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BOAVENTURA
DE S O U S A SANTOS
CRÍTICA
DE LA RAZÓN
INDOLENTE
CONTRA EL DESPERDICIO
DE LA EXPERIENCIA
VOLUMEN I
PARA UN NUEVO S E N T I D O COMÚN: LA
CIENC IA, EL D ER EC H O Y LA PO LÍ TI CA EN
LA T R A N S I C I Ó N PARADIGMÁTICA
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DERECHOS
HUMANOS Y 1 de 75
desclée DESARROLLO
Capítulo I
DE L A C I E N C I A M O D E R N A AL
NUEVO SENTIDO COMÚN1
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2. Según datos de la FAO, hay 500 millones de personas en riesgo de morir de hambre. En el año
2000, de las 25 ciudades con más de 11 millones de habitantes, 22 serán del Tercer Mundo.
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3. Este proceso histórico no fue de ningún modo lineal. Por ejemplo, en los países centrales, duran
te el segundo periodo del capitalismo (el del capitalismo organizado), se asistió a una articula
ción más equilibrada entre el principio del mercado y el principio del Estado que condujo a una
nueva forma de Estado: el Estado Providencia. Este tema será desarrollado en el Capítulo 2.
4. Cfr. Offe (1987), para un análisis de la sensación de agotamiento y bloqueo total en los paí
ses centrales.
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vez de erradicar los riesgos, las opacidades, las violencias y las ignorancias,
asociadas a la premodernidad, lo que hace es recrearlas de una forma hiper-
moderna? El riesgo reside hoy en la destrucción plena por la guerra o el
desastre ecológico; la opacidad es hoy opacidad de los nexos causales entre
las acciones y las consecuencias; la violencia continúa estando relacionada
a la guerra, el hambre y la injusticia, y hoy en día se asocia a la nueva vio-
lencia de la hubris industrial en relación a los sistemas ecológicos y la vio-
lencia simbólica que las redes mundiales de comunicación de masas ejercen
sobre las audiencias cautivas. Por último, la ignorancia es actualmente des-
conocimiento de una necesidad (el utopismo automático de la tecnología)
que se manifiesta como la culminación del libre ejercicio de la voluntad (la
oportunidad de crear opciones potencialmente infinitas).
Escoger una de estas dos lecturas acerca de la situación actual de la cien-
cia moderna no es una tarea fácil. Los síntomas son profundamente ambi-
guos y conducen a diagnósticos contradictorios. Si unos parecen sustentar
convincentemente que la ciencia moderna es la solución de nuestros proble-
mas, otros parecen defender, con igual persuasión, que la ciencia es ella
misma uno de nuestros problemas. Recurriendo a la teoría sinérgica del físi-
co teórico Hermann Haken (1977), podemos decir que vivimos en un siste-
ma visual muy inestable en el que la mínima fluctuación de nuestra percep-
ción provoca rupturas en la simetría de lo que vemos. Así, mirando la misma
figura, vemos un vaso griego blanco recortado sobre un fondo negro, o
vemos dos rostros griegos de perfil, frente a frente, recortados sobre un
fondo blanco. ¿Cuál de las dos imágenes es la verdadera? Ambas y ninguna.
Ésta es la ambigüedad y complejidad de la situación actual.
Igual que en otros periodos de transición, siempre difíciles de entender y
explicar, es necesario volver a las cosas simples, a la capacidad de formular
preguntas simples, que, tal y como Einstein defendía, sólo un niño puede
hacer, pero que, una vez hechas, sean capaces de iluminar de un modo nuevo
nuestra perplejidad. El niño que prefiero vivió hace más de doscientos años
y formuló algunas preguntas simples sobre las ciencias y los científicos. Las
hizo al inicio de un ciclo de producción científica que muchos juzgamos que
está llegando a su fin. Ese niño fue J.J. Rousseau. En su célebre Discurso
sobre las Ciencias y las Artes (1750), Rousseau formula varias cuestiones a
la par que responde a la pregunta, igualmente infantil, que propusiera la
Academia de Dijon (Rousseau, 1971: 52). La pregunta era la siguiente: ¿el
progreso de las ciencias y las artes contribuirá a purificar o a corromper
nuestras costumbres? Se trata de una pregunta elemental, al mismo tiempo
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profunda y fácil de entender. Para darle una respuesta -de tal forma elo-
cuente que ganó el primer premio y algunas enemistades- Rousseau hizo las
siguientes preguntas, no menos elementales: ¿hay alguna relación entre la
ciencia y la virtud? ¿hay alguna razón de peso para sustituir el conocimiento
vulgar que tenemos de la naturaleza y de la vida y que compartimos con las
mujeres y los hombres de nuestra sociedad por el conocimiento científico
producido por pocos e inaccesible a la mayoría? ¿contribuirá la ciencia a dis-
minuir el foso creciente entre lo que se es y lo que se aparenta ser, el saber
decir y el saber hacer, entre la teoría y la práctica? Preguntas simples a las que
Rousseau responde, de un modo igualmente simple, con un rotundo no.
Estábamos a mediados del siglo XVIII, en un momento en que la cien-
cia moderna, surgida de la revolución científica del siglo XVI que produje-
ron Copérnico, Galileo y Newton, comenzaba a abandonar los cálculos eso-
téricos para transformarse en el fermento de una transformación técnica y
social sin precedentes en la historia de la humanidad. Una fase de transi-
ción, pues, que dejaba perplejos a los espíritus más atentos y los inducía a
reflexionar sobre los fundamentos de la sociedad en que vivían y sobre el
impacto de las vibraciones a las que iban a estar sometidos a causa del
orden científico emergente. Hoy, transcurridos doscientos años, todos
somos protagonistas, productos de ese nuevo orden y testimonios vivos de
las transformaciones que produjo. Pero seguimos estando perplejos dada la
pérdida de la confianza epistemológica: por un lado, sentimos una sensa-
ción de pérdida irreparable tanto más extraña cuanto que no sabemos con
certeza lo que podemos perder; por otro, admitimos, incluso, que dicha sen-
sación no sea más que el producto del miedo que siempre precede a las últi-
mas conquistas del progreso científico. A pesar de ello, siempre permanece
la perplejidad por no saber lo que en realidad vamos a ganar.
De ahí resulta la ambigüedad y la complejidad del tiempo actual. De ahí
también la idea, hoy compartida por muchos, de que estamos en una fase de
transición. De ahí, finalmente, la urgencia de responder a preguntas simples,
elementales, inteligibles. Una pregunta elemental es una pregunta que apre-
hende, con la simplicidad técnica de una horquilla, lo más profundo de nues-
tra perplejidad individual y colectiva. Así fueron las preguntas que planteó
Rousseau; así deben ser las nuestras. Aunque, más de doscientos años des-
pués, nuestras preguntas siguen siendo las mismas que las de Rousseau.
De nuevo necesitamos preguntar por las relaciones entre la ciencia y la
virtud, por el valor del conocimiento llamado ordinario o vulgar que noso-
tros, los sujetos individuales o colectivos, creamos y usamos para dar senti-
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2. El paradigma dominante
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5. Para Bacon "la senda que conduce al hombre al poder y la que lo conduce a la ciencia
están muy próximas, siendo casi la misma" (1933: 110). Bacon afirma también que si el
objetivo de la ciencia es dominar la naturaleza, no es menos verdad que "sólo podemos
vencer la naturaleza obedeciéndola" (1933: 6, cursivas mias), lo que no ha sido debidamente
destacado en las interpretaciones de la teoría de la ciencia de Bacon.
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Galileo refutó las tesis de Aristóteles sólo en la medida en que las hallaba
no sustentables, y es Einstein quien nos advierte de que los métodos expe-
rimentales de Galileo eran tan imperfectos que sólo por vía de especulacio-
nes osadas podía completar satisfactoriamente las lagunas entre los datos
empíricos (basta recordar que no había mediciones de tiempo inferiores al
segundo) (Einstein, 1970: xix). A su vez, Descartes iba inequívocamente de
las ideas a las cosas y no de las cosas a las ideas, estableciendo la prioridad
de la metafísica en cuanto fundamento último de la ciencia.
Las ideas que presiden la observación y la experimentación son las ideas
claras y sencillas, a partir de las cuales se puede ascender a un conocimiento
más profundo y riguroso de la naturaleza. Esas ideas son las ideas matemá-
ticas. La matemática proporciona a la ciencia moderna, no sólo el instru-
mento privilegiado de análisis, sino también la lógica de la investigación y,
aún más, el modelo de representación de la propia estructura de la materia.
Para Galileo, el libro de la naturaleza está inscrito en caracteres geométricos6
y Einstein no piensa de modo diferente7. De este lugar central que ocupa la
matemática en la ciencia moderna se derivan dos consecuencias principales.
En primer lugar, conocer significa cuantificar. El rigor científico se mide por
el rigor de las mediciones. Las cualidades intrínsecas del objeto son, por
decirlo de algún modo, descualificadas y en su lugar pasan a imperar las can-
tidades en que eventualmente pueden ser traducidas. Lo que no es cuantifi-
cable es científicamente irrelevante. En segundo lugar, el método científico se
asienta en la reducción de la complejidad. El mundo es complicado y la
mente humana no lo puede aprehender completamente. Conocer significa
dividir y clasificar para después poder determinar relaciones sistemáticas
6. Entre muchos otros pasajes del Diálogo sobre los Grandes Sistemas del Mundo, cfr. el
siguiente fragmento de Salviati: Si el término 'entendimiento', tomado en la acepción de
'intensivo', significa la comprehensión intensiva, esto es, perfecta, de una proposición dada,
diré entonces que el entendimiento humano comprehende algunas proposiciones tan
perfectamente y alcanza una certeza tan absoluta como la propia naturaleza. Tal es el caso, por
ejemplo, de las proposiciones de las ciencias matemáticas puras, a saber, la geometría y la
aritmética; el intelecto divino conoce un número infinitamente mayor, dado que las conoce
todas, mas, si el intelecto humano conoce pocas, juzgo que el conocimiento que de ellas tiene
iguala, en certeza objetiva, el conocimiento divino, porque llega a comprehenderlas como
necesidad, y ese es el más alto grado de certeza (Galileo Galilei, 1967: 110).
7. La admiración de Einstein por Galileo queda bien patente en el prefacio que escribió para el
Diálogo de Galileo. El modo radical como Einstein 've' la naturaleza matemática de la estruc-
tura de la materia explica en parte su larga batalla sobre la interpretación de la mecánica cuán-
tica (especialmente contra la interpretación de la escuela de Copeñaga). A este propósito, ver
Hoffmann (1973: 173 y ss.).
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entre lo que se separó. Ya en Descartes una de las reglas del Método consiste
precisamente en ''dividir cada una de las dificultades... en tantas parcelas
cuanto fuera posible y requerible para mejor resolverlas" (Descartes, 1984:
17). La división primordial es la que distingue entre "condiciones iniciales"
y "leyes de la naturaleza". Las condiciones iniciales son el reino de la com-
plejidad, del accidente y de dónde es necesario seleccionar las que establecen
las condiciones relevantes de los hechos a observar; las leyes de la naturale-
za son el reino de la simplicidad y de la regularidad, en donde es posible
observar y medir con rigor. Esta distinción entre condiciones iniciales y leyes
de la naturaleza nada tiene de "natural". Como bien observa Eugene Wigner,
es incluso completamente arbitraria (Wigner, 1970: 3). Sin embargo, es en
ella donde se asienta toda la ciencia moderna.
La naturaleza teórica del conocimiento científico se infiere de los presu-
puestos epistemológicos y de las reglas metodológicas referidas. Es un cono-
cimiento causal que aspira a la formulación de leyes, a la luz de las regula-
ridades observadas, con vista a prever el comportamiento futuro de los
fenómenos. El descubrimiento de las leyes de la naturaleza se basa, por un
lado, y como ya se ha comentado, en el aislamiento de las condiciones ini-
ciales relevantes (por ejemplo, en el caso de la caída de los cuerpos, la posi-
ción inicial y la velocidad del cuerpo en caída) y, por otro lado, en el pre-
supuesto de que el resultado se producirá independientemente del lugar y
del tiempo en que dichas condiciones se realicen. En otras palabras, el des-
cubrimiento de las leyes de la naturaleza se asienta en el principio de que la
posición absoluta y el tiempo absoluto nunca son condiciones iniciales rele-
vantes. Este principio es, según Wigner, el teorema más importante de la
invariancia en la física clásica (Wigner, 1970: 226).
Las leyes, en tanto categorías de inteligibilidad, reposan en un concep-
to de causalidad escogido, no arbitrariamente, entre los ofrecidos por la físi-
ca aristotélica. Aristóteles distingue cuatro tipos de causa: la material, la
formal, la eficiente y la final. Las leyes de la ciencia moderna son un tipo de
causa formal que privilegia el cómo funciona de las cosas en detrimento de
cuál sea el agente o cuál sea el fin de las cosas. Así es como el conocimiento
científico rompe con el conocimiento del sentido común. Mientras que en
el sentido común, y, por tanto, en el conocimiento práctico en que se tra-
duce, la causa y la intención conviven sin problemas, en la ciencia, la deter-
minación de la causa formal se obtiene ignorando la intención. Este tipo de
causa formal es la que premite prever y, por consiguiente, intervenir en lo
real, y, en última instancia, posibilita a la ciencia moderna responder a la
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y, tal como él, tiene una visión mecanicista de la naturaleza, a la cual con-
trapone, con evidencia esperada, la especificidad del ser humano. A esta dis-
tinción, primordial en la revolución científica del siglo XVI, van a sobrepo-
nerse otras en los siglos siguientes, tales como la distinción naturaleza/cul-
tura y la distinción ser humano/animal, para en el siglo XVIII poderse cele-
brar el carácter único del ser humano. La frontera que se establece enton-
ces entre el estudio del ser humano y el estudio de la naturaleza no deja de
ser prisionera del reconocimiento de la prioridad cognitiva de las ciencias
naturales, pues si, por un lado, se recusan los condicionantes biológicos del
comportamiento humano, por el otro se usan argumentos biológicos para
fijar la especificidad del ser humano.
Puede, pues, concluirse que ambas concepciones de la ciencia social a
las que aludí pertenecen al paradigma de la ciencia moderna, aunque la con-
cepción mencionada en segundo lugar represente, dentro de este paradigma,
una señal de crisis y contenga algunos de los componentes de la transición
hacia otro paradigma científico.
Hoy en día son ya muchas y muy fuertes las señales que apuntan a que
el modelo de racionalidad científica que acabo de describir en sus líneas
principales atraviesa una profunda crisis. En esta sección defenderé: prime-
ro, que esa crisis no es sólo profunda sino irreversible; segundo, que esta-
mos en un periodo de revolución científica que se inició con Einstein y la
mecánica cuántica y no se sabe aún cuándo acabará; tercero, que las seña-
les nos permiten tan solo especular acerca del paradigma que emergerá de
este periodo revolucionario, pero que, desde este momento, puede afirmar-
se con seguridad que colapsará las distinciones básicas en que se asienta el
paradigma dominante a que más arriba aludí.
La crisis del paradigma dominante es el resultado interactivo de una
pluralidad de condiciones. Distingo entre condiciones sociales y condiciones
teóricas. Prestaré más atención a las condiciones teóricas y por ellas comien-
zo. La primera observación, que no es tan trivial como parece, reside en que
la identificación de los límites, de las insuficiencias estructurales del para-
digma científico moderno, es el resultado del gran avance en el conoci-
miento que él mismo propició. La profundización del conocimiento permi-
tió ver la fragilidad de los pilares en que se funda.
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El carácter local de las mediciones y, por tanto, del rigor del conoci-
miento que se obtiene con base en ellas, va a inspirar el surgimiento de la
segunda condición teórica de la crisis del paradigma dominante, la mecáni-
ca cuántica. Si Einstein relativizó el rigor de las leyes de Newton en el domi-
nio de la astrofísica, la mecánica cuántica lo hizo en el dominio de la micro-
física. Heisenberg y Bohr demuestran que no es posible observar o medir
un objeto sin interferir en él, sin alterarlo, hasta tal punto que el objeto que
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13. Bunge afirma: "En pocas palabras, el principio causal no es una panacea ni un mito: es una
hipótesis general subsumida en un principio universal de determinabilidad, teniendo una vali-
dez aproximativa en su propio dominio" (1979: 353). En Portugal, en este sentido, es de jus-
ticia señalar la obra teórica de Armando Castro (1975, 1978, 1980, 1982, 1985).
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4. El paradigma emergente
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necesaria y suficiente para que una cosa sea una obra de arte. Si "miramos
con atención" concluiremos que no hay una cualidad que sea común a
todas las obras de arte y sólo a ellas (Weitz, 1956: 27-35)14. No cabe, por
tanto, continuar el debate desencadenado por Weitz. En cierto modo, en él
resuena la discusión sobre la naturaleza de la belleza estética que se remon-
ta, por lo menos, a Aristóteles, aunque incluyendo nuevas dimensiones, en
parte procedentes de la visibilidad progresiva del arte en el actual periodo
del "capitalismo desorganizado", tal y como el debate sobre el post-moder-
nismo claramente demuestra.
A mi entender, el carácter inacabado de la racionalidad estético-expre-
siva reside en los conceptos de placer, de autoría y de artefactualidad discur-
siva. La colonización del placer en la modernidad occidental se dio a través de
la industrialización del ocio y de los tiempos libres, de las industrias cultu-
rales y de la ideología y práctica del consumismo. Con todo, fuera del
alcance de la colonización, se mantuvo la irreductible individualidad inter-
subjetiva del homo ludens, capaz de aquello a lo que Barthes denominó
jouissance, el placer que resiste al enclaustramiento y difunde el juego entre
los seres humanos. Ha sido en el campo de la racionalidad estético-expresi-
va donde el placer, a pesar de su semi-enclaustramiento, se puede imaginar,
desde una perspectiva utópica, como algo más que semi-liberado.
La noción de autor -al lado de todos los demás conceptos a los que está
asociado, tales como los de iniciativa, autonomía, creatividad, autoridad,
autenticidad y originalidad-, es el concepto que subyace a la organización
del dominio artístico y literario de la modernidad. Asimismo, está relacio-
nado con la noción, igualmente moderna, de sujeto individual. Estos dos
conceptos representan la discontinuidad entre el mundo medieval y el nuevo
mundo del Renacimiento y de los descubrimientos; representan el absurdo
de reducir el nuevo conocimiento a las semejanzas o analogías con las tipo-
logías inertes establecidas por el conocimiento anterior. En suma, significan
el fin de la antigua auctoritas15.
Sin embargo, fue sobre el pilar de la regulación sobre el que se desarro-
lló el concepto de sujeto autónomo como ciudadano y como agente del
mercado; en ambos casos, como micro-unidad en la creación cotidiana y
normal del nuevo orden de cosas. Por el contrario, el concepto de autoría
14. Ver Davies (1991) para obtener un excelente resumen de la posición de Weitz y del debate al
que dio origen.
15. Ver, también, Pease (1990: 105 y ss.).
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16. Paul Bové recuerda, acertadamente, la afirmación de Foucault de que nadie está interesado en
negar la existencia del escritor como una causa de la producción literaria o de cualquier otra
forma de discurso escrito (1990: 62).
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18. Sin las categorías de espacio, tiempo, materia y número -las metáforas matriciales de la física
moderna (Jones, 1982)- seríamos incapaces de pensar, aunque las concibamos hoy como cate-
gorías convencionales y metafóricas.
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19. Los estudios sociales y culturales de la ciencia tuvieron un desarrollo importante en las tres
últimas décadas. En Portugal, debe señalarse el notable trabajo de João Arriscado Nunes
(1995, 1996a, 1996b, 1996c, 1997, 1998). Igualmente importante es el trabajo de Maria
Eduarda Gonçalves (1996). Ver también la nueva historiografía de la ciencia en Portugal, de
la que el mejor representante es António Fernando Cascais (2002).
20. La influencia que Herbert Spencer tuvo sobre Darwin es tan manifiesta que, para Marvin
Harris, el darwinismo debía llamarse spencerismo biológico; en vez de esa denominación, la
expresión consagrada para el spencerismo es "darwinismo social" (Harris, 1968).
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Los estudios feministas, sobre todo en los últimos veinte años, han saca-
do a luz que, en las concepciones dominantes de las varias ciencias, la natu-
raleza es un mundo de hombres, organizado según principios socialmente
construidos, occidentales y masculinos, como los de la guerra, el del indivi-
dualismo, el de la concurrencia, el de la agresividad y el de la discontinui-
dad con el medio ambiente. De ahí la incapacidad o la resistencia que ese
mundo presenta para admitir el mayor contenido explicativo de concepcio-
nes alternativas. Por ejemplo, ante la inequívoca observación de la ausencia
de comportamiento competitivo, la solución "natural" del científico andro-
céntrico es interpretarla como huida frente a la competición y no, por ejem-
plo, como comportamiento cooperativo.
El sexismo es, asimismo, notorio en muchas otras disciplinas científicas.
En el caso de la filosofía, por ejemplo, Janice Moulton lo descubre en la pre-
ponderancia del "método antagonístico" en cuanto paradigma de razona-
miento filosófico (1983: 149). En los términos de este método, el avance
filosófico se lleva a cabo en el debate entre adversarios, y un adversario
21. La crítica feminista a la epistemología moderna es hoy abundante. Entre muchas otras obras,
ver las siguientes antologías: Harding y Hintikka (org.) (1983); Bowles y Klein (org.) (1983);
y Nicholson (org.) (1990). Ver también, Bleier (1984), el excelente trabajo de Haraway (1989
y 1985: 65-107; 1991) e Irigaray (1985: 73).
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fuerte y exitoso debe someter las posiciones contrarias a la crítica más agre-
siva. Ahora bien, según Moulton, la agresividad es precisamente uno de los
atributos de comportamiento que es considerado bueno para el sexo mas-
culino y malo para el femenino. Moulton identifica aún otras limitaciones
de este método: es deductivo y se basa en contraejemplos, aisla los argu-
mentos e impide la problematización en los contextos más amplios de los
sistemas de ideas y de ideologías en una época dada.
No es necesario subscribir completamente la opinión de Moulton para
aceptar que, tanto en la ciencia moderna como en la filosofía, el sexismo
reside en la falsa universalidad de las "generalizaciones trascendentes",
cuestión muy bien analizada por Nancy Fraser y Linda Nicholson. De
hecho, la argumentación que presentan tiene muchas "semejanzas de fami-
lia", para usar una expresión de Wittgenstein, con la noción de conoci-
miento emancipador post-moderno que aquí estoy defendiendo22.
22. De modo general, las críticas feministas de la epistemología dominante están de acuerdo cuan-
do defienden una experiencia femenina cultural, social, histórica y personal específica, pero
discuten en cuanto a las conclusiones que de ahí se extraen. Para unas, el objetivo es trans-
formar la experiencia femenina en una experiencia objetiva y universal, a semejanza de lo que
Marx hizo con los trabajadores. Para otras, esa transformación es una trampa masculina por-
que no reconoce la diferencia de necesidades y de experiencias de la mujer. Defienden una
"tolerancia epistemológica" y la aceptación expresa de puntos de vista parcelares. En este últi-
mo tipo se inscribe la teoría feminista post-moderna de Nancy Fraser y Linda Nicholson, una
teoría que "se parece más a un tapiz tejido con hilos de varias tonalidades en vez de con hilos
de un único color". Ver Fraser y Nicholson (1990: 35). Ver también, sobre diferentes episte-
mologías feministas, Hawkesworth (1989) e, incluso, Epstein (1988, cap. 2 y 3), los artículos
del volumen 1 de Differences (Verano de 1989), dedicado a la "diferencia esencial, otra forma
de observar el esencialismo", Jacobus, Keller y Shuttleworth (1990) y Sandoval (1991).
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que tienen muy poco que ver con la crítica feminista o post-moderna de la
ciencia. Los avances recientes de la física y de la biología discuten la distin-
ción entre lo orgánico y lo inorgánico, entre seres vivos y materia inerte e,
incluso, entre lo humano y lo no humano. Las características de auto-orga-
nización, metabolismo y auto-reproducción, antes consideradas como algo
específico de los seres vivos, son atribuidas hoy a los sistemas pre-celulares
de moléculas. Y, tanto a unos como a los otros, se les reconocen propieda-
des y comportamientos antes considerados específicos de los seres humanos
y de las relaciones sociales. Todas las teorías científicas recientes que men-
cioné introducen en la materia los conceptos de historicidad y de progreso,
de libertad, de autodeterminación y hasta de conciencia que antes el hom-
bre y la mujer tenían reservados para sí. Me refiero a la teoría de las estruc-
turas disipativas de Prigogine, a la sinergética de Haken, a la teoría del
"orden implicado" de David Bohm, a la matriz-S de Geoffrey Chew y a la
filosofía del "bootstrap"que le subyace e, incluso, a la síntesis entre la físi-
ca contemporánea y el misticismo oriental de Fritjof Capra.
Todas ellas tienen una vocación no dualista y algunas están específica-
mente orientadas a superar las incompatibilidades entre la mecánica cuán-
tica y la teoría de la relatividad de Einstein. Es como si nos hubiésemos lan-
zado a la aventura de conocer los objetos más distantes y diferentes de
nosotros mismos para, una vez llegados a ese punto, descubrirnos refleja-
dos como en un espejo. Ya a principios de la década de los sesenta, y extra-
polando a partir de la mécanica cuántica, Eugene Wigner consideraba que
lo inanimado no era una cualidad diferente sino, apenas, un caso límite; que
la distinción cuerpo/alma dejara de tener sentido; y que la física y la psico-
logía acabarían por fundirse en una única ciencia (1970: 271). Hoy es posi-
ble ir mucho más allá de la mecánica cuántica. Del mismo modo que ésta
introdujo la conciencia en el acto del conocimiento, nosotros hemos de
introducirla hoy en el propio objeto del conocimiento.
Aunque uno suscriba algunas de las posiciones más radicales de los últi-
mos veinte años, en las cuales el panpsiquismo de Leibniz23 parece estar pre-
23. Las teorías panpsiquistas hablan de una dimensión psíquica de la naturaleza. La "conciencia
amplia" de Bateson se refiere a una dimensión psíquica de la naturaleza, una conciencia inma-
nente a toda la ecología planetaria, de la cual la conciencia humana es apenas una parte.
Bateson afirma además que, del mismo modo que Freud amplió el concepto de mente hacia
dentro (permitiéndonos reconocer lo subconsciente y lo inconsciente), ahora precisamos
ampliarlo hacia fuera (reconociendo la existencia de fenómenos mentales más allá de los indi-
viduales y humanos) (Bateson, 1985). Opiniones semejantes pueden encontrarse en Capra
(1983 y 1984) y en Bohm (1984). Ver también, Bowen (198.5: 213 y ss.).
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24. Esta desaparición relativa de las distinciones dicotómicas tiene repercusiones en las disciplinas
científicas que han nacido de ellas. Además, siempre hubo ciencias que se reconocieron mal
en estas distinciones, de tal modo que tuvieron que fracturarse internamente para adecuarse
mínimamente a las mismas. Me refiero a la antropología, la geografía y también la psicología.
Más que en cualquier otra ciencia, en estas áreas se condensaron las contradicciones de la
separación entre ciencias naturales y ciencias sociales. De ahí que, en este periodo de transi-
ción paradigmática, sea particularmente importante, desde el punto de vista epistemológico,
observar lo que ocurre en las mismas.
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25. De acuerdo con la hipótesis de Gaia, que I.ovelock formuló para las ciencias de la vida, nues-
tro cuerpo está constituido por cooperativas de células (I.ovelock, 1979).
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26. Jones considera que el sistema de Newton es tanto una obra de arte como una obra de cien-
cia (1982: 41). A propósito de las contaminaciones recíprocas entre el discurso científico y el
literario, y sobre las múltiples complementariedades que encuentra en la obra de Bachelard
entre su epistemología y su poética, a pesar de los denodados esfuerzos que éste hizo para fun-
damentar una ciencia autónoma, ver Lecourt (1972: 37 y ss.). Ver también, Bachelard (1972),
particularmente su discusión acerca del uso de metáforas en la ciencia (pp. 38, 81).
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27. El ejemplo más flagrante es Harold Bloom, que clasifica su Anxiety of Influence como "poema
austero". Nótese que los teóricos de la literatura son frecuentemente estudiados como "origi-
nales". Ver Ramalho (1984).
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28. Clifford Geertz (1983: 19) refiere algunas de estas analogías humanísticas y restringe su uso a las
ciencias sociales; mientras que yo las concibo como categorías más amplias de inteligibilidad.
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30. Stanley Fish defiende la misma posición, aunque sin referirse a la transición paradigmática
(1990: 208). Ver también, Ong (1971); Barthes (1970); Todorov (1973: 93); Ducrot y Todorov
(1972: 99); Logan (1978: 624); Lausberg (1966: 13); Ijsseling (1976); Kremer-Marietti (1978);
Carrilho, 1990, 1992, 1994.
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31. Sobre la distinción entre persuasión y convencimiento, ver Perelman y Olbrechts-Tyteca (1969:
26).
32. Alterando o aumentando el auditorio pertinente, la teoría feminista y la teoría crítica antirra-
cista -y, anteriormente el marxismo occidental- convirtieron en meros argumentos los hechos
y las verdades de las ciencias sociales convencionales.
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33. Perelman distingue entre los argumentos cuasi-lógicos, los argumentos basados en la estruc
tura de la realidad, los argumentos de las relaciones que establecen la estructura de la reali
dad, etc. (1969: 185 y ss.).
34. Sobre las relaciones entre la retórica y las ciencias sociales, ver Simons (1989); McCloskey
(1985); Breuer y Shanze (1981); Nelson (1987). Sobre las relaciones entre el derecho y la retó
rica, ver, entre otros, Viehweg (1963, 1969, 1981); Esser (1956, 1970); Perelman (1951,
1965); Alexy (1978); Recasens-Siches (1962); Levi (1949); Santos (1980, 1989); Ball (1985,
1993); White (1985).
35. No voy a analizar aquí la posición de Feyerabend, tema sobre el cual ya me detuve en Santos
(1989: 121 y ss). El análisis retórico de la ciencia en su versión débil (la retórica en la ciencia)
es más corriente. Como ejemplo, ver Bourdieu (1982: 238), que subraya la utilización retóri
ca del discurso científico en contextos no científicos.
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científicos, tal como la filosofía de la ciencia los define, son un resumen árido
y distorsionador del uso concreto de métodos hecho por científicos concretos.
Los métodos son ambiguos y su uso es aceptado con base en muchas premi-
sas de concordancia compartidas en el seno de la comunidad científica, las
cuales constituyen el "componente tácito" del conocimiento. Puede, de este
modo, concluirse que la verdad científica es una "verdad fiduciaria" basada
en la determinación de la credibilidad de los científicos y de lo genuino de sus
motivaciones. No hay otras garantías "más objetivas" que esta "fiducia".
La tercera línea de investigación se refiere a la naturaleza de los topoi
usados en la ciencia moderna. El análisis de los topoi es especialmente impor-
tante. En las diferentes culturas, los topoi surgen generalmente agrupados en
pares de elementos opuestos (el topos de cantidad contra el de calidad, o el
topos clásico de la superioridad de lo eterno contra el topos romántico de la
superioridad de lo efímero). El conjunto de los topoi dominantes en los dife-
rentes pares, en un tiempo y lugar determinados, constituye la constelación
intelectual hegemónica de ese periodo, y se introduce de un modo o de otro
en todas las áreas del conocimiento. Los topoi subordinados no son supri-
midos, sino usados apenas en discursos argumentativos marginales o presen-
tados en los discursos centrales bajo el disfraz de topoi contrarios.
Un ejemplo muy ilustrativo para determinar la importancia de la retó-
rica como elemento fundador de la ciencia moderna es la lucha histórica
entre el topos de la cantidad y el de la calidad. De acuerdo con el topos de
la cantidad, es conveniente determinar el número de una cosa. Es el propio
Aristóteles quien afirma que un gran número de cosas buenas es más dese-
able que un número pequeño de ellas. Este topos fue, de lejos, el que más
dominó la retórica científica moderna y empujó al topos de la calidad (la
superioridad de lo que es intrínsecamente valioso y, en el límite, la superio-
ridad de lo que es único) a una posición marginal, a la circulación en dis-
cursos descualificados, o sea, discursos desvalorizados debido, precisamen-
te, a la incapacidad de adaptarse al topos de la cantidad.
Este fue uno de los procesos del que la racionalidad cognitivo-instru-
mental de la ciencia moderna se sirvió para colonizar las otras formas de
racionalidad que, a su vez, sólo podían evitar la marginalización maximi-
zando el uso del topos de la cantidad en detrimento del de la calidad. Siempre
que eso no fuera posible, el precio era la marginación y la incomplexión. Sin
embargo, hoy la hegemonía del topos de la cantidad está sometida a discu-
sión en el propio corazón de la ciencia moderna. Todas las tendencias anali-
zadas como síntomas de la crisis del paradigma científico dominante pueden
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36. Puede hacerse un análisis semejante en relación al predominio del topos de la superioridad de
lo eterno en la ciencia moderna y al actual resurgimiento del topos de la superioridad de lo
efímero.
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el científico concreto está siempre dividido entre los argumentos que lo con-
vencen (los argumentos como "valor de uso" simbólico) y los argumentos
que convencen a la comunidad científica empírica (los argumentos como
"valor de cambio" simbólico). Esta división es fuente de una duplicidad a
la que Einstein acostumbraba denominar "oportunismo metodológico". A
veces es también fuente de escándalo, como lo que sucedió con la publica-
ción de los diarios de Malinowski.
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38. El concepto de ruptura epistemológica procede de Bachelard (1972); mientras que Bachelard
habla de una ruptura epistemológica, yo menciono dos. Desarrollaré este tema más adelante.
39. En una perspectiva diferente, J. Dewey clasifica las relaciones recíprocas entre ciencia y senti
do común como transacciones. Ver Dewey y Bentley (1949: 270 y ss.).
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40. Al final de la década de los 60, Oskar Negt utilizó el concepto de tópica social con un sentido
diferente (Schumann, 1981: 196; Moser, 1981: 200 y ss.).
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El riesgo del colonialismo surge, así, en una nueva escala, y lo mismo sucede
con las oportunidades para la solidaridad. El nuevo principio de la respon-
sabilidad reside en la Sorge, en la preocupación o cuidado que nos coloca en
el centro de todo lo que acontece y nos hace responsables por el otro, sea él
un ser humano, un grupo social, la naturaleza, etc.; ese otro se inscribe simul-
táneamente en nuestra contemporaneidad y en el futuro cuya posibilidad de
existencia tenemos que garantizar en el presente. La nueva ética no es antro-
pocéntrica, ni individualista, ni busca la responsabilidad únicamente por las
consecuencias inmediatas. Es una responsabilidad por el futuro.
Es difícil desarrollar una argumentación que envuelva a la nueva ética y
a su defensa. No sólo porque es contrahegemónica, sino también porque se
centra en la solidaridad con el futuro. Cuando el futuro es concebido fuera
del utopismo automático de la tecnología, es muy difícil proporcionar
representaciones creíbles de él. La noción de progreso, gémela de la noción
de utopismo automático de la tecnología, sigue siendo tan consensual que
funciona como topos en el discurso argumentativo sobre el futuro: en vez
de ser objeto de la argumentación, es premisa. Cabe a la novísima retórica
hacer que el progreso deje de ser un topos y pase a ser un argumento entre
otros, confrontándolo con el argumento de una visión alternativa del futu-
ro basada en un conocimiento prudente para una vida decente. El objetivo
de la retórica emancipadora es intensificar la fuerza argumentativa de esta
concepción alternativa y, eventualmente, convertirla en topos de un discurso
argumentativo nuevo y más solidario. Si esta representación del futuro es
difícil, la representación de la responsabilidad de dicha representación lo es
aún más. Como Jonas afirma, la responsabilidad fundamental reside en
crear la posibilidad de tener responsabilidad (1985: 186).
La nueva ética tiene también que eliminar el principio de reciprocidad
limitada en que la micro-ética liberal se funda. Según ese principio, sólo
puede tener derechos aquel a quien pueden exigirse los deberes correspon-
dientes. Por el contrario, según el principio post-moderno de responsabili-
dad, tanto la naturaleza como el futuro tienen derechos sin tener deberes41.
Tanto la concepción del futuro como progreso tecnológico automático,
como la concepción mecanicista de la naturaleza, siguen siendo topoi pre-
dominantes. Así, la obligación, que incumbe a la novísima retórica, de hacer
creíble la ética de un conocimiento prudente para una vida decente es doble-
41. En una perspectiva diferente, Michel Serres propone la celebración de un "contrato natural"
(1990).
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42. En la obra de Hannah Arendt puede leerse una crítica al concepto liberal de libertad como
esencia pre-política. Ver, por ejemplo, Arendt (1963: 149).
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43. Schor (1991) demostró cabalmente que, en los últimos veinte años, el tiempo que los ameri-
canos pasan en el empleo ha aumentado constantemente.
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7. Conclusión
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paradigma sociocultural antes del triunfo del capitalismo, imagino que está
a punto de surgir un nuevo paradigma epistemológico y socio-cultural; aun-
que aún no quede evidente, sin embargo, una transición hacia algo que esté
más allá del capitalismo. Con la progresiva transformación de la ciencia
moderna en conocimiento-regulación, la modernidad occidental desistió de
proponer una idea de progreso sin capitalismo. Abandonado a sí mismo,
el capitalismo, en cuanto modo hegemónico de producción, no admite otra
transición que no sea aquella que conduce a más capitalismo.
La invención social de un nuevo conocimiento emancipador es, para mí,
una de las condiciones esenciales para romper con la auto-reproducción del
capitalismo. Esa invención exige un largo proceso social ya en curso, sien-
do su indicio más evidente, examinado pormenorizadamente en este capí-
tulo, la crítica epistemológica radical (que es siempre una auto-crítica) de la
ciencia moderna. Esta crítica nos permite ver cómo la ciencia moderna,
antes vista como la solución para todos los problemas de las sociedades
modernas, acabó por convertirse, ella misma, en un problema. La transfor-
mación gradual de la ciencia en una fuerza productiva neutralizó su poten-
cial emancipador y la sometió al utopismo automático de la tecnología.
Nuestros problemas sociales asumieron una dimensión epistemológica
cuando la ciencia pasó a estar en el origen de los mismos. Los problemas no
dejaron de ser sociales para pasar a ser epistemológicos. Son epistemológicos
en la medida en que la ciencia moderna, no pudiendo resolverlos, dejó de pen-
sarlos como problemas. De aquí surge la necesidad de una crítica de la epis-
temología hegemónica y la necesidad de invenciones creíbles de nuevas for-
mas de conocimiento. A eso dediqué el resto del capítulo, identificando algu-
no trazos del paradigma emergente y de un nuevo sentido común emancipa-
dor. Excavando en las representaciones inacabadas o suprimidas de la mo-
dernidad (el principio de la comunidad y la racionalidad estético-expresiva),
fue posible identificar algunas virtualidades emancipadoras, ellas mismas
también inacabadas. Es todo lo que puede esperarse de una epistemología
insurrecta. Los medios a través de los cuales pasamos a concebir los proble-
mas como problemas con soluciones posibles sólo muy remotamente se ase-
mejan a las luchas necesarias para posibilitar dichas soluciones.
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