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envejecimiento humano
El estudio en modelos animales ha ayudado a comprender algunos mecanismos
del envejecimiento y a crear fármacos que aún están por probar en humanos
DANIEL MEDIAVILLA
Aunque intuitivamente se conocen bien los efectos de la vejez, falta mucho para comprender bien en qué consiste su biología
CHASTAGNER THIERRY
Hace ochenta años, en 1939, un equipo de la Universidad Cornell (EE UU) liderado por Clive
McCay consiguió prolongar la vida de ratas reduciendo las calorías de su dieta. Además, observó
que aquellos animales también sufrían menos enfermedades relacionadas con el envejecimiento.
Estos hallazgos, que se han ido replicando en distintas especies de animales durante las décadas
posteriores, son el primer indicio de que el proceso de envejecimiento no es algo inmutable. Las
ratas de Cornell llegaron a vivir un 33% más gracias a una alimentación restringida que mantenía
los nutrientes necesarios y sirvieron de ejemplo para los científicos que después trataron de
averiguar si prolongar nuestra vida es un sueño descabellado.
Años más tarde, estudios con gusanos Caenorhabditis elegans mostraron que la modificación de
un solo gen, el age-1, podía incrementar la duración de la vida de los mutantes entre un 40 y un
60%, y el trabajo con moscas o roedores ha ayudado a identificar moléculas o manipulaciones
genéticas que pueden hacer variar la longevidad de estos animales. Pero trasladar esos progresos
a nuestra especie es otra historia.
a nuestra especie es otra historia.
En el trabajo, firmado por Eric Verdin y otros líderes del Instituto Buck para la Investigación del
Envejecimiento en Novato, California, se recuerdan los esfuerzos para comprender qué es el
envejecimiento y por qué afecta tanto a nuestra salud. Pese a los avances, el misterio de lo que
nos sucede con el paso de los años continúa presente en las dificultades para identificar el
envejecimiento como la causa de las enfermedades que se agravan con la edad. “El uso de la
palabra ‘causa’ sigue siendo controvertido porque, aunque el envejecimiento es el mayor factor
de riesgo de una multitud de enfermedades relacionadas con la edad, la causalidad no se ha
probado”, escriben los científicos del Buck.
Según cuenta Verdin, en los primeros años de estudios sobre el envejecimiento, los
investigadores hicieron dos descubrimientos que pueden ser útiles para combatirlo. Por un lado,
el número de genes que pueden manipularse para ampliar la vida de un organismo son muchos
más de los que se pensaban, “algo que sugiere que la plasticidad del proceso de envejecimiento
es mucho mayor de lo esperado”. En segundo lugar, los genes que controlan el envejecimiento
están bien conservados en organismos tan diferentes como las levaduras, los gusanos, las
moscas de la fruta y los humanos. Esto hace que, en principio, las estrategias que se utilizan en
organismos modelo como C. elegans o Drosophila y que han tenido éxito prolongando sus vidas
puedan tenerlo también a largo plazo en humanos.
La metformina es otra de las drogas que despiertan interés desde hace años. Prescrita contra la
diabetes, se ha observado que actúa sobre varios mecanismos relacionados con el
envejecimiento. En pacientes diabéticos, mejora la salud cardiovascular y retrasa la muerte y en
gusanos y ratones ha logrado extensiones vitales del 57 y el 6% respectivamente. Sin embargo,
realizar estudios para ver cómo funciona con humanos sanos no es sencillo. Nir Barzilai, director
del Instituto para la Investigación del Envejecimiento de la Escuela Médica Albert Einstein de
Nueva York, ha diseñado un estudio, el TAME, para tratar el envejecimiento con metformina, pero
aún hay dudas sobre si logrará la financiación adecuada para impulsarlo con posibilidades de
éxito.
Los autores de la revisión de Nature recuerdan en cualquier caso que los análisis de tratamientos
contra el envejecimiento deberían medir sus efectos sobre factores relacionados con el paso de la
edad y no solo sobre dolencias concretas. La fragilidad, la demencia o la combinación de
enfermedades de la vejez podrían ser una medida que añadir a otros rasgos como la fuerza de
agarre, la velocidad a la que se camina o la resistencia a infecciones. En este sentido, aún quedan
por desarrollar biomarcadores, como algunas marcas epigenéticas, que sirvan para medir el
envejecimiento y los tratamientos para detenerlo, de un modo objetivo. Además, los científicos
saben que, aunque se desarrollase un tratamiento con cierta eficacia para un grupo de personas,
podría ser inútil o incluso nocivo para otro.