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«,sSfi,r™s,íT',‘cha-Se"a™
— ¿ Pef° y 'ó la quieres?
separación, ella anadio un no inconm ovible, siem
pre igual, seco, com o la repetición de un movi
miento m ecanizado. E ntonces, pegó, hum illándola
Y si, Ja quiero, — Hubo una pausa El o adre hasta la infam ia, obligándola a ser testigo de e s
parecía medir algo en el tiempo. D espués dijo ra- cenas bochornosas. Su tendencia al libertinaje se
flexivo, sentencioso, mirando hacia el suelo acentuó en su afán de pro d u cir en su m ujer una
reacción que le diese la libertad. Hizo todo lo que
No” « " t í ^ " M S 2i , í . q“e" ' * "*d"' “ hi¡» pudo, tra ta n d o d6 a p la sta r con so poder bruta?,
^ ~ No. - ■ T ?ritó rabioso. — La quiero v me con su cinism o, con su indiferencia p o r el dolor
caso. Ademas» esto del casam iento no tiene la ajeno,
im portancia que Vd, le da. T otal ¿ q u é ? . . . — S an- lin a tard e Antonia estab a e n la azo te a cuando
le pareció q u e la llam aban. Se acercó ai pretil v
F™ Cl ^ mi,ent0 a Ia cccemdnia nupcial. miró en el patio.
Era el ulhm o obstáculo a vencer, realizable en un
día. Una fiesta, un juez que habla en nom bre de — ¿M e lla m a b a s ? ,.,
la ley, un sacerdote que dice cosas que nadie en- — Ñ o . . . — contestó Julio levantando la cabeza.
*'en.de| ‘m as h.oraa de. baiIe y luego A ntonia no Y al v er a A ntonia allá arrib a, sen tad a so b re el
se fe negarla Lo demas no le interesaba. No q u e pretil, tuvo un estrem ecim iento. Una sonrisa lá n
n a pensar. Ante alguna duda se levantaba de g uida se b osquejó en su boca y los labios se des
hom bros, sabiendo que no nevaría la peor parte. plegaron lentam ente. Luego cerró los ojos y su
Y lo hizo como Jo habla prometido. Cumplido respiración se detuvo. Vió caer a A ntonia desde
el m es se casaron. Ante su mirada indiferente pa lo m ás alto y deshacerse c o n tra el em baldosado
saron los invitados, habló el juez, habló el cura produciendo un raido de trap o .
danzaron las parejas. Su rostro era un m ascarón — Creí que me lla m a b a s .. . — dijo ella después
de una pausa y disponiéndose a b ajar. Sandes vol-
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eso a levantar la cabeza y pensó: t¡s¡ te cayeras!»
reí elación. Fue del modo mas tonto, al rodar de
Luego preguntó en voz alta: — Ove; ¿ dónde vas?
— Voy a bajar» la ch arla La noticia .se irguió, espectral, am ena
— No, mira. ¿H ace fresco allí? zante, con un resplandor de burla, batiendo el
tam bor de la risa. La mujer sorprendida paró de
-M u y poco. — Un pensam iento espantoso, des contar. Vio el rostro contraído de Sandes- se
carnado, viborea en el espíritu de Sandes. Antonia asustó.
vuelve a sentarse en el pretil. Sonríe hacia abajo,
—¿Q ué Senes? ¿T e has enfermado mi hijito?
inocente, ciega, ajena al abism o criminal que for — No, no; siga. ¿Cómo era?
man el patio y su marido. —¿Lo q u é ? .,.
Sandes se tortura. Quiere interesarla, im pedir que —Lo de esa muchacha
se m ueva de su asiento donde basta un latido —i A h í . . . después de todo se tasó en Mon
intenso de! corazón para arrojarla p or el vacio. tevideo.
Su voz adquiere una dulzura que Antonia no le “ ¿ y ? - - - — La mujer, siempre sorprendida,
había oído nunca. Está desconocido. Cuando ella torcio el curso de su pensamiento para satisfacer
responde empica la palabra: querido La alegría la curiosidad que su cliente manifestaba por una
la rodea como un abrazo. Le sorprende que el muchacha nombrada al azar. Refirió lo que sa
am o r sea tan bello. Es la primera vez que lo ve bia. Se trataba de una veleidosa, histérica tíena
de cerca. de caprichos que después de haber gustado los
— Querido mío: ¡si vieras cómo te quiero, cuán placeres, consiguió, siguiendo sus consejos, hacer
to te quiero! Nunca te he visto así. — Sandes se la seria y casarse al fin. —E ra un buen palmito
insiste. Parece haber perdido la conciencia de su terminó diciendo. — Peto no te apures, mi hi-
acción. No es más él. De un extrem o a otro su litn. porque la pobre ya no existe. Tuvo una mala
personalidad se pierde difundida en una corriente m uerte: se cayó desde una azotea, ,
sobrehum ana, Y atrae, desde abajo, con su voz, Sandes repetía entre dientes:
con su gesto, abriendo el espacio por donde ha — ¡No puede sur, no puede s e r ! . . . — Pero to
de p asar la ruta fulmínea del vértigo. do cuanto había oído identificaba a su ex-compa-
A ntonia siente un ligero temblor. La vista se le ñera, la muchachita silenciosa ante cu y a resisten
obscurece. La imagen de su marido se agranda, cia cayó vencido. Los detalles acusadores apare
llena el patio, sube, sube! Le basta una breve in cían ahora ante lo que casualmente acababa de
clinación para apoyarse sobre su pecho. E s el descubrir. Aspecto y gestos que hasta entonces le
am or. Oye como entre sueños, la voz de Sandes: habían parecido virtud, saltaban de pronto al ex
— ¡Antonia, A ntonia!, , . — Sonríe, alucinada y trem o del vicio en una pirueta grotesca. La certi
cierra los párpados. Alcanza a ponerse de pié. Su dumbre era absoluta. Inútil indagar más. Sin em
cuerpo vacila, totalm ente, de oblicua a oblicua, bargo, su voz continuaba diciendo: — ¡No puede
como un mástil en la torm enta. De pronto parece ser, no puede sé r!. . .
O rientarse Un segundo de inmovilidad y avanza
Fué a su casa. En el reloj de la Catedral sona
h acia el vacío. Un paso m ás y cae. E í impulso
ban las dos de la mañana. Se echó en la cama
d eja la trayectoria grabada en el aire. Sandes, creyendo que el sueño vendría en su acuda. Impo
aterrorizado, retrocede h a sta la pared y explota en
sible. Los garfios de la inquietud lo torturaban.
un grito 1.a gente de la vecindad corre. Daba vueltas, retorciéndose en el lecho, A medida
— ¡Se ha caído, se ha c a íd o ! ... que pasaba el tiempo su dolor se completaba. La
Afuere dos días después. Al reg resar del cemen corriente de los minutos traía nuevos elementos,
terio, Sandes, por primera vez se pregunta si lo personajes que llegaban de la sombra e interve
que ocurrió es obra su y a u obra de la casualidad. nían en una conversación ardiente, desordenada,
Prefiere lo casual. Y como siem pre, ante la in emitiendo juicios y censurando la actitud de
minencia de la responsabilidad, se niega a pensar. Antonia.
Y su vida vuelve á la tranquilidad com o una roca Sandes prendió la luz y se incorporó apoyándose
d esp u és de la borrasca. La ¡den de que es libre sobre la cabecera. Le faltaba el aire. Saltó de la
estrangula la conciencia. Y aquella noche, luego cama y abrió una de las ventanas. AI volver, sus
de despedidas las visitas, da puerta franca a la ojos se fijaron en un retrato de Antonia, que col
servidum bre. La soledad le crea un pretexto. Se gaba de la pared. En un ímpetu, bramando como
arro p a en un sobretodo y sale a la calle, parando una fiera, lo arrojó contra el piso. Luego, no sa
al prim er taxi que encuentra. U nos m inutos de tisfecho, tomó la imagen, escupió en eila, dijo
m archa. Deja el coche y sigue a pié. Es algo tar un insulto de carretero y apretujó el papel entre
de. Cuando golpea en una casa le responden des sus dedos que crepitó al contraerse cual si una
pués de una espera im paciente. Una voz de mujer llama lo envolviera.
preg u n ta con inquietud: T res o cuatro veces intentó dormir. Después
— ¿Quién es? se vistió como para salir a la calle y se puso a
— Soy yo, julio, p asear por la habitación. De pronto se detenía,
— ¿ Q u ié n ? .. . cruzábase de brazos, permanecía un instante en
— ¡H o m b re !... yo, Sandes. ¿E stá s d o rm id a ? ,.. una inmovilidad de piedra y tornaba a seguir, so
La voz fem enina se sorprende. brecogido en su quietud, ajeno a ios cambios del
— ¡A h L » . en seguida abro. Voy a echarm e un movimiento. Parecía un cuerpo que la corriente
abrigo. trae, abandona un momento y vuelve a llevar.
— No me esperabas, ¿verdad? — Ella se con En la mente de Sandes, Antonia revivió con una
funde. energía de fuego. Obstinábase en no pensar en
— S i, . , n o . . , ella y sin em bargo, la historia de aquella juventud
— No podía estar, solo allí, ¿ sab es? Cuando fuí que hasta hace poco desconocía, se dram atizaba
a acostarm e sentí miedo. Me pareció no sé q u e . . . a toda luz, sueediéndose en escenas culminantes,
y pensé en tí. Y a ves. Me siento m ás tranquilo de pasión y de vicio. Su tendencia al libertinaje,
s tu fado. la memoria de su s propios actos se encarnaban
Y pasaron dos años. Sandes volvió a ser el mo en ella. Y Sandes insultaba después de cada visión
zo bizarro de su soltería, el varón audaz ante el como si A ntonia pudiese oírle. P or antítesis la re
cual se estrem ecía la hem bra. Su espíritu de orgia cordaba en su noviazgo, lo que concluía p or en
y de disipación cautivaba a la am ante, al com pa furecerlo. Toda imprecación le p ared a suave, in
ñero de la noche. Y si a veces, ante la carcajada completa. Pensaba en su resistencia a la posesión,
m ás franca, ante el beso m ás lujurioso, ante la en su aspecto de flor inmaculada, en el engaño
copa m ejor servida, saltab a en su m em oria la sarcástico de que habia sido objeto. Y deduciendo
im agen de la m uerta, respondía al mudo reproche quería indagar en su época matrimonial. Hasta
de su recuerdo: ayer, Antonia le había parecido una esposa fiel,
— Fué la casualidad, fué la casualidad. demasiado enam orada, fastidiosa con su carga de
Pero una tarde, conversando oon una celestina, caricias y juram entos de amor. Ahora, receloso,
vieja de embrollos y de historia largos, tuvo una sospechaba. Quería saber, quería saber y fusti-
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fabortoa aen sula memoria
vida de
como a un coree! cansado,
A ntonia le parecía mentira.
ta, jugando su s p árpados en un aleteo nervioso.
Un elem ento m ás am argo, una espina m ás p u n
H asta su misma muerte, anorm al, m isteriosa, le zante acab ab a de herirle. R epetía, siguiendo el
produjo una sensación nueva, turbadora. La idea eco de su pensam iento que persistía com o p ersiste
de que la casualidad había provocado su caída, en la lejanía el m ovim iento convulso del tru en o :
desapareció por primera vez en su juicio. Una ale — ¡T ú sabias, tú s a b i a s ! ... — L abadie no se
gría repentina !e saltó al cueüo. había movido. S entado sobre el lecho, algo inti
Se puso e¡ som brero y salió. Eran las siete. midado, la m irada clavada en S andes, tam bién
Una m añana serenísima de mayo, de albor ro tá repetía, pausado, rítm ico como un latido:
ceo, riente, sonora, em penachada. — ¡E stás loco, está s lo c o ! ... — Súbitam ente,
San des tom ó el tranvía: un 52. Pagó el boleto Sandes se volvió hacia él, av an zan d o p aso a pa
sin ver, sin hablar y perm aneció en la plataform a, so. T enia en eJ ro stro una expresión c ru zad a, te
apoyándose contra el ángulo de ios barrotes, mi rrible. A la ang ustia una burla repugnante. S obre
rando obstinadam ente hacía el pavimento, Y tras la llaga ab ierta ei m oscardón azul.
el espacio que el coche iba m ostrando, las vías,
bruñidas, despidiendo destellos blancos, corrían, — Oye, -—decia, — oye. A ntonia no m urió, así,
en un movimiento huyente, ciñendo el paralelo, como cree la gente. No fué la casualidad. Yo la
ansiosas, atraídas por el punto de ta lejanía. m a té ....
Bajó en la calle G abofo y siguió a pió hasta — ¡ E h ! ...
Cerro Largo. P o r allí vivia Francisco Labadie. La — No fué la casualidad. Fui yo j fui y o . — Iba
m ujer de servicio se sorprendió. Fué a anunciarlo. a relatar aquel acontecim iento que ¿I mism o no
Luego le hizo pasar al dorm itorio de Francisco. podia com prender: su deseo vehem ente de que
A ntonia m uriera, ia influencia decisiva d e su pen
— [Tú aquí! ¿Q ué íe pasa? ¿V ienes de parran sam iento, la caída alucinante hacia ei abism o, su
da? , . - A ver: abre ese postigo. propio asom bro. P ero se detuvo un instante. Adi
ju lio abrió el postigo, tiró el som brero sobre un vinó que su am igo no le creería, que le juzgaría
diván y se mantuvo mirando a su com pañero sin bajo una racha de locura, em pecinado en dem os
poder hablar, tra r lo imposible. La v erd ad le pareció débil, im
— ¡ E h ! . . . parece que estás enfermo. No has precisa, falsa. E ntonces modificó eJ episodio. Sobre
dorm ido, seguram ente. — Labadie, inquieto, se la tram a real, tejió su tram a, m ás simple, m ás
sen tó en la cama. — ¿Q ué o c u r r e ? ... asequible.
3 ande? se sentó a su lado y se puso a sollozar. — Yo la m até, y o . . - — Se babia vuelto a sen
Era un lloro sarm entoso, estrangulado como un tar junto a su am igo y le h ablaba de cerca, cara
grito sordo. Refirió e! incidente revelador y de in a cara, sofocado, d e sg a rra d a la voz que, a veces,
tim idad en intimidad fué relatando episodios breves silbaba en su garganta..—A quella tard e, cuan d o vi
h asta entonces absurdos, extravagantes, pero que, a A ntonia sen tad a sobre ei pretil de ia azotea,
de pronto, luego de la confesión inesperada de com prendí lo que te n ia que hacer. Subi las es
la vieja, descubrían su sentido lógico, como ante caleras saltan d o so b re Jos escalones p ara tra ta r
la luz se limitan a su forma rea), los objetos fan de llegar a n tes d e que ella in ten tara b ajar. La
taseados por la sombra. Su amigo le escuchaba, detuve. A ntonia, inquieta, cerraba la p u erta de
asistiendo fácilmente, sin sorprenderse, dando la la garita cuando me vio. N o le di tiem po. Q uiso
im presión de que no oía nada nuevo. Tan elo g ritar; pero le m etí el puño en la boca. T u v e que
cuente era su actitud que julio le preguntó: h acer mucho p ara desprenderm e de ella. C om o no
— Pero ¿tú sabias? .. - Labadie inclinó la ca podia m aniobrar m ás que con una m ano, con los
beza en una afirmación breve. — ¡Tu sabias y dientes le rom pí tos dedos. D espués, aseg u rán
nunca me dijiste una palabra, — gritó furioso, — dome con un pié contra el m uro, aproveché un
tú sa b ía s! . . . segundo y la a rro jé p o r ei vacío. Ella dió un grito.
— C uando lo supe ya era farde. P or otra parte, B ajé y cuando estuve a su lado com encé a
ella fue buena contigo. llam ar:
— ¡B u e n a !... — exclamó con los puños cerra — ¡Se cayó, se cay ó ! — Vinieron tos v ecinos y
dos; — buena u n a ,.. — y soltó un insulto. creyeron todo. ¡Ja, j a ! . . . la gente es idiota. No
— T en piedad de ella, Julio. Piensa que está íué ía casualidad. Y o la m até, y o . .. La casu alid ad
m uerta. es u n a invención m í a ! . . .
—No, n o . .. E sté donde esté. M uerta o viva, es L abadie estab a lívido. E chado hacia trá s, en ar
lo que es. Además, ¡cómo la defiendes! Posible cad as las cejas, rep etía con lentitud, desfalleciente,
mente, tú tam bién fuiste su am ante, ¿ e h ? .- . profundam ente trasto rn ad o :
— E stás loco, Judio,' estás lo c o ... — Medió un — ¡Tú está s loco, está s loco, está s lo c o ! ...
silencio, Sandes se había alejado hacia ia ventana.
Se hallaba de pié, ios brazos cruzados sobre d
pecho que se debatía jadeante, la mirada inquie Jo sé PEDRO SELLAN.
B ü
Husmea en el aire Y en las largas jom adas
un sano olor a hierba. se alimenta
Lleva la cruz del yugo con bocados de sol,
y es de madera como la de Cristo. de viento y berra.
J U L I O J . C A S A L