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Del animal al arte

Antipoética de las desilusiones

Por Rael Salvador

“Escribir después de Auschwitz tiene como vergüenza la hoja en blanco”.


Günter Grass.

Ensenada, B.C.

Inherente a la condición humana, el arte morirá con el último de sus críticos,


probablemente en el salón de clases, en la hecatombe del espíritu académico.
Ya inexistente, la poesía sería sólo un lujo de Dios, en el caso extraordinario de
existir una mente pensante, que conceptualice denominaciones y reparta
categorías. Que realice un sólido balance sobre lo etéreo y lo materialice con la
espuma invisible y cristalina de las metáforas.
Si el cadáver del arte se esfumase, no resucitaría en poesía. Aquí los apóstoles
son anteriores y sus intereses distintos: meten ahora sondas por todos los
agujeros de la belleza y habilitan el pulmón eléctrico de lo horrible, mientras
ello garantice la economía formal del arte en los mercados.
Las grandes tradiciones no se traicionan, sólo modifican el sentido de
religiosidad para asegurar la sobrevivencia del arte en arengas de su
especulación.
En el mejor de los casos, como desnuda víctima del arte, al sujeto poetizado se
le encamina por los pasillos de la civilidad, intentando su humanización o su
alienación.
Se le vierten los saberes y se le habilitan los oficios, se le determinan las reglas
y se le incrustan los valores, se le insuflan los ideales y se le anima de mil formas
para hacer “algo” con ellos --algo políticamente correcto o espiritualmente
adecuado, quizá el bien, quizá el mal, si el asunto es moral-- y, de ser posible,
disfrutarlo.
Como el verdugo o el esteta.
Frase lapidaría la de Theodor W. Adorno: “Prohibido hacer poesía después
Auschwitz”.
Dios prohibiendo danzar a las mareas, Gardel prohibiendo cantar a los
pájaros…
Hitler instando a no hacer otro humo que no sea el de los judios… Afinando el
destello de un concepto (Mein Kampf) y multiplicándolo a través de pedagogos
y otros simios siniestros.
La “educación”, transmisora de enfermedades artísticas, en sí misma, no es algo
positivo, principalmente porque puede ser puesta al servicio de lo negativo.
La “educación”, celofán virtuoso que encubre el quehacer artístico, como
asunto moral, al estar a favor del bien y a entera disposición del mal, se
convierte en un instrumento de doble filo, en un arma a la mano del peor pastor
o del mejor postor.
Alegarán muchos, no sin cierto grado de verosimilitud, que dicha apología dual
es un absurdo.
Les recibo el comentario... A cambio les ofrezco esta reivindicación --y aquí
seré más alemán que Hitler: el mal puede estar detrás de la más noble y
caritativa empresa que manipule el poético rostro de la bondad.
Y el “arte de la educación” es una de ellas.
Si el arte no existiera, la poesía, en sí misma, no es algo de lo que debamos estar
orgullosos, principalmente porque puede ser puesta al servicio nacional de la
degradación.
La poesía, como asunto moral, al estar a favor del bien y a entera disposición
del mal, se convierte en un instrumento de Estado, en un arma doctrinaria en
manos de las “Ideologías” y las “Reformas”, las “Revoluciones” y los
“Mercados”.
Muerto el arte, hay que deshacernos de sus gusanos.
Muerto el arte, la crisálida de su mortaja ofrece poéticas religiones con alas de
engaño. Seamos peor que los gordos perros de Lutero.
Muerto el arte, hay que pedir a los poetas --en su oficio de enterradores o
fontaneros sublimes-- que se deshagan del cadáver, para bien de la humanidad
y su logrado concilio apocalíptico.
Muerto el arte, los poetas también pueden ser Antipoetas.

raelart@hotmail.com

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