la crónica de Zobelitz que ilustra fehacientemente, con un
pequeño ejemplo, la actitud de los privilegiados en relación con los “camaradas
apatridas”, al igual que lo ridículo de sus formalidades:40
4 0 . I b id ., v o l. 1. p p . 7 7 y s s .
C ivilización e inform alizació n 101
8 de septiembre [1895]
41 . Ibid. v o l . 1. p p . 5 y s . s .
C ivilización e inform alizació n 103
miembros del mismo grupo. Este sentim iento unía aún a los peores enemigos y
encontraba su expresión no sólo en la observación rigurosa y común de rituales
como el duelo. E ste era, sin lugar a dudas, uno de los factores que daba una
gran consistencia y un alto grado de cohesión al tejido aparentemente laxo
de la formación social de una buena sociedad, a pesar de la ausencia de una
organización explícita al respecto. En este contexto, el desfile autoexhibitorio y
renovado anualmente de sus miembros, en bailes, bazares de caridad, visitas a
la ópera, ceremonias m ilitares y cortesanas y muchas otras ocasiones festivas,
tenía la función de un reforzamiento constante de la solidaridad, del sentimiento
de grupo y de pertenencia y de superioridad sobre los excluidos, sobre la masa
del pueblo, cuyos representantes podían jugar el papel de espectadores jubi
losos y aplaudidores y tener, de vez en cuando, una imagen del estrato social
superior reunido ceremonialmente, lo que contribuía a exaltar aún más en sus
componentes su elevado valor.
Los miembros de los grupos superiores, sobre todo, aquellos que formaban
parte del círculo estrechamente unido de la nobleza prusiana y, en general, de
la nobleza alemana y que habían crecido en él, estaban familiarizados desde la
infancia con sus símbolos de pertenencia a la “buena sociedad”. Estos símbolos
les servían como criterio, no sólo para verse a s í mismos, sino también para
ver a los otros, un criterio del que, lógicamente, se servían sin ser realmente
conscientes de que juzgaban y valoraban a otras personas de acuerdo con
pautas correspondientes a su propio es trato. Todos juzgaban en sus círculos a
las personas de esta manera, llegando a considerar como algo natural su forma
de hacerlo. No había razón para pensar de otro modo.
En la crónica de Zobelitz pueden encontrarse numerosos ejemplos de este
uso no consciente de un modelo de persona que corresponde a un estrato
específico como criterio para juzgar a las personas en general. Zobelitz mismo
no era, en realidad, m ás que un aristócrata de m ente estrecha. Si bien es
cierto que los sucesos que tenían lugar en el mundo de la nobleza son los que
suscitan principalmente su interés, tam bién m antenía relaciones con otros
círculos, por lo que mostraba una buena dosis de benéfica tolerancia en ellas.
Y justam ente porque es en la época del II Imperio, cuando los elem entos
esenciales del canon de la nobleza son absorbidos en buena medida por ciertos
sectores de los estratos burgueses, pasando luego, a formar parte del canon
nacional alemán, es que resulta instructivo considerar de paso un ejemplo de
un juicio personal de Zobelitz. El 18 de mayo de 1913, Zobelitz publica una
nota necrológica dedicada a Erich Schmidt, descubridor de la versión original
de Fausto y profesor de literatura alemana, quien había sido también rector
de la Universidad de Berlín. El siguiente es un fragmento de la nota:42
42. íbid, v o l. 2 . p . 3 1 8 .
104 N orbert E l ia s | Los A l e m a n e s
4 3 . Ihid., v o l. 2 . p . 3 0 9
C ivilización e inform alización 105
44. Ibid., v o l. 2 . p p . 3 5 1 y s s .
106 N orbert E lias | L o s A lem a n es
vestidos de mujer no sólo son ahora del tipo que nos suscita una agradable
sorpresa, del que nos hace exclamar “ Oh!” sino que en ocasiones, han pasado
definitivamente a ser del que nos quita el aliento, ante el que sólo tenemos
un “¡Pfui!” El hecho de que las jóvenes damas de la llamada buena sociedad
enseñen las piernas hasta la rodilla cada vez que hacen un movimiento, indica
una extraña falta de sentido del pudor. Los trajes que hoy vemos a diario en
las calles y reuniones habrían sido impensables veinte años atrás. Es posible
que las ninfas del Palais Royal hayan llevado vestimentas similares durante
la época del Directorio. En aquellos tiempos la revolución había dado, desde
arriba, el impulso para una transformación del género. En nuestros días, el
impulso viene, más bien, del centro misino de la decente e industriosa burgue
sía. Porque es un hecho que las damas con falda abierta y escotes atrevidos
no son, pos de tout, miyerzuelas salidas de algún local nocturno, sino hijas de
buenas familias. Precisamente esto es lo escandaloso.
Por lo demás, también la vestimenta masculina se ha hecho demasiado
informal. Puede pasar todavía que uno lleve el sombrero en la mano y no
puesto. Pero que el saco se lleve sobre el brazo y que se salga a pasear en
mangas de camisa es algo que, definitivamente, raya en modos que más
bien estarían bien para un aprendiz de artesano manual. No lo disculpa en
nada el que la camisa sea tan blanca como una nube; resulta indecente y da
a entender también una falta de pudor exhibirse públicamente con ropa que
no corresponde al uso social.
Este fragmento nos permite dar una mirada fugaz a los inicios del impulso
de largo alcance dado a la informalización del vestido, un impulso que será
realizado plenamente en el siglo XX. En el curso del mismo salen a la luz las
piernas y el busto de las damas, que emergen de un ocultamiento al que habían
sido confinados como signo claro del predominio inalterado de los hombres.
También a estos les será posible ahora, en el contexto de este desarrollo,
mostrarse públicamente sin sombrero, sin perder por ello el respeto de sus
conciudadanos y su categoría de personas respetables. Los hombres pueden
ahora atreverse a pasear en mangas de camisa o incluso a presentarse así en la
oficina sin que por ello se los mire de reojo. De cualquier modo, el grado de esta
informalización en el vestido no es el mismo en todos los países. En Alemania,
por ejemplo, se concede todavía hoy, más valor a la ropa masculina formal,
entallada y cortada a la medida y se está menos dispuesto a quitarse el saco y
a andar en mangas de camisa que, digamos, en Estados Unidos. En Alemania
se ha preservado una parte de la regla que dispone que un hombre debe verse
“como salido de un molde” lo que es, sin duda, parte de las formas de trato
ostentosas. En el canon inglés del vestir son particularmente estimados otros
signos relativamente menos notorios, por ejemplo, la calidad de los materiales o
un buen y discreto corte. Que un profesor de Cambridge, que un Cambridge-Don,
le haya dado alguna vez un pantalón nuevo a uno de sus estudiantes para que lo
usara y adquiriera así el aspecto de lo usado es, por supuesto, un mito, aunque
significativo.
C ivilización e inform alización 107
4 5 . Jbitl. ( n o t a 3 2 ) , v o l. 1, p . 6 9 .
C ivilización e inform alización 109
Pero una vez alcanzadas sus m etas nacionales, las organizaciones de este tip0
renunciarían a los objetivos sociales que antes se habían planteado, y aceptarían
la desigualdad, el carácter subordinado de su propia existencia social como civiles
al igual que la posición privilegiada en el II Imperio de los estratos dominantes
de la nobleza: era el precio a pagar por sus propios y no escritos privilegios, por
su elevación sobre la masa, en contra de las crecientes presiones de los estratos
inferiores; en realidad, a la par de la unidad nacional tuvo lugar una unificación
de la organización partidista de los trabajadores, y un incremento de su potencial
político. Ya en el siglo XIX, es decir, mucho antes de que los bolcheviques tomaran
el poder en Rusia, el temor de una revolución era motivo de inseguridad para los
estratos dominantes alemanes, para aquellas porciones nobles y burguesas de esa
sociedad formada por quienes podían exigir la satisfacción del honor. Zobelitz lo
dice sin tapujos. El 19 de octubre de 1894 escribe:48
49. De manera similar a como las asociaciones estudiantiles sufren una transformación —en cuyo
curso pasan de ser grupos m arginales, en relación a los estratos superiores del estam ento de
poder de su sociedad, a ser grupos que comparten con él la m ism a orientación en la jerarquía
social— se modifica tam bién la relación de los estudiantes organizados en estas corporaciones
con las viejas generaciones; sobre todo, con los antiguos miembros de las asociaciones que
ocupaban ya altos cargos y distinciones. D espués de 1871, los antiguos miembros de estas
asociaciones se agrupan cada vez con mayor frecuencia e n uniones mayores. A partir de los
años ochenta, estas uniones adquieren una gran influencia sobre las asociaciones juveniles:
financian y apoyan la s casas de las asociaciones, m ultiplicadas notoriam ente a raíz de la
competencia que les hacían las asociaciones dispuestas al duelo y como expresión de una
situación económica m ás próspera de los estratos interesados durante la época del II Imperio.
La lucha por el estatus provoca, además, que tales casas sean cada vez más lujosas. Georg Heer
escribe (Paul W entzcke/ Georg Heer, Geschichte d e r deutschen burschenschafl. Heidelberg.
1939» vol. 4, p. 65): “Al principio, e sta s casas eran bastante m odestas... Aproximadamente
a partir de 1900, las casas se harían m ás am plias y se las acondicionaría mejor. Tuvo lu^ar
entonces una denodada competencia entre todas las asociaciones estudiantiles, no sólo entre
las diferentes asociaciones, por construirse casas cada vez m ás elegantes”.
112 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
10) Ya hemos explicado que la educación de los jóvenes —en aquellos tiempos
se habla apenas, más bien como excepción, de estudiantes del sexo femenino—,
en el sentido de imbuir en ellos un canon unificado de los estratos su p e r io r e s, es
una de las funciones no planeadas ni explícitas que desempeñan las asociaciones
estudiantiles violentas. Particularmente el bautismo de sangre de la cicatriz
como prueba, contribuía a la nivelación del comportamiento y de la forma de
pensar de los descendientes de familias decentes, aunque no muy distinguidas,
con la ideología y las costumbres de las “viejas” familias.50
50, La educación para el duelo, es decir, para una forma de violencia estrictamente regíame*1'
C ivilizac ió n e info r m a liza c ió n 113
tada, ten ía tam bién, sin duda, su propio peso. Satisfacía las necesidades de los jóvenes que,
por ejem plo y a l m ism o tiem po en Inglaterra, se servían de las com petencias depnrttvat-
para el m isin o fin. Pero servía igu alm en te como preparación para u n a sociedad donde, en
todo m om ento, esta b a p resente para un hombre la posibilidad de ser desafiado a duelo o
de tener que hacerlo él m ism o, (Por lo dem ás, no sería sino h asta el 26 de mayo do
que, por ley, se decretaría que la prueba estu d ian til no era legalm ente punible i
114 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
* N. del T. [Es decir, un colega m ás antiguo que fungiera como una especie de tutor para él
en la asociación]
C ivilizac ió n e inform alizació n 115
los estudiantes en las asociaciones— eran demasiado débiles para resistir los
impulsos que, en parte, esta misma d ase de vida hacía aflorar con renovada
energía. En otras palabras: la sociedad estaba diseñada de modo tal que, en el
individuo educado en ella se produjera la necesidad de una sociedad de este
tipo, pues su instancia individual de conciencia dependía de sus directrices.
Siendo demasiado débil para tener bajo control los impulsos instintivos más
elementales, tenía necesidad de órdenes y mandatos dados por otros, o dados
a otros, para tener alguna eficacia. La formación de una conciencia en que el
entrenamiento del carácter que las asociaciones impartían dejaba su impronta
es, por lo tanto, notoriamente afin a la implantada en el entrenamiento al que se
sometía a los oficiales en el ejército, inmersos también, a fondo, en una jerarquía
de mandato y obediencia.
Ahora bien, la imagen de grupos constituidos de manera que los individuos
que forman parte de ellos desarrollen una conciencia independiente y de fun
cionamiento completamente autónomo es, sin lugar a dudas, una exageración
idealista típica. En la realidad, un individuo no es nunca —menos en caso
de enfermedad— enteramente independiente en sus determinaciones, en la
dirección que toma su vida, del significado que pueda tener la realización de su
proyecto de acción, tanto para otros como para él mismo. Lo que puede observar
se es, en realidad y solamente, un grado mayor o menor de relativa autonomía
de la conciencia individual, una mayor proporción de restricciones autónomas o
heterónomas en las decisiones del individuo. En consecuencia, lo dicho antes sólo
puede significar que la estructura individual del carácter, a cuya constitución,
con la ayuda del canon estudiantil y militar, se orientaba la educación, incluía
una porción bastante grande de dependencia de la conciencia individual de
otras personas y, por lo tanto, también una dependencia más o menos grande
del apoyo que los mecanismos propios de autocontrol de los impulsos instintivos
inmediatos recibieran de parte de las restricciones heterónomas.
El concepto mismo de honor remite también a esa estructura porque, sin
importar el grado en que la conciencia del honor propio influya en la dirección
que tome la autoorientación, el temor de una pérdida del honor ante los ojos
de los demás, del grupo, del “nosotros”, tiene siempre una función central como
reforzamiento de la autorrestricción necesaria para comportarse tal y como lo
exige el código de honor.
Esto coincide con la circunstancia de que el concepto de honor, considerado
como un hecho social —no filosófico— observable, desempeña un papel central
en los grupos donde el vínculo entre las personas es muy estrecho, concretamente
y en particular, en los grupos guerreros y afines. Originalmente, eran sobre todo los
estamentos guerreros los que encontraban su legitimación en un código de honor,
es decir, en la conjunción de violencia y valor. Por su parte, los estratos civiles
pacificados se legitimaban mucho más, para decirlo formalmente, por medio del
símbolo conceptual de la honorabilidad o de la honradez. El concepto de honor
es. al mismo tiempo, un medio y un signo de distinción social para quienes son
L
Crm jZACIÓN E INFORMALIZACIÓN 117
tipo, adquiriendo también, gracias a esta presión, una dinámica propia; pero
en su orientación podían intervenir, en realidad muy poco, las personas ligadas
entre sí de esa manera, sobre todo porque en última instancia, tal dinámica
dependía de la situación general y de la transformación de los grupos sociales
correspondientes.
En el caso de las pruebas de determinación, esta dinámica conduciría a un
aumento constante de las exigencias acerca de la actitud que debían observar los
oponentes. Se eliminarían así las gorras que protegían la cabeza. st> limitarían
los movimientos que hacían más fácil neutralizar los golpes en contra, etc.
Los estudiantes elegidos por su asociación para una competencia de ese tipo
debían devolver golpe por golpe, aunque sólo podían mover la mano y el brazo.
En consecuencia, se rediyo la duración de los encuentros porque la mayoría de
los jóvenes estudiantes sólo podía satisfacer durante periodos muy breves las
exigencias qvie se les planteaban. Los esgrimistas mismos dependían cada vez
más de sus secundantes —en general, miembros de generaciones anteriores—
que eran los encargados de vigilar la observación estricta de las reglas.
En su Geschichte der deutschen burschenschaft, Georg Heer señala que
la guerra de 1870-71 constituye un hito en el desarrollo de las asociaciones
dispuestas a tales enfrentamientos.51 Heer menciona, entre otras cosas que,
desde entonces, “La vida en las burschenschaften se hace más plana, adquiriendo
prioridad el cultivo del armamento estudiantil, con el consecuente descuido de la
educación sobre el patriotismo, la formación científica y moral y la preparación
física, produciéndose asimismo una tendencia hacia el exterior.”
Heer informa también que los miembros de una asociación acechaban en
forma creciente a sus otros colegas, esperando que alguno de ellos mostrara
alguna debilidad o cometiera errores durante una prueba para obligarlo, por
medio de una decisión comunitaria, a realizar la llamada prueba de purificación
y, de no quedar satisfechos tampoco con el desempeño del afectado, expulsarlo
de la asociación.58 Entre los secundantes se imponía cada vez más la tendencia
a culpar a los contrarios de haber cometido errores de procedimiento. Estos, por
su parte, se preparaban para refutar tales afirmaciones, pudiendo ocurrir que
los secundantes mismos se enfrascaran en discusiones y se desafiar a duelo.
Este debía tener lugar en el acto y, en ocasiones, durante el mismo aquellos otros
estudiantes que fungían ahora como secundantes también litigaban, llegándose
nuevamente a otro duelo. Como Heer o b se rv a es to condujo a que, en general,
se desempeñaran como secundantes gente pendenciera y proclive a la violencia
que encontraba algún gozo en tales peleas.
Como sea, después de 1871, la lucha entre dos personas, ya fuera en la forma
de una prueba de determinación o en la de un duelo con armas pesadas —dado
el caso, incluso con pistolas— se convertiría en el núcleo mismo de la vida de
las asociaciones de este tipo. Si en otras situaciones (de las que podríamos dar
ejemplos) lo que encontramos es una dinámica de refinamiento, la que aquí
hallamos es una de vulgarización y rudeza. Su conexión con una formalización
do la acción violenta puede ser reconocida con facilidad.
La práctica social de las relaciones interpersonales que corresponde al
código de honor, en primer término la reducción al duelo — aunque también la
obligación de participar en las competencias de bebida y de brindis, así como
otros derivados estudiantiles del canon guerrero— tenía una doble función:
representaba tanto una selección humana, en el sentido de unas estructuras
de personalidad muy específicas, como una educación, en cuanto a actitudes
valorativas muy determinadas. Como suele ocurrir en sociedades con un carácter
guerrero, esta selección favoreció a los que eran físicamente más fuertes, a los
más diestros, a los más rapaces, a los pendencieros. Esta educación preparaba al
individuo para una sociedad con desigualdades notoriamente jerárquicas, donde,
en cada caso, el que ocupaba una posición más alta se comportaba también de
manera ostensible como persona superior, como alguien mejor, haciendo sentir
esto a todos los que tenían una posición más baja, a todos los inferiores, a todos
los que eran más débiles y “peores” que él.
Considerado de manera global, el desarrollo del canon de las asociaciones
dispuestas al enfrentamiento durante la época del II Imperio, constituye un
impulso en dirección a un aumento de los rituales y a un mayor énfasis en
ellos, en la acción violenta formalizada. Los miembros contemporáneos de
la sociedad de honorables consideraban que la dinámica del ejercicio ritual
de la violencia, como una lucha entre dos personas —ya fuera en forma de
una prueba de determinación, o en la de resolver asuntos de honor con las
armas en la mano— era, en el fondo, una institución positiva que había que
apoyar. El grado en que las llamadas deformaciones eran, en realidad, aspectos
negativos de la dinámica inmanente de las asociaciones estudiantiles, esto es,
tendencias a la transformación —o implantadas por el canon de las mismas— en
la relación entre las personas, es puesto de manifiesto por el sonado fracaso de
los repetidos intentos de reformarlas. Heer describe algunos de estos intentos
de reforma para lograr la eliminación de “los efectos cancerígenos de un ser
humano degenerado por las pruebas”. Algunos de estos intentos se repetirían en
el periodo que va de finales del siglo XIX al año de 1914. Todavía en el Congreso
Con una elevación despectiva de la nariz, Wemer avanzó entre las mesas de los
deportistas y de las burschenschaften... con la gorra inclinada. Venían de Hessen
y Westfalia. Con un gesto ceremonioso se sentó a la mesa del cimber, donde no
se le dio la bienvenida en voz alta y juvenil con un jovial ‘¡Hola!’, sino con la
alegría medida de que, en dondequiera que se encontraran, hacían siempre gala
los cuerpos estudiantiles, particularmente cuando se sentían observados.
5 4 . Ibid. p. 85.
55. Bloem, op. cit. (ver nota 19). p. 89.
C ivilizac ió n e inform alizació n 123
del individuo como miembro de la clase dominante. Por lo tanto, sus miembros
pagarían un precio por su participación en los privilegios de estatus y poder
de la “buena sociedad”: en presencia de personas del mismo rango o de un
rango superior estarían siempre obligados a presentarse y a legitimarse como
miembros del grupo. Con frecuencia podían abandonarse un poco, cuando no
estaban entre pares. Pero que esto pudiera ocurrir y hasta dónde dependería
de la escala de poder de la sociedad en cuestión.
Esta diferencia en la escala formalidad/informalidad en el trato entre miem
bros del mismo estrato superior y entre los de este con los de estratos inferiores
puede ilustrarse muy sencillamente considerando el canon prevaleciente en las
asociaciones estudiantiles respecto al comportamiento sexual. En su relación
con muchachas del mismo estrato social, los estudiantes de las asociaciones
dispuestas a la violencia debían observar reglas muy precisas e inflexibles, Sin
embargo, la relación que podían tener con mujeres de otros estratos era, en
cuanto a los mandamientos canónicos, bastante libre, permitiéndoles hacer o
dejar de hacer lo que quisieran. Los únicos límites aquí estaban dados exclusi
vamente por las leyes del Estado.
El significado de este conocido código de doble moral masculina para los
jóvenes estudiantes se describe muy vivamente en la multicitada novela de
Bloem. Un estudiante recién salido del pupitre de la escuela y recién llegado a
una ciudad universitaria que ingresaba a una asociación estudiantil, encontraba
en ella una situación que tal vez, nunca hubiera podido imaginar y que al
principio lo sacudía. Ello debido a que un estudiante de este tipo era producto de
esa peculiar educación en que, tanto la casa paterna como la escuela, alejaban de
la esfera de aprendizaje y experiencia del joven cualquier problema relacionado
con la sexualidad.
A pesar de que se transmitían a los jóvenes varones y mujeres muchos otros
conocimientos, se cuidaba al extremo el no hacerlos partícipes de cualquier
conocimiento sobre las relaciones entre hombres y mujeres. Lo que sabían
al respecto se debía a otros jóvenes o había sido tomado de la Biblia y otros
libros, de los que, en secreto, intentaban extraer aquellas informaciones,
esto es, aquellos conocimientos que decían algo sobre uno mismo y que los
adultos cercanos no querían o tal vez no podían comunicar, por encontrarse
ellos mismos inmersos en esa red de inhibiciones o porque tenían que vencer
demasiadas resistencias internas contra el tabú social de una conversación
abierta sobre el tema.
Era frecuente, por lo tanto, que un estudiante llegara a la Universidad sin
ningún tipo de experiencia sexual, sin una comprensión clara de sus propias
necesidades, con un conjunto de ideas y deseos más o menos vagos y difusos
y una conciencia formada de acuerdo con los principios morales que regían
en la casa paterna. Como sus necesidades más apremiantes y los dictados
de su conciencia no eran del todo compatibles, se atormentaba. Los adultos
veían estas cuitas como rasgos característicos de la edad, como signos de 1#
C ivilizac ión e inform alizació n 125
llamada pubertad. E sta es tam bién la im agen que describe Bloem con su
personaje central.
El encuentro con sus colegas de la asociación arranca abruptamente al joven
“zorro” de una situación de este tipo. Las canciones mismas que se entonan allí
muestran muy claro que hay dos clases de muchachas :56
56, Ibid.. p. 11. Algo parecido se presenta también en el informe sobre la reunión de la Sociedad
Marburguense del M useo (pp. 92 y ss.): “Y las madres, al igual que las directoras de las
pensiones veían apaciblem ente con una sonrisa lo que ocurría,.. ¡Que gozaran la vida esos
jóvenes... aunque para ello tuvieran que darse un par de citas y besos... Ningún peligro seno
podían representar para las muchachas los estudiantes... Para ello había otras mujeres había
otras posibilidades, más cómodas y sin riesgo!”
5 7 . Ibid., p . 1 3 .
126 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
de carne del anim al. Los instrum entos usados para golpear en las pruebas
de determinación estaban pensados, en lo fundamental, sólo para producir
cortaduras en la piel del rostro, del cráneo y de los vasos sanguíneos de esas
partes del cuerpo. Los ojos estaban a resguardo. Un buen golpe podía hacer
que la piel del adversario se convirtiera en una masa sanguinolenta, se podía
partir al oponente la nariz y los labios, por lo que quien sufría esto se veía por
un tiempo impedido para hablar; las cortaduras en las orejas podían hacer que
colgaran y que la sangre corriera a chorros por las sienes.
El estudiante novato requería normalmente de cierto tiempo para endure
cerse antes de que su asociación lo enfrentara en lucha a un rival adecuado.
Sin embargo, cuando había superado este obstáculo su orgullo aumentaba. Sin
lugar a dudas, el procedimiento no era peor que el practicado por pueblos más
sencillos en los ritos de iniciación. En estos, el dolor se considera, en efecto,
como una demostración de virilidad y las cicatrices son vistas como un signo de
pertenencia al grupo. Es evidente además que, la lucha en nombre de la propia
asociación contra algún representante de otro organismo, reforzaba también
el sentimiento de solidaridad con la corporación a que se pertenecía. Pero es
también obvio que todo ello reforzaba la presión de las rivalidades internas y la
crueldad con que los miembros de estas asociaciones juzgaban individualmente
la actitud de cualquier colega durante las pruebas, además de que contribuía a
la imposición de un código de honor profundamente gregario.
Ya hemos mencionado una de sus consecuencias: en un ambiente comunitario
juvenil donde, a diferencia de lo que ocurre en un contexto militar, este canon
no estaba directamente relacionado con tareas ubicadas dentro de un servicio
definido, ni con algún otro tipo de tareas profesionales, la competencia por alcanzar
una mejor posición en la opinión del grupo, como, en general, en los grupos locales,
desemboca, una y otra vez, en una agudización de los rituales de combate. Los
miembros de las asociaciones estudiantiles se convierten, entonces, en prisioneros
de una estructura social que hacía del duelo un instrumento fundamental —tal vez
el instrumento fundamental— de legitimación de sus pretensiones de rango.
Con esto podemos tener una visión más amplia de las actitudes o, dicho de
manera m ás general, de la estructura de la personalidad a cuya creación se
orienta este tipo de convivencia estudiantil y de entrenamiento del carácter
de seres hum anos jóvenes. Se trataba de un hábito humano que no conocía
la clemencia: quien mostraba alguna debilidad no valía nada. En el fondo, se
formaba aquí a las personas para golpear fuerte tan pronto se percataran de
que estaban frente a alguien más débil; se las enseñaba a hacer sentir la propia
superioridad a otros y a mostrarles así su propia inferioridad de inmediato y
claramente. No hacerlo era un signo de debilidad y esta de suyo algo indigno
y despreciable.
Las asociaciones tenían sistemas de argumentos legitimadores que buscaban
explicar, tanto a los miembros mismos como a quienes no lo eran el sentido y
los objetivos de las formas estudiantiles de vida, en especial, del duelo. Walter
U8 N orbert E uas | Los Alemanes
Sí muchacho, ¡el honor! ¡El honor estudiantil! Ojalá hubiera palabras para
expresarlo... Mira, creo que el honor es precisamente algo... como lo que ocurre
con la prueba. ¿No te parece realmente que toda esa esgrima y combates son una
tontería? Dos tipos que nunca en la vida se han hecho daño alguno ni ofendido
son enfrentados por los responsables, obligándoseles a causarse mutuamente
heridas en la nariz y la cabeza... ¡Qué imbecilidad! Pero... uno se hace hombre
así, uno se curte y aprende a pelear y defenderse... Tbdo eso no es más que la
cáscara que protege a la nuez y, entre nueces igualmente duras, hay algunas sin
contenido y otras cuya almendra está podrida; también entre la fruta estudiantil
hay algunas nueces vacías y algunas podridas. Pero la almendra, el núcleo, si
es sano, ¡verás qué bueno es, aunque la cascara sea muy dura!
58 . Ibid.,i>. 1 5 4
Civilización e informalización 129
59. Ibid... p p . 1 5 8 y s s .
130 N orbert E lias | L o s A lem a n es
«El futuro les pertenece; la masa hará valer su fuerza y despojará a la aris
tocracia, nos despojará a nosotros, del poder y la influencia Sólo un hombre
fiierte podría detener algún tiempo esta ola devastadora. Pero lo que no
queremos es abandonar por nuestra voluntad nuestras posiciones..”
E l odio a lo s a l e m a n e s m a n if e s ta d o en o c a s io n e s p o r N ie tz s c h e en su s
escritos, e ra e n b u e n a m e d id a u n a esp ecie d e odio a sí m ism o. A un cuando les
logros y actitudes que, hasta la primera mitad del siglo XIX, habían ocupado
un lugar tan preponderante; sobre todo, en la vida de los círculos burgueses, la
subestimación de lo que hasta entonces se había llamado cultura, una cultura de
la que el código moral burgués mismo formaba parte. El desarrollo de una rama
de la historia, cuyo tema central es la cultura y que busca situarse por encima
de una historia centrada en los asuntos del Estado y de los problemas políticos,
no es sino una de las muchas manifestaciones de estas voces de protesta. Sin
embargo, la fuerza de los agentes del código de honor era demasiado grande en
Alemania, después de 1871, como para que los representantes del canon cultural
hubieran podido ocupar algo más que una posición bastante subordinada en la
sociedad imperial de la época.
Nietzsche no era, con toda seguridad, consciente de que, concediendo al poder
una posición tan elevada en la escala de valores humana por su desprecio de la
debilidad social y del código moral burgués, estaba dando expresión, en forma
intelectual y en un plano de máxima universalidad filosófica, a tendencias de
desarrollo que se habían convertido —de manera no pensada— en las domi
nantes en la sociedad imperial alemana de su tiempo; esto es, en la orientación
ideológica fundamental de una sociedad que, con frecuencia, él había hecho
objeto de una acerba crítica. Es evidente, asimismo, que tampoco era consciente
de que este aspecto de su ñlosofía no era, en realidad, sino una paráfrasis
filosófica de formas de comportamiento y actitudes valorativas que han sido
parte esencial de la existencia social de muchos grupos guerreros en la historia.
En tales sociedades resultaba normal considerar que la fuerza es algo bueno y
que la debilidad es algo negativo. Para sus miembros esta valoración constituye
una experiencia cotidiana de vida.
Así, lo que en el elogio nietzscheano de la guerra y la fuerza se expresaría
es la apropiación que hacían amplios sectores de la burguesía de su época de
un canon guerrero que, en un principio, había sido sustentado por la nobleza.
Estos sectores burgueses se habían convertido en un estrato establecido en el
II Imperio alemán, pero se trataba de una capa social secundaria en cuanto
a poder en relación con el estamento dominante, la nobleza guerrera. De este
modo, ellos adoptarían, a pesar de no ser particularmente belicistas, elementos
del código guerrero del estrato superior, y lo adaptarían a su propia situación,
con el celo de las sectas, instrumentando una doctrina burguesa nacional
o, como ocurre en el caso de Nietzsche, una doctrina filosófica tan general
como la moral clásica, sólo que de signo contrario. En la diferencia entre el
imperativo categórico de Kant y la proclama nietzscheana de una “aptitud de
excelencia libre de moralina” se reflejaría, en otras palabras, la transición de
la burguesía alemana de una posición externa y marginal a una de estamento
de segundo orden.
SEGUNDA PARTE
manidad han contribuido a su propia cultura” y, que “las más alejadas regiones
del planeta” contribuían aún a su lujo presente. Él justificaba el estudio de la
historia universal con el argumento de que la red de acontecimientos que había
conducido a la situación actual sólo podía entenderse en un marco integral.
En sus propias palabras:3 "Una larga cadena de hechos se extiende desde el
momento presente hasta los inicios del género humano, una larga cadena cuyos
eslabones se enlazan entre sí en la forma de causa y efecto”
Es evidente que Schiller recomendaba el estudio de la historia universal o
humana, lo mismo que las investigaciones comparativas, como uno de sus métodos
principales, porque pensaba que la concatenación objetiva de los acontecimientos, la
interdependencia fáctica de todas las regiones del mundo, sólo podía ser entendida
en el marco general del desarrollo de la humanidad en su totalidad. La conciencia
de los nexos entre los hechos que Schiller subrayaba aquí, no había sido borrada ni
destruida todavía por el avance inconmensurable y acelerado de un conocimiento
detallado, microscópico, al que la visión integral tuviera que hacer justicia. Schiller
es también a este respecto un representante típico de la intelectualidad de los
estratos medios de su tiempo; mientras que tanto algunos historiadores como otros
estudiosos de las humanidades del siglo XX, ya no pueden ver el bosque por fijarse
en tantos árboles y se mueven como si se hallaran en un laberinto carente de toda
estructura, sus colegas del siglo XVIII parecen, con frecuencia, hacer precisamente
lo contrario; percibir el bosque y no los árboles.
En el siglo XVIII el significado de conceptos como “cultura”y “civilización” se
situaba justam ente en esta perspectiva general. En la actualidad, el concepto
“cultura” puede aplicarse a sociedades más o menos desarrolladas, independien
temente del grado de desarrollo que cada una haya alcanzado. Y algo semejante
ocurre con el concepto de “civilización”. Se habla así, por ejemplo, de la “cultura”
de los aborígenes australianos lo mismo que de la “cultura” del renacimiento, y
de la “civilización” de los cazadores del neolítico al igual que de la civilización
inglesa o francesa del siglo XIX.
En la época de Schiller era distinto. Cuando en Alem ania se hablaba de
kultu r o cuando en Francia se hablaba de la civilité o de la civilisation se
pensaba, m ás bien, en un marco general dentro del cual, el desarrollo de la
humanidad o de ciertas sociedades se concebía en una escala que iba de un
nivel de progreso reducido a uno avanzado. Como voceros de estratos sociales
en ascenso, los intelectuales de las clases medias de esa época vislumbraban
con esperanza y confianza un futuro mejor. Y como para ellos, el progreso
social futuro era m uy importante, tuvieron el impulso emocional de percibir
y subrayar los progresos de la humanidad realizados en el pasado. Muchos
de sus conceptos, sobre todo, aquéllos como “cultura” y “civilización”, tenían
que ver con su imagen colectiva, con la imagen del “nosotros” y reflejaban este
carácter profundamente desarrollista y dinámico de sus concepciones y de los
principios que regían sus convicciones.
3- Ib id , p . 3 7 0 .
142 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
4) Vale la pena examinar, así sea de manera sumaria, una de las m ani
festaciones del bando contrario, es decir, las explicaciones de uno de aquellos
historiadores de las clases medias que no sólo se había resignado con el papel
secundario de su estrato (de su estamento) en lo relativo a los asuntos del
Estado, sino que, se identificaba sin reservas con el Imperio y su orden social. En
oposición a las tendencias liberales y humanísticas a la baja, estos historiadores
representan la tendencia nacional en ascenso. Dietrich Scháfer, el autor de
la cita que a continuación presentamos, impartía su lección inaugural como
profesor en 1884, en Jena, el mismo sitio en el que casi cien años antes Schiller
había discurrido sobre la historia universal:5
Dietrich Scháfer, D eutsches nation albew u sstsein m i licht d e r geschichte, Jena 1684 pd
30 y ss.
148 Norbert E lias | Los Alemanes
Permítaseme recordar que hace casi un siglo, en este mismo lugar, Friedrich
Schiller, en una ocasión similar, intentó dar respuesta a la misma pregunta:
“ Was heisst und zu welchem ende studiert man universalgeschichte?” En
aquellos días, un gran entusiasmo y muchos sueños acerca de los derechos
humanos recorrían Europa. Al hombre es a quien, según Schiller, se dirige,
sobre todo, la historia. Pero añade, “para reunir materiales para ella debe
examinarse la relación de una fecha histórica con la condición actual del
mundo”, es decir, tal y como lo llama él, “con nuestro siglo humano...” Los
acontecimientos ocurridos en las décadas que siguieron a su época arrojaron
una luz peculiar sobre la concepción schilleriana del tiempo. Los excesos de
la revolución francesa y de Napoleón hicieron que las brasas incandescentes
de los sentimientos nacionales de los pueblos se convirtieran en ardientes
llamaradas. El lugar de la humanidad fue ocupado por la nacionalidad, al
impulso por lo humano en general siguió un llamado a la cultura nacional y
el eco de este llamado aun resuena... La ciencia misma de la historia navega...
también ligera en las aguas nacionales. Esta disciplina considera en nuestros
días, con sobrada razón, que una de sus tareas más importantes es el cultivo y
la reanimación del sentido nacional, que con muchísima frecuencia se afirma,
en una exageración unilateral; es su única tarea. Y, esto no lo podemos negar:
nuestra ciencia ha aprendido a navegar en estas aguas nacionales.
En estas frases se dicen muchas cosas que pueden considerarse típicas, tanto
de lo relativo a la continuidad como al giro que tomaría la situación y los sistemas
de creencias de las élites alemanas de la clase media en el Imperio, después de
1871. Mientras que algunos sectores de estos grupos de vanguardia continuaban
manteniéndose a distancia del Estado y cultivaban, como herederos directos
de los pensadores y literatos clásicos alemanes, ideales humanistas como el de
“c u ltu ra ” y h a y también entre ellos una corriente secundaria de fuerte aunque
inactiva crítica a las clases dominantes, otra porción de esa misma clase media,
de creciente influencia y poder, aceptaría el papel subordinado asignado a sus
cuadros superiores, el de socio menor del estrato dominante, aun sumamente
exclusivo, consciente de la jerarq u ía de la nobleza. En el caso de estos segmentos,
su frustración y am arg u ra enlazada a su posición secundaria se manifestaría, no
en su relación con los grupos m ás elevados de la escala social —que, en un sentido
general, ven como los rep resen tan tes de la nación y el Im perio y con los cuales
se identifican—, sino en las m antenidas con todas aquellas formaciones sociales
inferiores a ellos en cuanto a estatu s o poder político. E n tre ellos se encontraban
ta m b ié n aquellos grupos de h u m a n is ta s o liberales de su m ism a clase, muy
especialm ente, la inteligencia h u m a n ista alem ana de clase m edia.
La polémica en tom o a las su puestas ventajas de una “historia de la cultura
sobre u n a “h isto ria política” o viceversa, era uno de los muchos síntom as de la
oposición existente e n tre estos dos grupos rivales de clase m edia, que, ademas,
m arca el pun to de retorno en el destino de ambos. Poco a poco, los sectores na
cionalistas cobran fuerza, m ientras que los h um anistas se debilitan, volviéndose,
al m ism o tiem po, m ás nacionalistas. Es decir, tra n s ita ría n a u n a actitud que
U n a d ig r esió n so br e e l n acionalism o 149
concedería un valor más alto en su escala a una imagen ideal del Estado y de la
nación, aún cuando intentarían conciliaria con los ideales anteriores de carácter
universal, humanista y moral. A los sectores más radicales de la inteligencia
nacionalista alemana tales problemas les resultan ajenos. Los pasajes citados
ilustran fehacientemente su credo, mostrando el desprecio soberano con que se
empieza a hablar en ellos de los ideales morales y de humanidad, de la esperan
za y la convicción de un futuro mejor, del “progreso” que, en las primeras fases
de su ascenso social, habían servido de orientación no sólo a las clasesmedias
alemanas, sino a las de otros países europeos. Sin embargo, fuera de Alemania,
los grupos conservadores nacionalistas de esas clases medias intentarían una y
otra vez una fusión de esas ideas humanistas, universalistas y morales con sus
ideales nacionales. Por el contrario, los grupos comparativamente equivalentes
de Alemania, rechazarían todo compromiso mostrando con frecuencia un gesto
de satisfacción y triunfo sobre los ideales humanistas y morales del periodo de
ascenso de la clase media, cuya falsedad, según creían, habría sido puesta en
evidencia por el tiempo.
Un problema que exige mayor atención que la que podemos dispensarle
en este lugar, es el de las razones por las que el desprecio y el rechazo de la
inteligencia nacionalista hacia los ideales hum anistas y morales de tiempos
anteriores, blasonados por las clases medias emergentes, era en Alemania tan
radical después de 1871. De cualquier manera, el asunto tiene relación con el
tema principal de este libro y no puede ser pasado del todo por alto.
más poderosa, la Iglesia medieval con su cabeza en Roma, pierde una parte
considerable de su campo de influencia —y con ello el monopolio del control del
pensamiento de las sociedades occidentales— es cuando se seculariza la forma
en que los grupos dominantes de diversos territorios se trataban entre sí. La
praxis del poder que determinaba esa forma de trato había sido siempre que
cada grupo buscara, sin miramientos, la consecución de sus propios intereses
—tal como los percibía— sin que ningún obstáculo lo impidiese, tomando en
cuenta únicamente los instrumentos relativos de poder necesarios para ese
fin. Pero fue entonces cuando los modos tradicionales de comportamiento se
convirtieron en objeto de reflexión explícita. Fue a partir de la praxis tradicional
de los grupos dominantes en sus relaciones interestatales y de la prosecución
no controlada de sus propios intereses bajo la presión de la desconfianza y el
temor recíprocos —en los que el engaño y el asesinato eran medios normales
puestos al servicio del fin propuesto—, que Maquiavelo construyó una especie
de sistema de principios generales de acción. Su propósito no era descubrir cómo
el hombre podía tener un mayor control de los ingobernables mecanismos de
la rivalidad entre los Estados: a las tácticas políticas del poder las consideraba
inalterables. Su estudio de los mecanismos no planeados del poder tenían por
objeto, primordialmente, aprender cómo jugar con mayor conciencia y habilidad.
Independientemente de que se la elevara o no al plano de la reflexión explícita,
la práctica de una prosecución irrestricta de los intereses egoístas en la com
petencia continuó siendo característica del comportamiento de los príncipes y
los grupos aristocráticos dominantes en las relaciones interestatales. Esto sería
válido, en diversa medida, desde el siglo XVI hasta principios del actual. Aún en
el interior del país, las reglas y restricciones que determinaban el trato entre
los representantes de las élites gobernantes carecían del carácter de normas
humanistas o morales. El código aristocrático era el del honor, la cortesía y
las maneras refinadas, la conveniencia y la diplomacia, pero aún aplicado a
miembros de un mismo estrato social, no excluía del todo el uso de la fuerza,
mientras se observaran las formas apropiadas, como en el duelo, por ejemplo.
Hasta cierto punto, el canon del honor y la civilidad, que regulaba las
relaciones entre nobles y caballeros dentro de los E stados d inásticos se
extendería hasta abarcar también las relaciones entre los miembros de las
clases superiores de diversos Estados, llegando a mitigar un poco el manejo
tradicional de las relaciones en aquellos Estados donde el soberano, con sus
ayudantes nobles, sujeto a una configuración tan incontrolable como necesaria
del equilibrio del poder, recurría, “maquiavélicam ente”, sin escrúpulos ni
impedimentos morales, al engaño, la fuerza y otros medios que prometieran
cualquier otra ventaja, mientras no temiera derrotas o humillaciones por parte
de príncipes más poderosos. En los Estados dinásticos con élites gobernantes
dominadas por la nobleza, había —si es que en realidad las había—pocas
contradicciones entre las reglas observadas en el m isino Estado y en las
relaciones entre Estados.
154 N o k b e r t E lia s | Los A le m a n e s
10) Es verdad que, cuando las clases medias lograron ocupar el lugar de las
clases gobernantes y sus élites llegaron a controlar los puestos de mando de la
sociedad, no adoptaron sin más el legado dinástico-aristocrático. No hicieron
simplemente suya la tradición de buscar sin reservas, apoyados en su poderío
militar, sus propios intereses, ni la del temor mutuo en las relaciones entre los
Estados, sino que las transformaron en alguna medida. H asta el siglo XVIII,
el código aristocrático de la valentía y el honor había sido compartido por las
clases gobernantes en la mayoría de los países europeos. Como en el caso del
duelo, los nobles que se enfrentaban en la guerra hacían cuanto estaba a su
alcance para vencer y aún matar al oponente. Pero incluso el uso de la fuerza
física, la mutilación y la muerte se sujetaban, con ciertos límites, a ese código
de honor que los contrincantes compartían: las guerras, al igual que los duelos,
eran materia reservada a caballeros de la nobleza y no anulaban el altamente
desarrollado esprit de corps, el sentimiento colectivo de los oficiales que, en su
calidad de nobles, eran miembros del mismo estamento. En última instancia, ese
sentimiento colectivo de las clases superiores de la Europa prerrevolucionaria
traspasaba las fronteras estatales y era más fuerte que el sentimiento de unión
que pudiera existir entre los individuos de las clases superiores aristocráticas y
las inferiores de su propio país. El vínculo de ellas con su Estado no tenía aun
el carácter de vínculo con una nación. Con pocas excepciones, los sentimientos
nacionales eran extraños a los nobles europeos antes de la revolución francesa
y continuaron siéndolo todavía, mucho tiempo después, en muchos países.
Naturalmente, estaban conscientes de ser nobles franceses, ingleses, alemanes
o rusos; pero en las sociedades europeas de entonces, el sentimiento colectivo de
los grupos locales referido a su terruño, su religión o su país no era equivalente
a un sentimiento de solidaridad nacional. En ellas, la estratificación anterior
al ascenso de las clases medias industriales o comerciales y sus élites adquiría
la forma de una jerarquía por estamentos de poder, no de clases. No se pueden
entender cabalmente como hechos sociológicos las particularidades de los valores
y sistemas de creencias nacionales, si no se tiene una idea clara de su relación
con una determinada etapa del desarrollo social y, por lo tanto, también con una
estructura social de un tipo determinado. Sólo en las sociedades de clases, no
158 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
7. En un capítulo de E l Príncipe, bajo el título “¿En qué medida deben m antener su palabra los
príncipes?”, se lee: “Sabed pues, que existen dos formas de lucha: una, con las arm as de las
leyes, la otra, con la violencia pura. La primera es propia de los hombres, la segunda, de los
animales. Pero dado que la primera muchas veces no basta, debe recurrirse a la segunda.
De ahí ha de comprender un príncipe el uso correcto tanto de la naturaleza de los hom bres
como la de los anim ales. Esto le habrán de enseñar de manera indirecta los historiadores
antiguos que reseñan cómo Aquiles y muchos otros príncipes de la antigüedad habrán sido
dados al centauro Quirón para que los educase. Tener a un maestro m itad anim al, m itad
humano, no significa otra cosa que un príncipe debe participar de ambas naturalezas, y que
ni la una, ni la otra, perduran.
Dado, pues, que el príncipe debe estar en condiciones de utilizar correctam ente la natu ra
leza del animal, debe elegir entre ellos al zorro o al león, pues el león está indefenso contra
una trampa y el zorro contra los lobos. En consecuencia, ha de ser un zorro para reconocer
las trampas y un león para aterrar a los lobos. A quellos que se a tien en sim p lem en te
a la naturaleza de los leones, no entien den nada. U n gobernante astu to puede y debe,
en consecuencia, faltar a su palabra cuando esta vaya en su perjuicio o los m otivos que
fundaron su promesa ya no estén vigentes. Sí todos los hombres fueran buenos, entonces
esta regla esta ría mal; pero, puesto que son m alos y no pueden m antener su palabra,
entonces no tenéis necesidad de sostener la vuestra. Tampoco le h a n fallado a un pn ncipe
motivos para disfrazar el rom pim iento de su promesa. Se podrían d a r num erosos ejem plos
recientes de esto y mostrar en qué m edida los pactos para la paz y ta n ta s p rom esas han
quedado sin valor y anuladas por la d eslealtad del príncipe; y quien m ejor e n tie n d a valerse
de la naturaleza del zorro, h a rá lo mejor.”
160 N o r b e r t E lia s | Los A l e m a n e s
entre sí los Estados permanecerían sin cambios. También en este caso, l0s
grupos dominantes de las organizaciones estatales, interdependientes aunque
soberanas, siguen una política de interés propio, incontrolado y aparentemente
incontrolable, en los intercambios y relaciones interestatales; esa política no
sólo era impulsada por la desconfianza y el temor mutuos, sino que a la vez los
generaba, si bien, teniendo como dique más importante, el mantenerlos dentro
de determinados límites. Pero la política del poder practicada en nombre de una
nación y no de un príncipe no pudo ya concebirse y desplegarse como política de
o para una persona. Ahora se ejercía en nombre de una colectividad tan grande,
que la mayor parte de sus integrantes no se conocían entre sí ni tampoco tenían
ninguna posibilidad de hacerlo.
El cambio en la comprensión de una política de poder bastante estable,
que pasa de ser asunto de una persona soberana a serlo de una colectividad
también soberana tiene consecuencias notables. En comparación con un colec
tivo soberano, en ella era más fácil expresarse de manera práctica y realista,
sin emotividad, a propósito de cuestiones políticas cuando se hablaba a un
príncipe o sobre él. Ambos, príncipe y colectivo soberano necesitaban de algún
grado de vinculación emocional de parte de los individuos que los auxiliarían
en la tarea de llevar a la práctica —o practicar ellos mismos como representan
tes— cualquier política que se ejerciera para estos individuos o en su nombre.
Pero, en el primer caso, la lealtad y el deber eran todavía sentimientos de
persona a persona; en el segundo, los vínculos emocionales tenían un carácter
considerablemente distinto. Eran, en mucho mayor medida, vínculos simbólicos,
conectados con los símbolos de la colectividad. Esos símbolos podían ser muy
diversos, pero entre todos ellos, los símbolos verbales desempeñaban una función
especial. Independientemente de la forma que tuvieran para una colectividad
y sus múltiples aspectos, los símbolos —que habrían de ser el núcleo de los
vínculos emocionales de las personas con la colectividad— parecían dotarla
de una cualidad característica. Podía decirse que le conferían una existencia
numinosa p er se, más allá y por encima de los individuos que la componían,
una suerte de santidad como la que antaño se atribuía sobre todo a los seres
sobrenaturales. Una característica de los procesos democratizadores, que tal vez
no haya despertado todavía la atención que merece, consiste en que, en el curso
de estos procesos e independientemente de estos desemboquen en un Estado
pluripartidista o de partido único, en una forma de gobierno parlamentaria o
dictatorial, las personas atribuyen tales cualidades numinosas y las emociones
correspondientes a la sociedad que ellos mismos constituyen.
De acuerdo con la teoría de Durkheim, en las sociedades más s e n c i l l a s
cristalizan y se organizan los vínculos emocionales de los individuos con el
c o l e c t i v o que c o m p o n e n en tomo de formas o imágenes de dioses y de a n t e p a
sados, de seres de naturaleza más o menos sobrehumana. Cualesquiera que
sean las funciones adicionales que puedan tener, poseen ciertamente la de los
s í m b o l o s que condensan los sentimientos colectivos de un grupo. C o m p a r a d a s
con sociedades más sencillas, las sociedades de los Estados nacionales de los
U n a d ig r esió n so bre e l nacion alism o 161
siglos XIX y XX son más grandes y, sobre todo, mucho más pobladas. También
los lazos reales entre los millones de individuos que pertenecen a una y la
misma sociedad, con todos sus nexos a través de la división del trabajo y de su
integración en el mismo marco de los aparatos de gobierno y administración y
de muchos otros, son mucho más complejos, mucho más incomprensibles desde
el punto de vista de aquellos mismos que integran esas enormes organizaciones
sociales, que las relaciones que pueden encontrarse en las sociedades más
simples. Mientras el nivel de educación no haya avanzado considerablemente,
los lazos de interdependencia real de los individuos que conviven en Estados
nacionales industriales altamente diferenciados no pueden ser entendidos, en
el mejor de los casos, sino a medias, dado que permanecen con frecuencia en
la oscuridad para la mayor parte de sus integrantes. Los vínculos emocionales
de los individuos respecto a su colectividad cristalizan y se organizan en tom o
a símbolos comunes que no reclaman ningún tipo de elucidación empírica,
que pueden y deben verse como valores absolutos de validez incuestionable
y que forman parte del núcleo mismo de un sistem a de creencias comunes.
Cuestionarlos, dudar de la fe comunitaria en la propia y soberana colectividad
como un valor elevado, si no es que supremo, equivale a desviación y traición;
puede conducir incluso a una exclusión vergonzosa o algo peor.
Sin embargo, en oposición a sociedades menos diferenciadas, los símbolos de
la colectividad—que en las sociedades más diferenciadas de los siglos XIX y XX
atraen y condensan las formas de percepción y pensamiento de sus miembros
individuales— poseen un carácter mucho más impersonal. Los símbolos del
lenguaje que desempeñan esa función constituyen un ejemplo de ello. Con
algunas limitaciones, tales símbolos pueden variar de un Estado nacional a
otro, pero todos ellos poseen la fuerza irradiante de las emociones y otorgan
a la colectividad que representan las cualidades numinosas a que nos hemos
referido. La mayor parte de las veces, los nombres de los Estados nacionales
mismos, junto con sus derivados, son utilizados de esa manera por sus ciuda
danos cuando la ocasión se presenta, con un tono de santidad y reverencia. Así,
los franceses, los alemanes o los norteamericanos se valen de las expresiones “la
France”, “Deutschland”, y “America”, respectivamente, como símbolos verbales
de entidades colectivas con atributos numinosos. Y el mismo uso del nombre de
la propia nación se encuentra en casi todos los Estados nacionales con un grado
relativamente alto de desarrollo, mientras, al mismo tiempo, es probable que el
equivalente en otro idioma se aplique con otras connotaciones, con frecuencia
negativas, correspondiendo a lo paradójico de las relaciones entre los Estados.
Pero no sólo el nombre de un país, sino todo un espectro de símbolos verbales
puede asumir tales funciones en diversas sociedades. Entre ellos se cuentan
expresiones como “patria”, “tierra”, “terruño” o “pueblo”. A lo que parece, expre
siones como “nación”y “nacional” son los símbolos más generales y difundidos de
ese género: basta comparar la palabra “nación” con otras como “país” o “Estado”
para reconocer la diferencia. Los hechos sociales mismos a los que se refieren
esas palabras son eminentemente idénticos, y por lo que hace al aspecto real.
162 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
8. El nacionalism o, como expresión del amor hacia una particular unidad comunitaria, de
orgullo e identificación con ella, es algo que hay que distinguir de los vínculos aparen
tem ente sem ejantes de los grupos aristocráticos tradicionales, Bism arck por ejemplo, es
presentado como prototipo del nacionalism o alem án. En realidad, su amor estaba dirigí0
U n a d ig r e sió n so bre e l nacion alism o 167
en prim er lu gar al rey y al reino, pero no a la nación alem an a o en todo caso, pu esto que
vivió en un a época de transición , lo hizo en el sentido de rendir tributo a un ideal al que
había que m ostrar r esp eto no a un a rep resen tación sim bólica de las m asas del pueblo
alem án en su totalidad.
168 N o r b e r t E lia s | Los A l e m a n e s
15) C ualquiera que sea la forma en que hayan sido organizados, la mayoría de
los E stados nacionales soberanos e interdependientes que, en conjunto, integran
la configuración del equilibrio del poder en el siglo XX genera en sus ciudadanos
u n canon norm ativo doble, cuyas d em andas son en sí contradictorias. Por una
p arte, u n canon m oral de carácter igualitario, proveniente del de los sectores
ascendentes del tercer estado, cuyo valor suprem o es el hom bre, el ser humano
como ta l y, por otra, u no nacionalista de carácter no igualitario, originado en el
canon maquiavélico del príncipe y los grupos dirigentes de la nobleza, cuyo valor
suprem o lo constituye u n colectivo: el Estado; la región o la nación, es decir, la
colectividad a la que pertenece el individuo.
H enri Bergson ha sido uno de los pocos filósofos que enfrentó e l hecho de ese
canon doble, al lla m a r por lo m enos al problem a por su nom bre. C i e r t a m e n t e
no e ra su objetivo y q u ed ab a fu e ra del campo de sus reflexiones investigar el
desarrollo específico de las relaciones in tra e s ta ta le s e in te re sta ta le s, respon
U n a d ig r e s ió n s o b r e e l n a c io n a l is m o 169
del siglo XX, tal como pudo lograrse en las sociedades civiles dinásticas, mediante
las consideraciones relativamente racionales del interés propio realizadas por las
p e q u e ñ a s élites gobernantes. La f e nacional produce predisposición personal en la
masa de los individuos. Esto sienta las bases para una disponibilidad de su parte
d i s p u e s t a a empeñar todas sus fuerzas, a luchar, incluso a morir, en las situaciones
en q u e los intereses o l a sobrevivencia de su sociedad se vieran amenazados.
C u a n d o perciben un peligro para la integridad del colectivo, las élites gobernantes
a c t u a l e s o potenciales d e esos colectivos grandes y soberanos, pueden apelar a
tales predisposiciones y suscitarlas con ayuda de los símbolos apropiados. No es
raro que las tensiones entre los diversos sectores de la población civil las activen,
y puesto que esas disposiciones permean todo el tejido social dando su coloración
a l modo de pensar, generan prejuicios y nublan la visión. La dificultad reside en
que tales predisposiciones actúan de manera automática. En muchos casos son
susceptibles de ser relativamente moderadas y modificadas gracias a un juicio
realista y un conocimiento práctico, pero pueden desatarse casi automáticamente,
sin un propósito expreso de parte de alguien en especial.
Así, los hombres adquieren en las sociedades civiles de los siglos XIX y XX
disposiciones que orientan su comportamiento, según al menos dos cánones
normativos principales y, en algún sentido, incompatibles. Cada individuo
asume la conservación, la integridad y los intereses de su propio soberano
colectivo —y de aquéllos a quienes este representa— en su interior, como una
pauta de acción que, en ciertas situaciones, puede y debe resultar prioritaria
y determinante. AI mismo tiempo, ese individuo crece con un canon moral
humanista e igualitario, cuyo valor supremo y decisivo es el hombre mismo.
Ambos son, como se dice con frecuencia, “interiorizados”, o quizás debiera
decirse, “individualizados”, convirtiéndose en facetas de la propia conciencia
individual. Cuando alguien transgrede alguno de estos cánones, se expone a
ser castigado no sólo por otros, sino por él mismo en la forma de sentimientos
de culpa o “mala conciencia”.
16) Las normas sociales se analizan con frecuencia suponiendo que las
normas de una sociedad son, todas ellas, de la misma índole. Pero los hechos
dicen otra cosa, como aquí se ve. En sociedades con cierto nivel de diferenciación
pueden coexistir códigos normativos incompatibles, con grados diversos de
mixtura y separación. En determinadas situaciones y tiempos, cada uno de ellos
puede convertirse de algo latente en algo activado. Los asuntos privados pueden
poner en vigor un código moral; los públicos uno nacionalista. En tiempos de paz
predomina el primero; en tiempos de guerra, el segundo. Por supuesto, muchas
situaciones activan al mismo tiempo a ambos. Las tensiones interestatales y
los conflictos del presente siglo parecen pertenecer a este tipo, si no en todos
los casos, por lo menos en la mayoría. Fácilmente conducen a luchas por la
supremacía, a tensiones y conflictos entre ambos cánones, lo cual a su vez se
pone de manifiesto en tensiones y conflictos entre sectores diferentes de la
población de un mismo Estado o en luchas internas entre los individuos
172 N o r b e r t E lia s | Los A l e m a n e s
11. 0K i n g s l e y D a v i s , H u m a n society, N u e v a Y o r k , 1 9 6 5 , p p . 1 0 y s s .
U n a d ig r esió n so bre e l na cion alism o 173
y discutirlos. Pero es probable que, justam ente por esa razón, esos Estados
nacionales hayan sido hasta ahora incapaces de escapar al círculo vicioso de
la amenaza, el temor y el recelo mutuos, pues ese tipo de problemas no pueden
ser investigados y discutidos abierta y desapasionadamente.
17) Las contradicciones fundamentales a las que todo esto se refiere son,
en todo caso, lo suficientem ente sencillas y susceptibles de resumirse: en
las sociedades donde las élites gobernantes son de la tradición de las clases
industriales media y trabajadora, los individuos son educados, en general,
dentro de un canon normativo según el cual, es incorrecto, bajo cualquier
circunstancia, matar, mutilar, asaltar o mentir, engañar, robar y embaucar.
Al mismo tiempo, se les imbuye la creencia de que todas esas cosas no están
permitidas, hasta el punto de sacrificar la propia vida, si es necesario, para
defender los intereses de la sociedad soberana que ellos conforman.
Ya se han señalado algunas razones —no todas— del carácter dual y
contradictorio de este canon normativo. En el ámbito de las relaciones entre
Estados, los representantes de las antiguas clases media y obrera tuvieron que
enfrentar condiciones y pasar por experiencias, como miembros de las élites
gobernantes, a que no habían tenido acceso mientras las capas no aristocráticas
a que pertenecían tuvieron una posición subordinada. De ahí que, en ese terreno,
hayan continuado las tradiciones de las otrora clases gobernantes, cuyo canon
normativo, a pesar de todos sus refinam ientos, había conservado su sello
guerrero y militar. En todos los países europeos —incluso en Inglaterra, donde
un grupo de clase media, compuesto por terratenientes burgueses, había
pasado a formar parte de los grupos aristocráticos dominantes, antes que en
la mayoría de los otros estados del continente— los quehaceres y actividades
relacionados principalmente con los asuntos diplomáticos eran, en general,
acaparados por personas que operaban dentro de las tradiciones de la nobleza.
Los representantes de esas profesiones se mantuvieron fieles a ese origen,
aún después del arribo de las clases industriales al poder. Ciertamente, la
democratización hizo que las tradiciones de las capas monárquicas y nobles
antiguas cobraran, como ya se expuso, otro carácter; el código guerrero se
volvió una segunda moral. Y esta moral particular, no igualitaria, nacionalista,
no era menos exigente, incondicional e indubitable que la universal, igualitaria
y humanista.
E ste desarrollo —el su rgim iento de u n canon norm ativo d u al y en sí mismo
contradictorio— es un rasgo com ún a todos los p a íses q ue h a n p a sa d o por el
proceso de cam bio de u n a e s tru c tu ra aristocrático-dinástica a u n a dem ocrática,
nacional, e s ta ta l. E s posible que las co ntradicciones in te rn a s , los conflictos y
las ten sio n es sólo su rja n y se v u elv an agudos en situ a cio n e s especiales, sobre
todo en em ergencias nacionales, como las g u erras. Pero u n código dual de este
tipo ejerce ta m b ié n , como d e te rm in a n te la te n te de la acción, u n a influencia
considerable sobre el p en sam ien to , las percepciones y el co m p o rtam ien to de
las personas, por lo que es responsable de u n a d e te rm in a d a polarización de los
U na d ig r e s i ó n s o b r e e l n a c io n a l is m o 175
18) Debemos, por fuerza, pasar por alto muchos problemas relacionados con
esta polaridad, principalmente la preeminencia recurrente que adquiere el canon
nacionalista en los grupos conservadores acomodados de una sociedad, así como
la fuerza de atracción que ejerce una confesión nacionalista más militante y
extrema sobre algunos grupos de clase media, de menor capacidad económica. No
obstante, resulta indispensable decir unas palabras sobre la manera en que se ha
pretendido resolver en distintos países el problema común: las contradicciones
en las exigencias respecto al modo de actuar provocadas por la coexistencia de
dos cánones normativos incompatibles en muchos aspectos. Porque, en efecto,
el motivo inmediato de esta digresión en la sociología del nacionalismo alemán
es justamente este: el nacionalismo alemán se considera, con frecuencia, de
manera aislada, como si sólo en Alemania se hubiese dado la nacionalización
de la manera de sentir, de la conciencia y de los ideales. Al tocar el problema
del canon nacionalista alemán, muy pronto se esclarece la necesidad de un
modelo que delinee los procesos de desarrollo comunes que han producido una
variedad de nacionalismos en todas las sociedades civiles industrializadas de
los dos últimos siglos, a fin de distinguir lo que es específicamente alemán en la
diversidad de esta muy difundida fe. La existencia de un canon dual, que, por un
lado, gira en tomo del individuo y, por el otro, del Estado nacional como valores
supremos, constituye un momento central del desarrollo que comparten todas
esas sociedades, •percibir mejor las particularidades de la orientación alemana
respecto a ese problema, si echamos una breve ojeada, al menos, a un tipo de
orientación nacional suficientemente alejado de la alemana, la inglesa, a fin de
mostrar el amplio espectro de las variaciones posibles. En este punto, salta a la
vista una diferencia cardinal, siempre perceptible, entre las tradiciones inglesa
y alemana. En Inglaterra predomina la tendencia a fundir ambos cánones;
siempre se da un esfuerzo por hallar soluciones de compromiso a sus exigencias
contradictorias y también —al parecer con éxito— por olvidarse de la existencia
del problema. Por el contrario, en Alemania imperó la tendencia a poner de
relieve la incompatibilidad. Era o lo uno o lo otro y los compromisos entre esos
códigos, en correspondencia con el tenor general del pensamiento alemán, se
juzgaban ilegítimos, producto de un pensamiento confuso, si no es que llanamente
deshonesto. Y puesto que las estrategias de las relaciones entre Estados suelen
176 N o k b ert E lia s 1 Los A l e m a n e s
estar en armonía con las propias tradiciones de pensamiento de cada uno, esas
diferencias generan con frecuencia serias dificultades de comunicación en el
desarrollo del disonante canon normativo. En sus intercambios mutuos, los
miembros de cada Estado consideraban su propia forma de desarrollo como
evidente; sencillamente les parecía la correcta, la única forma posible de pensar
y actuar. Toda otra forma les parecía falsa y hasta desdeñable.
En la relación con el exterior, en la comunicación entre miembros per
tenecientes a otras naciones, surgen por ello barreras para la comprensión
mutua por las diferentes maneras en que se abordaba la dualidad básica de
las normas. Los alemanes, que pensaban que los aspectos contradictorios de
un canon normativo moral y uno nacionalista no admitían ninguna solución
de compromiso, suponían implícitamente que los ingleses reconocían, al igual
que ellos, los rasgos amorales de una política de poder nacionalista, aunque
ocultándolos conscientemente bajo el manto protector de la moral. De acuerdo
con su propia mentalidad, el empeño inglés por las soluciones de compromiso no
podía interpretarse más que como un engaño deliberado, como hipocresía. Por el
contrario, los ingleses, que habían aprendido a ver su solución de compromiso del
dilema (en el fondo, lo era) como natural, como una solución a la vez razonable,
práctica y viable, consideraban reprochable y peligrosa la falta de compromiso
con que, los sectores nacionalistas del pueblo alemán, mantenían que una
política de poder amoral, orientada en extremo a atender los intereses de su
propio Estado, era la política común de todos los Estados. En ambos casos, la
tradición interna de pensamiento y acción era la medida para su percepción
y juicio de la contraparte.
Valdría la pena mostrar en detalle la gradual nacionalización de la manera de
sentir, y de concientizar e idealizar de todas las clases, así como la correspondiente
moralización de la imagen de nación y Estado en Inglaterra, durante los siglos
XIX y XX. Se podría mostrar cuán estrechamente relacionada estuvo la compe
netración recíproca de ambos cánones con una permeabilidad entre las diversas
capas sociales comparativamente grande en relación con las sociedades europeas
continentales de las fronteras, sobre todo después de la unión de facto entre
Inglaterra, Escocia y Gales en el siglo XVII y principios del XVIII. Esto se debe a su
vez —la elucidación sociológica más reciente es también aquí muy sencilla— a que
la seguridad de la población insular en los conflictos interestatales no dependía en
primera línea de un ejército estable, comandado por oficiales surgidos del antiguo
estamento guerrero, de la nobleza terrateniente, sino de una formación militar
especializada en la guerra naval, es decir, de una marina.
Un cuerpo de oficiales de marina no podía, independientemente del carácter
específico de sus técnicas de combate y de su composición social, en razón de las
particularidades del orden militar al que servían, desempeñar el mismo papel en
las relaciones intraestatales que un cuerpo de oficiales de un ejército de tierra en
las autocracias absolutistas del continente, como fue el caso de Alemania hasta
el fin de su fase dinástica en 1918. No podía ser utilizado por gobernantes cuyo
poder estaba vinculado a la separación y a las diferencias entre los principales
U n a d i g r e s i ó n s o b r e e l n a c io n a l is m o 177
19) Aun hay que tener en cuenta otro factor. Mientras que la tendencia
general del desarrollo anteriormente descrito fue la misma en todos los Estados
industrializados, hubo diferencias considerables respecto al momento en que
los Estados interdependientes en la configuración europea del equilibrio de
poder, entraron en una fase determinada. Esta estaba formada por sociedades
en diversas etapas de desarrollo y en ese complejo, las menos desarrolladas,
civilizadas y humanizadas atraían a las otras a su nivel y viceversa.
El periodo que abarca hasta la terminación de la segunda guerra mundial,
permite reconocer con toda claridad las consecuencias de esa interdependencia
de Estados en diversas etapas de desarrollo. En algunos de los más avanzados,
la alta burguesía había accedido ya a puestos de poder, si bien al principio
solamente como socio menor de la aristocracia dominante, cuyo rango social
era todavía casi tan elevado como antes y sólo un poco menor que en los
países menos desarrollados de la misma época. Hasta 1914 seguía siendo un
180 N o r b e r t E lia s | Los A l e m a n e s
signo distintivo de las potencias dirigentes del sistem a estatal europeo que
su estamento militar, su diplomacia internacional y la actitud general de sus
gobiernos respecto de las relaciones ínterestatales —para sólo mencionar lo
mínimo— fueran determinados por tradiciones aristocráticas, incluso cuando
quienes se encargaban de la práctica política provinieran de la burguesía. En
una serie de potencias europeas, como Rusia y Austria, las antiguas élites
dinásticas y nobles continuaban rigiéndolas de manera eminentemente auto-
orática; seguían detentando casi de manera exclusiva las posiciones internas de
mando del Estado, en el mejor de los casos, con algunas concesiones a las clases
industriales estatales, cuando estas existían. No se puede entender el desarrollo
y la estructura de una red de este tipo de relaciones interestatales y por lo tanto,
del sistema de equilibrio del poder como tal, a partir de ellos en sólo uno de los
Estados integrantes. Sólo puede entenderse como un nivel de configuración sui
generis, interdependiente, pero no aplicable a otros y tampoco susceptible de
ser explicado únicamente a partir de ellos. En el plano interestatal, dominan
el escenario durante el siglo XIX —y aun después de este— las tradiciones y
normas dinástico-aristocráticas, aunque los desarrollos técnicos, científicos
e industriales de la época le confieren a las rivalidades de poder entre los
Estados europeos un impulso y un aliento expansionista más fuerte que los
de los siglos anteriores. Al XIX se le presenta a veces como el siglo burgués
por excelencia. Pero esa es una perspectiva unilateral .12
12. Aún la Inglaterra victoriana, que pasa con frecuencia por una sociedad gobernada por clases
medias industriales, posee ya una estructura de poder mucho m ás compleja. Esas clases
medias sólo podían aparecer desde el punto de vista de las clases trabajadoras industriales,
como los grupos dirigentes del país. Vistos en el contexto de la sociedad en su conjunto y de
su desarrollo, las tensiones y conflictos entre las clases medias ascendentes y las clases altas
tradicionales en Inglaterra, eran apenas menos grandes que los que oponían a las últimas
con los grupos designados por sus contemporáneos como las m asas o los pobres.
Por lo que toca a la política entre Estados, la preeminencia de las tradiciones dinástico-
aristocráticas en la Inglaterra victoriana frente a los Estados continentales era de otra
clase sólo en la m edida en que, en la estrategia de poder británico, era la marina y no un
ejército de tierra la que jugaba el papel m ás importante y en la que el ejército se formaba
no por la conscripción obligatoria de burgueses, sino por el reclutam iento general sobre
bases voluntarias, de mercenarios, provenientes en su mayoría de los círculos pobres. Por
lo dem ás, el principal im pulso expansionista de Gran Bretaña apuntaba, merced a la
superioridad de su armada, a la conquista o dominio de territorios fuera de Europa. Pe
queños contingentes de tropas, apoyados por navios de guerra, armamento y conocim iento
superiores, bastaban para som eter grandes territorios poblados por sociedades en etapas
de desarrollo menos avanzadas.
Estos y otros aspectos de la posición especial de Gran Bretaña en la competencia de poder
europea son responsables de que la nacionalización de las masas del pueblo británico, en el
sentido cabal del término, haya comenzado un poco después que, por ejemplo, en Alemania
o Francia. Mientras las expansiones y guerras se orientaran hacia sociedades no europeas
m enos desarrolladas y fueran conducidas por ejércitos de m ercenarios, el grueso del
pueblo británico no tenía mucho que ver con ello. La intelectualidad de las clases media8
podía entender esa guerras todavía bajo el signo de una misión civilizadora, siguiendo te
U na d ig r esió n so br e e l n ac ion alism o 181
definición de M atthew Am old: “La civilización es la hum anización de los hom bres en la
sociedad” (M. Am old, M ixed says -Works, Edición de lujo, Londres, 1904, vol. 10. p. VI). O
bien, cuando estaban fam iliarizados con los rasgos de la expansión colonial británica, que
no correspondía a las categorías de un hum anism o de clase m edia, podían criticar a su
país con m ás libertad que aquéllos que pertenecían a las sociedades continentales, como
Alem ania o Francia, donde con frecuencia la nacionalización de los sentim ien tos e ideales
impulsada por instancias estatales ya había ido m ás lejos y los habría convertido e n parias o
traidores. U n a prueba de ello, la constituye la am arga indignación de Alfred Scaw en Blunt,
acerca de la desacertada política d e Inglaterra en Egipto, uThe w in d a n d th e w hirlw incF
(1883) en Wilfred Scawen B lunt, The poétical w orks, Londres, 1914, vol. 2, p. 233):
“Thou at t become a by-word fot dissem bling/A beacon to thy neighbours for a ll fraud/Thy
deeds of violence m en count and reckon/Who takes th e sword sh a ll perish by th e sw ord/
Thou h ast deserved men’s haired/They shall hate thee/Thou h a st deserved m et ‘s fear/Their
fear shall kilU/Thou h a st th y foot upon th e weak/The w eakest w ith h is bruised head sh a lt/
strike thee on the heel. “Thou w en test to th is Egypt for th y pleasure/T hou sh a lt rem ain
with her for thy sore pain/ Thou h a st possessed her beauty/Thou w ou ld st leave her/N ay/
Thou shalt lie w ith her as thou hast lain.”
Te has vuelto la encam ación de la hipocresía/U n faro para tu s vecinos en cada engaño/
Los hombres cuentan y anotan tu s golpes/El que a hierro m ata, a hierro m uere/Te has
ganado el odio de los hom bres/Y te odiarán/Te h as ganado el tem or de los hom bres. Su
temor te m atará/P isaste al débil. £1 m ás débil/habrá de pisar tu s talon es/F u iste a tierra
egipcia en busca del placer/Y perm anecerás ah í para m order la am argu ra/P oseíste su
belleza que luego abandonarás/ No. Yacerás con ella como h a s yacido.
Lo que a ojos de los hombres que se habían formado dentro de la tradición moral de clase
media era hipocresía, engaño y violencia, constituían, de hecho, características norm ales
de una tradición guerrera dinástica y aristocrática. En in terés del propio dom inio y del
propio país ambos eran inseparables páralos príncipes y las élites gobernantes, todos esos
medios constituían arm as necesarias e ineludibles, de acuerdo con el canon de las clases
superiores tradicionales, en su s luchas perm anentes con otros gobernantes y países. E n las
relaciones entre Estados se recurría a ellas con toda naturalidad. Sólo en un a época en que
las clases industriales en ascenso, con las élites de clase m edia como su vanguardia, luchan
en un frente m ás amplio por la participación en pie de igualdad en el poder gubernam ental
contra las clases superiores tradicionales, comienzan aquéllas a criticar abiertam ente y,
con frecuencia, con gran agudeza, los recursos maquiavélicos del arte de gobernar. En los
países del continente em pieza antes la presión para ajustarse a un credo nacionalista, lo
mismo que la proscripción del diseño. La primera gran ola de nacionalism o parece haber
estado vinculada en Inglaterra con la guerra anglo-boer y el sitio de Mafeking. El resultado
es la constitución y difusión de un sistem a de fe uniforme, que ponía en el centro a la nación
como símbolo de valor incuestionable, en el que, se pensaba, se vinculaban m ás o menos
con éxito los requisitos indispensables del arte de gobernar y las expectativas de las m asas
cultas de las clases media y trabajadora de que la nación, el Estado y su s representantes
satisficieran, en su forma ideal, los patrones y criterios morales y hum anistas hacia ¡os que
ellas mismas se habían orientado, de m anera menos perfecta, dentro de la sociedad.
182 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
puede quedar oculto fácilmente todo el peso que tuvieron los grupos gober
nantes antiguos antes del ñn de la primera guerra mundial. El segundo de
estos desarrollos, incluyendo los conflictos, las rivalidades y las guerras entre
Estados y el desarrollo estatal interior no son separables. Al tener en cuenta
a ambos, resulta menos paradójico y fortuito que los grupos aristocráticos con
una fuerte tradición militar y diplomática continuaran desempeñando un
papel determinante, aun en los países más avanzados del siglo XIX. Así, de
ninguna manera está en contradicción con la estructura social de entonces,
el que un aristócrata como lord Palmerston, cuyas maneras y estrategias,
patrones, criterios y normas de comportamiento en la vida pública y privada
habrían cabido tan bien en el siglo XVIII, fuera durante algún tiempo el ídolo
de las clases industriales inglesas, o el que Bismarck, la encarnación misma
de un noble prusiano, haya vuelto realidad el sueño de la unidad nacional de
Alemania, algo que ni las mismas clases medias alemanas alcanzaron por sus
propios medios. El predominio de las élites dinásticas y aristocráticas en casi
todos los Estados miembros del sistema estatal europeo, en el siglo pasado,
fue una característica estructural del desarrollo del sistema en esa fase de
transición. Incluso en los países más avanzados, el poder de las clases medias
industriales era, en todo caso, lo suficientemente grande como para hacer
posible su ascenso a las posiciones de mando de su sociedad, como aliadas de
los grupos dominantes más antiguos. Su habitual “cultura”otorgó a los hombres
que habían crecido dentro de ellas o que se habían asimilado a las mismas,
una clara superioridad sobre el arte de gobernar tradicional que, con todos sus
defectos y obstáculos, continuaba influyendo en las opiniones y actitudes de
la mayoría de los estadistas más importantes. Esto era válido ante todo en las
relaciones interestatales, a las que había contribuido sólo de manera marginal
la experiencia de las clases medias y sus tradiciones. En Inglaterra, la peculiar
mezcla de Gladstone, absoluta e inflexible legalidad de principio y una buena
dosis de pragmatismo, oportunismo y disposición al compromiso, señala en la
práctica los problemas con que tenían que luchar los individuos provenientes
de la clase media una vez que habían accedido a una posición de poder estatal.
Esa discrepancia no era simplemente la expresión de una peculiar disposición
personal, sino que mostraba en forma concreta las dificultades que surgían
del encuentro de dos diferentes culturas estamentarias y, especialmente, de
dos cánones normativos en muchos sentidos opuestos, cuyos trasfondos de
experiencia eran completamente distintos.
Q uizás se logre v e r m ejor el p ro b lem a si recordam os, por últim o, lo que
escrib ió so b re M a q u ia v e lo o tro a n g lic a n o q u e d e s p e r ta b a s im p a tía s no
con fo rm istas, en u n p eriodo te m p ra n o , cu an d o la s c lases m ed ias, todavía
excluidas de la s posiciones g o b ern an tes, no e sta b a n ex p u estas a la tentación
de c o m p ro m e te r la p u r e z a de s u s c re e n c ia s m e d ia n te com prom isos. He
aquí las p a la b ra s con las que Jo h n W esley acu sa pú b licam en te al a u to r de
E l prín cip e e n trev ien d o , a p a re n te m e n te , la posibilidad de que los a s u n t o s
U na d ig r e sió n so br e e l n ac ion alism o 183
Consideré las opiniones menos corrientes, copié los pasajes en que estaban
contenidas, cotejé unas con otras y busqué formarme un juicio frío e im-
parcial. Llegué a esto: si todas las enseñanzas diabólicas que ha habido en
el mundo desde la escritura y han sido confiadas al papel fueran reunidas
en un volumen, este estaría detrás de aquel libro; y cuando un príncipe se
figurara, de acuerdo con ese libro, que la hipocresía, la traición, la mentira,
el robo, el sometimiento, el adulterio, la prostitución y el crimen de todo
tipo son recomendables, Domiciano y Nerónserían como ángeles de luz
comparados con ese hombre.
13. Citado de John Drinkwater, P atriotism in literature, Londres, 1924, pp. 244 y ss.
14. Con frecuencia, la percepción de cambios de largo plazo de este tipo se ve oscurecida por
criterios poco claros. En muchas ocasiones no se separa con suficiente nitidez el ascenso
individual de una capa o un a clase a otra sin que la posición relativa de esos m ism os
estam entos se altere y haya un cambio en la posición subordinada o m ás elevada de
las d istin tas capas sociales como tales. De ah í que am bos procesos no se in v estig u en
adecuadam ente en su relación recíproca.
Una diferenciación de este tipo resulta indispensable para la investigación de las tradi
ciones, las culturas, las normas específicas, los criterios, los patrones y representaciones
ideales de las distintas capas. El ascenso individual tiene normalm ente como consecuencia
que el individuo abandone la cultura de su capa originaria y adopte la de la capa superior
a la que asciende o, mejor dicho, es la fam ilia la que asciende y la que, en el transcurso
de dos o tres generaciones, cambia de una cultura a otra (it takes three generations to
make a gentlem an). Por el contrarío, si bien es posible que el ascenso de toda una capa
social, su elevación de estatu s y poder respecto de otras acarree un desarrollo ulterior
de su cultura, no ocasiona necesariam ente un rompimiento cun su tradición. Se aviene
en general con un a continuidad en el desarrollo de las norm as, patrones y doctrinas
tradicionales, aun cuando pueda observarse una absorción de elem entos de la tradición
de una capa que anteriorm ente había sido superior o una fusión am plia de las culturas.
En las oportunidades relativas de poder de las capas en ascenso y en descenso decide en
tal caso el proceso específico de cambio sobre la manera en que ambas culturas se influyen
y sobre el tipo de m ezcla final.
TERCERA PARTE
CIVILIZACIÓN Y VIOLENCIA
SOBRE EL MONOPOLIO
ESTATAL DE LA VIOLENCIA
de que los hombres se ataquen físicam ente unos a otros o que se fuercen a algo que no
harían sin esa coacción ha sido proscrito de su trato social. El moldeado civilizatorio de los
individuos en ámbitos pacíficos se refleja en las artes, con las que los hombres se gratifican
m utuam ente; en los juegos deportivos, con los que se ponen a prueba sin hacerse daño;
en los viajes y expediciones en territorios pacificados y en m uchos otros campos- Ninguna
pacificación es posible m ientras el nivel de bienestar sea diferenciado y las cuotas de poder
muy diversas. A la inversa, ningún bienestar es posible sin u n a pacificación estable.
2. E ste equivocado planteam iento del problema está relacionado tam bién con la tendencia,
actualm ente m uy difundida, a atribuir los conflictos enti'e los individuos —y los conflictos
internos que se derivan de ellos— a una agresividad inn ata en el hombre. La hipótesis de
que los hombres poseen u n impulso congénito que los lleva a atacar a su s sem ejantes, un
instinto de agresión, sim ilar en su estructura a otros instin tos como el sexual, carece de
fundamento. El hombre posee un potencial heredado para ajustar de m anera autom ática
todo su aparato corporal cuando se siente en peligro. A veces se hab la de u n a reacción
de alarma. E l cuerpo reacciona a la percepción de peligro con un cambio autom ático que
prepara para un m ovim iento intensivo al aparato m uscular y esquelético, en especial la
lucha o la huida. Los im pulsos hum anos que corresponderían al modelo de un instinto se
liberan fisiológicam ente — o como se dice, se desencadenan “desde dentro”— de manera
relativam ente independiente de la situación concreta. El ajuste corporal que dispone para
luchar o em prender la huida es condicionado en mucho mayor m edida por situaciones
especificas, ya sean estas presentes y concretas o se trate de recuerdos.
El potencial de agresividad puede ser activado por situ acion es n a tu ra les y sociales de
determinado tipo, principalm ente por las conflictivas. En oposición consciente a Konrad
Lorenz y a otros investigadores que atribuyen al hombre un instin to agresivo modelado
de m anera análoga al instinto sexual, deseo hacer la siguiente y algo exagerada formu
lación: N o es la a g re siv id a d lo que desencadena los conflictos, sino tos conflictos los que
desencadenan la agresividad. N uestros hábitos de pensam iento crean ía expectativa de
que todo lo que buscamos explicar respecto a los hom bres puede aclararse a partir de la
consideración de individuos aislados. El cambio de actitud m ental y de la expectativa de
explicación al modo en que los hombres se vinculan entre sí en grupos — y por lo tanto, a
las estructuras sociales— es evidentem ente difícil. Los conflictos son un aspecto de tales
estructuras, es decir, de la convivencia de los seres hum anos. Son. asim ism o, un aspecto
de su vida en común con los anim ales, las plantas, el sol y la luna, en pocas palabras, con
la naturaleza no hum ana. La naturaleza h a amoldado al hombre a esa vida en com ún con
los seres hum anos y la naturaleza, y a sus conflictos.
C ivilización y v io l e n c ia so b r e e l m o no polio estatal d e la violencia 187
sino h asta que uno se percate de cuán alto era el nivel de violencia en las
relaciones hum anas en las épocas anteriores del desarrollo de la humanidad.
De hecho, la actitud primaria es que los individuos, al entrar en conflicto
cuando son presa de la ira y el odio contra otros, arremetan contra ellos y llegan
a herir o hasta matarlos. Y aquí se plantea el problema al que me refiero, pues
todo ello, ira mutua, odio, rivalidad, enemistad, siempre está presente, pero la
agresión y el crimen han sido relegados a un segundo plano. Como se ve, mi
enfoque es diferente. Se trata de despertar nuevamente nuestra sensibilidad
para percibir lo sorprendente e insólito que resulta el grado relativamente alto
de no violencia en nuestras uniones sociales. Sólo a partir de aquí se puede
realmente explicar y entender por qué determinados individuos no se adaptan
a este canon de civilización de nuestros días.
No es difícil responder —en todo caso, no en una primera aproximación— la
pregunta acerca de la manera en que pudo darse tal pacificación. La creación de
espacios pacificados durables está relacionada con la organización social de la
vida en común en forma de Estados. Max Weber ha sido el primero en percibir un
aspecto de este problema. Weber señala el hecho de que los Estados se caracterizan
porque, en ellos, el grupo gobernante reclama para sí el monopolio de la violencia
física. Esto significa que vivimos en una organización en que los gobernantes
disponen de grupos especializados, autorizados para utilizar la violencia física en
caso necesario, y también para impedir su viso a otros ciudadanos.3El monopolio de
la violencia puede señalarse como una invención técnico-social del ser humano.4
Las invenciones se dan no sólo en los ámbitos naturales, sino también en los
sociales. Tales inventos raramente son concebidos por individuos aislados; en
su mayoría son creaciones colectivas no planeadas. El monopolio de la violencia
física es una de esas invenciones sociales no planeadas. Se ha conformado bajo la
forma de un largo proceso, muy gradual, a lo largo de los siglos, hasta alcanzar
el estadio actual.
Y c ie rta m e n te no es e s ta la ú ltim a e ta p a . No s e ría re a lis ta decir que e ste
monopolio d e la vio len cia in te r n a e n los E sta d o s fu n cio n a lib re de problem as.
Los h o m b re s d e b e rá n se g u ir tra b a ja n d o en ello y la form ación sociológica de
conceptos p u e d e c o n trib u ir a q u e lo h a g a n con m ay o r conciencia.
E se m o n o p o lio d e la v io le n c ia físic a , q u e ho y p o r lo com ún c o n tro la n y
conducen los g o b iern o s e s ta ta le s , re p re s e n ta d o s como órganos ejecutivos por
el ejército y la policía, es como m u ch as o tra s invenciones h u m a n a s, u n logro de
3. En un a palabra, la forma estatal de la vida com unitaria y la pacificación que trae consigo
se basa ella m ism a en la violencia. E l antagonism o entre civilización y violencia, que a
prim era v ista puede parecer absoluto, se revela como algo relativo cuando se considera
m ás de cerca. Lo que se esconde detrás de el es fun dam entalm en te, la diferencia entre
individuos que a nom bre del E stado o bajo la protección de su s leyes am enazan o atacan
con violencia, con arm as o con fuerza muscular, a otros individuos que hacen lu m ism n sin
el perm iso del E stad o y sin la protección de las leyes.
4. U n m odelo exp licativo de su desarrollo se expone en mi obra E i proceso de la c iv iliz a
ción.
188 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
doble filo; tiene la cabeza de Jano. Al igual que la invención del fuego hizo posible
la cocción de los alimentos y el incendio y la destrucción de casas y chozas o que
la elaboración del hierro determinó grandes avances en la agricultura y trajo
consigo el avance en la guerra o que la fuerza del átomo puede ser una fuente
de energía y un arma terrible, así también las invenciones sociales pueden
mostrar una doble faceta. El surgimiento de monopolios de la violencia física
es un ejemplo. Debo dejar de lado este aspecto del problema, pero esto es lo que
sabemos: por un lado, un monopolio estatal de la violencia física puede servir
como un arma peligrosa. Desde los faraones hasta las dictaduras de la actua
lidad, el monopolio de la violencia ha sido utilizado como una fuente de poder
decisiva para beneficio de pequeños estamentos. Pero, la de los órganos y las
personas que ejercen el control del monopolio estatal de la violencia, no es una
única función; es también un desempeño elevado para los hombres vinculados
en un Estado, que hasta ahora ha sido una condición indispensable para la
pacificación interna de grandes conglomerados sociales, especialmente, para la
convivencia pacífica de grandes masas humanas en los Estados industrializados,
condición estrechamente vinculada con el monopolio fiscal, ya que sin impuestos
no hay poder armado, ejército o policía y sin ellos no hay impuestos.
El punto que salta a la vista aquí es el del equilibrio entre las dos funciones
del monopolio de la violencia, la de sus inspectores y la que toca al conjunto de
la población del Estado, por ejemplo, en relación con su pacificación interna.
En épocas anteriores, el equilibrio de poder en este sentido era tan desigual,
que los que controlaban el monopolio —o quienes casi lo detentaban— podían
imponer esta función gracias a este manejo, de manera ilimitada, en beneficio
de sí mismos a expensas de la tocante a los gobernados. Se dice que Luis XIV
dijo: “El Estado soy yo.” De hecho se sentía su dueño. A partir de entonces, en
algunos Estados, el equilibrio de poder se ha inclinado, en alguna medida, en
favor de la otra función, la correspondiente a la sociedad estatal en su tota-lidad.
En la etapa m ás av anzada, quienes ejercen el monopolio de la violencia y sus
inspectores están, a su vez, bajo el control de otros representantes de la sociedad;
estos vigilan que los medios a disposición de aquéllos, no sean sólo utilizados en
su beneficio p articu lar o en favor de los intereses de ciertas capas de la población
organizada estatalm en te. La pacificación individual, el hecho de que, en caso de
conflicto, la m ayoría ra r a vez llegue a pensar en arrojarse contra sus oponen
te s e iniciar u n a pelea, por furiosos que estén, d a m u e stra s de u n a profunda
transform ación civilizadora de la e s tru c tu ra de la personalidad. Los bebés se
defienden de m an e ra esp o n tán ea con pies y m anos, in dependientem ente de la
sociedad a que pertenezcan, los niños p elean e n tre sí con m ucha frecuencia. El
hecho de que se h ay a im preso ta n profundam ente el tab ú de los actos violentos
en quienes h a n crecido en las sociedades m ás desarrolladas es algo relacionado,
en buen a m edida, con la efectividad creciente del monopolio e sta ta l de la vio
lencia. Con el tiempo, las e stru c tu ra s de personalidad de los individuos se van
ajustando a ello. Las personas desarrollan cierto tem or o incluso u na profunda
aversión, u n a su e rte de disgusto, a n te la utilización de la violencia física. Es
C ivilización y v io l e n c ia s o b r e e l m o no polio estatal d e l a violencia i 89
5. Acerca de e ste concepto y su contenido, véase: N orbert E lias, “E ngagem ent und disuui-
zierung” en M ichael Schróter (com p.). A rb eiten z u r w issenssoziologie, Frankfurt, 1983,
vol. 1, pp. 121 y ss.; “H um ana C onditio”. Frankfurt. 1985.
190 N orbert Elias | Los A le m a n e s
como uno de los criterios decisivos para evaluar la etapa civilizatoria, se puede
decir que los hombres han alcanzado un estadio más elevado de civilización en
las relaciones internas en el Estado que en las relaciones externas. En el caso de
los Estados industriales desarrollados, en los que, efectivamente, se observa un
alto grado de pacificación interna, el desnivel entre la pacificación intraestatal
y la amenaza interestatal es con frecuencia particularmente alto. En el terreno
de las relaciones externas, los seres humanos se encuentran en un escalón más
bajo del proceso civilizatorio, no porque sean malos por naturaleza, ni tampoco
porque sientan deseos congénitos de agresión, sino porque en las relaciones
internas estatales se han formado determinadas instituciones sociales que, con
mayor o menor efectividad, contrarrestan todo acto de violencia no autorizado
por el Estado, mientras que en el trato externo, tales instituciones aún no
existen. Así, todos los grandes Estados, al igual que muchos de los más pequeños,
tienen a su disposición especialistas de la violencia que pueden entrar en acción
cada vez que amenaza la irrupción violenta de otro Estado o también, dado el
caso, cuando el Estado en cuestión amaga a otro.6
Mientras que en el plano de las relaciones entre Estados, la formación de un
monopolio de la violencia física y, por lo tanto, también del proceso de formación
del mismo Estado, es muy rudimentaria —por motivos y con consecuencias que
no requieren ser analizados aquí—, su desarrollo en el plano interno estatal
es ciertamente mucho más avanzado, pero su avance no es en todas partes
uniforme. Aún allí donde es relativamente eficaz, continúa siendo vulnerable,
por lo que, en las situaciones sociales críticas, los especialistas estatalmente
autorizados para controlar y ejercer la violencia, pueden verse envueltos en
una lucha violenta contra otros grupos sin tal autorización. En lo que sigue,
nos referiremos a dos de estos casos tomados de la historia alemana reciente.
6. Pero tam bién pueden ser llam ados para apoyar a u n a capa social o a un determinado
partido en lucha contra otros en los conflictos internos. Ya dije que el monopolio de la
violencia posee un doble faceta. Por lo demás, son los m ism os individuos los que, por un
lado, en un a etapa relativam ente elevada de la civilización, son educados en el espíritu de
un fuerte rechazo al uso de la violencia física en la vida interna del Estado y, por el otro,
son formados —como en el servicio militar— como especialistas para matar en el ámbito de
las relaciones entre Estados. La diversidad de los niveles de civilización en las relaciones
internas y externas de las sociedades estatales actuales se refleja, por tal motivo, en los
desequilibrios personales específicos y en los conflictos de las personas afectadas pues
se sedim enta en la estructura de su s personalidades. En la paz, dentro de los misinos
ámbitos pacíficos donde se castigan los actos de violencia, se prepara a los hombres para
la guerra, en la cual la violencia es perm itida y exigida. D espués de la guerra, donde
se les ha acostum brado a todo género de violencia, los sobrevivientes retornan a los
espacios pacíficos de sus países y se espera de ellos que se adapten de inmediato a la
ausencia de violencia allí requerida. Pero con harta frecuencia, esto no puede hacerse tan
rápidamente. La marea de la guerra expande sus olas violentas a través de generaciones
en las sociedades pacificadas por el Estado.
C iv iliz a c ió n y v i o l e n c i a s o b r e e l m o n o p o lio e s t a t a l d e l a v i o le n c i a 191
7. Ese canon se formaría por la práctica de generaciones de oficiales perten ecientes a una
nobleza no especialm ente acomodada. E n esos grupos se daba por sentad o que la guerra
era un oficio sangriento. Se m ataba a los enem igos, se incendiaba, de ser necesario, su s
casas, se viv ía de la tierra y tam bién, sin duda, se practicaba el pillaje. Pero para los
oficiales existían a l m ism o tiempo determ inadas reglas, u n canon de com portam iento, en
virtud del cual se tenían consideraciones con e l enem igo, especialm ente cuando se trataba
de miembros de la m ism a clase. Para los nobles, la guerra era u n a su erte de profesión:
por mas que se pudiese aborrecer a un enem igo, la actitud hacia él estaba determ inada a
grandes rasgos, por un código de caballeros relativam ente uniforme. H asta el siglo pasado,
y quizás hasta principios del presente, se consideró prácticam ente como obligatorio en los
Estados europeos.
8. No sólo los hombres en lo individual, sino tam bién grupos sociales como la s clases o las
naciones aprenden de su s experiencias. Como correlato de la continuidad generacional
existe algo así como un a memoria colectiva de los grupos sociales. El recuerdo de que el
deseo de la unificación de Alem ania no se logró por la vía pacífica, n i por la inteligencia,
ni por una revolución burguesa contra la hegem onía de los príncipes y la nobleza, sino
por la victoria m ilitar sobre Francia bajo la conducción de los nobles, formaba parte de
las experiencias colectivas fundam entales de amplios sectores de la burguesía del imperio
alemán. El viraje que tuvo lugar, en virtud de esa experiencia colectiva, en buena parte
de la burguesía alem an a se expresa, ta l vez con algun a sim plificación, de la sig u ie n te
manera, como si un a gran cantidad de su s m iem bros dijera al unísono: “nuestros bellos
ideales no nos han servido para nada. Lo que nos ha llevado de lo m ás hondo a los m ás
alto, lo que nos ha conducido a la realización del objetivo tan anhelado ha sido el poder
militar, la violencia bélica. Es evidente que ella es, en últim a instancia, lo que cuenta en
los asuntos hum anos. Las herm osas palabras de Schiller, G oethe y otros, su llam ado a la
humanidad, todo ello nos h a servido de poco. Sólo nos sirvió la lucha, la voluntad de poder
y la inflexibilidad en su realización.”
194 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
Los francotiradores corrían desesperados y en ello les iba la vida [...] Alguien
tropezó un segundo más tarde, George Rappen disparó por encima de los
caídos —sólo un golpe de su sable encontró el brazo que a manera de escudo
intentaba proteger el cuerpo; detrás de él se escondía un rostro azorado,
descompuesto por el dolor y la angustia... era una mujer [.„]
Entonces ataron juntos con correas a los tres, la mujer y los dos piesangs y
seguidamente aceleraron el trote, los prisioneros tuvieron que correr hasta
echar la lengua, si no querían ser arrastrados hasta la muerte [,..] Y los
ulanos no escatimaban golpes, patadas, pescozones (...) también la mujer
recibió su parte (...) Hacía mucho que se habían olvidado de distinguir entre
los hombres y el ganado (...) Un enemigo hecho prisionero no era otra cosa
que una bestia salvaje y maligna [...]
9. Los núm eros rom anos en tre corchetes rem iten al contexto de los apénd ices (pp. 218 a 305)
(V éase nota final del editor alem án). (N. del T.í
10. W alter Bloem Volk W ider v o lk . Leipzig, 1912, pp,, 326 y s.
C iv iliz a c ió n y v i o l e n c i a s o b r e e l m o n o p o lio e s t a t a l d e l a v i o l e n c i a 195
11. Yo mismo la experimenté — tenía apenas 17 años— como algo extraño y no com pletam en
te com prensible. Pero tu ve com pañeros y conocidos que com p artían e se esta d o de
ánimo.
12. Philipp Witkop (comp.), Kriegsbriefe gefallener studenten, M unich, 1929, pp. 7 y s.
196 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
13. En general, a m uchos m iem bros de las antiguas capas gobernantes alem an as les pareció
una ruptura con la tradición y un a abdicación de su s propios derechos el hecho de que
ahora los representantes de aquéllos que anteriorm ente habían estado a su disposición
asum ieran funciones gubernativas. Por ello, el régim en parlam entario segú n el modelo
occidental apoyado por los aliados, los enem igos de ayer, les parecía reprobable en un
sentido doble: por un lado, porque era promovido por los occidentales y, por el otro, porque
p arecía hecho para asegurar a los rep re se n ta n te s de la cla se trabajadora un acceso
perdurable a las posiciones del gobierno, abriéndoles la posibilidad de conquistar el poder,
algo que nunca había sucedido en los E stados alem anes.
E sa contradicción puede ser interpretada como expresión de un conflicto entre clases,
pero no en el sentido que se im prim e a e ste térm ino en los libros. Las ten sion es entre
los d istin tas sectores del pueblo alem án —que en el periodo de la República de Weimar
adquirirían con frecuencia características sim ilares a las de u n a guerra civil y fueron
acompañadas de violencia— no correspondían ya por completo a la im agen simplificada
que Marx había esbozado. En su escenario, las fábricas aparecen como el centro de los
conflictos de clase, constituyendo el punto de choque de las ten sion es entre la burguesía
y la clase trabajadora. E sas tensiones aparecen sencillam ente como la expresión de los
intereses económicos contrapuestos entre los patrones y los obreros industriales. En la
época de Marx, ese quizás era un diagnóstico suficiente, aunque n aturalm ente ya entonces
la fábrica era un aparato de dom inación y e sa s luchas en to m o de las o p o r tu n i d a d e s
económicas, solam ente un aspecto — ciertam ente uno central— de la lucha por el poder.
E n el transcurso del siglo XX, sin embargo, adem ás de los conflictos fabriles cobran cada
vez más importancia las tensiones y conflictos en el terreno político. Y el acceso al gobierno,
a sí como a u n a e xten sa gam a de posiciones en la adm inistración e s ta ta l y municipal
logrados por los rep resentantes de la clase obrera d esp ués de la guerra de 1914-18 en
Alem ania (y tam bién en Inglaterra), desem peñó un papel de consideración en el re p a rto
de las oportunidades para hacerse del poder entre esos dos grupos sociales.
Cuando la distribución de los equilibrios de poder en una relación estam ento de p o d e r/g ru p 0
marginal, con una escala de grandes diferencias, se desplaza en favor de los grupos margi
C ivilizac ió n y v io len c ia so b r e el m o no polio estatal d e la vio lencia i 97
nales, n orm alm en te la ten sió n en tre am bos bandos s e agud iza, con frecuencia de m anera
considerable. E l hecho de que los otrora subordinados, en e ste caso, los representantes de los
partidos obreros, tu vieran acceso a la s posiciones d e m ando del Estado, adem ás de a m uchos
puestos m edios y bajos de U jerarqu ía de la adm inistración, no era percibido por m uchos
Círculos b u rg u eses com o u n p a so significativo h acía la integración de la clase trabajadora
a la nación, sin o sim p le m en te com o u n a reducción de la propia función directiva, como un
descenso del v alor propio, com o u n a destrucción d e los propios ideales.
14. Ambos objetivos, el in tern o y el extern o, a p e n a s s i correspon dían a la s rela cio n es r ea les
de poder, por lo q u e m á s b ien te n ía n el carácter de u n a fa n ta sía . C on la crecien te in d u s
trialización d e A lem an ia, la porción de poder de los patrones y de otros grupos ca p ita lista s
—aunque tam bién la de la c la se obrera in d u strial— hab ía crecido en el entram ad o d e esos
equilibrios sociales. E ra n e c esa ria la e x isten cia de condiciones extraordinarias — ta l vez
una crisis econ óm ica de gran d es proporciones, acom pañad a de un elevado desem p leo—• si
es que rea lm en te q u ería lograrse la destrucción de los m edios de poder m ás im p ortan tes
de la clase obrera, su o rgan ización p o lític a y profesional. E s du doso q u e a la larga oslo
pudiera lograrse e n con d icion es m á s o m en o s pacíficas. Pero e s ig u a lm en te dudoso que en
198 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
una época en que Estados Unidos se perfilaba y a como una superpotencia, las proporciones
del im perio alem án resultaran suficientes para reclamar para sí —en contra de Estados
Unidos y su s aliados— la hegem onía de Europa. D e seguro, tal posibilidad estaba excluida,
desd e el m om ento m ism o en que la dirección alem an a provocaría que su s enemigos
naturales Rusia y Norteamérica, se aliaran en su contra. Cuando el seductor sueño de una
predestinación m undial grandiosa y hegem ónica del país o de una m isión que abarque
a todos los pueblos, gana fuerza en los grupos dirigentes de una nación y en todos los
que se identificaban con ellos, es raro que exista un camino menos costoso en términos
hum anos, para que esos grupos despierten de su sueño, a fin de que se apague la imagen
fantástica y narcisista de la superioridad de su nación sobre otros pueblos y la aspiración
hegem ónica asociada con ella, que la derrota social y militar. Que Alemania necesitara de
dos apabullantes derrotas de su s estratos dirigentes para hacer concordar con la realidad
su idea nacional de s í m ism a y los objetivos de la política asociados con ella tiene, sin duda,
que ver con la enorme fuerza de atracción que ejercía sobre un pueblo que había padecido
la derrota, durante largo tiempo y a causa de su debilidad de la meta de convertirse en
una gran potencia.
15, Pseudo-Jenofonte, Athénaion politeia, cap. I. vers. 5; en Jenofonte, Obras, vol. VII, Scrípta
m inora, Londres/Cam bridge, 1968 (Loeb C lassical Library, 183), pp. 476 y ss. Para el
modelo general de las relaciones estam ento de poder/grupos marginales, véase N. Elías/J.
L. Scotson. “The established and the outsiders” A sociological enquiry into community
problem s, Londres 1965; con una introducción teórica nueva en la edición holandesa.
De gevestigden en de buitenstaanders, Utrecht/Am beres. 1976, pp. 7-46 (ahí, en la p-18
la cita de Jenofonte). U n a edición alem ana de ese libro aparecerá probablemente en
1990.
C iv il iz a c ió n y v io l e n c ia s o b r e e l m o n o po l io est a t a l d e l a v io le n c ia 199
Después de que no he dejado pasar ningún día [...] sin tener la vista puesta en
el estado de ánimo del pueblo, se ha confirmado mi opinión de que todo lo que
está encima de la plebe anhela la liberación de esta pocilga, especialmente
del yugo judío que pesa sobre el pueblo y, lo que es de particular significado,
progresista frente a lo pasado: está dispuesto a participar activamente en la
futura obra de liberación. El llamado “¡Abajo los judíos! ¡Abajo los traidores
de nuestro pueblo!” resuena en cada banco en las cervecerías; anuncios
y leyendas anuncian lo mismo en todos lados. Cada tarde se cuelga a un
Erzberger.,. Dos caballeros del Reichswehr se nos unieron junto con sus
hombres. Y espero ganarme a dos más.
Las etapas por las que un individuo transitaba en esta vía se veían así en
los años veinte:
1. Oficial del ejército guillerm ista (si se era demasiado joven, entonces
también cadete en el cuerpo de cadetes prusiano)
2. Miembro de un cuerpo de voluntarios, frecuentemente con participación
en la malograda campaña báltica;
3. Miembro de una liga clandestina conspirativa de carácter terrorista. Como
una cuarta etapa —de la que aquí no hablaremos— se podría mencionar el
ingreso al Partido Nacionalsocialista que, para muchos desbandados, antiguos
miembros del cuerpo de voluntarios continuamente amenazados por el peligro
de verse desclasados, significaba la oportunidad de ascender nuevamente en la
escala social y la satisfacción —en última instancia falsa— de ver cumplidos
sus anhelos políticos. Se ha dicho no sin justicia que, el ascenso de Hitler al
poder difícilmente hubiese sido posible sin el apoyo militar y organizativo de
los miembros de los antiguos cuerpos de voluntarios.
De joven, Salomon se había incorporado, recién egresado del cuerpo de
cadetes, a un cuerpo de voluntarios de Hamburgo dirigido por un tal teniente
Wuth. Allí se encontró en compañía de aventureros, un poco salvajes, un poco
románticos, con usos y costumbres provincianos. Así aparece en su recuerdo
la ofensiva:24 wLa palabra ‘ofensiva' tenía para nosotros, los que nos íbamos al
Báltico, un sentido lleno de misterio, felizmente peligroso... el sentido de una
severa comunidad... la disolución de todos los lazos que nos unían a un mundo
que se hundía, podrido, con el que un verdadero guerrero no podía tener nada
en común.”
Aquí se muestra con claridad meridiana una etapa característica del proceso
del que surgirían los grupos terroristas. Estos hombres se sentían al margen de
una sociedad a la que, por su parte, consideraban totalmente podrida. Estaban
convencidos de que estaba en decadencia y deseaban que terminara de de
rrumbarse, aunque quizás no tenían claro, bien a bien, lo que sucedería tras
el derrumbe. Sin embargo, resulta irónico en el caso de Salomon —a quien, en
el recuerdo, la joven república alemana se le presenta como “un mundo que se
hunde y podrido”— que justamente haya sido la vieja sociedad, en cuyas tradi-
dones él mismo y muchos de sus camaradas habían crecido, la que hubiera sido
derrotada y estuviera a punto de hundirse definitivamente. El imperio alemán
había sucumbido, pero numerosos representantes suyos habían sobrevivido,
en tanto que con él había desaparecido la misión que daba sentido a sus vidas.
E m st von Salomon se había educado en la escuela de cadetes, preparándose
así para una carrera de oficial en el ejército prusiano; pero el antiguo ejército se
había desmoronado y se estaba apenas en la fase de planeadón de uno nuevo y
mucho más pequeño. El comandante supremo se había refugiado en Holanda:
¿había todavía en esta república surgida de la derrota, lugar y una misión para
hombres como él?
La expedición al Báltico, que prometía una compensación por la pérdida de
territorios en la parte occidental y una posición acorde con el rango de quienes
participaban en ella —acaso hasta una propiedad— dio nuevas esperanzas.
No se preguntaba lo que diría el victorioso enemigo de Alemania o el gobierno
alemán en Berlín acerca de esa colonización de las provincias rusas del mar
Báltico; además, la política mundial era algo lejano y el sueño era bello. Pero por
mucho que ese sueño representase un nuevo y mejor futuro para la sensibilidad
de los que lo acariciaban (un sueño opuesto a esa miserable política de paz de la
odiada república alemana), en el fondo, lo que se anhelaba era la restauración
del mundo antiguo, de un Reich alemán con un poderoso ejército, en cuya
jerarquía los oficiales y los valores militares ocuparían nuevamente el rango
debido. La disciplina, la dureza y el valor militares serían justipreciados de
nuevo, y la debilidad y los escrúpulos morales de tipo burgués recibirían el
desprecio que merecían; lo mismo sucedería con los civiles que gobernaban en
Berlín y con los diputados, que mucho hablaban y poco hacían .25
S in em bargo, p a ra los m ilicianos establecidos en el Báltico, el E stado par
lam en tario e ra u n m undo extraño. L a un id ad de estos com batientes no era ya,
como en el antiguo ejército, d eterm in ad a por u n reglam ento m ilitar sancionado
por el E stado y elaborado por su burocracia, ni por la je ra rq u ía de m ando cuya
in stan c ia sim bólica m ás elevada e ra la figura del em perador. E n el fondo, los
hom bres del C uerpo de V oluntarios no se sen tían obligados sino con su propio
grupo. C ada cuerpo te n ía su propio dirigente que, en general, e ra u n a persona
lidad carism ática; su auto rid ad personal, su participación personal en la lucha,
su prom esa tá c ita de victoria, de botín y de u n futuro mejor los m antenía unidos;
era decisiva p a ra la solidaridad y p a ra la com batividad de esas tropas.
El te n ien te W uth, el com andante del Cuerpo de Voluntarios de Hamburgo,
25. Bien considerado, se pueden diferenciar tres niveles en el sueño de estos milicianos, niveles
que se entretejían de múltiples maneras. Necesitaban, en primer lugar, una existencia, un
ingreso, una carrera; necesitaban, en segundo lugar, un grupo que ofreciera a los hombres
maduros en la sociedad un sitio de refugio, aparte y móvil, menos comprometido con el
contexto de la familia, una segunda patria, un escudo contra el aislamiento, una respuesta
a las necesidades de amor, amistad y afirmación del sentido de autoestima a través de la
inclinación y el afecto de otros individuos; finalmente, en tercero, necesitaban la sensación
de ser útiles, desempeñar una tarea que proveyera de sentido a su vida.
C i v i li z a c i ó n y v i o l e n c i a s o b r e e l m o n o p o lio e s t a t a l d e l a v i o l e n c i a 207
era uno de ellos. Era, a sí lo describe Salomon, un hombre alto, moreno, tosco.
Tenía un colmillo que le salía por el labio y que acostumbraba hundir en su
hirsuta barba; en los combates cambiaba su gorro de campo por un bonete de
terciopelo, como el que solían usar los exploradores. Las batallas que había que
sostener en el Báltico eran duras, las pérdidas elevadas. Pero la esperanza no se
extinguía, y la vida era libre y constituía una alternativa a la vida burguesa con
toda su rigidez y legalidad, con todas sus coerciones. Aquí en el Báltico todavía
había m ovimiento y la posibilidad de alcanzar nuevas victorias que podían
hacerle olvidar a uno las derrotas en la parte occidental.
Posteriormente sobrevendría el golpe que acabaría con todas esas espe
ranzas. Sucedería lo impensable: los comisionados del gobierno firmarían el
terrible tratado de paz que sellaría la degradante derrota. Salomon describe
ese acontecimiento traumático :26
Quizás durante un mom ento pudieron creer realm ente que ese acon
tecimiento lejano no les concernía. Pero los hilos invisibles que los unían a la
patria lejana pronto se hicieron sentir. En el fondo, no eran más que tropas
alemanas dispersas en los extensos dominios rusos. La firma del tratado de
paz por parte de esos arribistas que ahora representaban a Alemania, sellaba
su destino. Se sentían traicionados :27
Este ejemplo muestra con claridad el alcance del significado emocional del
hecho de que el gobierno de Berlín no declarara públicamente que: “por consejo
del alto mando del ejército, nuestros comisionados han firmado el tratado de
paz tal como nos fue propuesto.” La famosa astucia campesina de Hindenburg
logró que la indignación por la firma del tratado y, por lo tanto, por la derrota
militar, se atribuyera a los representantes de la república parlamentaria. Esto
permitía renegar de la república a todos aquellos que se sentían perjudicados
por ella. La traumática experiencia de la firma de un tratado tan humillante
y desventajoso pudo haber sido sentida de distinta manera en otros casos
particulares. Pero el efecto sobre los milicianos tuvo, en cierto sentido, tal y
como aquí se describe, un significado ejemplar. Desconocían las apremiantes
circunstancias que habían llevado al gobierno a optar por la firma. Quizás
hubieran aceptado esa parte de haberla firmado el emperador o Hindenburg y
Ludendorff. Pero ahora como únicas responsables, aparecían personas que, en
la tradición de la vieja sociedad de honorables y, en especial, en la de quienes
habían sido educados en el espíritu del cuerpo de oficiales, eran consideradas
como advenedizas, como arribistas.28
Finalmente, por la presión de la Entente y en consonancia con la letra del
tratado de paz, el gobierno del Reich en Berlín ordenaría el retomo del cuerpo
de voluntarios del Báltico. Muchos de los milicianos se negaron a obedecer a su
gobierno; se quedaron y continuaron combatiendo, no contra el Ejército Rojo, que
ya se había retirado, sino contra una tropa letona y estona recién organizada
28. Muchos alem anes — entre ellos la mayoría de los m ilicianos— odiaban al nuevo Estado
y a la nu eva sociedad porque la derrota era com pletam ente irreconciliable con su idea
de grandeza y orgullo de A lem ania. El antiguo sueño de una A lem ania unida y fuerte,
finalm ente realizado e n 1871. hacía im posible reconocer que su país había sucumbido
ante u n a potencia superior y no vencida por una traición interna.
Aparte de esto, el llam ado m ito de la puñalada trapera fue un modelo de estigmatización
m uy efectivo, que al m ism o tiem po sirvió como coartada, como medio para descargar de
culpa al antiguo estam ento alem án, al igual que como arma en la lucha contra la masa
em ergente de grupos m arginales. Liberó a Hindenburg y a todo el régimen imperial de
la responsabilidad de la derrota y de sus consecuencias para el pueblo alem án, arrojando
la culpa de todo ello sobre aq u ellos grupos considerados inferiores que ahora, como
consecuencia im prevista de la guerra, habían logrado un aumento considerable de poder.
Como en otros casos, la fuerza del estigm a correspondía a la proporción de poder de los
grupos establecidos y los m arginales (véase Elias-Scotson, op. cit., nota 15).
Uno se pregunta si la s cosas hubieran sido d istin tas en la evolución de Alem ania, si
los m ilitares de alto rango, especialm ente H indenburg en persona, hubieran asumido
públicamente la responsabilidad por la derrota y , por lo tanto, por la firma del Tratado de
Versalles. En lugar de ello, se distanciaron públicamente de la decisión de firmar el tratado
de paz, dejándose abierta la opción para un nuevo enfrentam iento armado cuando la
ocasión fuera propicia. Es sintomático el episodio, según el cual, Ebert llama a Hindenburg
para saber si el gobierno debía aceptar las condiciones del tratado de paz o si, según el alto
mando militar, había aún posibilidades de presentar resistencia. Hindenburg simplemente
abandona la habitación. Tocó a uno de sus representantes, el general Groener, comunicar
al presidente del Reich que, según la opinión del alto mando, la resistencia m ilitar ya no
era posible (para detalles al respecto, véase Cordón A. Craig, The polities o f the prussian
arm y, Oxford 1964, pp. 372 y ss.) Ebert y los dem ás representantes partidistas, cuya
obligación entonces era firmar el tratado, fueron estigmatizados por una decisión que, en
última instancia, había tomado Hindenburg.
C ivilización y v io lenc ia so br e e l mono polio estatal d e l a v io lenc ia 209
ap oyad a por barcos de guerra ingleses. Poco a poco, los cuerpos de voluntarios
fueron expulsados. Ésa sería su segunda experiencia traumática: gente que no
había podido aceptar que Alemania había sido vencida en occidente, experimen
taba ahora en carne propia la derrota en oriente.
Poco a poco, la situación de los cuerpos de voluntarios en el Báltico se haría
in so sten ib le. Con las primeras heladas del otoño ruso, la falta de avituallamiento
p r o v e n ie n te de Alemania se haría patente. A muchos les faltaba abrigo, los uni
form es y los pantalones estaban gastados, las botas agujeradas, y la población
local hostigaba sin cesar a las tropas en retirada, tal como habían hecho los rusos
con las de Napoleón. Finalmente, la rabia de los combatientes acosados y con su
esperanza destruida haría explosión. Salomon, entre otros,29ha descrito lo que
entonces sucedió. D e nuevo devolverían golpe por golpe y en esa desesperación
y rabia se perderían también los últimos resabios de humanidad.30
P o d e m o s in q u ir ir s o b r e l a s c o n d ic io n e s e n q u e e n u n a s o c ie d a d c o m ie n z a n
a d is o lv e r s e l a s f o r m a s d e c o m p o r ta m ie n t o y c o n c ie n c ia c iv iliz a d a s , a q u í s e v e
n u e v a m e n te u n a d e l a s e s t a c io n e s d e e s t e c a m in o , q u e e s u n c a m in o d e c r e c ie n te
b a r b a r ie y d e s h u m a n iz a c ió n y q u e e n l a s s o c ie d a d e s r e l a t iv a m e n t e c iv i l iz a d a s
r e q u ie r e s ie m p r e d e b a s t a n t e tie m p o .
En tales sociedades, el terror y el horror casi nunca aparecen, sino como
resultado de un largo proceso social de descomposición de la conciencia. Con
31. No es casual que, durante los años vein te, los dirigentes de la lucha terrorista extra-
parlam entaria de los cuerpos de voluntarios, con su aún im portante tradición de la
oficialidad guillerm ista, y en contra de la República de Weimar, hayan ingresado a las
uniones armadas de los nacionalsocialistas. En los Estados nacionales con un alto grado
C ivilizac ió n y v io l e n c ia s o b r e e l m o no po lio estatal d e l a v io lenc ia 21 l
33. Se trata de u n cambio notable de nuestra sociedad, que se m uestra aquí en el espejo del
m ovim iento terrorista. El rom pimiento del monopolio estatal de la violencia era hasta
entonces un privilegio de los hombres. La terrorista es, con pocas excepciones, una novedad.
Pues aquí no se trata de actos violentos bajo la presión espontánea o reprimida de un odio
personal —eso siem pre se ha dado, tam bién en el caso de las mujeres— , se trata de actos
relativam ente impersonales, fríamente concebidos, que pueden ser ejecutados igualmente
por hombres o por mujeres.
34. Esta diferencia en su estratificación en el espectro político está relacionada con otra signi
ficativa entre ambos movim ientos terroristas: el ñnanciamiento de sus actividades. Para
los terroristas de la República de Weimar no fue tan diíícil conseguirlo como para los de !a
República Federal AJemana. El círculo de sus simpatizantes ricos era mucho más grande.
C iv iliz a c ió n y v i o l e n c i a s o b r e e l m o n o p o lio e s t a t a l d e l a v i o l e n c i a 2 13
35. R esulta ocioso d isp u ta r acerca de cuál de los oponentes tiene la culpa de los acontecimien
tos: en u n proceso sem ejante. Ambos bandos se e stim u lan m u tu am en te. El problema aquí
es m ás bien: ¿cómo se puede a te n u a r el escalam iento y quizás h a sta detenerlo? En general,
el bando m ás poderoso es m ucho m ás capaz, de hacer esto que el bando débil.
* Oposición E x tra p a rla m e n ta ria , por sus siglas en alem án. IN. del T.]
36. El paso a la formación de organizaciones conspirativas violentas que buscaban d e s e s t a b i l i z a r
C iv iliz a c ió n y v i o l e n c i a s o b r e e l m o n o p o lio e s t a t a l d e l a v i o le n c i a 215
y. de ser posib le, d estru ir el régim en m ediante un resquebrajam iento dem ostrativo del
monopolio e sta ta l de la violencia se llevó a cabo, en ambos casos, en una situación en que
habían fracasado todos los esfuerzos por transform ar por otros m edios el orden estatal
establecido — percibido como algo sin sentido y carente de valor.
37. Jochen S teffen , “N achw ort” en K. R. Rohl (comp.). F ü n f fin g er s in d kvine Faust. Colonia.
1977, P.452
3$. H ans-Joachim K lein, R ückkehr in d ie m eseklichkeiL Reinbeck. 1979.
216 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
—Veamos —dijo y los escudriñó con atención—, todos deben haber sido soldados,
hasta marineros, mejor. Así sabrán lo que significa la disciplina. Y unos veteranos
como ustedes saben muy bien, al igual que yo, que en un astillero debe reinar la
misma disciplina que a bordo de un barco. Aquí se unen cuestiones comerciales
y políticas. Por lo tanto, si cedo a sus demandas se abrirán todas las puertas a la
indisciplina. ¿Por qué? Bien, no me refiero a ustedes tres. El honor forma parte
de su sangre misma y los conozco desde hace mucho tiempo. Sin embargo, hay
cientos de holgazanes a quienes se les podría ocurrir usar el mal tiempo como
excusa diaria para llegar un par de horas más tarde al astillero. Sólo tendría
que darse a conocer el día de hoy: “Funcionó, ¡sí nos van a pagar!”Y ustedes, los
aplicados y decentes, tendrían que sufrir las consecuencias... No, hombres, no
tengo que explicarles más. No son unos chiquillos y saben que tiene que haber
disciplina. No importa que duela o no, ¡tiene que ser así!
—iEs cierto! —aceptó el herrero y se puso la gorra con un movimiento enérgico.
—Lo recuperarán haciendo horas extras. Ya quedamos.
—De acuerdo, señor Twersten. Y disculpe usted la molestia.
4 2 . I bicl., p . 9 9 .
A p é n d ic e s 221
—Eso deseo hacer. Y lo haré, porque lo amo de todo corazón. Sin embargo,
primero tiene que ser como yo quiero. No puedo ceder en eso. Su carácter tiene
que inclinarse hacia un solo lado, el mío. No se me ocurre idea más terrible
que la de que el dueño del astillero K R. Twersten pudiera ser un hombre
débil o alguien capaz de omitir, a causa de un arranque sentimental, una
medida férrea cuando haga falta.
“Férreo” es otra palabra clave de este periodo. Ser débil o mostrar alguna
debilidad es algo terrible, como ya se vio. La burguesía de la época recuerda un
tiempo de debilidad y se siente obligada, en cierta forma, a exaltar la actitud
contraria. Los documentos de la época están Denos de testimonios en el siguiente
sentido: Alemania fue débil, ahora es fuerte y tenemos que hacer todo lo posible
para que lo seamos cada vez más, tanto en lo militar como en lo económico.
En la guerra tam bién hay que mostrar dureza. Los guerreros no deben
identificarse dem asiado con sus enemigos, porque eso les impediría golpear
los, matarlos y vencerlos. El vocabulario de la época contiene términos que
estigm atizan la com pasión. E ste tipo de em ociones hum anas se rechazan
como nocivas calificándolas simplemente de "sensibleras”. Donde domina una
Voluntad férrea” y se requieren “gallardía” y una “conducta enérgica”, la “falsa
sensibilidad”, el “sentim entalism o”, está fuera de lugar. La “moral” también
es sospechosa. Las objeciones basadas en ella se invalidan con términos como
“sermón” y “m oralina”. El cambio de la debilidad a la fuerza a nivel estatal
también se refleja, por lo tanto, en el paso de un canon civilizador basado en
valores hum anísticos y morales a otro caracterizado por fuertes tendencias
antihumanísticas, antimorales y anticivilizadoras.
43. Bloem, Volk w id er volk, op. cit. (nota 10), pp. 400 401.
44. Ernst Jünger, In stahlgewittern. Ein kriegstagebuch, Berlín. 1937. pp. 166, 240.. p-
A p é n d ic e s 223
por así decirlo, del interior de los guerreros. En otro pasaje habla de los profundos
misterios que la guerra despierta y del combate como el destino del hombre.45En
una palabra, representa el acontecer real de la lucha interestatal por el poder
y la carnicería como algo positivo al envolver su carácter repugnante, que no
disimula, con una fina malla de sentimientos nobles e idealizadores. Atenúa el
horror de los cadáveres, de los cuerpos destrozados, del dolor de los moribundos,
con las descripciones de la audacia militar, del valor ejemplar de los oficiales y
de la lealtad de los soldados fieles.
El diario novelado de Jünger no muestra al hombre, sino al oficial ejemplar,
siempre sereno y muchas veces heroico, que se ha resignado al hecho de que
su destino puede alcanzarlo en cualquier momento. Matar a otros hombres
sin titubear se ha vuelto una costumbre natural para él, y Jünger no disimula
en absoluto el placer que se obtiene al matar al enemigo. Quiere convencer de
ello también al lector, y no menciona momentos de temor, vacilaciones, miedo o
debilidad porque sigue vigente el canon guillermista de que la debilidad y las
flaquezas son funestas y deben ser encubiertas. Todos los oficiales alemanes
que aparecen en el libro son fuertes y valientes ante cualquier prueba que se
les presente. De esta manera se glorifica el horror, se da un aire romántico al
acto de violencia y, junto con las referencias al origen mítico de la guerra, esto
sirve para dorar la barbarie.
A ello se agrega el éxtasis, la guerra como droga capaz de provocar en el
hombre un dichoso estado de exaltación y de sacarlo del aislam iento indi
vidual, precisam ente en los mom entos de mayor peligro. Al igual que en la
descripción de Bloem, también en el texto de Jünger, una batalla decisiva —si
la consideramos desapasionadamente, el último intento vano de los alemanes
de salvarse— adquiere dimensiones cósmicas :46
45- Ibid, p .2 8 8 .
46. Ibid.,. p. 256.
224 N orbert E l ia s | Los A l e m a n e s
4 7 . Ibid., p . 2 5 7 .
A p é n d ic e s 225
titucional que atribuía el mando del gobierno al partido que reuniera el mayor
número de votos. Mas, como una consecuencia imprevisible de la revolución rusa
y de la toma del poder por el Partido Comunista en Rusia, se produjo la división
de los obreros organizados de Europa en dos bandos que se hacían la guerra
enconadamente entre sí: los que pretendían organizar la sociedad en beneficio
de los obreros sin recurrir a la violencia y; los que querían imponer este cambio
con las armas, de acuerdo con el ejemplo ruso.
En Alemania, tuvo consecuencias trascendentes esta división de los obreros
y los intelectuales burgueses que simpatizaban con ellos, entre un grupo con
pretensiones nacionales y otro rusófilo. Una de ellas es evidente: la unión
de los obreros industriales era muy importante para ellos, más que para
los grupos burgueses, en lo que se refiere a la cuota de poder que pudieran
reclamar en la sociedad. Su división entre dos bandos hostiles redujo en
considerable medida, sin pretenderlo, el potencial obrero para aspirar al poder.
Sin embargo, eso no fue todo.
No es preciso abordar aquí la cuestión de si el ineficaz y opresor régimen
zarista se hubiera desintegrado, después de ser derrotado en la primera guerra
mundial, aun sin recurrir sus opositores a la violencia extraestatal. En todo
caso, el ejemplo del cambio de gobierno violento en Rusia ejerció una influencia
extensa en otros países, durante un periodo extraordinariamente largo de
tiempo, ya sea como modelo a imitar o como amenaza. En Rusia, el recurso a la
violencia extraestatal demostró su eficacia para arrebatar el monopolio estatal
de la violencia y del fisco a un grupo gobernante y para permitir su apropiación
a los dirigentes del grupo violento. Este hecho se hizo sentir con tal fuerza y
durante tanto tiempo, en la relación entre violencia extraestatal y estatal en
otros países, que el ejercicio de la violencia en nombre de la revolución —repito,
como modelo a imitar o como amenaza— se ha convertido en uno de los patrones
de conducta dominantes de nuestro siglo.
El siglo XX se ha desarrollado a la sombra de la revolución rusa, mucho
más todavía que el XIX a la sombra de la revolución francesa. Una diferencia
importante radica en el hecho de que la fe en los ideales de la revolución francesa
no estuvo ligada a la fe en la necesidad de recurrir a la violencia —de hacer
una revolución— a fin de realizar esos ideales, además de que no contó con una
base teórica concreta expuesta como un canon en libros que la autorizaran.
La extraordinaria acción a distancia ejercida por la revolución rusa, derivó su
carácter específico, precisamente, de que ambos eran casos dados. Es cierto
que la estructura clasista de los países industrializados (como también la
de los predominantemente agrarios) y sus desigualdades de poder muchas
veces institucionalizadas constituyeron su punto de arranque. Pero, más allá
de estos factores concretos existió un pequeño número de libros a l t a m e n t e
calificados desde el punto de vista intelectual, que sirvieron para u n i f o r m a r
y difundir las ideas revolucionarias. Estos textos, las obras de Marx y E n g e l s ,
establecieron un estrecho vínculo teórico entre la realización de los ideales de
A p é n d ic e s 229
como medio para imponer los intereses de los obreros, de manera igualmente
decidida y con una aversión espontánea de sorprendente intensidad. El rechazo
que mostraban hacia los grupos obreros que favorecían el ejemplo ruso de la
revolución violenta, llevaba casi la misma carga de hostilidad que el encarnado
por las asociaciones y organizaciones burguesas.
Esta fue una de las causas que condujeron a la alianza —el “matrimonio
de conveniencia”— entre los comisarios del pueblo y los mandos superiores del
Ejército (e incluso de algunos cuerpos de voluntarios). Junto con la huelga de los
obreros, esta asociación frustró el primer intento de golpe de Estado por parte
de la burguesía, el de Kapp.50Al mismo tiempo reveló, sin embargo, la enorme
dependencia del gobierno republicano de Weimar del Ejército semiautónomo
así como, por consiguiente, la debilidad constitutiva del gobierno. Al lado del
Partido Socialdemócrata y de los sindicatos, los oficiales formaban un núcleo de
organización que se había mantenido prácticamente intacto pese a la incipiente
desintegración que siguió a la derrota en la guerra. Estos dos grupos, represen
tados por Ebert y Groener, formaron, pues, una especie de alianza en medio de
la crisis y la confusión que reinaban después de 1918. Los unía una apreciación
bastante realista del peligro en que un intento de golpe de Estado violento de
cualquier tendencia política podía poner al Reich, ya sea que fuera ejecutado
por un grupo de carácter burgués militar o una asociación obrera comunista.
Lo más probable era que cualquier intento de esta naturaleza provocara la
intervención de las potencias abadas.
50. El Ejército no ayudó porque sim patizara con la república parlam entaria sino porque
consideraba prematuros, tanto este primer intento de golpe de Estado como la proclamación
de una dictadura. Su estrategia era la de m antenerse a la expectativa. Por mucho que
compartieran los deseos y las esperanzas de los golpistas, los oficiales de mayor edad y
experiencia reconocían claramente que todavía no había llegado el momento indicado para
el rearme militar y para sustituir el Estado parlamentario por otro régimen que gozara de
suficiente fuerza y popularidad para llevar a cabo este propósito. Esta vacilación por parte
del Ejército contribuyó, en parte, al hecho de que no se estableciera una dictadura de partido
hasta 1933, cuando esto ocurrió de manera formal y a través de los cauces parlamentarios,
ocasionando entre otras cosas la disolución de los partidos y los sindicatos.
A p é n d ic e s 233
de poder que antes habían estado cerrados para ellos. Por el contrario, en el
combate entre asociaciones violentas, la s organizaciones burguesas pronto
obtuvieron la ventaja después de haber vencido a los grupos comunistas. Estas
últimas trataron de socavar el entramado republicano del Estado y la sociedad
mediante el desmoronamiento del monopolio estatal de la violencia desde el
interior, además de sembrar la inseguridad en sus representantes por medio
de los m ás diversos actos de terror. De esta manera pretendían derribar al
odiado sistema, y al final lo lograron, auxiliados por la crisis económica, cuando
el poder estatal legítimo fue asumido por el hombre que había destacado en la
competencia con otras organizaciones paramilitares por el uso particularmente
duro y sistem ático que hacía de los medios de violencia ilegales de carácter
extraestatal. Tengo la impresión de que, hasta el momento, la historiografía
no ha adjudicado a este socavamiento interno del Estado alemán, por actos de
terror y el ejercicio sistem ático de la violencia, el peso que en realidad le
corresponde. E sto im p ide apreciar la fu n ción p arad igm ática que esta
amenaza contra el monopolio e sta ta l de la violen cia durante el periodo
de Weimar, que al fin al term inó p rácticam ente por paralizarlo, pudiera
tener para la com p ren sión de p rocesos sim ila r e s y d el p ap el que los
monopolios de la violen cia d esem peñan en la s socied ad es h um anas en
general. S e h a hecho u su al ahora exam inar los fenóm enos económ icos en
forma aislada de los políticos, interpretados a su vez por la historiografía,
principalm ente, como producto de la s in stitu cion es legales. La dificultad
estriba en cómo explicar de m anera convincente que la evolución de las
organizaciones violentas, sus fases de integración y desintegración, son tan
estructuradas como la producción social de mercancías.
Tendré que renunciar a exponer aquí con detalle la evolución y las transforma
ciones recorridas por el poder, en el curso de la lucha extra-parlamentaria que tuvo
lugar entre 1918 y 1933 y en la semioscuridad de una situación ilegal tolerada o
imposible de evitar por parte del Estado, en forma paralela a las pugnas parla
mentarias por el poder, pero también en relación con estas. Baste con señalar que
es posible trazar un desarrollo continuo de tipo subcultural y personal, desde los
actos de terror cometidos por los francotiradores en los comienzos de la república
hasta las trifulcas parlamentarias y los enfrentamientos callejeros de principios
de los treinta. Mi propia experiencia de este periodo contribuyó, seguramente, a
agudizar mi comprensión de la problemática de los monopolios estatales de la
violencia y su relación con los cambios en la conducta colectiva, ya sea hacia el
lado de la civilización o de la barbarie. El crescendo en las manifestaciones de
violencia extraestatal, despejando el camino para la toma del poder por parte de
Hitler, es difícil de reproducir para los oídos de las generaciones más jóvenes de
nuestros días. No obstante, quizá resulte útil una pequeña referencia personal a
un suceso que ha permanecido grabado en mi memoria.
En relación con la beca de un estudiante, tuve una ju n ta en la sede de
la Federación de Sindicatos en Frankfurt en 1932. Aproveché una pausa
en la conversación para preguntar: “¿Qué precauciones h a n to m a d o p a r a
234 N o rbert E l ia s | Los A l e m a n e s
51. Q uizá sea útil ilustrar, por m edio de un a cita, la gran influencia que e sta certeza>tuvo
en la evaluación errónea del potencial político del m ovim iento hitleriano por parte de sus
adversarios, sobre todo de los intelectuales. Según apuntó G um bel en su libro publicado
en 1924 (op. cit, [nota 16], pp. 177-178): “El nacionalsocialism o sólo puede comprenderse
a nivel intuitivo. No cum ple n i con las exigencias m ás prim itivas de la razón. Se trata
de una pasión surgida de la m iseria económica y de la rabia social gestad a por ella. No
posee ninguno de los elem entos de una política auténtica. Su plan team ien to conceptual
se origina totalm ente en el rom anticism o... [La] idea de la pureza racial es desde luego
im posible de llevar a la práctica en un Estado y las dem andas en e ste sentido s^n sólo
frases huecas, pero encuentran a su s partidarios entre la juventu d... E ste tipo de ideas
conduce por supuesto directam ente a su realización, a ataques contra personas judías en
la calle, a la destrucción de periódicos, etc., porque e ste nivel corresponde a los instintos
m ás bajos y violentos...”
La corriente de pensam iento conocida hoy como “racionalism o” dio origen a la idea del
hombre como un ser dolido de razón por naturaleza. E ste concepto se desarrolló en relación
estrecha con la tendencia del incip iente E stad o ab solu tista a la pacificación, así como
posteriorm ente bajo el Estado nacional, que continuó la pacificación interna. Los pasajes
citados ilu stran claram ente porqué su s exponentes tien en dificultades para integrar a
su idea del hombre, como un problem a universal de la convivencia social, el control o la
liberación de la violencia en la resolución de los conflictos interpersonales. Un aspecto del
nivel de civilización que se m anifiesta en conceptos como “juicio”, “razón” o ‘‘racionalismo”
es que los grupos que lo han alcanzado todavía no analizan las condiciones civilizadoras
de su s térm inos rep resen tativos. Por lo tanto, no sab en que el m ovim ien to que ellos
denom inan “racionalism o” y tam bién conceptos como “razón” o “racionalidad” se basan
en un alto grado de satisfacciones de cierto tipo. Sim plem ente adjudican el ejercicio de la
violencia como fenómeno social al ámbito de lo irracional, si no e s que de lo antirracional,
y de esta m anera sigue siendo incomprensible.
A p é n d ic e s 235
más de élite, dirigidas contra destacados representantes del régimen, pero con
poco éxito. Ahora fiieron derrotados también en estos intentos.
En Geachtete, Salomon describe algunos aspectos de los preparativos para el
atentado contra Rathenau y la decepción que experimentó ante la resonancia
deficiente provocada por el acto, en relación con las expectativas. Salomon narra
cómo sale a buscar a los autores del atentado, sus amigos, para ayudarlos. En
e] tren se entera de la m uerte violenta que han sufrido. Loco de desesperación
continüa el viaje, acosado ya por la fiebre, y tiene que soportar los comentarios
triviales de los dem ás pasajeros sobre el suceso. Cuentan chistes acerca de
cómo Erzberger, asesinado, al llegar al cielo quiere invitar a Rathenau, también
asesinado, a tomar una botella de vino; sin embargo, San Pedro les dice que la
taberna está cerrada todavía.
Así, cobra conciencia de que las esperanzas alimentadas con respecto al gran
asesinato no se han cumplido y que el sacrificio de sus amigos fue en vano. Bajo
la impresión de esta certeza expresa algo que probablemente sea característico
de la estructura de los objetivos y las expectativas terroristas en general. El
asesinato del destacado hombre debía convertirse en una antorcha que desper
tara a los ciudadanos y sacudiera desde sus cimientos al corrompido edificio del
régimen. Sin embargo, no sucedió nada semejante. El acto de terror no alcanzó
a prender la mecha. Claro, la gente se alarmó. Algunos periódicos condenaron el
hecho a voces y con palabras altisonantes; otros se expresaron en voz más baja y
discreta. Pero el letárgico curso de la vida burguesa continuó como siempre. No
había motivos para creer que el asesinato del ministro de Relaciones Exteriores
hubiera trastornado el régimen mismo en lo m ás mínimo.
La desesperación de Salom on se pone de m anifiesto en una interesante
fantasía que, inventada o no, sirve para arrojar luz sobre los sentim ientos de
las personas inm ersas en un estado sem ejante de profunda frustración .52
Había que arrancar de raíz ese asqueroso mundo tan satisfecho de sí mismo...
Ya no existían personas, sólo quedaban muecas. En realidad ya se ha esta
blecido la igualdad de todo lo que tiene rostro humano. Hay que balacearlo.
Destruirlo, fría y sistemáticamente. La tierra ya no soporta a más demonios...
¿Por qué no firmar el contrato infernal? Quisiera ser invisible. Ojalá existiera
la fórmula, el ungüento mágico; él anillo al que se le da una vuelta en el dedo;
el manto que desaparece al portador, dedicado no a Sigfrido sino a Hagen;
¡quizá la piedra filosofal que uno se mete a la boca para hacerse invisible! Y
a Kern [uno de los asesinos] habría que encenderle una antorcha, una luz
que ilumíne los campos de ruinas: incendios en las ciudades, por todas las
calles, y el bacilo de la peste en los pozos. El dios de la venganza tenía a sus
ángeles verdugos. Yo me apunto para esa unidad. No servirá ninguna cruz
de sangre en los postes. Hay que dinamitar esta masa podrida y hedionda
para que la porquería salpique hasta la Luna. ¿Cómo se las arreglaría el
mundo sin gente? Recorrería los recintos humeantes, las ciudades grises,
53. Vótkischer beabachter, 14 de ju lio de 1934. citado segú n M ax D om aras, Hitler. l\R e d e n
un s p r o k la m a tio n e n ¡9 3 2 -1 9 4 5 , N e u s u id i an der A isch , 1 962, tom o 1, pp. 411-412;
vé-ase tam b ién Robert C. L. W aite., V a n gu ard o fn a z is m , Cam bridge, M ass.. 1952. pp.
280-281.
240 N orbert E l ia s | Los A l e m a n e s
54. Entre la mayoría de los obreros, el problema generacional es m ucho m enos marcado. En las
sociedades industriales, tanto capitalistas como comunistas, las opciones de que la mayor
parte de los niños obreros dispone para su futuro, son relativam ente lim itadas en lo que
se refiere a su posibilidad de ascender a otro tipo de empleo aparte del industrial; sólo una
pequeña minoría tiene esta oportunidad. La mayoría lleva una vida “adaptada”, según la
denomina Baum ann, quien sí logró salirse del patrón y ascender en la escala social (M.
Baumann. op cit, [nota 391, P- 8). Los hijos de obreros viven y trabajan, en térm inos generales,
tal como lo hicieron su s padres, y aunque logren mejorar su nivel de vida, se mantienen
fieles a las tradiciones culturales y sociales del sector obrero. E sta tradición resulta tan
natural que basta para otorgar sentido a la vida del individuo, inserto en gran medida en
la convivencia con el grupo, tanto en la vida profesional como en la privada. El caso de los
jóvenes burgueses de clase media e s distinto. Viven un aislam iento y una autonom ía m ucho
mayores como individuos, aunque actualm ente procuren a veces contrarrestar esta situ a c ió n
A p é n d ic e s 241
el estigma de los excesos impresos por el régimen hitleriano, durante los casi
trece años de su duración, sobre la historia y la sociedad alemanas, induce una
y otra vez a los jóvenes de origen burgués a buscar un sentido vital en ideales
políticos opuestos a las grandes consignas de este pasado corrupto. Después de
una fase caracterizada por la exaltación casi ilimitada del ideal nacionalista, las
generaciones jóvenes no sólo tuvieron que cargar con la mancha de la derrota
sino también con el oprobio, más dificil de superar, de pertenecer a una nación
que cometió actos bárbaros de violencia.
Una de las estrategias de liberación de ese oprobio fue la entrega de muchos
jóvenes burgueses a un credo político contrario a la doctrina burguesa que preva
leció antes de la guerra y durante esta, o sea, en muchos casos la de sus padres
y abuelos. De esta manera, esperaban desprenderse del sentido vital corrupto de
aquel periodo y, al mismo tiempo, hallar uno nuevo que fuera capaz de expresar
el conflicto generacional particularmente agudo en esta situación. El marxismo
en sus diversos matices cumplió con ambas funciones. Hizo posible el distancia-
miento definitivo de las atrocidades paternas y prometió facilitar el ingreso a un
mundo nuevo y justo. En pocas palabras, la doctrina marxista sirvió de antídoto
contra la de Hitler. La búsqueda de un sentido vital por parte de las generaciones
burguesas de la posguerra, no sólo se integró así a un poderoso movimiento político
que trascendía por mucho las fronteras nacionales, sino que también produjo
una catarsis y una redención de la carga impuesta por la maldición del pasado
nacional. Esta maldición había tocado también a las generaciones jóvenes, aunque
personalmente se sintieran inocentes, ya que muchos de ellos ni siquiera habían
nacido en el momento de la ruina moral de su nación.
No es necesario ni posible detallar aquí las diferencias y los vínculos entre
las manifestaciones burguesa y obrera55 del marxismo. Baste señalar que, en el
o por lo menos limitarla, formando grupos de bases m ás bien reflexivas, como las comunas,
por ejemplo. Por lo tanto, el problema del sentido vital —que con frecuencia encuentran, como
yalo señalé, en el ámbito político— adquiere una urgencia e importancia mucho mayores.
55. Utilizo el adjetivo “obrero” porque llena una laguna en el vocabulario de la lengua alem ana,
como en e l de la m ayoría de los idiom as europeos.
El uso adjetivado de las otra.1; referencias a clases sociales se sobreentiende, por lo cual,
se habla de los sectores “aristócrata” y “burgués”. Las relaciones sociales de poder dan, por
lo general, u n a connotación m arcadam ente negativa al calificativo correspondiente a. la
respectiva clase inferior. Los dueños de un mayor poder pueden estigm atizar eficazm ente
al que m enos poder tiene. Las im plicaciones peyorativas que se adhieren con facilidad
al término “burgués” tien en su origen en el uso aristócrata de esta palabra. H izo falta el
incremento de poder de la clase obrera, aplicado de manera consciente a la lucha de clases,
para que adquiriera el carácter social de un a estigm atizaron desde abajo.
Marx y E ngels fueron, al parecer, los prim eros en percibir como una laguna en el voca
bulario, la ausencia de un adjetivo que correspondiera al térm ino “obrero”. La llenaron
con la forma adjetiva de “proletariado”, h asta entonces un insu lto que ellos procuraron
transformar en voz laudatoria. No obstante, para mi gusto, el térm ino “proletario” con
lleva una especia de valoración política positiva o negativa que lo v uelve in ú til para la
investigación científica. El adjetivo “o b rero ”, in existen te e n alem án , cum ple mejor las
necesidades de la investigación sociológica, desde mi punto de vista.
242 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
segundo caso, se trata principalmente de una lucha por los intereses palpables
del sector obrero, mientras que en el primero predomina la función casi moral del
sentido vital. Desde este punto de vista, el marxismo se les presentó a muchos de
los nacidos durante la guerra o en la temprana posguerra, como alternativa a una
sociedad llena de exigencias absurdas, como encamación suprema del anhelado
advenimiento próximo de una sociedad libre de opresión y desigualdades. Los
aspectos teóricos y morales de la doctrina marxista desempeñaron un pape]
decisivo en el movimiento estudiantil de la República Federal Alemana, así como
en la oposición extraparlamentaria de los años sesenta y setenta.
Al volver de la primera guerra mundial, muchos jóvenes oficiales encontraron
un sentido vital en la lucha contra la República de Weimar en nombre de la
grandeza de Alemania, ya que tal república representaba, desde su punto de
vista, una posición más bien tibia, incluso pérfida. Con la misma intensidad,
otros grupos jóvenes se enfrentaron a la República de Bonn, que ellos tachaban
de tibia, en nombre del fervoroso ideal de la justicia social y la libertad en
contra de la opresión y la coerción. En ambos casos, se trató de movimientos de
carácter predominantemente burgués protagonizados por generaciones jóvenes
que, por decisión propia o por obra del destino, se encontraban marginadas de
las generaciones burguesas ya establecidas en ambos periodos de la historia
alemana. El segundo frente de jóvenes marginados se oponía, de la manera más
decidida, a lo que aquellos antecesores de los años veinte así como sus propios
padres y abuelos, habían considerado en su juventud como el ideal más sagrado
y dotado de mayor sentido; sin embargo, la orgía de violencia y la derrota
catastrófica que pusieron fin a la unidad de la nación lo habían desvalorizado
por completo. Carecía ya totalmente de sentido.
Las jóvenes generaciones burguesas de los años sesenta y setenta lo resu
mieron todo con el término “fascismo”, el cual se convirtió en la contraparte
simbólica del sentido que ellos mismos luchaban por dar a su vida. En él, la
imagen de las generaciones pasadas de “am os” alem anes —integradas no
necesariamente por los padres y abuelos personales, pero sí por los nacionales—,
de cuyos artículos de fe y actos de violencia había que liberarse, se fundió con
la imagen de las generaciones burguesas establecidas en e l poder, en cuanto
representantes de la opresión y la coerción sociales que se ex p e rim en ta b a n
personalmente.
I
A p é n d ic e s 243
análisis teórico aporta sólo una vista parcial de las exigencias, desigualdades y
conflictos sociales de la época. Los choques entre los empresarios industriales
que monopolizan e l capital, por una parte, y los obreros excluidos de las deci
siones que se toman sobre este, por otra, constituyen el núcleo de la teoría; sin
embargo, este esquem a no explica muchas formas de desigualdad y opresión
sociales de manera satisfactoria. Esta limitación teórica provocó cierta confu
sión al ser adoptado el marxismo posteriormente por las jóvenes generaciones
burguesas, las cuales se vieron obligadas a legitimar una y otra vez su propia
lucha refiriéndola a la coerción económica a que los obreros industriales se
encontraban sometidos en sociedades como la suya. Los jóvenes y luego también
las personas m ayores de origen burgués, cuyas vidas eran muy distintas a
las del sector obrero y que, en muchos casos, estaban poco familiarizados con
sus problemas, buscaban guiarse con la ayuda de una estructura teórica que
vaticinaba la desaparición de la desigualdad social entre los hombres por medio
de la dictadura de la clase obrera.
El marxismo burgués adolecía, pues, de curiosas irregularidades manifies
tas en la actividad de los grupos que lo adoptaron. Su teoría legitimadora los
obligaba una y otra vez a entrar en contacto con los obreros industriales. No
obstante, estos esfuerzos rara vez fueron sencillos y con frecuencia forzados.
Esto se aprecia, por ejemplo, en las divergencias entre los jóvenes burgueses
y obreros acerca del uso de la fuerza física como medio en la lucha política.
Michael Baumann, hijo de obreros, vivió esta diferencia cuando fue terrorista
y la describe con las siguientes palabras :56
Como consecuencia de las dos grandes guerras de este siglo surgieron de
terminados impulsos de emancipación o, dicho de otra manera, aumentaron las
posibilidades de los grupos antes más débiles u oprimidos para participar en el
poder;*7 baste con señalar el incremento de poder de los obreros con respecto a los
patrones, de las mujeres en relación con los hombres, de los pueblos colonizados
del mundo entero respecto a las naciones colonizadoras de la Europa occidental.
En todos estos casos disminuyeron las diferencias de poder entre los grupos
involucrados, sin que se estableciera una relación de igualdad. Lo mismo es
cierto en cuanto al desplazamiento del poder ocurrido entre las generaciones
establecidas de mayor edad y las jóvenes, sobre todo en el seno de la burguesía.
Cabe suponer que el mejoramiento de la situación económica notable desde
fines de los años cincuenta, haya contribuido también al creciente deseo de
emancipación de los jóvenes grupos burgueses, sobre todo estudiantiles, y
servido para, agudizar, por ende, el conflicto generacional.
Este cambio tampoco carece de paradojas. En comparación con las genera
ciones de sus padres y abuelos, los jóvenes burgueses de los sesenta se salieron
de sus casas familiares para independizarse a una edad más temprana. Las
instituciones del Estado benefactor y la relativa facilidad con que los jóvenes
podían ganar dinero en empleos temporales, les permitió adquirir más pronto la
independencia financiera de sus padres. No obstante, esta mayor independencia,
también expuso más pronto a los así liberados a la coerción anónima de la
burocracia estatal y, en cierta forma, del mercado laboral. Esta fue una de
las causas decisivas -seguram ente sólo vina— de la receptividad que estos
jóvenes grupos burgueses mostraron hacia una doctrina que adjudicaba una
importancia central a los problemas de la opresión social sufrida por ciertos
sectores a manos de otros, del ejercicio de fuerzas sociales anónimas y de la
desigualdad y la injusticia sociales.
No es posible apreciar del todo la intensidad de la impresión de opresión social
presente en muchas declaraciones de jóvenes burgueses de aquel tiempo sin tener
en cuenta esta peculiar paradoja de su situación. Estaban menos subordinados a
sus padres que las generaciones anteriores en sus respectivos tiempos de juven
tud. Su relación filial los oprimía menos, si se me permite utilizar este término,
que a los hijos burgueses de épocas pasadas, es decir, disfrutaban de mayor
57. En la época actual, los conflictos bélicos prolongados requieren que toda la población
participe. En estas circunstancias, una guerra pone de m anifiesto la dependencia del
sector dom inante de los grupos dom inados y m enos poderosos, en forma mucho más
evidente que en tiem pos de paz. Las dos grandes conflagraciones de m asas de este siglo
se caracterizaron por la promesa de recompensar a la población con creces, una vez que
se obtuviera la victoria. Si bien estas promesas no se cumplieron en su totalidad, en los
respectivos periodos de posguerra se llevaron a cabo sendos desplazamientos claros hacia
la “izquierda”, según el lenguaje político actual; es decir, aumentaron las p o s ib ilid a d e s
de los grupos más débiles, sobre todo los obreros, de participar en el poder. La evolucion
posterior de este impulso dem ocratizado se dio de acuerdo con el patrón de un fam°s0
desfile: tres pasos al frente, dos hacia atrás.
A p é n d ic e s 247
58. La siguiente relación de u n testigo ocular y participante habla por s í m ism a (R alf Reinders,
últim a palabra en el juicio contra Lorenz; en D ie Tageszeitung, edición especial del 11 de
octubre de 1980, p. 60): “N u estra sublevación tuvo e n e se entonces u n im portante punto
de partida político, la m anifestación de Pascua... El m ovim iento generado por la m anifes
tación de Pascua fue un punto de arranque para la APO. APO, tres letras que constituían
la esperanza de toda u n a generación... Era lo que ind ican la s tres letras, u n a oposición
extraparlam entaria que representaba a todos los sectores de la generación joven.
La expresión p olítica general de la sublevación fue el deseo y la voluntad de determ inar el
propio destino de m anera colectiva e individual. Fue el esíuerzo para dar forma a nuestras
vidas por c u e n ta propia, e n lib ertad, s in perm itir y a que decidieran por nosotros unas
autoridades im b éciles o los rep resen tan tes de los in tereses del capital...
Lo que en aq u el en ton ces n os creó ta l euforia fue e l hecho de que no estuviéram os solos
en esta lucha. E n todo el m undo se había desatad o la contien da contra el capitalism o,
el im perialism o y la s a n q u ilo sa d a s estru ctu ras de dom inio. En V ietnam ... En Estados
Unidos... F n F rancia... E n C hina... D esd e entonces hem os aprendido mucho...”
Esta es una de las declaraciones capaces de dar u n a idea, a qu ienes no estuvieron ahí, de
las reflexiones que m ovían a m uchos miem bros de la oposición extraparlam entaria en la
Alemania F ederal en aq u el entonces. P ese a la aseveración de que el m ovim iento reunía
a jóvenes de todos los sec to r e s sociales, este breve pasaje b asta para m ostrar el papel
determ inante q u e en é l desem peñó la visión global de los jóvenes intelectuales burgueses.
La referencia a M arx se debió a la m arcada necesidad de orientación teórica de este grupo.
Sin embargo, el en tram ad o teórico m arxista se lim ita a analizar una relación de poder
intraestatal específica. E n tre tanto, otras m uchas relaciones entre grupos establecidos y
marginados, en im portante m edida tam bién de carácter interestatal, se habían sum ado
a la visión de los g ru p os se n s ib le s h a c ia los problem as de la desigu ald ad en el poder
y la opresión. N o o b sta n te , le s fa lta b a la capacidad de d esarrollar la lim itad a teoría
decimonónica de la opresión de acuerdo con las experiencias m ás am plias del siglo XX.
Por lo tanto, optaron por en vasar su vino nuevo en botellas antiguas.
248 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
59. El esquem a m arxista y su s derivados presentan este conflicto no sólo como m odelo teórico
para todos los conflictos sociales, sino como su raíz efectiva. El problem a e s que e l conflicto
entre las dos grandes clases sociales de la era industrial posee, de hecho, u n a importancia
central en cuanto motor del desarrollo social durante los siglos xix y XX, pero coexiste con
toda un a serie de conflictos sociales de distinta natu raleza que. de nin guna m anera, han
desem peñado un papel m enor que el conflicto económ ico de clase en la evolución social
del siglo XX; algunos de ellos son incluso m ucho m ás im portantes. Tomarlos en cuenta no
equivale a negar la trascendencia de los conflictos económ icos de clase. Sólo se traía de
corregir los errores en la orientación intelectu al derivados del m onism o económico que
caracteriza a todas las versiones del marxismo y de señalar, por ende, la función ideológica
cumplida por estas.
El presente estudio abordaron mayor detenim iento, ya se a en forma directa o indirecta,
tres de los conflictos olvidados por este monismo: 1) el conflicto entre gobernantes y gober
nados (el cual se desarrolla de distinta m anera en los Estados m ultipartidisias que en los
unipartidistas; aquí se hace referencia casi exclusiva a los primeros); 2} el conflicto entre
Estados y, 3) el conflicto entre generaciones. E sta lista no es exhaustiva. U n a importante
ausencia dentro de este planteam iento es el conflicto entre los géneros, v istos como grupos
sociales, aunque definitivam ente también forma parte de esta problemática. A los conflictos
interestatales tampoco se les da el realce que corresponde a su significación real.
A p é n d ic e s 249
60. Axel Jeschke y W olfgang M alanow ski (comps.), D er m in ister u n d d e r terrorist. Conversa
ciones entre G erhart B aum y H orst M ahler, Ham burgo, 1980, p. 32.
61. Baumann, op. cit. (nota 39), p. 86.
62. A esto se añade otro cambio de enfoque que tam bién h a tenido lugar en el siglo XX y que
actualm ente se considera m uchas veces como algo natural, aunque no lo sea en absoluto.
El orden social existen te se tom a como el OTigen de todos los medios de coerción por los que
al individuo joven le resulta difícil, si no es que im posible, satisfacer su necesidad de u n
sentido vital. El siglo XEX y el temprano siglo XX se caracterizaron por la idea de que una
barrera interna invisible impedía la realización del individuo (véase N. Elias, Die gesellschafl
der indiviuen, editado por M.Schrüter, Frankfurt del Meno, 1987, u gr., pp 166 y ss.). Desde
entonces, evidentem ente ha cambiado el enfoque. Ahora también la coerción autoim puesta
de carácter represivo y opuesta a la realización personal se explica, principalmente, con base
en la coerción opresiva sufrida a m anos de la sociedad, a la cual por tanto hay que cambiar
o destruir, incluso, para que las personas se encuentren a sí m ism as y puedan satisfacer su
necesidad de un sentido vital.
250 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
63. El cambio estructural experim entado por este conflicto en el curso de la evolución social,
se resiste a cualquier explicación causal. Por lo general, a ún se sostiene la expectativa de
que. la intensificación señalada del conflicto generacional, pueda explicarse m ediante la
referencia a u n a causa o, quizá, a diez causas. Sin embargo, los procesos continuos carecen
de puntos de p artida absolutos y, por lo tanto, tam bién de causas. E n realidad sólo existe
un tejido hum ano m uy complejo t)ue, en su totalidad, se encuentra siem pre en movimiento
y sujeto a un proceso de cambio.
64. Iring Fetscher, "Thesen zun terrorism usproblem ",Jeschke y M alanow ski (comps.), Der
m¡ráster, op. cit. (nota 60), p.116.
252 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
nos limitemos a este plano, como ocurre, por ejemplo, con la teoría freudiana
del complejo de Edipo, nos resultará imposible comprender los conflictos ge.
neracionales que se desarrollan en el plano social. En su caso, las intenciones
y los planes de unos padres e hijos en particular desempeñan un papel muy
menor, fortuito e involuntario, en comparación con la importancia de otro tipo
de confrontaciones, las cuales, los afectados muchas veces ni siquiera identifican
como conflictos generacionales.
El conflicto generacional al que yo me refiero es de tipo social. Ciertamente
se pone de manifiesto también a través de los enfrentamientos personales
entre determinados padres y determinados hijos. Sin embargo, ni siquiera este
tipo de choque es tan inmutable como lo afirmaba Freud. La estructura de las
tensiones y los conflictos entre padres e hijos en particular también se modifica
de acuerdo con los cambios a que está sujeta la relación entre padres e hijos en la
mayor parte de las sociedades o en algunos sectores aislados, y de igual manera
se transforma la influencia ejercida por estas tensiones y conflictos sobre la
formación instintiva y afectiva de los hijos. Sin duda existen ciertas estructuras
básicas recurrentes: la relación entre padres e hijos casi siempre es una relación
de dominio caracterizada por una distribución marcadamente desigual del
poder. Seguramente el equilibrio de poder dentro del grupo familiar individual
también está sujeto a constantes variaciones. Sin embargo, no son esenciales
dentro del presente análisis del equilibrio de poder, en la relación entre las
generaciones y los cambios que ha sufrido. La estructura de estos procesos
está determinada, a fin de cuentas y a nivel individual, por la estructura déla
relación intergeneracional en un ámbito social más amplio, o sea, en la tribu o
el Estado, por ejemplo.
No es difícil encontrar ejemplos de conflictos sociales intergeneractonales. En
la mayoría de las sociedades, desde las más simples hasta las más complejas,
las generaciones de mayor edad disfrutan del privilegio de ocupar los puestos
que corresponden a su monopolio en la toma de decisiones y ordenanzas de
alto nivel respecto a los asuntos que afectan a todo el grupo. Las generaciones
más jóvenes, por lo general, no disponen de acceso a estos puestos. Una razón
para excluirlas, mencionada con frecuencia, es la necesidad de que una persona
cumpla con un periodo más o menos largo de preparación y aprendizaje para
adquirir la capacidad de cumplir adecuadamente con las tareas de dirección.
Sin embargo, existe desde luego una gran diversidad de modelos institucionales,
según los cuales, se regula y se maneja el mando ejercido por las generaciones
mayores sobre las jóvenes a través de la autoridad de sus puestos. También se
observan grandes diferencias en el tiempo en que las generaciones m a y o r e s
permanecen en los puestos sociales decisivos y ejercen el poder otorgado por
estos, durante el cual, las generaciones jóvenes deben aguardar en p u e s t o s
relativamente subordinados que se les abra el acceso a aquéllos.
En el curso de la evolución social han variado mucho los conflictos ocasiona
dos por el monopolio prácticamente universal de las funciones sociales por las
A p é n d ic e s 253
generaciones de mayor edad, por una parte, y el deseo de suplirlas que anima
a las generaciones más jóvenes, por otra. Sin embargo, muestran un carácter
particular específico en cada fase evolutiva y cada sociedad. Su estructura
puede explicarse en función de la estructura global de la sociedad en cuestión.
En una sociedad más simple, por ejemplo, un miembro de determinada familia,
tal vez ocupe el puesto de rey mientras conserve su fuerza y su salud, ya que los
interesados tienen la idea de que el bienestar del grupo depende de la fuerza
y la salud de su príncipe. No obstante, si una hambruna, una epidemia o la
derrota frente al enemigo demuestran que el rey está perdiendo su carisma, es
posible que la tradición obligue a matarlo para que pueda ser reemplazado por
uno de sus descendientes más jóvenes, dueño aún de sus fuerzas mágicas en
plenitud. Pero en el caso de unas tierras de labor, puede regir la costumbre de
que su dueño se retire en cuanto empiece a debilitarse físicamente, cediendo su
autoridad a un hijo. No obstante, también hay sociedades en que los campesinos
viejos conservan el mando sobre sus propiedades hasta los 60 o 70 años de edad,
por lo cual, sus hijos mayores carecen de propiedad particular hasta los 40 años
o incluso por más tiempo y se ven impedidos, por lo tanto, para casarse.
En este último caso, la imposibilidad de convertirse en propietario también
cierra las posibilidades de llevar una vida dotada de sentido. El campesino
viejo corre el peligro de perder, por la presión del joven, todo lo que desde
su punto de vista otorga sentido a su vida; no sólo su poder de mando, sino
también la independencia que perderá cuando por fin se retire. La longevidad
y tenacidad de su padre hacen que el joven campesino se haga cada vez más
viejo sin oportunidad de casarse y sin dar a su vida el sentido que, de acuerdo
con los cánones 'de*su sociedad, sólo obtendrá en cuanto pueda mandar sobre
la tierra y fundar una familia. No es necesario referirse a casos particulares
para comprender que, de vez en cuando, alguno de estos jóvenes campesinos
pueda ser presa de la desesperación, se ponga violento y tal vez incluso ataque
a su padre. Todo ello demuestra que los conflictos generacionales no se dan
por culpa de alguna de las dos partes, sino que se encuentran determinados,
en muchos casos, por la estructura específica de las instituciones sociales. En
las sociedades cuya estructura y funcionam iento resultan muy difíciles de
comprender en su totalidad para sus miembros en particular, como sucede en el
caso de las naciones industrializadas del siglo XX, la naturaleza de sus conflictos
generacionales es, desde luego, mucho menos fácil de entender que en el caso
de las sociedades m ás simples á que se refieren los ejemplos. Tanto más fácil es
perder de vista que estos problemas no derivan de particularidades, sino que
constituyen conflictos institucionales.
en etapas, que les indica a qué edad deben alcanzar determinados peldaños en
la escalera profesional. La diferencia entre las estructuras profesionales dispo.
nibles para los jóvenes de origen obrero o burgués, influye considerablemente
en la desemejanza de sus respectivas reacciones a la obstrucción de las vías
profesionales en su campo de interés.
Las sociedades más complejas ofrecen, por cierto, ciertas alternativas a
ambos grupos, las cuales permiten a un pequeño porcentaje de afectados evitar
el estrechamiento o cierre de las vías profesionales. La carrera de futbolista o
boxeador constituye tal opción para los jóvenes obreros; para las personas de
origen burgués sería, por ejemplo, la carrera de escritor o poeta. La carrera
política es una posibilidad para ambos grupos.
Las sociedades contemporáneas se caracterizan porque el conflicto genera
cional no sólo se hace notar en el nivel profesional sino también en el político.
Esta circunstancia está relacionada con el hecho de que el modelo estatal del
siglo XX es dominado por los partidos políticos; o sea, se trata de un Estado
dentro del cual los titulares de los puestos de gobierno y a veces también los
altos funcionarios encuentran legitimación como miembros del sistema político
de su sociedad, mediante la pertenencia a un partido que, a la vez, abarca
algunos sectores de la población en general; entre ellos, por lo común, hay
también representantes de las generaciones más jóvenes. La organización
estatal basada en partidos políticos, ya sea de un Estado unipartidista de
carácter dictatorial o de un Estado multipartidista parlamentario, constituye
un fenómeno relativamente nuevo. Una de sus consecuencias es que en estos
Estados no sólo las vías profesionales, sino también las políticas pueden abrirse
o cerrarse, ensancharse o estrecharse. Por lo tanto, también en estas últimas
pueden darse conflictos generacionales abiertos o latentes. El acceso a los
puestos de mando partidarios y del gobierno ocupados por la generación mayor,
puede permanecer cerrado a las generaciones más jóvenes durante muchos años
y abrirse nuevamente como resultado de la competencia entre los partidos o
por la muerte de algunos miembros del partido o del gobierno. Sea como fuere,
la presión ejercida sobre las generaciones más jóvenes llega a expresarse en la
imposibilidad de encontrar una forma de vida y una actividad dotada de sentido,
tanto en el nivel profesional como en el político. Con gran frecuencia es producto
de una combinación de limitaciones en ambos niveles.
65. Lo paradójico e s que el enfrentam iento abierto entre las generaciones en los años sesenta, por
obra de la oposición extraparlam entaria y del m ovim iento estudiantil, sólo fue posible en el
marco de una estructura social que brindaba a su s miembros un m argen relativam ente amplio
para la lucha entre grupos que sosten ían ideales políticos opuestos y, por lo tanto, también
entre las generaciones. E n los Estados absolutistas totalm ente opresores de la actu alid ad , sin
importar el color de su bandera política, e s posible que haya conflictos i n t e r g e n e r a c i o n a l e s
la ten tes, pero n o tie n e n la oportun id ad de m an ifestarse, au n q u e p recisam en te por ello
ta l vez ardan con m ayor in ten sid ad debajo de la superficie. El hecho de que los conflictos
intergeneracionales se hayan podido m anifestar y desarrollar de m anera tan abierta, como
sucedió en la República Federal A lem ana durante aquellos años, fue indicio, por tanto, de la
elasticidad relativam ente grande de las instituciones p olíticas y del carácter poco opresor, en
comparación, del régim en gobernante.
A p é n d ic e s 261
política, que para las de sus padres y abuelos. Nacidos en los últimos años del
régimen hitleriano o una vez finalizado este, podían considerarse libres de
culpa de las atrocidades cometidas. Sin embargo, cobraron conciencia, quizá
con cierto asombro, de que el mundo en general imputaba al pueblo alemán
el surgimiento de un régimen violento que había rebasado por mucho las ma
nifestaciones norm alm ente tolerables de barbarie. Dicho de otra manera, se
enteraron de que no sólo los individuos que habían participado personalmente
en las brutalidades de la época hitleriana cargaban con la mácula sino toda la
nación. Todos los alem anes lo percibían al encontrarse con extranjeros, aunque
su juventud demostrara su inocencia respecto a haber participado en los sucesos
estigm atizadores. A la s generaciones anteriores, el problema de lim piar el
pasado se les había presentado principalmente como una cuestión de culpa o
inocencia personal. Para las de sus hijos, adquirió, por el contrario, mucho más
realce como problema social, el de cómo el régimen nazi había podido surgir.
A ellos que vivían una época posterior les resultó más claro que a sus padres
que la pesadilla del pasado no se dejaría enterrar tan fácilmente. Este aspecto
del conflicto intergeneracional fue el que estalló con particular crudeza, y no
necesariamente como enfrentamiento familiar sino antes que nada social.
La com petencia usual entre los grupos de marginados m ás jóvenes y los
establecidos de mayor edad, que durante años había monopolizado las opciones
sociales de vida y de un sentido vital, adquirió una fuerza muy particular en este
caso. Era común ahora que la generación paterna fuera percibida como autori
taria y opresora por los hijos a quienes obstruía el acceso a las opciones sociales
de vida. No obstante, esta impresión quizá no articulada de manera precisa se
vinculaba, en la m ente de muchos jóvenes burgueses, con la conciencia de que
esos mismos padres representaban a una generación responsable, en forma
directa o indirecta, del ascenso de Hitler y sus partidarios. Esta generación
pidió, de modo mucho más explícito que cualquiera hasta ese momento, que se
encontrara una respuesta a la pregunta de cómo pudo darse en Alemania la
victoria de los nacionalsocialistas o “fascistas”, como solía llamárseles, y exigió
la certeza de que los sucesos no fueran a repetirse.
Esta exp eriencia explica su preocupación de que pudiera surgir otra
dictadura en Alem ania y su disposición a interpretar las formas contempo
ráneas de opresión como síntom as de un segundo régimen fascista. Ambas
apreciaciones desem peñaron un papel muy importante en los planes y las
acciones de la oposición extraparlam entaria y, posteriormente, también en
los de los conspiradores terroristas. Dieron un lugar a las necesidades que el
marxismo prometía satisfacer, sobre todo entre los jóvenes de origen burgués
con inclinaciones intelectuales. En términos generales, la doctrina marxista y
sus derivados cumplieron una función cuádruple para las jóvenes generaciones
burguesas de esta época: les sirvieron de medio para librarse de la maldición
del nacionalsocialismo; para orientarse acerca del carácter social tanto de
este último como de las sociedades contemporáneas; para luchar contra las
generaciones establecidas de mayor edad, sus padres y la burguesía, y como
264 N orbert E lias | L o s A lem anes
66. Uno de los aspectos m ás asombrosos de los testimonios rendidos por los participantes en
el movim iento, es su absorción total por lo que veían y sentían en el momento. La fuerza
de su s deseos los im pulsó aparentem ente de tal manera que rara vez se ocuparon de los
detalles de lo que habría de suceder un a vez elim inado el Estado capitalista. Términos
como “socialism o” les bastaron por com pleto para asegurar el beneficio de eliminar al
Estado existente. Su fe en la necesidad de destruir la sociedad estatal del momento, nunca
perdió del todo el carácter de un sueño colectivo basado en pasiones m uy intensas.
A p é n d ic e s 265
este caso, el tem or de que la dictadura regrese puede inducir más fácilmente
también a sus adversarios, a recurrir a la violencia como medio de prevención
o contragolpe. Sea cual fuere la aportación que se quiera hacer para explicar
el terrorismo en la República Federal Alemana, hay que tener en cuenta que,
en otros países con gobiernos parlamentarios, los movimientos de oposición
extraparlamentaria, al perder su impulso y, por ende, también la esperanza
de lograr una pronta transformación del régim en existente percibido como
opresor, no se produjo el surgim iento de grupos de conspiradores terroristas.
La tragedia de algunos integrantes de estas generaciones más jóvenes fue
que, al esforzarse por crear una mejor forma de convivencia humana, más cálida
y dotada de mayor sentido, como contraparte del régimen nacionalsocialista,
se vieron impelidos a cometer a su vez actos cada vez m ás crueles. Quizá la
culpa de la tragedia no fue suya solam ente, sino tam bién del Estado, de la
sociedad que trató de cambiarlos y de las generaciones de mayor edad que,
dueñas de todos los puestos de poder, representaban a la sociedad y al Estado.
Estas últimas, de conformidad con las nuevas condiciones de poder, ya habían
intentado también suavizar la dura herencia dejada por el Estado absolutista
autoritario, herencia que sobrevivió en los Estados republicanos sucesores de
la milenaria monarquía alemana, no sólo en muchos rincones y recovecos de la
organización estatal misma, sino también en las estructuras de personalidad.
La catástrofe de esta tradición alem ana había destruido la unidad estatal
lograda tras luchas m uy duras. E sta circunstancia reforzó seguram ente la
voluntad y el deseo de los grupos dirigentes que encabezaron la reconstrucción
de un Estado menos autoritario, de reformar en este sentido las instituciones
del Estado y educativas. No obstante, el temor a la invasión de las doctrinas
revolucionarias enarboladas por naciones vecinas y próximas puso límites a su
voluntad innovadora. Estas naciones prolongaban y desarrollaban en su interior
el modelo del absolutismo autocrático, pero la propaganda que dirigían a otros
países exigía la libertad y la destrucción del orden existente.
Algunos grupos de las generaciones más jóvenes consideraban insuficientes
las reformas limitadas llevadas a cabo por las de mayor edad, marcadas todavía
por el tiempo de la preguerra. A pesar de las instituciones parlamentarias y del
sistema multipartidista, descubrieron muchas peculiaridades propias del Estado
autoritario autocrático en el nuevo Estado reformado. Creó ciertas dificultades
que, en muchos casos, la teoría marxista, que en efecto presentaba y denunciaba
al Estado como instrumento de la clase dominante, les haya servido de herra
mienta para la crítica intelectual. Por una parte, la realización de esta doctrina
había dado por resultado, casi sin excepción, Estados de carácter sumamente
autocrático y opresor. Por otra, el marxismo provocaba inevitablemente a los
grupos establecidos de mayor edad de su país. Hacía mucho tiempo que estos
últimos habían decidido brindar un amplio margen a la libre competencia entre
los grandes partidos, de acuerdo con el ejemplo de sus aliados occidentales y en
vista de las nuevas relaciones de poder interestatales. No obstante, el marxismo
266 N orbert E lias | Los A lem a nes
67. Esto s e aplica tam b ién , por lo tan to, a E stad os U n id os, aun qu e la con stitu ción peculiar
del nacionalism o e stad u n id en se se h aya encargado de encubrir u n poco las repercusiones
270 N orbert E lias | Los A lem a n es
de la guerra europea m ás reciente. Es posib le que la exp erien cia d e V ietn am haya
ejercido una influencia sem ejante.
A p é n d ic e s 271
hecho de que él y sus coetáneos construyeron, por decirlo así, una moral propia.
Sensibilizados por los crímenes de sus padres, al salir de la escuela y entrar al
mundo más amplio con plena conciencia, descubrieron que este también estaba
lleno de crímenes .68“El mundo es malo; diariamente se producen un sinfín de
sufrimiento, homicidios y matanzas. Tenemos que cambiar eso. La violencia es
el único medio y también cobra sus víctimas, pero en total siempre serán menos
que si se perpetuara la situación actual.”
En cierta forma esto toca el núcleo de la experiencia que condujo hasta
el terrorismo. Lo que así aparece tiene más bien el carácter de una tragedia
antigua, como ya lo he comentado, que de un simple delito. Lo trágico radica
en que determinados grupos pertenecientes a las generaciones más jóvenes,
que comenzaron como idealistas desinteresados, se hayan endurecido en el
enfrentamiento cada vez más violento con las generaciones de mayor edad
representadas por las autoridades estatales y policíacas. Al mismo tiempo,
estas últimas también sintieron la necesidad de tomar medidas cada vez más
duras y rigurosas contra los grupos de jóvenes. Conforme se desarrollaron sus
interrelaciones entrelazadas, cada bando empezó a asemejarse cada vez más,
como suele suceder en estos casos, a la imagen negativa que su contraparte tenía
de él. Cuanto más duras se volvían las represalias de los adultos —la policía y
los tribunales, pero también los parlamentos legislativos y los partidos—, más
llegaban a parecerse a la imagen negativa que se tenía de ellos como un aparato
inhumano de represión. Y cuanto más luchaban los inquietos jóvenes en nombre
de la humanidad, la justicia social y la igualdad de todos los hombres, contra
el Estado que consideraban un régimen violento de opresores, más violentos e
inhumanos se volvían ellos mismos.
Se pierde de vista fácilmente que ambos adversarios justificaban sus acciones
con un canon normativo o una especie de moral. Para ambos era muy impor
tante la convicción de estar haciendo normalmente lo correcto. No obstante, el
contenido de sus disposiciones normativas y la forma en que las manejaban
eran tan distintos que, para cada bando, la moral del otro parecía el colmo de
la inmoralidad. Este contraste no se limitaba de ninguna manera a los grupos
relativamente pequeños de políticos y terroristas. Su ejemplo pone de manifiesto
una discrepancia, entre las generaciones de mayor edad y más jóvenes, que
contribuyó y contribuye en gran medida a las dificultades de comunicación que
suelen suscitarse entre ambas.
L a s personas de m ayor edad h a n pactado por regla general con las imperfec
ciones de la h u m an id ad , se h a n acostum brado a tra n sig ir con el m al. Conocen
las deficiencias de la v id a social, la s concesiones con stan tes a la codicia y el
egoísmo de las perso n as; sab en que en la convivencia con los dem ás nada se
hace como en re a lid a d d e b e ría de h a c e rse , que la b u e n a v o lu n ta d siempre
te rm in a a ta s c a d a en el p a n ta n o de los in te re se s, a m edio cam ino hacia su
destino. L o s adultos por lo g eneral h a n hecho las paces, de m an era tácita, con
las concesiones a la vida social. Saben o creen saber que no es posible combatir
todos los m ales de la humanidad.
Las jóvenes generaciones alemanas que llegaron a las universidades después
de que el país superara las peores secuelas de la guerra todavía no lo sabían
o no querían saberlo. Lo que querían saber era por qué esos actos perversos
habían ocurrido en su país y cómo sería posible impedir que se repitieran, no
sólo en su país sino en todo el mundo. Al contrario de los adultos todavía no
estaban dispuestos a encubrir la maldad del mundo, a transigir con ella y a
encogerse de hombros.
Puede argumentarse que los jóvenes se caracterizan p er se por su tendencia
a no transigir en sus pensamientos y acciones, por lo que seguramente, en ellos,
no sería un error. Sin embargo, en el caso de las generaciones de la República
Federal Alem ana de las que aquí se trata, esta tendencia adquirió una dureza
e intensidad fuera de lo común. Debiendo librarse de la mácula impuesta por
el pasado nacional, opinaban que con su postura intransigente se oponían a las
generaciones de sus padres, las cuales parecían estar dispuestas a transigir mil
veces con el terrible pasado y aparentemente ya habían aceptado su culpa. No
debe olvidarse que el gobierno del momento influyó en este punto de vista. A los
ojos de esa juventud animada por motivaciones políticas, el régimen encabezado
por Adenauer y Erhard todavía formaba parte de la época antigua. No obstante,
confiaban en que B randt y su s socialdem ócratas les brindaran ayuda para
realizar su deseo de enfrentar de manera rigurosa los actos violentos del periodo
hitleriano, de combatir en forma radical a los sectores dominantes tradicionales
y de reformar el régim en existente de modo eficaz. La coalición formada entre
los dos partidos grandes frustró esta esperanza.
El recuerdo de e sta experiencia aun dem ostraría ser m uy vivo en la con
versación entre el m inistro Baum y el ex terrorista M ahler que ya h e citado
en varias ocasiones. El político piensa en las virtudes de las concesiones y en
el efecto contraproducente de la m oral absoluta. Pregunta por qué las jóvenes
generaciones burguesas que, en su momento, formaron la oposición extrapar
lamentaria se retiraron del diálogo con los partidos. D esde su punto de vista,
esta acción los alejó de la realidad .69
70. Cabe llamar la atención, dentro de este contexto, sobre otro punto más: cuando en retros
pectiva se le e n las declaraciones de las personas que, en aquel entonces, participaron como
portavoces o líderes en la campaña de las generaciones jóvenes contra las de mayor edad,
impresiona una y otra vez la fuerza de su convicción moral de representar una causa justa así
como la poca comprensión que tenían de los medios autoritarios del Estado, de los partidos
y, en resum en, de todos los grupos políticos y económicos a los que sus acciones desafiaban
para una lucha por el poder. Del otro lado estaban los miembros de una generación de mayor
edad que, en m uchos casos, se esforzaban de igual manera para distanciarse de la praxis y
la teoría de la desigualdad y la opresión, encam adas por el credo de los nacionalsocialistas.
No obstante, su larga experiencia les había enseñado a aplicar una prudencia extrema en
su actividad política. Formados en el choque permanente entre objetivos deseables desde su
punto de vista, y los medios autoritarios esgrimidos por los grupos opuestos a su realización,
estaban paralizados de antemano, impedidos para defender m etas deseables.
71. Ibid., p . 20.
A pén d ic es 275
Como uno de los afectados sólo puedo decir que el hábito de mentir de los
políticos de partido con los que intentamos dialogar nos causó una impresión
decisiva. Simplemente observamos que los políticos siempre se apuraban a
afirmar los valores que defendíamos, pero cuando se trataba de pasar a la
acción política, aunque sólo fuera por medio de programas de concientización,
de manifestar su oposición, siempre buscaban los pretextos más endebles, nos
dejaban plantados y nos engañaban.
72. V éase tam bién N. E lias, “D ie zivilisieru n g der eltern ” en Linde Burkhardt (comps.),
...u n d wie w ohnst du?> IDZ, Berlín, 1980, pp. 21-22.
A pé n d ic e s 279
13) En el caso que aquí nos ocupa, la naturaleza característica de este conflicto
sólo se revela al investigador cuando su análisis toma en cuenta la situación
social particular y la experiencia, con ella relacionada, de las jóvenes generaciones
burguesas entre las cuales se reclutó a los miembros del movimiento extraparla-
mentario y, luego también, a gran parte de los terroristas de la República Federal
Alemana. A continuación se destacará un aspecto de esta situación, vinculado
a su vez con peculiaridades estructurales de la sociedad más amplia. Se refiere
precisamente a que, la mayor parte de los grupos en cuestión, es taba pasando por
el prolongado proceso civilizador, que se observa siempre que, en las sociedades
industrializadas más desarrolladas, la confrontación directa con las coacciones
del trabajo profesional y con la necesidad de ganarse la vida pro-fesionalmente
280 N orbert E lias | Los Alemanes
se relega hasta los 25 y 30 años de edad o incluso más tarde. Hasta la fecha, esto
resulta característico de las personas de origen burgués.
Estos jóvenes hombres y mujeres habían permanecido algo más de tiempo
en la escuela que la mayoría de sus coetáneos procedentes de hogares obreros.
Puesto que muchos de ellos pasaron directamente de la escuela a la Universidad,
su desarrollo específico fue distinto del de los niños obreros. El camino de estos
últimos conduce, en forma más o menos directa, de la escuela a un puesto en
el mundo de los adultos, si bien a un puesto de rango muy bajo, como aprendiz,
por ejemplo. La mayoría de los jóvenes descendientes de familias obreras, busca
un empleo remunerado antes de cumplir los 20 años de edad y, por lo tanto, se
ve sujeta a las coacciones específicas del trabajo profesional, desde esta edad
relativamente temprana, siempre y cuando haya empleos disponibles.
Por el contrario, los jóvenes hijos de burgueses que iniciaron una carrera
universitaria, permanecieron, en su gran mayoría, en una especie de isla de la
juventud: más o menos independientes con respecto a sus casas paternas, pero
situados todavía al margen de las funciones profesionales de los adultos y sus
coacciones particulares. Esto les dio la oportunidad, en mayor medida, de orga
nizarse como generación y de formar un frente común contra las generaciones
de mayor edad, armados de objetivos, ideales y patrones de conducta propios.
En muchos casos, el Estado —la sociedad— financió sus estudios .73 Este
financiamiento era, por regla general, suficiente pero muy justo, y con frecuencia
se complementaba con empleos remunerados durante las vacaciones. En conjun
to los estudiantes no eran pobres, como pudo ocurrir en épocas anteriores. No
corrían peligro de sufrir hambre y gozaban de un ingreso completamente seguro.
También estaban asegurados en lo que se refiere a enfermedades, accidentes
y cualquier otro tipo de incapacidad. Con todo, tuvieron que arreglárselas con
una cantidad relativamente reducida de dinero, menos de lo que ganaban sus
coetáneos en las fábricas. En algunos casos, su nivel de vida bajaba durante
el periodo universitario, en comparación con el que habían tenido en el hogar
burgués de sus padres. De esta manera, sus ingresos se encontraban entre los
más bajos de la sociedad, mientras que sus expectativas con respecto al propio
futuro, también en lo referente al estatus, figuraban entre las más altas.
Otra característica de la situación vivida por estos estudiantes era la de repre
sentar un grupo marginado, en relación con los establecidos de su sociedad, con
las generaciones de mayor edad. Presentarse en masa u organizarse en grupos
sólo les servía un poco para aumentar su potencial de poder. Sin embargo,
como ya se ha señalado, uno de los elementos estructurales de las sociedades
industrializadas, si no es que de la mayoría de las sociedades, es que todos
73. En este punco se sitúa otra analogía entre los dos grupos de jóvenes marginados burgue
ses, que formaron oposiciones extraparlam entarias después de la primera y la seg u n d a
guerras m undiales, respectivam en te. Para ambos (durante un tiem po tam bién para
los cuerpos de voluntarios), el Estado no fue el único financiador quizá, pero sí el mas
importante. Sin embargo, apenas se estab a conscien te de ello.
A p én d ic es 281
74. En la República de Weimar, la situación fue curiosa en este sentido, la cultura de los:
estudiantes de la época, sobre todo de las asociaciones estudiantiles, se orientó fundamen
talm ente de acuerdo con el canon del Imperio. Su entramado normativo determinante
concordó, por lo tanto, con el de la vieja burguesía de corte conservador.
A p é n d ic e s 283
75. C iertam ente, ta m b ié n ocurren conflictos in terg en era cio n a les b a sta n te agud os en los
E stad os m en o s d esarrollad os y e n u n e sta d io an terio r del proceso d e m odernización.
Pero difieren d e los conflictos intergeneracionales de los p a íses m ás desarrollados, y e sa
diferencia resu lta su m a m en te reveladora en cuanto a la relación en tre la s estru ctu ras
de desarrollo social y los conflictos intergeneracionales. Se sobreentiende que, e n am bos
casos, la s gen eracion es de m ayor edad se inclinan por continuar la tradición sin cam biar
la situ a c ió n e x is te n te , m ie n tr a s q u e la s jó v e n e s e stá n m á s d isp u e sta s a innovar. N o
obstante, en el caso de los llam ad os p a íses en v ía s de desarrollo, se trata de socied ades
cuyas generacion es m ás jóven es opinan — con o sin razón— que su país está progresando.
Q uieren liberarse de u n a situación de pobreza económ ica y degradación política, adem ás
de que la s tradiciones que la generación previa desea conservar y continuar portan, en
muchos casos, el estig m a de la hu m illación nacional, al que los jóven es se oponen con el
orgullo de su recién descubierto valor propio, con el orgullo nacional como portaestandarte
del progreso de su país. Pero en la s n acion es rela tiv a m e n te m u y d esarrollad as de las
regiones no dictatoriales de Europa, la situación es casi la opuesta.
286 N orbert E lias I Los A lem anes
este lugar los efectos que una pérdida semejante de estatus tiene, en términ0s
generales, sobre las personas que forman estos Estados. Bastará con continuar
las reflexiones emprendidas arriba acerca de su significado con respecto a la
relación entre las generaciones de mayor y menor edad.
El cambio en la cuota de poder de su país y, por lo tanto, también en su
estatus, afectó poco, en muchos casos, el orgullo nacional de las generaciones
de mayor edad. Su educación y formación personal tuvieron lugar antes de
la guerra. Su imagen colectiva como ingleses, franceses, italianos o alemanes
databa de aquella época, y, puesto que tal imagen se graba profundamente en la
conciencia del valor propio y en la estructura de la personalidad del individuo,
también en este caso se mostró relativamente inmune a las modificaciones
sufridas por la realidad.
La frialdad de su comprensión racional del estatus disminuido de su país, de
su cuota de poder más pequeña, afectó poco la calidez de su conciencia nacional,
y su orgullo nacional en conjunto permaneció intacto. Fue distinto el caso de
los nacidos durante la guerra o después de ella. Con todo, hubo considerables
diferencias entre las naciones europeas en este sentido.
Las generaciones inglesas de la posguerra, por ejemplo, estaban ciertamente
conscientes del cambio en la posición de su país, antigua potencia mundial,
después de la guerra de 1939-1945; este conocimiento influyó también segura
mente en su sentido de su propio valor como ingleses.76No obstante, la conciencia
del alto valor que implicaba la pertenencia a su nación era allí particularmente
estable, tal vez más que en cualquier otro país europeo. Esta conciencia colectiva
del propio valor no tenía el carácter de un ideal político sujeto a estímulo por
la propaganda de partido. Se refería y se refiere al sentimiento muy difundido
y sobreentendido de que es mejor ser inglés que francés, alemán, etc., algo que
no requiere de pruebas territoriales ni de énfasis especial.77 Su surgimiento se
vinculó con el proceso de formación estatal continuo, llevado a cabo a lo largo
de siglos por el creciente poderío y riqueza del país; la interdependencia e
integración, cada vez mayores de los distintos sectores sociales y las regiones,
también desempeñó un papel decisivo en el proceso paralelo de formación
nacional y de la evolución de un sentimiento de solidaridad que abarcaba a toda
la nación. Además, este sentimiento encuentra un apoyo y una confirmación
especiales en los ingleses en forma de un canon de conducta muy pronunciado
pero relativamente discreto, el cual les sirve también —y no en último lugar
76. Es discutible que tal sentido del propio valor deba denominarse sim plem ente “nacionalis
mo”. E ste térm ino puede referirse por igual a una estructura de argum entos netamente
teórica, a un programa de acción de tipo intelectual, en su mayor parte, o a una ideología de
partido que sirve para encubrir determinados intereses de clase. Quizá sería útil distinguir
entre el nacionalism o definido de esta manera y otra cosa que, de ningún modo, cuenta
siem pre con un a clara articulación intelectual; a saber: el sentim iento o la conciencia
nacionales.
77. A sí h a sido, en todo caso, desde los excesos del “jingoísm o” (según lo denominaron sus
adversarios ingleses) a comienzos del siglo XX.
A pén d ic es 287
78. En uno de su s ensayos, George Orwell describió algunos aspectos d el sentim ien to nacional
inglés ("England your england" en Inside the w h ale an d other essays, Penguin, Hermond-
sworth, 1957, pp. 72-73; debo agradecer a C as W outers el hab erm e señalado este texto).
Un pasaje n ecesariam en te breve ilu strará lo com entado arriba:
S in d u d a e s correcto qu e la s lla m a d a s ra za s britán icas s e sie n te n m uy d iferentes
entre sí. U n escocés, por ejem plo, no le agradecerá m ucho q u e s e dirija a él como inglés...
Sin em bargo, de algu n a m anera, e sta s diferencias desaparecen en e l acto e n cuanto dos
británicos s e en cu en tran fren te a u n europeo... V istos desd e fuera, inclu so e l n ativo de
Londres y e l hom bre de Yorkshire se parecen como dos m iem bros de u n a m ism a fam ilia.
Se reduce h a s ta la diferencia entre ricos y pobres cuando se contem p la la nación desd e
fuera. L a desigu ald ad m aterial en Inglaterra es indudable. E s m ás pronunciada que en
cualquier otro p a ís europeo... D esd e el punto de v ista económ ico, Inglaterra seguram en te
se compone d e dos naciones, s i no es que de tres o cuatro. N o obstante, al m ism o tiempo,
la gran m ayoría de e sta s personas sie n te que forma u n a sola nación y está consciente de
asem ejarse m á s entre s í que a los extranjeros. E l patriotism o es, por lo general, m ás fuerte
que el odio d e cla se o cualquier tipo de internacionalism o. E xcepto u n breve m om ento en
1920 (el m ovim iento d e ‘no intervención en R usia’), la clase obrera británica nunca pensó
ni actuó d e acuerdo con criterios internacionales [...]
En In glaterra, el p atriotism o adop ta d istin ta s form as en las d iferen tes cla ses. No
obstante, las atraviesa a todas como un hilo unificador. Sólo los intelectu ales europeizados
son realm ente in m u n es a su atracción. Como sentim iento positivo e s m ás fuerte en la clase
media que e n la superior. E n la obrera e l patriotism o e stá profundam ente arraigado, pero
de m anera inconscien te... E l fam oso ‘carácter insu lar’ y la xenofobia de los in gleses son
mucho m ás m arcados en la clase obrera que en la burguesía. D urante la guerra de 1914-18,
la clase obrera inglesa tuvo un contacto extraordinariam ente frecuente con extranjeros. La
única consecuencia fue que volvieron a casa con un sen tim ien to de odio contra todos los
europeos excepto los alem an es, cuyo valor adm iraban... E l carácter insular de los ingleses,
su negativa a tom ar en serio a los extranjeros, es una necedad que de vez. en cuando les
sale m uy cara. N o ob stan te, influye en su experiencia como m ística inglesa.’’
288 N obbert E lias | Los A lemanes
79. “Claro, nada de eso desm oralizó al Estado, ni siquiera lo afectó seriam ente no es tan fácil
tampoco, Pero se violó su monopolio de la violencia. Hubo que violarlo...”, R. Reinders, op-
cit. (nota 5 8 ),p. 63.
A pé n d ic e s 289
nación, quizá fuera más pequeña e incluso algo cuestionable en comparación con
la entregada a las generaciones que crecieron antes de la guerra. Con todo, pese
a todos los trastornos, el valor y el sentido de la identidad nacional y el patrón
correspondiente de civilización permanecieron relativamente intactos en estos
países. El tiempo habrá de revelar los efectos a largo plazo del menor sentido
vital derivado de la pertenencia a la nación, y si los ideales y los patrones de
conciencia nacionales podrán mantener su vigencia —y por cuánto tiempo—a
pesar de las privaciones que imponen al individuo, en vista de la reducción de
las recompensas afectivas brindadas por el orgullo nacional. No obstante, hasta
el momento, el conflicto permanente entre las generaciones de la preguerra y
la posguerra, que tampoco ha dejado de presentarse aquí, no ha producido una
ruptura en la continuidad de la evolución estatal ni en la del desarrollo de los
patrones nacionales de civilización.
Al igual que en todas las naciones altamente industrializadas, en Alemania la
vida como adulto requiere también de una extensa transformación civilizadora
de las estructuras instintivas del individuo. No obstante, el premio de placer
que interviene en otros muchos Estados más desarrollados para asegurar la
autocoacción y las privaciones civilizadoras, la recompensa derivada de la
asociación de un valor especial al hecho de pertenecer a la República Federal
Alemana son bastante reducidos, en caso de que existan siquiera. No hay otro
Estado entre los rangos superiores de la jerarquía estatal del mundo, cuyos
miembros tengan una imagen colectiva tan vaga y relativamente descolorida
como los ciudadanos de tal República. En este sentido, Alemania es un país
desdichado.80 Después de haber experimentado dos embates funestos de un
nacionalismo que trascendió por mucho las verdaderas posibilidades del país,
así como dos duras derrotas, el legado ha sido un sentimiento nacional confuso
y negativo, en muchos casos. Al nacionalismo extremo del periodo hitleriano y
al onanismo excesivo del orgullo nacional, del narcisismo colectivo, que ofreció
y permitió al pueblo alemán, siguió, después del cataclismo, un contragolpe
igualmente extremo en dirección opuesta. Lo que se produjo a continuación no
fue en realidad un análisis frío, sino que sobrevino un periodo de desorientación
marcado por una fuerte tendencia a la autoestigmatización y, en algunos casos,
al odio de sí mismo.
Es probable que la condena absoluta pronunciada contra la República Federal
Alemana por algunos miembros de la oposición extraparlamentaria, así como
de los grupos terroristas en particular, haya estado relacionada, entre otros
factores, con esta falta de una imagen colectiva nacional de carácter positivo.
“Para nosotros, el Estado era el enemigo absoluto”, declara Horst Mahler, por
80. El hecho de que estas relaciones por lo general no se identifiquen con más claridad, debe
atribuirse sobre todo a la irremediable tendencia de buscar explicaciones a corto plazo para
asuntos que sólo las concebidas a largo plazo logran esclarecer de manera convincente. Sólo
cuando estas se tomen en cuenta tal vez sea posible resolver tales problemas en la práctica.
A pén d ic es 291
16) Sin duda, también hubo indicios de vina incipiente erosión de los patrones
nacionales de civilización y síntom as de cierto desm oronam iento, en países
europeos cuyo Estado se había formado a lo largo de siglos y que habían tenido
un ascenso continuo h asta la categoría de gran potencia. La solidez de sus
patrones de civilización ciertamente correspondía, en términos generales, a la
duración y continuidad del proceso formativo del Estado, que proporcionó un
contexto a la evolución de aquellos. No obstante, la dirección de este movimiento
81. Jeschkey M alan osw k y (com ps.), D er m inister, op. cit. (nota 60), p. 16.
82. El Estado dictatorial de la República Dem ocrática A lem ana no tien e tan tos problem as en
este sentido. E l monopolio estatal de los m edios de formación que ahí existe ayuda a levantar,
por lo menos, la fachada de una conciencia nacional hom ogénea. El entrecruzam iento de los
ideales nacional y social perm ite convertir el credo social del m arxism o, su perficialm en te,
en el núcleo de la conciencia esta ta l y quizá tam bién en una n acien te conciencia nacional.
Es difícil apreciar, por el m om ento, qué aspecto tienen las cosas detrás de e sta fachada.
83. Es justo señalar que ha habido algunos intentos en este sentido. No obstante, fueron demasiado
débiles y dispersos y tuvieron que enfrentar obstáculos muy grandes para que en torno a ellos
pudiera cristalizarse la conciencia del sentido y el valor positivos de tal Estado.
292 N orbert E lias | Los A lem anes
17) En v ista de esta s sim ilitud es entre d istin tos p aíses, se im pone la
pregunta de por qué el estan cam ien to que fin a lm en te s e produjo en los
movimientos de oposición com puestos en forma predom inante por jóvenes
burgueses, después de haber logrado apreciables éxitos parciales, desem bo
có en el nacim iento de grupos terroristas en el caso de dos naciones: Italia
y Alem ania. E stos grupos procuraron forzar, m edian te actos violentos,
la meta de transform ar la sociedad, in aseq u ib le por m edios p acíficos,
mientras que en los otros países, pese a que su problema generacional era
parecido, no se produjo el paso a la ilegalidad, al uso de la fuerza física;
en resum idas cu en tas, no surgieron grupos n a cio n a les de terroristas.
Esta es la pregunta que, desde mi punto de vista, no puede explicarse sin
hacer referencia a los d istin tos patrones form ativos del E stad o y a las
correspondientes diferencias en los patrones n acionales de civilización.
Italia y A lem ania se agregaron ta rd íam en te al grupo form ado por
las gran d es p o ten cia s eu rop eas, en lo que se r e fie r e al p roceso de
centralización estatal y a su unificación como naciones. E ste proceso se
retrasó en los dos Estados sucesores del Sacro Imperio Romano-Germánico,
particularmente con respecto a Inglaterra y Francia, porque en ellos, la
extraordinaria extensión de este imperio m edieval favoreció el desarrollo
independiente de unidades parciales en form a de rein os, p rincipados,
ciudades libres, etc. Las consecuencias fueron profundas y am plias.
En ambos casos la integración, deseada sobre todo por los sectores medios
de carácter burgués, se impuso esencialmente a través de reyes y sus ejér
citos, mediante el uso de violencia de algún tipo. Tanto en el uno como en el
otro de estos países el Estado se concibió como una estructura social situada
fuera de los propios ciudadanos, más allá de estos, como algo que los atañía
a “ellos”, no a “nosotros”, a la manera de un sombrero con el que se recoge el
cabello, de un armazón de hierro construido alrededor de un edificio en ruinas.
Puesto que su ingreso a la fase del Estado nacional centralizado tuvo lugar en
fechas tan tardías y sólo mediante un esfuerzo supremo tanto italianos como
alemanes sufrían una inseguridad casi crónica con respecto a su propio valor
como naciones, la cual se expresó en oscilaciones muchas veces extremas entre
la sobrevaloración y la desvalorización. La baja dialéctica en el sentim iento
del propio valor nacional en la oposición extraparlamentaria de la República
Federal Alemana durante los años sesenta, después de su exaltación durante
los años de la preguerra bajo el régimen hitleriano, sólo es un ejemplo entre
muchos. Además, en ambas naciones la pacificación se logró en fechas recientes,
como corresponde a su formación tardía. Tan inestable como el orgullo nacional
era el factor de la autocoacción que disuadía a las personas de usar la fuerza
física al ocurrir conflictos, y que era sostenido por la coacción externa ejercida
294 N orbert E lias | Los A lem a nes
85. La referencia a la lucha de clases contenida, por ejemplo, en la teoría marxista del fascismo,
nobasta para explicar el ascenso de M ussolini y su s partidarios en Italia n i el de Hitler y
su s secuaces en Alem ania. Hubo conflictos sem ejantes en m uchos países industrializados
avanzados, entre ellos Francia e Inglaterra. Por lo tanto, hay que seguir indagando por qué,
en otras partes, estos conflictos no condujeron a la formación y, finalm ente, la dictadura
de un partido extra- parlam entario, encumbrado en su s inicios m ediante el terror y el uso
de la violencia, y por qué esto ocurrió precisam ente en A lem ania e Italia. Al plantear esta
pregunta se pone de m anifiesto con gran claridad, que e sta s diferencias fundamentales
no pueden explicarse únicam ente con base en las estructuras económicas. Desempeñaron
un papel decisivo varios procesos a largo plazo que los a n álisis económicos a corto plazo,
por Jo común, pasan por alto, y sobre todo los procesos de formación estatal y civilizadores,
así como los estrecham ente afines de pacificación.
86. C abe p re g u n ta rs e si re s u lta fru ctífero y ú til p a r a la c o m p re n sió n del desarrollo social
e u ro p eo q u e la s d ife re n c ia s e n tr e la s dos d ic ta d u ra s n a c io n a l-p o p u lis ta s de H itler y
M ussolini se e n c u b ra n calificándolas a a m b a s de “fascistas".
A p é n d ic e s 295
87. No fue casual el hecho de que la corte principesca m ás grande, la del emperador en Berlín,
tuviera un marcado carácter militar. En Estados como Inglaterra y Francia, la pacificación
tuvo lugar mucho antes que en Alemania y también, por lo tanto, la limitación del uso del
uniforme militar, como uno de sus símbolos, a situaciones bélicas. En el tiempo de Luis XIV
ya no se acostumbraba a presentarse en la corte vestido de uniforme militar. El punto de
vista inglés se ilustra mejor, de nueva cuenta, con una cita tomada del mismo ensayo de
Orwell (op. cit. [nota 78], p. 69). Al leerlo hay que tener presente la función que los oficiales
alemanes y la corte imperial apegada a los uniformes, ejerció hasta 1918 como modelo para
la sociedad alemana: “Lo que prácticamente todas las clases del pueblo inglés aborrecen
de todo corazón es el tipo de oficial que se pavonea ufano y j actancioso, la percusión de las
espuelas y el estrépito de las botas. Muchas décadas antes de que cualquiera tuviese noticias
de Hitler en Inglaterra se le daba a la palabra ‘prusiano’ la misma acepción que ahora tiene
la de ‘nazi’. Este sentimiento está tan arraigado que, desde hace más o menos un siglo, los
oficiales del Ejército británico siempre se han vestido de civil en tiempos de paz, cuando
no están de servicio."
A p én d ic es 297
88. El estudio más conocido es el publicado por T. W. Adorno, E. Frenkel-Brunswick et a!, en 1950
bajo el titulo The auth oritarian personality (edición incom pleta en alemán: T. W. Adorne
Studien. zura autoritaren charakter, Frankfurt del Meno, 1973). [Hay traducción al español.I
298 N orbert E lias | Los A l emanes
explicarla no basta con señalar intereses cuasi racionales o una falta de claridad
e n la apreciación de las ventajas de un sistema de gobierno “democrático”. A fin de
c o m p r e n d e r la intensa oposición de muchos alemanes a la República de Weixnar,
debe tomarse en cuenta que un régimen parlamentario requiere de estructuras de
muy específicas para funcionar, las cuales sólo pueden desarrollarse
p e rs o n a lid a d
en forma paulatina a través de la práctica parlamentaria misma.
La transición del régimen del emperador y rey, hasta cierto punto absolutista
todavía, al régimen parlamentario de la República de Weimar sobrevino de
manera muy repentina. Para amplios sectores de la población se produjo de modo
completamente inesperado y relacionada con asuntos muy desagradables, como
la derrota en la guerra. En el fondo, muchos alemanes aborrecían una forma
de gobierno basada en luchas, negociaciones y transigencias entre los partidos.
Odiaban la “casa de chismes” del Parlamento, donde al parecer sólo se hablaba
sin actuar. Qué importaba la libertad; lo que anhelaban era la forma de gobierno
comparativamente mucho más sencilla y menos complicada en que el hombre
fuerte en la cima tomaba todas las decisiones políticas trascendentes. A él se le
podía dejar la tarea de cuidar el bienestar de Alemania. Bastaba con limitarse
uno mismo a la vida privada. Desde los inicios del régimen de Weimar, muchos
hombres y mujeres ansiaron ver en la cima del gobierno a un hombre, príncipe o
dictador, que tomara las decisiones y diera órdenes. Lo exigían como una droga.
Estaban acostumbrados a él y se lo habían sustraído muy repentinamente.
Las peculiaridades de la adaptación a un régimen parlamentario se pasan
por alto con facilidad si se analiza esta forma de convivencia desde el punto de
vista ideológico, como con frecuencia sucede, relacionándola sólo con sus ven
tajas racionales en comparación con formas dictatoriales. Hay poca conciencia
acerca de que es muy prolongado el proceso de desacostumbrarse a un orden
gubernamental donde un mandatario simbólico asume la responsabilidad de un
pueblo de súbditos, para adaptarse a un régimen que impone al individuo cierta
responsabilidad, por muy limitada que sea; para llevarse a cabo, requiere un
mínimo de crisis y por lo menos tres generaciones. La historia europea brinda
muchos ejemplos de las dificultades de tal reorientación. Uno de los pocos países
en que, hasta ahora, la estructura estatal parlamentaria y la de la personalidad
individual han logrado una adaptación mutua casi perfecta es Inglaterra. Y la
historia de Inglaterra permite observar con bastante claridad el largo proceso
que condujo a esta adaptación. De hecho se llevó a cabo en forma muy lenta,
desde el momento en que el hijo del dictador puritano tuvo que ceder las riendas
del gobierno al rey reinstalado con una limitación considerable de su poder/9
Tal vez sea de provecho exponer algunas reflexiones acerca de la razón por
la que esta reorientación resulta tan difícil. La teoría de la civilización nos
vuelve a mostrar el camino. La estructura de la personalidad adaptada a un
régimen absolutista-monárquico o dictatorial crea una marcada disposición
89. Véase N. Elias, “Introduction” en N. E lias y E. Dunning, Q uest for excitem ent. S p o rt a n d
leisure in the c iv ilizin g process, Oxford, 1986, pp. 26 y ss.
300 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
instituciones especiales que den lugar tanto a la ludia entre grupos antagóni
cos como a su resolución, limitando los enfrentamientos a formas de disputa
zanjadas, principalmente, en discusiones o duelos de palabras y sometiendo las
decisiones a la observancia de ciertas reglas por todos los involucrados.
Los ideales o utopías de la convivencia humana, como han sido planteados,
por ejemplo, por la literatura o la ciencia, por regla general parten de la idea
de que un régimen o una sociedad ideal tiene que estar totalmente libre de
conflictos y en armonía. Esta visión expresa el hecho de que los conflictos entre
las personas desgarran los nervios, por decirlo de alguna manera, y constituyen
un elemento perturbador; así, un estado total de calma y paz les parece ideal a
muchas personas. No comparto este punto de vista. La convivencia sin conflictos
es materialmente inconcebible en mi opinión, por lo cual, no tiene caso diseñar
modelos sociales ideales —los cuales al fin y al cabo están pensados también,
de alguna manera, como medios para orientar y encauzar las acciones— sin
tomar en cuenta la importancia fundamental de los conflictos en las sociedades
humanas. Una sociedad sin conflictos tal vez parezca la cúspide del racionalismo,
pero al mismo tiempo sería una sociedad dominada por un silencio sepulcral,
una máxima frialdad sentim ental y un aburrimiento sumo, además de estar
privada de todo dinamismo. Cualquier sociedad deseada, como la actual, no
enfrenta la tarea de eliminar los conflictos —una empresa imposible— sino
de regularlos, de someter las tácticas y estrategias de ellos a reglas que nunca
pueden considerarse perfectas. Estas reglas mantienen viva la tensión de los
conflictos en un nivel medio, como una llama que brinda calor, pero que no debe
ni crecer tanto que termine por devorarse a sí misma y a todo lo que está a su
alrededor, ni debilitarse a tal grado que ya no sea capaz de emanar calor o luz.
Un régim en que, como el parlam entario, supone este tipo de conflictos
moderados, ciertam ente exige a las personas que lo componen un grado de
con eficiencia m áxim a. El E stado dictatorial bien organizado sería la encarnación m ism a
de la razón, para decirlo de otra m anera.
Q uizá no se a ca su a l que u n a filosofía construida en to m o al concepto de la razón,
como la de K ant, por ejemplo, se h aya desarrollado al m áxim o en la época del absolutism o.
En el fondo de su corazón, el propio K ant adoptaba un a actitud m ás bien crítica hacia
la dictadura real. E sta dictadura m ism a, el E stad o de los H ohenzollern, no era ni por
mucho perfecta. S in em bargo, e l id eal de u n orden su jeto en form a por dem ás lógica a
leyes u n iversales que K ant encontró en la naturaleza y en el m undo m oral de los hombres,
segu ram en te se apoyó en m ucho en la im agen e sta ta l id eal del absolu tism o ilustrado,
representada en su ju ven tu d , por ejemplo, por Federico II de P rusia.
En cuanto al asp ecto som etido a deliberación en el texto, desde el punto de vista de la
razón clásica en realidad no existen los conflictos. Por lo tanto, tam bién K ant veía tanto
el reino de la n atu raleza como el de la m oral como ám bitos de m áxim a arm onía. H ubiera
podido a r g u m e n ta r qu e los con flictos ta l v e z se den en la rea lid a d de las rela cio n es
hum anas, pero que no los habría si todas las personas actuaran racionalm ente, si cada
quien obedeciera tanto las leyes del E stado como las de la naturaleza. Los conflictos son lo
anormal, perturbaciones en la convivencia entre los hom bres, la cual se m antendría Ubre
de fricciones y llen a de arm onía si realm en te cum pliera con los principios de la razón.
302 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
91. La inform ación sobre la s d ifere n cia s de opinión y los a n ta g o n ism o s q u e se d a n en los
niveles m ás altos, si acaso llega h a s ta la m a sa de la población lo hace en form a indirecta,
por medio de rum ores o chism es. E n térm in o s gen erales, la o lig a rq u ía de los E stados con
gobierno autocrático m u e stra u n fren te cerrado y hom ogéneo a los gobernados.
A p é n d ic e s 303
dada y hasta qué punto hay que contenerse, zdel ejercicio del tacto a la hora
de tantear cuándo es posible avanzar y cuándo hay que ceder, figuran entre los
procesos más elementales del parlamentarismo, y todavía están muy lejos de
ganar un alto puesto en la escala de valores alemana. Para ello probablemente
se requerirán varios siglos de aclimatación.
CUARTA PARTE
EL COLAPSO DE LA CIVILIZACIÓN
que, en su transcurso, se fue revelando como si fuera por primera vez con
incredulidad horrorizada. Se resistieron a creer que tales cosas hubieran
podido ocurrir en una sociedad industrializada altamente desarrollada, que
hubieran podido ocurrir entre personas civilizadas. En ello radicó su dilema
fundamental y ahí se encuentra el problema del sociólogo.
La forma de manejar el problema que se impone es el postulado tácito de
que la obra destructora encabezada por Hitler constituyó una excepción. Los
nacionalsocialistas, podría argumentarse en este caso, representaron una
úlcera cancerosa en el cuerpo de las sociedades civilizadas. Sus acciones fiieron
las de unos dementes, en mayor o menor grado; derivaron del antisemitismo
irracional de unas personas particularmente malas e inmorales o bien, quizá,
de tradiciones y características peculiares del pueblo alemán. Todas estas
explicaciones presentan la matanza masiva fría y metódica, planificada, como
algo único. En circunstancias normales —este es su mensaje implícito—, tales
atrocidades no se dan en las sociedades más desarrolladas del siglo XX.
Las razones de esta índole nos protegen de la dolorosa idea de que algo
semejante pudiera repetirse, es más, de que tal irrupción de brutalidad y bar
barie pudiera basarse en tendencias inherentes a la estructura de las modernas
sociedades industrializadas. Nos ofrecen cierto consuelo y, sin embargo, no
esclarecen el asunto. Es muy fácil identificar los aspectos históricos únicos
del proceso que desembocó en el intento de exterminar a los judíos en Europa.
Otros elementos, por el contrario, no son en absoluto de carácter único. Muchos
sucesos de nuestro tiempo indican que el nacionalsocialismo reveló, quizá en
forma extrema, ciertas condiciones de las sociedades contemporáneas, deter
minadas tendencias de la acción y el pensamiento en el siglo XX, que también
se encuentran en otras partes. Al igual que las guerras m asivas basadas en
métodos científicos, la aniquilación organizada con detalle y planeada en forma
científica de grupos enteros de la población por hambre, gas o fusilamiento, ya
sea en campos de la muerte instalados de manera expresa o en guetos cerrados,
no parece salirse totalmente del marco de las sociedades mecanizadas de masas.
En lugar de consolarse con la idea de que los acontecimientos ventilados en
el juicio contra Eichmann hayan sido de carácter excepcional, sería más útil
analizar las condiciones propias de las civilizaciones del siglo XX, las condiciones
sociales, que favorecieron este tipo de atrocidades y que pueden favorecerlas
de nuevo en el futuro. ¿Cuántas veces —la pregunta se impone— tendrán que
repetirse estas bestialidades antes de que aprendamos a comprender cómo y
por qué ocurren, y antes de que los gobernantes muestren la capacidad y la
disposición de canalizar este conocimiento hacia medidas de prevención?
Todavía se tiende fácilm ente a confundir la necesidad social de exigir respon
sabilidad individual a las personas por los daños y el dolor causados a otros, y la
necesidad social de en co n trar explicaciones sociológicas y ta m b ié n psicológicas
de cómo y por qué ocurrió el hecho. L a segunda necesidad no an u la a la prim era.
Ambas tienen su lu g ar en el curso del acontecer hum ano. A un de adjudicarse un
interés cen tral a la acusación h a y que en co n trar explicaciones; y el in te n to de
310 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
gentes occidental y oriental, era cada vez mayor el número de judíos apresados
por el dominio alemán, mas no existían modelos para el asesinato organizado
de varios millones de personas desarmadas. Por lo tanto, hicieron falta muchas
reflexiones y experimentos para encontrar los métodos más eficaces y econó
micos de matanza. Se requirió un aparato administrativo cada vez m ás grande
para planear y controlar las distintas medidas tomadas para destruir a los
judíos. Cuanto más crecía este aparato, más se multiplicaron las fricciones y
los conflictos entre autoridades rivales.
La organización estatal nacionalsocialista se componía de una serie de seccio
nes semiautónomas cuasi feudales al mando de sendos líderes de segundo rango,
hombres como Ribbentrop, Gctering, Himmler o Goebbels, cuyas dependencias
abarcaban todo el país. Cada una de estas secciones estaba a cargo de un sector
administrativo específico; el prestigio y el estatus del hombre situado a la cabeza
dependían de la utilidad que su sector tuviera para Hitler y el Partido. Puesto
que el equilibrio de poder entre estos líderes era inestable, cada uno de ellos,
al igual que el propio Hitler, desconfiaba de los demás. El ascenso de vino podía
acarrear la ruina del otro. El que estaba dispuesto a recurrir a la violencia y el
asesinato como instrumentos normales de la política no se libraría nunca del
temor de que otros pudieran hacer valer los mismos medios en su contra. Por lo
tanto, detrás de la eficiencia funcional en apariencia perfecta del Estado hitleria
no, se revela un cúmulo extraordinario de tensiones, rivalidades, manipulaciones
de estatus y el desperdicio correspondiente de recursos y fuerza, dado que el
aparato dictatorial del Estado y los jefes rivales de los sectores administrativos
cuasi autónomos se mantenían unidos y bajo control, principalmente, por la
dependencia que compartían hacia su líder supremo y por un dogma común al
que se adhirieron con diferentes grados de ortodoxia.
Al igual que en otros muchos Estados dictatoriales, la policía secreta cons
tituía una de esas formaciones y estaba incluida en el sector administrativo
de Himmler. Junto con todos sus ramales, ella representaba un órgano central
de las SS, el sostén principal de su poder. Desde fechas muy tempranas, los
líderes de las SS habían defendido una ortodoxia nacionalsocialista militante.
La decisión personal de Hitler de matar a los judíos fue apoyada enérgicamente
por ellos, lo cual significaba un incremento de su poder, en comparación con el
de las camarillas rivales de la corte de Hitler, que en primer lugar, se tradujo
en una enorme extensión del campo de actividades del Departamento para
Asuntos Judíos de la Gestapo. Como el exterminio sistem ático de los judíos
o bien, como se denominó oficialmente, la “solución final”, había sido desde
siempre uno de los objetivos primordiales de Hitler, hombres como Himmler,
Eichmann y sus subalternos, encargados de llevarlo a cabo, podían contar con
la simpatía y el apoyo del Führer. Esto fortaleció su posición y prestigio dentro
del Estado de entonces.
No obstante, se requirió de cierto tiempo para efectuar estas medidas.
Primero hubo que desarrollar recursos técnicos y administrativos adecuados.
Los pogroms, la forma tradicional de atacar a los judíos, habían caído en desuso
312 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
2. Véase, con respecto a esto y lo que sigue G. Reitlinger, The fin al solution, Londres, 1953
E l c o la p s o d e l a c iv i l iz a c i ó n 313
La utilidad m ilitar de los pogroms y las cámaras de gas era nula. Todos los
grupos étnicos de las regiones conquistadas de Europa representaban cierto
peligro para sus señores y opresores alemanes; el de los judíos dispersos no
era mayor. Su muerte no sirvió para desocupar tierras de cultivo para colonos
alemanes. No incrementó en absoluto el poder político de los nacionalsocialistas
en Alemania ni el de la Alemania hitleriana entre los demás Estados del mundo.
No cumplía ya tampoco con la función social que los ataques contra los judíos
habían tenido sin duda para los nacionalsocialistas, en medio de las tensiones
y los conflictos producidos entre los distintos sectores del pueblo alemán en las
luchas previas a la toma del poder de aquéllos. Ahora, su valor propagandístico
era más bien insignificante o negativo. No redituaba ningún tipo de beneficio
el considerable gasto de fuerza de trabajo y bienes materiales necesario para
transportar y matar a millones de judíos en los momentos culminantes de la
guerra, cuando ambos elementos adquirían cada vez m ás valor.
Entre más datos se conocen, más palpable se vuelve el hecho de que nuestras
explicaciones acostumbradas no son suficientes.
factor primordial en las acciones de los grupos, sino sólo que hay circunstancias
en las que funge como un factor primordial de este tipo .4 Con bastante frecuen
cia, los objetivos y las doctrinas expresas representan, cuando mucho, factores
secundarios de acción y tal vez sólo un arma o un velo ideológicos que sirven
para encubrir otros intereses subjetivos más específicos, los cuales calificamos de
“realistas” o “racionales” a falta de términos más precisos. En este caso, explicar
las acciones del grupo a partir de estos objetivos y doctrinas resulta engañoso
ilusorio o por lo menos muy incompleto. Sin embargo, en ocasiones, el objetivo
fijado por el dogma expreso del grupo en sí es lo que determina, más que ningún
otro elemento, el curso de sus acciones. Es posible que el dogma en cuestión
sea en extremo “irreal” e “irracional”, como solemos decir; en otros términos, es
posible que tenga un alto contenido de fantasía, de modo que la realización de
sus objetivos promete ion alto grado de satisfacción afectiva inmediata. En este
contexto llega a suceder que tal realización —en un sentido de realidad social
y también a plazo más largo— no brinde otras ventajas a quienes la llevan a
cabo que la de aplicar su dogma, o que incluso los perjudique. El intento de los
nacionalsocialistas de exterminar a los judíos pertenece a esta categoría. Fue
uno de los ejemplos más contundentes del poder que un dogma—en este caso,
uno de carácter social o, dicho de manera más precisa, de índole nacional-
puede ejercer sobre las personas.
Esta es la posibilidad para la que muchos contemporáneos de los años veinte
y treinta del siglo XX no estaban preparados, ni dentro ni fuera de Alemania.
Los conceptos que manejaban los indujeron en el error de pensar que los grupos
sociales —sobre todo los que ocupan el poder, entre ellos los gobernantes y esta
distas de la Tierra—, por muy fantásticos que fueran sus dogmas profesados, a
la larga siempre se orientarían de acuerdo con la “realidad” dura y sus llamados
“intereses reales”; que, por muy rabioso que fuera su credo, por absoluta que
fuese la hostilidad que pregonaran, a fin de cuentas reconocerían el beneficio
de la moderación y conducirían sus asuntos de manera más o menos “racional”
y “civilizada”. Algo andaba muy mal, evidentemente, en un patrón intelectual
que impedía darse cuenta de la capacidad real para cometer atrocidades y
matar, propia de un movimiento-nacionalista cuyo programa otorgaba un peso
tan grande al ejercicio de la violencia y a la destrucción total de los enemigos,
y cuyos miembros constantemente hacían hincapié en el valor de la crueldad
y la matanza.
Por regla general no se examina a posteriori, a la luz de los sucesos que real
mente ocurrieron, en qué estuvo errada su propia forma de pensar y de actuar
antes de los hechos. Si se analizaran en este sentido el sistema conceptual,
las disposiciones y las convicciones que dejaron a un número tan grande de
personas tan mal preparadas para reconocer acontecimientos como los campos
4. El problem a de qué tipo de dogm a de fe cum ple con esa función y en qué circunstancias,
rebasa el m arco de e sta investigación. No obstante, quizás incluso u n estudio restringid0
como el p re se n te p u e d a a y u d a r a verlo desde la p e rsp ec tiv a co rre c ta y a reconocer su
im portancia
E l c o l a p s o d e l a c iv i l iz a c i ó n 319
inquebrantable su certeza de que sus doctrinas eran ciertas, de que sus métodos
justificación y de que el logro de su cometido estaba predestinado.
te n ía n
Es comprensible que la magnitud de la regresión ocurrida bajo los nacio
nalsocialistas les haya caído como rayo a muchos representantes de la antigua
élite culta. Detrás de las mentiras, los trucos propagandísticos y el uso metódico
de declaraciones falsas como arma contra los enemigos, no fueron capaces de
reconocer la seriedad con que los exponentes del movimiento creían en ideas que
a ellos les parecían dudosas o francamente absurdas. Tendieron a interpretar
también como propaganda o un medio deliberado para unir al pueblo alemán,
y no como una profunda convicción dotada de fuerza religiosa, al núcleo de la
doctrina nacionalsocialista, sobre todo su antisemitismo extremo y brutal.
El abismo aun presente en la actualidad entre las clases superiores “cultas”,
cuya forma de pensar rige su interpretación de los sucesos sociales, y la gran
masa de los “menos cultos”, cuya visión de estos acontecimientos es con fre
cuencia otra muy diferente, una y otra vez hace que los primeros sólo tengan
una imagen deformada de estos últimos. Muchas personas “cultas”, que habían
crecido con la suposición tácita de que en las sociedades europeas la conducta
civilizada se reproduciría sin ningún esfuerzo de su parte, estaban muy mal
preparadas para la próxima quiebra de esta civilización. Es posible apreciar con
mayor claridad el por qué, si se abordan algunas de las condiciones nacionales
que brindaron su oportunidad a los nacionalsocialistas.
sistemática, cuáles fueron los factores de la evolución alemana a largo plazo, así
como del llamado “carácter nacional” alemán, que influyeron en el surgimiento
de los nacionalsocialistas. En vista del estado actual del conocimiento de estos
procesos de larga duración, lo único que puede hacerse es diseñar una teoría
proponer una hipótesis consistente. Quizá debería adelantar también que, en la
mayoría de los casos, no son específicos de Alemania estos factores evolutivos de
largo plazo, sino su concurso en el tiempo y los patrones que de ello resultaron.
Empecemos con algunas características específicas de los territorios pobla
dos por los alemanes que figuran sin duda entre las condiciones permanentes
de la evolución del país. Tanto al oeste como al este del Elba, los territorios
alemanes eran difíciles de defender, de manera semejante a los polacos, pero
diferente a los de otros grupos cercanos. Además, el fundamento inicial del
Estado nacional alemán, el primer imperio gobernado por emperadores alema-
nes, era muy extenso. Las enormes dimensiones de los territorios considerados
como alemanes por la población fueron sin duda uno de los motivos por los que
primero el Estado unificado dinástico y luego el nacional, tuvieron un desarrollo
más lento, ya que cada uno de ellos se hizo realidad en una fecha posterior a
la de otros Estados dinásticos y nacionales de Europa, cuyo punto de partida
había sido más pequeño.
La pluralidad y la extensión de las distintas regiones del primer imperio
alem án y la correspondiente intensidad de las fuerzas centrífugas tuvo
como consecuencia que, a lo largo de los siglos, los alemanes lucharan unos
contra otros, que sufrieran una desunión permanente y que, por lo mismo,
se mantuvieran relativamente débiles e impotentes mientras la unificación
y centralización de algunos Estados vecinos avanzaba de manera constante.
Todas estas circunstancias dejaron profundas huellas en la imagen que los
alemanes tenían de sí mismos y las que otros pueblos tenían de ellos. Aquí se
encuentra el origen de su fervoroso anhelo de unificación, el leitmotiv que ha
resurgido una y otra vez al pasar Alemania por situaciones críticas, desde que
el equilibrio precario entre fuerzas centrípetas y centrífugas se inclinó a favor
de estas últimas. No cabe analizar aquí cómo han de explicarse estos aspectos
de continuidad en la imagen nacional o en actitudes y convicciones recurrentes,
ni la forma en que se trasmiten de generación en generación. El hecho es que
influyen en la evolución de las naciones, muchas veces a despecho de los factores
discontinuos y las transformaciones que los métodos historiográficos actuales
colocan en el primer plano.
Las experiencias acumuladas de disgregación y la imagen correspondiente
que los alemanes tenían de sí mismos como personas incapaces de convivir
sin discordia y controversias se expresó, además, en el anhelo de un soberano,
un monarca, un líder fuerte apto para llevarlos a la unificación y la unión. En
cuanto elementos de la imagen que los alemanes tenían de sí mismos, estos
rasgos complementarios —el miedo a la propia incapacidad de convivir en
paz y el deseo de una poderosa autoridad central que pusiera fin a las desave
nencias— con el tiempo cambiaron de características y función. No obstante,
El c o l a p s o d e l a c iv il iz a c ió n 323
serlo y cómo había que ser. Pero este ideal no era inalcanzable, sólo imponía
a los educados conforme a él, el deber de adoptar cierta conducta prescrita
para los ingleses, al mismo tiempo que les adjudicaba un premio: la conciencia
orgullosa y placentera de estar actuando conforme a su ideal, un ideal que no
estaba demasiado separado de las realidades nacionales.
El patriotismo inglés no era romántico, aunque de forma semejante a los
alemanes, los ingleses buscaron con frecuencia plintos de apoyo en el pasado;
hasta hace poco, el pasado y el presente coincidieron en la imagen que tenían
de su país. El pasado no era considerado por ellos muchísimo mejor que el
presente, no descollaba como un periodo de grandeza perdida para siempre,
como un ideal inasequible que hacía verse pequeño al presente. Gracias a la
continuidad ininterrumpida de una tradición firme pero relativamente flexible,
el pasado se fundía con el presente en la imagen que el inglés tenía de su país y
del ser inglés. Por haberse adaptado lentamente a las condiciones cambiantes,
esta imagen ofrecía al individuo una idea bastante clara de su identidad, así
como líneas de conducta igualmente claras con respecto a lo que un inglés debía
hacer en casi todas las situaciones de su vida
Resultaba mucho menos claro qué era lo alemán y qué no, lo que significaba
ser alemán y cómo debía ser un alemán, pues, en comparación con la imagen
que el inglés tenía de sí mismo, el alemán sólo tenía una idea vaga de su país y
de sus características nacionales. No existía un way oflife, un estilo de vida, que
de pensamiento y palabra se considerara específicamente alemán. En todo caso,
lo específicamente alemán era un particular “concepto del mundo”. Se sabía, se
percibía que tenía mucho valor ser alemán, pero permanecía bastante vago en
qué radicaba ese valor, las opiniones al respecto diferían mucho. En el pasado,
cuando el país era débil, el orgullo nacional de las clases medias alemanas en
ascenso se basaba principalmente en los logros comunes dentro de los ámbitos
de la ciencia, la literatura, la filosofía y la música, en una palabra, en la “cultura”
alemana. Más adelante, al hablar del valor de lo alemán se hacía referencia
más a sentimientos comunes y no tanto a hazañas compartidas, mucho menos
a logros que tuvieran significación más allá de las fronteras alemanas, para la
humanidad entera.
La imagen colectiva alemana prácticamente no servía para orientar al indivi
duo en sus decisiones personales. No estaba vinculada con un canon de conducta
concreto que proporcionara al individuo —como lo hacía la imagen colectiva
inglesa— un criterio bastante firme, integrado a su conciencia misma, de acuerdo
con el cual podíajuzgar a otros y a sí mismo. Entre la gran mayoría de los alemanes,
la conciencia nacional afloraba principalmente en las manifestaciones masivas y,
sobre todo, en las crisis y en situaciones de peligro como las guerras. Por lo tanto,
en la vida cotidiana estaban menos conscientes de ser alemanes —aunque no lo
fueran menos— que los ingleses en su condición de tales. Para oídos alemanes,
la simple palabra “Alemania” estaba cargada de asociaciones extraordinarias, de
un carisma que rayaba en lo sagrado. En la vida normal, el hecho de ser alemán
Aplicaba pocas obligaciones, excepto frente a los gobernantes y a otras personas
328 N o r b e r t E lia s | Los A l e m a n e s
de autoridad. Por lo demás, era posible entregarse mucho más a los impulsos
espontáneos personales, fueran amistosos, hostiles o de cualquier otro tipo.
El orgullo del inglés y las obligaciones que asumía como tal se ponían de
manifiesto tanto en situaciones comunes como en las extraordinarias. En este
caso, el orgullo nacional estaba ligado a una especie de amor propio; ya sea en
la vida cotidiana o en situaciones de excepción o extremas, había cosas que un
inglés podía hacer y otras no. Se movía de acuerdo con un canon de conducta
pormenorizado dividido de acuerdo con las clases sociales y lo bastante uniforme,
a pesar de todo, para servir de rasgo distintivo colectivo que permitiera a los
ingleses reconocerse mutuamente. Las coacciones bien delimitadas impuestas
por este canon se convirtieron en cierta forma en una segunda naturaleza, en
parte de la conciencia y del ideal individual del yo.
Al igual que los miembros de otros grupos nacionales, los ingleses tuvieron
una y otra vez problemas para cumplir a la perfección con sus reglas colectivas
y con las normas correspondientes integradas a su propia conciencia, a su ideal
de cómo debía conducirse un inglés. No obstante, su canon, el ideal nacional
mismo, tomaba en cuenta la insuficiencia humana. Dejaba cierto margen tanto
a desviaciones tipo como a excentricidades individuales. El margen disponible
para tales desviaciones, el espacio entre la conducta formalmente exigida y la
que informalmente se toleraba, la medida en que era posible fallar al propio ideal
sin menoscabo del amor propio ni de la estimación de los compatriotas, estaba
delimitado con gran exactitud en cualquier momento y dentro de un sector social
específico. En resumen, la imagen ideal que los ingleses tenían de sí mismos era
un poco exagerada, pero no demasiado, no resultaba imposible hacerle justicia.
Siempre se tenía la sensación de que Inglaterra, tal como era, aun dejaba mucho
que desear. Se expresaban quejas sobre sus deficiencias y se opinaba que esto o
aquello había sido mucho mejor antes o debía mejorar bastante en el futuro. No
obstante, a fin de cuentas, la vida real en el país rara vez se quedaba muy atrás
de lo que los ingleses consideraban como correcto y debido. Y puesto que por lo
general no exigían la perfección, convivir les costaba menos trabajo que a los
alemanes, siempre y cuando las coacciones inglesas altamente desarrolladas, con
todos sus matices y gradaciones referentes a las distintas situaciones, estuvieran
bien integradas en una persona. Acostumbrados desde niños a contemplar las
debilidades humanas con cierta tolerancia, admitían la posibilidad de que ni
siquiera los ingleses fueran perfectos.
El ideal, el canon a le m á n de conducta, no h a c ía concesiones a las insufi
ciencias y debilidades h u m an as. Sus exigencias e ra n in tran sig en tes e incondi
cionales, sólo la conform idad to tal con sus norm as proporcionaba satisfacción.
D urante los siglos de gobierno absolutista, los alem anes h abían desarrollado un
deseo tácito de ideales, doctrinas, principios y norm as nacionales que pudieran
ser obedecidos en form a total. Sólo se adm itía el todo o nada, era u n imperativo
categórico. No obstante, puesto que los seguidores del ideal nacional alem án sólo
le en co n trab an sentido a él, lo vivían como objeto de orgullo y por ende como
fuente de profunda satisfacción; y si e stab an convencidos de su perfección, de
El c o la p s o d e l a c iv iliz a c ió n 329
debía perseguirse a toda costa; aquí se encontraba el peligro que cobró formas
tan extraordinariamente virulentas en el movimiento nacionalsocialista.
Sin duda tam bién otras naciones y otros movimientos sociales conocen
conceptos, ideales y tendencias de conducta de este tipo. El efecto acumulado
de la historia alemana perturbada, caracterizada a largo plazo por derrotas y
una pérdida consecuente de poder que había producido, por lo tanto, un orgullo
nacional cascado, una identidad nacional insegura de sí misma, un ideal nacional
vuelto hacia atrás que proyectaba sobre el futuro la quimera de un mejor pasado,
sólo favoreció el surgimiento de una variante particularmente maligna de
tendencias de conducta y conceptuales que, como tales, también existían en otras
partes. Se trató de una forma particularmente extrema y peligrosa de la entrega
a ideales apriorísticos, a doctrinas o principios de carácter absoluto, inflexible
e inmutable, los cuales no admitían cuestionamientos ni modificaciones a la
luz de nuevas experiencias ni de argumentos más razonables. En una palabra,
fue el tipo de doctrina conceptual que desde comienzos del siglo XIX resultaba
característico de los movimientos nacionalistas y de otros muchos de índole
social, así como, antes de esta fecha, de un sinnúmero de movimientos religiosos
en el sentido más estrecho.
Desde el principio del siglo XIX empezó a cobrar fuerza cierta inclinación a
adjudicar un gran valor a la persecución de los ideales sociales en sí. La palabra
“idealismo” adquirió un matiz positivo como algo “bueno”, y lo mismo sucedió,
en muchos casos, con palabras como “fe”, “principio” o “convicción”. Se tema en
alta estima a las personas que tuvieran una “fe firme” y “principios sólidos”, que
“defendieran sus convicciones” o se condujeran en forma “idealista”. No siempre
se explicó por qué eran “buenas” las ideas, los principios y los ideales de que se
trataba. Sin importar lo que se entendiera por “bueno” o “malo”, resultaba por lo
menos concebible que también pudieran ser “malos”. La circunstancia de que un
ideal social, político o de cualquier otro tipo fuera “bueno” o “malo” dependía por
lo visto de la naturaleza del ideal, de la fe o del principio en cuestión. Hay muchos
indicios de que los ideales y las doctrinas de carácter absoluto e inmutable,
cuando se adoptan como objetivos y directrices a largo plazo, tienen tanto el
potencial de ocasionar conflictos y luchas encarnizadas entre las personas como el
de producir deferencia y avances en la cooperación interpersonal. Su naturaleza
rígida y excluyente, su tendencia a cerrarse ante argumentos razonables o hechos
contradictorios, ha demostrado ser en muchos casos una fuente latente o muy real
de peligros. Ciertamente ha sido uno de los principales factores en el surgimiento
de enemistades absolutas e irreconciliables entre los grupos sociales.
El ideal nacionalsocialista de un Reich alemán totalmente libre de judíos,
impulsó a sus seguidores a la manifestación efectiva de la hostilidad que se
originó en ellos hasta límites extremos. No obstante, en muchos sentidos, la
diferencia entre este y otros ideales apriorísticos que han dado y dan lugar a
enemistades absolutas es más cuestión de intensidad que de calidad. Este fue
particularmente exagerado como carácter excluyente y como limitación a una
sola nación o “raza”. En otros casos, como los del comunismo nacional ruso y
E l c o l a p s o d e l a c iv il iz a c ió n 333
Hoy en día, este poema se lee como un ensayo para la m uerte de Hitler,
quemado y sepultado'en secreto tras su derrota y suicidio, para que tampoco
en este caso ningún enemigo pusiera las manos en su cadáver.6
La “muerte heroica” era un tem a perm anente no sólo de las canciones
alemanas sino de la historia misma del país, o bien de lo que la posteridad
tenía presente como tal. El hecho de que los hombres valientes que buscaron
destituir y matar a Hitler, muchos de los cuales fueron ejecutados cruelmente,
alcanzaran poco a poco el rango de héroes nacionales, corresponde de nueva
cuenta al patrón alemán tradicional, según el cual, el heroísmo y el sacrificio
por la patria terminan con la derrota y la muerte. No obstante, sí aparece
aquí un elemento nuevo: si su recuerdo perdura, serán los primeros alemanes
cuya memoria sobreviva porque lucharon en nombre de Alemania contra el
gobernante del Estado alemán. A despecho de esto, su ejemplo también enseñará
a todos los escolares la lección, recurrente en la historia alemana, de que el
heroísmo y la entrega inquebrantable a la patria a la que como alemán se está
obligado desembocan regularmente en la derrota y la muerte. Esta lección no
se formulaba de manera expresa en ningún lugar; sin embargo, iba incluida en
la herencia alemana trasmitida de una generación a la siguiente.
control bastante extenso. En cierta medida este patrón de coacción extem a fue
interiorizado, como siempre sucede, aunque es posible que este proceso fuera
más marcado en las autocracias nacionales de tipo dictatorial que en las monár
quicas prenacionales debido al mayor alcance de las instituciones educativas.
La estructura de la personalidad, la formación de la conciencia y el canon de
conducta se habían adaptado a esta forma de gobierno. Los particulares sólo
estaban en libertad de tomar decisiones en ámbitos que no parecieran afectar
al Estado y que se encontraran fuera del alcance de su control directo, como la
filosofía, la literatura y la música. En lo demás, las personas no pertenecientes
a las élites gobernantes eran excluidas de toda responsabilidad y poder de
decisión. Desconocían las cargas y los placeres del gobierno. Incluso cuando
ciertos sectores de la población con un alto nivel educativo empezaron a exigir
una participación política más amplia, las habilidades, los patrones de conciencia
y el canon de conducta necesarios para ejercer un autogobierno (limitado) no
se desarrollaron en el mismo sentido que esta exigencia; no surgieron en forma
espontánea e inmediata en cuanto se transformaron las instituciones. Algunas
particularidades de la evolución alemana se oponían a tal adaptación.
Entre estos factores no se encontraba sólo el largo tiempo durante el cual
Alemania había estado dividida y gobernada por regímenes autocráticos, ni los
ideales de tipo soñador, exigente e incondicional o la forma de pensar filosófica
producidos por aquellos, sino la manera en que finalmente se logró unificar
al país en 1871. Una de las características más importantes de la evolución
alemana fue el hecho de que la unificación nacional y toda la fase temprana de
la industrialización, con el incremento en el poder de los sectores medio y obrero
ligados a la industria, aún tuvieron lugar dentro del contexto de un régimen
de carácter preponderantemente autocrático.
El proceso de transformación, mediante el cual los Estados autocríticos
y dinásticos de un periodo previo se convirtieron en Estados nacionales, fue
impulsado sobre todo, tanto en Alemania como en otras partes, por un incre
mento en el potencial de poder, así como en la confianza de los sectores medios
en sí mismos. Al igual que en Francia, la transición al Estado nacional no se
dio hasta que el “tercer estado” aumentó su poder y fue capaz de asumirlo
debido al avance logrado en el comercio y la industrialización. No obstante, a
diferencia de la mayoría de los otros países europeos, en Alemania el “tercer
estado” no consiguió hacer valer su mayor potencial de poder en una acción
conjunta contra la antigua oligarquía autocrítica. Fue sobre todo la división de
Alemania entre un gran número de reinos y principados la que dificultó a las
clases media y obrera alemanas, en comparación con los Estados más centrali
zados, formar organizaciones unidas que abarcaran, por lo menos, las ciudades
más importantes del país. En Alemania no existía una capital dominante
como Londres o París, que sirviera como foco decisivo para la acción; además,
cuando en 1848 se ofreció una oportunidad en este sentido, la división del tercer
estado entre las clases media y obrera ya estaba mucho más adelantada que a
E l c o la p s o d e l a c iv iliz a c ió n 341
finales del siglo XVIII. Había crecido la confianza en s í mismos de los grupos
pertenecientes al ahora “cuarto” estado, así como la presión ejercida por los
representantes del sector obrero como tales sobre los exponentes del medio.
La clase media alemana se encontraba ya aprisionada entre dos frentes. Su
resistencia contra las élites tradicionales de la aristocracia y los funcionarios
fue anulada por el temor a las cada vez más fuertes masas obreras y sus élites.
Ubicada justamente “en medio”, fue incapaz de tomar medidas decisivas contra
el orden remante.
De esta manera, el sector medio alemán tuvo que recibir, finalmente, el
cumplimiento de sus sueños nacionales de la mano de sus soberanos autócratas.
Durante la primera gran fase de la industrialización, en la que el potencial
de poder de los sectores medio y obrero alemanes iba en aumento, su poder
político aún era muy restringido. Cuando el sueño de la nación alemana unida
se hizo realidad, el Estado alemán seguía siendo en gran medida un Estado
autoritario. El concepto que la mayoría de los súbditos tenía de su nación y de
una política de nivel nacional siguió caracterizado por cierto aire de irrealidad.
El ideal nacional de los alemanes no estuvo ligado al triunfo de movimientos
reformadores y revolucionarios contra un autócrata y su régimen, como
sucedió en otros muchos países de Europa; no incluía la imagen de héroes que
pudieran contraponerse a las figuras heroicas monárquicas o aristócratas, y
no proporcionaba modelos que mostraran cómo luchar por los sueños sociales,
cómo ponerlos a prueba frente a la realidad y llevarlos a cabo con éxito. Incluso
después de la realización del sueño, hecha como un obsequio por las clases
superiores, este ideal conservaba un marcado carácter autocrático bañado a
media luz por la fantasía. El hábito de ser regido desde arriba conservó su
vigencia; la idea de apoyarse en una autoridad superior a la cual pudiera
entregarse la responsabilidad y el poder de mando, siguió siendo atractiva.
Mientras, la mayor parte del pueblo alemán —y lo mismo se aplica también
a otros países— vivía en Estados dinásticos en los que todo giraba en tomo a
la corte del soberano; era muy ancho el abismo que la separaba de las élites
privilegiadas en el poder, el cual designaba a la organización que llamamos
“Estado” más como “ellos” y menos como “nosotros”. Cuando Alemania fue
unificada bajo los monarcas prusianos, ambos conceptos —el del Estado
alemán que en gran parte seguía siendo una organización de privilegiados,
percibido como “ellos” por las masas populares, y el de la nación alemana con
la que podía identificarse el sector medio y posteriormente también el obrero y
al que decían “nosotros”— comenzaron a fundirse poco a poco. De esta manera,
la imagen colectiva de la nación como unidad, como “nuestra”, se asoció con
una figura central autocrática, en lugar de desprenderse de ella, como ocurrió
en otros muchos casos.
Un síntoma de esta fusión fueron declaraciones como la mencionada
anteriormente: “Los alemanes necesitamos a un hombre fuerte que mantenga
la disciplina y el orden.”También se reflejaba en anécdotas medio burlonas como
342 N orbert E lias | Los Alemanes
la historia del viejo segón de antes de 1914, que todas las noches al regresar a
casa, pasaba frente al palacio real, veía la luz prendida en el gabinete del rey
y se acostaba tranquilo con la idea de que “el rey vela y trabaja por nosotros”.
La subordinación a la autoridad encontraba su recompensa en la satisfacción
de no tener que preocuparse por los asuntos de Estado, de que se podía dejar
la responsabilidad a otros. Con alivio se citaba la clásica rima alemana:
contrastar el ideal colectivo con la realidad, o bien esto no resultaba deseable, por
miedo a la decepción. Entre más fuerte es la influencia de elementos fantásticos
en las exigencias de la propia conciencia, menos susceptibles son estas últimas
de ser modificadas por un examen crítico basado en los hechos; menos es posible
eludirlas y más duras, opresoras y tiránicas se vuelven.
El carácter coactivo, ineludible e implacable de tales exigencias aumenta
si no parten sólo de la conciencia y el ideal del individuo sino de que muchas
personas se las aplican mutuamente. La presión colectiva en la dirección en
que se mueve la conciencia y el ideal del individuo, el refuerzo recíproco de las
voces interiorizadas, organizado o no, pone en movimiento una forma peculiar
de dinámica de grupo que es común en las sociedades contemporáneas y que
habremos de comentar todavía más adelante. Su influencia en los dirigentes
nacionalsocialistas, sobre todo después de estallar la guerra, es muy fácil de
reconocer una vez que se elabora y aplica el modelo conceptual correspondiente.
El refuerzo social dificulta aún más la separación de las exigencias fantásticas
de su conciencia e ideales, la cual un individuo todavía sería capaz de lograr.
Paraliza aún más el juicio crítico y la capacidad de reconocer los hechos adversos
como tales y da a estas exigencias, por grande que sea su carga fantástica, una
apariencia natural, normal y sumamente realista. Sobre todo en tiempos de
crisis, el refuerzo recíproco lleva a las personas a exaltar cada vez más las exi
gencias de su “voz interior”, sus convicciones, sus principios morales, su ideal o lo
que sea, subordinándose a ellos de manera cada vez más incondicional. En tales
situaciones, los grupos, movimientos sociales o naciones enteras pueden verse
arrebatados por una dinámica de intensificación, que pone cada vez más énfasis
en sus fantasías colectivas y los induce a un comportamiento más y más ciego
hacia la realidad, hasta que al final se produce la gran catástrofe que pone sus
pies en la tierra otra vez —por lo común tras la pérdida de muchas vidas— y que,
en retrospectiva, revela más claramente la futilidad de su idealismo coactivo.
Los líd eres que su rg en m ie n tra s se lleva a cabo ta l proceso con frecuencia
lo siguen y explotan. E n la lucha por las posiciones dirigentes, tien en la mayor
p ro b a b ilid a d de g a n a r los can d id ato s, y a sea de prim ero o segundo rango,
capaces de e n c a rn a r la te n d e n c ia h a c ia la rad icalizació n y de ex p resar las
d o c trin a s c o n c e p tu ales y los objetivos com unes en su form a m ás extrem a.
Los líd eres no son sim ples “fig u ras p a te rn a s ”, como a veces se afirm a. Por lo
general, los que se e n cu en tran a la cabeza de las naciones —y de o tras muchas
form aciones sociales— poseen algunos de los a trib u to s característicos de la
conciencia y los ideales de los dirigidos, sobre todo cuando en u n a situación de
crisis logran g a n a r adep to s e in s p ira r entusiasm o. P a ra se r aceptados como
líderes, tienen que corresponder m ás o m enos a la im agen que la tradición ofrece
de estos o bien, como suele decirse estáticam en te, a la “c u ltu ra ” de aquellos a
quienes quieren dirigir. U n líder tiene que ser capaz de desem peñar un papel
en la im agen ideal que u n a nación u otro grupo tiene de sí m ism a, en su imagen
nacional. El m a rg e n que e s ta ú ltim a b rin d a a las variacio n es y por ende a
E l colapso de la civilización 345
distintos tipos de líder puede ser más o menos amplio. A su vez, la imagen del
dirigente puede ser modificada por las acciones y la conducta de algunos líderes
en particular, sobre todo si tienen éxito. No obstante, todas las variaciones,
contrastes y modificaciones serán específicos, determinados por la evolución de
esa nación —o de esa colectividad— en particular.
Por lo tanto, si en una nación o en algunos de sus sectores poderosos los
conceptos, la conciencia y los ideales —en resumen, los factores que rigen la
personalidad misma— son tradicionalmente muy severos y autoritarios, como
ocurría en Alemania, entonces las personas muy probablemente buscarán a
líderes con características semejantes. De hecho, las diferencias entre los tipos
de líder que dominan el panteón histórico de las distintas naciones sirven como
indicadores de las diferencias entre las imágenes dirigentes tradicionales y la
imagen ideal que estas naciones tienen de sí mismas, los “ideales del nosotros”.
La circunstancia de que la evolución nacional no engendra sólo instituciones
sociales específicas sino también doctrinas, conciencias e ideales específicos
que se integran a la personalidad individual, contribuyó en gran medida a
la reproducción, tanto en Alemania como en otras partes, de determinadas
características de una tradición conceptual y de conducta colectiva a través de
las generaciones, siempre y cuando la nación en conjunto o sus grupos dirigentes
no sufrieran derrotas decisivas que obligaran a reorientar la identidad colectiva
y por ende los conceptos, la moral, los ideales y los objetivos de la colectividad.
Cuando una nación como la alemana, con su inclinación ancestral por un patrón
autocrático de conciencia y un “ideal del nosotros” que subordinaba el futuro
a la fantasía de un pasado más grande, era arrastrada, en una situación de
crisis nacional, por una dinámica de intensificación donde primero la élite
gobernante del poder y luego sectores más amplios de la sociedad se empujaban
mutuamente, por medio del refuerzo recíproco, hacia una radicalización de
la conducta y las convicciones y un bloqueo progresivo de su percepción de la
realidad, se agudizaba el peligro de que la tendencia autocrática tradicional
escalara de su severidad usual a la dureza tiránica y del dominio hasta entonces
moderado de la fantasía a uno cada vez más fuerte.
El movimiento que con estas frases se presentaba ante el público afirmó que
pretendía: “asumir la tarea de titanes de guiar a la Gran Bretaña, por medio de
la orientación y el ejemplo, para que se reinstale en su altura moral de antaño y
su grandeza pasada. Estamos convencidos de que, pese a sus muchos errores y
omisiones, la Gran Bretaña ha contribuido más al progreso de la civilización que
cualquier otra nación y de que el mundo aún requiere de nuestra dirección.”
La situación histórica y la fase del desarrollo en que Inglaterra se encontraba
alrededor de 1960, se parecían en muchos aspectos a las de Alemania cuando
surgieron los nacionalsocialistas8
En ambos casos observamos un descenso en el poder nacional, la incipiente
comprensión de esta pérdida y el fervoroso deseo de restablecer la grandeza de
13) No es posible elaborar m ás este últim o razonam iento sin retom ar algunas
de las reflexiones anterio res con respecto a las im plicaciones m ás am plias que
tie n e p a ra la p ro p ia im agen de la h u m an id ad . M uchos elem entos se oponen,
por lo m enos en ap ariencia, al concepto u su a l de la relación en tre el individuo
y la sociedad.
Lo que se m an ifestó en la id e n tid a d nacio nal de los alem an es como una
tendencia hacia la autocom pasión y el sentim entalism o fue síntom a, al menos
en parte, de u n profundo conflicto, al igual que de otras características suyas. Se
trató de la versión m ás aguda de un conflicto fundam ental típico que se encuentra,
en u n a form a u otra, en todos los ciudadanos de Estados nacionales grandes con
una población m uy individualizada y que en Alem ania adquirió un giro especial
debido al p atrón particu lar seguido en el desarrollo del E stado nacional.
E l colapso d e la civilización 351
El hecho de que estos procesos de refuerzo mutuo puedan tener lugar en, por
lo menos, dos niveles de un sistema de Estados nacionales —y m ás o menos en
forma simultánea— dificulta aún más a las unidades implicadas en el proceso,
a las naciones o los grupos afectados, conservar el control sobre la desviación in
manente hacia el conflicto armado. Para que una intervención pudiera frenarlos
de manera efectiva, se requeriría una autoridad que no se identificara del todo
con ninguno de los dos bandos y que, al mismo tiempo, dispusiera de suficiente
conocimiento teórico sobre la naturaleza de tales procesos para poder rechazar
la idea de la culpabilidad exclusiva de cualquiera de ellos, además de contar con
poder suficiente para concebir y llevar a cabo una estrategia adecuada.
Las dimensiones alcanzadas por la movilización de los sentimientos naciona
les mediante el refuerzo recíproco, así como por la degeneración correspondiente
de la conducta civilizada en el trato con los adversarios, varían según los países y
las situaciones. Muchos factores resultan decisivos en este sentido: la estructura
gubernamental, la intensidad y forma de los conflictos internos, las tradiciones
conceptuales y de conducta y otros más. Sin embargo, también cabe señalar
que las circunstancias inmediatas de un país nunca determinan por sí solas
la fuerza y las características del sentimiento nacional ni el grado de barbarie
de que es capaz una nación en el trato con quienes considera sus enemigos.
El patrón establecido por su pasado y sus oportunidades y expectativas para
el futuro determinan la conducta de una nación en cualquier momento, en la
misma medida que el presente inmediato. Tanto en este sentido como en otros,
el pasado influye en el orden y la conducta actuales de manera implícita, como
una de sus condiciones y, en forma explícita, por la imagen que las generaciones
vivas tienen del pasado de su país; al igual que el futuro, el pasado posee el
carácter y la función de otro aspecto más del presente. En cuanto determinantes
de la conducta, el pasado, el presente y el futuro actúan en forma conjunta. Las
situaciones vividas son tridimensionales, por decirlo de algún modo.
Por tanto, las doctrinas conceptuales, normas e ideales nacionales llegan a
ser muy diferentes, según la interpretación que se tenga de las características
particulares del desarrollo pasado, presente y futuro de un país. No obstante, poseen
al mismo tiempo muchos rasgos comunes, lo cual sólo se pone de manifiesto si se
retrocede un poco para contemplarlas desde cierta distancia. Los patriotismos y
nacionalismos de las distintas naciones muestran con frecuencia un sorprendente
aire de familia. Son capaces de atizarse mutuamente porque son idénticos en cuanto
sistemas conceptuales de carácter exclusivo con su énfasis puesto en el valor sobre
saliente de la sociedad cerrada, del Estado nacional único. Las situaciones en que las
amenazas y el temor entre los Estados se refuerzan recíprocamente, casi siempre
encuentran su correlación intraestatal en la intensificación de los sentimientos
nacionales, lo cual toma el aspecto de una infección. De hecho, la repetición de tales
situaciones en el nivel internacional es uno de los motivos principales, si no es
que el más importante, de que hayan perdurado las tradiciones conceptuales y de
conducta nacionales concentradas en la nación, en su función de guardiana de todo
lo que tiene sentido, como el valor más elevado al que todo lo demás, la propia vida
356 N orbebt E lias | Los Alemanes
de sí mismo y de los demás. Por mucho que varíe la capacidad de realizar esta
adaptación entre un individuo y otro, en el caso del adulto enfrenta por regla
general límites definitivos. Al hacerse ciudadano estadunidense, el francés o
alemán adulto no pierde sin más los rasgos fundamentales que posee como tal
ni el recuerdo de su identidad anterior. Toda una nación tampoco pierde en el
acto las características fundamentales de su tradición de conducta y conceptual
al ocurrir un cambio en su situación actual. También en el caso de una nación, el
pasado, todo el patrón de su desarrollo, decide si será capaz de adaptarse a las
nuevas circunstancias y en qué medida, si podrá reorganizar su ideal tradicional
del nosotros y la imagen que tiene de sí misma y hasta qué punto.
15) Es sólo a la luz de este tipo de reflexiones que se revela toda la significa
ción que la historia y la imagen propia de una nación poseen con respecto a la
que sus ciudadanos individuales tienen de sí mismos. Así como las circunstancias
nacionales representan una de las fuentes del sentido y la realización en la vida
del individuo, también pueden contribuir a la impresión de que el valor y el
sentido se encuentran amenazados o se han perdido.
Alemania brinda un ejemplo de la curiosa relación establecida entre la
pérdida de poder y la pérdida de sentido y valor dentro de la conformación del
mundo. La relación misma no se limita a ningún país en especial. Es posible
observarla en otras muchas naciones, y no sólo en estas: ante la pérdida de
poder, las formaciones dominantes de todos los tiempos sufren una pérdida
correspondiente de sentido y valor a los ojos de sus miembros. Hay numerosos
indicios de que las agrupaciones dominantes de toda índole cuyo poder se está
debilitando, ya sea que se trate de tribus, élites, castas, clases o naciones, rara
vez se retiran sin ofrecer una lucha, aunque las posibilidades de conservar
su poder y dominio sean nulas. Entre más débiles son, entre más insegura y
amenazada su supremacía, más extremas, despiadadas e irreales son, por regla
general, las medidas con que buscan sostener su posición.
Existe el concepto muy difundido de que los miembros de las formaciones
sociales descendentes se aferran al poder y de que, con frecuencia, prolongan
la lucha para conservarlo hasta las últimas consecuencias, sobre todo, porque
no desean renunciar a los beneficios “m ateriales” que les brinda, como un
nivel de consumo más alto y la posibilidad de contar con los servicios físicos
de sus subordinados. Con toda certeza, la pérdida de tales ventajas influye en
sus temores y en su expectativa de un futuro desagradable que los impulsa
a la lucha, la cual a menudo sostienen por medios cada vez más crueles y
desesperados, aun cuando acontecimientos sustraídos a su influencia hayan
modificado, evidentemente, el equilibrio de poder en perjuicio suyo. No obstante,
la explicación de tal conducta por causas “materiales” o “económicas”, como con
frecuencia se dice, nunca es más que parcial. La amenaza de perder el poder, sin
importar las demás consecuencias que pueda acarrear, implica sin excepción,
para los miembros de las formaciones dominantes, una perturbación grave de
la imagen que tienen de sí mismos y, a menudo, la destrucción total de lo que a
358 N okbert E uas | L o s A lem a n e s
sus propios ojos otorga sentido y valor a su vida, por lo que implica la amenaza
simultánea de perder su identidad: la pérdida de sí mismos. Por todo esto,
la amenaza contra lo que perciben como su identidad, valor y estatus entre
las personas, les impide ver su situación tal como es y ajustar su identidad,
sus objetivos y su percepción del propio sentido y valor a las circunstancias
cambiantes. Casi sin excepción, no los vence sólo la supremacía física o social de
sus adversarios en ascenso, sino todavía más su propia impresión de que ya no
vale la pena vivir si desaparece el viejo orden en el que ellos mismos ocupaban
la primera fila. Sin los atributos de su superioridad social, la vida parece perder
su valor y su sentido. Si grupos sociales enteros sometidos a esta situación se
resisten al cambio hasta las últimas consecuencias, si están dispuestos a luchar
para conservar su supremacía, a sacrificar su vida por ello, esto no sucede sólo
por el temor a vivir sin las comodidades materiales acostumbradas; no ocurre
en primera instancia por la amenaza de perder sus medios de subsistencia o
sus lujos, sino por la de tener que renunciar a su estilo de vida. La principal
amenaza se dirige contra su estimación propia, su orgullo.
Es posible que actualmente se subestime un poco la significación que muchas
circunstancias, también las de tipo "material” o “económico”, pueden tener para
las personas en cuanto símbolos de su orgullo, su estimación y el estatus más
elevado que casi todos los adultos y grupos sociales del mundo reclaman para sí
en relación con otros. La exploración de tales relaciones dará tarde o temprano
con la clave para los muchos problemas que, aún en la actualidad, plantea la
curiosa relación entre pérdida de poder y pérdida de sentido y de valor. El hecho
de que los miembros de las formaciones sociales poderosas estén dispuestos a
luchar cuando el poder se les empieza a ir de las manos, y de que muchas veces
en esta situación ningún recurso les parezca demasiado ordinario y bárbaro,
tiene que ver con la circunstancia de que su poder y la imagen que tienen de
sí mismos, como una formación amplia y grandiosa, poseen más valor para
ellos que casi cualquier otra cosa; con frecuencia tienen más peso a sus ojos
que su propia vida. Entre más débiles, inseguros y desesperados se sienten en
su descenso, entre más se les hace sentir que en su lucha por la supremacía ya
están acorralados, más feroz suele hacerse su proceder y más agudo se vuelve
el peligro de que ellos mismos pasen por alto y destruyan las normas de la
conducta civilizada de las que están tan orgullosos. Las normas de la conducta
civilizada a menudo sólo tienen sentido para las agrupaciones dominantes
mientras sirvan como símbolos e instrumentos de su poder, además de las otras
funciones que deben cumplir. Por eso las élites del poder, las clases dominantes
o las naciones emplean con frecuencia métodos diametralmente opuestos a los
valores que dicen defender en la lucha que sostienen en nombre de sus valores
y de su civilización supuestamente superiores. Acorralados, no es difícil que
estos adalides de la civilización se conviertan en sus más grandes destructores.
Se transforman fácilmente en bárbaros.
P o r lo t a n t o , para aquilatar correctamente las dificultades que entraña la
a d a p ta c ió n a u n estatus inferior, hay que incluir e n e l diagnóstico del d e sc e n so
El colapso ' d e l a civilización 359
social la función que la superioridad del poder y del estatus cumple en cuanto
portadora de valor y de sentido. Esta adaptación ya es bastante difícil en el caso
de los individuos. En el de poderosas formaciones sociales —si es que sobreviven
siquiera— resulta tan difícil que rara vez se logra en el espacio de una sola
generación. Por lo general, se requieren tres generaciones o más para que una
nación alguna vez poderosa (u otra agrupación que alguna vez lo fue) que ha
sobrevivido como tal a la pérdida del poder, sea capaz de reconocer su estatus
inferior con claridad y de aceptarlo emocionalmente, y para que la imagen de ese
pasado poderoso desaparezca de la conciencia de las generaciones actuales como
norma y exigencia para desarrollar una nueva imagen de sí mismas; como una
unidad social que represente para ellas una fuente de orgullo y de estimación
propia, dentro de la cual, puedan encontrar, pese a ello, tareas dotadas de
sentido para el futuro y objetivos por los cuales valga la pena vivir.
Las consecuencias inmediatas de tal descenso, de su pérdida de poder y
estatus, suelen ser sentimientos de abatimiento y desilusión, futilidad y ausencia
de un rumbo fijo, todo ello impregnado de ciertas tendencias al cinismo, el nihi
lismo y el retraimiento, las cuales pueden prevalecer. Por extraño que parezca,
las mismas consecuencias se encuentran en las personas que han perdido su
fe o cuyos ideales han sido destrozados por la realidad. Esto hace pensar en los
sentimientos y las actitudes de luto por un amor desaparecido y tiene mucho
en común con el proceso que los psicoanalistas denominan “regresión” al hacer
un diagnóstico individual.
También es posible que el m ovimiento descendente se lleve a cabo en
forma muy paulatina, que la lucha por detenerlo se prolongue a través de
generaciones y que permanezca sin resolución durante mucho tiempo; o que
renovados impulsos y reconquistas ocasionales enciendan de nueva cuenta, de
vez en cuando, la esperanza de restablecer la antigua gloria; en resumen, que
el descenso nunca llegue a un punto tan bajo que se esté obligado a enfrentarlo.
En este caso, las ambigüedades en el estatus de una nación y los síntomas de
inseguridad masiva en el estatus tienen tiempo para impregnar profundamente
la identidad de sus ciudadanos y toda su tradición conceptual y de conducta.
Esto ocurrió, precisamente, en el caso de Alemania. Nuestro propio tiempo,
como se ha señalado, proporciona muchos ejemplos de naciones que deben
enfrentar una pérdida de poder y de estatus —muchas veces en forma bastante
repentina e inesperada para ellas mismas—, lo cual las obliga a ajustar sus
ideales nacionales, la imagen que tienen de sí mismas, su orgullo y su estimación
propia a la extinción de su papel imperial. La adaptación alemana a la pérdida
de este último, después de 1918, fue particularmente complicada, porque se
trataba de una continuación del traumático proceso de descenso iniciado mucho
tiempo atrás, en la edad media. Dentro del espectro de los distintos casos que
ilustran la relación entre la experiencia de la pérdida de poder y la de sentido
y valor, el patrón de la decadencia alemana fue extraño y quizás único. Se trató
de una decadencia furtiva desarrollada a lo largo de los siglos y caracterizada
por muchos impulsos en un sentido y en el otro. Nunca llegó a un punto tan bajo
360 N o k b e r t E lia s | Los A le m a n e s
que hiciera obsoletos los esfuerzos de Alemania para construir un imperio o que
la obligara a adaptarse definitivamente a un estatus más bajo entre los pueblos,
ni a reorientar sus ideales o la imagen que los alemanes tenían de sí mismos.
El asunto que está en tela de juicio aquí, el intento nacionalsocialista de
exterminar a los judíos, constituye un solo episodio en el ascenso y la decadencia
de un pueblo. No obstante, en varios sentidos posee el carácter de ion paradigma,
una muestra de lo que son capaces los líderes de una nación civilizada en su
lucha por reconquistar o conservar su papel imperial, cuando la impresión
crónica del descenso, de estar cercados y acorralados por sus enemigos, despierta
en ellos la convicción de que sólo la falta absoluta de consideración, será capaz
de revertir la pérdida de su poder y gloria. También ilustra los extremos a los
que el carácter exclusivo de un sistema conceptual nacional, puede llegar en la
conducta de las personas frente a los que consideran “marginados”, ajenos al
grupo y miembros de otro potencialmente antagónico.
La falta de consideración y barbarie desplegadas por los líderes de la nación
alemana correspondieron en esta ocasión en intensidad a la magnitud de las
amenazas que percibían contra sus esperanzas y aspiraciones para Alemania. El
amor a la patria que inscribieron en su estandarte y en cuyo nombre reunieron
en tomo suyo a amplios sectores del pueblo alemán no era el amor a Alemania
tal como existía; no iba dirigido a ella como una entre muchas naciones iguales
y mucho menos como potencia de segundo o tercer orden. Se trataba del amor a
Alemania tal como opinaban que esta debía ser, una más grande que las demás
naciones europeas y más incluso, en cierta forma, que todas las naciones del
mundo. El objeto de este amor era un ideal, no la Alemania auténtica.
Los esfuerzos de los líderes nacionalsocialistas y, en consecuencia, de grandes
sectores del pueblo alemán apuntaban a realizar esta imagen ideal que era
la que tenían de sí mismos. Y resultaron tan monstruosos, desesperados y
despiadados porque los recursos de la Alemania real eran ya muy reducidos
en relación con el imperio “pangermano” al que aspiraban y con el potencial de
poder de todos los países contra los que, con este fin, había que hacer la guerra
o a los que se debía subordinar. El abismo entre el ideal nacional alemán y la
realidad nacional del país era grande y crecía cada vez más. Incluso Hitler
interpretó su época como el último momento en la historia en que aún existía
cierta esperanza de que Alemania recuperara su papel imperial y de que el
mundo ingresara a la época de un “reino milenario” alemán. A fin de lograr este
objetivo se requería, como en repetidas ocasiones lo manifestó, movilizar todos los
recursos alemanes, sostener una guerra total hasta las últimas consecuencias,
una lucha completamente despiadada y desprovista de escrúpulos, misma que
incluía la destrucción masiva de los grupos hostiles señalados como inferiores.
Si los alemanes no conseguían recuperar y restablecer, mediante un esfuerzo
supremo, el imperio más grande que creían haber perdido, entonces daba lo
mismo que desaparecieran para siempre, en opinión de Hitler. El tampoco
sentía amor por Alemania tal como existía en realidad; lo que amaba era la
El colapso d e la civilización 361
17) Nada ilustra mejor la cualidad irreal de la “política realista” alemana que
sus objetivos en la guerra. Si bien los respectivos grupos alemanes dirigentes
de las dos guerras mundiales del siglo XX fueron muy distintos en lo que a su
origen social se refiere, los objetivos que perseguían eran casi idénticos. Apun
taban a crear un imperio alemán en Europa, quizá con algunas dependencias
en ultramar. La continuidad de la tradición absolutista, ligada a la imagen del
antiguo Imperio, dio por resultado la visión de un Estado futuro que de hecho
no era más que un imperio colonial alemán en Europa y otros continentes.
Durante la primera guerra mundial, los objetivos oficiales por parte de
Alemania, incluían anexiones directas, sobre todo en la Europa oriental, así
como la creación de una unión centroeuropea compuesta por Francia, Bélgica,
Holanda, Alemania, Dinamarca y Austria-Hungría, con Italia, Suecia y Noruega
como miembros asociados. Muchas regiones orientales, entre ellas Polonia y
extensas partes de Rusia, debían convertirse sencillamente en colonias. También
se perseguía ampliar el imperio colonial alemán en África. El título característico
que se puso a estos objetivos y a otros semejantes fue el de “política de fuerza”.
Esta consigna, utilizada por el canciller del imperio, von Bethmann-Hollweg,
señala su relación con la confianza en la “política realista”. Al comienzo de la
guerra, un general alemán, von Falkenhayn, había insistido en el hecho de que
Alemania ya no era lo bastante fuerte para ejercer tal “política”. El historiador
Fritz Fischer 9 ha expuesto con detalle cuan poco realistas eran estos planes.
Llegó a la siguiente conclusión: aunque Alemania hubiera ganado en 1918 y
procurado erigir el imperio de sus sueños, una hegemonía alemana en Europa
—bajo el nombre que fuera—, tal como lo plantearan sus objetivos de guerra,
el derrumbe final sólo habría sido aplazado.
No hay motivos para suponer que el gobierno alemán hubiera desarrollado
un concepto muy claro de las implicaciones de los objetivos de guerra que defen
día. No obstante, basta una breve ojeada al número de personas afectadas para
apreciar hasta cierto punto la magnitud de la tarea que los alemanes hubieran
enfrentado. De haberse realizado los objetivos oficiales de la primera guerra
mundial, el resultado habría sido un imperio con entre 400 y 450 000 000 de
habitantes, en términos muy aproximados, entre los cuales, unos 60 000 000
de alemanes habrían constituido el grupo dominante. Se pretendía asegurar
el dominio, en primer lugar, negando a muchos de los pueblos sometidos el
derecho a mantener un ejército propio. Además, muchos de ellos debían perder
su moneda. En resumen, a fin de asegurar su supremacía y el carácter del todo
como un imperio alemán, se tenía la intención de ejercer, principalmente, un
estricto monopolio de la violencia, así como una serie de monopolios económicos.
desquitaron con los judíos —los menos poderosos entre todos los grupos a los
que habían declarado su enemistad— la saña que no pudieron descargar contra
otros adversarios y víctimas por necesitar su mano de obra o porque los grupos
en cuestión eran demasiado poderosos. No realizaron esfuerzos tan sistemáticos
y específicos para matar a ningún otro grupo, aunque desde el punto de vista
práctico —en lo que se refería a las posibilidades de triunfar y de erigir un
imperio duradero— fuera mucho menos importante exterminar a los judíos que
a otros grupos extranjeros enemigos. Los nacionalsocialistas se portaron como
una persona a la que se le impide destruir a enemigos realmente peligrosos y
que opta por descargar su furia contenida contra otros cuyo peligro se limita,
más que nada, al reino de su imaginación.
No es fácil calcular la magnitud de la desproporción que habría existido
entre la población de un imperio alemán, tal como lo pretendían los nacio
nalsocialistas, y la de Alemania, que habría constituido el grupo dominante.
Los límites del “reino milenario” no se definieron con exactitud. Si se suma la
población austríaca a la alemana y se agregan la Europa continental, incluyen
do a Rusia, así como partes de África, sería posible precisar a un grupo alemán
de entre 70 y 80 000 000 de personas como la clase dominante, en un reino de
500 a 600 000 000 de habitantes.
Los dirigentes nacionalsocialistas no desconocían el problema de que dis
ponían de una población alemana relativamente pequeña, en comparación
con las que pretendían someter y gobernar. No obstante, su conciencia de este
fue empañada por sus doctrinas sociales. Enseguida de asumir el poder, los
nacionalsocialistas tomaron una serie de medidas que apuntaban a fomentar
el crecimiento demográfico en Alemania. Establecieron premios y facilidades
fiscales para las familias con muchos hijos, aumentaron los impuestos a los
solteros y fundaron centros para criar arios, “gente de raza pura”. Más tarde
incorporaron a grupos de habla alemana radicados en otros países y reunieron
a niños de tipo ario —a veces, incluso después de haber sido destinados al
campo de concentración— para su “arificación”, su educación como alemanes
y nacionalsocialistas. Estos esfuerzos para incrementar, con la mayor celeridad
posible, el número de los potenciales señores del imperio muestran, entre otros,
la clara conciencia que los nacionalsocialistas tenían de la inferioridad numérica
de los escogidos frente a la cantidad avasalladora de sus enemigos, de los pueblos
efectiva o potencialmente subordinados a su alrededor. Su fe en la superioridad
mágica de la raza aria por encima de todos los demás seres humanos, resultaba
muy poco adecuada como base para establecer una política demográfica enfocada
al logro de sus objetivos imperiales. Al igual que otros dogmas sociales, el de los
nacionalsocialistas desbarató con frecuencia sus propias in t e n c io n e s . P rod ujo
puntos ciegos y bloqueó sus percepciones. La estrategia en que d e r iv ó d e sp e r d i
c ia b a e l p o te n c ia l h u m a n o y resultaba contradictoria. Este es un e je m p lo de ello:
m ie n tr a s q u e e l s i s t e m a conceptual nacionalsocialista produjo, p or u n a p a r te , un
c r e c im ie n to d e m o g r á fic o , redundó por otro en graves pérdidas: e n é l se b a sa r o n
la s m e d id a s q u e lle v a r o n a millones de alemanes a la muerte y a p r isió n .
E l c o la p s o d e l a c iv iliz a c ió n 371
para el empleo triunfante del poder y la violencia desde una posición superior
y su sentido de la realidad profundamente perturbado en casi todos los demás
sentidos. Con toda probabilidad él III Reich, de haberse realizado, habría tenido
que luchar contra un creciente número de grupos guerrilleros y movimientos
de resistencia nacional —tal vez incluso en Alemania—, los cuales habrían
contado con el apoyo de la mayoría de los países no ocupados de cierto tamaño
en el mundo. Esta presión seguramente lo habría derribado, tarde o temprano,
dejando tras de sí un rastro de sufrimiento y odio que habría superado en mucho
a las consecuencias de la segunda guerra mundial.
19) No obstante, aún en este caso, hay pocos indicios de que Hitler y sus par
tidarios hayan pensado alguna vez en forma realista en el “reino milenario” que
pretendían construir. La incapacidad de la mayoría de los estrategas militares
para concebir de manera clara y realista las tareas que los esperaban después
de la victoria, fue reforzada una vez más por la disposición ancestral de los
alemanes a hacer lo que su ideal les pidiera, sin importar que sus exigencias
fueran realizables o que existiese alguna probabilidad de éxito. Una larga
tradición conceptual y de conducta culminó en la visión nacionalsocialista
del III Reich. En ella se manifestó de nueva cuenta la inclinación alemana a
obedecer de manera incondicional a su propio ideal nacional y a los líderes que
lo representaban. Este rasgo fundamental se mostró tanto en las actitudes de los
dirigentes del Estado y del Partido, como en las de las masas que los siguieron.
El episodio nacionalsocialista ilustra con extrema claridad el carácter opresor
y tiránico de tal ideal.
Arroja asimismo luz sobre la curiosa identificación con el opresor que ya se
ha mencionado; se trata de la expresión extrema de un patrón más general, a
saber: la identificación con un superior (o un grupo de superiores). El arquetipo
temprano y muchas veces decisivo en la vida del individuo es la identificación
del niño con sus padres. Algunos ejemplos sencillos de esta identificación con
el opresor se encuentran en los esclavos que se apropian las actitudes, las
doctrinas conceptuales y los valores de sus amos, o en los presos de los campos
de concentración que se adjudican los de las SS que los vigilan. En las sociedades
muy diversificadas, la situación es muchas veces más compleja.
En sociedades como las nuestras, las masas de los dominados se encuentran
a menudo aprisionadas entre intereses y sentimientos contrarios a los de la élite
dominante más poderosa, y los intereses, sentimientos, valores y convicciones
que comparten con quienes los dominan. Los intereses y las doctrinas de carácter
nacional forman sobre todo un lazo entre todos los individuos y sectores de la
sociedad estatal, debido a la exclusividad que pretenden y al frente común que
permiten formar contra los “extraños”, particularmente contra los enemigos
jurados del momento. Este sentimiento de unión derivado del dogma y del ideal
nacionales puede atenuar las tensiones y divisiones internas, oponiéndose en
muchos casos a su manifestación abierta, sobre todo en las situaciones en que
376 N o r b e r t E lia s | Los A le m a n e s
las tensiones con respecto a otras naciones se viven en forma más intensa que
aquellas. Dicho de otro modo, las doctrinas conceptuales nacionales fortalecen
la unidad en el actuar y el sentir de las minorías dominantes, cualesquiera que
estas sean, y de la gran masa de los que tienen cerrado el acceso a las posiciones
más altas y poderosas del país. Al asimilar estas doctrinas, la mayoría con menos
poder se identifica con los círculos dominantes que fungen como representantes
suyos en las relaciones con otras naciones y que toman la mayoría de las deci
siones. Se identifican con sus “amos”.
Cuando el dominio es autocrático, cuando se ejerce sobre todo en beneficio de
los gobernantes y en forma más o menos opresora, como normalmente ocurría
en el pasado y aun hoy día en muchas sociedades, el pensar, el sentir y el
actuar de acuerdo con el credo nacional común, tiene de hecho el carácter de
una identificación con los opresores. Aunque la población se sienta oprimida,
su voluntad y su capacidad para aspirar a reducir o eliminar la opresión, se
encuentra paralizada por su identificación con los ideales nacionales y por
las personas que los encarnan. Estas personas cumplen, por una parte, con la
tarea imprescindible de representar a la nación en su conjunto, mientras que
por otra, muchas veces sin darse cuenta de ello, mantienen a algunas partes
de esta en un estado de sujeción. La concentración del orgullo nacional en
conservar y asegurar los valores colectivos desde los portavoces e intérpretes
más destacados cumplen al mismo tiempo con la función de gobernantes, y
a veces de gobernantes opresores, así como las idiosincrasias y adversidades
compartidas con respecto a otras naciones —sobre todo los objetos canonizados
por el odio, los enemigos mortales—, limitan la capacidad para luchar de manera
eficaz contra la opresión.
E n A lem ania, la m ayoría de las h a z a ñ a s políticas, em pezando por la unidad
n ac io n a l m ism a, fu e ro n o b ra de gobiernos au to crático s o sem iautocráticos,
m o nopolizados en g ra n m e d id a p o r g ru p o s o ligárquicos re la tiv a m e n te p e
q u eñ o s de la sociedad. Por co n sig u ien te, la m a sa de su s sú b d ito s en fren tó
u n dilem a p a rtic u la rm e n te difícil. Se en co n trab a en u n a situación en que su
estim ació n p ro p ia como alem an es, su orgullo nacional —hum illado y herido
por la p ro lo n g ad a d eb ilid ad del p aís en com paración con o tra s p o tencias—,
sólo p od ían satisfacerse si se tra g a b a n su orgullo fren te a sus gobernantes. Al
parecer sólo estos, según se confirmó d u ra n te v arias décadas, era n capaces de
elevarlos desde su insignificancia al ran g o ocupado por las naciones grandes
y poderosas.
E ste dilem a influyó probablem ente en d esarro llar eP p la c e r de la sum isión”
que se observa como u n a ten d en cia recu rren te en tre los alem anes, sobre todo
en las situaciones de crisis; en su tendencia a som eterse casi con entusiasm o
y exaltación em belesad a, como a m enudo parece, a las órdenes de líderes de
estricto carácter patriarcal (en el caso de sus élites autocráticas tradicionalistas)
o duros y bru tales (en el de los au tó cratas de reciente aparición y m ás dem ocra
tizados), si e stas órdenes se p ronunciaban en nom bre de A lem ania, de su ideal
nacional. Si los dirigentes apelaban al ideal de la p a tria había que obedecer, sin
E l c o la p s o d e l a c iv iliz a c ió n 377
de los funcionarios más altos del Estado hitleriano, Hans Frank, ministro del
R eich y gobernador general de la Polonia ocupada— 11 es el siguiente: actúa de
tal manera que el Führer aprobaría tu acción si la conociera.”
El sistema nacionalsocialista favoreció la identificación con el opresor. Los
campos de concentración muestran algunos de los resultados.
La máxima de Frank fue sintomática de una tendencia bastante difundida
entre los alem anes —al igual que entre otros pueblos con una tradición
autocrática larga y autoritaria— desde antes de 1933, la cual se intensificó
durante los años del dominio nacionalsocialista.
La evolución de las tradiciones de la sociedad alemana produjeron, en muchos
casos, una conciencia individual más bien débil. También en el caso de los adultos,
la capacidad de funcionamiento de la conciencia individual, por lo menos en el
ámbito cada vez más extenso de las relaciones públicas impersonales, dependía
de la presencia de alguien que los vigilara desde afuera para reforzar la coacción
y la disciplina que no eran capaces de imponerse por su propia voluntad. Muchos
alemanes requerían instancias externas para frenar sus impulsos egocéntricos y
regular su conducta en estos ámbitos de la vida. El Estado y sus representantes
figuraban entre las más importantes. Su conciencia no era lo bastante fuerte
para erigir barreras sólidas contra impulsos ilícitos, prohibidos o peligrosos. Para
el autodominio se requería la ayuda de un Estado fuerte, el cual, en situaciones
de crisis, de plano se anhelaba. Sobre todo en los trances difíciles para la nación
y en la guerra, muchos alemanes se desembarazaban gustosos de la carga de
tener que ejercer un control sobre sí mismos y de asumir la responsabilidad de
su propia vida. En tales situaciones, la autoridad estatal, particularmente la
figura simbólica en lo alto de su jerarquía, reemplazaba a la conciencia individual
ya fuera en parte o por completo, lo cual motivaba la actitud de sumisión y
veneración hacia el jefe del Estado. De buen grado se cedían a la autoridad las
decisiones en cuestión de acciones, de bien y mal.
Antes del ascenso de los nacionalsocialistas, Alemania fue un Estado
constitucional donde, incluso los más poderosos, se encontraban sujetos a las
disposiciones de un cuerpo jurídico impersonal y donde la administración de
la justicia gozaba de una gran autonomía y buscaba dictar sus sentencias
de acuerdo con principios establecidos. Este Estado proporcionaba a las
conciencias individuales, que dependían de su apoyo, instrucciones y modelos
basados en normas más o menos desarrolladas de rectitud y decencia
humana. No obstante, el aparato estatal cayó en manos de personas que
carecían de tales criterios y los gobernantes oficiales de Alemania, el jefe
del Estado incluso, empezaron a fomentar tendencias que antes hubieran
sido consideradas antisociales y criminales. Cuando esto sucedió, la gran
mayoría de los alemanes, educada en tradiciones conservadoras, no poseía una
conciencia personal fuerte e independiente que la hubiera capacitado para la
acción autónoma. Era posible que, como individuos, tuvieran remordimientos
11. Hans Frank. Die technik des staates, Cracovia, 2a. ed-, 1942, pp. 15-16.
382 N orbert E l ia s ‘ | Los A l e m a n e s
21) A pesar del odio y de las dudas que muchos alemanes hayan experimen
tado en el fondo de su corazón, se conservó en gran medida la identificación con
el opresor. Esto se pone de manifiesto también en el hecho de que la moral de
las tropas combatientes o del pueblo alemán no sufriera un derrumbe notable
durante la guerra. Al mirar el sistema nacionalsocialista en retrospectiva, con
cierto conocimiento de la tensión extrema bajo la que vivían sus miembros, es
posible apreciar mejor cuán extraordinario resulta que la identificación de la gran
masa del pueblo alemán con sus opresores y su fe en estos se hayan mantenido
más o menos intactas hasta el desenlace fatal. Aun cuando los ejércitos enemigos
habían penetrado al territorio alemán, tanto por el frente occidental como por el
oriental y avanzaban hacia el centro del mismo, la gran mayoría de los alemanes
siguió obedeciendo de manera incondicional las órdenes de la autoridad estatal
y del partido que alcanzaban a llegar hasta ellos. Hasta cierto grado esto segu
ramente se debió al hecho de que al final Hitler parecía ser lo único, en opinión
de muchos alemanes, que los separaba de la destrucción total, pues no tenían
alternativa. No obstante, en otros países y otros pueblos, la gente quizá hubiera
perdido esta confianza y hecho una evaluación un poco más reaüsta de su situa
ción; conscientes de que resultaba inútil continuar la matanza y el sacrificio, tal
vez hubieran dejado de obedecer por estar colmados de desesperación, o incluso
se hubieran rebelado, furiosos, contra los gobernantes que los habían engañado.
Pero los alemanes nunca dejaron de obedecer. Quizá pueda afirmarse que una
gran parte del pueblo alemán conservó su fe inquebrantable en el Führer hasta
que murió y tal vez todavía por bastante tiempo después.
Uno de los máximos talentos de Hitler —y uno de los principales factores
de su éxito— fue su comprensión intuitiva de las necesidades que un líder de
los alemanes y su equipo debían satisfacer en situaciones críticas, debido a
que sus propias necesidades emocionales coincidían con las de sus seguidores.
Reaccionaba, sin reflexionar mucho, a las señales emocionales enviadas por estos,
ya fueran de carácter lingüístico o no, señales con las cuales exigían y esperaban
E l c o la p s o d e l a c iv i l iz a c i ó n 385
sucesos sociales que las amenazan pudieran enfrentarse con una forma de
reflexión menos mítica y más realista, así como sus peligros, con una forma de
actuar menos mágica y más realista.
En este círculo perverso estuvieron atrapados los alemanes bajo el régimen
de ese entonces, al igual que todos los pueblos en cuya conducta y pensar domina
la fantasía. Con ello, Hitler y la fe nacionalsocialista participaron a su vez en la
reproducción y el refuerzo de las inseguridades que en apariencia protegían a
sus seguidores. El uso de conceptos biológicos como “raza” con un sentido mágico
y mítico, en gran parte, fue sólo un ejemplo entre muchos de la extraña manera
en que, en nuestro tiempo, los acercamientos científicos a la “naturaleza” se
ponen al servicio de un acercamiento mágico-mítico a la “sociedad”. Ilustró la
forma en que los conceptos que en un contexto son científicos, pueden adquirir
un carácter mítico al ser trasladados a otro.
La simpleza elem ental propia de la fe que muchos alem anes profesaron
por su líder, al que veían como el símbolo de Alemania, y la solidez de la moral
alemana por ella propiciada durante la guerra h asta su fatal desenlace, a
menudo son encubiertas por argumentos intelectuales que parecen suponer
que la mayoría del pueblo alemán (y de cualquier otro) disponía de un sistem a
conceptual bien definido e integrado tal como se describe en los libros, que
los alemanes eran o nacionalsocialistas convencidos o bien, en caso contrario,
demócratas convencidos y enemigos de los nacionalsocialistas. No es posible
explicar adecuadamente la fe en el Führer ni el poder que este ejerció hasta
el fin sobre la gran mayoría de la población con base en categorías políticas
concisas de esta índole.
Ambos fenómenos se fundaron, en última instancia, en las necesidades
sencillas de personas sencillas cuyo desamparo ante los magnos procesos de la
política mundial los empujó a buscar apoyo en un hombre que se imaginaban
con la aureola de un salvador, cuyos atributos y características correspondían
a sus necesidades y que con la ayuda de un aparato de coacción externa los
capacitó para soportar todos los sacrificios y esfuerzos, toda la opresión de una
sociedad enfocada hacia la guerra, sin que su dominio de sí mismos, débil y
dependiente, sufriera una sacudida grave.
12. Proceden de una selección de aproximadamente 300 cartas que el azar puso al alcance del
amor. Puesto que este tipo de testimonio no es muy común, su reproducción en sí tal vez
tenga cierto valor documental. Todos los nombres propios se modificaron o se disfrazaron.
La ortografía y la puntuación fueron adaptadas cuidadosam ente al uso normal.
388 N o r b e r t E l ia s | Los A l e m a n e s
(6 de julio de 1944)
Querido Robert:
Acabamos de recibir otra mala noticia en el club: Martín murió... Casi me
desmayo cuando me entero... En Navidad todavía organizamos juntos una
fiesta, y luego de repente lo llamaron a filas y todavía no pudo pedir licencia
para venir... Qué terrible es cuando uña se pone a pensar en que ninguno de
ellos regresará, es difícil de imaginarse.
Hoy Anne-Marie vino a nadar. Se está escribiendo con Herbert Uhlich.
Es la noticia más fresca que tengo.
El tiempo estuvo excelente para nadar. El agua tenía una temperatura de
22°. Los niños también se divirtieron mucho. Sería increíble que pudieras
pedir licencia ahora y que fuéramos a nadar todos los días. Pero por desgracia
tenemos que esperar que termine la guerra y que puedas regresar a casa
definitivamente.
Por hoy es todo, mi amor; ya es tarde y los ojos se me están cerrando...
Tu fiel
Lffli.
(19 de julio)
(Continúa, 20 de julio)
Volvió a sonar la alarma; nos sobrevolaron camino a N. [una ciudad grande], con
un escándalo horrible. La señorita Steiger tiene un sótano bastante bueno.
La gente está muy alterada aquí; en realidad yo me siento bastante tranquila.
Sólo cuando tengo que pasar por las ruinas, varias veces al día, me da dema
siada lástima y tengo que pensar en la pobre gente que se quedó sin nada.
Entonces pienso que mi casa fácilmente pudiera estar igual.
Van exactamente 63 muertos, ayer hablé con la amortaj adora. Ayer por la
mañana cuando sonó la alarma aérea, la señora Franzen del molino se agitó
tanto que le dio un infarto. La señora Leber también está muy alterada; anteayer
se la pasó todo el día llorando. Ahora llora también porque ya no tenemos iglesia.
El domingo iba a haber culto protestante a las nueve. Yo fui al cuarto para las
ocho; en cuanto terminó la misa la alarma sonó otra vez, y poco antes de las diez
hubo toque de cese de alarma. Luego las campanas llamaron a los protestantes.
Llegó mucha gente, el órgano empezó a sonar y otra vez la alarma.
El radio sigue tocando, pero todavía no tengo ganas de escuchar música...
El colapso d e l a civilización 389
(23 d e ju lio)
(21 de julio)
..sólo quisiera verte unas horas, besarte la boca y las manos que tanto
quiero... creo que no soy capaz de más. Una tranquilidad terrible m e llena...
Hoy ya tuvimos que bajar al sótano dos veces, esto no tiene fin... Realmente
van a reducir la ciudad a cenizas y escombros. ¡Ay, qué duro es a la larga no
estar nunca en paz!
(23 de julio)
13. Con toda la debida precaución hacia las declaraciones aisladas, se p resenta aquí un
problema que quizá merezca resaltarse. En Francia y otros países, la resistencia contra el
régimen nacionalsocialista contó con el apoyo de amplios sectores de la población, porque
unió en la sublevación contra el opresor extranjero a miembros de distintas clases sociales
y a partidarios de diversas tendencias políticas. Al movimiento alemán de resistencia, por
el contrario, le faltó una base amplia en la población. Consistió en una alianza entre los
restos de las élites prenacionalsocialistas dominadas por las antiguas élites m ilitares, es
muy posible que el hecho de que el atentado contra la vida de Hitler fuera protagonizado
por oficiales y aristócratas haya incrementado la simpatía por el Führer entre las masas
del pueblo alemán; en comparación con los antiguos sectores dirigentes, Hitler sin duda
era mucho más un “hombre del pueblo”.
390 N orbert E l ia s | Los A l e m a n e s
gran peligro, por todas partes la atacan los enemigos. Y el 20 de julio ocurrió
lo peor: la propia escolta de nuestro amado Führer ejecutó un atentado en su
contra. Pero el Todopoderoso no lo dispuso así, sino que lo amparó con mano
protectora, de modo que sólo sufrió heridas leves. Sí, mi querido hijo, ¿qué
hubiera sido de nosotros si el Führer desaparece en medio de todo? Esperemos
que todo salga bien al final. Nuestro querido Erich también está herido. Ojalá
lo traigan un poco más cerca de la patria. Bueno, mi querido hijo, hace un
año por estas fechas estabas aquí con nosotros, segando el centeno. Este año
tienes que cumplir con otro deber. Ojalá todo mejore para el año que entra.
Es todo por ahora, mi querido hijo. Esta semana empezamos con la cosecha.
Escríbenos dónde estás exactamente, en qué ciudad del Occidente.
Bueno, mi querido hijo, ¡que Dios te guarde!
¡Te manda muchos saludos tu mamá que te quiere!
[Hasta la vista, si Dios quiere!
(2 5 d e ju lio )
(24 d e ju lio )
¿ T od avía e sta s bien , m i q uerido m uchacho? F ritz e stá cerca de Z., pero lo v a n
a m a n d a r a o tra p arte. L e tocó un iform e p a r a zon as tro p icales y cree que lo
e n v ia r á n a Ita lia . Todo e stá carísim o a llá , 7 m arcos por u n va so de ce rv eza, 1
500 m a rco s p o r u n p a r de zap ato s, 20 m arcos por 1/4 de vino, 50 m arcos por
m edio k ilo de cereza s... P ero donde tú e stá s es casi ig u a l, ¿verdad? Y cuando
re cu e rd o la in fla ció n que tu vim os a q u í estos precios no son n ad a , p orque en
a q u e l e n to n c e s u n p a n c o s ta b a m il m illo n e s, u n n ú m ero qu e h o y y a n i se
p u ed e escribir. Y e sta ría m o s ig u a l si h u b iera ten ido éxito el a te n ta d o contra
el F üh rer. ¿Q u é co m en taro n en el frente? E l corazón nos dejó de la tir cuando
escu cham os la n oticia por radio. P robablem en te y a no h a b ría g u erra ahora, si
lo h u b iera n logrado, pero sí ocupación y g u e rra civil y bolchevism o. N o puedo
c ree r q u e to d a v ía h a y a g e n te que no lo co m p ren d a, sobre todo si debieron
a p ren d er algo en la g u e rra m un dial que perdim os. E stam o s m uy contentos de
que el F iih r e r e sté viv o y b ien de salu d. E s im p resio n an te lo que ese hom bre
tien e que s u fr ir todo le p asa. L os fra n ceses que e stá n aq u í en B. dijeron que
E l c o la p s o d e l a c iv i l iz a c i ó n 391
nunca hubieran creído que un oficial alemán fuera capaz de eso. De plano
hay que avergonzarse de esos tipos.
La alarma aérea ahora sí suena todos los días. Anteayer una bomba cayó en
una casa en M. y otra muy grande justo en el estacionamiento de la residencia
de las SA... En R. arrasaron con una casa, hubo dos muertos, franceses... Ayer
los enterraron, con vivas muestras de simpatía por parte de la población
alemana. ¿Los franceses también irían al entierro de uno de los nuestros? Los
alemanes nos negamos a aprender. Somos demasiado buenos y los extranjeros
sólo se ríen de nosotros...
Todavía nos alcanza la comida y lo único que hay que hacer es creer con
firmeza que algún día se dará la victoria. Todos tenemos que aportar algo;
hay muchas mujeres que podrían ir a combatir.
A veces parece que nuestro trabajo con el partido no rinde ningún finito, pero
luego hay otras evidencias y eso nos anima y tomamos impulso otra vez...
¡Un fuerte Heil Hilter!
Tu mamá.
(26 de julio)
(27 de julio)
Espero que la guerra por fin termine este año. ¡Esto no lo aguanta nadie a la
larga! Pero tenemos que seguir dando tumbos, como nos lo exigen.
392 N orbert E l ia s | Los A l e m a n e s
(27 de julio)
...Es una lástima que ya no estés enterado de lo que sucede aquí. No obstante,
la noticia del atentado contra nuestro Führer también habrá llegado hasta
ti. Y también espero que, de esta manera, el destino esté dando aviso de que
ha llegado el momento del cambio. Anoche habló el Dr. Goebbels. Manejamos
varios kilómetros para escuchar el discurso. Fue bueno y tuvo mucho de cierto.
Se me hace extraño que el partido haya necesitado once años para afirmar
que tenemos un Estado nacionalsocialista y, sobre todo, se me hace gracioso
que justamente ahora que estamos en guerra haya llegado el momento de
colocar a nuestro pueblo b^jo el liderazgo del partido... Tú y yo ya habíamos
comentado que algún día tendría que darse la elección entre un Estado
militar o del partido. Ya se dio y me preocupa. El partido ha sido muy inactivo
en la guerra hasta ahora, el pueblo le ha perdido mucha confianza, y no sin
razón. Con todo creo que el Dr. Goebbels lo sabrá arreglar como comisionado.
Apoya al Führer al 100 por ciento, o sea, es un hombre realmente grande del
partido. Y con Himmler, otro hombre grande del partido, como responsable
del Ejército en el país, la cosa se tiene que arreglar. Como sea, las SS ya
no le llevan ninguna ventaja al Ejército. Ya se le impuso el saludo alemán
también al Ejército. ¿Tú crees que lo usen?, ¿y con qué cara?... Sí, papito, no
es bueno que en aína sola familia existan dos partidos. Casi caemos en la
misma situación que Italia...
El pueblo en general es bueno. Poco a poco se está dando cuenta de que todos
vamos a reventar si perdemos la guerra.
(30 d e ju lio )
llegan a Varsovia. Hoy habló temprano para decimos que fuéramos con él a
la finca a como dé lugar. Ya no sabemos qué hacer, hay tantos argumentos a
favor y en contra. ¡
Ay, mi amorato, qué tiempos tan locos! Todo el tiempo salen problemas nuevos.
¿Qué opinas tú? Si de veras fuéramos a Q. y te transfirieran para acá, entonces
yo vendría sola y por lo menos sabríamos que los niños están a salvo.
(2 de agosto)
Mi amor:
Voy a escribirte rápido imas líneas. Acabo de llegar del campo. Segamos
centeno y trigo. Queridito mío, a tu papá le haces mucha falta y a mí también,
mi amor sobre todo en la cama, pero ¿cuándo llegará la hora? Querido ma-
ridito mío, ayer hubo bombardeos durante cuatro horas... pero mi maridito,
otra vez tuvimos mucha suerte. Veamos, querido mío, en K. [y la fábrica X]...
se incendió todo, todo ardió. Llovió fósforo y la estación de trenes de K. está
destrozada, las vías están completamente levantadas, verticales. Como sea,
maridito mío, lo de ayer fue lo peor hasta ahora. No hay trenes ni correo. No
aflojan desde hace varios días, todo está destrozado.
¡Muchos saludos de tu amorcito! Heil...
Comimos ensalada de ejotes, estaba muy rica.
...Pero no tiene caso darle vueltas al asunto, Dios tiene nuestro tiempo medido.
Es el único consuelo que nos queda. Todo mundo está muy desanimado aquí,
porque ya nadie puede disponer de su propia vida. Ayer un muchacho hitle
riano me entregó el siguiente escrito: “Ha sido asignada a la acción Marhold
(un nombre secreto) para ayudar en la cocina y otras labores femeninas y se
le ruega se prepare para partir en cualquier momento a partir del lunes 7 de
agosto... Mischke, directora de la Asociación de Mujeres del distrito.” Hoy en
la mañana pedí informes y averigüé que se trata de trabajos de zapa y que
debemos atender a los zapadores. Ayer partieron 150 muchachos de prepa
ratoria con destino desconocido, y hoy durante la alarma en el liceo me
enteré de que varios señores directores y catedráticos del Instituto tienen
que estar listos mañana (con ropa de trabajo). Todos tienen casi 60 años o
más (64). ¡Y este calor infernal! ¡Qué bonito panorama! Sabes, todo mundo
ayuda con mucho gusto en lo que puede, pero no deberían enviar a unos
señores de 60 años a otro lado. No soporto el calor, ni tampoco ya dormir en
condiciones tan primitivas... No pierdo la esperanza de que algo cambie y
me pueda quedar aquí...
394 N orbert E l ia s | Los A l e m a n e s
(8 de agosto)
Querido Otto:
Hoy recibí dos cartas tuyas, del 30 de julio y del 1 de agosto, muchísimas
gracias. Aquí todavía hace calor, y muchas veces es bastante sofocante. Anoche
hubo truenos, pero llovió muy poco. Ya guardamos la cosecha... El señor Dahn,
el que se casó con la hija de Schulz, fue declarado oficialmente desaparecido el
domingo; quién sabe qué habrá pasado con los demás que todavía no escriben.
Faltan unos 20-30 de aquí, Achim tampoco ha escrito nada desde el 20 de
junio, que es el mismo tiempo que llevaba el señor Dahn, Por todas partes
sólo hay llanto y aflicción, es lo único que se escucha y ve, a veces ni ganas
dan de hablar con nadie. Los bombarderos nos han dejado en paz, gracias a
Dios, ojalá ustedes estuvieran igual, todo el tiempo tengo miedo por tí. De por
sí me he vuelto muy miedosa y ya ni duermo bien...
Saludos y besos cariñosos de
Tú Alma y los niños.
(17 de agosto)
Algún día la guerra tendrá que terminar. Pero, querido Franz, por todas
partes nos están llegando, ya sólo quedan las últimas reservas, en la Prusia
Oriental están atravesando nuestros campos. Ojalá logren detener a los rusos,
eso es lo que nos preocupa. A nuestros queridos soldados no se les puede
culpar de nada, sólo los dirigentes tienen la culpa, porque los otros están
entregando hasta lo último, el corazón le duele a uno cuando todo el tiempo
se lee cómo luchan por la patria.
duda, porque creíamos que el alto mando tenía todos los motivos para lanzarse
y a muchos les parece que la guerra ya está perdida, sobre todo porque de aquí
de la zona llamaron a todas las mujeres al servicio... sin consideraciones de
profesión ni posición social, entre quince y 50 años de edad... Un día llegó la
orden y al otro tuvieron que estar listas para partir. No me imagino que las
trincheras que vayan a abrir sirvan más que nuestra tan ponderada trinchera
del Atlántico. ¡Pero no hay que renegar!
Me levantó mucho el ánimo la carta que llegó ayer del hijo de nuestro casero
para sus padres; es un administrador de unos 40 años de edad, está en el
extremo norte del frente oriental. Escribió: “No se preocupen, no perderemos
la guerra. Hasta las existencias humanas al parecer inagotables del Iván ya
se le están agotando, por aquí está llenando los huecos en sus tropas con niños
de doce años, y cuando nuestros tanques atraviesan sus líneas no encuentran
reservas atrás, sólo el territorio despoblado, inmenso, abandonado por todos.
No sé por qué no en volvemos al enemigo, pero nuestros mandos, en los que
tenemos una confianza sin límite, han de saber por qué!...”
La alarma suena diario, en realidad, muchas veces también en la noche...
cuando la radio alámbrica (realmente es un invento maravilloso) da aviso todo
el tiempo está informando dónde se encuentran los bombarderos del enemigo
bajamos rápidamente al refugio antiaéreo... Yo no lo soporto por mucho
tiempo, sino que me pongo delante de la puerta. Se ve muy bonito cuando la
defensa antiaérea dispara su munición luminosa y los proyectiles iluminan
toda la ciudad como si fuera de día... Ya no tenemos nada que perder en este
mundo, la vida y la felicidad que nos pudo ofrecer ya quedaron atrás.
Estas cartas dan cierta idea del pensar y el sentir de personas comunes en
un momento en que el curso efectivo de los acontecimientos hacía cada vez m ás
improbable que se pudiera ganar la guerra y evitar la derrota.
Muestran un poco el incipiente despertar de un gran sueño lleno de esperan
za al horror inimaginable de la realidad. Al igual que los ciudadanos de otras
muchas naciones, aunque quizá con más firmeza y menos sentido crítico que la
mayoría, los alemanes creyeron las promesas y los pronósticos de sus líderes.
Y ahora demostraron ser promesas vanas y pronósticos falsos.
Desde la toma del poder por Hitler, la mayoría de los alemanes se había
covertido en objetos más o menos pasivos en las manos de una minoría .14 Fueron
14. (Interpolación de 1984) Al observar el desarrollo de los Estados durante este siglo, se
descubre una y otra vez cuan impotente es en realidad la masa de la población estatal en
relación con los grupos establecidos relativamente pequeños y, en particular, en lo que se
refiere a los titulares de las posiciones gubernamentales, quienes toman decisiones sobre
el bienestar y, a veces, la vida y la muerte de los gobernados. Con bastante frecuencia
estas decisiones resultan ser fatalmente erróneas. Sin embargo, aun de haberlo sabido,
los gobernados no hubieran podido modificar la situación. Su poca autoridad no hubiera
bastado para ello. Y en la mayoría de los casos ni siquiera se dieron cuenta de que eran
víctimas de decisiones erróneas. Con bastante frecuencia las aprobaron de todo corazón,
quizá incluso con júbilo. Los movimientos de protesta por lo general sólo atestiguan la
impotencia de los gobernados, no sólo frente al propio gobierno estatal sino también, v con
396 N o rbert E l ia s | Los A l e m a n e s
REFLEXIONES ACERCA DE LA
REPÚBLICA FEDERAL ALEMANA
generales, el sentimiento de comunidad y del alto valor que tiene el ser inglés,
compartido por todas las clases y regiones, pese a las sacudidas sufridas, pese
a su descenso de gran potencia a una de segundo orden, experiencia de la que
Inglaterra participa al lado de otras naciones europeas. En Alemania, la alaban
za desmesurada de la propia nación practicada por los nacionalsocialistas y el
violento choque de las grandes fantasías colectivas con la dura realidad de las
relaciones de poder interestatales, tal como se produjo en la posguerra, provocó,
en muchos casos, sobre todo entre las personas más jóvenes, una oscilación
igualmente fuerte de los sentimientos hacia el otro extremo. La pomposidad
nacionalsocialista, aunada a los actos de violencia cometidos en nombre del
pueblo alemán, quizá no destruyó el valor de este nombre para muchos grupos
de jóvenes, pero sí lo disminuyó y salpicó de lodo su antiguo brillo.
En otro lugar2señalé que el acercamiento de los jóvenes al marxismo, sobre
todo de los grupos de origen burgués relativamente despiertos en el sentido
intelectual, que llegó a su primera culminación con los acontecimientos de
1968, está vinculado en parte al deseo de liberarse de su identificación con
esa parte del pasado alemán que carga con el estigma del nacionalsocialismo.
Se me ha pedido comentar esta circunstancia con mayor detalle. Con ciertos
titubeos respondo a esta petición, pues considero que no me puedo sustraer al
compromiso. Como sociólogo se está acostumbrado a examinar y revelar las
causalidades más amplias de los sucesos sociales. Quizá resulte útil exponerlas
al gran número de personas que, bajo la presión de su propia labor especializada
contemplan los acontecimientos de actualidad a plazo más corto. Sin embargo,
si no sintiera un compromiso como sociólogo, no me aventuraría dentro de la
arena de los sucesos de actualidad. Cuando se examinan las causalidades más
amplias de los sucesos sociales más recientes, muchas de las explicaciones
muestran ser insuficientes a corto plazo. No puedo hablar para dar gusto a
nadie, ya sea de derecha, de izquierda o de centro: ¿qué sentido tendría mi
trabajo si lo hiciera? Sólo puedo tratar de explicar en parte lo que hoy sucede
en la sociedad del Estado alemán occidental, y señalar algunas tendencias,
particularmente las peligrosas, que observo en la misma. Quizá aún haya
tiempo de prevenir una desgracia.
Cuando se tr a ta de explicar la profunda división del pueblo alem án occidental
y los em bates del odio y del tem or que hoy lo recorren, no b a sta con fijar los ojos
en el p re se n te inm ediato. Los actos violentos cometidos por grupos pequeños y
m uy cerrados de te rro rista s en la República Federal A lem ana y su reacción en
form a de caza de sim patizantes, sólo tienen la función de un detonador que pone
en evidencia b ru scam en te las ru p tu ra s laten tes y las coloca a la vista de todo
el m undo. Las cau sas del estado quebradizo de la sociedad alem ana occidental
se rem o n tan m ás atrás.
Los d irig en tes nacionalsocialistas, que debieron su ascenso en gran parte
a la ayuda activ a de grupos rectores de m ayor edad, procedentes ta n to de la
2. N orbcr Klias, “A dorno-R ede. R espekt und krilik” en N orbert Elias > W olf L épenies, Zw ei Reden
anlablich der verleihung des Theodor 11'Adorno Preises 1977, Frankfurt del Meno. 1977. p. 61.
R e f l e x io n e s acerca d e l a r epú blic a fe d e r a l a lem a na 403
F ran cia después de 1871 y e n A lem ania después de 1918: e ra inconcebible que
la an tig u a g ra n d e z a se h u b ie ra perdido de m a n e ra irrecuperable. E n algunos
casos, la c e rte z a de q u e e ra p e rm a n e n te la p é rd id a de la a n tig u a g ra n d e z a
y d el ran g o ocupado p re v ia m e n te e n tre los pueblos, consiguió p e n e tr a r a la
conciencia, q u izás, h a s ta d e sp u é s de u n a o dos gen eraciones, d e rrib a n d o el
engañoso sueño nacional. Y en Polonia, después de la s diversas divisiones que
sufrió, y en D inam arca, después de p erd er a N oruega y Slesvig-H olstein ¿cómo
lograron su s pueblos asim ilar el choque de la realidad?
E n D in am arca, c ie rta s ten d en cias reflexivas fueron surgiendo p a u la tin a
m ente al lado del m ovim iento p a ra restablecer el antiguo y m ás grande imperio.
Según correspondía a la e stru c tu ra social del país, ellas perseguían, e n tre otros
objetivos, el de in te g ra r en el pueblo esta ta l a la m a sa de la población cam pesina
que, en g ra n p arte, a ú n co n stitu ía u n sector pobre de bajo nivel educativo sepa
rado de los grupos establecidos. Algunos d aneses reconocieron ap aren tem en te
en ese entonces, la necesidad social y nacional de a u m e n ta r el nivel de vida y
educativo del pueblo, p a r a de e sta m a n e ra reducir la s diferencias de clase, así
como fo m en tar la conciencia de u n destino com ún de carácter nacional. E n tre
otros recursos, este esfuerzo p a ra log rar la renovación nacional después de la
d erro ta, se apoyó en u n sistem a de universidades populares ru rales, las cuales
contribuyeron a elevar el prom edio del saber y, por lo tanto, el de producción y de
v ida del cam pesinado danés. E l progresivo florecimiento de D inam arca después
de las d e rro ta s sufridas, y q uizá la supervivencia m ism a del país, seguram ente
se b a sa ro n , en g ra n m edida, en este exam en de conciencia y en la s reform as
correspondientes. Por o tra p arte, probablem ente tampoco sea u n erro r suponer
que h a y a influido en estos afanes el reconocimiento de que la defensa de u n país
depende en b u en a m edida del bien estar y el sentim iento de pertenencia de todos
los sectores del pueblo, sobre todo de sus generaciones m ás jóvenes.
U n a de la s características de la República F ederal A lem ana es la ausencia
al p a re c e r to ta l de este reconocim iento, p a rtic u la rm e n te e n tre m uchos in te
g ra n te s de los grupos d irigentes. P a ra la s generaciones a la s que pertenecen
A denauer, B ra n d t y Scheel, que crecieron an te s de la guerra, la identificación
con la trad ició n a lem an a a ú n e stá anclada en la conciencia como algo n atu ral.
Por eso con frecuencia no entien d en que este no sea ni pued a ser el caso de las
generaciones m ás jóvenes, por ejemplo de la de Rudi D utschke, que crecieron
d u ra n te la g u e rra o después de esta, ni que desde el punto de v ista de estas la
solución m ás re a lista al problem a de la desintegración alem ana sea el cuidadoso
acercam iento e n tre la A lem ania O ccidental y la O riental.
Q uienes no le e n c u e n tra n gusto a e sta solución d eb erían de com prender,
en realidad, que e sta s convicciones de los m iem bros de las generaciones de la
p o sg u erra no se d ism in u y en sino que se refu erzan , si los sectores dirigentes
em piezan a d a r p u ñ e ta z o s a d erech a e izq u ierd a, por decirlo así, presos de
u n a su erte de pánico. C am p añ as desm esu rad as de los medios, leyes opresoras
y, sobre todo, su em pleo por la a d m in istra c ió n como m edios a u to rita rio s al
R e f l e x io n e s a c e r c a d e l a r e p ú b l ic a f e d e r a l a l e m a n a 407
Occidental que en otros países. Las tensiones internas que ayudó a fomentar
fueron tanto m ás agudas, cuanto que los grupos que dirigieron la primera
reconstrucción dieron particular importancia a conservar la continuidad con el
pasado. Esto los obligó a relegar a un segundo plano o a encubrir por completo,
los nuevos problemas enfrentados especialm ente por las personas nacidas
en la República Federal Alemana después de la guerra. E ste encubrimiento
incrementó a su vez la tensión entre las generaciones.
Una de las tareas m ás urgentes, en la situación muy nueva de la joven
República Federal, hubiera sido organizar una discusión pública acerca del
sentido y el valor de la misma, o sea, un examen de conciencia, una evaluación
realista de los objetivos posibles. Era una deuda que se tenía no sólo con las
generaciones contemporáneas sino sobre todo con las futuras del propio pueblo,
así como con los enemigos profundamente heridos de ayer, que eran los aliados de
hoy y mañana: identificar y reformar públicamente las tradiciones de dominio y
conducta responsables de la regresión del Estado multipartidista más complejo a
un Estado unipartidista autocrático más primitivo, y de la quiebra consiguiente
del nivel de civilización alcanzado hasta ese momento en Alemania. De esta
manera, tanto las generaciones jóvenes como los vecinos de Alemania no hubie
ran tenido que vivir con el temor secreto de una nueva recaída en la dictadura
autocrática de partido, no sólo en la Alemania Oriental sino también en la
Occidental, así como tampoco con el de una reiterada desintegración del nivel de
civilización alcanzado. Se hubieran podido preguntar cómo se explica la evidente
falta dejuicio realista característica de los grupos dirigentes alemanes del siglo
XX o la tenaz preferencia de grandes partes del pueblo alemán por un gobierno
vertical desprovisto de responsabilidad por sí mismo y por la sociedad.
Como primer paso hacia la autoeliminación del estigm a de la violencia
desenfrenada heredada por Hitler a este pueblo, hubiera sido imprescindible
un análisis semejante apuntado a aclarar la sociogénesis y la psicogénesis
del III Reich, su ascenso y desaparición. Quizá hubiera sido útil propiciar un
examen oficial imparcial de tales problemas, como preludio a la tan mentada
“asimilación del pasado” que nunca se realizó, la cual no podía arrancar en el
plano público sin una iniciativa gubernamental resuelta en este sentido. “La
postura de una nación frente a su pasado —afirma un reciente editorial del
Times sobre la “conciencia de Inglaterra ”— 3 determina su reacción ante el
presente. Si oculta sus crímenes debajo de la alfombra, aumenta el riesgo de
repetirlos y mantiene con vida una imagen falsa de sí misma, la cual tiende a
distorsionar sus otras percepciones.”