Sunteți pe pagina 1din 3

u u

C uando Antonia Rovira murió, su marido sem ;-


cerrados Jos ojos, de pié ante el Jecho mortuorio mmóvil, ta expresión de un o b cecad o im perturba-
suspiro profundam ente. Luego dijo: «bueno» en un . ' “OT paso a paso, retrocediendo ante
tono de resuelta despedida v se dispuso para pre­ la fiesta, se escabulló. En un gesto audaz, violen-
p arar e! entierro. H jo, llevando a su com pañera casi en el aire, c o m o
Julio S andes, nunca había am ado a su mujer. hacia el coche que j e s esperaba. Y la m uchachito
El matrimonio sólo fuá el producto del deseo no blanca se estrem eció de miedo.
satisfecho por p arte de él y Ja necesidad de to m ar ; noc.h í '.S a ld e s tuvo por p rim era vez una
estado p o r parte de ella. El noviazgo convirtióse im presión s e n a d e la vida. E ran las c u atro de la
£ 2 L S d0s en una fiaiefia de dolor, obscura, m añana, Antonia dormía, él fum aba, fum aba d e
intrincada, que no term inaba nunca, en una Jucha p n s t cigarro tras cigarro, acom etido p or una ner­
constante, un asalto y una resistencia trabados viosidad angustiosa. E stab a febril. Llegó a pre­
en porfía encarnizada, brutal, acom pañada de ju­ gun tarse en voz alta: «pero, ¿qué h i c e ? . . , ? Su
ram entos, ruegos, quejidos y llantos. Porque San­ espíritu saltab a dentro de él com o una fiera co g i­
ie s . en sus instantes de locura, exasperado por da en una tram pa. Q uena pensar. No podía. De
aquella pasividad victoriosa Ilegaoa hasta el cas­ vez en cuando m iraba a su m ujer, curiosam ente.
tigo, pegando con sus m an aras sobre el cueroeci- Sabl.a q u iín e ra - P arecíale no
lío de su novia, contraído, recogido en si mismo haberla v isto nunca. La posesión había fundido
cerrado como un molusco. V ella sollozaba enton­ rostro de A* r íiestf ' E m f * ió a d escubrir en el
ces, sin gritos, quejándose en silencio, soportando rostro de A ntonia alg u n o s ra sg o s poco atrav en -
sin una p rotesta Jos golpes y los insultos, humil­ ? h o ra ' mientras, dorm ía, lib rad as
de \ r e a guada como un culpable. Sólo se le uia a su iniciativa, afeaban el ro stro de la m uchachi-
repetir, con la voz seca y cortada: «cuando te ca ­ i f , V , 0CS !'ra n ,c. el labio inferior algo corrido
ses, cuando te cases», Éra un estribillo candente un fanta '|Zquien,a- hallaba aco stad a cruzando
q e el no podía sufrir sin volverse con m avor tanto la cam a de modo que a él le q u ed ab a
ím petu hasta caer vencido por el desaliento y el p o to sitio. La movió con alguna brusquedad.
asom bro, dominado por la terquedad de la mti-
a .- í S ' i ’ ; a rr‘.m a,e- — A ntonia desp ertó atu rd i­
Lhachiía. Porque Sandes. no estao s acostum brado da, C lavó los ojos en Sandes. observó en red o r
,a Pf\m er v n que una m ujer se le negaba, Luego reaccionando con dificultad, sonrió. —
rí Í,co! tlna den tad “ ra formidable, es­ A rrím ate — repitió. T u rb ad a, entre la so rp resa v
pléndido. festínese©, cargado de imrrulsos, cercado el miedo, obedeció, *
eg0 ,<J í![ílcl3l. incapaz de sustraerse a] — ¿No d u erm es? — se anim ó a preguntar.
capricho o a la extravagancia, en su abrazo de — Si ¿no v e s? estoy durm iendo — co n testó
gigantón morían los escrúpulos y las vacilaciones. en un tono de am arg a burla. Y añadió- __ T ú
Pero Antonia Rovira le trastornaba. El gesto de sabias que yo caería, ¿ e h ? , . .
su negación le era incom prensible. /P o r q u é ? . . . * r~ Sandes, no pudiendo dom inar su
¿V ué q u en a entonces? ¿Q ué era decente?.. iP u fL . expansión nerviosa, se reía. Antonia, sin sab er por
se reta de la decencia. E staba seguro de que la c -T — p reg u n tó sonriente, —
decencia nada tenia que ver con el am or; que ¿ q u e ? . . . — E sta inesperada actitu d provocó en él
íi d e c e n a a era la decencia y el am or era el am or un acceso doloroso de risa.
Q ue tú, — continuó sin p o d er detenerse, __
o ? recursos,
ms r « í ™ enloquecido
" L Una
por taRÍe’ & stados
un deseo todos
infernal, te ¡me has c a z a d o ! ,,.
dijo a su novia, sofocado por la lucha: <— Está — ¿Qué?_ — p re g u n tó sonriendo aún,
bien. A próntate. Dentro de un m es nos casare- — Q ue si y o sé que todo es esto, n o . , . no me
ENa. p«d0 contener la alegría y se puso caso._. no m e c a s o . . . — term inó con una
de pié. esbozando un beso, pero Sandes !a recha­ carcajada.
c é ™ iCT nmeS 1 arroÍándo!a co n tra un diván. Se A ntonia dejó de sonreir. Se se p a ró h asta el b or­
fue m ascullando un insulto. de de la cam a, se cubrió el cueHo con las m anos
y miró atónita. El rostro de S an d es. ten tad o te ­
car aUrt e d0/c f onmumcó a s.u padre
mucho su « so lu ció
se noue
de ma algunos reflejos p artid o s d onde ardía el
casarse, este, que conocía a Julio
dó b o q u iab ierto . J q impulso.
— /.C ó m o ,,, te casas t ú ? . . . Al m es y m edio de m atrim onio habló de divor­
—V si, me caso.,, cio. Ella no quiso. Llegó a ofrecerle dinero. Inú­
“ Í R p h i '; ^ « P “ ca*e- ¿C óm o? ¿Con quién? til. A las larg as ^conversaciones incitándola a la

«,sSfi,r™s,íT',‘cha-Se"a™
— ¿ Pef° y 'ó la quieres?
separación, ella anadio un no inconm ovible, siem ­
pre igual, seco, com o la repetición de un movi­
miento m ecanizado. E ntonces, pegó, hum illándola
Y si, Ja quiero, — Hubo una pausa El o adre hasta la infam ia, obligándola a ser testigo de e s­
parecía medir algo en el tiempo. D espués dijo ra- cenas bochornosas. Su tendencia al libertinaje se
flexivo, sentencioso, mirando hacia el suelo acentuó en su afán de pro d u cir en su m ujer una
reacción que le diese la libertad. Hizo todo lo que
No” « " t í ^ " M S 2i , í . q“e" ' * "*d"' “ hi¡» pudo, tra ta n d o d6 a p la sta r con so poder bruta?,
^ ~ No. - ■ T ?ritó rabioso. — La quiero v me con su cinism o, con su indiferencia p o r el dolor
caso. Ademas» esto del casam iento no tiene la ajeno,
im portancia que Vd, le da. T otal ¿ q u é ? . . . — S an- lin a tard e Antonia estab a e n la azo te a cuando
le pareció q u e la llam aban. Se acercó ai pretil v
F™ Cl ^ mi,ent0 a Ia cccemdnia nupcial. miró en el patio.
Era el ulhm o obstáculo a vencer, realizable en un
día. Una fiesta, un juez que habla en nom bre de — ¿M e lla m a b a s ? ,.,
la ley, un sacerdote que dice cosas que nadie en- — Ñ o . . . — contestó Julio levantando la cabeza.
*'en.de| ‘m as h.oraa de. baiIe y luego A ntonia no Y al v er a A ntonia allá arrib a, sen tad a so b re el
se fe negarla Lo demas no le interesaba. No q u e­ pretil, tuvo un estrem ecim iento. Una sonrisa lá n ­
n a pensar. Ante alguna duda se levantaba de g uida se b osquejó en su boca y los labios se des­
hom bros, sabiendo que no nevaría la peor parte. plegaron lentam ente. Luego cerró los ojos y su
Y lo hizo como Jo habla prometido. Cumplido respiración se detuvo. Vió caer a A ntonia desde
el m es se casaron. Ante su mirada indiferente pa­ lo m ás alto y deshacerse c o n tra el em baldosado
saron los invitados, habló el juez, habló el cura produciendo un raido de trap o .
danzaron las parejas. Su rostro era un m ascarón — Creí que me lla m a b a s .. . — dijo ella después
de una pausa y disponiéndose a b ajar. Sandes vol-

6
eso a levantar la cabeza y pensó: t¡s¡ te cayeras!»
reí elación. Fue del modo mas tonto, al rodar de
Luego preguntó en voz alta: — Ove; ¿ dónde vas?
— Voy a bajar» la ch arla La noticia .se irguió, espectral, am ena­
— No, mira. ¿H ace fresco allí? zante, con un resplandor de burla, batiendo el
tam bor de la risa. La mujer sorprendida paró de
-M u y poco. — Un pensam iento espantoso, des­ contar. Vio el rostro contraído de Sandes- se
carnado, viborea en el espíritu de Sandes. Antonia asustó.
vuelve a sentarse en el pretil. Sonríe hacia abajo,
—¿Q ué Senes? ¿T e has enfermado mi hijito?
inocente, ciega, ajena al abism o criminal que for­ — No, no; siga. ¿Cómo era?
man el patio y su marido. —¿Lo q u é ? .,.
Sandes se tortura. Quiere interesarla, im pedir que —Lo de esa muchacha
se m ueva de su asiento donde basta un latido —i A h í . . . después de todo se tasó en Mon­
intenso de! corazón para arrojarla p or el vacio. tevideo.
Su voz adquiere una dulzura que Antonia no le “ ¿ y ? - - - — La mujer, siempre sorprendida,
había oído nunca. Está desconocido. Cuando ella torcio el curso de su pensamiento para satisfacer
responde empica la palabra: querido La alegría la curiosidad que su cliente manifestaba por una
la rodea como un abrazo. Le sorprende que el muchacha nombrada al azar. Refirió lo que sa­
am o r sea tan bello. Es la primera vez que lo ve bia. Se trataba de una veleidosa, histérica tíena
de cerca. de caprichos que después de haber gustado los
— Querido mío: ¡si vieras cómo te quiero, cuán­ placeres, consiguió, siguiendo sus consejos, hacer­
to te quiero! Nunca te he visto así. — Sandes se la seria y casarse al fin. —E ra un buen palmito
insiste. Parece haber perdido la conciencia de su terminó diciendo. — Peto no te apures, mi hi-
acción. No es más él. De un extrem o a otro su litn. porque la pobre ya no existe. Tuvo una mala
personalidad se pierde difundida en una corriente m uerte: se cayó desde una azotea, ,
sobrehum ana, Y atrae, desde abajo, con su voz, Sandes repetía entre dientes:
con su gesto, abriendo el espacio por donde ha — ¡No puede sur, no puede s e r ! . . . — Pero to­
de p asar la ruta fulmínea del vértigo. do cuanto había oído identificaba a su ex-compa-
A ntonia siente un ligero temblor. La vista se le ñera, la muchachita silenciosa ante cu y a resisten­
obscurece. La imagen de su marido se agranda, cia cayó vencido. Los detalles acusadores apare­
llena el patio, sube, sube! Le basta una breve in­ cían ahora ante lo que casualmente acababa de
clinación para apoyarse sobre su pecho. E s el descubrir. Aspecto y gestos que hasta entonces le
am or. Oye como entre sueños, la voz de Sandes: habían parecido virtud, saltaban de pronto al ex­
— ¡Antonia, A ntonia!, , . — Sonríe, alucinada y trem o del vicio en una pirueta grotesca. La certi­
cierra los párpados. Alcanza a ponerse de pié. Su dumbre era absoluta. Inútil indagar más. Sin em­
cuerpo vacila, totalm ente, de oblicua a oblicua, bargo, su voz continuaba diciendo: — ¡No puede
como un mástil en la torm enta. De pronto parece ser, no puede sé r!. . .
O rientarse Un segundo de inmovilidad y avanza
Fué a su casa. En el reloj de la Catedral sona­
h acia el vacío. Un paso m ás y cae. E í impulso
ban las dos de la mañana. Se echó en la cama
d eja la trayectoria grabada en el aire. Sandes, creyendo que el sueño vendría en su acuda. Impo­
aterrorizado, retrocede h a sta la pared y explota en
sible. Los garfios de la inquietud lo torturaban.
un grito 1.a gente de la vecindad corre. Daba vueltas, retorciéndose en el lecho, A medida
— ¡Se ha caído, se ha c a íd o ! ... que pasaba el tiempo su dolor se completaba. La
Afuere dos días después. Al reg resar del cemen­ corriente de los minutos traía nuevos elementos,
terio, Sandes, por primera vez se pregunta si lo personajes que llegaban de la sombra e interve­
que ocurrió es obra su y a u obra de la casualidad. nían en una conversación ardiente, desordenada,
Prefiere lo casual. Y como siem pre, ante la in­ emitiendo juicios y censurando la actitud de
minencia de la responsabilidad, se niega a pensar. Antonia.
Y su vida vuelve á la tranquilidad com o una roca Sandes prendió la luz y se incorporó apoyándose
d esp u és de la borrasca. La ¡den de que es libre sobre la cabecera. Le faltaba el aire. Saltó de la
estrangula la conciencia. Y aquella noche, luego cama y abrió una de las ventanas. AI volver, sus
de despedidas las visitas, da puerta franca a la ojos se fijaron en un retrato de Antonia, que col­
servidum bre. La soledad le crea un pretexto. Se gaba de la pared. En un ímpetu, bramando como
arro p a en un sobretodo y sale a la calle, parando una fiera, lo arrojó contra el piso. Luego, no sa­
al prim er taxi que encuentra. U nos m inutos de tisfecho, tomó la imagen, escupió en eila, dijo
m archa. Deja el coche y sigue a pié. Es algo tar­ un insulto de carretero y apretujó el papel entre
de. Cuando golpea en una casa le responden des­ sus dedos que crepitó al contraerse cual si una
pués de una espera im paciente. Una voz de mujer llama lo envolviera.
preg u n ta con inquietud: T res o cuatro veces intentó dormir. Después
— ¿Quién es? se vistió como para salir a la calle y se puso a
— Soy yo, julio, p asear por la habitación. De pronto se detenía,
— ¿ Q u ié n ? .. . cruzábase de brazos, permanecía un instante en
— ¡H o m b re !... yo, Sandes. ¿E stá s d o rm id a ? ,.. una inmovilidad de piedra y tornaba a seguir, so­
La voz fem enina se sorprende. brecogido en su quietud, ajeno a ios cambios del
— ¡A h L » . en seguida abro. Voy a echarm e un movimiento. Parecía un cuerpo que la corriente
abrigo. trae, abandona un momento y vuelve a llevar.
— No me esperabas, ¿verdad? — Ella se con­ En la mente de Sandes, Antonia revivió con una
funde. energía de fuego. Obstinábase en no pensar en
— S i, . , n o . . , ella y sin em bargo, la historia de aquella juventud
— No podía estar, solo allí, ¿ sab es? Cuando fuí que hasta hace poco desconocía, se dram atizaba
a acostarm e sentí miedo. Me pareció no sé q u e . . . a toda luz, sueediéndose en escenas culminantes,
y pensé en tí. Y a ves. Me siento m ás tranquilo de pasión y de vicio. Su tendencia al libertinaje,
s tu fado. la memoria de su s propios actos se encarnaban
Y pasaron dos años. Sandes volvió a ser el mo­ en ella. Y Sandes insultaba después de cada visión
zo bizarro de su soltería, el varón audaz ante el como si A ntonia pudiese oírle. P or antítesis la re­
cual se estrem ecía la hem bra. Su espíritu de orgia cordaba en su noviazgo, lo que concluía p or en­
y de disipación cautivaba a la am ante, al com pa­ furecerlo. Toda imprecación le p ared a suave, in­
ñero de la noche. Y si a veces, ante la carcajada completa. Pensaba en su resistencia a la posesión,
m ás franca, ante el beso m ás lujurioso, ante la en su aspecto de flor inmaculada, en el engaño
copa m ejor servida, saltab a en su m em oria la sarcástico de que habia sido objeto. Y deduciendo
im agen de la m uerta, respondía al mudo reproche quería indagar en su época matrimonial. Hasta
de su recuerdo: ayer, Antonia le había parecido una esposa fiel,
— Fué la casualidad, fué la casualidad. demasiado enam orada, fastidiosa con su carga de
Pero una tarde, conversando oon una celestina, caricias y juram entos de amor. Ahora, receloso,
vieja de embrollos y de historia largos, tuvo una sospechaba. Quería saber, quería saber y fusti-

7
fabortoa aen sula memoria
vida de
como a un coree! cansado,
A ntonia le parecía mentira.
ta, jugando su s p árpados en un aleteo nervioso.
Un elem ento m ás am argo, una espina m ás p u n ­
H asta su misma muerte, anorm al, m isteriosa, le zante acab ab a de herirle. R epetía, siguiendo el
produjo una sensación nueva, turbadora. La idea eco de su pensam iento que persistía com o p ersiste
de que la casualidad había provocado su caída, en la lejanía el m ovim iento convulso del tru en o :
desapareció por primera vez en su juicio. Una ale­ — ¡T ú sabias, tú s a b i a s ! ... — L abadie no se
gría repentina !e saltó al cueüo. había movido. S entado sobre el lecho, algo inti­
Se puso e¡ som brero y salió. Eran las siete. midado, la m irada clavada en S andes, tam bién
Una m añana serenísima de mayo, de albor ro tá ­ repetía, pausado, rítm ico como un latido:
ceo, riente, sonora, em penachada. — ¡E stás loco, está s lo c o ! ... — Súbitam ente,
San des tom ó el tranvía: un 52. Pagó el boleto Sandes se volvió hacia él, av an zan d o p aso a pa­
sin ver, sin hablar y perm aneció en la plataform a, so. T enia en eJ ro stro una expresión c ru zad a, te ­
apoyándose contra el ángulo de ios barrotes, mi­ rrible. A la ang ustia una burla repugnante. S obre
rando obstinadam ente hacía el pavimento, Y tras la llaga ab ierta ei m oscardón azul.
el espacio que el coche iba m ostrando, las vías,
bruñidas, despidiendo destellos blancos, corrían, — Oye, -—decia, — oye. A ntonia no m urió, así,
en un movimiento huyente, ciñendo el paralelo, como cree la gente. No fué la casualidad. Yo la
ansiosas, atraídas por el punto de ta lejanía. m a té ....
Bajó en la calle G abofo y siguió a pió hasta — ¡ E h ! ...
Cerro Largo. P o r allí vivia Francisco Labadie. La — No fué la casualidad. Fui yo j fui y o . — Iba
m ujer de servicio se sorprendió. Fué a anunciarlo. a relatar aquel acontecim iento que ¿I mism o no
Luego le hizo pasar al dorm itorio de Francisco. podia com prender: su deseo vehem ente de que
A ntonia m uriera, ia influencia decisiva d e su pen­
— [Tú aquí! ¿Q ué íe pasa? ¿V ienes de parran­ sam iento, la caída alucinante hacia ei abism o, su
da? , . - A ver: abre ese postigo. propio asom bro. P ero se detuvo un instante. Adi­
ju lio abrió el postigo, tiró el som brero sobre un vinó que su am igo no le creería, que le juzgaría
diván y se mantuvo mirando a su com pañero sin bajo una racha de locura, em pecinado en dem os­
poder hablar, tra r lo imposible. La v erd ad le pareció débil, im ­
— ¡ E h ! . . . parece que estás enfermo. No has precisa, falsa. E ntonces modificó eJ episodio. Sobre
dorm ido, seguram ente. — Labadie, inquieto, se la tram a real, tejió su tram a, m ás simple, m ás
sen tó en la cama. — ¿Q ué o c u r r e ? ... asequible.
3 ande? se sentó a su lado y se puso a sollozar. — Yo la m até, y o . . - — Se babia vuelto a sen­
Era un lloro sarm entoso, estrangulado como un tar junto a su am igo y le h ablaba de cerca, cara
grito sordo. Refirió e! incidente revelador y de in­ a cara, sofocado, d e sg a rra d a la voz que, a veces,
tim idad en intimidad fué relatando episodios breves silbaba en su garganta..—A quella tard e, cuan d o vi
h asta entonces absurdos, extravagantes, pero que, a A ntonia sen tad a sobre ei pretil de ia azotea,
de pronto, luego de la confesión inesperada de com prendí lo que te n ia que hacer. Subi las es­
la vieja, descubrían su sentido lógico, como ante caleras saltan d o so b re Jos escalones p ara tra ta r
la luz se limitan a su forma rea), los objetos fan­ de llegar a n tes d e que ella in ten tara b ajar. La
taseados por la sombra. Su amigo le escuchaba, detuve. A ntonia, inquieta, cerraba la p u erta de
asistiendo fácilmente, sin sorprenderse, dando la la garita cuando me vio. N o le di tiem po. Q uiso
im presión de que no oía nada nuevo. Tan elo­ g ritar; pero le m etí el puño en la boca. T u v e que
cuente era su actitud que julio le preguntó: h acer mucho p ara desprenderm e de ella. C om o no
— Pero ¿tú sabias? .. - Labadie inclinó la ca­ podia m aniobrar m ás que con una m ano, con los
beza en una afirmación breve. — ¡Tu sabias y dientes le rom pí tos dedos. D espués, aseg u rán ­
nunca me dijiste una palabra, — gritó furioso, — dome con un pié contra el m uro, aproveché un
tú sa b ía s! . . . segundo y la a rro jé p o r ei vacío. Ella dió un grito.
— C uando lo supe ya era farde. P or otra parte, B ajé y cuando estuve a su lado com encé a
ella fue buena contigo. llam ar:
— ¡B u e n a !... — exclamó con los puños cerra­ — ¡Se cayó, se cay ó ! — Vinieron tos v ecinos y
dos; — buena u n a ,.. — y soltó un insulto. creyeron todo. ¡Ja, j a ! . . . la gente es idiota. No
— T en piedad de ella, Julio. Piensa que está íué ía casualidad. Y o la m até, y o . .. La casu alid ad
m uerta. es u n a invención m í a ! . . .
—No, n o . .. E sté donde esté. M uerta o viva, es L abadie estab a lívido. E chado hacia trá s, en ar­
lo que es. Además, ¡cómo la defiendes! Posible­ cad as las cejas, rep etía con lentitud, desfalleciente,
mente, tú tam bién fuiste su am ante, ¿ e h ? .- . profundam ente trasto rn ad o :
— E stás loco, Judio,' estás lo c o ... — Medió un — ¡Tú está s loco, está s loco, está s lo c o ! ...
silencio, Sandes se había alejado hacia ia ventana.
Se hallaba de pié, ios brazos cruzados sobre d
pecho que se debatía jadeante, la mirada inquie­ Jo sé PEDRO SELLAN.

B ü
Husmea en el aire Y en las largas jom adas
un sano olor a hierba. se alimenta
Lleva la cruz del yugo con bocados de sol,
y es de madera como la de Cristo. de viento y berra.

Como una maldición Y apesar de su sed


en su martirio arrastra pacientemente
la falta de su sexo, lame el paleaje
mientras soporta el áspero eon eus ojos muertos.
regocijo chillón de la carreta.

J U L I O J . C A S A L

S-ar putea să vă placă și