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¡Egan, Egan, Egan!

Egan coronó la más grande gesta del deporte colombiano en todos los tiempos. Ni siquiera las
medallas de oro en Juegos Olímpicos ganadas por nuestros deportistas se acercan a lo que es un
título de un Tour de Francia.Tampoco el 5-0 ante Argentina y las hazañas de Pambelé en el boxeo.
El relevo generacional: Nairo Quintana le “entregará” a Egan la “distinción” del mejor de la historia
del deporte colombiano.

Ahora, ya más tranquilo, tengo una duda: ¿es Egan mejor persona o ciclista? Creo que persona.

¡Qué tipazo! Apenas se puso la amarilla, la televisión internacional lo entrevistó. Antes de


dedicarle sus éxitos al país (“toda Colombia lo merece”), a su equipo y a su familia, dijo que “la
verdad no se describir lo que siento.

Son muchas emociones. Solo sé que tengo ganas de llorar”.

Y se puso a llorar como lo que es: un niño. “Quiero llegar vestido de amarillo a París”, enfatizó.

Egan apenas tiene 22 años. La última vez que un ciclista ganó el Tour con 22 fue en 1983, cuando
venció el francés Laurent Fignon. Antes, en 1965, lo había hecho, también con 22, el italiano Felice
Gimondi.

Para Colombia fueron 36 años de espera.

En 1983, diez indiecitos colombianos (lo digo así, con cariño, porque así nos veían en Europa)
llegaron para participar en el Tour. En general siempre nos ha ido bien en la carrera por etapas
más importante del mundo.

Lucho Herrera, Fabio Parra y Santiago Botero fueron fantásticos. Herrera le enseñó al mundo
cómo es que se sube cuando se va montado en una bicicleta.

Su paso por las carreteras francesas fue una sensación. Todo el mundo lo aclamaba. Pero, a decir
verdad, en esa época el título del Tour nunca estuvo cerca de nosotros, pese a que contamos con
la excelente reputación de producir ciclistas como si siempre estuviésemos en cosecha.

Hubo años en que Colombia prácticamente desapareció del Tour. Pero en 2013 apareció Nairo,
quien siendo debutante fue subcampeón de la carrera. En 2015 volvió a ser segundo y en 2016
tercero. Hace dos años Rigo Urán también fue segundo.

Egan sí es un verdadero ejemplo para la juventud. Desde ya es, de lejos, el personaje del año en
Colombia. Su gloria durará muchos años. En el actual escenario del ciclismo mundial, nadie
amenaza al colombiano. Es decir, estamos ante un pedalista que le dará muchos victorias al país.

Que sea esta la oportunidad para hacer evidente ante el gobierno nacional la importancia que
debe tener en la agenda del país el apoyo a todos nuestros deportistas que con orgullo portan la
tricolor.
Ver a Egan vencedor en Val Thorens en los Campos Elíseos nos debe llenar de orgullo. Ya nos
merecíamos una buena noticia. Aquí se ha sufrido mucho. Ah, y una cosa más: gracias Zipaquirá
por regalarnos a esa maravilla llamada Egan Bernal.

COLUMNAS DE OPINIÓN Actualizado hace 10 horas

Dolor y gloria

El dolor no tiene edad, pero a la edad le atrae el dolor. Así que con los años aparecen malestares
que en la juventud no se sienten con tanta intensidad. Dolores físicos y emocionales. La
aceptación y conciencia del dolor. Desde el insomnio hasta la estenosis espinal lumbar. Explorar en
el dolor las frustraciones y los aciertos de la vida son pincelazos de la más reciente película de
Pedro Almodóvar: Dolor y gloria.

Salvador Mallo es un director de cine que padece de impotencia creativa, estimulada por la
incapacidad física. Los profundos pesares lo llevan a alejarse de su exitosa carrera. Las extensas
jornadas de rodaje exigen un buen rendimiento mental y físico. Mallo, no está en óptimas
condiciones para aguantar semejante carga. Entonces, abandona el oficio. Se encierra en su lujoso
apartamento, escondido del presente, aferrado a la soledad y —en medio de ella— descubre la
complejidad del dolor. La tristeza lo consume. La ausencia del set y la imposibilidad de hacer cine
son más dolorosas que la incomodidad lumbar. Siente un cordojo latente.

El insomnio y la asfixia lo persiguen, mientras escribe sobre recuerdos de la infancia, el primer


deseo, la mirada de extrañeza de su madre y de los demás ante su peculiar manera de ser; la
juventud, el cine, el amor y desamor; los momentos de gloria. La decadencia llega a los sesenta
años, cuando empieza a fumar heroína para olvidar el dolor físico que resulta inaguantable. El
dolor emocional es inevitable y no existen analgésicos reales para él. La única forma de calmarlo
es haciendo cine, pero ya no puede. Así que ese es su mayor calvario.

Almodóvar retrata una parte de sí mismo en este film. Aunque no es autoficción, la pieza
audiovisual cuenta parte de su historia. También juega con la exageración de los recuerdos y la
posibilidad de imaginar eso que nunca ocurrió. Mallo es Almodóvar y no lo es. En el festival de
Cannes relató que perdió a un gran amor. Esa pérdida le dolió como si le cortaran un brazo. No
tuvo la oportunidad de volver a conversar y dejar atrás. En cambio, a Mallo le dio esa opción. Un
beso apasionado que le dijo adiós al pasado, que transformó la memoria de un amor doloroso en
la nostalgia del ayer.

“Soy muy pudoroso en la vida real, pero mi pudor desaparece cuando escribo y dirijo, en esos
momentos estoy desnudo y me siento totalmente libre. Por supuesto, la película habla del cine y
de la importancia del cine en mi vida. Podría decir que el cine es mi vida o que mi vida es el cine.
La auténtica droga de la película es el cine, no la heroína, la verdadera dependencia de Salvador es
la de seguir haciendo películas, el cine le ha vampirizado por completo”, afirma Almodóvar. Y lo
refleja a la perfección en la película. Ese juego entre los diferentes dolores. A pesar de los
múltiples lamentos, escribir es el único escape para Mallo. En medio del conticinio recuerda.
Luego, la inhabilidad para rodar sus creaciones. Ahí regresa el dolor más fuerte. El que no calma ni
la heroína ni la morfina. Aquel que necesita la vida… esa vida en el cine. Su única vida. Su razón de
ser. Y sí, el amor por lo que se hace tal vez apacigüe el más profundo de los dolores.

Dolor y gloria está en su última semana. No se la pierdan.

Elogio del
optimismo///////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////
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Hace unos días coincidí con el rector de la universidad Externado de Colombia, el abogado caleño
Juan Carlos Henao, en un acto académico y su emotivo discurso me dio alas para soñar. Fue un
bálsamo en medio de la desazón que genera el bandidaje de tanto pillo callejero y de cuello
blanco, de la altanería y los carretazos de los “politocosos” y como si fuera poco, de la falta de
claridad de este Gobierno que no sabe cómo atajar el desempleo que va para arriba. Sólo por
mencionar unas cuántas realidades que nos dejan desinflados.

Pero no a Henao, al que podríamos definir en nuestro Caribe colombiano como un bacán; un
rebelde social, diría él. Personaje bastante curioso y creativo, académico de formación liberal,
amante de la rumba salsera y compañero de vida de la pintora barranquillera Vicky Neumann,
para más señas.

Su visión de lo que hoy vivimos es dura, pero también deja espacio para la esperanza. Se pregunta,
y tiene toda la razón, ¿cómo ser optimista en un país con elevados índices de corrupción, en el que
se matan a los líderes sociales y en el que los criminales se disputan el control de la minería ilegal y
el narcotráfico?

Pónganse a pensar en ello. Levantar cabeza en medio de este panorama no es tan fácil como
soplar y hacer botellas, pero Henao lo tiene claro: “hay que ser optimistas y punto”. No es un tema
amarrado a la religión, él no es creyente. Su fe viene por su vocación de educador y es bastante
lógico que en un profesor no haya cabida para el pesimismo. Y todos, de alguna manera, somos
formadores en nuestras familias, trabajos y como parte activa de esta sociedad; en otras palabras,
somos agentes de cambio individual y social.

Y a ser optimistas y positivos, a creer en el país y en la perfectibilidad humana nos invitó Henao en
su discurso. Realmente es todo un desafío, ¿cierto? y uno podría considerar que es un propósito
irrealizable cuando la lucha pasa por exigir respeto a la vida, seguridad económica, acceso al
trabajo, salud universal, educación de calidad, vivienda digna, retiro seguro, protección
medioambiental, recreación, cultura, deporte...
Coincidimos que hoy nadie puede renunciar a seguir demandando una mejor calidad de vida en
este país que arrastra una de las mayores tasas de desigualdad del mundo y en el que la inequidad
y la pobreza, exacerbadas por tantos años de conflicto, laceran a los más vulnerables; pero esta
defensa no es excluyente del optimismo que nos debe acompañar siempre o ¿es que vamos a tirar
la toalla?

Yo no. Para los optimistas, como diría Henao, la luz no se extingue y el faro de la libertad nunca se
apaga y sería realmente importante que el discurso político, económico, social y el de los
ciudadanos de a pie incorporen el optimismo, tal y como lo han hecho nuestros deportistas que
son unos héroes.

En Colombia ser optimista es un acto de fe, un ejercicio de resiliencia, una lucha constante por
pensar que lo mejor está por venir y convencerse que tarde o temprano, eso tan bueno llegará. Es
tiempo de creer.

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