Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
MOTIVACIÓN
29
DE LA CIENCIA A DIOS. UNA RESPUESTA AL ATEISMO CIENTIFISTA
matical Explanation. Why Arguments for God Just Don´t Add up, 2007. En espa-
ñol Elogio de la irreligión, Ed. Tusquets, Barcelona 2009.
31
DE LA CIENCIA A DIOS. UNA RESPUESTA AL ATEISMO CIENTIFISTA
segundo es que son escritos en los que, tanto en los aspectos formales
como materiales, prima el aspecto apologético sobre el rigor argumen-
tativo. Son obras con las que primordialmente se busca convencer, evan-
gelizar, si se me permite el símil 7.
En este trabajo no trataré de responder a sus argumentos de un modo
directo, algo que creo innecesario. Pienso que el defecto de este tipo de
argumentaciones está en la base de la que parten. Por ello mostraré en
primer lugar que hay que distinguir entre ciencia y cientifismo. El cien-
tifismo es una visión ideológica revestida de un lenguaje científico. La
ciencia nos puede dar elementos para debatir sobre la realidad o no rea-
lidad de lo divino, ambas posturas pueden defenderse, pero está más
allá de las posibilidades que marca su propio método el discernir si exis-
te o no existe Dios. En segundo lugar intentaré desvelar los presupues-
tos metafísicos que sustentan la visión de este secularismo fundamen-
talista. Todos partimos de una serie de presupuestos y todos, no solo los
teístas, debemos sacarlos a la luz; como podremos advertir, todos nos
situamos en un nivel en el que partimos de creencias. Las ideas se tie-
nen; en las creencias se vive como nos enseñó Ortega. Cuales son más
razonables o menos razonables será la cuestión sobre la que debemos
decidir, ese será el tema al que dedicaré la tercera parte. De modo sin-
tético, partiré de lo que las ciencias nos proponen y mostraré la viabi-
lidad de la posición teísta. Finalizaré con una reflexión sobre el porqué
de estas actitudes beligerantes que trascienden lo que debería ser un
debate filosófico. Estamos hablando de cosmovisiones en las que el pun-
to de partida es algún tipo de creencia. Ateos y creyentes presuponen
tipos de fe encontrados: la cuestión a dirimir es qué perspectiva es más
razonable, cuál puede esgrimir mejores argumentos a su favor más allá
de los prejuicios ideológicos.
Si tiene la paciencia de leer este trabajo podrá conocer las razones por
las que afirmo que en el estado actual de la ciencia uno puede creer o
no en Dios, pero que el peso de las razones hace más razonable el creer
en Dios que el no creer.
Existe una idea bastante extendida que establece una relación de pro-
porcionalidad entre el progreso científico y el retroceso religioso. El
conocimiento científico haría que el espacio que Dios tiene en la reali-
dad fuese menguando, siendo así que la ciencia acabaría sustituyendo a
la religión. Recientemente el Nobel Steven Weinberg afirmaba que las
creencias religiosas se van debilitando por el avance científico, ya que
éste golpea algunas de las bases de la religiosidad al explicar fenómenos
naturales que antes eran explicados desde la óptica religiosa. Esto se vería
agravado al considerar que las mismas experiencias religiosas pueden ser
explicadas como un producto, o subproducto, de la evolución biológica 8.
Lo afirmado por Steven Weinberg se hace eco de lo que piensan muchas
personas en occidente. Pero aquí debemos hacer una clara distinción:
una cosa es que la religiosidad de determinadas personas se vea afecta-
da por el desarrollo de la ciencia, y otra muy distinta que de ahí se extrai-
ga la conclusión de que la ciencia hace poco plausible la existencia de
Dios. El error en el que se suele caer viene de la confusión entre ciencia
y cientifismo. Quiero ser muy claro en este punto: el deducir de las cien-
cias la existencia o inexistencia de Dios va más allá de los límites que le
impone su propio método. No darse cuenta de este hecho es lo que pue-
de hacer caer en lo que llamo la falacia cientifista.
El cientifismo considera a las ciencias empíricas como la única fuen-
te de conocimiento y el ámbito que estudian como la única realidad exis-
tente. Se trata de una ideología o filosofía materialista que bajo el ropa-
je de un lenguaje científico va más allá de lo que la ciencia puede mos-
trar. Esta visión filosófica adquirió carta de ciudadanía con Agusto Com-
te 9. Para Comte el único método para conocer la realidad sería el induc-
tivo; partiendo de la observación, se deducirían las leyes de la naturale-
za que se comprobarían experimentalmente: este sería el método que lla-
8 WEINBERG, S., Without God, The New York Revuew of Books, 25, Sept,
2008 [http://www.ny/books.com/articles/archives/2008/sep/25/without_god/)].
9 COMTE, A., Cours de Philosophie Positive, 1842. En español Curso de Filoso-
biology the New Synthesis, 1975 (en español Sociobiología, la nueva síntesis, Ed.
Omega, Barcelona 1982); PINKER, S., The Blank Slate: the Modern Denial of
34
JUAN JESÚS CAÑETE OLMEDO
Human Nature, 2002 (en español la Tabla Rasa: La negación moderna de la natu-
raleza humana, Ed. Paidos, Barcelona 2003); DENNETT, D. C., Darwin’s Dange-
rous Idea, 1996 (en español La peligrosa idea de Darwin, Ed. Galaxia Gutenberg,
Barcelona 1999).
14 Por poner un ejemplo muy claro. El filósofo Paolo Flores d’Arcais en un
debate con el entonces Cardenal Ratzinger daba por hecho que en el origen del
hombre y por ende del cerebro y la mente humana no había ningún enigma, sólo
sucesivos errores en la duplicación del ADN de un simio, acaso repetidos varias veces
sin resultados fatídicos (que) finalmente han dado vida a la supervivencia de un cere-
bro anómalo, capaz de estar en el mundo y hacer preguntas. Esto le parece incues-
tionable. Retengamos eso de “un cerebro anómalo”, pues parece ser hoy en día
lugar común. Hemos pasado de “reyes de la creación” a “anomalía” de ésta: un
descenso muy significativo. RATZINGER, J., y FLORES D’ARCAIS, P., ¿Dios Existe?,
Ed. Espasa, Madrid 2008, p. 110.
15 SCHERMER, M., The Shamans of Scientism, Scientific American, Junio 2002
[http://www.michaelschemer.com/2002/06/shamans-of-scientism].
35
DE LA CIENCIA A DIOS. UNA RESPUESTA AL ATEISMO CIENTIFISTA
1991, p. 181.
20 RUIZ DE LA PEÑA, J. L., Crisis y Apología de la Fe, Ed. Sal Terrae, Santander
1995, p. 140.
38
JUAN JESÚS CAÑETE OLMEDO
cepciones de tipo religioso que están en competencia con ellas 21. Así
pues, hay que sacar a la luz el posicionamiento metafísico de cada visión,
dado que cualquier perspectiva sobre la realidad tiene unos puntos de
partida indemostrados, éstos deben ser explicitados, examinados, anali-
zados y, como no, criticados, tanto si se es teísta como ateo. Si esto lle-
va a plantear cuestiones importantes pero incomodas no basta con silen-
ciarlas. Porque se pretenda evitar plantear el presupuesto o la inquietud
metafísica ésta no va a desaparecer. Además es bueno no olvidar que la
respuesta que demos a este tipo de cuestiones no es indiferente. Por ejem-
plo, si afirmamos que todo es producto del azar físico, o si por el con-
trario sostenemos que existe un proyecto divino en todo, no da lo mis-
mo sostener una posición o la otra: aquí literalmente nos jugamos la vida,
en expresión de Ruiz de la Peña. El ateísmo merece todo respeto, falta-
ría más, pero de ahí a mirar por encima del hombro aquel que sostiene
una postura teísta tachándolo de irracional o supersticioso media un
abismo. Nada, pues, de condenar al creyente como si estuviera en un
estadio infantil o como si en él se diera la ausencia del pensamiento crí-
tico. Todos debemos dar las razones por las que respondemos de un
modo u otro al enigma de la verdad; nadie, ateo, agnóstico o creyente
está exento de ello. Aclarado esto, pongamos a la luz los presupuestos
metafísicos, o sea, la fe implícita de unos y otros.
Tanto el cientifista como el no cientifista necesitan creer en algo tan
fundamental como la inteligibilidad del cosmos, la estructura racional
de éste y la capacidad de la mente humana para describirla adecuada-
mente con modelos matemáticos. Como señalaba Willem de Sitter: sin
una fe sólida en la existencia del orden y las leyes no es posible ningún tipo
de ciencia…esta creencia no forma parte de la ciencia, sino que es precien-
tífica, y, al estar mucho más arraigada en nuestra conciencia que la misma
ciencia, es la que hace posible la ciencia 22. La ciencia no explica la inteli-
gibilidad del mundo sino que la presupone. Esto lleva a que nos plan-
39
DE LA CIENCIA A DIOS. UNA RESPUESTA AL ATEISMO CIENTIFISTA
18, citado por UDÍAS VALLINA, A., Ciencia y religión. Dos visiones del mundo, Ed.
Sal Terrae, Santander 2010, p. 162.
26 TIERNO GALVÁN, E., ¿Qué es ser agnóstico?, Ed. Tecnos, Madrid 1975, p.18.
40
JUAN JESÚS CAÑETE OLMEDO
27 Sthepen Hawking llegará a decirnos que cuerpos como las estrellas o los agu-
jeros negros no pueden aparecer de la nada. Pero todo un universo si puede. Como hay
una ley de la gravedad el universo puede ser y será creado de la nada.La creación espon-
tánea es la razón por la cual existe el universo. HAWKING, S., y MLODINOW, L., El
Gran Diseño, pp. 203-204.
41
DE LA CIENCIA A DIOS. UNA RESPUESTA AL ATEISMO CIENTIFISTA
ce un objeto físico, y como todo objeto físico posee una causa, tiene sentido
preguntarnos por la causa del universo. No tenemos razón alguna para supo-
ner que nuestras categorías, entre ellas la de la causalidad, hayan de apli-
carse más allá de los objetos de la experiencia, y como el límite natural de
ese ámbito parece ser el universo como un todo (el último objeto del que cabe
elaborar un modelo), la pregunta “por qué hay Dios” probablemente carez-
ca de sentido; la última entidad que requiere una causa es el universo, y la
causa, en el fondo la raíz de todas la causas, es lo que denominamos Dios 32.
Existe una tensión creativa entre ciencia y religión 33, habría que bus-
car los vestigios de trascendencia en los hallazgos que nos aportan la cien-
cia contemporánea, para ello nuestro recorrido comenzará desde la situa-
ción actual hasta el principio del cosmos, desde la conciencia hasta el
origen del universo, para poder discernir si lo divino se revela a sí mis-
mo en el mundo de lo físico.
3. HOMBRE Y VIDA
45
DE LA CIENCIA A DIOS. UNA RESPUESTA AL ATEISMO CIENTIFISTA
NEWBERG, A.; D’AQUILI, E., y RAUSE, V., Why God Won´t Go Away: Brain
34
Science and the Biology of Belief, New York 2001, en español Dios ¿por qué segui-
mos creyendo?, Ed. Martínez Roca, Barcelona 2002; D’AQUILI, E., y NEWBERG,
A., Mistical Mind: Theology Provin and biology of Religions experiences, Ed. Fortress
Press Philadelphia, 1999.
46
JUAN JESÚS CAÑETE OLMEDO
logía que lo permita. En este sentido, pienso que el ateo, con todos mis
respetos, se encuentra con un problema mayor que el del creyente a la
hora de intentar explicar por qué albergamos esa capacidad de conocer
una realidad que trasciende tanto los objetos físicos como los mentales.
Para él Dios no sería más que un dispositivo complejo en nuestro cere-
bro, una especie de alucinación, y por lo tanto debe explicar cuál es el
beneficio adaptativo de ese dispositivo, y al tratar de explicar esto nos
encontramos con las opiniones más dispares. Aplicando la navaja de
Ockham diríamos que lo más fácil es afirmar que nuestro cerebro está
estructurado para la religión, pues las experiencias religiosas implican una
amplia gama de regiones cerebrales. Más aún, cuando se tiene una expe-
riencia mística parece que no es sólo el lóbulo temporal sino todo el cere-
bro el que se ve implicado 35.
Uno puede estar de acuerdo con Daniel Dennett y sostener que la
religión es un fenómeno natural, un meme; esto explicaría su supervi-
vencia histórica al presentar lo religioso como un proceso reduplicativo
típico de las estructuras meméticas 36. El hombre aparecería como cultu-
ralmente religioso (por cierto, los fenomenólogos e historiadores de la
religión advirtieron esto hace bastante tiempo, pero pretender deducir
de ahí que la idea de Dios es ilusoria, argumentando que del hecho de
que la religiosidad es un fenómeno natural en la especie humana se dedu-
ce que Dios no existe, es todo un alarde de irracionalidad). Este tipo de
argumentos tan falaces sólo pueden venir de una persona cuya propia
fe, en este caso atea, le lleva a anular los principios más básicos de las
inferencias lógicas. La religión puede ser presentada como un producto
evolutivo que favorece la cohesión social o el sentido de pertenencia, que
da respuesta a inquietudes básicas que llevan al hombre a buscar un sen-
tido transcendente en su vida, se podrían dar éstas u otras razones. Se
puede argumentar que el ser religioso está grabado en los engramas cere-
brales del hombre y que responde a múltiples necesidades de su ser. Algu-
REISS, S., The Sixteen Strivings Ford God, Zygon, vol. 39, nº2, June 2004,
37
pp. 303-320.
48
JUAN JESÚS CAÑETE OLMEDO
creado por ellos y derribado por ellos, nada que ver con lo divino en las
tradiciones religiosas.
Si Dios es el creador del universo, lo es del universo que la ciencia
nos describe, un universo abierto que en su evolución cuenta con pro-
cesos que observamos como estadísticos y probabilísticos. Si Darwin tie-
ne razón, es un universo viviente que se describe con los mecanismos
evolutivos neodarwinistas. Un universo que, una vez creado evoluciona
conforme a leyes autónomas. Ese Dios, si existe, sería al menos tan inte-
ligente como los Dawkins o Hawking que lo niegan, y habría diseñado
un mundo capaz de producir evolutivamente sus propios contenidos. El
ateismo cientifista seguirá insistiendo en que, dado que el orden puede
explicarse como un proceso de variación, selección o replicación, no
haría falta un diseñador. El Dios de las religiones quedaría sustituido por
un nuevo Dios, el Dios azar convertido en una especie de caja negra
donde arrojaríamos lo que no podemos predecir o conocer. La indefi-
nición cognitiva (el azar) respecto a la imprevisibilidad de los sucesos
que acontecen en la evolución biológica se convertiría en una especie de
principio metafísico: no existe ninguna finalidad, toda la evolución esta-
ría marcada por el azar, no habría orientación, ni necesaria ni probabi-
lística. Esta afirmación en la que el azar se convierte en una especie de
monarca absoluto de la evolución suele hacerse sin ningún tipo de prue-
ba, pues el azar no puede medirse en un laboratorio, ni introducirse en
una ecuación, y si ninguna teoría científica puede admitirse sin prueba
experimental, lo único que podemos deducir de aquí es que no habla-
mos tanto de ciencia cuanto de un prejuicio antifinalístico que llevaría a
excluir de antemano cualquier cuestión que pudiera dar que pensar sobre
una visión teleológica de la naturaleza. De hecho, algo puede aparecer
a primera vista como azaroso y, sin embargo, al encuadrarlo en un con-
junto más amplio, observar que se encontraba dentro de un proceso fina-
lístico. Es el azar planificado del que hablaba Teilhard de Chardin. No
podemos afirmar que un conjunto aparente de casualidades no siga nin-
guna regularidad, pues podemos encontrar marcos de referencias en las
que tales casualidades estuviesen más planificadas de lo que en princi-
pio preveíamos. Pongamos un ejemplo: si entramos en una habitación
oscura y buscamos el interruptor lo haremos tanteando en la pared, en
49
DE LA CIENCIA A DIOS. UNA RESPUESTA AL ATEISMO CIENTIFISTA
p. 182.
40 DUVE, Ch. de, «Las restricciones del azar», Investigación y Ciencia, 23, febre-
ro 1996, p. 96.
41 TEILHARD DE CHARDIN, P., El Fenómeno Humano, Ed. Taurus, Madrid
1967.
42 CONWAY MORRIS, S., en Life’s Solution: Inevitable Humans in a Lonely Uni-
verse, Cambridge University Press, 2003, ha mostrado cómo diversos organismos han
desarrollado las mismas propiedades de forma independiente en diferentes lugares
aislados, lo que es un indicio de cierta direccionalidad en los procesos evolutivos.
50
JUAN JESÚS CAÑETE OLMEDO
4. COSMOGÉNESIS
50 ISHAM, C., citado en SOLER GIL, F. J. (ed.), Dios y las Cosmologías moder-
nas, p. 59.
55
DE LA CIENCIA A DIOS. UNA RESPUESTA AL ATEISMO CIENTIFISTA
53 Sobre este punto sigue siendo muy interesante la lectura de BARROW, Jh.
D., y TIPLER, F. J., The Anthropic Plinciple, Oxford University Press 1986. Sobre
el principio antrópico cristiano puede leerse el breve trabajo de J. Monserrat. Ellis
y el principio antrópico cristiano [http://www.upcomillas.es/webcorporatiby/cen-
tros/cátedras/ctr/Documentos/ELLISweb1.pdf.].
54 Esto último lo afirmaba el cosmólogo evolucionista GRIBBIN, Jh. R., en
Génesis: The Origins of Man and the Universe, Ed. Delacorte Press/Eleanor Frie-
de, New York 1981, pp. 307-309.
55 HAWKING, S., Historia del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros, Ed. Crí-
cia, de tal manera que este concepto carecía de sentido. Este desafío dio
lugar a uno de los debates más fructíferos dentro del mundo anglosajón
sobre el tema que nos incumbe. Hablamos, pues, de uno los intelec-
tuales más relevantes en el ámbito de la crítica a la religión. El mismo
Flew, trascurridas cinco décadas en las que ha ido reflexionando sobre
el tema, ha cambiado en su apuesta. Los párrafos que entresaco de The-
re is a God sintetizan bastante bien una de las conclusiones de este tra-
bajo: no sólo la compatibilidad de una visión teísta y una visión cientí-
fica, sino que en el estado actual de la ciencia, la visión teísta es la mejor
apuesta. Por ello expongo literalmente algunas de las ideas de Flew:
Ahora creo que el universo fue traído a la existencia por una inteligen-
cia infinita, creo que las intrincadas leyes de este universo revelan lo que
los científicos han llamado la mente de Dios. Creo que la vida se origi-
nó en una fuente divina. ¿Por qué creo esto, después de haber expues-
to y defendido el ateísmo durante más de medio siglo? La respuesta bre-
ve sería: tal es el cuadro del mundo, tal y como yo lo veo, que ha resul-
tado de la ciencia moderna. La ciencia atisba tres dimensiones de la natu-
raleza que apuntan a Dios. La primera es el hecho de que la naturaleza
obedece a leyes. La segunda es la dimensión de la vida: la existencia de
seres intencionales inteligentemente organizados, que surgieron de la
materia. La tercera es la propia existencia de la naturaleza 59.
¿Cuál es la base de ese giro copernicano? Pues ni más ni menos que
el propio devenir de la ciencia, como él reconoce:
Mis dos libros antiteológicos habían sido escritos antes del desarrollo de
la cosmología del Big-Bang y de la investigación sobre el ajuste fino de
las constantes físicas. Pero desde principios de los 80 había comenzado
a revisar mi posición. Confesé entonces que los ateos teníamos que sen-
tirnos inquietos por el consenso cosmológico en torno a lo que el pro-
pio Santo Tomás de Aquino sostuvo que no podría demostrarse: a saber,
que el universo tuvo un comienzo…Mientras se podía pensar tranqui-
lamente que el universo no tenía fin, pero tampoco principio, parecía
fácil ver su existencia (y sus rasgos más fundamentales) como hechos
brutos. Y si no había razón para pensar que el universo tuvo comienzo,
tampoco lo había para postular otro ente que los generara. Pero la teo-
ría de Big-Bang cambió todo eso: si el universo tuvo un comienzo, se
hacía totalmente sensato preguntar qué produjo ese comienzo. Esto alte-
raba radicalmente la situación 60.
En la breve referencia que hace Dawkins al cambio operado en el pen-
samiento de Antony Flew, aparte de una irónica descalificación por su
ancianidad, señala que se ha tergiversado el último pensamiento de
Flew 61 al indicar que se había convertido a un cierto tipo de deidad.
Creo que los textos de Flew no dejan lugar a dudas. Aquí no se habla de
ningún tipo de conversión religiosa, simplemente de cambio de postu-
ra intelectual una vez reflexionado el cuadro del mundo, tal y como él lo
ve, que ha resultado de la ciencia moderna. Esta podría ser también la con-
clusión de este trabajo. Pero, si parece tan razonable compaginar la pos-
tura teísta con la visión del universo tal y como la presentan las ciencias,
sin negar obviamente que ante el misterio de este universo también se
puede sostener una postura atea, ¿cuál es la razón de esa visión tan radi-
calizada de lo que definíamos como el nuevo secularismo cientifista?
Apuntábamos, siguiendo a Javier Monserrat, que en ellos se dan pro-
fundas emociones antirreligiosas y anticlericales. Pero se trata también
de que, más que de ciencia y religión, se trata de un enfrentamiento entre
una religión y otra: en definitiva, hablamos de dos tipos de fe. De ello
trataré en el último punto.
64 Ibíd., p. 144.
62
JUAN JESÚS CAÑETE OLMEDO
65 PEIRCE, Ch. S., Reasoning and the logic of things, Harvard University Press
1992, p. 176.
66 Sab 11,6-19; Rm 1,29 ss; San Ireneo, Adversus Haereses IV, 20; por cierto