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Hugo Mitoire

Cuentos de Terror
para Franco I
Cuentos, relatos leyendas
de las infernales pampas
Mitoire, Hugo Daniel
Cuentos de terror para Franco I : cuentos, relatos
y leyendas de las infernales pampas chaqueñas . -
1a ed. - Resistencia : Librería de la Paz, 2009.
104 p. ; 20x14 cm.

ISBN 978-987-1224-88-3

1. Narrativa Argentina. I. Título


CDD A863

Diseño de tapa e interiores


Ediciones de La Paz

© Librería de la Paz, 2014


Av. 9 de Julio 359. H3500ABD Resistencia. Chaco. Argentina
Tel: 03722. 444937 / 435555. Correo electrónico:
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ISBN 978-987-1224-88-3
Libro de edición Argentina.
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puede ser reproducida, conservada en un sistema reproductor o
transmitirse en cualquier forma o por cualquier medio electrónico,
mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro, sin previa autoriza­
ción del editor.
Estos cuentos son para Franco.
Estos cuentos son un pequeño homenaje a mi tío Aldo,
y al increíble y fantástico mundo que me hizo conocer.
El autor con sus padrinos

Los locos años 60. Aquí lo vemos al pequeño con


sus queridos tíos: el tío Aldo y la tía Mary posando en
los jardines de la casa de su abuela María, en La Leonesa
- Chaco.
A esa edad -tres o cuatro años aproximadamente-
comenzaría a llenar su cabecita con muchos pajaritos,
fantasías y aventuras, cuando no, con situaciones mis­
teriosas o espeluznantes. La mayoría de sus andanzas
las experimentaría de la mano de su tío Aldo y su pri­
mo Sergio, otras con su abuelo Félix. Las cosas serias
de la vida y su formación lectora a temprana edad, se
las enseñaría su papá. Lo tenía todo.
Hugo Mitoire

Ellos cuatro fueron sus guías, y las enseñanzas y


recuerdos de éstos perdurarían para toda la vida.
Hoy, esos cuatro espectros, habitan y rondan en for­
ma permanente su pequeño mundo de cuentos y rela­
tos.
índice

Prólogo........................................................................... 11
Biografía......................... .................................. ............ 13
De ánimas, aparecidos y otras yerbas........................17
Alma en pena................................................................ 23
El payaso maldito........................................................ 31
La luz mala........................... ........................................ 37
Llamados en la madrugada.........................................45
El Pomberito..................................................................53
Viento Norte..................................................................61
Juegos peligrosos.......................................................... 67
Prólogo

De mis tres hijos, Franco es sin duda el más cargoso


y preguntón.
No me deja dormir sin que antes le cuente o le in­
vente alguna historia. Creo que, con sólo diez años, ya
conoce todas las anécdotas de mi vida. De cuando era
niño o adolescente, de cuando estuve en la facultad, de
cuando hice la colimba o de cuando fui médico. Ya no
sé qué contarle.
De tanto relatarle cosas, un día me pidió que se las
escribiera, así podría leérselas a sus compañeritos.
Así empezaron a escribirse estos cuentos, forzando
la memoria y recordando lo vivido en la niñez, los rela­
tos escuchados y el juego de la imaginación. Estos cuen­
tos son una retransmisión dé lo que me contaba el tío
más fantástico y alucinado que tengo, o de las aventu­
ras vividas a su lado.
Siempre me admiré y me sentí privilegiado de te­
ner como pariente a una persona a la cual sólo le ocu­
rrían cosas extrañas e increíbles. Con él, siempre hablá­
bamos o nos enfrentábamos a situaciones fantásticas o
extraordinarias. Todas las cosas que nos rodeaban eran
asombrosas, cuando no de terror.
Biografía

El autor soporta estoicamente la sumatoria del paso


del tiempo, dos separaciones, tres hijos y periódicos ata­
ques de insomnio y claustrofobia. Casi nada.
Vio la luz en Margarita Belén, Chaco, un febrero
camestolendo. Su período como lactante evolucionó en
Cancha Larga. Vivió hasta que empezó a ser joven en
la polvorienta aldea de La Leonesa. Tal vez fue ésta su
etapa más fructífera, ya que se desempeñó en múlti­
ples profesiones y oficios, y experimentó cosas que con­
tribuyeron a estigmatizar su alma. Cuando apenas con­
taba con cuatro años, tuvo un episodio de fiebre muy
alta que le duró toda una noche. Algunos familiares y
vecinos vaticinaron que quedaría medio tonto. A los 6
años fue operado de peritonitis apendicular y casi mu­
rió. Siendo aún un párvulo de 7 años intentó ejercer
como lustrabotas, profesión que le fue impedida por su
padre. A los ocho años (durante sus más felices vacacio­
nes de verano) se desempeñó como ordeñador de vacas
en el campo de su primo Sergio, en el paraje Cancha
Larga, complementando esa función como asistente de
aquél en el reparto del lácteo líquido, tarea que lleva­
ban a cabo en sulky. Escuchaba a los Rolling Stones.
En la panadería de su abuelo aprendió con éste la ma-
14 Hugo Mitoire

gia de hacer el pan. Cumplió temporalmente funciones


como canillita, vendedor de tomates y pimientos, re­
partidor de soda y ayudante de su padre como agricul­
tor en las plantaciones de tabaco. Ejerció el arte de co­
sechero de algodón, y circunstancialmente se desem­
peñó como carpidor. Fue conminado a concurrir a ca­
tcquesis y a tomar la comunión, hechos a los que se
resistió tenazmente hasta que su abuelita materna lo
amenazó con no hacerle más los ricos budines de pan,
amenaza ésta que logró disuadirlo. Con excelentes no­
tas obtuvo el título de Dactilógrafo Profesional en la
célebre Academia de Dactilografía Tejerina Hnas. En­
trando ya en la adolescencia, asumió tareas y funcio­
nes más complejas y delicadas. Fue tractorista, y supo
manejar el arado mancera y la rastra de dientes. Tuvo
buen desempeño en la doma de temeros. Era un expe­
rimentado arriero. Creía en la luz mala, en los fantas­
mas y en los aparecidos.
Intentó incursionar en la música y el canto, y fue
un fracaso. Para superar este trance se hizo disc-jockey.
Aficionado al metegol y al ajedrez, no logró brillar en
el deporte. Siguiendo los pasos de su tío Aldo y de su
primo, acompañó a éstos en un curso nocturno de mo­
tores diesel y a explosión, en el que adquirió los conoci-
m ientos necesarios para desentrañar los misterios de la
carburación, la chispa y el cigüeñal. Sus pasatiempos
Cuentos de terror para Franco I 15

preferidos por ese entonces: andar en su bicicleta de pi­


ñón fijo y pescar en el río Guaycurú. Solía filosofar con
otros espíritus vagabundos sentados en algún murito
de alguna esquina. Le gustaba imaginar. Disfrutó de
abuelos, padres, tíos, padrinos, primos, hermanos y
compañeros de la escuela. Tuvo amigos, y conoció el
amor y la melancolía una noche de Carnaval. Tenía un
amigo del alma, su primo Sergio.
Era feliz.
Con mucho pesar y tristeza debió abandonar esta
existencia a los dieciocho años para marchar a Corrien­
tes, donde estudió y se graduó a los veinticuatro de
Médico Cirujano. Padeció el Servicio Militar y otros
amores. Se especializó en Cirugía General y en Medici­
na del Trabajo. Escribió algunos artículos sobre Ciru­
gía Digestiva y Videolaparoscópica. Colaboró en tra­
bajos científicos en el área de Genética y Biología
Molecular. Fue Cirujano de Urgencias.
Ejerció la docencia universitaria durante dieciséis
años en las cátedras de Bioquímica y Cirugía, en la Fa­
cultad de Medicina de la Universidad Nacional del Nor­
deste, alcanzando el cargo de Profesor Adjunto.
Conoció la tragedia con la muerte de su primo.
A los 36 años se radicó en Oberá, Misiones, donde
vive actualmente y sigue escuchando a los Rolling
Stones.
16 Hugo Mitoire

A la fecha —y contando desde abandonó el vientre


materno— ha padecido veintiocho mudanzas, lo que
en la escala de la condición humana equivale a ocho
incendios.
Seguramente cuando complete otros dieciocho años
en esta ciudad, y en virtud de una inescrutable directi­
va, la abandonará con rumbo incierto.
Luego de veintidós años dedicados a la medicina y
a la cirugía abandonó la profesión y la especialidad,
como se abandona a una novia a quien no se desea más,
deslumbrado y obsesionado tal vez por dos amantes
que conoció, una en la infancia y otra más tarde: la
lectura y la escritura.
Mientras tanto, ha vuelto a otro viejo amor: la do­
cencia universitaria. Es columnista de un semanario,
ha hecho un poco de radio, ha escrito cinco libros de
cuentos y relatos, e insiste tozudamente en que vuel­
van a la Argentina — por cuarta vez — los Rolling Stones.
Y así la va llevando.
De ánimas, aparecidos y otras yerbas

—Tío, las ánimas y los aparecidos, ¿son la misma


cosa?
—No, no. Son cosas totalmente diferentes.
—Mi maestra dice que todo eso es lo mismo, que
no existen y sólo sirven para asustar a la gente del cam­
po.
—Decile a tu maestra que venga a vivir al campo,
vamos a ver si se anima. En la escuela no hablan de
estas cosas porque no saben nada. Ellos se deberían
ocupar de enseñarles Aritmética, Lenguaje y Desenvol­
vimiento, y no meterse en lo que no saben.
—Y bueno, entonces, ¿qué es un ánima?
—Las ánimas son cosas sin cuerpos, invisibles o casi
invisibles, que andan por el aire, flotan y atraviesan pa­
redes, puertas y de todo. También les dicen espectros.
Por ejemplo, un alma en pena, un fantasma, la luz mala,
ésas son todas ánimas.
—Y los aparecidos... ¿qué son?
—Bueno, ésos ya son otra cosa. Un aparecido es un
cuerpo real de carne y hueso, pero ojo, eh, puede ser
una persona muerta o que está viva.
—¿Cómo...?
20 Hugo Mitoire

—Claro, el Pomberito, el Cambá-bolsa y la Pora


son todos aparecidos, son cosas, pero no personas, que
están vivas, que existen. Pero el hombre del capote ne­
gro es una encamación real pero de una persona muer­
ta; estos tipos cuidan los tesoros enterrados, los entie­
rros.
—¿Entonces son animales?
—No. No son animales. El Pomberito, el Cambá-
bolsa y la Pora son bichos que quedaron a mitad de
camino entre los humanos y los animales, por eso no
están ni con las vacas o gallinas, ni con nosotros.
—Y el lobisón, ¿qué es? ¿Un ánima o un apareci­
do?
—Ninguna de las dos cosas. El lobisón es un caso
de transformación. Ahí ya existe una maldición: dicen
que en una familia de siete hijos varones, el último es
lobisón; parece normal pero en las noches de luna llena
y si es viernes, se transforma en una bestia, o sea en un
animal. Está muy clarito.
—¿Y las brujas existen?
—Por supuesto. Eso ya se sabe desde hace miles de
años. Siempre existieron y son muy peligrosas.
—Y vos, ¿oíste hablar del ojeo?
—No sólo oí hablar, sino que vi casos muy fuleros.
Casos que te ponen la piel de gallina.
—¿Cómo es?
Cuentos de terror para Franco I 21

—Es lo que le pasa a un recién nacido o a un bebé


cuando una persona de mirada fuerte lo mira directa­
mente a los ojos. Por eso las madres, cuando andan por
ahí, le tapan los ojitos con una sábana, o le atan en la
muñeca una cinta roja. Cuando esa persona mira al
bebé a los ojos, luego de unos días se le parte la cabeza
como una sandía. El marote del bebé queda con una
rajadura en el medio que no se le cierra nunca más, y
queda cabezón y tonto para toda la vida.
—Y todas esas cosas... ¿te pueden matar?
—Todo esto te puede liquidar sin vueltas. La ma­
yoría de la gente que muere en el campo, muere a cau­
sa de esas cosas. Yo vi cada caso, que a más de uno lo
hubiera matado del susto.
—¿Y qué es un poseído?
—Aah, no... Eso sí que ya es otra historia. Es una
cosa totalmente diferente de lo que estamos hablando.
En los poseídos participa directamente el mismísimo
Diablo, es un asunto muy fulero y peligrosísimo.
—¿El Diablo, existe?
—Pero por supuesto que existe, sino no existirían
todas estas cosas que te estoy contando.
—El abuelo dice que el Diablo y Dios no existen.
—No le hagas caso al abuelo, no sabe lo que dice.
—Para saber todas estas cosas, hay que estudiar
mucho, ¿no?
22 Hugo Mitoire

—No sólo estudiar, hay que andar y andar por el


campo, y enfrentarse a todos estos peligros.
—Qué embromadas son todas esas cosas ¿no?
—Son muy embromadas pero hay que conocerlas
para saber qué hacer en cada caso.
—¿Vos conocés historias de todas estas cosas?
—Por supuesto. No sólo las conozco, sino que mu­
chas veces participé ayudando a solucionar casos muy
difíciles. Hay muchas otras cosas que también hay que
conocer, pero de a poco te voy a ir contando.
Alma en pena

—¿Qué es un alma en pena? —preguntó M a su


tío.
—Y, es cuando una persona se muere antes de tiem­
po, y el alma anda por ahí quejándose.
—¿Y qué es el alma, tío?
—Y, viene a ser como un fantasma, o sea una cosa
que no se ve pero que existe. Cuando uno se muere, el
alma sale del cuerpo y anda dando vueltas por ahí, la­
mentándose.
—¿No es un fantasma?
—No. Un fantasma es otra cosa.
—¿Y qué es un fantasma?
—Otro día te explico. No puedo hablarte de dos
cosas juntas.
—Está bien. ¿Y vos podes saber cuándo es el día
que te toca morir?
—Nadie sabe eso. Lo que pasa es que cuando te
morís, ahí recién vos te enterás si te tenías que morir o
no. Por ejemplo, si vos tenés que morirte dentro de diez
años y viene alguien y te mata ahora, tu cuerpo se
muere, pero tu alma sigue viviendo hasta el día exacto
de tu muerte y aparte empieza a perseguir al que te
mató.
26 Hugo Mitoire

—Y... ¿qué le hace al que te mató?


—Lo persigue día y noche, no lo deja tranquilo, el
tipo empieza a volverse medio loco porque escucha todo
el día ese lamento, es como una queja de dolor. Des­
pués el alma en pena ya empieza a hablarle y al final el
tipo no aguanta más y queda loco de en serio o se mata,
una de dos. Con el alma en pena no hay tutía.
—... Y las demás personas, ¿no se vuelven locas con
ese lamento?
—No, porque no la escuchan. Sólo puede ser oída
por la persona que le hizo daño.
—¿Y entonces? Vos me dijiste que muchas veces
escuchaste almas en pena en la panadería, en la caso­
na, en el río y en muchas partes más... ¿Vos mataste a
alguien?
—No, no. Lo que pasa es que hay personas que
pueden escuchar, pero para eso tenés que tener pode­
res especiales. Hay una pregunta clave que se hace cuan­
do uno escucha quejidos o sospecha algo raro. Uno tie­
ne que preguntar en voz alta: "Alma que andas penan­
do, ¿qué andáis buscando?" Y ahí, si tenés los poderes,
vos podés ver o escuchar la respuesta.
—¿Vos tenés esos poderes?
—Claro, sino no podría escucharlas.
—Yo... ¿puedo tener esos poderes?
Cuentos de terror para Franco I 27

—Es difícil. Porque uno ya nace con esos poderes,


pero por ahí practicando mucho, a lo mejor podés.
—Pero... el alma, eso que vos decís que sale del cuer­
po, ¿cómo es?
—Bueno, algunos dicen que es como un humito,
pero más transparente todavía. Pero nadie puede decir
bien cómo es, porque nadie la vio realmente, ni con
poderes especiales. Yo pensé mucho en ese asunto y me
imagino que mi alma es como mi cuerpo, todo igual,
nada más que es invisible, entonces cuando morís, es
como si anduvieras por ahí pero nadie te ve, ¿entendés?
— ...Ehh, sí, creo que sí. Pero mi maestra dijo que
esas cosas no existen.
—Tu maestra no sabe nada de eso. Los maestros
no estudian esas cosas, por eso no saben.
—¿Me podés contar alguna historia de un alma en
pena? Pero de.una bien fea, una que persigue al que la
mató.
—Te voy a contar la de Vallejito, el hijo menor del
viejo Vallejos. Esos tipos eran bastante peligrosos, muy
peleadores. El viejo tenía cuatro hijos, pero al más gran­
de ya lo habían liquidado en un baile, hacía mucho
tiempo, cuando tenía veinte años. Le encajaron como
ocho puñaladas, y ahí mismo en el baile lo degollaron
y murió desangrado. Los otros también habían pelea­
do en todas partes, y nadie los quería. Al más chico le
28 Hugo Mitoire

decían "Vallejito", porque era parecido al papá, y más


malo que la peste. A los quince años ya había matado a
un pobre tipo, a un almacenero. Don Julián era un hom­
bre muy bueno, tenía un almacén cerca de la ruta, casi
llegando a Pindó. Una madrugada llegó Vallejito, y por
supuesto el almacén estaba cerrado, pero Vallejito le
golpeó la ventana de la casa y lo despertó.
—¿Qué querés, Vallejito? —preguntó don Julián
cuando abrió la ventana y lo alumbró con la linterna.
—¡ ¡ ¡Quiero vino!!! — contestó medio borracho.
—Mirá, muchacho, no podés venir a esta hora a
buscar vino, andá a tu casa a dormir.
—¡ ¡ ¡Qué te importa mi vida!!! ¡Vos vendeme el vino
y listo! —le retrucó.
—No te voy a vender nada, andate y dejá de mo­
lestar, que es muy tarde y toda mi familia está dur­
miendo —lo retó don Julián.
Y antes de que pudiera cerrar la ventana, Vallejito
sacó su revolver calibre 32 y le encajó cuatro balazos.
La cosa es que don Julián murió ahí mismo en su casa,
en el medio del campo, porque la señora estaba sola
con los hijos chiquitos y no había ninguna casa cerca
para pedir auxilio. Entonces se quedó con él hasta que
se murió. Dicen que cuando estaba ahí tirado en el piso,
con su mujer y los chiquitos, todos lloraban porque sa-
Cuentos de terror para Franco I 29

bían que se iba a morir, y parece que don Julián les dijo
que los iba a proteger desde el cielo.
A Vallejito lo agarró la policía esa misma mañana,
pero como era menor de edad, enseguida lo soltaron.
Después, apenas lo largaron, él andaba por todos lados
contando cómo mató a don Julián, se burlaba y hasta
amenazó a la viuda con que un día la iba a matar a ella
y a todos sus hijitos, porque lo había denunciado.
Pasó un tiempo. Un mes más o menos, y Vallejito
empezó a quedar medio loco. No podía dormir de no­
che, o si se dormía, se levantaba de golpe medio so­
námbulo gritando que lo querían matar y llamaba llo­
rando a sus padres para que lo defendieran. Una ma­
drugada se despertó de golpe y salió corriendo de la
casa, gritaba y lloraba, y todos salieron corriendo de­
trás de él. Su papá y sus hermanos lo corrieron y lo
alcanzaron en el maizal, porque se cayó cuando atro­
pelló unas ramas que estaban amontonadas. Lo peor
fue que no reconocía a ninguno, ni a su propio padre.
Gritaba que no lo mataran y lloraba y pataleaba.
Después de eso lo llevaron al doctor, y le dijeron
que podía quedar loco del todo. La cosa es que cada
vez estaba peor y no quería hablar con nadie.
Pasaron unos meses, hasta que un día le contó al
papá que él escuchaba siempre y a toda hora cómo se
quejaba don Julián, y más todavía a la noche. Decía
30 Hugo Mitoire

que don Julián le preguntaba: "¿Por qué me mataste,


Vallejito?"
En el campo, todo el mundo sabía que el alma en
pena de don Julián lo andaba persiguiendo y que lo iba
a perseguir siempre, y que no lo dejaría descansar nun­
ca.
Y así anduvo, cada vez peor. Y casi al año de la
muerte de don Julián, un domingo, la mamá se levantó
y vio que su hijo menor no estaba; entonces despertó a
toda la familia, para ver si alguien sabía algo. Esa no­
che se había dormido tranquilo, dijo uno de sus herma­
nos, porque no habían escuchado ningún ruido ni gri­
tos, parecía que estaba bien. Entonces salieron a reco­
rrer los alrededores de la casa, el gallinero, el corral y el
galponcito; miraron por el maizal, y por último fueron
al montecito que estaba a unos cincuenta metros. Y allí
lo encontraron.
Vallejito se había ahorcado y su cuerpo estaba col­
gado de la rama de un aromito.
—Entonces, ¿el alma en pena existe y te puede
matar? — preguntó M un poco asustado.
—Por su puesto. A Vallejito lo mató el alma en pena
de don Julián. El dejó una carta donde decía: "Me voy
a matar, porque el alma de don Julián no me deja en
paz". Y así como esta historia verdadera, conozco mu­
chas más — cerró el tío.
El payaso maldito

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El payaso maldito

Cuando era chico, una de las cosas que más le gus­


taban a Sergio eran los parques de diversiones. Siem­
pre estaba pensando cuándo llegaría de nuevo un par­
que, ya que en su pueblo aparecían como máximo dos
o tres veces al año.
Para él y sus amigos, ésa era la diversión más fan­
tástica que podían ver y disfrutar. Claro en esa época
no había tele, ni jueguitos electrónicos, ni
computadoras, ni ocho cuartos. Por esos tiempos, la
única diversión de todos los días era jugar a las bolitas,
a las escondidas, concurso de figuritas, remontar
pandorgas o carrera de bicicletas. A veces se iban a pes­
car a Paso Paloma, obvio que cuando había pique.
El ring-raje no podían practicarlo, porque como
había solamente dos timbres en todo el pueblo, el de
don Báez y el de don Vera, ellos ya los habían desco­
nectado definitivamente, cansados de que siempre la
estuvieran ligando con ese jueguito. Y bueno — decían
los chicos—, a embromarse, quién los manda a poner
timbre. Aparte era muy aburrido ir por las casas donde
no había timbres, golpear las manos y salir rajando.
Eso no tenia gracia.
34 Hugo Mitoire

Un sábado, Sergio y sus amigos se prepararon por­


que era la primera función del California Park. Era un
parque medio de morondanga que había llegado ha­
cía como dos semanas, pero hacían tanta propaganda
que hasta las vacas y los pollitos estaban por ir. En to­
das las escuelas regalaron unos bonos para una vuelta
en la sillita voladora. Ese sábado todo el pueblo fue al
California Park, hasta los abuelos. Nadie quería per­
derse semejante acontecimiento.
El parque tenía la sillita voladora, la vuelta al mun­
do, el bote, la calesita y nada más. Y para jugar tenía el
juego de arandelas, tiro al blanco, la pescadita y el tiro
a la lata.
Sergio y sus amigos anduvieron mirando un poco
y subieron una vuelta a cada juego, menos la calesita,
obvio, porque ya eran grandes. A los doce años nadie
sube a una calesita.
Después fueron al juego que más les gustaba a to­
dos, el tiro a la lata. Había que tirar seis latas con tres
pelotas de trapo, que eran muy livianitas a propósito,
para que costara tumbar el laterío. Las latas se apilaban
en tres filas, abajo tres latas, arriba dos y arriba de todo
una. Ahí se gastaban todos sus ahorros, porque aparte
se divertían y se cargaban. El más capo de todos era
Oscarcito, el hijo del carnicero; claro, cómo no iba a ser
capo si estaba acostumbrado a cascotear a los perros.
Cuentos de terror para Franco I 35

En la carnicería del papá siempre se juntaba toda la


perrada del barrio para masticar alguna sobra y ahí lo
mandaban a Oscar cito, que a cascotazos limpios los
corría a todos.
La cosa es que el único que se llevó un premio esa
noche fue Oscarcito, que se ganó un payasito de yeso,
de unos veinte centímetros, colorinche, unas orejas
grandes y una risa que asustaba. Era un payaso medio
terrorífico.
—Che, ése es para asustar gente —dijo Fredy en
broma.
El asunto es que dieron unas vueltas más y todos se
fueron para sus casas. El domingo, como llovió todo el
día, Sergio no se vio con sus compañeros, así que recién
el lunes se volvieron a juntar en la escuela.
—Che, ¿vieron lo que le pasó a Oscarcito? —dijo
uno.
— ¡NooooL ¿Qué le pasó? —contestarony pregun­
taron casi todos.
Y ahí nomás se puso a contar.
—Resulta que el sábado a la noche, después de que
nos fuimos del parque, se acostó a dormir y a la ma­
drugada le dio un ataque, como una temblequera,
como un susto bárbaro; temblaba como un pollo y de­
cía pavadas, entonces lo llevaron al hospital y le hicie­
ron inyecciones. Después parece que se le pasó un poco.
36 Hugo Mitoire

Ahora está en la casa, y la mamá dijo si podíamos ir a


verlo.
—Y sí... más vale que vamos a ir —dijeron varios.
A eso de las tres de la tarde se apersonaron en casa
de Oscarcito. Los recibió la madre y los hizo pasar a la
pieza.
—¿Qué te pasó, che? —preguntó uno.
Al principio, cuando vio a todos sus compañeros,
se emocionó un poco y quería reírse, pero parece que el
julepe le duraba todavía.
—Dale, contá: ¿qué te pasó? —apuró otro.
—Yo me acosté cuando vinimos del parque, des­
pués apagué la luz y me quedé paveando un rato en la
oscuridad. Acostado miraba el techo, las cosas colga­
das o unos agujeritos que hay en la pared por donde
entra alguna luz, y por ahí veo algo raro. Veo dos cosas
medio brillantes, dos lucecitas de color verde en mi re­
pisa de juguetes; y miro bien a ver qué había ahí y ¿sa­
ben qué había? ...Ahí estaba el payasito que gané en el
parque y lo que brillaba parece que eran sus ojos. En­
tonces cerré fuerte los ojos para ver si desaparecía, los
abro y nada, no estaban más las lucecitas. "Mejor me
duermo", dije, "así no veo ninguna cosa rara". Y pare­
ce que me quedé dormido ahí nomás, porque no me
acuerdo de nada.
Cuentos de terror para Franco I 37

— ¡¡Bahü ¿Y para eso tanto despelote? —apuró


el más macabro de los compañeritos.
—No, eso no es todo. Parece que empecé a soñar
algo de terror, no me acuerdo bien, pero creo que
me corría el payasito maldito ése. Yo corría como un
tarado, y él cada vez más cerca, creo que me quería
matar. Me acuerdo que iba corriendo por una vere­
da y justo había un montón de ladrillos y cascotes,
quise saltar y me caí, y ahí nomás el payasito desgra­
ciado se me tira encima. Yo empiezo a gritar y a pa­
talear y me despierto... y ahí sí que viene lo peor...
—¿¿Qué pasó, qué pasó?? —preguntó el más an­
sioso de todos.
—Cuando me despierto, veo que tengo a mi lado,
en la almohada, al payaso maldito, que me miraba
con sus ojos verde brillante. Y ahí sí que empecé a
gritar y a llorar como un loco, tiré todas las cosas al
suelo; pateaba y manoteaba, hasta que llegaron co­
rriendo mi mamá y mi papá. Yo no podía parar de
llorar y después creo que me desmayé.
—¿Y qué te dijo el doctor? —preguntó el más
científico.
—Parece que ese doctor es medio pavo, porque es­
cuché cuando le decía a mi mamá que lo que yo tuve
fue sólo una pesadilla, pero que me había asustado
38 Hugo Mitoire

mucho. Quiero ver si él viene a dormir a mi pieza


con ese payaso, a ver si aguanta hasta la mañana.
—Seguro, lo que pasa es que los grandes siem­
pre creen que nosotros mentimos —dijo el más soli­
dario.
La luz mala

Si hay algo que da miedo, qué digo miedo, si hay


algo realmente espantoso y terrorífico, eso no es otra
cosa que la luz mala. No tengan ninguna duda.
Es una de las cosas más temibles y aterradoras que
uno pueda ver en toda su vida.
Pero ojo, eh. No hay que asustarse por cualquier
lucedta de morondanga, o creer que esa luz que viborea
en el monte es una luz mala y resulta que es un borra­
cho con una linterna. O salir corriendo porque ven dos
luces malas que se vienen por la orilla del maizal, y es
un simple tractorcito.
Por eso es necesario conocer bien a la luz mala y
poder diferenciar cuándo, en un de repente, se nos apa­
rece una iluminación, en medio de la pampa.
La luz mala verdadera es de un color entre amari­
llento y anaranjado, medio paliducha, es redondeada
y no hace ruido. Siempre es una sola y, obvio, anda de
noche.
—¿Y de dónde salen esas luces, tío? —preguntó M.
Esas luces salen de los entierros. Por eso por acá
hay tantas, porque la mayoría de los tesoros de la Gue­
rra de la Triple Alianza están enterrados en Cancha
Larga, Pindó, Tatané, y toda esta zona.
42 Hugo Mitoire

Pero con todo esto, lo que más la mata a la gente no


es la luz mala, sino el susto que les agarra cuando an­
dan por el campo o el monte y de golpe se aparece esa
ñuminación.
Así le ocurrió al Braulio, un gaucho de Cancha Lar­
ga. Una noche de tormenta, muy tarde ya, venía del
pueblo en su zaino a todo galope porque se había lar­
gado la tormenta. Viento, lluvia torrencial y truenos,
eso era espantoso, y ahí venía el Braulio. De repente
mira para atrás y la ve...
— ¡¡¡Aaaaayyyyü! ¡¡¡Mamita querida, a mí me te­
nía que pasar esto!!! — gritó el gaucho encomendándo­
se a la Virgen y clavando las espuelas al zaino. Meta
guacha y rezos, el Braulio iba a todo trapo y cada tanto
miraba para atrás y la maldita luz mala, cada vez más
cerca, venía por el medio del camino.
— ¡Protégeme Virgencita de los Milagros! ¡Por
favoooor te lo pido! —imploraba el gaucho mirando
siempre para atrás y viendo esa cosa amarillenta ape­
nas a unos cien metros.
En medio de la brutal tormenta y con esos truenos
y relámpagos, le metía más espuelas al zaino. A todo
galope pasó por el almacén El Palenque, que estaba al
costado del camino. Allí, debajo de la galería a la luz de
un candil, estaban tres gauchos tomando vino y mi-
Cuentos de terror para Franco I 43

rando la tormenta, y como alma que se lleva el diablo


ven pasar al Braulio, que les grita:
—¡Cuidauuu! ¡Cuidauuu! ¡Que me viene corriendo
la luz mala, metansé pa' adentro!
Y ahí nomás los gauchos se atropellaron y se em­
pujaron para meterse en el almacén. Trancaron la puerta
y se asomaron por la reja de la ventana para ver pasar
a la maldita luz.
A los pocos segundos lo que vieron pasar no era la
luz mala, sino al Jacinto en su motoneta, que también
venía del pueblo. Nadie sabía cómo podía ver ese cris­
tiano con esa luz tan debilucha y manejar en medio de
la tormenta. Pasó y les tocó bocina a los gauchos.
Al otro día encontraron al Braulio que se había es­
trellado contra un algarrobo, cuando a todo galope se
desvió del camino y se metió en el monte. Parece que le
calculó mal en la oscuridad y una rama del árbol lo
bajó del caballo como si fuera un cachilito. Por suerte
sólo se rompió tres costillas y una pierna.
Por eso no hay que desesperarse o afligirse y que­
rer salir rajando apenas uno ve una luz. Puede ser cual­
quier cosa y claro, también puede ser la luz mala, y ahí
sí: ¡Agárrate Catalina!
Recuerdo un caso bien embromado: le sucedió al
yerno de don Anadeto, allá cerca del Estero Cuatro Dia­
blos, un estero que casi siempre está seco. Esa zona sí
44 Hugo Mitoire

que es para julepearse. Lo que más se suele encontrar


ahí son la luz mala, lobisones y almas en pena.
Una noche muy oscura y sin luna, el Isidro se ha­
bía escapado de la casa para ir a una chamameseada
en el paraje Rincón del Zorro. Allí tenía unos amigotes
que siempre se juntaban para tomar vino, jugar al tru­
co y tocar el acordeón y la guitarra.
A eso de las dos de la madrugada el Isidro, que es­
taba bastante mamado de tanto vino y ginebra, les dijo
a los muchachos:
—Bueno, me voy yendo. Ya es muy tarde y la pa-
trona debe estar muy preocupada y enojada, así que
mejor me las pico.
Se ajustó la faja, se colocó las polainas y metió su
facón en la cintura. De un salto intentó subir al caballo
y se pasó de largo y cayó al otro lado.
— ¡¡No te muevas cuando voy a saltar, caballo de
porquería!! —le gritó a su tordillo, que estaba quietito.
Enseguida nomás emprendió la partida, y con un
trotecito tranquilo, más la borrachera que tenía enci­
ma, parecía que en cualquier momento se iba a dormir
arriba del caballo. Ya habría hecho como una legua y
estaba atravesando el Estero Cuatro Diablos, cuando
vio una especie de esplendor entre las palmeras cerca
de un mogote. Se refregó los ojos para ver si no estaba
soñando, y ahí la vio mejor: era una bola de fuego me-
Cuentos de terror para Franco I 45

dio anaranjadona, que se movía a media altura entre la


arboleda.
— ¡La Santísima Trinidad, es la luz mala! —gritó
lleno de miedo.
En un segundo parece que se le pasó la borrachera
y estaba más despierto que nunca. Le metió unos
guachazos y hundió las espuelas en la panza del tordillo,
arrancando a todo galope.
Parecía un cohete como corría ese pobre caballito
con el gaucho que por poco no se sentaba sobre el co­
gote del animal, para alejarse un poco más de la luz
que los perseguía.
Esa bola de fuego que avanzaba cada vez más rá­
pido entre las palmeras iba iluminando todo a su paso,
y el Isidro ya sentía que le quemaba el calor de seme­
jante cosa.
Gritando y llorando de desesperación y de miedo,
el gaucho prometía a la Virgencita que nunca más se
iba a escapar de su casa, que nunca más se iría de farra
y que nunca más se emborracharía. Y así en medio de
esos juramentos, la luz mala lo alcanzó justo cuando su
tordillo se llevaba por delante un tacurú, y hombre y
bestia se desparramaron en el suelo como estornudo de
ñato.
La cosa es que al Isidro lo encontraron al otro día a
la siesta. Estaba medio boleado y tirado entre unas pal-
46 Hugo Mitoire

meras, con la ropa hecha flecos, la cara toda arañada y


con más golpes que la campana de una escuela. Lo lle­
varon a una curandera que lo atendió un mes más o
menos, hasta que se empezó a poner bien y a recordar
lo que pasó.
Ahí cuenta el Isidro que la luz mala lo empezó a
zarandear de aquí para allá. Lo levantaba en el aire y
lo tiraba; lo estrellaba contra los aromitos y palmeras
o lo agarraba de una pata y lo arrastraba entre los
espartillos.
—Asegún cuenta el Isidro, esa luz tenía la fuerza
de un toro... ¡Pa' no creer! —contaba la esposa a
quien quisiera escucharla.
Y habrá sido cierto nomás, porque los que vieron
luego al gaucho aseguraban que parecía haberle pasa­
do una manada de novillos por encima, de lo estropea­
do que quedó.
Luego de este hecho, la que resultó más contenta
fue la mujer del Isidro, que a todo el mundo contaba
que su marido le había prometido que nunca más se
iría de farra, que tampoco tomaría más vino ni gine­
bra, y menos que menos, pasaría de noche por el Este­
ro Cuatro Diablos.
Llamados en
la madrugada
Llamados en la madrugada

Era una noche bastante calurosa, con mucha hu­


medad. Ese día había estado lloviendo toda la tarde y
casi hasta la nochecita, pero la temperatura apenas ha­
bía bajado un poco.
El tío Aldo, sus dos ayudantes de la panadería y el
pequeño M estaban tomando mate mientras horneaban
el pan. Con apenas diez años, a M le gustaba quedarse
hasta la madrugada o el amanecer hablando de cosas
raras con el tío y sus ayudantes. Casi siempre habla­
ban de cosas fantásticas, claro, porque el tío Aldo era
medio fantástico. A él siempre le sucedían cosas raras,
cosas que a otras personas jamás les ocurrían.
La panadería de Cancha Larga era de por sí bas­
tante tétrica. Estaba ubicada en medio del monte espe­
so, no había casas cercanas y los caminos eran angos­
tos, casi como túneles, porque los árboles de cada cos­
tado se tocaban arriba con sus ramas, haciéndole como
un techito al sendero. Ni loco alguien se animaba a pasar
por allí de noche.
Era una casona grandísima: tenía más de diez pie­
zas, grandes galerías, salas, salones, galpones, y la pa­
nadería que estaba a unos veinte metros. Todo el edifi­
cio estaba bastante abandonado y nunca nadie le ha-
50 Hugo Mitoire

bía dado una manito de pintura, pero se notaba que


había sido muy lindo cuando recién lo construyeron.
La casa y todo lo que la rodeaba ya daba miedo,
pero además todo el mundo contaba que estaba em­
brujada, que se oían voces, ruidos raros, gritos o llama­
dos en la noche, cuando no apariciones de hombres al­
tos con capotes negros. Estar ahí era para morirse de
miedo.
Por las dudas M nunca se despegaba de su tío, y
menos que menos a la noche.
Y así estaban, mateando y hablando de la última
pesca que habían hecho en el río Guaycurú. El tío Aldo
contaba que sacó un surubí de veinte kilos y unos cuan­
tos dorados. Alrededor todo era silencio y sólo se escu­
chaba cada tanto a un grillito, y a lo lejos, casi como un
lamento, se oía a una urraca.
De repente...
¡ClapClapClap!... -¡¡¡DonAldo!!! ¡¡¡DonAldo!!!
El salto que pegaron todos de sus banquitos signifi­
caba que se habían agarrado un julepe bárbaro. Se mi­
raron con cara de asustados y se quedaron en silencio,
paralizados. Esperaban que volvieran a golpear las ma­
nos y llamar, porque no sabían de dónde venía el lla­
mado. Todos estaban como duros de miedo, mirándo­
se y de nuevo...
Cuentos de terror para Franco I 51

¡ClapClapClap!... — ¡¡¡Don Aldo!!! ¡¡¡Don Aldo!!!


Ahí sí, escucharon que el llamado venía del callejón
que pasaba por el costado de la casa, cerca del
portoncito. El tío Aldo agarró su escopeta, que siempre
tenía a mano; uno de los muchachos llevó el radiosol y
el otro un machete. M iba casi pegado a la cola de su
tío.
Llegaron al portoncito y miraron para el lado de
afuera, en el callejón, hacia los jardines, y nada. Reco­
rrieron un poco el lugar... y nada.
Se quedaron un poco preocupados y casi sin ha­
blar volvieron al patio, pero todos ya estaban bastante
serios e intrigados.
—¿Qué será eso, don Aldo? —preguntó asustado
uno de sus ayudantes.
—Y nada... capaz que pasó algún tipo y quiso ha­
cer una broma — dijo el tío muy poco convencido.
Él también sospechaba que podría tratarse de algo
del más allá, algún aparecido, un alma en pena o algu­
no de los fantasmas que siempre rondaban la casa, pero
no quería preocuparlos más.
—Muchachos... —dijo el tío— vamos a hacer una
cosa. Nos preparamos por si vuelven a golpear, enton­
ces salimos corriendo todos y cada uno sabrá lo que
tiene que hacer.
Ahí ya se entusiasmaron todos.
52 Hugo Mitoire

—Vos, José, vas a llevar el radiosol. Apenas golpean


salís rajando hacia el portoncito o hacia donde escu­
ches que golpean. Coco, vos agarrá el machete y corré
para la izquierda. Yo voy para la derecha. Entonces, si
el tipo golpea y sale corriendo, lo agarrás vos o lo aga­
rro yo. ¿Estamos?
—Y yo... ¿qué hago? —preguntó M.
—Nada. Vos salís corriendo atrás mío y no te des­
pegues.
Habrá pasado una media hora y...
¡ClapClapClap!... -¡¡¡DonAldo!!! ¡¡¡DonAldo!!!
— ¡Vamos, muchachos! —gritó el tío.
Como alma que se lleva el diablo, todos salieron
rajando como lo habían planeado. José picó en punta
con el radiosol hacia el portoncito; el tío Aldo con su
escopeta para la derecha y Coquito con su machete para
la izquierda.
No habrá dado cinco pasos José, cuando se llevó
por delante a uno de los perros que también corría ha­
cia el portoncitp y ¡puf! al suelo. Se pegó un flor de po­
rrazo que levantó tanta polvareda que no se entendía
nada; aparte el radiosol se rompió y quedaron en la
más completa oscuridad. Por supuesto, se frustró el plan
para atrapar al que llamaba.
El tío Aldo intentó arreglar el radiosol, pero no hubo
caso. No les quedó más remedio que prender dos can-
Cuentos de terror para Franco I 53

diles, y ahí sí que era más terrorífico todavía. Con la luz


del candil todo parece más aterrador porque apenas
alumbra, y como las llamitas de los candiles se mue­
ven, las caras parecen cambiar de formas y encima en
esa situación...
—Tío... ¿me podés llevar a mi casa? —preguntó M
temblando de miedo.
—No podemos ir a esta hora a La Leonesa, aparte
quédate piola que no va a pasar nada —trató de tran­
quilizarlo el tío.
Debido a que el principal elemento de iluminación
se había roto, no podían hacer gran cosa, ya que no se
podía correr con los candiles porque se apagaban por
el viento. Entonces, el tío mandó a sacar las pilas de la
radio, y buscó en la casa su linterna de pesca de tres
elementos. Probaron y alumbraba muy lindo, se ve que
las pilas eran nuevas. Luego dio las nuevas indicacio­
nes:
—Muchachos, vamos a cambiar el plan. Vos, José,
te vas con la linterna y te escondés detrás de la palmera
que está a diez metros del portoncito. Apenas golpean,
vos iluminás y nosotros rajamos hacia el lugar.
—No vayan a tardar ¿eh? — dijo José
Y de nuevo se pusieron a tomar mate a la luz de los
candiles, mientras el aterrorizado José hacía guardia es­
condido en la palmerita. Ya serían como las cuatro de
54 Hugo Mitoire

la madrugada; Coquito bostezaba cada rato y a M se


le cerraban los ojos, cuando...
¡ClapClapClap!... —¡¡¡Don Aldo!!! ¡¡¡Don Aldo!!!
De un salto patearon candiles, cayó la pava del
mate, M que estaba medio dormido se paró de inme­
diato, pero no sabía para dónde agarrar. Los perros
enfurecidos ladraban y, desde la palmenta, José grita­
ba como un loco:
—¡ ¡ ¡Ahí está!!! ¡ ¡ ¡Ahí está, don Aldo!!!
El tío con su escopeta y Coquito con el machete sa­
lieron disparados hacia el callejón, mientras la linterna
de José encandilaba para todas partes y él no paraba
de gritar:
—¡ ¡ ¡Acá va, don Aldo!!! ¡ ¡ ¡Acá va!!!
Y todos llegaron al alambrado contra el callejón...y
nada. Alumbraron para aquí y para allá y nada. Pero
José no paraba de temblar y seguía con el asunto:
—Le juro, don Aldo, que le vi... pasó corriendo de­
lante mío. Era un tipo alto todo de negro. No le pude
ver bien la cara porque era toda negra...
—Bueno, vamos a ver — dijo el tío— hoy llovió todo
el día y la arena del callejón está bien lisita, vamos a ver
si dejó algunas huellas.
Y todos salieron al callejón y alumbraron para aquí
y para allá, y nada. El piso estaba lisito y sin ninguna
marca, parecía una mesa de billar.
Cuentos de terror para Franco I 55

—Pero... don Aldo, le juro que yo le vi...—seguía


diciendo José.
Y todos se volvieron a la casa. Como el pan ya esta­
ba listo, lo sacaron del horno, lo embolsaron y se pre­
paraban para ir a dormir, pero José habló de nuevo:
—Don Aldo, yo me voy a mi casa. Tengo miedo
por mi mamá que está sola con mi hermanita y si ese
tipo va para allá... tengo miedo que le pase algo a cual­
quiera de ellas...
Y el tío trató de tranquilizarlo, que no iba a pasar
nada, que se quedara a dormir y se fuera al otro día a
la mañana, pero no hubo caso.
Ensilló el caballo, puso su cuchillo en la cintura y
un machete entre las calchas y partió.
A la mañana siguiente, casi sobre el mediodía apa­
reció Sebastián, un primo de José, y preguntó por el tío.
—¿Qué pasa, Sebastián?
—Don Aldo, hoy a la mañana unos troperos que
iban llevando unos bueyes encontraron el caballo de
José al costado del camino, ahí en la curva, donde están
esos algarrobos y el palo borracho. Pararon y se pusie­
ron a mirar y... encontraron a José. Estaba al lado del
alambrado, debajo de una enramada... acurrucado,
como que tenía frío...
—Y... ¿qué estaba haciendo ahí? —preguntó con
mucha preocupación el tío.
56 Hugo Mitoire

Y con lágrimas en los ojos el primo contestó:


—Estaba muerto, don Aldo.
El pomberito

i-M

-ffétfúülM1
El Pomberito

Lo más peligroso que había en el Chaco a la hora


de la siesta era el Pomberito. Qué cosa espantosa era
eso.
El Pomberito de Cancha Larga era uno de los más
embromados que existían, siempre andaba con un chi­
cote al hombro.
En el campo, ningún chico se animaba a salir a la
siesta. A Sergio, que era muy cabezudo, su madre to­
dos los días lo amenazaba:
— ¡ Andá! ¡ Andá nomás, vos! ¡Pero después no me
vengas llorando que te agarró el Pomberito!
Pero Sergio, que era más terrible que el mismo
Pomberito, no hacía caso a nada ni a nadie. Él no tenía
miedo de salir a la siesta, y apenas sus padres se dor­
mían, de un solo salto se escapaba por la ventana y
rajaba para la casa de sus compinches.
Raúl y Eduardo eran hermanos y su casa quedaba
a irnos trescientos metros (en el campo no hay cuadras).
Eran los hijos de un peón del padre de Sergio y eran
tan salvajes como él.
Para ir a la casa de sus compinches había un
caminito por donde uno podía ir a pie, en bici, a caba­
llo o en sulky; pero para acortar camino, casi siempre
60 Hugo Mitoire

Sergio atravesaba un montecito y luego bordeaba en­


tre un estero y un cañaveral y se ahorraba un buen
trecho. Y éste era el problema. Todos sabían y, Sergio
también, que los lugares preferidos del pomberito son
los cañaverales y los montes. Muchos cuentan que sue­
len ver al pomberito sentado chupando la caña de azú­
car, y ha de ser cierto porque es lo que más le gusta.
Pasar por un cañaveral a la siesta no sólo era un
desafío sino un peligro mayor, una verdadera prueba
de fuego. Había pocos que se animaban. Por las dudas,
siempre llevaba un facón en la cintura, uno que le ha­
bía regalado un tío cuando cumplió doce años.
—Tomá, esto te va a servir mucho. Un hombre de
campo siempre tiene que andar con un cuchillo en la
cintura, y vos ya sos un hombrecito. Nunca se sabe qué
puede pasar. Pero ojo, ¿eh?, no lo lleves a la escuela, a la
escuela hay que ir a estudiar —le dijo el tío, entregán­
dole un hermoso cuchillo con una vaina de cuero ma­
rrón.
Fue el regalo más fantástico que pudieron haberle
hecho. Los primeros días hasta dormía con el facón bajo
la almohada.
Una siesta iba al trotecito para lo de sus amigos,
escapado de sus padres como siempre, y cuando es­
taba bordeando la chacra vio que a unos cincuenta
metros las plantas se movían, como si alguien las
Cuentos de terror para Franco I 61

empujara o las sacudiera. El julepe empezó a apode­


rarse de Sergio.
Entre flor de julepe y un poquito de coraje, y vien­
do que ese movimiento en el cañaveral se acercaba cada
vez más, ahí nomás peló su cuchillo y lo desafió:
— ¡¡Salí!! ¡¡Salí, que acá te espero!! —gritaba
Sergio— ¡¡Salí de una vez por todas, vamos a ver si sos
macho!! ¡¡¡Te voy a destripar, Pombero hijuna
gransieteü!
Y mientras gritaba como un loco, saltaba y hacía
firuletes en el aire revoleando su cuchillo o raspándolo
por la tierra y levantando una brutal polvareda. Pero el
movimiento en el cañaveral avanzaba, estaba cada vez
más cerca de Sergio, y él más loco se ponía. Parece que
el miedo lo hacía más valiente, hasta que entre salto y
salto pisó un cascote, se torció el tobillo y cayó al suelo
como una bolsa de papas.
Ahí nomás se levantó como un resorte y miraba ese
bulto que no se podía distinguir y que movía las plan­
tas, y que ya estaba a unos diez metros. También mira­
ba al piso, porque en la caída había perdido el facón y
se desesperaba por encontrarlo. Hasta que esa cosa ya
casi llegaba hasta él y entonces ahí sí se decidió Sergio,
y de un salto se tiró al estero y empezó a correr chapo­
teando y alejándose del lugar a toda carrera, pero mi-
62 Hugo Mitoire

rando siempre para atrás. No podía quedarse, porque


sin su cuchillo no iba a enfrentar al Pombero.
Y el bulto que movía las plantas por fin llegó hasta
la punta de los liños y miró para un lado y para otro, y
después lo miró a Sergio, que paró de correr. Pero no
era el Pombero, era un chancho negro grande como
una vaca, que se había escapado del corral y andaba
medio perdido.
Ahí sí que Sergio salió del estero hecho una furia, y
aunque nadie lo estaba mirando, se sentía avergonza­
do por haberse asustado por un simple chancho. Ahí
nomás empezó a correr al animal y a gritarle de todo:
— ¡¡Chancho hijuna gransieteü ¡Yo te voy a dar es­
caparte del corral y andar comiendo las plantas! ¡¡¡Te
voy carnear, desgraciaoü!
Salió del estero todo mojado, buscó su facón, se sa­
cudió las ropas y siguió camino.
Claro, esto fue un susto nada más, porque por suerte
no era el Pombero; pero hay muchos casos donde sí
aparece el Pombero y el asunto no es nada divertido.
Me acuerdo bien de un caso, que también ocurrió
en Cancha Larga, a unos dos kilómetros de la casa de
Sergio, cerca del Cañaveral de los Álvarez. Ése sí que
fue embromado.
Había una familia, los Cabrera, que eran peones
de los Álvarez. Tenían cuatro o cinco hijos, y al más
Cuentos de tenor para Franco I 63

grande, Juancito, le pasó algo que todavía me pone la


piel de gallina.
Una siesta se escapó de los padres y rajó para la
laguna a pescar. Iba caminando piola por el medio del
cañaveral, silbando y pensando en bueyes perdidos, y
de golpe empezó a escuchar unos silbidos y después
ruidos como de alguien que corría entre las plantas de
cañas, y lo peor era que se venía hacia él. Entonces,
¡patitas para qué te quiero!, emprendió una carrera a
toda velocidad, tiró la cañita de pescar, su latita de lom­
brices y también la bolsita de la honda con los bodoques.
Y la cosa cada vez más cerca, ya se le venía enci­
ma...
Juancito corría con desesperación y miraba para
atrás, viendo que a unos diez metros una cosa medio
petisa, como un enano barbudo con un sombrero gran­
de, lo corría, pegando unos alaridos y unas carcajadas
terroríficas.
— ¡¡Mamita!! ¡¡Mamitaaaaayudaaaaameü —grita­
ba y lloraba.
Hasta que enseguida nomás sintió como si le die­
ran un gran empujón en la espalda y cayó de trompa,
pegándose una flor de revolcada.
Ahí, mientras se revolcaba en el suelo, el enanito lo
pateaba y le pegaba unos chicotazos, mientras no pa­
raba de gritar y reír a carcajadas.
64 Hugo Mitoire

— ¡ ¡ Aaaaaahhhhhhhjajajajajajajajajajajajajaja!!
¡ ¡ ¡ ¡ Aaaahhhhhjajaja jajaja!!!!
Y Juantito quería levantarse y correr, pero se volvía
a caer, y el enanito lo pateaba y lo chicoteaba sin parar.
Eso fue lo último que se acordó Juancito, porque a
partir de ahí perdió el conocimiento.
Y así lo encontraron unos cañeros esa tardecita,
cuando volvían a sus casas. Lo levantaron, le mojaron
un poco la cabeza y él se empezó a despertar. Estaba
todo sucio de tierra, arañado y golpeado. Tenía marcas
por todas partes, y no se acordaba ni de dónde estaba.
No sabía quién era ni dónde vivía. Por suerte los cañe­
ros lo reconocieron.
—Pero, che... Este es Juancito, el hijo de Cabrera —
dijo uno.
—Y... sí, qué lo tiró... —dijo otro.
Lo llevaron a su casa, y los padres que ya estaban
asustados porque desde la siesta lo andaban buscando,
lo abrazaron y empezaron a preguntarle cosas. Pero
Juancito los miraba sin hablar, como perdido; parecía
que no conocía ni a sus propios padres. La mamá em­
pezó a llorar.
—Seguro que lo agarró el pombero... —decía y llo­
raba desconsolada.
El padre agarró un caballo y a todo galope fue has­
ta lo de don Alvarez a pedirle si podía llevarlos en la
Cuentos de terror para Franco I 65

camioneta a La Leonesa, para que lo viera el doctor.


En el pueblo, por suerte, había un médico.
Después de revisarlo, el Dr. Benoist le dijo que
mejor sería que lo llevaran a Resistencia para hacer­
le unos estudios. Y así anduvieron de acá para allá
con el pobre Juancito, haciéndole pruebas muy ra­
ras: hasta dicen que le enchufaron unos cables en la
cabeza para estudiarle los sesos.
Después de varios días, el doctor les dijo que
Juancito tenía una enfermedad muy fulera que se lla­
ma epilepsia, y que iba a tener que tomar remedios
durante toda la vida.
Los padres no le creyeron mucho, porque en el
campo no existen esas enfermedades raras. Esa mis­
ma noche, la abuela de Juancito les aconsejó que lo
llevaran a lo de doña Lechiguana, una curandera,
que ésa les iba a decir bien lo que tenía.
Al otro día ya estaban en la casa de la curandera,
que vivía bastante lejos, en Tatané. Primero le miró
los ojos, después le tiró el cuerito de la espalda, y
por último le hizo hacer pichí para oler. Con eso ya
fue suficiente: Juancito no tenía ninguna enfermedad,
dijo la Lechiguana, y había quedado tonto porque lo
agarró el Pomberito. Además les dijo que iba a que­
dar así, tonto para siempre.
66 Hugo Mitoire

Y así quedó Juancito, medio tonto. A veces le aga­


rraba como una locura, parece que se acordaba del
Pomberito y se tiraba al suelo, gritaba y pataleaba y
echaba espuma por la boca.
Pero ya nadie se asustaba, porque doña
Lechiguana les recomendó lo que había que hacer
en estos casos.
Cuando se estaba revolcando, había que tirarle
un baldazo de agua bien fresquita y enseguida se le
pasaba la locura.
Viento Norte
Viento Norte

El viento Norte soplaba bastante fuerte esa tarde


de enero. En el Paraje Yatay el clima era para morirse
de calor. Los veranos en el Chaco son siempre así, in­
aguantables.
La madre lavaba las ropas en un gran fuentón, de­
bajo del paraíso. El patio era grande, de tierra muy dura
y pelada, rodeado de espartillos y todo tipo de yuyos.
El ranchito estaba lejos del camino y del caserío, casi
donde comienza el estero.
Esa tarde se encontraba sola, con su hijito menor
de apenas unos ocho meses, muy inquieto, y como ya
gateaba, andaba de aquí para allá tocando todo y que­
riendo llevarse a la boca cualquier cosa. La pobre ma­
dre tenía que tener mil ojos con él, más todavía desde
esa vez que se había tragado unas frutitas de paraíso.
Mientras fregaba la ropa, cada tanto miraba lo que
hacía su bebé, que por lo visto estaba empecinado en
atrapar alguna gallina, ya que las perseguía a todas, a
cualquiera que se le cruzara. Claro, gateando le iba a
costar un poco, pero el pequeño se divertía y cada tan­
to detenía su gateo y se sentaba en medio del patio,
tomaba alguna ramita o algún juguete, lo observaba,
70 Hugo Mitoire

lo chupaba un poco o lo mordía, para luego tirarlo y


seguir persiguiendo a las gallinas.
Una bataraza que caminaba bordeando los yuyos
empezó a ser perseguida por el nene, pero ésta, con paso
tranquilo y sereno se alejó hacia el estero. El nene cabe­
zudo y obstinado allá fue tras la gallina.
Fue un instante, donde todo parecía estar coordi­
nado para que ocurriera, ya que la madre a su vez se
dirigía a colgar las ropas en el alambrado, que estaba a
unos diez metros del patio. Fue en ese fugaz momento
en que la madre perdió de vista al niño, no advirtió que
había salido del patio; fue un instante de distracción.
Éstas suelen ser las distracciones o los instantes fa­
tales, que sólo duran solo unos segundos, y ahí todo
ocurre.
Primero fue un alarido largo y estremecedor, luego
un interminable llanto a los gritos. La madre, como si
le hubiesen clavado un cuchillo, reaccionó con espanto.
Tiró el fuentón con sus ropas y corrió desesperadamen­
te hacia el lugar de los llantos. Cuando ya estaba cerca
y comenzaba a divisar al niño, vio que éste se revolca­
ba torpemente entre los yuyos y el espartillo, agitando
sus manitos y sin dej ar de gritar.
A la madre se le heló la sangre, como si la hubiese
paralizado el horror. Lanzó un grito de dolor y deses­
peración y empezó a suplicar a todos sus dioses, sin
Cuentos de terror para Franco I 71

dejar de correr. Acercándose a su hijito no atinaba qué


hacer, jamás había visto una cosa así.
El nene, que se revolvía en el pastizal, tenía enros­
cada firmemente en su mano y bracito derecho una
víbora yarará, que no paraba de morderlo en el brazo
y en todas las zonas del cuerpito que estaban al alcance
de los latigazos de sus colmillos asesinos. Todos los ino­
centes movimientos del bracito eran una provocación
para la víbora, que se embravecía más y más.
Con esa valentía y fuerza que sólo tienen las ma­
dres, y sin importarle ni su propia vida, se tiró sobre su
hijo; con una mano tomó a la víbora de la cabeza para
que no lo mordiera más y con mucha dificultad la
desenroscó, arrojándola bien lejos.
Tomó a su niño en brazos y emprendió una loca y
angustiosa carrera hacia el caserío. En esos breves e in­
terminables minutos, rezó y suplicó a todos sus santos,
mientras besaba la frente del niño.
Casi totalmente agotada, y faltando todavía unos
cincuenta metros, sacó fuerzas de donde no tenía y
apuró más su carrera, gritando y suplicando, viendo
como su hijito había empezado a hincharse... y ya no
gritaba.
Juegos peligrosos
Juegos peligrosos

El juego de la manguera, más que juego, era una


especie de competencia entre los hermanos Javier y Ro­
berto. Allí en el campo, en el caluroso clima chaqueño,
donde no hace frío ni en invierno, refrescarse de cual­
quier forma y en cualquier lugar era una necesidad.
Ese mes de diciembre, con toda la sequía que ya
duraba más de diez meses, el calor y el viento Norte
abrasador eran como si a uno lo estuvieran asando a la
parrilla.
En el campo, estos adolescentes no tenían muchos
entretenimientos para elegir, ni siquiera amigos cerca­
nos para ir a visitar. Cazar o pescar era la máxima di­
versión. Para jugar a las cartas, tenían que esperar la
visita de algunos amigos o parientes, ya que a sus pa­
dres no les gustaba.
Por si fuera poco, tenían casi prohibido jugar con
agua, porque culpa de la sequía era necesario no mal­
gastar. En la casa sólo había un aljibe, que estaba seco
desde hacía bastante tiempo, y un motorcito, una
electrobomba que era la que llenaba el tanque de mil
litros de agua.
Los padres todos los días recomendaban a sus hijos
ahorrar al máximo, regar sólo las plantas más impor-
76 Hugo Mitoire

tantes, no regar el patio, y por supuesto, que ni se les


ocurriera jugar con agua.
Ese domingo de diciembre a la siesta, los hermanos
estaban más aburridos que nunca. El calor era inso­
portable, no se podía estar ni a la sombra. Ni se les ocu­
rría ir a pescar o cazar, porque ese calor era muy peli­
groso.
Uno de ellos propuso:
—Che, vamos a mojarnos un poco...
—Sí, vamos, esto no se aguanta más —contestó el
otro.
—Vamos allá, detrás del galpón, y conectamos la
manguera en la canilla que está ahí, así los viejos no
escuchan nada.
Y allá fueron los hermanos. Llevaron la manguera
que estaba tirada en el patio, la conectaron y Javier dijo:
—Che, ¿jugamos a ver quién aguanta?
—Dale — aceptó su hermano.
Roberto agarró la punta de la manguera y la metió
en la boca, mientras su hermano observaba y esperaba
la orden, agarrando la manija de la canilla.
El juego era quién aguantaba más la presión, sin
que se le escapara ni una sola gota de agua. A veces
había que tragar un poco para no perder, pero el asun­
to era que no chorreara nada.
Cuentos de terror para Franco I 77

Cuando Roberto hizo señas con su pulgar, Javier


abrió la canilla al máximo. En realidad la presión nun­
ca era mucha, menos aún cuando el tanque estaba
medio vacío. Ahora al parecer tenía bastante presión,
porque a Roberto se le inflaron de golpe los cachetes,
trató de aguantar tragando un poco, pero parece que
se atoró porque empezó a toser y escupir.
—Perdiste, ahora me toca a mí — dijo Javier cerran­
do la canilla.
Roberto siguió tosiendo un poco más y se sentó al
lado de la canilla, donde no dejaba de carraspear.
—Dale, che, no es para tanto, mirá y aprende cómo
hay que hacer —se burlaba Javier, al tiempo que ponía
la manguera en la boca y aguantando la respiración,
hacía señas a su hermano de que abriera la canilla.
Abierta al máximo, Javier resistía sin tragar y sin
que se le escapara una sola gotita. Con sus cachetes in­
flados y rojos, los ojos parecían a punto de saltar, aguan­
tó unos diez o quince segundos, hasta que sacó la man­
guera y escupió.
— ¡¡Gané!! —dijo triunfante, apuntando ahora la
manguera hacia su hermano y mojándolo todo. Lue­
go, poniendo el chorro sobre su cabeza, empezó a mo­
jarse y refrescarse.
—Soy un capo —decía y lo cargaba a Roberto.
78 Hugo Mitoire

Como ya se habían refrescado bien, volvieron a en­


rollar la manguera y la dejaron nuevamente tirada en
el patio. Ahora tenían que esconderse hasta que se se­
caran, porque si no se iban a ligar un reto de los padres.
A la hora más o menos, ya estaban totalmente se­
cos y volvieron a la casa, sus padres ya estaban levan­
tados.
—¿Dónde estuvieron? —preguntó la madre.
—En el galpón — contestó Javier.
—¿Ya vos qué te pasa? — preguntó la madre a Ro­
berto.
—Nada... ¿porqué?
—Te noto medio pálido ¿qué estuvieron haciendo?
—Nada, estábamos hablando pavadas nomás —
colaboró Javier.
Y Roberto, que en realidad no se sentía muy bien,
no quería decir nada. Se daba cuenta de que empezó a
sentirse medio raro un rato después de haberse
atragantado con el agua, sentía como una molestia en
el estómago, pero ni loco iba a contar eso.
—Vení, Roberto, vamos a preparar un tereré —pro­
puso Javier, para evitar que le siguieran preguntando
cosas.
Sin embargo, antes de que empezaran a tomarlo,
Roberto dijo a su hermano que se sentía mareado, con
Cuentos de terror para Franco I 79

la sensación de tener fiebre o chuchos, y que no tenía


ganas de tomar nada.
—Dejate de embromar, no vayas a contar que te
atragantaste. Andá a acostarte, y se te va a pasar —
aconsejó Javier.
Apenas acostado, ya notó que las cosas le daban
vueltas a su alrededor, tenía ganas de vomitar, pero no
vomitaba, tenía mucho frío y empezó a temblar.
—Mamá... vení, por favor.
Cuando escucharon el llamado acudieron los tres,
la madre fue la más preocupada, y el padre propuso
llevarlo hasta el pueblo, para que lo viera un médico.
Salieron de inmediato en la camioneta, Roberto cada
vez más pálido, transpiraba y se quejaba de un dolor
en la boca del estómago. Se le habían empezado a hin­
char los ojos y tenía algunas manchitas en la piel. El
padre aceleraba todo lo que podía, la madre lo acari­
ciaba, cada vez con más angustia y Javier empezó a
llorar...
—Mamá... nosotros estuvimos jugando con la man­
guera y... él se atragantó, parece que tragó mucha agua,
porque después no paraba de toser... —confesó entre
llantos el hermano.
La madre y el padre lo retaron un poco, pero esta­
ban más preocupados por Roberto, que ahora ya ce­
rraba los ojos, como si fuera a desmayarse.
80 Hugo Mitoire

Llegaron al pequeño hospital, y de inmediato fue


atendido. El médico apenas lo revisó, ordenó ponerle
suero y muy preocupado les preguntó a los padres.
—¿Tomó o comió algo raro?
—No, nada. Solo estuvieron jugando con el her­
mano con la manguera, y se atragantó un poco con el
agua — contestó el padre.
—Pero esa manguera... ¿no tenía veneno o no la
usaban para otra cosa?
—No, aparte yo también jugué y tomé el agua de
la manguera y no me pasó nada —dijo Javier.
El estado de Roberto era cada vez peor. A los pocos
minutos ya había perdido el conocimiento. Su presión
era cada vez más baja, tenía manchas por todo el cuer­
po y le empezó a sangrar la nariz.
El médico ordenó su derivación urgente a Resisten­
cia. "El chico está muy grave y necesita estar en tera­
pia intensiva", les dijo a los padres. En pocos minutos
prepararon la ambulancia y partieron a toda velocidad
hacia la ciudad.
El viaje, que duró casi una hora, fue un suplicio para
la madre, que acompañaba a su hijo en la ambulancia.
El padre y el hermano los seguían en la camioneta.
Era casi de tardecita, cuando llegaron al Hospital
Perrando. Allí ya lo estaban esperando, porque el mé­
dico del pueblo había avisado por teléfono que manda-
Cuentos de terror para Franco I 81

ba un paciente muy grave. Lo bajaron y de inmediato


lo llevaron a terapia intensiva. Roberto estaba incons­
ciente, todo hinchado y tenía dificultades para respirar.
Apenas se le sentía el pulso. Enseguida hubo que po­
nerle el respirador artificial.
Los médicos estaban muy preocupados, y les ha­
cían cientos de preguntas a los padres, no encontraban
explicación.
A las nueve de la noche, Roberto murió.
Los padres y el hermano, gritaban, lloraban y se
abrazaban sin poder contener el dolor. Estaban solos,
no habían podido avisar a ningún pariente o amigo,
solos con su hijo muerto y su infinito dolor. Javier,
con sus catorce años, se echaba la culpa de la muerte
de su hermano menor, pegaba la cabeza contra las
paredes, pedía a gritos y suplicando perdón a su
querido hermano.
Unos minutos después, el médico de guardia co­
municó a los padres que sentía mucho el dolor y esta
desgracia, pero como había sido una muerte muy
rara y más que nada, porque no se conocía la causa,
él debería comunicar a la policía y con toda seguri­
dad le harían una autopsia.
El forense, con la ayuda de un cirujano del hospi­
tal, comenzó la autopsia a eso de las once de la noche.
82 Hugo Mitoire

Cuando abrieron el abdomen, todo parecía estar


bien, todos los órganos estaban en su lugar, pero los
que les llamó la atención fueron esas manchas en el
estómago, como pequeñas hemorragias. Abrieron el
órgano, y se quedaron helados. Ninguno de los dos,
con toda la experiencia y los años encima de casos
raros y operaciones de todo tipo, nunca había visto
algo así.
Dentro del estómago había una pequeña víbora
de coral, de las verdaderas, de las que te muerden y
te morís. Tenía unos quince centímetros, y se notaba
que había mordido en muchos lugares ese estóma­
go, hasta matar y hasta morir.
Glosario
(Palabras. Expresiones. Dichos y exclamaciones)

1. A GALOPE TENDIDO: ir 10. AROMITO: arbolito del


con el caballo a toda ma­ Chaco, muy lindo. Posee
nija. florcillas esféricas de color
2. A PATA: a pie. amarillo.
3. A TODA MANIJA: correr a 11. ARREOS: elementos de
máxima velocidad. Echan­ cuero que se usan para ca­
do chispas. Como alma ballos y vacas (lazo, sobeo,
que se la lleva el diablo. A cabresto, riendas, bozal,
todo trapo. A rompe y raja. etc.).
A los santos piques. Rajan­ 12. AVÍO: comida que llevan
do. los gauchos o arrieros,
4. ABATATADO: cuando al­ cuando tienen que ir lejos
guien queda confundido y (puede ser mortadela, sala-
empieza a tartamudear. mín, picadillo, queso, ga­
5. ABUENARSE: reconciliar­ lletas, etc.).
se. Hacer las paces. 13. ¡AGARRATE CATALINA!:
6. ACHICHARRADO: cuan­ empezá a temblar. Empie­
do el sol es muy fuerte, za un gran problema.
achicharra las plantas, la 14. ¡AAAY, HAY MOMENTOS
piel, los sesos, etc. QUE NO ME HALLO!: qué
7. AFILAR: anoviar. Ponerse mal me siento. Qué mo­
de novio/a. mento tan desagradable
8. AGUA VA: avisar. Adver­ estoy viviendo.
tir. (Ej: Sin decir "agua va" le 15. BARULLO: bochinche.
asesté un golpe). Muchos ruidos y no se en­
9. ANDÁ A FREÍR PAPAS (O tiende nada.
MONDONGO): desaparecé 16. BATIFONDO: despelote.
de mi vista. Andá a otro 17. BICHO: cualquier animal,
lado con ese cuento. Dejá desde la pulga hasta el ele­
de molestar. fante.
84 Hugo Mitoire

18. BOBETA: no alcanza a ser sar en la luna. Pensar pa­


bobo, pero le falta poco. vadas o en nada.
19. BODOQUE: balín. Mortífe­ 27. BOLEADO: mareado. Per­
ro proyectil fabricado con dido.
barro. De diámetro varia­ 28. CABEZUDO: travieso. In­
ble, se lo "redondea" ha­ quieto.
ciéndolo rodar entre las 29. CABEZUDEAR: hacer tra­
palmas de nuestras ma­ vesuras.
nos. Después se seca al sol, 30. CACHILITO: pajarito hijo
y listo. Los más duros y del cachilo. Muy común en
letales son los fabricados el Chaco.
con lodo. 31. CACHIRULO: auto muy
20. BODOCAZO (obalinazo): viejo y destartalado.
utilizando la honda, acción 32. CACHIVEO: embarcación
y efecto de tirar un bodo­ pequeña fabricada con un
que (Ej: Sacudir o encajar un gran tronco al que se le la­
balinazo). bra un hueco. Muy inesta­
21. BOLEADO: mareado. A- ble.
tontado. 33. CALANDRACA: destar­
22. BÓLIDO: distraído. Papa- talado.
moscas. 34. CALCHAS: son todas las
23. BOMBOLO: tonto. cosas que se colocan arri­
24. BUEY: pobre animalito ba del caballo, antes de
que no puede tener hijos montarlo (montura, basto,
(terneros), porque lo ope­ jergas,pellones, mantas,
raron de los genitales y cinchas, etc.).
quedó estéril. Lo hacen tra­ 35. CAMISA DE ONCE VA­
bajar todo el día. Es muy RAS: un asunto o situación
manso. muy complicado.
25. BUEY CORNETA: persona 36. CAMPECHANO: estilo
chismosa o muy charlata­ campestre.
na. No se confíen. 37. CANDIL: especie de lám­
26. BUEYES PERDIDOS: pen­ para de fabricación case-
Cuentos de terror para Franco I 85

ra. Es un tarrito o frasco dos.


de vidrio cerrado, con un 43. CARAUN: bicho volador
tapita arriba, desde don­ (o sea un ave) parecido al
de sale una mecha de algo­ cuervo.
dón o amianto. El combus­ 44. CARGAR: bromear (o
tible utilizado es el kerose­ también burlarse).
ne o aceite. Alumbra poco, 45. CARGOSEAR: molestar.
más o menos como una Fastidiar
vela. 46. CARPETEAR: campanear.
38. CANDÚ: coscorrón. Tongo. Observar sigilosamente.
Golpe dado en la cabeza Vigilar.
con el nudillo del dedo 47. CARRIZO: planta que cre­
medio. ce en el agua a los costados
39. CAÑADA: gran extensión de tajamares, lagunas y
de campo cubierta de agua, riachuelos, donde no hay
de variable profundidad, mucha correntada. Las
desde cinco o diez centíme­ raíces están sumergidas, y
tros hasta más de un me­ el tallo y las hojas se ele­
tro. No hay correntada, van sobre la superficie
porque es agua estancada. hasta medio metro o más.
Abundan los juncos, ca- 48. CARRIZAL: gran exten­
malotes y muchos tipos de sión de carrizo que se hace
vegetales. Lo habitan una impenetrable, tanto para
gran variedad de bichos, una persona como para
entre plumíferos, reptiles, una embarcación.
roedores, etc. 49. CARRO: carruaje de dos
40. CARACHA: mugre. Sucie­ ruedas tirado por bueyes
dad (Ej: "Ese chico es muy o caballos. Se usa para
carachento"). transportar cosas.
41. CARACHAI: jején. 50. CATÉ: fino, elegante o de
42. CARAMAÑOLA: pequeño buen gusto.
tamborcito de aluminio 51. CATINGA: olor muy feo.
que sirve para llevar líqui­ Pútrido o nauseabundo.
86 Hugo Mitoire

52. CATRALLADA: muchos. 59. CHIFLAR: silbar.


Muchísimos. 60. CHIFLAR EL BAGRE: tener
53. CATRE: especie de cama un apetito voraz. Hambre
plegable. Consta de una que no deja pensar.
loneta y dos patas en cruz. 61. CHIFLETE: viento muy in­
54. CHAMAME: música muy tenso.
escuchada en el campo, al­ 62. CHIPA-CUERITO: torta
gunas son alegres, otras frita. Algo muy rico.
tristes o trágicas. 63. CHIRIPÁ: vestimenta. Es­
55. CHAMAMESEADA: fiesta pecie de medio pantalón,
a puro chamamé que suele porque le falta toda la par­
incluir, baile, gritos de te de atrás. Es de loneta
sapucay, zapateos, revoleo gruesa o cuero. Se pone so­
de ponchos y guachazos bre el pantalón. Lo usan
contra el piso. En ocasio­ los troperos o gauchos
nes, se observan duelos para protegerse de pincha­
criollos. duras, ramas, o también
56. CHAMIGO: amigo. Com­ para apoyar el lazo sobre
pañero. el muslo, cuando se hace
57. CHICOTE: rebenque. Ele­ fuerza al enlazar un terne­
mento compuesto por un ro.
palo (o cabo), en el cual uno 64. CHIRLO: palmada doloro-
de sus extremos se prolon­ sa. El chirlo tiene que doler
ga con un pedazo de cuero y debe aplicarse en la cola
trenzado que termina en (Ej: Fricar unos chirlos).
un tiento. La extensión to­ 65. CHUMBAR: azuzar a los
tal de este cuero es de un perros para que ataquen
metro o más. Sirve para (Ej: ¡Chúmbale chúmbale!).
azotar a los animales, y 66. CHUMBAZO: tiro. Dispa­
también a las personas. En ro.
Norteamérica lo llaman 67. CHUZAZO: acción de hin­
látigo. car o punzar.
58. CHICUELO: mediano. 68. COCOCHO: llevar a al-
Cuentos de terror para Franco I 87

guien sobre los hombros mir luego de una borrache­


(EJ: llevar a cococho). ra.
69. COLORINCHE: cosa de 80. EMBOPA: juego parecido
muchos colores; chillón y a la mancha.
burdo, sin nada de delica­ 81. EMBROMAR: complicar.
deza. También engañar.
70. COMPINCHE: amigo. 82. EMBROMADO: compli­
71. CORONILLA: en la punta cado. Un poco o muy peli­
de la cabeza, justo en el re­ groso.
molino. 83. EMPACHADO O EMPA­
72. CROTO: persona pordio­ CHO: enfermedad cam­
sera. Muy pobre y andra­ pestre que suele aparecer
josa. Insulto (Ej: /Sos un después de que uno se
croto!). come dos kilos de dulce de
73. CUATREREAR: robar ani­ batata con queso o medio
males. cacho de bananas o tres
74. CUCIFAI (o CUCHIFAI): sandías y media docena de
objeto no identificado o naranjas. En una palabra,
cualquier cosa. aparece luego que uno
75. CUMBRERA: el tronco come como una bestia. Los
que se extiende entre los médicos no saben qué ha­
dos horcones, y que es el cer ante esta dolencia. Se
principal sostén del techo. cura por el método de la
76. DESCADERADO: golpe o cinta en el ombligo, o tiran­
enfermedad de la cadera do el cuerito de la espalda.
que lo hace caminar mal. En ocasiones, esta enfer­
77. DESCUAJARINGAR: ac­ medad puede ser mortal.
ción de despelotar, desin­ 84. EMPINAR: inclinar. "Em­
tegrar, desparramar. pinar el codo o empinada":
78. DESPELOTE: desorden forma de referirse a al­
general. guien cuando está toman­
79. DORMIR LA MONA: se do algo.
durmió de borracho Dor­ 85. EN MENOS QUE CANTE
88 Hugo Mitoire

UN GALLO: rapidísimo. cho. Se usa en la pelea crio­


En un instante. lla. Un buen facón debe te­
86. ENCHORIZADO: mezcla ner una hoja de veinte cen­
de barro y paja que usan en tímetros por lo menos.
el campo para fabricar las 94. FIACA: pereza.
paredes de los ranchos. 95. FIJA: lanza de madera o
87. ENTRE PITOS Y FLAU­ tacuara con una punta de
TAS: mientras tanto y casi metal muy filosa.
sin que uno se diera cuen­ 96. FRICAR: pegar. Asestar
ta. unas palmadas.
88. ERRAR EL VIZCACHA- 97. FULERO: feo. Muy feo.
ZO: equivocarse. Meter la 98. FUMANCHÚ: un gran
pata. mago.
89. ES UNA PAPA: es lo máxi­ 99. GANCHO DURO: engan­
mo. Fantástico. Es lo mejor char ambos dedos índices
que hay. e invocar a todos los dio­
90. ESTAR EN LA POMADA: ses, pidiendo un deseo.
estar informado y a la 100. GRAN BESTIA: tatú ca­
moda. rreta.
91. ESTERO: es lo que sigue a 101. GUACHA: parecido al
la cañada luego de que ésta chicote, y que se usa para
empieza a secarse y la in­ el mismo fin. La diferen­
vaden grandes pajonales, cia es que el palo (o cabo)
cardales, tacurúes y ar- es más corto y grueso, y
bustillos. Las grandes se­ está forrado en cuero. Le
quías van transformando sigue una lonja de cuero
las cañadas en esteros. ancha y corta, de menos
92. ESTIRAR LAS PATAS (o de medio metro.
ESTIRAR LA PATA): mo­ 102. GUACHO: que no tiene
rirse. No contar el cuento mamá ni papá. Se aplica
(Ej: ¿Te enteraste? Fulanito a las personas y animales
estiró la pata). (Ej: Ternero guacho o el gua­
93. FACÓN: cuchillo de gau­ cho fulano).
Cuentos de terror para Franco I 89

103. GUAMPAZO: acción y Bs. As. la llaman gomera.


efecto de chocar con la 109. HONDEAR: tirar con la
guampa. Las vacas, toros, honda.
cabras utilizan sus 110. HORCÓN: uno de los
guampas para atacar o postes o troncos princi­
defenderse. pales que sostienen la
104. GUARAPO: líquido espe­ cumbrera del techo de las
so, de color marrón oscu­ casas campestres.
ro y de fuerte olor des­ 111. HORQUETADO: cuando
agradable. Se forma en alguien se queda sentado
las fábricas de azúcar en la horqueta de un ár­
cuando la caña es proce­ bol.
sada. 112. JULEPE: susto mayúscu­
105. GUARDAMONTE: espe­ lo. Un susto del que uno
cie de pantalón (pero sin nunca se olvidará.
la parte de la cola) que se 113. JULEPEADO: asustado
pone sobre el pantalón. Es hasta las tripas.
de loneta gruesa y sirve 114. LAMPALAGUA: la víbo­
para protegerse de las es­ ra más grande que exis­
pinas, ramas, etc. Lo usan te. Yo mismo vi una de
los trabajadores del ocho metros, pero en la
monte cañada Címbaro había
106. GUAZUNCHO: venado. una de más de diez.
107. HIJUNAGRANSIETE o 115. LIGAR: sacudir. Sufrir un
HIJUNAGRANSIETE: golpe o agresión (Ej: Ligó
persona o animal muy un buen chicotazo).
embromado, malo o trai­ 116. LIÑADA: sedal de nylon
cionero. Insulto. o algodón que se usa para
108. HONDA: arma letal com­ pescar.
puesta por una horqueta 117. LIÑOS: los surcos de las
de madera unida por dos chacras.
pedazos de gomas a un 118. LISTO EL POLLO: asun­
cuerito o bodoquera. En to terminado.
90 Hugo Mitoire

119. LODO: (greda) barro de 130. MATE: infusión que se


color marrón clarito. toma con aparatos espe­
120. LONG PLAY: disco de ciales: el mate en sí, la
vinilo del tamaño de una bombilla y la pava con
pizza grande. Contiene agua.
siete u ocho canciones. 131. MATEADA: tomar mate.
121. LONJAZO: acción y efec­ 132. MATE COCIDO (o cocido
to de aplicar golpes con negro): infusión que se
el chicote, la guacha o al­ prepara poniendo un
gún cuero suelto. El poco de yerba en un
lonjazo típico se aplica en jarrito al que se le agrega
la espalda y ésta queda agua hirviendo. Junto al
picando (Ej: Le sacudí unos chipa-cuerito, es lo más
lonjazos por el lomo a ese des­ rico que hay.
graciado...). 133. MATE COSIDO: bandido
122. MACANA: problema y Eléroe Rural del Chaco.
(Ej :¡Qué macana!). Nadie sabe cómo murió.
123. MAMADO:borracho. 134. MILICADA: militares. In­
Ebrio. Tomado. distintamente, policía,
124. ¡MAMITA QUERIDA!: qué ejército, etc.
miedo tengo. Qué miedo 135. MINGA: negación. De
da esa cosa o situación. ninguna manera.
125. MANGA: grupo o banda. 136. MIRIQUINÁ: mono pe­
126. MARISCAR: cazar. queño.
127. MAROTE: cabeza. Coco. 137. MITAÍ: niño. Chico.
Mate. Balero. Sabiola. 138. MOGOTE: una agrupa­
128. MARRUECO: muy pare­ ción pequeña de árboles,
cido a un pato o ganso arbustos y ramas.
(ojo no confundirse con el 139. MOJARRERO: cañita o
país). palito de pescar.
129. MASTICAR VIDRIO: algo 140. MONTE: similar a la sel­
muy tonto. Una cosa de va, pero mucho más mis­
tontos. terioso y peligroso.
Cuentos de terror para Franco I 91

141. MORONDANGA: sin im­ carlo ni rozarlo.


portancia. De escaso o 152. PATEJA: tres anzuelos
nulo valor. juntos, soldados o atados
142. NI POR LAS TAPAS: por espaldas con espaldas, de
nada del mundo. Ni aun­ modo que parece un gan­
que me lo pidan de rodi­ cho triple (pídanle a su
llas. padre que les muestre
143. NO (LE) VAYA A FACILI­ una, así me ahorran más
TAR: no confiarse en algo explicaciones).
que parece sencillo y fá­ 153. PATEJAR O PATEJEAR:
cil. Hay que tomar las acción de tirar la pateja
precauciones. al agua (atada a una
144. NOVILLO: animalito liñada porque sino la per­
más grande que el terne­ demos en el río) e inme­
ro. Viene a ser un ternero diatamente empezar a
adolescente. traerla hacia nosotros,
145. ÑACANINÁ: gran víbo­ dando grandes y violen­
ra de lagunas y cañadas. tos tirones. Lo que se bus­
No son venenosas, pero ca es enganchar -en el
son grandes, ¡y cómo co­ recorrido-algún pez.
rren! 154. PATILLUDO: harto.
146. PACHORRIENTO: pere­ 155. PATITAS PARA QUÉ TE
zoso. QUIERO: huir inmedia­
147. PAN COMIDO: muy fá­ tamente y a toda manija.
cil. Desaparecer del lugar.
148. PANDORGA: barrilete. 156. PATITIESO: quedar para­
149. PAPARULO: persona in­ lizado por el miedo o el
genua. Muy crédula. espanto, o cualquier cosa
150. PASARLA PANCHO: pa­ que por la emoción nos
sarla muy bien. Tran­ haga revolver las tripas.
quillo. Sin problemas. 157. PAVEANDO: haciendo
151. PASÓ LIMPITO: pasar o pavadas. Perdiendo el
saltar sobre algo sin to­ tiempo.
92 Hugo Mitoire

158. PAYÉ: conjuro o maldi­ 167. POLAINA: especie de


ción que se le hace a una bota pero sin plantilla. Se
persona. Existen muchos fabrica con loneta grue­
tipos y de diversa grave­ sa. Se pone sobre el pan­
dad. talón y la alpargata, y
159. PE A PA: todo. (Ej: "Co­ sirve para proteger la
nozco de pe a pa ese asunto). pierna de lastimaduras o
160. PETACA: botellita chica mordeduras de víboras.
donde los gauchos llevan, 168. PUNTAZO: estocada o
ginebra, cognac, etc. puñalada.
161. PETITERO: alguien que 169. ¡QUÉ LO TIRÓ!: qué bar­
está a la moda y se viste baridad. Es increíble.
con la ropa recién salida, Para no creer. A la flauta.
aunque parezca un paya­ 170. RADIOSOL: Petromax.
so. Lámpara muy linda. Está
162. PICAR EN PUNTA: correr provista con un tanque
en el primer lugar. de kerosene, y funciona
163. PICHANA: rama de ar­ con un sistema de com­
busto. Escoba dura. Sir­ presión a válvulas y agu­
ve para hacer escoba o jas. Una bolsita hace de
para pegar a los chicos en ''encamisado" o foco. Tie­
las piernas. ne una luz muy intensa y
164. PINGO: caballo. blanca. Para prenderla
165. PIOLA:persona muy bue­ hay que darle bomba, y
na y simpática, o tranqui­ luego de encendida, bom­
la. Estado de tranquili­ bearla cada tanto.
dad o serenidad. Ojo, que 171. RAJANDO: a toda mani­
la palabra piola también ja*
significa soga. 172. REBATIÑA: juntarse en­
166. PITUCO o PITUQUITO: tre varios chicos y tirar
persona muy fina y de caramelos al aire, y ape­
modales educados. No nas caen al piso, tratar de
existen en el campo. agarrar la máxima can-
Cuentos de terror para Franco I 93

tidad posible, así haya 182. SOBADORA: máquina


que dar empujones o es­ que se utiliza en las pa­
tirar de las ropas de los naderías. Tiene dos cilin­
participantes. (Ej: Jugue­ dros de metal en parale­
mos a la rebatiña). lo, para que la masa pase
173. REDOMÓN: caballo joven entre estos y salga finita.
o potro, que todavía no 183. SOPLAMOCO: especie de
fue amansado. Muy aris­ bofetada. Golpe dado con
co. la mano abierta, en la re­
174. RETRUCÓ: contestó seve­ gión de la cabeza o la ore­
ramente o de mala mane­ ja. La oreja debe quedar
ra. colorada y ardiendo (Ej:
175. SAN QUINTÍN: despelote Le di un soplamoco c¡ue hasta
en grado máximo. Tam­ ahora le debe estar ardiendo
bién distancia lejísima. la oreja).
176. SANTIAMÉN: instante 184. SORONGO: algo que no
fugaz. tiene explicación.
177. SANTO REMEDIO: una 185. SOSEGATE: soplamoco.
solución definitiva a un 186. SULKY: carruaje de dos
problema o una cosa. ruedas tirado por un ca­
178. SANTO COHETE: inútil­ ballo. Para viaje o paseo.
mente. Sin sentido. Capacidad: dos personas.
179. SAPUCAY: grito de ale­ Si son flacas caben tres.
gría o de triunfo. También 187. TACURÚ: especie de
puede ser de dolor y ra­ montañita de hasta un
bia. metro de altura que se
180. SE MANDÓ A MUDAR: se observa en campos y
fue. Se las picó. Se tomó el esteros. Hormiguero.
buque. Se las piró. 188. TAJAMAR: excavación de
181. SESOS: cerebro. Masa variable tamaño, que
encefálica.Por extensión luego se llena de agua.
la sesera, equivale a la ca­ Después de un tiempo co-
beza. mienzan a crecer todo
94 Hugo Mitoire

tipo de camalotes, y apa­ esto se fabrican los


recen cascarudos, tara­ arreos. Los sobeos se fa­
riras, bagres-sapos y an­ brican con dos tientos
guilas. Es como un acua­ trenzados. Hay lazos de
rio y pileta de natación cuatro y ocho tientos. La
campestre a la vez, pero punta del chicote suele
claro, no tiene el piso ni terminar en un tiento
las paredes de azulejos, y 194. TOLE-TOLE: despelote.
cuando uno se mete a dar 195. TOLONGO: ahora lo lla­
un chapuzón, sale más man chico hiperkinético.
embarrado que un chan­ Alborotado. No deja en
cho. paz a nadie. Muy moles­
189. TAPERA: rancho de mala to.
muerte o abandonado. 196. TOPAR: enfrentarse.
Da lástima. 197. TRIFULCA: pelea genera­
190. TARASCÓN: mordiscón lizada.
muy grande. 198. TRIGO LIMPIO: persona
191. TARRAYA (o TARAYA): honesta y de confianza.
red circular con mecanis­ 199. TROPERO: arriero.
mo de cierre por piolín. Se 200. TRUCO: juego con naipes.
usa para pescar muchos 201. TURULATO: medio ton­
peces a la vez. to. Marmota.
192. TERERÉ: infusión refres­ 202. ¡TUS!: ruido típico que se
cante que se prepara con escucha cuando uno —
una jarra de agua, un con la honda— le pega un
vaso con yerba y una balinazo a un pajarito.
bombilla. A diferencia 203. TUTÍA: no hay caso. Con
del mate que se toma con eso no se puede. (Ej: No
agua caliente, este se bebe hay tutía). Ojo: No es "tu
con agua fresca o helada. tía", la hermana de tu
193. TIENTO: una lonja o tiri­ mamá o tu papá.
ta de cuero angosta y de 204. TUTIÁ: planta de no más
extensión variable. Con de cuarenta centímetros
Cuentos de terror para Franco I 95

de altura con miles de es­ como se esperaba.


pinas. 207. YACARÉ: cocodrilo.
205. VAQUILLONA: señorita 208. YETA: mala suerte que no
vaca. Una vaca que toda­ llega a desgracia.
vía no se casó ni tuvo hi­ 209. ZOGONÁ: pequeño ani-
jos, o sea terneros. malillo. Especie de cone-
206. YA ESTÁ EL CHIVO EN jito o ardilla.
EL LAZO: la cosa o el 210. ZUMBANDO: rajando. A
asunto ya está solucio­ toda manija.
nado. La cosa salió tal
Otros títulos de la serie

Cuentos de Terror para Franco II

El sonámbulo y la Muerte
Eduardo, el lobisón (Ira. parte)
El fantasma de la panadería
El espantapájaros
La playa
La leyenda de Mate Cosido

Cuentos de Terror para Franco III

El extraño Suceso de Elpidio Fleytas


Memorias de un niño cruel
Eduardo, el lobisón (2da. parte)
Luciano Vallejos, el bailarín
Paraje Tres Ahorcados
El monstruo del guarapo
La anguila del tajamar

Cuentos de Terror para Franco IV

La bestia (Ira. parte)


Eduardo, el lobisón (3ra. parte)
Estero cuatro diablos
Un extraño en la ventana
98 Hugo Mitoire

El ojeo
Crispín Soto y el Diablo (Ira. parte)
Armas y Diablo
La poseída
Una historia sobre el hombre del capote negro

Cuentos de Terror para Franco V

Mensajes del Más Allá - Primera Parte


El juego de la copa
Crispín Soto y El Diablo - Segunda Parte
A la deriva
La Bestia - Segunda Parte
La pieza de las víboras
Eduardo el lobisón - Cuarta Parte (Final)
Domingo sangriento

Cuentos de Terror para Franco VI

Catalepsia
Mensajes del Más Allá - Segunda parte
Laguna El Palmar
El nido de la ñacaniná
Crispín Soto y El Diablo - Tercera parte
La reaparición
La Bestia - Tercera parte
El destino del Sr. Sanabria
El Ectoplasma
Cuentos de terror para Franco I 99

Cuentos de Terror para Franco VII

El ataúd
Mensajes del Más Allá - Tercera parte (Final)
El monte de las ánimas
La Bestia - Cuarta parte
El velorio del hijo de doña Juana
Los hermanitos Ávalos
Crispín Soto y El Diablo - Cuarta parte
El hombre (o el viejo) de la bolsa
La espera y la despedida
100 Hugo Mitoire

Otros libros del autor

Cuando era chico - Vol. 1 (cuentos y relatos de


aventuras y humor)

Cuando era chico - Vol. 2 (cuentos y relatos de


aventuras y humor)

Historia de un niño-lobo (novela fantástica y de terror)

Criaturas celestes (novela de ciencia-ficción)

Mensajes del Más Allá (novela fantástica y terror)

La cacería (novela negra)

Crispín Soto y el Diablo (novela fantástica y de terror)


Ante cosas raras, emanaciones siniestras o cualquier
cosa no identificada que provoque mucho julepe,
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