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Las consecuencias de mentir

 La mentira es un atajo atractivo al que sucumben también los científicos.


 En España, a diferencia de otros países, no existe una normativa clara sobre el
fraude científico, si bien hay mecanismos de control.
 Las consecuencias de las mentiras en el ámbito académico son en general más
graves para quién miente que en otros ámbitos donde abundan y exasperan a la
sociedad, como en la política.
Fernando Valladares / Joaquín Hortal / Luis Santamaría / Jordi Moya / Adrián Escudero /Miguel Angel Rodriguez-Gironés

24/10/2013 - 00:27h
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Ciencia y Politica - Ilustracion de Yoana Novoa
Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa, es, en palabras
de la Real Academia, mentir. Mentir es un atajo atractivo para lograr diversos
objetivos e implica un engaño intencionado y consciente. Mentir está mal visto
en la mayoría de las sociedades contemporáneas, lo cual no impide que sea muy
frecuente. Algunos escándalos recientes asociados a fraudes científicos sonados
han dado pie a quejas, enarboladas muchas veces desde administraciones y
grandes empresas, de que muchos científicos defienden puntos de vista
mediatizados por sus propios intereses. Incluso se argumenta que dichas mentiras
son fáciles debido al exceso de confianza en el trabajo de los
científicos. ¿Podemos fiarnos, por tanto, del conocimiento científico? ¿Y de la
opinión de los científicos presentados, por ellos mismos, las administraciones o
los medios de comunicación, como “expertos”?

Hay quien defiende la confianza en el mundo de la investigación por el hecho de


que predominan las personas “puras”, que trabajan por vocación y son ajenas a
conflictos de intereses. Nosotros, sin embargo, opinamos de manera diferente: la
confianza emana del método científico, que persigue explícitamente el
contraste colectivo, de forma que los sesgos individuales, sean motivados por el
desconocimiento o por intereses personales, son sometidos a escrutinio público
mediante la validación reiterada de la evidencia que soporta los resultados
publicados. El método se ve afectado, no hay que engañarse, por la influencia de
un “establishment” en el que la reputación o la popularidad, la red de influencias
y los desequilibrios pueden contar más (al menos a corto plazo) que el contraste
objetivo de la evidencia. Sin embargo, el método conserva, a la larga, la
propiedad esencial de que tanto las mentiras como los errores acaban siendo
detectados.
En nuestro país parece extendida una actitud de tolerancia con el engaño, y existe
una cierta complicidad con el tramposo, al que con frecuencia se le concede la
gracia del pícaro. No en vano España es uno de los países del mundo en los que
las argucias, las mentiras y los auténticos delitos de la clase política están
menos penalizados, e inclusoel éxito internacional sin precedentes del deporte
español no se ha librado de la sombra de la duda sobre si sus responsables tienen
un genuino interés en perseguir el dopaje con toda la severidad posible. Todas
estas mentiras han provocado numerosos escritos y artículos de opinión, pero
estamos tan habituados a las mentiras de nuestros dirigentes que llegamos
a relacionar el ejercicio de la política con la mentira, aunque sea parcial o
diplomática. Decía Winston Churchill que “la primera víctima de la guerra es la
verdad”, lo cual nos lleva por analogía a decir que “el peor enemigo de la
democracia es la mentira”, como reflexiona Jesús ParraMontero. Como
dice Maruja Torres, nos hemos acostumbrado al tufo de la mentira y quizá ya
no la notamos. Pero no debe dejar de sorprendernos la frecuencia y la
profundidad de las mentiras de nuestros políticos, si bien lo que más debería
sorprendernos es la impunidad para mentir de la que gozan. Sus mentiras nunca
tienen consecuencias proporcionales a su gravedad. En general, no tienen
apenas consecuencias. No solo mienten nuestros políticos en campaña electoral
(el actual gobierno español ha incumplido la inmensa mayoría de los puntos de
su programa electoral y las justificaciones para hacerlo son, en general, falsas).
Mienten también los miembros más prominentes del gobierno, como el
Presidente y la Vicepresidenta, incluso en sede parlamentaria (un delito con
profundas consecuencias políticas en países como Estados Unidos), sin que esas
mentiras lleguen a debatirse en el parlamento ni merezcan siquiera una tímida
reprobación. Miente el presidente del Tribunal Constitucional para ocultar su
militancia en el partido del gobierno, y tras hacerlo recibe el apoyo casi unánime
del resto de sus magistrados. Mienten los informativos de la televisión pública,
que pagamos entre todos, liderados por una persona cuya tesis de Master se
titulaba “Estrategia de comunicación para el triunfo del Partido Popular en las
próximas elecciones generales”.Quizá este extremo sea endémico de nuestro
país, ya que hemos visto a políticos ingleses o alemanes dimitir por descubrirse
mentiras relativamente modestas - tales como pedir a su esposa que se declare, en
su lugar, como conductora en una infracción de tráfico o plagiar una tesis
doctoral. Las únicas consecuencias de todo esto han sido ligeras bajadas de
popularidad del Presidente y su partido, que han sido rápidamente neutralizadas
por mensajes optimistas sobre la crisis económica, mensajes que estuvieron
también bastante alejados de la realidad.

¿Ocurre lo mismo con los fraudes científicos o académicos? ¿Quedan


impunes? ¿Existen dudas? Tanto el fraude como la mentira tienen lugar en el
mundo científico, pero en el caso de ser descubiertos suelen acarrear graves
consecuencias profesionales. No obstante, la creciente mercantilización de los
resultados científicos está llevando a un aumento de los fraudes
científicos aunque la tasa de fraude sigue siendo baja en las áreas menos
proclives al aprovechamiento comercial . Hay estudios comparativos que
demuestran un auténtico interés por identificar los factores que determinan y
pueden ayudar a prevenir dicho fraude, y sugieren que los desequilibrios de
poder en el establishment científico podrían estar ligados a una tendencia mayor
a cometer fraude (p.ej., los investigadores mienten ocho veces más que las
investigadoras), que el excesivo poder e influencia de ci

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