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La gracia acontece, no importa cuándo, dónde y cómo1

El pensamiento cristiano definió situaciones claras y transparentes, moral y religiosamente,


para mostrar la actuación de la gracia en el mundo. Pero, por proceder así, terminó olvidando
que la gracia, como amor de Dios en el mundo, se da siempre en el mundo, incluso en
situaciones muy ambiguas. El amor de Dios —la gracia— no depende de nuestro amor y de
nuestra pureza interior. Dios se autodona siempre y gratuitamente. A veces nos sorprenden
tales manifestaciones donde y cuando menos lo esperábamos, puesto que lo que
presenciamos no es sino violación del orden moral y de las buenas costumbres. Jesucristo
escandalizó a los piadosos de su tiempo tomando sus ejemplos de ámbitos situados fuera de
los marcos del buen tono y de lo que se consideraba verdadero, bueno y aceptado. Así, para
mostrar la gracia del amor propone el ejemplo del hereje samaritano; para mostrar la gracia
de la prontitud en la obediencia aduce el ejemplo del centurión romano; para mostrar la
gracia de la confianza narra el caso de la pagana sirofenicia; para mostrar la gracia de la
compasión alaba el ejemplo de la prostituta María Magdalena. Y recrimina a los judíos por
haberse tornado ciegos e incapaces de ver a Dios fuera de los lugares señalados.
Los dos casos que vamos a narrar no pretenden justificar las situaciones anormales que
presuponen. Sólo quieren invitar a mirar por encima de nuestras categorías de bien y de mal,
para situamos en la dimensión en que es posible, a pesar de todo, vislumbrar la secreta
presencia de Dios.
El diálogo se desarrolló en el interior de Brasil, donde hasta Dios actúa al margen de las
leyes sagradas de la religión. Lo comienza Severino:
«—Padre, he venido a buscar agua bendita.
—Aquí está, hijo mío. Pero ¿puedo saber para qué?
—Claro que sí, padre: es para bendecir la casa.
—Pero soy yo, como sacerdote, quien ha de bendecirla. Vamos.
—¡Ay, no, padre...! Está feo decirlo. Pero se lo voy a confesar. Vivo con una mujer sin estar
casado por la Iglesia. Y soy doblemente culpable. Primero, porque ella es negra, y segundo,
porque era una prostituta. Pero quiero hacer la experiencia de vivir con ella. Quiero darle
comprensión y cariño. Si se corrige y se muestra capaz de ser mujer de un solo hombre, será
mi esposa. Ahora es muy pronto. El padre no puede ir todavía a la casa. Es todavía pecado.
Por eso quiero bendecir yo mismo la casa. Es para que Dios le ayude. Si todo va bien, invitaré
a usted a que nos case, y usted celebrará nuestro matrimonio».
Este hombre amó. Dio un voto de confianza a una prostituta negra. Demostró que ésta era
regenerable. Había un proyecto fundamental de gran pureza, que vale más que los actos
tomados aisladamente.
Algunos meses después, el sacerdote fue a casa de Severino. Se celebró la boda y hubo una
pequeña fiesta.
San Juan dice que Cristo es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo (Jn 1,9). Ilumina a unos de una manera y a otros de otra. A cada uno según su
situación concreta, no pocas veces limitada y profundamente ambigua. Porque mi luz no
ilumina a Severino, ¿puedo decir que la luz que lo iluminó no viene de Dios? 2 Se le perdonó
mucho por haber amado mucho.

1
L. BOFF, Gracia y liberación del hombre. Experiencia y doctrina de la gracia, Madrid, Ediciones Cristiandad,
1978, 144-147. Citado y comentado por K.-H. MENKE, Teología de la gracia. El criterio de ser cristiano,
Salamanca, Sígueme, 2006, 242-245, reflexionando sobre la acción divina a través de la contingencia histórica
de la acción humana.
2
Bien decía el místico Angel Silesius en el Cherubiniscber Wandersmann: «Yo sé que el ruiseñor no critica el
canto del cuco; ¿por qué, pues, si yo no canto como tú, has de criticar o ridiculizar mi canción?» (cf. la
traducción de Frei Neylor J. Tonin: «Grande Sinal» 30 [1976] 177).
Las humildes y heroicas hermanitas españolas, de la selva amazónica, mantenían desde hacía
varios días a un hombre en una sala. Parecía tener lepra. Pero no era así. Se trataba de simple
micosis. ¿Qué hacer? ¡Vamos a esperar! Cierto día pasó una de las hermanas por una
callejuela del extrarradio de la aldea. Una placa: «Casa de Caridad».
«—¿De quién es la Casa?
—De la señora Sinhá.
—¿Está en casa?
—No. Pero vuelve enseguida».
Horas después se presentaba en el convento la señora Sinhá. Buscaba a la hermana.
«—¿De qué se trata, hermana?
—¿Es de la señora la Casa de Caridad?
—Sí, señora.
—¿Y para qué es la Casa?
—Pues para todos los enfermos y para quien no tiene dónde albergarse.
—Mire este hombre, dice la hermana.
—¿Es lepra?
—No. Es sólo micosis.
—Pues me lo llevo a la Casa de Caridad.
—Pero, señora Sinhá: ¿cómo mantiene usted la Casa?
—Hermanita, compréndame. Tengo una boite [bar]. Necesito vivir. Las mujeres de aquí no
tienen trabajo. Necesitan vivir. Muchas son prostitutas. Yo, también. Y ellas trabajan
conmigo. Ya sé que es contra la ley de Dios. Pero ¿no está también establecida por Dios la
ley de la vida? Se me parte el corazón, al decir esto. Pero no tengo otra solución. Con la boite
vivimos las mujeres y yo. Ahora bien, todo lo que sobra en mi modesta vida va a parar a la
Casa de Caridad. Así puedo mantener a muchos enfermos. No pagan nada. Hago comida
para ellos. Les lavo la ropa. Les compro medicamentos. Permanecen aquí hasta que se curan
del todo. Todo gratis. Es para pagar por mi pecado».
Hay lirios que florecen en las charcas. Son los más blancos e incontaminados. Por contraste.3
Dios no conoce límites para su presencia. Viene cuando quiere, sobre quien quiere, en
cualquier situación.4
Las experiencias analizadas hasta el presente no conducen a la antesala de la gracia. Son ya
formas de su presencia en el mundo. No son invitaciones a descubrir una gracia divina que
sería diferente de la gratuidad que se manifiesta en nuestra existencia. La gracia se comunica
en estas mediaciones. Y aparece en ellas como gratuidad, bondad, alegría de ser, plenitud de
sentido. La gracia es todo esto. Pero es mucho más. Es inhabitación de la Santísima Trinidad;
es divinización, participación de la naturaleza divina, configuración con el Hijo. Mas todo
esto son explicitaciones últimas de las experiencias que vive ya el hombre y que, de una
manera sucinta, hemos tratado de describir en las páginas precedentes. Frente a la riqueza
que esconden y que se revela en la fe, estas experiencias casi se volatilizan. Pero anticipan
ya la profundidad que engrandece y da sentido pleno a la existencia humana.

3
Menke cita otra traducción, más lograda literariamente: “Incluso en las ciénagas crecen azucenas. Y a menudo
son precisamente las más blancas y puras”.
4
Cf. D. GRINGS, A forga de Deus na fraquexa do homem (P. Alegre, 1975): «Graham Greene, en su novela El
poder y la gloria, describe la paradójica situación de un sacerdote en estado de pecado. En medio de la per-
secución religiosa, sueña con cruzar la frontera y poderse confesar. Durante esta huida, se convierte en un
verdadero ángel de misericordia para todos aquellos con quienes se encuentra. No consigue nunca evadirse,
porque daba siempre la preferencia a la salvación de los demás. 'Una vida, perdida moral y cristianamente,
según los juicios humanos, se revela así habitada por la presencia de Dios’ (p. 151). Estar habitado por la
presencia de Dios es ya vivir en el paraíso. Por eso decía, con acierto, Angel Silesius: 'Si el paraíso no existiera,
ante todo, en ti, oh hombre, créeme que seguramente tú no entrarías en él jamás’» (Cberubiniscber
Wandersmann, trad. y comentario de Freí Neylor J. Tonin: «Grande Sinal» 30 (1976) 177.

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