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L. BOFF, Gracia y liberación del hombre. Experiencia y doctrina de la gracia, Madrid, Ediciones Cristiandad,
1978, 144-147. Citado y comentado por K.-H. MENKE, Teología de la gracia. El criterio de ser cristiano,
Salamanca, Sígueme, 2006, 242-245, reflexionando sobre la acción divina a través de la contingencia histórica
de la acción humana.
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Bien decía el místico Angel Silesius en el Cherubiniscber Wandersmann: «Yo sé que el ruiseñor no critica el
canto del cuco; ¿por qué, pues, si yo no canto como tú, has de criticar o ridiculizar mi canción?» (cf. la
traducción de Frei Neylor J. Tonin: «Grande Sinal» 30 [1976] 177).
Las humildes y heroicas hermanitas españolas, de la selva amazónica, mantenían desde hacía
varios días a un hombre en una sala. Parecía tener lepra. Pero no era así. Se trataba de simple
micosis. ¿Qué hacer? ¡Vamos a esperar! Cierto día pasó una de las hermanas por una
callejuela del extrarradio de la aldea. Una placa: «Casa de Caridad».
«—¿De quién es la Casa?
—De la señora Sinhá.
—¿Está en casa?
—No. Pero vuelve enseguida».
Horas después se presentaba en el convento la señora Sinhá. Buscaba a la hermana.
«—¿De qué se trata, hermana?
—¿Es de la señora la Casa de Caridad?
—Sí, señora.
—¿Y para qué es la Casa?
—Pues para todos los enfermos y para quien no tiene dónde albergarse.
—Mire este hombre, dice la hermana.
—¿Es lepra?
—No. Es sólo micosis.
—Pues me lo llevo a la Casa de Caridad.
—Pero, señora Sinhá: ¿cómo mantiene usted la Casa?
—Hermanita, compréndame. Tengo una boite [bar]. Necesito vivir. Las mujeres de aquí no
tienen trabajo. Necesitan vivir. Muchas son prostitutas. Yo, también. Y ellas trabajan
conmigo. Ya sé que es contra la ley de Dios. Pero ¿no está también establecida por Dios la
ley de la vida? Se me parte el corazón, al decir esto. Pero no tengo otra solución. Con la boite
vivimos las mujeres y yo. Ahora bien, todo lo que sobra en mi modesta vida va a parar a la
Casa de Caridad. Así puedo mantener a muchos enfermos. No pagan nada. Hago comida
para ellos. Les lavo la ropa. Les compro medicamentos. Permanecen aquí hasta que se curan
del todo. Todo gratis. Es para pagar por mi pecado».
Hay lirios que florecen en las charcas. Son los más blancos e incontaminados. Por contraste.3
Dios no conoce límites para su presencia. Viene cuando quiere, sobre quien quiere, en
cualquier situación.4
Las experiencias analizadas hasta el presente no conducen a la antesala de la gracia. Son ya
formas de su presencia en el mundo. No son invitaciones a descubrir una gracia divina que
sería diferente de la gratuidad que se manifiesta en nuestra existencia. La gracia se comunica
en estas mediaciones. Y aparece en ellas como gratuidad, bondad, alegría de ser, plenitud de
sentido. La gracia es todo esto. Pero es mucho más. Es inhabitación de la Santísima Trinidad;
es divinización, participación de la naturaleza divina, configuración con el Hijo. Mas todo
esto son explicitaciones últimas de las experiencias que vive ya el hombre y que, de una
manera sucinta, hemos tratado de describir en las páginas precedentes. Frente a la riqueza
que esconden y que se revela en la fe, estas experiencias casi se volatilizan. Pero anticipan
ya la profundidad que engrandece y da sentido pleno a la existencia humana.
3
Menke cita otra traducción, más lograda literariamente: “Incluso en las ciénagas crecen azucenas. Y a menudo
son precisamente las más blancas y puras”.
4
Cf. D. GRINGS, A forga de Deus na fraquexa do homem (P. Alegre, 1975): «Graham Greene, en su novela El
poder y la gloria, describe la paradójica situación de un sacerdote en estado de pecado. En medio de la per-
secución religiosa, sueña con cruzar la frontera y poderse confesar. Durante esta huida, se convierte en un
verdadero ángel de misericordia para todos aquellos con quienes se encuentra. No consigue nunca evadirse,
porque daba siempre la preferencia a la salvación de los demás. 'Una vida, perdida moral y cristianamente,
según los juicios humanos, se revela así habitada por la presencia de Dios’ (p. 151). Estar habitado por la
presencia de Dios es ya vivir en el paraíso. Por eso decía, con acierto, Angel Silesius: 'Si el paraíso no existiera,
ante todo, en ti, oh hombre, créeme que seguramente tú no entrarías en él jamás’» (Cberubiniscber
Wandersmann, trad. y comentario de Freí Neylor J. Tonin: «Grande Sinal» 30 (1976) 177.