Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
La
Realidad
Martyn Lloyd-Jones
P á g i n a 1 | 11
“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo
Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su
camino, según el fruto de sus obras. […] Sáname, oh Jehová, y seré sano; sálvame, y
seré salvo; porque tú eres mi alabanza.” —Jeremías 17:9, 10, 14
Ahora bien, afirman que ellos mismos son realistas, afrontan la vida tal como es y en
su peor vertiente. No intentan engañarse con una falsa sensación de seguridad o
felicidad, y nos consideran no tanto con odio como con una mezcla de compasión y
desprecio. En ocasiones van aún más allá y están dispuestos a concedernos que,
después de todo, quizá sea bueno que hallemos nuestro alivio de esta forma
inofensiva mejor que de otra manera que pudiera ser peligrosa. Solo se enfurecen y
disgustan cuando declaramos que solo esto es real y que todo lo demás es ceguera y
engaño.
Ahora bien, siendo justos debemos admitir que una parte importante de lo que dicen
semejantes personas es totalmente cierto de muchos de nosotros que nos
denominamos personas religiosas. El error que cometen es que confunden la
verdadera religión con el abuso de la religión: lo que dicen de esto último es cierto,
¡pero qué falso con respecto a lo primero! El hecho de que muchas personas
realmente utilicen la religión como una droga no significa que la religión en sí tenga
esa naturaleza. Jamás se puede afirmar lo suficientemente a menudo o lo
suficientemente claro que el propósito de la religión no es dar a las personas una
sensación agradable y cómoda y hacerlas felices durante unas pocas horas una vez
por semana. Hay una tendencia en muchos lugares en la actualidad a recalcar este
aspecto de la religión y a hacer que los oficios religiosos sean tranquilos y relajantes
porque sabemos que las personas se dirigen instintivamente a la iglesia al afrontar la
muerte, ya sea la propia o la de un familiar. Ahora bien, no es asunto mío ni de nadie
sentar cátedra en estas cuestiones, pero de esto estoy seguro: las personas que solo
se dirigen a Dios cuando las cosas van mal son personas que nunca le han conocido y
que probablemente no le conozcan nunca hasta haber sido transformadas. El objetivo
y el propósito de la religión y la predicación del evangelio no es hacernos olvidar
P á g i n a 4 | 11
nuestros problemas transitoriamente, sino eliminarlos de una vez por todas,
ayudarnos a superarlos. Si tan solo olvidamos nuestros problemas mientras estamos
aquí cada domingo, cantando himnos y escuchando el sermón, aún no hemos
conocido la verdadera religión, porque su función es resolver nuestros problemas. Si
hasta la fecha nuestra historia ha sido que semana tras semana hemos hecho
promesas en esta sala de que de ahora en adelante seremos diferentes y mejores
personas pero luego hemos seguido igual, te digo que hasta ahora no has sentido el
poder del evangelio, porque el objetivo y la función del evangelio no son tanto
producir decisiones sino reformas.
Ese es el mensaje de la religión que se puede encontrar por toda la Biblia, que se
encuentra en estos versículos que hemos elegido como texto esta noche y que oro
que por la gracia de Dios podamos ver todos antes de salir de aquí. La religión no se
contenta con diseccionar y analizar la vida: hace eso, pero no se detiene ahí. Tras
exponer la vida, después de revelar sus terribles profundidades, después de analizar
sus componentes fundamentales, no la deja hecha trizas sino que, por la Revelación
divina de Dios en Jesucristo, muestra la gloriosa posibilidad de una nueva síntesis, un
nuevo comienzo, un nuevo nacimiento; sí, de una nueva humanidad y una nueva vida.
La necesidad de esa síntesis se muestra claramente en estos versículos.
¡Qué seres más extraordinarios somos! Hay ciertas cosas de las que nunca hablamos
salvo con nosotros mismos. ¿Te ha sorprendido alguna vez esta profunda soledad
esencial de tu naturaleza y personalidad? Nacemos en familias y comunidades y, sin
embargo, ¡cuán marcadamente individualistas somos! Tenemos secretos que
nuestros padres, hermanos y hermanas, maridos y mujeres e hijos jamás conocerán
ni descubrirán. Cuando alguien nos dice que nos ha contado todos sus secretos
podemos estar seguros de que ese nunca es el caso. No importa lo franca y abierta
que sea una persona, siempre hay algo que se reserva y queda oculto. ¡Por ese motivo
siempre nos encontramos hablando con nosotros mismos, especialmente después de
una explosión de franqueza con otra persona! ¿No has sentido en muchas ocasiones
que, cuando has intentado ser todo lo franco y abierto que has podido, de algún modo
estás dando una impresión muy falsa de ti? Esa es nuestra naturaleza. ¡Cuán
insondables somos! Nadie puede entendernos verdaderamente. Nadie conoce todas
las cosas que hemos hecho, y mucho menos todas las cosas que hemos pensado y
observado. Puede que otros sepan mucho acerca de nosotros, pero nadie sabrá nunca
toda la verdad: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién
lo conocerá?». Y la mayoría de los hombres vive y se comporta sobre esta base. Lo
que te preocupa no es tanto el bien y el mal, sino más bien la cuestión de si se
averiguará. Pasan por la vida con esta simulación, sabiendo lo que denominan «la
suerte del diablo». ¡Si se supieran y descubrieran estas cosas! Pero no sucede así, las
encubrimos, no hablamos de ellas a nadie y las mantenemos secretas.
2. Sí, no cabe duda que todos somos muy listos e insondables; pero, y este es el
corazón de este mensaje del profeta, Dios es más profundo. Siempre que nos
quedamos satisfechos con el pensamiento de que estas acciones secretas, estos
pensamientos e ideas solamente son de nuestro conocimiento y de nadie más,
estamos olvidando la presencia y existencia de Dios. Así seguimos, congratulándonos
por nuestra inteligencia, sin comprender que mientras tanto Dios, que «[escudriña] la
mente, que [prueba] el corazón», está observándonos y registrándolo todo. No
podemos movernos sin que Dios lo vea, no podemos actuar sin que nos observe,
ningún pensamiento entra en nuestra mente sin que Dios sea consciente de él. No
solamente nos ve, sino que nos traspasa, hasta lo más profundo de nuestro ser. Somos
como un libro abierto ante él. Podemos engañar y burlar al mundo, podemos
aparentar una cosa ante él y ser otra distinta en realidad, pero qué inútil y necio es
hacerlo. ¿Qué sentido tiene hacer eso cuando Dios sabe constantemente todo lo
referido a nosotros? Cuando tenemos dificultades entre nosotros, rápidamente nos
las apañamos para librarnos ofreciendo alguna clase de excusa o de explicación
P á g i n a 9 | 11
inventada satisfactoria, y nos congratulamos por la astucia e inteligencia que
mostramos al hacerlo: todos disponemos de una gran habilidad para tales
emergencias.
Pero qué ridículo es, porque finalmente debemos presentarnos cara a cara ante Dios,
que lo sabe todo y que dará «a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras»
(Jeremías 17:10). En otras palabras, pasaremos la eternidad de acuerdo con nuestra
conducta en este mundo. Si ha sido una pantomima aquí, también lo será allí. Si ha
sido un fraude y un engaño aquí, seguirá siendo lo mismo: obtendremos precisamente
lo que nos merecemos y lo que hemos preparado para nosotros mismos.
3. ¿Sorprende que el profeta orara: «Sáname, oh Jehová, y seré sano; sálvame, y seré
salvo»? De pronto había comprendido el fraude que era su vida y lo insatisfactoria
que resultaba, y oró para ser liberado de una vez por todas. Cuando ya no se
contentaba con engañar y satisfacer a los demás, este hombre se enfrentó a sí mismo
y a Dios. Se vio a sí mismo en un espejo y quedó horrorizado. No había nada sólido en
su vida, nada duradero, nada de lo que pudiera depender. Había cosas en su
naturaleza que odiaba y que no podía entender. Se sorprendía hasta de sí mismo, le
alarmaba su propia vileza; se preguntaba por qué anhelaba ciertos pecados que creía
haber dejado hacía años. El mundo tenía un elevado concepto de él, era respetado
universalmente. Pero eso no le ayudaba en absoluto, porque conocía cosas en su
interior que, de saberlas el mundo, habría perdido de inmediato su respeto y
admiración. Más aún, sabía que Dios las conocía. Había hecho todo lo posible para
limpiarse de estas cosas, había leído buenos libros, había asistido a conferencias y
manifestaciones sobre moralidad, había hablado con gente buena, había hecho
amistad con personas piadosas y agradables, ciertamente se había rodeado de todas
las cosas y personas buenas de que tenía conocimiento. Aun así, no era mejor. Quizá
pecaba menos, pero su mente seguía siendo la misma. Con un gran esfuerzo de su
voluntad había sido capaz de dominar la frecuencia de sus errores; el miedo a ofender
a sus buenos amigos le había ayudado grandemente, pero seguía sintiéndose
P á g i n a 10 | 11
inseguro. «Es únicamente una especie de parche —dijo—, no estoy curado, no soy
íntegro, no estoy a salvo, no puedo confiar en mí mismo. Estoy cansado de aparentar,
estoy cansado de fingir, estoy cansado de una vida moral externa, cansado de curarme
a mí mismo y de que otras personas me curen, cansado de jugar al escondite contigo,
oh Dios, cuando sé que no funciona y que lo ves todo con claridad». «Sáname, oh
Jehová, y seré sano; sálvame, y seré salvo».
¡Ojalá podamos vernos como este hombre se vio a sí mismo! ¡Ojalá podamos ver la
insensatez de pensar que somos listos y astutos porque no se nos descubre! ¡Ojalá
podamos ver el engaño y el fraude que hay en nuestras almas y, por encima de todo,
que nuestra situación es tan desesperada, nuestra situación tan terrible, que no hay
instrumento humano que pueda salvarnos y librarnos de nuestra naturaleza más vil!
Porque solo las personas que han comprendido todo eso pronuncian esta oración y,
tras haber orado, son sanadas y salvadas para toda la eternidad a través de la gracia
de Dios en Jesucristo nuestro Señor. Que seamos hallados entre ellos. Por amor de su
nombre.
P á g i n a 11 | 11